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Viendo que tenía un gran respaldo popular, se presentó a las elecciones de los
Estados Generales en abril de 1789 y consiguió ser elegido como quinto diputado
del Tercer Estado en Artois. Su primera etapa como político se caracterizó por ser
un orador convencido y llegó a realizar más de 150 discursos. No obstante, no
logró imponerse a la asamblea constituyente, de la que fue uno de los pocos
miembros demócratas.
Con el paso de los días, fue tomando una postura cada vez más extremista. Se vio
que tenía grandes influencias del pensamiento de Rousseau y que estaba
convencido de que lo primordial era proteger las necesidades del pueblo y luchar
contra el Partido aristocrático. Esto le permitió animar el “club de los jacobinos”,
grupo que acabaría liderando a partir del verano de 1792.
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Sin embargo, la situación de la República en 1783 era extremadamente grave:
acosada desde el extranjero y con revueltas en el interior. Para combatir este
escenario, Robespierre declaró la necesidad de tener un poder dictatorial
centralizador, basado en la virtud y en el terror. La Asamblea decidió entonces la
creación del llamado Comité de Salvación pública, un organismo dotado de
poderes especiales para luchar contra todas las amenazas que se le presentaban.
El 27 de julio de 1793, Robespierre entró a formar parte del Comité y mostró sus
cualidades de estadista. Sembrando el terror y el miedo a que los extremistas
fueran agentes enemigos, convenció a la Convención de que les concedieran el
poder ejecutivo. A partir de aquí comenzaría la etapa más negra de la Revolución
Francesa. Primero se produjo la eliminación de los exaltados (o hebertistas) en
marzo de 1794, y después de los moderados (o dantonistas) en abril de ese
mismo año.