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Revista de

Antropología
y Arqueología
Universidad de los Andes

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Antropología

Bogotá Colombia

VOL 13 2001/2002

Volumen Especial
Objetos y relatos:
estudios de cultura
material

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Contenido Volumen Especial
Objetos y relatos: estudios
de cultura material

ARTÍCULOS

6 Las cerámicas esmaltadas al estaño de origen europeo:


una aproximación a la etiqueta doméstica en la colonia
BEATRÍZ ROVIRA

26 Objetos cotidianos en la historia de la resistencia indígena en Colombia.


Del documento de archivo al material arqueológico
JIMENA LOBOGUERRERO ARENAS

49 Hacia una interpretación antropológica de la cerámica vidriada de Popayán


W I L H E L M L O N D O Ñ O DÌAZ

61 Estructuras arquitectónicas bienes muebles y adornos personales:


alternativas de ostentación en la antigua ciudad de Panamá
JUAN GUILLERMO MARTÍN-RINCÓN

73 La arqueología histórica como historia de vida


ELENA UPRIMNY

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89 Correrías de san Pedro Claver:
narrativas alrededor de la cultura material
MONIKA THERRIEN

113 La amante negra del libertador


ANGÉLICA NUÑEZ

125 Recordando a los Uribe.


Memorias de higiene y de templanza en la Bogotá del Olimpo Radical (1870-1880)
FELIPE GAITÁN AMMANN

147 Patrones de consumo de fauna como indicadores de cambio sociocultural:


el caso de la Quinta de Bolívar
ELIZABETH RAMOS ROCA

169 La leyenda de María Isaacs:


su correlación etnoarqueológica con el cementerio de Santa Elena,
1880-1996 (El Cerrito - Valle)
LUIS FRANCISCO LÓPEZ C.

183 Historias arqueológicas bajo el mar


CATALINA GARCÍA CHÁVEZ

199 Loza fina para Bogotá:


una fábrica de loza del siglo XIX
MARÍA CAROLINA LAMO MEJÍA
MONIKA THERRIEN

229 Tirantas bogotanas.


Narrativas visuales sobre el patrimonio
RODRIGO ORRANTIA G.
JUAN CARLOS ORRANTIA B.

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Las cerámicas
esmaltadas al estaño
de origen europeo:
una aproximación a la etiqueta doméstica
en la colonia

Beatríz Rovira
Patronato Panamá Viejo y
Universidad de Panamá

Resumen

L
as vajillas son unas de las mercancías a las que poco se alude en la documentación
histórica, publicada hasta el momento, acerca del período colonial en Panamá.
En este sentido, la información arqueológica ofrece la posibilidad de aproximarse al
paisaje doméstico de la ciudad, mediante el estudio de este menaje. En este artículo
se presenta una colección de mayólicas europeas con decoración pintada halladas en
un contexto arqueológico fechado en términos ante y post quem de 1580 y 1617,
respectivamente. Estas constituyen el 20% del total de las mayólicas, mientras que
el 64% corresponde a las mayólicas europeas blancas lisas y el 16% restante a las de
manufactura panameña. Durante la transición entre los siglos XVI y XVII, se observa
cómo los estilos austeros de tradición morisca son paulatinamente reemplazados por
una estética de influencia renacentista. El enfoque es estilístico e histórico: en cada
uno de los casos presentados se intenta identificar motivos o elementos decorativos
que remitan a tradiciones históricamente documentadas.

PALABRAS CLAVE mayólicas, mudéjar, técnicas de manufactura morisca, estética


renacentista, berettino, Liguria, estilo rafaelesco, grotesco, compendiario, faenza.

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Abstract

D innerware is one of the household goods that have been little referred to in
historical documents, published until now, regarding the Colonial period in
Panama. In this sense, archaeological information offers possibility to approach the
domestic scenario through the study of these goods. This paper presents a collection
of European majolica wares with painted decoration, found in an archaeological
context dated in terms of ante and post quem of 1580 and 1617, respectively. These
constitute 20% of the total majolica ware, while 64% correspond to smooth white
European majolica wares and the remaining 16% to those manufactured in Panama.
During the transition between the 16th and 17th centuries, the austere Moorish tradition
styles were gradually replaced by Renaissance influenced aesthetics. The approach is
stylistic and historical; in each one of the presented cases the motives or ornamental
elements will be identified, referring to historically documented traditions

KEYWORDS majolica, mudéjar, moorish manufacturing techniques, renaissance esthetics,


berettino, Liguria, Rafaelesque style, grotesque, compendiario, faïence

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Introducción

La identificación de las muestras de mayólicas o cerámicas


europeas esmaltadas al estaño,1 de finales del siglo XVI e inicios
del XVII y halladas en las excavaciones que se realizan en el
sitio de Panamá La Vieja, resulta de interés por su aporte al
conocimiento de la vida material de la ciudad colonial, en el
sentido más amplio (que incluye desde cuestiones relativas a
los vínculos comerciales hasta las preferencias estéticas).
Paradójicamente, dada la escasa atención que ha merecido el
estudio arqueológico de la llamada en Europa cerámica
“moderna”, nuestra preocupación desde la “periferia” puede
estimular las investigaciones en el viejo continente. En efecto,
la información existente acerca de la producción europea de
mayólicas deriva, fundamentalmente, de la revisión de
ejemplares albergados en museos de historia o de arte, en los
cuales se han conservado piezas consideradas importantes desde
el punto de vista de los coleccionistas, pero cuya relación con
los artefactos arqueológicos (generalmente fragmentos de
vasijas de uso común) no siempre es fácil de establecer.
Afortunadamente en años recientes ha ido en aumento el
interés de los arqueólogos por dichos materiales, lo cual
permite prever que algunos de los interrogantes planteados en
este artículo - específicamente acerca de las localidades en donde
se produjeron- puedan ser resueltos en el futuro. La idea de
publicar este trabajo, de alguna manera inacabado, con más
inquietudes que conclusiones, obedece a la intención de
divulgar una muestra de cerámicas mayólicas europeas con

1 Las cubiertas estañíferas, blancas y opacas, constituyen el rasgo distintivo de las


“mayólicas”. Se lograban mezclando una pequeña proporción de plomo con estaño
y arena. Este último ingrediente tenía como función evitar la volatilización de los
otros durante la cocción (Sánchez Cortegana, 1994:58).

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decoración pintada, perfectamente contextualizada, que reposa
en el laboratorio de arqueología del Patronato Panamá Viejo,
como manera de incorporar todos aquellos aportes que
eventualmente esta motive. Constituye, junto al resto de los
datos arqueológicos recuperados en las excavaciones, una
expresión de la sociedad colonial a partir de la cual es posible
explorar la vida cotidiana.

El contexto arqueológico

El grupo de cerámicas esmaltadas al estaño de origen


europeo y con decoración pintada aquí presentado, procede de
un depósito arqueológico perfectamente sellado, con un
terminus ante quem de 1617 (dado por los datos disponibles
en torno a la historia constructiva del solar en el cual se halló)
y un teminus post quem de 1580 (basado en el fechamiento de
los artefactos). Se trata de un pozo de agua en el que se arrojó
todo tipo de desechos antes de ser cubierto por actividades
relacionadas con la construcción de las casas de Terrin (ubicadas
al norte de la Plaza Mayor), durante los primeros años del siglo
XVII.2
El conjunto de artefactos cerámicos de este depósito es
mayoritariamente de importación (VER TABLA 1). No es sino
hasta bien adentrado el siglo XVII, al consolidarse una industria
local de mayólicas, cuando las frecuencias con que aparecen los
productos importados declina notablemente (Rovira, 1997).
Tabla 1. Frecuencias relativas de las diferentes categorías de cerámicas presentes en

2 Ver el informe de excavación de este contexto presentado por Brizuela y


Mendizábal (PAPV, 1997a).

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Tabla 1. Frecuencias relativas de las diferentes categorías de
cerámicas presentes en el contexto analizado.

*productos de importación

Tal como puede observarse en la Tabla 2, dentro del total de


la muestra de mayólicas, aquellas de origen europeo, en número
de 905, constituyen el 84%. Las mayólicas europeas han sido
organizadas en dos grupos: decoradas y lisas. El objeto de este
estudio son las primeras (220 fragmentos) que representan el
24% del total de mayólicas europeas (y el 20% del total de las
mayólicas) presentes en la muestra. La colección de las segundas
(lisas), más abundantes, han sido descritas previamente por
Tomás Mendizábal (PAPV, 1997b).

Tabla 2. Frecuencias relativas de las mayólicas europeas


(lisas y decoradas) y panameñas.

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El contexto histórico

La muestra corresponde a un momento histórico


caracterizado por profundos cambios en los patrones estéticos
de la España expansionista, en los cuales la influencia italiana
jugó un papel central.
En efecto, durante el siglo XVI, cobró singular fuerza la
producción de cerámicas esmaltadas al estaño en el norte de
Italia. Las innovaciones tecnológicas y estéticas allí
desarrolladas incidirían notablemente en la producción alfarera
del resto de Europa y, en especial, de la península ibérica. El
horno árabe (de planta circular), fue reemplazado por el horno
quadrado, se introdujo el uso de accesorios con el fin de
controlar la atmósfera de cocción, mientras que los manierismos
renacentistas se instalaban en la nueva gramática expresiva
(Lister y Lister, 1987: 147-148).
Resulta sin duda tentador relacionar este avance
italianizante en la cerámica ibérica con el proceso de persecución
de los moriscos, que culminó con su expulsión definitiva en
1609, recordando que eran precisamente de tal filiación étnica
quienes desarrollaban oficios artesanales y en quienes descansó
la industria alfarera durante siglos (Sanz Ayán, 1999:132-133).
En Andalucía, con su imaginario de futuro imperial
promisorio, las nuevas ideas y procesos llegaron junto a muchos
artesanos italianos quienes -coincidiendo con el
desvanecimiento de lo mudéjar-, encontraron un nicho fértil
para sentar las bases de su industria.
Panamá era entonces una ciudad de inmigrantes, de
extracción social y origen étnico diversos. Aquéllos procedentes
del viejo mundo perseguían una fortuna a la que no todos
pudieron acceder, contraviniendo así el estereotipo del indiano
enriquecido (Sánchez Belén, 1999:287). Durante el período en
el cual se ubica el contexto arqueológico de la muestra aquí

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analizada, el número de “vecinos” era de 400 y 500 (cf.
Castillero, 1980:34-35), quienes empleaban alrededor de 1600
esclavos negros en tareas domésticas y otros servicios urbanos
(Ward, 1993:35). El remanente de indígenas, asentados en los
confines de la ciudad, apenas alcanzaba los 70 individuos en
1603 (Ward, 1993:47).
En una sociedad compleja y diversa como ésta, resulta
aventurado vincular un contexto arqueológico con quienes
contribuyeron a constituirlo. Sin embargo, los estudios
existentes acerca de la ciudad colonial y de la carga simbólica
de sus espacios (cf. Castillero, 1999), minimizan el riesgo de
establecer relaciones erradas. Dada la localización del depósito
en un punto jerarquizado de la ciudad, éste puede ser
interpretado como el correlato material del segmento de la
población de mayor poder adquisitivo, relacionada
directamente con la actividad comercial. Recordemos aquí que
el rango temporal, 1580-1617 (en terminus ante y post-quem),
se inserta en un período calificado por Christopher Ward
(1993:123) como la edad de oro del comercio istmeño (1580-
1628), que coincide además con una fase de intensa migración
de colonos a América (Sánchez Belén, 1999:281).

Problemas que se presentan en el estudio de las cerámicas


europeas

No es quizás éste el espacio adecuado para exponer


exhaustivamente el estado de la cuestión acerca de los estudios
de las cerámicas coloniales desde la perspectiva arqueológica,
sin embargo, es necesario señalar algunos de los problemas que
se presentan a la hora de su identificación, especialmente en
relación con uno de los parámetros básicos como lo es la
procedencia. Luego de la consulta de las fuentes usualmente

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empleadas en la identificación de muestras arqueológicas
(Deagan, 1987; Lister y Lister, 1987; entre otros), persiste la
dificultad de discriminar -basándose en atributos
macroscópicos- entre, por ejemplo, las cerámicas que se
produjeron en España a partir de la llegada de influencias
renacentistas italianas y sus prototipos del norte de Italia
(fundamentalmente la cerámica elaborada en las localidades de
la costa de Liguria). Además, la falta de uniformidad en los
criterios de clasificación como también en las nomenclaturas,
sigue siendo un escollo significativo en los estudios de
arqueología colonial en América.
Es deseable que los arqueólogos europeos se interesen por
los conjuntos de cerámicas de los siglos XVI y XVII, requisito
esencial para abordar su interpretación en los sitios coloniales
americanos. El énfasis europeo en las investigaciones de los
períodos pre-romano, romano e islámico ha dejado marginada
a la arqueología medieval y post-medieval o moderna, sesgo
que afortunadamente, como dije, ha empezado a corregirse hace
algunos años.
Es importante por último que, con el objeto de trascender
el enfoque estilístico, se continúe con la aplicación de técnicas
físico-químicas de análisis de pastas y esmaltes, perspectiva que
si bien tiene una historia relativamente larga, aún no ha sido
explotada en todo su potencial (cf. Myers et al., 1992; Olin et
al., 1978).

La muestra

Dado el elevado nivel de integridad de la muestra, se optó


por estimar el número mínimo de individuos. De los treinta y
tres calculados, se reconocen diecisiete platos, trece tazas, una
jarra, más dos individuos de forma no identificada. La mayor

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parte de los individuos reconocidos (veinticinco) se caracterizan
por tener una cubierta estañífera de color azul, aunque con
tonalidades variadas. Los restantes, de fondo blanco, se
organizaron en dos grupos: aquellos con decoración azul y los
decorados con dos o más colores. A continuación se reúnen
comentarios generales sobre los grupos definidos, acompañados
de la descripción de algunos de los ejemplares correspondientes.
Se hace énfasis, en la medida de lo posible, en la identificación
de motivos o elementos de la decoración que remitan a
tradiciones estéticas históricamente documentadas.

a. Mayólicas con fondo azul


Los problemas que se presentan a la hora de establecer la
procedencia de las muestras son evidentes en el caso de las
mayólicas esmaltadas con fondo azul, a las cuales la literatura
arqueológica alude con diversos nombres: Ichtucknee Azul
sobre Azul (Goggin, 1968), Sevilla Azul sobre Azul y Liguria
Azul sobre Azul (Deagan, 1987). Corresponden a una modalidad
decorativa conocida en Italia como berettino. Esta técnica
consistía en agregar un pequeño porcentaje de óxido de cobalto
a la cubierta estañífera, de color blanco -característica de las
mayólicas-, dándole un tonalidad azulada. Sobre este fondo los
motivos generalmente se ejecutaban utilizando tonos azules
de mayor intensidad y, en ocasiones, amarillos, ocres y verdes.
Dicha modalidad decorativa, considerada típica de los
talleres de cerámica de Génova, en la costa de Liguria, fue
también adoptada por otros centros de manufactura vecinos
tales como Albisola y Savona, como así también en Andalucía
(Lister y Lister, 1976:25).
Deagan sostiene que el Liguria Azul sobre Azul, de
procedencia italiana se diferencia de la versión ibérica, Sevilla
Azul sobre Azul, por la tonalidad de la pasta y también por los
diseños decorativos, indicando que, por oposición a los

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sevillanos, “son precisos, intrincados, cuidadosamente
ejecutados” (1987:70, mi traducción). Los resultados obtenidos
en los análisis de la composición de pastas han revelado, no
obstante, que las variaciones en las características visuales no
se asocian necesariamente a focos de manufactura particulares
(Myers et al., 1992:26). En efecto, tiestos que a la vista se ajustan
a la descripción de los sevillanos, tienen pastas cuya
composición es afín a la de fragmentos de cerámica de
Montelupo (Italia), de procedencia bien documentada. También
se observó la situación inversa, en que tiestos
macroscópicamente “italianos” presentaron características de
pasta similares a la de cerámicas de seguro origen sevillano. En
efecto, aún cuando algunos registros de embarque de mercancías
desde Sevilla hacen referencia a “platos y escudillas azules de
Talavera” y a “loza azul hecha en Sevilla” (Lister y Lister,
1987:317-318), resulta arriesgado indicar una localidad de
procedencia de las piezas presentadas a continuación, hasta que
se disponga de criterios firmes para distinguir entre los
productos de manufactura italiana o española. Veamos algunos
ejemplares:

Figura 1. Plato

Presenta un tratamiento del


cavetto 3 a la manera del bianco
sopra-bianco 4 de algunas piezas
italianas de la época (cf. Lister y
Lister, 1976:25; Helman, 1998:48).

3 El término italiano cavetto se utiliza para designar el área comprendida entre el


fondo y el ala de los platos (Lister y Lister, 1976:33).
4 La técnica de decorar con diseños realizados en pigmento blanco sobre un fondo
del mismo color, pero de diferente grado -frecuente en la cerámica italiana-, se
denomina bianco sopra bianco (Helman, 1998:47).

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La corona de hojas y frutas representada sobre el ala es un
motivo de raíces renacentistas, profusamente utilizado en la
tradición de azulejería sevillana inaugurada por Niculoso
Pisano 5 . Se encuentra generalmente rodeando escenas de
carácter religioso como, por ejemplo, en el Retablo de la
Visitación de los Reales Alcázares de Sevilla (realizado por
Pisano en 1504) y en los medallones de arcilla vidriada de la
portada de la Iglesia del Convento de Santa Paula atribuidos a
Andrea della Robbina y al imaginero Pedro Millán. En un
contexto secular también fue utilizado en el azulejo “Busto de
Dama” de Pisano que se exhibe en el Museo de Bellas Artes de
Sevilla.
La cerámica del norte de Italia utilizó dicho motivo
recurrentemente durante el siglo XVI, enmarcando a veces los
escudos de armas de sus propietarios (cf. albarelo6 ilustrado en
Helman, 1998:40). También puede observarse en un plato de
estilo berettino de la primera mitad del siglo XVI,
correspondiente a la colección del Museo Internazionale delle
Ceramiche de Faenza (No. de catálogo 14790). El borde de este
plato tiene una guarda de motivos fitomorfos estilizados,
limitada por líneas concéntricas.

5 Francisco Niculoso, firmaba usualmente sus obras como “el Pisano”, en alusión
a su ciudad de origen, Pisa. Instalado en Sevilla desde principios del siglo XVI, fue
agente importante en las transformaciones estéticas y tecnológicas de las cerámicas
sevillanas (Lister y Lister, 1976:72).
6 Albarelo es el nombre de origen árabe que reciben las vasijas que tuvieron como
función contener productos medicinales. Tal nombre está asociado particularmente a
una forma distintiva que imita la de los recipientes orientales fabricados con bambú
(Lister y Lister, 1976:13).

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Figura 2. Taza (catálogo laboratorio
de Arqueología: 147-97)
El borde de esta
pieza está decorado,
en su superficie
interna, con una
guarda similar a la
descrita en el plato anterior. El resto de dicha superficie está
cubierto por diseños foliares; sobre algunas de las hojas
representadas, se disponen pequeños trazos en blanco. En el
exterior, se observa un patrón de arcos superpuestos, recurrente
en el grupo de las cerámicas azules.

Figura 3. Plato
El mismo diseño de decoración de
la pieza anterior se adapta en este caso
a un plato. El reverso presenta también
el diseño de arcos sobrepuestos.
Fragmentos similares a éstos,
atribuidos a Sevilla por Lister y Lister
(1987:206. fig. 119), se recobraron en
un naufragio de 1554, mar afuera de
la Isla del Padre, Texas. Por el contrario, Deagan (1987:69. fig.
4-37) identifica una pieza similar - procedente de Santo
Domingo- como Liguria Azul sobre Azul, de origen italiano.

Figura 4. Fragmentos de plato


Este fragmento de plato
(correspondiente a la base) recuerda la
serie policromada de la cerámica
talaverana de fuerte influencia italiana.
Una de sus modalidades decorativas
incorporaba, como en este caso, la

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representación de escudos monásticos (Martínez, 1969:25).
Resulta, sin embargo, difícil proponer con certeza su foco de
manufactura, dada la ya mencionada amplia difusión de los
estilos italianizantes. Por otrolado, vasijas decoradas con el
motivo de los escudos monásticos, aparecen con cierta
insistencia en diversas expresiones de arte sevillano, entre ellas,
el cuadro de Zurbarán “El milagro de San Hugo” (en este caso
con el escudo del fundador del monasterio de los cartusianos
en Sevilla) (cf. Lister y Lister, 1987:161).
En el reverso se percibe el arranque de los arcos superpuestos,
característicos de las cerámicas azules.

b. Mayólicas con decoración azul sobre blanco


El uso de decoración azul, obtenida a partir de óxido de
cobalto, fue, muy probablemente, una respuesta a la intención
de aproximarse a la apariencia de las porcelanas chinas,
apreciadas en Europa por su calidad y durabilidad desde
principios del siglo XVI (Deagan 1987:96). Los portugueses, a
partir de su llegada a las costas de la China en 1514, jugaron
un papel importante en el comercio de estos productos, desde
sus bases en Indonesia y Malasia (Medley, 1998: 216). En
diferentes épocas y lugares, la producción de mayólicas azules
sobre fondo blanco ha sido recurrente, y es común que se registre
una considerable cantidad de tiestos azules sobre blanco
“indeterminados” en las muestras arqueológicas.
Es probable que esta mayólica decorada en azul sobre blanco,
sea la “loza blanca y azul hecha en Triana” o la “loza azul y
blanca de Talavera”, consignadas en los registros de mercancías
fletadas desde Sevilla a finales siglo XVII (Lister y Lister, 1987:
317).

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Figura 5. Fragmentos de jarra
Sobre el esmalte blanco de
tiestos pertenecientes a una jarra,
está delineada en azul una
inscripción en caligrafía gótica
lamentablemente incompleta. El
trazo, tiene similitud con el que
se aprecia en fragmentos
atribuidos a Sevilla y que datan
de la segunda mitad del siglo XVI
(cf. Lister y Lister, 1987:218. fig.124-f)

Figura 6. Plato
Resulta ésta una pieza muy
interesante por el hecho de conservar
rasgos morfológicos y de
manufactura morisca claramente
definidos: cavetto poco definido,
confección mediante el medio molde
árabe y cicatrices producidas por el
uso de separadores de tres pies
visibles tanto en la superficie interna
como externa. La decoración fitomorfa, ejecutada con gruesas
pinceladas en azul, se estructura en un amplio medallón central
limitado por líneas concéntricas.

c. Mayólicas con dos o más colores sobre fondo blanco


Tres ejemplares estilísticamente dispares ilustran este grupo,
revelando una vez más los consabidos problemas que se
enfrentan a la hora de la clasificación arqueológica.

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Figura 7. Plato (catálogo laboratorio
de Arqueología: 142-97)
Este plato presenta cierta afinidad con las
piezas que integran la llamada serie punteada
de la cerámica talaverana. Tales motivos son:
figuras antro-zoomorfas en el centro y borde
ornamentado con tallos y hojas, con fondo de
puntos (Martínez, 1969:17).
En este caso, sin embargo, la estructura
del diseño es diferente, ya que el punteado y
el ornamento fitomorfo no se restringen al ala
sino que invaden la totalidad de la pieza.
Dicho ornamento fitomorfo tiene, a diferencia
del que se observa en la serie punteada, un carácter realista,
representando hojas y frutos de vid. No responde por lo tanto
con justeza al modelo talaverano, haciendo difícil descartar
definitivamente su origen andaluz. Los motivos, rellenos con
ocre, amarillo y verde, están delineados en azul, sobre un fondo
blancuzco.

Figura 8. Plato
Es ésta la única pieza con decoración
antropomorfa que ha sido reportada en
las excavaciones de Panamá La Vieja. El
tratamiento de la figura humana es
notablemente coincidente con el del
estilo rafaelesco, si bien en esta pieza,
aparece desvinculada de la abigarrada
composición de elementos grotescos,7 que
lo caracterizan (cf. Helman, 1998: 57).

7 En los primeros años del siglo XVI, Rafael (1483-1527) se encargó de los frescos
de las Logias del Vaticano, inspirado en pinturas romanas que habían sido encontradas

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Figura 9. Fragmento de plato
Fragmento de la base de un plato,
cuya calidad de vidriado -muy grueso-
y delgadez de las paredes, junto a la
presencia de un diseño aislado pintado
en naranja y azul con un fino delineado
de manganeso, sugieren que
corresponde al estilo compendiario,8
desarrollado por los ceramistas de Faenza (localidad del norte
de Italia) durante el siglo XVI (Lister y Lister, 1976:35; Helman,
1998:55). Este fragmento posee, además, otro rasgo
característico de la manufactura de Faenza, consistente en el
uso de moldes. Este recurso tecnológico facilitaba la obtención
de formas complejas y, además, el logro de piezas muy finas.
Con base en la bibliografía consultada pareciera no haber dudas
acerca de su procedencia italiana. La doctora Carmen Ravanelli
Guidotti (com. personal, noviembre 2000), curadora del Museo
Internazionale delle Ceramiche de Faenza (Italia) opina, luego
de observar la fotografía correspondiente, que “potrebbe anche
essere un compendiario faentino, ma occorrerebbe visionare altri
frammenti”. Lamentablemente no se encontró ningún otro
fragmento.

para esas fechas, adornando los interiores de cavernas o “grotte”, término del cual
deriva el nombre “grotesco” con que se conoce dicha composición (Helman, 1998:56).
8 El término compendiario deriva de la palabra italiana “compendiato”, que en
español significa “abreviado”. Alude a lo sencillo, esquemático y sencillo de los
diseños pintados, sobre todo en comparación con estilos precedentes
(ie:“istoriato”,“bello”,“raffaellesco”) (Ravanelli Guidotti, 2000).

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Comentarios finales: dicotomía mueble- inmueble en el
lenguaje del prestigio

El estudio de las cerámicas llamadas “coloniales” (desde la


periferia) o “modernas” (desde la metrópoli), por ser incipiente,
ofrece un espectro de posibilidades inexploradas, para cuyo
desarrollo pleno es necesario aún la aplicación de técnicas de
identificación de los especímenes, particularmente en lo que
respecta a sus focos de manufactura. A pesar de esta limitación,
importante si se trata, por ejemplo, de rastrear los vínculos
comerciales, el estudio de estas cerámicas abre rutas de
interpretación novedosas para aproximarse a la vida del Panamá
colonial. El potencial interpretativo de la cultura material,
núcleo de la arqueología, está fuera de discusión y ha pasado a
ocupar un papel importante en las investigaciones históricas,
especialmente en lo que atañe a su cualidad de ser expresión y
confirmación de la identidad social, uno de los sentidos
profundos del consumo.
Llama la atención, cuando se revisa la colección arqueológica
aquí presentada, la existencia de cantidades elevadas de
cerámicas importadas (84% de las cerámicas esmaltadas al
estaño son de origen europeo), incluyendo piezas de notable
calidad, lo cual implicó un traslado costoso desde Portobelo
(terminal atlántica de las rutas transístmicas9), que solamente
puede entenderse en términos de necesidades socialmente
generadas, más allá de un mero utilitarismo. La vajilla de mesa
que hemos descrito (platos, tazas, jarra) nos aproximan a un
tema escurridizo que es el de los patrones de etiqueta, en este
caso, a la hora de comer... En estas remotas tierras coloniales,
desde muy temprano (recordemos los términus ante y post-quem

9 A lo largo del istmo de Panamá.

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1580-1617), se manifestó en los hábitos domésticos de la elite,
la transición hacia los gustos más frívolos (comparándolos con
los del siglo anterior) del siglo XVII (Santamaría Arnáiz,
1999:305).
El asombro es mayor cuando, a partir de las investigaciones
realizadas en torno a la vivienda colonial de la ciudad de Panamá,
se evidencia el desinterés de sus habitantes por la ciudad como
lugar para vivir. La “pobreza arquitectónica”, sin ostentaciones,
carente de esfuerzos decorativos (Mena García, 1992:21) y las
viviendas de mala calidad -aunque caras- (Castillero, 1994:66)
constituían el escenario en el que transcurría la vida de una
población compuesta en gran medida por factores o agentes
mercantiles venidos de España o de Lima que no mostraban
interés por echar raíces (Mena García, 1992:116), y que
visualizaban su experiencia colonial sólo como alternativa de
promoción social (Sánchez Belén, 1999:279).
El “menaje” doméstico que se manifiesta exiguo en los
inventarios y embargos publicados, y más generoso, dada su
naturaleza, en las dotes (Castillero, 1994:282), se complementa
con la información arqueológica. Al repertorio de objetos
suntuarios (cortinados, cuadros, tapices, joyas, ropas de lujo,
camas) reconstruido a partir de dicha documentación se le
agregan, entonces, las vajillas de mesa aquí analizadas, entre
las cuales, por ejemplo, sobresale un ejemplar de reconocida
calidad, muy probablemente producido en Faenza (Italia).
Las vajillas de cerámica recuperadas en las excavaciones
brindan así la posibilidad de ampliar la aproximación al paisaje
doméstico en uno de los rubros menos representados en los
documentos escritos. Lo austero de la arquitectura, más que
una opción por la practicidad, aparece como una metáfora del
transístmico, desplazándose la simbología del prestigio desde
lo inmueble a lo mueble, en lo que podría ser una modalidad
de la “estrategia del caracol” (parafraseando el título de la

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película de Sergio Cabrera), en la cual los signos de distinción
se llevan a cuestas.
Esta es la hipótesis que parece tomar fuerza a partir de los
datos históricos y arqueológicos disponibles, y que quizás pueda
ser reforzada en la medida en que se exploren otros grupos de
artefactos arqueológicos tales como indumentaria y adornos
personales, entre otros.

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BEATRÍZ ROVIRA

Doctora en Ciencias Naturales (Antropología) de la Universidad Nacional de La


Plata, Argentina. Actualmente es directora del Departamento de Arqueología,
Patronato Panamá Viejo y profesora titular de la Universidad de Panamá. Igualmente
dirige el proyecto arqueológico Panamá La Vieja y se encuentra desarrollando un
programa de identificación de procedencias de cerámicas históricas en asociación
con el Dr. Ronald Bishop (Smithsonian Institution). Sus temas de interés en
investigación son los referentes a la arqueología en sitios coloniales y post-coloniales
en el istmo de Panamá.
E- mail: patropan@pty.com o brovira_2@yahoo.com

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Objetos cotidianos en
la historia de la
resistencia indígena
en Colombia.
Del documento de archivo al material
arqueológico
Jimena Loboguerrero Arenas
Antropóloga e historiadora

Resumen

A su llegada al Nuevo Mundo, los españoles implantaron varios sistemas de


organización a fin de regular el nuevo orden durante el periodo colonial. Uno
de ellos, el de dominación, generó respuestas inmediatas de resistencia dentro de
la población directamente afectada, la indígena.
Varios autores, bajo el enfoque de la escuela de historia social y económica, prevalente
en la década de 1970, han tratado este tema. Desde la perspectiva del español,
ellos describen la dominación como un proceso en el que las estructuras tanto
físicas como sociales y, por ende, las costumbres y tradiciones de los indígenas,
desaparecieron a raíz de una fuerte arremetida de carácter bélico por parte de los
peninsulares. Pero esta posición ha desconocido, tal vez sin intención alguna, las
diversas formas en las que el proceso de resistencia se manifestó desde la perspectiva
del indígena.
Así, desde el presente, con base en el análisis de objetos indígenas de uso cotidiano:
aquellos recuperados durante las excavaciones efectuadas en el pueblo de indios de
Gachantivá Viejo, por un lado, y los que se encontraban consignados en documentos
de archivo como testamentos e inventarios, por el otro, fue posible entender la
resistencia desde la óptica del nativo. El análisis de dicha información deja ver que
el indígena no rompió radicalmente los lazos que lo ataban a sus antepasados.
Varias características propias de la cultura indígena continuaron vivas y permanecieron
vigentes durante los primeros años de vida colonial.

PALABRAS CLAVE arqueología histórica, cultura material, dominación, resistencia.

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Abstract

U pon their arrival in the New World, the Spaniards introduced several organization
systems so as to regulate the new order during the Colonial period. One of
these, domination, generated immediate resistance responses within the directly
affected population, i.e. the Indians.
Several authors, using the approach of the social and economical history school
prevailing during the nineteen seventies, have addressed this subject. From a Spanish
perspective, the Spanish domination is described as a process where both the physical
and social structures, and hence the indigenous customs and traditions, disappeared
due to a fierce war enacted by the Spaniards. But this position has disregarded,
perhaps unintentionally, the different forms in which the resistance process manifested
itself from the point of view of the Indians.
Thus, from the present, based on the analysis of everyday Indian artifacts that, on
the one hand, were recovered during excavations carried out in the Gachantivá Viejo
Indian village and those that, on the other, were recorded in archives as wills or
inventories, it was possible to understand the resistance from the natives’ point of
view. Analysis of this information shows that the Indians did not radically cut the ties
that linked them to their ancestors. Several typical characteristics of the indigenous
culture were kept alive and in use during the first years of Colonial life.

KEYWORDS historical archaeology, material culture, domination, resistance.

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Lecturas unidireccionales han sido dadas al término
“resistencia”. La más generalizada la presenta el diccionario de
la Real Academia de la Lengua Española, que en su tercera
acepción la define como: “conjunto de las personas que,
clandestinamente de ordinario, se oponen con violencia a los
invasores de un territorio o a una dictadura” (DRAE, 1992)
En la Historia de Colombia pareciera como si esta definición
hubiese sido tomada literalmente, o por lo menos así lo dejan
ver aquellos trabajos inscritos en la escuela social y económica
de la década de 1970, entre ellos los de Colmenares (1978,
1984), Fals Borda (1973) y Jaramillo Uribe (1964)
En estos estudios, la resistencia indígena ha sido entendida
como el levantamiento armado que los nativos ejercieron contra
los peninsulares, situación que presupone una dominación
enmarcada en el ámbito de lo económico y vista siempre desde
la perspectiva del español, que dio como resultado un mestizaje
homogeneizante de carácter pasivo y que además supone el éxito
de la imposición de las costumbres españolas y una pérdida de
las tradiciones indígenas.
Lo anterior definitivamente no puede ser considerado como
la única alternativa para interpretar la manera en la que los
indígenas asumieron el contacto con sus invasores, porque es
innegable que, incluso con mayor frecuencia que la resistencia
física, un tipo diferente de oposición, una oposición silenciosa,
se dio en el plano de lo cotidiano bajo los principales principios
de comportamiento, pensamiento y desarrollo que
caracterizaron su tradición cultural.
¿Qué quiero decir con esto?
Que el esfuerzo cotidiano de los indígenas por conservar su
tradición debe ser entendido como otra forma de resistencia
ante la dominación y que, gracias a ella, la conquista y
colonización española no significó la imposición absoluta de
las tradiciones y las costumbres europeas. Por el contrario, ésta

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dio como resultado un mestizaje que fue más allá de lo étnico,
un mestizaje también cultural, con una carga importante de la
tradición indígena prehispánica.
En la tarea por reunir los elementos que ejemplifiquen la
anterior afirmación podríamos decir que “muchos son los
caminos que conducen a Roma” y si lo pienso detenidamente
me arriesgaría a decir que la arqueología es una de tantas vías,
ya que sin lugar a dudas existe hoy en día la posibilidad de
reunir en un solo espacio diferentes disciplinas que apunten a
la construcción de discursos en los que la cultura material de
los individuos sea la protagonista. Significa entonces que la
arqueología, tanto como la historia o como la arqueología
histórica son sólo algunas de las herramientas que bajo
postulados teóricos y metodológicos específicos, pueden
acercarse a la elaboración de relatos en torno a temas
particulares. Shanks y Tilley lo señalan cuando se refieren a la
arqueología como una discusión crítica contemporánea sobre
el pasado que no tiene un final lógico, es decir, un único final,
para ellos, “la arqueología es histórica y la historia no tiene un
final” (Shanks y Tilley, 1987: 245)
En este sentido, este escrito propone entender, desde la
arqueología histórica y no sólo desde la historia o la arqueología, el
problema de la resistencia indígena durante la colonia. La arqueología
y la historia no son en absoluto disciplinas opuestas, éstas se
complementan mutuamente utilizando cada una por su lado una
metodología específica mediante, como bien lo dicen Orser y Fagan,
“la combinación en términos iguales, de los materiales de la historia
y la arqueología en el estudio del pasado” (Orser y Fagan, 1995: 8).
Así, el propósito aquí es mostrar esa no tan evidente
resistencia que opusieron los indígenas, en particular los del
altiplano cundiboyacense, basándome en el estudio de los
objetos de uso cotidiano de los habitantes del resguardo de
Gachantivá y algunos otros vecinos pueblos de indios. Objetos

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que, por un lado, quedaron registrados en sus propios
testamentos y, por el otro, conforman el registro arqueológico
producto de excavaciones realizadas en dicho pueblo.
El objetivo específico es entender, con base en los vestigios
de la cultura material de los individuos del pasado, algunos de
esos cambios y permanencias sutiles o fuertes en las prácticas
culturales de los indígenas que vivieron durante los siglos XVI
y XVII de vida colonial en el altiplano cundiboyacense.
Durante el periodo colonial, la Corona española exigía que
los indígenas se organizaran en pueblos para así facilitar la
doctrina y delimitar las tierras que habrían de cultivar. En ese
contexto se definieron las estructuras que caracterizarían la
distribución social y espacial de la reducida población nativa:
el resguardo y el poblado propiamente dicho.
Entre muchos otros, hacia 1630 se erigió Gachantivá, hoy
conocido como Gachantivá Viejo, localizado en el departamento
de Boyacá, a diez kilómetros de Villa de Leyva.1 (VER PLANO 1
y FIGURAS 1 y 2)
Plano No. 1
Localización Geográfica de Ganchativá Viejo

1 Durante el período colonial, lo que hoy sus habitantes denominan “los


escombros”, constituyó el resguardo de Gachantivá Viejo (Boyacá) que existió entre
1630 y 1865 (Avila Zabaleta, 1987)

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Figura No. 1 Figura No. 2
plano del pueblo de Estructuras ubicadas en el
Ganchativá Viejo perimetro de Ganchativá Viejo

Iglesia

Vivienda

Vivienda

Aquí me detengo un momento para señalar que la selección


del espacio geográfico mencionado no resulta al azar, cobra sentido
al momento de examinar detenidamente las siguientes ideas.
Resulta sumamente interesante entender los pueblos de
indios como aquellas “zonas de contacto” (Pratt, 1992) en las
que se pueden observar con claridad cuáles y cómo se
desarrollaron los mecanismos de convivencia e intercambio
entre grupos con trayectorias históricas, sociales y geográficas
distintas. Retomando la idea de Quijano, estas zonas podrían
convertirse para el caso que nos atañe, en aquellos espacios
“intersticiales”, es decir, en espacios de negociación entre el
grupo dominante y el grupo dominado en los que “en poco
tiempo los dominados aprenden, primero, a dar significado y
sentido nuevos a los símbolos e imágenes ajenos y después a
transformarlos y subvertirlos por la inclusión de los suyos
propios a toda imagen, rito o patrón expresivo impuesto por
los dominadores” (Quijano, 1999: 95) al tiempo que mediante
la permanencia de éstos últimos renuevan constantemente su
propia tradición.

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Ahora, teniendo en cuenta lo anterior, las preguntas que
siguen son, en estos espacios ¿cómo percibir tales cambios y
permanencias? ¿de qué manera se manifestó dicha resistencia?
Dos son los conceptos que permiten responder a los anteriores
interrogantes, al tiempo que explican cómo se entiende y cómo
se hace evidente dicha resistencia. Uno, el significado que cobra
el término tradición y dos, el significado y las formas en las
que dicha tradición se expresa a través de la cultura material.
Son varios los trabajos históricos (Baudot, 1983; Braudel,
1998; Vovelle, 1985; entre otros) que se ocupan del estudio de
las mentalidades colectivas de larga duración y de los aspectos
que caracterizan la vida cotidiana de los individuos. Algunos
remitiéndose al recuerdo, a la memoria, a formas de resistencia,
pretenden entender a las sociedades como continuidades
históricas en donde la larga duración prevalece sobre los
cambios abruptos que determinan la ruptura de mecanismos
de desarrollo dentro de las mismas. Según Braudel (1985), los
diversos significados que adquieren las sociedades a través de
las resistencias, permanencias o lentas deformaciones permiten
definirlas como continuidades, interminables continuidades
históricas.
En este sentido, dado que los seres humanos son tanto
inventores como rutinarios (Braudel, 1985), el estudio de la
cultura material que les rodea se convierte en un terreno fértil
para investigar situaciones de cambio y permanencia cultural
dentro del continuo histórico en el que se encuentran inmersos.
Así, el concepto de tradición se convierte en el punto de
referencia o parámetro de identificación de las condiciones que
determinan el cambio o la permanencia que sufren dichas
prácticas y costumbres ejecutadas por la sociedad (Therrien et
al., 2002), finalmente reflejadas en la cultura material, que no
es otra cosa que, “el -producto material- del pensamiento, ese
sector de nuestro medio ambiente físico que es modificado a

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través de un comportamiento culturalmente determinado”
(Deetz, 1996:35, mi traducción)
Se asume entonces, considerando a las sociedades como
unidades complejas con un continuo histórico que las
determina, en este caso caracterizadas por un fuerte mestizaje
no sólo étnico sino también cultural, que en situaciones de
contacto acaecidas dentro de espacios específicos como los
pueblos de indios, los grupos enfrentados pudieron o no
expresar a través de su cultura material respuestas culturales
de diversa índole (Lobo Guerrero, 2000, 2001), es decir, de
negociación, resignificación, cambio y permanencia. Aquí, éstas
últimas, influenciadas por tradiciones específicas como la
indígena, serán entendidas como formas de resistencia.
De acuerdo con lo anterior y con base en los resultados del
análisis de la cerámica y de los objetos inventariados en los
testamentos, dos fueron las líneas de interpretación o
comportamientos en los que, a través de la presencia o ausencia
de cierto tipo de objetos, se hacen evidentes las formas de
oposición a las nuevas normativas sociales. Por un lado, se
constató la existencia de un alto porcentaje de objetos de uso
cotidiano con características propias del mundo prehispánico.
Por el otro, se observó un gran grupo en el que predominaba la
heterogeneidad de materiales, tanto locales como importados,
cuyas características sugerían un tipo de resistencia diferente.
Esta fue considerada como una forma de resistencia estratégica
en la medida en que los indígenas hicieron uso de este grupo
de objetos como medio para insertarse en el nuevo orden
colonial.
La primera línea de interpretación se observa en el
comportamiento que presenta el material cerámico procedente
de las excavaciones llevadas a cabo en el pueblo de indios de
Gachantivá Viejo. Como resultado del análisis de dicho
material, fueron identificados dos tipos cerámicos

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correspondientes y representativos de las formas que integraron
el quehacer doméstico de los individuos que habitaron el
pueblo.
Se trata de los tipos Desgrasante Arrastrado Grueso (DAG)
y Desgrasante Arrastrado Fino (DAF). El primero (VER FIGURA
3), de formas gruesas, burdas y a veces mal cocidas, predomina
al comienzo de la colonia y luego es reemplazado lentamente
por el segundo, que presenta formas más livianas y mejor cocidas.

