desde el fondo
Indios, gauchos y negros, el otro en la literatura Argentina del siglo XIX
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Introducción
Este artículo discute la relación existente entre Mito
y alteridad. Mi intención es analizar las diferencias
en la percepción del otro durante el proceso de
construcción de la nacionalidad argentina en el
siglo diecinueve, un período turbulento en el que
las principales corrientes del pensamiento nacional
argentino fueron desarrolladas. Intentaré observar
el proceso de construcción de los mitos fundantes
argentinos y su relación con concepciones de
otredad. Siendo estos mitos propios de mi cultura
encuentro esta tarea particularmente difícil. En
este sentido no puedo afirmar como Peter Mason
que los mitos sean narrativas de alteridad en el
sentido que narran representaciones colectivas
que no son nuestras y cuyas causas nos resultan
extrañas (Mason, 1990: 1). En este caso procuraré
narrar críticamente representaciones colectivas
que se encuentran en mi propio habitus o espacio
cultural.
Este trabajo podría situarse dentro de una
Antropología del imaginario en donde ideas de
alteridad se encuentran en directa relación con el
proceso de construcción de mitos fundantes
nacionales. En este contexto las narrativas pueden
ser usadas como una llave para entender las
complejas relaciones establecidas entre el
imaginario y el otro. Definir los márgenes de la
argentinidad implica también diferenciar y separar,
definir también quién no forma parte, en definitiva,
quién es el otro.
Con este propósito voy a utilizar algunos de los
principales trabajos de la literatura argentina del
siglo diecinueve. Si bien mi intención no es la de
construir un texto que sea definido como un
irracionalismo de naturaleza estética, la literatura
es utilizada como uno de los aspectos de la vida
cultural argentina que ilumina esta investigación y
que estará siempre relacionada a circunstancias
políticas, sociales y económicas específicas.
Analizaré el proceso de creación de la literatura
“Gauchesca” y me detendré en particular en los
trabajos de Esteban Echeverría, La Cautiva y El
Matadero; Facundo, Civilización y Barbarie de
Domingo Faustino Sarmiento; Una excursión a los
indios Ranqueles de Lucio V. Mansilla; y Martín
Fierro de José Hernández. Esta selección puede
resultar parcial y heterogénea, ya que contiene
poemas épicos, un cuento, una novela y un ensayo
pero su importancia en la literatura argentina y
Santiago Álvarez
especialmente su influencia en la concepción de
los mitos fundantes argentinos y en su percepción
de lo diverso me hace considerarlos
conjuntamente. Los trabajos privilegiados en este
ensayo han persistido a través del tiempo en un
país que aún no ha resuelto sus preguntas sobre
una identidad nacional.
La opinión y valoración del otro en estos textos
seleccionados, no es uniforme y depende de la
posición del observador y del particular período
político, económico y social en el que fueron
escritos.
El caso argentino expuesto será relacionado y
comparado con trabajos antropológicos que tratan
de entender el proceso de formación de la
identidad nacional y la percepción y definición del
otro. Citaré en particular Imagined Communities de
Benedict Anderson y el trabajo de Bruce Kapferer,
Legends of the people, Myths of the State, La
invención de la Argentina de Shumway, La
invención de la tradición de Hobsbawm y
Deconstructing America, Representations of the
Other de Peter Mason. El trabajo de Todorov sobre
la conquista de América es también tenido en
cuenta si bien esta investigación no abarca la
conquista sino que se centra en el momento en que
la identidad nacional argentina emerge.
Lo que intento estudiar no es solamente la
invención de una particular tradición nacional.
Estoy especialmente interesado en entender por
qué un mito específico es exitoso en un
determinado período y por qué, más adelante
puede ser transformado o reemplazado por otro.
La transformación de las ideas de los argentinos
sobre los otros está relacionada a diferentes
períodos de organización nacional. Tenemos que
tener especial atención al modo en que diferentes
políticas relacionadas con la ocupación del espacio
y la distribución de la tierra afectaron la percepción
y representación de los otros.
La originalidad del caso argentino
Para Benedict Anderson la creación de los nuevos
estados latinoamericanos después de la
independencia presenta características únicas que
ponen en relieve la autonomía del proceso de
construcción de lo que él llama comunidades
imaginadas (Anderson, 1993: 77). La construcción
de mitos nacionales genera la poderosa idea de
que los estados nacionales son la consecuencia de
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un necesario proceso de despertar o renacimiento
de comunidades nacionales que siempre existieron
y siempre existirán. Esta ilusión queda
particularmente al descubierto en la creación de los
estados latinoamericanos en donde dos de los
factores que para Anderson dominaron el
pensamiento europeo acerca de la emergencia del
nacionalismo, un idioma nacional y la participación
política de las masas, no se desarrollaron en los
nuevos estados latinoamericanos. En éstos, cuyas
fronteras coincidían en general con la organización
administrativa colonial, el lenguaje no fue otro que
el de la metrópolis colonial y el poder no fue, en lo
posible, dividido ya que las élites criollas
percibieron a la participación de las masas con
pavor (Anderson, 1977: 78).
Trataré de describir la originalidad del proceso
argentino de producción de comunidades
imaginarias y sus similitudes y diferencias con el
resto de Latinoamérica.
Al final del dominio español en América, la
sociedad hispanoamericana, básicamente
mestiza, estaba organizada jerárquicamente. El
poder metropolitano consideraba a la conversión y
a la hispanización de los indígenas un
pre-requisito para su incorporación subordinada a
los estratos más bajos de la sociedad colonial.
Como dice Shumway,
Esta mezcla de culturas fue alentada por los
misioneros católicos, que, más que empeñarse en
destruir la religión indígena, trataron de
transformarla asignando sentidos cristianos a
símbolos y celebraciones tradicionales (Shumway
1991: 20).
Este proceso es análogo al descripto por Benedict
Anderson como proceso de absorción en lo que él
llama “la comunidad religiosa”:
Los mandarines chinos contemplaban con
aprobación a los bárbaros que laboriosamente
aprendían a pintar ideogramas del Reino medio.
Estos bárbaros estaban siempre a medio camino
de la integración total. El civilizado a medias es
mucho mejor que el bárbaro. Tal actitud no era
ciertamente peculiar de los chinos ni se confina a la
Antigüedad. Considérese, por ejemplo, la siguiente
“política sobre los bárbaros”, formulada por Fermín
Pedro Vargas, liberal colombiano de principios del
siglo xix: Para expandir nuestra agricultura habría
necesidad de hispanizar a nuestros indios. Su
ociosidad, estupidez e indiferencia hacia los
esfuerzos humanos normales nos llevan a pensar
que provienen de una raza degenerada que se
deteriora en proporción a la distancia de su origen
(...) sería muy conveniente que se extinguieran los
indios, mezclándolos con los blancos,
declarándolos libres de tributo y otros cargos, y
otorgándoles la propiedad privada de la tierra”.
(Anderson, 1993: 31-32).
Asimilación o exterminio aparecen como
alternativas antagónicas sólo a mediados del siglo
xix. En este sentido Benedict Anderson compara la
propuesta de Pedro Fermín Vargas, un político
liberal colombiano asimilacionista, de extinguir a
los indígenas a través de su impregnación con
semen civilizado blanco con el exterminio a través
de armas de fuego realizado, al poco tiempo, por
Brasil, Argentina y los Estados Unidos de América.
¿Qué fue lo que produjo este cambio de política en
el caso argentino?
