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Lefort: la invención democrática.

Hagamos una reflexión entre el psicoanálisis y la política: la democracia moderna, esa donde el
estado tiene el pleno auge del poder, coloca a los hombres y sus instituciones ante la prueba de
una indeterminación radical. La política escapa a las definiciones convencionales del sociólogo y
del politólogo.

No hay sociedad concebible sin referencia al orden del poder, de la ley, del saber y sin una
ordenación singular de sus divisiones: de la división de sexos y generaciones a la de grupos. La
reflexión política sobre el psicoanálisis trata de confrontar representaciones o comportamientos
que estamos asignando a sectores diferentes. No se trata de subordinar el campo del psicoanálisis
al campo político, se trata más bien de pensar un orden simbólico que permita descifrar un
conjunto de oposiciones y de articulaciones empíricamente observables.

La aventura del psicoanálisis y el pensamiento de Freud son aptos para el despertar el


pensamiento de lo político e indagar en la mutación que trajo la democracia moderna. El
psicoanálisis nace con la disolución de los indicadores de la certeza, Toqueville denomina este
proceso “revolución democrática”, ésta socavó los fundamentos de la distinción entre los hombres
dentro de la sociedad. Toqueville creyó encontrar en la igualdad de condiciones el principio de la
revolución democrática.

En el momento cumbre del absolutismo, la monarquía Francesa no era un despostismo: por


encima del príncipe estaban la ley y la sabiduría divina. El príncipe era un mediador entre los
hombres y Dios. En consecuencia, la nación se veía figurada como un cuerpo: una totalidad
orgánica, el poder encarnado en el príncipe daba cuerpo a la sociedad.

Surge la nueva noción del lugar del poder como lugar vacío: quienes ejercen la autoridad política
son simples gobernantes y no pueden apropiarse del poder. Esto implica una competencia
regulada entre hombres, grupos y partidos. Semejante competencia significa una
institucionalización del conflicto: mientras que el poder aparece afuera, por encima de la sociedad
civil, se lo presume engendrado en el interior de ésta.

La democracia moderna instituye un nuevo polo de identidad: el pueblo soberano, pero es un


engaño ver reestablecido con éste una unidad sustancial, basta ver el sufragio universal para
comprobarlo: el ciudadano es extraído de todas las determinaciones concretas para quedar
convertido en una unidad de cálculo: el número sustituye a la sustancia. A su vez se efectúa un
trabajo bajo el signo de lo que podemos llamar ideología: ésta reacondiciona los indicadores de la
certeza, esta discriminación implica a la vez, la afirmación del reconocimiento mutuo de los
semejantes y el sometimiento, a los detentadores del poder, de los que están desprovistos de él.

La elaboración de los indicadores de la diferencia pasa por el discurso, que no puede prescindir
de la teorización, ya que la ideología no puede resumirse en la tentativa de producir y nombrar la
diferencia y de postular a la institución como lugar de su dominio. Pero los constantes choque que
recibe el discurso dominante hace que se transforme constantemente. Así entonces, lo que el
marxismo denuncia como ideología burguesa ya no es más que un blanco de ataque ampliamente
imaginario.

En la democracia moderna aparece la creciente sujeción a una potencia impersonal que decide,
para bien o para mal, sobre la existencia de cada uno. Esta potencia que Toqueville descubre en el
Estado la podemos encontrar también en las burocracias modernas. En el Estado se ofrece como
una instancia anónima destinada a encargarse de todos los aspectos de la vida social: desde la
producción hasta el higiene, de las recreaciones hasta la propia burocracia.

Cada individuo sufre que se lo tenga sujetado, porque ve que no es un hombre ni una clase, sino
el pueblo mismo el que sostiene el otro extremo de la cadena. La democracia marca el fracaso de
la representación de un pueblo actual: si el conflicto se exaspera, si no encuentra solución, el
poder parece rebajarse al plano de lo real, como algo particular. Entonces el fantasma del Pueblo-
Uno hace surgir al totalitarismo.

Una exploración de la democracia sería capaz de esclarecer el campo del psicoanálisis? Éste
inaugura el más riguroso cuestionamiento acerca del saber, acerca de la relación de los unos con
los otros, la libertad se torna sensible al contacto de una división nos muestra el psiconanálisis.

Toqueville deriva que no darse a nadie, sustraerse al poder de alguien, de Otro, comporta el
riesgo de dejarse reencadenar por un poder sin contornos, sin rostro, anónimo, ajeno a toda
impugnación, y bajo el cual se rehace la evidencia de la obediencia a la regla y al saber último.

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