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Meditaciones Metafísicas

Francisco Miguel Alarcón Parra


Teología Filosófica
Curso 2015-2016
franciscomiguelalarconparra@yahoo.es
Meditaciones Metafísicas 1

Contenido
Sobre el autor………………………………………………………….. 2

Meditaciones Metafícas…………………………………………… 5

Universidad de Málaga. Grado de Filosofía

Curso 2015-2016
Meditaciones Metafísicas 2

Sobre el autor
(La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650) Filósofo
y matemático francés. Después del esplendor de la antigua
filosofía griega y del apogeo y crisis de la escolástica en la
Europa medieval, los nuevos aires del Renacimiento y la
revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el
siglo XVII, al nacimiento de la filosofía moderna.

El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el


racionalismo; Descartes, su iniciador, se propuso hacer
tabla rasa de la tradición y construir un nuevo edificio
sobre la base de la razón y con la eficaz metodología de las
matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios,
sino todo lo contrario; sin embargo, al igual que Galileo,
hubo de sufrir la persecución a causa de sus ideas.

René Descartes se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por entonces uno de los
más prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato de favor en atención a su delicada
salud. Los estudios que en tal centro llevó a cabo tuvieron una importancia decisiva en su
formación intelectual; conocida la turbulenta juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió
cimentarse la base de su cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y
acusadamente en toda la ideología filosófica del sabio.

El programa de estudios propio de aquel colegio (según diversos testimonios, entre los que figura
el del mismo Descartes) era muy variado: giraba esencialmente en torno a la tradicional
enseñanza de las artes liberales, a la cual se añadían nociones de teología y ejercicios prácticos
útiles para la vida de los futuros gentilhombres. Aun cuando el programa propiamente dicho debía
de resultar más bien ligero y orientado en sentido esencialmente práctico (no se pretendía formar
sabios, sino hombres preparados para las elevadas misiones políticas a que su rango les permitía
aspirar), los alumnos más activos o curiosos podían completarlos por su cuenta mediante lecturas
personales.

Años después, Descartes criticaría amargamente la educación recibida. Es perfectamente posible,


sin embargo, que su descontento al respecto proceda no tanto de consideraciones filosóficas
como de la natural reacción de un adolescente que durante tantos años estuvo sometido a una
disciplina, y de la sensación de inutilidad de todo lo aprendido en relación con sus posibles
ocupaciones futuras (burocracia o milicia). Tras su etapa en La Flèche, Descartes obtuvo el título
de bachiller y de licenciado en derecho por la facultad de Poitiers (1616), y a los veintidós años
partió hacia los Países Bajos, donde sirvió como soldado en el ejército de Mauricio de Nassau. En
1619 se enroló en las filas del duque de Baviera.

Según relataría el propio Descartes en el Discurso del Método, durante el crudo invierno de ese
año se halló bloqueado en una localidad del Alto Danubio, posiblemente cerca de Ulm; allí
permaneció encerrado al lado de una estufa y lejos de cualquier relación social, sin más compañía
que la de sus pensamientos. En tal lugar, y tras una fuerte crisis de escepticismo, se le revelaron

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las bases sobre las cuales edificaría su sistema filosófico: el método matemático y el principio del
cogito, ergo sum. Víctima de una febril excitación, durante la noche del 10 de noviembre de 1619
tuvo tres sueños, en cuyo transcurso intuyó su método y conoció su profunda vocación de
consagrar su vida a la ciencia.

Tras renunciar a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos y regresó a Francia
en 1622, para vender sus posesiones y asegurarse así una vida independiente; pasó una
temporada en Italia (1623-1625) y se afincó luego en París, donde se relacionó con la mayoría de
científicos de la época.

En 1628 decidió instalarse en Holanda, país en el que las investigaciones científicas gozaban de
gran consideración y, además, se veían favorecidas por una relativa libertad de pensamiento.
Descartes consideró que era el lugar más favorable para cumplir los objetivos filosóficos y
científicos que se había fijado, y residió allí hasta 1649.

