Professional Documents
Culture Documents
El único vaquero, contratado como conductor por Bill Morley y su hija Ann, contra la
voluntad de Bernard, que sería el jefe del equipo hasta llegar a Wichita, era contemplado con
curiosidad por todos, mientras bebían invitados por el nuevo patrón.
Dick Sheridan, como dijo llamarse el joven y alto vaquero, al informarse por la
conversación que sostenía Bill Morley con su jefe de equipo, de que la joven Ann les
acompañaría hasta Wichita, dijo:
-Debe perdonar, patrón, me meta en lo que no me importa, pero si esa joven fuese mi
hija le prohibiría realizar un viaje tan expuesto… Conozco perfectamente el camino por el que
tendremos que caminar hasta llegar a Wichita… ¡Y créame si le digo, que si está lleno de
peligros para todos nosotros, mucho más lo estará para una joven tan bella y delicada como su
hija!
-Para tranquilizarte, muchacho, permíteme te diga que mi hija, desde muy corta edad,
se ha criado a lomos de un caballo y entre ganado. Su aspecto suele equivocar a quienes no la
conocen… Es dura como el que más, y las armas que lleva no son un simple adorno… Entre los
hombres que trabajan para mí, ella es la más hábil con el Colt y el rifle.
Dick contempló sorprendido a Ann, que sonreía orgullosa por las palabras que acababa
de pronunciar su padre.
-A pesar de ello, patrón –agregó Dick-, es un viaje sumamente peligroso para ella…
-¡Deja en paz a los patrones y preocúpate de tus cosas, larguirucho! –bramó Bernard,
molesto.
-Perdone mi insistencia, miss Morley, pero aunque esté encaprichada en realizar este
viaje, debiera quedarse en el rancho –añadió Dick, sin que le preocupara la actitud de
Bernard-. El camino que tendremos que seguir para llegar a Wichita, es mucho más peligroso
que si fuésemos a Dodge City… ¿Qué sucedería si cayésemos en manos de algún grupo de
indios o cuatreros?
-¡No temas, larguirucho! –volvió a bramar Bernard, por momentos más irascible-.
¡Nosotros evitaremos que eso suceda!
-Debes dejar de preocuparte por mí, larguirucho –dijo Ann, sonriendo con simpatía al
joven-. Y piensa que en caso de peligro, resultaré una gran ayuda para todos vosotros.
-No dudo que así sea, miss Morley –replicó Dick-. Pero su padre debiera pensar en mis
temores, antes de permitirle realizar este viaje.
-Si hablas con sinceridad, he de dudar que conozcas el camino hasta nuestro destino –
dijo Dick, sonriendo malicioso-. Engañando a la patrona, no creo que sea un bien lo que le
haces…
-¡Escucha y procura hacerlo con atención, larguirucho! –replicó Bernard, con voz sorda
y grave mirando con fijeza a Dick-. Empiezo a cansarme de tu tozudez… Y tengo la sospecha
que vas a tener muchos problemas durante el viaje…
-¡Por favor! –pidió Ann-. Os ruego que no discutáis… -y dirigiéndose al padre, agregó-:
Voy a despedirme de mis amigas…
Achilles Mason, que era el patrón de Bernard, se aproximó a él y en voz baja, le dijo:
-Creo que ese larguirucho te va a complicar el viaje… Has debido negarte a que fuera
contratado…
-Ya lo hice, patrón, pero ya ha visto la reacción de Ann… ¡Es una caprichosa
consentida!
-Ese muchacho que habéis contratado tu hija y tú, me resulta fanfarrón y pendenciero.
-Yo creo que es un joven excelente, aunque un poco charlatán –replicó Bill.
-Debes tener presente que seré el jefe del equipo… ¡Y que si por mí fuera serías
despedido en estos momentos!
Achilles hizo una leve seña a su capataz para que diese por finalizada la cuestión.
Segundos más tarde, aprovechando que Bill conversaba con el joven larguirucho, dijo
en voz baja a Bernard:
-Es muy posible que Ann, al menos en cuerpo, me pertenezca antes de llegar a
Wichita.
-Eso tendrá que suceder por la fuerza, puesto que no hay duda que esa muchacha te
desprecia.
-Seguiré hablando con claridad y todo aquello que piense… Para no hacerlo tendría
que cambiar y sospecho que es demasiado tarde para ello…
-Tendré en cuenta su consejo… Ahora, patrón, ¿por qué no evita que su hija venga con
nosotros?
-Al igual a ti te gusta exponer con claridad lo que piensas, a mí me gusta cumplir mis
promesas… ¡Y prometí llevarla conmigo en este viaje!
Bill Morley, sonriendo abiertamente, se separó de Dick para reunirse con Achilles
Mason y su capataz.
La joven, durante el camino de regreso al rancho, charló animadamente con Dick, que
resultó un joven de conversación amena.
Con habilidad, Dick consiguió que Ann le hablase de todos los proyectos de su padre.
Dick la escuchaba con atención, haciendo tan sólo de vez en cuando, preguntas
concisas a las que la joven respondía sin dudar.
Dick, al ser informado por Ann de que su padre no llevaría en el viaje a los vaqueros del
rancho, se sorprendió, preguntando:
-Aunque así sea, su padre debiera obligarles a acompañarle. Llevando tanto ganado, es
necesario estar rodeado por hombres de confianza.
-La confianza que estás dando a este larguirucho, Ann, puede ser malinterpretada por
él.
Bernard, sinceramente molesto, clavó su mirada llena de odia en Dick, para decir con
voz sorda:
-No deberías acompañarnos en el viaje que vamos a realizar… ¡Sospecho que vamos a
reñir con cierta frecuencia!
-Vas a tener serios problemas con Bernard –indicó Ann, con clara preocupación en su
timbre de voz-. Y te aseguro que es un hombre de los que uno no puede confiar en él.
-Lo único que espero, es que no me moleste…
-Bernard regresará mañana a Vernon para hablar con un amigo, que se encargará de
contratar a otros conductores…
-Lambert…
-He oído hablar de él, y te aseguro, que nada bueno… ¿Le conoce tu padre?
-No…
-Ha sido idea de Bernard encargar a John Lambert que se ocupe de contratar a los
conductores que precisemos. Nos ha dicho que Lambert es amigo de los mejores conductores
de ganado de Texas.
Dick quedó pensativo unos instantes, para finalizar por decir a la joven en voz muy
baja:
-Créeme que no es eso, pequeña… Es que veo cosas sorprendentes en cuanto me has
contado… No comprendo que míster Mason permita que su capataz os acompañe, cuando
debiera estar enfadado con tu padre por no haberle vendido el ganado… ¡Pero en realidad, lo
que me resulta sospechoso, es que sea amigo de John Lambert!
Dick y cuatro más de los contratados confesaron que era la primera vez que viajarían
con ganado. El resto había ido en varios ocasiones, aunque no a Wichita, sino a Dodge City.
Ann, ante la sorpresa general de todos y en especial del padre, invitó a pasear a Dick,
bajo pretexto de mostrarle el ganado.
Un par de horas más tarde, Bernard llegaba al rancho y al saber que Ann estaba
paseando con Dick, no pudo ocultar su desagrado.
Y de forma hábil supo convencer a Morley para que Dick no les acompañara a Wichita.
-Dick no podrá acompañarnos hasta Wichita, Ann… Es lo que de una forma sensata, y
por el bien de todos, hemos acordado tu padre y yo.
-¿Es así como cumples tu palabra? –le interrumpió Ann, sinceramente molesta.
-Por favor, pequeña –se apresuró a decir Dick, sin dejar de sonreír-. El que no os
acompañe en el viaje carece de importancia… Y hasta es muy posible que haya sido una idea
acertada… Piensa que dada la antipatía que Bernard y yo nos profesamos, resultaría fácil
reñir…
-Me alegra oírte hablar de esa forma, larguirucho –replicó Bernard, irónico y
malicioso-. No hay duda que a pesar de mi juicio sobre ti, eres un joven juicioso.
-No hay duda que el amor hacia ese joven te hace ser injusta –replicó el llamado Cliver,
sonriendo con mayor amplitud.
Acto seguido empuñó sus armas al descubrir el movimiento que Bernard y otro
hicieron para sorprenderle, ordenando:
-¡Levantad las manos o mañana seréis enterrados! –y dirigiéndose a los que les
contemplaban, agregó-: Sois testigos de que intentaron traicionarme… ¿No es motivo o causa
suficiente para colgarles?
-¡Por favor, Dick…! Te ruego que te tranquilices… Sería lamentable que todos
perdiésemos la serenidad…
-Ese hombre ha ofendido gravemente a su hija –replicó Dick, señalando a Cliver-. Sería
conveniente que se disculpara.
CAPÍTULO II
-Piensa bien lo que dices, hija… Por una broma, aunque haya sido pesada o de mal
gusto, no es razón para que un hombre pierda su trabajo.
Ann no insistió.
