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LA REVOLUCION CULTURAL POSITIVISTA EN EL URUGUAY.

- Alción CHERONI

Adelanto del Número 22 de octubre de 2000-06-20

Alción Cheroni

Director del Departamento de Historia y

Filosofía de la Ciencia.

Instituto de Filosofía.

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación

Universidad de la República.

1. Advertencia.

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"Cuando se trata de examinar la conexión entre la producción intelectual y la producción


material, hay que tener cuidado, ante todo, de no concebir ésta como una categoría
general, sino bajo una forma histórica determinada y concreta. (...) Si no enfocamos la
producción material bajo una forma histórica específica, jamás podremos alcanzar a
discernir lo que hay de preciso en la producción intelectual correspondiente y en la
correlación entre ambas. Además, una forma determinada de producción material
supone, en primer lugar, una determinada organización de la sociedad y, en segundo
lugar, una relación determinada entre el hombre y la naturaleza. El sistema político y las
concepciones intelectuales imperantes dependen de estos dos puntos. Y también, por
consiguiente, el tipo de producción intelectual." KARL MARX (1956)

Las siguientes páginas refunden, en cierta medida casi textualmente, trabajos anteriores que
he publicado relacionados con el tema aquí tratado. (cf. CHERONI, 1986 y 1992)

El título la revolución cultural positivista se lo he apropiado al Dr. Arturo Ardao junto con
otras muchas ideas e informaciones contenidas en
su obra fundacional sobre el positivismo en el Uruguay (ARDAO, 1968), así como el
aprovechamiento de la investigación realizada por el Dr. Fernando Mañé Garzón sobre la
historia del evolucionismo en el Uruguay (MAÑE GARZON, 1990) y los importantes trabajos de
Juan Oddone y Blanca Paris sobre la historia de la Universidad de la República
(ODDONE-PARIS, 1963 Y 1971) El título es indicativo de nuestra visión sobre el proceso de
inserción de las corrientes filosóficas provenientes de Europa, en este caso el positivismo, en
la vida social de un país dependiente y el grado de incidencia que esta doctrina, en particular,
tuvo sobre los proyectos económicos y políticos de los distintos sectores de las clases
dominantes en el período que se inicia la modernización capitalista del Uruguay.

En este trabajo pretendemos mostrar, dentro de las limitaciones de la exposición, las


condiciones materiales que convirtieron al positivismo materialista en la ideología
predominante durante el período de transformación capitalista de la sociedad uruguaya. Fue
en el complejo contexto de las luchas de clases que se produjeron en torno a la
industrialización del país que la ideología positivista adquirió socialmente una dimensión
revolucionaria. De ahí que definir la economía del país en los inicios de la década de 1870 y

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caracterizar el papel de las clases dominantes en el proceso económico y sus relaciones con
la potencia capitalista hegemónica a nivel mundial, Inglaterra, sea el marco interpretativo
imprescindible para comprender el significado de lo que se ha denominado la revolución
cultural positivista.

En las páginas que siguen utilizo indistintamente los términos positivista y/o positivistas
materialistas
para identificar filosóficamente a los más prominentes impulsores de la revolución cultural. No
es arbitraria la designación de
materialistas
al colectivo positivista. La misma proviene de sus adversarios idealistas (católicos,
espiritualistas y racionalistas ecléticos) quienes sostuvieron que la denominación de positivistas
era un artilugio táctico que enmascaraba su real postura materialista y atea. Así leemos en
Prudencio Vázquez y Vega, el numen del espiritualismo uruguayo:

"(...) recordar que el positivismo no es mas que una nueva faz de la vieja escuela materialista;
más antigua en la historia que la filosofía espiritualista que se desprecia y se combate.
¿Negarán acaso los redactores del programa de filosofía que debatimos, que el positivismo
moderno representa la tendencia sensualista o materialista del espíritu humano, que, atestigua
la historia, se ha manifestado siempre en el mundo de la filosofía y de las ciencias? La aureola
de modernismo con que pretende coronarse la antigua escuela materialista para hacer pasar
sus doctrinas, está únicamente en el nombre con que el talento de Augusto Comte tuvo a bien
bautizarla." (cit. en CARBALLAL de TORRES, 1964. p. 261)

Así lo proclama en su lucha contra la línea progresista en el Universidad en el Parlamento el


espiritualista Dr. Carlos Gómez Palacio, acusando de esta forma a lo que llamó "la escuela
materialista o positivista"
:

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"(...) la Universidad es una secta filosófica, una secta materialista, donde no se enseña más
sistema exclusivo que el materialismo. (...) El positivismo condena en absoluto todo lo que sea
salir de la vil materia, todo lo que sea remontar el vuelo de las facultades del hombre; y en este
sentido es que recordaba la afirmación que hice hace un año, de que la enseñanza de la
Universidad era inmoral, de que allí se enseña el materialismo a la juventud, desviándola de los
verdaderos principios de la ciencia..." (cit. en ARDAO, 1968. p. 208)

Así, también, lo estimó, denunció y combatió el espiritualista Julio Herrera y Obes, quien
llegado a la Presidencia de la República, no trepidó en el primer mensaje que envió a la
Asamblea General (febrero de 1891) hacer una requisitoria contra el materialismo, en
consideraciones como las que transcribimos:

"(...) el Gobierno se ha sentido seriamente alarmado por el materialismo filosófico que desde
hace unos años dominaba en absoluto la educación escolar. Métodos de enseñanza, textos
oficiales, doctrina morales, maestros y catedráticos, todo respondía en las escuelas primarias
y en la Universidad Mayor de la República, al propósito reflexivo y metodizado de entronizar el
materialismo, desterrando por completo de las aulas las ideas espiritualistas, que no tenían
cabida ya en la enseñanza oficial. La enseñanza de la filosofía, de la moral, de la historia, del
derecho, de la ciencia política, era puramente materialistas, infiltrando insensiblemente en las
generaciones que nacen a la vida social, ideas, tendencias, ideales en abierta oposición con la
naturaleza de nuestra organización política y con la índole de todas nuestras instituciones,
esencialmente espiritualistas. El materialismo filosófico, que no ve en la vida del hombre y del
mundo sino combinaciones casuales de la fuerza dinámica, (...) ha sido en todo tiempo el
compañero inseparable de la usurpación y del despotismo, el materialismo no da solución o la
da aterradora, a todos los grandes problemas del destino humano." (cit. en ARDAO, 1968. p.
229)

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Después de semejantes denuncias era obvio que el Poder Ejecutivo en manos del
espiritualista concluyera con una propuesta política identificada sin tapujos con la usurpación o
el despotismo que le achacara a los materialistas:

"Para conjurar ese peligro, el Gobierno, usando de su derecho y cumpliendo un estricto deber,
ha declarado oficial la doctrina y los textos espiritualistas en la enseñanza pública." (cit. en
ARDAO, 1968. p. 230)

Por supuesto, que en tales combates contra el materialismo no podía estar ausente la voz de
los católicos cuya fuerza social era significativa. Dirigidos por al Arzobispo de Montevideo,
Mariano Soler, motivaron su combate contra el positivismo materialista en ardorosas
polémicas contra el materialismo de raíz darwinista. (cf. ARDAO, 1968; MAÑE GARZON,
1990, CHERONI, 1999).

Es necesario aclarar que el empleo para designar en el período militarista (1876-1889) la


categoría Estado bonapartista y la de capitalismo de Estado en la etapa "batllista"
(1903-1916), refiere a las condiciones peculiares del desarrollo de las luchas de clases en
esas etapas históricas. En tanto la preponderancia del llamado militarismo supuso una
estrecha combinación entre las clases dominantes representadas en el aparato del Estado por
el ejército, en el período ballista la dominación del Estado por la burguesía industrial se
consolidó desde el poder político a través de la nacionalización de los servicios públicos.

El positivismo no solamente ha marcado una etapa de la evolución social del Uruguay, sino
que, atravesando los tiempos, ha impreso sus huellas en corrientes políticas e ideológicas

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vigentes actualmente. Sus efectos son perceptibles en líneas de investigaciones académicas,


como es el caso de la historiografía, antropología y filosofía. Su impacto corre paralelo a la
influencia del liberalismo en las corrientes socialistas, las cuales, incluídas las marxistas, no
han podido romper definitivamente con la versión materialista-darwinista que asumieron los
representantes del positivismo en el Uruguay afines del siglo XIX.

Nada menor, por tanto, es este persistente estar de la doctrina positivista en la vida política y
cultural en el Uruguay. Al igual que el personaje de Molière, todavía quedan en el Uruguay
muchos positivistas que no se reconocen como tales. Es una herencia cultural que perdura en
la conciencia de los pocos que todavía creen en la capacidad industrial autonómica del país,
cuestión ligada, hoy como ayer, al acuciante problema de la viabilidad histórica del Uruguay.
En el actual contexto histórico -integración regional mediante- es claro que para responder a
este desafío ya ni el positivismo, ni su agente social la burguesía industrial, tienen una
respuesta viable. Está agotada su capacidad creativa. Corresponderá a otra clase, el
proletariado y las masas trabajadoras, y a otra ideología, el socialismo científico, asumir el reto
de construir un país económica y políticamente independiente.

2. Balance crítico del positivismo desde dos perspectivas: José E. Rodó y José Batlle y
Ordóñez.

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"Yo soy un modernista; yo pertenezco con toda mi alma a la gran reacción que da
carácter y sentido a la evolución del pensamiento en las postrimerías de este siglo;
a la reacción que, partiendo del naturalismo literario y del positivismo filosófico,
los conduce, sin desvirtuarlos en lo que tienen de fecundos, a disolverse en
concepciones más altas."

JOSE E. RODO, 1899.

En las últimas tres décadas del siglo XIX, el positivismo impregnó los múltiples aspectos de la
vida social del Uruguay. Se convirtió así en un fenómeno político-cultural de magnitud
inigualada en toda la historia del país, eje en el cual giraron las más importantes y fecundas
polémicas filosóficas y políticas. La irrupción del positivismo en un medio social semicolonial y
su posterior hegemonía cultural a través de los aparatos educativos, tiene su raíz en la crisis
de la estructura económica precapitalista dominante hasta fines del siglo XIX en los países del
Plata. La condición semicolonial de nuestros países, cuya evidencia más visible fue la casi
inexistencia de un sector burgués industrial, estimuló la expansión de todas las expresiones
ideológicas fundadas en concepciones filosóficas idealistas que en el Uruguay se
autodesignaron como espiritualistas. El cambio de rumbo económico, acelerarado por las crisis
que golpearon a las potencias capitalistas europeas a partir de la década de 1860, se
constituyó en el soporte material de las nuevas tendencias filosóficas que, como el positivismo
en su versión materialista, operó como fundamento del proyecto económico de la burguesía
nacional.

