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Camino de Wichita

Marcial Lafuente Estefanía


CAPÍTULO I

El único vaquero, contratado como conductor por Bill Morley y su hija Ann, contra la
voluntad de Bernard, que sería el jefe del equipo hasta llegar a Wichita, era contemplado con
curiosidad por todos, mientras bebían invitados por el nuevo patrón.

Dick Sheridan, como dijo llamarse el joven y alto vaquero, al informarse por la
conversación que sostenía Bill Morley con su jefe de equipo, de que la joven Ann les
acompañaría hasta Wichita, dijo:

-Debe perdonar, patrón, me meta en lo que no me importa, pero si esa joven fuese mi
hija le prohibiría realizar un viaje tan expuesto… Conozco perfectamente el camino por el que
tendremos que caminar hasta llegar a Wichita… ¡Y créame si le digo, que si está lleno de
peligros para todos nosotros, mucho más lo estará para una joven tan bella y delicada como su
hija!

-Para tranquilizarte, muchacho, permíteme te diga que mi hija, desde muy corta edad,
se ha criado a lomos de un caballo y entre ganado. Su aspecto suele equivocar a quienes no la
conocen… Es dura como el que más, y las armas que lleva no son un simple adorno… Entre los
hombres que trabajan para mí, ella es la más hábil con el Colt y el rifle.

Dick contempló sorprendido a Ann, que sonreía orgullosa por las palabras que acababa
de pronunciar su padre.

-A pesar de ello, patrón –agregó Dick-, es un viaje sumamente peligroso para ella…

-¡Deja en paz a los patrones y preocúpate de tus cosas, larguirucho! –bramó Bernard,
molesto.

-Perdone mi insistencia, miss Morley, pero aunque esté encaprichada en realizar este
viaje, debiera quedarse en el rancho –añadió Dick, sin que le preocupara la actitud de
Bernard-. El camino que tendremos que seguir para llegar a Wichita, es mucho más peligroso
que si fuésemos a Dodge City… ¿Qué sucedería si cayésemos en manos de algún grupo de
indios o cuatreros?

-¡No temas, larguirucho! –volvió a bramar Bernard, por momentos más irascible-.
¡Nosotros evitaremos que eso suceda!

-Debes dejar de preocuparte por mí, larguirucho –dijo Ann, sonriendo con simpatía al
joven-. Y piensa que en caso de peligro, resultaré una gran ayuda para todos vosotros.
-No dudo que así sea, miss Morley –replicó Dick-. Pero su padre debiera pensar en mis
temores, antes de permitirle realizar este viaje.

-Si en verdad eres sincero, creo que te equivocas.

-Le aseguro que no es así.

-¡Guarda silencio y deja de inmiscuirte en lo que no te importa! –gritó Bernard,


sinceramente furioso-. ¡No existen los peligros de que hablas!

-Si hablas con sinceridad, he de dudar que conozcas el camino hasta nuestro destino –
dijo Dick, sonriendo malicioso-. Engañando a la patrona, no creo que sea un bien lo que le
haces…

-¡Escucha y procura hacerlo con atención, larguirucho! –replicó Bernard, con voz sorda
y grave mirando con fijeza a Dick-. Empiezo a cansarme de tu tozudez… Y tengo la sospecha
que vas a tener muchos problemas durante el viaje…

-¡Por favor! –pidió Ann-. Os ruego que no discutáis… -y dirigiéndose al padre, agregó-:
Voy a despedirme de mis amigas…

-Procura no tardar, quiero regresar cuanto antes al rancho.

La joven, seguida por la mirada de los reunidos en el local, abandonó éste.

Achilles Mason, que era el patrón de Bernard, se aproximó a él y en voz baja, le dijo:

-Creo que ese larguirucho te va a complicar el viaje… Has debido negarte a que fuera
contratado…

-Ya lo hice, patrón, pero ya ha visto la reacción de Ann… ¡Es una caprichosa
consentida!

Achilles, sonriendo de forma especial, se reunió con Bill Morley, diciéndole:

-Ese muchacho que habéis contratado tu hija y tú, me resulta fanfarrón y pendenciero.

-Yo creo que es un joven excelente, aunque un poco charlatán –replicó Bill.

En esos momentos Bernard, aproximándose a Dick, le dijo:

-Debes tener presente que seré el jefe del equipo… ¡Y que si por mí fuera serías
despedido en estos momentos!

-Aunque no lo creas, preciso el empleo…

-¡Recuerda que has sido contratado contra mi voluntad!

-Lo tendré en cuenta…

-¡Procura ser prudente en todo…! No soy hombre de excesiva paciencia…


-Intentaré no disgustarte…

Achilles hizo una leve seña a su capataz para que diese por finalizada la cuestión.

Segundos más tarde, aprovechando que Bill conversaba con el joven larguirucho, dijo
en voz baja a Bernard:

-Mucho cuidado con ese larguirucho, no me agrada.

-Soy de la misma opinión, patrón.

-Procura no perder la calma y tener un poco de paciencia –aconsejó Achilles-. Durante


el camino encontrarás el medio para que ese muchacho abandone voluntariamente el grupo.

-Es fanfarrón y charlatán –dijo Bernard, sonriendo de un modo especial-. Es muy


posible que se quede en el camino…

Achilles sonrió ampliamente el comentario de su capataz.

-Recuerda que a Ann, ese joven le resulta agradable…

Bernard sonrió de un modo sumamente especial y malicioso, para decir:

-Es muy posible que Ann, al menos en cuerpo, me pertenezca antes de llegar a
Wichita.

-Eso tendrá que suceder por la fuerza, puesto que no hay duda que esa muchacha te
desprecia.

-Soy el más convencido de ello, patrón.

Por su parte, el padre de Ann, decía a Dick:

-Evita el provocar a Bernard, es hombre sumamente irascible.

-Seguiré hablando con claridad y todo aquello que piense… Para no hacerlo tendría
que cambiar y sospecho que es demasiado tarde para ello…

-Estoy convencido que no le has resultado una persona de su agrado… Evita en lo


posible hablar o discutir con él.

-Tendré en cuenta su consejo… Ahora, patrón, ¿por qué no evita que su hija venga con
nosotros?

-Al igual a ti te gusta exponer con claridad lo que piensas, a mí me gusta cumplir mis
promesas… ¡Y prometí llevarla conmigo en este viaje!

-Es un riesgo, especialmente para ella, que debiera evitar.

-Confiemos en que nada suceda, muchacho… Y a tus años, sinceramente, no


comprendo que se pueda ser tan pesimista.
-No debe confundir ser realista con el pesimismo, patrón –replicó Dick, sonriendo con
amplitud.

Bill Morley, sonriendo abiertamente, se separó de Dick para reunirse con Achilles
Mason y su capataz.

Éste, por su parte, conversaba con los otros vaqueros contratados.

Y tan pronto como Ann se reunió con ellos, se pusieron en camino.

La joven, durante el camino de regreso al rancho, charló animadamente con Dick, que
resultó un joven de conversación amena.

Con habilidad, Dick consiguió que Ann le hablase de todos los proyectos de su padre.

Dick la escuchaba con atención, haciendo tan sólo de vez en cuando, preguntas
concisas a las que la joven respondía sin dudar.

Bernard, pendiente de ellos, por momentos estaba más enfadado.

Dick, al ser informado por Ann de que su padre no llevaría en el viaje a los vaqueros del
rancho, se sorprendió, preguntando:

-¿Cómo es posible que no les acompañen sus hombres?

-Al parecer les asusta el viaje.

-Aunque así sea, su padre debiera obligarles a acompañarle. Llevando tanto ganado, es
necesario estar rodeado por hombres de confianza.

Dejaron de hablar al aproximarse Bernard, para decir a Ann:

-La confianza que estás dando a este larguirucho, Ann, puede ser malinterpretada por
él.

-Estamos charlando, nada más, Bernard… Y es un joven con quien me agrada


conversar…

-Gracias, patrona –dijo Dick, sonriendo malicioso.

Bernard, sinceramente molesto, clavó su mirada llena de odia en Dick, para decir con
voz sorda:

-No deberías acompañarnos en el viaje que vamos a realizar… ¡Sospecho que vamos a
reñir con cierta frecuencia!

Y sin esperar a la réplica del joven, obligó a su montura a hacer un movimiento


extraño, separándose de los jóvenes.

-Vas a tener serios problemas con Bernard –indicó Ann, con clara preocupación en su
timbre de voz-. Y te aseguro que es un hombre de los que uno no puede confiar en él.
-Lo único que espero, es que no me moleste…

-No le has resultado una persona de su agrado.

-Correspondo a sus simpatías… Dejemos de hablar de él… Pienso que su padre,


pequeña, debería contratar a más conductores, si es cierto que no le acompañarán los
vaqueros del rancho.

-Bernard regresará mañana a Vernon para hablar con un amigo, que se encargará de
contratar a otros conductores…

-¿Cómo se llama ese amigo?

-Lambert…

-¿John Lambert? –inquirió Dick, interesado.

-En efecto, ¿le conoces?

-He oído hablar de él, y te aseguro, que nada bueno… ¿Le conoce tu padre?

-No…

-Siendo así, no debiera fiarse de ese hombre…

-Ha sido idea de Bernard encargar a John Lambert que se ocupe de contratar a los
conductores que precisemos. Nos ha dicho que Lambert es amigo de los mejores conductores
de ganado de Texas.

Dick quedó pensativo unos instantes, para finalizar por decir a la joven en voz muy
baja:

-Debe hablar con su padre para que no se fíe de Bernard…

Ann, mirando sorprendida a su joven interlocutor, inquirió:

-¿Por qué razón?

-Porque jamás me fiaría de una persona que es amigo de John Lambert.

-Presiento de tu antipatía por Bernard, es recíproca…

-Créeme que no es eso, pequeña… Es que veo cosas sorprendentes en cuanto me has
contado… No comprendo que míster Mason permita que su capataz os acompañe, cuando
debiera estar enfadado con tu padre por no haberle vendido el ganado… ¡Pero en realidad, lo
que me resulta sospechoso, es que sea amigo de John Lambert!

No dejaron de hablar hasta que llegaron al rancho.

A mitad de camino, Achilles Mason y Bernard, se despidieron para encaminarse a su


rancho.
Una vez en el rancho, los vaqueros del equipo contemplaban con enorme curiosidad a
los recién contratados.

Dick y cuatro más de los contratados confesaron que era la primera vez que viajarían
con ganado. El resto había ido en varios ocasiones, aunque no a Wichita, sino a Dodge City.

Ann, ante la sorpresa general de todos y en especial del padre, invitó a pasear a Dick,
bajo pretexto de mostrarle el ganado.

Un par de horas más tarde, Bernard llegaba al rancho y al saber que Ann estaba
paseando con Dick, no pudo ocultar su desagrado.

En espera de que la joven regresara, conversó animadamente con Morley.

Y de forma hábil supo convencer a Morley para que Dick no les acompañara a Wichita.

Por ello, con incontenida ironía, al llegar los jóvenes, dijo:

-Dick no podrá acompañarnos hasta Wichita, Ann… Es lo que de una forma sensata, y
por el bien de todos, hemos acordado tu padre y yo.

Ann frunció el ceño y clavando la mirada en el padre, inquirió:

-¿Es una broma, papá?

Dick, sin dejar de sonreír, observaba a los dos hombres.

-En evitación de disputas durante el camino, dado el carácter de Dick, Bernard me ha


convencido de lo sensato que resultará que no nos acompañe…

-¿Es así como cumples tu palabra? –le interrumpió Ann, sinceramente molesta.

-¡Por favor, hija…!

-¡Me has decepcionado, papá!

-Por favor, pequeña –se apresuró a decir Dick, sin dejar de sonreír-. El que no os
acompañe en el viaje carece de importancia… Y hasta es muy posible que haya sido una idea
acertada… Piensa que dada la antipatía que Bernard y yo nos profesamos, resultaría fácil
reñir…

-Me alegra oírte hablar de esa forma, larguirucho –replicó Bernard, irónico y
malicioso-. No hay duda que a pesar de mi juicio sobre ti, eres un joven juicioso.

Ann, sin dejar de mirar a los ojos del padre, dijo:

-Entonces me quedaré yo…

Uno de los vaqueros que escuchaban la conversación, sonriendo burlón, comentó:

-La amenaza de su hija, patrón, indica claramente que el amor es ciego…


Quienes escuchaban sonrieron maliciosos.

-¡Quedas despedido, Cliver! –bramó Ann.

-No hay duda que el amor hacia ese joven te hace ser injusta –replicó el llamado Cliver,
sonriendo con mayor amplitud.

Dick, sin hacer el menor comentario, se aproximó a Cliver, diciéndole:

-Debes defenderte, estúpido…

Y acto seguido le propinó un golpe brutal.

Acto seguido empuñó sus armas al descubrir el movimiento que Bernard y otro
hicieron para sorprenderle, ordenando:

-¡Levantad las manos o mañana seréis enterrados! –y dirigiéndose a los que les
contemplaban, agregó-: Sois testigos de que intentaron traicionarme… ¿No es motivo o causa
suficiente para colgarles?

Bill Morley, asustado de los propósitos de Dick, se apresuró a decir:

-¡Por favor, Dick…! Te ruego que te tranquilices… Sería lamentable que todos
perdiésemos la serenidad…

-Ese hombre ha ofendido gravemente a su hija –replicó Dick, señalando a Cliver-. Sería
conveniente que se disculpara.
CAPÍTULO II

Bernard, comprendiendo que su situación era delicada, dijo:

-En eso este joven tiene razón… Cliver debiera disculparse…

-¡Queda despedido! –bramó Ann.

-Piensa bien lo que dices, hija… Por una broma, aunque haya sido pesada o de mal
gusto, no es razón para que un hombre pierda su trabajo.

Ann no insistió.

Dick, enfundando sus armas y sin perder de vista a Cliver, dijo:

-Si alguno de vosotros intenta sorprenderme nuevamente, dispararé a matar. ¡Y


aunque sois un par de cobardes, debéis agradecer a la patrona el seguir con vida!

Bernard y Leman, como se llamaba el que intentó sorprender a Dick cuando éste
golpeó a Cliver, palidecieron de forma intensa.

-¡Dejad las amenazas y las ofensas, por favor! –volvió a pedir Bill Morley-. ¡Y ruego que
todos olvidéis lo sucedido!

Dick, aprovechando el nerviosismo del patrón, le preguntó:

-¿Podré acompañarles hasta Wichita?

-Pues claro que podrás acompañarnos, muchacho –respondió Bill.

Bernard y Leman, así como Cliver, no hicieron el menor comentario.

La habilidad que Dick había demostrado, les tenía hondamente preocupados.

-Volvamos a pasear, Dick –pidió Ann-. ¡Deseo tranquilizarme!

Ni el padre se opuso a ello.

Y los dos jóvenes se alejaron.


Bill, clavando su mirada en Cliver, le dijo con voz sorda:

-No vuelvas a ofender a mi hija… ¡Tendría que matarte!

-Le aseguro que tan sólo era una broma, patrón…

-Pues tu estupidez ha podido costarnos la vida –dijo Leman.

-Muy peligroso ese muchacho, ¿verdad, Bernard?

-¡Ya lo creo…!

-Lo que tenéis que hacer es dejar en paz a ese joven –recomendó Bill.

-La actitud de Ann hacia ese muchacho, me crispa los nervios –confesó Bernard-. Creo
que su hija ha comenzado a enamorarse de ese larguirucho…

Después de una breve duda, Bill dijo:

-No lo creo…

Y dicho esto, se alejó un tanto preocupado.

Uno de los conductores contratados por Bernard se aproximó a él, diciéndole:

-Sinceramente, no comprendo lo sucedido… ¡Yo creí que os mataría!

-Ese era mi temor… ¡Es muy peligroso!

-Recuerda lo sucedido para que te sirva de lección –agregó el vaquero-. ¡La próxima
vez, no lo dudes, te matará!

-Ha sido una verdadera sorpresa –replicó Bernard-. ¡Me cuesta creer que se haya
adelantado al movimiento de Leman y mío!

-No comprendo que te cueste admitir algo tan sencillo, Bernard –ironizó el vaquero-.
¡Sois un par de novatos frente a ese muchacho!

-¿Le consideras superior a Leman?

-Ese muchacho jugaría con Leman… ¡Y por favor, Leman, no te enfades!

Leman, al igual que Bernard, permaneció en silencio.

Cliver se aproximó a ellos, diciendo con gravedad:

-¡Ese maldito traidor no volverá a sorprenderme!

-Mi consejo es que no cometas locuras, Cliver –le indicó Bernard-. Ese muchacho ha
demostrado ser muy peligroso.

-He de devolverle con creces el golpe que me ha propinado.


-Si de algo te vale, te diré que tanto Leman como yo, a pesar de ser los primeros en
mover nuestras manos con ideas homicidas, se nos adelantó con suma facilidad –dijo Bernard-.
Así que tanto tú como todos nosotros tendremos que tener mucho cuidado con ese
larguirucho.

Cliver, desconcertado por aquella confesión de Bernard, guardó silencio.

Pero algo más tarde, al quedar a solas con Leman, le preguntó:

-¿Es cierto lo que ha dicho Bernard, o lo hizo para intimidarme?

-Es cierto que fuimos los primeros en mover nuestras manos y ese muchacho se nos
adelantó con facilidad.

Cliver volvió a guardar silencio, separándose del amigo.

Leman, observando al amigo, sonreía comprensivo.

Al día siguiente, tan pronto como Ann se levantó y desayunó, salió de la casa
preguntando por Dick.

-Le encontrarás en la cocina, charlando animadamente con Leander.

Ann, sonriente y alegre, se encaminó a la cocina.

Dick y Leander, como se llamaba el cocinero, la saludaron con simpatía.

