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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACIÓN CIVIL

Magistrado Ponente
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

Bogotá, D, C., diecinueve (19) de diciembre de dos mil


siete (2007).

Ref.: Exp. 20001 3103 001 2001 00101 -01

Decide la Corte el recurso de casación formulado por la


parte actora contra la sentencia del 15 de junio de 2006, proferida por
la Sala Civil-Familia-Laboral del Tribunal Superior de Valledupar, dentro
del proceso ordinario promovido por el BANCO GANADERO S.A. – hoy
BBVA COLOMBIA- frente a EDUARDO JOSÉ SOLANO CASTRO,
HERNÁN JOSÉ BAUTE MEZA y OSCAR SILVESTRE DAZA
LAVERDE.

ANTECEDENTES

1. Impetró el demandante que se declarara que los


demandados están obligados a pagarle la suma de trescientos
setenta y dos millones quinientos noventa y cinco mil pesos
($372.595.000,oo), cantidad que corresponde a la cuantía del mutuo
que el banco actor les hiciera, “y/o” el valor del pagaré a la orden
No. 115/893, al que aludió el mandamiento de pago proferido dentro
del proceso ejecutivo que había adelantado contra los mismos
demandados ante el Juzgado 4° Civil del Circuito de esa ciudad;
reclamó, igualmente, que los deudores están obligados a pagarle
los intereses de mora sobre esa cantidad dineraria, liquidados a la
tasa legalmente autorizada, desde el 22 de junio de 1996 y hasta la
fecha en que se realizara el pago total de la obligación.

2. Narró, puestos aquí de manera sucinta, los siguientes


aspectos fácticos como soporte de las súplicas reseñadas.

2.1 Que los demandados, quienes han sido clientes del


Banco Ganadero S.A. desde muchos años atrás, recibieron a título
de mutuo la suma precitada, habiendo suscrito, para su cancelación,
el pagaré a la orden No.115/893, el 22 de diciembre de 1993, según
el plan de amortización en el que se estableció la cuantía de las
cuotas, sus intereses y las fechas en las que éstas debían
cancelarse.

2.2 Que en la elaboración de dicho título valor se incurrió


en error involuntario al señalarse, de un lado, como fecha de
vencimiento final “diciembre 22/94”, cuando, en verdad, debió
indicarse “diciembre 22 de 2008”; y de otro, porque en letras se
pidió “la suma de: TRESCIENTOS SETENTA Y DOS MIL (sic)
QUINIENTOS NOVENTA Y CINCO MIL MILLONES (sic) de EPSOS
(sic) CMTE”, pero en realidad debió escribirse: “ la suma de
TRESCIENTOS SETENTA Y DOS MILLONES QUINIENTOS
NOVENTA Y CINCO MIL PESOS MCTE”.

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2.3 Que el dinero correspondiente al préstamo se abonó y
contabilizó, el día 22 de diciembre de 1993, mediante nota crédito en la
cuenta corriente No. 93803734-8, perteneciente al demandado Oscar
Silvestre Daza Laverde.

2.4 Que al contabilizar y abonar el valor del dinero


mutuado en las circunstancias indicadas, “los demandados se
enriquecieron e incrementaron su patrimonio en la misma proporción
mencionada y del que posteriormente dispusieron libremente- como
así lo hicieron- produciéndose consecuencialmente, un
empobrecimiento correlativo del Banco Ganadero S.A.”

2.5 Que para garantizar las obligaciones adquiridas, los


demandados, mediante escritura pública No. 1852, otorgada el 5 de
septiembre de 1999 ante la Notaría Primera del Círculo de
Valledupar, constituyeron a favor del banco hipoteca abierta de
primer grado “en cuantía indeterminada o ilimitada”, sobre el predio
rural denominado “El Brasil”.

2.6 Que como los deudores incumplieron los pagos de la


obligación, el acreedor la dio por vencida el día 22 de junio de 1996
y en el mes de septiembre de 1997 inició proceso ejecutivo con
garantía real, que cursó ante el Juez 4° Civil del Circuito de
Valledupar, trámite en el cual fueron emplazados los demandados
Baute Meza y Daza Laverde, designándoseles curador ad litem,
quien formuló la excepción de “prescripción del título valor”; pero,
como posteriormente comparecieron todos los ejecutados, mediante
apoderado, se prosiguió el trámite con éstos, debiendo resaltarse
que dicho profesional, obrando en nombre de los señores Daza
Laverde y Baute Meza propuso, entre otras, la excepción de
prescripción, la que resultó atendida en la sentencia de 30 de

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noviembre de 1999, favoreciendo, de manera oficiosa, al ejecutado
Eduardo José Solano Castro, quien, como ya se dijo, no planteó
ningún medio exceptivo. Esa determinación fue confirmada por el
Tribunal, mediante fallo de 2 de junio de 2000, adicionándola en el
sentido de condenar en perjuicios a la parte ejecutante.

2.7 Que al declararse judicialmente la prescripción del


aludido título valor, el banco quedó legitimado para promover la “actio
in rem verso cambiaria”, encaminada a restablecer el equilibrio “roto
entre dos patrimonios”.

3. Los demandados comparecieron al proceso cuando se


estaba surtiendo su emplazamiento y, además de oponerse a las
pretensiones de la demanda, formularon como excepción de mérito la
de “prescripción de la acción in rem verso”, la que fundamentaron en
que el término de un año que prevé el art. 882 del C. de Co. había
fenecido antes de la presentación del libelo.

Con posterioridad, el demandante reformó la demanda en


el sentido de dirigir la acción de enriquecimiento sin causa
exclusivamente contra los demandados Baute Meza y Daza Laverde;
no obstante, en forma separada pidió que se condenara, también, a
Eduardo José Solano Castro al pago de la misma suma pedida
respecto de aquellos dos.

Como hechos nuevos indicó que como consecuencia de


las decisiones judiciales que reconocieron la prescripción de la acción
ejecutiva, los demandados Baute Meza y Daza Laverde se
enriquecieron e incrementaron su patrimonio con el evidente
empobrecimiento correlativo del Banco Ganadero S.A. y que el

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demandado Solano Castro también se había constituido como deudor
de la entidad financiera.

Admitida y notificada la reforma de la demanda, los


demandados insistieron en la excepción de prescripción ya
propuesta, pero, además, formularon el medio defensivo que
denominaron “inexistencia de la obligación por carencia de causa”
a favor del demandado Solano Castro, por no haber celebrado éste
contrato de mutuo con el actor y no haberle traditado la suma
pretendida.

La primera instancia culminó con la sentencia proferida por


el Juzgado Primero Civil del Circuito de Valledupar, el 26 de mayo de
2005, en la que resolvió declarar probada la excepción de mérito de
prescripción de la acción de enriquecimiento sin causa, desestimar las
pretensiones demandadas, e imponer el pago de las costas al actor.

4. El Tribunal confirmó la sentencia recurrida y condenó en


costas de esa instancia al apelante.

