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Índice
Introducción
La búsqueda de la verdad
Los historiadores de Annales: el mundo cultural, las ideas
La conciencia y la experiencia
El giro lingüístico
La cuestión de la narración
Microscopios y telescopios
Bibliografía
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Introducción
Los historiadores se preocupan desde fines del siglo XIX por el estatuto científico
de su actividad. Desde hace algo más de veinte años, sin embargo, parecería que para
algunos de ellos los bastiones epistemológicos de la Historia son atacados con
regularidad y que, inclusive, el enemigo sitiador se encuentra dentro de las murallas
de la disciplina.
La búsqueda de la verdad
Entre fines del siglo XIX y principios del XX, el modelo de Leopold Von Ranke -
que actualmente conocemos como “historia positivista”- pareció proponer una vía para
la consolidación de la Historia como una ciencia. Sus supuestos básicos eran los
siguientes:
el análisis histórico se ocupa de personas que existieron realmente y de hechos que efectivamente
sucedieron. Existe, por lo tanto, una posibilidad de alcanzar la verdad.
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Las acciones humanas son intencionales: en los hechos y los escritos de los
actores sociales es posible encontrar (mediante el análisis adecuado) los intereses
de los individuos.
De acuerdo con estas ideas, resulta claro que la historia positivista aceptaba el
carácter narrativo. En todo caso, lo que diferenciaba la narración histórica de otras
formas narrativas (literarias, mitológicas) era su voluntad crítica. Además, por las
características mismas de las fuentes consultadas, las obras de esta escuela resultaron
muy concentradas en las cuestiones fácticas, en la historia de los sectores dominantes,
en las instituciones y en los aspectos político-militares.
En gran medida, es el modelo de historia que hoy es posible rastrear en las efemérides
o en aquellos manuales de Historia que, tras un pormenorizado relato de campañas
militares y descripciones de instituciones y formas de gobierno, relega la cultura a
apartados como: “Escultura”, “Arquitectura” y “Literatura”. La figura de los próceres,
de personajes que encarnan un momento o un destino y la idea de la nación también
son elementos fuertes en estas narraciones.
Ahora bien, hacia mediados del siglo XX, este modelo fue cuestionado
por distintas corrientes y escuelas, que demandaban, sobre todo, acercar
la Historia a las complejidades de la sociedad y la cultura. En efecto,
aunque los críticos reconocían al modelo positivista la capacidad de
desarrollar una metodología crítica de las fuentes, señalaban fuertemente
la carencia de modelos interpretativos (un concepto de ciencia, en
definitiva) que explicaran las relaciones entre los distintos procesos y
aspectos de la historia de las sociedades. Se trataba de una Historia
minuciosa y colorida, pero que no se hacía preguntas.
La mirada de los historiadores críticos se volvió a ciencias próximas, sobre todo, a
la Economía y a la Sociología. En el primer caso, la abstracción de los modelos
económicos ofrecía a la Historia una posibilidad de cuantificación y construcción de
modelos (por ejemplo, mediante series de precios, o demografías). Mediante el
segundo, se aspiraba a construir una Sociología histórica que permitiera elaborar
generalizaciones, modelos interpretativos que, a la vez, describieran redes y
estructuras sociales.
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Los historiadores de Annales: el mundo cultural, las ideas
El principal aporte de los historiadores franceses de la Escuela de los Annales
(por el nombre de la revista que utilizaron para difundir sus trabajos e ideas, fundada
en 1929) consistió en incluir los objetos hasta ese momento centrales en la Historia
(las instituciones, las artes, la guerra, la economía, etc.) en el contexto más amplio de
una cultura incluyente, que ya no era vista como el mero reflejo de una ideología, sino
como un conjunto de modos de vida y sentir. La ideología, entonces, quedaba
subsumida en una idea de “cultura total” y el desafío consistía en elaborar los
conceptos y las técnicas que permitieran acercarse a ese objeto ideal.
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un dato concreto: el número, Mediante la aplicación de métodos cuantitativos y
estadísticos a determinados corpus documentales, por ejemplo testamentarios.
