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Un hombre que cambió su mundo:

Lutero y la Reforma
Roberto Breña
2015 - Nexos - www.nexos.com.mx

La gura de Martín Lutero lleva cinco siglos como  habitante de la cresta


de la historiografía debido a su “Reforma”. En este ensayo Roberto Breña
hace un recuento de las circunstancias que abonaron a la expansión de
la revolución dirigida por este fraile agustino

A LD, en profundo agradecimiento

Acaban de cumplirse 500 años del día considerado comúnmente como el


punto de partida de la transformación religiosa que marcó al mundo occidental
como muy pocos otros procesos históricos lo han hecho. Este proceso es
conocido con una expresión bastante inofensiva: “la Reforma”. La jornada en
cuestión es el 31 de octubre de 1517. Ese día, un fraile agustino, llamado
originalmente Martin Luder, supuestamente clavó, en la iglesia del poblado de
Wittenberg en el noreste del Sacro Imperio Romano Germánico, un documento
con 95 tesis en contra de la venta de indulgencias por parte de la iglesia católica.
Escribo “supuestamente” porque la historiografía actual cuestiona que dicha
acción haya tenido lugar. De lo que no cabe dudar es que la difusión de un
sermón que Lutero redactó en lengua alemana a principios de 1518 sobre las
indulgencias fue el detonador de “la Reforma”. Una reforma que, en realidad, fue
una revolución religiosa, teológica, social, política y económica que cambió la faz
de Europa en muy poco tiempo y cuyas ramificaciones terminarían alcanzando
a toda la cultura occidental. Si Martín Lutero clavó o no las (cuestionadas pero
célebres) 95 tesis en contra de las indulgencias es pues una cuestión secundaria.
Lo fundamental es que su mundo inmediato y varias sociedades europeas de su
tiempo (entre otras, la suiza, la danesa y la sueca) cambiaron radicalmente su
fisonomía en unos cuantos años “a partir” de ellas. De hecho, en varios aspectos
buena parte de Occidente sigue bajo la estela de “la Reforma” y, por lo tanto,
bajo la estela de un fraile agustino que a la sazón tenía 34 años. En palabras de
Thomas Kaufmann, Lutero “transformó la Iglesia occidental y, con ella, el mundo
de un modo como pocas veces lo ha hecho otro hombre antes o después de
él”.1
Ilustraciones: Alberto Caudillo

Como toda revolución, “la Reforma” tuvo antecedentes. No sólo porque la


iglesia católica enfrentó, condenó y suprimió herejes desde el inicio mismo de su
historia como institución, sino también por un precedente reformista que
pervivía en la memoria de los contemporáneos de Lutero: la herejía de Juan Huss
(1370-1415), quien fuera excomulgado, condenado y quemado en la hoguera
por la iglesia católica (un destino que muy bien pudo haber sufrido Lutero). En
forma explícita, el fraile agustino que se atrevió a levantar la voz en contra de las
indulgencias se consideró a sí mismo un heredero de Huss y de su malograda
reforma religiosa.

Ahora bien, ¿qué eran las indulgencias? Básicamente, eran perdones que la Iglesia
ofrecía a cambio de dinero. Su existencia se remonta al siglo XI; desde entonces
las indulgencias no habían hecho más que ampliarse y sofisticarse. De
compensar solamente algunos pecados, terminaron por ser otorgadas a los
familiares de difuntos para que éstos pudieran acortar el paso por el purgatorio.
Con un pago adicional podían recibir una absolución por adelantado y la
condonación total de ciertas penas. Existían también las indulgencias plenarias,
que sólo podían ser concedidas por los Papas. En fin, se trataba de un negocio
redondo para la iglesia católica, a costa de ir en contra, como argumentaría
Lutero, de una serie de principios en los que se basaba (o debía basarse, según
él) el cristianismo.2 La gota que derramó el vaso fueron las indulgencias plenarias
que Roma puso en circulación en el imperio con el objetivo de financiar la
construcción de la Basílica de San Pedro. La reacción de Lutero parece inofensiva
en un principio: discutir sus 95 tesis, redactadas originalmente en latín, con
algunos teólogos y hombres de letras. Su llamado a esta discusión en un ámbito
muy restringido no tuvo consecuencia alguna: nadie se presentó al
emplazamiento del fraile agustino. Es entonces cuando surge ese Lutero que tan
bien retrata Lucien Febvre en su célebre libro Un destin: Martin Luther.3