LA SENTENCIA RECURRIDA

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El sentenciador ad-quem, luego de valorar la existencia
de los requisitos necesarios para resolver la instancia y de asentar que
ya no era procedente cuestionar la acumulación subjetiva de
pretensiones, abordó el estudio de la excepción de prescripción, para
concluir que la acción cambiaria derivada del pagaré suscrito por los
demandados prescribió desde el 22 de diciembre de 1997, tal como lo
declararon las sentencias de primera y segunda instancia, proferidas
dentro del proceso ejecutivo adelantado entre las mismas partes,
mientras que la demanda de enriquecimiento sin causa fue presentada
el 27 de julio de 2001, cuando ya había transcurrido en exceso el
término que otorga la ley para tal efecto.

En cuanto a la pretensión enfilada contra el demandado


Eduardo José Solano Castro, comenzó por puntualizar que el contrato
de mutuo comercial es oneroso y, por virtud de la aplicación analógica
del artículo 2222 del Código Civil, es real; y tras analizar el haz
probatorio, concluyó que no existía ninguna prueba que acreditara que
aquél hubiese celebrado con el banco demandante un contrato de esa
especie, habida cuenta que, de un lado, la demanda se limitó a afirmar
que los demandados recibieron a título de mutuo la cantidad de
$372.595.000 y que para su cancelación suscribieron el pagaré a la
orden No. 1158893, “pagaré que sea del caso advertir, no milita en el
expediente”; y de otro, en el hecho 4º del libelo señaló que el dinero
producto del préstamo había sido abonado “a través de nota crédito el
22 de diciembre de 1993 por el banco Ganadero S.A. en la Cuenta
Corriente No. 93803734- perteneciente al demandado Oscar Silvestre
Daza Laverde” y que, por consiguiente, con dicha confesión no cabía
duda de que el dinero no fue “traditado” al demandado Solano Castro.

De otra parte, refiriéndose al dictamen pericial en el que el


experto concluyó que los demandados adeudaban al banco la suma
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de $1.716.311.273,65, de la cual, $372.595.000 corresponde al capital
y $1.343.716.273.65 a intereses, precisó que no lo acogía, en primer
lugar, porque no estando demostrado el contrato y prescrita la acción
de enriquecimiento, “carece de objeto la cuantificación de la suma que
se pretende recobrar” y, en segundo término, porque no es atribución
del auxiliar de la justicia, sino del juez, “con fundamento en las
pruebas legal y oportunamente aportadas, determinar si el contrato de
mutuo existió o no”.

LA DEMANDA DE CASACIÓN

Tres cargos se formulan en contra de la sentencia de


segundo grado, los cuales serán despachados en el orden que fueron
propuestos.

CARGO PRIMERO

Con fundamento en la causal segunda de casación, se


acusa en él la sentencia recurrida de ser incongruente por haber
proferido el juzgador un fallo “minima petita”, en razón de haber
omitido resolver la pretensión incoada en el escrito reformatorio de la
demanda relativa a la existencia de una obligación dineraria a cargo de
Eduardo José Solano Castro y a favor del Banco Ganadero, con la
consecuencial de su pago con intereses.

Al respecto, señala el censor que el proceso civil, que


ordinariamente termina con una sentencia judicial, contiene una
relación jurídico - procesal que ata y vincula a las partes y al juez de
manera que dicha relación determina el ámbito en que ha de
desenvolverse la actuación, según los términos de la demanda inicial y
su reforma, y cuando es del caso, de sus contestaciones y réplicas, lo

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que, a su vez, delimita el campo de las resoluciones del sentenciador
que definan la controversia.

Precisa, igualmente, que natural consecuencia de lo


anterior es la de que el juzgador, al proferir sentencia, debe respetar el
cuadro de instancia trazado por los litigantes sin que pueda rebasarlo,
pero, tampoco, dejar de decidir sobre pretensiones incoadas por el
demandante o excepciones propuestas por el demandado.

Que tal deber del juez corresponde al principio de


congruencia de la sentencia, el cual resulta contrariado, entre otras
formas, cuando el fallador omite decidir sobre alguna o algunas de las
peticiones o de las excepciones, produciendo una decisión parcial o
diminuta.

Afirma que en el caso presente ese yerro in procedendo se


observa a simple vista, puesto que el Tribunal, en la parte resolutiva de
su sentencia, se limitó a confirmar por entero la que fue objeto de
apelación, “muy a pesar de que en las exposiciones de su fallo
reiterativamente censura el defecto que encontró en el proferido por el a quo;
ser diminuto por no traer decisión de la pretensión deducida por el actor en la
reforma de la demanda inicial; aspecto del que dice fue ‘tema del que no se
ocupó el a quo, por lo que estimó necesario complementar, pero que a la
postre no lo hace’ ”.

Resalta, a continuación, que en verdad el sentenciador ad


quem, en la parte expositiva de su fallo, hizo un esfuerzo para llenar el
vacío de la sentencia impugnada en cuanto a la pretensión adicionada
en la reforma de la demanda, pero que al resolver olvidó por completo
tal deseo de reparar dicho defecto puesto que tampoco resolvió esa
faceta de la controversia.

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Alega que la exposición plasmada en la motivación del
fallo no puede suplir su irresolución porque tal entendimiento le quitaría
juridicidad al principio según el cual la sentencia judicial, en su parte
resolutiva, debe “ ‘(...) contener decisión expresa y clara sobre cada
una de las pretensiones de la demanda (...)’ ” como lo impone el
artículo 304 del Código de Procedimiento Civil; además, que la lógica
jurídica impediría aceptar que esa supuesta “absolución tácita”,
pudiera conciliarse con la resolución desestimatoria de la pretensión
por ser antagónicas o contradictorias, “pues no podría jurídicamente
considerarse prescrita una obligación que el mismo autor de esa sentencia
ha considerado inexistente, por ausencia del contrato fuente que se indica
como su hontanar. Resoluciones contrarias, pues la una afirmaría lo que la
otra niega, que se neutralizan y se eliminan recíprocamente y por ello no
pueden lógicamente coexistir”

CONSIDERACIONES

1. Como es sabido, la finalidad fundamental del proceso


judicial, sin excluir cualquier otra que en él pueda advertirse, es la
resolución de una controversia que las partes someten a un juicio de
autoridad y cuya decisión apareja la adecuación del derecho sustantivo
a los hechos que en la causa respectiva resulten demostrados.