A pesar del progresivo desarrollo de las políticas proteccionistas-industrialistas la fuerza del


mercado mundial jaqueó continuamente la capacidad de la burguesía nacional para
transformar el país semicolonial en un país plenamente industrializado. El poder social y
político de los comerciantes, ganaderos latifundistas y banqueros, aunque coyunturalmente
debilitado por los efectos de las sucesivas legislaciones proteccionistas, estuvo siempre
presente como un factor potencialmente activo en la conducción política del país. Esa latente
potencialidad social se reflejó en la actitud de algunos sectores de la pequeña-burguesía
intelectual, quienes vinculados al sistema educativo se pusieron al frente de los intereses
anti-industrialistas en ataques frontales contra la cultura del positivismo. De tal situación da

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buena cuenta la reacción espiritualista en la década de 1890 que impulsada por la directa
intervención del Presidente Julio Herra y Obes, impuso a la corriente idealista en la
Universidad reformada en la década anterior por la Ley Orgánica de 1885. (cf. ARDAO, 1968 y
ODDONE-PARIS, 1971)

En las primicias del siglo XX, en 1900, detonó como un revulsivo en el ámbito latinoamericano
el libro de José E. Rodó, Ariel. Fue un manifiesto político dirigido a las juventudes de este
continente, advirtiendo sobre los peligros emergentes de la nueva situación internacional
generados por la intervención imperialista de los Estados Unidos en la vida de nuestros
pueblos.

La crítica de Rodó al expansionismo del "utilitarismo" norteamericano se concentró en un


ataque al núcleo filosófico materialista contenido en el pragmatismo. Consecuente con este
criterio de análisis, proyectará también una fuerte oposición, al materialismo dominante en las
concepciones positivistas imperantes en el Uruguay. El éxito de Ariel radicó en la capacidad
de su autor de recrear la polémica que había invadido, desde fines de 1880, el ambiente
cultural en el Uruguay, las posturas anti-positivistas. La fortuna del
"arielismo"
se construyó en un nuevo contexto político latinoamericano, visible en el programa ideológico
que encarnará la generación del 900 en combate contra el avasallante expansionismo
estadounidense. La recuperación de la idea de
"latinidad"
que adquiere primacía en el discurso político latinoamericano después de la guerra de Cuba,
aparece como cuerpo de doctrina que fertiliza las tendencias filosóficas idealistas,
produciéndose así una recuperación del espiritualismo.

Diez años después de publicado Ariel, Rodó con su fino instinto de clase y desplegando su
innegable capacidad crítica, realiza un balance del positivismo como doctrina y como práctica
política, que permite comprender hasta qué grado penetró en la conciencia de la pequeña
burguesía portuaria la ideología "compradora" de los comerciantes.

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"El positivismo que es la piedra angular de nuestra formación intelectual, no es ya la


cúpula que remata y corona; y así como, en la esfera de la especulación, reivindicamos,
contra los muros insalvables de la indagación positivista, la permanencia indómita, la
sublime terquedad del anhelo que excita a la criatura humana a encararse con lo
fundamental del misterio que la envuelve, así, en la esfera de la vida y en el criterio de
sus actividades, tendemos a restituir a las ideas, como norma y objeto de los
humanos propósitos, muchos de los fueros de la soberanía que les arrebatara el
desbordado empuje de la utilidad. Sólo que nuestro idealismo no se parece al idealismo
de nuestros abuelos, los espiritualistas y románticos de 1830, los revolucionarios y
utopistas de 1848. Se interpone, entre ambos caracteres de idealidad, el positivismo
de nuestros padres. (...) Somos los neoidealistas, o procuramos ser, como el nauta que,
yendo desplegadas las velas, mar adentro, tiene confiado el timón a brazos firmes, y muy
a mano la carta de marear, y a su gente muy disciplinada y sobre aviso contra los
engaños de la onda." (RODO, 1967.p. 521)

Rodó identificó con precisión el papel que el positivismo cumplió en países que, como el
Uruguay, iniciaban el período de la modernización capitalista, sin romper con la su plena
integración al mercado mundial hegemonizado por Inglaterra.

"Si retrocedemos a señalar el punto donde esta universal revolución del pensamiento
toma su impulso, en parte como reacción, en parte como ampliación, lo hallaremos en las
postreras manifestaciones de la tendencia netamente positivista que ejerció el
imperio de las ideas, desde que comenzaba hasta que se acercaba a su término la
segunda mitad del pasado siglo. (...) A esto hay que agregar, todavía, circunstancias de
época. Comenzaba en estas sociedades el impulso de engrandecimiento material y

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económico, y como sugestión de él, la pasión de bienestar y riqueza, con su cortejo de


frivolidad sensual y de cinismo epicúreo; la avidez de oro que, llevando primero a la
aceleración del ritmo del trabajo , concluía con el disgusto del trabajo, como harto lento
prometedor, y lo sustituía por la audacia de la especulación aventurera."

(RODO, 1967. pp. 519-520)

Como conclusión de este balance, esta afirmación:

"Pero sin detenernos a considerar de qué manera y en qué grado pudo el positivismo
degenerar o estrecharse en la conciencia europea, como teoría y como aplicación, y
volviendo la mirada a nuestros pueblos, necesario es reconocer que aquella
revolución de las ideas fue, por lo general, entre nosotros, tan pobremente interpretada en
la doctrina como bastardeada en la práctica." (RODO, 1967. p. 519)

¿A quienes tenía en mente Rodó cuando se refería a los que interpretaron tan pobremente la
doctrina? ¿A qué políticos denunciaba cuando sostenía que el positivismo había sido
bastardeado en la práctica? Sin dudas a los materialistas y a los políticos que bregaban por la
industrialización y autonomía económica de nuestros países.

Contrastando con los conceptos ideológicos desde los cuales José E. Rodó fundamentó su
antagonismo con el materialismo y el utilitarismo, a los que identificó, desde su perspectiva
idealista, como los hacedores de la política imperialista de EE.UU., José Batlle, con lucidez y
sagacidad, hizo suyos los argumentos de los industriales y remitió su crítica sobre la situación

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del país a las causas económicas que explicaban la dependencia colonial. En una nota
publicada en su diario El Día el 9 de diciembre de 1891, alega:

"Tenemos un país en que la luz es extranjera y privilegiada en forma de Compañía de


Gas; en que el agua se halla en las misma condiciones, en forma de Empresa de Aguas
Corrientes; en que la locomoción representada por tranvías, ferrocarriles, vapores, es
también extranjera, etc. ¿A qué continuar? Todo es extranjero y privilegiado o tiende a
serlo. Y de esa manera, si en el régimen político hemos destruído el sistema colonial, no
lo hemos destruído en la industria, en el comercio... El hecho es que una inmensa parte
de las riquezas del país se van... los productores de esas riquezas trabajan en el
país, pero no para el país ni para los habitantes del país. Sus industrias son como esas
pesquerías que se establecen en las costas de las islas desiertas. Cargan todo lo que
pueden y levan anclas." ( cit. en BARRAN et al. 1992. p. 13)

En 1908, año que integra la década en que Rodó, Vaz Ferreira y otros intelectuales ensayaban
sus armas en el combate contra el positivismo, José Batlle, meditando desde Europa sobre el
destino del Uruguay, afirmaba que su objetivo político -después de su convulsionada primera
gestión presidencial (1903-1907)- era "construir un pequeño país modelo." (VANGER, 1980.
p. 9) El concepto central,
país modelo
, encierra todo un programa de industrialización que la burguesía nacional uruguaya puso en
marcha, desde el poder estatal, bajo el mando, precisamente, de José Batlle, y el cual estaba
implícito el papel favorable que cumplió en tal objetivo, el positivismo materialista.

Batlle fue uno de los más lúcidos representantes políticos e ideológicos de la burguesía
industrial uruguaya. Su activa militancia política como periodista, como parlamentario, en los
campos de batalla, culmina con su actuación como Presidente de la República en dos
períodos (1903-1907; 1911-1915). Su más alto logro es el haber generado al interior de un

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partido conservador, un movimiento político de masas pluriclasista hegemonizado y al servicio


de las intereses de la burguesía nacional. La relevancia sin par de su actuación lo convirtió en
el eje sobre el cual sigue girando, aun hoy aunque en sentido contrario, la política nacional. Es
un referente político de tal magnitud que ha llevado a la impulsiva interpretación de corte
"carlilyano", que lo presenta, tanto para panegiristas como detractores, como "el creador de su
tiempo". (VANGER, 1980)

En su condición de conductor del sector más dinámico de la burguesía uruguaya, en el período


de su ascenso y hegemonía, fue receptor de una peculiar herencia histórica, producto de
realizaciones económicas, políticas y culturales que se constituyeron en elementos básicos de
la nueva estructura social del país. Fue en esa etapa de la historia del Uruguay, cuya forja se
inicia a fines de 1860 y que cubre cincuenta años hasta fines de la segunda presidencia de
Batlle (1915), que el positivismo, originariamente difundido por los publicistas de una casi
inexistente burguesía nacional, pasa convertirse en la matriz ideológica de un fuerte
movimiento político y social, cuya culminación fue el período de nuestra historia conocido
como la época batllista (1903-1916). En tales circunstancias el positivismo se proyectó como
fundamento y dinamizador social de la política de los capitalistas industriales tendiente a hacer
de un país semicolonial de economía precapitalista, en un país que dejara su condición de
factoría.

