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BREVE RESUMEN DE LAS LÍNEAS DE DESARROLLO HISTORIOGRÁFICO

Mediante la lectura, análisis e interpretación del material bibliográfico: Lorenz, F. (2005),


(La historia como ciencia social: ¿Mirar las sociedades o los individuos?), Posgrado en
enseñanza de las Ciencias Sociales: construcción del conocimiento y actualización
disciplinar. Buenos Aires: FLACSO-Argentina, resuelvan:

 Construyan una cronología de las líneas de desarrollo de la Historia


que presenta este autor. La misma debe contener época, referentes
ideológicos y una breve síntesis de su contenido.

La Historia como ciencia social: ¿mirar las sociedades o a los


individuos?

Por Federico Guillermo Lorenz


Profundización: Federico Guillermo Lorenz (Buenos Aires, 1970) es historiador y
docente. Ha publicado diversos trabajos sobre la historia argentina reciente,
particularmente sobre la guerra de Malvinas, el período de la dictadura militar y la
transición democrática, y acerca de las relaciones entre historia, memoria y educación.

Índice
Introducción
La búsqueda de la verdad
Los historiadores de Annales: el mundo cultural, las ideas

La conciencia y la experiencia

Vida cotidiana y Microhistoria

El giro lingüístico

La cuestión de la narración

Microscopios y telescopios

Historia académica, historia popular

Las múltiples entradas de la historia oral

Conclusión: la fragmentación como posibilidad

Bibliografía

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Introducción
Los historiadores se preocupan desde fines del siglo XIX por el estatuto científico
de su actividad. Desde hace algo más de veinte años, sin embargo, parecería que para
algunos de ellos los bastiones epistemológicos de la Historia son atacados con
regularidad y que, inclusive, el enemigo sitiador se encuentra dentro de las murallas
de la disciplina.

En esta clase, nos ocuparemos de las características de algunas de estas


batallas; fundamentalmente, de aquellas vinculadas a la crisis de los
intentos por proporcionar visiones totalizadoras de la Historia, así como
de la renovación temática y metodológica que la generó y sucedió.
Tomaremos como ejes el pasaje del interés por las grandes estructuras
interpretativas (económicas, sociales) a la revalorización de los actores
individuales y sus experiencias. Nos concentraremos en algunos
caminos metodológicos, como la Microhistoria y la Historia oral.
Los cambios metodológicos y temáticos que analizaremos tienen una importante
repercusión en las aproximaciones a la Historia desde la perspectiva de la enseñanza.
En ese sentido, es importante reflexionar sobre sus implicancias conceptuales.

Por ejemplo, ¿es la Historia un género literario? ¿Qué diferencias hay


entre la realidad y la ficción? Por otra parte, ¿qué relaciones hay entre la
historia y la memoria? ¿Son lo mismo? ¿Quién tiene la “verdad”? ¿Cómo
incide el trabajo de los historiadores en las lecturas sobre el pasado que
se efectúan en la escuela, el cine, los libros de divulgación, la televisión,
los propios recuerdos?
Mediante estas preguntas, proponemos analizar distintos planteos teóricos acerca
de la Historia, los cuales se tradujeron en textos, prácticas y preocupaciones que
influyen en los recursos y la información con los que los docentes desarrollan a diario
los contenidos en sus clases y se piensan como ciudadanos e integrantes de una
comunidad.

La búsqueda de la verdad
Entre fines del siglo XIX y principios del XX, el modelo de Leopold Von Ranke -
que actualmente conocemos como “historia positivista”- pareció proponer una vía para
la consolidación de la Historia como una ciencia. Sus supuestos básicos eran los
siguientes:

el análisis histórico se ocupa de personas que existieron realmente y de hechos que efectivamente
sucedieron. Existe, por lo tanto, una posibilidad de alcanzar la verdad.

El análisis histórico es diacrónico, es decir, sólo reconoce una dimensión


temporal; fundamentalmente de causalidad. Demanda, pues, un relato o narración
lineal.

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Las acciones humanas son intencionales: en los hechos y los escritos de los
actores sociales es posible encontrar (mediante el análisis adecuado) los intereses
de los individuos.

De acuerdo con estas ideas, resulta claro que la historia positivista aceptaba el
carácter narrativo. En todo caso, lo que diferenciaba la narración histórica de otras
formas narrativas (literarias, mitológicas) era su voluntad crítica. Además, por las
características mismas de las fuentes consultadas, las obras de esta escuela resultaron
muy concentradas en las cuestiones fácticas, en la historia de los sectores dominantes,
en las instituciones y en los aspectos político-militares.

En gran medida, es el modelo de historia que hoy es posible rastrear en las efemérides
o en aquellos manuales de Historia que, tras un pormenorizado relato de campañas
militares y descripciones de instituciones y formas de gobierno, relega la cultura a
apartados como: “Escultura”, “Arquitectura” y “Literatura”. La figura de los próceres,
de personajes que encarnan un momento o un destino y la idea de la nación también
son elementos fuertes en estas narraciones.

Profundización de Leopold Von Ranke: Leopold Von Ranke (1795-1886),


historiador alemán, es considerado el fundador del análisis científico moderno de
la historia, basado en la crítica documental.

Definición correspondiente al término “diacrónico”: La visión diacrónica es


aquella que estructura la narrativa histórica atendiendo fundamentalmente a un
criterio cronológico; así, construye un relato cuyo eje central es la sucesión de
hechos.

Ahora bien, hacia mediados del siglo XX, este modelo fue cuestionado
por distintas corrientes y escuelas, que demandaban, sobre todo, acercar
la Historia a las complejidades de la sociedad y la cultura. En efecto,
aunque los críticos reconocían al modelo positivista la capacidad de
desarrollar una metodología crítica de las fuentes, señalaban fuertemente
la carencia de modelos interpretativos (un concepto de ciencia, en
definitiva) que explicaran las relaciones entre los distintos procesos y
aspectos de la historia de las sociedades. Se trataba de una Historia
minuciosa y colorida, pero que no se hacía preguntas.
La mirada de los historiadores críticos se volvió a ciencias próximas, sobre todo, a
la Economía y a la Sociología. En el primer caso, la abstracción de los modelos
económicos ofrecía a la Historia una posibilidad de cuantificación y construcción de
modelos (por ejemplo, mediante series de precios, o demografías). Mediante el
segundo, se aspiraba a construir una Sociología histórica que permitiera elaborar
generalizaciones, modelos interpretativos que, a la vez, describieran redes y
estructuras sociales.

Nos ocuparemos brevemente del cuestionamiento más influyente desde el punto


de vista metodológico y, sobre todo, más exitoso desde el punto de vista de su
impacto en los historiadores de buena parte del mundo: la Escuela de los Annales, que
criticó radicalmente el concepto de tiempo propio único del positivismo.

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Los historiadores de Annales: el mundo cultural, las ideas
El principal aporte de los historiadores franceses de la Escuela de los Annales
(por el nombre de la revista que utilizaron para difundir sus trabajos e ideas, fundada
en 1929) consistió en incluir los objetos hasta ese momento centrales en la Historia
(las instituciones, las artes, la guerra, la economía, etc.) en el contexto más amplio de
una cultura incluyente, que ya no era vista como el mero reflejo de una ideología, sino
como un conjunto de modos de vida y sentir. La ideología, entonces, quedaba
subsumida en una idea de “cultura total” y el desafío consistía en elaborar los
conceptos y las técnicas que permitieran acercarse a ese objeto ideal.

Esta concepción amplia de la cultura reconoce, en el caso de los padres de


Annales, Marc Bloch y Lucien Febvre, dos influencias centrales:

a) la Geografía (que, en Francia, a través a de la obra de Vidal de la Blache,


entendía los espacios geográficos como marcos histórico-culturales), y

b) la Sociología de Durkheim, sobre todo en cuanto a la noción de una


"conciencia colectiva", para la cual las cuestiones culturales son tan importantes como
los factores materiales e institucionales. Una mirada de este tipo sobre la sociedad
rompía la visión diacrónica y narrativa vigente hasta ese momento. Al mismo tiempo,
enfatizaba el interés en las estructuras sociales antes que en los acontecimientos o los
personajes.