El proceso de hispanización y conversión de las
poblaciones indígenas fue típico de la colonización
española y prevaleció en la Argentina hasta la
mitad del siglo diecinueve. La consecuencia de
esta política fue el mestizaje entre españoles,
indios y negros. “Blanco y europeo se volvieron
términos relativos, más adecuados para mantener
el poder y conservar los secretos de la familia que
para describir un legado genético real” (Shumway,
1991: 21.) Todavía en 1853, un artículo
constitucional que perduró hasta nuestros días,
otorgaba al congreso nacional el deber de
“convertir a los indios a la religión católica”. El
cambio de la política argentina sobre indígenas,
gauchos y negros está directamente relacionado
con cambios en factores económicos y culturales.
La creación de Argentina como un estado nación
es un caso original en el desarrollo de los estados
latinoamericanos que siguieron al fin del dominio
español a comienzos del siglo xix. En ningún otro
país de la región el proceso de modernización fue
tan extremo. Las tensiones entre la sociedad
tradicional y la sociedad moderna se expresaron
en cambios y diferencias en el discurso
hegemónico de la élite Argentina en relación con
los otros.
Observaremos en la Argentina dos corrientes
ideológicas antagónicas: una corriente que
llamaremos “liberal”, liderada por la élite comercial
de Buenos Aires, dedicada a diferenciarse de
España y del resto de América Latina acentuando
sus relaciones con Europa y con el resto del
mundo; del lado opuesto, una corriente
“nacionalista”que defiende la tradición colonial
hispanoamericana. Las dos corrientes expresan
ideas, en algunos casos, ideas diferentes con
respecto a los otros. Para los nacionalistas el
gaucho llegará a convertirse en el “repositorio de
auténticos valores argentinos” en cambio los
liberales los percibirán como masas bárbaras
fácilmente manipuladas por demagogos.
Benedict Anderson estaba perplejo por el abismo
existente entre “la modernidad objetiva de las
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naciones” a ojos del historiador y su subjetiva
antigüedad a los ojos de los nacionalistas
(Anderson, 1993: 22). Paradójicamente en la
construcción liberal de la nación argentina se
acentúa la modernidad del país. Para los liberales,
su creación es percibida como una creación ex
nihilo poniendo las esperanzas en las ilimitadas
posibilidades de una nueva nación. Su comunidad
imaginada era la de un nuevo país relacionado con
Europa y que negaba su pasado inmediato.
Un acelerado proceso de modernización fue
designado por la élite intelectual argentina a partir
de los años treinta, proyecto que,
esquemáticamente, es ensayado y puesto
parcialmente en práctica después del fin de las
guerras civiles a mediados del siglo diecinueve. En
los trabajos de Sarmiento y Echeverría, dos de los
máximos exponentes de la generación del 37,
encontraremos un profundo rechazo de la cultura
tradicional considerada como una rémora colonial,
como parte del espíritu americano que debía ser
exorcizado.
Traidores a la causa americana! Cierto!, dicen
todos; Traidores esta es la palabra. Cierto!
Decimos nosotros, traidores a la causa americana,
española absolutista, bárbara! No habéis oído la
palabra salvaje que anda revoloteando nuestras
cabezas? De eso se trata de ser o no ser salvaje
(Sarmiento, 1978:58.)
Europa, especialmente Francia y Gran Bretaña,
como también los Estados Unidos de América se
constituyeron, para esta corriente de opinión en los
ejemplos supremos de civilización. La herencia
española, en cambio, era asociada con la barbarie.
España, esa rezagada a la Europa, que, echada
entre el mediterráneo y el Océano, entre la Edad
Media y el siglo xix, unida a la Europa culta por un
ancho istmo y separada del África por un angosto
estrecho, está balanceándose entre dos fuerzas
opuestas, ya levantándose en la balanza de los
pueblos libres, ya cayendo en la de los
despotizados; ya impía, ya fanática; ora
constitucionalista declarada, ora despótica
imprudente; maldiciendo sus cadenas rotas a
veces, ya cruzando los brazos, y pidiendo a gritos
que le impongan el yugo, que parece ser su
condición y su modo de existir (Sarmiento, 1978:
58.)
En la Argentina ideal con la que estos autores
sueñan, la población debería estar compuesta por
industriosos europeos del norte; sus escritos
desprecian no solamente a los indígenas, también
a los gauchos, como salvajes. El proceso de
modernización propuesto implicaba la destrucción
de la cultura gaucha y la desaparición del gaucho
como factor social de relevancia.
La llegada de masas de inmigrantes europeos, el
genocidio de la población indígena y la ocupación
de la tierra desierta nos haría pensar que este
proceso es similar al de los Estados Unidos de
América, cuando posee, en realidad, importantes
diferencias.
De hecho, los Estados Unidos de América fueron
creados sustentados en el mito de sus padres
fundadores. Su ética puritana y sus principios
democráticos adaptados y recreados por los recién
llegados componen la esencia del sueño
americano. Los pioneros anglo sajones y
protestantes no se mezclaron con la población
indígena ni intentaron incorporarla a su sociedad.
Si comparamos por un momento un templo
protestante con su comunidad de iguales,
adorando a Dios sin tolerar cultos supersticiosos,
con una iglesia católica colonial en la que
diferentes maneras de adorar (particularmente en
el culto a los santos) eran combinadas en un orden
jerárquico podemos comprender las dificultades de
la cultura protestante en incorporar grandes masas
de creyentes irracionales. El descripto proceso de
conversión y asimilación de los aborígenes, típico
de la colonización hispana, no sucedió en los
Estados Unidos de América. En el país del norte
una sociedad igualitaria pero homogéneamente
blanca se desarrolló separada del mundo indígena.
La población Argentina estuvo, en sus comienzos,
compuesta de una mezcla entre españoles,
indígenas y negros. Durante su proceso de
modernización, en cambio, se trató de construir
una realidad diferente. La corriente liberal
argentina intenta recrear los modelos europeos y
americanos pero en vez de afirmar su propia
identidad la niega. El sueño argentino significó, al
menos para esta corriente de pensamiento, un
rechazo de sí.
Curiosamente, el origen de algunos mitos
fundantes nacionalistas es también diferente del
resto de América Latina. El nacionalismo moderno
argentino tratará, a comienzos del siglo xx de
reapreciar la herencia hispánica, en un momento
en que en muchos países latinoamericanos surgía
como movimiento político, artístico, y cultural el
indigenismo. Méjico es en esto un ejemplo
paradigmático. En Méjico el nuevo estado
poscolonial está pensado, especialmente a partir
de la revolución mejicana, como una continuidad
con las civilizaciones precolombinas. En este
sentido, Méjico se relaciona directamente con el
Imperio Azteca mientras que el dominio hispánico
es percibido como una ocupación extranjera, como
un período en que la continuidad fue rota a pesar
de que el Méjico moderno, sus instituciones, su
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organización y sus fronteras heredadas estén
directamente relacionadas con este período.
El indigenismo, una ideología que emerge con
éxito al comienzo del siglo xx no tuvo
prácticamente importancia alguna en la “blanca”
Argentina en la que nacionalismo e identidad
nacional fueron construidos recreando idílicamente
su pasado colonial.
Para fines del siglo xix el gaucho de ser
considerado la encarnación del bárbaro por la elite
intelectual argentina (Sarmiento solía compararlos
con los tártaros, los beduinos y otros nómades) se
transformó en un mítico símbolo nacional. En 1861
Sarmiento escribe a Mitre, entonces presidente de
la Argentina: No trate de economizar sangre de
gaucho, es un fertilizante útil para nuestro campo,
la sangre es lo único que poseen de seres
humanos (Sarmiento, 1978.) En cambio, para fines
del siglo, gaucho pasó a ser una palabra positiva.
El cambio en la percepción del gaucho está
directamente relacionado con la llegada masiva de
inmigrantes y con su posterior irrupción en la vida
política nacional. De hecho el nacionalismo
argentino nace con un componente fuertemente
elitista y anti-inmigrante y se transformará en
popular solamente a mediados de siglo. La
necesidad de acentuar las diferencias entre los
descendientes de las familias tradicionales y los
recién llegados llevó a la búsqueda de figuras
nacionales estrechamente relacionadas con la
tierra.