Los cinco primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema del mundo y su
concepción del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía de tener ya muy avanzada la
redacción de un amplio texto de metafísica y física titulado Tratado sobre la luz; sin embargo, la
noticia de la condena de Galileo le asustó, puesto que también Descartes sostenía en aquella obra
el movimiento de la Tierra, opinión que no creía censurable desde el punto de vista teológico.
Como temía que tal texto pudiera contener teorías condenables, renunció a su publicación, que
tendría lugar póstumamente.

En 1637 apareció su famoso Discurso del método, presentado como prólogo a tres ensayos
científicos. Por la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad de los descubrimientos y el
ímpetu de las ideas, el libro bastó para dar a su autor una inmediata y merecida fama, pero
también por ello mismo provocó un diluvio de polémicas, que en adelante harían fatigosa y aun
peligrosa su vida.

Descartes proponía en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio todos los
conocimientos de la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la suya era una duda orientada
a la búsqueda de principios últimos sobre los cuales cimentar sólidamente el saber. Este principio
lo halló en la existencia de la propia conciencia que duda, en su famosa formulación «pienso,
luego existo». Sobre la base de esta primera evidencia pudo desandar en parte el camino de su
escepticismo, hallando en Dios el garante último de la verdad de las evidencias de la razón, que
se manifiestan como ideas «claras y distintas».

El método cartesiano, que Descartes propuso para todas las ciencias y disciplinas, consiste en
descomponer los problemas complejos en partes progresivamente más sencillas hasta hallar sus
elementos básicos, las ideas simples, que se presentan a la razón de un modo evidente, y proceder
a partir de ellas, por síntesis, a reconstruir todo el complejo, exigiendo a cada nueva relación
establecida entre ideas simples la misma evidencia de éstas. Los ensayos científicos que seguían
al Discurso ofrecían un compendio de sus teorías físicas, entre las que destaca su formulación de
la ley de inercia y una especificación de su método para las matemáticas.

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Los fundamentos de su física mecanicista, que hacía de la extensión la principal propiedad de los
cuerpos materiales, fueron expuestos por Descartes en las Meditaciones metafísicas (1641),
donde desarrolló su demostración de la existencia y la perfección de Dios y de la inmortalidad del
alma, ya apuntada en la cuarta parte del Discurso del método. El mecanicismo radical de las teorías
físicas de Descartes, sin embargo, determinó que fuesen superadas más adelante.

Conforme crecía su fama y la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas y las amenazas de
persecución religiosa por parte de algunas autoridades académicas y eclesiásticas, tanto en los
Países Bajos como en Francia. Nacidas en medio de discusiones, las Meditaciones metafísicas
habían de valerle diversas acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo aconteció
durante la redacción y al publicar otras obras suyas, como Los principios de la filosofía (1644) y as
pasiones del alma (1649).

Cansado de estas luchas, en 1649 Descartes aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia, que
le exhortaba a trasladarse a Estocolmo como preceptor suyo de filosofía. Previamente habían
mantenido una intensa correspondencia, y, a pesar de las satisfacciones intelectuales que le
proporcionaba Cristina, Descartes no fue feliz en "el país de los osos, donde los pensamientos de
los hombres parecen, como el agua, metamorfosearse en hielo". Estaba acostumbrado a las
comodidades y no le era fácil levantarse cada día a las cuatro de la mañana, en plena oscuridad y
con el frío invernal royéndole los huesos, para adoctrinar a una reina que no disponía de más
tiempo libre debido a sus obligaciones. Los espartanos madrugones y el frío pudieron más que el
filósofo, que murió de una pulmonía a principios de 1650, cinco meses después de su llegada. 1

1
Extraído de la página web: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/descartes.htm

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Meditaciones Metafísicas

Primera Meditación

Primera de las meditaciones sobre la metafísica, en las que se demuestra la existencia de Dios
y la distinción del Alma y del Cuerpo
En esta primera meditación, René Descartes manifiesta que para establecer un sistema firme y
permanente ha de poder en duda todas aquellas verdades que admitió en su juventud y que a la
postre le hizo construir sobre ellas otras verdades más dudosas. Por tanto, Descartes está decidido
en destruirlas, pero lo hará no individualmente, ya que sería una tarea imposible, sino que se
ocupara de atacar, poner en duda los principios mismos en los que se apoyan todas las verdades.

