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Redacción de géneros de opinión Carlos Emiliano Ortega Gutiérrez 1793487

Columna de reseña critica

Contraportada

Por Carlos Ortega

Un vaquero cruza la frontera en silencio: crónica de un misterio evidente

La violencia en México a causa del crimen organizado y los constantes

conflictos políticos y burocráticos en el país han desarrollado un cambio mal

logrado en los estanques ideológicos del territorio nacional, en la mentalidad de

las personas que día con día pierden esperanza en un sistema deplorable y

con medidas desgarradoramente superficiales y muchas veces

intrascendentes. En esto mayormente es que se ha refugiado el nido de

corrupción que por todas partes contamina la brisa y bondad de los aún más

optimistas y fieles a la patria.

La corrupción, el narcotráfico, los índices de desigualdad y la constante

censura a periodistas, activistas y a la población en general por parte de grupos

criminales y del propio gobierno, denotan una necesidad extenuante de la

sociedad mexicana por expresarse libremente y salir de la burbuja de

intolerancia e ignorancia en la que se ha visto envuelta.

Con este particular contexto nacional, es como Diego Enrique Osorno nos

presenta “Un vaquero cruza la frontera en silencio” libro de la editorial Penguin

Random House con características infra realistas que nos cuenta la particular

historia de Gerónimo González Garza, un hombre que ha nacido sordo, pero

que pese a su condición logro cumplir el tan anhelado “sueño americano” que

miles de latinoamericanos buscan todos los días.


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Diego Enrique Osorno, nacido en la norteña ciudad de Monterrey, Nuevo León,

es considerado uno de los periodistas independientes más importantes de la

actualidad, en sus escritos reposan temas generalmente de conflictos sociales

trascendentales a nivel nacional y en toda América Latina. Ahora en esta

crónica con una narrativa literaria fresca y elevada emocionalmente de un

suceso familiar, ya que Gerónimo es el tío de Diego. El periodista mexicano

quiere apoyarse en este relato para explicar más a detalle la difícil situación

que ha vivido la región noreste de México, sobre todo de 2010 a la fecha.

Nos encontramos en el año de 1953 cerca de la vieja central camionera del

centro de Monterrey, donde María de Jesús Garza da a luz a su hijo Gerónimo,

todo en presencia del padre del niño, el señor Guadalupe González, en ese

momento y solo unos minutos después fue que los padres de Gerónimo se

dieron cuenta de que algo ocurría con su creatura. Tras rigurosos exámenes

médicos el doctor llego a una única conclusión, el niño era sordo profundo y

jamás podría escuchar un solo sonido en su vida.

Ahí es como empieza la crónica, relatada por Diego desde un cuartel en

demasía extraño, puesto que el desarrolla la historia de una manera

aparentemente lógica, pero pausa para darnos un poco del contexto de la

época en su natal Monterrey y montarnos en las limitaciones que geográfica,

social y hasta económicamente iba a vivir el protagonista en cuestión, a reserva

de lo que poco a poco nos vaya introduciendo el autor como segundo tono en

una historia que parece contada en tercera persona, pero su pluma galopante

tiene mucho más por expresar.


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Gerónimo González Garza parece ser el típico vaquero de la región en esa

época, trabajando el ganado y transportándolo desde Rancho Nuevo, una

propiedad de la familia González Garza en el municipio de los Ramones,

Nuevo León hasta la capital del estado, Monterrey, a unos 100km de distancia.

Sin embargo, Gerónimo no es una persona común, ni siquiera es un vaquero

como cualquier otro, aunque así lo parezca.

Muy pronto Osorno nos muestra las virtudes del protagonista ondeando en su

vida cotidiana que pareciera la de cualquiera, la de todo hombre de rancho en

el noreste del país a principio de los años 60’s, pero la narrativa va más allá de

evidenciar una vida común y corriente como la mayoría de los trabajadores con

complicaciones económicas y personales que esta, por consecuente de la

convivencia y en el proceso de maduración normal de cualquier individuo,

experimente, puesto que Gerónimo tiene unas ganas legitimas de salir y

comerse al mundo que contrarían a sus limitaciones físicas, pero que sin duda

realzan la historia de una manera natural, por el sentimiento de superación que

si bien en muchos no es proactivo, si es momentáneamente motivador y

efervescente para la mente y sobre todo para el corazón.

Es así como aquel joven toma la vida de una manera irreverente y sagaz.