Batlle nunca manifestó públicamente su adhesión al positivismo, por el contrario en sus años
juveniles fue un severo adversario de esa doctrina. El Dr. Arturo Ardao, en una investigación
que hizo época, rescató la inicial militancia espiritualista del artífice del Uruguay moderno,
poniendo en cuestión la tesis aceptada hasta ese momento que consideraba a Batlle como un
positivista sin fisuras. (Sobre las dos posturas ver: ARDAO, 1968 y GIUDICE-GONZALEZ
CONZI, 1959)

El Dr. Ardao ha demostrado con pruebas documentales irrefutables la formación e inicial


afiliación y militancia de Batlle en las corrientes espiritualistas. Sin embargo, no nos parecen
convincentes ni la documentación ni sus argumentos cuando sostiene que a lo largo de su
dilatada actividad pública "será y se mantendrá adversario del positivismo." (ARDAO, 1951. p.
30) Para una comprensión más rica de la compleja relación de Batlle con el positivismo, es
significativo el papel relevante que cumplieron destacados hombres públicos, de notoria
filiación y militancia positivista, elegidos por Batlle para acompañarlo en los más altos cargos
políticos y administrativos en sus dos presidencias. Orientado a construir un Estado-interventor
que incidiera decisivamente en la política económica nacionalista y neutralizara los conflictos
sociales, privilegió como conductores de los aparatos políticos, administrativos y técnicos del
Estado a los ingenieros nacionales, cuya formación y adhesión al positivismo materialista es
innegable. (cf. ODDONE, 1967 y CHERONI, 1992)

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A nuestro entender la oposición de Batlle al positivismo tiene que ver con aspectos vinculados
a la organización política del Estado y su enfrentamiento a las concepciones más autoritarias
de la doctrina. Batlle era partidario de la democracia de masas, es decir, estimuló la
participación de las masas populares en la acción y control político del Estado. Esta posición lo
convirtió en adversario tanto del elitismo liberal como del autoritarismo de los positivistas
ortodoxos. Al respecto, y simplemente como ilustración, adviértese la claridad de esta postura
del extremismo autoritario y elitista de los positivistas, en estos extractos de textos que sobre
teoría política y social escribiera Martín C. Martínez, positivista de primera línea y, a pesar de
esta posición, Ministro de Hacienda en el primer gobierno de José Batlle.

"La democracia es el régimen en que los hombres superiores son a la vez más envidiados
y menos considerados. El pueblo tiene tendencia igualitaria; eregido en soberano le
cuesta reconocer superiores; y es esto una razón más para el triunfo de la mediocridad
verbosa y utópica que halaga todos los deseos, rinde culto a todos los errores
populares y no hiere la envidia de nadie." (...) Hemos visto que los defectos capitales del
parlamentarismo derivan de la incompetencia de la masa para juzgar las cuestiones
políticas. Por eso obtienen sus votos de los demagogos y oradores superficiales; por eso
son inestables los gobiernos...(...) Toda enmienda de esos vicios debe consistir,
pues, en un aumento de poder de las clases ilustradas y conservadoras. (...) Doquiera
que el gobierno libre ha echado raíces, la influencia desquiciadora de la masa ignorante e
indisciplinada ha sido equilibrada por instituciones conservadoras..." (MARTINEZ,
1965. pp. 140, 147-148; 165)

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2. Bases económicas, sociales y políticas del positivismo.

"La constitución de una nacionalidad y de una independencia económica está en el


poder industrial propio."

COMISION DE HACIENDA DE LA CAMARA DE REPRESENTANTES, 1887.

Delineada su evolución económica dentro del contexto de la dependencia colonial, en el


Uruguay se iniciará hacia 1870 el arduo y frustrado camino del desarrollo capitalista, etapa que
cubre los últimos treinta años del siglo XIX. Esta evolución no es ajena a procesos de similares
características que se reproducen a lo largo de América Latina hasta el Plata, con las
peculiaridades propias de cada país. Es en relación con estos cambios que en los países
latinoamericanos la "asimilación" del positivismo transita desde la versión francesa de Comte y
su escuela, hasta la inglesa representada por Spencer o Stuart Mill. Leopoldo Zea ha señalado
con justeza las causas de esta opciones.

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"Los países hispanoamericanos se sirvieron del positivismo en diversas formas, de


acuerdo, siempre, con los problemas más urgentes a los cuales trataron de dar solución.
En relación con estas urgencias fueron las interpretaciones que de esta filosofía
hicieron. Y dichas interpretaciones dependieron siempre de una serie de circunstancias
históricas, dentro de las cuales se plantearon los problemas a los cuales trataron de dar
solución. De ahí que, si bien se pueden encontrar ciertas semejanzas entre las diversas
interpretaciones ofrecidas, lo que más se destaca son sus grandes diferencias. Se
puede hablar de un positivismo hispanoamericano; pero también, con el mismo derecho,
de un positivismo mexicano, argentino, uruguayo, chileno, peruano, boliviano o cubano."
(ZEA, 1976. pp.80-81)

La etapa inicial de los cambios económicos que en el Uruguay comienzan a manifestarse


hacia fines de 1860, implicó la transformación capitalista en el campo, el incremento de las
industrias alimenticias destinadas al mercado externo, marcado por la implantación de la
empresa multinacional del extracto de carne instalada en Fray Bentos (Liebig) y el crecimiento
de las industrias de consumo. Este proceso se vió favorecido por la competencia entre las
potencias capitalistas europeas por el control del mercado mundial, cuyas sucesivas etapas a
partir de la Guerra del Opio se concentró en la explotación de Africa y Asia. Esa lucha de
clases internacional por el reparto colonial y las crisis económicas que afectaron a las
potencias europeas, erosionó la capacidad de dominación colonial que Inglaterra ejercía sobre
los países latinoamericanos, dando márgenes, aunque estrechos, para que aquellos sectores
de las clases dominantes cuyo interés por el crecimiento del mercado interno los hace coludir
con Inglaterra, comenzaran a articular y poner en práctica proyectos de políticas económicas
que apuntaban hacia la conquista de la plena soberanía nacional. La compleja interrelación de
esta multiplicidad de condicionamientos en el seno de la sociedad uruguaya se constituyó en
factor decisivo en la orientación estratégica de la burguesía uruguaya. Será fundamental en
esta primera etapa, el activo papel de los hacendados ganaderos unificados social y
políticamente en la Asociación Rural del Uruguay.

A fines de la década de 1860 el injerto jurídico-constitucional de un Estado liberal metido a la


fuerza en una estructura precapitalista y semicolonial, entró en profunda crisis. Esta crisis
prologó el advenimiento del Estado bonapartista del período del militarismo. Desde esa
estructura jurídica liberal emergió, después de la guerra contra Paraguay, un ejército
cohesionado técnica e ideológicamente, que llenó el vacío de poder, transformándose en el

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agente político de los hacendados ganaderos y de los comerciantes. En la medida que las
luchas de clases entre sectores de la burguesía descomponía el poder ejercido directamente
desde las instituciones estatales por los agentes de la burguesía comercial, el ejército pasó a
ser el protagonista en un escenario político sumamente complejo. Las circunstancias anotadas
determinaron el desfibramiento de los inorgánicos partidos políticos y coadyuvaron para
convertir al ejército en un centro de acción política a través del cual se expresaron las pugnas
entre las tendencias sociales. En estas condiciones, el Uruguay entró, desde 1876,
formalmente en el período del militarismo, el cual se corresponde ideológicamente con la
irrupción, expansión y hegemonía del positivismo.

Los gobiernos bonapartistas de este período establecieron y consolidaron un modelo de


capitalismo dependiente cuya orientación económica, hasta la última década del siglo XIX,
respondió a los intereses de los sectores más avanzados de la clase de los hacendados
ganaderos. En ese período se producen nuevas transformaciones en las relaciones
agropecuarias como consecuencia del alambramiento de los campos y la introducción de la
tecnología del mestizaje y comienzan a potenciarse las industrias básicas de consumo
(alimentos y textiles) y las de la construcción. Estos serán algunos de los signos materiales de
los nuevos tiempos, cuya convalidación y consolidación se establece a través del Código Rural.

El propósito de levantar industrias a partir del atraso dejado por el pasado colonial y en un país
sometido férreamente a la división internacional del trabajo impuesta por Inglaterra, era una
tarea política que exigía cambiar radicalmente tanto la base material como la ideología
librecambista dominante. Para lograrlo era necesaria una revolución social que ningún sector
progresista estaba en condiciones, ni, por supuesto, tenían intención de realizar.

La economía del Uruguay asentada, desde la época de la colonia, en la procreación de


ganado apto para la extracción del cuero y la manufactura del tasajo, no estimulaba la
financiación de la investigación científica, ni siquiera para la aplicación de innovaciones
tecnológicas en el proceso productivo básico. Convertido en un país monoproductor, cuya
mirada estaba puesta en sus mercados de Europa, EEUU y Cuba, se generó una ideología
"compradora" y cosmopolita, freno de cualquier iniciativa para promover la creatividad nacional.
Esa sociedad promovía y orientaba a los jóvenes hacia profesiones que -como la abogacía, la
escribanía o los peritos mercantiles- cumplían con los requerimientos de un modelo económico
monoproductor, cuya política libre-cambista sólo requería del mercado de trabajo especialistas
en transacciones comerciales y legales. ¿Qué sentido podía tener para esta sociedad el
incentivar vocaciones hacia profesiones científico-técnicas cuyo mercado laboral estaba

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instalado en las metrópolis imperiales? Así se explica que hasta 1876, año de creación de la
Facultad de Medicina, la Universidad oficial sólo produjera abogados.

A partir del golpe de estado del Coronel Lorenzo Latorre se procesan importantes cambios
políticos, económicos y culturales. En el plano económico se ensayan proyectos de
industrialización al amparo de medidas proteccionistas. En el plano institucional el poder
político real de clase se legaliza con la creación de un estado centralizado y modernizado
técnicamente. La reorganización administrativa será el punto de apoyo de las políticas
económicas proteccionistas. En el plano cultural la eclosión de los nuevos tiempos
económico-sociales incide en la puesta en marcha de las reformas educativas en la enseñanza
primaria, secundaria y superior. Situados en este revulsivo contexto político-social, sectores de
jóvenes intelectuales comienzan a dar batalla contra la ideología "compradora" de los liberales
y su sustento filosófico, el espiritualismo. En este campo el cientificismo positivista, con una
fuerte impronta darwinista, encontrará pronta recepción entre los representantes de los
sectores sociales emergentes.