La construcción teórica y metodológica de los historiadores de Annales


permite encontrar un entramado de relaciones humanas complejas. Las
instituciones y las personas se diluyen en esa mirada global. No se
descuidan factores políticos ni, en especial, económicos, sino que su
inclusión en un cosmos que los excede desdibuja su especificidad.
También los actores sociales, individuos de los sectores populares o
dominantes, son subsumidos en las estructuras. Aun una figura literaria,
un “genio”, por ejemplo, se transforma en el vehículo para describir la
época que lo incluye: "Se niega el concepto idealista de la personalidad,
del individuo, que era fundamental para toda la concepción de la
burguesía culta del siglo XIX (...) Tampoco los campesinos y campesinas
de Montaillou, el pueblo medieval de herejes de Le Roy Ladurie, son
personas en el sentido idealista de unos individuos que tuvieran una idea
clara de sí mismos y de su mundo" (Iggers, 1995; p. 54).
Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la idea de estructuras sociales
aparece como un componente importante en la producción historiográfica de los
Annales. Pero se trata siempre de estructuras visibles, a la vez, en un conjunto de
ideas, en una mentalidad que las cohesiona y las vuelve reales. El aporte de los
primeros ordenadores hizo ver la posibilidad de “traducir numéricamente” esa relación
entre el plano mental y material. La noción de cultura de los Annales, que no adscribe
las ideas a individuos, sino a grupos sociales, encontró una posibilidad de plasmarse en

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un dato concreto: el número, Mediante la aplicación de métodos cuantitativos y
estadísticos a determinados corpus documentales, por ejemplo testamentarios.

Profundización de Escuela de los Annales: Estrictamente, la expresión


Escuela de los Annales define a una corriente intelectual iniciada a partir del
trabajo de los historiadores Lucien Fevbre y Marc Bloch, que reconoce al menos
tres generaciones de investigadores de gran prestigio en la Historiografía
occidental, entre los que se cuentan Fernand Braudel, Jacques Le Goff, George
Duby y Michel Vovelle. El nombre deriva de la revista Annales d´histoire
économique et sociale (Anales de historia económica y social). La escuela
sostiene, con cambios metodológicos y teóricos desde sus comienzos, la
necesidad de la investigación colectiva y el acercamiento global a las ciencias
humanas.

Profundización de Vidal de la Blache: Paul Vidal de la Blache (1845-1918) fue


un geógrafo francés que impulsó el estudio de las sociedades humanas a partir
de la relación entre geografía e historia.

Profundización de Durkheim: Émile Durkheim (1858-1917), es uno de los


fundadores de la Sociología moderna. Mediante la aplicación de métodos
científicos, buscó elaborar explicaciones generales acerca de los grupos sociales.
Para Durkheim un concepto clave era el de conciencia colectiva, que describe el
carácter de una sociedad particular. En su obra El suicidio: un estudio sociológico
(1897), analizó tasas de suicidio para demostrar que esos actos se producen
siguiendo patrones en base a los conflictos entre los individuos y su contexto
social.

La conciencia y la experiencia
La búsqueda de marcos generales de comportamiento y de relación reconoce
también una gran influencia del estructuralismo, un paso más en la posibilidad de
señalar regularidades por encima de “imponderables” como las variables subjetivas:
"Se trataba sobre todo de identificar las estructuras y las relaciones que,
independientemente de las percepciones y de las intenciones de los individuos, se
suponía que regían los mecanismos económicos, organizaban las relaciones sociales y
engendraban las formas del discurso. De ahí la afirmación de una separación radical
entre el concepto del conocimiento histórico y la conciencia objetiva de los actores"
(Chartier, 1995; p. 48).

A mediados del siglo XX, esta postura alimentó buena parte de los trabajos de
historiadores marxistas. El estructuralismo supone que el punto de vista de los actores
sociales, sus percepciones, sus valoraciones y sus intereses están determinados por las
relaciones sociales objetivas. De un modo mecánico, la base económica (traducida en
relaciones de producción, instituciones, etc.) determinaba una historia mundial que era
vista, en algunos casos, como un proceso predeterminado, una serie de etapas que,
inexorablemente, habrían de cumplirse.

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No obstante, para un grupo de historiadores marxistas británicos (Edward
Thompson, Raphael Samuel, George Rudé) el papel de la conciencia de los actores
sociales comenzó a ser decisivo en sus enfoques. Mantuvieron su interés en la lucha de
clases como elemento central de su modelo interpretativo, pero prestaron atención a
los procesos de dominación y resistencia.

Según su razonamiento, si la “conciencia” está relacionada con el modo de producción,


ya no es en una forma automática, sino que tanto ella como la cultura son elementos
claves para explicar la acción social. De este modo, la forma en la que los individuos
viven su cotidianeidad, la experiencia que sobre ella construyen, es el objeto central de
estas aproximaciones a la historia, y un modo de reinstalar los factores subjetivos en
el análisis histórico. Esta concepción, al mismo tiempo, otorgaba un papel central a los
sectores subalternos, ausentes de los relatos históricos políticos más tradicionales o
subsumidos en las grandes estructuras sociales y económicas de la etapa siguiente. De
allí que se comenzara a hablar de "historia desde abajo", en tanto se prestaba atención
a actores sociales relegados hasta ese momento por el relato histórico.

El énfasis en la experiencia, además, mantiene una mirada política sobre la


historia, en tanto las distintas visiones de los actores obedecen a conflictos, e instala la
noción de agencia en relación con los sectores más bajos, con lo cual, se deja de
caracterizarlos como sujetos pasivos.

Uno de los más importantes historiadores de esta rama culturalista, Edward


Thompson, publicó en 1963 La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra. El
eje central de esta obra es el rechazo de la noción de clase obrera como emergente de
un nuevo modo de producción. Para Thompson, la clase no es una "estructura" o
"categoría", sino un proceso, "algo que efectivamente sucede entre los seres
humanos": "La clase es una relación y no una cosa" (Thompson, 1963). Así, para este
autor, el núcleo de la clase es la conciencia, y no la relación de producción surgida de
fuerzas productivas objetivas.

Definición de “estructuralismo”: Corriente de pensamiento que surgió en


Francia a mediados de la década de 1950 y que influyó notablemente en
disciplinas como la Sociología, la Crítica Literaria, la Historia y la Antropología.
Haciendo eje en el lenguaje, autores como Claude Lévi-Strauss sostuvieron que
los fenómenos culturales pueden estudiarse mediante el análisis de símbolos que
cobran sentido en relación con otros elementos dentro de un sistema (una
creencia, una novela, un mito). Si bien estos sistemas son arbitrarios, ninguna
realidad puede ser comprendida sin conocer los códigos que establecen dichas
relaciones de significado. De allí que uno de los objetivos del estructuralismo sea
identificar los códigos, y las estructuras que los definen y hacen circular. Entre
los principales teóricos del movimiento estructuralista se destacan, además,
Roland Barthes, Michel Foucault, Jacques Lacan y, más recientemente, Jacques
Derrida).

Profundización de Edward Thompson: Edward Palmer Thompson (1924-


1993), historiador británico, fue profesor en la Universidad de Oxford, entre
otros centros, y en 1942 ingresó en el Partido Comunista Británico, del que se

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apartó después de la invasión soviética que puso fin a la revolución húngara de
1956. Es uno de los más brillantes integrantes del grupo de los historiadores
marxistas británicos. Se lo considera fundador de una forma novedosa de
estudiar el mundo obrero. La cultura popular, la conciencia de clase y sus
aproximaciones críticas al marxismo son el principal aporte de sus textos.