La conciencia y la experiencia
La búsqueda de marcos generales de comportamiento y de relación reconoce
también una gran influencia del estructuralismo, un paso más en la posibilidad de
señalar regularidades por encima de “imponderables” como las variables subjetivas:
"Se trataba sobre todo de identificar las estructuras y las relaciones que,
independientemente de las percepciones y de las intenciones de los individuos, se
suponía que regían los mecanismos económicos, organizaban las relaciones sociales y
engendraban las formas del discurso. De ahí la afirmación de una separación radical
entre el concepto del conocimiento histórico y la conciencia objetiva de los actores"
(Chartier, 1995; p. 48).
A mediados del siglo XX, esta postura alimentó buena parte de los trabajos de
historiadores marxistas. El estructuralismo supone que el punto de vista de los actores
sociales, sus percepciones, sus valoraciones y sus intereses están determinados por las
relaciones sociales objetivas. De un modo mecánico, la base económica (traducida en
relaciones de producción, instituciones, etc.) determinaba una historia mundial que era
vista, en algunos casos, como un proceso predeterminado, una serie de etapas que,
inexorablemente, habrían de cumplirse.
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No obstante, para un grupo de historiadores marxistas británicos (Edward
Thompson, Raphael Samuel, George Rudé) el papel de la conciencia de los actores
sociales comenzó a ser decisivo en sus enfoques. Mantuvieron su interés en la lucha de
clases como elemento central de su modelo interpretativo, pero prestaron atención a
los procesos de dominación y resistencia.
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apartó después de la invasión soviética que puso fin a la revolución húngara de
1956. Es uno de los más brillantes integrantes del grupo de los historiadores
marxistas británicos. Se lo considera fundador de una forma novedosa de
estudiar el mundo obrero. La cultura popular, la conciencia de clase y sus
aproximaciones críticas al marxismo son el principal aporte de sus textos.
“Por ‘clase’ entiendo un fenómeno histórico complejo que unifica una serie de
sucesos dispares y aparentemente desconectados, tanto en lo que se refiere a la
materia prima de la experiencia como a la conciencia. Y subrayo que se trata de
un fenómeno histórico’. No veo la clase como una ‘estructura’, ni siquiera como
una ‘categoría’, sino como algo que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar
que ha ocurrido) en las relaciones humanas.
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establecidas. Asimismo, un elemento propio de la lectura analítica de Thompson es la
noción de que la "la realidad de una sociedad sólo puede ser comprendida a través de
las experiencias de sus personas, pero esas experiencias en un principio escapan a las
investigaciones empíricas" (Iggers, 1995; p. 80). Thompson practica un análisis
histórico que consiste en un fino y minucioso trabajo hermenéutico, en el que fuentes
literarias coexisten con otras formas de documentación.
Por otra parte, aun aquellos modelos interpretativos que tomaban como objeto a
"los de abajo" perdían de vista el análisis de las articulaciones entre las estructuras de
dominación y los actores, es decir, entre los sujetos y las instituciones, los grupos o las
comunidades, tanto como realidades históricas como en cuanto modelos
interpretativos de los historiadores. Esto producía, por ejemplo, una idealización de los
sectores populares, entendidos como en “estado puro” frente a los restantes actores
sociales.
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Profundización de Microhistoria: “En la Microhistoria hay ciertas
características distintivas que derivan de ese período de los 70 en el que se
produjo un general debate político-cultural. En esto no hay nada particularmente
inusual, ya que los 70 y los 80 fueron años de crisis universal para la
prevaleciente creencia optimista de que el mundo podía ser rápida y radicalmente
transformado mediante líneas revolucionarias. En aquellos tiempos, muchas de
las esperanzas y mitologías que habían guiado previamente la mayor parte del
debate cultural, incluyendo el dominio de la Historiografía, probaron ser tanto
inválidas como inadecuadas para enfrentar imprevisibles consecuencias de
sucesos políticos y realidades sociales –hechos y realidades que estaban muy
lejos de conformar los modelos optimistas propuestos por los grandes sistemas
marxista o funcionalista. Estamos viviendo todavía a través de las dramáticas
fases iniciales de este proceso y los historiadores han sido forzados a proponer
nuevos interrogantes sobre sus propias metodologías e interpretaciones. Sobre
todo, lo que se ha debilitado es la suposición de la automaticidad del cambio:
más específicamente, lo que se ha llamado a cuestionamiento es la idea de una
progresión regular a través de una serie de etapas uniformes y predecibles en las
cuales se consideraba que los agentes sociales eran capaces de alinearse en
conformidad con solidaridades y conflictos de alguna manera natural e
inevitablemente dados (...) La predicción del comportamiento social probó ser
demostrablemente errónea y este fracaso de los sistemas y paradigmas en
vigencia requirió no tanto de la construcción de una nueva teoría social como de
una completa revisión del ya existente conjunto de herramientas de
investigación. Por más banal y simplista que parezca esta afirmación, esta
percepción de crisis es tan general que la más simple de las advertencias parece
ser necesaria. De cualquier modo existía una cantidad de posibles reacciones
frente a la crisis, y la Microhistoria no es nada más que un matiz dentro de las
respuestas posibles, que pone el acento en redefinir los conceptos y en
profundizar el análisis de las herramientas y los métodos existentes” (Levi, 1993;
pp. 10-11).