Figura No. 3
tradición indígena, tipo Desgrasante Arrastrado Grueso

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Estos tipos comprenden básicamente todas las formas
culinarias del menaje doméstico: ollas, jarras, cuencos, ollas
cuenco, areperos y pailas (VER FIGURAS 4-5)

Figura No. 4

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Figura No. 5

En ellos, características como el uso de desgrasantes, la


cocción a bajas temperaturas, la técnica de elaboración por rollos
y por modelado, el acabado de las superficies, las formas, así

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como su decoración, recuerdan rápidamente el tipo de cerámica
utilizada durante el periodo prehispánico en el altiplano.
Estas características son aún más evidentes si observamos
detenidamente el primero de estos tipos cerámicos (VER FIGURAS 6-7).

Figura No. 6
Tradición indigena, Tipo Desgrasante Arrasado Grueso

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Figura No. 7

En el Desgrasante Arrastrado Fino se identificó una variante


que fue denominada Desgrasante Arrastrado Fino, variante
decorada blanco sobre rojo (VER FIGURA 8).

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Figura No. 8

Ésta aparece tímidamente en el periodo temprano y consiste


en vasijas como platos, cuencos, pequeñas ollas y copas
decoradas con motivos florales, puntos, rayas formando helechos
y diseños geométricos, que rememoran específicamente la
decoración del tipo Guatavita Fino rojo sobre blanco,
característico del periodo prehispánico muisca tardío. No
obstante, las vasijas Desgrasante Arrastrado Fino son más burdas
y pesadas que estas últimas.

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El segundo comportamiento lo observamos en el material
vidriado (VER FIGURA 9).

Figura No. 9
Fotos y dibujos de fragmentos
Formas de vasijas vidriadas Grueso de vasijas vidriadas

La elaboración de vasijas vidriadas fue una técnica


introducida por los españoles a América, implementada por los
grupos indígena, mestizo y criollo y difundida muy rápida y
ampliamente a lo largo y ancho del altiplano cundiboyacense
durante los siglos XVI y XVII (Therrien, et al., 2002). Este
tipo corresponde a la cerámica de pasta arcillosa muy fina, sin

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desgrasantes, cuya superficie fue tratada con minerales como
el plomo para darle la apariencia y el lustre del vidrio, de ahí su
nombre. Sus formas fueron utilizadas para servir, esto es
bandejas, platos, tazas, cuencos y lebrillos; como objetos
decorativos en forma de candelabros, floreros o materas, o para
objetos de higiene y uso personal, es decir, bacines, morteros
para la preparación de ungüentos y pociones medicinales, entre
otros usos (Therrien, et al., 2002)
En este grupo se observó entonces la siguiente característica.
Las formas identificadas no sólo corresponden al grupo de
objetos descrito anteriormente, sino a un conjunto diferente,
no tan común, relacionado con características propias del
mundo español como con aquellas resultado de la combinación
de éstas últimas, con aspectos formales propios de la cerámica
indígena prehispánica. Esto es, la existencia de bordes evertidos
de vasijas que fueron elaboradas mediante la técnica de
modelado por rollos, pertenecientes al tipo DAG, pero que no
eran vidriadas y presentaban formas típicas del mundo español
como platos, bacinillas y pequeños lebrillos (VER FIGURA 10).

Figura No. 10

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Podemos reafirmar entonces la idea que se refiere al indígena
quien al tiempo que asimila las técnicas y nuevas formas
introducidas por el español, como por ejemplo el torno y el
borde evertido, decide aplicarlas también a la forma tradicional
de elaboración de su cerámica.
Esto significa que el indígena, mediante la combinación de
técnicas tradicionales con formas españolas, en la elaboración
de este tipo de vasijas, en cierta medida estaba expresando su
propia resistencia a la dominación española. Este tipo de
resistencia es el que he denominado estratégico en el sentido
en que, mediante la apropiación de nuevas técnicas y formas,
con el propósito, tal vez no explícito en aquel tiempo, pero si
evidente para nosotros a partir del registro arqueológico, de
perpetuar su tradición, el nativo se introduce casi que
clandestinamente dentro del nuevo orden colonial como
respuesta a la necesidad de no ser eliminado, o mejor, como
respuesta a la necesidad de continuar siendo parte activa de la
sociedad.
Por lo tanto, parafraseando a Gutiérrez de Pineda y Pineda
Giraldo (1999), se arguye que la elaboración de estas vasijas
tuvo que ver no sólo con la idea de un préstamo tecnológico y
estético ni tampoco solamente de adaptación a un nuevo medio
físico, sino más bien con la intrusión de cambios trascendentes
en pautas de comportamiento o, también, transformaciones
institucionales que los indígenas requirieron como mecanismos
de adaptación o resistencia a las nuevas circunstancias.
De acuerdo con lo anterior, resistir no necesariamente
significó oponerse a lo diferente, a lo nuevo; cambiar y modificar
los elementos preexistentes sirvió también como respuesta, esta
vez, estratégica para adaptarse al nuevo orden establecido por
el español.

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Hasta aquí el análisis cerámico.
Ahora, con base en la lectura y análisis de testamentos2 de
indígenas del siglo XVII, los dos comportamientos referidos
anteriormente se presentan de la siguiente manera.
Sin embargo, antes de seguir adelante, quisiera aclarar que
debido a la inexistencia de testamentos pertenecientes
estrictamente a indígenas de Gachantivá Viejo, la mayoría de
éstos corresponden a nativos que habitaron en distintos pueblos
del altiplano. Esto no alteró en lo absoluto el análisis ni los
resultados del trabajo, dado que lo que interesaba no era tanto
el espacio físico, como la cultura material de las personas que
habitaron dichos espacios, que sí necesariamente debían ser
indígenas.
En los testamentos existía un orden previamente establecido
para la enumeración de los bienes que la persona se proponía
testar. De acuerdo con este orden, fue posible dividir en tres
grupos dichos objetos y hacer las siguientes consideraciones.
Un primer grupo conformado por los bienes que tenían
mayor valor, estos eran por lo general el solar o cualquier
propiedad de tierra. El segundo, integrado por aquellos objetos
que seguían en estima, estos fueron objetos de uso cotidiano
pero con una característica que determinaba su valor: eran
importados. Entre los más comunes encontramos prendas de
vestir, muebles, vasijas de plata y adornos para el cuerpo. Así,
por ejemplo, tenemos ropa importada de Europa, como
faldellines de paño de Castilla azul y del sur del continente
americano, como mantas de Quito. Finalmente, un tercer grupo
comprendía todos aquellos objetos que fueron considerados por
el testado como de menor valor, genéricamente denominados
“trastes de poca consideración”. Estos objetos eran similares a

2 Ver bibliografía fuentes primarias para los documentos citados dentro del texto
y una versión más extensa en Lobo Guerrero (2001).

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los del segundo grupo, pero tenían una característica que los
distinguía: fueron elaborados localmente. A estos artículos el
indígena les atribuía calificativos como viejo, usado, de poca
consideración, angosto o quebrado.
Así, por ejemplo, Francisca de Guevara, india natural del
pueblo de Fúquene, declara tener “un pedazo de solar en el que
vive, dos cajas, una con llave otra sin ella, dos mantas y otros
trastes de poca consideración...” (AGN, Notaria 3, Tomo 27,
1630). Ana de Coro, india ladina, dice tener por bienes suyos
“una manta blanca que es nueva que le costó cinco pesos, una
camisa que tiene labrada las mangas de hilo azul que es de ruan
esta camisa, con otra manta blanca delgada...” (AGN, Notaria
3, Tomo 26). Francisca de Castro dejó registrados “unos
faldellines de paño azul de Quito, otros usados de manta blanca
a veces pintados, una camisa y otros anacos de los Pastos” (AGN,
Notaria 3, Tomo 37, 1633) y Juana, india natural del pueblo
de Guasca, hace el inventario de todas sus pertenencias entre
las que cita «un cuarto de solar en el que hay edificado una
casa de tapia y teja, un anaco de Quito, una caja con llave, un
faldellín de paño azul de Quito usado, dos mantas blancas, una
repulgada y la otra no, otra cobija de ruan llana, un anaco de
diferentes colores usado, dos chumbes uno de Quito y otro de
Tunja, dos cucharas de plata, dos cintillos de garganta, uno
todo de perlas, una sortija de oro con una piedra de Susa, tres
pares de manillas, unas de corales finos y los dos pares de
granates ordinarios, dieciocho botijas grandes, ocho múcuras,
más de tres artesas, dos buenas y una quebrada y dos cedazos”
(AGN, Notaria 3, Tomo 38, 1633).
Estos objetos, su uso, contexto de aparición y posible
significado social, cobran sentido si se les concibe de acuerdo
con las líneas de interpretación y comportamiento que
mencioné en un principio.
La primera de ellas tiene que ver con los objetos que conforman

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el tercer grupo. Estos son, aquellos trastes de poca consideración,
en términos generales, todos los objetos calificados como viejos,
usados o quebrados. Estos no son otros que las ollas, vasijas,
tazas, enseres, butacos, mantas y anacos, artículos que
evidentemente fueron elaborados localmente, destinados al uso
doméstico, características fundamentales para sugerir su
relación con los elementos de uso diario típicos de la tradición
indígena prehispánica.
Vargas Lesmes (1990:60) afirma que, para la época colonial,
el vestido original de los indígenas era hecho de algodón que
éstos obtenían de sus sementeras en tierras templadas y calientes
o del comercio con comunidades vecinas. Los hombres
utilizaban un largo vestido “camiseta o camiza”,
complementado por la manta, mientras que las mujeres usaban
un vestido de dos piezas, la primera de ellas compuesta por un
pedazo largo de tela de algodón que se envolvía en el pecho a
manera de camisa. En este sentido, podemos pensar que la mujer
indígena, a pesar de la existencia de nuevas telas, colores,
texturas y diseños, sigue utilizando sus tradicionales mantas
blancas o pintadas o como en el caso de Fransisca de Castro,
empleando anacos (manta cuadrada) a manera de cobijas. Y es
que no se trata simplemente de un problema de poder
adquisitivo, ya que sencillamente aquellas prendas importadas
también hacen parte de los objetos testados por los indígenas.
Se trata de una condición social a la que los nativos no dejan de
pertenecer y que se ve reflejada en el uso continuo de su
vestimenta tradicional.
El segundo comportamiento estaría relacionado entonces,
con los bienes que conforman el segundo grupo. Se trata de
aquellos adornos, vestidos, muebles, enseres, platos de mesa y
utensilios de cocina que el español importa y que el indígena
apropia e inserta gradualmente en su mundo como forma
estratégica para resistir al nuevo orden establecido. Aquí vemos

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entonces como podemos reafirmar la idea que tiene que ver
con ese tipo de resistencia en la que el nativo se opone a ser
olvidado o si se quiere invisibilizado, en un mundo en el que
predomina lo nuevo y exótico. El indígena adquiere mediante
la compra o el trueque, probablemente con algunos de sus
vecinos blancos pobres, artículos propios del mundo español,
que le sirven para responder abiertamente a una sociedad
mercantilista a la que no estaba acostumbrado; discrimina las
cosas que le sirven y las que no, para configurar estrategias de
inserción dentro del nuevo orden social y de esta manera resistir
al cambio.
Las ideas expuestas anteriormente corresponden a esa forma
alternativa en la que podemos entender la resistencia indígena
a la dominación española. Los artefactos, en general, no aparecen
porque sí, son el resultado de las necesidades concretas de sus
creadores y se convierten en recipientes de sus pensamientos y
sentimientos. En este sentido, el indígena, condicionado por
las nuevas estructuras que ordenan el mundo colonial, expresó
a través de su cultura material, específicamente a través de la
elaboración, uso, apropiación o desecho de objetos de su
cotidianidad, por un lado, la intención por perpetuar su propia
tradición y por el otro, el deseo de insertarse en el nuevo orden
como una forma estratégica de resistir al cambio.
Se trata entonces de una resistencia tanto de cambio como
de permanencia, ni muere la tradición del indígena, ni se
impone como exclusiva la del español. El ingrediente de cambio
dentro de sociedades tradicionales con un continuo histórico
específico, tal y como se nos presentan las sociedades
prehispánicas del altiplano, se convierte en un ámbito de
estudio en busca de respuestas cuando dicha trayectoria o
continuidad es interrumpida.
Esas formas de actuar o estrategias que inventó el indígena
para adecuarse a un ambiente que le era propio pero en donde

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nuevos elementos habían irrumpido con tanta fuerza, plantean,
por un lado, la existencia de un fuerte apego a lo tradicional, es
decir, la conservación de costumbres tales como la producción
de cerámica y objetos artesanales y por el otro, la asimilación
de materiales importados, como una de las formas de insertarse
y llegar a ser parte activa de la sociedad de aquel entonces.
Así, aparte del mestizaje concretamente étnico, se generó en el mundo
americano durante los primeros años de vida colonial un mestizaje
cultural con una proporción muy alta de elementos foráneos pero con
otra también bastante significativa de ingredientes nativos, que
configuraron, cohabitando en un mismo espacio, un panorama de
mestizaje, dominación y resistencia.

BIBLIOGRAFÍA

Fuentes primarias
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JIMENA LOBO GUERRERO ARENAS

Antropóloga e historiadora. Actualmente es asistente de arqueología del Museo


del Oro y coinvestigadora del proyecto “Civilidad y policía en la Santafé Colonial,
siglos XVI y XVII”. Sus temas de interés en investigación son los relacionados con la
arqueología histórica así como la historia cultural del periodo de contacto y colonial.
E-mail: jimelg9@hotmail.com

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Hacia una
interpretación
antropológica de la
cerámica vidriada de
Popayán

Wilhelm Londoño Díaz


Antropólogo, Universidad del Cauca

Resumen

E ste artículo tiene la intención de presentar una propuesta interpretativa de uno


de los fenómenos arqueológicos más recurrentes en el Valle de Popayán, la
cerámica vidriada y demostrar con ello que los estudios disciplinarios enfocados
hacia los periodos colonial o republicano pueden ser más útiles que la simple
corroboración de eventos relatados en textos históricos. En este sentido, el trabajo
en mención es más que una producción sustantiva de lo que se ha venido a llamar
arqueología histórica y se circunscribe específicamente como una propuesta en el
marco de los estudios de cultura material.

PALABRAS CLAVE arqueología histórica, cerámica colonial, sistema de creencias


hispanocristianas.

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Abstract

T he purpose of this paper is to present an interpretive proposal for one of the


most common archaeological phenomenon in the Valley of Popayán, i.e., glazed
ware, and thereby demonstrate that the disciplinary studies focused on the Colonial
and Republican periods may be more useful than the simple corroboration of events
told in history texts. In this sense, the mentioned work is more than a substantive
production of the so-called historical archaeology and it is specifically circumscribed
as a proposal within the framework of material culture studies.

KEYWORDS historical archaeology, colonial ceramics, Christian beliefs system.

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Introducción

La teoría antropológica de la cual la arqueología ha sido


subsidiaria (Binford, 1962), diferencia en la cultura dos
contextos: por un lado, están las manifestaciones de lo sacro,
como los rituales y los sistemas de ideas, y, de otra parte, están
los actos profanos, cotidianos, rutinarios, pragmáticos o
corrientes que están en apariencia desconectados de los sistemas
de creencias y de los que se pueden inferir hechos concretos
(White, 1975). Sin embargo, esta dicotomía, que resulta tan
pertinente en antropología, parece perder sus posibilidades
interpretativas cuando la utilizamos en el campo de la cultura
material. Mi intención, de ahora en adelante, es demostrar este
hecho por medio de un estudio de caso, relacionado con la
cerámica vidriada de Popayán.
Para darle coherencia a este artículo hablaré de la
organización espacial y temporal de este fenómeno de cultura
material y luego expondré una interpretación que busca
responder un cuestionamiento fundamental. En el año de 1999
se realizó una prospección arqueológica en el resguardo de
Novirao, ubicado a 15 km. al noreste de la ciudad de Popayán.
Allí se recolectaron 3500 fragmentos de cerámica vidriada,
todos los cuales, a excepción de los bordes y las aplicaciones,
presentaban barniz vidriado en su cara interna. En este sentido,
la pregunta axial de ésta reflexión es: ¿cuál era el sentido de
marcar una diferenciación entre las superficies que tocaban los
alimentos de las que no lo hacían? Ya que la totalidad de los
fragmentos reportados se encontraron en contextos domésticos
(Londoño, 2000), consideramos relevante el punto al que hace
referencia el interrogante en mención.
En el valle de Popayán una de las características del registro
arqueológico es la frecuente aparición de la cerámica vidriada,
más bien, de fragmentos de artefactos cerámicos elaborados con

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una técnica que se conoce como el vidriado (Bolaños, 1983). Al
respecto de esta materia es poco lo que sabemos, ya que en el
Cauca no existen investigaciones específicas sobre esta técnica,
desde una perspectiva arqueológica. Algunos trabajos en
arqueología histórica, realizados por el profesor Miguel Méndez
(1987), solo se circunscriben a describir ciertas generalidades
de algunos templos de la ciudad de Popayán.
Algo que resulta interesante señalar es que en el Cauca
muchos estudios arqueológicos han tratado el tema de la
cerámica vidriada pero de manera tangencial (Cubillos, 1958,
1959; Dorado, 1977; Escobar, 1984; Iribarne, 1983; López,
1978); es decir, el registro arqueológico mismo ha puesto como
imperativo el mencionar la cerámica vidriada y estos elementos
arqueológicos en la mayoría de los casos han sido expuestos en
los famosos misceláneos. Para nuestro asombro encontramos que
no existe la primera investigación que se dedique a escudriñar
con detenimiento los contextos cronológicos, espaciales y
culturales de este fenómeno.
Los mexicanos han sido tal vez los más incisivos en el tema
de las cerámicas coloniales. En un artículo de Gonzalo López
(1977), se documentaba la aparición de la técnica de la cerámica
vidriada en la península ibérica, introducida por los musulmanes
en el siglo VII D.C., de lo cual se interrogaba por los posibles
sincretismos resultantes en el contexto de la aparición de éstas
técnicas peninsulares en poblaciones indígenas americanas.
Aunque el artículo es en cierta medida programático, uno de
los mayores aportes consiste en la interrogación sobre la variable
diacrónica de la cerámica vidriada, en otras palabras, las
preguntas fundamentales de ese texto son ¿Cuándo ingresó la
técnica de la cerámica vidriada en América? ¿Por cuáles canales?
A estos interrogantes podríamos añadir ¿Cuáles fueron las
necesidades culturales que condujeron a la introducción de esta
técnica o los primeros artefactos? Al tratar de responder el

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segundo interrogante es cuando comienza a vislumbrarse una
anomalía en la teoría dicotómica de lo sacro y lo profano, como
lo demostraré más adelante.
Aunque a esta altura he mencionado en varias oportunidades
el tema de la cerámica vidriada, no he descrito sus
características. La cerámica vidriada es una técnica de
elaboración de artefactos cuyo atributo principal lo constituye
la aplicación de un barniz elaborado con plomo. La técnica opera
de la siguiente manera: una vez la pieza ha sido expuesta al
calor de un horno cerrado y la forma de arcilla se convierte en
cerámica, esta se saca del fuego, se deja enfriar y se le aplica el
barniz, luego de lo cual se somete a una nueva cocción y
transcurridas unas cuatro horas ya se tiene la pieza terminada.
El barniz se consigue al poner plomo en un crisol, el cual se
expone a grandes temperaturas de manera tal que pasa de sólido
a líquido.
En los últimos dos viejos alfares de Popayán aún se siguen
elaborando piezas con esta técnica, sólo varían las formas y los
estilos decorativos con relación a los artefactos coloniales,
mientras que se siguen utilizando las mismas fuentes de arcilla,
ubicadas al oriente de la ciudad, y el mismo tratamiento
tecnológico. En la actualidad, por ejemplo, se elaboran piezas
de cerámica vidriada de tres colores que son los más comunes
en los contextos arqueológicos: en primer lugar están las de
tono oliva, color que se obtiene con la aplicación de la mezcla
de plomo sin ningún aditivo durante el final de la primera
cocción; en segundo lugar está el color amarillo-rojizo, el cual
se obtiene agregándole a la mezcla de plomo fragmentos de
cuarzo y, por último, el color café que resulta de aplicarle al
barniz plúmbeo fragmentos metálicos, de aluminio
principalmente, los cuales han sido previamente carbonizados.

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Organización temporal

La cerámica vidriada en Popayán es un fenómeno


arqueológico que no cuenta con fechas absolutas. En un
reconocimiento realizado por Iribarne (1983) se logró asociar
restos de cerámica vidriada con una moneda acuñada a
principios del siglo XIX. Hasta el momento, en el valle de
Pubenza, dicha asociación es la que más argumentos empíricos
brinda frente a la idea de la organización temporal de este
fenómeno arqueológico. Así, hablar sobre la temporalidad de
la cerámica vidriada en el valle de Popayán parte de conjeturas
que podemos tomar como hipótesis; no existe, por ahora, una
sola excavación de un sitio en el valle de Pubenza, con altos
niveles de concentración de este material, que permita tener
una idea más acertada de la temporalidad de la técnica. Tampoco
existe una investigación de archivo que permita entrever, a
través de los documentos de la colonia, cuándo se formó el barrio
de los loceros o cuándo ingresaron los primeros alfareros a
Popayán.
Un primer elemento que nos permite considerar la
profundidad temporal del fenómeno en mención, lo constituye
un hecho peculiar de esta cerámica: esta era y es elaborada en
alfares localizados en un sector específico de la ciudad. Al
respecto, podemos mencionar que siguiendo el modelo de
urbanización de las ciudades peninsulares, cada actividad debía
estar circunscrita a un espacio específico ubicado en los
alrededores de la plaza principal, donde se concentraban los
dos focos de la organización, el gubernamental y el eclesiástico
(Jaramillo, 1982). Desde esta perspectiva, el barrio de los loceros
debe haberse configurado cuando Popayán se consolidó como
ciudad siguiendo el modelo español. En palabras del historiador
Guido Barona, los barrios que agrupaban oficios no pueden
haberse formado antes del siglo XVIII, ya que solo en esta

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centuria es cuando el proyecto de ciudad peninsular se concretó
en Popayán (Barona, 1995). Es posible que antes de la formación
del barrio de los loceros existiesen alfareros dedicados a este
tipo de trabajos, pero hasta que no tengamos pruebas de su
existencia o asociaciones de restos de cerámica con carbón no
podemos asegurar que dicha técnica fuese utilizada antes de
que Popayán se convirtiera en ciudad. A esta altura resulta
curioso preguntarse ¿Por qué es en el principio del siglo XVIII
cuando en Popayán se comienza a fabricar esta loza? ¿Las gentes
de la vecindad, mestizos, en que artefactos consumirían y
prepararían sus alimentos antes de la existencia de los alfares?
¿Cómo se transformó la dieta indígena en una dieta hispanizada?
O ¿Cómo los productos indígenas fueron domesticados por la
lógica hispanizante?

Organización espacial

Como lo mencionaba atrás, la cerámica vidriada es un


fenómeno común en el valle de Popayán; en todas las
investigaciones realizadas en inmediaciones de la capital
caucana se reportan sin excepción fragmentos cerámicos
vidriados, además de los habituales restos de cerámica
prehispánica, cerámica importada -mayólicas- y fragmentos
líticos de obsidiana.
Así como la técnica cerámica del vidriado es un hijo pródigo
de las predilecciones de los arqueólogos, es muy poca la
bibliografía donde se reportan vestigios de esta naturaleza. De
otra parte, en la región del Valle de Popayán conozco que para
la primera mitad de este siglo los nasa de Tierradentro
utilizaban el peltre para servir alimentos (Arcila, 1989).

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La necesidad de comer en loza

Partamos de un hecho, la técnica de la cerámica vidriada


pudo entrar al valle de Popayán desde cualquier parte, a partir
de la segunda mitad del siglo XVI y hasta principios del siglo
XVIII. A pesar de que exista un vector de tiempo tan largo, lo
que si es seguro es que la producción en serie de estos artefactos
se consolidó con la estructuración de Popayán como ciudad, a
principios del siglo XVIII, cuando en esta provincia se comenzó
a disfrutar de una bonanza aurífera. Como ya lo mencioné, solo
se puede hablar de Popayán como una ciudad según los modelos
significativos hispanos, desde comienzos del siglo XVIII,
cuando en la ciudad convergieron dos variable
interrelacionadas, por un lado, la necesidad de convertir a
Popayán en ciudad y, de otra parte, la circulación de grandes
cantidades de oro (Torres, 1999). A diferencia de como lo expone
la historiografía tradicional, la mayoría de las ciudades
colombianas no se consolidaron como tales desde el siglo XVI.
Podríamos decir que para la segunda mitad del siglo XVI se
implementaron proyectos urbanos que solo vendrían a tomar
forma dos siglos después, aunque este no es el tema que nos
ocupa aquí.
Popayán actualmente es un ciudad cuya fama reposa tanto
en las grandes como en las pequeñas pero magníficas obras de
arte religioso realizadas en el periodo colonial con los recursos
económicos provenientes del trabajo con el oro. La mayor parte
de las ganancias de la minería se utilizaron en la construcción
de bienes religiosos cuyo sentido funcional era el de
proporcionar cierta distinción a las familias que patrocinaban
estas obras. Sin embargo, lo que estaba de fondo era la
reproducción de un sistema cultural en el que preponderaba
una cosmovisión cristiana (Londoño, 2001). En este sistema de
creencias imperaba todo un imaginario que se puede explicar

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en pares binarios opuestos: bondad-maldad, blanco-negro,
brillante-opaco, frio-calor, luz-oscuridad. Desde esta taxonomía
moral todo lo blanco remite a la deidad y, por oposición, todo
lo negativo remite a la maldad. Por eso la piel de Jesús en la
representación de la natividad es rosada y la piel del demonio
en diversos ritos es roja; por ese mismo motivo, la institución
del sacramento del bautismo se hace con un traje blanco y la
aceptación social de la muerte de un ser querido se hace con el
uso del color negro. Desde esta perspectiva resulta comprensible,
y este es mi aporte a la interpretación del barniz de peltre, que
los artefactos alimenticios de los nuevos hispanos de Popayán
comiencen a divergir del modelo policromo de base ocre de la
cerámica indígena, inclinándose por los colores claros de la
cerámica vidriada, los cuales además están adornados por un
barniz que proporciona a las superficies una profundidad
evidentemente traslúcida. Esta profundidad, sin duda, se puede
relacionar con las concepciones hispano-cristianas de la pureza,
la castidad, la santidad y la virginidad y la blancura de la piel
como representación de la blancura del alma. Esta positividad
moral, expresada o manifestada por la blancura, también vendría
a determinar la materialidad de la alimentación. Así, cuando se
consolida el proyecto cultural de vida hispana en Popayán, se
obvia la parafernalia material de la dieta de origen prehispánico
y se comienza a marcar una distinción con respecto a ésta, al
utilizar loza “blanca”; así el sistema de creencias cristiano estaría
determinando en qué tipo de platos se consumirían y se
prepararían los alimentos.
Pero decir que el sistema de creencias determina la forma
de los utensilios de comida, es solo la primera parte del
problema. Al implementar un sistema de vida peninsular se
estaban creando con ello los elementos distintivos sobre los
cuales se construiría la dicotomía entre lo indígena y lo hispano.
Es sobre esta base cultural donde funcionarían todos los

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posteriores parámetros que harían de costumbres como el
masticado de la yuca para la producción de bebidas, acciones
merecedoras de asco; al respecto resulta relevante leer como
funciona el asco como elemento747 diferenciador:

El asco ayuda a definir los límites que se establecen entre ellos y


nosotros y entre tú y yo. Ayuda a evitar que nuestro modo quede
subsumido bajo su modo. El asco, junto con el deseo, establece los
límites de otro, como algo que debe eludirse, repelerse, o atacarse...
(MILLER, 1998)

De ésta manera, la aplicación del barniz de peltre solo en las


superficies que rozarían con los alimentos, puede interpretarse
como una extrapolación de la concepción de los rituales
cristianos, en los que uno come y bebe el cuerpo y la sangre de
Cristo, respectivamente. En dichos rituales, específicamente,
la comida sagrada se ofrece en artefactos brillantes, muchas
veces hechos en oro y plata; no es gratuito que al aplicar el
barniz de peltre, las superficies cerámicas toman la apariencia
de metal.

Conclusión

La necesidad de consumir alimentos en la cerámica vidriada


surgió como un elemento de concordancia con la
implementación, en su totalidad, de las prácticas del sistema
de creencias cristiano. En este sistema simbólico lo oscuro y lo
terrestre, como el barro café que sirve de base a las superficies
de los artefactos indígenas, se opone a la idea de una divinidad
clara, blanca, limpia e indiscutiblemente separada de los estados
terrenales y de la tierra misma, cuyo color es como el de las
pieles de los indígenas de quienes había que separarse de manera

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tajante. Como en toda religión, las gentes de la Popayán antigua
imitaron a sus dioses y empezaron a eliminar los artefactos de
tonos ocres, herencia de la cultura prehispánica para
reemplazarlos por elementos de una cultura material que lleva
incrustada una idea muy precisa de lo que debe ser el alimento.
Desde esta perspectiva, se puede comprender que no
gratuitamente en los ritos cristianos, el alimento que es el
cuerpo de Cristo, se simboliza con un pan de harina blanca
mientras que la bebida, la sangre de Cristo, parece que entrara
a ser purificada al envasarse en recipientes brillantes como todo
lo positivo en esta cultura.
De otro lado, la adopción del modelo hispano-cristiano,
además de ser una estrategia ineludible para tornar en un hecho
lo que era solo un proyecto de urbanidad, permitió crear los
elementos comparativos para marcar una diferenciación con la
cultura material y no material indígena; esta diferenciación
determinaba que lo indígena era asqueroso, sucio, opaco como
el color de sus epidermis.

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Universidad de Antioquia.
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WILHELM LONDOÑO DÍAZ

Antropólogo de la Universidad del Cauca. Estudiante de la maestría de antropología


jurídica de la Universidad del Cauca. Sus temas de interés son las políticas culturales
en comunidades indígenas del Cauca y la arqueología interpretativa.
E-mail: wlondono@unicauca.edu.co

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Estructuras
arquitectónicas
bienes muebles y
adornos personales:
alternativas de ostentación en la antigua
ciudad de Panamá
Juan Guillermo Martín-Rincón
Coordinador de Arqueología
Resumen Patronato Panamá Viejo

L a ocupación hispánica de Panamá La Vieja (1519-1673) nos permite acceder a


un periodo histórico restringido. Se trata de los comienzos del asentamiento
español en tierras americanas. Es la inclusión forzada del continente americano a lo
que denominamos occidente: nuevo sistema económico, nuevas creencias religiosas.
Según Braudel (1979), el control social, a través de la ostentación, surge cuando el
dinero se convierte en la base del poder, manipulando los más pequeños detalles y
usándolos para demostrar el derecho a gobernar o el poder para gobernar, mediante
su lucimiento. En este sentido, asumo que el traslado y adaptación de un modelo de
regulación social (estratificación, ejercicio de poder) debe fortalecerse durante el
desarrollo temprano de las nuevas comunidades, manifestándose en diversos aspectos
del registro arqueológico.
El objetivo de este documento es el de establecer la validez de esta hipótesis,
enfocando el análisis en tres niveles de datos que hacen parte del registro
arqueológico: los pisos (estructuras arquitectónicas), las mayólicas (bienes muebles)
y los pasamanos (adornos personales).

PALABRAS CLAVE arqueología histórica, ostentación, estratificación social,


“transportabilidad” del status

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Abstract

T he Spanish occupation of Panama la Vieja (1519-1673) allows us access to a


restricted historical period. It deals with the beginnings of the Spanish settlement
in American lands. It is the forced inclusion of the American continent to what we
call the West: a new economic system, new religious believes. According to Braudel
(1979), the social control, through ostentation, emerges when money becomes the
base of power, manipulating the smallest details and using them to demonstrate the
right to govern or the power to do so, by means of its display. In this sense,
I propose that the transfer and adaptation of a social regulation model (stratification,
exercise of power) must be strengthened during the early development of new
communities, revealing itself in a variety of aspects of the archaeological record.
The purpose of this article is to establish the validity of this hypothesis, focusing the
analysis on three data levels that are part of the archaeological record: floors
(architectural structures), majolica ware (movables) and braids (personal trimmings).

KEYWORDS historical archaeology, ostentation, social stratification, status


“transportability”.

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A manera de introducción

La arqueología histórica es una arqueología que se enfoca


en el surgimiento y expansión del capitalismo. Por tanto, desde
la perspectiva del materialismo histórico es posible alcanzar el
entendimiento de los sistemas culturales y sus procesos de
operación (fuerzas y sistemas de producción) y, en particular,
cómo la gente del pasado explotó la energía disponible (humana
y no humana) a través de la distinción de clases sociales.
La base económica condiciona los aspectos
superestructurales de la sociedad. Dentro de estos aspectos la
propiedad, la organización política, las creencias religiosas y la
estética (Trigger, 1992) hacen uso de la ostentación como un
mecanismo, que mediante el lucimiento, intenta persuadir al
subordinado que el poder, a través de la riqueza, linaje, herencia
o filiación religiosa, legitima la autoridad (Leone, 1988),
teniendo en cuenta que no es un mecanismo que surge a nivel
individual, sino que hace parte, y es reconocido, dentro de un
contexto social determinado.
La organización social en el Nuevo Mundo a pesar de
trasladar un conjunto de reglas de clase preestablecidas,
desarrolló otras, ocupó nuevas tierras y generó formas alternas
de hacer dinero. La ostentación fue uno de los medios sociales
utilizados, en ausencia de un poder y una jerarquía consolidada,
para proteger sus nuevos y amplios recursos. Por tanto el
esfuerzo de la arqueología se debe dar en el enlace de los patrones
arqueológicos con los procesos sociales del pasado. No se trata
sólo de llegar a establecer tales patrones sino de utilizarlos como
herramientas metodológicas para comprender el
comportamiento pasado y los procesos responsables de éste.

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Los pisos, las vajillas y los adornos personales

Panamá La Vieja, primera fundación hispana en el Pacífico


(1519), posee en la actualidad un programa de investigación
arqueológica permanente desde 1996. La regulación y
desarrollo de este programa ha permitido recolectar un
sinnúmero de datos de diversos contextos relacionados con la
vida cotidiana de los antiguos habitantes de esta ciudad.

Foto 1. Vista de las ruinas del Convento de


Las monjas de la Concepción.

En este caso las


estructuras inmuebles
(pisos y pavimentos), los
artefactos cerámicos
(mayólicas) y los objetos de
uso personal (pasamanos)
hacen parte del conjunto
de datos al que se ha podido
acceder a través de las
excavaciones arqueológicas. Considero que estos tres niveles
de datos ofrecen información acerca de los procesos sociales de
la ciudad y las estrategias de control ejercidas por quienes
adquirieron y ostentaron el poder en el pasado en este
asentamiento.
Los pisos han sido estructuras arquitectónicas identificadas
en diversos contextos. De éstos poseemos básicamente dos tipos:
de ladrillo y de cantos rodados con adoquines. Cada uno de
ellos ubicado en lugares específicos, con ciertas técnicas
constructivas y diseños particulares (cf. Martín-Rincón, 2001).
Los pavimentos de canto rodado encontrados hasta ahora
en el Conjunto Monumental presentan ciertas características

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básicas: su uso es recurrente en áreas de tráfico pesado (pasillos
y patios) y espacios públicos (calles). Aunque no presentan un
diseño particular, se observa en la mayoría de ellos la utilización
de maestras cada 80 o 90 cm, lo que les da cierta modulación y
diseño. La utilización de un mismo tamaño de roca parece ser
una constante y, en algunos casos, se combina con el uso de
adoquines sobre el eje de las calles (cf. Martín-Rincón, 2001) .

Foto 2. Empedrado en la Calle del Obispo.


Por otro lado, los pisos
de ladrillo han sido
encontrados, hasta ahora,
en el interior de templos
(catedral, iglesia de Santo
Domingo e iglesia de los
jesuitas), conventos (Santo
Domingo y monjas de la
Concepción), viviendas
(dos casas de la familia Terrin) y en el hospital San Juan de
Dios. En algunos de estos casos se identificaron maestras1 cada
80 o 90 cm. Se han encontrado también baldosas de 40 x 40
cm aunque éstas no hacen parte de pisos completos. Los únicos
diseños definidos hasta ahora son en espina de pez dispuestas a
90° y 45°. El mortero utilizado es de cal y arena y, a menudo, se
observa el uso de concha molida. En ambos contextos (religioso
y habitacional) es común observar ladrillos fragmentados
(Martín-Rincón, 2001).

1 Son cada una de las fajas de baldosa, ladrillo, roca o mortero, que, como referencia,
se disponen para facilitar, ordenar y orientar el tendido de un lecho de piso o
pavimento.

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Foto 3. Piso interior del Convento
Las monjas de la Concepción.

En Panamá la utilización
de ladrillos y piedra era
restringida debido a su alto
costo (Castillero, 1994),
ello estaría confirmado
incluso por la reutilización
de fragmentos de ladrillos
para el recubrimiento de
los pisos. El uso de estos materiales se dio en las calles
principales, edificios religiosos (templos, conventos y hospital),
viviendas de personajes acaudalados (casas de la familia Terrin)
y construcciones de carácter político (cabildo) (Castillero,
1994).
Las estructuras arquitectónicas coloniales, en nuestro caso
los pisos, nos ofrecen información acerca de la estratificación
social de esta ciudad. La construcción de este tipo de inmuebles
y, específicamente, de sus pisos, requiere del poder adquisitivo
para la explotación y obtención de recursos materiales y control
social que permita explotar los flujos de energía disponible
(mano de obra). La diferenciación en la utilización de ciertos
materiales revela desigualdades socioeconómicas marcadas e
incluso el hecho de utilizar, como en el caso de las Casas de
Terrin, ladrillos para los pasillos exteriores en la vivienda del
marco de la Plaza Mayor, denota la intención de ostentar su
poder económico (dado el costo del material utilizado).Es
importante anotar además que los pisos identificados hasta
ahora se relacionan con los otros poderes reguladores durante
la colonia: el político (el cabildo) y el ideológico (iglesias y
conventos). Esto confirma una vez más la concentración de
recursos y energía alrededor de éstos.

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Los artefactos de uso doméstico y, específicamente, las
mayólicas, han recibido especial interés. Hacen parte del
registro arqueológico más tradicional y, de alguna manera, mejor
documentado.
La localización de Panamá La Vieja, como lugar de tránsito
e intercambio de las mercancías provenientes del sur del
continente y de Europa, permitió a sus pobladores acceder a un
sinnúmero de artículos suntuarios, entre ellos, las lozas
europeas. Este tipo de artefactos, en Panamá, ha sido
ampliamente estudiado por Beatriz Rovira (1984, 1997, 2001
y este volumen). Son elementos que a pesar de su fragilidad
son fáciles de transportar y permiten mostrar una posición social
y un nivel adquisitivo.

Foto 4. Plato europeo encontrado durante las


excavaciones en el marco de la Plaza Mayor
de Panamá la Vieja.

La presencia de
abundantes cerámicas
provenientes de Europa, e
incluso porcelana China, en
contextos tempranos del
Conjunto Monumental, a
pesar de las características
incómodas y adversas de la
ruta transístmica, nos
motivan a pensar que la adquisición de estos artefactos no hace
parte sólo de preferencias estéticas, sino que poseen una
connotación social muy importante (Rovira, este volumen). Son
elementos indicadores de status, social y económico y, dado su
carácter mueble, pueden ser transportados con mayor facilidad,
si tenemos en cuenta la gran movilidad de los moradores de la
antigua ciudad de Panamá. No sólo permiten trasladarse con

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mayor comodidad sino que pueden hacerlo llevando consigo
su posición social a través de las colonias españolas.

Foto 5. Pasamanos Tipo I, “Nudo de cabeza de turco”


asociados a enterramientos de la Catedral.