El problema en la literatura argentina
Liberales y nacionalistas se enfrentaron en el
campo de la literatura. Los liberales, en cuanto
representantes de la elite porteña fueron más
prolíficos en su contribución literaria. En todo caso,
desde la independencia, la literatura se transformó
en uno de los principales campos de batalla
cultural.
Bartolomé Hidalgo es generalmente reconocido
como el creador de la literatura gauchesca. Como
miembro del partido federal luchó junto a Artigas en
la Banda Oriental tanto en las guerras de
independencia contra España como en los
combates contra los portugueses y los porteños.
Aunque los escritos de Hidalgo son los primeros
que consideran al gaucho una figura finalmente
positiva (como sabemos gaucho significaba
originalmente vagabundo, delincuente o desertor)
la literatura gauchesca es un género que hace la
parodia del gaucho, expresando sus
peculiaridades idiomáticas para diversión de las
clases privilegiadas. Tal vez el máximo exponente
de esta literatura sea el Fausto Criollo de
Estanislao del Campo en donde un gaucho trata de
explicarle a otro la ópera Fausto que acababa de
ver.
Esteban Echeverría y Sarmiento forman parte de la
generación del 37, un grupo de jóvenes
intelectuales que intentaron discutir un programa
para hacer de Argentina una nación moderna.
Habiendo discutido las dificultades de la Argentina
en su proceso de organización definieron tres
principales causas de su fracaso: la naturaleza, la
herencia española, y la mezcla de sangres.
Esteban Echeverría, el primer romántico
Esteban Echeverría nació en Buenos Aires en
1805, desde 1826 hasta 1830 vivió en París donde
recibió una notable influencia del movimiento
romántico, entonces en su apogeo. Analizaré dos
de sus trabajos, la Cautiva y El Matadero. La
Cautiva fue escrito en 1837 con la intención
deliberada de expresar la realidad nacional
(naturaleza, paisaje, hombre) en un poema épico.
El poema narra la historia de Brian, un líder de
blancos americanos luchando contra los indios y
de su amor por María capturada por los
aborígenes.
Para él, el desierto es la clave para entender la
realidad argentina. Es necesario poner al hombre
en el particular contexto nacional en donde debe
vencer la naturaleza. Su realismo se encuentra, sin
embargo, obscurecido por su profundo
etnocentrismo. Posee un interés por la
problemática nacional pero sus personajes son
europeos en un paisaje extranjero. Divide al mundo
en civilización y barbarie, no existen para él
términos medios, ambigüedades o cruzamientos
en esta clasificación. El gaucho, el mestizo,
pareciera no existir en este poema idealista y
estilizado (en cambio se referirá a las clases bajas
argentinas, aunque urbanas, en El Matadero.)
Echeverría circunscribe los indios a la naturaleza.
El indígena es una fuerza negativa de la naturaleza
(Calibán?). Por ejemplo, el malón es descripto
como un huracán o un terremoto. María y Brian, por
el contrario, son emblemas de lo bueno, y víctimas
de una alianza entre las fuerzas del mal asociadas
a las fuerzas de la naturaleza.
Podemos ver, por ejemplo, su descripción de los
indios en El Festín, capítulo segundo,
Las hogueras entretanto
En la oscuridad flamean,
Y a los pintados semblantes
Y a las largas cabelleras
De aquellos indios beodos,
Da su vislumbre siniestra
Colorido tan extraño,
Traza tan horrible y fea,
Que parecen del abismo
Precita, inmunda ralea,
Entregada al torpe gozo
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De la sabática fiesta (Echeverría, 1978: 10.)
Y más abajo:
El indeleble recuerdo
De las pasadas ofensas
se aviva en su ánimo entonces,
y atizando su fiereza
al rencor adormecido
y a la venganza subleva:
en su mano los cuchillos
a la luz de las hogueras,
llevando muerte relucen;
se ultrajan, riñen, vocean,
como animales feroces
se despedazan y bregan.
Y asombradas las cautivas,
la carnicería horrenda
miran y a Dios en silencio
humildes preces elevan (Echeverría, 1978: 13.)
En cambio, el capítulo en que describe la venganza
practicada por el hombre blanco es particularmente
revelador. Pareciera que las mismas acciones
cuando son cometidas por los europeos se
transforman en justo castigo,
Horrible, horrible matanza
hizo el cristiano aquel día;
ni hembra, ni varón, ni cría
de aquella tribu quedó.
La inexorable venganza
siguió el paso a la perfidia,
y en no cara y breve lidia
su cerviz al hierro dio.
Vióse la hierba teñida
de sangre hedionda, y sembrado
de cadáveres el prado
donde resonó el festín.
y del sueño de la vida
al de la muerte pasaron
los que poco antes holgaron,
sin temer aciago fin (Echeverría, 1978: 27.)
Como vemos, el indio es siempre descripto de
modo negativo. En el poema es utilizado para
enfatizar las virtudes de sus personajes
principales. La única cualidad que Echeverría
encuentra en ellos es el coraje, pero, esta es
evidentemente una cualidad directamente
asociada en el poema con la naturaleza. Nunca se
pregunta por las motivaciones del accionar
indígena, por su conflicto con la civilización. El
mero instinto, su naturaleza salvaje, parecieran
ser para Echeverría el origen de las acciones de los
indios.
El Matadero, escrito en 1840, es considerado el
primer cuento argentino. Describe de una manera
cruel e irónica al sub-proletariado de Buenos Aires
durante la dictadura de Rosas. La acción del
cuento transcurre en el matadero, lugar de
encuentro entre el campo y la ciudad. Las
personas que allí trabajan viven en una cultura de
sangre y crueldad. La matanza de animales está
relacionada en el texto con la matanza de
enemigos políticos. Existen dos sociedades
antagónicas: la sociedad culta y urbana de Buenos
Aires y los semi salvajes proletarios y lumpen
proletarios, civilización y barbarie. Las diferencias
políticas son representadas como una excusa que
permite a la turba expresar su odio y resentimiento
a la civilización. Los sombríos personajes del
matadero son fanáticos federales que persiguen a
un joven unitario sólo porque está vestido de un
modo europeo y porque lleva una barba a la moda
del partido unitario. Luego de su captura será
asesinado de un modo análogo al sacrificio de
animales.
La atmósfera es narrada con intenso realismo y
brutalidad. Echeverría describe detalladamente el
matadero, las mujeres negras que, como buitres,
luchan contra niños y perros por las vísceras de los
animales muertos, la excitación de los carniceros
ante la sangre. Hombres y animales se confunden.
En una escena particularmente horrible un toro se
escapa y mata a un niño, luego de un minuto de
conmoción todo el mundo parece olvidarse y
vuelve a sus quehaceres como si nada hubiese
ocurrido. La turba expresa su odio y resentimiento
ante un inglés acosándolo violentamente.
Finalmente, los matarifes persiguen y matan a un
presunto disidente.
Como romántico Echeverría repite el esquema de
La Cautiva, la maniquea lucha entre el bien y el
mal. El autor pone en boca del joven unitario lo que
él querría decir a Rosas y a su tiranía y acentúa la
distancia entre el lenguaje de este personaje y las
expresiones vulgares de sus asesinos. El crudo
realismo de la descripción se ve obscurecido por la
visión política y de clase del autor. No muestra
simpatía alguna por las masas de negros, mulatos
y mestizos que describe, por el contrario acentúa
su degradación y brutalidad como instrumentos de
la opresión rosista. El texto de Echeverría también
documenta la hostilidad que las cultivadas clases
altas porteñas expresaban por las masas, principal
sustento político de la tiranía de Rosas. El autor es
particularmente cruel con negros y mulatos tal vez
porque eran acusados en esos tiempos de
conformar una red de espías e informantes al
servicio del Restaurador. Es interesante la opinión
de Shumway sobre estas ideas de exclusión en la
generación del 37, ...en algún nivel la generación
del 37 estaba levantando un marco ideológico”a
priori” para un sistema político que excluiría,
perseguiría, desposeería y a menudo mataría a los
“racialmente inferiores”: gauchos, indios y mestizos
(Shumway, 1993: 164.)