La mirada de la Microhistoria implica, a la vez, la asunción de que existen múltiples
historias y culturas, y por lo tanto, de que no hay un elemento constituyente de la
historia, sino muchos. ¿Qué es lo que jerarquiza y organiza, entonces, el análisis
histórico? La posibilidad de plantear esta pregunta revela la fuerte conmoción que
significó la Microhistoria para las distintas formas de entender el hacer de la historia
que venimos analizando. Por otra parte, la multiplicidad de objetos tan distintos abrió
la puerta a una renovación metodológica, puesto que se pensaba que cada una de esas
realidades requería métodos analíticos específicos. Estos métodos, sin embargo,
coincidían en permitir el énfasis en el análisis cualitativo de los procesos históricos.
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Profundización de “descripción densa”: El concepto de “descripción densa”,
elaborado en la obra del antropólogo Clifford Geertz, tuvo una notoria influencia entre
numerosos historiadores. Así lo explica el autor:
“El concepto de cultura que propugno (...) es esencialmente un concepto semiótico.
Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de
significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el
análisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de
leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones (...) Desde cierto
punto de vista, el del libro de texto, hacer etnografía es establecer relaciones,
seleccionar a los informantes, transcribir textos, establecer mapas del área, llevar un
diario, etc. Pero no son estas actividades, estas técnicas y procedimientos los que
definen la empresa. Lo que la define es cierto tipo de esfuerzo intelectual: una
especulación elaborada en términos de, para emplear el concepto de Gilbert Ryle,
‘descripción densa’ (...) Consideremos, dice el autor, el caso de dos muchachos que
contraen rápidamente el párpado del ojo derecho. En uno de ellos el movimiento es un
tic involuntario; en el otro, una guiñada de conspiración dirigida a un amigo. Los dos
movimientos, como movimientos, son idénticos; vistos desde una cámara fotográfica,
observados ‘fenoménicamente’ no se puede decir cuál es el tic y cuál es la señal ni si
ambos son una cosa o la otra. Sin embargo, a pesar de que no puede ser fotografiada,
la diferencia entre un tic y un guiño es enorme, como sabe quien haya tenido la
desgracia de tomar el primero por el segundo. El que guiña el ojo está comunicando
algo y comunicándolo de una manera bien precisa y especial: 1) deliberadamente, 2) a
alguien en particular, 3) para transmitir un mensaje particular, 4) de conformidad con
un código socialmente establecido y 5) sin conocimiento del resto de los circunstantes
(...) El guiñador hizo dos cosas (contraer su ojo y hacer una señal) mientras que el que
exhibió el tic hizo sólo una: contrajo el párpado” (Geertz, 1997; pp. 20-22).
Esta idea define para Geertz el objeto de la Etnografía: “una jerarquía estratificada de
estructuras significativas atendiendo a las cuales se producen, se perciben y se
interpretan los tics, los guiños, los guiños fingidos, las parodias, los ensayos de
parodias, y sin las cuales no existirían (...) independientemente de lo que alguien
hiciera o no con sus párpados” (Geertz, 1997; pp. 20-22). El traslado de esta noción a
la Historia llevó a algunos a postular precisamente esta trama de significados
independientemente de las realidades sociales.