En consecuencia, con él se persigue la obtención de una


decisión judicial que ponga fin al conflicto, esto es, una declaración de
la voluntad del Estado respecto del caso concreto que le ha sido
planteado; y salvo los casos de terminación anormal del mismo o
cualquier otra vicisitud asimilable a éstos, dicha decisión encuentra su
materialización en la sentencia. En cuanto a la forma de expresar tal
voluntad soberana y para asegurarse del cumplimiento de tan
trascendental objetivo dispuso el legislador, en el artículo 304 del
Código de Procedimiento Civil, que todo fallo judicial debe comprender

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“una síntesis de la demanda y su contestación”; la motivación, que
deberá “limitarse al examen crítico de las pruebas y a los
razonamientos legales, de equidad y doctrinarios estrictamente
necesarios para fundamentar las conclusiones...”; y la parte resolutiva,
que debe contener “una decisión expresa y clara sobre cada una de las
pretensiones de la demanda, las excepciones, cuando proceda
resolver sobre ellas, las costas y perjuicios a cargo de las partes y sus
apoderados, y demás asuntos que corresponda decidir...”

No obstante ser diáfano en la ley el contenido de tal


providencia, ella no puede verse de manera desarticulada, pues según
lo ha puntualizado la Corte, la sentencia conforma una “unidad de
motivación y resolución, de manera que su fuerza tiene que buscarse en su
integridad, de modo que en la motivación está el sustento jurídico de la
decisión y no por dejar de reproducir en esta lo que indiscutiblemente se
expuso en aquella, puede decirse que se dejó de proveer sobre un extremo de
la litis...” (Sentencias del 18 de marzo de 1988 y 12 de junio de 1992).

Luego, lo anterior implica que si bien no puede negarse


que la fuerza imperativa de la sentencia debe buscarse en el acápite
dedicado a contener las resoluciones del juzgador, “ello no significa que,
para analizar el alcance de la parte resolutiva, haya de tenerse en cuenta
solamente la forma de esta, como un postulado autónomo, sino que su
sentido y alcance han de entenderse en armonía con los fundamentos
aducidos en la motivación, en cuanto constituyan los supuestos necesarios o
determinantes del pronunciamiento. Y es más: como el objetivo de la función
del juez en el proceso de conocimiento es el acto de decisión, en el que se
concreta la voluntad de la ley, debe entenderse que ese acto decisorio se
recoge, no solamente en el sector del fallo formalmente destinado a servir de
sede de la sentencia, sino allí en dondequiera que por ésta se decida algún
punto de la controversia, con esa específica significativa y, por lo tanto, con
destino a producir fuerza de cosa juzgada sustancial” (G.J. CXIII, pág. 82).

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De tal manera, podría afirmarse sin lugar a dudas y sin que
ello desconozca el mandato legal a que se ha venido haciendo
referencia, que la parte resolutiva de una sentencia comprende “no el
pasaje del fallo colocado en determinado lugar, sino lo que ha sido objeto de
la decisión judicial, cualquiera que sea la forma que revista y el puesto que
ocupe en la sentencia. De ahí que la fuerza de la cosa juzgada abarque lo
mismo lo que ha sido fallado expresamente como lo que se ha decidido
implícitamente. Sólo que esta decisión implícita debe ser de tal naturaleza
que ella necesariamente está comprendida por lo que fue objeto de
resolución expresa” (G.J. XLIV Pág. 461).

2. Lo anterior encuentra plena aplicación en el asunto de


esta especie, pues es patente que el Tribunal, no obstante que en la
parte motiva de su sentencia concluyó que la providencia apelada
debía confirmarse “con la adición de la resolución acerca de la
pretensión de declaración de existencia del contrato de mutuo en
cabeza de Eduardo José Solano Castro, tema del que no se ocupó el a
quo”, a pesar de esa elucidación, se decía, tal definición no se
reprodujo en el acápite relativo a la parte resolutiva de la sentencia. Sin
embargo, debe entenderse, a la luz de los reseñados criterios, que
dicha omisión no puede concebirse como ausencia de decisión sobre
el punto, habida cuenta que con indisputable claridad el sentenciador
hizo saber cuál era, a su juicio, la voluntad concreta de la ley en ese
punto del litigio, prescribiendo que el contrato de mutuo cuya existencia
se demandaba frente al citado Eduardo José Solano Castro no fue
probada, lo que indiscutiblemente implicaba el rechazo de tal
pretensión. Y esto se deduce, sin titubeos ni vacilación alguna, del
contenido de dicho fallo.

Puestas así las cosas, no es de recibo la solicitud del


demandante de casar el fallo recurrido por inconsonante, toda vez que,
reitérase, muy a pesar que la decisión echada de menos por el
recurrente se encuentra en lo que formalmente podría calificarse de

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parte motiva de la sentencia, no por ello puede aseverarse que la
misma no existió o que carece de vigor vinculante, pues es innegable
que en ella se advierte una resolución nítida e incontestable sobre ese
aspecto del litigio, que reúne todas las características de una decisión
judicial con fuerza obligatoria.

3. Es evidente, entonces, que el fallador sí se ocupó de


definir esta pretensión invocada en la reforma de la demanda para
concluir su improcedencia ante la falta de prueba. Por consiguiente, el
cargo aquí estudiado no se abre paso.

SEGUNDO CARGO

Se acusa la sentencia recurrida de ser directamente


violatoria, por interpretación errónea, del inciso 3° del artículo 882 del
Código de Comercio; y por falta de aplicación, como consecuencia del
error de hermenéutica preindicado, de los artículos 5° y 8° de la Ley
153 de 1887, 230 inciso 2° de la Constitución Política de Colombia;
619, 625, 678, 689, 711, 782, 831, 871 y 1163 de la codificación
comercial; 27 y 30 del Código Civil; y 90 del Código de Procedimiento
Civil, con la modificación que le hizo el artículo 10 de la Ley 794 de
2003. Por último, se queja de la aplicación indebida de los artículos
2535 inciso 2° del Código Civil y 829, regla 3ª del Código de Comercio.

Sustenta este cargo en que el Tribunal acogió


positivamente la excepción de prescripción de la acción de
enriquecimiento cambiario sobre el entendimiento que el término
extintivo de un año, a que se refiere el artículo 882 del Código de
Comercio, tiene que determinarse bajo un criterio puramente objetivo y
que, por ello “ha de contarse a partir de la fecha en la que opera la
prescripción (...) sin que haya necesidad de declaración judicial”

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previa en tal sentido, para concluir que, en el presente caso el pagaré
que motiva esta acción “prescribió desde el 22 de diciembre de 1997”,
mientras que la demanda sólo se presentó el 27 de julio de 2001,
“cuando ya había transcurrido con exceso el término que otorga la ley
para la prescripción de esta acción”.

Afirma que tal juicio mental del juzgador de segunda


instancia es equivocado porque desconoce la naturaleza de la acción
de enriquecimiento cambiario, pues dentro de su fisonomía jurídica
está la de ser residual, “específicamente subsidiaria de la acción
cambiaria”, por lo que el Tribunal erró al atribuirle un carácter
alternativo, simultáneo y coexistente con ésta para desconocer su
ejercicio oportuno, “que por razones etiológicas sólo es procedente
una vez que la acción cambiaria haya caducado, o prescrito”.