Descartes llega a esta conclusión debido al hecho de que lo percibido por los sentidos a veces es
engañoso y por tanto no se puede confiar en ellos, pero matiza que aunque a veces los sentidos
nos engañan hay algunas cosas de las que no se pueden dudar aunque lo percibamos mediante
los sentidos. Por esta razón, las ciencias como la física, la astronomía, la medicina y todas la demás
ciencias que se apoyan en la observación son dudosas ya que se apoyan exclusivamente en los
sentidos, mientras que la aritmética, la geometría y otras ciencias formales, al no depender de los
sentidos, poseen algo cierto e indudable.

En referencia a Dios, Descartes admite la influencia de una idea antigua: “existe un Dios que es
omnipotente y que me ha creado tal como soy yo”. Para, Descartes es sumamente bueno y no
cree que le induzca a errar, así que supone que no es Dios sino un genio maligno quien le induce
a errar.

Meditación segunda: sobre la naturaleza del Alma Humana y del hecho de que es más
cognoscible que el Cuerpo
Descartes continúa con su duda metódica, supone que todo lo que ve es falso, nada es seguro.
Aunque llega a la conclusión: “yo soy, yo existo”, y lo diga o lo conciba en la mente, esta se
presenta como una verdad necesaria, pero esto no le sirve al autor para averiguar quién es.
Mediante la duda, la creencia de un engañador maligno que le hace errar, Descartes afirma que
el pensamiento existe y no puede serle arrebatado, es “una cosa que piensa, esto es, una mente,
un alma, un intelecto, o una razón”, no es solo un cuerpo humano.

Descartes continúa ante la pregunta, ¿qué soy? Responde “una cosa que piensa”, es decir, “una
cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza, y que imagina y
siente.”

Seguidamente Descartes se ocupa de los cuerpos que tocamos y vemos, pero de manera
particular. La percepción de los cuerpos no se debe a la visión, ni al tacto, ni a la imaginación, sino
que se debe a la razón. Por tanto, Descartes afirma que los cuerpos no son percibidos por los
sentidos o por la facultad de imaginar, sino que son percibidos por el intelecto.

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Meditación tercera: de Dios, que existe


Descartes comienza haciendo una recapitulación sobre lo visto hasta ahora. Su trabajo le lleva,
dice, a demostrar la existencia de Dios, y en el caso que exista, ver si puede ser engañoso. Para
esta labor, el autor, hace una distinción de tipos de pensamientos para averiguar cual de ellos son
verdaderos o falsos. Descartes divide los tipos de pensamientos en los siguientes:

1. Imágenes de cosas.

Son los únicos que le conviene el nombre de idea, por ejemplo, una quimera, un ángel. Las ideas
consideradas en sí mismas y no referidas a alguna otra cosa no pueden ser falsas.

2. Voluntades o Afectos.

No pueden ser falsos porque, dice Descartes, “aunque pueda desear cosas malas o que no existan,
está fuera de duda que yo deseo”.

3. Juicios.

En los juicios se produce, según el autor, un error común: “juzgar las ideas que existen en mí
iguales o parecidas a las cosas que existen fuera de mi”. Porque si se consideran las ideas como
parte de mi pensamiento que no se refieren a otra cosa no existiría en nosotros la duda. Por tanto,
Descartes llega a la conclusión que estas ideas o juicios pueden ser:

a. Innatas
b. Adventicias
c. Subjetivas (hechas por mí)

En relación a las ideas que se consideran tomadas de la realidad, el autor señala, se presentan sin
su consentimiento, no depende de su voluntad, son aprehendidas por la naturaleza, es decir,
“algún ímpetu espontáneo me impulsa a creerlo”. Aunque estos no quiere decir que estas ideas
sean parecida a las cosas de las que proceden.

A continuación, hilando con lo anterior, Descartes pasa investigar si las ideas que existen en el
sujeto existen fuera del sujeto. Pero las ideas que se presentan las substancias contienen más
realidad objetiva, que las que representa los modos o accidentes, dice Descartes, ya que debe
haber por lo menos la misma realdad en el efecto de una causa total y eficiente. Por tanto, la idea
de Dios presenta más realidad objetiva.

