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El

Oráculo de Ychsmay

Por

César A. Francis


CAPÍTULO 1
AURORA Y CREPÚSCULO DEL CORAZÓN

“La vida es como un gran viaje hecho de pequeños viajes, y en ese gran
viaje los dioses a veces nos crean situaciones tan incomprensibles y dolorosas
que pueden hacer que el rumbo que habíamos determinado tan cuidadosa y
primorosamente para nuestra felicidad, tome una dirección inesperada,
indeseada. En ese nuevo viaje se revelan lugares desconocidos e intrigantes.
Los dioses, así como nos iluminan y nos dan amor, prosperidad, tranquilidad,
despreocupación y felicidad, así también nos las extirpan como si fueran males
que anidan en nosotros. Y lo hacen así, cual divinos y poderosos trepanadores.
Esa es la manera en que nos muestran un sorprendente e insólito mundo que es
en el que ahora me encuentro. Los ojos de los dioses no son los mismos que
los ojos de los hombres y por eso ellos ven lo que ven mientras nosotros
permanecemos ciegos. Este nuevo mundo en donde estoy es un misterio tan
incomprensible y asombroso que me cuesta entenderlo. Por eso estoy aquí,
porque quiero comprender, porque quiero dejar de sufrir que es lo que todos
desean. No quiero que los gusanos que propagan y multiplican el dolor me
coman más el corazón, ni quiero que los dioses que todo lo ven hagan de mi lo
que quieran. Es por eso que he traído ofrendas a este oráculo para que los
dioses tengan compasión de mí. Tampoco quiero olvidar a la más hermosa de
mis aventuras y mis viajes, al más verde y hermoso valle de todos los que
conocí, a la mujer que tanto amé... Por ella estoy aquí, por ella inicié esta larga
marcha para entender todo y para resucitarla, para continuar mi amor por ella,
aunque ya no está en este mundo… pero no sé cómo hacer,... Quiero olvidar,
pero también quiero recordar.” Estas tienen que ser las palabras que le diré al
sacerdote cuando llegue a mi celda. Le contaré todo lo que me ha sucedido
para que me ayude a terminar esta agonía y no dejaré que se vaya sin tener una
respuesta.
Le diré que soy Uarmoc Payampoyfel, mercader que proviene del verde y
amplio valle Ximor, cerca de Xian-Xian, la colorida, extensa, lujosa y
sofisticada ciudadela de adobe de los reyes ximor, la capital de la
Confederación, residencia del actual monarca Minchanssamán, el poderoso
Ciequic. Que he seguido y aprendido las rutas que me enseñó desde niño mi
padre, Aborrontomy Payampoyfel, caminando en caravanas con llamas de
carga para intercambiar nuestros productos en otras regiones lejanas y
cercanas. Nada era para mí más hermoso y emocionante que ser mercader para
conocer nuevas tierras y aventuras, aventuras que empecé a abandonar solo
cuando conocí a la hermosa Muya Quenchan con quien me casé.
Le diré que fue el Paraeng, el patriarca de la comunidad, quien presidió el
acto colectivo del matrimonio bajo una hermosa tienda de algodón blanco con
dibujos de colores de la diosa Xi, la Luna, mientras Muya y yo llevamos una
olla nueva en la cual pusimos harina de maíz y sebo para ser quemada, y solo
cuando las llamas fueron suficientemente altas nuestro padrino nos casó
oficialmente.
La fiesta familiar de nuestra boda fue festejada en la huerta de la casa con
los familiares que siempre son muchos. Abundó el pato con cereales
macerados, carnes con maní, tripitas rellenas, cereales con hierbitas, pescado
crudo macerado en ají molido, pallares hervidos, pava aliblanca con especias,
chinchulines y otras carnes envueltas en pancetas o intestinos con hierbas
aromáticas cocinados a fuego lento; todo acompañado con pan de yuca y
algarrobo, y al final las más deliciosas frutas de la estación como las
guanábanas, las guayabas, los chicomas, las lúcumas, y la reina de todas las
frutas, la chirimoya. Abundó la cerveza de maíz para adultos, el cutzhio, para
poner alegres nuestros corazones.
Muya, mi mujer, fue el mejor de los viajes que alguna vez había tenido, el
más intrigante y fascinante de todos, ella fue el camino más bello y sinuoso
que recorrí con mis manos. Recorrí las tibias arenas de su piel, sus paisajes
estaban llenos de descansos para los viajeros, descansos con vista a los verdes
y hermosos parajes de los valles que siempre rompen la fascinante belleza del
silencioso, sereno y vasto desierto de la costa. No tengo palabras para expresar
mis sentimientos que ella hizo brotar en mi corazón, porque no soy ni sabio ni
poeta de la corte del rey. Soy un simple mercader y nada más.
Cuando Muya descubrió que estaba embarazada fuimos a uno de los