Por otro lado, los


artefactos de uso
personal, en este caso los
pasamanos, han sido
identificados en
contextos religiosos
(Martín-Rincón y
Figueroa, 2001). Este
tipo de objetos, importados (su materia prima o el mismo
pasamanos), son de carácter suntuario y de acceso restringido.
No todos pueden acceder a esta clase de artefactos y muy
probablemente menos pudieron irse a la tumba con ellos. En
este contexto adquieren una doble significación: una por ser
parte de un proceso ritual complejo que se relaciona
directamente con la regulación social a través de las creencias
religiosas (mediante estrictas reglas funerarias), la otra por
“transgredir” algunas de estas reglas (la austeridad, por ejemplo)
ya que este tipo de adornos hacían parte, seguramente, de
prendas de vestir elaboradas que denotan un nivel económico
diferencial. El hecho de ostentar durante un ritual religioso y
público ornamentos costosos y suntuarios, no sólo indica la
“transportabilidad” del status social sino que el mismo cadáver
se convierte a su vez en objeto de ostentación por parte de la
familia y allegados.

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Estratificación social, ostentación y “transportabilidad” del status

Sin lugar a dudas, gran parte del éxito de la colonización


española del Nuevo Mundo se debió al control de los flujos de
energía a través de la religión (mediante la conversión),
concentración del poder económico (esclavitud) y
fortalecimiento del poder militar (construcción de
fortificaciones). Un sistema social que marcaría y establecería
diferencias sociales que permitían a las clases altas disponer y
aprovechar el potencial de las más bajas en beneficio propio.

Foto 6. “Bia, la hija ilegítima de CosimoI de Medici”


Bronzino, 1542, Galería de los Uffizi.

En nuestro caso el análisis


de este conjunto de datos no
puede basarse en la
documentación histórica ya
que la información que
ofrecen los historiadores no es
la prioritaria para los
arqueólogos. Para acercarnos a
la comprensión de la
variabilidad social debemos
incluir aspectos demográficos,
rangos de impuestos,
ocupaciones, diversidad étnica y relación interétnica, patrones
de residencia y estructura social. Si queremos conocer aspectos
relevantes de la cultura material y la estructura económica,
tendríamos que manejar información específica acerca de los
mecanismos, manifestaciones y variabilidad de la producción, e
intercambio en la sociedad. Finalmente, y para acercarnos a los
procesos de formación de sitio, requeriríamos información
referente a las alteraciones en la tierra, métodos y secuencias

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constructivos, desastres culturales y naturales, prácticas
sanitarias y trabajos públicos. Toda esta información pasa
desapercibida, en la mayoría de los casos, por el historiador y a
menudo hace parte del registro histórico (Deagan y Scardaville,
1985). Incluso en muchas ocasiones las condiciones de los
grupos marginales tan sólo están documentadas en el registro
arqueológico.
La organización socioeconómica, parcialmente, define cómo
se distribuye la gente y cómo utiliza y aprovecha su espacio
(tipos de asentamientos y residencias) a través de decisiones
que se toman en sociedad. Este manejo espacial establece
entonces la estructura del sitio, facilidades, edificios y la
distribución de artefactos y de desechos. A través de este proceso,
la organización socioeconómica afecta directamente los
asentamientos, los patrones residenciales y la arquitectura
asociada a ellos (Oswald, 1987).
La variabilidad en las características de los elementos
arquitectónicos utilizados y los grupos de artefactos asociados
a ellos, son herramientas analíticas que permiten determinar
status socioeconómico y diferencias temporales y funcionales
reflejadas en el registro arqueológico (South, 1988).
En nuestro caso y siguiendo a South, poseemos un conjunto
de datos que corresponden a subsistemas sociales específicos:
tecnológico, social, simbólico y comercial. Estos subsistemas
poseen estrategias que permitieron a las elites explotar los
recursos ambientales y la energía humana disponibles.
Rovira contrasta la “pobreza” y austeridad de la vivienda
colonial panameña con las vajillas cerámicas recolectadas
durante las excavaciones arqueológicas, haciendo hincapié en
que la simbología del prestigio, dado el carácter de tránsito de
la ciudad, se desplaza de lo inmueble a lo mueble, en donde
“...los signos de distinción se llevan a cuestas” (Rovira, este volumen).

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La ostentación es clave en los lugares en donde se adaptan y
adecuan estructuras sociales preestablecidas y se redefinen los
componentes de los estratos sociales. Quien dispone de recursos
económicos y, por ende, dispone de autoridad, directa o
indirecta, se da el lujo incluso de utilizar elementos de prestigio
en su vivienda; elementos inmuebles y de, casi, imposible
traslado. En la antigua ciudad de Panamá lo hace entonces quien
proyecta radicarse y tiene los medios para sostener un status.
Por el contrario, quien pretende una posición en la sociedad y
es transeúnte en busca de riqueza, se ve obligado a ostentar
elementos de prestigio transportables, que no necesariamente
denotan ni determinan el poder adquisitivo ni el nivel social
de quien los posee, tan sólo le facilitan el “transporte” de un
status a través de las colonias. Es así cuando la ostentación se
convierte en ese pretender ser, tan característico de nuestra
sociedad.

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Crítica.

JUAN GUILLERMO MARTÍN-RINCÓN

Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Es el coordinador de arqueología


del proyecto arqueológico de Panamá La Vieja (Aptdo. Postal 87-4432, Zona 7 Ciudad
de Panamá, Panamá). Su área de interés ha sido la arqueología histórica. Actualmente
desarrolla un proyecto de investigación sobre la ocupación prehispánica del este de
Panamá.
E-mail: spiff94@hotmail.com

Estructuras arquitectónicas Juan Guillermo Martín-Rincón | 72

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La arqueología
histórica como
historia de vida

Elena Uprimny
Departamento de Antropología
Universidad de los Andes

Resumen

D urante los años 1999 y 2000 se llevó a cabo la prospección arqueológica de la


Casa Torresar, situada en la Calle de La Universidad de la ciudad de Cartagena
de Indias, Colombia. Por un lado, se excavaron ciertas zonas dentro de la vivienda
con el objetivo de conocer las diferentes etapas de la construcción de la morada. Por
otro, se trabajó en forma minuciosa en las zonas de abundante basura doméstica
encontrada en la parte posterior del inmueble y en el patio trasero.
El estudio histórico señala que el personaje más reconocido, antiguo habitante de
esta morada, fue don Juan de Díaz Pimiento y Torresar.
A partir de estos análisis se elabora una disquisición sobre la interrelación entre la
identidad cultural y el estudio del género “Historias de Vida”.

PALABRAS CLAVE arqueología histórica, historia de vida, Torresar, identidad.

73 | Revista de Antropología y Arqueología Vol 13 2001/2002

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Abstract

D uring the years 1999 and 2000 an archaeological survey of the Casa Torresar,
located at Calle de la Universidad in Cartagena de Indias, Colombia, was carried
out. On the one hand, certain zones within the living quarters were excavated in
order to establish the different building stages of the dwelling. On the other, middens
found at the rear part of the building and in the backyard were thoroughly unearthed.
Historical study indicates that the most prominent old dweller of this house was don
Jose de Díaz Pimiento y Torresar.
From these analyses a disquisition on the interaction between the cultural identity
and the study of “Life Stories” genre is carried out in this article.

KEYWORDS historical archaeology, life stories, Torresar, identity.

La arqueología Histórica como historia de vida Elena Uprimny | 74

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Durante los años 1999 y 2000 se realizaron 17 Unidades
de Excavación en una casa de 2600 metros de construcción en
la actual Calle de La Universidad de la ciudad de Cartagena.
Los sondeos se efectuaron en los sectores del acceso y de la
zona central de esta vivienda, así como en el recinto y patio
posteriores.
En la zona central se hallaron evidencias de las diferentes
etapas de construcción: durante el siglo XVII y, aún tal vez en
el XVI, se elevaron los cuerpos delantero y trasero. Hacia el
final de este período, se hizo lo mismo con el cuerpo lateral.
Con posterioridad, en el siglo XVIII, se construyó un segundo
piso, (reafirmado por la huella de la antigua cumbrera en un
muro del segundo piso) y se adicionó una arcada central al patio,
es decir, se enalteció la casa.

Figura 1. Plano del levantamiento de la primera planta de la casa Torresar al inicio


de las excavaciones. Se indica la ubicación de las 17 Unidades de excavación.
(Cortesía de Cristina Vieco).

El recinto posterior contenía restos arqueológicos, un gran aljibe y


huellas de humo en los muros. Probablemente en esta sección se llevaron
a cabo labores de cocina y almacenamiento. El patio trasero (el cual
pudo haber hecho parte del centro de manzana) mostró gran cantidad
de basura acumulada desde el siglo XVII hasta la actualidad.

75 | Revista de Antropología y Arqueología Vol 13 2001/2002

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Foto 1: Casa del Marqués de Premio Real
(tomado de Escovar et. al., 2001: 38).
Los restos arqueológicos
consistieron de gran
cantidad de cerámica
(más de 2500 fragmentos),
vidrio, huesos de fauna
(estudiados actualmente
por la Dra. Elizabeth
Ramos),artefactos
metálicos, restos contemporáneos de tela, caucho, plástico, etc.
Según la documentación histórica esta construcción
perteneció, durante el XVIII, a don Juan de Díaz Pimiento y
Torresar; quien fuera gobernador de Cartagena entre 1772 y
1782, y probablemente fue él mismo quien enalteció la vivienda.
Don Juan estaba casado con una criolla, doña Maria Ignacia de
Sala y Hoyos, nieta de los muy prestantes marqueses de
Valdehoyos y del Premio Real. De hecho, las reformas
arquitectónicas del Siglo XVIII recuerdan el estilo de la famosa
casa del marqués de Valdehoyos.

Foto 2: Casa del Marqués de Valdehoyos


(tomado de Escovar et. al., 2001: 58).

A lo largo del siglo


XX fue utilizada como
colegio, como hotel (en
la basura del patio había
un sello de caucho de la
Corporación de Turismo)
y como fábrica y bodega
de licores (Vieco, 2000).
En el momento de los
trabajos arqueológicos, el cuerpo delantero era empleado como

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recinto para diferentes cafeterías y loncherías estudiantiles,
pues al frente se encuentra la sede de la Universidad de
Cartagena, emplazada en el antiguo convento de San Agustín.
Los sectores posteriores se encontraban abandonados, con restos
de grandes toneles de licor.
Una casa es, entonces, como un ser vivo: en permanente
proceso de evolución. Algunos aspectos se mantienen, otros
cambian. Ellos reflejan diversos procesos sociales. Precisamente
estos procesos son los que estudiamos los arqueólogos y los
historiadores.

Cerámica arqueológica

El análisis del sitio se fundamentó en la cerámica excavada:


desde los restos fabricados en el siglo XVI hasta los del siglo
XX. El 90% de los fragmentos fueron elaborados localmente,
sólo el 10% corresponde a cerámica foránea. Dado que los
primeros se utilizaron para labores culinarias o como recipientes
y que los segundos fueron utilizados para el servicio de comedor
¿Se podría asumir que por cada 9 personas de servicio
(especialmente esclavos) hay un individuo de la elite? O ¿Qué
el 90% de las actividades fueron culinarias?
Foto 3: Casa Torresar al inicio de las excavaciones.
Se puede cotejar esta
relación porcentual con las
asociaciones estratigráficas
y con su ubicación: por
supuesto la cerámica local
(de uso culinario y de
servicio doméstico) está
asociada en su totalidad
a los restos de fauna. Los

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niveles más antiguos señalan una mayor utilización de la
cerámica local. La zona del patio central tiene una menor
cantidad de estos restos y allí la proporción de cerámica
importada es mayor.
Fue interesante también observar que los artefactos no
cerámicos más contemporáneos se encontraron en las Unidades
de Excavación del patio trasero más cercano a la casa.
Tenemos entonces que durante los siglos XVI, XVII, XVIII
y XIX se arrojó la basura en la sección posterior y durante el
XX, la poca que hay, cerca de la casa. Igualmente se colige que
durante estos primeros siglos se utilizó una mayor cantidad de
cerámica burda local.
Vale la pena detallar aquí, aunque sea en forma somera, la
proporción de la cerámica según el sector de su ubicación ( VER
FOTO 1).

Cuerpo delantero:
Foto 4: Fragmentos de cerámica hallados en la casa
Torresar: Arriba primero a la izquierda estilo Crespo.
Otros estilo Cartagena criollo.
El estilo Crespo (local,
más burdo, esencialmente
de uso culinario) duplica la
cerámica foránea (siglos
XVI a XIX) y duplica
también el estilo Cartagena
Criollo (de uso doméstico,
proveniente del tejar de San
Bernabé en Tierra Bomba,
el cual produjo cerámica entre 1650 y 1767). Este cuerpo es el más
antiguo de la casa, como es usual en Cartagena, construido hacia finales
del XVI o inicios del XVII. Con las exploraciones en este sector

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se buscó también, inútilmente, la asociación con la huella del
“muerto” de una escalera ya desaparecida.

Cuerpo trasero:
Foto 5: Fragmentos de cerámica hallados en la
casa Torresar de estilo Cartagena criollo.
Este cuerpo también
es original de la primera
etapa de construcción de
la casa. Allí, la cerámica
foránea (siglos XVI a
XIX) corresponde
únicamente a la cuarta
parte de los vestigios de
estilo Crespo, así como
también a la cuarta parte de aquellos provenientes de tejar de
San Bernabé.
La diferente proporción de fragmentos entre estos dos
cuerpos contemporáneos se debe ante todo al uso de los mismos:
en el primer caso, se trata del acceso a la edificación, y en el
segundo el de las actividades culinarias.

Patio Central:

Los escasos fragmentos señalan una proporción equivalente


al cuerpo delantero, es decir, el estilo Crespo duplica los otros
dos. En este caso, entre los restos foráneos sobresalen aquellos
del siglo XVII. Esta zona presentó la mayor cantidad de cambios
arquitectónicos, especialmente durante el siglo XVIII, lo cual
explica esta peculiaridad.

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Patio posterior sector cercano a la vivienda:

Aquí tenemos ante todo vestigios del siglo XIX y del siglo
XX. La proporción de fragmentos muestra que el 85% es
cerámica foránea (ante todo de origen inglés), el 3%
Cartagenero criollo y el 12% Crespo. Es decir, es nuevamente
evidente que a partir de la independencia las relaciones
comerciales con Gran Bretaña aumentan considerablemente,
la fábrica del tejar de San Bernabé cesa su producción y
continúa, aunque en menor cantidad, el consumo de cerámica
culinaria local.

Patio posterior sector lejano a la vivienda:

En este sector la diferencia estratigráfica es evidente.


Durante los siglos XVII y XVIII tenemos que el 43% es
importado, el 39% corresponde al estilo Crespo y el 18%
pertenece al estilo Cartagena criollo. Posteriormente durante
los siglos XIX y XX, el 10% es estilo Crespo, el 73% es foráneo
y 9% es Cartagena criollo, lo cual confirma la interpretación
anterior.

Identidad, arqueología e historias de vida

Se ha tratado de relacionar nuestra identidad actual ante


todo con datos de culturas prehispánicas y con datos
etnográficos. Pero no siempre esta relación es exitosa. Poco
tenemos de prehistóricos y nuestras culturas indígenas actuales
tienen también 400 años de cambios (algunos de ellos escuchan
rock y usan computador) bajo la influencia del mundo
occidental.

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Tanto la historia como la literatura de los últimos 400 años
son excelentes fuentes para el conocimiento de nuestra
identidad. Se refieren, frecuentemente en forma algo marginal,
a relaciones sociales, interétnicas, laborales, de género, de clases,
a veces producen datos demográficos, anécdotas sobre la
existencia de grupos sociales y de sus actividades, etc. Pero solo
la arqueología histórica puede explicar, aunque sea solo
parcialmente, los procesos culturales. Es decir, nuestra identidad
no está en la mera descripción de los diferentes grupos de los
cuales descendemos. Está en el conocimiento y explicación de
los procesos de interacción de estos grupos. ¿Cómo ocurren?
¿Cómo varían regionalmente? ¿Cómo cambian a lo largo del
tiempo? ¿Cuál es la diferencia entre lo urbano y lo rural? Estos
procesos se reflejan en la evidencia arqueológica más que en
otras fuentes, así antes que ser descartadas deben ser explicadas.
Buen ejemplo de estos procesos culturales variables se
encuentra en las diferentes características evolutivas de la
cerámica local posterior al período prehispánico: en unos casos
varía la decoración, en otros cambian las formas o se altera la
técnica de fabricación. Según la zona y el paso del tiempo, estos
cambios y diferencias reflejan diversas relaciones sociales
(Therrien et al., 2002).
A pesar de la común añoranza por las culturas prehispánicas
o por la arquitectura colonial (Tellez, 1995), nuestra identidad
no tiene nada de “pureza”. Cambia a lo largo del tiempo y es
variable en diferentes regiones (Herrera, 2002).
Me permito hacer una analogía con la música. Nuestra
malograda Ministra de Cultura, Doña Consuelo Araujonoguera,
recientemente propuso que no se debería promover el rock,
tampoco el jazz y, aún menos, la música “culta” llamada también
“clásica”. Solamente se escucharía música autóctona: el
bambuco, el vallenato, el pasillo, el joropo. Por supuesto, estos
últimos tampoco son autóctonos: son una interesante

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combinación melódica, armónica, rítmica e instrumental
europea, americana y africana, adaptada a las condiciones locales.
Por ejemplo, el joropo llanero, de ritmo europeo (6/8
combinado) con una acentuación muy singular (¿africana?), se
ejecuta con un arpa europea algo transformada y con un
“cuatro” también adaptado de los instrumentos europeos. Se
escucha al calor de unas cervezas, de guarapos de fruta, de
aguardiente de caña, o de whiskey inglés, mientras se consume
mamona. Tal vez el único de origen nativo es el guarapo de
fruta! Se baila como cualquier danza europea, siempre en pareja,
con ropas también del Viejo Continente.
Su texto relata frecuentemente historias de vida y situaciones
vivenciales relativamente recientes y características de la región.
Este canto es ejecutado por voces masculinas agudas (no tan
europeas). Probablemente son esas historias de vida las que la
hacen autóctona y, por lo tanto, más fácilmente producen
sentimientos de identidad: se refieren a problemas concretos
de los personajes, a sus vivencias, a sus sentimientos. No se
trata de probar científicamente si estos problemas, vivencias y
sentimientos ocurrieron. Se trata de identificarlos como propios.
En este contexto, la arqueología histórica y, más
específicamente, las historias de vida basadas en los hallazgos,
también son útiles para la comprensión de la identidad. Utilizo
aquí el término “historias de vida” como equivalente al vocablo
norteamericano storytelling. Sin embargo, sería también posible
la traducción literal, “contar historias”, ya que éstas se refieren
a anécdotas específicas.
Las historias de vida reúnen aspectos literarios, históricos y
arqueológicos. No responden a los intereses generales de la
arqueología tradicional y aún menos a aquellos de la
arqueología científica. Sin embargo, nos liberan del dilema
entre presentar el pasado bajo el lente de un modelo teórico o
seguir nuestra imaginación individual. Es una forma más de

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explicar los sitios arqueológicos, no reemplaza las
interpretaciones arqueológicas tradicionales. Son una forma
interpretativa moderna –o post-moderna- que no nos demanda
responder las “preguntas teóricas básicas” (Praetzellis, 1998). Me
atrevería a afirmar que sería este género una posible aplicación
de la Teoría de Acción, propuesta por Marcus y Flannery, a la
Arqueología Histórica (Marcus y Flannery, 1996).
En nuestra profesión hay una desafortunada tendencia a
menospreciar la literatura popular. Esta se percibe como opuesta
a la documentación técnica o científica (Deetz, 1998). Según
este mismo autor, para desventaja nuestra hemos despreciado
los aspectos emocionales de nuestro material, interesándonos
más en los reportes de sitios arqueológicos que, sin duda, son
importantes pero no los únicos. Si queremos continuar con
nuestro trabajo, éste debe efectuarse en el contexto de la
percepción pública.
En nuestra actual maraña colombiana, si queremos hacer
algún aporte a la comprensión de la identidad, debemos utilizar
lenguajes apropiados para ello.
Pero el alcance de estas “historias de vida” es aún mayor: a
medida que intentamos elaborarlas nos vemos forzados a
alejarnos de una visión microscópica de los hallazgos.
Incesantemente esto nos lleva a recapacitar sobre lo que
conocemos y lo que deseamos conocer de nuestros sitios (McKee
y Galle, 2000). Frecuentemente, entonces, ponemos en
evidencia aspectos interesantes de los procesos culturales del
pasado.
Datos arqueológicos e históricos de esta investigación en la
casa Torresar se prestarían a unas historias de este género.
Durante la restauración arquitectónica de la casa Torresar fue
hallada una cama en el patio posterior. Una cama de bronce
completa, con espaldar, apoyo de pié y soporte que había sido
arrojada a la basura.

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Foto 6. Cama de bronce hallada entre la basura
de la casa Torresar.

Este es un acto poco


usual. Una cama se
regala, se vende, se
repara, se adjudica para
uso de otros individuos
de la casa, pero no se
bota a la basura. Este
tipo de mobiliario fue
muy utilizado por las
clases más pudientes a partir del siglo XVII (http://
www.furniturefind.com, http: //www. colonialbrass.com).
Si asumimos que esta cama fue utilizada por don Juan de
Díaz Pimiento y Torresar ¿qué clase de explicación damos al
hecho?
Los conceptos de higiene y contagio del siglo XVIII, no se
prestan a pensar que se haya descartado el mueble por estar
“infectado”. Además no se hallaron vestigios de otros muebles
ni piezas de ropa contaminados.
¿Sería que don Juan (español de 76 años) halló a su esposa
(criolla de 17 años) en actividades “non sanctas” en aquel lecho
y en un acto de ira arrojó la cama a la basura? Interesante
historia para explicar el hallazgo.
Corría el año de 1782 y ante la irrevocable renuncia del
Virrey Manuel de Flores, Don Juan de Diaz Pimiento y Torresar
fue nombrado virrey interino. Se le adjudicó un sueldo
correspondiente a la mitad del sueldo asignado a este empleo.
Emprendió entonces, acompañado de su familia y algunos
soldados, el viaje hacia Santa Fé de Bogotá. Múltiples periplos
acaecieron durante este trayecto por el río Magdalena (Anónimo,
1980), entre otros, el parto de un hijo malnacido.

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Doña María Ignacia se enfrentó entonces a un mundo
totalmente desconocido para ella: “el sentimiento de dejar a su
madre y hermanas la afligía” (Anónimo, 1980). Además esta
era la primera vez que ella embarcaba.
Buena parte de estos periplos a los cuales hace referencia el
cronista recuentan las condiciones precarias del viaje: muebles
totalmente inadecuados para uso de la virreina, exigüidad de
alimentos, alojamientos precarios.
Doña María Ignacia no llevó ningún mobiliario adecuado.
No se hizo acompañar de sirvientas y ni siquiera trajo un
elemental avío para los primeros días. Durante el mes que
transcurrió entre el nombramiento y el inicio del viaje (24 de
marzo a 21 de abril de 1782) no tuvo información sobre las
condiciones del viaje. Ni siquiera manifestó alegría por ser ella
la primera virreina criolla.
Tenemos entonces que la joven señora conocía muy poco de
las situaciones y condiciones que le esperaban. Su mundo se
limitaba al mundo femenino del “corralito de piedra”. Sí, éste
era un mundo femenino. Los estudios demográficos de la
Cartagena del siglo XVIII (Meisel y Aguilera, 1998) confirman
la alta proporción del género femenino vs el género masculino.
Pero este universo mental de las mujeres de la clase criolla más
prestante, carecía por completo de poder político o de
información sobre el mundo “externo”. Nuestra virreina fue
lanzada abruptamente a un mundo masculino, acuático y escaso,
lejos del bienestar acostumbrado, sin posibilidades de compartir
sus inquietudes con otras mujeres.
El estudio de la proporción cerámica hallada en su vivienda
confirma esta visión: la escasa cantidad de vajilla europea
durante el siglo XVIII, más dada a ser utilizada en actividades
sociales con importantes visitantes, puede interpretarse aquí
como un reflejo de una exigua relación con información foránea.

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Es decir, el imaginario masculino (algo más cosmopolita) y
femenino de la Cartagena del siglo XVIII difieren enormemente
¿Tendrá esta interpretación una relación con el imaginario de
los cartageneros contemporáneos?
En el Puerto de Honda don Juan de Díaz Pimiento y Torresar
fue recibido por el arzobispo don Antonio Caballero y Góngora
quien le ofreció excelentes banquetes. El arzobispo, declarando
encontrarse indispuesto, comió poco. Al cabo de algunos días
se inició el ascenso a Santa Fé y a medida que transcurría el
trayecto, don Juan enfermaba más. A pesar de los diligentes
cuidados de don José Celestino Mutis, médico y botánico, quien
acompañaba al arzobispo, don Juan falleció en la localidad de
Facatativá el 11 de junio de aquel mismo año y, por lo tanto,
según la ley, don Antonio Caballero y Góngora fue nombrado
virrey (Anónimo, 1980). Otras interesantes interpretaciones
pueden sugerirse a partir de estos hechos.
Por supuesto, un estudio paleopatológico de los restos de
don Juan aclararía la sugerencia de un posible envenenamiento
¿O podría lograrse con un estudio de la basura de las residencias
de Mutis y Caballero y Góngora?
Se han esbozado aquí apenas posibles historias de vida
basadas en la documentación histórica y en los hallazgos de la
casa Torresar.
Estas nos permiten plantear algunas conclusiones:
Por un lado, las historias de vida son una forma de
imaginería. El uso de imágenes es acertado para trabajar las
representaciones del mundo (Little, 2000). La imaginería
traduce el mundo real y el mundo deseado. Es una forma
entonces de comprender nuestra identidad.
Por otro, podemos afirmar, como dice Gibb (2000), que
elaborar historias de vida no solamente atrae y capta al público:
es una forma de análisis arqueológico ya que explora nuevas
visiones y realza sutilezas de las relaciones sociales, pasadas por

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alto en análisis convencionales. Al integrar la narrativa literaria
con la documentación material, se sugieren patrones culturales
y relaciones sociales que los arqueólogos examinarán
posteriormente en documentación de archivo y en evidencias
arqueológicas (Lewis, 2000).
He tratado en estas breves palabras incitar a mis colegas
hacia las “historias de vida”. Propongo y sugiero esta forma de
hacer arqueología histórica. Como plantea Majewski (2000), la
inherente interconexión entre el ámbito literario y el reporte
técnico nos reta a explorar las áreas de intersección entre ambas.
Damos la bienvenida por lo tanto, al potencial de las “historias
de vida”, tanto para la interpretación pública como para el
análisis arqueológico.

AGRADECIMIENTOS

Al Departamento de Antropología de la Universidad de los


Andes la ayuda prestada para la presentación de esta ponencia
en el II Congreso Nacional de Arqueología llevado a cabo en la
ciudad de Ibagué los días 9,10 y 11 de mayo de 2002. Al
arquitecto Ernesto Moure por permitir y estimular la labor
arqueológica llevada a cabo en esta casa.

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http://www.colonialbrass.com
http://www.furniturefind.com

ELENA UPRIMNY

Licenciada en Antropología de la Universidad de Los Andes con master en Antropología


SUNY, Buffalo, N.Y. Actualmente es profesora titular del departamento de Antropología
de la Universidad de Los Andes. Sus temas de interés en investigación son los
referentes a la arqueología histórica, las historias de vida, la teoría arqueológica, la
identidad y el patrimonio
E-mail: euprimny@uniandes.edu.co

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Correrías de san Pedro
Claver:
narrativas alrededor de la cultura material

Monika Therrien
Departamento de Antropología
Universidad de los Andes

Resumen

D esde la mirada de la arqueología histórica hasta la del turismo cultural, se


narran las correrías de san Pedro Claver como objeto de devoción y de milagros
en el siglo XVII, protagonista en la expulsión y el regreso de la comunidad jesuita en
los siglos XVIII y XIX, y como representación artística y redentor de la estética de los
cuerpos marginados y excluidos del escenario histórico en el siglo XX. Mediante el
seguimiento arqueológico, documental y oral de los diversos traslados a los que
fueron sometidos los restos óseos y las imágenes de Claver: por la muralla, las
iglesias y el edificio del colegio de la Compañía en Cartagena de Indias y la plaza
que la circunda, se construye un marco narrativo que ayuda a aproximarnos a los
diferentes momentos y significados del culto al santo que dedicó parte de su vida a
cristianizar esclavos africanos. Estos restos óseos hacen parte de una de las tantas
esferas de la cultura material, la del cuerpo (otras pueden ser el paisaje, la ciudad
o la música), con la que en el contacto intercultural se instituye y confiere sentido a
la diferencia: se define cual es puro y cual salvaje, cual es bello y cual enfermo. A
través de esos cuerpos se configuran los espacios físicos y sociales donde se exhiben,
se transforman, se recuerdan y se olvidan, conformando múltiples capas de memorias
que alientan esta narración y que propende por difundirla en múltiples relatos.

PALABRAS CLAVE narrativas, cultura material, cuerpo, arqueología histórica, turismo


cultural.

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Abstract

F rom an historical archaeology perspective to that of cultural tourism, the dis-


placements of saint Pedro Claver as object of cult and miracles in the 17th
century, as a central character in the expulsion and return of the jesuitic religious
order in the 18th and 19th centuries, and as an artistic icon and emancipator of
marginalized and excluded bodies from the historical scenario in the 20th century,
are narrated. Based on archaeological, documentary and oral data, the transfer of
his skeletal remains as well as his images along the city walls, the church and the
school of the Jesuit Society in Cartagena de Indias as well as the plaza that surrounds
them, is used to construe a narrative framework that helps us understand the
different moments and meanings of the cult rendered to this saint dedicated to
christianize African slaves. These skeletal remains make part of one sphere of
material culture studies, that of the body (others may be the landscape, the city or
music), through which difference is stated and conferred in intercultural contact and
where pure and savage, beautiful and sick bodies are defined. It is with these
bodies that social and physical spaces are structured and where they are exhibited,
transformed, remembered and forgotten, forming multiple layers of memories that
give way to this narrative and encourages further ones.

KEYWORDS narratives, material culture, body, historical archaeology, cultural tourism.

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Introducción

El cuerpo entendido como cultura material se convierte en


el bastidor de relatos con que se significan las identidades y
mediante el cual los individuos y los grupos se comunican
cuando establecen contacto. Este contacto de los cuerpos
determina un orden y una forma de organizar las relaciones
entre esos grupos, y son específicos para cada escenario y tiempo.
No obstante su versatilidad, existen ciertas narraciones que se
apropian de estos cuerpos y los encajonan, negando a
espectadores y oyentes la posibilidad de recrear sus propios
relatos y activar formas alternas de significación.
En efecto, derivadas de las ideologías nacionales modernas,
se estatuyen distintas narrativas sobre el pasado, algunas de
ellas basadas en el cuerpo, en las que prima sólo una versión de
lo acontecido. En las arqueológicas, las momias y entierros, con
sus ricos y bellos ajuares, se convierten en los íconos de culturas
extintas que cobran vida en los museos y parques arqueológicos
como las raíces de la identidad del país. En las narraciones
históricas, las obras y los proyectos políticos de próceres y
adalides, representados y reiterados en pinturas, fotografías y
esculturas distribuidas en recintos públicos y privados, de
grandes ciudades como de pequeños pueblos, anuncian el
advenimiento de una modernidad equitativa y equilibrada.
Otras más, como las arquitectónicas, convierten a estas
personalidades y culturas desaparecidas en grandes
monumentos que opacan la memoria de otros tiempos, hechos
y protagonistas: la Quinta de Bolívar, el claustro de san Pedro
Claver o Ciudad Perdida. Los relatos que se desprenden de estas
narraciones: los paquetes turísticos, los textos escolares y los
espacios cotidianos rinden sus versiones particulares de los
hechos, asumiendo como natural la notoriedad de esos objetos:
son la es-sentia.

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Así mismo, con el afán de activar una creciente población y
fortalecer en ella una ideología del consumo, que propende por
estructurar y satisfacer las múltiples identidades
individualizadas de hoy, también se emplean otros mecanismos,
como los comics, las novelas, el cine, que asimilan y divulgan
versiones trivializadas de los eventos pasados. Estas narraciones,
percibidas como del sentido común, se acogen sin
cuestionamiento porque son ligeras y atractivas, a la vez que
crean sentimientos de complicidad al reflejar ideales que son
compartidos por buena parte de la población, lo cual propicia
su reproducción en relatos que circulan masivamente. Son
versiones antagónicas a las anteriores y por esto desde el saber
experto comúnmente son clasificadas de nonsense o absurdas;
es decir, non-sentia.
Las narrativas, entendidas como las expresiones más
difundidas de los marcos discursivos oficiales, se convierten
entonces en un instrumento poderoso que moldea lo que puede
o no ser pensado por los individuos en sus relatos. Por lo general,
la información que le llega al público es suministrada primero
por distintos medios de comunicación y en ella se mezclan, en
distintos grados de acuerdo al tema, versiones tanto fantasiosas
como fundamentadas en estudios de los hechos del pasado. Una
de las razones principales de estas estructuras narrativas es la
de captar más seguidores, pero también está la de subsanar las
dificultades que ofrecen para la comprensión los textos
especializados y la poca acogida que tienen entre las masas por
su lenguaje técnico.
Aun cuando tal esquema sea tentador, por lo que se puede
atraer un público más amplio, no es el recurso que se seguirá
en la siguiente narración. No obstante, si es claro que con el
ánimo de propiciar un puente para impulsar relatos más diversos,
no encajonados y con contenidos creativos, hay que diseñar otras
opciones narrativas que permitan a los lectores experimentar

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diferentes perspectivas de un mismo hecho y entender que
pueden existir distintas versiones. Se trata también de lograr
erradicar la percepción de que los sujetos/objetos no poseen de
manera natural ciertas dotes que los hacen superiores ni estas
son conferidas por poderes extrasensoriales o metafísicos, son
significados y construidos al verlos, tocarlos o mencionarlos:
son ex-sentia.
Para abordar el significado del cuerpo a través de Pedro
Claver, el santo y el monumento que porta su nombre en
Cartagena de Indias, pondré en contexto algo del escenario. La
comunidad de la Compañía de Jesús llegó a Cartagena en 1604,
aproximadamente 80 años después de la fundación de la ciudad.
En un comienzo se instalan cerca de la plaza mayor de la ciudad
y luego, en 1614, se trasladan al sitio que ocupan actualmente,
cercano a la plaza de la aduana donde anclaban todos los barcos
y hasta donde llegaban también los piratas.
En 1610, cuando cumplía 30 años de edad, el sacerdote
español Pedro Claver arriba a la Nueva Granada para terminar
sus estudios, primero en Santafé, luego Tunja y, finalmente, 5
años después se instala en Cartagena, donde firma sus votos
solemnes: Petrus Claver aethiopum semper servus e iniciaría
una particular manera de vida que lo individualizaría y
diferenciaría del resto.

Prólogo: el milagro del cuerpo

¿Por qué es importante el cuerpo de san Pedro Claver?


Antes de que Claver iniciara sus labores de cristianización,1

1 Los apartes de los relatos citados aquí son tomados de los testimonios brindados
por varios testigos en el proceso de canonización y beatificación de Claver. El
documento que reúne toda la información, compuesto aparentemente por 1771
folios, fue enviado a Roma, se desconoce la fecha (Rodríguez, 1997).

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el también jesuita Alonso Sandoval, se había inclinado por
socorrer y bautizar a los africanos traídos a América, etíopes
como los llamó, privilegiando así su procedencia y no su color
negro, ni la condición de esclavos o la de moros paganos. Para
acometer esta labor se aplicó al estudio del origen, lengua,
costumbres y temperamento de todos aquellos que arribaron
al puerto, información que luego fue compendiada en su obra
Historia de la Etiopía. Ni el inmenso conocimiento prodigado
por este documento, ni su interés personal por los africanos,
fueron razones suficientes para llevar a reconocer históricamente
en Sandoval al redentor de los esclavos, como si se hizo con su
alumno Pedro Claver. Aunque éste último siguiera las
instrucciones de su tutor: bautizar confesar, proteger y auxiliar
en la enfermedad y en el bien morir a los etíopes, su notoriedad
como futuro santo se suscitó a partir de su actuación paradójica2
como religioso frente al proceso civilizador que se desenvolvía
en ciertos círculos de occidente.
Como misión, la Compañía de Jesús se propuso reestablecer
la alianza perdida con Dios, en medio de la marcha de un proceso
donde los humanos se erigían por encima de todas las demás
formas de vida existentes en la naturaleza. Este proceso significó
civilizar el cuerpo, constreñirlo y disciplinarlo (Elías, 1997),
apartarlo de cualquier gesto o comportamiento que lo semejara
al de los demás animales además de desistir de un destino
impuesto por un ser supremo. En Europa, los religiosos
redoblaron sus tareas de evangelización y educación como
estrategia para evitar el distanciamiento del cuerpo de los
preceptos morales cristianos que nutrían el alma.

2 A diferencia de lo propuesto por varios arqueólogos (Journal of Social


Archaeology, 2001), quienes retoman a Bourdieu e indagan sobre los comportamientos
que oscilan entre extremos: la ortodoxia y la heterodoxia, entre conformes o quienes
disienten, la para-doxa se refiere a aquellas situaciones en las que se transgrede el
orden natural de las cosas más no constituye una opción para crear otro orden.

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No obstante, en el contacto con nuevas poblaciones, estos
procesos sufrieron varios cuestionamientos y formas de ponerlos
en práctica, procesos heterodoxos en cuanto se apartaban del
modelo conocido. La cristianización fue una manera de abordar
estos propósitos, con el adoctrinamiento de indígenas y
africanos en el conocimiento del dios que iba a regir su porvenir
y domesticar sus cuerpos. Como lo indica uno de los testigos
de los milagros de Claver, ello era posible mediante el uso de
imágenes sacadas de libros, particularmente en temas
ininteligibles como “la santísima trinidad... el misterio de la
encarnación... la muerte y la pasión... la resurrección gloriosa
al cielo y... la resurrección de la carne a la cual debemos todos
resucitar para tener gloria eterna o pena perpetua en el juicio
universal...” ( Rodríguez, 1998: 25). Algunas ilustraciones se
referían a escenas del cielo y del infierno, otras más a las almas
“que se quemaban y eran atormentadas por demonios” o
también la de un Cristo emanando chorros de sangre. Su fin,
provocar el miedo a la muerte y en el deceso, antes de abandonar
el cuerpo, cumplir con el acto de contrición final.
Otros mecanismos involucraban al cuerpo directamente,
mediante castigos como los inflingidos por Claver a los
africanos, con golpes en la cabeza ante su incapacidad de
santiguarse (según lo indica el testigo Andrés Sacabuche, negro
de Angola, Splendiani y Aristizábal, 2002: 101) o cuando, una
vez bautizados, los inducía a rasgar sus pieles con las manos
hasta que sangraran, activando la conciencia de su corporalidad,
si bien era reconocido que carecían de almas (Rodríguez, 1998:
23). A la vez que Claver implementaba estos métodos de control
y disciplinamiento en otros, él los transgredía en circunstancias
que eran repulsivas para la población blanca y en donde se exigía
mayor constreñimiento.

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Foto 1. Botellas de vidrio medicinales.
Claustro de San Pedro Claver.
El religioso además de
orientar su labor a la
cristianización se dedicó a la
atención de los enfermos,
principalmente de los leprosos
del hospital san Lázaro, “donde
se desprendía un fétido olor que

para él no era insoportable”


(según Diego Folupo, esclavo e
intérprete de Claver, Splendiani
y Aristizábal, 2002: 271). A ellos
les sanaba sus llagas mediante
emplastos de hierbas y otras
preparaciones medicinales
elaboradas a partir de plantas y
animales, haciendo caso omiso a
las sensaciones que, en esa
domesticación del cuerpo,
potenciaban el rechazo hacia los Foto 2. Mortero Vidriado.
Claustro de San Pedro Claver.
otros, los incapaces de civilizarse.

Foto 3. Bacín elaborado en la locería de los jesuitas,


tipo Mayólica Cartagena. Convento de Santo Domingo,
Cartagena de Indias.

Otro testigo más sostenía que él “...


entraba en las cavas donde metían a
todos los negros que también olían muy
mal no solo por el olor natural de los
negros sino por la gran cantidad de

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infectados” (padre Nicolás González, coadjutor de la Compañía,
Splendiani y Aristizábal, 2002: 52). Más aún, a diferencia de
las náuseas y vómito que estos escenarios provocaban en Nicolás
González, asistente y amigo de Claver, según Diego Folupo, él
con sus propias manos lavaba lebrillos, platos, cucharas y
escudillas en los que habían comido los pobres. Otras vasijas
lavadas por él eran los bacines, que servían de orinales y eran
ubicados cerca de los confesionarios en las iglesias (el
confesionario de Claver se localizaba cerca a la puerta del
perdón). El jesuita no sólo podía pasar por alto los olores y
apariencias de los cuerpos vejados y sus secreciones, sino que,
en aras de sumar otro ingrediente más a sus actuaciones
paradójicas, se regó el chisme de que lamía y besaba las llagas
de los enfermos: “Antes es voz común en esta ciudad que había
limpiado a algunos en algunas ocasiones, con su boca y lengua,
las llagas malolientes que tenían” (Splendiani y Aristizábal,
2002: 254).
Así, la notoriedad de un individuo sobre otro, no se fundó
sobre méritos tan modernos como la propuesta de Sandoval,
sino por el comportamiento paradójico de Claver frente al
proceso civilizador. Las observaciones y apuntaciones sobre la
diversidad de los pueblos africanos, con la clasificación y
propuesta de una metodología conducente a controlar y
evangelizar a los esclavizados, desarrollada por Sandoval,
quedaron relegadas ante la osadía y capacidad de Claver, para
sobreponerse a las inmundicias de estos seres, que en el escenario
de la conquista y esclavitud, compartían con los animales las
más bajas escalas del proceso. Juan Flórez de Ocariz, otro testigo
excepcional de la época, así lo reitera en su obra Genealogías
del Nuevo Reino de Granada en la cual señala que Claver
“ejércitóse en la conversión, y instrucción de la santa fe de los
negros, que solo el servicio de Dios, y la caridad pueden obligar
a que los sabios traten con brutos, y a que la limpieza se mezcle

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con la asquerosidad, que lo uno y otro tiene este género de
gente recién llegada de su región” (Florez de Ocariz, 1990: 222,
Libro 1°). “Lo mismo el padre Alonso de Sandoval, también
tuvo su misión de negros en la ciudad de Cartagena, donde
murió. Imprimió un libro sobre la naturaleza de los negros de
Etiopía, primero en 1627, luego añadió e imprimió en 1647”
(Florez de Ocariz, 1990: 224).
Foto 4. Escudilla tipo Mayólica Cartagena (en bizcocho),
Claustro de San Pedro Claver.

