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El Catoblepas • número 134 • abril 2013 • página 2
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biblioteca nm La República de Platón número 182
documentario
foros de nódulo y el archipiélago Gulag invierno 2018
• Fundamentalismo
científico
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• Ignoramus, 10 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Ignorabimus!
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• Filosofía del Deporte
1. Marx había dejado dicho: «Los filósofos, hasta ahora, han querido conocer el 30 1 2 3 4 5 6 7 8 9
mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo.» Esta tesis famosa es muy 40 1 2 3 4 5 6 7 8 9
ambigua. Sin duda, contiene mucha verdad referida al plano de las intenciones, pero 50 1 2 3 4 5 6 7 8 9
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su verdad es muy escasa cuando la referimos al plano de las efectivas posiciones
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históricas (si es imposible un conocer puro, habrá que concluir que incluso quienes
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únicamente han querido conocer, también habrán tenido que contribuir al cambio,
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aunque no sea más que por haber contribuido a detener un cambio, a «cambiar el C0 1 2 3 4 5 6 7 8 9
curso de un cambio» que, sin ellos, se hubiera producido). Y, de cualquier modo, no C1 1 2 3 4 5 6 7 8 9
es verdadera del todo, ni siquiera en el plano de las intenciones, puesto que muchos C2 1 2 3 4 5 6 7 8 9
filósofos –o «maestros pensadores»– anteriores a Marx también han querido C3 1 2 3 4 5 6 7 8 9
deliberadamente cambiar el mundo. A veces, incluso, para subordinar ese cambio a C4 1 2 3 4 5 6 7 8 9
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ulteriores propósitos de conocimiento puro. Solo comenzaría acaso a ser
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significativa la tesis de Marx si se la interpretase en otro sentido, a saber, según una
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clave mucho más radical: «Todo aquel que filosofa, en el fondo, no quiere cambiar el C8 1 2
mundo; y el que quiere cambiar el mundo, debe dejar de filosofar, debe realizar la
Filosofía.» Pero es muy dudosa esta pretensión de reducir Marx a Tomas de Kempis
(«Más vale sentir la compunción que saber definirla»). Marx, cuya vida estuvo
prácticamente consagrada a la definición de conceptos, al conocimiento.
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Gustavo Bueno, La República de Platón y el archipiélago Gulag, El Catoblepas 134:2, 2013
3. Sin embargo, los llamados (aunque sea por motivos meramente editoriales)
«nuevos filósofos» franceses –y, en particular, André Glucksmann y Bernard Henri-
Levy– han vuelto a defender la sustancial identidad entre Platón y Marx, si bien
cambiándola de signo. Diríamos, por tanto, que es ahora el odio a Marx aquel que
alimenta el odio a Platón, y recíprocamente. Porque ambos «maestros pensadores»
quedarían simultáneamente condenados en cuanto servidores de un «estado de
cosas» de una «estructura» que se mantiene a través del esclavismo y del
comunismo, a través del capitalismo y del socialismo: la estructura del Orden del
mundo, del cual es un eslabón (y no el «más débil») el Estado: la realidad del Amo,
del Poder implacable, necesario y opresor de todo cuanto signifique fresca, libre y
creadora espontaneidad espiritual y personal. Platón, como Marx –y como Hegel–, al
hablar del Estado, de la Sociedad, de las Clases sociales o del Lenguaje, están
siempre refiriéndose a un Todo pensado como algo anterior a sus Partes, a los
hombres «de carne y hueso». Al presentar como evidente el Orden racional del
Mundo, están sometiéndose al Amo, al poder dominante (racional y planificador) que
comienza en la República platónica y termina en los campos de Auschwitz o en el
Archipiélago Gulag. Glucksmann cita El Político (293d):
«Y aunque tengan que matar, o exiliar a éste o aquel para purgar y sanear la ciudad,
exportar a colonias como se diezma a las abejas para hacerla más pequeña o
importar a gente del extranjero o crear nuevos ciudadanos para hacerla más grande,
mientras se apoyen en la ciencia y en la justicia para mantenerla y de mala la
conviertan en la mejor posible, queda definido por términos parecidos que una
constitución debe ser para nosotros la única constitución recta…»
Y Levy asimila a Platón al propio Lenin –la crónica de Lenin al Kairos de Platón–
porque, al parecer, tanto Platón como Lenin, en cuanto revolucionarios políticos, son
buenos relojeros y en el fondo no buscan hacer otra cosa sino tratar de ajustar las
vidas humanas al orden del Tiempo, al ritmo implacable de la Realidad, a los