Profundización de “clase”: En este párrafo Edward Thompson sintetiza la


noción de clase como proceso que orientó su obra:

“Por ‘clase’ entiendo un fenómeno histórico complejo que unifica una serie de
sucesos dispares y aparentemente desconectados, tanto en lo que se refiere a la
materia prima de la experiencia como a la conciencia. Y subrayo que se trata de
un fenómeno histórico’. No veo la clase como una ‘estructura’, ni siquiera como
una ‘categoría’, sino como algo que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar
que ha ocurrido) en las relaciones humanas.

Todavía más, la noción de clase entraña la noción de relación histórica. Como


cualquier otra relación, es un proceso fluido que elude el análisis si intentamos
detenerlo en seco en un determinado momento y analizar su estructura. Ni el
entramado sociológico mejor engarzado puede darnos una muestra pura de la
clase, del mismo modo que no nos puede dar una de la deferencia o del amor. La
relación debe siempre estar encarnada en gente real y en un contexto real.
Además, no podemos tener dos clases distintas, cada una con una existencia
independiente, y luego ponerlas ‘en’ relación la una con la otra. No podemos
tener amor sin amantes, ni deferencia sin ‘squires’ ni braceros. Y la clase cobra
existencia cuando algunos hombres, de resultas de sus experiencias comunes
(heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses a la
vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres, cuyos intereses son
distintos (y habitualmente opuestos a) los suyos. La experiencia de clase está
ampliamente determinada por las relaciones de producción en las que los
hombres nacen, o en las que entran de manera involuntaria. La conciencia de
clase es la forma en que se expresan estas experiencias en términos culturales:
encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y fórmulas institucionales
(...) El problema es, por supuesto, cómo este individuo llegó a tener este ‘papel
social’ y cómo la organización social determinada (con sus derechos de propiedad
y su estructura de autoridad) llegó a existir. Y éstos son problemas históricos. Si
detenemos la historia en un punto determinado, entonces no hay clases, sino
simplemente una multitud de experiencias. Pero si observamos a esos hombres a
lo largo de un período suficiente de cambio social, observaremos pautas en sus
relaciones, sus ideas y sus instituciones. La clase la definen los hombres mientras
viven su propia historia y, al fin y al cabo, ésta es su única definición”
(Thompson, 1963).

Otro componente importante de esta corriente, en trabajos posteriores del


mismo Thompson (Tradición, revuelta y conciencia de clase, Costumbres en común) y
de Eric Hobsbawm (Rebeldes primitivos y El capitán Swing, con George Rudé), es la
noción de una cultura popular plebeya resistente al poder dominante y a las prácticas

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establecidas. Asimismo, un elemento propio de la lectura analítica de Thompson es la
noción de que la "la realidad de una sociedad sólo puede ser comprendida a través de
las experiencias de sus personas, pero esas experiencias en un principio escapan a las
investigaciones empíricas" (Iggers, 1995; p. 80). Thompson practica un análisis
histórico que consiste en un fino y minucioso trabajo hermenéutico, en el que fuentes
literarias coexisten con otras formas de documentación.

Definición correspondiente a “hermenéutico”: La hermenéutica es el arte y


la técnica de interpretar textos para fijar su verdadero sentido. En un principio,
se utilizó en el estudio de la teología y se aplicó específicamente a la
interpretación de las Sagradas Escrituras. Su uso se amplió desde el siglo XIX
hasta abarcar las teorías filosóficas del significado y la comprensión, así como las
teorías literarias de la interpretación textual.

Vida cotidiana y Microhistoria


El paso siguiente en el retorno de los individuos a la Historia surgió de los
cuestionamientos que, entre fines de los setenta y principios de los ochenta,
comenzaron a hacerse a los grandes modelos interpretativos. El estructuralismo era
criticado por ocultar las historias individuales, mientras que la Historia social construía
una visión única del desarrollo de la historia mundial en términos de industrialización y
urbanización, cayendo en generalizaciones semejantes e ignorando, en todo caso, las
consecuencias sociales de ambos procesos.

Por otra parte, aun aquellos modelos interpretativos que tomaban como objeto a
"los de abajo" perdían de vista el análisis de las articulaciones entre las estructuras de
dominación y los actores, es decir, entre los sujetos y las instituciones, los grupos o las
comunidades, tanto como realidades históricas como en cuanto modelos
interpretativos de los historiadores. Esto producía, por ejemplo, una idealización de los
sectores populares, entendidos como en “estado puro” frente a los restantes actores
sociales.

En la revisión de estos problemas, el principal aporte conceptual, metodológico y


temático fue realizado por la Microhistoria. Según Roger Chartier, "diferenciada
radicalmente de la monografía tradicional, la Microhistoria intenta reconstruir, a partir
de una situación particular, normal porque excepcional, la manera en que los
individuos producen el mundo social, por sus alianzas y sus enfrentamientos, a través
de las dependencias que los unen o los conflictos que los oponen" (Chartier, 1995; p.
49).

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Profundización de Microhistoria: “En la Microhistoria hay ciertas
características distintivas que derivan de ese período de los 70 en el que se
produjo un general debate político-cultural. En esto no hay nada particularmente
inusual, ya que los 70 y los 80 fueron años de crisis universal para la
prevaleciente creencia optimista de que el mundo podía ser rápida y radicalmente
transformado mediante líneas revolucionarias. En aquellos tiempos, muchas de
las esperanzas y mitologías que habían guiado previamente la mayor parte del
debate cultural, incluyendo el dominio de la Historiografía, probaron ser tanto
inválidas como inadecuadas para enfrentar imprevisibles consecuencias de
sucesos políticos y realidades sociales –hechos y realidades que estaban muy
lejos de conformar los modelos optimistas propuestos por los grandes sistemas
marxista o funcionalista. Estamos viviendo todavía a través de las dramáticas
fases iniciales de este proceso y los historiadores han sido forzados a proponer
nuevos interrogantes sobre sus propias metodologías e interpretaciones. Sobre
todo, lo que se ha debilitado es la suposición de la automaticidad del cambio:
más específicamente, lo que se ha llamado a cuestionamiento es la idea de una
progresión regular a través de una serie de etapas uniformes y predecibles en las
cuales se consideraba que los agentes sociales eran capaces de alinearse en
conformidad con solidaridades y conflictos de alguna manera natural e
inevitablemente dados (...) La predicción del comportamiento social probó ser
demostrablemente errónea y este fracaso de los sistemas y paradigmas en
vigencia requirió no tanto de la construcción de una nueva teoría social como de
una completa revisión del ya existente conjunto de herramientas de
investigación. Por más banal y simplista que parezca esta afirmación, esta
percepción de crisis es tan general que la más simple de las advertencias parece
ser necesaria. De cualquier modo existía una cantidad de posibles reacciones
frente a la crisis, y la Microhistoria no es nada más que un matiz dentro de las
respuestas posibles, que pone el acento en redefinir los conceptos y en
profundizar el análisis de las herramientas y los métodos existentes” (Levi, 1993;
pp. 10-11).
La mirada de la Microhistoria implica, a la vez, la asunción de que existen múltiples
historias y culturas, y por lo tanto, de que no hay un elemento constituyente de la
historia, sino muchos. ¿Qué es lo que jerarquiza y organiza, entonces, el análisis
histórico? La posibilidad de plantear esta pregunta revela la fuerte conmoción que
significó la Microhistoria para las distintas formas de entender el hacer de la historia
que venimos analizando. Por otra parte, la multiplicidad de objetos tan distintos abrió
la puerta a una renovación metodológica, puesto que se pensaba que cada una de esas
realidades requería métodos analíticos específicos. Estos métodos, sin embargo,
coincidían en permitir el énfasis en el análisis cualitativo de los procesos históricos.