Sobre sí mismo,
Claver también se
inflingía autocastigos
para doblegar/civilizar
su cuerpo y enaltecer
su alma, descritas por
Bartolomé de Torres,
catedrático y médico,
como: “...grandes mortificaciones, abstinencias, disciplinas y
cilicios y otras austeridades con que se mortificaba el cuerpo”,
siendo, por ejemplo, su comida diaria “una escudilla de caldo y
una sopa de pan los días especiales” (Splendiani y Aristizábal,
2002: 363 y 367).
Exangüe sobre su lecho, se consideró al jesuita capaz de
continuar con la labor de actuar con su cuerpo sobre el de los
demás. Al respecto, Nicolás González relata que: “...[ cambió]
la camisa con la que murió para ponerle una limpia y guardarla
como reliquia de un hombre tan santo, después de muerto...
todos los que estaban presentes guardaron parte de sus
cabellos... finalmente le quitaron a la fuerza las uñas de los pies
y de las manos conservándolas como reliquias” (Splendiani y
Aristizábal, 2002: 447), todo lo cual fue a parar a manos de un
pequeño grupo de religiosos allegados a Claver. A la gente le

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estaba reservado otro tipo de contacto: “...vino también un
innumerable pueblo de todas las condiciones, particularmente
niños y pobres que venían gritando, ¡queremos ver al santo
que ha muerto!... finalmente pudieron entrar a la estancia donde
estaba el cuerpo que movían de pies y manos para que todos
pudieran tocarlo... [luego de los funerales] pidieron que se
pusiera el cuerpo en parte pública donde todo el mundo pudiera
verlo... apenas despuntó el alba del tercer día de la muerte
empezó de nuevo la concurrencia de la gente... al momento de
conducirlo todo el pueblo quería guardar reliquias de los
vestidos sacerdotales... fue necesario tirar pedazos de cojín por
la ventana para que permitieran sacar el cuerpo” (Splendiani y
Aristizábal, 2002: 448).
Claver muere en 1654, aquejado de varias enfermedades,
entre ellas un severo caso de Parkinson y es enterrado en la
capilla del Cristo, localizada dentro de la iglesia donde él mismo
confesó a cientos de fieles a lo largo de su vida en Cartagena.
Esta primera parte de la narración, compuesta por los
múltiples relatos de testigos que conocieron y no pudieron
entender ni acoger las paradojas que Claver proponía, lo
convierte en un bastidor de las diversas identidades de quienes
enfrentan a través de él sus propios cuerpos. Es un escenario
colonial caracterizado por contraponer, a cada paso del proceso
civilizador del mundo moderno, un cuerpo constreñido y
disciplinado de otros salvajes, desaforados o enfermos y a los
que urge domesticarlos y moralizarlos. Los relatos sobre Pedro
Claver disputan la autenticidad de estas oposiciones, la
ortodoxia del modelo y las heterodoxias que lo cuestionan, para
dar paso a formas paradójicas de actuar y de otorgar sentido a
aquello que no obedece a patrones convencionales, aceptables
ni imaginables.

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Arquitectura e historia: el cuerpo físico

Para continuar con la narración, me referiré brevemente a la


historia de la construcción del colegio de la Compañía, en el
emplazamiento en que se halla actualmente. Un año después
del traslado de los jesuitas desde la plaza mayor, en 1615, con
motivo del regreso del padre Claver a Cartagena, se describe la
nueva sede de la comunidad de la Compañía la cual carecía de
las comodidades deseadas: “La iglesia corta, que no tenía treinta
pies (orientada de norte a sur)... la habitación tan limitada, que
a los pocos que eran los obligaba a estar de dos en dos en una
celda» (Aristizábal en Rentería, 1998).
En 1620, el colegio seguía edificándose cuando llegó hasta
los predios de los jesuitas la muralla en piedra que rodearía y
protegería a la ciudad, construida bajo la dirección de don
Cristóbal de Roda. Ello dio inicio a una larga disputa entre la
comunidad y las autoridades sobre la propiedad del predio y
de la muralla misma. En 1629 se logró un arreglo cuando el
Gobernador, Francisco de Murga, autorizó a los padres construir
sobre la muralla; sin embargo, el usufructo de los espacios
internos de esta, donde se
acondicionarion almacenes, siguieron
siendo para la ciudad. En 1645 el
pleito seguía sin llegar a un acuerdo
sobre la tenencia, hasta que en 1656,
con la propuesta efectuada por Juan
de Somovilla de construir un tramo
nuevo de muralla que corriera
paralelo al existente, es aceptada por
la comunidad quienes además pasan
a adueñarse de los almacenes; así se
finaliza tan largo episodio.
Foto 5. Las murallas en disputa

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En lo que respecta a la nueva iglesia (esta vez orientada en
sentido oriente-occidente), se desconoce la fecha en que sa da
inicio a su construcción. Lo que sí es cierto es que esta obra
significó la reorganización casi total de la edificación: se derriba
la iglesia primitiva, se reorganiza el acceso y se construye una
nueva escalera para acceder a los pisos superiores. Los primeros
reportes de ésta reforma se efectúan en 1695, cuando el padre
Juan Martínez de Ripalda señala que «dicho mi colegio a
muchos días que está entendiendo de la fábrica de su nueva
iglesia...» (Marco Dorta 1988). Ya en 1716, en el plano de don
Juan de Herrera y Sotomayor aparece la planta de la actual
iglesia (Rentería, 1998) a la que, en 1741, son trasladados los
restos del padre Claver.

Figura 1 Conformación actual del claustro


de San Pedro Claver, Cartagena de Indias

Nueva Iglesia
(Siglo XVIII) Reutilización Primera Iglesia

Plaza de
San Pedro

Mur
alla

N

Actual Capilla
del Cristo

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Turismo: la resurrección de los muertos

¿Dónde estuvo enterrado san Pedro Claver? Es la pregunta


que inspira el recorrido turístico del hoy claustro de San Pedro
Claver y es la que el guía se apresta a responder dando inicio al
recorrido en el amplio corredor de recibo del edificio, donde se
obvian las transformaciones de los espacios existentes para dar
forma a sus relatos. Esta versión deriva de aquella producida
por los jesuitas a su regreso en los albores del siglo XX y, tal
como la de ellos, busca materializar el alma de quien diera su
cuerpo y nombre al lugar.

Foto 6. Fachada de la iglesia actual (vista desde la plaza) y del claustro.

La guía turística comienza frente a la plaza de san Pedro Claver, donde a la derecha
se observa la iglesia construida en el siglo XVIII (orientada occidente-oriente) y a la
izquierda, parte del edificio que alberga hoy el despacho parroquial en el primer
piso, oficinas en el segundo y celdas en el tercero.

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Foto 7: Escalera principal del claustro
construida en el siglo XVIII.

Una vez adentro,


las inmensas
escaleras en las
que remata la
galería de acceso
al claustro, son
identificadas como
aquellas por donde
transitaba el padre
Claver para subir o
bajar de su aposento, situado en el entrepiso del costado sur del edificio. Aunque
su construcción no corresponde con la época en que vivió Claver, su majestuosidad
las hace dignas de pautar los pasos del santo en sus correrías diarias así como las de
los turistas que concurren actualmente en el edificio.

Foto 8: Aposento de Pedro Claver, localizado en el entrepiso


de la muralla. Desde la pequeña ventana a la izquierda el
santo veía desembarcar a los esclavos africanos

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Arqueología: la excavación de los cuerpos

¿Dónde estuvo enterrado san Pedro Claver? Fue la pregunta


que suscitó mayor interés entre los religiosos, guías y visitantes
en el proceso de ejecución del proyecto arqueológico, realizado
como parte de la propuesta de restauración del edificio,
financiada por la comunidad jesuita (Therrien et al., 1998,
Therrien 2000).

Figura 2. Corte de la fachada de la muralla y de la antigua iglesia (vista de la plaza)


(Therrien, 2000).

Las excavaciones, los documentos históricos y la interpretación de planos antiguos


de la ciudad, producen una imagen muy distinta del edificio y del entorno de la plaza
en el siglo XVII. A la derecha aspecto del interior de la antigua iglesia, orientada en
dirección norte-sur y a la izquierda parte de la muralla y su entrepiso, construida en
predios de los jesuitas y sobre la cual edificarían los religiosos el segundo piso del
claustro sin permiso, lo que dio paso a muchos pleitos.

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Figura 3. Planta de la vieja iglesia reconstruida a partir de las excavaciones (Therrien,
2000).

Los vestigios de cimientos y materiales de relleno indican la ubicación de la vieja


iglesia, compuesta por dos cuerpos: uno que conducía al altar principal y el otro, el
“corredor de hombres”, que remataba en una capilla. El área que ocupa la nueva y
majestuosa escalera de piedra coralina construida en el siglo XVIII, coincidiría con
esa capilla, la del Cristo, en la que fuera enterrado Pedro Claver a mediados del
siglo XVII. Más que sitio para el ascenso cotidiano del religioso a la intimidad de su
celda o de descenso para cristianizar a los africanos, la escalera constituye hoy un
cuerpo arquitectónico alegórico de la inhumación del santo y, a la vez, de la elevación
de su alma.

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Turismo cont...

Foto 9: Montaje en la antigua enfermería,


según guión turístico.
Luego del ascenso por las escaleras
se llega al entrepiso donde los
turistas se encuentran la enfermería
lugar del deceso de Claver y cuya
muerte se representa con una urna
dentro de la cual se exhiben unos
restos óseos ricamente ataviados.
En el extremo opuesto, traspasando
un comedor privado, se encuentra la pequeña celda que albergó al religioso y desde
la cual, según reitera el guía, tenía una vista privilegiada hacia la plaza del mar,
donde atracaban los navíos con los esclavos africanos.

Foto 10: Montaje en la Capilla del Cristo,


en las bóvedas de la muralla.
Siguiendo los pasos de Claver, el
recorrido continúa nuevamente por
el primer piso, en un acogedor
espacio conformado por las bóvedas
internas de la muralla, aquella sobre
la cual los jesuitas edificarían el
ala sur del colegio. Ahí se ha
escenificado la capilla del Cristo,
donde fuera enterrado el religioso, cuya memoria resguardan dos ángeles. A un
lado, en la pared extrema de la muralla, se encuentra un nicho donde hasta hace
poco reposaba otra urna indicativa del primer traslado de los restos de Claver, luego
de ser desenterrados del piso; el motivo, mermar la devoción por el religioso, la cual
había derivado en escandalosos ritos y romerías sobre el lugar de su inhumación.

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Arqueología cont....

Foto 11. La excavación dentro de la Foto 12. Nicho en el que se representa el


muralla muestra que la pequeña ventana traslado de los restos de Claver. Según la
baja, era en realidad la antigua puerta excavación ésta era una ventana para ventilar
de acceso a ésta; parte del relleno que el cual recibía la brisa marina.
modifica la altura se debe al
derribamiento de la antigua iglesia.

Con la intención de responder a la insistente pregunta sobre el entierro de Claver,


las primeras excavaciones se realizaron en las bóvedas de la muralla, donde hoy se
escenifica la capilla del Cristo, los resultados indican que éste espacio aparentemente
funcionó como un cuerpo separado del colegio, probablemente para usos tan prosaicos
como los de una carnicería. A ella se accedía desde la plaza y se descendía por unas
escaleras de ladrillo (VER FGURA 1).
Foto 13. Nicho dentro de la nueva iglesia al que fueron
nuevamente trasladados los restos de Claver.

En 1695, los jesuitas deciden derribar su pequeña y ya


vieja iglesia, para construir una que estuviese a la altura
de las tendenciasbarrocas urbanas que invadían ya otras
ciudades. Mientras se realizaban las obras de la nueva
iglesia, los restos de Claver fueron llevados al entrepiso,
a la enfermería donde murió, en las que nuevamente se
guardaron en una pared de aquel recinto. Casi 50 años
después, en 1747, una vez finalizadas las obras del
majestuoso templo, el papa Benedicto XIV declara
venerable a Claver y sus restos son transferidos a una de las columnas que soportan
la cúpula de la nueva iglesia.

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Post scriptum: cuerpos esculturales

El proceso encaminado a distanciar al hombre de la


naturaleza, estructuró un sinnúmero de escenarios y condujo a
concebir y responder a ello de diversas maneras. En América,
especialmente, la entrada y contacto continuo de poblaciones
de diferente procedencia, como lo atestiguaba el documento
de Sandoval, activó este encumbramiento de lo humano,
dejando relegados por el camino a un sinfín de individuos, por
no incluir otros organismos vivos, que no lograron disciplinar
y constreñir sus hábitos y costumbres para adecuarse a aquellos
considerados moralmente correctos. El dolor, el sufrimiento, la
agresividad, la enajenación y espiritualidad, involucrados en
situaciones de conquista, esclavitud, de contacto físico entre
individuos de trayectorias culturales y sociales distintas, están
muy alejados de las percepciones y tratamientos del cuerpo
posmoderno; tan solo podemos relatarlos bajo nuestras
manifestaciones contemporáneas, sin poder sentir ni expresar
los estragos de su materialización, ahora que hemos
naturalizado, e intentamos desnaturalizar, mucho de este
proceso de modernización.
El contexto de Cartagena, en el siglo XXI, sigue siendo rico
para interpretar el curso del proceso civilizador que, aunado al
de la modernidad, estructura un entramado complejo de
relaciones sociales y significados simbólicos, donde una vez más
por encima de la primacía de una versión moral e ideológica, el
cuerpo se diversifica en muchos contrarrelatos.

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Foto 14. Restos del santo bajo el altar mayor.
Como en el claustro, la
práctica de guardar
fragmentos del cuerpo o de
las pertenencias de
individuos a quienes se les
confirió el carácter de
excepcionales, es bastante
antigua dentro de la
tradición cristiana. La motivación por la cual se perpetúa la
veneración de las reliquias, de los sujetos/objetos (cuerpos/restos
óseos, en este caso), varía de acuerdo a ideologías que marcan
una época. En el caso de Pedro Claver, estas hoy se traducen en
su significación como defensor de los derechos humanos, en un
contexto nacional constantemente vetado por la transgresión
de estos.

Foto 15: Escultura del maestro Grau,


plaza de san Pedro.

Las narraciones actuales del


cuerpo instan a consumirlo como
arte, en creaciones escultóricas de
bronce en las que se eleva la figura
del santo a través de la genialidad
del artista contemporáneo, inspirado
en las paradojas que potenció su
cuerpo. Una vez más, como la
reliquia en que se ha constituido, es
trasladado a la plaza como símbolo
de los derechos humanos.

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Foto 16. Vanesa Mendoza, reina del concurso
nacional de belleza efectuado en Cartagena
de Indias, 2001 (tomado de El Tiempo).

Así también el cuerpo es


consumido como artefacto, en
reinados de belleza que exigen
otro disciplinamiento, mediante
el artificio de aparatos que
ejercitan los músculos y
controlan la mente, a la vez que
lo “liberan” de todo
constreñimiento mediante el
desparpajo provisto por las
siliconas que llevan a menearlo
en la pasarela (Bolívar, Arias,
Vásquez, 2001). La elección de
Vanesa Mendoza se constituyó en su momento en una nueva
situación de paradoja, en que los medios evidenciaron la
culminación (milagro) de ese largo proceso de disciplinar un cuerpo
negro (Cunin, 2003: ver 173-187).

Las diversas imágenes contemporáneas del cuerpo denotan


la coexistencia de los distintos discursos que dieron paso a su
modernización; de ello han derivado las narraciones históricas,
arquitectónicas y arqueológicas, entre otras, que alientan la
búsqueda de sus paradojas y abren paso a relatos alternos del
cuerpo como los esqueletizados o los implantados. En un mundo
totalmente higienizado y erotizado en la virtualidad, las
reliquias simbólicas se representan ya no por urnas de cristal
que los encierran sino cubiertos por pieles que provocan
múltiples sensaciones por medio de jabones, perfumes, tatuajes
y piercings con que se acicalan.

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AGRADECIMIENTOS

Buena parte de los datos que inspiraron este relato sobre el


cuerpo de Pedro Claver se debe al trabajo de campo etnográfico
e histórico emprendido por seis inquietos estudiantes quienes
durante varios meses exploraron a profundidad los diferentes
escenarios en que se relata y delata la presencia del santo: Juanita
Arango, Silvana Bonfante, Adriana Gómez, Jimena Lobo
Guerrero, Nadia Rodríguez y Alvaro Santoyo. Así mismo,
comprende la colaboración en el trabajo arqueológico de
Angélica Suaza, Adriana Balén y Marta Fandiño.

BIBLIOGRAFÍA

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THERRIEN, Monika (2001) Estudio arqueológico en el Claustro de San Pedro
Claver, Cartagena de Indias, 2a Fase. UNESCO - Instituto de Investigaciones
Estéticas, Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá.
THERRIEN, Monika; Elena Uprimny; Ma. Fernanda Salamanca; Jimena Lobo
Guerrero; Felipe Gaitán y Marta Fandiño (2002) Catálogo de cerámica colonial
y republicana de la Nueva Granada: Producción local y materiales foráneos
(costa caribe-altiplano cundiboyacense, Colombia). Bogotá: FIAN, Banco de la
República.
THERRIEN, Monika; Angélica Suaza y Adriana Balén (1998). Estudio arqueológico
del claustro de San Pedro Claver, Cartagena de Indias. Instituto de Investigaciones
Estéticas - Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá.

MONIKA THERRIEN

Actualmente se desempeña como coordinadora de investigaciones, Departamento


de Antropología, Universidad de los Andes. Dirige un programa de investigación
arqueológica en centros históricos, uno de cuyos proyectos es “Civilidad y policía e n
la Santafé colonial, siglos XVI-XVII”, y otro sobre el reconocimiento del patrimocto
“De barrio a fábrica: urbanidad y urbanización en la Fábrica de Loza Bogotana”.
E-mail: mtherrie@uniandes.edu.co

Correrías de san Pedro Claver: Monika Therrien | 112

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La amante negra del
libertador

Angélica Nuñez
Antropóloga

Resumen

L a memoria social adquiere diversas formas en el devenir de los grupos humanos,


el siguiente relato es un intento de mostrar de una forma subjetiva una memoria
oral que ha tomado forma de museo. Este relato será presentado desde tres instancias:
La primera es la versión literaria de los acontecimientos que cuenta el museo; la
segunda es una descripción etnográfica sobre la forma que toma la memoria en el
museo y la última es una reflexión sobre la puesta en escena de los objetos involucrados
en hechos históricos.

PALABRAS CLAVE memoria, objetos, pastiche, seducción, ilusión

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Abstract

S ocial memory acquires different forms in the transformation of human groups.


This account is an attempt to show, in a subjective manner, an oral memory that
has taken the form of a museum. This account will be presented based on three
sources: The first is the literary version of the events as told by the museum; the
second is an ethnographic description of the form that the memory takes in the
museum; and the last is a reflection on the staging of the objects involved in
historical events.

KEYWORDS memory, objects, pastiche, seduction, illusion.

La amante negra del libertador Angélica Nuñez | 114

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La niña de la triste mirada llegó a su destino por un gran río que
serpenteaba por el valle, navegó río arriba a bordo de una embarcación
hecha de guaduas y amarres de bejucos, en donde seguramente sintió
el vértigo de las fuertes turbulencias internas de este ser que bajaba
con fuerza buscando el mar.
Era el fin de un largo viaje, había sido mecida ya por todas las
mareas, por todos los vientos que soplaron para traerla desde su
lejano continente a las frondosas riveras del río Cauca; por fin, arrivaba
a tierra firme en un lugar rodeado de árboles gigantes, donde iba a
ser marcada por el fuego metálico de la historia.
Ana Cleofe Lucumí, que así se llamaba la niña, tenía 10 años y
llegó un domingo de Junio de 1812 al Paso Real, donde comerciaban
a personas que como ella, venían de África en calidad de esclavos;
allí conquistó con sus tristes y asombrados ojos a José María Cuervo,
quien había ido al mercado a comprar esclavos para que se encargaran
de las labores domésticas de la hacienda, ella y sus padres Domingo
Lucumí y Josefa Matuto, fueron comprados por el hacendado; desde
ahora dejaría el Africano Apellido y llevarían en la piel el símbolo de
su esclavitud.
Fueron llevados a la casona de la hacienda Mulaló en las faldas
de la empinada cordillera, allí, Ana Cleofe creció tocada por otros
vientos, no menos violentos que los que la arrastraron hasta este
lugar, pero que moldearon sus formas con tal belleza, que causó
sensación en toda la región, creció alimentada con la sustancia de
los chivos criados en la hacienda, endulzada por le manjar blanco de
la leche y refrescada por una pócima exquisita, resultado de la cocción
del maíz, lulo y hojas de naranjo.
Corrían los agitados días de la independencia, el río Cauca era
la ruta por donde se movilizaban, ideas, armas y soldados. En
diciembre de 1821, el ejército libertador venía victorioso desde
Carabobo y Simón Bolívar, ya entre los laureles de la gloria, marchaba
hacia el sur ansioso de cumplir su gran sueño, unificar a los países
conquistados por España bajo un solo gobierno criollo.

115 | Revista de Antropología y Arqueología Vol 13 2001/2002

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El paso Real era puerto obligado en la ruta del río Cauca; aquí
el ejército pasó las fiestas decembrinas invitados por Joaquín Caicedo
y Cuero, quien fue uno de los hacendados vallecaucanos que apoyaron
la causa criolla. Desde hacía algún tiempo, la casona de Mulaló era
refugio de las ideas libertarias de los jóvenes patriotas de la región;
aquí, se fraguó el primero de los muchos gritos de independencia
que se darían en el continente, y ahora daban gustosos la bienvenida
al general Simón Bolívar y a su ejército.
Esa noche, se dio en la casona una gran fiesta, los héroes
celebraban sus victorias y los esclavos tocaron la tambora hasta el
amanecer. Al momento de servir la cena, Ana Cleofe deslumbró a los
invitados con su altiva belleza y cautivó la oscura y magnética mirada
del general con su rítmico movimiento de caderas, quien la llevó a
la alcoba principal donde alumbraban tímidas lamparillas de aceite
y un cristo tallado en madera era testigo mudo de los amantes que
olvidaron el festejo para entregarse a la pasión.
A la mañana siguiente, el ejército partió enriquecido con 100
soldados más, esclavos que habían quedado libres para unirse a la
causa, marcharon con el cristo de la alcoba principal, a quien llevaron
como patrono y que años después regresaría con los combatientes,
como un gran héroe, mutilado de una pierna y un brazo y con la
fama de hacer milagros a los creyentes.
El general también regresó, presintiendo ya, que la misma ruta
que lo llevara a la gloria, ahora, lo conduciría tristemente a la traición
y a la desintegración de su sueño apenas cumplido. La casona de
Mulaló lo esperaba aún con los brazos abiertos y con la sorpresa de
una niña, producto de la amorosa noche que le brindó Ana Cleofe y
a quién bautizó con el nombre de su amor eterno: Manuela, Manuela
Josefa Bolívar Cuero la llamó y nació sin marcas de la esclavitud.
Así, Ana Cleofe diosa y madre original, habita en la memoria de
Mulaló, su belleza es el recuerdo más preciado y la gloria del general
el símbolo de la libertad.

La amante negra del libertador Angélica Nuñez | 116

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La memoria toma forma de museo

El anterior relato fue inspirado por la memoria de Mulaló,


expresada en la voz de un anciano guía y los objetos exhibidos en un
museo; este, fue creado por los habitantes del pueblo, tras el
derrumbe de las ruinas de la antigua hacienda, de donde tomaron
todo lo que les servía para darle vida a la memoria oral que permanecía
en las voces de los abuelos.
El museo fue organizado en la antigua capilla de la hacienda, es
un cuarto repleto de cosas de todas las formas, tamaños, épocas y
orígenes, una superposición de tiempos y contextos que no atienden
a un orden aparente; aquí, el eje conductor es el relato del guía, él se
sirve de los objetos para recrear lugares y personajes de la historia, lo
importante en la exposición, es la forma como recuerda la historia
oral, los datos tomados de la historia académica han enriquecido el
relato, sin que sean muy relevantes para demostrar su validez.
En la iglesia, hay una vitrina donde se exhiben algunos libros
sobre Simón Bolívar, más como objetos significativos, que como
textos que confirman la historia; por otro lado, le dan un lugar dentro
del museo a un artículo de periódico escrito por Germán Arciniegas:
“Ana Cleofe, la negra linda de Mulaló” (VER FIGURA 1), tal vez
porque se acopla con tono poético a la versión que cuenta el museo
y exalta la belleza y sensualidad de la protagonista.

Figura 1. “Ana Cleofe” (de Erick Marín E).

Más que el personaje de Ana Cleofe


en sí, la protagonista de esta historia es
la belleza que atrajo al libertador, los
personajes están, presentes entre
grabados, retratos, miniaturas, bustos,
litografías y óleos, pero no se habla
mucho sobre sus rasgos personales.

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La mayoría de los objetos del museo, hacen referencia a la
visita del libertador, la noche que pasó con Ana Cleofe y al
bautizo de Manuela. Se exhibe un mortero para quemar pólvora,
con el cual le dieron la bienvenida al ejército libertador en esa
ocasión; las lamparillas de aceite que alumbraron a los amantes,
el cristo tallado que colgaba en la cabecera de la cama, el baúl
en que el general guardó su ropa; las llaves y bisagras que
cerraban las puertas de la habitación central de la hacienda.
También unas tamboras de cuero de chivo, iguales a las que
tocaron los esclavos durante la épica noche decembrina.
Como testigos del bautizo de Manuela, se exponen, la
campanilla tocada en la ceremonia y la prensa para hacer hostias
usadas por las monjas de la capilla y como reconocimiento legal
de la niña, las partidas de bautizo de los dos.
Según el relato, después del bautizo, Bolívar parte a su último
viaje en una mula barcina, pues su compañero de batallas,
Palomo, se queda en la hacienda, enfermo de muerte. Este hecho
es recurrente a lo largo del relato, Palomo es un personaje
importante, tanto, que bajo la Ceiba centenaria reza una placa
de mármol que dice: “ Descanse en paz su más noble y fiel amigo,
honor y gloria a su recuerdo”, indicando el sitio cómo su tumba,
también, se muestran los aperos usados por él, estribos, frenos,
herraduras, la argolla y la Ceiba donde fue amarrado, hasta la
huella de su herradura en un trozo de cerámica.
En esta historia solo se cuentan los hechos cruciales, es decir,
no se elabora sobre otros aspectos como la vida cotidiana de la
esclavitud, ni detalles de la época. A pesar de que se muestran
algunos objetos de labranza, marcas de hierro, estos aspectos,
se relacionan más que con objetos, con lugares: el paso de la
torre, llamado antiguamente Paso Real, puerto de comercio
sobre el río Cauca, donde aún se conservan cinco ceibas
gigantescas, en una de las cuales permanecen los grilletes con
los que sujetaban a los esclavos para venderlos, también hablan

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de la loma de la cruz en Mulaló, donde se supone era el
cementerio de los esclavos.
Se muestran pinturas al óleo alusivas a estos lugares, todos
pintados por Miss Isis Abraham, personaje célebre del pueblo,
cuya historia figura en el siguiente texto: “Esclava prófuga de
San Andrés islas, descendiente directa de los esclavos traídos a
las islas por inmigrantes Jamaiquinos de origen Inglés que las
poblaron en el S. XVI”.
La independencia como momento histórico, es recreada
únicamente con un fusil, su bayoneta y sus balas, además, con
algunos aperos encontrados en la casona, estos aparecen como
símbolos representativos del ejército libertador, sin embargo,
no hay recuerdos de batallas y ninguna información sobre la
situación política en general.
En el jardín de la capilla hay una reproducción de los cepos
utilizados para castigar a los esclavos que servían en la hacienda,
sin embargo no se muestra la esclavitud como un yugo, ni la
independencia como una gran liberación de cadenas opresoras;
al nombrar a Joaquín Caicedo y Cuero dueño de la hacienda, se
nota más bien un tono amable y respetuoso, no apelan a la
rebelión para liberarse; para ellos, la verdadera redención fue
la belleza de Ana Cleofe que engendró la libertad con el nombre
de Manuela Josefa Bolívar Cuero.
Todos los objetos del museo mencionados anteriormente,
son partícipes activos en la recreación de la historia; sin
embargo, están subordinados a la voz que los nomina y ella les
da un lugar y un tiempo en el relato; los demás, están al margen,
parecen anécdotas, curiosidades de diferentes tiempos y lugares,
vagos recuerdos de historias propias y ajenas:
Un radio, lámparas de gasolina, hoz Suiza, planchas de
carbón, máquina de coser, tijeras antiguas, trípode utilizado
en el trazado de la carretera del pacífico; mariposas disecadas,
amanites y piedras fósiles hachas de piedra, ocarina prehispánica,

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vasijas y fragmentos de cerámica; escultura de mujer con ánfora al
estilo griego, pirámide egipcia, huellas de ”mensajes extraterrestres”
en una piedra, retablo de pato salvaje en ciénaga, escultura de paloma
de la paz, escudo de Colombia, afiches de orquídeas Colombianas,
chiva campesina, arrieros antioqueños, pueblito paisa; fotografías de
la antigua plaza de Caicedo en Cali, de artistas de teatro y televisión,
políticos y empresarios en actos públicos e ilustres visitantes.
Ante la presencia de objetos tan disímiles como estos, dentro de
un relato semejante, no se puede evitar la sensación de absurdo e
incoherencia; sin embargo, estos objetos no deben ser pensados como
entidades aisladas y sin sentido, ellos adquieren significado, si se ven
como un todo, como una sola imagen, una suerte de Pastiche cuyo
artífice es la memoria, que toma forma de museo para permanecer.
Según Jameson (1991), el pastiche es una colección de fragmentos,
de discontinuidades plasmadas en una sola superficie, planos
temporales que se superponen provocando una dispersión de
significantes sin posible explicación a la luz de la razón, es la ruptura
de la lógica causal. Así, el pastiche expresa la pérdida de los referentes
temporales, la ruptura de una de las bases fundamentales del discurso
moderno, como es el sentido lineal y evolutivo de la historia.
En nuestro caso, no sería tanto como “pérdida” o “ruptura”
de referentes temporales y semánticos; si no, mas bien la
“ausencia” de ese sentido lineal y causal del tiempo y de la
historia construido por occidente. Aquí, el tiempo adquiere
otro sentido, ordenado por la historia oral 1 , con una forma

1 Aquí acojo la perspectiva de Barona donde un hecho, narrado por la historia oral
llega a ser reconocido como acontecimiento histórico, dependiendo del [... ” sistema
de valores y su jerarquía que un grupo cultural, cualquiera que este sea, construye en
los derroteros de su cotidianidad, es decir, es un valor dependiente de otros cuyo nivel
metafórico está reafirmado y más acentuado en una colectividad específica. Desde esta
perspectiva el valor hecho histórico está en correspondencia con el horizonte de
sucesos del grupo: le pertenece, no importando la subjetividad (que también es
histórica) de su concreción.” (1996: 48)

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particular de usar las palabras, objetos y lugares para mostrar
un acontecimiento que ha trascendido el tiempo que ha sido
recreado y trasformado de generación en generación, usa un
tiempo no reversible en términos causales.
La continuidad temporal del relato está en la voz del guía,
pues, la disposición de los objetos no ofrece una noción hilada
del tiempo, el guía es el vocero de la memoria social2 que se
subordina desde su contexto rural y marginal; el museo
direcciona la memoria con un sentido propio, representa el papel
de los esclavos dentro de la escena de la independencia, desde
una percepción particular del mundo. Allí, convergen las
instancias de sentido del grupo, se fija su esencia.
Hablo de esencia y no de construcción identitaria o
etnicidad, puesto que, lo que he querido ver en esta ocasión, es
la forma que toma la memoria social en el museo; más que verlo
como un instrumento de movilización identitaria o una
estrategia política, he querido ver las instancias de sentido con
las cuales se recrea la historia, cómo se expresa, cómo las marcas
idiosincrásicas están presentes y se hacen perceptibles a los
sentidos a partir de los objetos puestos en escena y tomándose
la escena, creando la ilusión de un acontecimiento del pasado.
Para acercarse a los sentidos plasmados en el museo, es
necesario darle cabida al azar, a la ilusión provocada por la
evocación de un evento, cualquiera que sea el sentido temporal
que abrigue, lo importante es llegar al objeto y al pasado como
entidades que pueden estar por fuera de la razón y de su lógica.

2 Memoria social: “... Es ese dispositivo de referencialidad temporal que reside en


prácticas colectivas y que permite que el pasado se perciba de una manera particular,
inextricablemente ligada a la forma en que se perciben el presente y el futuro, la
memoria social es todo aquello que los individuos recuerdan de sus experiencias
locales, regionales, y en menor grado extrarregionales”. (Gnecco, 2000: 171)

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Es acercarse al efecto que los objetos y el pasado producen en
nosotros, al secreto que guardan.3
Seducción es todo aquello que transgrede, que subvierte la
verdad y lo real, excluida y conjurada por todos los discursos,
por las disciplinas que ven amenazada su verdad; la ruptura de
las cadenas significantes no es más que la irrupción de la
seducción en el orden racional.

El museo como ilusión

Para que una cosa tenga un sentido, hace falta una escena, y para
que exista una escena hace falta una ilusión, un mínimo de ilusión,
de movimiento imaginario, de desafío de lo real, que nos arrastre,
que nos seduzca que nos revele.
(BAUDRILLARD, 1984)

El museo es un escenario dispuesto por la gente de Mulaló,


a partir de su estética y con sus marcas idiosincrásicas, esto, es
un hecho; sin embargo, los objetos por si solos guardan un
secreto, si logramos concederles algo de autonomía, podemos
ver que de ellos emana la ilusión, el movimiento imaginario
que le da sentido a la representación de esta escena del pasado.
Ajenos al inventario cotidiano, los objetos del museo
permanecen en el ámbito de lo sagrado; no por auténticos, por
lejanos, por haber viajado por el tiempo, el solo hecho de
hacernos pensar que han existido antes que nosotros, crean una
distancia y esa distancia los hace mágicos, los une con fantasmas

3 “La seducción representa el dominio del universo simbólico, mientras que el


poder representa solo el dominio del universo real” (Baudrillard, 1989:15). En
adelante intento mirar los objetos y la escena histórica del museo desde el punto de
vista de Baudrillard, su discurso sobre la seducción y la transparencia del mal.

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del pasado, trascendiendo al sujeto que los observa. Carentes
de significación propia, incitan al descubrimiento, a adivinar
qué lógica o azar los confina en este lugar, retan a la razón, a lo
real, a lo verdadero; provocan a la historia, indignan al ortodoxo
y causan risa al desprevenido.
Los objetos vistos en su forma pura, guardan un secreto, su
mutismo nos deja atónitos, contienen su propio
encadenamiento, son signos que establecen entre sí un pacto
de alianza, no de continuidad o efecto causal, esto es realmente
lo que nos seduce, porque rompen las cadenas de significado,
este es su poder, su fuerza, su genio, lo que nos libera, nos induce
a imaginar la historia no a creerla.
Este museo es un artificio de la memoria, ilusión que seduce
al visitante, incita a imaginar, a trasladarse a una instancia de
la historia a través de los valores esenciales del grupo: la belleza
negra, su fuerza sexual, la atracción que ejerce, atracción que
no pudo resistir ni el blanco ni el criollo, representada con el
más querido personaje de la historia de América, mostrando
su faceta lúdica, criollo atrapado en la fuerza promiscua del
mestizaje, entre la percusión de los tambores y el movimiento
de los cuerpos.
En el presente, la trama de la práctica social se teje con los
mismos hilos, que en el relato del museo cada domingo, cuando
se rompe la calma tensa de una semana silenciosa, transcurrida
entre el sopor de un desierto poblado de chivos cuando llegan
gentes desde poblaciones cercanas, a comer los típicos platos
afrodisíacos, a refrescarse y exhibirse en los balnearios donde
suenan estridentes las columnas de sonido; el calor y la
percusión se toman los cuerpos que buscan aparearse,
reproduciendo incesantemente la fuerza oculta de su esencia;
en este acontecimiento el museo es una de las atracciones, un
referente del pasado que justifica desprevenidamente el
presente.

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AGRADECIMIENTOS

Agradezco a los creadores del museo de Mulaló, en especial


al señor Iván Escobar Melguizo, por proporcionarme
amablemente la información que con entusiasmo ha recopilado
sobre esta historia, también a Père Quintín y a Wilhelm
Londoño por sus oportunos comentarios.

BIBLIOGRAFÍA

BARONA, G. (1996). “El discurso problemático de la historia oral”. En: Cuadernos


de trabajo. Culturas, tiempos y espacios 1. Popayán: El Colectivo.
BAUDRILLARD, J. (1984). Las estrategias fatales. Barcelona: Anagrama.
BAUDRILLARD, J. (1989). De la seducción. Madrid: Cátedra Teorema.
GNECCO, C. (2000). “Historias hegemónicas, historias disidentes: la domesticación
política de la memoria social”. En: Memorias hegemónicas, Memorias disidentes:
el pasado como política de la historia, c.gnecco y m. zambrano (eds.). Bogotá:
ICANH, Unicauca, pp. 171-194.
JAMESON, F. (1991). Posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado.
Barcelona: Paidós.

ANGÉLICA NUÑEZ

Antropóloga de la Universidad del Cauca. Actualmente se desempeña como


investigadora independiente. Sus temas de interés en investigación son los referentes
a la divulgación del conocimiento sobre el pasado, especialmente los museos.
E-mail: angelnu@hotmail.com

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Recordando a los Uribe.
Memorias de higiene y de templanza en la
Bogotá del Olimpo Radical (1870-1880)1

Felipe Gaitán Ammann


Antropólogo

Resumen

E n tiempos del Olimpo Radical, una distinguida familia bogotana instaló su residencia
secundaria en el bucólico marco de la Quinta de Bolívar. Más de cien años
después, la manera en que la alta burguesía de la capital adaptó sus prácticas de
mesa y sus hábitos de acicalamiento personal a una mentalidad más higiénica e
individualista, puede ser analizada a partir de los desechos domésticos
accidentalmente recuperados en su morada campestre. Así, este estudio de
Arqueología Histórica busca identificar cuáles fueron las expresiones materiales que,
en nuestro país, acompañaron y sustentaron la adopción de unas normas de
comportamiento crecientemente modernas, así como sugerir la manera en que éstas
han persistido o se han transformado hasta nuestros días

PALABRAS CLAVE arqueología histórica, cultura material, modernidad, burguesía,


higiene, individualidad, siglo XIX.

1 Este artículo sintetiza el contenido de mi monografía de grado, titulada


Expresiones de Modernidad en la Quinta de Bolívar: Arqueología de la alta burguesía
bogotana en tiempos del Olimpo Radical, presentada al Departamento de
Antropología de la Universidad de los Andes en septiembre del 2001.

125 | Revista de Antropología y Arqueología Vol 13 2001/2002

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Abstract

I n the times of the “Olimpo Radical”, a distinguished Bogotá family moved into
their second home in the pastoral setting of Quinta Bolivar. More than a hundred
years later, the way in which the city’s haute bourgeoisie adapted their table manners
and their personal grooming habits to a more hygienic and individualistic mentality
may be assessed from household wastes accidentally recovered in their country
estate. Thus, this historical archaeology study aims at identifying which were the
material expressions that in our country, accompanied and supported the adoption of
increasingly modern behavior patterns, as well as suggesting the way in which these
have persisted or have been transformed until our days.

KEYWORDS historical archaeology, material culture, modernity, bourgeoisie, hygiene,


individuality, 19th Century.

Recordando a los Uribe Felipe Gaitán Ammann | 126

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En el mes de julio de 1998, un antiguo aljibe aparece
sepultado en la huerta de la que, casi dos siglos atrás, fuera la
residencia favorita de Simón Bolívar (VER FOTO 1). De su
interior, milagrosamente se rescatan incontables testimonios
materiales de un pasado cotidiano que, hacia finales del siglo
XIX, pocos juzgaron digno de ser recordado en los textos
escritos. Afortunadamente, la riqueza del hallazgo, por lo demás
realizado en un espacio museístico que busca recrear el ambiente
de la quinta decimonónica en la que vivió el máximo prócer de la
independencia latinoamericana, le valieron a estos restos
arqueológicos un destino muy distinto de la concluyente
desaparición a la que solemos condenar todo desecho material cuyo
aspecto nos resulta demasiado familiar. Así, sólo fue un feliz
concurso de circunstancias y no una investigación arqueológica
solícitamente planeada dentro de un gran proyecto de restauración
arquitectónica, el que nos permitiría evaluar la manera en que los
representantes de las capas dominantes de la Bogotá republicana
poblaron su vida diaria con comportamientos modernizantes que
contribuyeron a la redefinición de su identidad de clase y al
fortalecimiento de su hegemonía social en un momento de
profunda crisis institucional en la historia de Colombia.