Esto fue exactamente lo que sucedió luego,
especialmente a partir de que estos intelectuales,
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como Sarmiento, accedieran o influyeran en el
poder. La conquista del desierto que barrió la tierra
de indios, la conscripción forzada de la población
gaucha y la constitución de un sistema electoral
restrictivo que mantuvo a las clases sociales más
bajas fuera de la política, fueron consecuencia de
la aplicación de esta ideología.
Domingo Sarmiento, civilización y barbarie
Sarmiento además de ser uno de los principales
intelectuales argentinos fue el de la más exitosa
carrera política de su generación. Literalmente
creó el sistema educativo argentino, fundando
miles de escuelas y importando maestras de los
Estados Unidos de América. Fue embajador,
ministro de educación y presidente de la república
Argentina en el período que va desde 1868 hasta
1874.
Facundo, su obra principal es, sin duda, un libro
particularmente complejo. Escrito en 1850 como
una respuesta inmediata a la situación política
Argentina de esos tiempos, combina
observaciones sociales y culturales que pretenden
ser una lectura científica de la realidad, con un
apasionado ataque a la tiranía rosista. La obra va
en cierto sentido en contra del plan del creador y va
tomando forma mientras es escrita.
Como Echeverría, Sarmiento es un romántico que
acentúa la necesidad de la nacionalización de su
producción literaria. Su nacionalismo, como el de
gran parte de su generación, se expresa, de hecho,
en una ruptura con la tradición, con la pesada
carga del pasado colonial. Acentúa esta ruptura
como un paso necesario en la afirmación de una
nueva sociedad en donde la autonomía individual
sería posible.
Sarmiento poseía una idea evolucionista de la
historia en donde el progreso era considerado
necesario. Su adscripción al romanticismo era
relativa, en él las ideas románticas estaban
combinadas con las ideas del iluminismo y con las
del positivismo. Su concepción de la historia
implicaba la realización de un plan providencial de
progreso, civilización y libertad.
Para Sarmiento el ambiente natural genera los
modos de vida, las concepciones y las actitudes,
todas presentes en las razas y que determinan al
individuo en el plano cultural. Trata de reflexionar
sobre las características sociales y culturales de la
Argentina. La desolación y la extensión de las
pampas las hace comparar con las grandes
llanuras asiáticas y sus desiertos. Este paisaje
condiciona el barbarismo de los paisanos
argentinos.
Sarmiento juega constantemente con oposiciones
y contradicciones antitéticas. Este juego es central
en Facundo: Libertad-despotismo;
civilización-barbarie; ciudades-campo;
Europa-América; Francia, Inglaterra-España;
Buenos Aires (Europea, revolucionaria)-Córdoba
(tradicional, conservadora); Constitución-anarquía;
Unitarios-Federales; ejército organizado-caóticas
montoneras.
En Facundo Sarmiento trata de encontrar en
Facundo Quiroga el arquetipo de la figura nacional
del caudillo producto de las condiciones argentinas
y representante de la barbarie:
Facundo Quiroga, empero, es el tipo más ingenuo
del carácter de la guerra civil de la República
Argentina; es la figura más americana que la
revolución presenta. Facundo Quiroga enlaza y
eslabona todos los elementos de desorden que
hasta antes de su aparición estaban agitándose
aisladamente en cada provincia; él hace de la
guerra local, la guerra nacional, argentina, y
presenta triunfante, al fin de diez años de trabajos,
de devastaciones, y de combates, el resultado del
que sólo supo aprovecharse el que lo asesinó
(Sarmiento, 1978: 61.)
Sarmiento analiza buscando una explicación a los
males argentinos la población compuesta por una
mezcla de españoles, indios y negros:
Por lo demás, de la fusión de estas tres familias ha
resultado un todo homogéneo, que se distingue por
su amor a la ociosidad e incapacidad industrial,
cuando la educación y las exigencias de una
posición social no vienen a ponerle espuela y
sacarla de su paso habitual. Mucho debe haber
contribuido a producir este resultado desgraciado,
la incorporación de indígenas que hizo la
colonización. Las razas americanas viven en la
ociosidad, y se muestran incapaces, aún por medio
de la compulsión, para dedicarse a un trabajo duro
y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros
en América, que tan fatales resultados ha
producido. Pero no se ha mostrado mejor dotada
de acción la raza española, cuando se ha visto en
los desiertos americanos abandonada a sus
propios instintos (Sarmiento, 1978: 75-76.)
Las ciudades, como ya hemos visto, son los
lugares en donde germina la civilización europea;
el campo, por el contrario, es un espacio salvaje en
donde la naturaleza domina:
La ciudad es el centro de la civilización argentina,
española, europea; allí están los talleres de las
artes, las tiendas del comercio, las escuelas y los
colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en
fin, a los pueblos cultos.
...El desierto las circunda a más o menos distancia:
las cerca, las oprime; la naturaleza salvaje las
reduce a unos estrechos oasis de civilización
enclavados en un llano inculto, de centenares de
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millas cuadradas, apenas interrumpido por una que
otra villa de consideración. Buenos Aires y
Córdoba son las que mayor número de villas han
podido echar sobre la campaña, como tantos otros
focos de civilización y de intereses municipales; ya
esto es un hecho notable.
El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive
de la vida civilizada, tal como la conocemos en
todas partes: allí están las leyes, las ideas de
progreso, los medios de instrucción, alguna
organización municipal, el gobierno regular, etc.
Saliendo del recinto de la ciudad, todo cambia de
aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que
llamaré americano, por ser común a todos los
pueblos; sus hábitos de vida son diversos; sus
necesidades, peculiares y limitadas; parecen dos
sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de
otro. Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos
de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con
desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido
del ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo
europeo puede presentarse impunemente en la
campaña. Todo lo que hay de civilizado en la
ciudad, está bloqueado allí, proscrito afuera, y el
que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y
montado en silla inglesa, atraería sobre sí las
burlas y las agresiones brutales de los campesinos
(recordemos el Matadero de Echeverría en donde
aparece la misma idea) (Sarmiento, 1978: 77-78.)
El hecho de que el negro, en el caso Argentino,
viva principalmente en las ciudades, lo convierte,
para Sarmiento, en un aliado potencial para la
civilización. Incluso teniendo en cuenta que su
percepción del negro es bastante ambigua
podemos decir que es claramente menos hostil
que su percepción del indígena y del gaucho.
La raza negra casi extinta ya-excepto en Buenos
Aires- ha dejado sus zambos y mulatos, habitantes
de las ciudades, eslabón que liga al hombre
civilizado con el palurdo; raza inclinada a la
civilización, dotada de talento y de los más bellos
instintos de progreso (Sarmiento, 1978: 75.)
Si la ciudad convierte a los negros y mulatos en
aliados el desierto, en cambio, produce barbarie:
Las privaciones indispensables justifican la pereza
natural, y la frugalidad en los goces trae,
enseguida, todas las exterioridades de la barbarie.
La sociedad ha desaparecido completamente;
queda sólo la familia feudal, aislada,
reconcentrada; y, no habiendo sociedad, reunida,
toda clase de gobierno se hace imposible: la
municipalidad no existe, la policía no puede
ejercerse y la justicia civil no tiene medios de
alcanzar a los delincuentes (Sarmiento, 1978: 26.)