Acude a la teoría de los principios rectores de los títulos


valores para poner de presente que de ellos derivan distintas acciones,
todas orientadas a hacer cumplir las obligaciones de sus suscriptores y
a satisfacer los derechos del beneficiario, y cita el inciso 3° del artículo
882 del Código de Comercio para señalar que el sentenciador ad
quem desconoció la jurisprudencia de esta Corporación, según la cual
la acción de enriquecimiento cambiario no puede reducirse a una
degradación procesal de las acciones cambiarias, y que “no tiene
carácter alternativo con la acción cambiaria propiamente dicha”, en el
sentido de que puedan ejercitarse con alternación e indistintamente la
una o la otra; menos en forma coetánea pues tampoco son
coexistentes o concurrentes, pues su coexistencia tornaría “
‘improcedente el ejercicio simultáneo de la acción cambiaria y de la de
enriquecimiento sin causa prevista en el art. 882..’ ” (sentencia del 11
de enero de 2000).

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En igual sentido, aduce que el mencionado artículo 882
del Código Mercantil contempla dos hipótesis: una, cuando el acreedor
deja transcurrir en silencio el término de tres años previsto en el
artículo 789 ídem para el ejercicio de la acción cambiaria, sin acudir al
cobro ejecutivo mediante el proceso correspondiente y, la segunda,
cuando el acreedor , luego de ver frustrado su intento de cobro judicial,
“acatando el carácter sucedáneo o sucesivo que frente a la acción cambiaria
propiamente dicha tiene la de enriquecimiento cambiario y la no coexistencia
de los dos, acude al proceso ordinario de cognición buscando a través de
éste la satisfacción de su derecho, que previamente se le ha calificado como
extinguido en decisión judicial, lo que para su procedencia debe hacer dentro
del término de un año o sea el subsiguiente de la frustración que para él
traen las resultas de la acción ejecutiva, anteladamente tramitada.”

Bajo la exposición anterior señala que en este caso se dio


la segunda situación planteada, circunstancia que imponía contabilizar
el término de prescripción a partir de la sentencia del proceso ejecutivo,
el cual aquí no había superado el año referido como término de la
prescripción.

Al efecto, luego de hacer una narración sucinta sobre la


actuación surtida en el proceso ejecutivo orientado al cobro del título
valor, base de la posterior demanda ordinaria, precisa que la sentencia
que declaró prescrito dicho pagaré data del 2 de junio de 2000, la que
no se adicionó ni aclaró por la providencia del 28 de junio siguiente,
razón por la cual, estima, que “la ejecutoria de esta última determinaría
el punto de partida para contabilizar el año referido (artículo 331 del
Código de P. Civil).

CONSIDERACIONES

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1. La acción de enriquecimiento sin causa derivada de la
caducidad o prescripción de la acción cambiaria, a la que alude el
artículo 882 del Código de Comercio, es conocida de tiempo atrás por
distintos ordenamientos e, incluso, la Ordenanza del Comercio
Terrestre de Luís XIV hacía incipiente referencia a un principio de
equidad ante el vencimiento de la oportunidad fijada para el protesto,
regla que reaparece en el Código de Comercio Francés y el Código
Italiano de 1865. Con mayor concreción, el Derecho Alemán (artículo
83 de la Ordenanza General de Cambio de 1848) previó que “(…)
cuando la obligación cambiaria del librador o del aceptante se ha extinguido
por prescripción o por haber omitido los actos legalmente previstos para la
conservación del Derecho cambiario, el librador y el aceptante quedan
obligados frente al tenedor de la letra, en tanto en cuanto se hayan
enriquecido en perjuicio suyo. Contra los endosantes cuya acción se haya
extinguido no tiene lugar esta acción (…)”.

Lo que en esa normatividad reluce es que para el


legislador germano la acción de enriquecimiento se evidenció como el
mecanismo más idóneo para no vulnerar en otra medida los intereses
del portador por razón de la férrea disciplina de la caducidad y la
prescripción que eran francamente favorables a los obligados.

Justamente esa percepción ha permitido a un sector de la


doctrina ver la acción de enriquecimiento “como un remedio
específicamente cambiario (no de derecho común) destinado a atemperar los
efectos de la supresión de toda norma referida a la provisión … y la
consiguiente pléyade de relaciones causales y personales a ella vinculadas.

“La acción de enriquecimiento es residual, es un ‘resto’ de la


acción cambiaria directa o de regreso porque es una acción específica sobre
la que se pueda apuntar las siguientes connotaciones que la particularizan:
a) presupone una letra, un pagaré o un cheque válido; b) surge como
consecuencia de la caducidad o prescripción de las acciones cambiarias; c)
solo puede hacerla valer el portador (poseedor legitimado) del título; d) se

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dirige solamente contra quien sea ya obligado cambiario o, más bien, contra
algunos solamente entre los obligados cambiarios; e) tiende a hacer
conseguir al portador una suma que podrá ser inferior o igual, pero no
superior, a aquella indicada en el título. f) se prescribe en un término breve;
g) esta acción tiene carácter subsidiario porque, no es proponible cuando el
damnificado puede ejercitar otra acción (cambiaria o causal )” (Castellano,
G., citado por Bonfanti y Garrone. De los títulos de Crédito. Segunda
Edición. Abelado – Perrot. Buenos Aires).

La jurisprudencia de esta Sala, por el contrario, ha


puntualizado que de dicha acción se predica
“por lo general que es un ‘extremun remedium iuris’, concedido
a quien fue tenedor de un título valor de contenido crediticio
para liberarlo de consecuencias injustas que no son insólitas
debido al rigor cartular, de modo tal que pueda resarcirse del
daño experimentado procediendo contra el librador, el
aceptante o el emisor en aquellos eventos en que demuestre
que por efecto de la prescripción o el perjuicio del instrumento
derivado de la caducidad, ellos obtuvieron un provecho
indebido (...). En este orden de ideas, lo primero en que debe
hacerse hincapié es que la acción de enriquecimiento cambiario
tiene fundamento inconfundible que lejos de reducirse a una
degradación procesal de las acciones cambiarias de suyo
incomprensible, acaba por identificarse en últimas con el que le
sirve de soporte a la acción común de enriquecimiento sin
causa a expensas de otro, acción esta de la que se tiene dicho
por la jurisprudencia nacional hace más de medio siglo (G.J.
Tomo XLV, pág. 28) que a la manera de los principios de
derecho, domina los textos positivos como expresión inmediata
e imperativa de la noción de equidad aplicable de conformidad
con los artículos 5°, 8° y 48 de la Ley 153 de 1887, hoy con
mayor razón ante el texto del segundo inciso del artículo 230 de
la Constitución Nacional, cada vez que se presente un
desplazamiento de valores que produzca un incremento
patrimonial en determinado sujeto a costa del patrimonio de
otro, consumando de una manera apenas en apariencia
conforme a derecho, pero en el fondo desprovisto de
justificación, que pueda servirle de base y que, por lo tanto, le
atribuye al perjudicado la condigna acción de reembolso. En
otras palabras, no es en modo alguno acertado ver en la acción
de la que viene hablándose una especie de sobrante de la
acción cambiaria dotado por añadidura de la fascinadora virtud
de hacer en buena medida inoperantes la prescripción y la
caducidad en el campo de los instrumentos negociables, sino
que la perspectiva correcta es la de considerarla como una
modalidad peculiar de la acción “in rem verso” que con amplitud
cada vez mayor se desenvuelve en muchas de las disciplinas
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jurídicas (...)” (sentencia del 2 diciembre de 1993, Exp.
4064).