La respuesta del Estado bonapartista a las exigencias de las tendencias económicas


industrialistas será la puesta en marcha de medidas proteccionistas. Visto desde el ángulos de
los intereses económicos en pugna, la clave del discurso político burgués en el Uruguay
durante el último tercio del siglo XIX, se concentró tanto en el desarrollo como en la solución
de la contradicción entre el librecambio y el proteccionismo. Es decir, en definir qué sector de
la burguesía -liberales o industriales- podía vencer en la pugna por conquistar el poder político.
El proteccionismo de los gobiernos bonapartistas entre 1876 y 1890 fue una medida política y
sus marchas y contramarchas se correspondan con el real poderío de las clases sociales en
pugna. Enfrentado a un doble asedio, el interno de los comerciantes, aliados a los banqueros y
a los hacendados ganaderos y el externo del imperialismo inglés, el programa
proteccionista-industrialista, que levantó como propio la Liga Industrial, progresó en forma
zigzagueante, sufriendo detenciones y retrocesos producto de esos obstáculos sociales. El
análisis de las leyes proteccionistas permite descubrir el nivel de potencialidad de los sectores
sociales comprometidos en el proceso de industrialización. Describiremos esquemáticamente
esas etapas.

El decreto-ley proteccionista de la industria manufacturera de 1875 responde a un


compromiso, dentro del Estado bonapartista, entre los intereses de los hacendados y
comerciantes, y a la presión de los pequeños y medianos industriales. La articulación de las
disposiciones legales permite detectar las coincidencias y contradicciones entre esas clases.

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En tanto los comerciantes actuaban en función exclusiva del mercado externo, para los
hacendados aunque ligados al mismo, en este período aliados con los industriales, a fin de
consolidar y ampliar el mercado interno, como la fuente segura de realización de la plusvalía.
De ahí que en la ley de 1875 se vean perfilados los rasgos que caracterizarán en el futuro a la,
en ese período, incipiente y débil burguesía industrial. (VV.AA., 1969) De tal manera, sus
demandas se beneficiarán con las medidas proteccionistas que son, como afirmara Marx en El
Capital
, " un medio artificial de fabricar fabricantes". (MARX, 1987. I/3, P.946)

En el transcurso de este proceso histórico de desarrollo del capitalismo en el Uruguay las


leyes proteccionistas cumplen el papel de dinamizar al sector industrial cuyo objetivo es la
conquista de mercado interno. En este contexto, y a medida que se fueron expandiendo los
intereses de los industriales, comenzaron a profundizarse las contradicciones y antagonismos
entre las clases. Resultando que la burguesía industrial antagoniza totalmente con la
burguesía comercial y la potencia imperialista hegemónica y en forma parcial con los
hacendados ganaderos.

El punto culminante de la evolución del capitalismo nacional alcanzará su mayor nivel con la
aprobación de la Ley de Aduanas de 1888, verdadero manifiesto de la burguesía nacional a
favor de la industrialización e independencia económica del país. Los fundamentos y
articulados de dicha ley viabilizan las condiciones económicas, más allá de las declamaciones
patrioteras, que posibilitan la existencia de una nación independiente. En consecuencia, los
redactores de la ley abordaron el núcleo más acuciante de la cuestión nacional: el
entrelazamiento de la conquista del mercado interno con el desarrollo de la industria nacional.
Este objetivo que recorre todo el texto de la ley está expresamente definido en sus
fundamentación con frases contundentes, en las cuales los legisladores concentraron la visión
de la burguesía industrial sobre el destino del país:

"El aspecto industrial de la Ley de Aduanas, no debe preocupar menos a V.H. que el
puramente fiscal, porque de él depende, en definitiva, el desenvolvimiento de la riqueza
pública, que en los países simplemente productores de materias primas, tiene un
límite estrecho a cuyos extremos nos acercamos: la acumulación de los ahorros propios y

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el arraigo de los extraños, el aumento de la población nacional y el incremento de la


inmigración, la valorización de nuestras producciones; en una palabra, la consecución de
las condiciones indispensables a un estado económico completo y expansivo. Esto
es tan cierto, que no podrá citársenos una sola nación que haya adquirido importancia
estable sin desarrollar, sostener y multiplicar sus industrias, poniéndose en situación de
aprovechar todos los elementos y facultades de producción que sirvan para atender las
variadas necesidades de su población y ocupar y extender su actividad productora. (...)
Pero nosotros, ¿qué podemos esperar como nación comercial, cuando gran parte de los
elementos de comercio que poseemos no son nacionales, y los capitales comerciales son
siempre inciertos? Se van como vienen a cualquier azar o fluctuación, no toman jamás
arraigo, son viajeros caprichosos; darán vuelta mañana la espalda a lo que hoy buscan
solícitos. Nos falta la base esencial para el comercio propio que es la marina mercante, y
mientras no tengamos mas que materias primas como producción nacional para adquirir
con ellas los productos manufacturados que se nos traigan, seremos, por el hecho, una
especie de factoría extranjera. La constitución de una nacionalidad y de una
independencia económica está en el poder industrial propio... (...) Nuestra posición y
nuestro porvenir, como nación, no depende, pues, de los límites geográficos; depende de
los límites del trabajo nacional, que es la gran cuestión que a todos debe hoy preocupar,
aunando todos los esfuerzos y todas las voluntades en el sentido de expansión
legítima." (cit. en BARRAN et al., 1992. pp. 61-63)

La claridad de esta tesis contenidas en este verdadero manifiesto de la burguesía industrial


uruguaya, no deja lugar a dudas sobre el proyecto político que las mismas reflejan. Es la
consecuencia política de la vitalidad social de esa nueva clase, que desde 1879 se había
institucionalizado gremialmente con la fundación de la Liga Industrial. La burguesía industrial
fue asumiendo concientemente su papel en el proceso productivo y político, y sus avances
cuantitativos iniciados con el desarrollo y expansión de pequeñas y medianas industrias,
quedó sistematizado teóricamente en la Ley de Aduana de 1888. En tal sentido sus intereses
como clase productiva se expresaron por la fervorosa defensa del proteccionismo. Los
industriales introdujeron una poderosa y profunda cuña en las concepciones librecambistas,
que conservaba sólidos defensores desde las cátedras universitarias y una atronadora
publicidad desde la prensa al servicio del capitalismo inglés. Desde su periódico los
industriales no ocultaron ser decididos
"adversarios de la escuela llamada liberal en economía"
(cit. en RODRIGUEZ VILLAMIL, 1967. p. 6) y publicitaron todos los elementos teóricos y
prácticos dirigidos a la defensa del proteccionismo y del papel dirigente del Estado en el
sostenimiento de una política económica nacionalista.

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"La industria nacional en la República, batallando con contrariedades que impiden el


movimiento de sus pasos débiles aún porque recién empieza a resolverse el mar agitado
de la vida activa, no puede responder a la necesidad que le obliga el sistema del
libre-cambio. (...) La naciente industria, aurora de otro día espléndido para un pueblo,
necesita la protección del Estado en que se desarrolla. (...) El proteccionismo a la
industria lo reclama la necesidad de la misma. (...) Es preciso abrigar la convicción
de que la libertad jamás existirá sin independencia y que mientras nuestro país tenga que
depender de las naciones extranjeras, no será libre en el sentido en que debe tomarse la
palabra. La República Oriental, depende pues, casi exclusivamente de los mercados
del exterior. De ahí su estado de atraso y su falta de crédito, en parte. Ella sufre la
influencia de las oscilaciones mercantiles de los países que le envían sus productos y de
ese modo grava también sus intereses. Esto no sucederá cuando logre independizarse
por completo, es decir, cuando la industria nacional
protegida
por los gobiernos se arraigue, y entonces bastándose a sí misma, salvará las
fronteras y podrá establecer racionalmente la teoría del libre cambio. Hay que
convencerse que ese sistema por el momentos es inútil. Lo que hoy se llama libre
cambio, no es más que una devolución de los efectos que se importan. Establecido el
proteccionismo a la industria nacional (...) y conseguidos los resultados apetecidos, ella
ya fuerte y próspera, no necesitará el apoyo de los gobiernos y la libertad entonces
existirá de una manera real, será mercantilmente independiente. Antes no."

(cit. en RODRIGUEZ VILLAMIL, 1967. pp. 12-13)

La defensa de la doctrina proteccionista por parte de la Liga Industrial, apunta sus baterías
directamente hacia los epígonos que desde los órganos del Estado hacían suyas las
concepciones liberales expuestas desde la
Cátedra de Economía Política
de la Universidad Mayor de la República. Inaugurada en 1861, su primer titular Carlos de
Castro le imprimió una orientación teórica ultra-liberal, coincidentemente con la práctica de las
políticas económicas impulsadas desde el gobierno. Hasta la designación de Carlos Ma. de
Pena la doctrina libre-cambista siguió funcionando como sostén ideológico de quienes

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sucedieron a de Castro en los cursos universitarios, trasladándose hacia las cátedras de


derecho constitucional derecho penal inauguradas en 1871, que como justamente explican
Blanca Paris y Juan Oddone,

"(...) las tres asignaturas, en sus respectivos dominios, modelaron el tono doctrinario del
liberalismo del setenta; fueron la expresión ortodoxa de la ciencia económica, la filosofía
política y la ética jurídica del orden burgués, montadas sobre una concepción del
mundo fuertemente individualista..." (ODDONE-PARIS, 1963. p. 253)

Carlos de Castro, como guía de esa generación, fundó su apología del liberalismo económico
como resultado, para él deseable e inmutable, en la estructura económica del Uruguay,
definiendo al país como:

"(...) una nación favorecida con todos los bienes de la naturaleza, eminentemente
comercial, pastoril y agrícola, (que) ofrece pan y trabajo a todos." (cit. en PARIS DE
ODDONE, 1958. p. 170)

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Al margen de la visión idílica que transmite el "pan y trabajo para todos", ajustándose a ese
orden de ideas expondrá en su Curso de Economía Política la más cruda versión
anti-industrialista, pretexto de su combate contra el proteccionismo y el socialismo, que para
estos representantes de la burguesía comercial siempre han marchado juntos.

