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Derecha en desazón

José Javier Esparza

4 de julio de 2006. En momentos de oscuridad e incertidumbre, cuando nadie sabe qué


rumbo tomar, es inevitable enzarzarse en discusiones sobre el método. A falta de una
meta bien definida, se espera que el dibujo del camino nos aporte la respuesta. Al final,
siempre ocurre lo mismo: la discusión sobre el camino hace que los caminantes se
asesinen entre sí. Ahí tenemos a la derecha política entregada a sus eternas querellas
fulanistas, a los nuevos inquisidores de Génova echando aceite de ricino en las bocas
más valientes para que "no chirríen", a los (dos) medios de comunicación más
relevantes de la derecha dándose de navajazos, a los barones autonómicos del PP
compitiendo por ver quién orina más lejos en las reformas estatutarias. Es desolador.

En semejante paisaje, surge la cabeza inquieta del táctico sutil e invariablemente nos
propone un acto de contrición. La derecha está arrinconada –nos dice- porque la
izquierda ha logrado arrojarla a los confines del sistema. Por radical y montaraz, por no
haber sabido plegarse al ritmo de las cosas, la derecha ha perdido el paso. Solución:
seamos dúctiles, posibilistas, flexibles como el junco.

El junco, efectivamente, es flexible: se cimbrea bajo el viento. El problema es que el


viento sopla desde la izquierda. El gran error de estos arquitectos de la derecha sutil es
su punto de partida: cavilan desde la culpabilización de sus propias posiciones, desde la
deslegitimación de la derecha, esto es, juegan con las reglas que les marca el enemigo.
De puro sutiles, de puro buscar el hilo conductor que les permita trepar por la tela,
pierden de vista a la araña gorda, gordísima, que aguarda con las mandíbulas abiertas.
Creen que han descubierto la clave del enigma: que la derecha avance con voz queda y
pasos apagados, como pidiendo perdón por existir, para así llegar al centro de la tela.
Pero eso supone aceptar que la derecha es culpable, que su derecho a la existencia es
inferior, una suerte de dádiva que la araña le dispensa –exactamente lo que la araña
necesita para aniquilar al intruso.

Lo que nuestra derecha necesita no es un discurso sobre el método, sino un discurso


sobre los fines. Si los fines no están claros, toda metodología es superflua. El valor del
Discurso del método cartesiano no reside en el método propiamente dicho, sino en que
Descartes sabía muy bien dónde quería llegar. El método, en política, es algo
necesariamente cambiante, un arte de supervivencia. Pero si se renuncia al discurso
sobre los fines –para no parecer radical, para no enojar a la araña-, entonces se
abandona el campo a la ambición del enemigo.

Rajoy, todo sea dicho, ha dado pasos acertados al plantear un horizonte concreto de
reformas constitucionales y estabilización del Estado. Lo que hace falta es que todas las
voces de la oposición hablen con la misma tonalidad y que su mensaje llegue al
ciudadano. Y en esa tarea la sutileza suele ser un obstáculo.

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