-Me han encargado ayudar a Leander a preparar los carros que llevaremos en el viaje…

-No seas estúpido y ve a pasear con la patrona –dijo Leander-. Yo me ocuparé de


preparar los carros.

-¿No se enfadará Bernard? –inquirió Dick.

-Recuerda que soy la patrona… -dijo Ann, sonriendo con amplitud-. No tiene por qué
preocuparte la reacción de Bernard.

-Un hombre celoso puede resultar muy peligroso… ¡Los celos son un mal consejero,
pequeña!

-Entre Bernard y yo no existe nada, larguirucho…

-Siendo así, te acompañaré a dar ese paseo encantado…

Y acto seguido, Dick se encaminó a preparar su caballo.

Al alejarse de las viviendas, uno de los contratados por Bernard, contemplando a los
jóvenes, comentó:

-La joven patrona siente una gran inclinación hacia ese muchacho.

Eran varios los que estuvieron de acuerdo con el comentario del último que habló.
Por su parte, Dick, al alejarse de las viviendas en compañía de Ann, le decía:

-Aunque sigo teniendo mis dudas, creo haber conseguido recordar dónde conocí a
Bernard.

-Sigue preocupándote más de la cuenta –dijo Ann.

-Es que tengo la certeza de que es un cuatrero al que conocí lejos de aquí.

-¿No estará equivocado?

-Te aseguro que cuando lo conocí, en Lubbock, trabajaba en el equipo de un tal Brown,
considerado como el más astuto y sanguinario de los cuatreros de Texas.

-Oí hablar a mi padre de ese Brown… Aunque me aseguró que los Rurales nunca
pudieron probarle nada.

-Es no es del todo cierto, pequeña. Lo que sucede es que son muy pocos los que
conocen a Brown personalmente.

Siguieron hablando durante muchos minutos sobre Bernard.

Y al fin, Ann sinceramente preocupada, dijo:

-Si tus temores sobre Bernard son ciertos, ¿no crees que deberías hablar con mi
padre?

-Lo haría con gusto, pequeña, pero tu padre no me creería. Me he dado cuenta de que
confía ciegamente en él.

-Lo haré yo por ti…

-Te ruego unos días más de paciencia. Mañana tengo pensado conversar con Bernard
cuando se reúna con John Lambert.

-Me gustaría estar presente y escuchar tu conversación con él.

-Para ello tan sólo tendrás que acompañarme.

Sin dejar de charlar, siguieron paseando.

Dick, cuando contemplaban el ganado que llevarían hacia Wichita, comentó:

-La pérdida de este ganado sería la ruina de tu padre.

-Puedes asegurarlo.

-De lo que estoy seguro, es que esta manada será una gran tentación para todos los
grupos de cuatreros.

A la hora de la comida regresaron al rancho, a las viviendas.

Bernard les salió al encuentro y encarándose a Dick, le dijo:


-¡Quiero recordarte que has sido contratado para trabajar y no para pasear con la
patrona!

-No debes culpar a Dick –se apresuró a decir Ann-. He sido yo la responsable de que
abandonara sus quehaceres.

-Pues recuerda que ha sido contratado para trabajar.

Y dicho esto, Bernard se alejó furioso de los jóvenes.

Ann y Dick, sonriéndose mutuamente, se separaron.

Ann al llegar al lado de su padre, le sorprendió que le preguntara muy serio:

-¿Es que te has enamorado de ese larguirucho?

Ann, después de observar con detenimiento al padre, respondió serena:

-Lo único que puedo decirte es que me encuentro muy a gusto a su lado… Si eso es
amor, puede que me haya enamorado…

-Espero que no vuelvas a invitarle a pasear.

-¿Por alguna razón especial? –inquirió Ann, sorprendida.

-Para que Bernard no se enfade y se sienta a gusto. Le necesito como jefe de equipo.

-¿Tanto aprecias a Bernard?

-Es un buen muchacho, y desde luego, le aprecio.

-Dick sospecha que le conoció en un equipo de cuatreros…

-¡Ese muchacho tiene que estar loco…! Y evita que Bernard se informe de sus
sospechas… No te dejes influenciar por ese muchacho, piensa que ha demostrado ser un
pistolero…

-Puede ser hábil con las armas, pero sumamente sensato… ¿Qué sucedería si en
realidad Bernard fuese un cuatrero?

-¡Por favor, hija!

-Bernard trabajó para Brown…

-¿Te lo ha dicho Dick?

-Sí.

El padre sonrió con amplitud, para replicar:

-¿No sería él quien trabajase para ese cuatrero?

-Ahora soy yo quien te pide por favor, papá, que escuches los temores de Dick…
-No insistas o me obligarás a despedir a ese muchacho.

Y furioso se alejó de su hija.

Ann, desconcertada por la actitud del padre, finalizó por encogerse de hombros.

Al día siguiente, cuando Bernard se reunía con John Lambert, se sentaron a una mesa,
preguntando por John:

-¿Han conseguido recordar a ese larguirucho Cliver o Leman?

-No –respondió Bernard-. Aunque insisten en que su rostro les recuerda a alguien al
que conocieron.

-Puede que tan sólo sea un simple parecido con el que ellos conocieron.

-Así se lo he dicho.

-Y Bill Morley, ¿sigue confiando en ti?

-Plenamente.

-¿Serás el jefe del equipo?

-Y el que indique lo que ha de hacerse en todo momento.

-Entonces, ¿será un trabajo sencillo?

-Desde luego.

-¿Cuánto ganado pasará a nuestro poder?

-Las cuatro mil cabezas que llevaremos en la manada.

-¿Cuánto para mí? –preguntó John Lambert, brillándole los ojos de ambición.

Bernard, contemplando con detenimiento al amigo, sonrió con amplitud, para


responder:

-Ya sabes que eso siempre lo decide Brown…

-¡Por favor, Bernard! –exclamó John, mostrando su sorpresa-. ¡Pensé que era un golpe
en el que Brown no participaría…!

-Piensa que si Brown se encarga de vender el ganado, obtendremos un precio mucho


más elevado… Y sobre todo porque es preferible repartir con él a perder la vida… ¿No te
parece, John?

Aunque no estaba convencido, John respondió:

-Puede que tengas razón.


Proseguían charlando animadamente, cuando de pronto Bernard, poniéndose muy
serio, dijo:

-¡Ese es el joven que me preocupa!

John, siguiendo con la mirada la del amigo, observó a Dick, inquiriendo:

-¿El larguirucho?

-En efecto.

John, después de contemplar con fijeza y minuciosidad a Dick, finalizó por decir,
sinceramente preocupado:

-Al igual que a Cliver y a Leman, es un joven que me resulta conocido…

-¿Hablas en serio? –preguntó Bernard, sinceramente preocupado.

-Al igual que Leman y Cliver, no puedo asegurarlo, pero juraría que le he visto antes de
ahora…

Guardaron silencio al aproximarse Dick a ellos.

-¿Un nuevo compañero, Bernard? –preguntó Dick.

-Es un buen amigo –respondió Bernard.

-¿John Lambert? –volvió a preguntar Dick.

Esto sorprendió a los dos amigos, que se miraron desconcertados.

-Ese es mi nombre, muchacho… ¿Cómo lo sabes?

-Bernard nos habló de ti y sabía que venía a reunirse contigo…

-¿Por qué no estás en el rancho? –preguntó Bernard.

-No he tenido más remedio que venir acompañando a la patrona…

Bernard clavó con fijeza su mirada en el joven, inquiriendo:

-¿No crees que estás abusando de mi paciencia?

-Tan sólo obedezco órdenes –respondió Dick, sereno y sonriente-. Y considero que la
patrona tiene más autoridad sobre los vaqueros del rancho que tú. Y desde luego, prefiero
acompañarla a realizar cualquier trabajo en el rancho… ¿No crees que es lógico?

-¡Ann es mi prometida! –bramó Bernard.

-Piensa que tan sólo obedezco.

-¡Lamentaría perder la paciencia! –bramó Bernard, amenazador.


-Si así fuera, créeme que no sentiría la menor preocupación por ello.

Bernard, que no podía olvidar la facilidad con que le encañonó, contrariado, guardó
silencio.

-Nosotros nos conocemos, ¿verdad, muchacho? –dijo John.

-Lo ignoro… -respondió Dick-. Y vosotros dos, ¿hace tiempo que os conocéis?

-Varios años… -respondió John.

-¿Hicisteis amistad en la Ruta?

-Eso no creo que pueda importarte mucho.

Dick, sonriendo malicioso, clavó su mirada en Bernard, inquiriendo:

-¿Hace mucho que no ves a Brown?

Bernard, a pesar de los esfuerzos que hizo por mantenerse sereno, no pudo evitar
palidecer ligeramente, respondió:

-No sé de qué hablas ni conozco a nadie llamado Brown.

-¿Es que no has oído hablar de ese cuatrero?

-Oír hablar de él, muchas veces, pero no le conozco.

-¿Seguro?

-¡Pues claro que estoy seguro…!

-Por favor, no chilles ni te enfades… ¿Es que no trabajaste en su equipo?

Ante esta pregunta, Bernard no pudo evitar el palidecer intensamente.

-Repito que no conozco a Brown… ¡Y empiezo a cansarme de tu insistencia!

-Procura no perder los nervios –indicó Dick, sonriendo con amplitud-. Supongo que
también ignorarás que Cliver y Leman formaron parte del equipo de Brown, ¿verdad?

-¡Tienes mucha imaginación, muchacho! –bramó Bernard.

-Quien nos hablaba hace unos minutos a la patrona y a mí sobre vosotros, no creo que
mintiera –dijo Dick-. Y desde luego estaba convencido de que tú, Cliver y Leman, formabais
parte del equipo de Brown…

Bernard, después de mirar en todas direcciones, preguntó:

-¿Quién es el embustero que te ha hablado de nosotros?

-Un hombre que asegura ser un rural.


Ambos perdieron por completo el color natural del rostro, para palidecer de forma
intensa.

-¿Estáis lívidos como cadáveres! –exclamó Dick, sonriendo irónico-. ¿Es que no os
encontráis bien?

-No comprendo quién puede ser ese hombre que te ha hablado de nosotros –dijo John
Lambert, intentando sonreír-. Pero puedo asegurarte que ese hombre tiene mucha
imaginación o es un redomado embustero.

-Estáis en un error si pensáis así… ¡Y procurad tener mucho cuidado, he visto colgar a
más de un cuatrero en plena ruta!

Bernard, frunciendo el ceño, observó con enorme minuciosidad a Dick, inquiriendo:

-Si has dicho que nunca has sido conductor ni has estado en la Ruta, ¿cómo has podido
ver semejantes cosas?
CAPÍTULO III

-Aunque nunca he realizado un viaje como conductor, he andado mucho por la Ruta…
¡Y, en efecto, he visto muchas cosas sorprendentes!

Bernard, mirando con preocupación a John, guardó silencio.

Un hombre, sonriendo de forma especial, caminaba hacia ellos.

Bernard y John, al fijarse en aquel hombre, no pudieron evitar el palidecer


intensamente.

-Ya veo que no os alegra ver a un viejo amigo –comentó aquel hombre, irónico-. ¿A
qué se debe vuestra palidez?

-Hola, teniente Rangely –saludó John-. Si no habla, creo que no le habría reconocido…

-Y supongo que lo mismo le pasa a Bernard, ¿verdad?

-Hablaba con este muchacho y no me había fijado en usted –dijo Bernard-. Y


sinceramente, no me resulta agradable ni el verle ni el saludarle… ¡Lo que hicieron conmigo,
fue un acto de clara injusticia!

-¿Es que vas a negar ante mí que eras un cuatrero? –preguntó Rangely.

-Le aseguro, como ya lo hice entonces, que ignoraba que el patrón para el que
trabajaba fuese un cuatrero.

-Debes dejar de insistir con ese embuste, sabes que jamás te creeremos… ¿Dónde
demonio conociste a ese larguirucho?

-Hace un par de días aquí… -respondió Bernard.

-Y yo hace tan sólo unos minutos –se apresuró a decir John.

El rural, sonriendo con amplitud, clavó su mirada en Dick, diciéndole:

-Me aseguraron que era muy astuto, larguirucho… ¡Pero ya he hablado con Ann para
que no se fíe de ti!
Dick, sin que su rostro sufriera la menor alteración, replicó:

-Le aseguro que no comprendo el alcance de sus palabras, buen hombre… ¿Es que
alguien le ha hablado de mí…? Si es así, me gustaría hablase con claridad…

-He hablado con claridad, larguirucho…

-No lo creo así, enano –replicó Dick, burlón.

El rural palideció ligeramente, bramando con voz sorda:

-¡Háblame con más respeto o tendrás…!

-Cuando me hable con respeto, corresponderé –le interrumpió Dick, sonriendo


sereno-. Y recuerde que mi nombre es Dick Sheridan… ¡No lo olvide cuando vuelva a dirigirse a
mí!

Los reunidos les contemplaban con enorme interés.

El rural se puso muy serio y contemplando con enorme asombro a su interlocutor,


preguntó:

-¿Te atreves a amenazarme?

-Es una advertencia para evitar males mayores –replicó Dick, sonriendo burlón-. ¿Por
qué ha dicho a Ann que no debe fiarse de mí?

-Porque no me agradan los cuatreros ni los pistoleros –respondió Rangely.

Los reunidos, pendientes de la conversación del rural con aquellos hombres, clavaron
sus miradas en Dick, en espera de su réplica.

Dick, sin dejar de sonreír, ante el asombro general, dijo:

-Le agradezco su sinceridad, teniente… Pero permítame decirle que menos me agradan
a mí los cobardes que, amparados en lo que representan, se creen que tienen derecho a
ofender a quienes quieran.

-¿Te atreves a llamarme cobarde? –inquirió el rural, con voz grave.

-Replico simplemente a su sinceridad, indicándole el tipo de personas que no son de


mi agrado.

-Sospecho que los aires de esta zona no van a ser muy saludables a tus pulmones…

-¡Cuidado, teniente! –le interrumpió Dick, sin dejar de sonreír sereno-. Hable cuanto
quiera, pero deje sus manos quietas… Le aseguro que el plomo de mis armas puede ser
bastante más nocivo a su salud que el aire de esta zona para mis pulmones.

-¡Sigues amenazándome! –bramó Rangely.

-Replico a sus palabras, con la justicia que merecen.


Los reunidos no salían de su asombro.

Bernard y John, eran los que estaban verdaderamente impresionados.

A pesar de que la mayoría disfrutaba con las réplicas de Dick a su interlocutor,


consideraban que era una locura por parte del joven hablar en la forma que lo hacía.

Y el verdadero asombro que causaba la actitud de Dick, radicaba en que el teniente


Rangely, estaba considerado como uno de los rurales más duros de Texas.

Pero el asombro fue general cuando otro rural dijo:

-No juegue con ese muchacho, teniente… Está considerado como la pistola más rápida
del sudoeste.

Rangely, clavando su mirada en el subordinado que había hablado, le preguntó:

-¿Conoce a ese muchacho?

-Hace unos meses que le conocí en Pecos, donde presencié un duelo que no podré
olvidar fácilmente –respondió el interrogado-. ¡Es un verdadero diablo en el manejo del Colt…!
Y desde luego, es el hombre más temido de todo el sudoeste…

Ante estas palabras, Dick volvió a ser observado por todos con enorme curiosidad e
interés.

Rangely, después de observar minuciosamente a Dick, volvió a preguntar a su


subordinado:

-¿Recuerda su nombre?

-Perfectamente –respondió el rural-. Se llama Dick Sheridan… Aunque es más conocido


por el sobrenombre de “ Pistol Dick”…

Rangely, al igual que cuantos habían oído hablar de aquel pistolero, abrieron con
enormidad sus ojos, mientras contemplaban al joven con mayor interés y curiosidad.

Dick seguía sonriendo levemente.

-¡Ahora le recuerdo perfectamente! –exclamó Rangely.

-Supongo que no ignorará que nada tienes los rurales contra mí, ¿verdad? –dijo Dick.

-Pero a ninguno de nosotros nos agradan los hombres que gozan de tu fama –replicó
Rangely-. Esto no es el sudoeste, así que procura andar con mucho cuidado… Sabes bien que
los rurales no permitimos que se burlen de nosotros.

-Le aseguro que no hay razón para que intente burlarme de ustedes –dijo Dick, sin que
de su rostro desapareciera una leve sonrisa burlona-. Y créame que de cuánto se ha hablado
de mí, es pura fantasía.
-A pesar de ello, procura portarte bien por esta zona, y si vas a acompañar a míster
Morley hasta Wichita, procura no regresar a Texas… -recomendó Rangely, que acto seguido,
dirigiéndose a Bernard y a John, agregó-: Y vosotros, mucho cuidado con volver a las andadas,
no dudaría en colgaros.

-Somos personas honradas, teniente –dijo Bernard-. Me acusaron injustamente de


cuatrero…

-A pesar de ello, será preferible que no te encontremos por la Ruta.

Y dicho esto, el rural abandonó el local.

Dick, sonriendo constantemente, clavó su mirada en Bernard y John, diciéndoles:

-Tened presente el consejo del teniente Rangely… ¡Porque en el supuesto que ellos no
os colgaran, lo haría yo con sumo placer!

Bernard no se atrevió a replicar, como sin duda lo hubiera hecho, antes de oír hablar
sobre Dick.

John Lambert, con enorme serenidad, dijo:

-Te recuerdo a mi vez que esto no es el sudoeste… ¡Ni nos impresiona tu fama!

-A pesar de ellos, procura no unirte a los propósitos de Bernard –replicó Dick-. ¡Sería
tanto como sentenciarte a muerte!

Y sin dar la espalda a los dos, Dick salió del local para reunirse con Ann.

Bernard y John hablaron de cosas intrascendentes, hasta que los reunidos dejaron de
estar pendientes de ellos.