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La Microhistoria ha concentrado su interés en cuestiones como la vida
privada (la infancia, la muerte, los gustos, las prácticas de lectura) y las
ha analizado cualitativamente a partir de casos individuales o muy
acotados numérica y espacialmente. La idea de Thompson de una
"experiencia de clase", por ejemplo, es cuestionada por esta visión,
aunque se mantiene la noción de que los conflictos organizan las
relaciones sociales. Las investigaciones no permiten pensar en una clase
obrera homogénea, como la pensaban los marxistas. Junto al abandono
de categorías analíticas como las de Estado y mercado, por ejemplo, y la
gran cantidad de matices introducidos en nociones como la de
"experiencia de clase", la Microhistoria sostiene la idea de que el poder y
la resistencia a éste estructuran las relaciones sociales y, por tanto, de
que es posible rastrearlos aun en casos individuales. El conflicto, como
en el caso del molinero Menocchio, está enraizado incluso dentro de la
persona misma. El gran cuestionamiento a la lectura propuesta por la
Microhistoria radica justamente en la pregunta siguiente: ¿es relevante
un caso para la explicación histórica?
Profundización acerca de la relevancia del caso: “Antes de examinar en qué medida las confesiones de
Menocchio nos ayudan a precisar el problema, es justo preguntarse qué relevancia pueden tener, en
general, las ideas y creencias de un individuo de su nivel social considerado aisladamente. En un momento
en que hay equipos enteros de investigadores que emprenden ambiciosas empresas de historia
‘cuantitativa’ de las ideas o de historia religiosa ‘seriada’, proponer una indagación lineal sobre ‘un’ molinero
puede parecer paradójico y absurdo: casi un retorno al telar manual en la época del telar automático. Es
sintomático que la viabilidad de una investigación de este tipo haya sido descartada de antemano por los
que (...) sostienen que la reintegración de las clases inferiores en la historia sólo es posible bajo el epígrafe
‘del número y del anonimato’ a través de la Demografía y la Sociología, del estudio cuantitativo de la
sociedad del pasado’. Con semejante aserto por parte de los historiadores, las clases inferiores quedarían
condenadas al ‘silencio’.
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¿Es éste el caso de Menocchio? Ni mucho menos. No podemos considerarlo como u
campesino ‘típico’ (en el sentido de ‘medio’, ‘estadísticamente más frecuente’) de su
época (...) A los ojos de sus paisanos Menocchio era cuando menos distinto de los
demás. Pero esta singularidad tiene límites precisos. De la cultura de su época y de su
propia clase nadie escapa, sino para entrar en el delirio y en la falta de comunicación.
Como la lengua, la cultura ofrece al individuo un horizonte de posibilidades latentes,
una jaula flexible e invisible para ejercer dentro de ella la propia libertad condicionada”
(Ginzburg, 1991, pp. 21-22).
Una interpretación tan fina de los casos ha generado en los historiadores que lo
practican un gran respeto por el objeto. Éste ha llevado a algunos de ellos, como
Natalie Zemon Davies, a sostener que es posible excluir por completo la influencia de
las teorías en el transcurso de la investigación. Otros, como Levi, sostienen que la base
de su lectura microhistórica es el marxismo, en tanto se proponen rastrear el conflicto
de clase. En todo caso, se plantea una diferencia respecto de la propuesta de la
descripción densa de Geertz, según la cual el objeto habla por sí mismo y el
investigador debe ser capaz de aprender ese lenguaje.
El giro lingüístico
Los cuestionamientos a la Historia provenientes del "giro lingüístico" de las
ciencias humanas parten de la idea del semiólogo Ferdinand de Saussure de que la
lengua es un sistema cerrado de signos y de que las relaciones entre éstos, por sí
solas, producen significación. Según esta idea, no somos nosotros los que nos
servimos de la lengua para nombrar los procesos en los que participamos, sino que
nuestros razonamientos están condicionados por las posibilidades que la lengua ofrece.
Un texto histórico, entonces, no hace referencia a ninguna realidad, sino a un sistema
de signos.
Esta mirada va de la mano con análisis como los de Hayden White (Metahistoria, El
contenido de la forma), que sostienen que la Historia es un genero literario y que, por
tanto, no se trata de una búsqueda científica de certezas, sino de una visión
determinada de ciertos procesos históricos que emplea una cantidad reducida de
recursos estilísticos de acuerdo con preocupaciones estéticas y morales de un autor.
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hay una gran diferencia "entre una teoría que niega a la exposición
histórica todo derecho a considerarse a sí misma como realista y una
Historiografía que es plenamente consciente de la complejidad del
conocimiento histórico, pero que aun así parte del supuesto de que los
hombres reales tuvieron pensamientos y sentimientos reales, los cuales
condujeron a acciones reales que pueden ser reconocidas y expuestas
históricamente" (Iggers, 1995; p. 97).