dictados del Amo. Hay diferencias de presentación, pero no hay cambio histórico
profundo en unos cursos de acontecimientos que marchan siempre en la misma
dirección: la estructura permanece a través del cambio de los tiempos y solamente
se hace más potente, más universalmente aplastante. Es la estructura de la
totalidad, la estructura del Estado, que vigila el orden de las cosas materiales y el
orden de las cosas espirituales (el orden del Lenguaje). «En los diálogos de Platón,
en las ceremonias de la Plaza Roja se convoca al instrumento vocal para reclamar
su único 'sí', manifestación del total dominio del discurso del Amo» –leemos en La
cocinera y el devorador de hombres. Y, sin perjuicio de estas asimilaciones, Levy
recurre a Platón en el momento que necesita acuñar su concepto de una Historia
que no varía propiamente, sino que mantiene la unidad de sus «especies»,
renovadas una y otra vez en su oficio de organizadoras del orden ineluctable del
mundo. El socialismo no constituye, según esta argumentación, una transformación
histórica de inaudita novedad revolucionaria con respecto al capitalismo, en cuyo
seno germinó. El socialismo es sólo la contrafigura del capitalismo, el proletariado es
una clase vaciada de contenidos y que solo puede rellenarse (haciéndose real,
saliendo del nebuloso estado conceptual en el cual la concibió Marx) a expensas de
la propia cultura burguesa. Y el capitalismo (nos dice Levy) no es, a su vez, sino el
estado superior del platonismo.
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Gustavo Bueno, La República de Platón y el archipiélago Gulag, El Catoblepas 134:2, 2013
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Gustavo Bueno, La República de Platón y el archipiélago Gulag, El Catoblepas 134:2, 2013
No negamos las terribles confluencias que hubieron de tener lugar entre las
formas del nazismo y del estalinismo. Se trata de interpretar estas confluencias de
otro modo, como un episodio de la symploke de sistemas sociales y políticos
enfrentados, que caminan acaso en la misma dirección pero que llevan sentidos
contrarios. No se trataría de «justificar» los horrores del estalinismo como episodios
subordinados a un bien superior. Pero tampoco es posible ignorar todo lo que la
revolución de octubre ha significado de hecho como freno del capitalismo y como
contribución al progreso y edificación del comunismo. Estamos ante una cuestión
que resulta ser la verdadera piedra de toque de la dialéctica. Se trata de reconocer
la contradicción entre ambos momentos y de reconocerla como una resultante
necesaria, histórica, que nadie trata de bendecir sino, por de pronto, de constatar;
que nadie trata de deducir desde la perspectiva de unos supuestos fines globales de
la Humanidad, cuanto de construir desde la perspectiva de sus causas. Tampoco los
horrores en medio de los cuales se edificó el capitalismo pueden ocultar las nuevas
«formas de humanidad» (entre ellas, el individuo universal resultante de la economía
de mercado mundial, según Marx, que de él brotaron). El Capital ha nacido entre
sangre y lodo; y el archipiélago Gulag no es más importante que la trata de esclavos
de los siglos XVI, XVII, y XVIII a partir de la cual se fraguaron tantas conciencias que
hoy lo critican. Pero criticar al Gulag desde el capitalismo es algo así como criticar al
dogmatismo del Diamat desde posturas cristianas –necesariamente solidarias de su
tradición inquisitorial. Es simplemente falta de sindéresis. Levy y Glucksmann, sin
embargo, sólo quieren ver en estas semejanzas la perpetuación y reproducción de
una misma estructura que avanza implacable y se mantiene por encima del curso de
la historia. Si el poder se atribuye al todo –al Estado– y si se parte de la hipótesis de
que fuera del Estado total no queda nada de poder –salvo la impotencia– entonces
la historia del poder habrá de reducirse al proceso de la reproducción de esa
totalidad monótona que aplasta necesariamente a las partes a las cuales envuelve y
cuyo Orden constituye, como un momento necesario del Orden del Mundo.
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Gustavo Bueno, La República de Platón y el archipiélago Gulag, El Catoblepas 134:2, 2013
reducirse a Platón; sus diferencias son sustanciales –son diferencias históricas– sin
perjuicio de que esas diferencias sólo puedan perfilarse con precisión sobre el fondo
común de sus semejanzas abstractas. El pesimismo histórico de Levy no es otra
cosa sino el mismo optimismo histórico leibniziano cambiado de signo: Levy es así
simplemente un anti-Cándido. Pero tanto Cándido como su negación se sostiene en
el mismo tronco metafísico, el monismo: contraria sunt circa eadem.
15 marzo 1978
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