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La autoestima es una faceta de la personalidad: es la actitud (valoración) que tiene una persona hacia sí
misma, que puede ser aprecio y respeto o de menosprecio y rechazo, favorable o desfavorable. Es
el autoconcepto (concepto de sí mismo) de la persona.
Cortesía de freedigitalphotos.net
La mayoría de las personas son conscientes cuando tienen problemas de autoestima, aunque no
saben cómo solucionarlo o lo dejan para más adelante porque creen que es un problema que
solo les afecta a ellas. Evidentemente, una baja autoestima es un asunto personal, pero que
puede afectar a todos los ámbitos de la vida, en especial el de las relaciones sociales.
Cómo afecta la autoestima a la vida social
Una persona con la autoestima baja es una persona insegura. Y esa inseguridad se plasma en la
forma de relacionarse con los demás. Cuando nos sentimos inseguras, además, tenemos miedo,
miedo a equivocarnos y miedo al juicio que puedan emitir los demás. Los problemas que puede
generar la timidez a la hora de relacionarnos con los demás, no son nada comparados con los
que genera la baja autoestima.
Porque al no valorarnos a nosotras mismas, al no aceptarnos tal y como somos, al no gustarnos,
estamos proyectando una mala imagen de nosotras mismas que los demás perciben en forma
de debilidad. No todas las personas se aprovecharán de esa circunstancia para atacarnos, pero
algunas sí. De cualquier forma, no es de los demás de quienes debemos protegernos, sino de
nosotras mismas y del boicot que hacemos a nuestra personalidad.
Debemos tener mucho cuidado con la baja autoestima si no queremos vernos encerradas en
la soledad de nuestro hogar por miedo a intervenir en una conversación en público, por
sentirnos feas y no querer que nos vean, por pensar que no merece la pena acudir a un evento
ya que no tenemos nada que aportar, por imaginar que nadie nos va a tener en cuenta.
Cómo mejorar la autoestima y la vida social
Aunque debemos tener claro que la persona más importante de nuestra vida sea una misma, no
podemos olvidar lo gratificante que es sentirse querida, apoyada y comprendida por los
demás. Necesitamos las relaciones sociales, pero las necesitamos en una relación de igualdad y
reciprocidad. Si no nos valoramos a nostras mismas, no podemos esperar que los demás sepan
apreciarnos.
No se trata de vendernos, de engañar a los demás atribuyéndonos cualidades que no tenemos,
sino simplemente de hacerles saber que tal y como somos, somos estupendas. En el momento
en que empecemos a gustarnos a nosotras mismas, empezaremos a gustar a los demás.
Un buen ejercicio para mejorar la autoestima en el ámbito de las relaciones sociales es pedirle a
una buena amiga que nos recuerde por qué es nuestra amiga y por qué nos quiere. Seguramente
descubriremos cualidades de nosotras mismas que la baja autoestima ha querido mantener
olvidadas.
Laura Vélez • lunes, 14 de abril de 2014
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DF TEMAS
RESUMEN
ABSTRACT
The relationship between self-esteem and psychopathology is complex. Using the RSS
(Rosenberg) and other scales (SCL90-R, BDI, ISRA, MCMI-II) we found, in 100
personality disorder patients, an average self-esteem of 20.48 (S.D. = 5.54), less than
in other patients and the general public. A cluster of positive self-esteem made of
narcissistic and histrionic traits was found. Another cluster of negative self-esteem is
formed by borderline, self-destructive, phobic, schizotypal, passive-aggressive and
schizoid traits (TB ≥ 85 in MCMI-II). By opening research up to criteria of stability,
consistency and integration, with other processes, we can gain a more fruitful
understanding of personality disorders.
Introducción
Desde esta centralidad, se deduce que estará presente de un modo u otro en todos los
procesos en que interviene la persona, y por eso puede investigarse en todos los
ámbitos que interesan a la psicología clínica, tanto desde la vertiente de la
vulnerabilidad psicopatológica como desde la vertiente de la resiliencia. De hecho, la
vasta acumulación de hallazgos empíricos y publicaciones especializadas dan cuenta de
la relevancia de su poder como constructo útil. Desde su aparición en la década de los
50 del siglo pasado, hasta el presente, la progresión en generación de literatura
científica ha sido continua y exponencial, y de sus hallazgos partimos en este texto (en
la Tabla 2 se encuentra una reseña de artículos que hemos seleccionado por aportar
datos normativos de la puntuación en autoestima mediante la escala RSS de
Rosenberg en diversas poblaciones).