Lutero era un hombre preparado (era doctor en teología) que poseía una
energía, una tenacidad y una valentía poco comunes. Además, era un hombre
que recurrió a todos los medios a su alcance para difundir su mensaje y sus
convicciones; un mensaje lleno de “fogosidad”, de “impulsos nunca calculados”,
de “intemperancia verbal” y de “temibles excesos del lenguaje”, en gran medida
porque dicho mensaje provenía de un hombre que “no sabía interesarse más
que en sí mismo, en su conciencia y en su salvación”. Es este el Lutero que surge
en las primeras semanas de 1518. A partir de ese momento y hasta, por lo
menos 1530, el fraile agustino que casi nadie conocía fuera de su natal Eisleben,
en donde había visto la luz en 1483, y de Wittenberg (en cuya universidad hizo
sus estudios de teología y en donde enseñó durante más de 30 años), se
convirtió en una máquina de pensamiento, reflexión teológica y trabajo
intemperante. Durante esa docena de años Lutero predicó una infinidad de
sermones, tradujo el Nuevo Testamento al alemán y escribió cientos de
panfletos, además de participar en varios debates religiosos que fueron célebres
en todo el imperio. Al final de ese periodo el luteranismo desembocó en la
llamada “Confesión de Augsburgo”. El 25 de junio de 1530 el pensador luterano
más importante del primer protestantismo, Felipe Melanchton, presentó ante
Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1519, un
documento redactado por el propio Melanchton que, más que ningún otro,
contribuyó “a consolidar el protestantismo y a enfrentarlo contra el
catolicismo”.4 La mesa estaba puesta, por decirlo así, para lo que sería la
sangrienta historia de Europa desde ese momento hasta la Paz de Westfalia, que
pondría fin a la Guerra de los 30 Años (1618-1648).

Aunque ha sido señalado infinidad de veces por estudiosos de la Reforma, cabe


hacer aquí una afirmación tajante, pero no exenta de verdad: sin imprenta no
hay Lutero o, mejor dicho, sin imprenta no hay luteranismo. Fue la imprenta la
que le permitió dar a conocer su pensamiento, la que lo difundió, la que ganó
para él millones de adeptos, la que permitió que 430 ediciones (parciales o
completas) de la llamada “Biblia de Lutero” fueran publicadas entre 1522 y 1546
y la que dio a conocer y difundió cientos de grabados antipapistas que tuvieron
ante sus ojos millones de habitantes del Sacro Imperio. Sin estos elementos es
prácticamente imposible explicar el éxito de “la Reforma”.
Este éxito, vertiginoso desde donde se le mire, tuvo un caldo de cultivo que
explica en gran medida esta vertiginosidad: la pésima reputación de la iglesia
católica entre la población alemana de la época. El Cisma de Occidente (1378-
1417), las tensiones entre los Papas y el movimiento conciliar, la corrupción de
no pocos Papas y del Vaticano en general, el trato que tradicionalmente había
recibido la iglesia alemana por parte de Roma, la amarga experiencia que había
vivido el imperio con Huss y las referidas indulgencias contribuyeron a crear un
ambiente antirromano que fue decisivo para la expansión y adopción del
luteranismo. De hecho, el imperio mismo es un motivo más para explicarla, pues
las tensiones políticas con el papado venían de muy lejos.5

