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CAPÍTULO III

LOS PARTIDOS POLITICOS

Los partidos políticos son, en las democracias liberales, lo más importantes medios de expresión de
las inquietudes y anhelos de la opinión pública. Son, por así decirlo, los canales naturales de
comunicación entre gobernantes y gobernados. Su operación es vital para que pueda existir un
régimen democrático, el cual exige que haya al menos dos partidos distintos, ya que donde existe uno
solo – de carácter oficial u oficialista- que monopoliza el poder y el manejo del Estado, o donde se ha
prescindido de ellos totalmente, el régimen democrático desaparece para convertirse en un régimen
totalitario. De ahí que la pluralidad de partidos políticos sea una de las condiciones básicas de la
demócrata liberal.

1. QUÉ SON LOS PARTIDOS POLITICOS

De los partidos políticos pueden darse definiciones diversas, pero todas ellas han de coincidir en dos
puntos esenciales: que son medios de expresión de la opinión pública y que buscan el manejo del
poder del Estado para obtener, a través de él, determinados objetivos. Así, por ejemplo, para
EDMUND BURKE “un partido es un grupo de hombres unidos a fin de promover, mediante sus
esfuerzos conjuntos, el interés nacional, sobre la base de algún principio particular en el que todos
ellos coincidan”. Para LENIN “ un partido político, en general, y el partido de la vanguardia, en
particular, no tendría derecho a la existencia, no sería más que un pobre cero a la izquierda, si
renunciara al poder, teniendo posibilidad de conseguirlo”. Para BURDEAU, “un partido político es toda
agrupación de individuos que, pretendiendo los mismos objetivos, se esfuerzan por alcanzarlos,
intentando, a la vez conseguir la adhesión del mayor número posible de ciudadanos y conquistar el
poder, o por lo menos, influir en sus decisiones”. Para GIOVANNI SARTORI, “los partidos son conductos
de expresión; son un instrumento para representar al pueblo al expresar sus exigencias. Los partidos
no se desarrollaron para comunicar al pueblo los deseos de las autoridades, sino para comunicar a las
autoridades los de los deseos del pueblo”. En el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales,
los partidos políticos se definen como “las agrupaciones de personas que, con distinto ideario unas de
otras, sostienen opiniones políticos políticas que pretenden hacer prevalecer a efectos de
orientaciones y de la gobernación del Estado”.

El jurista HANS KELSEN ha sido uno de los teóricos que con más rigor y profundidad ha explicado la
necesidad que existe de los partidos en las democracias. Al respecto dice: “Es patente que el individuo
aislado carece por completo de existencia política positiva por no poder ejercer ninguna influencia
efectiva en la formación de la voluntad del Estado, y que, por consiguiente, la democracia solo es
posible cuando los individuos, a fin de lograr una actuación sobre la voluntad colectiva, se reúnen en
organizaciones definidas por diversos fines políticos, de tal manera que entre el individuo y el Estado
se interpongan aquellas colectividades que agrupan en forma de partidos políticos las voluntades
coincidentes de los individuos. Solo por ofuscación o dolo puede sostenerse la posibilidad de la
democracia sin partidos políticos. La democracia, necesaria e inevitablemente, requiere un Estado de
partidos”.
2. ORIGEN Y FORMACIÓN DE LOS PARTIDOS POLITICOS

Para entender el origen de los partidos modernos hay que aclarar que siempre, a lo largo de la historia,
las sociedades han estado dividas en bandos o en corrientes de pensamiento, y de acción, sin que
deban confundirse esos bandos o esas corrientes con lo que son los partidos políticos de hoy. Así,
como se ha mencionado en esta obra, en Grecia y en Roma hubo “partidos” aristocráticos o
conservadores y “partidos” democráticos o populares, de la misma manera que en las repúblicas
italianas del Renacimiento había clanes que se agrupaban alrededor de un condotiero, y que raíz de
las luchas entre la premacía pontifica y la de los príncipes temporales hubo bandos de uno u otro lado,
como los güelfos y los gibelinos. Esos no eran partidos propiamente dichos, de acuerdo con el moderno
concepto de la palabra, pues, entre otras cosas, les faltaba elementos esenciales que estos tienen:
vocación de permanencia y de continuidad, además de un programa de ideológico formalizado.

Aunque puede afirmarse, como lo hace DUVERGER, que los partidos modernos datan apenas de
mediados del siglo IX, ellos comenzaron a perfilarse ya en siglo XVII, en Inglaterra, durante el proceso
de formación del parlamentarismo, con la aparición, en el seno de las cámaras, de los partidos torie y
whig con tendencias ideológicas bien definidas: el uno defensor de las prerrogativas de la corona, el
otro defensor de los fueros del Parlamento. Más tarde, en la etapa inicial de la Revolución francesa,
en el seno de la Asamblea constituyente de 1789, los clubs originalmente de carácter regional o
provincial, se transformaron de hecho en partidos- aunque no adoptaron este nombre- destacándose
ente ellos de los girondinos- liberales partidarios de la monarquía limitada-, los jacobinos y los
cordeleros, radicales de extrema izquierda. Eran grupos de diputados que se reunían en un lugar
determinado- los jacobinos y los cordeleros en los antiguos conventos de esas órdenes – porque tenían
ideas comunes y propósitos idénticos, por lo cual formaban una asociación de tipo ideológico. En
Estados Unidos los partidos surgen del proceso de independencia, es decir, nacen con la república. En
efecto, allí los partidos republicano y federalista se formaron de las rivalidades planteadas en el seno
de la Convención de Filadelfia, entre THOMAS JEFFERSON Y ALEXANDER HAMILTON; los primeros
abogados por los derechos de los Estados miembros de la federación, en tanto que los segundos
preconizaban el fortalecimiento de los poderes de la unión. Años después los federalistas se
transformaron en el partido demócrata, que apareció en 1828 apoyando la candidatura de Andrew
Jackson a la presidencia.

El origen de los partidos modernos se sitúa así en el seno de los parlamentos y a propósito de las
contiendas electorales derivadas de la aplicación del principio de la representación. Hay que anotar
que los primeros partidos, tanto en Inglaterra, como en Estados Unidos, en Francia ay en los demás
países sonde surgieron entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, no eran partidos de
masas, sino de élites, y, salvo casos excepcionales, de carácter liberal burgués. Y que, durante largo
tiempo, la formación de partidos fue vista con temor y desconfianza no solo por los gobiernos
autocráticos, sino también por vastos sectores de la opinión, e incluso por grandes adalides de la causa
democrática y republicana. Así, George Washington en su famoso mensaje de despedida (Farewell
adress) decía: “Os he advertido ya el peligro que entraña la división en partidos, sobre todo si está
basada en discriminaciones geográficos. Permitidme extenderme algo más en este sentido para
advertiros de las desastrosas consecuencias que pueden resultar del espíritu partidario en general.
Desgraciadamente, este espíritu parece sernos innato, estando arraigado en las más fuertes pasiones
humanas. Existe bajo diversas formas en todos los gobiernos, reprimido, controlado o ahogado, pero
se observa principalmente en los gobiernos populares y se convierte con frecuencia en su peor
enemigo… “. Y Simón Bolívar, en su también famosa última proclama, declaraba: “Si mi muerte
contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.