Bernard y Leman, como se llamaba el que intentó sorprender a Dick cuando éste
golpeó a Cliver, palidecieron de forma intensa.
-¡Dejad las amenazas y las ofensas, por favor! –volvió a pedir Bill Morley-. ¡Y ruego que
todos olvidéis lo sucedido!
-¡Ya lo creo…!
-Lo que tenéis que hacer es dejar en paz a ese joven –recomendó Bill.
-La actitud de Ann hacia ese muchacho, me crispa los nervios –confesó Bernard-. Creo
que su hija ha comenzado a enamorarse de ese larguirucho…
-No lo creo…
-Recuerda lo sucedido para que te sirva de lección –agregó el vaquero-. ¡La próxima
vez, no lo dudes, te matará!
-Ha sido una verdadera sorpresa –replicó Bernard-. ¡Me cuesta creer que se haya
adelantado al movimiento de Leman y mío!
-No comprendo que te cueste admitir algo tan sencillo, Bernard –ironizó el vaquero-.
¡Sois un par de novatos frente a ese muchacho!
-Mi consejo es que no cometas locuras, Cliver –le indicó Bernard-. Ese muchacho ha
demostrado ser muy peligroso.
-Es cierto que fuimos los primeros en mover nuestras manos y ese muchacho se nos
adelantó con facilidad.
Al día siguiente, tan pronto como Ann se levantó y desayunó, salió de la casa
preguntando por Dick.
-Me han encargado ayudar a Leander a preparar los carros que llevaremos en el viaje…
-Recuerda que soy la patrona… -dijo Ann, sonriendo con amplitud-. No tiene por qué
preocuparte la reacción de Bernard.
-Un hombre celoso puede resultar muy peligroso… ¡Los celos son un mal consejero,
pequeña!
Al alejarse de las viviendas, uno de los contratados por Bernard, contemplando a los
jóvenes, comentó:
-La joven patrona siente una gran inclinación hacia ese muchacho.
Eran varios los que estuvieron de acuerdo con el comentario del último que habló.
Por su parte, Dick, al alejarse de las viviendas en compañía de Ann, le decía:
-Aunque sigo teniendo mis dudas, creo haber conseguido recordar dónde conocí a
Bernard.
-Es que tengo la certeza de que es un cuatrero al que conocí lejos de aquí.
-Te aseguro que cuando lo conocí, en Lubbock, trabajaba en el equipo de un tal Brown,
considerado como el más astuto y sanguinario de los cuatreros de Texas.
-Oí hablar a mi padre de ese Brown… Aunque me aseguró que los Rurales nunca
pudieron probarle nada.
-Es no es del todo cierto, pequeña. Lo que sucede es que son muy pocos los que
conocen a Brown personalmente.
-Si tus temores sobre Bernard son ciertos, ¿no crees que deberías hablar con mi
padre?
-Lo haría con gusto, pequeña, pero tu padre no me creería. Me he dado cuenta de que
confía ciegamente en él.
-Te ruego unos días más de paciencia. Mañana tengo pensado conversar con Bernard
cuando se reúna con John Lambert.
-Puedes asegurarlo.
-De lo que estoy seguro, es que esta manada será una gran tentación para todos los
grupos de cuatreros.
-No debes culpar a Dick –se apresuró a decir Ann-. He sido yo la responsable de que
abandonara sus quehaceres.
-Lo único que puedo decirte es que me encuentro muy a gusto a su lado… Si eso es
amor, puede que me haya enamorado…
-Para que Bernard no se enfade y se sienta a gusto. Le necesito como jefe de equipo.
-¡Ese muchacho tiene que estar loco…! Y evita que Bernard se informe de sus
sospechas… No te dejes influenciar por ese muchacho, piensa que ha demostrado ser un
pistolero…
-Puede ser hábil con las armas, pero sumamente sensato… ¿Qué sucedería si en
realidad Bernard fuese un cuatrero?
-Sí.
-Ahora soy yo quien te pide por favor, papá, que escuches los temores de Dick…
-No insistas o me obligarás a despedir a ese muchacho.
Ann, desconcertada por la actitud del padre, finalizó por encogerse de hombros.
Al día siguiente, cuando Bernard se reunía con John Lambert, se sentaron a una mesa,
preguntando por John:
-No –respondió Bernard-. Aunque insisten en que su rostro les recuerda a alguien al
que conocieron.
-Puede que tan sólo sea un simple parecido con el que ellos conocieron.
-Así se lo he dicho.
-Plenamente.
-Desde luego.
-¿Cuánto para mí? –preguntó John Lambert, brillándole los ojos de ambición.
-¡Por favor, Bernard! –exclamó John, mostrando su sorpresa-. ¡Pensé que era un golpe
en el que Brown no participaría…!
-¿El larguirucho?
-En efecto.
John, después de contemplar con fijeza y minuciosidad a Dick, finalizó por decir,
sinceramente preocupado:
-Al igual que Leman y Cliver, no puedo asegurarlo, pero juraría que le he visto antes de
ahora…
-Tan sólo obedezco órdenes –respondió Dick, sereno y sonriente-. Y considero que la
patrona tiene más autoridad sobre los vaqueros del rancho que tú. Y desde luego, prefiero
acompañarla a realizar cualquier trabajo en el rancho… ¿No crees que es lógico?
Bernard, que no podía olvidar la facilidad con que le encañonó, contrariado, guardó
silencio.
-Lo ignoro… -respondió Dick-. Y vosotros dos, ¿hace tiempo que os conocéis?
Bernard, a pesar de los esfuerzos que hizo por mantenerse sereno, no pudo evitar
palidecer ligeramente, respondió:
-¿Seguro?
-Procura no perder los nervios –indicó Dick, sonriendo con amplitud-. Supongo que
también ignorarás que Cliver y Leman formaron parte del equipo de Brown, ¿verdad?
-Quien nos hablaba hace unos minutos a la patrona y a mí sobre vosotros, no creo que
mintiera –dijo Dick-. Y desde luego estaba convencido de que tú, Cliver y Leman, formabais
parte del equipo de Brown…
-¿Estáis lívidos como cadáveres! –exclamó Dick, sonriendo irónico-. ¿Es que no os
encontráis bien?
-No comprendo quién puede ser ese hombre que te ha hablado de nosotros –dijo John
Lambert, intentando sonreír-. Pero puedo asegurarte que ese hombre tiene mucha
imaginación o es un redomado embustero.
-Estáis en un error si pensáis así… ¡Y procurad tener mucho cuidado, he visto colgar a
más de un cuatrero en plena ruta!
-Si has dicho que nunca has sido conductor ni has estado en la Ruta, ¿cómo has podido
ver semejantes cosas?
CAPÍTULO III
-Aunque nunca he realizado un viaje como conductor, he andado mucho por la Ruta…
¡Y, en efecto, he visto muchas cosas sorprendentes!
-Ya veo que no os alegra ver a un viejo amigo –comentó aquel hombre, irónico-. ¿A
qué se debe vuestra palidez?
-Hola, teniente Rangely –saludó John-. Si no habla, creo que no le habría reconocido…
-¿Es que vas a negar ante mí que eras un cuatrero? –preguntó Rangely.
-Le aseguro, como ya lo hice entonces, que ignoraba que el patrón para el que
trabajaba fuese un cuatrero.
-Debes dejar de insistir con ese embuste, sabes que jamás te creeremos… ¿Dónde
demonio conociste a ese larguirucho?
-Me aseguraron que era muy astuto, larguirucho… ¡Pero ya he hablado con Ann para
que no se fíe de ti!
Dick, sin que su rostro sufriera la menor alteración, replicó:
-Le aseguro que no comprendo el alcance de sus palabras, buen hombre… ¿Es que
alguien le ha hablado de mí…? Si es así, me gustaría hablase con claridad…
-Es una advertencia para evitar males mayores –replicó Dick, sonriendo burlón-. ¿Por
qué ha dicho a Ann que no debe fiarse de mí?
Los reunidos, pendientes de la conversación del rural con aquellos hombres, clavaron
sus miradas en Dick, en espera de su réplica.
-Le agradezco su sinceridad, teniente… Pero permítame decirle que menos me agradan
a mí los cobardes que, amparados en lo que representan, se creen que tienen derecho a
ofender a quienes quieran.
-Sospecho que los aires de esta zona no van a ser muy saludables a tus pulmones…
-¡Cuidado, teniente! –le interrumpió Dick, sin dejar de sonreír sereno-. Hable cuanto
quiera, pero deje sus manos quietas… Le aseguro que el plomo de mis armas puede ser
bastante más nocivo a su salud que el aire de esta zona para mis pulmones.
-No juegue con ese muchacho, teniente… Está considerado como la pistola más rápida
del sudoeste.
-Hace unos meses que le conocí en Pecos, donde presencié un duelo que no podré
olvidar fácilmente –respondió el interrogado-. ¡Es un verdadero diablo en el manejo del Colt…!