-Llevar a ese muchacho hasta Wichita puede resultar un grave peligro –dijo John,
sinceramente preocupado.

-Durante el viaje, sabremos deshacernos de él –replicó Bernard.

-Después de haber oído al teniente Rangely, no debes contar conmigo.

Esto sorprendió mucho a Bernard, que mirando con detenimiento al amigo, comentó:

-No podía sospechar que fuese tan fácil asustarte.

-Conozco a los rurales y sé que no amenazan por amenazar… ¡Si nos sorprenden
conduciendo ganado, nos colgarán!

-Conozco a los rurales, sin duda, bastante mejor que tú… Por ello puedo asegurarte
que el teniente Rangely ha hablado en la forma que lo ha hecho, simplemente para asustarnos.

-A pesar de ello, no debes contar conmigo. No quiero enfrentarme al teniente


Rangely… ¡Es un hombre que me aterra!
-Hablaremos de ello cuando hayas olvidado la conversación de ese maldito rural…

-Eso será algo que no olvide… Y te aseguro que no pienso rectificar mi decisión.

-¿Y si nos quedásemos con todo el ganado para nosotros?

John, clavando su mirada burlona en el amigo, exclamó:

-¡Resultaría mayor locura que enfrentarnos abiertamente a todos los rurales! Mi


consejo es que no juegues…

-¡Preciso de vuestra ayuda! –bramó Bernard, enfadado.

-Lo siento, pero debes pensar en recurrir a otros… ¡Yo prefiero seguir viviendo!

Bernard, contemplando con desprecio al amigo, bramó en voz baja:

-¡Vete al infierno!

John Lambert, sin más comentarios, se alejó del amigo.

Bernard, siguiendo con la mirada al amigo, profirió en voz baja varias maldiciones.

Una vez que consiguió serenarse, meditó cuando sucedía, decidiendo buscar otros
conductores que le ayudasen en sus propósitos. Estaba dispuesto a apoderarse del ganado, a
pesar del peligro de los rurales y de la presencia de “Pistol Dick”.

Abandonó el local para entrar segundos más tarde en otro.

Y reuniéndose con el propietario del saloon, conversó animadamente con él.

-Debes dejar de preocuparte, Bernard –le dijo el propietario, después de unos minutos
de conversación-. Yo me encargaré de buscar los conductores que precisas. Pero son hombres
que pueden resultar peligrosos… ¡Ninguno de los que te recomiende se detiene ante nada!

-Esos son precisamente la clase de hombres que preciso.

-Son ambiciosos…

-Eso no me preocupa, Herman… ¡Habrá dinero suficiente para todos!

-¿Muchas cabezas?

-Unas cuatro mil.

Herman exteriorizó su asombro y sorpresa, silbando de forma especial.

-¿Qué sucederá si los rurales sospechan tus intenciones?

-Puede imaginártelo… -respondió Bernard, muy serio-. Pero el premio bien merece el
riesgo…

-Si Rangely vigila, puede costarte la vida.


-Hay otro peligro que me preocupa más que los rurales… Tú tuviste un local como éste
por El Paso, ¿verdad?

-Así es, Bernard… Pero tuve que salir de allí, aunque dejé a un buen amigo regentando
el negocio… ¡Los aires de la ciudad eran irrespirables para mí…! ¿Comprendes…?

-Perfectamente, Herman… -respondió Bernard, sonriendo-. ¿Conociste u oíste hablar


de un pistolero conocido por el sobrenombre de “Pistol Dick”?

-¡No oí hablar de él, sino que le conozco personalmente!

-¿Bueno con el Colt?

-Lo mejor que he conocido… ¡Un verdadero demonio!

-Si te dijese que irá con nosotros en la manada como conductor… ¿Qué me
aconsejarías?

-Todo lo que sea, menos provocarle… ¡Sería un suicidio!

Bernard permaneció unos segundos en silencio para de pronto, preguntar:

-¿Más hábil que Leman?

-Sinceramente, Bernard, te aseguro que Leman comparado a ese muchacho, es un


novato… ¡Y no te engaño!

Después de escuchar al amigo, Bernard volvió a guardar silencio, para comentar


segundos más tarde:

-Pues yo estoy dispuesto a que muera en mis manos.

-Eso tan sólo lo conseguirás si actúas por sorpresa y a traición… Y te recomiendo que
no falles el primer disparo, no te daría tiempo a rectificar tu error…

Después de mucho hablar, ambos se separaron.

Bernard salió del local del amigo para pasear por el pueblo.

Y cuando horas después, a la caída de la tarde, regresaba al local del amigo, sonrió de
forma especial al fijarse en el grupo de hombres que conversaban con el propietario del
saloon.

-Aquí tienes los conductores que precisas –le dijo Herman.

Bernard, recorriendo con la mirada el rostro de aquellos ocho hombres, frunció el ceño
preocupado, al recordar las palabras de Herman… ¡Todos en su mayoría eran carne de horca!

-¿Tenéis cuentas pendientes con los rurales? –le preguntó.

-Por diferentes razones, todos nosotros –respondió uno.


-Eso me preocupa y desde luego no me agrada –dijo Bernard-. El teniente Rangely y
sus subordinados nos vigilarán estrechamente.

-Eso no es motivo de preocupación… Más nos preocupa la compañía de “Pistol Dick”…

-¿Es que le conocéis?

-Lo suficiente para exigir que eleves en un cien por cien lo prometido a Herman, si
quieres que te ayudemos.

-Eso es algo que no puedo prometer… ¡Es Brown quien decidirá lo que debáis recibir…

-Eres tú y no Brown quien tiene que prometer…

Herman, mientras escuchaba la conversación que Bernard sostenía con los hombres
contratados por él, estaba pendiente de sus clientes y de cuantos entraban.

De pronto, interrumpiendo la conversación de los amigos, exclamó:

-¡Ahí tenéis a ese gigante…! ¡”Pistol Dick” en persona…!

Todos guardaron silencio para contemplar al indicado.

Dick, sonriendo, avanzaba hacia ellos.

Al estar cerca del grupo, haciendo gestos de enorme sorpresa, exclamó:

-¡Vaya reunión de ciudadanos honorables…! Es sorprendente comprobar que Bernard


se relaciona con personajes tan distinguidos como vosotros… ¿Qué tal, Herman?

-Hola, Dick… -correspondió Herman al saludo, temblando visiblemente.

-Supongo que desde que fuiste expulsado de El Paso, no habrás vuelto, ¿verdad,
Herman?

-Estabas presente, Dick… -respondió Herman-. Y sabes que fue una verdadera injusticia
mi expulsión…

-Yo diría que fueron sumamente benévolos contigo, Herman… ¡Yo te habría colgado en
el acto!

Herman, molesto y asustado, guardó silencio.

Dick, clavando su mirada en uno de los conductores contratados por Bernard, dijo:

-Me recuerdas perfectamente, ¿verdad, Curly?

-Desde luego, Dick…

-¿Cómo es que no te colgaron en presidio?

-Se pudo demostrar mi inocencia…


Dick rió de buena gana, replicando:

-Dime una cosa, Curly… ¿Qué abogado tan inteligente te defendió para poder
demostrar tu inocencia cuando fuiste sorprendido disparando por la espalda sobre tu víctima?

El llamado Curly no pudo evitar el palidecer intensamente.

Quienes escuchaban se contemplaban interrogantes.

-No comprendo cómo permitís que ese larguirucho os hable en la forma en que lo está
haciendo –dijo uno del grupo-. Su sobrenombre indica que es un pistolero y sin duda un
asesino, ¿con qué derecho os critica a vosotros?

-Ese es el criterio que tienen sobre mí los hombres como vosotros, mientras que las
gentes de bien agradecen cuantas víctimas he hecho –replicó Dick-. ¿No te resulta
sorprendente?

-¡Esto no es el sudoeste, larguirucho! –bramó el mismo-. ¡Aquí sabemos utilizar el Colt


y el cuchillo…!

El resto del grupo, ante aquellas palabras, se retiró instintivamente dejando en el


centro y frente a frente a Dick y al que había hablado.
CAPÍTULO IV

-Tenéis un amigo sumamente interesante –comentó Dick, sin perder de vista a ninguno
del grupo-. Herman, ¿hace mucho que conoces a éste?

-Me lo presentaron hace unas semanas…

-¿Es posible que no le hayas hablado de mí? –preguntó Dick, un tanto sorprendido.

-No sabía que estabas aquí… -mintió Herman.

-Y Bernard, ¿no te habló de mí?

-¡Yo no me asusto de la fama de algunos hombres…! ¡No creí ni una sola palabra de
cuanto nos contó sobre ti…!

-Muy interesante, amigo –dijo Dick-. ¿Qué opinas, Herman?

-Presiento que en su ignorancia está dispuesto a suicidarse… ¡Y hemos de reconocer


que cada uno dispone de su vida a su antojo!

-Eso es una gran verdad, Herman –replicó Dick.

-No estés tan seguro de tu triunfo, larguirucho –dijo aquel hombre-. Si yo te hablase de
cuanto se dice sobre mí, es posible que…

-No es preciso que me cuentes nada sobre tu vida, para saber que eres un ser
despreciable –le interrumpió Dick-. ¡Tu olor, créeme, te delata!

Aquel hombre, observando con detenimiento a sus amigos, comentó sonriente y


sereno:

-No comprendo cómo podéis asustaros de un joven tan alto. Sus manos tienen que ser
lentas a pesar de su fama de hombre peligroso… ¡Y tú, Herman, ya puedes hacerte a la idea de
que beberé hasta saciar mi sed, una vez termine con este fanfarrón!
-Si en verdad deseas saciar tu sed, debieras hacerlo ahora y no esperar a suicidarte,
puesto que lo que intentas es una locura –dijo Dick-. Si mi fama fuese producto de la fantasía
general, ¿crees que hombres como Herman y Bernard se asustarían de mí?

-He conocido a hombres muy hábiles con el Colt que han vivido asustados de simples
cobardes –replicó el interrogado-. ¡Y yo voy a demostrar que toda tu fama no es más que un
producto de la fantasía!

-Lo que significa que estás dispuesto a demostrar que eres más rápido que yo, ¿no es
eso? –dijo en Dick.

-Veo que eres inteligente –replicó burlón aquel hombre-. Claro que es muy posible que
o sea cuestión de inteligencia sino de olfato…

Y a dejar de hablar rió a carcajadas.

Sus compañeros le observaban curiosos.

Ninguno comprendía que pudiera enfrentarse con tanta serenidad a un hombre cuya
fama intimidaba a cuantos se enfrentaban a él.

Herman, que odiaba intensamente a Dick, a pesar de que estaba seguro de su triunfo,
tenía la esperanza de equivocarse. Razón por la que estaba deseando que las armas pusieran
punto final a la conversación de aquellos dos habilidosos.

El teniente Rangely, que había entrado en el local tras Dick, exclamó:

-¡Pero si es Cecil Strong y su grupo!

El hombre que estaba frente a Dick palideció de forma intensa.

-¿Es que tiene algo contra ese hombre, teniente Rangely? –inquirió Dick, que había
reconocido la voz del rural.

-Una vieja cuenta, Dick –respondió Rangely-. ¡No sabía que estuviese por aquí…!

-No debiera sorprenderse, teniente –dijo Dick-. Este local es un nido ideal para todo el
que tiene alguna cuenta pendiente con la Ley… ¿Es que lo ignoraba?

Herman palideció intensamente.

-Sospechaba algo parecido, pero me costaba creerlo –respondió Rangely.

-¿Es que no conoce la vida de Herman? –preguntó Dick.

-Sé muy poco sobre él…

-¿Sabía que había sido expulsado de El Paso?

Herman estaba lívido como un cadáver.

Todos sus clientes estaban pendientes de él.


-Confieso que no sabía nada sobre lo que dices, Dick… ¡Y desde luego, es una gran
sorpresa para mí…! Presiento que Vernon se está convirtiendo en un refugio de indeseables de
todo Texas.

Dick frunció el ceño y clavando su mirada en el rural, aunque sin perder de vista a
Curly, replicó:

-Me está ofendiendo, teniente… ¡Yo no soy ningún indeseable!

-Eso es algo que tendremos que comprobar nosotros. Tu fama deja mucho que desear.

Dick guardó silencio unos instantes para replicar:

-Ahora estoy pendiente de ese hombre que desea demostrar a sus amigos su
superioridad sobre mí con las armas, por lo tanto le ruego que no me distraiga… ¡Después
hablaremos cuanto desee sobre mí!

-Será poco lo que pueda averiguar por ti… -dijo Strong-. ¡No es fácil interrogar a los
muertos…!

Y de nuevo, al dejar de hablar, rompió al reír a carcajadas.

El teniente Rangely, abriendo con enorme asombro sus ojos, que clavó en Strong, le
dijo:

-Presiento que debes estar aburrido de la vida… ¿Es que intentas cometer la locura de
enfrentarte a “Pistol Dick” en igualdad de condiciones?

-Le recuerdo, teniente, que no soy un rural… -respondió Strong-. ¡Por ello no es fácil
asustarme!

-¿Qué intentas insinuar, Strong? –preguntó Rangely, molesto-. ¿Es que nos consideras
a los rurales unos cobardes?

-El hecho de que siempre actúen en grupo lo demuestra –respondió Strong.

El teniente Rangely, muy serio y enfadado, se dirigió a Dick, diciéndole:

-¡Deja que sea yo quien se enfrente a…!

-Me ocuparé de castigar personalmente sus ofensas, teniente –le interrumpió Dick-. Y,
sobre todo, me asusta que intente aprovechar esta situación para disparar sobre mí… ¡No me
fío de usted!

-¡Ya hablaremos nosotros! –gritó Rangely, ofendidísimo.

-Pero insisto en que ahora debe guardar silencio –pidió Dick-. No quisiera distraerme
con su conversación… Aunque, ¿no será eso lo que busque?

-¡Maldito seas, pistolero! –bramó de nuevo el teniente Rangely.


-No debe enfadarse conmigo, teniente –replicó Dick-. Siempre acostumbro a exponer
con sinceridad lo que pienso… ¡Y desde luego, tengo la seguridad de que le encantaría
presumir de haber liquidado a “Pistol Dick”!

-Es inútil que sigáis discutiendo –dijo Strong-. ¡Por mucho que habléis distraerme!

El rural guardó silencio.

-¡No te muevas de donde estás, Herman! –dijo Dick, con voz sorda y autoritaria-. ¡Y
deja esa mano quieta!

Herman quedó como petrificado. Sin hacer el menor movimiento.

-Deja de preocuparte de los demás y no me pierdas de vista a mí –aconsejó Strong.

-Tú no me preocupas –replicó Dick, con voz natural-. Cuando decidas buscar tus armas,
morirás.

-¡Fanfarrón de los demonios…! ¡Yo te demostraré…!

Y mientras hablaba intentó sorprender a Dick.

Pero el joven se le adelantó con facilidad, disparando una sola vez a matar.

Strong, como un pesado fardo, y ante la sorpresa de sus compañeros, se desplomó sin
vida.

Dick, enfundando el revólver utilizado, clavó la mirada en el teniente Rangely,


diciéndole:

-Espero que comprenda que me he visto obligado a defender mi vida.

-Por esa muerte, nada debes temer –dijo Rangely-. Pero después de esto, no hay duda
de que eres el pistolero más peligroso de cuantos he conocido… ¡No descansaré hasta no verte
lejos de mi jurisdicción o de Texas!

-Pero para ello no trate de buscar pruebas falsas contra mí… ¡Tendría que matarle!

-En Texas, amenazar a los rurales encierra un grave peligro…

-No te estoy amenazando, sino aconsejando… ¡Si actúa con nobleza, nada tendrá que
temer de mí!

Los rurales estaban impresionados por lo que acababan de presenciar.

Uno de los compañeros de la víctima y Herman, considerando que Dick estaba


excesivamente pendiente del rural decidieron sorprenderle.

Ambos murieron en el intento.

Dick volvió a admirar a los reunidos con su prodigiosa rapidez.


-Fíjese en esos dos cobardes, teniente –dijo Dick, enfundando las armas utilizadas-.
¡Intentaban sorprenderme!

Rangely, convencido de que era cierto, replicó:

-He sido testigo de ello… Nada debes temer…

Dick, clavando su mirada en Bernard y los conductores contratados, dijo:

-¡Procurad tener presente eso!

Y acto seguido, sin dar la espalda a aquellos hombres, abandonó el local.

Al reunirse con Ann, le dio cuenta de lo sucedido.

La joven no hizo el menor comentario, pero quedó profundamente preocupada.

-Después de los comentarios que el teniente Rangely ha hecho en público, no


comprendo cómo mi padre sigue insistiendo de que Bernard es un buen muchacho.

No dejaron de hablar hasta llegar al rancho, donde prosiguieron paseando.

Dos días más tarde, Dick, al saber que Achilles Mason cedía a los componentes de su
equipo para que ayudasen en la conducción, dijo a Ann:

-Tu padre no debiera aceptar tanta generosidad por parte de Mason. Es muy extraño
que ese hombre ceda a todos sus hombres…

-Sospechas que pueda quedarse con la manada, ¿verdad?

-Estoy seguro de ello, pequeña.

-Yo empiezo a sospechar lo mismo –confesó Ann-. Hablaré con mi padre para que
suspenda el viaje.

-No es necesario –dijo Dick-. Lo que tenemos que conseguir es que vuestros hombres
nos acompañen hasta Wichita… ¡Y desde luego, no permitir que nos acompañen los de Mason!

-Nuestros hombres no quieren realizar este viaje… ¡Les asustan los peligros que
encontraremos…! Especialmente los indios y los cuatreros…

-Puede que si yo hablo con ellos, cambien su modo de pensar.

-Si así lo crees, debes hablarles.