Otro de los notables catedráticos de economía política, Pedro Bustamante, concentrará el


aspecto teórico de la doctrina liberal en sus justos términos y filiación histórica:

"(...) dejar hacer, dejar pasar, es principio esencial para el progreso de los pueblos. (...)
Por otra parte, la máxima fundamental de los fisiócratas que dejo reproducida y que los
economistas han adoptado sin reservas, supone la aptitud natural de todos los
hombres para la libertad de la industria y, en general, para el manejo de su suerte y sus
negocios; y tiende a hacer efectivo en la práctica el gran principio de la responsabilidad
personal que es la sanción de toda libertad y el mejor correctivo contra las exageraciones
o extravíos del principio de solidaridad nacional tan falsa y capciosamente invocado
por los adversarios de la Economía Política y del libre-cambio." (cit. en PARIS, 1958. p.
179 y n.29)

Signo de esos tiempos del principismo liberal cuando la cátedra universitaria libre-cambista
corría pareja con la política económica consagrada desde el Ministerio de Hacienda por Tomás
Villalba. La Memoria que como ministro presentó ante las Cámaras en 1861 es un fuerte
manifiesto anti-proteccionista, cuyos principios al decir del ilustre liberal:

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"(...) ni son ya de la época ni pueden tener aplicación particularmente a un país


esencialmente pastor y mercantil como el nuestro, rodeado de mercados competidores, y
con una legislación aduanera sumamente liberal. La protección entre nosotros no ha
dado sino resultados negativos... Están ya muy distantes los tiempos en que, opiniones
erróneas que la difusión de las luces han condenado, consideraban a las Aduanas como
instrumentos a propósito para proteger la industria. Nuevas ideas y principios más
exactos de economía política atribuyen con más razón esa propiedad a la libertad de
acción y a la eficaz actividad del interés individual..." (cit. en ODDONE, 1967. p. 74)

Coincidencias teóricas y políticas manifiestas desde el poder y desde la cátedra que


expresaron diáfanamente los intereses de la burguesía comercial y que comenzarán a ser
puestas en cuestión hacia la segunda mitad de la década de 1870, cuando irrumpan en la
Universidad, al impulso de las nuevas condiciones económicas y sociales, los positivistas.
Hecho que se manifiesta en la clase inaugural del catedrático de Economía Política Carlos Ma.
de Pena. (cf. ODDONE-PARIS, 1963. pp.385-405)

Dentro de esos avatares ideológico-culturales la burguesía industrial necesitó fortalecer su


conciencia de clase. El proceso de ese fortalecimiento ideológico maduró en la lucha por el
dominio del aparato educativo y cultural, adquiriendo su pleno potencial político cuando se
organizó como partido de clase a través de dos etapas fundacionales. Primero en la etapa del
gobierno bonapartista de Santos y posteriormente con la decisiva política de democratismo de
masas impulsada por José Batlle. Al llegar a ese nivel de evolución política ya no necesitará
del estado bonapartista militarista. Desde fines del siglo XIX la burguesía industrial,
políticamente organizada y dirigida por José Batlle, iniciará la etapa de democratización de la
sociedad y del Estado, encuadrando, también a su favor la creciente influencia social de las
masas trabajadoras, provenientes en su mayoría de la inmigración europea, portadora de las
concepciones anarquistas y socialdemócratas de innegable influencia sobre la visión política y
social de José Batlle desde fines de la década de 1910. (cf. VV.AA., 1956)

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Rasgos que caracterizan a la revolución cultural positivista.

"¡Abajo todos los ídolos absolutos!, ¡abajo todas las paradojas!, ¡abajo todas las
teorías a priori! (…) Ciencias positivas, historia americana, filosofía de la historia
patria, he ahí las grandes rutas por donde debiera encaminarse su actividad
mental." ANGEL FLORO COSTA, 1878.

En el período comprendido entre 1879 y 1885, se produjeron una serie de


reacondicionamientos ideológicos visiblemente identificables en la creación del sistema
educativo radicalmente transformado por la acción de las reformas en la enseñanza primaria
(Decreto-Ley de Educación Común, 1879) y la puesta en vigencia de La Ley Orgánica de la
Enseñanza Secundaria y Universitaria de 1885. La clave política de estas profundas reformas
educativas es haber apuntado hacia la construcción de un país plenamente industrializado,
organizando en consecuencia la estructura legal y administrativa, las instituciones y la
formación de los cuadros de maestros y docentes. Los promotores de estas reformas fueron
los positivistas materialistas José P. Varela y Alfredo Vázquez Acevedo, respectivamente.
Identificados ambos con el materialismo de raíz darwiniana y la concepción evolucionista de
Spencer, a la cual adhieren después de "limpiarla" del crudo liberalismo anti-democrático, sus
proyectos trascienden el marco de los problemas inmediatos que afectaban a un sistema de
enseñanza atrapado entre la hegemonía del catolicismo confesional imperante en la
enseñanza primaria y el liberalismo de los universitarios. Los proyectos atendían a las causas
económico-sociales que condicionaban el régimen educativo y adelantan la resolución de las
mismas desde la perspectiva de un país que comenzaba a transitar hacia industrialización
capitalista.

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"Los tesoros de la ciencia y el arte se subordinan a los intereses industriales y siguen la


corriente de los negocios y del comercio." (VARELA, 1964a. II, p. 20)

Las legislaciones educativas delinean hacia ese propósito un modelo educativo epistemológica
y metodológicamente materialista. Consecuente con ese objetivo afirmará Varela:

"(...) la mente debe dirigirse al estudio del universo material..." (VARELA, 1964a. I, p. 34)

En la crisis educativa que actualmente vive el Uruguay han surgido analistas que consideran
utópico los planteos reformistas. Las vicisitudes de la práctica política emprendida por la
burguesía industrial hasta conquistar plenamente el poder en las primeras décadas del siglo
XX, cuyo impulso espiritual está en el resultado social de las reformas educativas, demostrará
el realismo de sus propulsores.

Mientras el estado uruguayo estuvo dominado por la burguesía comercial el sistema educativo
tendía fundamentalmente a formar especialistas en cuestiones legales y contables, con el fin

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de lograr administradores para el comercio y la banca. Al respecto constataba Varela:

"A los elementos nacionales de las ciudades y los pueblos de la República, no se les
ofrece más carrera que el comercio, si exceptuamos la abogacía (...) Todo el vasto campo
de la industria y de las artes industriales está cerrado a los hijos del país (...)
Nuestras escuelas, nuestros colegios y hasta nuestra misma Universidad, no ofrecen los
medios de adquirir los conocimientos necesarios para entrar con éxito en las empresas
industriales." (VARELA, 1964b. I, pp.69-70)

A su vez, el sistema educativo vigente hasta las reformas proveía de cuadros intelectuales que
formaron la élite política que gobernó y administró desde el Estado a la sociedad semicolonial.
Varela combatirá con ardor los objetivos políticos y los fundamentos filosóficos del sistema
imperante. Con estos criterios colocó en el centro de la vida política del país un proyecto
educativo destinado a revolucionar las conciencias. En tal sentido, al integrar los aportes
teóricos tomados del paradigma educativo anglosajón, adelantó las bases para un cambio
científico-tecnológico que desde el sistema educativo contribuyera a forjar el camino hacia la
industrialización. La potencialidad transformadora de la reforma residía en convertir a la
educación en el soporte institucional desde el cual se formaran los cuadros políticos al servicio
del proyecto industrialista. Desde esta perspectiva, es comprensible que Varela aseverara:

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"(...) las generaciones que ahora se eduquen, si no quieren quedar rezagadas, ser
instrumentos inútiles en la economía nacional, necesitan prepararse para hacer frente a
las exigencias, no de la época actual, sino de la época futura." (VARELA, 1964a. II, p.
22)

Paradójicamente el sistema educativo impulsado por Varela, cuyo fin último era producir
profesionales y técnicos para una sociedad capitalista industrializada, responde a la
concepción de un grupo de intelectuales provenientes de la burguesía comercial. Esos jóvenes
intelectuales, fundaron la Sociedad de Amigos de la Educación Popular (1868), institución
desde la cual impulsaron esa política cultural transformadora. La mayoría de sus integrantes
eran hijos de comerciantes o de estancieros, algunos abogados de las firmas inglesas,
quienes a partir del impacto provocado por los cambios en el proceso productivo, se fueron
vinculando con las nuevas industrias. Una referencia interesante de este proceso es el artículo
escrito por Carlos Ma. Ramírez sobre
El peligro y el porvenir de la industria lanar en el Plata, 1871
, desde el cual esta cabeza visible del liberalismo económico y del racionalismo espiritualista,
promociona el establecimiento de la industria textil en el Uruguay
"en proporciones aproximadas a las de Europa"
, con lo cual opinaba el articulista,
"penetrados de la saludable y fecunda revolución industrial, social y política que
realizaríamos por medio de la introducción de la industria manufacturera."
(cit. en ODDONE, 1967. pp. 97-106)

Mensajes, proyectos e iniciativas industrialistas de este tipo, provenientes de los jóvenes hijos
de la burguesía comercial portuaria denuncian el proceso de profundos cambios ideológicos
en sectores de las clases dominantes, hasta ese entonces, adheridos a las concepciones
librecambistas. Este trasvasamiento generacional se corresponde con el hecho económico del
papel que cumple el capital comercial en la etapa inicial de la acumulación capitalista y de su
evolución hacia el capitalismo industrial, fenómeno que Karl Marx investigó en El Capital (cf.
Libro III, 4a. Sección, Cap. XX: Consideraciones históricas sobre el capital comercial). En torno
a este fenómeno, insistimos, es paradigmático el caso de José P. Varela, uno de los más
activos militantes a favor de una política industrialista. Su origen social como comerciante
esclarece el fenómeno apuntado, que se reflejó consecuentemente en la crisis y ruptura de su
primaria concepción filosófica espiritualista y de su visión política liberal, pasando a militar a
favor de la concepción materialista y del democratismo de masas.

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Las complejas interrelaciones económicas que se establecieron entre las clases poseedoras,
en un período de sucesivas crisis comerciales, alimentaron el desfasaje ideológico de una
clase hacia otra. En tal contexto no fue casual que un sector importante de jóvenes
intelectuales, provenientes del universo comercial y financiero, adoptaran la ideología
industrialista.

Como se ha subrayado, el más destacado representante de ese núcleo de nuevos burgueses


fue el joven comerciante José P. Varela. De ahí que no pueda extrañar que haya sido quien
con más coraje asumiera el papel de orientador, activista y planificador de la reforma del
sistema educativo mirando hacia la construcción de un país industrial. Un proyecto que Varela
y sus compañeros para realizarlo efectivamente, estos jóvenes rompieran con su pasado
inmediato liberal y se asociaran con los gobernantes militares del Estado bonapartista
políticamente anti-liberal. Lo significativo de este hecho es que estos intelectuales sabían que
únicamente con el apoyo estatal era posible poner en marcha esa avanzada revolución
cultural.