Y desde luego, es el hombre más temido de todo el sudoeste…
Ante estas palabras, Dick volvió a ser observado por todos con enorme curiosidad e
interés.
-¿Recuerda su nombre?
Rangely, al igual que cuantos habían oído hablar de aquel pistolero, abrieron con
enormidad sus ojos, mientras contemplaban al joven con mayor interés y curiosidad.
-Supongo que no ignorará que nada tienes los rurales contra mí, ¿verdad? –dijo Dick.
-Pero a ninguno de nosotros nos agradan los hombres que gozan de tu fama –replicó
Rangely-. Esto no es el sudoeste, así que procura andar con mucho cuidado… Sabes bien que
los rurales no permitimos que se burlen de nosotros.
-Le aseguro que no hay razón para que intente burlarme de ustedes –dijo Dick, sin que
de su rostro desapareciera una leve sonrisa burlona-. Y créame que de cuánto se ha hablado
de mí, es pura fantasía.
-A pesar de ello, procura portarte bien por esta zona, y si vas a acompañar a míster
Morley hasta Wichita, procura no regresar a Texas… -recomendó Rangely, que acto seguido,
dirigiéndose a Bernard y a John, agregó-: Y vosotros, mucho cuidado con volver a las andadas,
no dudaría en colgaros.
-Tened presente el consejo del teniente Rangely… ¡Porque en el supuesto que ellos no
os colgaran, lo haría yo con sumo placer!
Bernard no se atrevió a replicar, como sin duda lo hubiera hecho, antes de oír hablar
sobre Dick.
-Te recuerdo a mi vez que esto no es el sudoeste… ¡Ni nos impresiona tu fama!
-A pesar de ellos, procura no unirte a los propósitos de Bernard –replicó Dick-. ¡Sería
tanto como sentenciarte a muerte!
Y sin dar la espalda a los dos, Dick salió del local para reunirse con Ann.
Bernard y John hablaron de cosas intrascendentes, hasta que los reunidos dejaron de
estar pendientes de ellos.
-Llevar a ese muchacho hasta Wichita puede resultar un grave peligro –dijo John,
sinceramente preocupado.
Esto sorprendió mucho a Bernard, que mirando con detenimiento al amigo, comentó:
-Conozco a los rurales y sé que no amenazan por amenazar… ¡Si nos sorprenden
conduciendo ganado, nos colgarán!
-Conozco a los rurales, sin duda, bastante mejor que tú… Por ello puedo asegurarte
que el teniente Rangely ha hablado en la forma que lo ha hecho, simplemente para asustarnos.
-Eso será algo que no olvide… Y te aseguro que no pienso rectificar mi decisión.
-Lo siento, pero debes pensar en recurrir a otros… ¡Yo prefiero seguir viviendo!
-¡Vete al infierno!
Bernard, siguiendo con la mirada al amigo, profirió en voz baja varias maldiciones.
Una vez que consiguió serenarse, meditó cuando sucedía, decidiendo buscar otros
conductores que le ayudasen en sus propósitos. Estaba dispuesto a apoderarse del ganado, a
pesar del peligro de los rurales y de la presencia de “Pistol Dick”.
-Debes dejar de preocuparte, Bernard –le dijo el propietario, después de unos minutos
de conversación-. Yo me encargaré de buscar los conductores que precisas. Pero son hombres
que pueden resultar peligrosos… ¡Ninguno de los que te recomiende se detiene ante nada!
-Son ambiciosos…
-¿Muchas cabezas?
-Puede imaginártelo… -respondió Bernard, muy serio-. Pero el premio bien merece el
riesgo…
-Así es, Bernard… Pero tuve que salir de allí, aunque dejé a un buen amigo regentando
el negocio… ¡Los aires de la ciudad eran irrespirables para mí…! ¿Comprendes…?
-Si te dijese que irá con nosotros en la manada como conductor… ¿Qué me
aconsejarías?
-Eso tan sólo lo conseguirás si actúas por sorpresa y a traición… Y te recomiendo que
no falles el primer disparo, no te daría tiempo a rectificar tu error…
Bernard salió del local del amigo para pasear por el pueblo.
Y cuando horas después, a la caída de la tarde, regresaba al local del amigo, sonrió de
forma especial al fijarse en el grupo de hombres que conversaban con el propietario del
saloon.
Bernard, recorriendo con la mirada el rostro de aquellos ocho hombres, frunció el ceño
preocupado, al recordar las palabras de Herman… ¡Todos en su mayoría eran carne de horca!
-Lo suficiente para exigir que eleves en un cien por cien lo prometido a Herman, si
quieres que te ayudemos.
-Eso es algo que no puedo prometer… ¡Es Brown quien decidirá lo que debáis recibir…
Herman, mientras escuchaba la conversación que Bernard sostenía con los hombres
contratados por él, estaba pendiente de sus clientes y de cuantos entraban.
-Supongo que desde que fuiste expulsado de El Paso, no habrás vuelto, ¿verdad,
Herman?
-Estabas presente, Dick… -respondió Herman-. Y sabes que fue una verdadera injusticia
mi expulsión…
-Yo diría que fueron sumamente benévolos contigo, Herman… ¡Yo te habría colgado en
el acto!
Dick, clavando su mirada en uno de los conductores contratados por Bernard, dijo:
-Dime una cosa, Curly… ¿Qué abogado tan inteligente te defendió para poder
demostrar tu inocencia cuando fuiste sorprendido disparando por la espalda sobre tu víctima?
-No comprendo cómo permitís que ese larguirucho os hable en la forma en que lo está
haciendo –dijo uno del grupo-. Su sobrenombre indica que es un pistolero y sin duda un
asesino, ¿con qué derecho os critica a vosotros?
-Ese es el criterio que tienen sobre mí los hombres como vosotros, mientras que las
gentes de bien agradecen cuantas víctimas he hecho –replicó Dick-. ¿No te resulta
sorprendente?
-Tenéis un amigo sumamente interesante –comentó Dick, sin perder de vista a ninguno
del grupo-. Herman, ¿hace mucho que conoces a éste?
-¿Es posible que no le hayas hablado de mí? –preguntó Dick, un tanto sorprendido.
-¡Yo no me asusto de la fama de algunos hombres…! ¡No creí ni una sola palabra de
cuanto nos contó sobre ti…!
-No estés tan seguro de tu triunfo, larguirucho –dijo aquel hombre-. Si yo te hablase de
cuanto se dice sobre mí, es posible que…
-No es preciso que me cuentes nada sobre tu vida, para saber que eres un ser
despreciable –le interrumpió Dick-. ¡Tu olor, créeme, te delata!
-No comprendo cómo podéis asustaros de un joven tan alto. Sus manos tienen que ser
lentas a pesar de su fama de hombre peligroso… ¡Y tú, Herman, ya puedes hacerte a la idea de
que beberé hasta saciar mi sed, una vez termine con este fanfarrón!
-Si en verdad deseas saciar tu sed, debieras hacerlo ahora y no esperar a suicidarte,
puesto que lo que intentas es una locura –dijo Dick-. Si mi fama fuese producto de la fantasía
general, ¿crees que hombres como Herman y Bernard se asustarían de mí?
-He conocido a hombres muy hábiles con el Colt que han vivido asustados de simples
cobardes –replicó el interrogado-. ¡Y yo voy a demostrar que toda tu fama no es más que un
producto de la fantasía!
-Lo que significa que estás dispuesto a demostrar que eres más rápido que yo, ¿no es
eso? –dijo en Dick.
-Veo que eres inteligente –replicó burlón aquel hombre-. Claro que es muy posible que
o sea cuestión de inteligencia sino de olfato…
Ninguno comprendía que pudiera enfrentarse con tanta serenidad a un hombre cuya
fama intimidaba a cuantos se enfrentaban a él.
Herman, que odiaba intensamente a Dick, a pesar de que estaba seguro de su triunfo,
tenía la esperanza de equivocarse. Razón por la que estaba deseando que las armas pusieran
punto final a la conversación de aquellos dos habilidosos.
-¿Es que tiene algo contra ese hombre, teniente Rangely? –inquirió Dick, que había
reconocido la voz del rural.
-Una vieja cuenta, Dick –respondió Rangely-. ¡No sabía que estuviese por aquí…!
-No debiera sorprenderse, teniente –dijo Dick-. Este local es un nido ideal para todo el
que tiene alguna cuenta pendiente con la Ley… ¿Es que lo ignoraba?
Dick frunció el ceño y clavando su mirada en el rural, aunque sin perder de vista a
Curly, replicó:
-Eso es algo que tendremos que comprobar nosotros. Tu fama deja mucho que desear.
-Ahora estoy pendiente de ese hombre que desea demostrar a sus amigos su
superioridad sobre mí con las armas, por lo tanto le ruego que no me distraiga… ¡Después
hablaremos cuanto desee sobre mí!
-Será poco lo que pueda averiguar por ti… -dijo Strong-. ¡No es fácil interrogar a los
muertos…!