Foto 1. El aljibe de la Casa Museo Quinta


de Bolívar después de su restauración.
La realización de una
investigación como esta,
inédita en el marco de la
arqueología colombiana,
significó el sometimiento
de numerosos datos
materiales y documentales
a las tres dimensiones de
análisis empleadas en la

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historiografía de influencia braudeliana para abordar el estudio
de los hechos del pasado (cf. Shackel, 1993). Primero, se elaboró
una síntesis histórica de larga duración, que describe el
fenómeno de la modernización occidental en términos de un
gran proceso civilizatorio centrado en un universo adulto,
masculino, blanco y cristiano (Elías, 1973; Wallerstein, 1997;
Pedraza, 1999). A su vez, se resaltó la manera en que este espacio
social se nutre económica y culturalmente de la explotación de
un Nuevo Continente en el que, gradualmente, se asientan los
diversos avatares del dominio europeo (Dabat, 1994). En este
contexto, el devenir histórico del mundo moderno se resume
en una serie de acontecimientos inscritos en modelos históricos
estrictamente controlados, cuya aparente coherencia contribuye
a contrarrestar el pánico latente que los occidentales sienten
ante una idea incierta de lo que el futuro les depara (cf. Clifford,
1998). Ahora bien, el verdadero interés de este primer nivel de
análisis consiste en poner en evidencia las ambigüedades
cronológicas y geográficas sobre las cuales se basa la vernácula
concepción de la modernidad, una idea ahistórica y difusa a la
que la sociedad occidental se ha referido desde tiempos
inmemoriales como a una inevitable transición culturalmente
homogenizante y obstinadamente encarada hacia una
contradictoria noción del porvenir.
Segundo, con base en crónicas de viajeros y documentos de
primera mano, se realizó una síntesis histórica de mediana
duración que muestra la manera en que las élites de la Bogotá
republicana se sirvieron de una cultura material cada vez más
individualista e higienizada para proteger las fronteras
simbólicas de su posición social. Aquí, centenares de registros
comerciales, constancias aduaneras y avisos de prensa fueron
revisados para dar cuenta de la sorprendente variedad de
artículos modernizantes que ingresaban al país procedentes de
Europa o Norteamérica. Posteriormente, se señaló la manera en

Recordando a los Uribe Felipe Gaitán Ammann | 128

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que las más sofisticadas modas y tecnologías decimonónicas se
encaminaban por las precarias vías de comunicación que
conducían a Bogotá, en donde cumplían con la misión de
satisfacer los distinguidos gustos de quienes podían y sentían
la necesidad de adquirirlas. De hecho, aunque el aislamiento
geográfico en el que entonces se mantenía la capital colombiana
ciertamente contribuyó a imprimirle un carácter excesivamente
discreto al refinamiento de la alta burguesía local, la relativa
modestia con que las primeras expresiones de modernidad se
manifestaron en las clases altas de la Bogotá de 1870 nunca
constituyó un obstáculo para que sus segregantes efectos se
hicieran evidentes ante el resto de la población local. Así, muy
lejos de pregonar las normas de democracia y equidad social
sobre los cuales se funda la mentalidad republicana, muchos
miembros de las élites capitalinas se aferraron a unos conceptos
premodernos que presentaban la elegancia como una condición
innata, directamente relacionada con la capacidad natural que
las personas de calidad poseían para someterse al
disciplinamiento físico y mental codificado en los tratados de
urbanidad y en los manuales de etiqueta característicos del
siglo XIX (Elías, 1973; Pedraza, 1999).
Es aquí en donde este artículo se enfoca en el último escalón
del modelo histórico anteriormente referido, en un tiempo de
corta duración especialmente sensible a los eventos particulares
y de las acciones individuales. Desde este punto de vista, se
considera que el registro arqueológico constituye el reflejo
material de una serie de acontecimientos concretos de
utilización y desecho de productos culturales cuyas
particularidades históricas generalmente se desconocen. Ahora
bien, aunque no es este el lugar indicado para precisar los
motivos por los que las particularidades teóricas y
metodológicas de la arqueología histórica le confieren enormes
ventajas en el momento de realizar estudios sobre el pasado

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reciente (cf. Deetz, 1996; Yentsch, 1993, 1994), no sobra resaltar
que esta disciplina es, ocasionalmente, la única en otorgarle a
sus adeptos el maravilloso y caprichoso deleite de ponerle
nombres y rostros reales a los actores sociales a cuyas
fragmentadas pertenencias se enfrentan los arqueólogos. Así,
más allá de la presunta solidez científica que tantos
investigadores han buscado alcanzar mediante el riguroso
manejo de los datos estadísticos en arqueología, a continuación
se plantea un ejercicio lúdico que, por medio de un minucioso
contraste entre los materiales arqueológicos y las fuentes
documentales tradicionales, busca desafiar las memorias
oficialmente registradas con el ánimo de crear unas visiones
más democráticas del ayer (cf. Yamin, 1998; Lobo Guerrero,
este volumen; Therrien, este volumen; Uprimny, este volumen).
Por lo tanto, este artículo necesariamente diverge de una
estéril disertación sobre el concepto de modernidad y en ningún
momento pretende construir una definición satisfactoria de un
término tan amplio y tan equívoco. Por el contrario, lo que se
propone es devolverle a la noción de lo moderno un carácter
histórico que, en este caso, se desprende del relato de una
historia de vida recordada a partir del mundo de los objetos.
Gracias a la evidencia material involuntariamente conservada
en un recóndito lugar de la Quinta de Bolívar, es posible
subrayar el origen hegemónico y arbitrario de muchos de los
comportamientos que, hoy en día, hemos adoptado y
consideramos indispensables para el digno transcurrir de
nuestra vida cotidiana. Así mismo, tal como se hizo en el
proyecto de arqueología pública “Arqueólogos en la Quinta”
(Gaitán, 2001), aquí se insinúan las pautas de una arqueología
que puede y debe modificar la complejidad de su lenguaje, con
el fin de crear nuevos canales de comunicación que contribuyan
a saciar la curiosidad que un público general cada vez más

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numeroso siente por un pasado que también le pertenece
(Jameson, 1997; Heath, 1997; Stone, 1997).

De lo blanco y de lo santo

La creación de nexos interpretativos entre la información


contenida en el testamento de don Diego Uribe, propietario de
la Quinta de Bolívar entre 1870 y 1878, y los materiales
recuperados del que muy seguramente fue el basurero de su
casa campestre, permiten resaltar la manera en que su historia
de vida correspondió con una experiencia de ascenso social
característica de la Bogotá republicana. Ahora bien, es obvio
que la distinción de la familia Uribe no podría haberse medido
solamente en términos de la cantidad de bienes suntuosos
identificados entre sus pertenencias; por el contrario, la tarea
aquí realizada también consistió en detectar indicios tanto
históricos como arqueológicos que demostraran la utilización
de dichos bienes en contextos espaciales y temporales
socialmente aceptados. Así, los resultados de esta investigación
sugieren que, para los Uribe, la legitimación de su promoción
social probablemente haya significado un completo
amoldamiento de su estilo de vida al discurso de la templanza,
una doctrina espiritual directamente inspirada en la moral
cristiana, que fomentaba la adopción de unos comportamientos
moderados y altamente regularizados entre las más selectas
esferas de la sociedad occidental (Reckner y Brighton, 1999).
Históricamente, se sabe que, a lo largo del siglo XIX, los ideales
de la templanza se incorporaron fácilmente al proceso de
consolidación de unas identidades de clase fundadas en la
aparente negación de los bienes terrenales y en una creciente
confianza en la función civilizadora de la educación racional

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(Wall, 1999). Así, a pesar de que muchos de los simpatizantes
del liberalismo sectario que dominó la vida política colombiana
durante los años del Olimpo Radical provenían de las familias
más prestantes de la burguesía local (Jaramillo Uribe, 1964),
no cabe duda de que, en el ámbito doméstico, las clases altas
bogotanas no desdeñaron la legitimidad social que podía
brindarles el perfilarse como las guardianas de la moral cristiana
en el mundo moderno.

Foto 2. Platillo de loza perlada con un diseño


del Sagrado Corazón posiblemente fabricado en
la Fábrica de Loza Bogotana. (c. 1870 - 1880).

Al igual que la mayoría de


la alta burguesía capitalina,
los Uribe probablemente
fueron asiduos defensores de
la fe católica en un momento
en el que las reformas
emprendidas por el Estado
nacional comprometían
seriamente el papel de la Iglesia en la vida diaria de la sociedad
colombiana. Por lo menos, esto es lo que sugiere el tono
sinceramente devoto con el que don Diego dicta sus últimas
voluntades, así como la presencia en su basurero de un platillo
de loza decorado con la inconfundible figura del Sagrado
Corazón y de la parte baja de una estatuilla de cerámica
esmaltada que representa a Santa Teresa de Jesús (VER FOTOS 2
y 3) . En este punto, es curioso anotar que Santa Teresa es
reconocida en el mundo católico como patrona de los enfermos
y, en especial, de quienes sufren de cefaleas o migrañas. En
realidad, el hallazgo de esta figurilla en el apacible marco de la
Quinta de Bolívar también nos recuerda que, ya desde los
tiempos del Libertador, la aventajada situación de la casa

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campestre fue muy apreciada por enfermos, convalecientes, o
por todos aquellos deseosos de escapar de la contaminación y del
caos reinantes en la capital colombiana.
Tristemente, el testamento de don
Diego Uribe señala que el menor de sus
hijos era víctima de lo que hoy se
denominaría un severo retraso mental,
y no cabe duda de que esta
desafortunada circunstancia pudo ser
una de las razones que impulsaron a los
Uribe a domiciliarse temporalmente en
la Quinta de Bolívar.
Foto 3: Santa Teresa de Jesús
representada en una estatuilla de
cerámica Esmaltada (c. 1870 - 1880).

Muchos autores coinciden en afirmar que la regularización


y complejización de las formas de consumir alimentos es una
de las expresiones más fieles del avance del proceso de
modernización en Occidente (cf. Elías 1973, 1974; Shackel,
1993; Deetz, 1996). En efecto, más que el espacio en el cual se
satisfacen las necesidades biológicas de los seres humanos, la
mesa es un lugar especialmente propicio para la exhibición de
los comportamientos distintivos sobre los cuales se fundamenta
la identidad de la altas esferas del mundo occidental (Elías,
1973). Por otra parte, son varias las investigaciones en
arqueología histórica que demuestran que los juegos de vajilla
de loza fina fueron comúnmente utilizados para exaltar los
valores segregantes e individualistas propios de una mentalidad
moderna (cf. Deetz, 1996; Yentsch, 1996).

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Foto 4. Plato de granito blanco. Alfarería
de J & G Meakin, Hanley - Inglaterra.

Así, desde el punto de vista de la


cultura material, no cabe duda de la
importancia que la familia Uribe le
otorgó a la modernización de unos
modales de mesa que, en ese entonces,
debían reflejar el buen gusto y la
elegancia de su acaudalado hogar. En
efecto, los fragmentos de vajilla que se
recuperaron en el antiguo aljibe de la
Quinta de Bolívar presentan un grado de homogeneidad
particularmente elevado que, sin duda, puede considerarse como
un testimonio de la rigurosidad con la que la familia Uribe
modernizó su comportamiento durante el ritual de la comida
(cf. Wall, 1999).
La familia Uribe contó con un mínimo de dos servicios de
mesa. El primero de ellos era de Granito Blanco, un tipo de
cerámica industrial que se desarrolló en las grandes alfarerías
de Inglaterra hacia el año de 1840 (Ewins, 1997) (VER FOTO
4); por su parte, el segundo estaba elaborado en porcelana, el
más valioso de los materiales cerámicos en los que se pueden
elaborar los servicios de mesa modernos (VER FOTO 5). Aquí, es
interesante notar el reiterado gusto que los Uribe muestran
por la blancura y la sencillez de sus servicios de mesa, un rasgo
que pone en evidencia la manifestación más pura de la
excelencia y del ascetismo electivo que caracteriza a las altas
burguesías del mundo moderno (Bourdieu, 1979). Por otro lado,
recientemente se ha sugerido que la preferencia por la loza
blanca también podría estar relacionada con la adopción del
espíritu de la templanza entre unos grupos sociales bien
definidos (cf. las clases medias norteamericanas), pues la
completa ausencia de decoración en una vajilla probablemente

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pudo ser considerada como una
representación material de ideales
morales como la economía y la
modestia, prevalecientes entre
dichos sectores (Fitts, 1999).

Foto 5. Pocillo de porcelana, posiblemente


de procedencia francesa (c. 1870 - 1880).

Dentro del mismo orden de ideas, existen evidencias de que


el discurso de la templanza comenzó a promulgar una completa
abstinencia de bebidas alcohólicas entre los medios burgueses
norteamericanos de finales del siglo XIX (Reckner y Brighton,
1999). De igual manera, en la Bogotá de 1870, la persistencia
del consumo de chicha entre las clases bajas fue muy criticado
por los miembros de la alta burguesía como un fuerte factor de
atraso, de degeneración y de disipación moral entre los sectores
populares. Sin embargo, en último caso, también es claro que
la retórica de la templanza constituye ante todo un instrumento
de distinción social, pues la alta burguesía bogotana siempre
se caracterizó por su elevado consumo de vinos y licores
importados o de fabricación artesanal (cf. Röthlisberger,
1993:110). Con todo, es interesante notar que, en la Quinta de
Bolívar, se encontraron muchos más fragmentos de vasos para
agua que de copas para vino. Nuevamente, datos tan sencillos
como estos solamente cobran sentido al ser analizados dentro
de un amplio conjunto de evidencias independientes, cada una
de las cuales parece confirmar que el hogar de los Uribe
realmente se esforzó por acogerse a los más completos preceptos
de la templanza cristiana.

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Preservando la salud y cultivando la belleza

Por más de medio siglo, María Antonia Restrepo, esposa de


don Diego Uribe, cumplió con los deberes domésticos que le
correspondían a las mujeres de su categoría en tiempos del
Olimpo Radical. Realmente, no cabe duda de que doña María
Antonia le inculcó a cada uno de sus seis hijos, y especialmente
a su única hija, María Dolores, las normas básicas de la
urbanidad y el respeto por los valores católicos. De hecho,
frecuentemente se ignora que, hacia finales del siglo XIX, el
proceso civilizatorio de Occidente se expresa en términos de la
creciente feminización de la cotidianidad burguesa. No
obstante, si bien este fenómeno habitualmente se encuentra
desterrado de la historiografía tradicional del mundo moderno,
sus distintas manifestaciones se encuentran claramente
registradas en el campo de las artes y las letras del período
victoriano, mediante el surgimiento de una nueva concepción
de la estética femenina, estrechamente vinculada al sensual
redescubrimiento del aseo y de la belleza corporal (Silva
Beauregard, 2000) (VER FIGURA 1).

Figura 1. Etiqueta promocional para el Agua Florida de


Murray & Lanman (c. 1890). Los materiales presentes
en el aljibe de la Quinta de Bolívar sugieren que esta
fragancia fue comúnmente utilizada por los miembros
de la familia Uribe (tomado de www.
antiquebottles.com).

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En general, los códigos de urbanidad dirigidos a la alta
burguesía latinoamericana insisten en que, lejos del amparo
del hogar, la virtud de las mujeres sólo podía ser garantizada
mediante una rígida educación cristiana (cf. Carreño, 1993;
Silva Bauregard, 2000). Desde esta perspectiva, el bello sexo
no debía recibir más que la instrucción necesaria para
presentarse como un ejemplo de templanza y de recato ante sus
hijos y maridos. Por lo tanto, no debe sorprendernos la
naturalidad con la que don Diego Uribe admite en su
testamento que, a diferencia de sus hermanos varones, María
Dolores Uribe no contó con el privilegio de recibir una
educación formal. Por otra parte, a menudo se olvida que,
mediante la incorporación de la etiqueta moderna a la inocencia
de su terreno de juegos, las niñas occidentales también
contribuyeron a reproducir los gentiles ideales de la
domesticidad mediante la emulación de comportamientos
socialmente aprobados. Así, no resulta extraño que del antiguo
aljibe de la Quinta de Bolívar se haya recuperado un fragmento
de la vajilla en miniatura con la que, posiblemente, la pequeña
Antonia Páez, hija única de doña María Dolores Uribe, aprendió
a reconocer los comportamientos distintivos de las clases altas
de la capital desde antes de poder leer los manuales de buenas
maneras que circulaban en la Bogotá republicana.
Textos como el clásico Manual de Miguel Antonio Carreño
presentan una idea muy clara de la relevancia que las prácticas
de acicalamiento personal tenían en la rutina diaria de las élites
latinoamericanas (González, 1995). Sin embargo, es interesante
observar que, inclusive entre las clases altas de la Bogotá
republicana, el consumo de productos de perfumería
probablemente fue bastante restringido. Así, pocos frasquitos
de vidrio recuperados en la Quinta pudieron ser identificados
con certeza como envases de esencias, perfumes o colonias
importadas. No obstante, el hallazgo de varios fragmentos de

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potes para ungüentos o cremas para el cutis en el basurero de la
Quinta sugieren que, en el tocador de María Antonia de Uribe,
también se materializó un romántico culto a la belleza femenina
y se contribuyó a la atención y naturalización de una renovada
estética corporal (VER FOTO 6).

Foto 6. Tapa de un pote de crema de belleza para pieles


resecas. Este producto era elaborado en Francia para ser
comercializado en Norteamérica (c. 1870 - 1880).

Por otra parte, el cuidado de la dentadura ocupa un lugar


especialmente importante entre los hábitos de aseo corporal
recomendados por las guías de urbanidad de finales del siglo
XIX. Sin embargo, hasta las primeras décadas del siglo XX, los
cepillos de dientes continuaron siendo bienes extremadamente
raros entre la población mundial (Mattick, 1998). En esta
medida, uno de los encuentros más sorprendentes realizados
en la Quinta de Bolívar fue el del primer cepillo de dientes
arqueológico que se haya reportado en Colombia, una
inequívoca expresión material de la modernidad y de la
distinción de la familia Uribe (VER FOTO 7).

Foto 7. Cepillo de dientes elaborado


en hueso. Tipo England, variedad
Maryland. Procedencia francesa
(c. 1870 - 1879).

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Foto 8. Tapa de bacinilla elaborada
en Granito Blanco (c. 1870 - 1880).

Es cierto que, a medida que


avanza el siglo XIX, los vínculos
entre el aseo corporal y la
preservación de la salud se hacen
más evidentes (Vigarello, 1985). Sin
embargo, se debe insistir en que la
imaginación de la sociedad
bogotana de 1870 sigue cautivada
por la idea de que el aire y el agua son los principales medios
propagadores de las enfermedades. En la Quinta de Bolívar, el
descubrimiento de una tapa de bacinilla elaborada en Granito
Blanco es una buena evidencia de que, inclusive en el saludable
ambiente campestre de su residencia secundaria, la familia Uribe
seguía temiéndole al nefasto efecto de los miasmas y los vapores
putrefactos (VER FOTO 8). De hecho, cabe recordar que, para el
momento en que se establecieron en la Quinta de Bolívar, don
Diego y doña María Antonia ya habían sobrepasado los sesenta
años de edad y, tanto ellos como el desafortunado Juan Crisóstomo
Uribe pudieron sentirse propensos a sufrir todo tipo de dolencias.
Con todo, una concepción premoderna, miasmática y humoral de
la salud también se deduce de la manera en que algunos de los
remedios habitualmente consumidas por la familia Uribe son
promovidos en los avisos de prensa de la época del Olimpo Radical.
Entre los brebajes medicinales cuyos envases pudieron ser
plenamente identificados en la Quinta, se destaca la Zarzaparrilla
de Bristol, el Fermento de Peptona y la Emulsión de Scott, el mismo
aceite de hígado de bacalao tan conocido hoy en día2.

2 Los avisos de prensa aquí transcritos fueron tomados del Directorio General de
Bogotá publicado en 1888. Sin embargo, avisos prácticamente idénticos fueron
encontrados en el Diario de Cundinamarca para fechas comprendidas entre 1870 y 1880.

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Y los platos no siempre son lo que parecen...

En general, todos los manuales de buenas maneras que


circulaban en la Bogotá republicana suponían que la
disponibilidad de empleados domésticos le era inherente a la
posición social de quienes aspiraban a modernizar su
comportamiento. Del contenido de estos textos se deduce que
los domésticos al servicio de las clases altas debían aprender a
controlar y a disciplinar sus movimientos hasta el punto en
que la misma regularidad de sus acciones las hiciera pasar
desapercibidas en el transcurso del ritual de la comida. Esto
nos lleva a pensar que, mucho antes que otros miembros de las

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clases bajas, la servidumbre de la burguesía bogotana tuvo que
someterse a un proceso civilizatorio de facto que le permitiera
comprender y compartir el lenguaje simbólico de la distinción
que legitimaba la posición social de sus amos.

Foto 9. Cazuela tipo La Chamba.


Más del 80% de la cultura
material recuperada en el curso de
esta investigación guarda un vínculo
directo con las actividades
cotidianas de la servidumbre
bogotana. No hay que olvidar que
los artefactos que ponían en
evidencia la sofisticación de las clases altas en los campos de la
mesa y de la higiene, pasaban por las manos de los sirvientes
para ser limpiados y ordenados después de haber sido utilizados.
Sin embargo, los criados también se encargaban de manipular
los implementos más tradicionales de la vida doméstica
bogotana, relacionados con sus propios hábitos alimenticios y
procedimientos culinarios (VER FOTOS 9 y 10). En esta medida,
la servidumbre tenía, más que cualquier otro sector de la
población local, la opción de diseñar su identidad de clase con
base en unas proporciones oscilantes de tradiciones arraigadas
y de innovaciones culturales modernas. De hecho, el correcto
acatamiento de unas ordenes impuestas por los sectores
dominantes puede entenderse como parte de un ventajoso
proceso de emulación de comportamientos socialmente
aceptados que, finalmente, contribuyeron a la transformación
de la estructura de sus habitus individuales y colectivos.

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Foto 10. Jarra tipo La Chamba.
Es probable que los criados al
servicio de familias como la de los Uribe
hayan competido entre sí por el poder
simbólico que les brindaba la
apropiación y ostentación de objetos
semejantes a los que se utilizaban en las
clases altas. Sin embargo, en el momento
de sustentar consideraciones como las
anteriores, se pone en evidencia la
carencia de fuentes escritas que, más allá de la curiosidad o del
rechazo con el que los viajeros del siglo XIX describieron la
rusticidad de los criados neogranadinos, permitan comprender la
manera en que los sectores más populares de la capital neogranadina
percibieron su propia transición hacia la modernidad.
El material cerámico rescatado en el aljibe sugiere que dos
tradiciones culturales diferentes estuvieron vinculadas con la vida
diaria de la servidumbre de la Quinta. En primer lugar, se
encontraron numerosas evidencias de una tradición alfarera
mestiza, producto del ajuste de la cultura material indígena a las
necesidades propias del mundo colonial. Por otro lado, también se
recuperaron testimonios de una tradición cerámica criolla, en la
que se perpetúan las formas y las técnicas decorativas heredadas
de la Europa medieval pero también se manifiestan unos gustos
estilísticos específicos, desarrollados por la población local a lo
largo del período republicano (Therrien et al., 2002).

Foto 11. Taza y tazones de loza vidriada.


Esta última se
caracteriza por vasijas
torneadas y decoradas con
bandas concéntricas o
chorreados de esmalte de

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plomo (VER FOTO 11). Mientras que la loza doméstica de
tradición mestiza parece cumplir con funciones esencialmente
culinarias, la mayor parte de los platos, tazas y tazones vidriados
se vinculan directamente con el consumo de alimentos entre
las clases populares. Sin embargo, lo importante aquí es señalar
que, en su propio ritual de la comida, los domésticos de los
Uribe se esforzaban por emplear una cultura material
significativamente estandarizada: contaban con varios juegos
de platos vidriados en los que se reconocieron diseños
recurrentes (VER FOTO 12). Sin embargo, la predominancia de
formas hondas en el servicio de mesa de los criados de la Quinta
igualmente sugiere que, en los sectores populares de la capital
decimonónica, las prácticas culinarias seguían dominadas por
preparaciones líquidas y largamente hervidas que se consideran
propias de un estilo de vida premoderno (Yentsch, 1996).

Foto 12. Platos de loza vidriada, en los que se


reconocen la variedad Naranja Anillada y la
Variedad Bicroma.

Olvidos y recuerdos del mundo moderno

No podría concluir este artículo sin mencionar que,


afortunadamente, el registro arqueológico es menos selectivo
que la historiografía tradicional en cuanto a la información que
logra preservar bajo tierra. En particular, las basuras de nuestros
ancestros nos muestran que nuestra vida cotidiana está hecha

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más de olvidos que de recuerdos y que, tal como espero haberlo
señalado aquí, los mecanismos que rigen la transformación del
mundo moderno lo condenan a no ser comprendido sino en
términos de su porvenir. Finalizo, pues, con un interrogante: si
tantas expresiones de modernidad se mantuvieron
relativamente a salvo entre las paredes del vertedero de la familia
Uribe ¿cuántas manifestaciones materiales de los modernizados
comportamientos cotidianos de Simón Bolívar, de su eterna
compañera Manuelita Sáenz o de su fiel servidor José Palacios,
así como de tantos hombres y mujeres, ricos y pobres, para
quienes la Quinta constituyó ante todo un refugio y un hogar,
no habrán sido menospreciadas y olvidadas, víctimas de las ideas
preconcebidas que tenemos sobre nuestra propia historia?

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YENTSCH, A. E. (1994). A Cheasapeake Family and their Slaves. A Study in
Historical Archaeology. Londres: Cambridge University Press.

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REV.VINCULADA.pmd 145 05/09/2003, 08:29 a.m.


YENTSCH, A. E. (1996). “The Symbolic Divisions of Pottery: Sex-related Attributes
of English and Anglo-American Household Pots”. En: Contemporary Archaeology
in Theory. Preucel y Hodder (eds). Londres: Blackwell, pp. 315-149.

FELIPE GAITÁN AMMANN

Antropólogo de la Universidad de los Andes. Ha participado activamente en varios


proyectos arqueológicos en diversas zonas del país, también ha tomado parte en
estudios de arqueología histórica. Es precisamente en esta modalidad arqueológica
en la que ha centrado su interés y en la que desarrolló su monografía de grado en la
Casa Museo Quinta de Bolívar (2000-2001). Ha realizado investigaciones arqueológicas
en el centro histórico de Bogotá, en el antiguo pueblo de Usaquén y en el convento
del Santo Ecce-Homo (Sutamarchán, Boyacá). Es coautor del Catálogo de cerámica
colonial y republicana de la Nueva Granada (FIAN, 2002) y, actualmente, se desempeña
como coinvestigador del proyecto “Civilidad y policía en la Santafé colonial, siglos
XVI y XVII”.
E-mail: fgammann@hotmail.com.

Recordando a los Uribe Felipe Gaitán Ammann | 146

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Patrones de consumo de
fauna como indicadores
de cambio sociocultural:
el caso de la Quinta de Bolívar

Elizabeth Ramos Roca


Departamento de Antropología y Sociología
Universidad de Caldas

Resumen

P or lo general, los restos de fauna de contextos arqueológicos prehistóricos e


históricos han sido interpretados como reflejo directo de actividades económicas
relacionadas con la subsistencia y la dieta. Sin embargo, aunque esta información es
importante, por sí sola deja de lado el enorme potencial que el estudio de los
patrones culturales asociados con la selección, distribución y pautas de apropiación
y consumo de la fauna proporciona en relación con otros aspectos de la vida cotidiana
y con los procesos de transformación social y cultural en general.
En este artículo y bajo esta perspectiva, se discuten los resultados del análisis de la
muestra de fauna correspondiente a la ocupación de la Quinta de Bolívar durante la
segunda mitad del siglo XIX. Particularmente se abordan algunos de los problemas
inherentes al interpretar diferencias socioeconómicas y grupos étnicos a partir de los
restos de fauna. Igualmente, se enfatiza en la importancia de acompañar este tipo
de análisis con información documental relativa entre otros aspectos a los sistemas
de mercadeo, distribución, abastecimiento y valor de los cortes de carne para la
época.

PALABRAS CLAVE arqueología histórica, análisis de fauna, patrones de consumo,


diferenciación social.

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Abstract

G enerally, faunal remains in prehistorical and historical archeological contexts


have been interpreted as a direct reflex of economic activities related to
subsistence and diet. However, although this information is important, taken only as
this disregards the huge potential that the study of cultural patterns associated to
the selection, distribution, acquisition and consumption of fauna offers in relation to
other aspects of everyday life and to the social and cultural transformation processes
in general.
In this paper and under this perspective the results from faunal samples corresponding
to the second half of the 19th century when Quinta Bolivar was occupied are presented.
Some of the inherent problems when interpreting social and economical differences
and ethnic groups based on faunal remains are discussed in particular. Likewise, the
importance of accompanying this type of analysis with documentary information
relative to, among other aspects, the marketing, distribution, supply and value of
meat cuts for the epoch is stressed.

KEYWORDS historical archaeology, faunal analysis, patterns of consumption, social


differentiation.

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Introducción

En el curso de los últimos diez años, especialmente en


Norteamérica, se han incrementado notablemente las
investigaciones en arqueología histórica en las cuales los restos
de fauna, como un componente más de la cultura material,
contribuyen significativamente a la interpretación de los
fenómenos socioculturales. Se busca que los restos de fauna
además de reflejar en parte la dieta de los grupos humanos que
habitaron un contexto social y temporal determinado,
proporcionen elementos de análisis que permitan ampliar el
rango de preguntas de investigación relacionadas con el
comportamiento humano y las prácticas culturales en el pasado.
Bajo esta perspectiva, en el presente artículo se discuten los
resultados del análisis del material de fauna excavado en la
Quinta de Bolívar, correspondiente a la ocupación del inmueble
durante la segunda mitad del siglo XIX. La información
relacionada con otros aspectos de la investigación es
ampliamente discutida por Gaitán (2001); por lo tanto, aquí
nos centraremos en cómo el análisis de los restos de fauna
contribuye a la discusión sobre los procesos de transformación
sociocultural en la Nueva Granada durante ésta época.
Este análisis, en particular, se ha orientado a recopilar
información que permitiese aproximarnos a dos aspectos
fundamentales:
1. El proceso de modernización en la Nueva Granada
reflejado en la manera como los habitantes de la Quinta
seleccionaron, procesaron y descartaron la fauna.
2. Indagar de qué manera los mecanismos de distinción
socioeconómica pueden estar afectando los patrones observados
en la fauna.

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De manera específica, se buscó, desde el análisis de fauna,
ahondar en la discusión de algunos de los argumentos
planteados por Gaitán en torno al proceso de legitimación tanto
de la burguesía como de la servidumbre, reflejado no solamente
en el comportamiento en la mesa sino en una “mejor” manera
de comer (calidad y preparación) y de servir los alimentos.

La muestra y la metodología del análisis

En la Quinta de Bolívar se recuperó un total de 1394


fragmentos de restos óseas animales, todos provenientes del
aljibe y correspondientes a una sola ocupación.
En general, la preservación de la muestra es excelente y, en
este sentido, tenemos cierto grado de confianza en que las
especies representadas estén reflejando, al menos en parte,
aquellas utilizadas. Es necesario anotar que en las excavaciones
de la Quinta de Bolívar la tierra no fue cernida y tampoco se
tomaron muestras para flotación. Lo anterior es un problema
particularmente crítico para aquellos sitios en donde se espera
encontrar la presencia de especies muy pequeñas o con
elementos muy frágiles, lo cual afortunadamente no es el caso
de la Quinta de Bolívar. Sin embargo, no descartamos que
durante el proceso de excavación no se hayan detectado algunos
restos pequeños, particularmente de peces.
Otros factores que pueden haber influido en la muestra son
los factores tafonómicos, los ambientales, la intervención
humana y el hecho de que las especies representadas estén
reflejando un grupo étnico o social específico, los cuales
constituyen algunos de los problemas más comunes inherentes
a este tipo de análisis, como lo han señalado recientemente
algunos autores (Rothschild y Balkwill, 1993). Como es de

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suponer, cada uno de estos aspectos fue tenido en cuenta al
momento de interpretar los resultados del análisis.
El 84.4% de la muestra no presenta ningún tipo de
transformación, mientras que el 11.9% deja ver marcas causadas,
en la mayoría de casos, por cortes. Un porcentaje pequeño
(2.4%) de fragmentos presenta huellas de haber sido masticado
por carnívoros, cuestión que resulta afortunada para el análisis,
pues este tipo de marcas, normalmente producidas por
carroñeros, puede afectar significativamente las muestras. Unos
cuantos fragmentos presentan modificación por fuego y marcas
de raíces, en porcentajes poco significativos.
Para la investigación se trabajó con las siguientes variables:
i) identificación taxonómica, dentro de lo posible, a nivel de
especies, ii) elemento o parte del animal, iii) porción o parte
del hueso incluido, iv) edad de los especímenes y v) registro de
las modificaciones dentro de las que se incluyen las marcas de
corte.
Con esta información se exploraron tres aspectos básicos
como son la distribución de las partes presentes del animal, los
patrones de muerte (tiempo de sacrificio de los animales) y los
patrones de corte; cada uno de los anteriores fue evaluado para
cada una de las especies más representadas.
En el análisis de los patrones de corte se registró el tipo de
marca, describiendo la localización exacta de ésta en el hueso.
Para la descripción de los tipos de cortes se siguió la
clasificación propuesta por Reitz y Scarry (1985) y Crader
(1990).
Para diferenciar una marca accidental de una marca de corte
se utilizaron los criterios de forma, redundancia (ocurrencia
sistemática) y propósito; criterios adoptados por algunos
autores que trabajan con fauna de sitios históricos y
prehistóricos. Es necesario tener en cuenta que el corte del
animal involucra una serie de actividades como son la matanza,

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el retiro de la piel, la evisceración, el desmembramiento, la
división en porciones menores y los cortes asociados a la
preparación y el consumo (Landon, 1996). Por lo anterior,
reconocer la etapa del proceso que estas marcas reflejan resulta
de vital importancia para la interpretación.
La aproximación a los patrones de matanza requiere de una
apropiada determinación de la edad relativa por especie. En
zooarqueología tres son los criterios utilizados para la
determinación de la edad: la fusión de la epífisis, la erupción y
desgaste dental y el estudio de estructuras incrementales en
huesos y dientes (Davis, 1987; Hesse y Wapnish, 1985; Landon,
1996). En esta investigación, dada la ausencia de dientes, se
utilizó el primero de estos criterios, asignando la edad en
categorías generales como adulto y subadulto. Debido a la falta
de una colección de referencia de individuos con diferentes
rangos de edad consideramos poco confiable aventurarnos a un
diagnóstico de edad más preciso.
Para abordar lo relacionado con las diferencias sociales se
indagó acerca del acceso diferencial a porciones y elementos
que representasen partes más apetecidas por su sabor o por la
cantidad o calidad de la carne. Dentro de lo posible se buscó
establecer una relación entre los cortes y partes del animal y las
formas de preparación de los mismos. Es importante tener en
cuenta aquí, que la división del animal debe ser correctamente
entendida en términos anatómicos ya que, muchas veces, aun
conociendo la porción del hueso presente es difícil determinar
a que corte de carne se asocia pues diferentes cortes pueden
involucrar porciones de un mismo hueso (Szuter, 1996).
Otra de las maneras de indagar por diferencias
socioeconómicas es ordenar por importancia los cortes de carne
de acuerdo con las listas de precios del momento. Sin embargo,
hay que tener en cuenta que lo que esto puede estar reflejando
no es el status socioeconómico sino prestigio, grupos étnicos o

Patrones de consumo de fauna Elizabeth Ramos Roca | 152

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una combinación de estos factores. Desafortunadamente para
este estudio no contamos con listas de cortes y precios para esa
época en la Nueva Granada.

Resultados

A nivel de clase, la mayoría de los fragmentos corresponden


a mamíferos (87.7%) seguidos por aves (9.5%) y, en un
porcentaje muy pequeño, por peces (0.1%); cabe destacar que
sólo un 2.6 % de la muestra no pudo ser asignado a ninguna
clase y es registrado como indeterminado. Un 28.6% de los
fragmentos de mamíferos corresponden a la categoría de
mamífero grande, un 1.5% a mamífero mediano y un 8.9% se
clasificó sólo como mamíferos sin ser posible determinar su
tamaño.
La distribución por especies (% NISP) sugiere que la dieta
animal estaba fundamentalmente constituida por carne de res
(Bos taurus, 66.2 %), gallina (Gallus gallus, 14.7%), oveja1
(Ovis aries, 14.1) y cerdo (Sus scrofa), este último en cantidades
moderadas (3.9 %). La presencia de un fragmento de pavo y
dos fragmentos de un pez no identificado nos hace pensar en el
uso ocasional de ciertas especies tal vez en la preparación de
platillos especiales o para eventos particulares. A su vez, se
encontraron siete fragmentos de caballo (Equus caballus,
0.5%). Es interesante anotar que algunos de estos fragmentos
presentan marcas de corte, sin embargo, no tenemos datos sobre
el consumo de esta especie.

1 Nos referiremos aquí en general a oveja (oveja/carnero), sin embargo, existe la


posibilidad de que algunos de los fragmentos identificados como oveja pertenezcan
a cabra (Capra hircus), puesto que existe gran similitud morfológica a nivel óseo
entre estas dos especies lo cual dificulta su diferenciación

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A continuación se discutirán algunos de los patrones
observados a partir del análisis de la distribución de los
elementos o partes del animal representadas por especie.
Con relación al ganado vacuno, en general, los elementos
más representados son los huesos largos, los cuales pertenecen al
cuarto trasero y delantero del animal, se destaca la presencia de
fragmentos de fémur los cuales constituyen el 14.2 % de la
muestra; le siguen en ocurrencia las costillas (12.2%), los
fragmentos de cráneo (10%), las vértebras (8.7%), la pelvis (6.1%)
y las falanges (5.1%). Es de anotar que en esta especie aunque
están representadas todas las partes del esqueleto incluido el
hioides, los mayores porcentajes se concentran, en el cuarto
trasero, las costillas y el cráneo, las vértebras y la pelvis (VER
TABLA 1). De igual manera, la mayor parte de las marcas de corte
se presentan en éstos mismos elementos (VER FIGURA 1).

Tabla 1. Frecuencia de elementos para Bos taurus.

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Figura 1. Esqueleto de Bos taurus ilustrando. Los
sitios de mayor ocurrencia de marcas de corte.
Las marcas de corte
fueron, en su mayoría,
ejecutadas con cuchillos y
hachas, aunque un pequeño
porcentaje de fragmentos
presenta huellas de un
instrumento más sofisticado
posiblemente una segueta
manual. Como se mencionó anteriormente, el análisis de la frecuencia
y localización de las marcas de corte hace necesario identificar el
propósito para el que fueron hechas con el fin de poder precisar cual
de las etapas, en la apropiación del animal, están representando. En
los fragmentos de fémur, modificados en un 14.5 %, encontramos
marcas de corte en la porción distal y proximal del hueso así como en
la diáfisis. De acuerdo con la evidencia de otros sitios históricos, los
cortes en la porción proximal y distal están por lo general asociados
con la desarticulación del fémur de la pelvis y del fémur de la tibia
respectivamente, mientras que marcas de corte y pequeñas rayas incisas
en la diáfisis del mismo (VER FIGURA 2 – 2a) se relacionan con la
preparación y el consumo de carne, particularmente con el proceso de
descarnamiento. No tenemos evidencias concretas de fragmentación
del hueso para extracción de la médula ósea, sin embargo, la cantidad de
fragmentos de diáfisis con marcas
de corte en la cara interna y la forma
en que están rotos algunos 2A 2B
fragmentos podría sugerir esta
práctica en algunos casos.

Figura 2. Localización específica de las 2C


marcas de corte en algunos de los elementos
óseos de Bos taurus ilustrando 2a) Fémur, 2D
2b) Costila, 2c) Pelvis, 2d) Cráneo.

