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Lutero y la Reforma
Roberto Breña
2015 - Nexos - www.nexos.com.mx
Ahora bien, ¿qué eran las indulgencias? Básicamente, eran perdones que la Iglesia
ofrecía a cambio de dinero. Su existencia se remonta al siglo XI; desde entonces
las indulgencias no habían hecho más que ampliarse y sofisticarse. De
compensar solamente algunos pecados, terminaron por ser otorgadas a los
familiares de difuntos para que éstos pudieran acortar el paso por el purgatorio.
Con un pago adicional podían recibir una absolución por adelantado y la
condonación total de ciertas penas. Existían también las indulgencias plenarias,
que sólo podían ser concedidas por los Papas. En fin, se trataba de un negocio
redondo para la iglesia católica, a costa de ir en contra, como argumentaría
Lutero, de una serie de principios en los que se basaba (o debía basarse, según
él) el cristianismo.2 La gota que derramó el vaso fueron las indulgencias plenarias
que Roma puso en circulación en el imperio con el objetivo de financiar la
construcción de la Basílica de San Pedro. La reacción de Lutero parece inofensiva
en un principio: discutir sus 95 tesis, redactadas originalmente en latín, con
algunos teólogos y hombres de letras. Su llamado a esta discusión en un ámbito
muy restringido no tuvo consecuencia alguna: nadie se presentó al
emplazamiento del fraile agustino. Es entonces cuando surge ese Lutero que tan
bien retrata Lucien Febvre en su célebre libro Un destin: Martin Luther.3
Lutero era un hombre preparado (era doctor en teología) que poseía una
energía, una tenacidad y una valentía poco comunes. Además, era un hombre
que recurrió a todos los medios a su alcance para difundir su mensaje y sus
convicciones; un mensaje lleno de “fogosidad”, de “impulsos nunca calculados”,
de “intemperancia verbal” y de “temibles excesos del lenguaje”, en gran medida
porque dicho mensaje provenía de un hombre que “no sabía interesarse más
que en sí mismo, en su conciencia y en su salvación”. Es este el Lutero que surge
en las primeras semanas de 1518. A partir de ese momento y hasta, por lo
menos 1530, el fraile agustino que casi nadie conocía fuera de su natal Eisleben,
en donde había visto la luz en 1483, y de Wittenberg (en cuya universidad hizo
sus estudios de teología y en donde enseñó durante más de 30 años), se
convirtió en una máquina de pensamiento, reflexión teológica y trabajo
intemperante. Durante esa docena de años Lutero predicó una infinidad de
sermones, tradujo el Nuevo Testamento al alemán y escribió cientos de
panfletos, además de participar en varios debates religiosos que fueron célebres
en todo el imperio. Al final de ese periodo el luteranismo desembocó en la
llamada “Confesión de Augsburgo”. El 25 de junio de 1530 el pensador luterano
más importante del primer protestantismo, Felipe Melanchton, presentó ante
Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1519, un
documento redactado por el propio Melanchton que, más que ningún otro,
contribuyó “a consolidar el protestantismo y a enfrentarlo contra el
catolicismo”.4 La mesa estaba puesta, por decirlo así, para lo que sería la
sangrienta historia de Europa desde ese momento hasta la Paz de Westfalia, que
pondría fin a la Guerra de los 30 Años (1618-1648).
El párrafo anterior nos ayuda a explicar también por qué Lutero es una figura tan
importante en el nacimiento del nacionalismo alemán. “No hay nación más
despreciada que la alemana. Italia nos llama bestias; Francia e Inglaterra se burlan
de nosotros; todos los demás también”.6 Las expresiones antirromanas de Lutero
eran siempre y al mismo tiempo expresiones pro germanas. Lo menos que se
puede decir es que una buena parte de la población alemana de la época estaba
harta de lo que consideraba abusos por parte del Papa (el “Anticristo” para
Lutero). No en balde más de una vez el fraile agustino se llamó a sí mismo
“Profeta de Alemania”.
Reflexioné noche y día hasta que vi la conexión entre la justicia de Dios y la afirmación
que “el justo vivirá por la fe”. Entonces comprendí que la justicia de Dios es aquella por
la cual Dios nos justifica en su gracia y pura misericordia. Desde entonces me sentí
como renacido y como si hubiera entrado al paraíso por puertas abiertas de par en
par. Toda la Sagrada Escritura adquirió un nuevo aspecto, y mientras antes la “justicia
de Dios” me había llenado de odio, ahora se me tornó inefablemente dulce y digna de
amor. Este pasaje de Pablo se convirtió en mi entrada al cielo…9
Roberto Breña
Profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de
México.
1
Martín Lutero (Vida, mundo, palabra), Trotta, Madrid, 2017, p. 16.
2
Lutero era muy crítico con lo que puede denominarse el “capitalismo” de su
tiempo, sin embargo, no pocas de sus propuestas lo fomentaron de uno u otro
modo: la abolición de los monasterios, la expropiación de los bienes
eclesiásticos, la consideración de la pobreza como “pecado” y la exaltación del
trabajo como imitación de Dios. No debemos olvidar, por lo demás, que la
debilidad política del Sacro Imperio Romano Germánico no estaba en
contradicción con un sector comerciante muy dinámico en varias ciudades y
puertos del imperio.
3 Publicado por primera vez en francés en 1927, este libro sigue reeditándose en
consultada.
luterana y “restaurando” el papel (relativo, pero papel al fin) de las buenas obras.
Esta transformación representó la restitución de una ética que la justificación
por la sola fe, entendida en un sentido luterano estricto, parecía vaciar de
sentido.
9 Citado en Bainton, op. cit., p. 67. Para Lutero las Sagradas Escrituras estaban por
11 En español existe una antología de algunos de los textos “más políticos” del
teólogo Lutero: Escritos políticos, Tecnos, Madrid, 2001; esta edición cuenta con
un magnífico estudio introductorio de Joaquín Abellán, quien también es el
traductor.
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