El teniente Rangely, abriendo con enorme asombro sus ojos, que clavó en Strong, le
dijo:
-Presiento que debes estar aburrido de la vida… ¿Es que intentas cometer la locura de
enfrentarte a “Pistol Dick” en igualdad de condiciones?
-Le recuerdo, teniente, que no soy un rural… -respondió Strong-. ¡Por ello no es fácil
asustarme!
-¿Qué intentas insinuar, Strong? –preguntó Rangely, molesto-. ¿Es que nos consideras
a los rurales unos cobardes?
-Me ocuparé de castigar personalmente sus ofensas, teniente –le interrumpió Dick-. Y,
sobre todo, me asusta que intente aprovechar esta situación para disparar sobre mí… ¡No me
fío de usted!
-Pero insisto en que ahora debe guardar silencio –pidió Dick-. No quisiera distraerme
con su conversación… Aunque, ¿no será eso lo que busque?
-Es inútil que sigáis discutiendo –dijo Strong-. ¡Por mucho que habléis distraerme!
-¡No te muevas de donde estás, Herman! –dijo Dick, con voz sorda y autoritaria-. ¡Y
deja esa mano quieta!
-Tú no me preocupas –replicó Dick, con voz natural-. Cuando decidas buscar tus armas,
morirás.
Pero el joven se le adelantó con facilidad, disparando una sola vez a matar.
Strong, como un pesado fardo, y ante la sorpresa de sus compañeros, se desplomó sin
vida.
-Por esa muerte, nada debes temer –dijo Rangely-. Pero después de esto, no hay duda
de que eres el pistolero más peligroso de cuantos he conocido… ¡No descansaré hasta no verte
lejos de mi jurisdicción o de Texas!
-Pero para ello no trate de buscar pruebas falsas contra mí… ¡Tendría que matarle!
-No te estoy amenazando, sino aconsejando… ¡Si actúa con nobleza, nada tendrá que
temer de mí!
Dos días más tarde, Dick, al saber que Achilles Mason cedía a los componentes de su
equipo para que ayudasen en la conducción, dijo a Ann:
-Tu padre no debiera aceptar tanta generosidad por parte de Mason. Es muy extraño
que ese hombre ceda a todos sus hombres…
-Yo empiezo a sospechar lo mismo –confesó Ann-. Hablaré con mi padre para que
suspenda el viaje.
-No es necesario –dijo Dick-. Lo que tenemos que conseguir es que vuestros hombres
nos acompañen hasta Wichita… ¡Y desde luego, no permitir que nos acompañen los de Mason!
-Nuestros hombres no quieren realizar este viaje… ¡Les asustan los peligros que
encontraremos…! Especialmente los indios y los cuatreros…
Y aquella misma noche, Dick hablaba con los vaqueros del rancho.
Cuando Bill Morley fue informado de la decisión de sus hombres, recibió una gran
alegría.
Pero cuando informaba de ello a Bernard, éste dijo:
-Los hombres que trabajan para mi patrón están acostumbrado a conducir ganado… y
se los cede con agrado…
-Sí.
-Debéis regresar al rancho –les dijo Bernard-. Míster Morley no precisa ya de vuestra
ayuda. Sus hombres han decidido acompañarnos.
Ninguno hizo el menor comentario, aunque no había duda de que les desagradaba
sentirse rechazados.
-¡Hola, Rawlins!
-Lo he hecho porque no es la primera vez que me confunden con alguien llamado
Rawlins –respondió aquel vaquero con cierta neutralidad.
-Yo sé que te llamas Gerald Rawlins y que eres un indeseable –dijo Dick, sonriendo
abiertamente-. Y si no fueses tan cobarde, confesarías la verdad.
Dick no insistió.
-Pues de lo que no existe la menor duda es que ese larguirucho te provocaba dispuesto
a utilizar sus armas…
-Y de haber sido yo la persona que él sospecha, es muy posible que a estas horas
estuviera sin vida –confesó el llamado Rawlins por Dick.
-Es una pena que no podamos acompañar a Bernard. Perderemos con ello una gran
oportunidad de embolsarnos una bonita suma de dinero.
-¿Quiénes son?
-Me sorprende que hayas permitido te ofendan, sin replicar… ¿Tanto temes a ese
pistolero?
-La prudencia, patrón, no es temor –replicó el vaquero-. Y sabía que estaba frente a un
enemigo excesivamente peligroso para enfrentarme con él en igualdad de condiciones.
-Presiento que tendré que hablar personalmente con ese pistolero, charlatán y
engreído.
-Si decide hacerlo, patrón, procure que sea como amigo –aconsejó el provocado por
Dick, sonriendo de forma especial-. Si intentara enfrentarse a él, es como si, aburrido de la
vida, decidiera suicidarse.
-Le he dado un consejo, que considero sano y sensato –replicó el vaquero, con
gravedad-. El atenderlo o no es cosa suya.
Achilles, después de hablar algunos minutos con sus hombres, montó a caballo y se
encaminó al rancho de Bill Morley.
Ann, con cierta frialdad, y su padre, con simpatía, recibieron la visita del amigo y
vecino.
Achilles habló de lo mucho que le había sorprendido que rechazaran a sus hombres,
sobre todo por indicación de un pistolero.
-Si los muchachos del equipo de míster Morley han decidido acompañarnos, es lógico
que no se precise la ayuda de los muchachos –había dicho Bernard-. Y mucho menos culpar a
quien no ha intervenido en nada.
-Debes comprender que tu patrón esté molesto, Bernard –dijo Dick, apareciendo ante
quienes conversaban-. Lo que le sucede a tu patrón, es que no comprende ni puede admitir
que me temas. Y él, que fue no hace mucho un habilidoso de las armas, no comprende ni
admite que pueda superarle… ¿No es eso, míster Mason?
-Le gustaría comprobar si sus facultades siguen siendo las de hace unos años y
provocarme, ¿verdad?
-Sé que fue un buen pistolero, pero tampoco ignoro que fue muy cobarde y ventajista.
Y por lo que estoy comprobando, se ha debido convertir en cuatrero. ¡Si fuera sensato
olvidaría los motivos de su visita y aconsejaría a Bernard, Cliver, Leman y Marcel que se
quedaran con usted. Es muy posible que de acompañarnos hasta Wichita, no regrese ninguno
de los cuatro con vida.
Bill y su hija intervinieron para que dejasen de insultarse, aunque en realidad en único
que lo había hecho era Dick.
Achilles Mason, sin atreverse a replicar a las ofensas de Dick, como lo habría hecho
frente a cualquier otro, regresó a su rancho.
-Perdone, pero aunque sea mi patrón, he de confesar que este muchacho está en lo
cierto –agregó Bernard-. Tengo la seguridad de que a Edmund, a quien este muchacho provocó
dispuesto a terminar con él, ha debido llamarle cobarde por asustarse de él y por ello vino
dispuesto a hacer lo que Edmund no se atrevió… ¡Claro que por suerte para él, rectificó!
-Es un fanfarrón que piensa que los años no pasan –comentó Bernard-. Es cierto que
hace unos años gozó de una fama terrible como uno de los pistoleros más peligrosos de este
Estado… ¡Aunque ahora es inofensivo!
-De que es inofensivo, es algo que no creo –dijo Dick-. Y puedes estar seguro de que si
algún día estuviera frente a él, no me confiaría.
-No intento hacerte creer que sea un novato –dijo Bernard, tratando de disculparse-.
Pero desde luego no es ni sombra de lo que fue.
Se pusieron de acuerdo para salir al día siguiente, puesto que todo estaba preparado.
-Mi consejo, Bernard, es que debieras quedarte con tu patrón –indicó Dick.
-Tus temores son infundados –dijo Bill, con rapidez-. Yo sé que Bernard es un buen
muchacho.
-Le seré muy útil, desde luego, no decepcionaré su confianza –replicó Bernard-. Soy un
gran conocedor del camino que deberemos seguir.
-No pienso confiarme, a pesar de cuanto digas, Bernard –dijo Dick-. El viaje no va a
resultar agradable para ti ni ninguno de sospecha, dispararé a matar.
Bernard, mirando con fijeza a Dick, y tratando de sonreír con agrado, replicó:
-No te daremos motivos para ello. Y terminarás por reconocer que tanto la compañía
de mis tres compañeros como la mía será de gran utilidad para llegar a Wichita.
-Es una lástima que expongas tu vida por algo que no conseguirás alcanzar.
-Es al patrón y no a mí a quien tienes que convencer de ello –replicó Dick-. ¡En caso de
que resultaras lo que yo imagino, será él y no yo quien más pierda!
-No debiera permitir que su hija pasara tantas horas al lado de ese pistolero. ¡Es un
asesino!
-Yo creo que es un gran muchacho… -replicó Bill-. Y presiento que por tu propio bien,
debieras quedarte aquí.