Y así, aunque en diversas partes de América y de Europa se levantaron voces de reconocidos amigos
de la causa democrática para advertir sobre los peligros del partidismo, lo cierto es que, como lo
reconocía el prócer norteamericano, el espíritu de partido está arraigado en las más fuertes pasiones
humanas, y encuentra su cauce natural de expresión en el régimen democrático liberal.

A finales del siglo XIX, BLUNTSCHLI afirmaba que “los partidos políticos se muestran en todas las partes
donde la vida política se desarrolla libremente, desaparecen solo en los pueblos perezosamente
indiferentes por los asuntos públicos u oprimidos por un poder; su ausencia es, entonces, un signo de
incapacidad o de opresión”. Agregaba que “un partido- (parte), la palabra misma lo indica- es siempre
una fracción de un todo. No representa, entonces, más que el sentimiento de una parte de una parte
de la nación y no debe jamás identificarse con el Estado bajo pena de ser culpable de orgullo y de
usurpación. Puede combatir los otros partidos; no puede ignorarlos ni esforzarse a batirlos ni hacerlos
desaparecer. Un partido no puede existir solo; es de existencia de un partido opuesto lo que le da el
ser y la vida”.

TOCQUEVILLE, al hacer La democracia en América, el análisis de la experiencia partidaria de Estados


Unidos, elogiaba esa experiencia y la ponía como ejemplo a los europeos de su tiempo, a quienes
reprochaba ver en las asociaciones políticas “un arma de guerra que se constituye apresuradamente
para ir a ensayarla de inmediato en un campo de batalla”. Pero lo cierto es que ya para mediados del
siglo XIX- aunque DUVERGER sostenga que “ en 1850, ningún país del mundo ( con excepción de
Estados Unidos ) conocía partidos políticos en el sentido moderno de la palabra-, existían partidos
formados en algunos países, aunque no muchos en realidad, entre ellos Colombia.

3. ORIGEN DE LOS PARTIDOS EN COLOMBIA

En Colombia, al igual que en Estados Unidos, los partidos políticos nacieron con la república. Algunas
analísticas e historiadores han hecho remontar su origen a la división entre “chapetones” y “criollos”,
en épocas de la Colonia, que opuso los intereses de los españoles residentes en el Virreinato de la
Nueva Granada a los de los nativos patriotas, oriundos de España. Otros los sitúan en la pugna entre
“centralistas” y “federalistas” que se produjo después de la Declaración de Independencia (20 de julio
de 1810), en torno a la forma De organización del nuevo Estado, y que condujo a una fuera civil que
facilitó la reconquista española en 1816. Ninguna de estas apreciaciones es exacta; la segunda, sin
embargo, puede tener algún fundamento, en cuanto a que la cuestión del federalismo fue, en efecto,
como se verá luego, uno de los factores de visión de los partidos históricos: el conservador y el liberal
. Se ha atribuido también la paternidad de los partidos a los fundadores de la república: al Libertador
Simón Bolívar, el del conservador, y al general Francisco Paula Santander, el del Liberal. Tampoco ello
es exacto. Bolívar, formado en las doctrinas de MONTESQUIEU, de ROUSSEAU y de la Ilustración, fue
siempre un firme sostenedor de los ideales democráticos liberales, al igual que lo fue Santander.
Ambos comulgaban de los mismos ideales republicanos y libertarios. Al libertador atribuyeron los
santanderistas tendencias autoritarias debido, principalmente, a la Constitución que dio a Bolivia en
1825, en la cual consagraban un ejecutivo fuerte, como él creía que convenía a los pueblos recién
libertados y en proceso de organización. Pero pruebas de autoritarismo dio también el general
Santander a lo largo de su vida pública, incluso antes de la Constitución boliviana.
La división bolivarianos y santanderistas tuvo sin duda que ver con la posterior formación de los
partidos tradicionales colombianos, por cuanto algunos de los primeros se alinearon, después de la
muerte del Libertador (1830), en el bando de los llamados liberales moderados, que más adelante
formaron el partido conservador, en tanto que muchos de los segundos integraron después el partido
liberal. Cabe advertir que los dos partidos tradicionales son de estirpe liberal y que al comienzo de la
República, las distintas corrientes políticas se denominaron liberales, al término se le añadieron
calificativos como el de “ moderados”, “ civilistas”, “exaltados”, “rojos” o “ministeriales”, para
distinguir las diversas tendencias. El verdadero proceso de formación de los dos partidos históricos-
conservador y liberal- ocurrió con posterioridad a la muerte de Bolívar, quien poco antes de su
fallecimiento, en su última proclama, hizo votos para que cesaran los partidos y se consolidara la
unión.

En el gobierno de Santander (1832-1837) se produjo la división entre las distintas vertientes liberales,
una de las cuales, la militarista, encabezada por el general José María Obando, fue apoyada por aquel.
Luego, durante los gobiernos de José Ignacio de Márquez (1837- 1841) y de Pedro Alcántara Herrán
(1841-1845) los llamados ministeriales se deslindaron más abiertamente de los liberales guerreristas
o exaltados, que habían promovido la “guerra de los Supremos” contra el gobierno de aquel. Fue al
final del siguiente gobierno, el de Tomás Cipriano, de Mosquera (1845-1849) que se vino a protocolizar
la fundación de los partidos liberal y conservador, con la publicación de los programas respectivos: el
liberal, elaborado por Ezequiel Rojas, y el conservador, Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro.
En ello tuvieron notable influencia a las ideas y doctrinas que se agitaban en Europa por esa época,
particularmente en Francia, y que desembocaron en la tercera Revolución Francesa en 1848, y los
principios se plasmaron en la Constitución de la tercera república.

Cabe recordar que Ospina Rodríguez, fundador del partido conservador, estuvo comprometido con los
santanderistas en el atentado contra la vida del libertador BOLIVAR el 15 de septiembre de 1828, y
que, en cambio, Mosquera, incondicional seguidor de Bolívar, y quien llevo a la Presidencia como
“ministerial” , militó luego activamente en las filas del liberalismo.