Y aquella misma noche, Dick hablaba con los vaqueros del rancho.

Después de una prolongada conversación, todos decidieron acompañar al patrón hasta


Wichita, como conductores.

Cuando Bill Morley fue informado de la decisión de sus hombres, recibió una gran
alegría.
Pero cuando informaba de ello a Bernard, éste dijo:

-Los hombres que trabajan para mi patrón están acostumbrado a conducir ganado… y
se los cede con agrado…

-A pesar de ello, prefiero a mis muchachos. ¡Son buenos vaqueros!

-De acuerdo, como quiera… ¿Nos acompañará Dick?

-Sí.

-Yo creo que debiera prescindir de él. Me asusta llevarle en el equipo.

Fueron interrumpidos por la llegada de los hombres de Achilles Mason.

Bill y Bernard los recibieron.

-Debéis regresar al rancho –les dijo Bernard-. Míster Morley no precisa ya de vuestra
ayuda. Sus hombres han decidido acompañarnos.

Ninguno hizo el menor comentario, aunque no había duda de que les desagradaba
sentirse rechazados.

Dick, que en compañía de Ann observaba a aquellos vaqueros, dijo:

-¡Hola, Rawlins!

Uno de ellos se volvió y al fijarse en Dick palideció ligeramente, replicando:

-Si es a mí, debes confundirme con otro…

-Entonces, ¿por qué razón te has vuelto?

-Lo he hecho porque no es la primera vez que me confunden con alguien llamado
Rawlins –respondió aquel vaquero con cierta neutralidad.

-Yo sé que te llamas Gerald Rawlins y que eres un indeseable –dijo Dick, sonriendo
abiertamente-. Y si no fueses tan cobarde, confesarías la verdad.

Aquel vaquero palideció intensamente, sin atreverse a rechistar.

Los compañeros le observaban desconcertados. No comprendían que permitiese que


le ofendiesen de aquella forma sin replicar al menos.

Dick no insistió.

Cuando los vaqueros de Achilles Mason se alejaban del rancho, de regreso al de su


patrón, uno de ellos le dijo:

-Ese muchacho te ha reconocido… ¿Por qué razón has negado?

-¡Porque jamás me he llamado de esa forma!


Todos se encogieron de hombros, comentando uno:

-Pues de lo que no existe la menor duda es que ese larguirucho te provocaba dispuesto
a utilizar sus armas…

-Y de haber sido yo la persona que él sospecha, es muy posible que a estas horas
estuviera sin vida –confesó el llamado Rawlins por Dick.

Aunque los compañeros tenían la seguridad de que mentía, no quisieron insistir.

-Es una pena que no podamos acompañar a Bernard. Perderemos con ello una gran
oportunidad de embolsarnos una bonita suma de dinero.

-Pero a costa de muchos peligros… -dijo Rawlins-. La compañía de ese muchacho, lo


presiento, puede resultar fatal para Bernard.

-Sabrá deshacerse de él.

-Y sobre todo los otros tres que irán con Bernard.

-¿Quiénes son?

-Oliver, Leman y Marcel.

-Esos tres serán como un seguro de vida para Bernard.

-A pesar de la fama de esos tres, no creo que se atrevan a enfrentarse a ese


larguirucho… ¡Sería un suicidio!

-Sabrán hacer las cosas…

Pero al llegar al rancho, Achille Mason, desconcertado, se aproximó a ellos,


preguntándoles:

-¿Qué demonios hacéis aquí?

-Míster Morley no precisa de nuestra ayuda –respondió uno, mientras desmontaba-.


¡Le acompañarán sus hombres!

-No lo comprendo… -dijo Achilles, contrariado-. Me aseguró que sus hombres no


querían hacer ese viaje.

-Han debido cambiar de opinión.

Y acto seguido le dieron cuenta de lo sucedido.

Achilles, clavando su mirada en el vaquero a quien Dick ofendió, dijo:

-Me sorprende que hayas permitido te ofendan, sin replicar… ¿Tanto temes a ese
pistolero?
-La prudencia, patrón, no es temor –replicó el vaquero-. Y sabía que estaba frente a un
enemigo excesivamente peligroso para enfrentarme con él en igualdad de condiciones.

-Presiento que tendré que hablar personalmente con ese pistolero, charlatán y
engreído.

-Si decide hacerlo, patrón, procure que sea como amigo –aconsejó el provocado por
Dick, sonriendo de forma especial-. Si intentara enfrentarse a él, es como si, aburrido de la
vida, decidiera suicidarse.

Achilles Mason, después de observar a su interlocutor durante algunos segundos,


sonrío a su vez abiertamente, comentando:

-¡Seguro que no hablarías en la forma que lo haces si me conocieras!

-Le he dado un consejo, que considero sano y sensato –replicó el vaquero, con
gravedad-. El atenderlo o no es cosa suya.

Y dicho esto, el vaquero se separó del patrón y de los compañeros.

Achilles, después de hablar algunos minutos con sus hombres, montó a caballo y se
encaminó al rancho de Bill Morley.

Ann, con cierta frialdad, y su padre, con simpatía, recibieron la visita del amigo y
vecino.

Achilles habló de lo mucho que le había sorprendido que rechazaran a sus hombres,
sobre todo por indicación de un pistolero.

Bernard se unió a ellos, pidiendo al patrón que no concediese tanta importancia al


asunto.

-Si los muchachos del equipo de míster Morley han decidido acompañarnos, es lógico
que no se precise la ayuda de los muchachos –había dicho Bernard-. Y mucho menos culpar a
quien no ha intervenido en nada.

-Debes comprender que tu patrón esté molesto, Bernard –dijo Dick, apareciendo ante
quienes conversaban-. Lo que le sucede a tu patrón, es que no comprende ni puede admitir
que me temas. Y él, que fue no hace mucho un habilidoso de las armas, no comprende ni
admite que pueda superarle… ¿No es eso, míster Mason?

Bill, su hija y Bernard les contemplaban curiosos.

Achilles, contemplando con minuciosidad a Dick, guardó silencio.


CAPÍTULO V

Dick, ante el silencio de Achilles, agregó:

-Le gustaría comprobar si sus facultades siguen siendo las de hace unos años y
provocarme, ¿verdad?

Achilles, a juicio de quienes le observaban, no había duda de que estaba indeciso en si


provocar o no a aquel muchacho a quien todos temían.

Dick, convencido de que había ido dispuesto a provocarle, añadió:

-Sé que fue un buen pistolero, pero tampoco ignoro que fue muy cobarde y ventajista.
Y por lo que estoy comprobando, se ha debido convertir en cuatrero. ¡Si fuera sensato
olvidaría los motivos de su visita y aconsejaría a Bernard, Cliver, Leman y Marcel que se
quedaran con usted. Es muy posible que de acompañarnos hasta Wichita, no regrese ninguno
de los cuatro con vida.

Achilles, ante aquella provocación, no se atrevía a reaccionar.

Bernard, contemplando con detenimiento al patrón y en la seguridad de que estaba


asustado, sonreía de forma especial.

Después de un prolongado silencio, Achilles dijo:

-Estás muy equivocado conmigo, muchacho. Y te aseguro que mi intención no era


molestarte. Aunque he de confesar que me sorprende enormemente que hombres como
Bernard y Edmund se hayan asustado de ti.

-No conozco a Edmund –dijo Dick-. ¿A quién se refiere?


-Es a quien llamaste Gerald Rawlins –informó Bernard, que dirigiéndose a su patrón,
agregó-: Mucho más me sorprende a mí su actitud, patrón.

Bill y su hija intervinieron para que dejasen de insultarse, aunque en realidad en único
que lo había hecho era Dick.

Achilles Mason, sin atreverse a replicar a las ofensas de Dick, como lo habría hecho
frente a cualquier otro, regresó a su rancho.

Dick, cuando Achilles se perdió en el horizonte, clavando su mirada en Ann y su padre,


les dijo:

-Debieron permanecer en silencio, sin intervenir… ¡Ese hombre venía dispuesto a


provocarme!

-No soy de tu misma opinión –dijo Bill.

-Perdone, pero aunque sea mi patrón, he de confesar que este muchacho está en lo
cierto –agregó Bernard-. Tengo la seguridad de que a Edmund, a quien este muchacho provocó
dispuesto a terminar con él, ha debido llamarle cobarde por asustarse de él y por ello vino
dispuesto a hacer lo que Edmund no se atrevió… ¡Claro que por suerte para él, rectificó!

-Veo que conoces muy bien a tu patrón –comentó Dick.

-Es un fanfarrón que piensa que los años no pasan –comentó Bernard-. Es cierto que
hace unos años gozó de una fama terrible como uno de los pistoleros más peligrosos de este
Estado… ¡Aunque ahora es inofensivo!

-De que es inofensivo, es algo que no creo –dijo Dick-. Y puedes estar seguro de que si
algún día estuviera frente a él, no me confiaría.

-No intento hacerte creer que sea un novato –dijo Bernard, tratando de disculparse-.
Pero desde luego no es ni sombra de lo que fue.

Dejaron aquella conversación para charlar sobre el viaje a Wichita.

Se pusieron de acuerdo para salir al día siguiente, puesto que todo estaba preparado.

-Mi consejo, Bernard, es que debieras quedarte con tu patrón –indicó Dick.

-Tus temores son infundados –dijo Bill, con rapidez-. Yo sé que Bernard es un buen
muchacho.

-Le seré muy útil, desde luego, no decepcionaré su confianza –replicó Bernard-. Soy un
gran conocedor del camino que deberemos seguir.

-¿A qué se debe tu interés por acompañarnos?

-Deseo ayudar a míster Morley, a quien aprecio sinceramente.

-¿Has olvidado la amenaza del teniente Rangely? –inquirió Dick.


-Esa es otra de las razones por las que tengo interés en hacer este viaje. Quiero
demostrar a los rurales que no me asustan y que cuando me expulsaron de la Ruta cometieron
una gran injusticia.

-No pienso confiarme, a pesar de cuanto digas, Bernard –dijo Dick-. El viaje no va a
resultar agradable para ti ni ninguno de sospecha, dispararé a matar.

Bernard, mirando con fijeza a Dick, y tratando de sonreír con agrado, replicó:

-No te daremos motivos para ello. Y terminarás por reconocer que tanto la compañía
de mis tres compañeros como la mía será de gran utilidad para llegar a Wichita.

-Es una lástima que expongas tu vida por algo que no conseguirás alcanzar.

-No soy un cuatrero –dijo Bernard, molesto.

-Es al patrón y no a mí a quien tienes que convencer de ello –replicó Dick-. ¡En caso de
que resultaras lo que yo imagino, será él y no yo quien más pierda!

Y Dick, acompañado por Ann, se alejó:

Bernard, contemplando a los dos jóvenes, dijo:

-No debiera permitir que su hija pasara tantas horas al lado de ese pistolero. ¡Es un
asesino!

-Yo creo que es un gran muchacho… -replicó Bill-. Y presiento que por tu propio bien,
debieras quedarte aquí.

-Si le acompaño, después de cuanto ha sucedido, es para demostrarle que ese joven se
equivoca y sobre todo porque conozco muy bien el camino. ¡Y la razón primordial, no es
preciso que la mencione! ¡Aunque no hay duda de que no es mucho el caso que su hija me
hace desde que apareció ese pistolero!

-Ahora, con mayor razón, debieras quedarte aquí…

-No puedo abandonarle, ni a su hija ni a sus hombres, en manos de ese pistolero. En el


camino se presentan dificultades que sólo puede resolver el que conoce el camino y ciertas
costumbres.

-Estoy preocupado, Bernard –confesó Bill-. Me asusta que por ayudarnos puedas tener
un serio disgusto con ese muchacho que, a su vez, desea nuestro bien.

-No tema ni se preocupe –replicó Bernard, sonriendo con amplitud-. Ese muchacho y
yo terminaremos siendo amigos.

Dicho esto, Bernard se separó de Bill, para encargarse de preparar cuanto precisarían
en el camino.

Y al día siguiente, en efecto, se pusieron en marcha con la gran manada.


Ann disfrutaba cabalgando como un conductor más.

Dick no dejaba de vigilar a Bernard y a sus amigos.

A los pocos días de haberse puesto en marcha la gran manada, Bill Morley, satisfecho,
decía a su hija:

-Hasta ahora todo marcha mucho mejor de lo que esperaba.

-Nuestros muchachos están demostrando ser buenos conductores.

-¡Qué tal Dick?

-Sigue sin fiarse de nadie.

-Tengo entendido que no duerme con los demás…

-Y jamás da la espalda a Bernard y a sus amigos.

-Debieras convencerle que deje de ser tan desconfiado… Bernard y sus compañeros
son una gran ayuda.

-Mientras no haya discusiones, dejemos que sigan las cosas como hasta ahora. Todos
se están portando admirablemente.

-Lo único que he comprobado que ofende bastante a todos es que pases tantas horas
al lado de Dick.

-Es un muchacho agradable y tiene una conversación sumamente amena. El que


empieza a molestarme con sus súplicas amorosas es Bernard.

Bill, aunque sospechaba que su hija se había enamorado de Dick, no hizo el menor
comentario sobre ello.

A los dos días de esta conversación, Marcel, que hacía de ayudante del cocinero
cuando descansaban, dijo:

-Nos estamos quedando sin víveres, patrón.

Esto sorprendió a Bill, que comentó, sorprendido:

-Me aseguraste que tendríamos víveres más que suficientes para llegar a las
proximidades de Wichita.

-No contaba con que fuésemos tan lentos.

-Son pocas las millas que recorremos a diario, ¿cierto, Bernard?

-Es lógico, Bill –respondió Bernard-. Somos poco conductores para tanto ganado.

-¿Puedo aproximarme a Enid y comprar víveres? –preguntó Marcel.


-Si nos hemos quedado sin víveres, no existe otra solución –respondió Bernard-. Que
te acompañe Cliver y Leman. Esta noche, aprovechando el descanso de los demás, podéis
acercaros… ¡Pero nada de comentarios sobre las reses que llevamos!

-No temas –replicó Marcel—Compraré pocos víveres para no llamar la atención.

Bill no tuvo inconveniente en que fueran aquellos tres.

A la mañana siguiente, Dick, al darse cuenta de que faltaban aquellos tres, se encaró a
Bernard, inquiriendo:

-¿Adónde han ido tus amigos?

-A por víveres…

-Y supongo que habrán ido a comprarlos a Enid, ¿verdad?

-No hay duda que conoces el camino por donde viajamos –respondió Bernard-. En
efecto, han ido hasta Enid.

Dick, sin más comentarios, se aproximó al carro ocupado por Bill y su hija.

-¿Por qué ha permitido a esos tres que vayan a por víveres?

Bill, contemplando sorprendido al joven, encogiéndose de hombros, respondió:

-Alguien tenía que ir a comprar lo que precisamos.

-Perdone, patrón, pero es usted un verdadero estúpido –dijo Bill, molesto-. ¡Está
ayudando a quienes tratan de apoderarse de su ganado y de matarnos a todos…!

-Escucha, muchacho…

-¡Es usted un torpe!

Y furioso, se alejó del padre y de la hija.

Bill, preocupado, salió tras el joven, diciéndole:

-Te ruego que hables con claridad, Dick, por favor… ¿Qué has querido decirme o qué es
lo que sospechas?

-Esos tres han ido a avisar a quienes les ayudarán para apoderarse de su ganado. Y
harán todo lo posible para no dejar testigos.

Bill, lívido como un cadáver, inquirió:

-¿Estás convencido de tus sospechas?

-Es posible que no tarde mucho en comprobarlo.

-¿No te estarás dejando influenciar por tu antipatía hacia Bernard?


-Yo me alejo de aquí y me llevaré a los muchachos que sean juiciosos.

Bill, como petrificado, vio cómo Dick hablaba con varios vaqueros.

Y un miedo intenso se apoderó de él, al ver que iban hacia sus caballos.

-¿Qué sucede, papi?

-Dick y esos cuatro nos abandonan…

Y en pocas palabras informó a su hija sobre las sospechas de Dick.

Con valor, Ann se aproximó a Dick y a los otros, diciéndoles:

-Abandonarnos en estos momentos, no es más que una cobardía.

-Y quedarnos aquí sería un suicidio –replicó Dick-. ¡Tu padre no es más que un pobre
tonto!

-¡Y tú un pistolero asesino!

Y dicho esto, Ann regresó al lado de su padre.

-¡Es inútil, papá…! ¡¡¡Dick es un cobarde…!!!

Bill se encaminó hacia donde Dick y los otros cuatro preparaban sus monturas,
diciéndoles:

-Puede que tengas razón sobre tus sospechas, pero no es posible que me abandonéis,
pensando en la forma en que lo hacéis… ¡os pido y suplico vuestra ayuda!

Dick, comprendiendo que no era justo con aquel hombre, se disculpó diciendo que no
marcharía, aunque agregó:

-Voy a marchar yo solo y me reuniré más adelante con la manada. Estos se quedarán a
su lado y procure fiarse exclusivamente en ellos. Intentaré averiguar en Enid los propósitos de
Bernard y sus amigos. Debe convencer a Bernard de que marcho por haber discutido
acaloradamente con usted y su hija.

Después de varios minutos de conversación, Bill, completamente sereno, regresó al


lado de su hija.

Y sin necesidad de que ella le preguntase nada, le informó de su conversación con Dick.

Para Ann, cuanto su padre le decía, la tranquilizaba.

-Siento haberle ofendido en la forma que lo hice…

-Eso beneficia sus planes…

Cuando Bernard fue informado que Dick había decidido abandonar la manada, aunque
no hizo el menor comentario, sentía deseos de saltar de alegría.
Al día siguiente, Bill se aproximó a Bernard para decirle:

-Hace un par de días que no encontramos agua. ¡Y el ganado empieza a impacientarse!