Entre las ideas subjetivas se encuentra la de Dios, que se diferencia de las ideas de las cosas
corporales porque estas hacen referencia al sujeto mismo. Dios es comprendido como substancia
infinita, independiente, omnisapiente y creador de todo. Todas esta atribuciones no pueden
proceder de un sujeto, pues no las posee, tiene que haber sido puesto por aquello que sí la posee.
Por tanto, Dios tiene que necesariamente existir.

“Esta idea, repito, de un ente totalmente perfecto e infinito es absolutamente cierta; puesto que,
aunque quizá se pueda pensar que no exista un ser así, no se puede pensar, sin embargo, que su
idea no me muestra nada real.”

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En base a esto, todas las cosas percibidas que muestran una perfección existen formalmente en
Dios de tal manera que la idea de Dios se tiene que mostrar como la más verdadera, clara y
definida.

También, al contrario que el hombre, Dios no tiene en absoluto potencia, puesto que pasar de la
potencia al acto, es pasar de la imperfección a la perfección y un ser perfecto no puede ser
imperfecto. Por tanto, Dios es acto puro e infinito al que no cabe añadirse nada a su perfección.

Por último, la recepción de la idea de Dios no le llega al sujeto por medio de los sentidos, ni por la
imaginación, es una idea innata:

“Toda la fuerza del argumento reside en admitir que no puede ser que yo exista, siendo de tal
naturaleza como soy, a saber, teniendo en mí la idea de Dios, si Dios no existiera también en
realidad, Dios, repito, cuya idea poseo, es decir, que tiene todas las perfecciones (que no puedo
comprender, si bien las alcanzo en cierto grado con el pensamiento), sin estar sujeto a ninguna
imperfección”.

Meditación Cuarta: sobre lo verdadero y lo falso


En esta cuarta meditación Descartes comienza hace una recapitulación de lo anterior, reiterando
el argumento por el cual el hecho que exista la idea de Dios en el sujeto es muestra evidente de
que exista, y es más, la existencia de la persona depende enteramente de Dios. Prosiguiendo con
esto, Descartes niega que Dios puede engañarnos. El error no proviene de Dios, sino que proviene
del mismo sujeto que en su capacidad de enjuiciar lo verdadero es finita, es decir, el error es un
defecto, una imperfección. Por tanto, es normal que Dios haga cosas incomprensible por el ser
humano.

Sin embargo, solo por el intelecto puede percibirse las ideas que podemos juzgar, y no existe error
en el intelecto aunque si existe innumerables cosas de las que no poseemos ninguna idea. Por
tanto, todas las facultades reconocidas por el sujeto son exiguas y finita, pues tenemos la idea de
que puede haber una mayor y las cuales solo lo puede poseer Dios. De tal manera, es preciso
advertir, a tenor de esto, que el hombre esta hecho en cierto modo a imagen y semejanza de Dios.
Pero Descartes especifica el motivo de esta afirmación al decir: “únicamente tanta voluntad, o
libertad de arbitrio, existe en mí, que no puedo aprehender la idea de ninguna mayor; de modo
que es ella la principal razón por la que creo ser en cierto modo la imagen y semejanza de Dios”.

Seguidamente Descartes se centra en la libertad. Para el autor, la libertad no se basa simplemente


en poder hacer una cosa u otra, en actuar de tal manera en base a lo que el intelecto nos indique,
dando la sensación de estar determinado por una fuerza externa. La liberta no se basa por tanto
en “inclinarme por ambos términos opuestos (…) sin al contrario, cuanto más propenso estoy a
uno de ellos, ya porque veo en él la causa de lo verdadero y lo bueno, ya porque Dios dispone de
tal suerte el interior de mi pensamiento, tanto más libremente elijo; y ni la gracia divina, ni el
pensamiento natural la disminuyen, sino que la aumentan y corroboran.”

