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“ENTRE RAZÓN Y FE”

Jüergen Habermas y Joseph Ratzinger

-Afirmaciones de Habermas.

Para Habermas el Estado democrático liberal está sustentado en sus ciudadanos, elementos
de suma importancia, pues ellos son los que ponen a prueba su legitimidad. El Estado
encuentra dicha legitimidad en una justificación de índole secular y en su sistema
normativo. Ambos componentes son constructos modernos que son sostenidos por la
sociedad.

Los individuos que componen la sociedad tienen orígenes diversos, y también distintas
maneras de concebir el mundo y la vida; sin embargo, todos ellos son susceptibles de las
transformaciones impulsadas por el Estado en el orden normativo, por lo que si éste último
actuara sin la contemplación de las consecuencias entre sus ciudadanos y de sus creencias,
dice Habermas, los “ordenamientos liberales” se encontrarían en peligro, pues dejaría de
lado a parte de la población, y la pretensión del Estado democrático liberal es ser abarcante
e incluyente.

Otro de los pilares del Estado moderno democrático liberal es la razón. Para el autor es
posible defender un concepto de razón a través de las resultantes del análisis de lo que el
llama el “contenido normativo de la constitución comunicativa”, es decir, de los principios,
derechos, deberes y permisiones de la sociedad liberal, así como los mecanismos por los
cuales se llevan a cabo.

Parte esencial de la constitución del Estado liberal es el proceso democrático, el cual es


considerado un proceso legítimo en tanto que es la manifestación de la voluntad colectiva,
de la sociedad que decide para ella. Para el filósofo alemán esto es una estrategia de
fundamentación en derecho de la autoridad estatal, para la que requieren de la participación
y adhesión de los ciudadanos.

Habermas afirma que no hay ninguna concepción ajena al orden de las cosas de la sociedad
secular que sostenga a las autoridades, por ejemplo, argumentos metafísicos que legitimen a
la autoridad estatal. No hay autoridad fuera del derecho en el Estado constitucional, pues él
se construye sobre la base del consenso, a diferencia del consenso prejurídico en donde éste
se acepta.

Así, dada la constitución del Estado a través de la aceptación de sus ciudadanos, éste no
necesita legitimaciones religiosas o metafísicas, pues ella se la otorgan sus principios y sus
ciudadanos, de quienes se espera que con su participación en la constitución de normas y la
observancia de éstas, actúen en pro del bien común, cuestión que no puede imponerse
medio de la legalidad en el Estado liberal.

Por su parte, para Habermas las prácticas democráticas desarrollan una dinámica propia, en
donde se busca la participación de la sociedad a través de las libertades que sostiene en su
forma comunicativa. Así, es posible y deseable que se discuta acerca de la manera de
interpretar los principios constitucionales del proceso democrático y del Estado mismo. Es
decir, la manifestación del pluralismo que se encuentra dentro de las garantías del Estado
democrático liberal se hace a través de la expresión del mismo pluralismo. Sin embargo, el
Estado que intenta garantizar dicha divergencia de posicionamientos, necesita de la
convergencia de los grupos. De esta manera es deseable por parte del Estado una
solidaridad entre la población, la que sólo puede surgir cuando se juzgan justas las acciones
dentro de una sociedad y cultura determinadas. Por ello, afirma el autor que de producirse
una “modernización desencaminada”, tensionaría el vínculo democrático que sostiene con
los ciudadanos del que depende.

Pero posiblemente una de las afirmaciones más importantes de la intervención de Habermas


para la sociedad contemporánea es que, gracias a los procesos económicos globales,
estamos asistiendo al desmoronamiento de la solidaridad interciudadana, reduciéndose el
margen de lo público, haciendo lugar a los intereses particulares. Son principalmente tres
medios de integración de la sociedad los que corren peligro, a saber, los valores, normas y
los usos lingüísticos al servicio del entendimiento. Por ello es que al Estado le viene bien
respetar y garantizar los derechos de todos los grupos que pueden respaldar sus decisiones,
no siendo la excepción los religiosos, quienes pueden ejercer una importante influencia en
la sociedad y en el debate público. Sin embargo, la religión debe abandonar su pretensión
de ser la única capaz de realizar la interpretación del mundo y de organizar la vida en él.
Asimismo, conciencia secular debe afrontar los límites de la ilustración a través de la
autorreflexión, y debe reconocerles a las concepciones del mundo religiosas tanto un
potencial de verdad como sus aportaciones a la discusión pública.

-Afirmaciones de Ratzinger

Para Ratzinger en la actual sociedad global hay una mayor interdependencia del poder en
sus formas política, económica y cultural, al mismo tiempo que tienen, teniendo cada vez
más interacción entre ellos. Asimismo, en la época en que vivimos se ha demostrado los
alcances de la humanidad, tanto de creación como de destrucción. Mientras tanto, la
posibilidad de contacto de diversas culturas han contribuido al quebranto de la ética en las
diversas sociedades.