Trátase, pues, de un remedio que está enderezado a


reclamar por el enriquecimiento injusto del demandado en detrimento
del acreedor demandante, derivado de la extinción, por prescripción o
caducidad, de la acción cambiaria y la ausencia de la acción causal,
pedimento que, precisamente, se circunscribe al monto de esa
injustificada atribución patrimonial. Si bien puede inferirse que la
aludida acción entraña una peculiar paradoja en cuanto califica como
injusta la atribución patrimonial derivada de la prescripción o la
caducidad de la acción cambiaria, circunstancias que en todo el ámbito
restante del Derecho Privado comportan una causa eficiente y válida
de aprovechamiento económico, si bien las cosas podrían percibirse de
ese modo, se decía, lo cierto es que las legislaciones contemporáneas,
concientes de la rígida disciplina de la prescripción y, particularmente,
de la caducidad de los títulos valores, de la cortedad de sus términos y
la rigurosidad de sus exigencias formales que obran contra el tenedor,
decidieron, en obsequio al equilibrio, consagrar este último medio de
reclamación.

De ahí que, para concretar sus requisitos medulares deba


decirse que su procedencia está supeditada a que: a) el acreedor
hubiese dejado caducar o prescribir la acción cambiaria; b) que,
justamente por tal razón, se produzca un enriquecimiento del
demandado en detrimento del acreedor accionante; y c) que dado el
carácter subsidiario de la acción, el demandante no disponga de otra
acción, particularmente la causal.

Relativamente al primer aspecto, esto es, el concerniente


con la caducidad o prescripción del “instrumento”, punto único a
auscultar a propósito de despachar el cargo, tiénese dicho que uno y
otro son mecanismos que efectivamente impactan de manera negativa

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el derecho incorporado en el documento, pues una vez acaezcan, el
mismo deviene inútil y desprovisto de una de sus principales
características como es la de viabilizar la acción cambiaria; sin
embargo, mientras que la caducidad se erige como un obstáculo para
ejercer la acción, pues no la deja nacer, la prescripción, por su parte,
ataca no solo la potestad de accionar sino, igualmente, el derecho
mismo; no obstante, ambas surgen como una sanción impuesta por la
legislación comercial a quién detentando un título negociable, se
muestra negligente o remiso en iniciar o proseguir aquellas
actividades que le permitirían mantener incólume lo que el documento
incorpora. A pesar de sus diferencias, de común tienen las dos, que
su dinámica está sometida a los términos establecidos por la ley. Por
ello, el acreedor que recibe un título valor como mecanismo extintivo
de una obligación precedente, asume el compromiso de respetar,
atendiendo la clase del documento negociable de que se trate, los
términos fijados en la respectiva codificación ya para el pago, su
presentación para tal efecto, ora para el protesto o eventualmente la
iniciación de las respectivas acciones para impedir la consumación de
la caducidad o de la prescripción. No proceder en tal forma, esto es,
en desconocimiento de dichos plazos, es exponerse a la aplicación de
las sanciones legales, las que se reducen, regularmente, a patentizar
una u otra.

2. La litis planteada informa que el Banco Ganadero


adelantó un proceso ejecutivo contra Eduardo José Solano Castro,
Hernán Baute Meza y Oscar Daza Laverde, con base en el pagaré que
éstos suscribieron a su favor el 22 de diciembre de 1993, con
vencimiento el 22 de diciembre de 1994, ejecución en que se declaró
extinguida la obligación respecto a los dos últimos demandados
mencionados, por haber sobrevenido la prescripción, así mismo, se
declaró que el referido título no prestaba mérito ejecutivo contra Solano
Castro, por las inconsistencias en su valor advertidas. Luego de ello se
propició la acción de enriquecimiento, la que, igualmente, fue atacada a
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través de la prescripción, medio exceptivo que a la postre fue acogido,
dando lugar, precisamente, a la acción de enriquecimiento cambiario.

Ahora, dadas las repercusiones en torno al momento a


partir del cual se debe contabilizar el término a que alude el artículo
882 del C. de Co., cabe preguntarse si es necesario que se declare
judicialmente el decaimiento del derecho como consecuencia de haber
operado la caducidad o la prescripción; o si, por el contrario, basta con
que se cumplan las condiciones de la primera o que fenezcan los
términos de la segunda para liberar el inicio de dicho conteo. Al
respecto, la Corte en sentencia del 14 de marzo de 2001 asentó:

En relación con este particular es preciso señalar


que al impetrar en este proceso la parte demandante
la acción de enriquecimiento sin causa, acepta que
tanto la acción ordinaria como la cambiaria han
caducado o prescrito, punto por lo demás pacífico en
el presente trámite, dado que son presupuestos de
dicha acción, sin que esto signifique que se exija, por
lo demás sin norma expresa, un pronunciamiento
judicial sobre dicha prescripción, por que sería
imponer un requisito que la ley no contempla……”

“..Corolario de lo anterior es que si bien


es cierto la excepción de prescripción no puede ser
declarada de oficio por el juzgador sino que tiene
que ser solicitada por la parte, sin embargo los
términos para que dicho fenómeno ocurra están
señalados por el legislador y deben ser
contabilizados como lo señala la misma ley, artículo
829 del C. de Co., es decir, que para el caso que
ocupa la atención de la Corte el año fijado en el
artículo 882 tantas veces citado empieza a correr
desde el día en que haya caducado o prescrito el
instrumento sin que se requiera declaración judicial
de prescripción respecto de la acción cambiaria ”.

Así mismo, refiriéndose al tema, connotados tratadistas


han concurrido a clarificar el punto. Así, Héctor Cámara precisa:
“Estos medios extintivos o impeditivos de las relaciones jurídicas no obran
exofficio; sin embargo, resulta suficiente demostrar se hayan extinguidas por
el transcurso del tiempo o el incumplimiento de las cargas legales, de

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acuerdo a la lógica y el buen sentido. Nada justifica mandar promover una
acción para que se oponga la excepción de prescripción o caducidad, con
dispendio de tiempo y gastos ” (Letra de Cambio y Vale o Pagaré. Tomo
III, pág.451, Buenos Aires).