De tal manera, Dios no puede ser la causa de los errores del individuo, sino que el error de la
voluntad que rebasa al intelecto, por esa razón el intelecto opera con lo no concebido dando lugar
a la indiferencia que a su vez nos puede llevar al error, “por ejemplo, al examinar estos días si

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existe algo en el mundo, y al advertir que del mismo hecho de examinarlo se sigue que yo existo,
no puedo juzgar que lo tan claramente concebía fuese verdadero; no porque fui obligado a ello
por alguna causa externa, sino porque a esa gran luz en mi intelecto siguió una propensión en mi
voluntad, y consiguientemente tanto más libre y voluntariamente lo creí, cuanto menos
indiferente era respecto de ello.”.

Pero esta indiferencia se aplica, no solo a lo que el sujeto no conoce, sino también a aquello que
el sujeto no percibe con suficiente claridad y distinción como verdadero, pero, continua Descartes
diciendo “si me abstengo de dar un juicio, es evidente que obro cuerdamente y que no me
equivoco; si afirmo o niego; no uso con rectitud de mi libertad de arbitrio: si me vuelvo a la parte
que es falsa, erraré sin duda, y si elijo la otra, encontraré por causalidad la verdad, pero no por
ello careceré de culpa, porque es manifiesto por la luz natural que la percepción del intelecto
debe siempre preceder a la determinación de la voluntad”.

Descartes, por tanto, ve que la voluntad es más extensa que el intelecto, pero tal voluntad es
concebida como una cosa, indivisible. Y es normal que el intelecto, al ser finito, no pueda llegar a
comprender todo.

Terminando con esta meditación, el autor concluye que el error, la falsedad y la culpa, no es fruto
de Dios, porque la falsedad es fruto de no utilizar con rectitud la libertad. Aunque Dios podría
haber hecho al hombre de tal manera que podría haberle dotado de un intelecto que captará
clara y nítidamente todo aquello de lo que se puede deliberar.

En definitiva “siempre que contengo mi voluntad al emitir un juicio, de manera que se extienda
tan sólo a lo que el intelecto le muestre clara y definidamente, no puede ser que me equivoque,
porque toda percepción clara y definida es algo sin duda alguna, y por lo tanto no recibe su ser de
la nada, sino que tiene necesariamente a dios como autor, a Dios, repito, aquel ser perfecto en
grado sumo, a quien repugna ser falaz; y, por tanto, es verdadera."

Meditación Quinta: sobre la esencia de las cosas materiales. Y nuevamente sobre Dios y que
existe
En esta cuarta meditación Descartes trata de investigar, primeramente, si existen las cosas
externas del sujeto. Para empezar, el autor, se centra en como esas cosas externas como ideas
existente en el pensamiento, llegando a la certeza de que “no solamente estas cosas, vistas en
general, me son conocidas y obvias, por poca atención que preste, sido que también percibo un
sinfín de particularidades sobre la figura, el número, el movimiento, etc. cuya verdad es tan
perspicua y tan evidente a mi naturaleza, que cuando las descubro por primera vez no me parece
aprehender algo nuevo, sino acordarme de lo que ya sabía, o advertir cosas que existían en mí
antaño, aunque no hubiese concentrado en ellas la visión de mi mente.”

Pero esto le lleva a Descartes a considerar esas ideas de ciertas cosas que aunque no existan fuera
del sujeto no quiere decir que no sean nada, pues aunque sean pensada arbitrariamente, no son
invención del sujeto, sino que tiene una naturaleza verdadera e inmutable, es decir, una esencia.
Por tanto, la existencia de Dios, al igual que las verdades matemáticas, se encuentran en el mismo
grado de certeza y aunque en las cosas la esencia y la existencia se da separadamente y se pueda

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pensar que la esencia de Dios esta separada de su existencia, esto no deja de ser más que un
sofisma, puesto que “si se presta un poco más de atención, aparece manifiestamente que la
existencia no menos puede separar de la esencia de Dios (…). Con todo, aunque no pueda pensar
a Dios privado de existencia, como tampoco un monte sin valle, no obstante, del mismo modo
que del hecho de que piense un monte con un valle no se sigue que exista algún monte en el
mundo, así del hecho de que a Dios como existente no se sigue que Dios exista. Mi pensamiento
no impone ninguna necesidad a las cosas.” Por tanto, Dios existe, no porque el pensamiento lo
crea o imponga una necesidad a alguna cosa, sino porque la existencia de Dios, Dios mismo, obliga
al pensamiento a pensarlo de ese modo.