-Si le acompaño, después de cuanto ha sucedido, es para demostrarle que ese joven se
equivoca y sobre todo porque conozco muy bien el camino. ¡Y la razón primordial, no es
preciso que la mencione! ¡Aunque no hay duda de que no es mucho el caso que su hija me
hace desde que apareció ese pistolero!
-Estoy preocupado, Bernard –confesó Bill-. Me asusta que por ayudarnos puedas tener
un serio disgusto con ese muchacho que, a su vez, desea nuestro bien.
-No tema ni se preocupe –replicó Bernard, sonriendo con amplitud-. Ese muchacho y
yo terminaremos siendo amigos.
Dicho esto, Bernard se separó de Bill, para encargarse de preparar cuanto precisarían
en el camino.
A los pocos días de haberse puesto en marcha la gran manada, Bill Morley, satisfecho,
decía a su hija:
-Debieras convencerle que deje de ser tan desconfiado… Bernard y sus compañeros
son una gran ayuda.
-Mientras no haya discusiones, dejemos que sigan las cosas como hasta ahora. Todos
se están portando admirablemente.
-Lo único que he comprobado que ofende bastante a todos es que pases tantas horas
al lado de Dick.
Bill, aunque sospechaba que su hija se había enamorado de Dick, no hizo el menor
comentario sobre ello.
A los dos días de esta conversación, Marcel, que hacía de ayudante del cocinero
cuando descansaban, dijo:
-Me aseguraste que tendríamos víveres más que suficientes para llegar a las
proximidades de Wichita.
-Es lógico, Bill –respondió Bernard-. Somos poco conductores para tanto ganado.
A la mañana siguiente, Dick, al darse cuenta de que faltaban aquellos tres, se encaró a
Bernard, inquiriendo:
-A por víveres…
-No hay duda que conoces el camino por donde viajamos –respondió Bernard-. En
efecto, han ido hasta Enid.
Dick, sin más comentarios, se aproximó al carro ocupado por Bill y su hija.
-Perdone, patrón, pero es usted un verdadero estúpido –dijo Bill, molesto-. ¡Está
ayudando a quienes tratan de apoderarse de su ganado y de matarnos a todos…!
-Escucha, muchacho…
-Te ruego que hables con claridad, Dick, por favor… ¿Qué has querido decirme o qué es
lo que sospechas?
-Esos tres han ido a avisar a quienes les ayudarán para apoderarse de su ganado. Y
harán todo lo posible para no dejar testigos.
Bill, como petrificado, vio cómo Dick hablaba con varios vaqueros.
Y un miedo intenso se apoderó de él, al ver que iban hacia sus caballos.
-Y quedarnos aquí sería un suicidio –replicó Dick-. ¡Tu padre no es más que un pobre
tonto!
Bill se encaminó hacia donde Dick y los otros cuatro preparaban sus monturas,
diciéndoles:
-Puede que tengas razón sobre tus sospechas, pero no es posible que me abandonéis,
pensando en la forma en que lo hacéis… ¡os pido y suplico vuestra ayuda!
Dick, comprendiendo que no era justo con aquel hombre, se disculpó diciendo que no
marcharía, aunque agregó:
-Voy a marchar yo solo y me reuniré más adelante con la manada. Estos se quedarán a
su lado y procure fiarse exclusivamente en ellos. Intentaré averiguar en Enid los propósitos de
Bernard y sus amigos. Debe convencer a Bernard de que marcho por haber discutido
acaloradamente con usted y su hija.
Y sin necesidad de que ella le preguntase nada, le informó de su conversación con Dick.
Cuando Bernard fue informado que Dick había decidido abandonar la manada, aunque
no hizo el menor comentario, sentía deseos de saltar de alegría.
Al día siguiente, Bill se aproximó a Bernard para decirle:
-He podido comprobar que la manada que debemos llevar delante va cegando los
pozos… -¡Malditos sean…! Tendremos que desviarnos más hacia el este.
-Estoy asustado…
Mientras tanto, los cuatro en quien Dick dijo que debía confiar Bill, conversaban
animadamente entre ellos.
-Debemos adelantarnos para comprobar quiénes son los que van cegando los pozos de
agua –decía uno.
-Hay que hablar con el patrón para que no se asuste de nuestra ausencia –indicó un
tercero-. Si no evitamos que sigan cegando los pozos, puede resultar trágico para el ganado y
para todos nosotros.
-Hemos de evitarlo.
-Para ello hemos de evitar que los próximos pozos sean cegados.
-Natural.
-No.
-¿Le has indicado que no debe permitir que la manada se desvíe hacia el este? –
preguntó uno.
-Sí.
-Al parecer Bernard le ha indicado que si encontramos cegados los próximos pozos,
tendremos que desviarnos hacia el este para encontrar agua.
-No hay duda que si Bernard está de acuerdo con esos cobardes, se está exponiendo
demasiado.
Y aquella tarde, cuando se detenían para acampar y pasar la noche, los cuatro se
alejaron sin ser vistos por el resto de los componentes del equipo.
Nadie se dio cuenta de la marcha de estos cuatro hasta el amanecer, a la hora del
desayuno.
-Más que el agua, yo diría que ha sido el temor a una estampida lo que ha debido
asustarles –agregó Bill-. ¡Malditos cobardes!
-No debe preocuparse, patrón –agregó Bernard-. Encontraremos agua antes de que
sea demasiado tarde.
Alfred, Charles, Dennish y Jasper, como se llamaban los cuatro rurales que habían
abandonado la manada, galoparon sin descanso durante varias horas.
Cuando al fin consiguieron dar vista a la manada que llevaban delante, los cuatro no
pudieron por más que sonreír de forma especial.
-¡Si no llevan más de cien reses! –exclamó Jasper.
CAPÍTULO VI
-Será preferible esperar a que amanezca –indicó Alfred, que era sargento-. Antes de
aproximarnos tenemos que saber cuántos hombres llevan esa punta de ganado.
-Es una alegría comprobar que tan sólo son tres –comentó Charles.
-Si comprobamos que son los que van cegando los pozos, ¿qué haremos, sargento? –
preguntó Dennish.
-¡Recibirán su castigo!
-Veo que estos pozos tienen gran capacidad de agua –dijo Jasper-. ¡Buena alegría va a
recibir el patrón, cuando le comuniquemos que estos pozos no están cegados…
-Bill Morley.
-Sí –respondió con rapidez uno de los tres-. ¡Y hemos estado a punto de sufrir una
estampida!
-Lo ignoramos…
-¿Sospecháis quiénes puedan ser los cobardes que han cegado los pozos? –preguntó
Charles.
-Si sois conductores, no podéis ignorar que no es costumbre acercarse a los equipos en
pleno viaje.
-Si lo hemos hecho, ha sido por nuestra impaciencia en comprobar si estos pozos
tenían agua –dijo Alfred-. ¡Nuestro ganado precisa beber o enloquecerá!
El indicado por Dennish fue observado con detenimiento por los rurales.
-No te recuerdo… -respondió el aludido, aunque sin poder evitar cierto nerviosismo-.
Aunque jamás he sido un buen fisonomista.
-Dennish, sin duda, debe confundirte con un cobarde llamado Harry Now, que
conocimos hace tiempo por Dallas –dijo Alfred, sonriendo ampliamente.
Alfred y Dennish, que estaban convencidos de que era Harry Now, sonreían
ampliamente.
-No tengo más remedio que admirar tu serenidad, Harry –dijo Alfred-. Pero, por
conocernos, sabrás que no es fácil burlarse de nosotros… ¿Para quién trabajáis?
-Será mejor que se alejen. No nos agrada tener extraños cerca de nuestro ganado.
-Es un temor que debe dejar de preocuparle, amigo –replicó Dennish-. Harry puede
decirle que no somos cuatreros.
Harry, como en efecto se llamaba aquel hombre, sabiendo que sería inútil negar,
guardó silencio.
-Son rurales…
Los otros dos compañeros, abriendo con enorme asombro sus ojos, retrocedieron de
forma instintiva.
Pero cuando conseguía desenfundar, Alfred disparó sobre él, haciéndole a matar.
Ante esta pregunta, Harry Now, por toda respuesta, hizo un leve movimiento
afirmativo con la cabeza.
-¿Amigos de Bernard? –preguntó de nuevo Alfred.
-¿Está Bernard de acuerdo con vuestro patrón para apoderaros de la manada de míster
Morley? –preguntó Dennish.
-No podías sospechar, Harry, que tan lejos de Dallas tendría oportunidad de colgarte,
¿verdad? –dijo Alfred.
-Yo creo, sargento, que tenían que estar de acuerdo con Bernard –dijo Dennish-. Hasta
me atrevería a jurarlo.
-Es muy posible, Jasper, aunque de Bernard se ocupará Dick –respondió el sargento.
-¿Qué hacemos con este ganado y los caballos de éstos? –preguntó Charles.
-Debemos ocultar el ganado y los caballos tras aquellas colinas. Lo haremos nosotros
mientras Dennish sale al encuentro del patrón para comunicarle que hay agua en estos pozos.