Un elemento central para esa mirada lo constituye la noción de descripción


densa elaborada por el antropólogo cultural Clifford Geertz Para Geertz, la cultura y
los modos de vida son visibles en rituales o actos de alto contenido simbólico que,
mediante el análisis adecuado, pueden ser leídos como un texto. Es decir, los
fenómenos culturales son tratados como un hecho semiótico, constituido por un
entramado de relaciones de producción, circulación y recepción.

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Profundización de “descripción densa”: El concepto de “descripción densa”,
elaborado en la obra del antropólogo Clifford Geertz, tuvo una notoria influencia entre
numerosos historiadores. Así lo explica el autor:
“El concepto de cultura que propugno (...) es esencialmente un concepto semiótico.
Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de
significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el
análisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de
leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones (...) Desde cierto
punto de vista, el del libro de texto, hacer etnografía es establecer relaciones,
seleccionar a los informantes, transcribir textos, establecer mapas del área, llevar un
diario, etc. Pero no son estas actividades, estas técnicas y procedimientos los que
definen la empresa. Lo que la define es cierto tipo de esfuerzo intelectual: una
especulación elaborada en términos de, para emplear el concepto de Gilbert Ryle,
‘descripción densa’ (...) Consideremos, dice el autor, el caso de dos muchachos que
contraen rápidamente el párpado del ojo derecho. En uno de ellos el movimiento es un
tic involuntario; en el otro, una guiñada de conspiración dirigida a un amigo. Los dos
movimientos, como movimientos, son idénticos; vistos desde una cámara fotográfica,
observados ‘fenoménicamente’ no se puede decir cuál es el tic y cuál es la señal ni si
ambos son una cosa o la otra. Sin embargo, a pesar de que no puede ser fotografiada,
la diferencia entre un tic y un guiño es enorme, como sabe quien haya tenido la
desgracia de tomar el primero por el segundo. El que guiña el ojo está comunicando
algo y comunicándolo de una manera bien precisa y especial: 1) deliberadamente, 2) a
alguien en particular, 3) para transmitir un mensaje particular, 4) de conformidad con
un código socialmente establecido y 5) sin conocimiento del resto de los circunstantes
(...) El guiñador hizo dos cosas (contraer su ojo y hacer una señal) mientras que el que
exhibió el tic hizo sólo una: contrajo el párpado” (Geertz, 1997; pp. 20-22).

Esta idea define para Geertz el objeto de la Etnografía: “una jerarquía estratificada de
estructuras significativas atendiendo a las cuales se producen, se perciben y se
interpretan los tics, los guiños, los guiños fingidos, las parodias, los ensayos de
parodias, y sin las cuales no existirían (...) independientemente de lo que alguien
hiciera o no con sus párpados” (Geertz, 1997; pp. 20-22). El traslado de esta noción a
la Historia llevó a algunos a postular precisamente esta trama de significados
independientemente de las realidades sociales.

Uno de los aportes más notables de la escuela microhistórica es el realizado por


Carlo Ginzburg. Su libro más conocido, El queso y los gusanos. El cosmos, según un
molinero del siglo XVI, es el estudio de los juicios inquisitoriales a los que fue sometido
el molinero Menocchio, habitante del Friuli. Las actas de los jueces le permitieron a
Ginzburg reconstruir un diálogo fascinante entre dos mundos culturales, el de los
subalternos y los poderosos, y, a la vez, ensayar una interpretación de las formas en
que los libros (pues Menocchio leía) eran reinterpretados/resignificados por el mundo
de una cultura campesina particular.

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La Microhistoria ha concentrado su interés en cuestiones como la vida
privada (la infancia, la muerte, los gustos, las prácticas de lectura) y las
ha analizado cualitativamente a partir de casos individuales o muy
acotados numérica y espacialmente. La idea de Thompson de una
"experiencia de clase", por ejemplo, es cuestionada por esta visión,
aunque se mantiene la noción de que los conflictos organizan las
relaciones sociales. Las investigaciones no permiten pensar en una clase
obrera homogénea, como la pensaban los marxistas. Junto al abandono
de categorías analíticas como las de Estado y mercado, por ejemplo, y la
gran cantidad de matices introducidos en nociones como la de
"experiencia de clase", la Microhistoria sostiene la idea de que el poder y
la resistencia a éste estructuran las relaciones sociales y, por tanto, de
que es posible rastrearlos aun en casos individuales. El conflicto, como
en el caso del molinero Menocchio, está enraizado incluso dentro de la
persona misma. El gran cuestionamiento a la lectura propuesta por la
Microhistoria radica justamente en la pregunta siguiente: ¿es relevante
un caso para la explicación histórica?

Profundización correspondiente a Carlo Ginzburg: Carlo Ginzburg (Turín, 1939),


es uno de los historiadores italianos más destacados, sobre todo por sus aportes desde
la Microhistoria. El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI
(1976) fue un estímulo para numerosos especialistas en Historia, Antropología,
Literatura y Filosofía. Sus obras se caracterizan por un minucioso trabajo hermenéutico
y por el planteo de agudas hipótesis sostenidas con una gran erudición. Ha publicado:
Historia nocturna, Pesquisa sobre Piero y, El juez y el historiador.

Profundización acerca de la relevancia del caso: “Antes de examinar en qué medida las confesiones de
Menocchio nos ayudan a precisar el problema, es justo preguntarse qué relevancia pueden tener, en
general, las ideas y creencias de un individuo de su nivel social considerado aisladamente. En un momento
en que hay equipos enteros de investigadores que emprenden ambiciosas empresas de historia
‘cuantitativa’ de las ideas o de historia religiosa ‘seriada’, proponer una indagación lineal sobre ‘un’ molinero
puede parecer paradójico y absurdo: casi un retorno al telar manual en la época del telar automático. Es
sintomático que la viabilidad de una investigación de este tipo haya sido descartada de antemano por los
que (...) sostienen que la reintegración de las clases inferiores en la historia sólo es posible bajo el epígrafe
‘del número y del anonimato’ a través de la Demografía y la Sociología, del estudio cuantitativo de la
sociedad del pasado’. Con semejante aserto por parte de los historiadores, las clases inferiores quedarían
condenadas al ‘silencio’.

Pero si la documentación nos ofrece la posibilidad de reconstruir no sólo masas


diversas, sino personalidades individuales, sería absurdo rechazarla. Ampliar hacia
abajo la noción histórica de ‘individuo’ no es objetivo de poca monta. Existe
ciertamente el riesgo de caer en la anécdota (...) Pero no es un riesgo insalvable. En
algunos estudios biográficos se ha demostrado que en un individuo mediocre, carente
en sí de relieve y por ello representativo, pueden escrutarse, como en un
microcosmos, las características de todo un estrato social en un determinado período
histórico, ya sea la nobleza austríaca o el bajo clero inglés del siglo XVIII.

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¿Es éste el caso de Menocchio? Ni mucho menos. No podemos considerarlo como u
campesino ‘típico’ (en el sentido de ‘medio’, ‘estadísticamente más frecuente’) de su
época (...) A los ojos de sus paisanos Menocchio era cuando menos distinto de los
demás. Pero esta singularidad tiene límites precisos. De la cultura de su época y de su
propia clase nadie escapa, sino para entrar en el delirio y en la falta de comunicación.
Como la lengua, la cultura ofrece al individuo un horizonte de posibilidades latentes,
una jaula flexible e invisible para ejercer dentro de ella la propia libertad condicionada”
(Ginzburg, 1991, pp. 21-22).

Una interpretación tan fina de los casos ha generado en los historiadores que lo
practican un gran respeto por el objeto. Éste ha llevado a algunos de ellos, como
Natalie Zemon Davies, a sostener que es posible excluir por completo la influencia de
las teorías en el transcurso de la investigación. Otros, como Levi, sostienen que la base
de su lectura microhistórica es el marxismo, en tanto se proponen rastrear el conflicto
de clase. En todo caso, se plantea una diferencia respecto de la propuesta de la
descripción densa de Geertz, según la cual el objeto habla por sí mismo y el
investigador debe ser capaz de aprender ese lenguaje.