-He podido comprobar que la manada que debemos llevar delante va cegando los
pozos… -¡Malditos sean…! Tendremos que desviarnos más hacia el este.

-¿Será prudente, Bernard?

-No tema, conozco bien esta zona…

-Estoy asustado…

-No hay razón para asustarse…

Mientras tanto, los cuatro en quien Dick dijo que debía confiar Bill, conversaban
animadamente entre ellos.

-Debemos adelantarnos para comprobar quiénes son los que van cegando los pozos de
agua –decía uno.

-Aprovecharemos cuando todos descansen –agregó otro.

-Hay que hablar con el patrón para que no se asuste de nuestra ausencia –indicó un
tercero-. Si no evitamos que sigan cegando los pozos, puede resultar trágico para el ganado y
para todos nosotros.

-Yo diré al patrón lo que nos proponemos.

Y el último en hablar, se separó de los amigos.

Regresó a los pocos minutos, diciendo:

-Bernard intenta desviar la manada hacia el este.

-Hemos de evitarlo.

-Para ello hemos de evitar que los próximos pozos sean cegados.

-¿Has dicho al patrón que somos rurales?

-Sí –respondió sonriente el interrogado-. ¡Ha recibido una gran alegría!

-Natural.

-¿Le has hablado de la verdadera profesión de Dick?

-No.

-¿A qué esperará ese muchacho para confiarse a Bill y a su hija?

-Preferirá que lo ignoren para evitar posibles errores.


-Pero es mucho lo que esa muchacha sufre. A pesar de imaginar que es un terrible
pistolero, se ha enamorado de él.

-Motivo que hará que su alegría aumente al conocer la verdad.

-¿Le has indicado que no debe permitir que la manada se desvíe hacia el este? –
preguntó uno.

-Sí.

-¿Y qué ha dicho?

-Al parecer Bernard le ha indicado que si encontramos cegados los próximos pozos,
tendremos que desviarnos hacia el este para encontrar agua.

-Muy astuto –comentó uno de los cuatro.

-A mi juicio, si nuestras sospechas son ciertas, Bernard está exponiéndose demasiado –


agregó otro-. Si ciegan los próximos pozos, podemos sufrir una estampida en la que se
perdería la mayoría de la manada.

-No hay duda que si Bernard está de acuerdo con esos cobardes, se está exponiendo
demasiado.

Dejaron de hablar para atender cada uno a su trabajo.

Y aquella tarde, cuando se detenían para acampar y pasar la noche, los cuatro se
alejaron sin ser vistos por el resto de los componentes del equipo.

Nadie se dio cuenta de la marcha de estos cuatro hasta el amanecer, a la hora del
desayuno.

Al ser informado Bernard de la deserción de estos cuatro, comentó:

-La falta de agua ha debido asustarles.

-Más que el agua, yo diría que ha sido el temor a una estampida lo que ha debido
asustarles –agregó Bill-. ¡Malditos cobardes!

-No debe preocuparse, patrón –agregó Bernard-. Encontraremos agua antes de que
sea demasiado tarde.

-De lo contrario sería mi ruina –comentó Bill, con enorme satisfacción.

Sin pérdida de más tiempo en comentarios, hicieron que la manada se pusiera en


movimiento.

Alfred, Charles, Dennish y Jasper, como se llamaban los cuatro rurales que habían
abandonado la manada, galoparon sin descanso durante varias horas.

Cuando al fin consiguieron dar vista a la manada que llevaban delante, los cuatro no
pudieron por más que sonreír de forma especial.
-¡Si no llevan más de cien reses! –exclamó Jasper.

CAPÍTULO VI

-Y fijaos dónde han acampado –comentó Alfred-. Cerca de los pozos.

-Lo que significa que intentarán cegarlos –dijo Dennish.

-Puede que ya lo hayan hecho –añadió Charles.

-Considero que hemos llegado a tiempo –dijo Jasper-. ¿Nos aproximamos?

-Será preferible esperar a que amanezca –indicó Alfred, que era sargento-. Antes de
aproximarnos tenemos que saber cuántos hombres llevan esa punta de ganado.

Y desmontaron dispuestos a descansar unas horas.

Al despuntar el día montaban a caballo.

Y decididos cabalgaron hacia aquella pequeña manada.

-Es una alegría comprobar que tan sólo son tres –comentó Charles.

-Si comprobamos que son los que van cegando los pozos, ¿qué haremos, sargento? –
preguntó Dennish.

-¡Recibirán su castigo!

Sin más comentarios y avanzando pendientes de los tres conductores, se aproximaron


a ellos.

-¡Hola, muchachos! –saludó Alfred.

-Hola –replicaron con enorme frialdad.

-Poco ganado lleváis –comentó Dennish.


-Estas reses son tan sólo una pequeña parte de la manada que llevamos a Wichita –
respondió uno-. Es el ganado que se va separando de la manada, por falta de vigilancia, y que
nosotros vamos reuniendo.

-Veo que estos pozos tienen gran capacidad de agua –dijo Jasper-. ¡Buena alegría va a
recibir el patrón, cuando le comuniquemos que estos pozos no están cegados…

-¿Quién es vuestro patrón? –preguntó uno de los conductores.

-Bill Morley.

-Hemos oído hablar de él.

-¿Habéis encontrado los pozos cegados? –preguntó Alfred.

-Sí –respondió con rapidez uno de los tres-. ¡Y hemos estado a punto de sufrir una
estampida!

-¿Sabéis si va otra manada delante de vosotros? –preguntó Dennish.

-Lo ignoramos…

-¿Sospecháis quiénes puedan ser los cobardes que han cegado los pozos? –preguntó
Charles.

Los tres conductores, por toda respuesta, se encogieron de hombros.

-Ahora os agradecería que os alejaseis de aquí –dijo uno de los conductores.

-Nada debéis temer de nosotros –replicó Alfred.

-Si sois conductores, no podéis ignorar que no es costumbre acercarse a los equipos en
pleno viaje.

-Si lo hemos hecho, ha sido por nuestra impaciencia en comprobar si estos pozos
tenían agua –dijo Alfred-. ¡Nuestro ganado precisa beber o enloquecerá!

-Tendréis que esperar a que nosotros nos alejemos de aquí.

Dennish, clavando su mirada en uno de aquellos tres, dijo:

-¡Tú y yo nos conocemos, ¿verdad?

El indicado por Dennish fue observado con detenimiento por los rurales.

-No te recuerdo… -respondió el aludido, aunque sin poder evitar cierto nerviosismo-.
Aunque jamás he sido un buen fisonomista.

-Dennish, sin duda, debe confundirte con un cobarde llamado Harry Now, que
conocimos hace tiempo por Dallas –dijo Alfred, sonriendo ampliamente.

El indicado y sus compañeros palidecieron ligeramente.


-Nunca he estado en Dallas –replicó aquel hombre-. Aunque en honor a la verdad, he
de confesar que no es la primera vez que me confunden con un hombre llamado de esa forma.
¡No hay duda de que debo ser muy parecido a él!

Alfred y Dennish, que estaban convencidos de que era Harry Now, sonreían
ampliamente.

-No tengo más remedio que admirar tu serenidad, Harry –dijo Alfred-. Pero, por
conocernos, sabrás que no es fácil burlarse de nosotros… ¿Para quién trabajáis?

Uno de los compañeros de Harry, comprendiendo la delicada situación de éste, dijo:

-Será mejor que se alejen. No nos agrada tener extraños cerca de nuestro ganado.

-Es un temor que debe dejar de preocuparle, amigo –replicó Dennish-. Harry puede
decirle que no somos cuatreros.

Harry, como en efecto se llamaba aquel hombre, sabiendo que sería inútil negar,
guardó silencio.

-¿Por qué no dices a tus compañeros quiénes somos?

-Con ello es posible que evites que se suiciden –añadió Dennish.

Harry, descendiendo la mirada al suelo, dijo:

-Son rurales…

Los otros dos compañeros, abriendo con enorme asombro sus ojos, retrocedieron de
forma instintiva.

-¿Bromeas? –inquirió uno.

-No –respondió Harry.

Uno de sus compañeros, en un acto suicida, intentó alcanzar sus armas.

Pero cuando conseguía desenfundar, Alfred disparó sobre él, haciéndole a matar.

Como un pesado fardo, el traidor se desplomó sin vida.

Los compañeros, aterrados, elevaron sus brazos.

-¿Por qué habéis cegado los pozos, Harry? –preguntó Alfred.

El interrogado, con la mirada clavada en el cadáver del amigo, dando la impresión


como si no hubiera oído la pregunta que le acababan de formular, guardó silencio.

-¿Órdenes de Brown? –preguntó Alfred.

Ante esta pregunta, Harry Now, por toda respuesta, hizo un leve movimiento
afirmativo con la cabeza.
-¿Amigos de Bernard? –preguntó de nuevo Alfred.

-Sí –respondió Harry.

-¿Está Bernard de acuerdo con vuestro patrón para apoderaros de la manada de míster
Morley? –preguntó Dennish.

Ahora Harry se encogió de hombros.

-No podías sospechar, Harry, que tan lejos de Dallas tendría oportunidad de colgarte,
¿verdad? –dijo Alfred.

De pronto, aquellos dos hombres, en la seguridad de que serían colgados, intentaron


defender sus vidas.

Ambos murieron en el intento.

Alfred, contemplando los tres cadáveres, dijo:

-Tendremos que enterrarles para que Bernard, en el supuesto de que estuviera de


acuerdo con ellos, no se dé cuenta de lo que ha pasado… ¡Una lástima que nos obligaran a
disparar, puesto que me hubiera gustado interrogarlos extensamente!

-Yo creo, sargento, que tenían que estar de acuerdo con Bernard –dijo Dennish-. Hasta
me atrevería a jurarlo.

-Y yo, Dennish, pero no podríamos demostrarlo –replicó Alfred.

-Y si se viese en peligro, ¿no cree que Bernard hablaría?

-Es muy posible, Jasper, aunque de Bernard se ocupará Dick –respondió el sargento.

-¿Qué hacemos con este ganado y los caballos de éstos? –preguntó Charles.

Todos quedaron pensativos.

Alfred, cuando su vista se clavó en unas cercanas colinas, dijo:

-Debemos ocultar el ganado y los caballos tras aquellas colinas. Lo haremos nosotros
mientras Dennish sale al encuentro del patrón para comunicarle que hay agua en estos pozos.

Y así lo hicieron, después de enterrar a las víctimas.

Dennish se puso en camino y a las dos horas de galopar divisó en la lejanía la manada.

Mucho antes de aproximarse a la manada fue reconocido por sus compañeros.

Uno de los conductores, aproximándose al carro en el que viajaban Bill y su hija, gritó:

-¡Regresa Dennish, patrón!

Bill y Ann, ante aquella noticia, sonrieron felices.


Bernard se aproximó y encarándose al patrón, le dijo:

-Supongo que no volverá a admitir a ese desertor, ¿verdad?

-Hace tan sólo unos minutos que me asegurabas que precisábamos conductores. Si
regresa, ¿por qué no admitirle?

Bernard, sin saber qué responder, bramó:

-¡Nunca me gustaron los desertores!

-Dennish y sus amigos son buenos jinetes –dijo Bill-. Si regresan, les admitiré
encantado.

Bernard guardó silencio.

Dennish, sonriendo ampliamente mientras saludaba a los compañeros, dijo:

-¡Soy portador de buenas noticias, patrón…! ¡A unas veinte millas de aquí encontrará
agua en abundancia…!

Esta noticia causó una inmensa alegría a todos.

Sólo Bernard frunció el ceño sorprendido.

Ann, que observaba con curiosidad al capataz, comentó en voz baja:

-Tengo la impresión, papá, que a Bernard no le alegra lo del agua.

Bill, contemplando a Bernard, replicó a la hija:

-Empiezo a pensar que las sospechas de Dick son verdaderas… ¡Ese cobarde debe estar
de acuerdo con los cuatreros!

-¿Y tus compañeros? –preguntó Bernard.

-Vigilando los pozos del agua, para evitar que los cieguen –respondió Dennish-. Porque
es lo que unos cobardes han estado haciendo.

-No pensaba volver a veros… -dijo Bernard.

-Teníamos que encontrar agua –dijo Dennish-. ¡Y vigilar los pozos!

-¿Habéis encontrado la manada que camina delante de nosotros? –quiso saber


Bernard.

-No –mintió Dennish, con naturalidad-. No hemos encontrado a nadie.

Bernard quedó silencioso.

A la caída de la tarde, la manada llegaba a los pozos del agua.

Bill y su hija agradecieron a los rurales el favor prestado.


Bernard, en silencio y mirando en todas direcciones, estaba desconcertado.

Alfred y sus subordinados, pendientes de Bernard, sonreían maliciosos.

Por su parte, Dick, mirando en todas direcciones, entró en Enid.

Iba profundamente preocupado.

Amarraba su montura a la barra que para tal efecto existía a pocas yardas de todos los
edificios, cuando descubrió a un hombre pendiente de él, a la puerta de un local que estaba
frente al que él se disponía a visitar.

Con naturalidad, aunque en guardia y dispuesto a vigilar a aquel vaquero si volvía a


verle, entró en un saloon.

Y una vez en el interior del mismo, se apoyó en el mostrador, quedando pendiente de


la puerta.

-Eres de los más altos que han entrado en esta casa –comentó el barman, al
aproximarse a él-. ¿Whisky?

-Y que sea doble –respondió Dicl-. ¡Estoy sediento!

Al servirle, el barman comentó:

-No eres de la comarca, ¿verdad?

-En efecto, voy de paso.

-¿Conductor?

Dick contempló con minuciosidad al barman, y sonriendo con amplitud, preguntó a su


vez:

-¿El sheriff?

-¡Oh, no! –respondió el barman, sonriendo también con amplitud-. El deseo de ser
amable con todos los clientes ha hecho que la curiosidad en mí se convierta en un horrible
vicio… ¡Perdona si te he molestado!

-Si es así, puede seguir interrogándome –dijo Dick, con amabilidad-. En efecto, soy
conductor. Ahora me gustaría que me sirviese un buen vaso de agua.

-Ahí tienes tu whisky.

-Pero de momento prefiero un vaso de agua. ¡No puede imaginarse la sed que tanto
mis compañeros como yo hemos padecido!

-Tengo entendido que no falta agua en la Ruta.

-En esta ocasión, hemos encontrado los pozos cegados.


-¡Eso es un delito muy grave…! –exclamó el barman.

-Más bien diría que una despreciable cobardía.

Unos vaqueros que estaban próximos a Dick, le observaban con detenimiento.


Preguntó uno:

-¿Es cierto que alguien ha cegado los pozos?

-Tan cierto como que estoy aquí.

-Ese es uno de los delitos más graves que puedan cometerse… ¿Sabéis quiénes han
sido?

-No… Aunque presiento que es alguien que trata de evitar que lleguemos a nuestro
destino.

-Debieras informar a las autoridades de ello.

-Se lo comunicaremos a los rurales, suponiendo que los encontremos. No suelen salir
de Texas.

La conversación se hizo general.

Todos criticaban duramente y de forma sincera a los autores de semejante delito y


cobardía.

Dick, mientras hablaba con aquellos vaqueros, no perdía de vista la puerta de entrada.

Y cuando minutos más tarde vio entrar al que le observaba con tanta minuciosidad,
dirigiéndose al barman, le preguntó en voz baja:

-¿Quiere decirme quién es ese cliente que entra en estos momentos? ¡Procure
observarle con disimulo!

El barman, siguiendo la indicación de Dick, miró hacia el indicado con disimulo,


diciendo:

-Forma parte de un equipo que no se estima en esta población.

-¿Cómo se llama el patrón de ese hombre? –preguntó Dick.

-Jerry Whillard.

-¿Es de esta zona?

-Posee un rancho en las proximidades.

Guardaron silencio al aproximarse aquel vaquero.

Pidió de beber, y cuando iba a hacerlo, clavando su mirada con fijeza en Dick, dijo:

-Tú y yo nos conocemos, ¿verdad, larguirucho?


-Lo ignoro –respondió Dick, sonriendo de forma especial.

-¿Es posible que no me recuerdes? –inquirió aquel vaquero, sorprendido-. ¡Nos


conocimos en el local que Herman poseía en El Paso!

-Voy a darte tres nombres y después de ello, me vas a decir quién te habló de mí…
¿Leman, Cliver o Marcel?

-No conozco a nadie llamado así… ¡Te conocí en El Paso!

-En el local de Herman, ¿no es eso?

-Así es.

-¿Trabajaste en la zona de El Paso?

-No –respondió el vaquero-. Pasé tan sólo unos días hospedado en el hotel propiedad
de Herman, que a su vez era el local más divertido…

-Entonces es muy posible que nos conociésemos allí… ¿Hace mucho que estuviste allí?

-Unos dos años.

-¿Recuerdas a la joven que atendía el mostrador del negocio de Herman?

El vaquero, después de una breve duda, exclamó:

-¡Ya lo creo!

Dick comenzó a reír a carcajadas para finalizar diciendo:

-Eres un embustero, amigo. ¡Ahora estoy seguro de que mientes!

Quienes estaban próximos a ellos, se retiraron arrastrando característicamente los


pies.

Esto hizo comprender a Dick que aquel hombre era temido.

-¡Yo no soy un embustero! –bramó aquel hombre con voz sorda.

-Si como sospecho, han sido Leman, Cliver o Marcel quienes te han hablado de mí, no
comprendo tu locura… ¿Es que no te han dicho que soy muy peligroso con las armas?

-Tu fama no me asusta.

Y mientras hablaba, ante el asombro general, hizo que sus manos volasen hacia las
armas con ideas homicidas.

Dick, adelantándose con facilidad a los propósitos de aquel vaquero, disparó una sola
vez.

El vaquero, con la frente destrozada, se desplomó sin vida.