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El 21.3% de las marcas de corte en el ganado vacuno ocurre
en las costillas, fundamentalmente en la parte medial del cuerpo
de las mismas (VER FIGURA 2 - 2b); el tamaño promedio de los
fragmentos sugiere que estas fueron fragmentadas en dos o tres
partes. En su mayoría presentan marcas superficiales producidas
por cuchillos, lo cual podría reflejar patrones de fragmentación
asociados con la preparación de platos específicos o con maneras
social o culturalmente determinadas para preparar ciertos platos.
En relación con la pelvis, el 16.2% de los fragmentos
presenta marcas de corte localizadas fundamentalmente en el
íleon y el acetábulo (VER FIGURA 2 - 2c). Algunas de las marcas
ocurridas alrededor del acetábulo están asociadas con la
desarticulación del fémur de la pelvis, correspondiendo en su
mayoría a marcas de cuchillo y hacha, estas últimas
posiblemente como producto de la división de la pelvis en
segmentos. Algunas de las marcas de corte observadas en la
pelvis podrían también estar relacionadas con cortes
comúnmente utilizados en la actualidad, como por ejemplo la
punta de anca.
El significativo número de huesos de cráneo, por una parte
y las marcas de corte asociadas a este, por otra (VER FIGURA 2 -
2d), muestran que el consumo de cabeza de ternera en la Quinta
de Bolívar no fue ocasional, sin embargo, la reconstrucción de
los patrones de corte para el cráneo en general, se dificulta
debido a la naturaleza fragmentaria de la mayoría de estos. La
presencia de numerosos restos de cráneo asociados con el
consumo de cabeza de ternera es reportada en algunos sitios
históricos (Landon, 1996; Yentsch, 1994); ello no resulta
sorprendente si tenemos en cuenta que por lo menos en parte
de Norteamérica, hasta bien entrado el siglo XIX, la cabeza de
ternera permaneció como un plato de alto status con múltiples
formas de preparación: asada, a la parrilla, guisada, sofrita y
decorada con champiñones y perejil (Bowen, 1992: 275). Más

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aún, su preparación parece haber sido bastante extendida como
lo sugiere King, en 1844: “De hecho, una residente rica de Salem,
[Massachussets], a comienzos del siglo XIX, escribió que ella y
su familia comúnmente cenaban una deliciosa sopa de cabeza de
ternera con bolas de carne” (en Bowen, 1992: 275).
En la Quinta de Bolívar, algunos cortes realizados en el
frontal y los apriétales, en particular, sugieren la extracción de
sesos. En lo que respecta a la Nueva Granada en el siglo XIX, la
existencia de recetas cuyo ingrediente principal es la cabeza de
ternera y los sesos hace pensar que en este contexto fue también
un plato apetecido, por lo menos entre las clases altas. Cabe
mencionar aquí la guía de cocina “El Estuche” (Moreno, 2000)
en la que, hacia 1870, figuran platos como la cabeza de ternera
en tortuga, cabeza de ternera a la llanera, pastel de sesos a la
jardinera, copetes de sesos y torta de sesos, entre otras.
Retomando lo anterior, tenemos que la mayor parte de los
elementos de ganado vacuno representados en la muestra están
asociados con cortes del cuarto trasero (pelvis y fémur) y
costillas. Del cuarto trasero se obtienen cortes apetecidos como
el lomo y la punta de anca, los que pueden ser preparados a la
plancha o asados y con las costillas se asocian los cortes de carne
utilizados en el siglo XIX para guisos y estofados (Dirkmaat,
1989; Schávelzon y Silveira, 1998).
Según Gaitán (2001:113), estas partes han sido descritas
por Truth como relacionadas con la preparación del caldo de
carne, componente esencial y base para muchas recetas de la
época. Resultaría lógico suponer que utilizaron estos cortes de
carne y que, posteriormente, los huesos asociados con estos
sirvieran como base para los caldos, sin embargo, en “El
Estuche” se menciona que la carnes utilizadas en la olla de los
caldos eran fundamentalmente el muslo y el cuarto trasero y
también la espaldilla o paletilla. De igual manera, se habla de
la preparación de caldo con el lomo y se aclara que con esta

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parte “se consigue buena carne para comer pero el caldo siempre
es débil, a causa de que esta presa, excelente para los asados,
para la parrilla etc. no es suficientemente carnosa para dar un
caldo suculento” (Moreno, 2000: 26, el énfasis es mío).
En nuestro concepto, las marcas de corte observadas en la
fauna de la Quinta de Bolívar es probable que representen en
gran parte actividades como el desmembramiento y la
preparación y el consumo de alimentos más que cortes de carne
específicos.
En cuanto a la información relativa a los patrones de
matanza, encontramos restos de animales adultos (50.5%) y en
proceso de crecimiento (49.5%) en porcentajes similares.
Aunque lo anterior requiere de una aproximación más precisa
en cuanto a la edad de sacrificio, es claro que existió preferencia
y disponibilidad de animales tanto jóvenes como adultos. Esta
tendencia es también soportada por una variedad de recetas en
las que se especifica si el corte o la porción debe ser de ternera,
vaca o buey (Moreno, 2000).
Vemos entonces como en la distribución de las partes
representadas en el ganado vacuno parecen estarse evidenciando
dos elementos: el gusto particular por ciertos platos y
preparaciones, por un lado y las ofertas del mercado local, por
el otro.
De otra parte, el consumo de oveja y carnero (5.2%) no es
ocasional; la distribución de los elementos, representados en
un 68% por costillas y un 15 % por metapodios, muestra un
patrón diferente al del ganado vacuno y muy similar al
observado en algunos sitios históricos en Norteamérica en
donde se compraban preferencialmente miembros anteriores y
posteriores y cabeza (Yentsch, 1994: 229). En la Quinta de
Bolívar no encontramos fragmentos de cráneo. Una de las
posibilidades para explorar, respecto a esta peculiar distribución
de las partes de oveja, sería la de buscar explicar si los huesos

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que aparecen en el sitio están relacionados con la preparación
de ciertos platos y si el resto de la carne fue distribuido sin
hueso (Dirkmaat, 1989).
El porcentaje de individuos jóvenes (65%) es mayor, lo cual
coincide también con la información de otros sitios históricos
donde se menciona que la carne de carnero era preferida por
blanda y de mejor sabor (Dirkmaat, 1989); sin embargo, la gente
de la Quinta también consumió especímenes adultos.
El patrón de distribución de las partes del cerdo es muy
similar a aquel observado en los ovinos. El 65.6% de los
fragmentos son costillas y el 21% corresponde a las patas
traseras. La utilización del cerdo en la sociedad santafereña del
siglo XIX no es evidente. Aunque, como lo menciona Gaitán,
los documentos claramente muestran su utilización en los
enlatados, no existen datos sobre la distribución de sus partes
en los mercados locales ni sobre los patrones de consumo. Se ha
tendido a asociar la presencia de patas y cabezas de cerdo con
los patrones alimenticios de la clase baja, sin embargo, la
evidencia en algunos sitios históricos muestra que estos
elementos aparecen mezclados con las partes más carnosas
(Bowen, 1992) y que, además, las “patas de cerdo” constituyeron
un platillo de importancia (Schávelzon y Silveira, 1998;
Moreno, 2000)
En la Quinta de Bolívar, el 80% de los restos de cerdo
corresponde a individuos jóvenes, lo cual ocurre también en
algunos sitios históricos en Norteamérica y es consistente con
el planteamiento de que aquellos animales criados sólo para
propósitos comestibles son sacrificados a edades más tempranas
que aquellos que suplen múltiples propósitos como sería el caso
del ganado vacuno (Landon, 1996). Es necesario tener en cuenta
que el tamaño de la muestra no permite ahondar más en este
sentido.

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Para explicar mejor los patrones observados en cuanto a las
partes presentes y a los patrones de matanza se hace
indispensable profundizar en los documentos que nos informan
sobre la distribución de cerdos y ovejas. Aunque las partes
presentes de estas dos especies son diferentes a las del ganado
vacuno, nuevamente, para este caso, es posible que ello se deba
a su disponibilidad en los mercados locales donde por ser
especies sustancialmente más pequeñas, se cortaran y
distribuyeran las partes de manera diferente a las del ganado
mayor.
Finalmente, en la distribución de elementos
correspondientes a las gallinas (pollos) el mayor porcentaje
corresponde a huesos pertenecientes al miembro anterior y
posterior (muslos y contramuslos). Aunque otras partes están
representadas la proporción es mínima y, en general, se resalta
la completa ausencia de fragmentos de cráneo, patas y esternón,
éste último correspondiente a la pechuga. Si bien la
preservación diferencial puede estar jugando un papel
importante aquí, la presencia de huesos como la fúrcula
(pequeño y frágil) hacen pensar lo contrario. En este sentido,
resulta curioso que las recetas de la época en su mayoría
involucran la preparación de pollos enteros, por lo cual
esperaríamos una representación de todas las partes del cuerpo.
Otra razón para esperar una representación de todos los
elementos sería aquella de que la mayoría de las aves consumidas
en esta época eran criadas en corrales caseros o se compraban
enteras en los mercados locales. Dos posibles razones
encontramos para el patrón encontrado, o bien algunas de la
partes no muy apetecidas como patas, cráneo etc. eran utilizadas
como alimento para otros animales y en esa medida no se
preservaron, o existe un sesgo diferencial en términos de
preservación. Las respuestas a estos interrogantes pueden surgir

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de la comparación de los patrones observados con otras
muestras de fauna excavadas en sitios contemporáneos.

Conclusiones

Para concluir quisiera puntualizar, en primer lugar, algunos


aspectos relacionados con la aproximación teórica a este tipo
de estudios y, en segundo lugar, retomar los resultados del
análisis de los restos de fauna de la Quinta de Bolívar en el
contexto de los objetivos propuestos.
En el campo teórico la investigación realizada nos lleva a
reflexionar sobre varios aspectos. El primero de ellos es la
inconveniencia de traducir fragmentos de hueso en cortes de
carne y cortes de carne con diferencias étnicas y sociales.
Como ha sido demostrado recientemente por algunos
autores, los factores socioeconómicos y étnicos no constituyen
el único factor cultural que determina las conformación de la
muestra de restos de fauna (Bowen, 1992; Landon, 1996). La
información contextual de los sitios, en términos de su
articulación con sistemas de mercadeo y de distribución de
productos animales, resulta indispensable para la
interpretación. En un sentido general, sólo la información sobre
los patrones de apropiación, consumo y descarte de fauna
observados en la escala de las unidades domésticas y la
comparación entre contextos domésticos y no domésticos y
entre centros urbanos y rurales podrá permitirnos a corto y largo
plazo abordar preguntas más amplias relacionadas con las
dinámicas socioculturales, particularmente lo relacionado con
sistemas de subsistencia. Más concretamente, es necesario
enfatizar en que la información relativa a las diferentes etapas
del procesamiento de un animal, los centros de distribución, el

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valor relativo de los cortes, las preferencias culturales, los
patrones de matanza, la representación de las partes del animal
y los patrones de corte constituye parte integral de los análisis.
Con respecto a las evidencias concretas del proceso de
modernización, varios elementos observados en el análisis de
los restos de fauna de la Quinta de Bolívar atestiguan este
proceso. Por una parte, la diversidad de especies en la muestra
es reducida y se corresponde con aquellas obtenidas en los
mercados locales. Por otra parte, la homogeneidad en las partes
seleccionadas y la regularidad de algunos cortes y su localización
evidencian cierta estandarización propia de sistemas de
abastecimiento fuera de la unidad doméstica y, en este sentido,
enrolados en sistemas de abastecimiento en mercados.
Otra posible evidencia del proceso de modernización la
constituye la presencia de algunos pocos fragmentos con marcas
de corte realizadas con instrumentos de mayor precisión,
posiblemente seguetas de mano. Datos de algunos sitios
históricos en Boston (Bowen, 1992) muestran que durante la
primera mitad del siglo XIX las técnicas de corte empiezan a
cambiar de hacha y cuchillo a seguetas manuales, lo cual implicó
un cambio de trozos de carne grandes a pequeños, más
adecuados para la preparación de asados. En Buenos Aires,
Schávelzon y Silveira (2001) reportan la utilización sistemática
de hachas hasta mediados del siglo XIX y estiman la
introducción de serrucho o sierra manual hacia finales de la
década de 1840.
Con relación al objetivo de indagar por diferencias
socioeconómicas y de legitimación de la servidumbre, el primer
factor a tener en cuenta es que en el caso concreto de la Quinta
de Bolívar la mezcla en el depósito de los restos de comida de
todos los habitantes de la casa ofrece una limitante a tal
interpretación en el sentido en que no permite aislar los
desechos de los dueños de la casa y los de la servidumbre. Una

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alternativa la constituye mirar la relación entre los cortes de
carne y el tipo de preparaciones que pueden hacerse con cada
uno de ellos y correlacionar esto a su vez con otros elementos
de la cultura material. A este respecto, Gaitán (2001:109) ha
mencionado la presencia recurrente de platos hondos para sopa
asociados con la servidumbre; así, aunque a través del análisis
de fauna no se podría corroborar que las sopas eran el plato de
la servidumbre lo que si puede corroborarse es que las sopas,
representadas en partes específicas del animal, eran parte
importante de la dieta de los habitantes de la Quinta,
información que al relacionarla con el estudio de las formas y
decoración de la cerámica y los documentos existentes permitirá
corroborar esta hipótesis.
La presencia en la Quinta de Bolívar de un buen porcentaje
de partes correspondientes a cortes de carne de buena calidad
y la preferencia por ciertos platos podrían estar sugiriendo una
dieta de “alto status” y, por tanto, correspondiente a los dueños
de la casa. Sin embargo, en concreto, el análisis de fauna no
muestra claramente un patrón que nos permita hablar de
diferencias socioeconómicas entre los distintos sectores sociales
cohabitando en la Quinta. Creemos, en principio, que los
patrones observados distan de ser el reflejo directo de las
diferencias socioeconómicas entre los dueños de la casa y la
servidumbre y tampoco constituyen evidencias concretas en
relación con un proceso de afianzamiento de la identidad por
parte de la servidumbre. No se afirma aquí que esto no esté
ocurriendo, sino que se pone en evidencia que, los patrones
observados en la fauna parecen estar influenciados por otros
factores adicionales a las diferencias socioeconómicas. Una
posibilidad es que dichos patrones, más que diferencias
socioeconómicas, estén reflejando las tendencias culinarias y
gastronómicas de los Uribe o de los habitantes de la casa en

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general, en concordancia con las restricciones impuestas por
un sistema de mercadeo local.
Los datos sugieren que muy probablemente la carne llegaba
a la casa de mercados locales, donde por preferencias culturales
o restricciones las partes distribuidas muestran un patrón
homogéneo. La evidencia de algunos sitios históricos muestra
que en sistemas de abastecimiento orientados hacia mercados,
ciertas partes de los animales son controladas y tienden a
mantenerse alejadas de los consumidores (Bowen, 1992:268).
Entonces antes de hablar de diferencias étnicas o sociales
debemos establecer los parámetros del sistema de
abastecimiento y determinar cuáles podrían ser los efectos
visibles que los sistemas de mercadeo existentes en la Nueva
Granada para la época pudieron tener en las especies y en las
partes representadas en la Quinta de Bolívar. En este sentido,
resulta imprescindible indagar en los documentos referidos a
centros de distribución y listados del valor relativo de los cortes.
De acuerdo con Bowen (1992) los estudios de status basado
en diferencias socioeconómicas reflejadas en el consumo animal
han demostrado ser problemáticos, en la medida en que los
patrones reflejados en la fauna no permiten caracterizar de
manera clara una dieta de alto y bajo status. Por lo tanto, se
sugiere que las diferencias socioeconómicas se pueden observar
mejor en las formas diferenciales de preparar la comida, en el
tipo de platos y especias utilizadas antes que en los cortes y
porciones, cuestión que debe ser estudiada con más detalle.
Para la Nueva Granada, el análisis de fauna de la Quinta de
Bolívar constituye el primer intento de indagar en las
diferencias socioeconómicas a partir de la muestra obtenida,
aunque por ahora no contamos con parámetros comparativos
locales. Algunas referencias de la época nos permiten suponer
que establecer estas diferencias de manera directa podría ser
riesgoso, especialmente porque no parecen haber existido

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marcadas diferencias en las formas de alimentación entre las
distintas clases sociales como se ilustra en la siguiente cita: “En
las clases inferiores, porque entonces no había ni hay aún clase
media en la sociedad, los alimentos no eran diferentes a los que
acabo de describir [refiriéndose a las costumbres bogotanas de
la época]. Los artesanos, no muy numerosos y los campesinos se
alimentaban especialmente de ajiaco, que es una mezcla de carne
de res o de oveja, cortada finamente y cocida con papas y
sasonada con ajo y cebollas...” (Moreno, 2000: XI, citando a un
viajero de la época). Algunas investigaciones recientes en sitios
históricos de Buenos Aires también apuntan en este sentido,
sugiriéndose que para mediados del siglo XIX la cocina de los
dominicos y trabajadores no muestra mayores diferencias y
estaba constituida fundamentalmente por “cocidos para ganado
vacuno y ovino y quizás para aves” (Schávelzon y Silveira, 1998).
Retomando lo anterior, es indispensable entonces tener en
cuenta el hecho de que al estudiar la fauna excavada en
contextos domésticos correspondientes a segmentos de la
población con diferentes posiciones socioeconómicas, los
resultados han mostrado más similitudes que diferencias
(Bowen, 1992; Reitz, 1987). Sin embargo, aunque en la mayoría
de los estudios no se observan claras diferencias de status en
los cortes de carne sabemos con certeza que sí existía distinción
entre la manera como comían unas personas y otras y, por lo
tanto, debemos explorarlas. Así, estamos de acuerdo con Bowen
(1992) en que la asignación de status debería basarse en un
análisis cualitativo de la importancia de los cortes y como esta
importancia ha cambiado a través del tiempo entre los distintos
segmentos de la población, antes que en la presencia de un alto
porcentaje de cortes de alta calidad. En otras palabras, lo que
les gustaba y a lo que tenían acceso los pobres en un momento
les pasó a gustar a los ricos en otro y viceversa.

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Finalmente, consideramos importante recalcar el hecho de
que aunque el estudio de fauna de contextos históricos
constituye un campo relativamente nuevo e inexplorado en la
arqueología colombiana, ofrece un enorme potencial para la
reconstrucción de los patrones de utilización animal que
articulados con otras evidencias de cultura material nos
permiten intentar responder preguntas antropológicas más
amplias.
Sin embargo, abordar este tipo de preguntas nos exige además de la
realización de rigurosos análisis de la fauna, llenar algunos vacíos en lo
relacionado con:

1. Sistemas de abastecimiento y mercados durante el los siglos


XVI – XIX.
2. Documentos sobre el valor de los cortes de carne en los
distintos períodos.
3. Excavación de contextos domésticos y no domésticos y
urbanos y rurales, para establecer comparaciones entre los
patrones observados en los distintos períodos.
4. Valores culturales asociados con los distintos platos y formas
de preparación.
5. Investigación sobre los sistemas de producción y
distribución agrícola en la época y como la disponibilidad
de productos vegetales, pueden estar influenciando la
distribución de productos animales en los mercados.
6. Análisis paleobotánicos que complementen la información
proporcionada por la fauna.

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AGRADECIMIENTOS

Agradezco a Felipe Gaitán el invitarme a “entrar en la cocina


de los Uribe” y por compartir los resultados de su investigación
en la Quinta de Bolívar. A Carmen E. Henao, Susy C. Gallego,
Paula A. Rivera, Carolina Salgado y Francia V. Soto, estudiantes
de Antropología de la Universidad de Caldas, por su
colaboración en el análisis del material de fauna. A Monika
Therrien por su apoyo y aporte de referencias bibliográficas.

BIBLIOGRAFÍA

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England”. En: The Art and Mystery of Historical Archaeology, Essays in honor
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ELIZABETH RAMOS ROCA

Antropóloga de la Universidad de los Andes con maestría y doctorado en Arqueología


de la Universidad de Pittsburgh. Actualmente está vinculada como docente en la
Universidad de Caldas. Sus temas de interés en investigación son los relacionados
con arqueología y medio ambiente, zooarquelogía y bioantropología.
E-mail: eramos@col2.telecom.com.co

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La leyenda de
María Isaacs:
su correlación etnoarqueológica con el
cementerio de Santa Elena, 1880-1996
(El Cerrito - Valle)

Luis Francisco López C.


Antropólogo
Universidad Nacional de Colombia

Resumen

E l análisis espacial del cementerio de Santa Elena (Valle) brinda la oportunidad


de percibir el objeto arqueológico como parte de una dinámica social, donde la
“Tumba de María” constituye el soporte de la memoria que otorga vigencia a la
leyenda isaacsiana. Este artículo pretende discutir la noción de cultura material
desde una óptica que integra fuentes orales y de archivo para generar un aporte a la
interpretación arqueológica de contextos prehispánicos, coloniales y republicanos.

PALABRAS CLAVE Santa Elena (Valle), cultura material, leyenda isaacsiana,


etnoarqueología, método integral.

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Abstract

S patial analysis of the Santa Elena (Valle) cemetery offers the opportunity to
perceive the archaeological object as part of social dynamics, where “María’s
Tomb” constitutes a support for the memory that gives validity to the legend that
emerged from the novel written by Jorge Isaacs. The purpose of this paper is to
discuss the notion of material culture from a point of view that integrates oral and
archive sources as a means of contributing to the archaeological interpretation of
prehispanic, colonial and republican contexts.

KEYWORDS Santa Elena (Valle), material culture, the Isaacs legend, ethnoarchaeology,
integral method.

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Cuando era niño pensaba que las leyendas tenían la facultad
de comprometer nuestras aspiraciones personales con la
búsqueda de algo misterioso. Alguna vez, a instancias del
profesor, leímos en la escuela el primer capítulo de María, donde
ese personaje es descrito “bajo las enredaderas que adornaban
el aposento” de la madre de Efraín, protagonista de la historia,
quien aparentemente, se consideraba así mismo como testigo
de los sucesos narrados. Al regresar a casa, lo primero que hice
fue recurrir a mi madre para corroborar algo que el profesor
había insinuado: los acontecimientos trágicos que rodearon la
temprana desaparición de la heroína eran reflejo de
acontecimientos reales involucrados con la vida del escritor
colombiano Jorge Isaacs (1837-1895), el verdadero Efraín, tal
como pensaba la mayor parte de la sociedad vallecaucana
durante la década de los setenta. Entonces comprendí que
María era algo más que una novela romántica en su propio
medio, y siendo niño, me propuse buscar una respuesta al gran
enigma sobre la existencia de ese personaje. Años después, el
periódico Occidente de Cali publicó un artículo sobre una
pequeña población llamada Santa Elena, donde, según los
reporteros, existía la tumba en la que aparentemente habían
sepultado a María, agregando que los antepasados de los
santaeleneños habían sido testigos de ese acontecimiento,
ocurrido allí “muchos años” atrás, en el propio cementerio de
la localidad. De repente, volvió a brillar el interés por la leyenda
y antes de consolidar mi ingreso a la carrera de Antropología
de la Universidad Nacional de Colombia, me preguntaba si
acaso estudiar la “tumba de María” era parte de una
investigación arqueológica o no, pues era común asociar ese
tema con problemáticas exclusivamente indígenas ¿Era
arqueológico algo no propiamente indígena? Ahí fue donde
todo comenzó, en 1995, como una tesis inspirada en una
fantasía infantil.

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Santa Elena es un corregimiento del Municipio de El Cerrito
(Valle) ubicado en el piedemonte de la Cordillera Central, a
una altitud aproximada de 1.100 m.s.n.m. Al norte, está
delimitado por la quebrada Pajonales y al sur por la quebrada
La Honda, mencionada en la obra literaria. La comunidad está
compuesta por unos 9.000 habitantes distribuidos en la cabecera
y las veredas aledañas. Hacia el oriente, se halla la antigua casa
de la hacienda El Paraíso, escenario de los episodios más
importantes de María por el simple hecho de que la familia
Isaacs vivió allí entre 1855 y 1858.
El desarrollo de la fase arqueológica en el cementerio de la
localidad dependió de la realización de dos etapas anteriores
llevadas a cabo de manera simultánea: recuperación de historia
oral y consulta de archivos. La expectativa del método era que
al integrar esas tres fases, alcanzaríamos (digo alcanzaríamos
por la participación de otras personas en la investigación)
elementos suficientes para explicar el origen y desarrollo de la
leyenda de María Isaacs en Santa Elena, logrando comprometer
a la comunidad a través del ejercicio etnográfico. Con la fase
arqueológica se perseguía, esencialmente, comprender los
aspectos culturales implicados en el desarrollo estructural y
contextual del monumento funerario conocido popularmente
como la “tumba de María”: cómo los habitantes llegaron a
concebir que ese objeto “arqueológico” correspondía con el lugar
de sepultura del personaje literario inmortalizado por Isaacs.
La propuesta teórica, basada en los planteamientos de Deetz
(1996), McGuire (1992) y O´Shea (1984), concebía que la
historia, la organización y las jerarquías sociales, así como los
imaginarios religiosos entrelazados con la misma leyenda,
deberían estar reflejados en el cementerio, quizá de esa manera,
sin pretender desafiar el imaginario local procediendo a la
excavación de la “tumba”, se revelaría la correlación espacial y
simbólica del monumento funerario con las tradiciones orales

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y la información de archivo; esto conduciría a valorar el sitio
como patrimonio cultural de los habitantes de acuerdo a la
función que éste cumple en la época actual. La “tumba de María”,
consistente en un viejo túmulo de ladrillo sobre el cual se
levanta una cruz metálica, era además un recurso
mnemotécnico, el objeto intermediario entre el pasado y el
presente de Santa Elena. Dicho argumento es el que permite
recurrir al enfoque etnoarqueológico para justificar una
interpretación del problema basada en observaciones actuales,
como lo son el registro de la historia oral y del componente
etnográfico por acción - participativa durante los meses de
noviembre de 1995 a enero de 1996 y de marzo a junio de este
último año. Antes, el proyecto debió superar, al menos
ideológicamente, la idea tan extendida y, en cierta forma,
respaldada por la legislación colombiana de que los contextos
arqueológicos hacen referencia exclusiva al paradigma
prehispánico y a la práctica de la excavación (cf. Ley General
de Cultura, 1997).
El objetivo consistía en demostrar que esto no era tan cierto,
que más allá del tiempo transcurrido, sean milenios, sean siglos,
sean años, lo que aquí se denomina “cultura material” se
transforma en documento arqueológico según el valor que le
otorga la memoria colectiva. Es la sociedad, en una época
posterior generalmente, la que de cierta manera “fetichiza”
determinados objetos a través de textos míticos, leyendas,
imaginarios y corrientes artísticas de mucha demanda para
luego convertirlos en reliquias sagradas o valiosa mercancía.
La baratija que ahora sepultamos en el jardín de nuestra casa,
se ha de convertir en un objeto apetecido cuando ochocientos
años pesen sobre él y los especialistas disfruten con ansiedad la
exploración de su significado, y cuando eso suceda, gran parte
de la magia se habrá perdido. No es igual el oro a la cerámica,
no es igual la vasija del agricultor a la del cacique, no es igual

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el bolígrafo con el que redacto este artículo al que utiliza
Gabriel García Márquez. La memoria parece otorgar más valor
a unos objetos que a otros, evidente reflejo de una sociedad
jerarquizada (cf. Funari et al., 1999). Todo esto explica porqué
la “tumba de María” es para los antropólogos diferente a la de
cualquier campesino. Pues bien, el análisis espacial del
cementerio de Santa Elena, como sitio efectivamente
arqueológico, demuestra que las jerarquías sociales no sólo están
reflejadas en el contexto funerario, sino que también están
involucradas en la formación de la leyenda isaacsiana, la cual
terminará afianzando el poder local a través del prestigio de
algunos linajes cuyo antepasado (tronco), según las tradiciones,
afirmaba haber “conocido” a María, y mas aún, haber participado
en el cortejo fúnebre hasta el lugar de sepultura de la novia de
Efraín. Así, por ejemplo, Eulalia Canizales repite lo narrado por
su abuelo Adolfo López: “Por ese camino venían ellos y la
bajaban, en La Honda la bajaron, y volvieron y siguieron hasta
allí al cementerio y ahí la enterraron. Y está allá la tumba de
María, ahí dizque la enterraron, me decía él, donde está la
cruz”1 .
Efectuado el levantamiento topográfico del cementerio, se
pudo comprobar algo que resultaba interesante para el
observador: la denominada “tumba de María” se ubicaba casi
de manera exacta en el centro del lote, lo cual no podía ser
atribuido al azar sino a un propósito cultural determinado por
quienes erigieron ese lugar de enterramiento. La misma
concepción del “centro” parece corresponder a un arquetipo
universal que expresa cierto nivel de dependencia o jerarquía
respecto de una imagen “sagrada”, tangible o intangible, a la
cual se atribuye un carácter primigenio, el origen de una

1 Entrevista, 27 de marzo de 1996

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comunidad dada, de un sistema de creencias que converge hacia
dicho objeto (Eliade, 1949). La formulación de la hipótesis ad
sanctos, según la cual las tumbas de Santa Elena convergían
hacia el monumento legendario, buscaba correlacionar este
problema con un tradición que nos enseñó don Antonio Guerao
(1909-2001) el 21 de diciembre de 1995: “Eso era una tumba
vieja [la de María] de madera que le han hecho un letrerito así
de ladrillo, al pie de un palo de guayabo [de gualanday]. El
cementerio estaba cercado de alambrado, entonces después
fueron sepultando así en redondo hasta que ya se llenó el pedazo
de terreno”
El análisis espacial, apoyado en cuatro cuadrículas virtuales
(A/1, A/2, B/1, B/2), trazadas desde el centro, es decir, desde la
tumba de María, facilitó que se analizaran independientemente
cada uno de esos sectores. Esta división permitió descubrir el
reflejo de las jerarquías sociales y la distribución territorial en
la manera como las sepulturas, asociadas paleográfica, epigráfica
y tradicionalmente con cada linaje (grupo que identifica al
antepasado común), se aproximaban o distanciaban del punto
de convergencia al tiempo que definían su inclusión en una
cuadrícula según el grupo de edad y de acuerdo a alianzas con
otros linajes. Así, por ejemplo, lejos de ser una simple
“coincidencia”, la cuadrícula A/1 se superpone al lugar de
enterramiento de los niños, mientras el análisis muestra una
fuerte asociación entre A/2 y algunos linajes que históricamente
son originarios del sur, antiguo emplazamiento del caserío de
Santa Elena (siglos XVIII-XIX). En cambio, linajes muy
ramificados y prestigiosos como López, García y Rodríguez no
sólo tienden a estar más cerca de la tumba de María, con mayor
frecuencia en el número de sepulturas, sino que por documentos
y genealogías (Archivo de la iglesia Nuestra Señora de
Chiquinquirá de El Cerrito) se pueden demostrar relaciones
sociales como el compadrazgo entre dichos ancestros y la familia

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Isaacs, la cual, como señalamos, vivió en la zona entre 1855 y
1858 (hacienda El Paraíso). La tradición oral, incluso, enfatiza
en el hecho de que los López estén involucrados con el origen
del cementerio.
Una población (N) compuesta de 288 tumbas y sometida a
una clasificación estilística y tipológica, permite discutir el
alcance de técnicas muy utilizadas para establecer cronologías
como la seriación: por un lado, el coeficiente de correlación (r)
entre la distancia al centro y la fecha más antigua inscrita en
cada monumento funerario es poco significativa (11%) y, por
el otro, la búsqueda de una curva lenticular en la seriación de
los porcentajes tipológicos ordenados por décadas, no es
completamente satisfactoria, pues algunos de esos grupos
permanecen aislados y no se ajustan a la normal, que surge,
aumenta y decrece cuando otro estilo funerario lo reemplaza
¿Explicación? Proponemos una: la fecha inscrita no corresponde
a la primera inhumación y tampoco es contemporánea con el
monumento erigido sobre ésta muchos años después; además,
se verifica que elementos posteriores (cruces, pedestales, etc.)
fueron reutilizados en tumbas más antiguas, tal como sucede
con la 207, que a pesar de tener inscrita la fecha “1912”, posee
una cruz del tipo 4 (1960-1969). Todo esto hace pensar que
clasificaciones y dataciones obtenidas a partir de motivos
decorativos y características físicas del material, pueden ser
dudosas en ocasiones; así mismo, la datación por asociación
resulta controvertida si examinamos la posibilidad de que
algunos objetos sean transmitidos generacionalmente hasta el
momento de ser integrados al contexto arqueológico, y si ese
objeto es susceptible de datación por radiocarbono, el
anacronismo se hace más interesante. En nuestras mismas casas,
a veces conservamos reliquias y pertenencias que fácilmente
pueden superar los cien años de edad; incluso, me pregunto si
los indígenas, por ejemplo, reactivaban la funcionalidad de

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aquellas hachas líticas encontradas al remover la tierra durante
las actividades agrícolas.
Así también, y de acuerdo a mi opinión personal, es evidente
que en el cementerio prehispánico de Coronado (Palmira - Valle),
los miembros de la sociedad o transición Bolo-Quebradaseca
(siglo XIII D.C) llegaron a reutilizar algunas sepulturas mucho
tiempo después de que los Malagana (siglos I - IX D.C)
abandonaran la zona ¿Esqueletos Bolo-Quebradaseca en tumbas
Malagana? La orientación de estos últimos, por cierto, estaría
determinada por el ajuste a un modelo cosmogónico en el que
la correlación astronómica y territorial jugaban un papel
importante en las concepciones de estas comunidades antiguas
(López, 1999). Señalo esto por una razón: aparentemente, los
primeros habitantes de Santa Elena, al margen de la autoridad
eclesiástica y el rito católico, sepultaron a los muertos mirando
al sur (lugar de origen) hasta que se hizo efectiva la sanción de
la parroquia de El Cerrito, la cual obligó a sepultar a los
individuos orientándolos hacia la salida del Sol, hacia el oriente,
como lo estipulaba el Ritual Romano.
Figura 1. Correlación espacial y etnoarqueológica de la Tumba de María. Cementerio
de Santa Elena. 1880 - 1996.

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Etnográficamente, se observa cómo este suceso histórico
facilitó el desarrollo de una serie de imaginarios populares
asociados a tesoros y luces en la noche y, sobre todo, a la
costumbre de ubicar la cruz a los pies del cadáver según reza la
creencia de que al llegar el fin de mundo, la persona resucita:
“... y se agarra de la cruz” para salir de la fosa2 . Esta serie de
valores culturales de carácter intangible no son observables en
el registro arqueológico. Podemos estar frente a una tumba con
el esqueleto orientado en sentido oeste – este y que, además,
ofrece un fragmento de cruz a los pies del individuo, pero no
podemos definir el texto oral, llámese mito o leyenda, sin recurrir
a la analogía etnográfica, un recurso al que directa o
indirectamente siempre han recurrido los arqueólogos desde
mucho antes de que se hablara de “etnoarqueología”. Cuando
no se tiene la ventaja de acceder a la tradición oral, a documentos
de archivo y a la lectura de pictogramas, la interpretación
adolece de unos recursos vitales para comprender el registro
arqueológico. Es así como los contextos prehispánicos que son
objeto de investigación, se ven sometidos a las conclusiones de
la estadística descriptiva y a una que otra referencia
etnohistórica que, audazmente, yuxtapone apreciaciones
etnocéntricas de los siglos XVI y XVII (no sometidas a la crítica
histórica y a la revisión de fuentes) a problemáticas
arqueológicas que se relacionan con otras condiciones
ambientales, con otros procesos adaptativos y con otros perfiles
demográficos, territoriales y culturales que tienen lugar en
siglos anteriores a la Conquista.
Al estudiar la leyenda de María Isaacs, se puede concebir
que todo registro arqueológico es producto de la integración
de factores económicos, psicológicos, tecnológicos, políticos,
religiosos y de todos aquellos componentes de una cotidianidad
donde los imaginarios y las cosmogonías son determinantes
históricos que generan distintas realidades, distintas

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interpretaciones de la vida. Fue curioso descubrir que el origen
de la llamada tumba de María se remonta a principios de 1880,
casi treinta años después que los Isaacs abandonaran la hacienda
El Paraíso, cuando el anciano sacerdote José Patricio Paredes
consagró el terreno donado por los López para el cementerio de
la naciente comunidad de Santa Elena. Allí, siguiendo las
exigencias del ritual, hizo erigir una cruz de madera alta en el
centro del lote, el lugar “sagrado” cerca del cual empezarían a
ser inhumados los miembros de algunos linajes que por su
prestigio y alcance económico, impulsarían la erección de la
primera capilla.
Antes de transformarse en la Tumba de María, el viejo
monumento funerario evolucionó desde un túmulo de calicanto
(calvario) hasta el pedestal de ladrillo y la cruz de hierro que
los turistas nacionales e internacionales reconocen y hasta rinden
culto desde que, en 1953, la Gobernación del Valle adquirió El
Paraíso y dio impulso a la leyenda. Antes, entre 1921 y 1922,
los antiguos santaeleneños habían presenciado la filmación de
la película muda de Máximo Calvo y Alfredo del Diestro; en
ella, los mismos habitantes trasladaron el cuerpo de la actriz
hasta el viejo cementerio. Generaciones después, los jóvenes
comentaban que sus antepasados habían visto cómo bajaban el
cadáver de María desde la hacienda: una dramatización que fue
integrada a la memoria colectiva como un acontecimiento
histórico (López, 2002). Esa misma memoria es la encargada de
que un objeto cualquiera, de que la “cultura material”, se vuelva
arqueológica. Manuel Santos Cabrera (1808?- 1933), un anciano
ciego, que según tradiciones familiares había conocido a María
cuando trabajaba para los Isaacs, afirmaba poco antes de morir,
a principios del siglo XX: “Era muy hermosa y todos la
queríamos por su simpatía. Desgraciadamente, pocos años
después murió y bajamos con el cadáver hasta el cementerio de
Santa Elena, cercano a esta chagra”. La búsqueda de aquella

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María histórica de los sueños infantiles, inspiradora de la novela
que el escritor Jorge Isaacs publicó en 1867, estaba a punto de
culminar, pero eso es otra historia.
El conjunto de estas apreciaciones me hace concluir que:
1) Es importante el desarrollo de un método integral para la
investigación antropológica: integración de fuentes,
integración metodológica, integración teórica.
2) La denominada Arqueología Histórica puede hacer
sustanciales aportes a la interpretación de los contextos
prehispánicos.
3) La Arqueología debe superar las limitaciones del pasado para
transformarse en un agente dinamizador que se involucre
con las problemáticas sociales. Pienso que sólo así, ganará
mayor alcance, reconocimiento y valoración. El interés de
varios especialistas por traducir los resultados a elementos
pedagógicos dirigidos a museos, escuelas, colegios y
universidades, constituye una buena alternativa para enlazar
el pasado con el presente, buscando que la proyección del
arqueólogo se haga más humanística, que no se reduzca a la
evidencia más antigua o al objeto más exótico de la región
menos explorada.
4) El ejercicio arqueológico no implica necesariamente la
práctica de la excavación. Muchos de los objetos y sitios
que nos rodean, y que aún cumplen una función social,
pueden ser analizados de acuerdo a metodologías específicas.
Tampoco implica la noción de antigüedad que
tradicionalmente se atribuye a la “cultura material”, sino
que depende de las transformaciones de la memoria colectiva,
ella juzga lo que es arqueológico o no.
5) Los criterios utilizados para definir lo que constituye el
patrimonio histórico y arqueológico de la nación no debe
basarse únicamente en cualidades estéticas, sino que debe
considerar valores intangibles como tradiciones legendarias

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o míticas, ceremonias, etc. (cf. Therrien, 1992), más allá de
una concepción fetichista y elitista de lo que debe ser un
“monumento nacional” ¿Qué otra cosa podría explicar el
hecho de que El Paraíso sea valorado porque allí vivió el
autor de María y de que, en cambio, el cementerio de una
población campesina como Santa Elena no tenga mucho
reconocimiento en el país?
El nuevo Plan Nacional de Cultura (2002: 37), ofrece una
visión distinta del patrimonio tangible e intangible: lo propone
como referencia de identidades “dinámicas” capaces de
establecer diálogos que motiven el impulso creativo para todos
los pueblos y comunidades de la nación. Objetos y relatos.
ad augusta per angusta

BIBLIOGRAFÍA

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Ministerio de Cultura.
THERRIEN, M. (1992). Preservación del patrimonio cultural nacional. Bogotá:
Instituto Colombiano de Antropología.

LUIS FRANCISCO LÓPEZ C.

Antropólogo de la Universidad Nacional. Actualmente es profesor de la Universidad


Autónoma de Occidente y de la Universidad del Valle, es también investigador asociado
del INCIVA. Sus temas de interés en investigación son los relacionados con
cosmogonías, formación de leyendas, simbologías y procesos bioantropológicos en
contextos prehispánicos, coloniales y republicanos.
Email: franlopez@eudoramail.com

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Historias arqueológicas
bajo el mar

Catalina García Chávez


Antropóloga Fundación Argos

Resumen

T eniendo en cuenta la importancia de un acercamiento académico y científico a


los sitios arqueológicos sumergidos, la investigación relacionada con estos se
aborda desde dos dimensiones diferentes pero muy relacionadas entre sí: la primera
de ellas hace referencia a los yacimientos sumergidos como resultado del momento
específico en el que se produce el naufragio; desde este punto de vista es posible
determinar, entre otras cosas, las causas que provocaron el acontecimiento. La
segunda considera que la investigación no puede desvincularse del contexto histórico
que rodeaba el viaje o la travesía por el mar. De ahí la importancia de combinar el
estudio arqueológico con aquel basado en documentos históricos, planteado a partir
de hipótesis científico sociales, pues la gran cantidad de información que proporcionan
estos hundimientos nos permite entender su significado a partir del conocimiento
del conjunto de hechos del que hizo parte. Con el ejemplo de los restos de un
naufragio que yacen en la Bahía de Cartagena y que se presume pertenecen a un
navío de guerra hundido a propósito por el Almirante Blas de Lezo, en 1741, se
exponen estas dos aproximaciones.

PALABRAS CLAVE patrimonio sumergido, Cartagena de Indias, historia naval, cápsula


de tiempo, arqueología subacuática.

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Abstract

C onsidering the importance of the academic and scientific approach to underwater


archaeological sites, the research relative to these is discussed from two different,
but much related, dimensions: the first one refers to the underwater sites resulting
from the specific time when the shipwreck occurred; from this point of view it is
possible to determine, among other things, the causes that provoked the event. The
second one considers that the research cannot be isolated from the historical context
surrounding the travel or voyage by sea. Hence the importance of combining the
archaeological study with data based on historical documents. Using social and
scientific hypothesis, the great amount of information these shipwrecks render allows
us to understand their significance within the set of events of which they were part
of. Taking as an example the remains of a shipwreck in the Cartagena Bay, presumed
to correspond to a warship sunk on purpose by Admiral Blas de Lezo in 1741, these
two approaches are explained.

KEYWORDS underwater heritage, Cartagena de Indias, naval history, time capsule,


underwater archaeology.