Dennish se puso en camino y a las dos horas de galopar divisó en la lejanía la manada.
Uno de los conductores, aproximándose al carro en el que viajaban Bill y su hija, gritó:
-Hace tan sólo unos minutos que me asegurabas que precisábamos conductores. Si
regresa, ¿por qué no admitirle?
-Dennish y sus amigos son buenos jinetes –dijo Bill-. Si regresan, les admitiré
encantado.
-¡Soy portador de buenas noticias, patrón…! ¡A unas veinte millas de aquí encontrará
agua en abundancia…!
-Empiezo a pensar que las sospechas de Dick son verdaderas… ¡Ese cobarde debe estar
de acuerdo con los cuatreros!
-Vigilando los pozos del agua, para evitar que los cieguen –respondió Dennish-. Porque
es lo que unos cobardes han estado haciendo.
Amarraba su montura a la barra que para tal efecto existía a pocas yardas de todos los
edificios, cuando descubrió a un hombre pendiente de él, a la puerta de un local que estaba
frente al que él se disponía a visitar.
-Eres de los más altos que han entrado en esta casa –comentó el barman, al
aproximarse a él-. ¿Whisky?
-¿Conductor?
-¿El sheriff?
-¡Oh, no! –respondió el barman, sonriendo también con amplitud-. El deseo de ser
amable con todos los clientes ha hecho que la curiosidad en mí se convierta en un horrible
vicio… ¡Perdona si te he molestado!
-Si es así, puede seguir interrogándome –dijo Dick, con amabilidad-. En efecto, soy
conductor. Ahora me gustaría que me sirviese un buen vaso de agua.
-Pero de momento prefiero un vaso de agua. ¡No puede imaginarse la sed que tanto
mis compañeros como yo hemos padecido!
-Ese es uno de los delitos más graves que puedan cometerse… ¿Sabéis quiénes han
sido?
-No… Aunque presiento que es alguien que trata de evitar que lleguemos a nuestro
destino.
-Se lo comunicaremos a los rurales, suponiendo que los encontremos. No suelen salir
de Texas.
Dick, mientras hablaba con aquellos vaqueros, no perdía de vista la puerta de entrada.
Y cuando minutos más tarde vio entrar al que le observaba con tanta minuciosidad,
dirigiéndose al barman, le preguntó en voz baja:
-¿Quiere decirme quién es ese cliente que entra en estos momentos? ¡Procure
observarle con disimulo!
-Jerry Whillard.
Pidió de beber, y cuando iba a hacerlo, clavando su mirada con fijeza en Dick, dijo:
-Voy a darte tres nombres y después de ello, me vas a decir quién te habló de mí…
¿Leman, Cliver o Marcel?
-Así es.
-No –respondió el vaquero-. Pasé tan sólo unos días hospedado en el hotel propiedad
de Herman, que a su vez era el local más divertido…
-Entonces es muy posible que nos conociésemos allí… ¿Hace mucho que estuviste allí?
-¡Ya lo creo!
-Si como sospecho, han sido Leman, Cliver o Marcel quienes te han hablado de mí, no
comprendo tu locura… ¿Es que no te han dicho que soy muy peligroso con las armas?
Y mientras hablaba, ante el asombro general, hizo que sus manos volasen hacia las
armas con ideas homicidas.
Dick, adelantándose con facilidad a los propósitos de aquel vaquero, disparó una sola
vez.
-No hay duda que era un pobre loco –comentó Dick-. ¡Nunca debió escuchar a quienes
le convencieron para suicidarse!
CAPÍTULO VII
-Serán pocos los que lamenten esta muerte… ¡Era un ser despreciable!
-Estoy seguro de ello. ¿Para quién me dijo que trabajaba ese pobre loco?
Nadie respondió.
-Y sin duda alguna, tiene que ser un cuatrero –agregó Dick-. ¿No será un amigo de
Brown?
-Si es así, tengo la seguridad de que ese Jerry Whillard es otro cuatrero.
-Voy a visitar a Jerry y a comprobar si esos tres están en el rancho –dijo el sheriff,
después de escuchar al joven.
-Pero es posible que vea sus monturas. Conozco los caballos de Jerry y de todos sus
hombres. Lo que me interesa es comprobar si en efecto esos tres cuatreros estaban en su
rancho.
-Y si es así, es muy posible que esté el propio Brown. ¿Quiere que le acompañe?
-Cuando sepa que vamos tras un peligroso pistolero, comprenderá que es lógica toda
medida de seguridad.
Y una vez en las tierras de Jerry Whillard, cabalgaron con naturalidad, saludando con la
mano a cuantos vaqueros veían a distancia.
Los vaqueros del rancho, sin el menor disimulo, se fueron situando estratégicamente
rodeando a los visitantes.
-Soy portador de malas noticias –agregó el sheriff, con naturalidad-. Hud ha muerto a
manos de un peligroso pistolero, reconocido por él minutos antes como un tal “Pistol Dick”. ¡Y
su rastro no ha traído en esta dirección! ¿Quiere preguntar a sus hombres si han visto por el
rancho a algún extraño?
-Según los testigos, Hud, después de reconocer a ese pistolero, quiso demostrar que
era mucho más rápido que él –respondió el sheriff-. ¡Y al parecer, resultó de plomo!
-Ya sabes lo que opino sobre los habilidosos de las armas. ¡Nunca me gustaron! Y por
lo que Hud dijo de él, poso antes de perder la vida, indica que es un asesino.
-Estaba en lo cierto. Los hombres que abandonaron vuestra manada para venir a por
víveres, están en ese rancho.
-Procure vigilar con atención a ese ranchero –indicó Dick, después de escucharle-. Si no
está de acuerdo con Brown, tiene que ser un cuatrero.
-Ha estado interrogando a los testigos de la muerte de Hud y asegura que fuiste a
visitarlo con engaños… ¡No puedes hacerte una idea de la cantidad de insultos que ha
proferido contra ti!
-En el local en que murió Hud. ¡Hablaba con sus hombres para venir a verte! ¡Debes
tener mucho cuidado!
El sheriff, de un modo instintivo, se aproximó a una ventana, para desde ella observar
la calle.
Y al descubrir a Jerry, que en compañía de dos de sus hombres avanzaba hacia la
oficina, dijo:
Dick entró en aquella habitación que comunicaba con las celdas, dejando la puerta
entreabierta para poder escuchar lo que hablaban.
El sheriff, como si ignorase la razón de aquella actitud, abrió los ojos sorprendido,
replicando:
-Te ruego, Jerry, que te tranquilices… ¿Quieres decirme a qué se debe tu enfado?
-Así que llegaste a mi rancho tras la pista de ese pistolero, ¿no es así?
-Será conveniente que se sincere con el patrón, sheriff –añadió uno de los
acompañantes de Jerry-. Y procure ser convincente, puesto que de lo contrario, es muy posible
que decidamos colgarle aquí mismo.
-Les conocí mucho antes de que fuesen expulsados de la ruta por los rurales. Y su visita
a tu rancho me demuestra que sigues trabajando para Brown. ¿Dónde intentará Brown
apoderarse de la manada de Bill Morley?
-¡Eres un pobre loco, sheriff! –bramó Jerry, sonriendo de forma trágica-. ¿No te das
cuenta de que estás sentenciándote a muerte?
-Si con mi muerte consigo que los rurales terminen con vosotros, me daré por
satisfecho –respondió el sheriff, sereno, por saberse protegido por Dick-. ¡Ya no podrás seguir
engañándonos…! ¡Sabemos que sigues siendo un odioso cuatrero!
-Salga de aquí, patrón… ¡Yo me encargaré de silenciar a este viejo estúpido! ¡Nadie
podrá acusarle!
-De no haber temido por su vida, no hubiera disparado a matar –comentó Dick
tratando de disculparse.
-Mi visita al rancho de Jerry fue un grave error, de no ser por ti, habría pagado con mi
vida –dijo el sheriff-. ¡Estaban dispuestos a matarme!
Varios vecinos irrumpieron en la oficina, quedando impresionados ante la presencia de
aquellos cadáveres.
A los pocos minutos, en la ciudad no se hablaba de otra cosa que no fuera de la muerte
de Jerry Whillard y de sus hombres.
A los tres días de haber marchado Dick de la manada, Bill Morley decía a Alfred:
-Si no regresan hoy los que marcharon en busca de víveres, tendremos que ir
cualquiera de nosotros a cualquier población. ¡No nos quedan provisiones ni para mañana!
Aquella misma tarde, cuando la manada se detenía para pasar la noche, Ann, al fijarse
en un jinete que se acercaba a la manada y darse cuenta de que era Dick, salió a su encuentro
loca de alegría.
Bernard, al ver cómo los dos jóvenes se abrazaban, profirió un sinfín de blasfemias
ininteligibles.
Bill, al igual que el resto de los conductores, contemplando a los jóvenes, sonreía
comprensivo.
-¿Cómo es que no regresaron los que fueron a por víveres? –preguntó Dick, con la
mirada fija en Bernard.
