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LA ARQUITECTURA BARROCO EN LATINOAMERICA

El barroco irrumpió en América casi como otra conquista. A través de la magnificencia


y de la exuberancia estética, las clases privilegiadas y la Iglesia trataron de llegar a lo
más hondo del espíritu y el pensamiento indígenas. La naturaleza desbordante del
continente y el impulso sensible y creador de sus habitantes permitieron reinterpretar y
reconstruir el barroco enriqueciéndolo y multiplicándolo con acentos originales que
fueron esculpiendo la figura de la identidad cultural de Latinoamérica.

ORIGEN DEL ARTE BARROCO

En medio de un mundo convulsionado por los descubrimientos geográficos y científicos


del siglo XVI, y de las profundas ideas intelectuales que incitaron a las rupturas
religiosas, el barroco emergió como una corriente que dejaba atrás los ideales clásicos
para mirar hacia la modernidad. Poco a poco, los principios estéticos del renacimiento
se iban desvaneciendo en pos de nuevas y atrevidas formas y caprichosos estilos. De
la fascinación por la belleza irregular e inexacta nació el espíritu rebelde del barroco,
que repercutiría en todas las manifestaciones artísticas y literarias.

El barroco nació en Roma, Italia, a principios del siglo XVII y se desarrolló hasta la
primera mitad del siglo XVIII. Aunque al principio se consideró como un arte
excesivamente recargado, complicado y estrambótico, finalmente fue apreciado como
uno de los períodos más creativos en la historia del arte. El origen de la palabra “barroco”
tiene diversas interpretaciones. La más peculiar sugiere que el término deriva del
vocablo portugués con el que se denominaba a las hermosas y asimétricas perlas
utilizadas en la orfebrería. Ubicado entre el manierismo y el rococó, el barroco hizo su
aparición impregnando de un estilo libre y caprichoso a las edificaciones, los lienzos, las
esculturas y los géneros literarios de la época. De manera impetuosa, apuntaba hacia
la modernidad y, a la vez, servía a las grandes monarquías europeas y a la Iglesia
católica como medio de propaganda de sus ideas, atacadas y debilitadas por el
movimiento de la Reforma. Así, mientras los monarcas y la nobleza veían en el arte un
medio para expresar su poder, a través de lujosos palacios y ornamentadas
construcciones, la Iglesia utilizaba las obras artísticas para hacer propaganda de la fe
católica y luchar contra el protestantismo. Además, en su vertiente más intelectual, el
barroco también satisfaría los gustos de los nobles y burgueses más cultos, todavía
admirados por los ideales clásicos y las fábulas mitológicas inspiradoras del
renacimiento.

De estas tres fórmulas se siguen dos importantes características del barroco: la


diversidad de la corriente, dadas sus distintas variantes en función del sujeto que
encargara la obra, y su ambigüedad y contradicción, ya que, a pesar de mirar hacia la
modernidad, el barroco no alejaba por completo su vista del renacimiento, sino que se
inspiraba en él y, a menudo, transgredía sus principios.

En cuanto a los rasgos más propiamente estilísticos, el arte barroco se caracterizó por
su estilo desbordado, heterogéneo, desafiante, lleno de dramáticos contrastes de luces
y sombras, por su tendencia al realismo y por su inclinación a probar lo distinto, que
suponía toda una provocación. Al conjugar todos estos rasgos, el barroco se convertía
en todo un elogio de la desmesura, una oda al espíritu, a lo místico y a lo emocional que
chocaba frontalmente con el equilibrio renacentista.
En lo estructural, el artista del barroco se interesó por el dinamismo de las obras, por la
forma de expresar en ellas movimiento. Asimismo, también concedió vital importancia a
la concepción de una obra unitaria, en la que tanto pintura y escultura como arquitectura
quedaran perfectamente integradas.