El gaucho, como habitante de estas desoladas
praderas vive en un estado semisalvaje:
Es preciso ver a estos españoles, por el idioma
únicamente y por las confusas nociones religiosas
que conservan, para saber apreciar los caracteres
indómitos y altivos, que nacen de esta lucha del
hombre aislado, con la naturaleza salvaje, del
racional, con el bruto; es preciso ver estas caras
cerradas de barba, estos semblantes graves y
serios, como los de los bárbaros asiáticos, para
juzgar del compasivo desdén que les inspira la
vista del hombre sedentario de las ciudades, que
puede haber leído muchos libros pero que no sabe
aterrar un toro bravío y darle muerte; que no sabrá
proveerse de caballo a campo abierto, a pie y sin
auxilio de nadie; que nunca ha parado un tigre y
recibíolo con el puñal en una mano y el poncho
envuelto en la otra, para meterle en la boca,
mientras le traspasa el corazón y lo deja tendido a
sus pies (Sarmiento, 1978: 83.)
Sarmiento describe con minuciosidad algunos
tipos de gaucho que van a tener enorme
importancia en la posterior configuración del
gaucho como símbolo nacional. Estos son: El
rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el
cantor. Todos ellos van a estar presentes en el
poema épico de Hernández. En el Martín Fierro, la
figura del gaucho malo será particularmente
importante.
La justicia lo persigue desde muchos años; su
nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero
sin odio y casi con respeto. Es un personaje
misterioso: mora en la pampa, son su albergue los
cardales, vive de perdices y de mulitas; si alguna
vez quiere regalarse con una lengua, enlaza una
vaca, la voltea solo, la mata, saca su bocado
predilecto y abandona lo demás a las aves
mortecinas.
Este hombre divorciado con la sociedad, proscrito
por las leyes; este salvaje de color blanco, no es,
en el fondo, un ser más depravado que los que
habitan las poblaciones. El osado prófugo que
acomete una partida entera es inofensivo para con
los viajeros. El gaucho malo no es un bandido, no
es un salteador; el ataque a la vida no entra en su
idea, como el robo no entraba en la idea del
Churriador: roba, es cierto; pero esta es su
profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos
(Sarmiento, 1978: 97.)
Facundo es el gaucho malo que deviene caudillo,
líder de sus temidas hordas. El poema de Martín
Fierro va a representar a este gaucho malo de un
modo más positivo, sus desgracias van ha ser
conectadas con las circunstancias políticas del
país.
Para Sarmiento la contradicción fundamental de la
Argentina es entre civilización y barbarie;
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 desde el fondo
Había, antes de 1810, en la República Argentina,
dos sociedades distintas, rivales e incompatibles,
dos civilizaciones diversas: la una, española,
europea, culta, y la otra, bárbara, americana, casi
indígena; y la revolución de las ciudades sólo iba a
servir de causa, de móvil, para que estas dos
maneras de ser de un pueblo, se pusieran en
presencia una de otra, se acometiesen y, después
de largos años de lucha, la una absorbiese a la otra
(Sarmiento, 1978: 109.)
El gaucho era, en ese entonces, un adversario
formidable:
Las hordas beduinas que hoy importunan con su
algazara y depredaciones las fronteras de la
Argelia dan una idea exacta de la montonera
argentina, de que se han servido hombres sagaces
o malvados insignes. La misma lucha de
civilización y barbarie de la ciudad y el desierto
existe hoy en África; los mismos personajes, el
mismo espíritu, la misma estrategia indisciplinada,
entre la horda y la montonera. Masas inmensas de
jinetes que vagan por el desierto, ofreciendo el
combate a las fuerzas disciplinadas de las
ciudades, si se sienten superiores en fuerza,
disipándose como las nubes de cosacos, en todas
direcciones, si el combate es igual siquiera, para
reunirse de nuevo, caer de improviso sobre los que
duermen, arrebatarles los caballos, matar los
rezagados y las partidas avanzadas; presentes
siempre, intangibles por su falta de cohesión,
débiles en el combate, pero fuertes e invencibles
en una larga campaña, en que al fin, la fuerza
organizada, el ejército, sucumbe diezmado por los
encuentros parciales, las sorpresas, la fatiga, la
extenuación (Sarmiento, 1978: 114.)
Pero los ataques de Sarmiento a la sociedad
tradicional no están solamente dirigidos al campo y
asociados meramente con las fuerzas de la
naturaleza, necesita rechazar el centro del saber y
la cultura colonial. La antítesis planteada ente
Buenos Aires y Córdoba, las dos ciudades rivales
argentinas, es iluminador en este respecto. En
Buenos Aires:
La actividad del comercio había traído el espíritu y
las ideas generales de Europa; los buques que
frecuentaban sus aguas traían libros de todas
partes y noticia de todos los acontecimientos
políticos del mundo. Nótese que la España no tenía
otra ciudad comerciante en el Atlántico (Sarmiento,
1978: 161.)
El contacto con los europeos de todas las naciones
es mayor aun desde los principios que en ninguna
parte del continente hispanoamericano: la
“desespañolización” y la “europificación” se
efectúan en diez años de un modo radical, sólo en
Buenos Aires, se entiende (Sarmiento, 1978: 162.)
Córdoba era el centro del viejo orden y saber, su
universidad, fundada en 1613 por los jesuitas, es
para el un ejemplo de oscurantismo medieval.
Llama a Córdoba, la catacumba española, la
Pompeya de la Edad Media española. Córdoba es
la capital conservadora de la reacción. Si todos los
movimientos revolucionarios comenzaron en
Buenos Aires todos los movimientos contra
revolucionarios tenían en Córdoba a su centro.
Para Sarmiento el reemplazo del ancienne régime
debe producir, inexorablemente, la llegada de
miles de inmigrantes para ocupar la tierra desierta.
El futuro de la barbarie es inexorable, y supone la
eliminación de cualquier obstáculo que interfiera
con la marcha de este proyecto. El gaucho y el
indígena van a ser derrotados por la civilización,
esa es la ley de la historia.
Hemos de abandonar un suelo de los más
privilegiados de la América a las devastaciones de
la barbarie, mantener cien ríos navegables,
abandonados a las aves acuáticas que están en
quieta posesión de surcarlos ellas solas desde ab
initio?
Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a la
inmigración europea que llama con golpes
repetidos para poblar nuestros desiertos, y
hacernos, a la sombra de nuestro pabellón, pueblo
innumerable como las arenas del mar (Sarmiento.
1978: 58-59.)
Lucio V. Mansilla, una visión original
Lucio V. Mansilla es tal vez el personaje más
original de la Argentina del siglo diecinueve. Forma
parte de una nueva generación de escritores y
políticos, la generación de los ochenta, nacidos
alrededor de veinte años antes de la derrota de
Rosas en Caseros, llegan a la madurez en el
período de transición en el que el nuevo orden
reemplaza a la nueva Argentina. Por un lado
contribuyeron a formar un nuevo orden, por el otro
tuvieron una visión melancólica del pasado.
Mansilla era el sobrino de Rosas, su padre, el
general Mansilla, fue el encargado de rendir
Buenos Aires a Urquiza después de Caseros y
partir con su familia al exilio.
Lucio pasó tres años en Francia y volvió a la
Argentina en 1856 donde comenzó a trabajar como
periodista y político en Buenos Aires y Paraná,
transitoria capital de la Argentina.
En 1861 ingresa al ejército como capitán, en 1865
Argentina, junto a Brasil y Uruguay entran en
guerra contra Paraguay. Mansilla participó en la
guerra como soldado, como periodista y como
político. Su parentesco con Rosas, su educación
europea y su extremo dandysmo y individualismo
lo hicieron tener una visión especialmente peculiar
de la realidad. Alternó los salones parisinos (Proust
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 desde el fondo
hace referencia a él en La búsqueda del tiempo
perdido) con las tolderías indígenas. Se
encontraba al centro de la vida social, pero su
pasado familiar y sus excesos le negaron la
posibilidad de alcanzar posiciones de real poder en
la política.