En los programas de los dos partidos se puede apreciar claramente como ellos se identificaron desde
el comienzo en ciertos principios ideológicos y políticos fundamentales: su adhesión al régimen
democrático liberal, a las instituciones republicanas, a la separación entre las ramas del poder, al
reconocimiento de los derechos individuales y las libertades públicas, a la defensa de la propiedad
privada. Se diferenciaron sustancialmente en que mientras el conservador hacia profesión expresa de
fe católica, el liberal defendía la libertad de conciencia y de cultos; mientras el primero era partidario
de un Estado centralizado o unitario, el segundo lo era del Estado Federal; mientras el primero
reconocía los derechos individuales y las libertades públicas con limitaciones, el segundo lo hacía de
manera ilimitada; mientras el primero hacia énfasis en el orden y el principio de autoridad, el segundo
lo hacía en la libertad. En el aspecto social, los dos partidos fueron, desde su nacimiento, policlasistas
, si bien el conservador encontró más arraigo en las clases campesinas, mientras el liberal se afianzó
más en la mediana y pequeña burguesía y en el proletariado urbano. Pero en esencia, ambos partidos
tuvieron un carácter burgués y liberal desde sus inicios, al igual que el resto de los partidos
democráticos surgidos en América por la misma época, o después, a lo largo del siglo XIX. El ideario
liberal se plasmó en la constituciones de 1853, 1858 y 1863, en tanto que el ideario conservador se
plasmó en las de 1843, 1886, aunque en las sucesivas reformas a que esta Constitución fue sometida
a lo largo de sus ciento cinco años de vigencia, fue perdiendo el carácter conservador que
originalmente tuvo, y se plasmaron en ella ideas liberales, y aun socialista, ocurrió particularmente en
la reforma de 1936.
Hay que señalar que desde los albores de la república hasta nuestros días, el esquema político
colombiano ha sido marcadamente bipartidista. Pese a que durante la historia republicana se han
intentado fundar terceros partidos, los dos partidos tradicionales han polarizado siempre, a través de
los años, la mayoría del caudal electoral, advirtiendo si que el fenómeno de de abstencionismo se ha
presentado en forma recurrente en las elecciones en Colombia y se ha acentuado en las últimas
décadas.

Sin embargo, debe anotarse en los últimos tiempos, superadas la etapa de los conflictos religiosos y
definida la forma de Estado Unitaria, a lo largo del siglo XX, el bipartidismo colombiano ha ido
adquiriendo, cada vez más, un carácter artificial, por cuanto se ha producido de hecho una identidad
ideológica, entre las dos colectividades tradicionales, básicamente en cuanto hace al sostenimiento,
por parte de ambas, del régimen democracia liberal, y de los principios económicos del capitalismo,
identidad que se ha acentuado aún mas frente a la alternativa ideológica planteada por las corrientes
socialistas y marxistas. De ahí, que las diferencias que puedan presentarse en la época contemporánea
entre liberales y conservadores, en Colombia, son más de apariencia o de circunstancia que de fondo;
en muchos casos son diferencias que de fondo; en muchos casos son diferencias de tipo personalista,
secuela de una tradición de enfrentamiento todavía arraigada en sectores de la población. Lo cierto es
que en el interior de cada uno de los partidos se encuentran corrientes tanto conservadoras como
liberales, lo cual contribuye a desdibujar aún más las aparentes fronteras ideológicas entre ambos.

4. BIPARTIDISMO Y MULTIPARTIDISMO

Dentro del régimen de la democracia liberal, que supone, como se ha dicho, la pluralidad de partidos
políticos, puede darse la modalidad del bipartismo, que significa que solo dos grandes partidos se
presenten como alternativa real de poder, o del partido multipartidismo, o sea la coexistencia de más
de dos partidos con posibilidades reales de convertirse en alternativa de poder. En uno u otro caso no
debe hablarse de “sistemas”, sino de fenómenos de carácter sociológico e histórico. Hablar de
sistemas equivaldría a que el esquema bipartidista, o el multipartidista, sería el proceso de una
imposición formal preconcebida, lo cual de por sí, desvirtuaría la esencia de la democracia.

El bipartidismo se da aquellos países en los cuales, por una arraigada tradición política, los pueblos se
han acostumbrado a elegir entre dos grandes vertientes políticas, si que terceros partidos hayan
logrado calar hondamente en la opinión pública hasta el punto de obtener resultados electorales
importantes. Esta ha sido, como lo acabamos de ver, el caso de Colombia, como lo ha sido también el
de Inglaterra y Estados Unidos, considerados como ejemplos clásicos de bipartidismo. Como también
se vio, en Inglaterra desde hace muchísimo tiempo, el electorado se ha dividido entre dos partidos:
primero entre el conservador- Tory- y el liberal- Whig- y luego, en este siglo, entre aquel y el Laborista;
y en Estados Unidos, lo ha hecho siempre entre los partidos Republicano y Demócrata. En los tres casos
se trata de partidos democráticos, que reconocen y defienden los principios de este régimen, pero que
han mantenido diferencias ideológicas y programáticas más o menos acentuadas, según las épocas y
circunstancias. En el caso colombiano puede decirse que en la época actual son muchas más las cosas
que los identifican que las que distancian.

El bipartidismo que como se ha señalado, no excluye la existencia de terceros partidos, en apariencia


implicaría una restricción al pluralismo político. Pero en realidad tiene ventajas apreciables como son
la de presentar a la opinión pública una más clara alternativa de poder, entre un partido de gobierno
y un partido de oposición, y de conseguir así una mayor estabilidad política e institucional, ya que el
partido que tiene mayoría puede gobernar de manera más holgada, con sus propios programas, Ello
se puede constatar tanto en Inglaterra como en Estados Unidos , e incluso en Colombia, donde, pese
a las hondas convulsiones que la han sacudido a lo largo de su vida republicana el hecho de ser muy
seguramente el país de mayor estabilidad institucional de América Latina no es ajeno al fenómeno
bipartidista. No obstante, la aguda crisis por la que ha atravesado Colombia en los últimos tiempos se
debe, al menos en parte, a que dada la identidad de hecho que se presenta entre los dos partidos
tradicionales, el pueblo busca nuevas opciones como alternativas reales de poder,; de ahí el
surgimiento de movimientos extremistas que buscan convertirse, incluso por la fuerza, en esas
alternativas.

El multipartidismo, o sea la existencia de más de dos partidos con opciones electorales análogas o
dicho de otra manera, la no existencia de dos partidos predominantes en el panorama político, ha
sido fenómeno frecuente en las democracias modernas en casi todo el mundo. Pese a ser
teóricamente más democrático, ya que ofrece mayores opciones al electorado, en la práctica presenta
no pocos inconvenientes; por lo general lleva a la formación de coaliciones transitorias, movidas por
fines electorales y políticos de ocasión, lo cual se traduce en una notaría inestabilidad política; además,
al pueblo no se le presentan alternativas claras de poder. La inestabilidad política ha sido una
constante en países tradicionalmente multipartidista, como Italia donde en los últimos cuarenta años
se han producido más de cincuenta crisis gubernamentales, o como en la Francia de la IV república
(1946-1958), donde también eran frecuentes los cambios de gobierno, o como en Argentina, Bolivia,
Brasil, y la mayoría de los países latinoamericanas, donde la ausencia de partidos democráticos fuertes
ha contribuido a la larga sucesión de golpes de Estado y de dictaduras sufridas por ellos a través de su
historia republicana. Por el contrario, en la medida en que otros países- como Costa Rica y Venezuela-
. Han consolidado el bipartidismo, han encontrado una mayor estabilidad política e institucional.

Con miras a esa estabilidad, y, con ella, a la consolidación de la democracia, en los últimos tiempos se
ha producido en muchos países de tradición multipartidista, una marcada tendencia hacia el
bipartidismo, ya sea por el surgimiento de dos partidos predominantes, o ya por la unificación de
pequeños partidos dispersos en dos grandes partidos. Ello se ha visto en países como la República
Federal (UCR* o radicalismo y justicialismo o peronismo), en España (PSOE** y Alianza popular de
centro – derecha), Perú (Acción popular y APRA**), Israel (laborista y likud) o Uruguay (Blanco y
Colorado), y además de algunos de la mancomunidad británica como Australia (Liberal y Laborista) y
Canadá (Conservador progresista y Liberal).

