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Hagan esto en recuerdo mío

«Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido »


La celebración de la Eucaristía es el centro y culmen de la vida cristiana, como tal no
podemos conformarnos con una participación motivada por cumplir con un precepto y una
vivencia meramente social. Al celebrar y recibir la Eucaristía es necesario hacerlo con
conciencia de lo que esto significa.
“Yo recibí del Señor lo que a su vez les transmito” (1 Cor. 11,23) es pues una premisa
especial y profunda para pensar en nuestra participación en el banquete eucarístico. Pablo
con estas palabras exhorta y a la vez es consciente de lo que realiza, pues recibir es un
compromiso de compartir. Él sabe que ha recibido la gracia no por merito sino por un don
del Señor que lo mirado, sabe que lo ha recibido al igual que otros a quienes el Señor mirado
y les ha amado ofreciéndoles la oportunidad de participar de su amor y con la responsabilidad
de anunciar a otros el mensaje de amor. Pablo reprende y anima a la comunidad de Corinto
a una vivencia justa en la Cena del Señor. Es decir no participar a fin satisfacer mezquinos
intereses individualistas sino prensar en la comunidad que clama la necesidad de compartir
el amor. De fijar la mirada los unos en los otros como el Señor Jesús los hizo aquel día en la
multiplicación de los panes.
Al participar hoy en la Eucaristía sólo por mezquino afán de cumplir con preceptos y
para “solicitar ayuda de Dios” sin una debida y necesaria relación amorosa, estamos viviendo
de manera injusta la participación en la Cena del Señor.
Es necesario comprender así como Pablo lo hizo, que recibir es compromiso de
compartir. Hemos recibido la gracia por don y amor, es la gracia que nunca acaba, es gracia
que renueva y da vida. Es compromiso de amar al hermano y estar en su vida para ayudarlo
en su necesidad y anunciarle lo que a su vez hemos recibido, la salvación.
Nuestra participación en la Eucaristía ha de ser pues motivada por una gratitud hacía
el Señor que nos ama y nos llama a participar de su vida. Sea siempre nuestra participación
con mucha esperanza, profunda y sincera de manera que produzca frutos para la vida del
mundo.
Invito a considerar el modo en que los primeros hermanos cristianos participaban en
el convite eucarístico, con alegría y agradecimiento. Además la Palabra de Dios será pues
nuestra base y fundamento para reflexionar en la importancia y necesidad de participar y
vivir la Eucaristía.
Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa.

«Reunios cada día del Señor, romped el pan y dad gracias, después de haber
confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro»1.
La fracción del pan era el motivo para celebrar, “hagan esto en conmemoración mía
son las palabras que hacían eco y motivaban a comer el Cuerpo y beber la Sangre del Señor
Jesús. Además era la causa de hacer comunidad entre los cristianos. Así pues es necesario
replantearnos como es en nuestro tiempo y espacio la participación en este memorial de vida.
Es claro y común que al asistir a las Eucaristías celebradas en algunas de nuestras
comunidades, ver como hay personas que hacen presencia pero no experimentan pertenencia
a la comunidad de hermanos. La comunión es una característica inseparable de la Eucaristía.
San Pablo denuncia la injusticia de discriminación y división que existe entre la comunidad
de Corinto en el capítulo once de esta carta. Recuerda que el motivo de reunión y celebración
es motiva y mandado por el Señor.
No es suficiente con notar estas actitudes y denunciarlas, hemos de examinarnos
nosotros mismo quienes ya decimos participar de manera comprometida en la Iglesia del
Señor, pues como invitados no podemos solo pensar en satisfacer nuestras necesidades y
sacia nuestra hambre.
Como invitados hemos de fijar la mirada en quien nos invita, quien a su vez está
atento que todos participen plenamente de su convite. En nuestro caso como cristianos
reunidos en comunidad para participar de la cena del Señor, hemos de ser atentos a las
necesidades de los hermanos que asisten y no encuentran el sentido de pertenencia a la
comunidad. Promoviendo la justica, la caridad, con nuestra actitudes de suerte que crezcan
cada vez más en la participación plena y activa de la cena del Señor.
Cómo Iglesia es necesaria la actitud de agradecimiento al Jesús, quien nos llama y
nos ama por pura generosidad suya. Quien nos perdona y nos hace capaces de compartir su
gracia y salvación.
En muchas ocasiones contradecimos la Eucaristía con actitudes de indiferencia ante
el hermano que está necesitado de amor y cercanía. El libro de los hechos de los apóstoles
nos da la pauta universal para celebrar y vivir el banquete del Señor.
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan
y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos
prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común
Hch. 2 42-43.

1
Didaché, c. 14
Todos los creyentes vivían unidos, es una actitud que vivían las primeras
comunidades cristianas. Que hoy en día como cristianos hemos ido atenuando con actitudes
farisaicas. El ornato, lo meramente ritual de la liturgia, lo superficial ha suplantado a lo
esencial. Hemos quitado la mirada del hermano por ponerlo en lo efímero.

San Justino mártir nos muestra en su Apología, C. 65 como su comunidad celebraba:

« Nosotros, después de haber bautizado al que ha creído y se nos ha incorporado, lo llevamos a los
llamados hermanos allí donde están reunidos. Hacemos las oraciones comunes por nosotros mismos, por el
que ha sido iluminado (...) Acabadas las preces, nos saludamos con el ósculo. Seguidamente se presenta al
que preside sobre los hermanos pan y una copa de agua y vino mezclado. Cuando lo ha recibido, eleva al
Padre de todas las cosas alabanza y gloria por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y hace una gran acción
de gracias (eucharistian epi poly poieitai), porque por él hemos sido hechos dignos de estas cosas. Habiendo
terminado él las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: amén. Amén
significa en hebreo "así sea". Cuando el presidente ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que
entre nosotros se llaman diáconos dan a cada uno de los presentes a participar del pan y del vino y del agua
eucaristizados, que también llevan a los ausentes».

Hemos de llevar el a todos los que asu vez hemos recibido de Cristo; amor,
comprensión, perdón, paz, amabilidad, Fijar nuestra mirada en los demás, todo esto
haciéndolo en recuerdo suyo.

El trigo que estaba disperso en los campos y que hoy se ha convertido en pan ha de
ser nuestro modelo. Nosotros que estábamos dispersos por el mundo de las tinieblas en Cristo
hemos sido regenerados por su gracia y congregados por su amor, vivamos la comunión y la
acción de gracias con la esperanza cierta de saber que todos hemos sido llamados a participar
de esta bendición.

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