El giro lingüístico
Los cuestionamientos a la Historia provenientes del "giro lingüístico" de las
ciencias humanas parten de la idea del semiólogo Ferdinand de Saussure de que la
lengua es un sistema cerrado de signos y de que las relaciones entre éstos, por sí
solas, producen significación. Según esta idea, no somos nosotros los que nos
servimos de la lengua para nombrar los procesos en los que participamos, sino que
nuestros razonamientos están condicionados por las posibilidades que la lengua ofrece.
Un texto histórico, entonces, no hace referencia a ninguna realidad, sino a un sistema
de signos.

Es interesante considerar las relaciones entre el estructuralismo, que pensaba al


hombre dentro de diversas estructuras (económicas, políticas), y el individuo que es
posible imaginar dentro del giro lingüístico, determinado por la lengua. Para muchos
investigadores el discurso, en esta relación, pasaba a ser la estructura que contenía a
los individuos, sus acciones y organizaciones. La investigación, en consecuencia, debía
ser capaz de explicar los tramados de sentidos que organizan los discursos.

Esta mirada va de la mano con análisis como los de Hayden White (Metahistoria, El
contenido de la forma), que sostienen que la Historia es un genero literario y que, por
tanto, no se trata de una búsqueda científica de certezas, sino de una visión
determinada de ciertos procesos históricos que emplea una cantidad reducida de
recursos estilísticos de acuerdo con preocupaciones estéticas y morales de un autor.

Aunque la propuesta de White arroja elementos interesantes para pensar


el trabajo de los historiadores (como las relaciones entre forma y
contenido, por ejemplo) está claro, como bien advierte Georg Iggers, que

12
hay una gran diferencia "entre una teoría que niega a la exposición
histórica todo derecho a considerarse a sí misma como realista y una
Historiografía que es plenamente consciente de la complejidad del
conocimiento histórico, pero que aun así parte del supuesto de que los
hombres reales tuvieron pensamientos y sentimientos reales, los cuales
condujeron a acciones reales que pueden ser reconocidas y expuestas
históricamente" (Iggers, 1995; p. 97).
Sin duda, uno de los aportes positivos de la mirada lingüística sobre la Historia es
la revalorización de las intenciones de los sujetos, el papel de los hombres actuantes
en la historia; claro que siempre y cuando mantengamos la idea de que la Historia
habla de cosas que sucedieron, y no si pensamos que da lo mismo -y es lo mismo- la
historia que la ficción. Para quienes sostienen que la Historia no es más que una forma
de literatura, ni las motivaciones de los actores ni las de los investigadores son
relevantes, en tanto el objetivo de la Historia debe ser producir una narración plena de
significado.

Algunos historiadores ven esta discusión como un desafío más que como una
dicotomía insalvable. Para Roger Chartier no debe perderse de vista el “uso
incontrolado de la categoría de texto”, a menudo indebidamente aplicada a prácticas
(ordinarias o ritualizadas) cuyas tácticas y cuyos procedimientos no son en nada
parecidos a las estrategias discursivas” (Chartier, 1995; p. 53). Según este autor, las
prácticas sociales no pueden ser reducidas a las leyes que gobiernan los discursos. La
lógica de la sociedad no es la misma que la del texto, aunque el análisis textual pueda
ser una herramienta para su comprensión, sobre todo cuando los textos son en
muchos casos el principal recurso del que disponen los historiadores.

Chartier ha empleado en sus trabajos, concentrados sobre todo en las


prácticas de lectura en el siglo XVIII, la noción de “representación”. Este
concepto tiene en cuenta la autonomía de los actores, a diferencia del
viejo modelo de la historia de las mentalidades: “permite designar y
enlazar tres grandes realidades: primero, las representaciones colectivas
que incorporan en los individuos las divisiones del mundo social y que
organizan los esquemas de percepción y de apreciación a partir de las
cuales éstos clasifican, juzgan y actúan; después, las formas de
exhibición del ser social o del poder político, tales como signos y
‘actuaciones’ simbólicas que las dejan ver a través de la imagen, el rito, lo
que Weber llamaba la ‘estilización de la vida’; finalmente, la
‘presentificación’ de un representante (individual o colectivo, concreto o
abstracto), de una identidad o de un poder, dotado así de continuidad o
de estabilidad” (Chartier, 1995; p. 56).
Definición correspondiente a “giro lingüístico”: Este concepto, acuñado
por el filósofo estadounidense Richard Rorty, engloba una tendencia
visible en las ciencias humanas de las últimas décadas, que parecería
consistir, según el filósofo Frederic Jameson, en una reducción de toda
posibilidad de interpretación y toda realidad a un método y una técnica
basados en la semiótica y a un sistema cerrado de signos. Éste tiene

13
sentido en sí mismo, independientemente de la realidad o de los actores,
a los cuales determina. El principal eje de expansión de estas ideas, que
han generado profundos debates, lo constituyeron los estudios literarios
y su traslado a otras disciplinas, como la Historia.

Profundización correspondiente a Ferdinand de Saussure: Ferdinand de


Saussure (1857-1913), lingüista suizo, considerado el fundador de la lingüística
moderna, consolidó las bases de la semiótica a partir de una serie de oposiciones
teóricas; entre ellas, la de la lengua (una “serie de signos coexistentes en una
época dada al servicio de los hablantes”) y el habla, el uso individual y concreto
de tales signos. También definió el signo lingüístico como combinación del
significante, imagen acústica, y del significado, su concepto. Su trabajo influyó en
otras ciencias, como la antropología, la historia y la crítica literaria.

Profundización correspondiente a Roger Chartier: Roger Chartier (Lyon,


1945), historiador francés de la Escuela de los Annales. Su campo de
investigación fue, en un principio, la historia de las formas de sociabilidad y de la
educación; se centró posteriormente en la relación entre los textos y los lectores
en una forma de historia del libro. Paralelamente, investigó en campos como la
filosofía y la historia literaria, y la obra de autores como Michel Foucault y Michel
de Certeau. Algunos de sus libros son El mundo como representación, Historia de
la lectura en el mundo occidental y Escribir las prácticas.

La cuestión de la narración
En relación con los cuestionamientos a la Historia provenientes del giro
lingüístico, desde hace más de dos décadas se observa lo que el historiador Lawrence
Stone calificó, en un texto muy difundido de 1979, como “el resurgimiento de la
narración”. Sintéticamente, esto consiste en el retorno de los viejos métodos
descriptivos y concentrados en los hombres antes que en sus contextos, por sobre las
lecturas analíticas y estructurales. Un regreso de lo particular y específico en
detrimento del interés en lo colectivo y general.

Para Stone, esta nueva presencia de la narración debe ser entendida


fundamentalmente en relación con dos procesos: por un lado, la influencia de la
Antropología (en desmedro de la Economía y la Sociología) que mencionamos
anteriormente; por el otro, una crisis de los grandes modelos interpretativos vigentes a
mediados de siglo XX; fundamentalmente, el estructuralista. Justificadamente, como
hemos visto, se les señala a estos grandes modelos su incapacidad para tener en
cuenta variables independientes, como las ideas, la cultura e, incluso, la voluntad
individual, así como cuestiones relacionadas con el poder y la fuerza, las que
obviamente también estructuran la sociedad. Y como agudamente señala Stone, no es
casual que este fracaso de los grandes modelos interpretativos esté asociado a un
desencanto, en esos años, respecto de la política y las posibilidades de cambio de

14
distintos movimientos políticos. El individualismo resultante, parecería decirnos este
autor, es visible también en el objeto analítico de los historiadores.