templos más cercanos a Xian-Xian con mis padres, con ofrendas para Ai-
Apaec el Creador, y para Xi, la diosa Luna. Pedimos consejos a los curanderos
del templo principal para su embarazo y también se los pedimos a mi madre
Dsonki. Todas las noches acariciaba su suave vientre mientras contemplaba
sus dulces y oscuros ojos mientras buscábamos nombres de varones o mujeres
para su bautizo luego de su primer año de vida, y su primer corte de cabello.
El día del nacimiento alcancé a ver cómo mi hijo tomó leche de uno de los
pechos de Muya y luego se durmió, y mientras él dormía, mi adorada Muya
también lo hizo, pero esa vez para siempre.
-¡Los dioses no pueden hacerme esto, no pueden! ¡Esto no es justo, cuándo
todo era felicidad, justo cuando todo era felicidad…! ¡Me quiero morir, solo
me quiero morir!
Yo gritaba mientras contemplaba el cuerpo de Muya que reposaba lánguido
sobre su lecho. Mientras lloraba con la cabeza puesta sobre la tierra, mis
parientes y amigos trataban de consolarme con explicaciones que no me
convencían.
-Son cosas que suceden a menudo, Uarmoc. Ella ya no sufre más, pero te
ha dado un hijo -decían para que no me volviera loco de pena-. La muerte es
algo que nunca esperamos, mas bien es ella la que siempre nos espera a
nosotros.
-¡Ya no quiero hijos, solo quiero a Muya! -gritaba entre lágrimas.
Nada detenía mi llanto, y de tanto llorar terminaba dormido por
agotamiento. Empecé a perder peso y mis padres trataban de alimentarme,
pero aún así casi no comía. Intentaban consolarme con inútiles historias de
absurdas partidas como si contándomelas, me consolaría. Casi no los
escuchaba. Solo quería seguir a Muya al lugar en donde estaba en aquel
momento.
Dormía sobre el lado de la cama en donde ella solía dormir, bebía en las
mismas vasijas y vasos en donde ella antes había bebido, caminaba por las
mismas rutas por donde ambos habíamos caminado, abrazaba la ropa que
alguna vez ella usó, mientras lloraba e imploraba que regresara a este mundo.
Todo era inútil.
Mis padres insistieron que visitase curanderos pero me negué. No podía
aceptar a ninguno de ellos porque hacerlo era aceptar su muerte y me negaba a
eso. Insistieron en llevarme a uno bueno y acepté por compromiso. Lo único
que me aliviaba era la compañía para olvidar la tortura de mi tristeza.
Mientras caminábamos hacia el templo por el camino bien construido y
adornado de piedras, ellos conversaban sobre lo agradable que era viajar.
-Estos caminos son cómodos, sobre todo en las garitas para descansar,
comer y beber. Son tan antiguos como nuestros antepasados los muchika -dijo
mi padre-. Con eso ya te digo todo.
-Si no fueran por estos caminos -respondió mi madre-, viajar como tú lo
haces como mercader sería un verdadero sacrificio.
-Creo que nunca te conté que una vez -agregó él-, antes de conocerte me
aparecieron unos bultitos por todo el cuerpo. Me preocupé mucho. Mi padre
me llevó a un templo y el sacerdote curandero me dio unas hierbas y todo pasó
en pocos días.
-Una vez me sentí mal y mis padres me llevaron a un templo en
Xequetepeque -comentó mi madre-. El curandero me frotó un cuy en el
cuerpo, lo abrió con su filuda uña para verle las entrañas, le arrancó el corazón
aún latiendo, lo lavó con agua para verlo y me dijo que no parecía tener nada.
Todo había sido un malestar causado por algunos disgustos que tuve con uno
de mis hermanos. Me dio hierbas para infusión y todo el malestar pasó.
Empecé a prestar más atención a la conversación. El asunto se ponía
interesante.
-Tenemos suerte Dsónki -agregó mi padre-. Conozco mucha gente que ha
tenido enfermedades graves y las curaciones han demorado mucho tiempo, o
no se han curado. Recuerdo una mujer que tenía un bulto en el cráneo y no se
le podía curar, ni con una trepanación. De joven era hermosa, pero por ese
problema nadie quería casarse con ella. La pobre mujer quedó pirnyan, o sea
soltera hasta ahora.
-Me has hecho recordar un caso que vi cerca del Templo de Pakat-Namú.
-En el reino hay grandes magos y médicos, pero en Pakat-Namú están los
mejores, están los Oquetlupuc, los grandes médicos que se arriesgan a morir si
se les muere el enfermo.
-Justamente me refiero a ellos. Una vez un aristócrata, un Fixlla enfermó
con un raro mal. Los grandes curanderos no podían sanarlo, entonces fueron a
Pakat-Namú y un médico Oquetlupuc les dijo que él sí podía curarlo. Prometió
lo que los demás no. El enfermo estuvo en tratamiento por muchas semanas
pero no se mejoró y al final murió.
-¿Y que hicieron sus familiares?
-Tú sabes Aborrontomy qué sucede en esas situaciones. Decidieron
