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“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los
hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8)
Estas palabras las dirige Pablo a los creyentes, en este caso, los de Colosas, y consecuentemente, a
todos los que profesan a Cristo en cualquier lugar y en cualquier tiempo de la historia, ya que es
Palabra de Dios.
Esto implica algo a tener en máxima consideración, que es, que aún los verdaderos cristianos
podemos ser engañados, por eso dice: “Mirad que nadie os engañe…”
Que el engaño y los que lo propagan están cerca del creyente, es un hecho. Ese “engañar” en
griego, es el mismo término que se traduce por “robar”. Por tanto, el engaño busca el robar o
sustraer la verdad de los creyentes para reemplazarlo con mentira.
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe…” (1 Pedro 5:8,9)
Sabe que no conseguirá nada con ataques que no constituyan ningún problema para el creyente,
por lo tanto, buscará la manera.
Dios es amor, así que todo lo que constituya el amor de Dios es de suma importancia para el
creyente. Como cristianos sabemos que el amor es clave para vivir y desarrollar una vida cristiana.
El diablo sabe eso, así que buscará el utilizar esta cuestión en su beneficio, sabiendo que ahí nos
creemos fuertes.
Nota: Ahí donde nos creemos fuertes, somos muy débiles, porque tenemos tendencia a relajarnos.
El diablo usará para sus repudiables fines la temática del amor, y el siguiente es un ejemplo, muy
común, que ocurre en tantos y tantos círculos cristianos.
Si consigue que levantemos la bandera del amor para llegar a minimizar un acto reprobable como
es el pecado, entonces habrá ganado mucho. Habrá manchado el amor, y habrá enaltecido el
pecado.
En este caso se estaría urdiendo un falso concepto del amor, aquel que sólo se contempla desde la
escena sentimental, haciendo de esos sentimientos una definición interesada de lo que es el amor.
Es el típico ejemplo de los creyentes que, ante el pecado descubierto de otro, todo lo más que se
les ocurre es intentar paliar el asunto, no con la búsqueda del arrepentimiento y la disciplina
cuando obvia, sino a través de los “achuchones de cariño”, como si el “cariño” fuera la respuesta al
pecado encubierto, descubierto, y puesto a la luz.
De ese modo, se echa la gracia de Dios por el suelo, pisoteándola, por haber hecho de esa gracia,
simple impudicia. De esa manera se cumple lo escrito también:
“ Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido
destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de
nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4)
Por eso Dios dio la Ley a Moisés, para que entendamos cual es Su exigencia de santidad. La Ley
nada tiene que ver con el cariño, y sin embargo el cumplimiento de la Ley es el amor (Ro. 13:10)
Dios no mostró su "cariño" al pueblo elegido, sino que le mostró la gravedad del pecado, por
medio de la ley.
Pero los engañadores y engañados no actúan conforme a la santa severidad de Dios, sino todo lo
contrario. En ese sentido leemos las palabras del profeta: “Porque desde el más chico de ellos
hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son
engañadores. Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay
paz” (Jeremías 6:13, 14)
El pecado hay que tratarlo con la severidad que requiere, de otra manera, estaremos haciendo
como aquellos falsos ministros del Señor del tiempo de Jeremías, que aseguraban la paz al pueblo,
cuando eso no era así, por causa del pecado.
¿Qué deberíamos hacer frente a esa amenaza que siempre estará contra nosotros mientras
estemos en este mundo?
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los
hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8)
Casi siempre el diablo utilizará a sus ministros, falsos ministros del Señor, para intentar traer el
engaño a las vidas de los verdaderos hijos de Dios, tal y como vimos:
“Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido
destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de
nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4)
Los falsos maestros que tienen éxito en hacer que las personas crean mentiras, les roban la verdad,
y la bendición de Dios. Para los verdaderos creyentes, eso es terrible, porque si bien es imposible
que el engaño pueda hacer que la salvación se pierda, sí constituirá motivo de pérdida de gloria
futura en muchos casos.
“Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque
haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y
generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1: 10,11)
Esta escritura nos hace entender que así como podemos obtener una entrada amplia y generosa
en el reino de Dios, puede también ser lo contrario.
Por tanto será menester que nos aseguremos de no estar bajo ningún tipo de engaño, y menos
todavía, sobre alguno que pudiera afectarnos de cara a la Eternidad.
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los
hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8)
Aquí es el único lugar en todo el NT en el que vemos mencionada la palabra “filosofía”, que en su
literalidad significa: “amor por la sabiduría”.
Ese vocablo, en su origen, no se refería tanto a una disciplina académica, sino más bien a cualquier
teoría acerca de Dios, el mundo, o el significado de la vida, que evidentemente, en este caso, era
ajena a la Palabra de Dios.
Los que acogieron la herejía propagada en Colosas, la usaban para describir el supuesto
conocimiento superior que según ellos habían alcanzado. Eran los ciernes del gnosticismo, y
también de lo judaizante.
Hoy en día es lo mismo, y se mueven en todo tipo de esquema teológico, de ahí que los podamos
encontrar en todo lugar del círculo evangelical.
Como en aquel entonces, estos que se presentan como maestros, llevan títulos improcedentes
como “doctor”, “licenciado” y hasta “apóstol”, (y las mujeres, "profeta") buscando de ese modo el
impresionar a su público, cuando muchos de ellos apenas pasaron de la secundaria.
Suelen ser personas con un alto grado de megalomanía (delirio de grandeza), llegando a creerse
ellos mismos sus propios embustes.
Se colocan ante los demás como sabios y eruditos, pero no son sino charlatanes, embaucadores,
que sólo logran engañar a aquellos que tienen la tendencia de idealizar a ciertas personas y
encumbrarlas en sus imaginarios pedestales.
Les apartaban de la gracia, para que confiaran en sus propios méritos y obras.
Estos falsos maestros eran judíos (2: 11, 16). Eran ascetas (practicantes del ascetismo) (2: 16, 20-
23), posiblemente heredado todo ello de los esenios. Hoy en día los falsos maestros, si no son
judíos, se hacen pasar por judíos, haciendo creer a sus acólitos que de ese modo tienen más
"autoridad espiritual", y deben ser escuchados (por lo que tienen su material para vender, sus DVD
´s, sus libros, etc.)
Eran místicos (2: 8), estaban envanecidos, lo cual implica que estaban inmersos en un gran orgullo
espiritual (2: 18), etc. También buscaban el introducir un culto a los ángeles (2: 18), lo cual
atentaba a la todo suficiencia y supremacía de Cristo.
Todo lo que implique formas externas y ritualismos, dándoles un uso y sentido espiritual
improcedente e incluso exagerado, no es doctrina de Cristo. De ahí que Pablo les enseñara:
“Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días
de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Col 2: 16, 17)
Los falsos maestros querían imponer algún tipo de regulaciones alimenticias que pudieron haberse
basado en la ley ceremonial, ya obsoleta.
Por estar en el Nuevo Pacto, ya no estamos obligados en modo alguno a observar las restricciones
del AT respecto a nuestra dieta, y tampoco a observar nada que tenga que ver con las festividades;
es decir, las celebraciones religiosas anuales del calendario judío; luna nueva (el sacrificio mensual
que se ofrecía en el primer día de cada mes), o el shabbat; la doctrina apostólica enseña con
claridad que no hay que guardarlo (Ro. 14: 5,6; Hchs. 20:7).
Hoy en día, además de estas cosas, los falsos maestros dan una importancia desmedida a
cuestiones de precepto, conforme a punto de vista humano, que no tienen ningún valor ante Dios.
“Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si
vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos 21 tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques
(en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el
uso?” (Vv.21, 22)
Nada que tenga un enfoque legalista nos aportará algún beneficio espiritual. La gracia de Dios, sí.
Sí, se puede ser libre del engaño y de sus portadores, y será así en la medida en que vayamos
aprendiendo a depender enteramente de la gracia de Dios, llenando nuestras mentes de la verdad
de Cristo, buscando el agradar a Dios, por encima de a nosotros mismos.//