En otros muchos casos el bipartidismo se presenta de hecho con la forma de alianzas de partidos o de
movimientos que se presentan unidos a las electorales y forman gobiernos de coalición. Así ha
sucedido, por ejemplo, en Francia durante el régimen de la V República, donde en cada elección se
han formado dos grandes bloques, con distintas denominaciones; uno de centro derecha, con
predominancia del partido socialista. Lo mismo ha sucedido en Italia entre la Democracia Cristiana, de
un lado, y las coaliciones de izquierda, con decisiva participación del Partido Comunista (PCI), del otro,
aunque en Italia estas coaliciones se han caracterizado por fragilidad. Otros ejemplos de coaliciones
polarizadas los tenemos, en los últimos años, en países como Brasil, Ecuador, Suecia, Austria, Bélgica,
Grecia, Portugal, y, últimamente, Chile.

5. PARTIDO ÚNICO Y PARTIDO MONOPOLISTICO


Se ha dicho que no puede haber auténtica democracia en los países donde exista un solo partido, ya
sea de carácter oficial u oficialista; tampoco puede haberla donde exista un partido monopolístico. En
el primer caso estamos ante un régimen de partido único, en el cual solo se reconoce como legal al
partido del gobierno, o al partido que respalda al gobierno, Estas dos situaciones no son las mismas.
En la primera, el partido único está expresamente consagrado como tal en el ordenamiento
constitucional. Tal era el caso de la Unión Soviética, con el Partido Comunista (PCUS), y el de la mayoría
de las llamadas “democracias populares” o regímenes socialista-marxistas, con ese mismo partido, con
sus diferentes denominadores, en los cuales la propia Constitución se encarga de establecer el sistema
de partido único. Así, el Artículo 60 de la Constitución de la URSS, proclamaba:

“La fuerza dirigente y orientada de la sociedad soviética y el núcleo de su sistema político, de las
organizaciones estatales y sociales es el Partido Comunista de la Unión Soviética. El PCUS existe para
el pueblo y sirve al pueblo. Pertrechado con la doctrina marxista-leninista, el Partido Comunista
determina la perspectiva general del desarrollo de la sociedad, la línea de la política interior y exterior
de la URSS, dirige la gran actividad creadora del pueblo soviético e imprime un carácter sistemático y
científicamente fundamentado a su lucha por el triunfo del comunismo. Todas las organizaciones del
partido actúan en el marco de la Constitución de la URSS”.

Casos de partido único se encuentra también en los regímenes totalitarios de extrema derecha, como
el de Mussolini en Italia, con el partido fascista, y el de Hitler en Alemania, con el partido nacional-
socialista. La segunda situación, la del partido único que respalda al gobierno, se da en regímenes
totalitarios, en los cuales, aunque ese partido no está expresamente consagrado como tal en la
Constitución, de hecho sirve de base política al régimen, muchas veces para darle una apariencia
popular o democrática. Ejemplos típicos de esta situación los encontramos con el Partido Colorado del
Paraguay, que sostuvo la dictadura de los Somoza, o el Partido Justicialista en Argentina en tiempos
de Perón, o el Movimiento Nacional de España, única agrupación Política permitida legalmente en la
dictadura de Franco. Se trata, en todo caso, de “partidos” o “movimientos” que son auspiciados por
el régimen de turno, para que le sirvan de soporte político, refundidos muchas veces con el soporte
militar.

Por partidos monopolísticos se entienden por aquellos que, dentro del contexto de una democracia
formal, acaparan todas las posiciones importantes del Estado- gobierno, Parlamento, órganos
judiciales-, sobre la base de un- real o supuesto- respaldo masivo del electorado. Aunque puedan no
ser partidos únicos y toleren la existencia de segundos partidos minoritarios, no comparten con estos
el poder ni en mínima parte. La existencia de partidos monopolísticos supone una desfiguración de la
democracia, sobre todo teniendo en cuenta que este régimen, por lo general el electorado es
manipulado, a través de diversos sistemas como son el control de los medios de información y
comunicación y del aparato estatal. Ejemplos típicos de partidos monopolísticos son el Partido
Revolucionario Institucional (PRI) en México, el Partido del Congreso en la Italia, el Partido Nacional
Democrático en Egipto y los partidos que, con diferentes denominaciones, sustentan regímenes
socialistas o personalistas en varios países de llamado Tercer Mundo.

6. CLASES DE PARTIDOS
Pueden darse diversas clasificaciones de partidos políticos, según su organización, su estructura
interna, su enunciación doctrinaria, su cobertura geográfica, su postura religiosa o, lo que es más
importante, su ideología. De acuerdo con lo anterior los partidos pueden clasificarse así;

A)Partidos de formación abierta, de formación corporativa y de formación cerrada.- Son de formación


abierta, aquellos partidos cuyos miembros adhieren en su simple calidad de ciudadanos, sin que
tengan que pertenecer a determinada organización intermedia, y sin que se les exija formación
ideológica previa ni otros requisitos especiales para su inscripción como miembros. La mayoría de los
partidos democráticos existentes en las democráticos existentes en las democracias clásicas- al menos
en las de América Latina- son de esta clase. Los de formación cerrada son aquellos que requieren de
sus militantes una preparación una preparación previa de información ideológica y el lleno de
requisitos como ciertas normas de conducta, carnetización, contribución económica, etc.

B) Partidos declarativos y partidos orgánicos.- En los primeros existe una declaración de principios, por
lo general muy vaga, a la cual sus militantes pueden adherir de manera expresa o tácita. Así se
oficializaron en Colombia, por ejemplo, los partidos tradicionales—liberal y conservador- a mediados
del siglo pasado; el liberal, mediante la publicación en El aviso del programa elaborado por Ezequiel
Rojas, con una serie de principios doctrinarios apenas enunciados, el conservador, mediante la
publicación en La Civilización del Programa elaborado por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio
Caro, también con la enunciación de principios generales, algunos coincidentes con los liberalismo,
como antes se señaló. Los partidos orgánicos son los que proclaman un programa completo, tanto de
aspiraciones doctrinarias o ideológicas, como de obligaciones para sus militantes: en ellos existe un
esquema estatutario en el que se definen con claridad su organización interna y sus objetivos.

C) Partidos de masas y partidos de cuadros.- Esta clasificación ha sido adoptada por DUVERGE en su
obra Los partidos políticos. La estructura de los partidos de masas fue concebida por los socialistas y
adoptada luego por los comunistas, los fascistas y, en ciertas medidas, por los demócratas-cristianos y
algunos otros partidos democráticos contemporáneos. Su objetivo es el de llegar al mayor número
posible de adherentes, a través de una intensa y permanente campaña de divulgación ideológica,
imponiendo además una estrictas disciplinas intelectuales y una lealtad a toda prueba a los principios
doctrinarios y a las jerarquía oficiales. Los partidos de cuadros le dan mayor importancia a la elite
dirigente; se interesan más por la calidad de sus miembros que por la cantidad. Tienden a reunir
estamentos notables, agrupados en comités o directorios, de los cuales salgan las orientaciones
dirigidas a su potencial electorado.