Son muchas y variadas las cuestiones que trata Varela en sus trabajos teóricos y que se
proyectan en el contenido y estructura de la reforma educativa. Como lo anunciaba en sus
obras pedagógicas, la reforma forma parte de un amplio operativo dirigido a

"(...) combatir las causas fundamentales, permanentes, de las desgracias de la patria; los
que sin perjuicio de que se mejoren los gobiernos, quieren que se mejoren
principalmente las condiciones del pueblo; los que en vez de detenerse en la superficie,
bajan al fondo, y observan los cimientos para encontrar las causas que hacen
tambalear el edificio." (VARELA, 1964b. II, pp. 30-31)

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No fue ajeno a esos objetivos políticos que la reforma vareliana estuviera orientada a resolver
un novedoso problema social, es decir, el que planteaba la inadaptación al país de hombres y
mujeres inmigrantes. La reforma tendía a incorporar la capacidad técnica y de trabajo de miles
de inmigrantes a estructuras sociales y culturales ajenas a sus tradiciones. Asimismo,
aventuraba un objetivo económico propio de los procesos de industrialización capitalista, o sea,
lanzar a las masas trabajadoras, tanto extranjeras como las de origen campesino, a insertarse
en un sistema productivo proyectado hacia el futuro. Doble propósito de esta revolución
cultural, educar y movilizar a las masas trabajadoras encuadrándolas en la ideología
nacionalista burguesa, convirtiéndolas, también, en la fuerza social que solventará el proyecto
de democratización política. La reforma educativa fue una correa de transmisión social de la
revolución cultural, interregno ineludible para que la burguesía industrial pudiera conquistar el
poder. El encuadramiento de las masas trabajadoras al proyecto industrialista apuntaba a
oponer un fuerte freno social a la resistencia que la reforma generó entre la políticamente
influyente élite conservadora. Comerciantes, hacendados latifundistas y banqueros, aliados
todos ellos con el capitalismo inglés, aprovecharon los efectos negativos de la modernización
capitalista, para movilizar, contra el proyecto industrialista contingentes de masas urbanas y
rurales. Hasta los primeros años del siglo XX la campaña se vió sacudida por continuos
levantamientos insurreccionales de las masas campesinas dirigidos por sus explotadores.

En la luchas de clases del período la política de proteccionismo industrial era inevitable que
fuera atacada por los representantes de la burguesía comercial desde los centros de poder. Un
lúcido exponente de los intereses económicos del capitalismo comercial, el Dr. José P.
Ramírez, en sesión de la Cámara del 9 de mayo de 1873, lanzaba una advertencia contra "los
hombres positivistas y prácticos" que proyectaban levantar las bases de la gran industria
capitalista.

El discurso de Ramírez es un texto doctrinario anti-industrialista, plagado de amenazas que,


como hemos más arriba señalado, coincide con las políticas librecambistas de la burguesía
comercial y las teorías liberales expuestas desde los cursos de la Universidad, de la cual J. P.
Ramírez también fue catedrático. Todos sus párrafos están dirigidos a desprestigiar el
desarrollo material del país, manejando de manera sofística antinomias que se reducen a
oponer conceptos generales. La concepción anti-industrialista del discurso está contenida en
párrafos como éstos:

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"(...) los que no creemos ni esperamos nada de las conquistas materiales y vemos sólo en
ellas un injerto de civilización bastarda, cuando no van precedidas o acompañadas de las
conquistas morales..." (cit. en PIVEL DEVOTO-RANIERI,1956. p. 335)

El discurso continúa con amenazas como la siguiente:

"(...) los que vemos avanzar hasta con tristeza la locomotora del ferrocarril, si como en el
Paraguay, bajo López, sólo acusa la existencia de una tiranía brutal decorada en las
galas de una civilización mentida..." (cit. en idem)

No es extraño a la situación de la región la mención del Paraguay. La guerra de la "Triple


Alianza" (Brasil, Argentina y Uruguay) contra el Paraguay (1865-1870) es un episodio clave
dentro del contexto de la lucha de los países latinoamericanos por su independencia política y
económica. La derrota del gobierno nacionalista del Paraguay significó económicamente "un
gran negocio" para la burguesía comercial montevideana, sector que usufructuó de los
inmensos beneficios obtenidos al ser Montevideo la plaza proveedora de los ejércitos aliados.
Esta situación supuso una combinación conflictiva entre la tradicional política brasileña de
extender tanto su influencia geopolítica en la Cuenca del Plata a expensas de la

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independencia del Uruguay, como los fuertes vínculos económicos con el imperio bancario e
industrial establecido por el empresario Vizconde de Mauá, y la expansión económica británica
sobre esta región. Como consecuencia de esta coyuntura la burguesía comercial montevideana
solidificó aún más su presencia social y su influencia política en el país al ampliar sus intereses
económico-financieros con el capitalismo inglés. (cf. WINN, 1998; BESOUCHET, 1940;
POMER, 1968; VV.AA. 1967 y VV.AA., 1970) Esa acumulación de capitales potenció
igualmente su capacidad para ampliar la red de intereses empresariales, invirtiendo en el
desarrollo de la ganadería, sectores de la agricultura y algunos emprendimientos industriales.
Por aquí también pasa el proceso de desfase ideológico al cual referíamos más arriba.

El "principismo", esa fue la denominación política que asumieron los liberales más
consecuentes, fue la máscara ideológica con la cual se cubrió el duro rostro la burguesía
comercial y su aliado, el imperialismo inglés. Juan Pivel Devoto y Alicia Ranieri han
caracterizado con precisión los rasgos salientes de estos doctrinarios liberales:

"Impregnados de un liberalismo absoluto, del individualismo antietático que fue uno de los
rasgos político-sociales del siglo XIX, los principistas aplicaron en el Uruguay una
desconfianza inexplicable. (...) Luchando contra el fantasma de un estado absorbente,
los principistas luchaban contra los clásicos molinos de viento." (PIVEL
DEVOTO-RANIERI, 1956 p. 334)

Civilizar para estos personeros no era industrializar, sino exportar materias primas hacia la
industrializada Inglaterra. A su vez el ataque contra la primera experiencia capitalista avanzada
del continente, el Paraguay, era un tiro por elevación contra los propósitos de la incipiente
burguesía industrial uruguaya. Fue una advertencia política muy realista: industrializar
significaba declararle la guerra a la "civilizada" Europa y a sus "cultos" socios nativos. Insertado
en el contexto nacional e internacional del período no fue otra cosa que una balandronada
agónica, pero apuntaba como una advertencia hacia el futuro. La burguesía comercial y

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financiera era consciente que si la coyuntura interna le era desfavorable, su fortaleza radicaba
en el poder de la potencia hegemónica mundial.Y treinta años después, cuando la burguesía
nacional irrumpe en el escenario político al tomar el poder con José Batlle, los fantasmas que
presagiaba Ramírez se encarnarán en la guerra civil, con lo cual se inauguraba la experiencia
del capitalismo de Estado.

Enfrentados a enemigos tan poderosos los sectores de la burguesía nacional que impulsaban
las reformas educativas habrían sido derrotados, si no hubieran contado con el apoyo inicial del
Estado bonapartista, lo que Varela llamó "la acción resuelta del Estado." (VARELA, 1964a.
I, p. 11) Las reformas educativas fueron bandera política en la lucha de clases, al convertirse
en una clave estratégica hacia la industrialización, explícitamente definida por Varela cuando
constata:

"(...) en Montevideo y en el litoral uruguayo algunas fábricas arrojan al espacio bocanadas


de humo, el resoplido del vapor se hace escuchar; la aplicación de las ciencias a la
industria hace con ellas acto de presencia." (VARELA, 1964a. II,p.22)

Sin ese objetivo político las reformas educativas no se habrían puesto en marcha y avanzado.
Precisamente al explicitarse ese objetivo político sus adversarios acrecentarán con más brío
su oposición.

Dentro de tal estrategia política era también inevitable que la reforma vareliana se
complementara con una agresiva propuesta de transformaciones radicales en la enseñanza
superior. José P. Varela, Angel Floro Costa y otros publicistas del industrialismo polemizaron
con los ideólogos de la burguesía comercial, los catedráticos espiritualistas, en torno a la
situación y destino de la Universidad. La cuestión universitaria concentró la resistencia de los

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defensores del estatuto económico colonial. En esta cuestión los liberales endurecieron sus
posturas al percibir, con razón, que este era un ataque dirigido al corazón de su poder. Era la
enseñanza universitaria la que los había forjado a ellos como los cuadros políticos
privilegiados de la clase dominante.

Fue ésta una polémica dura y larga en el tiempo, que sus contendientes desarrollaron en todos
los frentes y que difundieron por todos los medios de comunicación abiertos a la sociedad:
prensa, instituciones académicas, asociaciones gremiales y políticas y desde el propio
Parlamento. El éxito más señalado de la estrategia de los jóvenes positivistas fue el hacer
ingresar en estas polémicas, la relación entre los objetivos económicos de las clases con los
programas universitarios.

Varios fueron los proyectos de reforma universitaria provenientes de los positivistas


materialistas. Angel F. Costa, uno de los más aguerridos defensores del materialismo
filosófico, propuso un programa para la enseñanza secundaria y superior, priorizando los
estudios de las ciencias físico-naturales, y estimulando paralelamente la investigación en
historia nacional y geografía. Su propósito era formar y fortalecer la conciencia nacional de los
estudiantes. Entendía que era imprescindible que la Universidad le adelantara al país físicos,
geólogos, botánicos, zoólogos, agrónomos e ingenieros, que actuarían como fuerza motriz del
desarrollo industrial. Perfilaba en su proyecto los rasgos de una Universidad que no quedara
desfasada en el momento de producirse las transformaciones económicas que se estaban
gestando y que a su vez fuera la matriz ideológica de la conciencia social industrialista. La
propuesta de Costa tendía a estimular el carácter socialmente productivo de los profesionales
universitarios. La debilidad de la propuesta de Costa era que sustituía el necesario aparato
político a través del cual se podía poner en marcha el proyecto industrialista (A.F.Costa fue
enemigo declarado del militarismo) con las instituciones educativas. No era ajena a su
concepción, la ilusión "iluminista" según la cual el subdesarrollo económico podría superarse
con un esfuerzo exclusivamente cultural. Precisamente en este punto la propuesta de Costa,
que se identifica con la de Varela por su contenido, metodología y objetivos socio-culturales,
se separaba de la de éste en cuanto a los procedimientos operativos. Aquí se ingresa de lleno
en una cuestión de estrategia política clave que puso en posiciones opuestas a los propios
reformistas.