Es muy clara, por demostrada, la asociación entre autoestima y trastornos afectivos.
De hecho, la autoestima es, al mismo tiempo, un síntoma de depresión y un factor de
vulnerabilidad para el desarrollo de Depresión Mayor (Ormel, Oldehinkel y Vollebergh,
2004; Talbot, Harris y French, 2009), y lo es en todas las franjas de edad adulta (Orth,
Robins, Trzesniewski, Maers y Schimitt, 2009). Pero, más allá de la depresión, véase la
selección de trabajos que recogen Garaigordobil, Pérez y Mozaz (2008) mostrando la
fecundidad del constructo autoestima en una amplia gama de psicopatología. Por otra
parte, si bien la baja autoestima se asocia a psicopatología, la alta autoestima es
considerada un factor de protección frente a ella (Takakura y Sakihara, 2001; Calvo,
González y Martorell, 2001), una variable relacionada con el bienestar psicológico
(Sánchez y Barrón, 2003), un aspecto -en definitiva de la personalidad resistente
(Moreno, Alonso y Álvarez, 1997).
Los resultados más comunes de la investigación publicada coinciden con lo que espera
el sentido común: a mayor autoestima, mayor salud; a menor autoestima, mayor
patología; una asociación lineal, por tanto, entre armonía personal (equilibrio,
bienestar, salud) y aprecio personal (Autoestima). Alta autoestima correlaciona con
sociabilidad, motivación, ajuste personal y bienestar; baja autoestima, al contrario, se
asocia a problemas psicosomáticos, retraimiento social, fracaso, sintomatología mayor
(Moreno et al., 1997). La investigación sugiere una relación directa entre autoestima y
salud mental y una relación inversa con los trastornos mentales (Garaigordobilet al.,
2008). ¿Toda la investigación? Veamos.
Silverstone (1991), comparando diversos grupos diagnósticos de ambos ejes, halla que
los pacientes con TP exhiben los niveles más bajos de autoestima, incluso ¡por debajo
de los pacientes con depresión! En el mismo sentido va el hallazgo de Lynum, Wilberg
y Karterud (2008): el TP explica la varianza en autoestima más que la depresión. La
baja autoestima no es sólo un síntoma de la depresión, ni sólo un factor de riesgo para
otros trastornos: es un epifenómeno de procesos cruciales que constituyen la
personalidad y facilitan o dificultan, por diversas vías, la adaptación satisfactoria al
entorno.
Objetivos y método
Hipótesis
Participantes
Forman parte de la investigación todos los pacientes (N = 100) que han sido atendidos
entre los años 2008-2011 en una unidad hospitalaria específica para Trastornos de
Personalidad graves (UTP). Todos ellos fueron derivados con un diagnóstico de
Trastorno de Personalidad, con las características de imposibilidad de contención y
progreso terapéutico en los recursos ambulatorios y de voluntariedad en el ingreso.
Como criterios de exclusión se señalan la presencia activa de dependencias tóxicas, el
diagnóstico de Trastorno Antisocial y la no voluntariedad. Todos los pacientes han
tenido varios intentos autolíticos previos, son frecuentadores de los servicios de Salud
Mental y de las urgencias hospitalarias y sufren una problemática socio-familiar
importante. Los que no están de baja laboral, tienen reconocida una situación de
incapacidad e incluso algún grado de minusvalía. El rango de edad está entre los 19 y
los 52 años (M: 34.96; SD: 7.141). Hay un predominio del sexo femenino (el 83 % son
mujeres). El diagnóstico prevalente con el que nos fueron derivados es el de Trastorno
Límite de Personalidad (en el 60% de los casos), siendo los demás Trastorno de
Personalidad Mixto (22%), Trastorno de Personalidad Sin Especificar (16%) y
Trastorno Histriónico (2%).
Instrumentos de evaluación
• Inventario de Depresión de Beck (BDI) (Beck, Rush, Shaw y Emery, 1979; versión
española de Sanz y Vázquez, 1998).
Su generalizado uso y la amplia investigación acumulada garantizan sus excelentes
propiedades psicométricas. Evalúa la presencia de síntomas de depresión mediante la
elección de una de cuatro alternativas, puntuadas de 0 a 3, de entre 21 ítems.