La riqueza del barroco se refleja en los grandes maestros de este movimiento cultural.
En arquitectura, escultura y pintura, Annibale Carracci, Rembrandt, Gian Lorenzo
Bernini, Francesco Borromini, Pietro de Corona, Caravaggio o Pieter Paul Rubens; en
música, Claudio Monteverdi, Alessandro Scarlatti, Arcanuelo Corelli, Antonio Vivaldi,
François Couperin, Jean-Philippe Rameau, Jean-Baptiste Lully, Johann Sebastian
Bach, Georg Friedrich Haendel y Georg Philipp Telemann; en literatura y poesía,
Giambattista Marino, Daniello Bartoli, Gabriello Chiabrera, Alessandro Tassoni, John
Lyly, John Donne y John Milton.

LATINOAMÉRICA: UN BARROCO PROPIO

El evidente auge social y económico de los principales virreinatos motivó la llegada del
barroco a Latinoamérica en los siglos XVII y XVIII. El ambiente reinante en la América
colonial constituyó un terreno fecundo no solamente para la expresión barroca definida
desde España, sino más aún, para despertar el protagonismo del barroco
latinoamericano.

Sobre las ruinas de los imperios prehispánicos se edificaron las ciudades coloniales. Y
después de más de un siglo de conquista, fue en el período barroco cuando comenzaron
a erigirse las más hermosas y representativas construcciones latinoamericanas. La
teatralidad del citado estilo iba a quedar expresada en iglesias, templos y palacios, que
se convirtieron en el punto de referencia del nuevo espacio urbano. Construidas por
encargo de las élites, las primeras obras arquitectónicas, pictóricas y escultóricas
siguieron los rasgos generales del barroco europeo, aunque poco a poco cada región
alumbró edificaciones con características particulares. La geografía, las zonas sísmicas
y los distintos materiales existentes determinaron la aparición de nuevas técnicas y un
peculiar sentido estilístico.

Cabe mencionar que fue en la llamada América Nuclear –zona en la que estaban
instalados la mayor parte de los pobladores y culturas indígenas–, donde se asentaron
las distintas administraciones virreinales. Por tal motivo, Mesoamérica, la región andina
y el Circuncaribe constituyeron los más importantes territorios coloniales y, por ende, los
que posibilitaron la máxima expresión del barroco latinoamericano. México, Perú y
Guatemala brillaron sobremanera dentro de este escenario; Ecuador, Colombia (Nuevo
Reino de Granada), parte de Bolivia, Chile, Argentina, Costa Rica, Cuba y Panamá, por
su parte, lograron destacadas interpretaciones. Caso aparte es el de Venezuela, que
debido a su reducido número de habitantes, sus escasas minas y su aislamiento
respecto a las grandes expediciones españolas, se incorporó tardíamente a la corriente
barroca.

Al igual que la geografía y la economía determinaron el desarrollo de los grandes


virreinatos, la diversidad étnica imperante en la época fue decisiva para la constitución
del barroco latinoamericano. Indígenas, mulatos, criollos y mestizos trabajaban en
talleres o gremios artesanales, donde se dividían en las categorías profesionales de
oficiales y “aprendices de maestro”. Al mismo tiempo, pensadores, literatos y músicos
comenzaban a encontrar su voz y a ver cómo su búsqueda creativa en pos de una
identidad propia empezaba a dar sus frutos. Todos ellos contribuyeron a dejar a un lado
la fuerte influencia europea para dar paso a un barroco, marcado por la originalidad y la
prolijidad natural, que suponía una genuina expresión enriquecida con el pasado
indígena y el presente americano y una búsqueda de afirmación constante.

El barroco latinoamericano continuamente habitó espacios transgresores. Los


arquitectos y escultores experimentaron con nuevas técnicas, materiales, texturas,
contrastes, planos, colorido e imaginería. Las pinturas se llenaron de ángeles de “color
quebrado” –testimonio de la diversidad étnica–, vestimentas nuevas y variadas, colores
más brillantes, paisajes ideales y ornamentación de pan de oro. La prosa ganó en
complejidad y la poesía se llenó de metáforas; la música recibió influencias ricas y
diversas, origen de corrientes posteriores. Figuras como Juan Tomás Tuyru Tupac (¿?-
1718), sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), Diego Quispe Tito (1611-1681), Melchor
Pérez de Holguín (1665-1724), Juan Correa (1646-1716), Cristóbal de Villalpando (ca.
1645-1714), Miguel Cabrera (1695-1768), Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700)
y Antonio de Salazar (1650-1715) caminaron por un sendero distinto al trazado por
Europa y por el que América transitaría hacia su identidad cultural.