Ratzinger sostiene que el incremento del conocimiento científico ha dado como resultado la
modificación de la manera de ver el mundo y del ser humano para el hombre, quebrantando
antiguos asideros morales. Por ello, la ciencia tiene una responsabilidad hacia el ser
humano, y hace especial énfasis en la filosofía, pues ve como su deber el analizar la
naturaleza del ser humano, su origen y el propósito de su existencia.

En cuanto a la ley se trata, el ahora papa, sostiene que el poder debe estar sometido a ésta,
regularlo y garantizar que se ejerza de manera razonable y razonada. Para el autor ahora
comentado la sociedad debe confiar en el derecho para vivir la libertad en comunidad, pues
si no hay normas que delimiten la libertad ésta se destruye en la forma de la anarquía.

Ratzinger acepta explícitamente que la democracia es la forma más adecuada de gobierno,


en tanto que permite la participación de la sociedad en la creación de sus leyes, debiendo
ser éstas la expresión de la voluntad popular en busca del bien común. Sin embargo,
también encuentra las limitaciones del proceso democrático al aceptar que la decisión por
medio de una mayoría no siempre resuelve los problemas éticos del derecho ni la injusticia
en el mismo. Por ello es que no se ha dejado a consideración el reconocimiento de ciertos
derechos por parte de la consulta a la sociedad, que el religioso afirma que son valores que
se sustentan per se, pues tienen su origen en la “esencia” del ser humano, en su naturaleza
misma. Éstos son inherentes a los hombres, y los conocemos en la sociedad occidental
como “derechos humanos”.
Ratzinger encuentra que en los últimos cincuenta años han tenido lugar nuevas
manifestaciones del poder, de las que han estado detrás tanto la religión como la razón, por
lo que ésta última debe ser puesta en duda. De ello resuelve que ambas, religión y razón,
deben limitarse, frenando los extremos en que pueda incurrir cualquiera de las dos al
atentar contra el ser humano mismo y su naturaleza.

Para este autor el derecho natural, mediante el cual la naturaleza y la razón acompañaban,
entró en crisis con la teoría de la evolución, siendo su último resabio los “derechos
humanos”. Para el ahora papa estos derechos están allende de la voluntad creadora del
hombre, pues sostiene que pueden—o deben—encontrarse, pero no inventarse, lo que deja
fuera de la configuración de lo existente al hombre, es decir, en este sentido los derechos
humanos son metahistóricos.

Así también, Ratzinger apunta que estos derechos deben de complementarse con unos
deberes humanos y de límites del hombre, al mismo tiempo que debieran interpretarse a
una escala intercultural, pues la cuestión de la interculturalidad está en el centro de la
discusión acerca de la naturaleza humana.

De este modo, el religioso afirma que no existe acuerdo que sostengan todas las culturas en
cuanto a la concepción del mundo se refiere; sin embargo, existe una generalidad cada una
de ellas: todas tienen discordancias en su interior. Aunado a esto, sostiene que las otras
culturas están sometidas a la presión tanto de la racionalidad occidental como de la fe
cristiana. De éstas dos últimas dice Ratzinger que, a pesar de su pretensión universalista, no
son universales, aunque influyen en el mundo como dos grandes culturas de occidente.
Debe tomarse en cuenta que no existe una visión del mundo única que sea aceptada por
todos los individuos del planeta, y por lo tanto no existe una ética global más que en forma
de abstracción. Lo que existe es un pluralismo de visiones y de consideraciones acerca de lo
que en occidente se llamó el “deber ser”.

Para concluir el autor afirma que existen patologías por ambos lados, tanto de la religión
como de la razón, por lo que es necesaria una “relación correlativa” de la razón y la fe,
siendo los ejes de esta relación la fe cristiana y la racionalidad secular, y a su vez, éstas
deben desarrollar una relación correlativa con las otras culturas.
-Pretensiones de validez de los autores.

La disertación en torno a la cual giran los argumentos de Habermas es si el Estado


democrático constitucional es capaz de llevar a cabo una renovación en los principios de su
sistema normativo, y si dicho Estado puede sustentarlo sin recurrir a una fuente de
legitimidad prejurídica.

Para ello este filósofo nos lleva a través de los presupuestos que conforman la teoría del
Estado democrático liberal, argumentando que esta cuestión tiene dos sentidos: la primera
es si el poder político admite aún una justificación secular, ajena a la metafísica y la
religiosidad como fuentes de sentido y legitimidad; y 2) si es posible imponer un aparato
normativo a una sociedad ideológica y religiosamente plural a través de un consenso.