Gerónimo pronto se da cuenta que la situación en México y particularmente en

Monterrey no es propicia para que él pueda prosperar en todos los terrenos de

su vida, ni siquiera en el personal, pues la limitación social para los sordos y

sordomudos son enormes en esa época y hasta la fecha.


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El cronista nos empieza a presentar un duro problema social, que está bastante

bien documentado en la narrativa y, dicho sea de paso, es un conflicto que

muchos sino es que la mayoría en la sociedad mexicana pasan por alto. Y es

que los sordos y sordomudos en México no tienen herramientas que puedan

utilizar para generar una integración adecuada en la vida cotidiana de esta ágil

y a veces apática nación.

“Es un niño grave, en que se presiente al hombre. Sin quererlo somos injustos”.

Esta premisa textual del libro habla claramente de la ignorancia e indiferencia

que tenemos mayormente la sociedad mexicana al momento de pensar en el

prójimo, sencillamente porque no lo hacemos, no pensamos en el de alado.

Diego pone una delicada ventana a nuestra alma que proviene de un

sentimiento cercano y muy personal, pero que es el reflejo de un problema

general de nuestra sociedad.

Así fue como Gerónimo decidió cruzar la frontera por primera vez a los 16

años, y en un clímax sumamente contrario a lo que hoy se vive en aquella

frontera del “Rio Grande”.

El autor poco a poco va juntando la historia de su tío Gerónimo con la difícil

situación que se vive en la zona noreste (comprende los estados de Nuevo

León, Coahuila y Tamaulipas) por medio de la tormentosa frontera entre

Tamaulipas y Texas que su tío cruzara por primera vez al final de la década de

los 60’s.

Los largos y silenciosos viajes que Gerónimo hizo miles de veces por más de

tres décadas entre San Antonio, Texas (ciudad en la que residió) y Monterrey

(su ciudad natal) buscan reflejar, el miedo, la crudeza de la zona y la falta de


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comunicación entre sociedad, prensa y gobierno que han sido amedrentados y

totalmente mutilados en toda expresión por el crimen organizado. Diego hace

una versión ligera y un poco gris de los hechos que entre Nuevo León,

Tamaulipas e incluso Texas, han ocurrido a causa de los grupos del crimen

organizado que han proliferado sobre todo de 2008 para la fecha en nuestro

país y a partir de 2010 en la región noreste.

El punto de inflexión de la historia parece no ser muy claro en ocasiones ya que

se está constantemente pasando de un concepto a otro, de la vida de

Gerónimo al panorama de la región, decaída por el narcotráfico y demás

crímenes, sin embargo, hay que mencionar que pese a ser un texto de

características infra realistas y de lenguaje literario muchas veces, no deja de

ser un material periodístico recabado por años de investigación. Así pues,

podemos decir que este ejemplar tiene dotes de un texto hibrido como todas

las crónicas, pero el acto épico de metaforizar una historia personal con un

problema sumamente profundo y doloroso en el epicentro de una sociedad es

por demás portentoso.

El hecho subjetivo por mostrar una historia que por años y dicho desde las

palabras del propio autor - “prometí escribir”- es un acto bondadoso del

destino, como toda una oportunidad para empaparnos de una narrativa dual

acerca de problemáticas tan importantes como la atención, cuidado y sobre

todo apoyo a los sordo mudos y por el contrario también, la lucha por la

libertad de expresión en contra de los grupos de poder como el narcotráfico,

para hacer así de México un país más fuerte y unido.

Quizá el único pecado del autor en esta fiel crónica a su tío Gerónimo es el

sentido de hiper localidad que aparentemente puede llegar a tener por lapsos la
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historia ya que se detiene por momentos a lograr una conexión con el lector

regiomontano y/o mexicano y no da contexto suficiente de los regionalismos o

sucesos locales a los que ya les abrió la puerta.

A fin de cuentas, la obra del autor tiene un sentido particular que la hace

interesante y una temática que por momentos la vuelve épica y hasta

entrañable para algunos.

Diego Enrique Osorno nos demuestra porque es considerado como uno de los

nuevos cronistas de indias en América Latina, derrochando su dinamismo para

el reporteo y la síntesis de historias documentadas por él y otros periodistas en

México. En sus manos y las de muchos otros periodistas esta la

responsabilidad de abrir la opinión pública con textos mucho más

vanguardistas y profundos que este, en un país que en verdad lo necesita.

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