Pero la idea de Dios, según Descartes, es la principal y primera idea verdadera ingénita del sujeto:
1) porque no se puede pensar otra cosas cuya esencia y existencia se identifiquen, 2) porque no
es posible concebir dos o más dioses y aceptado solo uno es necesario que sea eterno, y 3) porque
de Dios se percibe un multitud de cosas las cuales no se las puede quitar ni mudar.

Terminando Descartes llega afirma que “una vez que he percibido que Dios existe, habiéndome
al mismo tiempo dado cuenta de que todo depende de Él, y de que Él no es engañador, y habiendo
deducido de ello que todo lo que percibo clara y definitivamente es cierto, resulta que , aunque
ya no siga yo atendiendo a las razones por las que he juzgado que esto es verdad, sólo con que
recuerde haberlo percibido clara y definidamente, no se puede aducir ningún argumento en
contra que me induzca a dudar, sino que tengo una ciencia verdadera y cierta sobre ello (…). Por
tanto, veo que la certidumbre y la verdad de toda ciencia dependen tan sólo del conocimiento de
Dios, de modo que nada podría conocer perfectamente antes de que lo hubiera conocido a Él.
Mas ahora puedo conocer y cerciorarme de innumerables cosas, no sólo acerca de Dios mismo y
de las demás cosas intelectuales, sino también de toda esa naturaleza corpórea que es el objeto
de la matemática pura.”

Meditación sexta: sobre la existencia de las cosas materiales y sobre la distinción real del alma
y cuerpo

Por último, en esta sexta meditación, Descartes se centra en esta última meditación en la
existencia de las cosas materiales para pasar después a la distinción entre cuerpo y alma.

Comienza afirmando de las cosas materiales como algo existente en tanto que son objetos de las
matemáticas, ya que las percibe clara y definidamente. Pero también existen a partir de la facultad
de imaginar. Posteriormente, René, continua aclarando la diferencia entre imaginación y pura
intelección. La mente cuando, cuando concibe, se concentra en sí mismo y considera algunas ideas
que tiene pero mientras imagina se dirige al cuerpo y ve algo conforme a la idea concebida por
ella o percibida por los sentidos. Es decir, la imaginación solo puede trabajar conforme a los
cuerpos, de tal manera, que si imagino algo es porque existe un cuerpo, aunque con probabilidad,
dice Descartes, pues “no veo todavía clara idea de la naturaleza corpórea que existe en mi
imaginación se pueda tomar alguna prueba que concluya que existe algún cuerpo”.

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A continuación, Descartes describe porque puso en duda cuerpo y los sentidos. Al principio les
parecía ciertos pero empezó a dudar de ellos cuando notaba que a veces les engañaban, no todo
era como los sentidos se los mostraba. Señala dos causas principales: 1) “yo nunca puedo sentir
mientras estoy despierto cosas que no pueda también, mientras duermo, creer alguna vez que
las siento; y no creyendo en lo que me parece sentir en los sueños, no veía por que había de creer
en aquello que me parece sentir despierto” y 2) “ignorando todavía al autor de mi creación, o al
menos suponiendo que lo ignoraba, nada me parecía oponerse a que yo hubiera sido creado por
la naturaleza de tal suerte que me engañase aun en aquellas cosas que se mostraban certísimas.”

Sin embargo, después de sus estudios y alcanzar a conocerse mejor a él y a Dios, admite que no
hay que poner en duda todo aquello que capta por los sentidos. Después de esto, Descartes señala
que “del hecho mismo de que yo sé que existo, y de que advierto que ninguna otra cosa en
absoluto atañe a mi naturaleza o a mi esencia, excepto el ser una cosa que piensa, concluyo con
certeza que mi existencia radica únicamente en ser una cosa que piensa” y “en tanto que soy una
cosa que piensa, e inextensa, y de otra parte una idea precisa de cuerpo, en tanto que es tan sólo
una cosa extensa y que no piensa, es manifiesto que soy distinto en realidad de mi cuerpo, y que
puedo existir sin él.”