3. Ahora, no existen circunstancias que persuadan a la


Corporación para variar su postura doctrinal, cuando, al contrario, los
aspectos determinantes de su criterio sobre el punto continúan en
vigor. Y es que refrendar la pretensión de establecer como requisito
para que opere la acción de enriquecimiento cambiario, la adopción de
una sentencia que declare la prescripción, previamente alegada por el
deudor, genera incertidumbre e indefinición de los derechos por cuenta
de quien ha sido omisivo en el ejercicio de sus potestades, pues es
tanto como autorizarlo para que en cualquier momento, aún de manera
manifiestamente tardía, inicie un proceso ejecutivo, solamente con la
perspectiva de intentar rescatar la acción de enriquecimiento; por
supuesto, que mirar así las cosas es extenderle a ese acreedor
negligente la posibilidad de decidir cuándo y bajo qué circunstancias
precipita la ejecución, controlando así aún de manera caprichosa el
manejo de los tiempos o la época de iniciación de la respectiva acción
coactiva, con miras a viabilizar posteriormente esta otra reclamación,
obviamente con el notorio detrimento de la seguridad jurídica.

No puede distraerse la atención en cuanto que el propósito


del legislador al fijar términos u oportunidades, para la realización de
ciertos actos, busca, esencialmente, combatir que las situaciones que
atañen a los procesos o efectividad de los derechos, queden en la
indefinición o incertidumbre, o entronicen el pleno arbitrio de una de las
partes; aspecto que no se lograría al conceder al acreedor-demandante
la posibilidad de decidir cuándo da inicio al proceso ejecutivo y a partir
de ello controlar el momento en que se inicia el cómputo del término
previsto en el artículo 882.

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Reitera, pues, la Sala que no hay necesidad de la
sentencia ejecutiva previa a la actio in rem verso, en donde se
evidencie la extinción de la acción cambiaria en razón a la prescripción
o la caducidad, pues la norma evocada no contempla tal requisito;
tampoco surge de la naturaleza de una u otra institución, pues de
ordinario el cumplimiento de las obligaciones no es el fruto del cobro
coercitivo sino la consecuencia de un comportamiento espontáneo del
deudor, quien para honrar sus compromisos no tiene, inevitablemente,
que verse compelido por una orden judicial; en regla de principio, las
deudas se satisfacen sin la intervención del aparato estatal, las
personas contratan o adquieren compromisos no pensando en la
coacción para satisfacerlas; por ello, no puede aceptarse que el
legislador haya incorporado como condicionante de la acción de
enriquecimiento el que se hubiese proferido decisión judicial como
referente para la contabilización del término extintivo de esta acción.
Desde luego, atendiendo el acontecer normal de las cosas, es dable
colegir que quien no ha acudido a los mecanismos ordinarios o legales
de pago pretende hacer valer en su favor la prescripción en caso de
que el acreedor no reclame oportunamente lo suyo.

El tiempo a partir del cual debe contabilizarse la


oportunidad límite para aducir a la jurisdicción la respectiva acción de
enriquecimiento, lo prevé con meridiana claridad la ley mercantil (art.
882), y no es otro que el vencimiento previsto por la normatividad
respectiva para que sobrevenga la prescripción, cuando de ella se
trate, como en este caso; esto es, se insiste, que no involucra sino el
vencimiento del lapso de tiempo fijado, sin que sea menester un
pronunciamiento adicional de funcionario alguno.

Ahora, asevera el casacionista que el artículo 882 del


Código de Comercio, contempla dos hipótesis, una cuando el término
sobreviene antes de la presentación de la demanda; y, la otra, cuando
se intenta el cobro ejecutivo, pero se declara la prescripción alegada
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por el ejecutado, supuesto en el cual, según el censor, comporta
contabilizar el término a partir de la sentencia correspondiente; empero,
ese discernimiento no es plenamente ajustado a la realidad, pues del
texto del artículo referido se desprende cosa diferente. En efecto, la
norma prevé: “…Si el acreedor deja caducar o prescribir el
instrumento, la obligación originaria o fundamental se extinguirá
asimismo; no obstante, tendrá acción contra quien se haya enriquecido
sin causa a consecuencia de la caducidad o prescripción. Esta acción
prescribirá en un año”. Como diáfanamente se aprecia no hay allí
distinción de ninguna índole, ni hay cabida para un ejercicio
hermenéutico como el propuesto por el recurrente.

En verdad, quien por incuria o negligencia deja prescribir la


acción cambiaria luego de haber incoado el proceso ejecutivo
respectivo, incurre en un descuido grave que puede afectar no
solamente dicha acción, sino, también esta otra, vale decir, la de
enriquecimiento. No obstante, se trata de una dejadez que ninguna
relación tiene ya con el rigor cartular o con las exigencias formales de
los títulos valores que obran en favor de los obligados. Aquí la
prescripción deviene por una inexplicable omisión del tenedor, hipótesis
en la cual no puede prevalecerse de aquél excepcional remedio.

Justamente, por tal razón, la norma evocada en manera


alguna trae la perspectiva descrita por el censor, pues de su texto no
se vislumbra siquiera la posibilidad de que la acción de enriquecimiento
deba adelantarse luego de la caducidad o prescripción decretadas por
funcionario judicial y al no consagrarlo en términos precisos el
legislador, ni surgir de la propia naturaleza de uno u otro instituto, la
Corte no puede, ni considera viable, adoptar ese criterio.

Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, el


cargo no prospera.

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TERCER CARGO

Bajo la advertencia que, en caso de que esta Corporación


no despachara favorablemente el cargo primero, fundado en la
incongruencia de la sentencia por mínima petita, y entendiera que la
sentencia demandada sí contiene resolución sobre la reforma de la
demanda, aunque en sentido negativo, en ese supuesto atacaría esa
“decisión hipotética” y para ello formula este cargo.

Hecha esta aclaración, respalda el presente cargo en la


causal primera de casación con fundamento en el inciso 2° del numeral
1° del artículo 368 del Código de Procedimiento Civil, para acusar el
fallo del Tribunal de violar indirectamente los artículos 1º inciso 1º, 2º,
822, 871 y 1163 del Código de Comercio y 2222 del Código Civil, 174,
179, 196, 233 y 241 inciso 1º del Código de Procedimiento Civil, a
causa de haber incurrido en error de hecho y de derecho.

Comienza el censor por subrayar la obligación de todo


juzgador de fallar conforme a las pruebas regular y oportunamente
allegadas al proceso, para señalar seguidamente que, a petición del
demandante, se solicitó trasladar todo el expediente del proceso
ejecutivo hipotecario adelantado por el Banco Ganadero S.A. contra los
aquí demandados, que cursó en el Juzgado 4° Civil del Circuito de
Valledupar “ (...) para que aquí sean apreciadas sin más formalidades
todas las pruebas practicadas validamente en dicho juicio (…)”,
solicitud prohijada por los mismos demandados en su contestación a la
demanda y la cual fue debidamente decretada, librándose oficio, con
destino al despacho judicial citado, quien oportunamente lo remitió y
obra como anexo del proceso ordinario.