Procedimiento
Resultados
Discusión y conclusiones
Una elevada autoestima puede estar asociada a alta deseabilidad social (propia de
personas dependientes), y la baja autoestima, a victimismo (propio de somatizadores
o histriónicos). Para muchos autores, los pacientes con Trastorno de Personalidad
encuentran dificultades importantes para el reconocimiento del self, o de los estados
emocionales propios y ajenos. Estas personas habrían de basarse en claves externas
para darse y para dar una explicación de sus sentimientos y comportamientos: lo que
ellos creen que otros esperan que diga (deseabilidad social), o lo que ellos creen
necesitar decir a fin de conseguir sus metas (búsqueda de un efecto interpersonal:
persuasión, victimismo, solicitud de ayuda, agresión...). Esta complejidad puede ser
mejor aprehendida desde la amplitud que se está otorgando al constructo por parte de
quienes distinguen entre autoestima "variable o estable", autoestima "implícita y
explícita", autoestima "dañada" y autoestima "frágil". Vázquez et al. (2010) citan
varios estudios demostrativos de que -por una partees la inestabilidad de la
autoestima, más que su nivel, y -por otra parte- su carácter implícito, más que el
explícito, lo que predice un aumento posterior de síntomas depresivos. Autoestima
"explícita" es aquella de la que puede informar el propio individuo, siendo "implícita" la
que sólo es accesible indirectamente. Cuando ambos aspectos son discrepantes, la
autoestima aparece asociada a conductas defensivas, mayor morbilidad física y
psicológica, y menor nivel de bienestar percibido (Schröder-Abé et al., 2007).
Autoestima "frágil" es la combinación de alta autoestima explícita y baja autoestima
implícita. Zeigler-Hill (2006) encontró niveles mayores de narcisismo entre aquellas
personas con alta autoestima "frágil", y señala que la estabilidad se da cuando hay
congruencia entre la autoestima explícita y la implícita. Denomina autoestima "dañada"
cuando es baja tanto la explícita como la implícita. Vater, Schröder-Abé, Schütz,
Lammers y Roepke (2010), por su parte, han investigado la discrepancia entre
autoestima explícita e implícita en muestras de personas con Trastorno Límite de la
Personalidad, encontrando una asociación de "autoestima incongruente" con la
severidad de los síntomas específicos del Trastorno Límite, y no con la sintomatología
psicopatológica general, como depresión. Proponen que esto sea interpretado en el
marco de las típicas actitudes dicotómicas y auto-discrepantes de la personalidad de
los pacientes con Trastorno Límite. Es una debilidad de nuestro trabajo no haber
atendido a la consideración de la autoestima "implícita", lo que habrá de ser
completado en ulteriores investigaciones, así como seguir desarrollando la metodología
evaluativa de estos aspectos no declarativos de la actitud autovalorativa del sujeto.
En el ámbito de los Trastornos de Personalidad resulta aplicable la distinción
orteguiana entre "ideas" y "creencias", entre lo que uno dice pensar y lo que realmente
rige la conducta. En otras palabras, no tienen por qué coincidir necesariamente la
atribución subjetiva de lo que a uno mismo le sucede y los procesos que entran en
juego y explican lo que sucede en un momento dado. Uno puede pensar que se quiere
a sí mismo, pero mostrar con sus actos repetidos una patente desvaloración.
Pensemos en la "autoestima-como-búsqueda", la lucha por conseguirla y defenderla:
es una experiencia muy diferente a la "autoestima-como-pacífica-aceptación-básica"
de uno mismo. En el primer caso, la autoestima implicaría un incremento de la
ansiedad, cuando uno establece como meta la costosa recuperación del estatus
amenazado (Crocker y Park, 2004).
La brecha existente entre lo que está "realmente" en juego y lo que un paciente llega a
entender de ello es un aspecto de la disociación entre procesos que se evidencia en la
clínica de los Trastornos de Personalidad (Semerari y Dimaggio, 2008). La distinción
entre autoestima "implícita" y "explícita" (Frank, Raedt y Der Houwer, 2007) alude a
esta disociación. Cuando hay discrepancia entre ambas (entre la autovaloración que
declara el sujeto y la que es accesible indirectamente), tanto en la forma de
autoestima "frágil" (alta autoestima explícita y baja autoestima implícita), como en la
de autoestima "dañada" (baja autoestima explícita y alta autoestima implícita),
aparecen las conductas defensivas, una mayor morbilidad física y psicológica, y un
menor nivel de bienestar percibido (Schröder-Abé et al., 2007).