Un análisis como el de Carlo Ginzburg, que utiliza un ejemplo –el de Menocchio-


para retratar una época, es para Stone, aunque reconociéndole sus méritos, un
síntoma de esta crisis entre dos grandes formas de ver la historia. Aun historiadores
que podrían colocarse en el paradigma que Stone reivindica buscan realizar sus
trabajos desde el nuevo paradigma. Por ejemplo, es el caso del medievalista George
Duby, que produjo una lectura apasionante de la sociedad medieval a partir de un
episodio acotado, la batalla de Bouvines (1214). Allí adopta la perspectiva de un actor
de época, y desde ella reconstruye la compleja sociedad de la que reyes y guerreros
partieron a combatir, con lo que el texto es mucho más que la crónica de una batalla.
El domingo de Bouvines es un libro que, además, no está sostenido por el habitual
aparato erudito de citas, pero que indudablemente está escrito con todo el oficio y el
saber de un gran historiador. ¿Qué desafíos presenta esto para miradas más
tradicionales acerca de la Historia?

La mirada de Stone es pesimista. A fines de los años setenta, anunciaba “el fin de una era: el
término del intento por producir una explicación coherente y científica sobre las transformaciones
del pasado (...) Obligados a decidir entre modelos estadísticos a priori sobre el comportamiento
humano y una comprensión basada en la observación, la experiencia, el juicio y la intuición,
algunos de los ‘nuevos historiadores’ manifiestan actualmente la tendencia a dejarse llevar hacia
el segundo modo de interpretación del pasado” (Stone, 1986; p.115).

Profundización correspondiente a Lawrence Stone: Lawrence Stone


(Epsom, 1919), historiador estadounidense, uno de los más reconocidos en el
campo de la historia social. Su trabajo más conocido es Familia, sexo y
matrimonio en Inglaterra, 1500-1800.

Profundización correspondiente a Georges Duby: Georges Duby (1919-


1996), historiador francés, uno de los más destacados especialistas en la Edad
Media. Su obra alcanzó una gran popularidad y difundió temas relativos a esa
época entre el gran público. Duby renovó los estudios medievales al enfatizar el
análisis del contexto social y económico en el que se inscriben los
acontecimientos. Su obra explora los vínculos entre los mundos social y cultural,
y entre el real y el imaginario. Entre sus publicaciones se destacan: Economía
rural y vida campesina en el occidente medieval (1962), El año mil (1967),
Guerreros y campesinos (1973), La época de las catedrales (1976), Atlas
histórico mundial (1978), El caballero, la mujer y el cura (1981), Guillermo el
mariscal (1984) y El amor en la edad media y otros ensayos (1988).

15
Microscopios y telescopios
Ahora bien, historiadores igualmente reconocidos han relativizado la preocupación de Lawrence Stone.

En una crítica a sus afirmaciones, Eric Hobsbawm sostiene que no hay que
alarmarse mientras tengamos presente que, para la mayoría de los historiadores
orientados hacia la narración, la recuperación de las historias o los episodios
individuales no es un fin en sí mismo, sino una estrategia para encontrar respuestas a
cuestiones más generales. Y señala que las opciones entre las miradas panorámicas o
particulares no son nada nuevas. Se trata de una cuestión metodológica, condicionada
por las estrategias argumentativas y el objeto estudiado: “No hay nada nuevo en la
decisión de contemplar a través de un microscopio, en vez de a través de un
telescopio” (Hobsbawm, 1998; p.194).

Para Peter Burke, el modo más fructífero de pensar este aparente dilema es el de
no construir una dicotomía entre “historiadores narrativos” e “historiadores
estructurales”, sino más bien pensar en las posibilidades de coexistencia de diversos
modos, narrativos y no narrativos, de hacer Historia. Propone analizar las relaciones
entre sujeto y estructura, para lo cual son necesarios tanto el análisis como la
narración. Si retomamos la propuesta de Chartier acerca de la noción de
representación, vemos que es precisamente una posibilidad de prestar atención no a
los individuos por un lado y las estructuras por el otro, sino a las relaciones entre
ambos, sin perder la especificidad de cada uno de los objetos. Las dos miradas aportan
al conocimiento histórico.

Sin embargo, muchos estudiosos piensan ahora que la Historiografía ha quedado


también empobrecida por el paulatino abandono de la narración a cambio de nuevos
paradigmas interpretativos, y en consecuencia. y ya se ha emprendido una búsqueda
de nuevas formas de relato que sean apropiadas a las nuevas historias que los
historiadores contarían. Entre estas nuevas formas se hallan la micronarración, la
narración hacia atrás (flashbacks) y los relatos que se desplazan hacia atrás y hacia
delante anacrónicos) entre mundos públicos o privados o presentan los mismos
acontecimientos desde múltiples puntos de vista (iterativos).

Este último punto propone una mirada que es comparable a la de la literatura y el


cine para construir las explicaciones históricas, que alterna los planos, las perspectivas
y el tamaño de la lente, sin perder, precisamente, la idea de narración. El microscopio
y el telescopio de Hobsbawm se han transformado en el zoom de una cámara
cinematográfica. El ajuste de la lente, la mirada y la perspectiva escogidas ponen en
primer plano la subjetividad del historiador: lo que le interesa y considera necesario
mostrar. Esta mirada está condicionada por sus preocupaciones personales, filosóficas,
políticas, que orientan la apelación a distintos marcos teóricos y formales. Y estos
marcos, conviene recordarlo, responden a contextos históricos concretos (volveremos
sobre el punto en el apartado Historia académica, Historia popular).

Profundización correspondiente a Eric Hobsbawm: Eric Hobsbawm


(Alejandría, 1917-, historiador británico, uno de los más prestigiosos

16
historiadores vivos. Se educó en Viena y Berlín, y, tras huir del nazismo, en
Londres y Cambridge, donde formó parte del grupo de historiadores marxistas
británicos. Fue profesor en el Birbeck College de la Universidad de Londres y en
la New School Research de Nueva York. Entre sus obras se destacan Historia del
siglo XX, La era de la revolución (1789-1848), La era del capital (1848-1875), La
era del Imperio (1875-1914) y Naciones y nacionalismos desde 1780.
Recientemente publicó su autobiografìa, llamada Años interesantes.

Profundización correspondiente a Peter Burke: Peter Burke (1937),


historiador británico, es fellow del Emmanuel College y profesor de Historia
cultural en la Universidad de Cambridge. Prestigioso especialista en el
movimiento renacentista, es autor, entre otras obras, de El Renacimiento
Italiano: cultura y sociedad en Italia (1995) y de El Renacimiento (1987).

Historia académica, Historia popular


Uno de los problemas para la Historia “académica” parecería ser la pérdida del
lugar único y autorizado para elaborar y hacer circular versiones acerca del pasado.
Podemos verlo hoy, en la Argentina: el éxito editorial de libros como los de Felipe
Pigna, Jorge Lanata y Pacho O´Donnell ha hecho que algunos historiadores
provenientes de la academia salgan a delimitar claramente las respectivas
competencias y legitimidades. Sin querer entrar en esta discusión, el hecho cierto es
que la polémica revela dos cosas: la presencia de dos grandes modelos interpretativos
y el interés de un público relativamente amplio por la historia. Que una revista como
Todo es historia tenga más de treinta años en los quioscos de todo el país es un dato
que habla por sí mismo.