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Los relatos de infortunios y desastres en el mar son numerosos
y fascinantes, las eventualidades que acompañaban a navegantes
y aventureros en cada travesía por el océano y los imprevistos
propios de cada viaje hacían parte de la vida de quienes se
dedicaban a la exploración y conquista de nuevos territorios.
Las inclemencias del tiempo, los piratas, los rumbos
desconocidos, las cartas de navegación imprecisas y los
enemigos, entre muchos más, hacían de cada viaje una nueva
experiencia en la que los marineros se jugaban la vida. Su éxito
dependía no sólo de las habilidades de los navegantes sino de
la benevolencia de la naturaleza, de modo que el conocimiento
con el que contaban los hombres de mar era poco teniendo en
cuenta todos los riesgos y peligros que les deparaba cada
travesía.
El resultado de la combinación de estos factores, pocos de
ellos previsibles, era que algunas de las embarcaciones llegaban
a sus destinos mientras que otras fracasaban y sucumbían en el
intento.
Muchos de los desastres en el mar se debían a factores
climáticos, es decir que, pese a las habilidades desarrolladas
por los navegantes, sus embarcaciones estaban a merced del
estado del tiempo. Las desgracias podían presentarse en alta
mar o bien en sitios cercanos a la costa, en los que existía aún la
posibilidad de rescatar parte del cargamento del barco y, lo que
es más importante, salvar las vidas de los tripulantes.
Son estos sobrevivientes a las tragedias los que nos ayudan
a entender en el presente cómo era la vida de los marineros de
otras épocas. Las calamidades por las que estos hombres
atravesaban quedaban muchas veces plasmadas en diarios de a
bordo o en declaraciones en los que se narraban los hechos
sucedidos. Estos relatos acompañan el estudio de los naufragios
y, hoy en día, son herramientas que arqueólogos e historiadores

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emplean en las investigaciones sobre el estudio de la relación
del hombre con el mar en el pasado.
Actualmente, la arqueología aplicada a sitios sumergidos
se hace tan interesante como los relatos de otra índole. Los restos
materiales de los naufragios, a los que ahora tenemos acceso,
son producto de situaciones históricamente documentadas en
el pasado, por lo que la oportunidad de acceder a ellos bajo una
perspectiva científica, toma cada vez más importancia desde el
punto de vista de las ciencias sociales y humanas.
Dentro del marco de la arqueología histórica, la arqueología
subacuática proporciona evidencia circunstancial, en forma de
asociaciones materiales que pueden ser evaluadas en relación
con los acontecimientos históricos que se investigan (Gould,
2000). Esto quiere decir que bajo los vestigios culturales hay
historias por contar. Historias que pueden relacionarse con el
momento en el que la desgracia se produjo, así como también
con los procesos socioculturales de la época en la que
acontecieron los hechos.

El yacimiento arqueológico de El Conquistador

Teniendo en cuenta que en Colombia no se han divulgado


investigaciones en el campo de la arqueología subacuática, me
referiré brevemente al trabajo desarrollado en la Bahía de
Cartagena, por estudiantes de Antropología y de Restauración
y miembros de la Armada Nacional, como un ejemplo de las
iniciativas que proporcionan evidencia histórica y arqueológica
sobre este tipo de yacimientos en nuestro país (García y del
Cairo, 2002).
Plantearé en este caso las posibilidades que ofrece el estudio
e investigación en este tipo de sitios. Sin embargo, es importante
tener en cuenta que la arqueología subacuática no se basa

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solamente en el estudio de barcos hundidos en el mar, la gama
de posibilidades de investigación incluye cualquier huella de
actividad humana bajo nuestras costas, lagunas, ríos, ciénagas
y otros medios hundidos en el agua, en donde se encuentran no
sólo parte de las fortificaciones de las ciudades, como es el caso
de Cartagena y de la Isla de Tierrabomba, sino también sitios
arqueológicos como conchales, santuarios y lugares de
explotación económica, evidenciados mediante los objetos
asociados a estos vestigios culturales.
Para la práctica realizada en Cartagena, se contó con
documentos históricos e información proporcionada por buzos
y habitantes de la ciudad. Se propuso un proyecto de
investigación en el que uno de sus objetivos consistía en
comprobar si los restos de una embarcación que yacían en el
fondo del mar, cerca de las costas de la ciudad de Cartagena,
pertenecían a un navío de guerra hundido por el Almirante
Blas de Lezo en el año de 1741, en el transcurso de la batalla
conocida como “El sitio a Cartagena por parte de la Tropa Inglesa
al mando del Almirante Edward Vernon”.

Fuentes de información

Para ello se contaba, por un lado, con información histórica


referente a la batalla que enfrentó a ingleses y españoles por el
dominio de Cartagena de Indias, uno de los principales puertos
comerciales de la época, la cual definiría el poderío de una de
estas potencias europeas (Zapatero, 1978; Marco Dorta, 1988).
De otra parte, nos encontramos con información y datos
actuales sobre la presencia de restos culturales en la bahía de
Cartagena y que quizá coincidan con el sitio en el cual Blas de
Lezo, como un último recurso para no perder la batalla, hundió
a propósito sus únicos barcos restantes para impedir así el paso

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de las embarcaciones inglesas y forzar la retirada del enemigo.
Ahora bien, si unimos estos dos tipos de evidencias, tenemos
una historia que contar, un relato que contiene restos materiales
junto con información documentada del pasado, donde se narra
el desarrollo de la batalla según aquellos que la vivieron y
aquellos a los que les fue transmitida y que la plasmaron en
documentos que hoy rescatamos para la investigación.

¿Qué nos cuenta esta historia?

Basándonos en la definición proporcionada por la UNESCO


sobre la Protección Jurídica del Patrimonio Cultural y que dice,

Los pecios son inestimables para reconstruir estilos de vida


desaparecidos en tierra y representan un tesoro en cuanto se refiere a
conocimiento de la vida a bordo, a la construcción naval y a las rutas
comerciales. Un pecio es, pues, una cápsula del tiempo a la espera
de ser abierta desde que se detuvo el tiempo en el momento en que
el navío zozobró.
(UNESCO, 2001)

El estudio del naufragio puede ser abordado desde dos


dimensiones: una, que se refiere al yacimiento como un
elemento que en sí mismo nos proporciona datos sobre el hecho
propiamente dicho y, otra más, en la que la investigación nos
lleva a indagar sobre la situación por la que atravesaba tanto
Cartagena de Indias como Europa y el resto de América.
Si nos centramos en las circunstancias inmediatas que
causaron el desastre y desde el punto de vista de la evidencia
material con la que contamos, la investigación se desarrolla en
torno al momento en que la embarcación se hunde.

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El naufragio como cápsula de tiempo

Cuando se hace referencia a yacimientos arqueológicos


subacuáticos, una de las características más sobresaliente, y que
demuestra su importancia, es la de su función como “cápsula
de tiempo”, es decir, son el resultado de un momento particular
en la historia el cual ha quedado de alguna manera congelado
en el tiempo y que, por lo tanto, ofrece oportunidades únicas
de conocer los aspectos relacionados con el momento en el que
sucedió el hecho.
Bajo esta perspectiva, se presentan tres indicadores generales
que podemos identificar y que nos aproximan a las causas del
hundimiento:
- Los vestigios culturales en sí mismos que yacen en el fondo
del mar
- La posición del barco
- La disposición y asociación de los elementos que se
encontraban a bordo y que están dispersos en el lecho marino

¿Cómo se produjo el hundimiento?


En un primer acercamiento, el estudio se ha de centrar en
los restos de la estructura de la embarcación. Por el registro
arqueológico con el que contamos podemos afirmar que a la
embarcación hundida en la Bahía de Cartagena se le abrieron
una serie de agujeros al casco y luego se le prendió fuego. La
evidencia material muestra rasgos de madera quemada, y si se
realiza una investigación más profunda, podría llegarse a
comprobar que el casco de la embarcación sufrió daños, causados
con el propósito de llevarlo al fondo del mar antes de que
llegaran los ingleses.
Don Blas de Lezo era un hombre conocedor de las técnicas
de navegación y de las estrategias de guerra, debió pensar muy

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bien el posicionamiento de sus barcos y calcular el tiempo en
que estos demoraban hundiéndose, además que conocía la
profundidad de la bahía, por lo cual sabría que con esta
maniobra obstruiría el acceso de los enemigos. En efecto, la
evidencia que encontramos en el fondo del mar nos revela parte
de la estrategia que utilizó el español buscando no ser derrotado.
Teniendo, en cuenta los datos históricos podremos también
confirmar si, según las dimensiones establecidas para un navío
de guerra de la época, los restos que se encuentran en el fondo
pertenecen a un barco de tales características (Serrano Mangas,
1992).
Igualmente la posición del barco en el lecho marino cuenta
sobre el momento del hundimiento. Si queremos comprobar
nuestra hipótesis sobre la identidad de la embarcación, hemos
de remitirnos a los documentos escritos en los que se hace
referencia al momento en el que el almirante inglés Edward
Vernon alcanza a tomar el mástil del barco para moverlo de su
posición y así dar paso y entrada a la bahía a sus barcos y a su
tropa (Marco Dorta, 1988). Ello será muy importante durante
el desarrollo de la investigación arqueológica, pues de los planos
y mapas de la batalla se infiere que la posición original en la
que Lezo colocó la embarcación tenía una orientación oriente -
occidente y la posición en la reposan los restos de este naufragio
en particular es de norte a sur, producto de la maniobra
implementada por el almirante inglés.
El último de los indicadores se refiere al cargamento del
navío. ¿Qué encontramos en él? Superficialmente sólo quedó
visible el casco de la embarcación después de su hundimiento.
Algunos de los cañones se encuentran dispersos a lo largo del
sitio del naufragio, su número y disposición en el fondo podrían
comprobar otra de las características típicas de una nave de
guerra y, aún mas, proporcionar un acercamiento a los datos
sobre un navío llamado “Conquistador” y del cual se hace

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referencia en documentos históricos sobre la época en la cual
fue construido (Potter, 1988).
Sin embargo, no hay aparentemente ningún otro elemento
que pertenezca al cargamento de la embarcación. Las piedras
de lastre y los ladrillos representan una parte muy importante
dentro de los elementos fundamentales con los se contaba para
realizar un viaje a través del mar, o para darle mas peso a la
embarcación buscando hundirla rápidamente, pero ¿dónde está
el resto de los elementos? Es posible que las tropas españolas
contaran con el tiempo suficiente para sacar todo aquello que
les fuera útil de la embarcación, pero así mismo es posible que
los ingleses contarán con el tiempo no sólo para girar un navío
de 800 toneladas (Potter, 1988) sino también para extraer y
saquear el cargamento que podría servirle a sus tripulantes, y
que constaba no sólo de ollas, vasijas y algunas armas, sino
también de las partes propias y constitutivas del mismo, como
el mástil, la madera y demás elementos útiles para las
reparaciones y cargamento general de sus naves (Arrazola,
1955). Así que, teniendo en cuenta los relatos que hacen
referencia a la batalla, observamos que las fuentes que informan
sobre estos datos son muy escasas, y es la investigación
arqueológica sobre cada uno de estos aspectos lo que nos llevará
a comprobar o desechar nuestra hipótesis sobre si en verdad los
restos pertenecían al “Conquistador”.
Ahora bien, nos hemos referido a tres aspectos de los restos
materiales con respecto al momento en el que se produjo el
naufragio. Pero la investigación sobre los hechos va mucho mas
allá, pues paralelo a la historia del hundimiento hay una serie
de condiciones sociales que desencadenaron la pérdida del
barco.

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Contexto histórico del hundimiento
Al respecto, es necesario considerar no sólo las circunstancias
físicas que causaron el naufragio, sino que se hace indispensable
llamar la atención sobre los procesos sociales, políticos,
económicos y legales que rodearon el desastre (Schiffer, 1996).
Es así como las condiciones que produjeron el naufragio y las
consecuencias que de él se derivan, son tan significativas como
el hecho en sí mismo (Gould, 2000).
Basados en estos principios, es necesario ahora hacer énfasis
en los procesos socioculturales que acompañan el
acontecimiento y con la historia como herramienta para la
investigación, sabemos que mientras que España había decaído
como potencia naval, Inglaterra había aumentado y desarrollado
su poderío marítimo (Haring, 1939). De tal forma que para la
época en la que se llevó a cabo la batalla que pretendía sitiar y
tomarse Cartagena, los españoles se encontraban en desventaja,
lo que favoreció la confianza de los ingleses en el sitio a la
ciudad, a la que llegaron el 13 de junio de 1741 con
impresionantes tropas al mando del Capitán Vernon.
Dado que los españoles no contaban con las fuerzas
necesarias para rechazar el ataque inglés, una de las estrategias
para retrasar su llegada a tierra firme consistió en bloquear las
entradas a la ciudad hundiendo sus embarcaciones, esto funcionó
en cierta medida, pues los ingleses sufrieron de epidemias y
enfermedades que los diezmaron considerablemente en número.
Sin embargo, el enemigo logró avanzar hasta el canal principal
de la bahía razón por la cual Blas de Lezo utilizó como recurso
desesperado perforar y quemar sus dos últimos navíos de guerra
disponiéndolos de tal forma que impidieran el paso por el canal.
En esta estrategia no tuvo mucha suerte pues una de las
naves (el “Conquistador”) queda a media agua y la tropa inglesa
logra tomarla por el mástil y removerla para abrir de nuevo el
paso (Zapatero, 1979).

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La batalla termina cuando, a pesar de este incidente, los
españoles, bastante reducidos en número y casi derrotados,
logran atacar a los ingleses cuando estos intentan tomarse el
castillo de San Felipe de Barajas (Zapatero, 1979).
Ahora bien, en este contexto la investigación que se lleva a
cabo en el yacimiento nos lleva a plantearnos el porqué España
contaba con tan pocos navíos de guerra, armas y hombres, en
una situación en la cual su prioridad era mantener el control
de las colonias portuarias y comerciales y protegerlas de los
enemigos.

Situación de España e Inglaterra


Recurriendo a interpretaciones históricas recientes, se ponen
de manifiesto aspectos referentes a la ideología española con
relación a la visión que tenía sobre su dominio en las colonias y
de la cual nos habla García-Pelayo (1945), quien explica cómo
la corona aplicó su dominio en América basándose en políticas
de civilización enfocadas a la irradiación del orden de vida
occidental en el nuevo continente, mientras que Inglaterra
centraba sus fuerzas en aumentar su poderío naval, lo que se
tradujo finalmente en la desigualdad con respecto a la potencia
naval al momento de la batalla.
Sin embargo, los españoles habían invertido sumas
considerables en la fortificación de la ciudad, estableciendo en
ella un gran sistema de defensa (Lemaitre, 1983) lo que a la
postre significó su victoria sobre los ingleses.

El arte de la guerra
Las estrategias de las batallas navales son uno de los aspectos
que dan lugar a investigaciones a partir de los restos del
naufragio como producto de un hecho histórico. Dentro del
arte de la guerra entraban en juego muchos factores, pues no
era suficiente contar con la cantidad de tripulantes, ni el número

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de cañones o de pólvora en funcionamiento, sino que igual
importancia adquirían la disponibilidad de las provisiones, el
estado en el que se encontraban las embarcaciones, los brotes
de epidemias y enfermedades que los atacaban a bordo, entre
muchos otros aspectos que llegaban a ser factores decisivos en
el momento de ganar o perder una batalla (Martínez, 1999).

La piratería y el contrabando
Hay que tomar en cuenta otra consideración más que se
deriva de la investigación sobre el hundimiento, y hace
referencia a la importancia del comercio como parte del poderío
de un estado sobre otro. En este caso España sufría las graves
consecuencias del contrabando y la piratería, que para ese
momento hacían parte de los riesgos en las travesías marinas y
que afectaban considerablemente al gobierno español. Inglaterra
había desistido de convertirse en poderío comercial, mientras
que aumentaban en número y estrategia los piratas, filibusteros
y contrabandistas apoyados por la Marina Real inglesa que
atacaban las flotas españolas y portuguesas (Haring, 1939). Para
cumplir con este objetivo habían desarrollado técnicas de
navegación e ingeniería naval que fortalecían su experiencia
en marinería, aumentando así la desventaja española.
Todos estos aspectos, algunos de ellos vagamente enunciados,
hacen parte de la información que se deriva del estudio de los
restos de la embarcación hundida.
El caso que presenté tiene como desventaja el hecho de que
el sitio no ha sido excavado, por lo tanto la información que de
él se ha obtenido se deriva sólo del resultado de un registro
superficial que consta principalmente de parte del casco de la
embarcación, un número reducido de cañones, piedras de lastre,
ladrillos y un ancla que aparentemente pertenece al navío. Sin
embargo, al hacer referencia a este caso quiero enfatizar que es
un trabajo producto de una investigación corta llevada a cabo

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en Colombia y que hasta ahora comienzan a plantearse estudios
más profundos en estos sitios, lo que más adelante se reflejará
en nuevas y más interpretaciones referentes a dicho naufragio.
Así mismo, es importante tener en cuenta que las costas
colombianas han sido sistemáticamente saqueadas, por lo que
este yacimiento, como tantos otros presentes en la bahía de
Cartagena, ha sido alterado por procesos de dragado de la bahía
y de él se han extraído elementos muy significativos que nos
permitirían ampliar nuestro conocimiento y formular más
preguntas encaminadas a estudios mas profundos sobre este
tipo de sitios.
Sin embargo, no sólo las alteraciones producidas por el
hombre modifican los vestigios, los procesos físicos que afectan
los yacimientos sumergidos deben ser tenidos en cuenta en la
investigación arqueológica, pues la sedimentación y las
alteraciones naturales, propias del medio en el que se encuentra,
y que afectan a cada sitio, hacen parte de los factores que
intervienen en las inferencias que se deriven de la investigación.

Para finalizar

La imagen del navegante derrotado por la violencia del mar


era muy común en tiempos de los primeros navegantes, sin
embargo, el evento de la pérdida de una embarcación se debía
a muchos factores, contamos entre ellos a las tormentas y
huracanes, los piratas o las guerras. Y ahora, cuando nos
acercamos a un yacimiento sumergido de esta naturaleza,
podemos extraer de él tanta información como sea posible al
abordarlo desde una perspectiva arqueológica basada en
documentos históricos con hipótesis científico sociales.

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Los objetos del pasado poseen al mismo tiempo la
característica de pertenecer simultáneamente al pasado y al
presente y la investigación basada en estos parámetros nos
proporciona la oportunidad de hacer concretos los hechos
relatados en las crónicas de los viajeros, de extraer de ellos la
información que escapa a la historia. A su vez, son los registros
escritos los que nos proveen las bases para formular hipótesis
que deriven en investigaciones arqueológicas relacionadas con
los yacimientos marinos.
Las vías con las que contamos para acceder al pasado por
medio de los sitios sumergidos es amplia y es por esto que las
posibilidades de interpretación que ofrece a los investigadores
es inmensa e invaluable. La arqueología subacuática tiene la
prioridad de presentar una clara pintura, tanto como le sea
posible, de los procesos socioculturales que produjeron el patrón
observado en el registro; así pues la pérdida de una embarcación
se relaciona no sólo con un momento en el tiempo que produce
una unidad de investigación por sí misma, sino que el estudio
e investigación en los naufragios tiene como uno de sus
principales objetivos identificar y relacionar las asociaciones
físicas representadas en el sitio y las instituciones sociales que
convergieron en él.
El patrimonio sumergido debe ser entendido como un
conjunto de bienes culturales inmerso en un contexto que nos
permite entender su significado a partir del conocimiento de
las asociaciones de los vestigios y el contexto que rodeaba al
conjunto de hechos del que hizo parte del acontecimiento. Es
decir, la investigación de los vestigios materiales es importante
sólo al comprender el medio en el que el yacimiento se encuentra
incluido, lo que a la vez le confiere a estos sitios y a cada
elemento en particular las características de ser únicos y
particulares.

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Ha llegado el momento para que los arqueólogos
subacuáticos hagan un mejor uso de la arqueología como ciencia
para formular investigaciones mas serias acerca del
comportamiento humano del pasado en relación con el medio
ambiente marino.

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Madrid: Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de Cooperación
y Dirección General de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores.

CATALINA GARCÍA CHAVES

Antropóloga de la Universidad Nacional. Asistente en el Ministerio de Cultura en lo


relacionado con gestión cultural y el Sistema Nacional de Información Cultural (SINIC).
Sus temas de interés en investigación son el patrimonio sumergido, la arqueología
subacuática y la ingeniería y técnicas de construcción naval entre los siglos XV-XVII.
E-mail: mcatalinagarcia@hotmail.com

Historias arqueológicas bajo el mar Catalina García Chávez | 198

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Loza fina para
Bogotá:
una fábrica de loza del siglo XIX
María Carolina Lamo Mejía1
Restauradora de Bienes Muebles

Monika Therrien2
Departamento de Antropología
Universidad de los Andes

Resumen

E n Colombia, son pocas las referencias relacionadas con el estudio de la producción,


circulación y consumo de cerámica colonial y más escasas aún son las que aluden a la
loza industrial, por lo cual nos interesa abrir el camino a la investigación retrospectiva e
interdisciplinaria de algunos aspectos del contexto histórico en los cuales estaban inmersos
estas actividades. Se pretende entender cómo, fruto de los ideales de progreso propagados
por los industriales ingleses, se estableció en Bogotá una fábrica de loza fina en el siglo
XIX con la intención de introducir un nuevo orden socioeconómico y cambiar tradiciones
arraigadas en el régimen colonial. Con este objeto se aborda la tecnología de producción,
con sus estrategias de regularizar el trabajo y los estilos decorativos de la loza producida,
como forma de incidir en las prácticas diarias del consumo.

PALABRAS CLAVE arqueología industrial, cerámica industrial, Fábrica de Loza Bogotana,


siglo XIX, trabajo.

1 Parte de la información del artículo se basa en la tesis “Estudio de la cerámica


producida en la primera fábrica de loza fina en Santafé de Bogotá, siglo XIX..”
Universidad Externado de Colombia, 2000.
2 Actualmente dirige un proyecto interdisciplinario respecto al tema, “De fábrica
a barrio: Urbanización y urbanidad en la Fabrica de Loza Bogotana”.

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Abstract

I n Colombia there are few references related to the study on the production,
circulation and consumption of Colonial wares and even scarcer are those that
refer to industrial pottery. As such we are interested in opening the path for
retrospective and interdisciplinary research on some aspects of the historical context
in which these activities were immersed. The objective of this paper is to understand
the purported effects that a factory for fine pottery established in Bogotá in the 19th
century should have in this environment. A new socioeconomic order and the ending
of traditions rooted in the Colonial regime were expected, based on the ideals of
progress divulged by English industrialists. With this in mind the production technology,
including its work regulation strategies and the pottery decorative styles, as a way of
influencing daily consumption practices, will be discussed.

KEYWORDS industrial archaeology, industrial pottery, Fábrica de Loza Bogotana, 19th


century, work.

Loza fina para Bogotá María Carolina Lamo / Monika Therrien | 200

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En Colombia no se ha estudiado con suficiente profundidad
la producción y uso de la cerámica para los períodos posteriores
a la conquista, lo que conduce a que los materiales no sean
debidamente identificados en el registro arqueológico de los
diferentes tipos de proyectos: reconocimientos regionales,
excavaciones o en la restauración de bienes inmuebles
patrimoniales, ni sean valorados en sus múltiples dimensiones
en los museos y las colecciones particulares. Dado que la
búsqueda y hallazgo de estos bienes se contemplan como
actividades importantes para la promoción del patrimonio
cultural del país, se hace necesario su identificación, valoración,
documentación y conservación.
Los materiales cerámicos que circularon por la Nueva
Granada, durante los períodos colonial y republicano, fueron
muchos y muy variados (Therrien et al., 2002), no obstante,
constantemente en los estudios arqueológicos se alude a ellos
genéricamente como “modernos”, mientras que en el campo de
la restauración de bienes muebles son menospreciados ante la
gran significación otorgada a los materiales prehispánicos como
objeto de culto nacionalista. Paradójicamente, tan solo uno de
tantos tipos de cerámica, la loza elaborada industrialmente, fue
considerada a la vez el oficio y el instrumento que podría
contribuir con el proceso social y económico de configuración
del naciente estado nacional colombiano en los albores del siglo
XIX. Resulta entonces indispensable entender los múltiples
significados y utilidades de dichos materiales culturales en la
interacción humana, durante los periodos históricos.
Con este objeto, se parte de una perspectiva que posibilite
conocer a partir de las industrias, de la Fabrica de Loza Bogotana
específicamente, cómo se constituyeron y consolidaron prácticas
económicas e identidades sociales en torno a éste fenómeno
particular y que caracterizaron los ideales de la época. En el
seno de la fabrica se configuran y reproducen relaciones

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humanas (obrero-patronales) cuyas características adquieren
una identidad propia (de orden-disciplina-mando) y es dentro
de ella que se comparten rutinas (trabajo y cohabitación) y
significados culturales comunes que median en las relaciones
(interés colectivo, particular, de progreso). De esta manera,
mediante un innovador proceso tecnológico, el industrial, y
una clase de producto singular, la loza fina, se pretendió insertar
a los nacionales en el advenimiento de la modernidad y sustentar
la economía del estado en formación, basada en la producción
y circulación de mercancías.
El análisis aborda el origen y ubicación de la fábrica, el
contexto de las relaciones económicas y sociales poco después
de la independencia, el contraste con la producción de loza en
Inglaterra, así como las técnicas de producción: la capacitación
y el desempeño de los empleados en la producción local de loza,
a través de las enseñanzas de técnicos extranjeros. Así mismo,
en cuanto a la mercancía resultante se describen los criterios
de gusto dominantes como recurso ideológico civilizador, con
diseños artísticos traídos del exterior al igual que otros
inspirados en artistas colombianos.
La base del análisis la constituyen tanto las piezas cerámicas
identificadas en distintos museos de Bogotá: Museo del Siglo
XIX, Museo del 20 de Julio, Museo de Arte Colonial, Museo
Nacional, Museo del Chicó y colecciones particulares, así como
fragmentos obtenidos a través de excavaciones arqueológicas
(Benavides, 1992; Therrien, 1996-1997). A estos últimos se
les efectuaron secciones delgadas, con el objeto de determinar
otros posibles criterios de diferenciación entre los materiales
locales e importados, además de los decorativos, como el de la
pasta. Los resultados iniciales muestran características
distinguibles entre unos y otros (cf. Lamo, 2000).

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Progreso y modernidad

En los inicios del siglo XIX, formuladas unas bases


ideológicas iniciales que pondrían en marcha la organización
del territorio y del Estado “independiente”, entre los proyectos
que buscaron emprender algunos de sus gestores intelectuales
estuvo el de potenciar la economía y cortar con las prácticas
que los aferraba al régimen colonial:

Hasta 1810 en que felizmente las colonias españolas se separaron


para siempre de la Madre Patria, los americanos tuvieron que pasar
por todas las desventajas y por todos los sacrificios que debía
naturalmente traerles el comercio indirecto de esta clase sostenidos
tenazmente por la corte de Madrid en favor de unos pocos
peninsulares. ¡¡¡Qué vasto campo se ofrece aquí a las reflexiones del
patriota, y al amigo de la humanidad, para confusión eterna de los
que todavía suspiran por aquel orden de cosas tan absurdo, como
injusto y gravoso a los americanos!!!
(CUALLA, 1952: 65)

El contagio por el progreso y sus bondades no sólo se


limitaba a lo que de éste se decía en el exterior, también, poco
después, internamente, se pontificó sobre las bondades de las
industrias y el comercio. Era claro que ellas se constituirían en
el mecanismo de financiación de los ideales políticos del Estado
nacional y de los particulares de la elite que lo gobernarían
(directa o indirectamente). Pero más importante aún, la
actividad comercial sería uno de tantos instrumentos con los
cuales se modernizarían las costumbres y hábitos tradicionales
de la mayoría de los habitantes:

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El comercio dice Robertson tiende sobremanera a aniquilar aquellas
preocupaciones que alimentan la animosidad y el odio entre los
pueblos: dulcifica y pule las costumbres del hombre: los une por el
lazo más fuerte que la sociedad tiene, y los obliga a suplirse
recíprocamente sus necesidades: los dispone a la paz: promueve en
todos los estados diferentes de la vida el amor al orden, y los compele
a constituirse por su propio interés, los guardianes más celosos de la
tranquilidad pública. Tan luego como el comercio adquiere vigor y
comienza a tomar ascendiente sobre la sociedad, vemos que genio
más benéfico anima la política, las alianzas, las guerras y las
negociaciones de las naciones entre sí, y a medida que ha influido
sobre los países de Europa, los ha obligado a dirigir su atención
hacia objetos y costumbres que distinguen y forman las naciones
civilizadas.
(CUALLA, 1952: 62-63)

Ya en Europa y en Estados Unidos los alcances de la


industrialización no sólo eran una expectativa sino que los
resultados comenzaban a vislumbrarse de manera notoria, al
punto en que sus manifestaciones, medidas especialmente en
la opulencia económica resultante de la producción y
circulación de bienes, servían de referencia para las
comparaciones efectuadas por los viajeros en sus travesías por
distintos países. De ahí que se multiplicaran las necesidades
sentidas por la elite neogranadina de emprender de manera
autónoma estas tareas de cambio social y de productividad
económica, y con ello sustituir las importaciones procedentes
de Europa, principalmente. Inicialmente esta empresa la
acometieron en 1832 Rufino Cuervo (eminente estudioso del
Derecho, a la sazón Gobernador de Bogotá), el coronel Joaquín
Acosta (además de militar, historiador, bibliófilo y político al
igual que Cuervo), Nicolás Leiva, José María y Rafael Álvarez,
José de Jesús Oramas, Ángel María y José María Cháves y Luis

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María Montoya, quienes crearon la «Sociedad de Industria
Bogotana» con el objeto de establecer una fabrica de loza fina,
mediante privilegio otorgado por el Congreso (cf. Vargas, 1883;
Ortíz, 1964; Historia de Bogotá, Tomo II, 1989).
Sin embargo, desde sus inicios esta tuvo que sortear varios
tropiezos. En el transcurso de dos años compraron el predio e
iniciaron la construcción de la fábrica, e importaron de
Inglaterra el equipamiento (maquinaria, moldes e insumos) y
dos operarios, todo traído por Joaquín Acosta. A pesar de los
ánimos y expectativas, la noche anterior a su apertura, en 1834,
se incendió la edificación. Los costos de la empresa y los
insucesos llevaron a que uno tras otro los socios vendieran su
parte de la sociedad, pasando entre otras por las manos del
nefando Judas Tadeo Landínez, quien con sus estratagemas
financieras por poco quiebra a este y otros negocios y con ellos
al país. A pesar de ello, la fábrica logró sobrevivir en propiedad
de Nicolás Leiva, quien asumió el control desde 1845 hasta su
muerte, acaecida en 1887, después de lo cual subsistió en manos
de sus operarios aparentemente hasta entrado el siglo XX (se
desconoce aún la fecha de cierre).
Desde el punto de vista político económico el incipiente
Estado nacional que emergería del territorio neogranadino, se
enfrentaba a dos sistemas que afectaron de diferentes maneras
la estabilidad de la fábrica: de un lado, el sistema proteccionista,
con el que se facilitó en la década de 1830 la fundación y
funcionamiento de ésta y otras industrias (vidrio, papel,
textiles) a través de medidas y exenciones que favorecieron la
producción local (Ospina Vásquez, 1955) y, el otro, el
aperturista, instaurado periódicamente, con que se consintió
la importación de bienes para todo el territorio nacional,
compitiendo con los productos internos (Ocampo, 1998). En
estos vaivenes de las políticas económicas de los gobiernos de
turno, se estableció y se mantuvo en pie la fábrica por casi 70

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años. De ahí que, a lo largo de este tiempo, a los industriales se
les percibió como una elite comprometida con la empresa, más
por empeño patriótico que por ambición personal:

En algunos héroes (llámese en un comienzo patriotas) del trabajo es


probable que esa particular manera de percibir su actuación como
empresarios y el carácter de su prestigio e imagen social impusiera
un rumbo particular a su conducta. Tanto el público y allegados en
el entorno social, como el empresario en sus motivos y acciones
parecían igualmente permeados de esa esencia heroica del trabajo y
la empresa, de modo que los elementos de lucro material y el éxito
quedaban en segundo plano.
(VALERO, 1999:55)

Otros datos indican que aunque los gastos y pérdidas de


estas iniciativas podrían interpretarse como los principales
motivos para que los políticos e intelectuales abandonaran tales
empresas, las razones podrían encontrarse también en las
dificultades experimentadas en el intento de incidir y controlar
las tradicionales formas de comportamiento de los operarios,
reclutados entre la población de mujeres, niños huérfanos y
vagos que deambulaban por los arrabales de la ciudad. Es
probable que tal tarea resultara agotadora y desesperante, como
ocurría en otros países:

Para algunos las tensiones fueron agonizantes. Sidney George Fisher,


el caballero de Philadelphia quien desesperadamente añoraba
dedicarse por completo a su cultura mental, sufría con la necesidad
de verse involucrado en negocios. Él escribió ‘los negocios y hacer
dinero, para alguien que ha probado este placer intoxicante, son
detestables’ a lo cual agregó que los hombres de negocios ‘viven en
un mundo muy básico e inferior’. La idea de pulir costumbres y el

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comercio eran como el agua y el aceite y Fisher no encontró la manera
de mezclarlos.
(BUSHMAN, 1993: 412)

Con el sólo seguimiento de las actividades que retomaron


los gestores de la idea de la fábrica de loza una vez la vendieron
(Acosta como director del Museo Nacional y luego como
secretario de Relaciones Exteriores, por ejemplo, o Cuervo como
vicepresidente de la república), bastaría para poner a prueba el
carácter amplio y profundo de las nociones de progreso que
deseaban introducir, más allá de las meramente relacionadas
con el avance económico y el bienestar material del país. En
cuanto a la viabilidad de la empresa, esta quedaría en manos de
un grupo de comerciantes, quienes liderarían (¿a medias?) el
proceso de transformación ideado originalmente por las
próceres y héroes de la Patria y a quienes se les conferiría estos
atributos sobrehumanos también.
Cabría preguntarse ¿Cuáles eran esos cambios específicos
que quería introducir esa elite política e intelectual? ¿Cómo
afectaron el desarrollo industrial y social del país las nociones
particulares de progreso que buscaron implantar? ¿Cómo
modelaron estas ideas los espacios físicos y sociales de un sector
de la ciudad?
Aunque escasos, existen indicios que arrojan algunas
evidencias sobre esas nociones de progreso que buscaban ser
impuestas con claras intenciones de romper con prácticas
tradicionales fuertemente arraigadas. Este cambio incluía la
transformación del ser urbano y del paisaje urbanístico de los
arrabales de Bogotá, así como del entorno de las áreas de
producción, en particular:

Situada la dicha fábrica al sudeste de la parte alta de la ciudad, se


llega al sitio de los edificios después de recorrer un corto camellón

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empedrado, que tiene a uno y otro lado algunos sauces, nogales,
cerezos, retamos y viejas matas de rosas, y descuella en la portada un
frondoso fresno cubierto constantemente de vistosas y amarillas flores.
(VARGAS, 1883: 286)

Adicionalmente a esta descripción del exterior, se aludía a


la existencia de espaciosos patios internos, igualmente
separados por sembrados de flores, todo lo cual brindaba un
aspecto muy diferente al que ofrecían la explotación de canteras
de cal y arcilla así como los tejares aledaños a este nuevo paisaje
industrial

Figura 1. De la fábrica de loza se


han encontrado varios documentos
gráficos, entre estos una acuarela
sobre papel con el título “Fábrica
Colonial”, pintada en el año de 1907
por Ricardo Moros Urbina, 20,2 x
30 cm., propiedad del Museo
Nacional de Colombia. En ella se
observa un cerramiento en tapia
pisada, un horno hexagonal con su
respectiva chimenea y el depósito y
las oficinas construidas en tapia pisada y el techo en teja de barro española; se destaca
el ambiente campestre rodeado de árboles y enmarcado, al fondo, por los cerros
orientales.

De otra parte, se esperaba que los cambios en el aspecto de


este sector de la ciudad incidieran a la vez en las formas de
habitar de los operarios, mediante el control en los diseños de
sus viviendas y en los espacios de producción:

Las casas [de los operarios] estaban hechas con base en el mejor modelo
europeo y se observaba en la fábrica un gran orden y cuidado, se

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hallaba en medio de terrenos muy extensos y encerrados entre un
sólido muro.
(STEUART, 1989: 128)
En cuanto a los productos industriales, como la loza, se
estimaba que no solo poseían un valor económico intrínseco
sino un valor social. El proceso productivo en si se percibía
como capaz de ennoblecer a las tan despreciadas capas bajas
urbanas:

...la fabricación de las vajillas y utensilios de tierra cocida, o de


porcelana, exige toda una serie de operaciones, siempre largas y
difíciles. Ella señala, pues, los primeros pasos del hombre en la vía
de la civilización y de las artes.
(VARGAS, 1883: 285)

Así también con sus productos se anhelaba fortalecer la


configuración de una clase media como consumidora y reproductora
potencial de la economía nacional. Los bienes provenientes de la
incipiente industria pretendían ser asequibles en comparación con
los importados y diferentes de los productos locales, elaborados con
técnicas tradicionales, de apariencia burda y barata y, por ende, de uso
popular.
Hoy en día, de la fábrica se conserva buena parte de la estructura
principal, uno de los molinos y algunas de las viviendas de los
trabajadores, externas al edificio. Todos estos inmuebles, que aún
subsisten, se encuentran ocupados bajo la modalidad de inquilinato.
Así, por ejemplo, las características del molino, una estructura sólida
dada por el espesor de los muros y su armadura en hierro, permitieron
dividirlo en dos niveles donde en cada uno de ellos habita una familia,
mientras que el edificio de la fabrica lo comparten al menos 30
familias. Los predios que alguna vez ocupó esta industria hoy
conforman el barrio Antigua Fábrica de Loza, cuyos habitantes
guardan piezas completas y fragmentadas de loza, encontrada

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ocasionalmente en la
remoción de pisos, no tanto
como memoria del pasado
o por la importancia de la
fabrica sino como posible
mercancía cuyo valor
puede satisfacer sus ideales
actuales de progreso.
Foto 1. Molino de la antigua fábrica, hoy vivienda
(foto tomada por el padre Edisson Sahamuel, 1998).

Producción de loza en Inglaterra

Aunque existe información acerca de la Fábrica de Loza


Bogotana aún se desconocen algunos datos sobre la fundación
y el proceso de producción. De alguna manera la industria de
Inglaterra nos puede dar luces al respecto puesto que para el
establecimiento de la fábrica se trajeron técnicos ingleses y,
además, se importó de ese país la maquinaria, los equipos y los
moldes necesarios para la producción de la cerámica (Ortíz,
1964).
Una de las más prominentes fábricas fue la de Etruria,
establecida por Josiah Wedgwood y que a que a fines del siglo
XVIII ya contaba con unos 700 trabajadores (Ashton 1994).
Aunque las cifras muestran un variado rango de edades y de
género (entre 6 y 80 años), la ocupación de esta fuerza laboral
se distribuía de manera desigual en el proceso de producción y
ello dependía de las subdivisiones existentes en el mismo espacio
físico: una correspondía al de la elaboración de las vasijas, que
comprendía el trabajo de la arcilla y el moldeado de los
recipientes, y el otro, al departamento de acabados, en donde

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se decoraban las piezas, se apartaban y se empacaban (Dupree,
1995).
En el primer departamento tenían cabida los hombres
jóvenes quienes se encargaban de preparar la arcilla de manera
que quedara en óptimo estado para evitar su fractura al ser
horneada. Aunque en el moldeado participaban tanto hombres
jóvenes como mujeres, el grueso de la fuerza laboral lo
constituían los hombres adultos quienes eran los encargados
de tornear, poner asas y de presionar la materia para conseguir
las formas de los platos, tazas y jarros. Una vez estuvieran listas
las piezas estas eran horneadas por primera vez, tarea a cargo
de los hombres también, tanto de los que elaboraban los
contenedores dentro de los cuales se introducían los objetos de
arcilla cruda, como de aquellos que los introducían en el horno,
los que cuidaban el horno y los que encendían y mantenían el
combustible y decidían cual era la temperatura y el tiempo de
cocción correctos.
La mayoría de mujeres y niñas, por el contrario, tenían mayor
cabida en el departamento de acabados. Desde los 11 o 12 años
las niñas eran entrenadas para pintar la cerámica, lo hacían en
un cuarto que compartían con otras 10 a 30 niñas o mujeres
jóvenes bajo la supervisión de una mujer adulta. Los pocos
hombres que se encontraban en este departamento tenían la
tarea de sumergir las piezas en el plomo líquido que le daría el
brillo tan anhelado para semejarse a la porcelana.
En este escenario, a finales del siglo XVIII, el proceso
industrial consolidó su manufactura en cadena de la loza, lo
que agilizó su producción; no obstante, la decoración manual
retardaba de nuevo la salida del producto final. La técnica del
transfer-print o pintura por transferencia, implementada a
comienzos del siglo XIX, así como la variante del flow blue o
azul diluido, de rápida aceptación en el mercado inglés y que
tuvo su auge desde 1825 hasta 1925 (Snyder, 1995), aceleraron

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el proceso y se impusieron como el estilo decorativo por
excelencia; ello no obstó para que la decoración a mano se usara
de manera paralela a estas nuevas técnicas.
La loza inglesa producida desde el final del siglo XVIII y
principios del siglo XIX dio lugar al acceso de una cerámica
barata y durable, similar a la tan deseable porcelana china de
exportación, en la que sus colores predominantes fueron la
combinación del azul y el blanco. El material decorado con la
técnica azul diluido continuó produciéndose en Inglaterra hasta
el año 1925, mientras que los decorados con pintura por
transferencia aún se elaboran, principalmente en los talleres de
Stoke-on-Trent y Staffordshire.
Hacia finales de 1830, esta loza se popularizó en los
mercados de Norteamérica, lo cual dio inicio a su producción
local también, aunque con mucha resistencia por parte de los
industriales ingleses, quienes hasta entonces habían logrado
mantener la prohibición de autorizar la migración a otros países
de sus ceramistas (Ewins, 1997). El motivo decorativo más
popular presentaba rasgos chinescos y fue conocido como
willow pattern (el motivo del sauce), aunque paradójicamente
no procedía de la China. El dibujo central, con ciertas
variaciones, siempre incluye un templo, unas figuras cruzando
un puente y un paisaje de fondo con una pagoda, debajo de dos
pájaros que representan a una pareja de amantes; el borde, por
su parte, presenta un diseño altamente geométrico.
Probablemente la diseñó Thomas Minton, de la factoría
Caughley, en Shropshire, alrededor de 1780 y desde entonces
ha sido copiada por todas las fábricas importantes (Knowles,
1998).
Desde 1825 la comercialización de la loza fina por parte de
los europeos se incrementó y podría decirse que desde entonces
llegó prácticamente a todos los rincones del globo. Como
estrategia para promover su consumo, así como por

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motivaciones artísticas e ideológicas, los motivos decorativos
cambiaron a lo largo del tiempo, lo que hoy además representa
un indicador cronológico importante. Según un estudio
realizado por Samford (1997:24) sobre la loza decorada
mediante la técnica de pintura por transferencia, los diseños
centrales más importantes de esta loza foránea fueron: el chino/
chinesco (usado entre 1783-1834), paisajes americanos e
ingleses (1793-1868), históricos americanos (1785-1880),
paisajes exóticos (1793-1868), romántico (1793-1870), clásico
(1793-1868), floral (1784-1869), pastoral, gótico (1818-1890)
y japonés (1864- 1907).
De otra parte, para la cerámica azul diluido se proponen
tres periodos decorativos: uno Temprano, otro Medio y uno
Tardío, también llamados periodos victorianos: “estos nombres
dados en honor a la reina Victoria de Inglaterra quien ascendió
al trono de ese país en 1837 y terminó su reinado en 1901”
(Snyder, 1995:11). Estos periodos comenzaron un poco antes y
terminaron un poco después de haber finalizado su reinado.
Los modelos, diseños y temas son fácilmente reconocidos a
través de cada periodo, con ciertas excepciones durante los años
de transición entre uno y otro periodo. En general, en el período
Victoriano Temprano se usaban modelos basados en los de la
porcelana china importada, especialmente, y en las escenas
románticas. A su vez, en el período Victoriano Medio se usaron
motivos florales y orientales chinescos. Por último, los diseños
japoneses y los inspirados en el Art Nouveau proliferaron
durante el período Victoriano Tardío.
Varios autores afirman que esta loza inglesa suministró
artefactos durables a precios moderados, en efecto, mucho más
baratos que los de la porcelana proveniente de la China, diseñada
y usada para comidas sociales y servir el té; esto llevó a que se
constituyera en herramienta para la elevación del estatus social
a una emergente clase media durante la era victoriana. No

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obstante, el que la loza fuese muy durable, hacía innecesario
cambiarla con frecuencia, a no ser que se quisieran variar los
motivos decorativos, por lo cual, para captar nuevos
consumidores, se hizo indispensable rebajar su precio. Ello
condujo a su posterior popularización, dejando de lado la
posibilidad de servir como marcador de distinción
socioeconómica.

