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JULIUS EVOLA

EN CONTRA DE LOS JÓVENES

Uno de los principales signos de derrumbe de la actual sociedad


italiana está constituido por el mito de los jóvenes, de la
importancia acordada al problema de la juventud, junto con una
concurrente y tácita desvalorización respecto de todo aquello que
‘no es joven’. Se diría que hoy en día el pedagogo y el sociólogo
tienen miedo severo de perder el contacto con los ‘jóvenes’ y no
se dan cuenta de que de esta manera incurren en un verdadero y
propio infantilismo. Es la juventud la que debería enseñarnos las
cosas, la que nos tendría que indicar nuevos caminos (así es como
se han expresado incluso parlamentarios democristianos), mientras
que aquellos que por la edad tienen una verdadera experiencia de
la vida se tendrían que apartar, en exacta contraposición con todo
lo que siempre se ha pensado incluso entre los pueblos más
primitivos. E incluso se ha visto a la televisión acoger complacida
las manifestaciones y agitaciones de estos tales jóvenes, aun
cuando las mismas han alcanzado el límite de lo absurdo y lo
grotesco. Hemos oído decir por ejemplo cómo algunos de ellos
deploraban porque las escuelas no eran aun ‘democráticas’ y
formular algo así como soviets o ‘comisiones internas’ con la
probable finalidad de pedagogizar y poner en el justo camino a los
docentes. Que de la misma manera que con los obreros en las
fábricas, también los estudiantes ocupan las facultades
universitarias por diferentes reivindicaciones y que se los haya
dejado hacer, incluso hasta protegidos por la policía, es todo esto
un verdadero signo de la ‘Italia liberada’.
No hay duda de que se vive en una época de disolución y que la
condición que tiene siempre más a prevalecer es la de aquel que
se encuentra ‘desarraigado’, de aquel para el cual la ‘sociedad’ no
posee más significado alguno, sino que tampoco lo tienen siquiera
los vínculos que regulaban su existencia: vínculos los cuales, es
cierto, para la época que nos ha precedido y que en diferentes
áreas aun persisten, eran tan sólo los del mundo y de la moral
burguesas. Por lo cual resultaba natural y legítimo que para la
juventud apareciese algún tipo de problema frente a los mismos.
Pero la situación debería ser considerada en su conjunto: toda
solución válida debería abarcar a la totalidad del sistema: todo lo
demás, aun aquello que se refiere a la juventud, no debería ser
concebido sino una simple consecuencia de ello.
Pero que algún atisbo positivo pueda recabarse de la gran mayoría
de los ‘jóvenes’ de hoy en día, esto se puede sin más excluir.
Cuando éstos afirman que no son comprendidos, la única respuesta
que se les puede dar es que no hay nada que entender y si
existiese un orden normal, se trataría de ponerlos en su lugar de
manera harto expeditiva, del mismo modo que se hace con los
niños cuando su estupidez se convierte en fastidiosa, invasiva e
impertinente. A qué cosa se reduzca su anticonformismo, su
‘protesta’ o ‘revuelta’ esto es algo que se lo ve con claridad. No
existe nada en común con aquellos grandes anarquistas esparcidos
de hace algunos decenios que por lo menos pensaban, que sabían
de la existencia de Nietzsche, de Stirner, o de aquellos que en el
plano artístico y de la concepción del mundo se entusiasmaban con
el futurismo, con el dadaísmo, o con elSturm un Drang promovido
por el primer Papini. Los ‘rebeldes’ de hoy en día son los
‘melenudos’ y los beats, cuyo anticonformismo es el más barato
posible y que, prescindiendo de su banalidad, sigue una moda, una
nueva convención pasivamente y provincialmente asumida, puesto
que el movimiento beatnick ohipster en Norteamérica es ya algo
del pasado; por otro lado algún reflejo en la literatura el mismo lo
había tenido, vías muchas veces peligrosas y destructivas se habían
intentado, mientras que de esto, entre nosotros, no es el caso de
hablar, sino del vacío y el analfabetismo intelectual que se
encuentran en el primer plano.
De este modo, entre los representantes de esta ‘juventud’ se
encuentran los fanáticos de ambos sexos por los gritadores, por los
denominados cantautores epilépticos, por las situaciones de
masificación de las ye-ye-sessions y del shake. Examinados los
rostros presentados casi sin excepción por éstos, no hay casi
ninguno que no sea desabrido, o que indique señales de carácter, y
poniendo en primer lugar entre éstos a sus ídolos. El slogan que
pareciera regir en todo este movimiento parece ser obra del muy
mediocre filósofo pacifista Bertrand Russel: ‘no hacer la guerra,
sino el amor’. Y bien, si realmente se tratara de una revuelta en
serio, si verdaderamente la civilización actual fuese considerada
como ‘pútrida y sin sentido’, hecha de ‘aburrimiento, pútrido
bienestar, conformismo y mentira’, no encontrándose en la misma
ninguna salida, ¿no tendrían acaso estos ‘rebeldes’ que asumir
más bien como slogan la fórmula futurista de Marinetti: ‘guerra, la
sola higiene del mundo’, y sostener por lo tanto: ‘¡Viva la guerra
atómica!, en modo tal de hacertábula rasa de todo?
En cuanto a eso de ‘hacer el amor’ en vez de la guerra, los
querríamos ver. Resulta difícil de imaginar los impulsos dionisíacos
y frenéticos que puedan despertar en las jóvenes la contemplación
de tipos escuálidos y grotescos, muchas veces sucios y descuidados
por principio y en los jóvenes la contemplación de muchachas en