En primer lugar conviene aclarar que no consideramos que exista una dicotomía tajante entre
la Historia “académica” y la de “divulgación” o “popular”. Muchos historiadores de gran prestigio
académico han optado también por formas de escritura más masivas, y esto refleja tanto el
intento de encontrar nuevos vehículos de circulación de ideas como las expectativas por alcanzar
un público más amplio con los fines de intervenir en el debate público: “parece ser el deseo de
que sus hallazgos resulten accesibles una vez más a un círculo inteligente de lectores que, sin ser
expertos en la materia, se hallen ávidos por aprender lo revelado en estos nuevos e innovadores
planteamientos, métodos y datos, pero que sean incapaces de asimilar las indigestas tablas
estadísticas, las frías argumentaciones analíticas y los enredados galimatías” (Stone, 1986; p. 109).
Más allá de las diferencias formales, esta distinción también da cuenta de que,

independientemente del trabajo de los historiadores, la gente arma y “escribe” su

historia. En países como la Argentina, al mismo tiempo, “existe una asunción popular

17
de que la ‘memoria’ aparece como la opción frente a una ‘historia’ que ha estado

alejada de ‘la gente’ y ha tendido a ocultar determinados aspectos del pasado,

argumento que evoca, aunque de un modo rudimentario, el eje crítico sostenido por el

revisionismo argentino de la primera mitad del siglo XX. Las consignas que oponen

‘olvido’ a ‘memoria’, las visiones conspirativas acerca de la ‘historia oficial’ son

excelentes ejemplos de esto (...) Para muchos la ‘memoria’ parecería ser algo que

‘sucede’ por fuera de la Historia entendida como actividad científica” (Lorenz, 2004).

Es decir, esta constatación debería llevar a que los historiadores profesionales se

pregunten qué es lo que los hace necesarios, relevantes, para la sociedad de la que

son parte, y a trabajar asumiendo que las nociones populares acerca de la historia

pueden incluir su trabajo (aunque no necesariamente), pero que, a la vez, se forman

por numerosas vías alternativas de acercamiento al pasado: la literatura, el cine, las

historietas, y sobre todo, como veremos, los recuerdos personales. Todo esto se

combina y sirve de tamiz a los trabajos de los historiadores cuando un individuo hace

una síntesis que le permite imaginarse parte de una historia.

Por otro lado, es cierto que podría señalarse una clara línea divisoria de aguas: la

Historia “popular”, de larga tradición, siempre estuvo apegada a la estructura

narrativa, mientras que la “académica” concentró muchos de sus esfuerzos en los

problemas generales y las estructuras.

Cabe señalar que la noción de Historia “popular” alude tanto al objeto


como al modo de hacer historia. Analiza la historia de los sectores
populares, de las distintas nociones de pueblo a lo largo del tiempo, de
sus preocupaciones, vehículos culturales y vida cotidiana. Al mismo
tiempo, en cuanto al modo, “la historia popular representa siempre un
intento de ensanchar la base de la historia, de aumentar su material de
estudio, de utilizar nuevas materias primas y de ofrecer nuevos mapas de
conocimiento. De modo implícito o explícito, es oposicional, una
alternativa a la erudición “plúmbea” (Samuel, 1984: p.17).
Ese ensanchamiento de la base hace que se incorporen otros saberes a la hora de dar cuenta
del pasado, y en consecuencia, que algunos historiadores sientan amenazada su posición de

18
legitimidad. El trabajo de los anticuarios, de los coleccionistas; la voluntad de una comunidad por
recordar a sus vecinos ilustres; el esfuerzo personal por preservar fotografías y recuerdos, aun la
apelación a la Historia desde la publicidad o la moda, son, desde el punto de vista social, formas de
“hacer Historia”. Como sostiene Raphael Samuel: “la historia no es una prerrogativa de los
historiadores, ni siquiera, como sostiene el posmodernismo, una ‘invención’ de los historiadores.
Es, más bien, una forma social del conocimiento; el trabajo, en cualquier circunstancia, de un
millar de manos diferentes. Si esto es cierto, la discusión central de cualquier debate
historiográfico no debería ser el trabajo individual del académico, ni siquiera acerca de escuelas
interpretativas rivales, sino más bien el conjunto de actividades y prácticas en las que la idea de
historia está presente o la relación dialéctica pasado-presente aparece” (Samuel, 1999; p. 8).
Profundización correspondiente a Raphael Samuel: Raphael Samuel (1934-
1996), uno de los pilares del grupo de historiadores marxistas británicos, fue
fundador y director de la mítica revista History Workshop Journal. Publicó un
clásico del género testimonial llamado East End Underworld, sobre la vida del
delincuente profesional Arthur Harding. En Theatres of Memory, su última obra,
reflexionó agudamente sobre las relaciones entre la cultura popular y la
producción académica.

Las múltiples entradas de la historia oral


En el contexto que venimos desarrollando –de fragmentación de modelos
interpretativos, cuestionamientos desde el giro lingüístico, retorno de la narración y
renovación temática- una de las vías que muestran el potencial creativo y analítico es,
sin duda, la Historia oral, cuyo desarrollo se observa en el nivel mundial.

Estrictamente, la utilización de testimonios orales para la escritura histórica es tan


antigua como la Historia misma. Pero la utilización sistemática de testimonios, la
incorporación de métodos y conceptos propios de la Antropología, la Sociología y la
Psicología se vieron estimuladas por el desarrollo tecnológico que facilitó y abarató el
registro de testimonios; sobre todo, a partir de la Segunda Guerra Mundial. La
voluntad de hacer “Historia desde abajo” mencionada antes se complementó con la
idea, algo ingenua al principio, de que mediante el registro de entrevistas también era
posible “darles voz a los que no la tienen”.

Ambas interpretaciones desconocían el rol activo del investigador sobre la fuente;


en este caso, el testimonio. Y, sin duda, uno de los principales aportes al desarrollo de
la Historia oral consistió precisamente en confrontar a los historiadores con su propia
subjetividad. Uno de los pioneros en el campo, Ronald Grele, director de la Oficina de
Investigaciones de Historia Oral de la Universidad de Columbia. define la Historia oral
como “la entrevista de testigos participantes en los hechos del pasado con el propósito
de la reconstrucción histórica” (Grele, en Perks y Thomson, 1998). Por un lado, la
Historia oral es una especialidad de la Historia que se define por su metodología; por el
otro, es la noción de pasado construido, es decir, de la existencia de múltiples miradas
e intervenciones para narrarlo.

19
Los historiadores que comenzaron a utilizar las entrevistas como parte de sus
recursos se lanzaron, literalmente, a registrar las voces de distintos marginados o
ignorados: perseguidos, pobres, minorías sexuales, sobrevivientes de campos de
concentración. Pero, en forma creciente, se distinguieron dos vías de trabajo. Una que
podríamos llamar “literal”, y otra preocupada por el desarrollo teórico y metodológico
que debía acompañar esa explosión de fuentes y temas.

La falibilidad y la subjetividad de la memoria humana fueron las dos principales


objeciones que se les hicieron a los historiadores orales. En el primer caso, una lectura
superficial de las fuentes (visible, por ejemplo, en trabajos que se limitan a transcribir
largas entrevistas) es más vulnerable a cuestionamientos de este tipo. Pero la
aplicación de herramientas críticas a las fuentes orales (como la comparación con otro
tipo de documentos) es un resguardo suficiente (ni más ni menos que para otras
fuentes más “tradicionales”).

Un tercer cuestionamiento era el de la “veracidad” de las fuentes. Las fuentes


orales construidas mediante entrevistas son fundamentalmente cualitativas. Por sus
características, permiten reflexionar acerca de la cuestión de la “verdad”, en relación
con cualquier fuente, y no sólo con las orales. El historiador italiano Alessandro
Portelli sostiene que “las fuentes orales nos dicen no sólo lo que hizo la gente, sino lo
que deseaba hacer, lo que creía estar haciendo y lo que ahora piensa que hizo”
(Portelli, 1991; p. 42). Es decir, lo que importa como dato es lo que creen los actores;
esto constituye un hecho histórico, puesto que los actores organizan sus vidas y sus
acciones sobre la base de esas visiones acerca del pasado. La posibilidad de
aproximarse a la memoria y la subjetividad como objetos analíticos recibió un gran
aporte por parte de los historiadores orales.

