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La derrota de la Armada Invencible

Hoy vamos a hablar de una de las vergüenzas militares históricas de España. Lo


que debía ser una espléndida y majestuosa demostración de fuerza contra
Inglaterra y los rebeldes de Flandes resultó en uno de los desastres nacionales
históricos más recordados: La derrota de “La Armada Invencible”.

Estamos en 1583, la reina británica Isabel I estaba causando serios quebraderos


de cabeza a la corona española acosando constantemente las colonias del caribe
ayudada por corsarios respaldados por la reina. Al rey español Felipe II se le
sumaban las preocupaciones, los rebeldes de Flandes debían ser derrotados
rápidamente pero la guerra se estaba estirando y los recursos españoles se
reducían.

Como una solución única a todos sus problemas el rey español llevaba ya algún
tiempo pensando en invadir Gran Bretaña para derrocar a Isabel I, y a la vez
rodear a los rebeldes de los países bajos uniendo la flota a un ejército dirigido por
Alejandro de Farnesio que se dirigiría hacia allí por tierra. Tras consultar a Álvaro
de Bazán, reputado marinero, parecía que la idea podría llevarse a cabo. Se inició
así en 1584 la preparación de una numerosa flota que contaría con unas 130
naves de guerra.

Poco antes de poner en marcha la expedición muere Álvaro de Bazán, lo que para
algunos expertos sería parte de lo que cambiaría drásticamente la suerte de la
flota. En su lugar fue designado, muy a su pesar, un inexperto en artes militares de
38 años llamado Alfonso Pérez de Guzman, VII duque de Medina Sidonia.
Obligado por el monarca se puso al frente de la armada y el 20 de mayo de 1588
la Armada Invencible salió de Lisboa, bordeando con dificultades la costa hasta la
Coruña, donde se pertrechó de agua y alimentos. Hasta el 21 de julio no
abandonó este puerto, para entrar, una semana después, en el canal de la
Mancha.

El contingente estaba formado por un total de 130 naves, entre las que se
encontraban 60 galeones, 4 galeras y 4 galeazas que suponían un total de 57.808
toneladas y 2.431 piezas de artillería. A fin de organizar tan monstruosa flota, se
decidió dividirla en escuadras designadas con el nombre de la localidad en que las
naves fueron construidas. La tripulación consistió en 7.050 marineros, 2.088
remeros, 17.017 soldados y 1.388 auxiliares entre criados, religiosos y
aventureros, en total 27. 543 hombres.

El combate con la flota anglo-holandesa se inició a la altura de Calais, en este


punto la flota española ya había tenido algunas pérdidas debido a la
desorganización y el mal tiempo, un constante desgaste que no había hecho más
que empezar. La flota inglesa no presentó batalla de manera formal sino que se
dedicó a seguir a la armada y a acosarla constantemente, manteniéndola además
localizada y vigilada, lo que eliminaba el factor sorpresa español.

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Aunque la superioridad española en barcos y hombres era abrumadora, los rápido
y ligeros buques ingleses eran superiores en maniobrabilidad. Los pesados
Galeones españoles no podían esquivar los temporales o perseguir a los buques
ingleses, mientras que éstos maniobraban alrededor de la invencible con ligereza
y agilidad.

La flota victoriosa de Lepanto no obtuvo nunca una batalla que se presentara


adecuadamente, de frente a frente. Por el contrario se sucedieron constantes
escaramuzas y hostigamientos por parte de los ingleses, que iba mermando el
estado de la flota española junto con las inclemencias atmosféricas.

Tras un necesario descanso en el puerto Francés de Calais, la flota se reabasteció


e intento contactar, sin éxito, con el ejército de tierra del duque de Parma, que aún
estaba lejos de allí. El fondeo de la flota en Calais fue posible gracias a que los
franceses, neutrales al conflicto, eran también católicos y les unía un resentimiento
contra los ingleses.

Poco después de partir de Calais, un poco más al norte y adentrándose en el


canal tuvo lugar la escaramuza más grande, aunque siguió sin ser una verdadera
batalla. A la altura de Graveline una flotilla inglesa comandada por el corsario
Drake inició el ataque sobre la flota española siempre a distancia y evitando el
abordaje, con el objetivo de retrasar lo que parecía una inevitable invasión.
Cuando la armada inglesa se quedó sin munición inició la retirada hacia el norte,
aunque sin apenas bajas.

La numerosa flota española seguía sufriendo los temporales en el angosto canal


inglés mientras los buques ingleses y holandeses gracias a su versatilidad
dañaban a las pesadas fortalezas flotantes de los españoles en escaramuzas, los
ingleses usaban además pequeñas embarcaciones incendiarias denominadas
brulotes que sembraban el caos en la numerosa formación española. La noche del
8 al 9 de agosto los españoles perdieron unas 15 embarcaciones y 5000 hombres
por culpa de los brulotes, la situación era insostenible.

La flota Anglo-holandesa se reagrupaba y acosaba por el sur a la invencible de


forma constante, tal fue el desgaste continúo, añadido a las malas noticias sobre
el ejercito del Duque de Parma que no estaba listo para la invasión, que Medina
Sidonia, tras aguantar los ataques durante varios día decidió retirarse hacia el mar
de norte el 28 de Julio .

Huyendo de los ingleses al sur, Medina Sidonia se internó en una tormenta que
arrastró la flota más al norte, las costas inglesas se llenaron de restos de navíos
españoles que fueron naufragando en los arrecifes y las costas inglesas e
irlandesas. La invencible era ya muy diferente a la que partió de Cádiz. La falta de
víveres y de agua, las tormentas y las enfermedades causaron muchos más daños
que los combates anteriores.

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En las batallas con los ingleses fallecieron unos 1.500 hombres y unos 18.000
hombres en recorrido de vuelta a casa. Sólo llegaron unos 10.000 hombres del
total de 30.000 que partieron de Lisboa. Las pérdidas de España rondaban 20.000
hombres, 40 millones de ducados y cerca de 100 navíos. Solo regresaron a casa
unos 66 buques.

Isabel I no se dio cuenta de su victoria hasta pasado algún tiempo. La catástrofe


española había sido tan fragmentaria y dispersa que los vencedores,
desconocedores de la posición de la flota, temían que la invencible se hubiera
refugiado en puerto seguro. Las pérdidas inglesas también fueron elevadas, en su
mayoría por la peste que se difundió entre marinos y soldados.

El fracaso de Felipe II aseguró a las naciones del Norte, hasta entonces


mediocres, su futura supremacía marítima. Fue también un triunfo del
protestantismo de Isabel I.

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