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Así mismo, refiere que dentro de esas copias auténticas
trasladadas se encuentran las siguientes, las que, a su juicio, son
relevantes para la definición de este proceso:

a) La escritura pública No. 1852, otorgada el 5 de


septiembre de 1999 ante la Notaría Primera del Círculo de Valledupar,
debidamente inscrita en la Oficina de Instrumentos Públicos de esa
ciudad, en virtud de la cual los demandantes adquirieron en venta de
Rosa Margarita Castro de Vivas unos lotes que posteriormente los
compradores englobaron en un fundo que denominaron “El Brasil”,
instrumento éste en el cual los demandados, constituyeron hipoteca de
primer grado sobre el inmueble adquirido, abierta, de cuantía
indeterminada o ilimitada, a favor del Banco Ganadero S.A. para
garantizar todas las obligaciones de cualquier naturaleza que hayan o
llegaren a contraer con dicha entidad, separados o conjuntamente con
otras personas.

b) El pagaré No. 111/893 del 22 de diciembre de 1993,


con vencimiento el 22 de diciembre de 1994, por la suma de
$372.595.000, suscrito por Eduardo José Solano Castro, Hernán José
Baute Meza y Oscar Silvestre Daza Laverde obligándose a pagar dicha
deuda, de manera solidaria e incondicionalmente, a la orden de la
entidad bancaria, incluyendo la obligación de reconocer intereses
moratorios a la tasas legalmente autorizadas en caso de incurrir en
mora.

Que tales elementos de demostración judicial del hecho


básico alegado por el demandante en su libelo inicial y el de su
reforma, debidamente solicitados, decretados e incorporados al
proceso, fueron desatendidos por el Tribunal en su fallo, proceder que
califica de desidioso e incurioso, habida cuenta el “valor demostrativo

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ya reconocido por la jurisdicción, como que tales documentos sirvieron
de base para librar antaño mandamiento ejecutivo en contra de los
deudores y a favor del Banco Ganadero”.

Alega, igualmente, que el juzgador ad quem también


erró al no apreciar el “antagonismo” de la conducta desplegada por el
señor Solano Castro en el proceso ejecutivo, comparada con la que
asumió en el trámite ordinario, pues mientras en la audiencia de
conciliación surtida en el primero admitió haber tratado de llegar a un
arreglo con la entidad bancaria, una vez dictada la sentencia que
declaró prescrito el título valor y dio por terminado dicho proceso, ese
demandado se aquietó ante esa determinación, pero apeló el fallo sólo
para obtener condena en perjuicios; inclusive, aceptó en su escrito de
excepciones haber suscrito el aludido pagaré.

Del mismo modo, el demandado en mención consintió con


la motivación que diera, en su favor, el Tribunal Superior de Valledupar
al desatar la alzada en el proceso ejecutivo y en virtud de la cual
extendió a su favor la prescripción propuesta por el curador.

Finalmente, al contestar la demanda ordinaria aseveró


no haber celebrado contrato de mutuo con el banco y que no se le
había traditado a tal título la suma que se pretende. Es, pues, notoria
la ambigüedad del demandado, quien inicialmente reconoció que
suscribió el título valor y se obligó a pagar la obligación allí
incorporada, pero posteriormente, asume la posición contraria, es decir,
que no suscribió el pagaré y que no está obligado a solucionar la
deuda.

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Por otra parte, el recurrente se refiere a la prueba
pericial decretada y practicada en el proceso ordinario, medio del que
afirma fue considerado ineficaz jurídicamente por el fallador de
segunda instancia, y al cual no le reconoció valor probatorio porque, de
un lado, no estaba acreditado el contrato de mutuo, y de otro, no ser la
pericia prueba idónea al efecto, argumentación que el impugnante
considera equivocada por ser infractora de la preceptiva contenida en
los artículos 174, 179, 180, 233 inciso 1, 237 y 241 del Código de
Procedimiento Civil.

Lo anterior, explica el casacionista, porque la prueba


pericial se dirige a ilustrar al juzgador sobre las causas y efectos de los
hechos materia de litigio que requieran conocimientos técnicos,
científicos o artísticos, de manera que las deducciones del especialista
tienen más firmeza que la información arrojada por los otros medios de
prueba. Si bien el fallador no está obligado a aceptar las conclusiones
del perito, lo cierto es que tampoco puede dejar de analizarlas y dado
su carácter técnico no le es dado, rechazarlas cuando no hay razones
que permitan considerarlas inidóneas, insuficientes, ilógicas o
contrarias a otras pruebas.

Sostiene que en el caso presente se cumplieron todas


las exigencias legales para que la prueba pericial prestara pleno valor
demostrativo; que por ello el Tribunal incurrió en el error de derecho
que denuncia, pues quebrantó lo previsto en el art. 241 del Código de
Procedimiento Civil sobre apreciación del dictamen pericial.

Por último, afirma que las pruebas que el Tribunal no


apreció demuestran que, contrariamente a lo que sostuvo en las
motivaciones de la sentencia, el deudor Solano Castro, como suscriptor
del pagaré debe cumplir y a ello ha de ser condenado. Y como así no

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lo dispuso, el Tribunal infringió al no aplicarlos, los artículos 625 y 627
del Código de Comercio que, en su orden indican que la obligación
cambiaria deriva su eficacia de la firma puesta en un título valor y, el
segundo, que todo suscriptor de un documento de esa estirpe se obliga
autónomamente, ello en concomitancia con los artículos 1568 inciso 2°
y 1571 del Código civil que consagran la solidaridad convencional y
legal, por lo que se puede demandar el pago a cualquiera de los
deudores solidarios.

CONSIDERACIONES

1. El Tribunal entendió que la pretensión formulada frente


al demandado Eduardo José Solano Castro apunta a que se declarara
que es obligado en virtud de la existencia de un contrato de mutuo
comercial, pacto respecto del cual recordó que el estatuto mercantil
consagra algunas reglas especiales para su regulación, pero como no
lo define, ni determina su naturaleza, es menester acudir al
ordenamiento Civil, conforme al cual debía tenerse como un “contrato
real”, en cuanto que sólo se perfecciona con la “tradición” de la cosa
prestada, pues es así como se transfiere la propiedad de la misma
(artículo 2222 del Código Civil).

Amparado en la reseñada concepción descendió al campo


fáctico y encontró que la actora no acreditó la existencia de la referida
relación contractual, toda vez que en el plenario no obra prueba alguna
de que el demandado Solano Castro hubiere recibido la suma de
dinero mutuada, esto es, que no hubo la tradición de dicho valor,
requerida para el perfeccionamiento de la convención; por el contrario,
el demandante, confesó en el hecho cuarto de la reforma de la
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demanda que no hubo la susodicha tradición, ya que afirmó que el
monto del crédito fue abonado en la cuenta corriente No.93803734-8,
perteneciente a Oscar Silvestre Daza Laverde.

Estimó el juzgador, igualmente, que la experticia rendida


en el litigio “carecía de eficacia” para demostrar la existencia de la
convención discutida, por cuanto a quien le correspondía determinar tal
hecho no era al perito, sino al juez con fundamento en las pruebas
legal y oportunamente incorporadas al proceso.