El párrafo anterior nos ayuda a explicar también por qué Lutero es una figura tan
importante en el nacimiento del nacionalismo alemán. “No hay nación más
despreciada que la alemana. Italia nos llama bestias; Francia e Inglaterra se burlan
de nosotros; todos los demás también”.6 Las expresiones antirromanas de Lutero
eran siempre y al mismo tiempo expresiones pro germanas. Lo menos que se
puede decir es que una buena parte de la población alemana de la época estaba
harta de lo que consideraba abusos por parte del Papa (el “Anticristo” para
Lutero). No en balde más de una vez el fraile agustino se llamó a sí mismo
“Profeta de Alemania”.

Es importante señalar que los postulados religiosos luteranos fueron


determinantes para establecer un contacto directo con los habitantes del
imperio. Me refiero en concreto a una de las facetas del luteranismo que es
determinante para explicar la “modernidad” de “la Reforma” (más allá, sobra
decirlo quizás, de las intenciones del propio Lutero): la desaparición de los
sacerdotes como intermediarios entre Dios y los creyentes. Este individualismo
protestante es un aspecto medular para explicar “la Reforma” no sólo desde una
perspectiva religiosa, sino también para explicar el decidido apoyo que recibió
de las clases populares. Es cierto que este apoyo menguó en 1524-25 cuando
Lutero adoptó una postura de notable virulencia en contra de los campesinos
que se levantaron contra sus señores. Sin embargo y si bien no en la misma
medida, el luteranismo siguió recibiendo apoyo popular en varias partes el
imperio por mucho tiempo más, lo que contribuye a explicar que hoy en día en
Alemania ambas religiones cristianas estén equilibradas: 32% de católicos y 32%
de protestantes.7

Desde una perspectiva teológica, la base del luteranismo es lo que se llama la


justificación por la sola fe. Se han derramado ríos de tinta sobre esta compleja
cuestión (en parte porque presupone, con bastante razón desde mi punto de
vista, una despreocupación de Lutero por las buenas obras, en la medida en que
la gracia de Dios no es concedida a los individuos por los méritos de cada
quien).8 Por lo mismo, prefiero transcribir sus propias palabras respecto a dicha
justificación:

Reflexioné noche y día hasta que vi la conexión entre la justicia de Dios y la afirmación
que “el justo vivirá por la fe”. Entonces comprendí que la justicia de Dios es aquella por
la cual Dios nos justifica en su gracia y pura misericordia. Desde entonces me sentí
como renacido y como si hubiera entrado al paraíso por puertas abiertas de par en
par. Toda la Sagrada Escritura adquirió un nuevo aspecto, y mientras antes la “justicia
de Dios” me había llenado de odio, ahora se me tornó inefablemente dulce y digna de
amor. Este pasaje de Pablo se convirtió en mi entrada al cielo…9

Lutero era profundamente agustiniano en su visión del hombre como un ser


caído, corrupto e indigno de la gracia divina, pero paulino hasta la médula en
esta noción de la gracia y la misericordia divinas. De hecho, en palabras de
Kaufmann, la dependencia absoluta del hombre respecto a ambas, expresada a
través de la fe, “era la característica central de la comprensión [que Lutero] tenía
de sí mismo”.10

Es realmente difícil hacer una valoración de Lutero y de “la Reforma” en pocas


palabras, sobre todo porque estamos ante un hombre lleno de tensiones y
ambigüedades. Hijo de un padre campesino, Lutero era completamente
medieval en su manera de ver al mundo político.11 Solamente en una ocasión
puso un pie fuera del imperio (cuando fue a Roma en el invierno de 1510) y
mostró poco interés por Europa en general. Lutero, además, puede ser
considerado antihumanista en más de un sentido (su enfrentamiento con
Erasmo no fue ninguna casualidad), así como apologista de las autoridades
constituidas y un crítico acérrimo de los campesinos cuando osaron levantarse
contra sus amos. Por último y para no extenderme más, Lutero fue un decidido
defensor de la familia en su sentido más tradicional y sostuvo posturas
claramente antisemitas. Sin negar ninguno de los “cargos” anteriores, lo cierto es
que el movimiento que Lutero encabezó desde 1517 hasta su muerte casi 30
años después, en 1546, tiene muy pocos parangones en la historia en lo que se
refiere a sus consecuencias para el mundo moderno.