Los testigos contemplaban a Dick con los ojos muy abiertos por la admiración que les
había causado su triunfo.

El muerto era uno de los hombres a quienes se temía en la ciudad.

-No hay duda que era un pobre loco –comentó Dick-. ¡Nunca debió escuchar a quienes
le convencieron para suicidarse!

CAPÍTULO VII

El barman, contemplando a Dick con simpatía, le dijo:

-Serán pocos los que lamenten esta muerte… ¡Era un ser despreciable!

-Me alegra que así sea –replicó Dick.

-¿Estás seguro de que alguien le convenció para que viniese a provocarte?

-Estoy seguro de ello. ¿Para quién me dijo que trabajaba ese pobre loco?

-Para Jerry Whillard.

-¿Qué tal persona es ese Jerry?

Nadie respondió.

-Comprendo… -agregó Dick, sonriendo de forma especial-. Es uno de esos hombres


que implantan su capricho a los demás, amparado en la carencia de escrúpulos y sentimientos
de los hombres que para él trabajan, ¿cierto?

El barman fue el único que se atrevió a afirmar con la cabeza.

-Y sin duda alguna, tiene que ser un cuatrero –agregó Dick-. ¿No será un amigo de
Brown?

De nuevo, nadie respondió.

Dick guardó silencio para ponerse en guardia al ver entrar al sheriff.

El de la placa, un hombre de unos cincuenta años, después de contemplar el cadáver


que yacía sobre el suelo, clavó su mirada en Dick.
-Procure no hacer conjeturas ni sacar deducciones, antes de interrogar a los testigos,
sheriff –advirtió Dick.

-Es lo que acostumbro a hacer siempre, en estos casos –replicó el sheriff.

-Me alegro de que así sea –replicó a su vez Dick.

El sheriff, después de escuchar al barman, se aproximó a Dick, diciéndole:

-Me gustaría hablar a solas contigo… ¿Quieres que nos sentemos?

Dick, por toda respuesta, se encaminó hacia una mesa.

Unas horas más tarde, el sheriff y Dick seguían hablando animadamente.

El barman y sus clientes, en silencio, les contemplaban curiosos.

-¿Está seguro de que Jerry Whillard es un íntimo de Brown? –preguntó Dick.

-No debes dudarlo, muchacho.

-Si es así, tengo la seguridad de que ese Jerry Whillard es otro cuatrero.

-No me sorprendería. Aunque a pesar de que hace mucho que le vigilo, no he


conseguido averiguar nada en contra suya… ¿Quieres describirme a Cliver, Leman y Marcel?

Dick dio toda clase de detalles sobre los tres.

El sheriff le escuchaba con suma atención.

-Voy a visitar a Jerry y a comprobar si esos tres están en el rancho –dijo el sheriff,
después de escuchar al joven.

-Se ocultarán tan pronto le vean.

-Pero es posible que vea sus monturas. Conozco los caballos de Jerry y de todos sus
hombres. Lo que me interesa es comprobar si en efecto esos tres cuatreros estaban en su
rancho.

-Y si es así, es muy posible que esté el propio Brown. ¿Quiere que le acompañe?

-No –respondió el sheriff, con rapidez-. Si me viesen en tu compañía y esos tres


estuviesen en el rancho, Jerry sospecharía que conozco la verdad.

-¿Cómo piensa justificar su visita?

-Diré que voy tras tu pista por la muerte de ése.

-Esperaré impaciente el resultado de su visita.

Segundos después, se despedían.


El sheriff reunió a un grupo numeroso de jinetes para que le acompañasen,
informándoles de lo que sucedía.

-¿No se asustará si vamos tantos contigo?

-Cuando sepa que vamos tras un peligroso pistolero, comprenderá que es lógica toda
medida de seguridad.

Sin más comentarios, se pusieron en camino.

Y una vez en las tierras de Jerry Whillard, cabalgaron con naturalidad, saludando con la
mano a cuantos vaqueros veían a distancia.

Jerry Whillard, informado de esta visita, salió preocupado a la puerta de la vivienda


para recibir al sheriff y a sus acompañantes.

Los vaqueros del rancho, sin el menor disimulo, se fueron situando estratégicamente
rodeando a los visitantes.

El sheriff y sus acompañantes, al darse cuenta de esta circunstancia, comenzaron a


sentirse un tanto incómodos.

-Buenas tardes, Jerry –saludó el sheriff, con naturalidad.

-Hola, sheriff –correspondió Jerry al saludo, observando al de la placa con enorme


minuciosidad-. Hacía mucho tiempo que no nos visitabas.

-Soy portador de malas noticias –agregó el sheriff, con naturalidad-. Hud ha muerto a
manos de un peligroso pistolero, reconocido por él minutos antes como un tal “Pistol Dick”. ¡Y
su rastro no ha traído en esta dirección! ¿Quiere preguntar a sus hombres si han visto por el
rancho a algún extraño?

El sheriff y sus acompañantes se dieron perfecta cuenta de que la noticia de la muerte


de Hud había impresionado a Jerry y a todos sus hombres.

-¿Cómo murió? –preguntó Jerry.

-Según los testigos, Hud, después de reconocer a ese pistolero, quiso demostrar que
era mucho más rápido que él –respondió el sheriff-. ¡Y al parecer, resultó de plomo!

-Siendo así, ¿por qué razón rastrea a ese muchacho?

-Ya sabes lo que opino sobre los habilidosos de las armas. ¡Nunca me gustaron! Y por
lo que Hud dijo de él, poso antes de perder la vida, indica que es un asesino.

-¿Estás seguro de que vino en esta dirección? –preguntó Jerry, interesado.

-Al menos perdimos sus huellas dentro de este rancho.

La inquietud de Jerry aumentó con estas palabras.


El sheriff, al descubrir a tres vaqueros que coincidían con los que le había descrito Dick,
comentó:

-Veo que tiene visita.

-Son unos viejos amigos.

El sheriff, contemplando con indiferencia a aquellos tres, dijo:

-No les conozco…

-Son tres amigos de Texas –dijo Jerry.

El sheriff, sin conceder más importancia a la presencia de aquellos tres en el rancho, a


los pocos segundos se despedía de Jerry.

Y al reunirse con Dick, le dijo:

-Estaba en lo cierto. Los hombres que abandonaron vuestra manada para venir a por
víveres, están en ese rancho.

Y acto seguido le informó de su visita al rancho de Jerry.

-Procure vigilar con atención a ese ranchero –indicó Dick, después de escucharle-. Si no
está de acuerdo con Brown, tiene que ser un cuatrero.

-Si consigo la menor prueba contra él, te prometo que le colgaré.

Sin dejar de hablar se encaminaron a la oficina del sheriff.

Una hora más tarde, aún seguían reunidos.

Un amigo del sheriff entró en la oficina, diciéndole:

-Vas a tener problemas con Jerry. ¡Está muy enfadado contigo!

-No lo comprendo –dijo el sheriff.

-Ha estado interrogando a los testigos de la muerte de Hud y asegura que fuiste a
visitarlo con engaños… ¡No puedes hacerte una idea de la cantidad de insultos que ha
proferido contra ti!

El sheriff, frunciendo el ceño preocupado, después de un breve silencio, preguntó:

-¿Dónde está Jerry?

-En el local en que murió Hud. ¡Hablaba con sus hombres para venir a verte! ¡Debes
tener mucho cuidado!

El sheriff, de un modo instintivo, se aproximó a una ventana, para desde ella observar
la calle.
Y al descubrir a Jerry, que en compañía de dos de sus hombres avanzaba hacia la
oficina, dijo:

-¡Ahí viene…! ¡Y le acompañan los dos hombres de su equipo de peor fama!

-¡Yo me voy! –exclamó asustado el amigo que le había avisado.

Y acto seguido abandonó la oficina apresuradamente.

-¿Dónde puedo esconderme? –preguntó Dick.

-En esa habitación –respondió el sheriff, señalando una puerta.

Dick entró en aquella habitación que comunicaba con las celdas, dejando la puerta
entreabierta para poder escuchar lo que hablaban.

El sheriff se sentó tras su mesa.

Jerry y sus hombres irrumpieron en la oficina.

-¡Eres un comediante, sheriff! –bramó Jerry-. ¡Un farsante…! ¡¡¡Un terrible


embustero…!!!

El sheriff, como si ignorase la razón de aquella actitud, abrió los ojos sorprendido,
replicando:

-Te ruego, Jerry, que te tranquilices… ¿Quieres decirme a qué se debe tu enfado?

-Así que llegaste a mi rancho tras la pista de ese pistolero, ¿no es así?

-Pues claro, Jerry…

-¡Eres un embustero! –volvió a bramar Jerry-. ¡He averiguado que después de la


muerte de Hud estuviste hablando amistosamente con ese pistolero…! ¿Qué es lo que
buscabas en mi rancho…? ¡¡¡No más engaños!!!

El sheriff, sonriendo serenamente, dijo:

-Debes tranquilizarte, Jerry.

-¡No me gusta que se me engañe! ¿Qué buscabas en mi rancho?

-Será conveniente que se sincere con el patrón, sheriff –añadió uno de los
acompañantes de Jerry-. Y procure ser convincente, puesto que de lo contrario, es muy posible
que decidamos colgarle aquí mismo.

-Y no piense que bromeamos –agregó el otro acompañante de Jerry, al tiempo de


empuñar sus armas y encañonando al sheriff, ordenar-: Levante las manos.

El sheriff, contemplando fijamente a Jerry, comentó:


-La actitud de tus hombres te va a crear una situación que lamentarás… ¡Esto es un
grave delito!

-No estás en situación de amenazar a nadie –replicó Jerry, sonriendo de forma


especial-. ¡Por última vez! ¿Qué buscabas en mi rancho?

-Comprobar si Leman, Tracy y Marcel estaban en él –respondió el sheriff-. Los tres


trabajan para Brown.

-Me aseguraste no conocerles… -dijo Jerry sorprendido.

-Les conocí mucho antes de que fuesen expulsados de la ruta por los rurales. Y su visita
a tu rancho me demuestra que sigues trabajando para Brown. ¿Dónde intentará Brown
apoderarse de la manada de Bill Morley?

Jerry y sus hombres se contemplaron desconcertados.

-¡Eres un pobre loco, sheriff! –bramó Jerry, sonriendo de forma trágica-. ¿No te das
cuenta de que estás sentenciándote a muerte?

-Si con mi muerte consigo que los rurales terminen con vosotros, me daré por
satisfecho –respondió el sheriff, sereno, por saberse protegido por Dick-. ¡Ya no podrás seguir
engañándonos…! ¡Sabemos que sigues siendo un odioso cuatrero!

El que empuñaba sus armas, sonriendo cínicamente, dijo:

-Salga de aquí, patrón… ¡Yo me encargaré de silenciar a este viejo estúpido! ¡Nadie
podrá acusarle!

Dick, comprendiendo que había llegado el momento de intervenir, empuñó con


firmeza sus armas y abriendo la puerta, ordenó:

-¡Tira esas armas, cobarde!

Jerry y sus hombres quedaron como petrificados.

El sheriff, observándoles, sonreía con amplitud.

Jerry, analizando su delicada situación y al comprender que estaba perdido, intentó


sorprender a Dick protegiéndose con el cuerpo de uno de sus hombres.

Lo único que consiguió fue precipitar su muerte y la de sus hombres.

Dick no dudó un solo instante en disparar a matar sobre los tres.

El sheriff, impresionado, contemplaba aquellos cadáveres.

-De no haber temido por su vida, no hubiera disparado a matar –comentó Dick
tratando de disculparse.

-Mi visita al rancho de Jerry fue un grave error, de no ser por ti, habría pagado con mi
vida –dijo el sheriff-. ¡Estaban dispuestos a matarme!
Varios vecinos irrumpieron en la oficina, quedando impresionados ante la presencia de
aquellos cadáveres.

El sheriff les informó de lo sucedido.

A los pocos minutos, en la ciudad no se hablaba de otra cosa que no fuera de la muerte
de Jerry Whillard y de sus hombres.

Cuando más tarde el sheriff y un grupo de jinetes se presentaron en el rancho del


difunto, no encontraron en él un solo vaquero.

Satisfecho de cuanto había sucedido, Dick decidió regresar a la manada.

A los tres días de haber marchado Dick de la manada, Bill Morley decía a Alfred:

-Si no regresan hoy los que marcharon en busca de víveres, tendremos que ir
cualquiera de nosotros a cualquier población. ¡No nos quedan provisiones ni para mañana!

-No comprendo que puedan demorarse tanto –comentó Alfred.

-¿No les habrá matado Dick? –inquirió Bernard.

-Si así hubiera sido, Dick habría regresado –comentó Bill.

Aquella misma tarde, cuando la manada se detenía para pasar la noche, Ann, al fijarse
en un jinete que se acercaba a la manada y darse cuenta de que era Dick, salió a su encuentro
loca de alegría.

Bernard, al ver cómo los dos jóvenes se abrazaban, profirió un sinfín de blasfemias
ininteligibles.

Bill, al igual que el resto de los conductores, contemplando a los jóvenes, sonreía
comprensivo.

Minutos más tarde todos saludaban a Dick.

Bernard lo hizo con notable frialdad.

-¿Cómo es que no regresaron los que fueron a por víveres? –preguntó Dick, con la
mirada fija en Bernard.

-Lo ignoro… -respondió Bernard-. ¿No les viste por Enid?

-No –respondió Dick-. Y eso que por su culpa me vi obligado a matar a un ranchero
llamado Jerry Whillard y a tres de sus vaqueros.

Y Dick, pendiente del rostro de Bernard, narró cuanto le había sucedido en la


población.

Bernard, escuchando con atención aquella narración, palideció de forma visible.


-Los tres que fueron a por víveres, según el sheriff de Enid que es un digno
representante de la Ley, se encerraron en el rancho de ese Jerry Whillard, que resultó ser un
viejo ayudante de Brown –finalizó diciendo Dick-. ¿Intentarían ponerse de acuerdo con ese
ranchero para apoderarse de esta manada?

Como al hacer la pregunta Dick miraba fijamente a Bernard, éste respondió:

-No lo creo…

Dick, sonriendo de forma especial, guardó silencio.

Segundos más tarde, decía Bill:

-Mañana, antes de abandonar esta llanura y entrar en Kansas, tendremos que comprar
víveres en una pequeña localidad llamada Medford.

-Iré personalmente a hacer esas compras –dijo Bill.

-Y yo te acompañaré… -se apresuró a decir Ann.

-Tú no debes moverte de aquí –indicó Dick, muy serio-. Iré yo con tu padre.

-¿Qué puede sucederme si voy en tu compañía?

-Creo que mi hija está en lo cierto… -dijo Bill, sonriendo malicioso.

Dick finalizó por sonreír ampliamente, replicando:

-Tienes razón. Vendrás con nosotros.

Aquella noche, cuando todos descansaban, Alfred se reunió con Dick.

Y los dos, durante mucho tiempo, conversaron animadamente.

Al día siguiente, cuando Dick decía a Ann que debía prepararse para ir de compras,
Bernard se aproximó al patrón para decirle:

-Les acompañaré.

-No puedes abandonar la manada –indicó Bill.

-Yo puedo quedarme al cuidado de todo –se ofreció Dick.

Ann iba a protestar, pero al ver las señas que Dick le hacía, decidió guardar silencio.

Y acompañada por su padre, Bernard y el cocinero, se pusieron en camino. Algo más


tarde, Dick, acompañado por Alfred y Dennish, cabalgaban tras ellos.

Al entrar en la pequeña pero revuelta localidad, Dick se separó un momento para


reunirse minutos más tarde con Ann y sus acompañantes.

Bernard, contemplando sorprendido al joven, inquirió:


-¿No decías que te quedarías para cuidar de todo?

-Pero he pensado que sería preferible proteger a la patrona de los vaqueros de esta
localidad a hacerlo con el ganado –respondió Dick.

Bernard, sin hacer el menor comentario, se separó de ellos.

CAPÍTULO VIII

Dick esperó a que Bernard se alejara unas cuantas yardas, para decir:

-He venido porque me interesa saber con quiénes habla. ¡Vayamos tras él!

Y sujetando a Ann por un brazo, la hizo caminar tras Bernard.

Éste, sin preocuparse de ellos, entró en uno de los locales existentes en la población.

-Ahora ya sé dónde encontrarle. Regresemos con tu padre.

-Si lo que te interesa es saber con quiénes habla, ¿por qué no entramos?

-Porque ese local, y en especial sus clientes, pueden convertirse pata ti en un infierno.

-Nadie me molestará si estoy en tu compañía… ¡Y en caso de necesidad, no lo dudes,


sabré defenderme!

-Prefiero no correr riesgos.

-De acuerdo, Dick –dijo Ann-. Pero antes de llevarme con mi padre debieras comprobar
con quiénes habla Bernard.

-Buena idea, pequeña.

Y Dick se asomó a la puerta del saloon.


Al recorrer con la mirada a los reunidos y no descubrir a Bernard, frunció el ceño,
sorprendido.

Regresó al lado de la joven, diciéndole:

-No está en el saloon… Al menos no le he visto…

-Pues no creo que haya salido.

-Puede que esté en algún reservado o alguna habitación.

Sin dejar de hablar, los dos jóvenes buscaron al padre de ella.

Y cuando le encontraron, Dick dijo:

-Tan pronto como averigüe lo que me interesa, me reuniré con vosotros.

Y sin esperar a que le replicaran, se separó de ellos para encaminarse con rapidez al
local en que había visto entrar a Bernard.

Al entrar en el local, observándolo todo con enorme interés y detenimiento, se


encaminó hacia el mostrador, donde se apoyó.

Al ser atendido por el barman le pidió un whisky.

Y mientras bebía, no perdía de vista una puerta que había cerca del mostrador.