Sin duda, uno de los aportes positivos de la mirada lingüística sobre la Historia es
la revalorización de las intenciones de los sujetos, el papel de los hombres actuantes
en la historia; claro que siempre y cuando mantengamos la idea de que la Historia
habla de cosas que sucedieron, y no si pensamos que da lo mismo -y es lo mismo- la
historia que la ficción. Para quienes sostienen que la Historia no es más que una forma
de literatura, ni las motivaciones de los actores ni las de los investigadores son
relevantes, en tanto el objetivo de la Historia debe ser producir una narración plena de
significado.
Algunos historiadores ven esta discusión como un desafío más que como una
dicotomía insalvable. Para Roger Chartier no debe perderse de vista el “uso
incontrolado de la categoría de texto”, a menudo indebidamente aplicada a prácticas
(ordinarias o ritualizadas) cuyas tácticas y cuyos procedimientos no son en nada
parecidos a las estrategias discursivas” (Chartier, 1995; p. 53). Según este autor, las
prácticas sociales no pueden ser reducidas a las leyes que gobiernan los discursos. La
lógica de la sociedad no es la misma que la del texto, aunque el análisis textual pueda
ser una herramienta para su comprensión, sobre todo cuando los textos son en
muchos casos el principal recurso del que disponen los historiadores.
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sentido en sí mismo, independientemente de la realidad o de los actores,
a los cuales determina. El principal eje de expansión de estas ideas, que
han generado profundos debates, lo constituyeron los estudios literarios
y su traslado a otras disciplinas, como la Historia.
La cuestión de la narración
En relación con los cuestionamientos a la Historia provenientes del giro
lingüístico, desde hace más de dos décadas se observa lo que el historiador Lawrence
Stone calificó, en un texto muy difundido de 1979, como “el resurgimiento de la
narración”. Sintéticamente, esto consiste en el retorno de los viejos métodos
descriptivos y concentrados en los hombres antes que en sus contextos, por sobre las
lecturas analíticas y estructurales. Un regreso de lo particular y específico en
detrimento del interés en lo colectivo y general.
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distintos movimientos políticos. El individualismo resultante, parecería decirnos este
autor, es visible también en el objeto analítico de los historiadores.
La mirada de Stone es pesimista. A fines de los años setenta, anunciaba “el fin de una era: el
término del intento por producir una explicación coherente y científica sobre las transformaciones
del pasado (...) Obligados a decidir entre modelos estadísticos a priori sobre el comportamiento
humano y una comprensión basada en la observación, la experiencia, el juicio y la intuición,
algunos de los ‘nuevos historiadores’ manifiestan actualmente la tendencia a dejarse llevar hacia
el segundo modo de interpretación del pasado” (Stone, 1986; p.115).
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Microscopios y telescopios
Ahora bien, historiadores igualmente reconocidos han relativizado la preocupación de Lawrence Stone.
En una crítica a sus afirmaciones, Eric Hobsbawm sostiene que no hay que
alarmarse mientras tengamos presente que, para la mayoría de los historiadores
orientados hacia la narración, la recuperación de las historias o los episodios
individuales no es un fin en sí mismo, sino una estrategia para encontrar respuestas a
cuestiones más generales. Y señala que las opciones entre las miradas panorámicas o
particulares no son nada nuevas. Se trata de una cuestión metodológica, condicionada
por las estrategias argumentativas y el objeto estudiado: “No hay nada nuevo en la
decisión de contemplar a través de un microscopio, en vez de a través de un
telescopio” (Hobsbawm, 1998; p.194).
Para Peter Burke, el modo más fructífero de pensar este aparente dilema es el de
no construir una dicotomía entre “historiadores narrativos” e “historiadores
estructurales”, sino más bien pensar en las posibilidades de coexistencia de diversos
modos, narrativos y no narrativos, de hacer Historia. Propone analizar las relaciones
entre sujeto y estructura, para lo cual son necesarios tanto el análisis como la
narración. Si retomamos la propuesta de Chartier acerca de la noción de
representación, vemos que es precisamente una posibilidad de prestar atención no a
los individuos por un lado y las estructuras por el otro, sino a las relaciones entre
ambos, sin perder la especificidad de cada uno de los objetos. Las dos miradas aportan
al conocimiento histórico.