Tecnología de producción local y regularización del trabajo

Una de las más importantes innovaciones introducidas en


la fabricación de loza consistió en el incremento de las
divisiones en las etapas productivas, esto implicó contar con
uno o más operarios especialistas en cada departamento y se
tradujo en una mayor diferenciación en la espacialidad del
edificio. Con ello se pretendía confrontar los hábitos de talleres
artesanales, al menos de los cerámicos, los cuales habían
proliferado sin ningún control (social o de calidad) en los
arrabales de la ciudad. Así la fábrica de loza fina fundada en
Bogotá, derrochaba todas estas características, según la visita
efectuada en 1837 por Gerónimo Torres – Vicente De la Roche,
por solicitud del gobernador:
Encontramos en él una fábrica de considerable extensión, sólidamente
construida, con todas las oficinas, hornos, aparatos, almacenes y
apartamentos, necesarios para su destino: compuesto de trece oficinas
principales para la preparación de las pastas, construcción de las
piezas, barnices, adornos de pintura y grabados, moldes, etc. Siete
hornos, entre ellos dos de Slip para la evaporación de las pastas, y los
demás para el cocimiento de la loza, su vidriado, dorado,
experimentos y demás, de completa capacidad y sólida estructura.
Tres estufas, dos molinos de caballos, para la distribución de los

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materiales. Varios depósitos de loza en bizcocho, y ya concluida.
Sesenta y un operarios del país en ejercicio y cuatro extranjeros,
fuera de dos directores, el administrador y el portero.
(ORTÍZ, 1964: 1996-1997)

La fábrica bogotana de loza dio origen a un proceso de


fabricación y comercialización inexistentes para la época, en
efecto, se pasó de una producción artesanal de cerámica de barro,
a una de loza fina, lo que dio lugar a una capacitación particular
de la mano de obra local, la que probablemente incluía a la
población femenina e infantil, como sucedía en Inglaterra
(Dupree, 1995), y a una actividad industrial de producción en
cadena. Así mismo, de una población “suburbana” y artesana
se pasó a una de operarios urbanos con división del trabajo y
funciones productivas. Para mayor control, los trabajadores de
la fábrica contaban con alojamiento dentro del edificio así como
en casas construidas alrededor de este, rodeadas por un muro y
recibían dotación personal consistente en una ruana, cobija,
cotizas y esteras.

Procesos y técnicas

Las diferentes etapas seguidas en este nuevo proceso de


producción de loza industrial (inglesa o de otra) fueron: a)
Obtención y preparación de los materiales, b) Preparación del
“cuerpo” de arcilla, c) Moldeado, d) Acabado y tratamiento de
las superficies, e) Secado, f) Decorado, g) Cocción, h)
Tratamiento postcocción. A continuación se analizan algunos
pasos de acuerdo con la información suministrada por la visita
de Torres y de la Roche en 1837 y que indican cómo se pretendió
introducir cambios drásticos en los hábitos productivos,
mediante rutinas que en apariencia exigían orden y disciplina.

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Obtención y preparación de los materiales:
La caolinita es la arcilla requerida para elaborar la loza industrial,
de fácil obtención en la Sabana de Bogotá, la cual era extraída y
transportada a un depósito dentro de la fábrica. Sobre el
reconocimiento de la calidad de la misma, existían discrepancias
de acuerdo a quién y cómo se establecía. Según Torres y de la Roche:

Al efecto indagamos la composición química y mecánica de las pastas; y


de los informes que recibimos resulta que los directores conocen
científicamente la primera y que emplean con propiedad la segunda.
Que se cuida además de darles la plasticidad y homogeneidad
convenientes...
(ORTÍZ, 1964: 1997)

Mientras que el viajero inglés John Steuart, quién visitó la


Nueva Granada entre los años 1836 y 1837, aunque alababa el
orden y cuidado de la fábrica de loza, criticaba la capacidad de la
mano de obra local y los métodos extractivos de la arcilla, lo que
obligaba a los técnicos ingleses a adelantar experimentos para
comprobar la calidad de esta:

...es verdad que la tierra abunda en todos los materiales necesarios para
el negocio, pero estos deben ser traídos de cierta distancia mediante el
lento e inseguro método de los nativos, a quienes, si se les dice que
recojan tal tipo de tierra coloreada es seguro que se irían a las montañas
situadas a dos días de viaje, para regresar con una buena cantidad de
material distinto al ordenado y al precio de 20 reales. Los minerales y las
arcillas han de ser buscados y extraídos con laboriosidad y luego probados
experimento tras experimento, antes que se pueda obtener de ellos
cualquier resultado cierto; y todo es hecho por cuatro trabajadores
extranjeros que a menudo fracasan en la operación, por su disipación y
descuido.

(STEUART, 1989: 128-129).

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Preparación del cuerpo de arcilla:
Luego de su obtención, las arcillas eran molidas y tamizadas
en la fábrica:

Se les daba la conveniente igualdad de composición y densidad.


Observamos que el lavado, la trituración, la mezcla y batido de las
materias se practicaba con la debida regularidad en los pozos, molinos
y aparatos que hay en buena confección.
(ORTÍZ, 1964: 1997)

No obstante, pese a los esfuerzos por introducir la


maquinaria industrial necesaria para emprender cada paso del
proceso, también se implementaron otros mecanismos
tradicionales para llevar a cabo algunas tareas, como el uso de
animales de tiro: “el molino que mueve una bestia, cubierto
también por un techo de forma redonda; molino que tritura y
reduce a polvo fino los materiales que forman el esmalte”
(Vargas, 1883: 286).

Moldeado:
La técnica usada en la fábrica era la del moldeado. Esta
consistía en introducir el material preparado en moldes
previamente seleccionados con el fin de obtener los objetos
deseados tales como platos, pocillos, jarras, etc. Estos se secaban
en un cuarto especial o se introducían en un horno especial
para secar los platos, una vez perdida buena parte de su humedad
se desmoldaban:

Las piezas que vimos construir en bosquejo, como sus moldes,


tomaban bajo la mano del obrero, y en la imposición, todas las formas
e impresiones que se deseaba... Vimos ejecutar con destreza, tanto
en bosquejo como en moldes, la hechura de varias piezas de formas
elegantes y de las más difíciles, tornear y perfeccionar.
(ORTÍZ, 1964: 1997)

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Los moldes, adquiridos en Inglaterra por el coronel Acosta,
constituyeron toda una novedad frente a las formas tradicionales
de producción, por rollo o torno, con lo que paso a paso se
pretendía erosionar las prácticas artesanales y hacer posible la
creación de nuevos y variados artículos y de nuevos usos, poco
conocidos en la Nueva Granada.

Decoración:
“...pinturas al pincel y con grabados...” (Ortíz, 1964: 1997)
fueron las técnicas decorativas utilizadas en la fábrica de loza.
En las piezas identificadas en museos y colecciones se observa
que usaron la técnica de impresión por calco o calcografía,
también conocida como pintura por transferencia (transfer
print), así como la del azul diluido (flow blue). Sin embargo,
también existía la posibilidad de producir loza sin decorar:
“Algunas veces por la demanda que tenían los productos, la
fábrica vendía loza blanca sin decorar” (Steuart, 1989:129).
La calcografía consiste en preparar una lámina de cobre (o
madera) con un dibujo grabado sobre ella, que se llena de tinta;
luego se pone sobre esta una hoja de papel de seda que absorbe
el dibujo y se coloca sobre el bizcocho (el plato horneado por
primera vez). Luego de esto el papel es retirado mientras la
tinta queda fija en el recipiente. La variación en la técnica
conocida como azul diluido, consiste en el uso de un papel al
que se le aplica tinta de color azul cobalto intenso, el flujo
deseado se produce cuando se agrega hierro o clorhidrato de
amonio en el molde (Snyder, 1995).
Al usar la técnica de la calcografía, con frecuencia se
presentan uniones del papel defectuosas cuando este se aplica
al borde del plato sin tener cuidado de disimular los diseños
presentes en los extremos, lo que ocurría en las lozas tanto
nacionales como inglesas. Por lo general, los bordes solían ser

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decorados por los aprendices o los niños, mientras los centros
los hacían los trabajadores más diestros y con más experiencia.
En principio las planchas fueron traídas de Inglaterra por
los técnicos de ese país, posteriormente, fueron sustituidas por
planchas fabricadas en Bogotá, para lo cual se utilizaron algunas
de las pinturas hechas por José María Groot, reconocido
personaje bogotano, con las que se representaron paisajes
sabaneros, escenas de personas montando a caballo,
construcciones y hasta la fábrica de loza (VER FOTO 2 y FIGURA 2).

Foto 2. Bandeja elaborada en la fábrica, Figura 2. Boceto en tinta de uno de los


en la que aparece representado el edificio personajes que decoran la bandeja.
con sus hornos humeantes y rodeado por “Caballo ‘de paso’” de Joseph Brown sobre
personajes típicos sabaneros (colección posible original de J.M. Groot (tomado
Museo del Siglo XIX, Bogotá). de Tipos y Costumbres de la Nueva
Granada, Fondo Cultural Cafetero,
Bogotá, 1989).

Cocción y postcocción
Estos procesos requerían del uso de varios hornos diferentes
con el propósito de secar, barnizar y finalizar el proceso de
elaboración de la cerámica, en total hubo 9 entre pequeños y
uno muy grande, el cual tenía la típica forma de botella pero
curiosamente fue recubierto por una estructura octogonal en
con cubierta de teja.

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Además de estas estrategias de inducir un orden y una
regularidad al trabajo, la calidad del producto final se
estimulaba a través de concursos que premiaban los más bellos
y mejores objetos:
En 1841 acercándose, el aniversario de la Gran Semana de Bogotá,
se celebró con una prueba práctica de los beneficios de la paz. Con
este motivo se acordó un premio de CIEN PESOS a la obra mejor y
más útil que se presentara, trabajada por los hijos del país, en la
exposición de los productos de la industria de Bogotá, que tuvo
lugar el día 28 de noviembre de 1841 en el claustro principal de
San Bartolomé. 3

En dicha ocasión la fábrica de loza participó con la


presentación de una jarra decorada con un motivo azul adornado
con visos dorados, esta pieza luego fue donada por la industria
al Museo Nacional (dirigido en la época por Acosta).4

El arte del consumo

Además de confiar en que la elaboración industrial de la


cerámica induciría a las transformaciones de las prácticas
productivas tradicionales, con los motivos decorativos de la loza
se esperaba incidir en las prácticas y la estética cotidianas,
imbuyendo a quienes las usaran en una vida civilizada como la
que cultivaban los europeos. El contexto al cual llegaba este
nuevo producto a la Nueva Granada, se caracterizaba por un
variado menaje doméstico de cerámica, aunque en lo referente

3 El Constitucional de Cundinamarca, viernes 5 de noviembre de 1841, No. 16, Bogotá.


4 Actualmente se desconoce dónde se encuentra.

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a los bienes locales estos no se habían transformado
sustancialmente por lo que pasaban desapercibidos, mientras
que los importados eran tan escasos que pasaban a ser más afines
a los juegos de servicio en plata, oro o peltre, como la vajilla
del virrey Ezpeleta (expuesta en el Museo de Arte Colonial de
Bogotá).
Entre los productos locales más comunes al momento de la
introducción de la loza industrial, se encontraban los derivados
de la tradición criolla y los de la indígena (Therrien et al., 2002).
La tradición criolla mantuvo las características principales de
la tradición europea medieval, en la cual su principal distintivo
fue el tratamiento de la superficie con cromato de plomo o
barniz, de manera tal que adquiría la apariencia del vidrio.
Comúnmente las vasijas de arcilla rojiza o blanca eran
barnizadas en una variada gama de colores, partiendo del verde
oscuro al amarillo al naranja oscuro, aunque también en una
baja frecuencia de estas se usaron dos o mas de estos colores
combinados en un mismo objeto (VER FOTO 3).

Foto 3. Cerámica vidriada verde (izquierda) y mayólica


americana azul/blanco (derecha), materiales presentes
en el menaje doméstico colonial americano.
Esta cerámica vidriada
aún se fabrica en diversos
lugares, como por ejemplo
en Ráquira (Boyacá).
Igualmente,otros
productos mantuvieron
diversas características de
las tradiciones nativas,
aunque con ciertas
alteraciones a lo largo de los siglos, tanto en las formas como en las
cualidades de las arcillas: es el caso de las vasijas del altiplano

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cundiboyacense, cuya variación notable fue el acabado exterior
que incorporó una nueva técnica: arrastrar el desgrasante de la
superficie (Broadbent, 1974; Mora de Jaramillo,1974; Therrien
et al., 2002). Otro material local de uso generalizado se elaboró
en el área de La Chamba (Tolima); sus vasijas se caracterizaron
por el baño rojo bruñido de la superficie o el negro provocado
intencionalmente con el humo durante la cocción, mientras que
sus formas mantuvieron las características tradicionales.
Por último, hasta la llegada del material industrial, la
cerámica importada consistía de la mayólica europea (española,
luego inglesa y francesa) y americana (mexicana o panameña)
que escasamente lograba llegar al seno de los hogares de los
más pudientes o los más avezados en los malabares del comercio
colonial, del contrabando o del robo.
Así, la loza fina, con sus ricos colores, en especial el azul,
ausente en los materiales locales, llega luciendo otra técnica
adicional, el esmaltado, la cual consiste de un barniz al que se
le ha añadido un opacificador (normalmente óxido de estaño),
que no dejaba ver el color de la pasta. Las altas temperaturas a
las que se produjo, con el mejoramiento de la tecnología de los
hornos, hizo que la loza fina se diferenciara de la mayólica por
su mayor lustre y por ser más delgada, liviana y dura, cualidades
que resultaban bastante atractivas para el consumidor.
La locería bogotana en manos de Nicolás Leiva, produjo
durante casi setenta años piezas de distinta calidad con lo que
mantuvo la oferta gracias a la venta de sus productos en
diferentes provincias (VER FOTO 4):
En 1849, el catálogo [de productos] incluía: azucareras, bacinillas,
bandejas, cacerolas, cafeteras, cajitas para pomadas, cucharones,
escupideras, ensaladeras, embudos, fruteros, floreros, jarros con pico,
jarros para baño, juguetes para niños, lecheras, mantequilleras,
pocillos, pilas para agua bendita, platos, platos dulceros, pimenteros,

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paletas para pintores, soperas, tazas con orejas, saleros, tarros para
boticas, teteros, tazas para enfermo y tinteros.
(MARTÍNEZ CARREÑO, 1996: 350).

Foto 4. Jarra decorada con la técnica


de pintura por transferencia de la Fábrica
de Loza Bogotana (colección Museo Nacional).

Así mismo en la fábrica se


produjeron algunas obras de arte,
bustos y relieves de mérito artístico:

Se llega primero a la pieza del Director y


dueño señor Leiva; pieza de poco mobiliario,
en la cual se ven por todos lados utensilios y
vasijas de loza, y sobre las mesas los bustos
hechos por él, de porcelana unos y de piedra
otros, de Bolívar, Sucre, Santander,
D’Elhuyar, Rousseau, Chateaubriand y Santos
Gutiérrez.
(VARGAS, 1883: 286)

Unos y otros fueron decorados con los motivos europeos


grabados en las láminas importadas por el coronel Acosta, pero
también por diseños elaborados a partir de las ilustraciones
hechas por artistas bogotanos (VER TABLA 1).

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Tabla 1. Motivos decorativos usados en la fábrica de loza bogotana.

Adicionalmente, la loza producida en la fábrica tuvo


diferentes marcas en su reverso, las que posiblemente fueron
variando a través del tiempo; tentativamente se plantea el
siguiente orden cronológico (VER FOTOS 5 y 6):
1. La leyenda LEIVA E HIJO
2. Cóndor en azul con las alas extendidas y un escudo en el
pecho y bajo este la leyenda INDUSTRIA BOGOTANA
2. Cóndor con las alas extendidas y debajo de este una leyenda
ilegible en verde
3. La leyenda BOGOTA en bajorrelieve

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Foto 5. Marca de la fábrica representada
por un cóndor en azul con las alas
Foto 6. Marca en color verde con un
extendidas y un escudo en el pecho.
cóndor, la leyenda es ilegible.
Bajo este la leyenda INDUSTRIA BOGOTANA.

Comercialización

La producción de loza, por su precio y características, estuvo


dirigida al público en general, pero posiblemente con mayor
interés hacia un grupo social en particular, en gestación, que
buscaba separarse y distinguirse de las capas bajas urbanas pero
que definitivamente sus magros recursos no los hacían
equiparables a las elites.

Hacia 1836-37, la fábrica de loza presentaba síntomas inequívocos


de prosperidad … La factoría de loza estableció su propia
distribuidora en la calle de San Juan de Dios y anunció magníficos
descuentos para los que hicieran pedidos de más de $100 con destino
a las provincias.
(Historia de Bogotá, Tomo II, 1989: 140)

En cuanto a los esfuerzos por propalar el consumo de la loza


fina en el resto del país, José María Vergara y Vergara y José
Benito Gaitán en el Almanaque de Bogotá y Guía de forasteros,

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publicado en 1866, escribieron: “La empresa cuenta con todos
los elementos necesarios para poder fabricar la loza suficiente
para el consumo de toda la República; pero su poco valor y el
mal estado de nuestros caminos no permiten su expendio sino
en Cundinamarca, Tolima y Boyacá”.
En resumen, al operario y al consumidor se le presentaban
ahora, con la industrialización, una variedad de formas nuevas,
ornadas con ricas imágenes de paisajes y motivos derivados del
romanticismo puro europeo que, con su consumo, pretendían
invitar a plasmarlos en la vida cotidiana una vez formaran parte
del menaje doméstico como objetos utilitarios o decorativos de
las casas. Pero ¿Cómo fue apropiada la noción de progreso por
las capas bajas a través de estas nuevas imágenes de orden y
belleza proporcionadas por la elite? ¿Buscarían emularlas,
imitarlas o serían indiferentes o resistentes a ellas? ¿Realmente
se constituyó una clase media a través del consumo de estos
productos, que potenciarían y garantizarían un flujo comercial
capaz de sustentar la economía y al estado? Lo cierto es que la
evidencia arqueológica por ahora muestra que la fábrica no
causó mayor incidencia en la creación de esa anhelada clase
media ni tampoco fue una opción para las clases populares, los
talleres artesanales donde se producía la loza vidriada común
siguieron en pie para abastecer a unos y otros, mientras que los
más pudientes acudieron a la compra del material importado,
bien sea en locales especializados o cada vez con mayor
frecuencia a través de sus propios viajes al exterior. Con la
muerte de su propietario, la fabrica declinó y fue reemplazada
por otros proyectos, de los cuales se vendría a consolidar la
“Locería Colombiana” a finales del siglo XIX y la más
representativa en este campo a lo largo del siglo XX y que con
mayor probabilidad pudo cumplir con acompañar los ideales
propuestos casi un siglo antes por un segmento de la elite
republicana.

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Guía de forasteros, Bogotá: Carvajal S.A. (ed. facsimilar).

CAROLINA LAMO

Restauradora de Bienes Muebles, actualmente colabora con el proyecto de arqueología


“Civilidad y policía en la Santafé colonial, siglos XVI-XVII” que dirige MonikaTherrien.
Sus temas de interés en investigación son los relacionados con el estudio,restauración
y conservación de la cerámica y el material arqueológico histórico.
E-mail: c_lamo_mejia@hotmail.com

MONIKA THERRIEN

Actualmente se desempeña como coordinadora de investigaciones, Departamento


de Antropología, Universidad de los Andes. Dirige un programa de investigación
arqueológica en centros históricos, uno de cuyos proyectos es “Civilidad y policía en
la Santafé colonial, siglos XVI-XVII”, y otro sobre el reconocimiento del patrimonio
arqueológico industrial colombiano, con el proyecto “De barrio a fábrica: urbanidad
y urbanización en la Fábrica de Loza Bogotana”.
E-mail: mtherrie@uniandes.edu.co

Loza fina para Bogotá María Carolina Lamo / Monika Therrien | 228

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Tirantas bogotanas.
Narrativas visuales sobre el patrimonio

Rodrigo Orrantia G.
Fotógrafo

Juan Carlos Orrantia B.


Antropólogo

Resumen

n ensayo reflexivo sobre el patrimonio y formas expresivas de producción cultural

U en Bogotá.

PALABRAS CLAVE patrimonio, fotografía, Bogotá.

229 | Revista de Antropología y Arqueología Vol 13 2001/2002

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Abstract

A
reflexive essay on heritage and expressive forms of cultural production in
Bogotá.

KEYWORDS Heritage, photography, Bogotá.

Tirantas bogotanas Rodrigo Orrantía G. / Juan Carlos Orrantía B. | 230

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Me ejercito en el arte de viajar a través del tiempo. Recorro épocas
pasadas y contemplo escenas de vidas que muy posiblemente fueron
mías. Me siento en el fondo de la habitación miserable donde
pernocto, fumo uno o dos cigarrillos de marihuana y mi conciencia
se abre, se multiplica y comienzo a viajar en la Historia. Veo
construcciones, veo ropa, ciudades, paisajes que hoy en día serían
imposibles. Yo llamo a estos viajes “mis vidas anteriores” y
constituyen los secretos más íntimos que poseo del conocimiento
de mí mismo...
(MENDOZA, 1998: 38)

231 | Revista de Antropología y Arqueología Vol 13 2001/2002

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Bogotá, junio de 2002. Una bala de fusil oxidada, un tiesto
del plato de una comida olvidada en los siglos, y un broche, se
constituyen en artefactos que atraen a los curiosos transeúntes,
profesores y personalidades que entran y recorren el espacio de
un presente en busca de la expresión material de la historia.
Estoy en la Casa del Marqués de San Jorge en pleno centro
histórico de Bogotá como visitante y observador de un
“proyecto de arqueología pública, que busca que la gente
realmente se involucre con el pasado y la ciudad...”; donde el
espacio arqueológico sea entendido como parte de una conexión
de doble-vía, que se activa con la gente pero al mismo tiempo
activa a la gente. Desde las rejas que separan el recinto histórico
de la calle un reciclador nos regala un dibujo de una mano
haciendo pistola y otro de una rosa; se ríe, y conversamos sobre
las labores de excavación que comparten sus colegas y los míos.
Reímos. Luego me entero de las pesquisas de un investigador
de la seguridad del Palacio de Nariño (ubicado a solo una cuadra
de aquí), quien andaba en búsqueda de túneles por donde se
pudiera colar la guerrilla a la casa presidencial. Vuelvo a reír,
después me preocupo, y pensándolo bien, me asombro. Entonces
recuerdo las palabras de García Márquez en la introducción
para un libro de fotografías, de re-creaciones visuales y cómo
no históricas, sobre los lugares y las escenas de aquel Macondo,
pueblo olvidado y recordado, que por más debiera ser tan
patrimonio histórico de la nación colombiana como esta casa.
Escribe:
Siempre he tenido un gran respeto por los lectores que andan
buscando la realidad escondida detrás de mis libros. Pero más respeto
a quienes la encuentran, porque yo nunca lo he logrado. En Aracataca,
el pueblo del Caribe donde nací, esto parece ser un oficio de todos
los días. Allí ha surgido en los últimos veinte años una generación
de niños astutos que esperan en la estación del tren a los cazadores
de mitos para llevarlos a conocer lugares, las cosas y aun los personajes

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de mis novelas: el árbol donde estuvo amarrado José Arcadio el viejo,
o el castaño a cuya sombra murió el coronel Aureliano Buendía, o la
tumba donde Úrsula Iguarán fue enterrada-y tal vez viva-en una
caja de zapatos
(GARCÍA MÁRQUEZ, 1992)

Y si estas escenas casi míticas –pero expresivas de la Colombia


de hoy- se recrean, la gente viaja a verlas, y más aun están
fotografiadas y así registradas para siempre, y si la gente
construye, cuenta y registra algo tan pasado como la historia, y
además la expone en vitrinas y museos, entonces me pregunto:
¿Cómo se está constituyendo el patrimonio histórico de nuestros
tiempos postmodernos o alternativamente modernos,
convulsionados, tecnológicamente integrados, inspirados en la
re-construcción y la re-interpretación? Pero sobre todo ¿Cómo
se interpreta el patrimonio, cómo se puede hacer visible?

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Narrativas visuales sobre memorias entre tirantas:
visualizando el patrimonio contemporáneo

La Casa del Marqués nos metió y nos sacó del patrimonio.


Allí nos encontramos: él fotografiaba tiestos, herramientas,
arqueólogos excavando; registraba la construcción del
patrimonio para una revista del Distrito. Yo, observaba.
Entonces decidimos salir a recorrer la ciudad y excavar la
memoria.
La idea es que usted como fotógrafo, artista, exprese el
patrimonio. No fotos descriptivas del patrimonio y sus
representaciones como las que ya tomó. Ahora usted, exprese-
se. Pensamos entonces en planteamientos como los que hace
Elizabeth Edwards (1997) quien propuso una lectura de la
fotografía como un medio con potencial de cuestionar, despertar
curiosidad y hablar en diferentes voces o ver por diferentes ojos
desde más allá de la Frontera [antropológica]. Una
aproximación a la fotografía como un acto creativo y expresivo,
contra-inductivo, que constituye y pretende constituir una
interrogación, expresión e interpretación coherentes. En este
sentido se busca cuestionar los usos tradicionales de la fotografía
en el contexto antropológico –ilustrar, representar y
documentar- y reconocerla como una voz dentro de la disciplina,
reconociéndose como documento cultural cuya legitimidad
surge de su fin de interpretar, expresar y comunicar valores y
realidades negociadas. Por eso quisimos reflexionar sobre el
patrimonio por medio de la fotografía como medio
interpretativo, expresivo y artístico, y entenderla de manera
similar a los textos etnográficos que desde posiciones de la
crítica cultural han reconocido -o aceptado- los aspectos y
capacidades literarias de los textos de interpretación etnográfica
(Clifford y Marcus, 1986; Marcus y Fischer, 1999).

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Con esto en mente llegamos a un patio cerrado desde cuyas
rejas se ven unos tubos largos que sobresalen a las paredes.
Entramos y ahí estaban esos grandes recuerdos blancos con líneas
rojas y amarillas con sus enormes “tirantas” amarradas de los
techos. Tímidamente nos fuimos acercando, explorando,
reconociendo el terreno. Unas primeras fotos desde abajo, por
fuera y hacia las inmensas ventanas que hace rato ya no están. Y
así, entre llantas viejas, vidrios rotos, tubos, bobinas y cables,
esquivando dos grandes canis guardianis, y soltando muchos
wow!, ufff!, vea esto!! y demás vocablos de expresión del asombro
de la memoria, conversé con Rodrigo sobre el patrimonio, la
fotografía y la ciudad.
Yo creo que el patrimonio surge de la memoria colectiva y no
debe ser impuesto. Hay cosas, sitios, recuerdos que le dicen
mucho más a uno que monumentos o casas declaradas.
Rodeolandia y la rueda de Chicago destartalada y de madera de
colores que traqueaba con el viento en el Parque Nacional, son
parte del patrimonio real de nuestra generación. Yo quiero que
mis fotos lleven a la gente a sitios escondidos, a lugares de poco
acceso pero mucho contenido. Que al ver las fotos inmediatamente
se enciendan memorias. ¿Cuánta gente sabe de este sitio? -No
sé-. Pero apenas uno nombra los trolebuses la gente se acuerda y
se emociona.
De los escombros de lata, vidrio, agua estancada y madera
podrida surgieron tímidamente los trolebuses. Los TransMilenio
de hace un par de décadas, vehículos canadienses, luego rusos y
rumanos que en las décadas de 1960 y 1970 recorrían Bogotá
como marionetas eléctricas. El historiador de Bogotá, Fabio
Zambrano, los recuerda como “vehículos impecables...que dejaron
morir”. Así lo expresa en una reciente entrevista1 donde evocando

1 El Tiempo, 7 de agosto, sección 1, p. 8, 2002

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memorias generacionales del transporte en la ciudad, entre las
inolvidables fotografías de los viejos tranvías de principio de
siglo y los modernos TransMilenio, se hace evidente el gran
vacío visual de los trolebuses de tirantas.
Estos buses parecen invisibles. Al mirar al cielo de la calle
72 o en los alrededores del Campín solo está el vacío de los
antiguos trazados y cableados eléctricos que vimos cuando
chiquitos. Ni decir de los buses.
Algunas cosas que se esfumaron de la memoria de la ciudad
se pueden re-descubrir, rescatar y conservar por medio de la
fotografía. Es ahí cuando las imágenes mismas se constituyen
en el patrimonio. El poder de lo visual es un aporte a la
memoria. Nuestra memoria se compone de fragmentos de
imágenes, que individualmente no significan mucho, pero que
unidos hablan, dicen, recuerdan y nos remontan vívidamente a
un pasado que pensábamos perdido. La expresividad de las
fotografías se constituye a partir de fracciones de imágenes que
potencian la memoria y así las composiciones hablan, dicen,
recuerdan y no son únicamente elementos descriptivos.
Armados de una vieja cámara Yashika de formato medio,
una 35 mm y un trípode escualizable, cuyas patas nos
permitieron deslizarnos entre los espacios milimétricos del
cúmulo de desechos de este transporte público, nos enfrentamos
a esta reflexión sobre el patrimonio. Recorrimos los interiores,
los vimos de lejos, los imaginamos vivos, montamos, tocamos y
convivimos con los recuerdos del pasado. Destapamos escombros
de circuitos y bobinas, retiramos polvo y capas de tizne
acumulados y así excavamos una parte de la memoria de Bogotá.
Fuimos arqueólogos urbanos del patrimonio reciente y
escondido de nuestra ciudad.
Ahora, como resultado de esta conversación entre la
antropología y la fotografía, presentamos estas creaciones
fotográficas que permiten desarticular el patrimonio de los

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centros que lo inmovilizan, y así flexibilizar los escenarios
históricos al situarlos en el contexto dinámico de la memoria
contemporánea.
Así, queremos resaltar la importancia de expresiones
alternativas para reflexionar sobre la constitución del
patrimonio en la Bogotá de principios del siglo XXI y ubicar
su papel dentro de formas actuales de producción cultural.
Entonces, como medio interpretativo y expresivo la fotografía
permite un acercamiento a la complejidad de la producción
cultural como crítica cultural (Mahon, 2000; Marcus, 1997) al
evocar vívidamente las viejas tirantas eléctricas.

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BIBLIOGRAFÍA

CLIFFORD, J. y G. MARCUS (eds.). (1986). Writing Culture. The poetics and


politics of ethnography. Berkeley: University of California Press.
EDWARDS, E. (1997). “Beyond the Boundary: a Consideration of the Expressive in
Photography and Anthropology”. En: Rethinking Visual Anthropology. M.
Banks y H. Morphy. (Eds.). New Haven: Yale University Press.
El Tiempo (2002). “Bogotá, del tranvía al TransMilenio”. 7 de Agosto, sección 1, p. 8.
GARCÍA MÁRQUEZ, G. (1992). “Hannes en Macondo”. En: Una jornada en
Macondo. Bogotá: Villegas Editores.
MENDOZA, M. (1998). Scorpio City. Madrid: Seix Barral.
MAHON, M. (2000). “The Visible Evidence of Cultural Producers”. Annual Review
of Anthropology 29: 467-92.
MARCUS, G. (ed.). (1997). Cultural Producers in Perilous States. Editing events,
documenting change. Series Late Editions No 4, Cultural Studies of the End of
the Century. Chicago: The University of Chicago Press.
MARCUS, G. y M. FISCHER (1999). Anthropology as Cultural Critique. An experimental
moment in the human sciences. Chicago: The University of Chicago Press.

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RODRIGO ORRANTIA GÓMEZ

Maestro en Artes Plásticas con opción en historia del arte y la arquitectura de la


Universidad de los Andes. Se ha desempeñado en fotografía editorial y de arte,
actualmente realiza una maestría en historia y teoría del arte y la arquitectura en la
Universidad Nacional.
E-mail: trasatlantico@hotmail.com

JUAN CARLOS ORRANTIA

Antropólogo de la Universidad de los Andes. M.A. en Antropología Ambiental de la


Universidad de Georgia y estudios de doctorado en Antropología en la Universidad de
Yale. Se interesa en el discurso del ambientalismo, las representaciones, la cultura
popular así como los temas relacionados con cultura y poder.
E-mail: juanorrantia@yahoo.com

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Universidad de los Andes
Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Antropología

MAESTRÍA EN ANTROPOLOGÍA

Programa de Arqueología

Programa dirigido a egresados de ciencias sociales y carreras afines interesados en


profundizar en las perspectivas teóricas y las prácticas contemporáneas de la
investigación arqueológica del grupos del pasado remoto y reciente.

Programa de Antropología Social

Pueblos y Culturas Contemporáneas: Perspectivas Antropológicas


Programa dirigido a graduandos en las disciplinas de las ciencias sociales y a
profesionales interesados en desarrollar y perfeccionar habilidades de investigación
en orientaciones teóricas y metodológicas de la antropología contemporánea.
Teléfonos: 3394949 - 3394999 Antropolgía Ext. 2550 y 3324510
e-mail: mantropo@uniandes.edu.co

MAESTRÍA EN ETNOLINGÜÍSTICA

Centro Colombiano de Estudios de Lenguas Aborígenes-CCELA


Programa dirigido a profesionales de Antropología, Filología e idiomas y de
Ciencias Sociales afines, para la formación de especialitas en lingüística aborigen
y el entrenamiento en investigación de campo y descripción de lenguas indígenas.
Teléfonos: 3394949 - 3394999 CCELA Exte. 3342
e-mail: ccela@uniandes.edu.co

Duración: 2 años

Informes e inscripciones: Universidad de los Andes


Cra. 1ª Este No. 18ª - 10
http:// faciso.uniandes.edu.co

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Normas para la presentación de artículos
a la Revista de Antropología y Arqueología
 Todo trabajo debe presentarse en una copia impresa en papel tamaño carta, a
doble espacio, dejando 3 cms de márgenes a izquierda y derecha, y 2,5 cms de
espacio arriba y abajo. Adicionalmente, debe enviarse una copia en diskette de 3
½ o CD-ROM (en Word para Windows o Word para Mac 5.1). Debe indicarse en la
parte externa del diskette el tipo de programa empleado, así como el nombre
completo del autor y el título del trabajo.
 No se aceptarán trabajos con tachones, enmiendas o correcciones a mano. Todos
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 El título del trabajo, así como el nombre del (o de los) autores y su afiliación
institucional irán en una página frontal aparte. Debe incluirse la dirección de
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habrá correspondencia sobre materiales no solicitados.
 Adicionalmente al artículo, deberá incluirse un resumen y las palabras claves que
identifiquen los temas relevantes tocados en éste.
 A partir del volumen 13, ningún manuscrito podrá exceder de las 25 páginas que
cumplan las condiciones arriba señaladas. Los trabajos con más páginas de las
permitidas no serán tenidos en cuenta ni serán retornados a sus autores.

Referencias bibliográficas
 Únicamente deben aparecer en la bibliografía las referencias citadas en el texto.
Todas aquellas que no se encuentren en el texto serán eliminadas de la lista
bibliográfica.
 Las referencias en el texto siempre van en paréntesis, y siempre con el apellido
completo del autor. No se emplearán abreviaturas como Op.cit, loc.cit, Ibid, etc.
Siempre se ha de escribir el apellido del autor citado cuantas veces sea necesario.
Excepción a esta norma será únicamente la abreviatura et al., para referirse a
diversos coautores, una vez nombrado el autor principal. Ejemplo: (Drennan et
al., 1992). Si se hace referencia a una cita textual, debe incluirse siempre el
número de la página de la cual se transcribe la cita. Ejemplo: (Drennan, 1996:
237). Si se está haciendo referencia a un concepto o a una idea global de otro
autor, basta con citar el autor y el año. Ejemplo: (Drennan, 1996).
 Para citas textuales siempre se emplearán las comillas (“), y separarse del texto
principal.
 Las citas de cronistas o documentos tempranos se harán siempre en castellano
modernizado.
 Para los trabajos sobre arqueología que presenten fechas de radiocarbono, dichas
fechas deben ser dadas en años de radiocarbono antes del presente (BP), indicando
además: (a) número de muestra y nombre del laboratorio, (b) si la fecha dada es
corregida (convencional) para 13C, (c) material fechado y valor de la tasa 12C-

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13C. No se aceptarán artículos con fechas en años antes de Cristo sin calibrar.
Solamente se publicarán fechas en años calendario que sean el resultado de la
calibración de la fecha radiocarbónica, y debe indicarse además la curva utilizada
y la referencia bibliográfica pertinente.
 Formato de la bibliografía: No ingrese ningún tipo de comandos en su diskette,

como indentar, justificar, etc. Debe dejar la bibliografía sencilla, dejando un espacio
entre un título y el siguiente. Solamente subraye el título pertinente:
Libros:
REICHEL-DOLMATOFF, G. (1978). Beyond the Milky Way: Hallucinatory Imagery of the
Tukano Indians. Los Angeles: UCLA Latin American Center.
Artículos en revistas:
REICHEL-DOLMATOFF, G (1975). “Templos kogi: introducción al simbolismo y a la
astronomía del espacio sagrado”. Revista Colombiana de Antropología XIX:199-245.
Artículos en libros de contribución:
REICHEL-DOLMATOFF, G. (1973). “The Agricultural Basis of the Sub-Andean Chiefdoms
of Colombia”. En: Peoples and Cultures of Native South America. D.R. Gross (Ed).
New York: Doubleday, pp.28-36.

Ilustraciones:
 Todas las ilustraciones serán en blanco y negro. Solamente se aceptarán fotos en
blanco y negro en papel brillante con buen contraste, y siempre y cuando sean
indispensables para ilustrar a lo que se refiere el texto. Todas las ilustraciones
deben venir marcadas atrás con el nombre del autor y el título del artículo. Así
mismo, deben incluir allí su texto explicativo correspondiente. Para cada ilustración,
debe haber una referencia en el texto.
 Los dibujos y mapas deben ser ORIGINALES en tinta negra y papel blanco, o papel
pergamino. Los dibujos y mapas impresos por computador NO serán aceptados, a
menos que sean de alta resolución. Los mapas o fotografías por computador en
línea punteada o con grano visible NO son aceptables.

Proceso de evaluación:
Tan pronto sea recibido un trabajo por la Revista de Antropología y Arqueología, éste
será distribuido a dos evaluadores pares anónimos quienes decidirán sobre el
particular. La revista enviará un acuso de recibo a los autores tan pronto lleguen
sus artículos, e informará a los mismos sobre la decisión de los evaluadores en un
plazo no mayor de 60 días a la dirección de correo o de internet que aparezca en
la hoja de presentación del artículo. La Revista de Antropología y Arqueología NO
mantendrá correspondencia sobre trabajos rechazados, limitándose a enviar la
notificación de rechazo al autor.
Todo trabajo que requiera de cambios o ajustes sugeridos por los evaluadores debe
ser corregido y enviado de nuevo en un plazo no superior a 20 días. Los originales
aceptados para publicación no serán devueltos a sus autores. Por ello sugerimos
enviar solamente duplicados de fotografías.

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ADPOSTAL

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CORCAS

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