D) Partidos nacionales, partidos nacionalistas y partidos internacionalistas.- Los primeros son aquellos
cuyos programas y objetivos se circunscriben al marco de un Estado, de una comunidad nacional. A
esta clase pertenecen los partidos colombianos, los norteamericanos, los ingleses y, en general, todos
los que se inspiran en los ideales de la democracia clásicas y sostienen este tipo de régimen. Los
nacionalistas son aquellos partidos cuyo objetivo primordial es la defensa de un régimen autónomo
nacional frente a la amenaza, eventual o efectiva de alguna potencia imperialista. A este grupo
pertenece los partidos creados por Gamal Abdel Nasser en Egipto, por Mahatma Gandhi en la India o
por Juan Domingo Perón en la Argentina; esa misma orientación le imprimieron Mussolini al fascismo
y Hitler al nacionalsocialismo. Los partidos internacionalistas son aquellos que no circunscriben su
acción política al marco de un Estado, sino que buscan implantar su ideología en todo el mundo. El
partido comunista es, por definición, internacionalista.

E) Partidos ortodoxos, partidos heterodoxos y partidos ateos.- Esta clasificación se hace desde hace
punto de vista religioso, según que los partidos sean o no son confesionales. Los primeros son aquellos
cuyo programa esta oficial y abiertamente comprometido con un determinado credo religioso. El
partido conservador colombiano ha pertenecido a esta categoría. Los segundos son aquellos que se
limitan a proclamar libertad de cultos, sin exigir de sus adherentes ninguna profesión de fe específica;
pero caben también dentro de esta categoría, los partidos oficialmente laicos, como el PRI de México.
Los partidos ates, son aquellos que rechazan abiertamente toda profesión de fe religiosa, como es el
del partido comunista.

F) Partidos democráticos y partidos totalitarios,- Aunque desde el punto de vista ideológicos pueden
darse muchas clasificaciones de partidos, en términos generales estos pueden agruparse en una de los
dos categorías enunciadas, según reconozcan o no como valederas otras opciones políticas diferentes
a las suya, defiendan o combatan los principios de la democracia liberal, admitan o no someterse al
veredicto del electorado y, sobre todo, en el ejercicio del poder practiquen o no los preceptos del
Estado de derecho, en particular el del respeto por los derechos individuales y las libertades públicas.
Es en realidad en el ejercicio del poder en el que se conoce si un partido es auténticamente
democrático, o si tiene vocación totalitaria; se han dado muchos casos de partidos que, en su proceso
de formación o mientras están colocados en la oposición a un gobierno, se dicen democráticos, pero
una vez conquistado el poder se torna en partidos totalitarios, desconociendo los principios únicos.
Por lo demás, los partidos totalitarios se ubican ideológicamente en las extremas: izquierda o derecha.

Además, de las anteriores clasificaciones, también existen otras clases de partidos como son los
Carácter regional o local, como los hay en algunos países europeos- España, entre otros-o en algunos
Estados de Estados Unidos, o los partidos religiosos que sustenta su ideología en determinada creencia
espiritual, como los hay en el Líbano – Cristianos maronitas y musulmanes sunnitas- y los ha habido
en algunos otros países, o los partidos ecologistas, de más reciente creación, como lo son los llamados
partidos verdes que actúan, en defensa de la naturaleza y el medio ambiente, en varios países
europeos, en algunos de los cuales, como en Alemania Federal, han obtenido escaño parlamentarios.

7. INSTITUCIONALIZACION FORMAL DE LOS PARTIDOS

Aunque en el régimen de la democracia liberal el funcionamiento de partidos políticos es siempre


reconocidos como elemento básico, hasta no hace mucho la existencia de estos se desenvolvía al
margen del ordenamiento jurídico, no porque estuviera contra él, sino porque carecieran de un
reglamentación o estatuto legal para su funcionamiento. Tradicionalmente las constituciones han
guardado silencio en lo que toca a los partidos, excepto, claro está, aquellas que han consagrado el
partido único. Pero de un tiempo para acá se ha visto la necesidad que la actividad de los partidos se
enmarque dentro de un cuadro constitucional y legal, dándoles a estos el carácter de órganos de
asociaciones, o de instituciones del Estado. Desde el punto de vista jurídico- dice BISCARETTI-, los
partidos aparecen como particulares asociaciones políticas caracterizadas porque están “compuestas
de ciudadanos reunidos con el fin común de influir en la orientación política general del gobierno,
valiéndose de una organización estable, basada sobre un vínculo jurídico bien definido”. Así, en
diversas constituciones modernas se ha procedido a la institucionalización formal de los partidos
políticos; empero, tratadistas como LÖWENSTEIN no consideran suficiente la manera como esto se ha
hecho.

Al respecto dice LÖWENSTEIN: “Ninguna Constitución refleja, ni remotamente, la arrolladora


influencia de los partidos políticos en la dinámica del proceso del poder, que yace en el hecho de que
son ellos los que designan, mantienen y destruyen a los detentadores del poder en el gobierno y en el
Parlamento. Las constituciones, a la manera de los avestruces, tratan a las asambleas legislativas como
si estuviesen compuestas de representantes soberanos y con libre potestad de decisión, en una
atmósfera desinfectada de partidos. Será expresamente ignorado el hecho de que los diputados estén
delegados en la asamblea a través de las listas de candidatos de los partidos, y que, según el tipo
gubernamental imperante, estén sometidos a las instrucciones y a la potestad disciplinaria de los
partidos”.

Los primeros intentos de encuadrar jurídicamente a los partidos se hicieron al final de la primera
guerra mundial, debido, sobre todo, a la fuerza que cobró la idea de vigorizar la constitucionalización
de los Estados en busca de una mayor racionalización del pode, o sea, el intento de someter al derecho
todo el conjunto de la vida social. Ya en la Constitución mexicana de 1917 se establecía que “es
prerrogativa de todo ciudadano asociarse para tratar los asuntos políticos del país” (art34), y en la
Constitución alemana de Weimar, de 1919, se decía que “toda asociación puede adquirir la
personalidad jurídica conforme a las prescripciones del derecho civil. Esa personalidad no puede serle
negada por el hecho de perseguir un fin político, social o religioso” (art.124). Pero fue más tarde, en la
Constitución cubana de 1940, que se consagró expresa y formalmente lo atinente a los partidos: “Es
libre la organización de partidos y asociaciones políticas. No podrán, sin embargo, formarse
agrupaciones políticas de raza, sexo o clase. Para la Constitución de nuevos partidos políticos es
indispensable presentar, junto con la solicitud correspondiente, un número de adhesiones igual o
mayor al dos por cientos del censo electoral… etc.” (art102). Luego se habla de votaciones mínimas,
de candidaturas, de registro electoral y demás condiciones para el funcionamiento de partidos.