Para Varela, insistimos, la reforma educativa, como quedó registrado también en polémica con
Carlos Ma. Ramírez, era el trampolín desde el cual se lanzaba la burguesía industrial a la
revolución política. Para esta estrategia lo que importaba era el aparato político que la
viabilizara. Ese instrumento político fue el Estado bonapartista.

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LA REVOLUCION CULTURAL POSITIVISTA EN EL URUGUAY. - Alción CHERONI

La revolución cultural que los positivistas inician desde la enseñanza primaria tuvo su segunda
etapa al penetrar en la Universidad bajo el rectorado de Adolfo Vázquez Acevedo. El radical
cambio de orientación de la Universidad, del espiritualismo al positivismo, se logrará, también,
por la directa intervención del poder político. Reproduciendo hasta en sus detalles el acuerdo
anterior entre Varela y Latorre, el nuevo acuerdo, Vázquez Acevedo y Santos, logrará por un
operativo "cesarista", quebrar el bastión de reproducción ideológica de formación de cuadros
políticos en poder de la burguesía comercial. (cf. ARDAO, Ma. Julia, 1970. II, pp. 177 ss.)

Bajo el rectorado del positivista materialista Vázquez Acevedo la Universidad fue transformada
totalmente. La ley Orgánica de 1885 representó un salto gigantesco en el camino de la
burguesía industrial hacia la conquista plena del poder político. Programas, organización
administrativa, fundamentos ideológicos, metodologías, la creación de nuevas facultades,
fueron puestos conscientemente al servicio del proyecto económico industrialista. Estos
cambios no ocurrieron pacíficamente, se lograron en medio de agudos enfrentamientos
políticos e ideológicos. La burguesía comercial no se resignó a que sus personeros fueran
expulsados por el sable de Santos. Parapetándose, como lo había hecho anteriormente para
enfrentar la reforma de Varela, detrás del clericalismo católico (ironías de la historia que
trasmutó a masones anticlericales en clericales) desató agudos conflictos dentro de la
Universidad y en el ámbito parlamentario. Pero la realidad social del país terminó por
consolidar e imponer las posiciones del positivismo darwinista en la Universidad.

En el centro de la problemática de la revolución cultural que se impulsa desde la Universidad


reformada, está el avance sostenido de la ideología industrialista sobre amplios sectores
sociales. Lo que caracteriza a la concepción positivista en el Uruguay es su fuerte postura
cientificista tomada de Spencer y del materialismo de raíz darwiniana. Esta será la base
ideológica del nuevo modelo cultural cuya estructura programática apuntará hacia la
consecución del desarrollo científico-tecnológico con el objetivo de impulsar la formación de
los nuevos cuadros dirigentes. Se anunciaba así el tiempo de los ingenieros nacionales. (cf.
CHERONI, 1992) No fue este un programa trazado en abstracto, sino el resultado de la
convergencia del avance social de la burguesía industrial y de las concretas transformaciones
económicas tendientes a industrializar el país ganadero. La tendencia industrialista se
manifestó básicamente en ciertas constantes, unas como proyectos a concretar, como
impulsar la industria naval, único mecanismo para tener una flota mercante nacional. Otras
concretadas, como el desarrollo de los transportes terrestres, estimulado por la expansión del
ferrocarril inglés; o el avance de la industria de la construcción surgida por el auge de la
concentración urbana de la población, o en el surgimiento y expansión de la industria textil.
Punto culminante de este proceso estará concentrado en la modernización del puerto de
Montevideo, cuya primera etapa será frustrada por la intervención de los agentes del gobierno
argentino en Londres, desprestigiando al país ante los inversores europeos y por las
irregularidades administrativas ocurridas en la licitación. (cf. CARVE, 1904 y FERNANDEZ
SALDAÑA-GARCIA DE ZUÑIGA, 1939) Serán estas algunas de la motivaciones materiales
básicas que impulsaron el interés social hacia la formación -por parte de la Universidad- de

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ingenieros, técnicos nacionales capacitados para ponerse al frente de una empresa destinada
a romper con la dependencia externa.

La ideología positivista materialista era un marco adecuado para impulsar la formación de


profesionales universitarios (especialmente médicos e ingenieros) afirmados por la
metodología experimental de las ciencias físico-naturales. Los más aguerridos expositores y
defensores del materialismo darwiniano y del evolucionismo serán los médicos y algunos
publicistas, como A. F. Costa. En ese colectivo de médicos e intelectuales se reveló
públicamente y sin fisuras el materialismo y a sus integrantes debemos las exposiciones más
claras en defensa de la teoría materialista del conocimiento. (cf. MAÑE GARZON, 1998)

Entre ellos A. F. Costa desplegó una intensa propaganda publicitaria a favor del materialismo.
En sus propuestas se advierte la profundización del materialismo mecanicista-biologicista de
raíz anglogermana, elevado hacia una comprensión más abierta hacia el desarrollo histórico.
A Costa debemos afirmaciones materialistas como éstas:

"(...) entre nosotros no hay ya partidos políticos sino partidos económicos. (...) La materia
gobierna al mundo
, tal es el resumen de la ciencia moderna." (cit. en ARDAO, 1968. po. 263)

En cuanto a la promoción de los ingenieros como avanzada del desarrollo social, es parte
integrante de la visión que el positivismo, tanto en la versión de Comte como de Spencer, tenía
del desarrollo industrial y del papel que juega en el proceso económico el método
experimental. Para el positivismo el ingeniero dada su formación científica está llamado a ser
protagonista de las transformaciones sociales. Comte y Spencer, alumno de la Ecole
Polytechnique

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el francés e ingeniero el inglés, estaban convencidos de que en la práctica profesional de los


ingenieros se reflejaba "la misión histórica" de las clases productivas. Irrumpían como la
avanzada del capitalismo industrial.

Dos acontecimientos, casi simultáneos, concretan a nivel de la superestructura cultural y


política el impacto social de las transformaciones materiales y la proyección de la perspectiva
positivista sobre el papel de los ingenieros. El primero será la puesta en marcha, en 1887, de
la Facultad de Matemáticas y Ciencias Anexas, destinada a consolidar a nivel universitario,
la forja de los tecnólogos nacionales. El otro, fue la creación, en 1891, del
Ministerio de Fomento
, como organismo director del Estado, responsable de hacer efectivos los proyectos de
vialidad, construcción de carreteras y puentes, control del transporte ferrocarrilero, puerto de
Montevideo y la conquista de nuevas fuentes energéticas. Los ingenieros egresados de esa
facultad serán los funcionarios técnicos que impulsarán, desde el Ministerio de Fomento, los
programas estatales de desarrollo tecnológico al servicio de la industrialización. Siendo
actores de un programa económico impulsado por el Estado, esos primeros tecnólogos
uruguayos se convertirán, gracias a su nivel de formación científica y su visión ideológica
positivista materialista, en conscientes militantes del proyecto político nacionalista de la
burguesía industrial.

Los fines de la revolución cultural del positivismo quedaron develados una década después de
la reforma de Varela al consolidarse la reforma universitaria de Vázquez Acevedo: los jóvenes
ingenieros nacionales egresados de la universidad positivista habían sido los primeros
alumnos de las escuelas reformadas fundadas a lo largo y ancho del país por la Sociedad de
Amigos de la Educación Popular.
Lo que inicialmente había aparecido como un utopismo, fue, como parte de la estrategia de la
burguesía industrial, el operativo generador de los tecnólogos nacionales capacitados para
proyectar e impulsar programas de industrialización los cuales, iban a ser protagonistas de las
batallas contra los intereses del capitalismo inglés. La universidad dirigida por los positivistas,
se convirtió en una escuela promotora de la filosofía materialista y del nacionalismo burgués
que, en su lucha contra la dominación económica-cultural del "imperio informal inglés", asumió
una impronta antimperialista.

La transformación de la enseñanza universitaria significó la culminación de una etapa histórica,


en la cual los objetivos principales de la revolución cultural estaban cumplidos. Las siguientes
etapas corresponderían a la lucha por la organización de la ciencia y su proyección social, en
directa vinculación con la puesta en marcha del proyecto industrialista. Esa etapa será
cumplida durante la segunda presidencia de José Batlle (1911-1915), por la decisiva acción
del Ministro de Industrias, Dr. Eduardo Acevedo y del Ministro de Hacienda, Ing. José Serrato,
integrantes de la primera y segunda generación de positivistas darwinianos. Durante ese

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período se entrelazará la política económica industrialista, basada en el proteccionismo y en


las nacionalizaciones de las empresas financieras, de energía, etc., con una política
científico-tecnológica por la cual se crearon los institutos estatales de promoción en ciencia y
tecnología. (cf. CHERONI, 1986, 1988 Y 1992)

5. La epistemología materialista. Economía, política y filosofía del positivismo uruguayo.

"La filosofía es hoy un campo de batalla."

PRUDENCIO VAZQUEZ Y VEGA, 1879.

No es fácil efectuar una caracterización del positivismo en el Uruguay que comprenda


integralmente a las distintas tendencias filosóficas y políticas que asumieron su
representación. Se pueden tomar como referentes comunes algunos rasgos filosóficos que

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constituyeron el soporte teórico de esta doctrina y que distinguen a la mayoría de los


positivistas uruguayos de los otros que florecieron en el mismo período histórico en América
Latina.