Habermas pretende defender un concepto de razón, para lo que analiza y desmenuza el


contendido normativo de la constitución comunicativa de formas de vida socioculturales.
Para ello intenta explicar el entendido del porqué el proceso democrático es un proceso de
legislación legítima, a lo que responde que en él toma forma la voluntad de la colectividad,
al incluir a todos los sectores en la toma de decisiones.

Al mismo tiempo, el proceso de la institucionalización jurídica de este proceso de


legislación democrática demanda la garantía de los derechos fundamentales de los
individuos, tanto individuales como políticos. Esto es un intento de fundamentación que se
lleva a cabo am través de los ciudadanos que se asocian con el Estado para erigir una nueva
autoridad estatal gracias al proceso democrático.

El filósofo sostiene que el Estado liberal puede legitimarse de manera autosuficiente,


encontrando la base de dicha legitimación en los individuos y la doble función que tienen
en dicho proceso: la primera es el papel de ciudadano del Estado y coautor del derecho, y la
segunda es como miembro de la sociedad y destinatario del derecho. Así se constituyen
como colegisladores y reguladores de la sociedad.

También argumenta que las prácticas democráticas tienen una dinámica política propia que
se puede apreciar en las libertades comunicativas, a través de las que se realiza el debate de
los principios constitucionales por medio del pluralismo de opiniones. Sin embargo, estos
medios de integración social y la solidaridad interciudadana se están diluyendo gracias a las
transformaciones económicas y políticas que tienen lugar en la actualidad. Por ello, el
Estado debe considerar a las fuentes culturales de las que bebe la conciencia normativa de
su sociedad y la solidaridad de los ciudadanos, siendo ejemplo de dichas fuentes la religión.

Por otro lado está la cuestión de la relación entre razón y fe, entre religión y filosofía en que
para Habermas se toca el punto del lenguaje. La teología debió poner énfasis en la
diferencia entre el discurso secular y el religioso, mientras que la filosofía se acercó y
apropió el lenguaje religioso. Ambas disciplinas tuvieron procesos de adaptación, sobre
todo la religión. Ante esto el autor dice deberían cumplirse ciertas condiciones como la
secularización del saber, la neutralización de la autoridad estatal y la generalización de la
libertad religiosa, así como que ambos saberes deberían hacer más accesible su lenguaje al
público.

Mientras que Ratzinger caracteriza la disertación de la fe y la razón contemporánea en tres


factores: 1) la formación de una sociedad global, en la que se ha potenciado la
interdependencia y el contacto entre el poder político, económico y cultural; 2)Se han
desarrollado las posibilidades humanas, y éstas se han manifestado en la paradójica forma
de creación y destrucción; y 3) han tenido lugar rupturas en certezas éticas y morales
gracias a la constante interpenetración de las culturas.

Ratzinger argumenta que el deber de la política es someter el poder a las leyes, pues eso
garantizaría que el poder se ejerciera de manera razonable, así, este poder dentro de la ley
sería opuesto a la violencia, la cual define como el ejercicio del poder que prescinde del
derecho. Por ello apunta a que la única manera en que las sociedades vivan en libertad es a
través de la aceptación de las normas y sus normas.

De ahí el religioso salta a la constitución de la ley. Se pregunta por el origen de la ley y sus
principios constitutivos. La ley como mecanismo de la formación democrática de la
voluntad popular que permite la incidencia en el proceso de su creación pertenece a todos, y
al mismo tiempo debe ser respetada por aquellos quienes la crearon, o sea la colectividad.
Por ello es que la democracia se ve como la forma más “razonable” de gobierno, pues
garantiza la participación en el proceso de conformación legislativa. Sin enmbargo, el
proceso democrático debe hacer uso de ciertos mecanismos según este autor: la delegación
y la decisión de la mayoría (salvo algunos casos), además de tomarse en cuenta que el
hombre tiene unos derechos gracias a su naturaleza, los “derechos humanos”, los cuales
emanan de la naturaleza de todo hombre.

El religioso argumenta que en la época actual han surgido nuevas formas de poder,
imponiendo nuevos desafíos a la sociedad y la manera de pensarse a sí misma. Gracias a
dichas formas el autor puede exponer los límites tanto de la religión como fundamento de la
radicalidad del discurso terrorista, como la soberbia del discurso cientificista de creación y
destrucción, en donde el ser humano se deshumaniza.

Por último está la puesta a prueba de dos de las columnas culturales de occidente, la
racionalidad secular y la fe cristiana, las cuales deben aceptar los límites de su discurso al
confrontarse con la interculturalidad. Asimismo, tanto religión como razón deben aceptar
sus límites, al mismo tiempo que deben dejar de juzgarse inofensivas al conocer la
posibilidad de la radicalización de sus discursos y sus consecuencias, por lo que debieran
limitarse mutuamente.