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historiadores vivos. Se educó en Viena y Berlín, y, tras huir del nazismo, en
Londres y Cambridge, donde formó parte del grupo de historiadores marxistas
británicos. Fue profesor en el Birbeck College de la Universidad de Londres y en
la New School Research de Nueva York. Entre sus obras se destacan Historia del
siglo XX, La era de la revolución (1789-1848), La era del capital (1848-1875), La
era del Imperio (1875-1914) y Naciones y nacionalismos desde 1780.
Recientemente publicó su autobiografìa, llamada Años interesantes.
En primer lugar conviene aclarar que no consideramos que exista una dicotomía tajante entre
la Historia “académica” y la de “divulgación” o “popular”. Muchos historiadores de gran prestigio
académico han optado también por formas de escritura más masivas, y esto refleja tanto el
intento de encontrar nuevos vehículos de circulación de ideas como las expectativas por alcanzar
un público más amplio con los fines de intervenir en el debate público: “parece ser el deseo de
que sus hallazgos resulten accesibles una vez más a un círculo inteligente de lectores que, sin ser
expertos en la materia, se hallen ávidos por aprender lo revelado en estos nuevos e innovadores
planteamientos, métodos y datos, pero que sean incapaces de asimilar las indigestas tablas
estadísticas, las frías argumentaciones analíticas y los enredados galimatías” (Stone, 1986; p. 109).
Más allá de las diferencias formales, esta distinción también da cuenta de que,
historia. En países como la Argentina, al mismo tiempo, “existe una asunción popular
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de que la ‘memoria’ aparece como la opción frente a una ‘historia’ que ha estado
argumento que evoca, aunque de un modo rudimentario, el eje crítico sostenido por el
revisionismo argentino de la primera mitad del siglo XX. Las consignas que oponen
excelentes ejemplos de esto (...) Para muchos la ‘memoria’ parecería ser algo que
‘sucede’ por fuera de la Historia entendida como actividad científica” (Lorenz, 2004).
pregunten qué es lo que los hace necesarios, relevantes, para la sociedad de la que
son parte, y a trabajar asumiendo que las nociones populares acerca de la historia
historietas, y sobre todo, como veremos, los recuerdos personales. Todo esto se
combina y sirve de tamiz a los trabajos de los historiadores cuando un individuo hace
Por otro lado, es cierto que podría señalarse una clara línea divisoria de aguas: la
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legitimidad. El trabajo de los anticuarios, de los coleccionistas; la voluntad de una comunidad por
recordar a sus vecinos ilustres; el esfuerzo personal por preservar fotografías y recuerdos, aun la
apelación a la Historia desde la publicidad o la moda, son, desde el punto de vista social, formas de
“hacer Historia”. Como sostiene Raphael Samuel: “la historia no es una prerrogativa de los
historiadores, ni siquiera, como sostiene el posmodernismo, una ‘invención’ de los historiadores.
Es, más bien, una forma social del conocimiento; el trabajo, en cualquier circunstancia, de un
millar de manos diferentes. Si esto es cierto, la discusión central de cualquier debate
historiográfico no debería ser el trabajo individual del académico, ni siquiera acerca de escuelas
interpretativas rivales, sino más bien el conjunto de actividades y prácticas en las que la idea de
historia está presente o la relación dialéctica pasado-presente aparece” (Samuel, 1999; p. 8).
Profundización correspondiente a Raphael Samuel: Raphael Samuel (1934-
1996), uno de los pilares del grupo de historiadores marxistas británicos, fue
fundador y director de la mítica revista History Workshop Journal. Publicó un
clásico del género testimonial llamado East End Underworld, sobre la vida del
delincuente profesional Arthur Harding. En Theatres of Memory, su última obra,
reflexionó agudamente sobre las relaciones entre la cultura popular y la
producción académica.
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Los historiadores que comenzaron a utilizar las entrevistas como parte de sus
recursos se lanzaron, literalmente, a registrar las voces de distintos marginados o
ignorados: perseguidos, pobres, minorías sexuales, sobrevivientes de campos de
concentración. Pero, en forma creciente, se distinguieron dos vías de trabajo. Una que
podríamos llamar “literal”, y otra preocupada por el desarrollo teórico y metodológico
que debía acompañar esa explosión de fuentes y temas.