Profundización referida a Alessandro Portelli y su obra: Alessandro Portelli,


historiador italiano, uno de los referentes mundiales en relación con la historia
oral. Ha publicado gran cantidad de libros y artículos en los que aplica el uso de
fuentes orales, entre ellos The Death of Luigi Trastulli and Other Stories, The
Battle of Valle Giulia y, más recientemente, La orden ya fue ejecutada. Roma, las
Fosas Ardeatinas, la memoria (2004).
Uno de los trabajos pioneros de Alessandro Portelli analiza la historia de la muerte del
obrero metalúrgico Luigi Trastulli, el 17 de marzo de 1949 en Terni, Italia, durante una
manifestación contra la O.T.A.N. El obrero, de 25 años, fue asesinado por la policía cuando
escapaba de la represión. Sin embargo, al entrevistar a numerosos compañeros de Trastulli,
Portelli encontró que, contra toda la evidencia judicial, de la prensa y de las mismas
publicaciones sindicales o partidarias, la gran mayoría de los entrevistados fechaba el
asesinato más de diez años después, entre 1962 y 1963. Esto se debía a que en esos años se
habían producido gran cantidad de despidos y movilizaciones en una ciudad con una fuerte
tradición de lucha obrera antifascista. Los obreros de Terni se habían movilizado en una
importante huelga general, y habían sido derrotados.

20
La muerte de Trastulli, relatada como un martirio, aunque extrapolada,
simbolizaba esa derrota política. Concluye Portelli: “El distanciamiento entre el
hecho (acontecimiento) y la memoria no se puede atribuir al deterioro del
recuerdo, al tiempo transcurrido, ni quizás a la edad avanzada de algunos de los
narradores. Sí puede decirse que nos encontramos delante de productos
generados por el funcionamiento activo de la memoria colectiva, generados por
procedimientos coherentes que organizan tendencias de fondo que incluso
encontraremos en las fuentes escritas contemporáneas a los hechos. Podemos
añadir una última observación: conoceríamos mucho menos el sentido de este
acontecimiento si las fuentes orales no lo hubieran referido de manera cuidadosa
y verídica. El hecho histórico relevante, más que el propio acontecimiento en sí,
es la memoria” (Portelli, 1989; pp. 28-29).

Respecto de la expresión “historiadores orales”, una de las pioneras de la


especialidad en la Argentina, Dora Schwarzstein, sostenía que ella se consideraba
una “historiadora que utiliza fuentes orales”. De este modo, señalaba la necesidad de
evitar caer en la trampa de la simple fascinación por el testimonio. La entrevista es
una situación en la que el relato histórico se construye entre la evocación del
informante y las preguntas del historiador, y puede generar que algunos
investigadores se queden “pegados” a sus fuentes, sin la suficiente distancia crítica. De
allí que resulte imprescindible el cruce de los testimonios obtenidos con otras fuentes y
miradas, porque la riqueza analítica probablemente se encuentre en las distorsiones y
las diferencias entre ellas.

Sin lugar a dudas, la historia oral coloca en el primer plano del interés de
los historiadores la relevancia de las memorias individuales y su relación
con las construcciones colectivas, y, por tanto, el papel de los sujetos en
la construcción de los relatos históricos.
Dora Schwarzstein (1946-2002), historiadora argentina, impulsora del uso y la
difusión de las técnicas de entrevista en su país. Desarrolló gran cantidad de
actividades en el ámbito educativo, fortaleciendo los puentes entre la universidad y
otros niveles de enseñanza. Publicó La historia oral (como compiladora) y Entre Franco
y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en la Argentina.

Conclusión: la fragmentación como posibilidad


El desarrollo de la tecnología y las comunicaciones ha multiplicado de un
modo inconmensurable las posibilidades de registro y preservación de
materiales del pasado. Proyectos virtuales, audiovisuales, foros y redes
de intercambio han generado una circulación masiva de relatos y
experiencias históricas. Los millares de flashes que vemos, por ejemplo,
durante la transmisión en directo de un recital de rock representan la
creación de otros tantos registros del pasado, por no contar la cantidad
de personas que a lo mejor en ese mismo momento están grabando ese

21
recital con equipos hogareños, o simplemente viéndolo y registrándolo
en su memoria.
Por otra parte, pensemos en el escándalo por las violaciones a los
derechos humanos cometidas por soldados estadounidenses en Irak. En
algunos casos, se hicieron públicas gracias a fotografías y videos
caseros tomados por los mismos implicados. Por un lado, un crimen fue
conocido por millones de personas; por el otro, los que lo perpetraron lo
registraron como un episodio dentro de su servicio activo en Oriente. Los
límites entre las posibilidades tecnológicas de registro del pasado y la
banalización de éste son difusos y, en algunos casos, el bombardeo
informativo puede distorsionar las más elementales jerarquías éticas. La
Historia, por supuesto, no escapa a este peligro.
La aparente superabundancia de fuentes no debería hacernos peder de vista otras
cuestiones. La primera y más obvia es la selectividad. Ella está constituida por los
intereses del historiador, habitante de un contexto espacial y temporal determinados, y
se sostiene en producciones escritas con la ayuda de herramientas metodológicas
sólidas. La apertura temática y metodológica es tanto una consecuencia como una
respuesta al exceso de informaciones. Deberíamos considerar, además, que lo que
transforma a un registro del pasado en evidencia es su inclusión en una lectura
histórica; es decir: es la pregunta del historiador la que lo constituye en una fuente.

Por otra parte, deberíamos tener en cuenta aquello que fue el principal aporte de la
revolución historiográfica iniciada alrededor de los años sesenta: el incremento en los
temas que los historiadores consideraron objeto de su interés; fundamentalmente,
aquellos vinculados a la historia de los oprimidos o silenciados. Si se abandona la
concepción ingenua del registro “literal”, aun permanece intacto el potencial
democratizador de mantener inquietudes analíticas semejantes. Ni la superabundancia
de registros anula los silencios en la Historia, y es más: puede contribuir con ellos.
Nuevamente, la capacidad analítica, la jerarquización temática surgida de la actitud
crítica, de la ideología y la subjetividad del historiador, cumplen ese papel.

Profundización correspondiente a “actitud crítica”: Aunque citado muchas


veces, este texto constituye un manifiesto acerca de la importancia de la mirada
crítica en una época de aparente abundancia y libertad de la información:
La dignidad esencial de la vocación histórica subsiste, e incluso me parece que su
imperativo tiene en la actualidad más urgencia que nunca. En el mundo que hoy
habitamos, ya no se trata de una cuestión de decadencia de la memoria colectiva
y de declinación de la conciencia del pasado, sino de la violación brutal de lo que
la memoria puede todavía conservar, de la mentira deliberada por deformación
de fuentes y archivos, de la invención de pasados recompuestos y míticos al
servicio de los poderes de las tinieblas. Contra los militantes del olvido, los
traficantes de documentos, los asesinos de la memoria, contra los revisores de
enciclopedias y los conspiradores del silencio (...) el historiador solo, animado por

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la austera pasión de los hechos, de las pruebas, de los testimonios, que son los
alimentos de su oficio, puede velar y montar guardia (Yerushalmi; 1989; p. 25).

Las cuestiones relativas a la subjetividad y a la memoria (de las que nos


ocuparemos en detalle en la clase 12) han permitido revisar los presupuestos acerca
de la práctica de los historiadores, así como aspectos cualitativos de las fuentes que
éstos utilizan. Fundamentalmente, casi nadie discute hoy la idea de que los relatos
acerca del pasado, las identidades y las tradiciones son una construcción social y, por
lo tanto, histórica. Esto no significa caer en el relativismo, sino sólo sabernos parte de
un proceso de reinterpretación social permanente del pasado, en el cual la actividad de
los historiadores y de quienes hacen circular sus conclusiones –entre otros, los
docentes- desempeñan un papel importante.

Bibliografía
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24

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