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ROJO: CAMI NEGRO:ANDRE

Charruas.
PRESENTACIÓN

Somos llamados: “los arrebatados”, “los destructores”, “los jaguares”, “los mutilados”. Éramos
un pueblo amerindio ubicado en el sur de Uruguay . Para poder ampliar nuestro territorio
debimos enfrentarnos en guerra contra españoles y guaraníes. Logramos alcanzar el norte de
Uruguay, sur de Brasil y Argentina principalmente Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe.

ORGANIZACIÓN SOCIAL

Practicábamos el nomadismo cerca de ríos y arroyos, las viviendas no eran de carácter estable
y nos organizábamos socialmente en jefaturas gobernadas por un cacique.

Antes de la colonización los Charrúas ubicaban su vivienda cerca de ríos y arroyos y en lugares
que les asegurara una abundante alimentación natural. Cada toldería tenÍa su propio cacique.
En épocas de guerra formábamos un consejo que el que decidía las acciones a seguir. Resuelto
el ataque o la defensa cada cacique arengaba su hueste, mientras que las mujeres se
mantenían atrás y cantaban. Practicando una especie de chamanismo.

ORGANIZACIÓN ECONOMICA

Hasta la conquista española éramos cazadores recolectores y pescadores. Luego nos


dedicamos a la ganadería principalmente de bovinos y equinos. Implementamos el caballo y
practicámos el trueque con tribus vecinas. Manejábamos la piedra para fabricar boleadoras o
puntas para flechas y lanzas

VESTIMENTA

Vestíamos una especie de delantal o taparrabos, de piel o de algodón. Producto que


obteníamos por comercio con los guaraníes. En las estaciones frías, usábamos el típico manto
de piel patagón llamado quiyapí. Los adornos corporales y faciales formaban parte de nuestros
elementos mágicos. Usábamos, tanto hombres como mujeres, una vincha blanca. Las mujeres
completábamos el atuendo con collares de cuentas. También llevábamos plumas de ñandú en
la cabeza.

Cuando las mujeres llegábamos a la pubertad, nos pintaban en la frente tres rayas azules que
caían verticalmente desde el nacimiento del pelo hasta el nacimiento de la nariz y nos trazaban
otras dos que les cruzaban las mejillas.

CREENCIAS

Nuestro dios era la luna “zoba” o “ghidai”. Las Lunas llenas sucesivas marcaban el año lunar, a
razón de tres Lunas llenas por estación, pero al llegar a cada solsticio de invierno se
aumentaba una Luna para la estación siguiente. Las cuatros estaciones, claro, no se
designaban como primavera, verano, otoño e invierno sino por las actividades propias de cada
temporada. Cada cierto período de años los ancianos advertían que los ciclos lunares se habían
desfasado con relación al solsticio de invierno, y entonces se agregaba otra Luna más a la
estación primaveral.

Pero la pradera por la noche está poblada de espíritus y el monte, por el día y por la noche,
tiene muchos más. Esos espíritus deambulan con diferentes propósitos. La mayoría de ellos,
memoria antigua de abuelos sabios, quiere protegernos, pero para eso cada espíritu debe
fortalecerse, energetizarse. Y allí es donde a Luna juega su papel. Es en esos casos que la Luna
se llama Guidaí, fuente energetizadora de los espíritus protectores. cada recién nacido fuera
presentado a la primera Luna llena, desnudo, pasando de los brazos de su mamá a los de la
anciana o el anciano sacerdote de la comunidad. No importaba que fuera pleno invierno: la
Luna era protección suficiente, abrigo y escudo para el nuevo ser. Y si en el momento de la
presentación ocurría algún prodigio, alguna señal extraordinaria relacionada con la Luna,
aquella niña o aquel varoncito podían recibir el nombre Guidaí como parte de su identidad
secreta, la que no sería revelada fuera de la comunidad. En efecto, el nombre se elegía
observando las señales de la Naturaleza en el entorno inmediato.

Sufrimos bastante y lloramos mucho cuando un integrante muere. Si el muerto era un adulto,
las hijas, hermanas y esposas, nos cortábamos alguna de las falanges de los dedos,
comenzando por el meñique, y siguiendo con otros dedos si continuaban muriendo nuestros
familiares hombres. A veces pasábamos dos lunas encerradas en nuestras chozas o tolderías,
para llorar y comer muy poco alimento. Con el tiempo se fueron suavizando estos
ceremoniales, principalmente el de cortarse las falanges, ya que les perjudicaba su carencia
principalmente en tiempos de guerra y recolección.

En cambio los hombre no hacían duelo por la muerte de su mujer, ni el padre por la de sus
hijos, pero sí por la de sus padres varones, donde se ocultaban dos días completamente
desnudos sin alimentarse, más que con carne o huevos de perdiz. Después por la noche le
piden a otro indio que le atraviesen el brazo con un pedazo de caña, de modo que los
extremos salen por los dos lados, a veces en varias partes desde el puño hasta el hombro, para
que el dolor al igual que el duelo se fuera solo.

ACTUALIDAD

Se calcula que en Uruguay, Brasil y Argentina hay entre 160.000 y 300.000 descendientes
nuestros, algunos de los cuales pretenden que se los reconozca como parte de dicho pueblo
pese a que ninguno ha sido criado en dicha cultura ya que se extinguió en el siglo XIX.

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