Después de la segunda guerra mundial, varios países europeos consideraron necesarios


institucionalizar los partidos a través de sus respectivas constituciones, especialmente aquellos que
venían de padecer regímenes totalitarios. Tal fue el caso de Italia (1947), Alemania Federal (1949),
Grecia (1975), Portugal (1976), y España (1978). Algunas constituciones, como la italiana, lo hacen de
manera muy vaga, en tanto que otras, como la portuguesa y la española, lo hacen de manera detallada.
En América Latina también lo han hecho la uruguaya de 1966, las brasileñas de 1967 y 1988 y,
paradójicamente, la paraguaya de 1967, en plena dictadura personalista de Stroessner. También lo ha
hecho la colombiana de 1991, como se verá más adelante.

7.1 Objetivos de la institucionalización de los partidos


La institucionalización legal de los partidos tiene importantes objetivos, como son los siguientes: a)
Racionalización la lucha partidista, fijando pautas legales dentro de las cuales esta debe enmarcarse;
b) garantizarla financiación de los partidos por vías legales, evitando que estos apelen a
procedimientos pocos ortodoxos o a fuentes turbias para obtener esa financiación, lo cual conduce a
prácticas corrupta y a convertir a los dirigentes políticos y a los representantes del partido en el
gobierno y en los cuerpos colegiados, en agentes de determinados interés individuales o gremiales;
c) facilitar el control y vigilancia que el Estado debe ejercer sobre el origen y manejo de los fondos
económicos de los partidos; d ) exigir requisitos mínimos para la formación y supervivencia de los
partidos, como son el de que estos tengan un número mínimo racional de adherentes y de electores
comprobados, unos estatutos por los cuales se rija su organización interna, un programa conocido que
incluya su plataforma ideológica de suerte que la opinión pública pueda evaluarlos, unos distintivos
que permitan reconocerlo, unos cuadros directivos debidamente identificados de manera que sean
legalmente responsables de los actos del partidos, unos procedimientos claros de renovación de los
cuadros directivos, etc.; e) impedir la actuación de “partidos” o agrupaciones políticas fantasmas que
sin tener autentico respaldo popular ni propósito ideológicos o programáticos definidos, explotan
económica y moralmente a los incautos que adhieren a ellos; f) fortalecer la democracia, al darle a los
partidos el carácter de instituciones serias y responsables, comprometidas a respetar la Constitución
y las leyes del Estado.

7.2 Institucionalización de los partidos en Colombia

En Colombia la institucionalización de los partidos se había venido proponiendo desde 1952. En este
sentido se dieron pasos importantes como el de la ley de 58 de 1985, por el cual se dictó el” Estatuto
básico de los partidos políticos”. Pero fue la Constitución de 1991 la que vino a formalizar dicha
institucionalización.

La Constitución dedica un capítulo a los partidos y los movimientos políticos. Garantiza a todos los
nacionales el derecho a fundar, organizar y desarrollar partidos y movimientos políticos, y la libertad
de afiliarse o de retirarse de ellos. También garantiza a las organizaciones sociales el derecho a
manifestarse y a participar en eventos políticos (art107). Confía al Consejo Nacional Electoral el
reconocimiento de la personaría a los movimientos y a partidos políticos que se organicen para
participar en la vida democrática del país, cuando comprueben su existencia con no menos de
cincuenta mil firmas, cuando en la elección anterior hayan obtenido por lo menos la misma cifra de
votos o alcanzado representación en el Congreso. Dispone, por otra parte, que en ningún caso podrá
la ley establecer exigencias en relación con la organización interna de los partidos y movimientos
políticos, ni obligar a la filiación ellos para participar en las elecciones. A este respecto llama la atención
el hecho de que no se exija a los partidos como requisito el que deban tener una estructura
democrática, como si lo hace la misma Constitución para otro tipo de agrupaciones, como es el caso
de los colegios profesionales (art 26), de los sindicatos y organizaciones sociales y gremiales (art39), y
hasta de las organizaciones deportivas (art52) y las organización de consumidores y usuarios (art 58).
Dicha omisión puede, sin embargo, paliarse con el objetivo anteriormente señalado a los partidos o
movimientos políticos que se organicen “para participar en la vida democrática del país”.
Los partidos y movimientos políticos con personería jurídica reconocida podrán inscribir candidatos
a elecciones sin requisito adicional alguno. Dicha inscripción deberá ser avalada para los mismos
efectos por el respectivo representante legal del partido o movimiento o por quien él delegue.
También se faculta a los movimientos sociales y “grupos significativos de ciudadanos” para inscribir
candidatos. La ley podrá establecer requisitos para garantizar la seriedad de las inscripciones de
candidatos. La personería jurídica quedara extinguida por no haberse obtenido el número de votos
mencionados a alcanzado representación como miembros del Consejo en la elección anterior. Se
perderá también cuando en los comicios electorales que se realicen no se obtenga por el partido o
movimiento político a través de sus candidatos por lo menos cincuenta mil votos o no se alcance la
representación en el Congreso de la República (art 108).

Por otro parte, la Constitución prevé la financiación de las campañas electorales. A tal efecto dispone:
“El Estado contribuirá a la financiación y funcionamiento de las campañas electorales de los partidos
y movimientos políticos con personería jurídica. Los demás partidos, movimientos y grupos
significativos de ciudadanos que postulen candidato, se harán acreedores a este beneficio, siempre
que obtenga el porcentaje de votación que señale la ley. La ley podrá limitar el monto de los gastos
que los partidos, movimientos o candidatos puedan realizar en las campañas electorales, así como la
máxima cuantía de las contribuciones individuales. Los partidos, movimientos y candidatos deberán
rendir públicamente cuentas sobre el volumen, origen y destino de sus ingresos” (art 109). Se prohíbe
a quienes desempeñe funciones públicas hacer contribución alguna a los partidos, movimientos o
candidato, o inducir a otros a que lo hagan, salvo a las excepciones que la ley establezca. El
incumplimiento de cualquiera de estas prohibiciones será casual de remoción del cargo o de pérdida
de investidura, según el caso (art 110). Por lo demás, se garantiza a los partidos y movimientos políticos
el acceso a los medios de comunicación social del Estado en todo tiempo en las condiciones que
establezca la ley (art111).

El capítulo III del título IV de la Constitución Política consagra el estatuto de la oposición. Dispone al
efecto que “los partidos y movimiento políticos que no participen en el gobierno podrán ejercer
libremente la función crítica frente a este y plantear y desarrollar alternativas políticas. Para estos
efectos, salvo las restricciones legales, se les garantiza los siguientes derechos: de acceso a la
información y a la documentación oficiales; de uso de los medios de comunicación social del Estado,
de acuerdo con la representación obtenida en las elecciones para Congreso inmediatamente
anteriores; de réplica en los medios de comunicación del Estado frente a tergiversaciones graves e
inminentes o ataques públicos proferidos por altos funcionarios oficiales y de participación en los
organismos electorales. Los partidos y los movimientos minoritarios tendrán derecho a participar en
las mesas directivas de los cuerpos colegiados, según su representación en ellos” (art112).