La “reforma” de Martín Lutero significó, en primer lugar, la ruptura de la unidad


cristiana que había definido a la Edad Media; además, fue el punto de partida de
la “desclericalización” de la vida humana, arrebató al sacerdocio el lugar
privilegiado que ocupaba en el mundo católico y “mundanizó” a la familia, al
trabajo y al Estado. Para concluir, contribuyó significativamente al desarrollo de
los Estados absolutistas y, a pesar del propio Lutero, desembocó en la tolerancia
religiosa. Se olvida a menudo que, en más de un sentido, dichos Estados son los
basamentos de la modernidad política de Occidente.

Roberto Breña
Profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de
México.

1
Martín Lutero (Vida, mundo, palabra), Trotta, Madrid, 2017, p. 16.
2
Lutero era muy crítico con lo que puede denominarse el “capitalismo” de su
tiempo, sin embargo, no pocas de sus propuestas lo fomentaron de uno u otro
modo: la abolición de los monasterios, la expropiación de los bienes
eclesiásticos, la consideración de la pobreza como “pecado” y la exaltación del
trabajo como imitación de Dios. No debemos olvidar, por lo demás, que la
debilidad política del Sacro Imperio Romano Germánico no estaba en
contradicción con un sector comerciante muy dinámico en varias ciudades y
puertos del imperio.

3 Publicado por primera vez en francés en 1927, este libro sigue reeditándose en

la actualidad. En español lo publicó el Fondo de Cultura Económica por primera


vez en 1956, en su colección “Breviarios” (la traducción es de Tomás Segovia):
Martín Lutero (Un destino). Las citas que aparecen en lo sucesivo son de la
segunda reimpresión (1972). Las expresiones entrecomilladas que aparecen
enseguida dentro del texto son de las páginas 13 y 274.

4 Roland H. Bainton, Lutero, Editorial Sudamericana, 1955, p. 365. Esta biografía es

la traducción, a cargo de Raquel Lozada, de la que muy probablemente sea la


biografía más leída sobre Lutero: Here I Stand (A Life of Martin Luther), publicada
originalmente en 1950. No es de sorprender que hasta la fecha esta
extraordinaria biografía siga siendo reeditada en inglés.

5 Aunque desde la Bula de Oro, de 1356, la elección el emperador recaía sobre

siete príncipes electores alemanes, lo que, en principio, impedía la injerencia


papal.

6 Palabras de Lutero referidas por Febvre, op. cit., p. 104.

7 Estas cifras, por supuesto, varían un poco dependiendo de la fuente

consultada.

8 El influjo de Melanchton fue atenuando el peso apabullante de la gracia divina

luterana y “restaurando” el papel (relativo, pero papel al fin) de las buenas obras.
Esta transformación representó la restitución de una ética que la justificación
por la sola fe, entendida en un sentido luterano estricto, parecía vaciar de
sentido.

9 Citado en Bainton, op. cit., p. 67. Para Lutero las Sagradas Escrituras estaban por

encima de todo (otra muestra de su “medievalismo”, un tema al que volveré


enseguida) y de todos (incluyendo, por supuesto, al Papa, así como a los
concilios).

10 Martín Lutero, p. 18.

11 En español existe una antología de algunos de los textos “más políticos” del

teólogo Lutero: Escritos políticos, Tecnos, Madrid, 2001; esta edición cuenta con
un magnífico estudio introductorio de Joaquín Abellán, quien también es el
traductor.

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