Minutos más tarde, una de las muchachas que atendía a los clientes, aprovechando
que el barman se había alejado de donde estaba Dick, se aproximó a él y sonriéndole de forma
zalamera, inquirió:

-¿Pistol Dick?

Dick la miró con interés.

-Debes sonreír… -agregó la joven, con rapidez-. ¿Me invitas a un trago?

-Desde luego… ¿Quién te ha hablado de mí?

-He oído por casualidad, cuando servía una bebida a Bernard y a quienes le acompañan
en uno de los reservados, la descripción que daban de ti… ¡Debes salir de este local antes de
que alguien te reconozca! ¡Tienen tanto interés por ti que no dudarán en disparar sobre tu
espalda!

-¿Es que conoces a Bernard?

-Hace varios años que le conozco. ¡De no ser por él a estas horas yo tendría mi propio
negocio! ¡Me robó los ahorros que tenía!

-Comprendo… ¿Quiénes están con Bernard?

-Varios amigos. Todos ellos muy peligrosos.


-¿Está Brown con ellos?

-No –respondió la joven-. Pero está uno de sus socios.

-¿Cómo se llama? Me refiero al socio de Brown.

-Bodwan. ¡Un miserable, mucho peor que Bernard!

-No me dice nada su nombre…

-Ahora se hace llamar Achilles Mason…

Dick, sin poder evitarlo, abrió con enorme asombro sus ojos.

Un elegante tras ellos, dijo:

-¿No crees que ya has hablado más de la cuenta, Lou?

La joven palideció intensamente.

Dick contempló al elegante con sumo interés.

-¿Qué decías a este muchacho sobre míster Achilles Mason? –quiso saber el elegante.

-Nada de interés…

-Eso será el patrón quien lo decida cuando se lo expliques…

Dick, comprendiendo que aquella muchacha estaría en un grave peligro, dijo con
rapidez:

-¡Tu olor a ventajista es insoportable, amigo!

El elegante, lívido como un cadáver, bramó:

-¡Estás loco, larguirucho…!

Y acto seguido intentó utilizar sus armas.

Dick se adelantó a los propósitos homicidas de su adversario, disparando a matar.

La joven respiró con tranquilidad.

Dick, al descubrir el movimiento de otros dos clientes, volvió a disparar a matar.

Y por fin lo hizo sobre el barman, cuando ya se disponía a disparar contra él.

Con rapidez abandonó el local.

El propietario, que estaba reunido con Bernard y los otros, apareció en el local y
después de palidecer al comprobar quiénes habían sido las víctimas de aquellos disparos,
preguntó:

-¿Qué ha pasado?
Lou, en la seguridad de que nada debía temer, respondió serena:

-Hyram y el larguirucho que disparó sobre él y esos tres, debían conocerse. Tan pronto
se vieron comenzaron a insultarse y acto seguido las manos volaron a las armas. ¡Ese
larguirucho es un verdadero diablo!

-¿Quieres describirme a ese muchacho?

Lou dio una perfecta descripción de Dick.

El propietario, palideciendo visiblemente, comentó:

-¡Pistol Dick, el pistolero! ¡No puede ser otro…! Avisad al sheriff…

Minutos más tarde entraba el sheriff.

El propietario del local, después de informarle de lo sucedido, agregó:

-¡Quiero que te ocupes de vengar a Hyram! ¡Brown y otros amigos tienen un gran
interés en que ese muchacho muera!

-Si no ha decidido abandonar el pueblo, será enterrado con sus víctimas –sentenció el
sheriff, sonriendo cínicamente-. Que me acompañe uno de los testigos.

Un empleado se prestó a acompañar al sheriff.

Cuando abandonaba el local, dijo el sheriff:

-Supongo que sabrás qué decir cuando estemos frente a ese muchacho, ¿verdad?

-Desde luego… -respondió el acompañante, sonriendo burlón-. ¡Le acusaré de


asesinato!

-¿Es hábil, ese larguirucho?

-Lo ignoro, puesto que estaba distraído cuando disparó sobre Hyram –respondió el
empleado del local-. De lo que no existe la menor duda es de que su seguridad es
escalofriante…

Mientras tanto, Dick conversaba en el otro local con Ann y el padre de ésta.

El sheriff y su acompañante entraron en el mismo local.

-¡Ahí tiene al asesino de Hyram, sheriff! –dijo el acompañante del sheriff, señalando a
Dick.

El sheriff avanzó decidido hacia el joven.

Pero al estar frente a él, se quedó cortado.

Le miraba con suma atención.

Dick, observando a su vez al sheriff, sonreía de forma especial.


El acompañante del sheriff, señalando a Dick con el índice de su mano derecha,
exclamó en voz alta:

-¡Este es, sheriff, el asesino de esas cuatro personas! ¡Me refiero a ese joven tan alto…!

Todas las conversaciones que sostenían los clientes cesaron al escuchar al


acompañante del sheriff.

Dick se vio convertido en el blanco de todas las miradas.

-No debe escuchar a este embustero, sheriff –replicó Dick-. Las muertes que hice
fueron en defensa propia.

-¡Como testigo puedo asegurarle que fueron unos crímenes! ¡Disparó sobre los cuatro
por sorpresa y a traición…!

El sheriff miró hacia su acompañante diciendo:

-No es posible… ¡Debes estar equivocado!

Y mientras hablaba, intentó retroceder.

-Quédese donde está, sheriff –le indicó Dick-. ¡No me agradan los sistemas empleados
por ciertos cobardes!

El sheriff palideció intensamente.

Su acompañante, observándole desconcertado, dijo:

-Tiene que castigarle, sheriff… ¡Es un asesino!

-Voy a demostrar que mientes, matándote –dijo Dick al que le acusaba de asesinato-.
Procura defenderte… ¿Listo?

El aludido, que había visto actuar a Dick, estaba temblando.

Y lo único que hacía era mirar hacia el sheriff.

-Soy yo quien te va a matar y no el sheriff, embustero –dijo Dick-. ¿Listo? ¡Voy a


disparar…!

Y así lo hizo Dick, cuando su adversario ya desenfundaba sus armas.

-¿Algo que objetar, sheriff? –quiso saber Dick.

-No… -respondió el sheriff, asustado-. Nada…

Los testigos que contemplaban admirados a Dick, no comprendían el miedo que el


sheriff mostraba.

-¿Qué hace un cobarde como tú con un distintivo de sheriff al pecho? –preguntó de


nuevo Dick.
-No soy la misma persona que conociste por el sudoeste…

-¿Acaso confías en poder engañarme?

El sheriff, temblando visiblemente, guardó silencio.

-¿Cómo conseguiste esa placa? –preguntó Dick.

-Con la ayuda de unos amigos…

-Entre ellos Brown y sus íntimos, ¿me equivoco?

Hizo un signo negativo con la cabeza.

-No debes hacerte ilusiones, miserable –dijo Dick, con verdadero desprecio. Te voy a
matar para librar a las personas honradas de tu presencia. ¿A cuántos más has asesinado
escudado en esa placa?

-Ahora no es justo conmigo… -dijo el sheriff-. Le aseguro que no he vuelto a cometer


un solo delito.

Dick rompió a reír de buena gana, para replicar:

-Si esperas que te crea, es que eres un iluso… ¡Ahora debes defenderte, puesto que te
voy a matar!

-Debe perdonarme… ¡Dejaré esta placa y marcharé muy lejos!

Ann, sin poder evitarlo, sentía pena de aquel hombre.

-Si dejase a una alimaña como tú con vida, la sociedad jamás me lo perdonaría –replicó
Dick.

-¡Yo le juro que de saber que era usted, jamás hubiera venido a su encuentro…! ¡¡¡Le
suplico una oportunidad…!!!

-Si en estos momentos no recordara lo que hiciste en El Paso, es muy posible que te
diera esa oportunidad que pides… ¡Pero recuerda que aquel muchacho tan sólo tenía quince
años cuando le colgaste, haciéndole responsable de los delitos atribuidos a su padre! ¡¡¡Eres
un ser despreciable!!!

El sheriff debía saber que no conseguiría el perdón que buscaba, puesto que intentó
sorprender a su adversario.

Las manos del sheriff se movieron con rapidez y allí quedó sin vida, pero con el Colt
firmemente empuñado.

Dick, recorriendo con la mirada a los reunidos y con lágrimas en los ojos, dijo:

-¡Tenían que haber presenciado el ahorcamiento de aquel niño, para comprender la


maldad de ese ser tan despreciable…! Durante meses anduve tras su pista para castigar aquel
horrendo crimen, pero consiguió burlarme…
Nadie hizo el menor comentario.

Ann estaba impresionada.

Un amigo del sheriff se encaminó hacia el otro local y reuniéndose con el propietario,
le dijo:

-El sheriff ha muerto a manos de un joven muy alto a quien uno de tus empleados
acusaba de asesino.

El propietario del local palideció intensamente.

Y el amigo, aprovechando su desconcierto, le contó lo sucedido.

El propietario frunció el ceño, inquiriendo:

-¿Dices que ese muchacho y el sheriff se conocían?

-Así es… ¡Y desde luego, el sheriff estaba terriblemente asustado…! Claro que, después
de ver cómo utiliza ese muchacho el Colt, no me sorprende.

-Lo que no comprendo es que le tratase con tanto respeto como afirmas.

Hecho este comentario, el propietario se reunió con los amigos que ocupaban uno de
los reservados, informándoles de lo sucedido.

Bernard, que era uno de ellos, fue a quien más afectó la muerte del sheriff.

-¡Hay que hacer algo para terminar con ese muchacho! –bramó Achilles Mason.

-Nosotros no regresaremos a la manada –dijo Leman-. Si lo hiciésemos, ese muchacho


nos provocaría para matarnos…

-Bernard debe ocuparse de él –dijo Cliver.

-Lo siento, Cliver, pero no estoy aburrido de la vida –se apresuró a decir Bernard.

-Nadie te pide que te expongas ni que le provoques –dijo Achilles, sonriendo-. ¡Lo
único que tienes que hacer es esperar la ocasión para perforarle la espalda!

-Ese muchacho, del que he estado pendiente desde que salimos de Vernon, jamás se
distrae –confesó Bernard-. ¡De otra forma, ya no viviría!

-Bernard está en lo cierto –agregó Marcel-. ¡Siempre está vigilante!

-Siendo así, deberán Brown y sus hombres encargarse de él.

Después de mucho hablar, uno a uno, fueron abandonando el reservado.

Por su parte, Ann, su padre y Dick se reunieron con el cocinero.

-He comprado todo lo necesario para poder llegar hasta Wichita –les informó el
cocinero-. No tendremos necesidad de visitar más pueblos antes de llegar.
Sin más comentarios, regresaron a la manada.

Ann, pensando en cuanto había pasado, no intervino en la conversación que su padre y


Dick sostenían.

Y una vez en los carros, Ann buscó la oportunidad para hablar a solas con Alfred, a
quien dijo:

-¿Conoces la muertes realizadas por Dick?

-Sí –respondió Alfred con naturalidad-. Puedo asegurarte que todos ellos eran unos
miserables.

-He presenciado dos de esas muertes –dijo Ann-. No hay duda de que Dick es un
pistolero peligroso… que me asusta…

Alfred, contemplando con fijeza a la joven, dijo:

-Las apariencias engañan, pequeña… Deja de torturarte y piensa que Dick es un gran
muchacho… ¡Puedo garantizártelo!

-La facilidad con que mata me asusta, y me hace temblar…

-Imagina lo que hubiera sucedido si no se decide a matar. ¿Crees que sus adversarios le
hubieran perdonado la vida?

Ann, pensativa, guardó silencio.

Alfred, comprendiendo las dudas que dominaban a la joven, hizo que le mirase a los
ojos para decirle:

-A pesar de todos tus negros pensamientos, debes creerme si te digo que Dick es todo
corazón y nobleza…

Ann finalizó por reír, diciendo:

-Aprecias mucho a Dick, ¿verdad, sargento?

-Más que apreciarle, le admiro sinceramente.

-De no estar obsesionado con ese cuatrero llamado Brown, ¿crees que se comportaría
de la misma forma?

-Llevando una manada por pleno campo, todas las precauciones son pocas.

-Como autoridad que eres, ¿piensas que ese cuatrero intente apoderarse de nuestro
ganado?

-Estoy convencido de ello.

-Y de Bernard, ¿qué puedes decirme?


-Que es un cuatrero.

-Siendo así, ¿por qué razón no evitáis que venga con nosotros?

-Porque Dick piensa que estando a nuestro lado será más fácil vigilarle y estoy
completamente de acuerdo con él.

-¿Hay algo en lo que no estás de acuerdo con Dick? –inquirió Ann, sonriendo
irónicamente.

-En pocas cosas… -respondió Alfred, riendo de buena gana.

Y los dos regresaron al carro.

Bernard se presentó algo más tarde en el campamento.

Dick, aproximándose a él, le preguntó:

-¿Ha disgustado mucho a tus amigos las muertes que hice?

-Esas víctimas no estaban relacionadas con mis amigos.


CAPÍTULO IX

Dick, sin dejar de sonreír abiertamente, volvió a preguntar con indiferencia:

-¿Ni con quiénes estaban reunidos contigo en el reservado?

Bernard dudó unos instantes para responder:

-Estuve en casa de un amigo… ¡Debes creerme!

Ahora fue Dick quien dudó unos instantes, para responder…

-Si tú lo dices…

Algo más tarde todos se prepararon para descansar.

A la mañana siguiente, cuando la manada se iba a poner en movimiento, aparecieron


tres jinetes en el horizonte.

Bill Morley, que estaba al lado de Bernard, al fijarse en uno de los jinetes, exclamó con
sorpresa:

-¡Es tu patrón, Bernard!

Bernard, que ya había reconocido a su patrón, sonrió levemente, para decir:

-Su presencia en esta zona es sorprendente… ¿Habrá sucedido algo?

-Pronto lo sabremos… -replicó Bill, mostrando en su aspecto cierta preocupación-.


¿Quiénes son los otros dos que le acompañan?

Bernard, haciendo que miraba con detenimiento a los indicados, finalizó por
responder:

-Son desconocidos para mí.


Sin más comentarios, Bill Morley salió al encuentro de los visitantes.

Achilles Mason, desmontando, se aproximó sonriendo al amigo y tendiéndole una


mano, dijo:

-Me alegra verte, Bill.

-Hola, Achilles –saludó Bill, estrechando la mano que se le ofrecía.

-Supongo que mi presencia os habrá sorprendido, ¿verdad?

-Puedes imaginártelo, Achilles –confesó Bill-. ¿Qué te trae por aquí?

-Me urge llegar a Wichita –respondió Achilles con naturalidad-. Hay un amigo en
apuros y voy a intentar salvarle, al menos de la cuerda, con mi testimonio ante el tribunal que
se encargará de juzgarle dentro de unos días. Es una gran persona que por una mala mujer se
ve en una situación sumamente delicada.

-¿De qué se le acusa? –preguntó Bill.

-Al parecer asesinó a su esposa por adulterio.

Bill, contemplando a los acompañantes del amigo, quedó en silencio.

-¡Oh, perdona! –exclamó Achilles, sonriendo con amplitud-. Permite que te presente a
mis acompañantes. Este es míster Sam Big, abogado del amigo que se encuentra en apuros en
Wichita. Y éste es míster Hugo Power, inspector federal.

Bill estrechó la mano de aquellos hombres, al tiempo que daba su nombre.

-Es mucho lo que míster Mason nos ha hablado de usted –dijeron ambos al estrechar
la mano de Bill-. Y créanos que nos agrada conocerle.

-Lo mismo digo –replicó Bill.

-¿Han tenido problemas durante el viaje? –preguntó Hugo Power.

-No han faltado –confesó Bill.

Sin dejar de charlar, los cuatro se aproximaron a los carros.

Bernard saludó con simpatía y respeto a su patrón y a los acompañantes.

El resto de los conductores, al saber quiénes eran los acompañantes de Achilles


Mason, les saludaron con respeto.

Dick fue el único que les saludó con indiferencia.

Los hombres que acompañaban a Achilles saludaron a Ann con verdadera


caballerosidad.

Dick, separándose del grupo, dijo a Alfred:


-Debes darte a conocer y pedirles las credenciales… ¡En especial al inspector Power!

-Preferiría esperar a que aparezca el teniente Rangely.

Dick dudó unos instantes, replicando:

-De acuerdo.

-¿Qué es lo que temes?

-No me gustan esos dos… ¡Y desde luego, el inspector Power es un impostor!

Alfred, antes estas palabras, enmudeció.

Y después de un prolongado silencio, comentó:

-Si lo que afirmas es cierto, ¿qué intentarán?

-Aunque lo ignoro, puedo asegurarte que nada bueno.

-¿Y si hablara con Bill para que les pidiera se identifiquen…?

-No es necesario –dijo Dick-. Advierte a tus hombres que de ahora en adelante hay que
vivir constantemente en alerta.

-¿Qué temes, Dick?

-Lo peor…

Los dos se separaron.

Alfred, cuando la manada se ponía en movimiento, se aproximó al carro del patrón,


diciéndole:

-Sería conveniente, como medida de seguridad, que pidiera la documentación a esos


dos amigos de míster Mason…

-Hace tan sólo unos minutos que me la han mostrado.

-¿Ha podido comprobar en esos documentos que son los que aseguran ser?

-Pues claro que sí… ¿Por qué?

Alfred, rascándose la cabeza en señal de preocupación, comentó:

-Simple curiosidad…

-Dick no se fía, ¿verdad?

-En efecto, míster Morley…

-Asegúrale que nada debe temer de ellos… -añadió Bill, sonriente.

Alfred montó a caballo, alejándose.


Y al reunirse con Dick, le informó de lo que sucedía.