2. Como aflora de las reflexiones atrás reseñadas, el


sentenciador fue conciente de que no se trataba de establecer si el
demandado Solano Castro había suscrito el título valor -pagaré-, vale
decir, si era deudor cambiario del banco, sino, por el contrario, si había
ajustado con éste un contrato de mutuo por trescientos setenta y dos
mil quinientos noventa y cinco pesos ($372.595.000.oo) m/cte., suma
que realmente debió haber recibido el mutuario para que dicho pacto
surgiera, pues es tesis de aquél que, aun tratándose del mutuo
comercial, los negocios de esa especie sólo se perfeccionan con la
“tradición”. De modo, pues, que para el fallador, el mutuo surge a partir
de la entrega de lo mutuado, reflexión que ningún reparo le mereció al
recurrente, pese a que constituye la médula de la decisión impugnada.

3. Está claro que en nuestro régimen mercantil la calidad


de obligado cambiario no coincide necesariamente con la de deudor
mutuario, y muestra de ello es que, por ejemplo, a la luz del artículo
639 del Código de Comercio, es posible que una parte, a sabiendas,
suscriba un título valor sin que exista contraprestación cambiaria a las
obligaciones que adquiere; de suerte, que las partes en cuyo favor
aquélla prestó su firma quedan obligadas para con el suscriptor por lo
que éste pague y no podrán ejercitar contra él las acciones derivadas
del título; además, que dicho suscriptor en ningún caso puede oponer
la excepción de falta de causa onerosa contra cualquier tenedor del
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instrumento que haya dado por éste una contraprestación, aunque tal
hecho sea conocido por el adquirente al tiempo de recibir el
instrumento.

Si bien en la anotada hipótesis, quien presta por favor su


firma es un obligado cambiario y garantiza, por ende, frente a terceros
poseedores del título valor el pago del mismo, no por eso puede
decirse que necesariamente sea parte en el negocio subyacente que
dio lugar al instrumento negociable.

En efecto, por sabido se tiene que la obligación cambiaria


deriva su eficacia de una firma puesta en un título valor y de su entrega
con la intención de hacerlo negociable conforme a su ley de circulación
(artículo 625 Ibídem), de tal manera que aunque puede coexistir con la
relación jurídica subyacente (compraventa, permuta o préstamo de
dinero, etc.), es independiente de esta última, razón por la cual es
fácil advertir que las partes obligadas en una y otra no necesariamente
son las mismas; incluso, es palpable que si el obligado cambiario
adquiere esa condición por virtud de la llamada “firma de favor”, no
obtiene contraprestación por las obligaciones que adquiere.

4. Desde la óptica como el Tribunal examinó el asunto,


las acusaciones formuladas en el cargo resultan irrelevantes, pues se
enderezaron a demostrar que existió una obligación cambiaria y que
se constituyó una hipoteca para garantizarla; sin embargo, como ya se
dijera, para el sentenciador, la prosperidad de las pretensiones se
supeditaba a que se demostrara que el demandado Solano Castro
recibió del banco la suma de dinero mutuada y, por ende, que entre
éstos se perfeccionó un contrato de mutuo.

Por supuesto, que si para el juzgador ad quem dicho


negocio jurídico es un contrato real, de modo que sólo se perfecciona
con la entrega de la cosa prestada, cuestión que no encontró
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acreditada en el litigio, pues concluyó que del acervo probatorio no
afloraba que Eduardo Solano Castro hubiere recibido del banco el valor
mutuado, resulta patente que el recurrente, para combatir esas
reflexiones, debía haber elaborado un discurso tendiente a desvirtuar,
por la vía respectiva, el carácter real que de esa relación contractual
aquél predica y, de aceptar esa inferencia, le correspondía poner al
descubierto que de la prueba indebidamente apreciada emerge
indubitablemente que dicho demandado recibió efectivamente el dinero
del banco demandante.

Empero, el censor se desentendió de esa tarea, toda vez


que orientó la acusación a mostrar que los medios de convicción que
denuncia como valorados erróneamente prueban la existencia de la
obligación cambiaria a cargo del prenombrado demandado y a favor
del Banco Ganadero S.A.. Así, por ejemplo, refiriéndose a la conducta
ambigua asumida por Eduardo Solano Castro tanto en la ejecución
como en este litigio, señala que “ella unida a las demás pruebas que
el proceso contiene, constituye óbice insalvable para que la justicia ni
por lumbre desconozca la existencia del pagaré y la obligación en él
incorporada”, y para rematar el cargo aduce que “las pruebas que el
Tribunal no apreció en su sentencia, como también la pericial que
estimó ineficaz, aún sin hacer referencia a otras que los autos
muestran, forman un conjunto cuyos componentes, ‘todas a una’ (…)
impulsan a demostrar, contrariamente a lo que sostiene expresamente
en sus motivaciones la sentencia del ad quem , (…), la existencia en el
proceso tanto del contrato de mutuo vertido en el pagaré No.115/893,
como la de la obligación que de dicho pacto surgió, la que el deudor
Solano Castro, como suscriptor de ese título, debe cumplir; y que como
hasta ahora no lo ha hecho, la jurisdicción debe condenarlo a ello”.

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Y si bien el Tribunal fue ambiguo en las elucidaciones que
esbozó en torno a la apreciación de la experticia rendida en el proceso,
lo cierto es que tal medio de persuasión no evidencia la entrega del
dinero mutuado que, en criterio de aquél, era indispensable para el
perfeccionamiento del contrato en discusión. Por el contrario, refiere
que el Banco Ganadero S.A. desembolsó el valor del crédito en la
cuenta corriente No.93803734-8 de esa misma entidad, cuyo titular es
Oscar Silvestre Daza Laverde, hecho que respaldó con la certificación
que en tal sentido le expidió la sucursal de Valledupar de dicho banco.

Por consiguiente, los reproches del censor ninguna mella


producen a la sentencia recurrida, por cuanto no atacan los pilares
argumentativos en los que ella está cimentada y que, por tanto, eran
los que aquél debía derrumbar, pues, al continuar incólumes la decisión
se mantiene.

5. Así las cosas, el cargo no se abre paso.

DECISIÓN

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia,


en Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre de la
República y por autoridad de la ley, NO CASA la sentencia proferida el
15 de junio de 2006, por la Sala Civil – Familia - Laboral del Tribunal
Superior de Valledupar, dentro del proceso ordinario promovido por el
BANCO GANADERO S.A. –hoy BBVA COLOMBIA- frente a
EDUARDO JOSÉ SOLANO CASTRO, HERNÁN JOSÉ BAUTE MEZA
y OSCAR SILVESTRE DAZA LAVERDE.

Costas a cargo del recurrente. Tásense.

NOTIFÍQUESE

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RUTH MARINA DÍAZ RUEDA

JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

WILLIAM NAMÉN VARGAS

ARTURO SOLARTE RODRÍGUEZ

CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE

EDGARDO VILLAMIL PORTILLA

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