-No –respondió Dick-. Y eso que por su culpa me vi obligado a matar a un ranchero
llamado Jerry Whillard y a tres de sus vaqueros.
-No lo creo…
-Mañana, antes de abandonar esta llanura y entrar en Kansas, tendremos que comprar
víveres en una pequeña localidad llamada Medford.
-Tú no debes moverte de aquí –indicó Dick, muy serio-. Iré yo con tu padre.
Al día siguiente, cuando Dick decía a Ann que debía prepararse para ir de compras,
Bernard se aproximó al patrón para decirle:
-Les acompañaré.
Ann iba a protestar, pero al ver las señas que Dick le hacía, decidió guardar silencio.
-Pero he pensado que sería preferible proteger a la patrona de los vaqueros de esta
localidad a hacerlo con el ganado –respondió Dick.
CAPÍTULO VIII
Dick esperó a que Bernard se alejara unas cuantas yardas, para decir:
-He venido porque me interesa saber con quiénes habla. ¡Vayamos tras él!
Éste, sin preocuparse de ellos, entró en uno de los locales existentes en la población.
-Si lo que te interesa es saber con quiénes habla, ¿por qué no entramos?
-Porque ese local, y en especial sus clientes, pueden convertirse pata ti en un infierno.
-De acuerdo, Dick –dijo Ann-. Pero antes de llevarme con mi padre debieras comprobar
con quiénes habla Bernard.
Y sin esperar a que le replicaran, se separó de ellos para encaminarse con rapidez al
local en que había visto entrar a Bernard.
Y mientras bebía, no perdía de vista una puerta que había cerca del mostrador.
Minutos más tarde, una de las muchachas que atendía a los clientes, aprovechando
que el barman se había alejado de donde estaba Dick, se aproximó a él y sonriéndole de forma
zalamera, inquirió:
-¿Pistol Dick?
-He oído por casualidad, cuando servía una bebida a Bernard y a quienes le acompañan
en uno de los reservados, la descripción que daban de ti… ¡Debes salir de este local antes de
que alguien te reconozca! ¡Tienen tanto interés por ti que no dudarán en disparar sobre tu
espalda!
-Hace varios años que le conozco. ¡De no ser por él a estas horas yo tendría mi propio
negocio! ¡Me robó los ahorros que tenía!
Dick, sin poder evitarlo, abrió con enorme asombro sus ojos.
-¿Qué decías a este muchacho sobre míster Achilles Mason? –quiso saber el elegante.
-Nada de interés…
Dick, comprendiendo que aquella muchacha estaría en un grave peligro, dijo con
rapidez:
Y por fin lo hizo sobre el barman, cuando ya se disponía a disparar contra él.
El propietario, que estaba reunido con Bernard y los otros, apareció en el local y
después de palidecer al comprobar quiénes habían sido las víctimas de aquellos disparos,
preguntó:
-¿Qué ha pasado?
Lou, en la seguridad de que nada debía temer, respondió serena:
-Hyram y el larguirucho que disparó sobre él y esos tres, debían conocerse. Tan pronto
se vieron comenzaron a insultarse y acto seguido las manos volaron a las armas. ¡Ese
larguirucho es un verdadero diablo!
-¡Quiero que te ocupes de vengar a Hyram! ¡Brown y otros amigos tienen un gran
interés en que ese muchacho muera!
-Si no ha decidido abandonar el pueblo, será enterrado con sus víctimas –sentenció el
sheriff, sonriendo cínicamente-. Que me acompañe uno de los testigos.
-Supongo que sabrás qué decir cuando estemos frente a ese muchacho, ¿verdad?
-Lo ignoro, puesto que estaba distraído cuando disparó sobre Hyram –respondió el
empleado del local-. De lo que no existe la menor duda es de que su seguridad es
escalofriante…
Mientras tanto, Dick conversaba en el otro local con Ann y el padre de ésta.
-¡Ahí tiene al asesino de Hyram, sheriff! –dijo el acompañante del sheriff, señalando a
Dick.
-¡Este es, sheriff, el asesino de esas cuatro personas! ¡Me refiero a ese joven tan alto…!
-No debe escuchar a este embustero, sheriff –replicó Dick-. Las muertes que hice
fueron en defensa propia.
-¡Como testigo puedo asegurarle que fueron unos crímenes! ¡Disparó sobre los cuatro
por sorpresa y a traición…!
-Quédese donde está, sheriff –le indicó Dick-. ¡No me agradan los sistemas empleados
por ciertos cobardes!
-Voy a demostrar que mientes, matándote –dijo Dick al que le acusaba de asesinato-.
Procura defenderte… ¿Listo?
-No debes hacerte ilusiones, miserable –dijo Dick, con verdadero desprecio. Te voy a
matar para librar a las personas honradas de tu presencia. ¿A cuántos más has asesinado
escudado en esa placa?
-Si esperas que te crea, es que eres un iluso… ¡Ahora debes defenderte, puesto que te
voy a matar!
-Si dejase a una alimaña como tú con vida, la sociedad jamás me lo perdonaría –replicó
Dick.
-¡Yo le juro que de saber que era usted, jamás hubiera venido a su encuentro…! ¡¡¡Le
suplico una oportunidad…!!!
-Si en estos momentos no recordara lo que hiciste en El Paso, es muy posible que te
diera esa oportunidad que pides… ¡Pero recuerda que aquel muchacho tan sólo tenía quince
años cuando le colgaste, haciéndole responsable de los delitos atribuidos a su padre! ¡¡¡Eres
un ser despreciable!!!
El sheriff debía saber que no conseguiría el perdón que buscaba, puesto que intentó
sorprender a su adversario.
Las manos del sheriff se movieron con rapidez y allí quedó sin vida, pero con el Colt
firmemente empuñado.
Dick, recorriendo con la mirada a los reunidos y con lágrimas en los ojos, dijo:
Un amigo del sheriff se encaminó hacia el otro local y reuniéndose con el propietario,
le dijo:
-El sheriff ha muerto a manos de un joven muy alto a quien uno de tus empleados
acusaba de asesino.
-Así es… ¡Y desde luego, el sheriff estaba terriblemente asustado…! Claro que, después
de ver cómo utiliza ese muchacho el Colt, no me sorprende.
-Lo que no comprendo es que le tratase con tanto respeto como afirmas.
Hecho este comentario, el propietario se reunió con los amigos que ocupaban uno de
los reservados, informándoles de lo sucedido.
Bernard, que era uno de ellos, fue a quien más afectó la muerte del sheriff.
-¡Hay que hacer algo para terminar con ese muchacho! –bramó Achilles Mason.
-Lo siento, Cliver, pero no estoy aburrido de la vida –se apresuró a decir Bernard.
-Nadie te pide que te expongas ni que le provoques –dijo Achilles, sonriendo-. ¡Lo
único que tienes que hacer es esperar la ocasión para perforarle la espalda!
-Ese muchacho, del que he estado pendiente desde que salimos de Vernon, jamás se
distrae –confesó Bernard-. ¡De otra forma, ya no viviría!
-He comprado todo lo necesario para poder llegar hasta Wichita –les informó el
cocinero-. No tendremos necesidad de visitar más pueblos antes de llegar.
Sin más comentarios, regresaron a la manada.
Y una vez en los carros, Ann buscó la oportunidad para hablar a solas con Alfred, a
quien dijo:
-Sí –respondió Alfred con naturalidad-. Puedo asegurarte que todos ellos eran unos
miserables.
-He presenciado dos de esas muertes –dijo Ann-. No hay duda de que Dick es un
pistolero peligroso… que me asusta…
-Las apariencias engañan, pequeña… Deja de torturarte y piensa que Dick es un gran
muchacho… ¡Puedo garantizártelo!
-Imagina lo que hubiera sucedido si no se decide a matar. ¿Crees que sus adversarios le
hubieran perdonado la vida?
Alfred, comprendiendo las dudas que dominaban a la joven, hizo que le mirase a los
ojos para decirle:
-A pesar de todos tus negros pensamientos, debes creerme si te digo que Dick es todo
corazón y nobleza…
-De no estar obsesionado con ese cuatrero llamado Brown, ¿crees que se comportaría
de la misma forma?
-Llevando una manada por pleno campo, todas las precauciones son pocas.
-Como autoridad que eres, ¿piensas que ese cuatrero intente apoderarse de nuestro
ganado?
-Siendo así, ¿por qué razón no evitáis que venga con nosotros?
-Porque Dick piensa que estando a nuestro lado será más fácil vigilarle y estoy
completamente de acuerdo con él.
-¿Hay algo en lo que no estás de acuerdo con Dick? –inquirió Ann, sonriendo
irónicamente.