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La muerte de Trastulli, relatada como un martirio, aunque extrapolada,
simbolizaba esa derrota política. Concluye Portelli: “El distanciamiento entre el
hecho (acontecimiento) y la memoria no se puede atribuir al deterioro del
recuerdo, al tiempo transcurrido, ni quizás a la edad avanzada de algunos de los
narradores. Sí puede decirse que nos encontramos delante de productos
generados por el funcionamiento activo de la memoria colectiva, generados por
procedimientos coherentes que organizan tendencias de fondo que incluso
encontraremos en las fuentes escritas contemporáneas a los hechos. Podemos
añadir una última observación: conoceríamos mucho menos el sentido de este
acontecimiento si las fuentes orales no lo hubieran referido de manera cuidadosa
y verídica. El hecho histórico relevante, más que el propio acontecimiento en sí,
es la memoria” (Portelli, 1989; pp. 28-29).
Sin lugar a dudas, la historia oral coloca en el primer plano del interés de
los historiadores la relevancia de las memorias individuales y su relación
con las construcciones colectivas, y, por tanto, el papel de los sujetos en
la construcción de los relatos históricos.
Dora Schwarzstein (1946-2002), historiadora argentina, impulsora del uso y la
difusión de las técnicas de entrevista en su país. Desarrolló gran cantidad de
actividades en el ámbito educativo, fortaleciendo los puentes entre la universidad y
otros niveles de enseñanza. Publicó La historia oral (como compiladora) y Entre Franco
y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en la Argentina.
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recital con equipos hogareños, o simplemente viéndolo y registrándolo
en su memoria.
Por otra parte, pensemos en el escándalo por las violaciones a los
derechos humanos cometidas por soldados estadounidenses en Irak. En
algunos casos, se hicieron públicas gracias a fotografías y videos
caseros tomados por los mismos implicados. Por un lado, un crimen fue
conocido por millones de personas; por el otro, los que lo perpetraron lo
registraron como un episodio dentro de su servicio activo en Oriente. Los
límites entre las posibilidades tecnológicas de registro del pasado y la
banalización de éste son difusos y, en algunos casos, el bombardeo
informativo puede distorsionar las más elementales jerarquías éticas. La
Historia, por supuesto, no escapa a este peligro.
La aparente superabundancia de fuentes no debería hacernos peder de vista otras
cuestiones. La primera y más obvia es la selectividad. Ella está constituida por los
intereses del historiador, habitante de un contexto espacial y temporal determinados, y
se sostiene en producciones escritas con la ayuda de herramientas metodológicas
sólidas. La apertura temática y metodológica es tanto una consecuencia como una
respuesta al exceso de informaciones. Deberíamos considerar, además, que lo que
transforma a un registro del pasado en evidencia es su inclusión en una lectura
histórica; es decir: es la pregunta del historiador la que lo constituye en una fuente.
Por otra parte, deberíamos tener en cuenta aquello que fue el principal aporte de la
revolución historiográfica iniciada alrededor de los años sesenta: el incremento en los
temas que los historiadores consideraron objeto de su interés; fundamentalmente,
aquellos vinculados a la historia de los oprimidos o silenciados. Si se abandona la
concepción ingenua del registro “literal”, aun permanece intacto el potencial
democratizador de mantener inquietudes analíticas semejantes. Ni la superabundancia
de registros anula los silencios en la Historia, y es más: puede contribuir con ellos.
Nuevamente, la capacidad analítica, la jerarquización temática surgida de la actitud
crítica, de la ideología y la subjetividad del historiador, cumplen ese papel.
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la austera pasión de los hechos, de las pruebas, de los testimonios, que son los
alimentos de su oficio, puede velar y montar guardia (Yerushalmi; 1989; p. 25).
Bibliografía
Burke, Peter (1994), “Historia de los acontecimientos y renacimiento de la
narración”, en Peter Burke y otros, Formas de hacer Historia, Madrid, Alianza.
Perks, Robert y Thomson, Alistair (eds.) (1998), The Oral History Reader,
London Routledge.
Portelli, Alessandro (1989), “Historia y memoria: La muerte de Luigi Trastulli”,
en Historia, Antropología y Fuentes Orales, Año 1, N° 1.
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Portelli, Alessandro (1991), “Lo que hace diferente a la historia oral”, en Dora
Schwarzstein (comp..), La historia oral, Buenos Aires, CEAL.
Yerushalmi, Joseph (1989), Usos del olvido. Buenos Aires, Nueva Visión.
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