-Si es cierto lo que afirma Bill, no hay duda de que esos dos son un par de asesinos.
Han tenido que asesinar a las personas que aseguran ser, para apropiarse de la
documentación.

-¿Y si estás equivocado, Dick?

-Créeme, Alfred, no lo estoy… ¡Al menos Power es un impostor!

Fueron interrumpidos por Bernard, que les gritó:

-¡Olvidad vuestra conversación y preocuparos del ganado!

Ambos se separaron.

Cuando horas más tarde se detenían para comer, Alfred se aproximó al patrón,
diciéndole:

-Es sorprendente que Achilles y sus acompañantes sigan con nosotros.

-No tienen prisa y en caso de necesidad, nos servirán de ayuda.

-Entonces, ¿nos acompañan hasta Wichita?

-En efecto… ¿Qué te sucede, Alfred…?

-Que al igual que a mí, no le agradan esos dos –dijo Dick, interviniendo.

-¿Qué es lo que temes, Dick? –quiso saber Bill.

-Que no me gustan esos dos…

-Eres desconfiado por naturaleza.

Dick, para no preocupar más al patrón, sonrió ampliamente, replicando:

-¡Es muy probable que esté en lo cierto!

Y se separó para reunirse con Ann.

Achilles y sus compañeros observaban a todos con disimulo, pero con minuciosidad.

Dennish y Jasper, encargados de vigilar constantemente a los acompañantes de


Achilles Mason, al darse cuenta de la atención con que contemplaban cuanto se hacía,
fruncieron el ceño preocupados.

Mientras comían, comentó Bernard:

-Dentro de tres días, a lo sumo, llegaremos a Wichita.

-Y además, creo que no hemos perdido muchas cabezas –dijo Bill.


-Puede asegurarlo, patrón –agregó Bernard-. Y debo confesar que es gracias a la
vigilancia constante de Dick y esos cuatro amigos. Son sin duda los mejores jinetes.

-Recuerda que te lo advertí cuando te negabas a contratarme –dijo Dick.

-Todos nos equivocamos –replicó Bernard.

-Eso es una gran verdad –confesó Dick-. ¡Alguna vez, todos nos equivocamos!

-¿Sigues pensando en que seremos atacados por los hombres de Brown? –preguntó
Hugo Power.

Dick le contempló con detenimiento, replicando:

-¿Quién le ha hablado de mis temores sobre ese ataque?

-Lo he oído comentar entre los conductores –respondió Hugo, con naturalidad-.
¿Acaso no es cierto?

-Lo es –respondió Dick, a su vez-. ¡Y sigo pensando que el peligro a ese ataque no ha
pasado!

-Yo creo que Brown es una verdadera obsesión en ti –comentó Bill.

-En efecto, es cierto…

Alfred, con habilidad, llevó la conversación hacia los problemas de la conducción.

Finalizada la comida, la manada volvió a ponerse en marcha.

Sam Big, el abogado, no se separaba del carro en que acostumbraba a viajar Ann.

Y por todos los medios trataba de entablar conversación con la joven.

Ann no le concedió la menor importancia hasta que cuando comenzó a alabar su gran
belleza, empezó a preocuparse.

Y al día siguiente, en el primer descanso, Ann habló con Dick sobre la actitud del
abogado.

-Carece de importancia, pequeña –dijo Dick, tratando de tranquilizar a la joven-. Eres


tan sumamente bonita que no deben sorprenderte los halagos de ese caballero.

-Por alguna razón, tengo el presentimiento de que es una mala persona –dijo Ann-. ¡Y
su forma de mirarme, me da frío!

Dick, aunque trató de quitar importancia a los temores de la joven, al separarse de ella
iba preocupado.

Al ver que el abogado paseaba acompañado de Achilles y Hugo, se aproximó a ellos.

Dick, clavando su mirada en Sam Big, dijo con voz sorda:


-Voy a darle un consejo, honorable abogado… ¡Deje de molestar a Ann o es posible
que su cuerpo quede en el camino para saciar el hambre de los coyotes!

Sam Big, demostrando que era un hombre que no se intimidaba fácilmente, sonriendo,
replicó:

-No creo haber molestado a esa muchacha.

-Procure tener presente mi consejo.

Y dicho esto, Dick se separó de los tres.

Sam Big, al ver la espalda de Dick, hizo un leve movimientos para ir a sus armas, pero
lo interrumpió al escuchar la voz de Hugo, que le decía:

-¡No seas estúpido! Si se te ocurre acariciar la culata de tu Colt, quienes nos vigilan nos
matarían…

El abogado, mirando con disimulo hacia Dennish y Jasper, palideció intensamente al


ver que ambos tenían sus manos apoyadas en las culatas de sus armas.

-¡Deja en paz a esa muchacha! –agregó Achilles-. ¡Provocar a ese muchacho, es un


claro suicidio!

Jasper, por su parte, decía a Dennish:

-¿Has visto lo que yo?

-Sí. ¡Y esto demuestra que las sospechas de Dick son fundadas!

-Hemos de prevenir a Dick –dijo Jasper-. Tengo el presentimiento de que si el inspector


Power no llega a detener al abogado, hubiéramos tenido que disparar sobre él.

-Tenemos que hacerle comprender que dar la espalda a esos hombres como lo ha
hecho en esta ocasión, es un grave riesgo.

Minutos más tarde informaban a Alfred de lo sucedido.

Alfred, después de conversar extensamente con sus subordinados, marchó a reunirse


con Dick.

Este, después de escuchar a su amigo, comentó:

-Eso demuestra claramente que son unos impostores.

-O que ese abogado es una mala persona –replicó Alfred-. ¿Cuándo piensas
desenmascarar a Achilles Mason?

-Antes de llegar a Wichita… ¿Hiciste la señal para Rangely y sus hombres para que nos
visiten?

-Sí.
Finalizada la comida, la manada volvió a ponerse en movimiento.

Ann, al ver que el abogado la observaba a distancia, con odio no disimulado, pero sin
acercarse al carro, comprendió que Dick tenía que haber hablado con él.

Achilles Mason y Hugo Power, mientras ayudaban a carear la manada, aprovechaban


para hablar sin temor.

-Seguimos siendo vigilados constantemente por ese larguirucho y esos otros cuatro –
comentaba Achilles, después del último descanso.

-Lo que demuestra que, a pesar de todo, no terminan de confiarse –replicó Hugo
Power.

-¿Cuándo intervendrán tus hombres? –preguntó Achilles.

-Espero que lo hagan mañana, antes de que nos pongamos en movimiento… -y


mientras hablaba, miraba en todas direcciones, agregando-: Supongo que a estas horas nos
vigilan.

-Tan pronto les veamos aparecer, debemos disparar sobre ese larguirucho y esos otros
cuatro… ¡Los demás huirán o no presentarán batalla!

-Sam se ocupará de esa muchacha y de su padre.

Dejaron de hablar al ver que Dennish y Jasper se aproximaban a ellos.

La manda siguió su camino sin novedad.

Charles, que cabalgaba delante de la manada, observando el terreno, descubrió una


escena dantesca que le impresionó.

Seis hombres colgaban ahorcados, adornando trágicamente las ramas del mismo árbol.

Después de contemplar durante varios minutos aquella horrible escena, volvió grupas
y se encaminó hacia la manada.

A Alfred fue al primero que informó de su descubrimiento.

-¿Has reconocido a alguno de los ahorcados?

-A todos –respondió Charles-. Los seis son viejos conocidos nuestros.

-¿Cuatreros?

-Sí.

Alfred, segundos más tarde, informaba a Dick del descubrimiento de Charles.

-¿Obra del teniente Rangely? –inquirió Dick.

-Sin duda.
Bernard se aproximó a ellos, inquiriendo:

-¿De qué habláis con tanto misterio?

-Le estaba diciendo a Dick que ya no cabe pensar en que seamos atacados por los
hombres de Brown –dijo Alfred.

-Yo estaba convencido de ello.

-Pues yo tenía mis dudas –agregó Alfred-. ¡Ahora estoy convencido de que ese peligro
ha pasado! ¡Nada debemos temer de los muertos!

Bernard, contemplando a Alfred, frunció el ceño sorprendido, inquiriendo con


naturalidad:

-¿A qué muertos te refieres?

-Charles ha descubierto unas cuatro millas más adelante los cuerpos sin vida de seis
hombres, que adornan las ramas de un árbol.

Bernard, aunque trató de disimular, no consiguió evitar palidecer intensamente.

-¿No te encuentras bien, Bernard? –inquirió Dick.

-Imaginar la escena descubierta por Charles es algo que me impresiona…

Y se separó de ellos.

Dick y Alfred no le perdieron de vista.

Pero Bernard no se reunió con Achilles como esperaban los dos amigos, sino que lo
hizo con Bill Morley y su hija.

Minutos más tarde, como el sol se había ocultado, por la indicación de Bill, la manada
se detuvo.

-¿Dónde están esa colgaduras humanas? –preguntó Bill a Charles.

-A un par de millas de aquí –respondió Charles.

-¡Llévanos a echarles un vistazo! –pidió Bill.

Achilles se aproximó a ellos, preguntando:

-¿Sucede algo?

Al ser informado de lo que sucedía, al igual que Bernard, no pudo evitar el palidecer.

Y lo mismo les sucedió a Sam Big y a Hugo Power.


FINAL

Todos en grupo cabalgaron hasta el lugar indicado por Charles.

La contemplación de aquellos cadáveres impresionó profundamente a todos.

Hugo, Sam y Achilles, contemplándose entre sí, estaban lívidos como cadáveres.

Dick y los rurales, que no les perdían de vista, al descubrir que aquellos hombres
tenían el rostro descompuesto, sonreían levemente.

Cuando regresaban a la manada, Achilles se aproximó a Hugo, inquiriendo en voz baja:

-¿Tus hombres?

-Sí… -respondió Hugo.

-Esto demuestra que como bien temía Bernard, el teniente Rangely y sus hombres has
sabido vigilarnos.

Hugo, pensativo y preocupado, guardó silencio.

Cuando se preparaban para cenar, Dick dijo a Alfred:

-Debes prevenir a tus hombres. Voy a intentar, dentro de unos minutos,


desenmascarar a Achilles y a sus amigos.

-¿No esperamos al teniente Rangely?

-Esos hombres están tan asustados, que sería un error perder más tiempo.

-Creo que tiene razón.

Y algo más tarde, cuando se preparaban para tomar café, Dick dijo:
-Bernard, ¿por qué nombre es conocido tu patrón como socio de Brown?

Bernard, Achilles, Hugo y Sam palidecieron intensamente.

Y un miedo horrible se apoderó de los cuatro, al descubrir que Alfred y sus


compañeros, con las manos muy cerca de las armas, les vigilaban con suma atención.

-¡Has debido perder el juicio, Dick! –exclamó Bernard, a reaccionar de la sorpresa que
le había causado la pregunta-. ¡No sabes lo que dices…!

Dick, sonriendo de forma especial, clavó su mirada en Achilles, preguntándole:

-¿Qué opinas tú, Bodwan?

A pesar de la tenue luz que daba la hoguera, alrededor de la cual se hallaban sentados,
todos pudieron apreciar la lividez que cubrió el rostro de Achilles.

Éste, realizando un gran esfuerzo por mantenerse sereno, replicó con naturalidad:

-Hay ciertas bromas que no soporto.

-Sargento Alfred –agregó Dick, sonriendo-, ¿cree que bromeo?

-En absoluto –respondió Alfred, sonriendo con amplitud.

La preocupación de aquellos cuatro aumentó considerablemente.

Bernard, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, preguntó:

-¿Eres un rural, Alfred?

-Sí –respondió el interrogado-. Al igual que Charles, Dennish y Jasper.

-Aunque tus palabras sean ratificadas por ese que asegura ser un rural, no soporto esta
clase de bromas –dijo Achille, tratando de actuar con naturalidad-. Bill me conoce hace años…
¿Quieres decir a ese larguirucho que miente?

Bill, mirando a unos y a otros, dudaba.

-Yo creo, Dick, con sinceridad, que estás en un error –dijo al fin.

-Y yo puedo asegurar que ese hombre es Bodwan, socio de Brown.

Achilles Mason, introduciendo con naturalidad una de sus manos en el bolsillo interior
de su chaleco, comenzó a sonreír de forma especial.

Dick, que no le perdía de vista, al descubrir su sonrisa, se sorprendió enormemente del


cambio que dio a su aspecto. Y pensando que tenía que existir alguna razón poderosa que
justificase aquella incomprensible alegría, lo vigiló con mayor atención.
Quedó pendiente de la mano que tenía introducida en el interior del chaleco, y cuando
con la misma naturalidad sacó la mano y vio algo que relucía al resplandor de la hoguera, sin
dudarlo un solo instante disparó a matar.

Ante aquel disparo todos se sobrecogieron impresionados.

Y en general contemplaron a Dick con cierto desprecio, al pensar que acababa de


cometer un crimen.

-Si llego a descuidarme una décima de segundo me hubiera asesinado…

Este comentario hizo que todos contemplaran de nuevo a la víctima, comprobando


que empuñaba un pequeño revólver.

Aquel descubrimiento hizo que las miradas de desprecio se transformasen en


admirativas.

La lividez que cubría el rostro de los amigos de la víctima era tan intensa que parecían
cadáveres.

Dick, enfundando el arma utilizada, clavó su mirada en aquellos hombres, inquiriendo:

-¿Cuál es vuestra opinión sobre la actitud de Bodwan?

-No comprendo que intentara sorprenderte –respondió Bernard.

-Los cadáveres que hemos visto adornando la rama de ese árbol, ¿pertenecían al
equipo de Brown?

Bernard, como si no hubiera oído, guardó silencio.

-Respondas o no a mis preguntas, terminarás colgando en unión de esos dos.

Bernard estaba convencido de que así sería. Sus manos buscaron con desesperación
las armas.

Dick volvió a demostrar que era un verdadero pistolero.

Bernard, con las armas a medio desenfundar, se desplomó sin vida.

Dick, amenazando con el arma utilizada a Hugo y a Sam, les preguntó:

-¿Dónde asesinasteis al inspector Power?

Un miedo intenso se apoderó de los interrogados.

-Estás en un error, muchacho –dijo Hugo, sereno-. ¡Yo soy el inspector…!

-¡Impostor! –le interrumpió Dick-. ¡Power era un buen amigo mío…! Tienes, por lo
tanto, tres segundos para confesar toda la verdad antes de que empiece a disparar…
Sam Big, convencido de que no existía salvación posible para ellos, clavando su mirada
en el amigo, dijo:

-¡Deja de mentir, Brown…!

Quienes escuchaban, al oír aquel nombre abrieron sus ojos con enorme sorpresa.

Brown o Hugo, sin mostrar el menor temor, clavó su mirada en Sam, para replicar
despectivamente:

-¡Eres despreciable y cobarde!

Dick, como si estuviera obsesionado, preguntó a Brown:

-¿Dónde asesinaste a Power?

-Le maté en lucha noble, en pleno campo… -respondió Brown, con verdadero placer-.
El muy estúpido, al reconocerme, quiso que me entregase…

-¿Eres en realidad Brown, el cuatrero?

-¡Yo soy, maldito rural! –respondió Brown, sonriendo como un loco orgulloso-. ¡Y si me
habéis cazado es gracias a un grupo de inútiles y cobardes en quienes confié!

-Ahora quiero que hagas memoria, Brown –diio Dick, muy serio-. ¿Recuerdas que hace
algo más de un año estuviste en Santone?

-Claro que lo recuerdo, muchacho –respondió Brown, sereno.

-Y al hombre que asesinaste antes de alejarte de allí, ¿le recuerdas?

-¿Cómo no recordar a aquel pobre diablo, muchacho… ¡Fui exactamente a Santone


para terminar con él!

-¿Sabes quién era aquel hombre? –preguntó Dick, con enorme amargura.

-Perfectamente… ¡Un jefazo de los Rurales!

-Y también era mi padre… -agregó Dick, con los ojos llenos de lágrimas.

Sam Big, creyendo distraídos a todos con la conversación de aquellos dos, echó a
correr hacia donde estaban los caballos.

Pero no había dado ni tres pasos cuando se desplomó sin vida.

Alfred, que fue el que disparó sobre él, preguntó a Dick:

-¿Qué piensas hacer con ese cuatrero asesino?

Dick, con los ojos empapados en lágrimas, contempló con fijeza al asesino de su padre,
diciendo:
-Ni más ni menor que lo que prometí ante la tumba de mi buen padre… ¡Colgarle
donde le encontrase!

Pero Brown, sabiendo que no habría salvación posible para él, quiso morir matando.

En esta ocasión, Dick, sin dejar de llorar ante el recuerdo del buen padre, no dejó de
disparar hasta agotar la munición de sus armas.

Ann, al igual que la mayoría de los reunidos, horrorizada, se cubrió el rostro con ambas
manos.

Durante muchos minutos, sinceramente impresionados por lo que acababan de


presenciar, todos permanecieron en silencio.

Dick se alejó de allí sin pronunciar palabra.

Ann, al verle alejarse, corrió hacia él para abrazarle.

Y los dos, paseando, se alejaron de los demás.

* * *

Meses más tarde, Ann Morley y Dick Sheridan contraían matrimonio.

El teniente Rangely era uno de los invitados de honor, puesto que había sido un gran
amigo del padre de Dick.

Durante la gran fiesta que se celebró en el rancho de Bill Morley, todos recordaron los
infinitos incidentes que vivieron durante el camino de Wichita.

-¿Ha sabido algo de Leman, Cliver y Marcel? –preguntó Ann al teniente.

-Mis hombres les sorprendieron en pleno camino a Wichita –respondió Rangely-. No


temas ni te preocupes, ninguno de ellos podrá molestar a tu esposo.

Ann, abrazando cariñosa al rural, no hizo el menor comentario.

FIN

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