Vemos aquí el dualismo alma-cuerpo cartesiano. Donde las facultades de imaginar y sentir
residen en una substancia intelectiva “puesto que incluyen en su concepto formal una cierta
intelección, de donde percibo que se diferencia de mí como los modos de las cosas. Mientras las
facultades como la de cambiar de lugar, adquirir varias figuras, etc. Existen en una “substancia
corpórea o extensa, no inteligente, porque está incluido en su concepto claro y preciso de cierta
extensión, pero de ningún modo una intelección”

Por otra parte, Descartes, señala que existen otras facultades pasivas de sentir o recibir y conocer
las ideas sensibles de las cosas que solo tienen sentido si existe una faculta activa que las produce,
pero esta facultad activa “no puede existir en mí mismo, porque no supone ninguna intelección
anterior, sino que estas ideas me viene sin mi cooperación y aun sin mi consentimiento; por tanto,
res que exista en alguna substancia diferente a mí, y, dado que debe estar en ella toda realidad,
ya formal, ya eminentemente, que existe objetivamente en las ideas producidas por esa facultad,
o esta substancia es un cuero o naturaleza corpórea, en la que todo lo que en las ideas está
contenido objetivamente está contenido formalmente, o es Dios, o alguna criatura más noble que
el cuerpo en al que todo está contenido eminentemente.”

Descartes en base a la idea de que Dios no es engañoso ni falaz, afirma entonces que todo lo que
le muestra la naturaleza tiene algo de verdadero, aunque se presente oscuro y dudoso, pero
también la naturaleza le enseña “mediante lo sentidos del dolor, del hambre, de la sed, etc. Que
no sólo estoy presente en mi cuerpo como el navegante en el barco, sino que estoy
estrechísimamente y como mezclado, de manera que formo una totalidad con él.” A parte,
también la naturaleza de muestra que no está solo, sino que existe otros cuerpo independientes
a él, tal como se expresan en sus sentidos mediante, los sonidos, olores, sabores, etc.

Pero Descartes matiza “tomo aquí naturaleza en un sentido más estricto que como el conjunto de
todo lo que Dios me ha dado, ya que este conjunto están comprendidas muchas cosas que se

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refieren tan sólo al alma (…); y otras muchas cosas que atañen al cuerpo solamente de las que no
me ocupo, sino tan sólo de aquellas que Dios me ha dado a mí como compuesto de alma y de
cuerpo”.

Sin embargo, Descartes sigue analizando la naturaleza llegando a la conclusión de que “la
naturaleza no es omnisciente; lo cual no es de extrañar, puesteo que siendo el hombre una cosa
limitada, no le pertenece otra naturaleza que la de una perfección limitada”.

Después de esto Rene se centra en mostrar la diferencia entre el alma y el cuerpo, siendo la
primera de ellas la indivisibilidad el alma con respecto al cuerpo. Mientras que el alma es
indivisible por el contrario el cuerpo es siempre divisible por naturaleza, es decir, “no puedo
pensar ninguna cosa corpórea o extensa que no pueda dividir fácilmente en partes con el
pensamiento, y por esto mismo sepa que es divisible”.

Finalmente, Descartes concluye afirmando que “como me pasan unas cosas que advierto con
claridad de dónde, adónde y cuándo se me aparecen, y enlazo su percepción sin interrupción
alguna con la vida restante, estoy seguro de que las percibo cuándo estoy despierto, y no sueño.
Y no debo dudar en lo más mínimo de su verdad, si, una vez que he convocado todos los sentidos,
la memoria y el intelecto para examinarlas, ninguno de ellos me manifiesta nada que se oponga
a los demás. Del hecho de que Dios no sea engañoso se sigue que yo no me engaño en absoluto
en esto. Pero ya que la necesidad de llevar una vida activa no concede siempre una pausa para un
examen detenido, se ha de confesar que la vida humana está expuesta a frecuentes errores en l
que se refiere a las cosas particulares, y se ha de reconocer la debilidad de nuestra naturaleza”.

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