El materialismo darwiniano es el perfil filosófico que caracterizó al movimiento positivista en el


Uruguay. La adhesión de los positivistas al materialismo filosófico fue percibido y denunciado
desde los frentes encabezados por espiritualistas y católicos, que doctrinariamente
adversarios, se unieron en el combate franco contra ese enemigo común. Las polémicas
filosóficas entre las diversas tendencias que se desarrollaron en el período de la
modernización capitalista fueron la expresión de las tensiones existentes entre los diversos
sectores sociales. Esas tensiones fueron condicionadas por la postura de las clases ante el
proceso económico. Es decir, las polémicas filosóficas se desarrollaron directamente
vinculadas con las disputas sobre el destino económico del país. Esta innegable vinculación
permite, entonces, establecer filiaciones inequívocas entre la economía y las concepciones
filosóficas, de tal manera que los materialistas estarán siempre afiliados a la protección estatal
de las industrias, en tanto los espiritualistas defenderán a ultranza el liberalismo económico.

Uno de los datos más interesantes que surge de las polémicas filosóficas es el
reconocimiento, por todos los contendientes, de la función política y social de la ciencia. Si en
los discursos filosóficos se concentran las cuestiones económicas en pugna, también entra en
la esfera de esos discursos problemas epistemológicos como el referido al papel social del
conocimiento científico. Varela expuso con claridad en sus obras pedagógicas, desde una
perspectiva epistemológica materialista, como debía entenderse la relación entre la ciencia, la
economía y la política. El amplio alcance filosófico y sociológico que denota su concepción
epistemológica transciende el marco teórico que filia al reformador con las teorías de Darwin y
Spencer. La innegable influencia que tuvo su legado entre seguidores y adversarios, se
convirtió en la clave teórica para comprender las características de este complejo proceso.
Leemos en el capítulo XXIX de La educación del pueblo, párrafos tan significativos
epistemológicamente como el que se transcribe:

"(...) en su acepción elevada y legítima, la política es la ciencia madre: a ella se


subordinan todas las otras ciencias, tan luego como llegan a aplicarse, en cualquier

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sentido que sea. Y no se diga, por ejemplo, que cuando la física aplica las fuerzas
del vapor a la locomoción, nada tiene que ver con la política; porque si es cierto que la
locomotora obedece a unos mismos principios en todos los ferrocarriles, no es menos
cierto, también, que el ferrocarril americano tiene una función política igualitaria, mientras
que el ferrocarril francés tiene la misma función política, pero aristocrática (...) la
ciencias al aplicar el vapor al ferrocarril, tienen en cuenta y subordínanse a las doctrinas
políticas que dominan. (...) desde que abandonan el terreno de lo abstracto, y se aplican
a la industria, a las artes, al comercio, las ciencias experimentales toman en cuenta
las doctrinas políticas y sociales, y a ellas se subordinan." (VARELA, 1964a. II, p. 47)

Una postura epistemológica como la expuesta por Varela y aplicada en los proyectos de
reformas educativas, no podía menos que exigirle a los representantes de las corrientes
idealistas (espiritualistas, racionalistas liberales y católicos) que aceptaran y asumieran el reto
que implicaba trascender "el terreno de lo abstracto" y pensar las cuestiones filosóficas y las
científicas desde el país real. En este sentido, también Varela lanzaba a los adversarios del
materialismo un reto concluyente:

"En esta vastísima esfera del saber y la actividad humana, se hacen sentir las
peculiaridades de cada nación, resultado de causas múltiples que la historia se encarga
de explicar." (VARELA, 1964a. II, p. 44)

En este análisis está implícito el giro hacia, lo que podemos llamar, la nacionalización de las
corrientes ideológicas, filosóficas y las teorías económicas y políticas que contienden por la
hegemonía en la sociedad uruguaya. La metodología que implica estudiar desde "las

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peculiaridades de cada nación" la filosofía y la ciencias, exige analizar histórica y socialmente


la génesis y evolución de las ideas. Es esta tendencia epistemológica materialista la que
mejor caracteriza ese perfil peculiar del positivismo en el Uruguay. En el Uruguay los
positivistas materialistas, de la escuela de Varela, Costa y Vázquez Acevedo, no fueron
simples imitadores, adaptadores o repetidores de la doctrina tal como se recibía de Paris o de
Londres. Su actitud fue todo lo contrario a ser pasivos receptores de las ideas provenientes de
Europa o Estados Unidos. Incorporaron los fundamentos teóricos y la metodología positivista,
dándole un fuerte contenido materialista, de acuerdo a las condiciones históricas, económicas y
sociales del país, en relación con el proyecto económico industrialista y en beneficio de la
estrategia política de la burguesía nacional. Las tesis positivistas recibidas a través de
Spencer, Mill, Comte o el impacto provocado por los materialistas darwinianos ingleses y
alemanes, contaron en función de las necesidades de un proyecto nacional determinado por
las condiciones de un país dependiente en busca de su destino nacional.

Nada ilustra mejor esta dirección epistemológica materialista que la exposición realizada por el
Rector de la Universidad, Alfredo Vázquez Acevedo, en la colación de grados de 1885. A
propósito de la ubicación del darwinismo en la vida social del Uruguay, desarrolla una serie de
temas epistemológicos que abarcan cuestiones centrales de la historia y filosofía de la ciencia:

"En pocos países la teoría moderna de la evolución ha hecho más rápido camino que en
nuestra pequeña república. Mientras viejas naciones europeas todavía ponen trabas a
las verdades que el eminente Darwin ha enseñado, nosotros nos atrevemos a
adelantarlas, llevando las aplicaciones y las consecuencias filosóficas más lejos que el
mismo sabio inglés. (...) No consiste todo en recoger y asimilarse las doctrinas nuevas, la
novedad no es siempre la verdad, aunque se presente acompañada por las formas y
apariencias más seductivas. Muchas veces, por el contrario, las doctrinas nuevas
encierran grandes falsedades. Nuestro ídolo debe ser la verdad, no la novedad. Por eso
en presencia de una idea nueva lo que el buen juicio aconseja no es acogerla desde
luego porque es nueva, sino someterla a prueba, hacerla pasar por el crisol de la
observación y del estudio, incorporándola al capital científico ya adquirido si se

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ajusta a la verdad, o condenándola al abandono y a la oscuridad en caso contrario. (...)


Además, las verdades científicas no son siempre verdades absolutas. Lo que es exacto en
circunstancias dadas, no lo es a menudo en otras. Conviene, por consiguiente, unir al
amor de la investigación propia, otra cualidad: el sentido práctico. Para saber si una
idea es buena o verdadera necesitamos averiguar si en el práctica resultará realmente lo
que imaginamos. No importa esto decir que lo que es exacto en teoría puede ser falso en
la práctica. La falsedad en los hechos no acusa contradicción entre la teoría y la
práctica, sino falsedad total o parcial en la teoría. No debemos, por eso, aceptar una idea
o principio de cualquier naturaleza, con carácter general, mientras no la hayamos
examinado bajo su faz práctica, para saber si es una verdad absoluta, o sólo una verdad
relativa, aplicable bajo determinadas condiciones." (cit. en ARDAO, 1968. pp.196-198)

La innegable percepción del valor social de la filosofía y de la ciencia, en directa vinculación


con la economía y la política, es decir, implícitamente con la lucha de clases, hace emerger de
este texto cuestiones epistemológicas de singular y actual importancia. Son temas visibles el
de la apropiación del conocimiento científico establecido, cuestión de importancia capital para
el desarrollo científico-tecnológico en un país dependiente.

La noción de "capital científico" tal como lo presenta A. Vázquez Acevedo en el texto


transcripto se aproxima a los conceptos de "patrimonio
técnico-experimental"
y
"patrimonio teórico de la ciencia"
utilizados por el filósofo de la ciencia italiano Ludovico Geymonat. (cf. GEYMONAT, 1965. pp.
93ss.)

En su exposición, que no es otra cosa que la síntesis de una elaborada crítica a la situación de
la educación y la ciencia en el Uruguay, Vázquez Acevedo esboza una fina explicación de la
relación dialéctica entre conocimiento relativo y absoluto. Ubica a la práctica social y científica
en el punto crucial para definir el criterio de verdad. Estos párrafos merecen una lectura atenta,
pues son centrales para entender el carácter político de las polémicas filosóficas de ese
período. Vázquez Acevedo vuelve a reiterar, siguiendo a Varela, que el defecto de los

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idealistas es abstraer las cuestiones filosóficas del contexto económico-social al cual refieren.
Por eso, al referirse a la teoría de Darwin y señalar que "nosotros nos atrevemos a
adelantarlas, llevando las aplicaciones y las consecuencias filosóficas más lejos que el
mismo sabio inglés" , vuelve
polémicamente a indicar que las cuestiones pedagógicas y científicas tienen un alcance
filosófico que trasciende los límites acotados por el disciplinamiento institucional. En sus mirada
al mundo real advierte que el darwinismo está presente en la contienda de los hacendados por
avanzar en la explotación científica de la ganadería y en los cenáculos culturales donde los
médicos defendieron el materialismo.

El desarrollo de esta línea epistemológica materialista se realizó en escenarios institucionales


diversos, los cuales están presentes en el discurso de Vázquez Acevedo. Esos escenarios
institucionales representaron distintos intereses profesionales y disciplinarios, en tanto, sus
objetivos se dirigían a zonas diferentes del quehacer social.

El positivismo materialista, identificado con el darwinismo tuvo una rápida recepción en el seno
de la Asociación Rural del Uruguay, donde la polémica en torno a al evolucionismo se dio
directamente vinculada al papel de la selección natural en la producción ganadera. (cf.
BARRAN-NAHUM, 1967-1987; GLICK, 1989; CHERONI, 1999) A nivel de las polémicas
filosóficas e ideológicas el Ateneo del Uruguay, el Club Católico y los diarios y publicaciones
periódicas, fueron el medio institucional donde las mismas se desarrollaron con inusitada
violencia. El espacio político donde las polémicas entre materialistas e idealistas se
manifestaron públicamente fue el Parlamento.

En cada uno de estos espacios institucionales los contendientes se enfrentaron duramente,


atacando o defendiendo los fundamentos filosóficos materialistas de la política educativa,
centro estratégico de la revolución cultural. En cada uno de estos escenarios los personajes
coinciden, los nombres son casi siempre los mismos, lo cual reflejó el entrelazamiento entre
los intereses económicos y la representación política e ideológica de las clases. De tal
fermento social emergerá una nueva clase, la burguesía industrial, que dominará el escenario
nacional en las dos primeras décadas del siglo XX, y que intentará de completar los objetivos
de la revolución cultural de los positivistas materialistas. Por la frustración de su proyecto
industrialista el Uruguay sigue pagando un alto precio.

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