ARQUITECTURA BARROCA

Con ciudades virreinales de primera importancia debido a su ubicación geográfica, sus


recursos mineros y su riqueza natural, México y Perú poseen, con sus particularidades
respectivas, las obras arquitectónicas más representativas y vigorosas del barroco
latinoamericano. Fue en estos países donde los arquitectos experimentaron con los
recursos constructivos y decorativos que otorgaron un seña identidad propia a la
arquitectura del continente. Los muros de paramento liso y las fachadas rematadas con
frontones curvos y truncados con efectos cromáticos debido a sus sillares de gran
colorido son elementos distintivos del barroco latinoamericano. También lo son las
fachadas enmarcadas por dos torres laterales, como las de las catedrales de Oaxaca y
de la ciudad de México, y la de la iglesia de los jesuitas en Cusco, Perú. Piedras como
el tezontle y la chiluca, el trabajo en yeso, el ladrillo, el azulejo, la plata y hasta el maguey
(la pita), se incorporaron de manera natural en las edificaciones.

Dotados de características comunes, los edificios barrocos de América también


desarrollaron algunas particularidades regionales. Así, por ejemplo, la columna
salomónica (con el fuste contorneado en espiral), aparecida por primera vez en México
en el siglo XVII, y el estípite, un pilar en forma de pirámide invertida, se convirtieron en
elementos distintivos del barroco mexicano. Por su parte, los constructores de Perú y
Guatemala desarrollaron la técnica de la quincha, un tejido de cañas atadas con
cordobanes aglutinados en barro utilizado para levantar edificaciones resistentes a los
constantes movimientos sísmicos de la zona.

La catedral de la ciudad de México, que constituyó un paradigma para el continente, es


la obra barroca más grande del mundo. Su construcción se inició en 1572, de acuerdo
con el proyecto de Claudio Arciniega y Juan Miguel Agüero. La edificación consta de
una planta de cruz latina, tres naves y siete capillas y reúne elementos pertenecientes
a diferentes estilos, como el herreriano, el plateresco y el neoclásico. A lo largo de tres
siglos de trabajos, se fueron incorporando magníficas soluciones decorativas y
constructivas de estilo barroco. Digna de destacar es su fachada, imponente y luminosa,
en la que se combinan elementos barrocos y neoclásicos. Mención aparte merecen el
Retablo de los Reyes y el Sagrario Metropolitano. El primero, obra de Jerónimo de
Balbás, introdujo los estípites como nuevo elemento arquitectónico. Estas peculiares
columnas tendrían, más tarde, una fuerte influencia en la arquitectura de la Nueva
España. Además de esta notable innovación artística, también contribuyeron al
magnífico resultado final el trabajo artesanal y la inspiración indígena.

Por su parte, el Sagrario Metropolitano, obra de Lorenzo Rodríguez considerada por los
especialistas como parte fundamental del ultrabarroco mexicano, posee un altar
principal atribuido al escultor Pedro Patiño Ixtolinque.

En Querétaro, tres son las obras arquitectónicas más significativas: la iglesia de Santa
Clara, el convento de Santa Rosa de Viterbo y el templo y convento de San Agustín. La
primera es admirada por sus hermosos retablos tallados, el coro y las puertas de hierro
forjado del púlpito y el vestíbulo; la segunda deslumbra por su coro alto, sus bellísimos
retablos y un púlpito con incrustaciones de plata, y marfil, y la tercera, por su majestuoso
pórtico donde sobresale la escultura de El Señor de la Portada. En Puebla, la utilización
de azulejos de colores, cerámicas vidriadas y excelsos trabajos en yesería distinguieron
a sus construcciones. Ejemplo y obra maestra es la excepcionalmente bella capilla del
Rosario, alguna vez denominada "la octava maravilla". Son ejemplos también notables
la parroquia de Belén y el templo de la Compañía de Jesús, en Guanajuato, así como
la iglesia de Santa Prisca en Taxco, Guerrero, considerada una de las joyas del barroco
hispanoamericano.