Escribe Una excursión a los indios Ranqueles
cuando, en 1871, como Coronel, Mansilla queda a
cargo de la frontera con los indígenas en la
provincia de Córdoba. El libro describe su
expedición a Leubucó, el campamento principal de
los indios Ranqueles, para establecer un tratado de
paz entre ellos y el gobierno argentino. Mansilla
observa a los indígenas en su propio territorio
describiendo sus costumbres y tratando, aún con
las limitaciones de su cultura y clase, de
entenderlos. De todos los trabajos de la literatura
argentina del siglo diecinueve es tal vez el único en
que los aborígenes no son demonizados.
Mansilla trata continuamente de demostrar que las
políticas de los indígenas, sus costumbres y su
cultura no difieren mayormente de las del hombre
civilizado. Justifica muchas acciones indígenas
como el producto de la opresión que los blancos
ejercen sobre ellos.
Y que es lo que han hecho estos, qué han hecho
los gobiernos, qué ha hecho la civilización en bien
de una raza desheredada, que roba, mata y
destruye, forzada a ello por la dura ley de la
necesidad?
Qué ha hecho?
Oigamos discurrir a los bárbaros.
Conversando un día con Mariano Rosas, yo hablé
así:
-Hermano, los cristianos han hecho hasta ahora lo
que han podido, y harán en adelante cuanto
puedan, por los indios.
Su contestación fue con visible expresión de ironía:
-Hermano, cuando los cristianos han podido nos
han muerto; y si mañana pueden matarnos a todos
nos matarán. Nos han enseñado a usar ponchos
finos, a tomar mate, a fumar, a comer azúcar, a
beber vino, a usar bota fuerte. Pero no nos han
enseñado ni ha trabajar ni nos han hecho conocer
a su Dios. Y entonces hermano, qué servicio les
debemos? (Mansilla, 1950: 393.)
Mansilla es, además, uno de los últimos en pensar
que indígenas y europeos puedan convivir, que
hay suficiente espacio para los dos. Todavía
pensaba posible la absorción y conversión de los
indios a través de pactos y acuerdos entre el
gobierno nacional y las distintas tribus. Algunos de
sus pensamientos, a pesar de tener rasgos
paternalistas y pecar, tal vez, de algo ingenuos,
están mucho más cercanos a un moderno
relativismo cultural:
Si hay algo imposible de determinar, es el grado de
civilización a que llegará cada raza; y si hay alguna
teoría calculada para justificar el despotismo, es la
teoría de la fatalidad histórica.
Las calamidades que afligen a la humanidad,
nacen de los odios de razas, de las
preocupaciones inveteradas, de la falta de
benevolencia y de amor.
Por eso el medio más eficaz de extinguir la
antipatía que suele observarse entre ciertas razas
en los países donde los privilegios han creado dos
clases sociales, una de opresores y otra de
oprimidos, es la justicia.
Pero esta palabra seguirá siendo un nombre vano,
mientras al lado de la declaración de que todos los
hombres son iguales, se produzca el hecho
irritante, de que los mismos servicios y las mismas
virtudes no merecen las mismas recompensas,
que los mismos vicios y los mismos delitos no son
igualmente castigados (Mansilla, 1950: 395.)
El cinco de Febrero Mansilla comunica al Ministro
de Guerra que los Ranqueles han aprobado el
tratado. Mansilla, por razones políticas debe
abandonar el ejército. Un año después los
Ranqueles son atacados por el Teniente Coronel
Baigorria en Leubucó, destruyendo el campamento
indígena y aniquilándolos.
En Mansilla el gaucho es descripto generalmente
de forma positiva, utiliza el concepto del gaucho
malo creado por Sarmiento pero solamente para
oponerlo al del paisano común:
Son dos tipos diferentes. Paisano gaucho es el que
tiene hogar, paradero fijo, hábitos de trabajo,
respeto por la autoridad, de cuyo lado estará
siempre, aun contra su sentir.
El gaucho neto, es el criollo errante, que hoy está
aquí, mañana allá; jugador, pendenciero, enemigo
de toda disciplina; que huye del servicio cuando le
toca, que s refugia entre los indios si da una
puñalada, o gana la montonera si ésta asoma.
El primero tiene los instintos de la civilización; imita
al hombre de las ciudades, en su traje, en sus
costumbres. El segundo, ama la tradición, detesta
al gringo; su lujo son las espuelas, su chapeado, su
tirador, su facón. El primero se quita el poncho al
entrar en la villa, el segundo entra en ella haciendo
ostentación de todos sus arreos. El primero es
labrador, picador de carretas, acarreador de
ganado, tropero, peón de mano. El segundo se
conchaba para las yerras. El primero ha sido
soldado varias veces. El segundo formó alguna vez
un contingente y en cuanto vio la luz se alzó.
El primero es siempre federal, el segundo ya no es
nada (Mansilla, 1950: 293-294.)
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José Hernández, el último federal y el gaucho
como mito
José Hernández (1835-86) escribió el Martín Fierro
como una potente denuncia contra el proyecto
político que gobernó la Argentina desde Caseros.
Hernández, como federal convencido, luchó contra
el gobierno nacional en la famosa rebelión de
Lopez Jordán, una de las últimas montoneras. En
el Martín Fierro describe la situación del gaucho
objeto de la agresión de las autoridades
interesadas en su desaparición. El gobierno
nacional obligaba al gaucho a servir en el ejército,
especialmente en la sangrienta guerra contra
Paraguay y en la frontera contra el indio. No había
lugar para el gaucho en el nuevo orden económico
y político, su trabajo era reemplazado por el trabajo
del inmigrante. La ley era uno de los instrumentos
de su opresión, las elecciones una parodia en
donde la elite argentina cometía fraude para
mantener su poder. La ocupación de la tierra se
produjo beneficiando ampliamente a la clase
dirigente.
La primera parte del poema, El Gaucho Martín
Fierro, describe la historia de un gaucho que había
estado viviendo pacíficamente en su tierra con su
familia en los años dorados de Rosas. A causa del
nuevo orden político es obligado a servir en la
frontera de la que deserta después de tres años
por la injusticia de la situación. Volviendo a su casa
encuentra en cambio ruinas, su mujer esta en los
brazos de otro, su familia dispersa. Desesperado,
vagando errante por la campaña, entra en un baile
de campo. Borracho mata injustamente a un negro
y comienza su vida de fuera de la ley perseguido
por la policía. Hernández presenta al negro como
uno de los elementos étnicos que pueblan la
campaña bonaerense. En este caso el negro es
objeto ocasional de la rabia de martín Fierro quien
lo arremete acentuando su diferencia: a los
blancos los hizo Dios, a los mulatos San Pedro y a
los negros el diablo. De este modo consigue que el
negro pelee contra él (posteriormente vivirá
atormentado por esta acción.)
Después de algunas aventuras y desventuras la
partida policial lo encuentra. Fierro debe pelear
sólo contra cuatro hombres. Admirando su coraje,
tal vez identificándose con él sufrido gaucho
desertor y vagabundo, uno de los policías cambia
de lado y pelea junto a él. Es el sargento Cruz,
quien, a partir de allí, se convertirá en su
entrañable amigo, juntos deciden escapar a buscar
refugio en las tolderías indígenas.
En 1879 Hernández publica La vuelta de Martín
Fierro la segunda parte del poema. En ella
podemos apreciar una profunda transformación del
personaje principal. En la primera parte del poema,
Fierro tiene todas las características del gaucho
malo; un vagabundo y un criminal. Hernández,
conocedor de los personajes rurales a través de su
experiencia como juez de paz, nos muestra su
criminalidad como una consecuencia de una
particular situación política que persigue al gaucho.