vestimentas masculinas, botas o minifaldas destinadas a
‘socializar’ y banalizar partes del cuerpo mujeril que tan sólo en
un plano privado y funcional pueden poseer un verdadero potencial
erótico. Se sabe de la historia de un sacerdote que al tener que
casar a dos de estos jóvenes les tuvo que preguntar: ‘¿Quién de
ustedes es la esposa?’ En realidad el presupuesto para el amor, aun
para el puro amor sexual a fin de que tenga un interés y una
intensidad, es la mayor de las polaridades posibles, es decir
la máxima diferenciación entre los dos sexos; justamente lo
contrario de lo que presenta esta juventud con su promiscuidad,
con sus propensiones incluso de tercer sexo. Algunos llegan a
definir todo esto como ‘revolución sexual’, pero habría que
preguntarse ¿de qué sirve tal libertad? Por lo referido habría que
decir que aun en este campo los ‘jóvenes’ tendrían que ir a la
escuela.
Por otro lado es cierto que con el paso de los años, con la
necesidad para la mayoría de hacer frente a los problemas
materiales y económicos de la vida, esta ‘juventud’ convertida en
adulta se adaptará a las routines profesionales, productivas,
sociales y matrimoniales, con lo cual por lo demás pasará
simplemente de una forma de nulidad a otra. Ningún problema
digno de este nombre puede entonces formularse.
Sería de todos modos injusto reducir a toda la juventud italiana a
la que acabamos de caracterizar. Aparte de los jóvenes que siguen
mansamente con las costumbres burguesas sin formularse
problemas de ningún tipo ni de agitarse, hay también en Italia
jóvenes que se encuentran en una rebelión de corte político. Ellos
se rebelan en contra del actual régimen democrático y aun en
forma activista descienden en el campo de combate con coraje
cuando se trata de contrastar contra las manifestaciones
provocativas de la izquierda. Ellos atestiguan la presencia de una
juventud diferente, algunos de los cuales son incluso sensibles a
las ideas y a las disciplinas que nosotros en un sentido especial
solemos denominar como ‘tradicionales’. Respecto de éstos no se
puede hablar desde ya de ‘rebeldes sin bandera’ ni de un estúpido
anticonformismo.
El problema principal que se plantea para estos jóvenes es la
distinción que debe existir entre una juventud puramente biológica
y otra de carácter espiritual y superior. En los jóvenes de buena
estirpe son muchas veces rastreables actitudes positivas que no
denominamos como de ‘idealismo’, en tanto este término ha sido
ya abusado en su significado, sino en el sentido de una cierta
capacidad de entusiasmo y de impulso, de entrega incondicionada,
de intransigencia, de desapego respecto de la existencia burguesa
y de los intereses puramente materiales y egoístas, con una
aspiración a una superior libertad. Ahora resulta importante darse
cuenta de que muchas veces estas disposiciones se encuentran en
el fondo biológicamente condicionadas, es decir ligadas a la edad.
Y entonces la tarea sería la de asimilar tales disposiciones,
hacerlas propias en modo de que se conviertan en cualidades
permanentes, aptas para resistir a las influencias contrarias a las
cuales se es fatalmente expuestos con el paso de los años y en la
confrontación de los problemas concretos de la vida de hoy en día.
Puede ser interesante a tal respecto hacer una referencia a la
antigua civilización árabe persa. La misma ha conocido el
término futâva que, derivado de fatà = joven, que indicaba la
cualidad de ‘ser joven’ en el sentido espiritual aquí indicado, no
definido por la edad sino sobre todo por una disposición especial
del alma. Es así como los fityân o fityûh (= ‘los jóvenes’) podrían
ser concebidos como una Orden, cuya pertenencia implicaba un
rito vinculado a una especie de solemne juramento, el de
mantener siempre tal condición de ‘ser joven’.
Una referencia similar indica en primer lugar la tarea que deberían
asumir los jóvenes que profesan un anticonformismo y una rebelión
positiva puesto que por experiencia sabemos de cuántos de estos
casos en los cuales, pasada la juventud biológica, ha pasado
también lo mismo con la espiritual, con sus intereses superiores, y
cómo en cambio haya sobrevenido una banal ‘normalización’.
Podemos decir con conocimiento de causa que en los últimos
treinta años vividos han sido muy pocos los que se han mantenido
firmes en sus posiciones. En segundo lugar, aquella referencia
puede servir también para terminarla con el mito de la ‘juventud’.
La cualidad auténtica de la juventud de ninguna manera puede ser
reconocida a aquella generación de la que hemos hablado al
comienzo de este escrito (y es por tal razón que hemos usado
entre comillas las palabras ‘juventud’ y ‘jóvenes’); para la misma
en todo caso se trata de infantilismo de retrasados psíquicos. Y
cuando no se trata de una sustancia humana que desde el
comienzo expresa la patología de una civilización en disolución, es
decir, en los casos mejores, mantiene todo su valor aquello que
dijera una vez Benedetto Croce, que el único problema del joven
es el de convertirse en adulto. Lo demás es estupidez, y quien
quiere pensar en cosas serias, es al problema de una toma de
postura ante nuestra sociedad y civilización que debería prestar
atención y en el sentido de una verdadera y radical revolución
reconstructiva.
(Totalità, 10/07/67)

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