-Si tú lo dices…
Bill Morley, que estaba al lado de Bernard, al fijarse en uno de los jinetes, exclamó con
sorpresa:
Bernard, haciendo que miraba con detenimiento a los indicados, finalizó por
responder:
-Me urge llegar a Wichita –respondió Achilles con naturalidad-. Hay un amigo en
apuros y voy a intentar salvarle, al menos de la cuerda, con mi testimonio ante el tribunal que
se encargará de juzgarle dentro de unos días. Es una gran persona que por una mala mujer se
ve en una situación sumamente delicada.
-¡Oh, perdona! –exclamó Achilles, sonriendo con amplitud-. Permite que te presente a
mis acompañantes. Este es míster Sam Big, abogado del amigo que se encuentra en apuros en
Wichita. Y éste es míster Hugo Power, inspector federal.
-Es mucho lo que míster Mason nos ha hablado de usted –dijeron ambos al estrechar
la mano de Bill-. Y créanos que nos agrada conocerle.
-De acuerdo.
-No es necesario –dijo Dick-. Advierte a tus hombres que de ahora en adelante hay que
vivir constantemente en alerta.
-Lo peor…
-¿Ha podido comprobar en esos documentos que son los que aseguran ser?
-Simple curiosidad…
-Si es cierto lo que afirma Bill, no hay duda de que esos dos son un par de asesinos.
Han tenido que asesinar a las personas que aseguran ser, para apropiarse de la
documentación.
Ambos se separaron.
Cuando horas más tarde se detenían para comer, Alfred se aproximó al patrón,
diciéndole:
-Que al igual que a mí, no le agradan esos dos –dijo Dick, interviniendo.
Achilles y sus compañeros observaban a todos con disimulo, pero con minuciosidad.
-Eso es una gran verdad –confesó Dick-. ¡Alguna vez, todos nos equivocamos!
-¿Sigues pensando en que seremos atacados por los hombres de Brown? –preguntó
Hugo Power.
-Lo he oído comentar entre los conductores –respondió Hugo, con naturalidad-.
¿Acaso no es cierto?
-Lo es –respondió Dick, a su vez-. ¡Y sigo pensando que el peligro a ese ataque no ha
pasado!
Sam Big, el abogado, no se separaba del carro en que acostumbraba a viajar Ann.
Ann no le concedió la menor importancia hasta que cuando comenzó a alabar su gran
belleza, empezó a preocuparse.
Y al día siguiente, en el primer descanso, Ann habló con Dick sobre la actitud del
abogado.
-Por alguna razón, tengo el presentimiento de que es una mala persona –dijo Ann-. ¡Y
su forma de mirarme, me da frío!
Dick, aunque trató de quitar importancia a los temores de la joven, al separarse de ella
iba preocupado.
Sam Big, demostrando que era un hombre que no se intimidaba fácilmente, sonriendo,
replicó:
Sam Big, al ver la espalda de Dick, hizo un leve movimientos para ir a sus armas, pero
lo interrumpió al escuchar la voz de Hugo, que le decía:
-¡No seas estúpido! Si se te ocurre acariciar la culata de tu Colt, quienes nos vigilan nos
matarían…
-Tenemos que hacerle comprender que dar la espalda a esos hombres como lo ha
hecho en esta ocasión, es un grave riesgo.
-O que ese abogado es una mala persona –replicó Alfred-. ¿Cuándo piensas
desenmascarar a Achilles Mason?
-Antes de llegar a Wichita… ¿Hiciste la señal para Rangely y sus hombres para que nos
visiten?
-Sí.
Finalizada la comida, la manada volvió a ponerse en movimiento.
Ann, al ver que el abogado la observaba a distancia, con odio no disimulado, pero sin
acercarse al carro, comprendió que Dick tenía que haber hablado con él.
-Seguimos siendo vigilados constantemente por ese larguirucho y esos otros cuatro –
comentaba Achilles, después del último descanso.
-Lo que demuestra que, a pesar de todo, no terminan de confiarse –replicó Hugo
Power.
-Tan pronto les veamos aparecer, debemos disparar sobre ese larguirucho y esos otros
cuatro… ¡Los demás huirán o no presentarán batalla!
Seis hombres colgaban ahorcados, adornando trágicamente las ramas del mismo árbol.
Después de contemplar durante varios minutos aquella horrible escena, volvió grupas
y se encaminó hacia la manada.
-¿Cuatreros?
-Sí.
-Sin duda.
Bernard se aproximó a ellos, inquiriendo:
-Le estaba diciendo a Dick que ya no cabe pensar en que seamos atacados por los
hombres de Brown –dijo Alfred.
-Pues yo tenía mis dudas –agregó Alfred-. ¡Ahora estoy convencido de que ese peligro
ha pasado! ¡Nada debemos temer de los muertos!
-Charles ha descubierto unas cuatro millas más adelante los cuerpos sin vida de seis
hombres, que adornan las ramas de un árbol.
Y se separó de ellos.
Pero Bernard no se reunió con Achilles como esperaban los dos amigos, sino que lo
hizo con Bill Morley y su hija.
Minutos más tarde, como el sol se había ocultado, por la indicación de Bill, la manada
se detuvo.
-¿Sucede algo?
Al ser informado de lo que sucedía, al igual que Bernard, no pudo evitar el palidecer.
Hugo, Sam y Achilles, contemplándose entre sí, estaban lívidos como cadáveres.
Dick y los rurales, que no les perdían de vista, al descubrir que aquellos hombres
tenían el rostro descompuesto, sonreían levemente.
-¿Tus hombres?
-Esto demuestra que como bien temía Bernard, el teniente Rangely y sus hombres has
sabido vigilarnos.
-Esos hombres están tan asustados, que sería un error perder más tiempo.
Y algo más tarde, cuando se preparaban para tomar café, Dick dijo:
-Bernard, ¿por qué nombre es conocido tu patrón como socio de Brown?
-¡Has debido perder el juicio, Dick! –exclamó Bernard, a reaccionar de la sorpresa que
le había causado la pregunta-. ¡No sabes lo que dices…!
A pesar de la tenue luz que daba la hoguera, alrededor de la cual se hallaban sentados,
todos pudieron apreciar la lividez que cubrió el rostro de Achilles.
Éste, realizando un gran esfuerzo por mantenerse sereno, replicó con naturalidad:
-Aunque tus palabras sean ratificadas por ese que asegura ser un rural, no soporto esta
clase de bromas –dijo Achille, tratando de actuar con naturalidad-. Bill me conoce hace años…
¿Quieres decir a ese larguirucho que miente?
-Yo creo, Dick, con sinceridad, que estás en un error –dijo al fin.
Achilles Mason, introduciendo con naturalidad una de sus manos en el bolsillo interior
de su chaleco, comenzó a sonreír de forma especial.
La lividez que cubría el rostro de los amigos de la víctima era tan intensa que parecían
cadáveres.
-Los cadáveres que hemos visto adornando la rama de ese árbol, ¿pertenecían al
equipo de Brown?
Bernard estaba convencido de que así sería. Sus manos buscaron con desesperación
las armas.
-¡Impostor! –le interrumpió Dick-. ¡Power era un buen amigo mío…! Tienes, por lo
tanto, tres segundos para confesar toda la verdad antes de que empiece a disparar…
Sam Big, convencido de que no existía salvación posible para ellos, clavando su mirada
en el amigo, dijo:
Quienes escuchaban, al oír aquel nombre abrieron sus ojos con enorme sorpresa.
Brown o Hugo, sin mostrar el menor temor, clavó su mirada en Sam, para replicar
despectivamente:
-Le maté en lucha noble, en pleno campo… -respondió Brown, con verdadero placer-.
El muy estúpido, al reconocerme, quiso que me entregase…
-¡Yo soy, maldito rural! –respondió Brown, sonriendo como un loco orgulloso-. ¡Y si me
habéis cazado es gracias a un grupo de inútiles y cobardes en quienes confié!
-Ahora quiero que hagas memoria, Brown –diio Dick, muy serio-. ¿Recuerdas que hace
algo más de un año estuviste en Santone?
-¿Sabes quién era aquel hombre? –preguntó Dick, con enorme amargura.
-Y también era mi padre… -agregó Dick, con los ojos llenos de lágrimas.
Sam Big, creyendo distraídos a todos con la conversación de aquellos dos, echó a
correr hacia donde estaban los caballos.
Dick, con los ojos empapados en lágrimas, contempló con fijeza al asesino de su padre,
diciendo:
-Ni más ni menor que lo que prometí ante la tumba de mi buen padre… ¡Colgarle
donde le encontrase!
Pero Brown, sabiendo que no habría salvación posible para él, quiso morir matando.
En esta ocasión, Dick, sin dejar de llorar ante el recuerdo del buen padre, no dejó de
disparar hasta agotar la munición de sus armas.
Ann, al igual que la mayoría de los reunidos, horrorizada, se cubrió el rostro con ambas
manos.
* * *
El teniente Rangely era uno de los invitados de honor, puesto que había sido un gran
amigo del padre de Dick.
Durante la gran fiesta que se celebró en el rancho de Bill Morley, todos recordaron los
infinitos incidentes que vivieron durante el camino de Wichita.
FIN