En la segunda parte del poema Hernández se
olvida del hombre Martín Fierro y construye un
mito. En adelante poseerá todas las características
que lo convierten en un símbolo: nobleza, honor,
hermandad y fraternidad. Un Martín Fierro sabio
abandona su carrera de fuera de la ley y da
consejos a sus hijos y a los de Cruz, sus consejos
están preñados de valores tradicionales que serán
reconocidos como argentinos. En contraste con
sus enseñanzas, en contrapunto con ellas, están
los consejos del Viejo Vizcacha, quién fue tutor de
uno de sus hijos. Este personaje representa la
filosofía de aquellos que aceptaron el nuevo orden
y tratan de salvarse individualmente usando todo
tipo de mañas. Para muchos autores nacionalistas,
Vizcacha representa los valores de la oligarquía
argentina traicionando el país en acuerdo con
intereses extranjeros. Shumway, por el contrario,
interpreta la segunda parte como un cambio en
Hernández y en un acomodarse y llegar a un
acuerdo con los nuevos tiempos. Para Shumway,
la nueva riqueza obtenida por Hernández lo hace
abandonar las ideas populistas de la juventud
(Shumway, 1993: 284-285). Shumway cree que
esto es particularmente notable en el modo en que
trata a los indígenas y en el modo paternalista en
que da consejos a los gauchos. Yo creo, en
cambio, que Shumway se equivoca. La percepción
que Hernández tiene de los indígenas no difiere
demasiado, como veremos más adelante, en
ambas partes del poema. Los indígenas fueron
percibidos, y de un modo radical, por ambas
corrientes políticas nacionales, liberales y
populistas, como el otro, incluso teniendo en
cuenta que sus políticas con respecto a la
eliminación o absorción de los indígenas fueron
diferentes. En este sentido es interesante tener en
cuenta que el término que se opone a indígena no
es blanco ni europeo sino cristiano. Aquel que no
es un cristiano es un salvaje (podemos relacionar
esto nuevamente con el análisis de Benedict
Anderson sobre las políticas de conversión y
rusificación.) Para formar parte de la comunidad
nacional un indio debe ser convertido. Obviamente,
no había espacio para un enfoque multicultural que
acepte la diversidad. Volviendo a Hernández, sus
concejos paternales son totalmente coherentes
con la ideología populista del partido federal.
Rosas y los caudillos no fueron otra cosa que
figuras paternales que posicionaron al gaucho en
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 desde el fondo
un lugar específico dentro de una sociedad
jerárquica. Las diferencias y contrastes existentes
entre las dos partes del poema están, de algún
modo, relacionadas a la transformación de Martín
Fierro en un símbolo. No es más un hombre, es
una figura idealizada que da consejos absorbiendo
los valores típicos de la sociedad tradicional.
Después de dar sus consejos Martín Fierro, sus
hijos y el hijo de Cruz, se dispersaran en los cuatro
puntos cardinales. El próximo regreso de Martín
Fierro será sólo espiritual.
Si para Hernández el gaucho era la víctima del
nuevo orden social, los indígenas, en cambio,
representan el otro absoluto. La descripción de la
vida de Fierro entre ellos no es más que una
continuidad con los prejuiciosos enfoques de la
literatura argentina del siglo diecinueve.
Allí sí se ven desgracias
Y lágrimas y aflicciones,
naides le pida perdones
al indio, pues donde dentra,
roba y mata cuanto encuentra
y quema las poblaciones.
No salvan en su juror
ni los pobres angelitos:
viejos, mozos y chiquitos
los mata del mismo modo;
que el indio lo arregla todo
con la lanza y con los gritos
(Hernández, cantos 475-486: 20, 1986).
Es importante resaltar que estas estrofas
corresponden a la primera parte del poema, con lo
que las posiciones de Shumway respecto de las
diferencias en el tratamiento a los indios entre el
primer y el segundo poema se vuelven muy difíciles
de defender.
El indio pasa la vida
robando o echao de panza;
la única ley es la lanza
a que se ha de someter;
lo que le falta en saber
lo suple con desconfianza.
Fuera cosa de engarzarlo
a un indio caritativo;
es duro con el cautivo,
le dan un trato horroroso,
es astuto y receloso,
es audaz y vengativo
(Hernández, 380-390: 102, 1965)
Y más adelante:
No tiene cariño a naides
ni sabe lo que es amar;
¡ni qué se puede esperar
de aquellos pechos de bronce!
yo los conocí al llegar
y los calé desde entonces
(Hernández, 721-726:112, 1965).
Mientras tiene qué comer
permanece sosegao;
yo que en sus toldos he estado
y sus costumbres oservo,
digo que es como aquel cuervo
que no volvió del mandao
Es para él como juguete
escupir un crucifijo;
pienso que Dios los maldijo
y ansina el ñudo desato:
el indio, el cerdo y el gato,
Redaman sangre de hijo.
(Hernández, 727-738: 112, 1965).
Hernández hace referencia también al final del
mundo indígena, a su desaparición como espacio
autónomo, pero como veremos lo hace de un modo
completamente diferente a su crítica denuncia del
caso del gaucho.
Estas cosas y otras piores
las he visto muchos años;
pero, si yo no me engaño,
concluyó ese bandalaje
y esos bárbaros salvajes
no podrán hacer más daño.
Las tribus están deshechas;
los caciques más altivos
están muertos o cautivos,
privaos de toda esperanza
y de la chusma de lanza,
ya muy pocos quedan vivos.
(Hernández, 1964, 668-678: 111).
Luego de su primera edición Martín Fierro obtuvo
un éxito popular inmediato. Pero a pesar de sus
numerosas reimpresiones, fue rechazado por la
crítica cultural y cierto público culto de los
ambientes urbanos prefirió ignorarlo. En cambio, el
poema era leído con pasión en el campo. Sólo en
1917, Leopoldo Lugones, uno de los fundadores
del nacionalismo argentino moderno, dedicó todo
un ciclo de conferencias a analizar el trabajo.
Coincidentemente, en 1916 la institución del voto
secreto produjo la llegada del partido radical al
poder, sostenido, principalmente, por las capas
medias de la población. Los hijos de inmigrantes
comienzan a participar más activamente en política
y a reclamar una mayor participación en el poder.
Al mismo tiempo sindicatos socialistas y
anarquistas aumentan su presión de un modo
alarmante para la clase dirigente tradicional. La
vieja oligarquía comienza a tomar conciencia de
que su monopolio del poder ha terminado.
Área de Producción y Publicaciones/ 15
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Lugones, también escribió un famoso panfleto
llamando a los militares por el cumplimiento de un
rol mesiánico para devolver a argentina su pasado
de grandeza. En 1930 el general Uriburu, en un
golpe militar organizado por grupos nacionalistas,
destituye a Hipólito Irigoyen, la hora de la espada,
profetizada por Lugones había llegado.
La reinvención del gaucho
El nacionalismo elitista de comienzos del siglo
pasado (XX) tomó del Martín Fierro todo lo que
consideró útil a sus ideas. Los nuevos
simpatizantes del poema acentuaron sus aspectos
estéticos negando o ignorando las críticas sociales
del poema, El gaucho terminó convirtiéndose en
una figura legendaria e idealizada representando
el verdadero argentino 1 . Para ese entonces,
Ricardo Güiraldes, influenciada por la novela de
Rudyard Kypling Kim de la India escribió Don
Segundo Sombra, la historia iniciática de un niño
que recibe de un resero gaucho lecciones de vida
mientras arrean ganado en las pampas. Por
supuesto Don Segundo Sombra nada tiene que ver
con la cultura gaucha del siglo diecinueve,
Güiraldes idealiza el trabajo y la vida en un campo
ya modificado (Borges sarcásticamente dice que
Güiraldes hace de la descripción de un rodeo la de
una batalla).
