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felicidad
Durante la segunda mitad del siglo XX nace el concepto de “civilización del deseo”
como una consecuencia del capitalismo predominante de la época, abriendo las puertas a la
demanda, comercialización y multiplicación de las necesidades que realmente poseen las
personas. Al mismo tiempo que pasaban los años, se hizo insuficiente publicitar lo necesario,
por lo que se optó por indagar en las deficiencias emocionales de los consumidores, naciendo
la opción de que compraran lo innecesario con tal de suplir tales deficiencias, para así,
conseguir la felicidad. Dentro de este contexto, la felicidad es presentada como la solución
contra la insatisfacción, el sufrimiento y cualquier estado que ocasione un vacío en la
persona. Así, cerrando cualquier tipo de interpretación del término de felicidad,
presentándose una clara manipulación y uso a fin de captar clientes. La principal
consecuencia es el perfil creado en la gente que ahora valora más el materialismo,
provocando un efecto dominó tras la individualidad producida, ignorando el entorno (medio
ambiente y personas) y como resultado, siendo más propensas a la ansiedad, depresión y
abuso de drogas.
En primer lugar, hoy en día existe una alta exposición a temprana edad a la publicidad,
haciendo natural la coexistencia de felicidad y bienes de consumo. La educación debería
dejar a un lado la mecanización de enseñanza y forjar en las personas una base íntegra, ya
que el problema de raíz que trae consigo el consumismo es la escasa capacidad de buscar
respuestas en su interior, transfiriendo su valor como individuo a un objeto representativo,
hecho presentado tanto en niños como también en adultos. Dichas propuestas son explicadas
por Barros de Villar (2011, pp.1-2) quien señala que “si quieres hackear tu propio estilo de
vida consumista, basta con esforzarte solo un poco para ejercer conciencia cotidiana sobre
tus actos, sobre tu autopercepción y sobre tus principios. No se trata de abandonar tus
pertenencias e irte a una montaña. Se trata de entender cuáles son los objetos, artículos y
productos que enriquecen tu vida”. Al ser manipulado el término de felicidad, se desprende
la búsqueda personal de ésta misma, dejando que las manos del mercado definan los
productos a seguir para encontrar dicho bienestar. La dependencia de lo anterior puede
generar una patología emocional basada en poseer lo que el resto no, creando individualidad
y fomentando la competitividad de bienes. Villar (2011) propone que tal vida es evitable a
medida que somos conscientes de nuestros actos y metas en la vida, ya que de este modo se
hace más fácil conseguir la felicidad.
En segundo lugar, el poder que tiene la publicidad es tal que parece vender un producto
cuando en realidad vende un ideal. Existen muchos estereotipos físicos y emocionales hoy
en día, ligados directamente con la moral de las personas, dicha moral es el anzuelo usado
por el marketing para captar clientes. Claro ejemplo de esto es la publicidad de lencería, que
exhibe sus productos en modelos o gente que (moralmente) son bonitas, logrando así que la
consumidora haga la analogía entre ella y lo que se le ofrece. Esto tiene relación directa con
lo planteado por Alameda (2015, pp.1) quien propone que “la publicidad se convierte, de esta
forma, en la garantía que permite a la persona ser lo que no fue, lo que permite ser lo que
desea ser”. La publicidad hace vivir a la persona falsos momentos de felicidad (pasajeros),
pues tras una clara estrategia de marketing se puede presentar un producto de manera que se
haga necesario. El uso de un umbral de apariencias y máscaras sociales facilita el trabajo a
medida que cuánto representa para el resto el usar cierta marca, moldeando así la mente de
multitudes y vendiendo la felicidad.