-Evaluación personal de las pretensiones de validez.

En la argumentación de Habermas hay conceptos de los que me parece es importante

recalcar su importancia en su teoría en general, a saber, el replanteamiento del proyecto

moderno y de sus fundamentos, así como la exposición de sus límites. Por otro lado,

Ratzinger también toca las limitantes de la razón y la religión, poniendo énfasis en otros

conceptos a la hora de su argumentación.

El primer concepto importante de Habermas es, a mi parecer, justificación. Todo Estado

está fundamentado en cierto sistema de pensamiento, por lo que es comprensible por qué

presenta la síntesis del proceso de fundamentación, constitución y necesidad de

legitimación del Estado occidental a través del tiempo.


El segundo concepto es sin lugar a dudas límites. Los límites de la ilustración y las

doctrinas filosóficas en el proyecto moderno y en el Estado democrático liberal, así como

de la filosofía y la religión cuestiones en las que convergen ambos autores. Tanto para

Habermas como para Ratzinger el reconocimiento de las limitantes sugiere una

autorreflexión por parte de los saberes. Sin embargo, ambos autores dejan sin reconocer

cuestiones que el otro sí reconoce y hace parte de su argumento.

Habermas deja de lado una cuestión muy importante del debate de la constitución del

Estado democrático, cuestión que es parte de las reflexiones de Ratzinger en buena parte de

su texto, me refiero a la interculturalidad. El filósofo cae con ello en una de las principales

críticas que se le ha hecho al pensamiento occidental acerca del etnocentrismo y la falta de

contemplación de la concepción de otras culturas. La razón emanada de la ilustración es un

proceso occidental, expandido por fuerza en la modernidad. Tampoco Ratzinger llega a

desprenderse de su posición “eurocentrista” que él mismo critica, pues toma sin

justificación los supuestos de que tanto la conciencia secular como la fe cristiana deben ser

los ejes de la correlación correlativa entre razón y fe, dejando de lado otras concepciones

del mundo.

Por otro lado, el ahora papa no le reconoce a la filosofía su aportación a la sociedad, incluso

le demanda su responsabilidad hacia las consecuencias de los actos de los hombres

montados sobre la razón. Cabe mencionar que el análisis concreto que le demanda a esta

ciencia del espíritu es el de la naturaleza humana y el propósito de su existencia, a lo que se

ha dedicado la filosofía idealista a la que no se hace mención para sustentar su argumento.


Sin embargo, la reflexión acerca de las limitantes del sistema de pensamiento, de sus

respectivos saberes y la turbulencia del momento presente los llevan a la misma conclusión

conciliadora: la razón y la religión deben limitarse entre sí para evitar la radicalización de

los discursos y contribuir al debate público acerca de la legitimidad, regulación del poder y

el pluralismo en el Estado democrático liberal.

-Conclusión. Posibilidad de sustentar el Estado Liberal en un sistema normativo

propio o ajeno.

Aun cuando estamos viviendo procesos globales tanto políticos como económicos que dan

como resultado la reducción del Estado, éste todavía puede sustentarse en un estado de

derecho a través del proceso normativo en el que se sustenta y que garantiza los derechos

de los individuos, al mismo tiempo que promueve la participación de la población en el

proceso legislativo.

Se ha apostado a la democracia porque, en teoría, es capaz de garantizar los derechos

individuales constitutivos de la sociedad moderna, a saber, tanto las libertades liberales o

individuales, como los derechos del hombre. Sin embargo, los beneficios de la sociedad

moderna y sus instituciones nunca han funcionado para el grueso de la población. Por ello

es necesario que la base de la conformación del Estado liberal sea la del pluralismo, para

poder garantizar la efectividad de los derechos de toda la población.

Asimismo, es necesario que la autoridad estatal promueva los papeles simultáneos de los

individuos en los que son coautores de las leyes observantes de las mismas. Sin embargo,

eso no garantiza que se mire como el objetivo de la sociedad el bien común. Aun así, la
voluntad no puede ser regulada, e iría en contra de los principios del Estado democrático

liberal.

Lo que puede fomentarse es la solidaridad interciudadana a través de una dinámica propia

basada en las libertades comunicativas, en las cuales la sociedad se abre al diálogo y puede

opinar acerca la interpretación de la constitución del Estado y de sus lineamientos

normativos, así como de lo que le parece justo dentro de éste.

Y aunque la ética y la moral religiosas pueden ser referentes de la conducta de los

individuos en el Estado liberal, éste no es el fundamento del Estado mismo, ni de sus

fundamentos normativos. La constitución del Estado liberal a través de sus individuos y la

participación de éstos en el proceso legislativo es su fundamento. El Estado liberal es

constitutivo y constituyente, de modo que su justificación y legitimación está en el proceso

democrático y en el sistema normativo propio que construye.

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