Para 1945, una nueva figura política establece el
nacionalismo como expresión popular de las
masas. Juan Domingo Perón definió a su
movimiento en continuidad histórica con el
nacionalismo popular. Sus seguidores además de
continuar acentuando el carácter nacional de los
valores y la figura del gaucho rescataron los
aspectos sociales del Martín Fierro y en la declaración de la independencia y que los
especialmente, las críticas que José Hernández
formulara al liberalismo.
Conclusiones
Dos formas antagónicas de organización social
estuvieron en conflicto durante el siglo diecinueve.
Dos corrientes ideológicas contrastantes: por un
lado la corriente tradicionalista que intentó
mantener la cultura y el orden jerárquico de la
sociedad colonial, por el otro los modernistas que
trataron de crear una sociedad más europea
influenciados principalmente por las revoluciones
francesa y americana. Los liberales argentinos, sin
embargo, condicionaron sus principios
democráticos a la exclusión y persecución de la
mayoría de la población y procuraron su reemplazo
por la inmigración.
1
Para el desarrollo de la figura Del gaucho y la identidad
regional de Rio Grande do Sul sugiero consultar a los trabajos
de Ruben George Oliven, en particular Nación y modernidad
que ha sido traducido al español.
Igualdad y jerarquía están presentes en Argentina
en un modo contradictorio. La construcción de la
identidad nacional argentina significa un arreglo de
compromiso con ambos principios antagónicos. El
ideal liberal fue aceptado siempre que elimine
potenciales peligros para las clases dominantes. El
aspecto más progresista del modelo liberal fue
dejado de lado. En la opinión de Echeverría,
Sarmiento y Alberdi, la distribución de la tierra entre
los inmigrantes era considerado un paso necesario
hacia la construcción de una nueva Argentina.
Si analizamos en detalle a la clase de grandes
propietarios rurales podemos ver que su desarrollo
y transformación tuvo períodos en los que
favorecieron la modernización y períodos en los
que favorecieron el reestablecimiento del antiguo
orden; en todos estos períodos su poder y riqueza
aumentó. Como hemos visto, este grupo
conformaba la elite comercial porteña impulsora de
la independencia, durante Rivadavia a través de la
ley de enfiteusis en la que corporaciones o
individuos podían arrendar tierras del estado por
veinte años pagando una renta anual mínima por
ella, comenzaron su conversión en clase
terrateniente. Este período coincide con el ciclo
exportador de tasajo a los esclavos de Cuba y
Brasil. Durante la dictadura de rosas estas tierras
se convirtieron en propiedad privada. Con
posterioridad a Rosas la conquista del desierto fue
una nueva oportunidad para aumentar su
propiedad ignorando las propuestas de Echeverría
y Sarmiento de dar tierras a los inmigrantes lo que
se hizo sólo en cuentagotas.
Es verdad que, como lo expresara Benedict
Anderson, las clases bajas no fueron consultadas
criollos le tenían miedo; pero también es cierto que
la independencia produjo la inmediata movilización
de estos sectores, especialmente de los gauchos
en la campaña. Esta situación alarmó a las clases
altas que, luego de la independencia, vieron a su
poder en serio riesgo durante las guerras civiles.
Por este motivo, en la Argentina, aceptaron el
orden de la dictadura rosista incluso cuando
implicaba la pérdida de libertades y derechos.
Cuando el ciclo económico rosista entró en
decadencia, los terratenientes aceptaron el ingreso
masivo de inmigrantes. Coincidió con el comienzo
de un nuevo ciclo económico en el que el
desarrollo de la agricultura y la exportación hacia
Europa hizo necesaria la incorporación de nuevos
trabajadores y tierras. La utopía liberal pasó a ser
un compromiso realista que resolvió los desafíos
de la clase dominante argentina.
Los diferentes períodos expresan diferentes
políticas en relación al otro. Vimos que para el
Área de Producción y Publicaciones/ 16
 desde el fondo
esquema ideológico de la generación del 37 la
exclusión de negros, indios y mestizos era
necesaria para la construcción de una argentina
blanca.
Sin ser el principal actor en el orden social
argentino, el negro fue objeto de atención en la
gran mayoría de los autores comentados.
Echeverría los asociaba con la tiranía rosista (de
hecho, durante el período rosista los negros
gozaban de la especial protección de la mujer del
restaurador, Doña Encarnación Escurra,
prácticamente todos fueron liberados y formaron
parte del partido federal). En El Matadero los
negros forman parte de esa turba que mata al
héroe individual, el joven unitario.
La visión que Sarmiento tiene de la población
negra es en cambio mucho más ambigua. El hecho
de que en el río de la plata se concentraran en las
ciudades le permite percibirlos como aliados en
contra del barbarismo de la campaña. Pero en
cambio, es particularmente crítico cuando los
analiza junto con el resto de las razas americanas
comparándolos con los europeos. Hernández
acentúa el conflicto interno de las clases bajas, de
hecho, Martín Fierro descarga su rabia matando a
un negro cuando estaba borracho. En la vuelta de
Martín Fierro Hernández se reconcilia con los
negros, durante el duelo musical que tendrán
Fierro con el hermano del negro por él asesinado.
Como hemos visto, el estado colonial, los caudillos,
Rosas he incluso la constitución del cincuenta y
tres, establecen la absorción e incorporación del
indígena utilizando a la conversión al catolicismo
como parte de esta política forzando su
incorporación a un orden jerárquico establecido. La
ocupación de la tierra fue un largo proceso en el
que la absorción del indígena y la utilización del
trabajo gaucho fueron instrumentales. En cambio,
los gobiernos liberales que emergieron luego de la
organización nacional, interesados en promover la
inmigración europea y en culminar el proceso de
ocupación de la tierra, cometieron el genocidio final
(sin dejar de aclarar que la aparición de nuevas
armas, especialmente los rifles automáticos, y la
conquista del oeste realizada por los Estados
Unidos, tuvieron significativa importancia en este
cambio de política). La organización económica de
la administración rosista, con un gaucho libre
trabajando esporádicamente para las estancias, y
con un paulatino avance hacia el sur incorporando
y absorbiendo a la población indígena dejo de ser
económicamente racional. En cambio, la apertura
de las inmensas praderas para el trabajo
inmigrante y la eliminación definitiva de los
indígenas, aparecieron como la decisión política
correcta del momento. Sólo el perdido sobrino de
Rosas, el dandy Mansilla, continuó sosteniendo
esa idea durante los setenta. La pampa y la
Patagonia fueron limpiadas de indígenas, el
genocidio perpetrado, pero, la mayoría de la tierra
fue entregada a unas pocas manos.
La clase dirigente porteña no consideró al gaucho
como a un elemento fácilmente incorporable en el
proceso de modernización. El bárbaro fue
perseguido y forzado a ser soldado en la frontera,
el inmigrante lo reemplazó como principal fuerza
de trabajo en el campo, sus rebeliones castigadas
con dureza. La transformación de la figura del
gaucho de un residuo del pasado para ser
eliminado a un símbolo mítico de la nacionalidad,
está relacionado con su desaparición como grupo
social relevante luego de la modificación de su
hábitat y cultura, y con la aparición de las masas de
inmigrantes. Cuando el gaucho dejó de ser un
problema y los inmigrantes empezaron a poner en
peligro la supremacía de la élite tradicional, el
gaucho pasó a simbolizar la argentina mítica.
Cuando el gaucho era un peligro para el orden
social, fue anatemizado o ridiculizado por la
literatura. En cambio, cuando el inmigrante puso en
peligro la estructura del orden social, el gaucho es
transformado en el epítome de lo nacional.
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