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Las desigualdades de género son parte central de la agenda pendiente en el país. Tales
desigualdades, dentro del sistema educativo, pese a mostrar progresos, aún son
marcadas. Si bien las mujeres están obteniendo mejores resultados y tienen menor
probabilidad que los varones de repetir en la primaria, ellas tienen mayores
probabilidades de deserción en la transición de primaria a secundaria (Cavero et al.
2011). En tal sentido, es importante entender las trayectorias de diferentes grupos de
mujeres. En el periodo de análisis se han encontrado dos estudios.
El primero es un estudio cualitativo de Rojas et al. (2016) que documenta que el género
toma un rol importante en la trayectoria de los jóvenes en la edad adulta, especialmente,
en contextos donde las familias tienen restricciones económicas. En familias más
pobres, se suele priorizar la educación de los hombres, al término de la educación
secundaria. Por el contrario, las familias con menos limitaciones buscan que ambos
puedan acceder a una educación superior. A pesar de ello, sugieren que estudiar un
grado, en el caso de las mujeres, supone posponer comenzar una familia. En esa misma
línea, Ames (2013) sostiene que las jóvenes de zonas rurales mantienen nuevos
discursos y prácticas que priorizan la educación sobre el matrimonio temprano y la
maternidad; asimismo, identifica a la educación como camino para asegurar una mayor
autonomía e independencia económica.
Sin embargo, para un país con una educación tan rezagada como la nuestra, el camino por
delante aún es largo. Perú es un país de ingresos medios, pero, más allá de la cobertura, sus
indicadores educativos se asemejan a los de uno de ingresos bajos. Hoy invertimos
aproximadamente 1200 dólares por estudiante de educación básica. Esto es la mitad y hasta la
tercera parte de lo que invierten nuestros vecinos (Chile y Colombia, por citar dos ejemplos).