8. CRITICAS A LOS PARTIDOS. APARTIDISIMO Y ANTIPARTIDISMO.

Si bien es cierto que la existencia de pluralidad de partidos es características de la democracia liberal,


no lo es menos el que, dentro de la democracia puedan existir sectores de opinión, más o menos
amplios, según las circunstancias. Que cuestionan seriamente a los partidos y que reivindican su
derecho a ser independientes de estos, es decir, a no tener partido. En algunos casos esos sectores
son simplemente apartidistas; en otros son antipartidistas, es decir, opuestos a la existencia de
partidos. Las razones que argumentan estos, son básicamente tres: a) Que los partidos, por naturaleza,
se dividen y enfrentan, por lo cual son contrarios a la unidad nacional; b) que la organización y
burocracia de los partidos, en lugar de representar la voluntad de los individuos que los forman,
representan los intereses de una oligarquía que los controla y dirige; c) que los partidos falsean los
principios y prácticas fundamentales del régimen representativo y convierten la democracia en una
dictadura ejercida por ello mismo.

La primera tesis ha sido sostenida, desde el nacimiento mismo de los partidos, por personalidades tan
destacadas como Bolívar, Washington y Napoleón. Este ultimo decía: “Gobernar a través de un partido
es colocarse tarde o temprano bajo su dependencia. Jamás caeré en ese error. Yo soy nacional”. Los
defensores de esta tesis parten de la base de cada partido lucha por sus propios intereses, los cuales
no siempre coinciden con los de la Nación y muchas veces son contrarios a estos. La lucha por el poder,
que es consustancial a los partidos, implica la lucha entre los ciudadanos de una misma Nación, lo cual
contribuye al debilitamiento del Estado y pone en peligro la unidad nacional. Este antipartidismo que
se presentó muy generalizado en los comienzos de la revolución liberal burguesa y la formación de los
Estados nacionales, tomó después, a raíz de la crisis del régimen liberal en el primer tercio del siglo XX,
el carácter de una ideología antiliberal, compartida por la extrema derecha y la extrema izquierda, con
la diferencia de que en tanto aquella condena los partidos en nombre de la unidad nacional, esta lo
hace en nombre del internacionalismo socialista, por lo cual solo admite como natural la existencia del
partido comunista o su equivalente. La actitud del marxismo-leninismo va, pues, contra los partidos
“burgueses”. En el fondo una postura antipartidista radical puede conducir al totalitarismo.

La segunda tesis ha tenido en el sociólogo italiano-alemán ROBERT MICHELS a su más esclarecido


exponente. Fue él quien hizo en su obra Partidos políticos, 1911, el primer análisis sociológicos
detallado sobre los partidos, estudiando el problema de la relación entre los dirigentes de los partidos
de masas y sus afiliados. En esa obra planteó MICHELS su famosa “ley de hierro de la oligarquía”; “Es
la organización la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios
sobre los mandantes. Quien dice organización dice oligarquía”. “La democracia – sostenía- conduce a
la oligarquía y contiene necesariamente un núcleo oligárquico… Esa ley, característica esencial de todo
conglomerado humano que tiende a construir camarillas y subclases, está como toda otra ley
sociológica, mas allá del bien y del mal”. Para él “en toda organización, ya sea de partido político, de
gremio profesional, u otra asociación de este tipo, se manifiesta la tendencia aristocrática con toda
claridad… como consecuencia de la organización, todos los partidos o gremios profesionales llegan a
dividirse en una minoría de directivos y una mayoría de dirigidos”. MICHELS enuncia como regla
general que “el aumento de poder de los líderes es directamente proporcional a la magnitud de la
organización”, y que “donde la organización es más fuerte encontramos que es menor el grado de
aplicación de la democracia”. En otro aparte de su obra explica: “El partido, en tanto que formación
exterior, el mecanismo máquina, no se identifica necesariamente con el conjunto de sus miembros, y
menos aún con la clase. Al convertirse en un fin en sí, al darse fines a intereses propios, se separa poco
a poco de la clase que representa”.

La “ley de hierro” de MICHELS ha sido objeto de profundo análisis por los más renombrados
politólogos. En opinión de SIGMUND NEUMMAN el estudio de la sociología de los partidos políticos ha
sido totalmente dominado por ella. No pocos le dan razón, al comprobar en la realidad cómo muchas
veces los partidos- sobre todo los de masas- invierten los objetivos para los cuales fueron creadores;
y en lugar de representar la voluntad de sus electores, representan la voluntad de sus dirigentes, que
son una minoría; y más aún, con mucha frecuencia esos dirigentes tratan de imponer a los miembros
del partidos decisiones tomadas por ellos. Y así la llamada disciplina de partido coarta muchas veces
la libertad y la iniciativa individuales: mientras en público hay que defender el programa y los criterios
oficiales del partido, aunque no se esté de acuerdo con ellos, en el Parlamento y en otras
corporaciones de representación hay que actuar conforme a la disciplina de voto, así este vaya contra
la conciencia de quien lo emite.

La tercera tesis, es decir que los partidos falsean los principios del régimen representativo, se basa en
que al obtener un partido la mayoría en los cuerpo colegiados- principalmente en el Parlamento – y la
Jefatura del gobierno, en la práctica impone, gracias a esa mayoría, sus programas inspirados y
elaborados por sus propias directivas, y así los debates parlamentarios vienen a ser un simple registro
de actitudes tomadas fuera del Parlamento, en las sedes de los partidos. Los debates parlamentarios
resultan, pues, un rito, cuyo desenlace ya se conoce, y no una verdadera confrontación de ideas con
miras a lograr un acuerdo entre las distintas corrientes de opinión política. El papel de la oposición en
estas circunstancias suele quedar limitado a la crítica y a la protesta verbal. El principio de la
representación, en virtud del cual los elegidos representan a la Nación entera y deben votar en
coincidencia, en aras del bien común, queda desvirtuado al aplicarse la disciplina de voto que obliga a
los elegidos de un partido a votar conforme a los dictados de ese partido.

Es indiscutible que todas estas tesis tienen fundamentos valederos, como se puede observar
fácilmente en la realidad de la vida partidista, pero no es menos cierto que en la medida en que las
democracias maduran y los pueblos alcanzan un mayor grado de desarrollo cultural y político, los
partidos tienden también a democratizarse más internamente, y a interpretar mejor los verdaderos
anhelos y necesidades de la comunidad. El politólogo alemán CARL J. FRIEDRICH, en desacuerdo con
la “ley de hierro” de MICHELS, afirma que “cuanto más avanzada sea la democratización de una
comunidad política, más democrática tenderá a ser la estructura interna de los partidos”, y los de
ideología democrática estarán más inclinados a practicar lo que predican, o sea, a desarrollar dentro
del partido instituciones basadas en la cooperación y en la participación de sus miembros. Así ha
ocurrido, en efecto, con muchos de los partidos modernos en países europeos como Inglaterra,
Alemania Federal, Suecia, Dinamarca y otros. Por otra parte, la llamada democracia de participación,
busca, a través de la institucionalización de medios que le permitan al elector ordinario participar más
activa y frecuentemente en la toma de decisiones – con procedimientos como el referéndum y la
consulta popular-, contrarrestar y compensar las fallas que se presentan en l democracia a causa de la
manipulación de los elegidos por parte de los directivos políticos. Otra forma de subsanar esas fallar,
en lo que hace a los sectores apartidista, es decir aquellos que no se sienten vinculados a ningún
partido ni representados por estos, es la de instituir mecanismos por medio de los cuales esos sectores
también tengas voz y voto en los órganos de decisión del Estado. Así como es contrario a la democracia
obligar a alguien a tener partido, lo es también el negarle al apartidista- o sin partidos- toda forma de
expresión y toda participación en las decisiones que también a él lo afectan, como integrante del
cuerpo social. El apartidista debe disfrutar en una sociedad civilizada de las mismas garantías y
oportunidades que debe tener el agnóstico o el ateo respecto de quienes profesan alguna religión. Por
lo demás, debe aclararse que la obligatoriedad del voto no significa, en modo alguno, la obligatoriedad
de pertenecer a algún partido. En toda democracia debe respetarse – insistimos- el derecho a no tener
partido, como debe respetarse el derecho a no profesar religión; del mismo modo, a los sin partido y
a los ateos debe exigírseles respeto hacia a quienes siguen un partido o una religión.