En Perú se encuentran notables manifestaciones del barroco latinoamericano. Las


condiciones climáticas del país andino y su región sísmica determinaron las
características de sus edificaciones y materiales. Lima, Cusco y Arequipa constituyeron
los tres grandes centros de esplendor del barroco peruano. La ciudad de Lima es
escenario de imponentes ejemplares arquitectónicos: el Portal del Perdón de la catedral,
el convento de San Francisco, este último caracterizado por elementos que otorgaron
uniformidad de estilo a obras posteriores, y el palacio de Torre de Tagle, con su hermosa
portada, balconadas de madera y patio con dobles arcos mixtilíneos. Cabe mencionar
también el convento de San Agustín, que se construyó con el concepto de nave única,
bóveda de cañón y cúpula en quincha.

La ciudad de Cusco, antigua capital de los incas, está rodeada de bellas construcciones
del barroco colonial. Las fachadas son altas y delgadas, profusamente labradas a modo
de retablo y enmarcadas por elevados y estrechos campanarios. En ellas queda
reflejado el gran aporte de los artífices indígenas, quienes desde el siglo XVI ya
utilizaban materiales autóctonos como el maguey, que sustituyó al cedro. Por su parte,
la catedral de Cusco, erigida entre 1560 y 1664, posee en su interior una de las mayores
muestras de orfebrería barroca de Latinoamérica. En cuanto a la ciudad de Arequipa,
esta desarrolló un estilo muy sui generis del barroco, como demuestra la iglesia de la
Compañía de Jesús, construida sobre una capilla subterránea. El templo tiene una
fachada de piedra perfectamente labrada y su altar mayor es de madera tallada
revestida de pan de oro. Dos capillas acentúan aún más su belleza: la de Lourdes y el
antiguo oratorio de San Ignacio de Loyola.
EDIFICIOS

En la catedral de México, trabajan Claudio Arciniega y Juan Miguel Agüero, donde


trabajó, también, Lorenzo Rodríguez: fachada del Sagrario, y Luis Gómez de Trasmonte:
fachada central. La catedral de México se convertirá en el paradigma de la arquitectura
colonial. Francisco Becerra levantará la catedral de Puebla según este modelo. A
Becerra le debemos los planes de las catedrales de Cuzco, Quito y Lima. Otro de los
grandes arquitectos mexicanos es Francisco Antonio Guerrero y Torres: capilla del
Pocito, en Puebla, que gusta del colorido brillante de los ladrillos vidriados y la cerámica;
además construye numerosas casas señoriales para la burguesía mexicana: palacio de
Jaral de Berrio. Su decoración recuerda los motivos aztecas. En Puebla aparece una
escuela barroca tan activa como poco conocida. De su mano salieron la Capilla del
Rosario (Puebla) y los santuarios de Ocotlán en Tlaxcala, y de San Francisco de
Acatepec, dos magníficos ejemplos del rococó mexicano de autor desconocido.

El barroco en el virreinato del Perú está marcado por el terremoto de Lima de 1746. La
ciudad quedó totalmente destruida y de su reconstrucción surgieron los edificios más
representativos del barroco. Francisco Antonio Guerrero y Torres trabajó, también, en
este virreinato: catedrales de Lima, Cuzco y Quito. También trabaja en Lima el portugués
Constantino de Vasconcellos : convento de San Francisco. Este es el monumento
arquetípico de la arquitectura limeña. José de la Sida: convento de San Agustín. En
Arequipa aparecerá una escuela de fuertes reminiscencias indígenas. Destacan la
iglesia de los jesuitas de Diego Felipe, el convento de Santo Domingo y el convento de
San Agustín. En Colombia destaca Simón Schenherr , un jesuita de origen alemán:
iglesia de los jesuitas de Cartagena de Indias y Popopayán. En Bolivia destaca la
catedral de Potosí. Y en Argentina hay que reseñar a Juan Kraus, jesuita de origen
alemán: iglesia de San Ignacio en Buenos Aires, y Andrés Blanqui: catedral de Córdoba.
Lamentablemente, muchas de las obras americanas, sobre todo si son casas señoriales,
son de autor anónimo; como el palacio de los marqueses de Torre-Tagle.

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