8.1 La partidocracia.
Otra de las críticas más severas que se hace a los partidos es la de que, sobre todo en democracia
frágiles – como son, en general, las de los países tercer mundialistas-, los partidos más fuertes al
convertiré en detentadores del poder políticos, acaban siendo el único medio de que dispone el
ciudadano para hacer efectivos su derecho a la participación en el manejo de los asuntos públicos.
Siendo ello así, la necesidad de pertenecer a uno de los partidos para poder desempeñar posiciones
dentro del Estado, sobre todo las posiciones más significativas, hace que los partidos se conviertan en
elites que monopolizan el ejercicios del poder, y que por fuera de ellos no sea posible participar de
dicho ejercicio.

En otras palabras, se transforman en agencias burocráticas, cuya finalidad esencial acaba siendo la
búsqueda de cargos públicos para sus adherentes. Este fenómeno, que en la práctica se ha dado en
muchos países, es lo que se llama partidocracia. Se traduce en el hecho de que ya no es la pertenecía
a una determinada clase social (oligarquía), o económica (plutocracia), o religiosa (teocracia), sino a
un partid, lo que le facilita al ciudadano acceder a los niveles de mando y dirección dentro del Estado.
No cabe duda de que la partidocracia viene a constituir así una grave deformación de la democracia.
Para contrarrestar este fenómeno es necesario, como antes se dijo, que en una verdadera democracia
se abran también los canales de participación ciudadana en la dirección de los asuntos públicos – a
nivel del gobierno, de los cuerpos colegiados, de los órganos de fiscalización, de control, de la justicia—
a afilian, en muchos casos, ciudadanos que no se sienten identificados o comprometidos con los
partidos políticos, esto es, los apartidistas.

9. LOS MOVIMIENTOS POLITICOS Y LOS GRUPOS DE PRESIÓN.

Distinto del concepto de partidos políticos es el movimiento político. En tanto que el primero es una
organización estable, con vocación de permanencia, que debe ceñirse a unos determinados principios
ideológicos y que tiene una estructura orgánica definida, los movimientos políticos son, básicamente,
organizaciones coyunturales, en las cuales no necesariamente hay coincidencia ideológica sino que
buscan unos objetivos determinados, generalmente de tipo electoral. De ahí que los movimientos
políticos estén conformados por fuerzas provenientes de diversas vertientes de opinión, incluso no
políticas. Son alianzas de grupos movidos por unos mismos intereses circunstanciales, por ejemplo el
de lograr escaños en los cuerpos colegiados o posiciones de tipo administrativo o gubernamental en
unas elecciones. Por ello, por lo general estos movimientos están conformados por sectores
minoritarios de origen partidista o por grupos dispersos de ciudadanos movidos por intereses
coincidentes que muchas veces no son, como se ha ido, de índole partidista. En ocasiones, por ejemplo,
se forman movimientos en torno a una candidatura a un liderazgo determinados, por encima o al
margen de los partidos. En otras ocasiones, lo cual es muy frecuente, dichos movimientos son de
carácter cívicos, o religioso, o ecológicos, o inclusive cultural. En consecuencia, lo que caracteriza a los
movimientos políticos y los distingue de los partidos es:

a) Su carácter coyuntural y transitorio: b) su pluralidad ideológicas; c) su no sometimiento político


partidistas, sino que estos pueden ser de carácter cívico, religioso o de otra índole; e) que no tienen,
por consiguiente, un programa doctrinario uniforme y preestablecidos.

Por otro lado, los grupos de presión son agrupaciones de hecho- es decir no constituidas mediante
procedimientos jurídicos o político y por tanto, no encuadran formalmente dentro de la normatividad
constitucional o legal de un Estado- , que buscan influir ante los órganos del poder en beneficio de sus
propios intereses. Pueden definirse también como una agrupación de individuos que persiguen fines
particulares, que influyen sobre las decisiones de los órganos estatales, la acción de los partidos, la
opinión públicas y hasta sus propios integrantes, con el propósito de conseguir el logro de dichos fines
y sin asumir la responsabilidad de la decisión política. Este último factor es muy importante en las
actuaciones de los grupos de presión: que no asumen la responsabilidad por las decisiones que por
influencia suya, tomen los órganos del poder.

Dentro del marco de la sociedad moderna y contemporánea han proliferado los grupos de presión,
hasta convertirse en un fenómeno casi natural en la sociedad. Los llamados grupos de presión están
constituidos, generalmente, por fuerzas de tipo económico- como los gremios de la producción o las
grandes empresas nacionales o multinacionales, o los conglomerados industriales o comerciales o
financieros-, o tipo social- como las centrales obreras o los grandes sindicatos-. En no pocas ocasiones
también agrupaciones religiosas o culturales como grupos de presión. Su objetivo, pues es el actuar
frente a los poderes establecidos como un poder más que busca la satisfacción de sus propios
intereses, a menudos sin consideración a los de otros sectores. MEYNAUD los define como “un
conjunto de individuos que, sobre la pretensiones o toman decisiones que afectan, de manera directa
o indirecta, a otros actores social”. Para el profesor BURDEAU los grupos de presión “no pueden ser
definidos en sí mismos, sino que se clasifican en relación al [sic] régimen político que autoriza su
acción; no son fenómeno exteriores a la estructura constitucional del poder, son el poder mismo; son
los que, cuando una cuestión que interesa a sus miembros está en juego, toman efectivamente la
decisión que los mecanismos oficiales marcan solamente con la impresión formal del procedimiento
legal”.

El poder de los grupos de presión dependerá en última instancia de la manera en que puedan influir
efectivamente en las decisiones que adopten los órganos institucionales del poder público, de manera
especial el gobierno y el Congreso. Su interferencia en el manejo del Estado y de la administración
varía según el tipo de régimen de que trate. Indudablemente esta puede ser mayor en los regímenes
liberales totalitarios de izquierda. En todo caso, del grado de independencia de los gobernantes de
turno, cualquier que sea el régimen político, dependerá el poder efectivo de los grupos de oposición.

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