castigarlo amarrándolo al cuerpo de su paciente muerto hasta que se pudriera.
-He escuchado eso pero nunca lo he visto. Dime, ¿verdad que lo amarraron
al cuerpo del muerto?
-Si, a la fuerza lo desnudaron, lo anudaron con sogas con varias vueltas, lo
llevaron arrastrando por el campo hasta un cementerio en las afueras de la
ciudad. La gente que veía aquello lo seguía. Los familiares del muerto gritaban
que el curandero no curó al Fixlla y por eso merecía castigo, mientras el
médico gritaba pidiendo perdón para que lo soltaran, pero nada. Llegando al
cementerio y en medio de los gritos lo amarraron al muerto que estaba muy
bien vestido.
-¿Y qué sucedió luego?
-Al muerto lo enterraron boca abajo, pero dejaron al curador amarrado
mirando al cielo. El hombre gritaba pidiendo clemencia.
-¿Y qué hacía la gente mientras el médico moría?
-Tú sabes cómo es la gente. Parecía que se turnaban para verlo morir como
si fuera un espectáculo. El primer día no había mucha gente pero a partir del
segundo había multitudes que se aglomeraban. Como está prohibido ofrecerle
alguna ayuda solo quedaba verlo morir en soledad pero rodeado de gente. A
los dos días ya el curador había perdido mucha de sus fuerzas mientras que el
muerto que tenía amarrado a sus espaldas empezaba a oler mal, a hincharse y a
podrirse. ¿Te puedes imaginar?
-No, ni quiero, pero dime, ¿qué pasó después?
-Debido a que estaba con su muerto día y noche, ni siquiera podía dormir.
Las sogas que rodeaban su cuerpo lo tensaban más y más y le marcaban la
carne. En la noche temblaba de frío, y durante el día el calor lo mataba de sed.
Su voz era cada vez más débil. Al tercer día el cuerpo del muerto empezó a
oler mal y a hincharse aún más, y el olor nauseabundo hacía que el
Oquetlupuc vomitara. Pero cada vez vomitaba menos porque no tenía nada en
el estómago, y sus vómitos eran de color amarillento. Pedía ayuda y
compasión pero los castigos son los castigos y nadie podía hacer nada, porque
si lo hacían ellos hubieran recibido un gran castigo. Al tercer día los enjambres
de moscas eran insoportables. Eran tantas las moscas que el curandero no
podía respirar con las pocas fuerzas que tenía. Aves y lagartijas se acercaban a
devorar las moscas. Buitres y gallinazos estaban esperando pacientemente en
el aire, y cada vez se acercaban más y más. Su piel se quemaba por la
insolación mientras agonizaba.
-¿Y los gallinazos y buitres?
-Al tercer día el médico murió justo antes que el muerto se hinchara y los
gusanos empezaran a comérselo. Los gallinazos y los buitres viendo que el
médico no se movía, se pararon encima y le picotearon los ojos, luego los
labios y las orejas. Otros gallinazos habían empezado a perforarle el ombligo
para abrirle la barriga y comerse los intestinos. Cuando los buitres se estaban
encargando de los genitales, la gente le echó tierra porque el olor era
nauseabundo e insoportable y llegaba muy lejos.
-La descripción me produce náuseas. Es la peor tortura que alguna vez he
escuchado.
-Realmente un médico tiene que saber mucho para poder curar
enfermedades, ¿no? -preguntó mi madre.
-Realmente hay que saber muchísimo, de lo contrario te puede pasar lo que
al curandero.
Caminamos en silencio durante un buen rato impresionados por la
descripción.
-Tengo un amigo de la infancia -comentó mi padre- que luego llegó a ser
un gran curandero. Me contó que le enseñaron muchos modos de averiguar las
enfermedades que padece la gente. El más importante es el de frotar el cuy,
pero cuando ellos descubren que el mal es de magia ponen al enfermo en un
cuarto medio oscuro sentado con la cara mirando al sur y así es que se puede
ver una luz que ilumina al enfermo.
-¡Ah, por eso es que ponen a algunos enfermos en un cuarto oscuro! Pero
hacer mal con la magia está prohibido...
-Mi amigo no hacía magia negra. Los magos y brujos malignos puedan
hacer que la persona hechizada muera poco a poco. ¿Y sabes cómo?
Consiguen un poco de sangre de la persona, esa sangre la convierten en carne,
luego es cocida o asada y se la dan a comer a quienes quieren causarle el mal.
-Qué cosa tan horrible me cuentas. Dime Aborrontomy, ¿qué cosa ven en
ese cuarto oscuro?
-Aprenden a ver una luz del cuerpo. Si esa luz es blanca la enfermedad es
de sus emociones o sentimientos, si es anaranjada, es una enfermedad de los
pulmones, de los bofes y si es roja entonces es del corazón.
-No sabía que tenías un amigo curandero. No me lo habías contado.
-Me olvidé de contártelo. Hay tantas cosas que he visto en mis viajes que
me olvidé contarte esto.
-¿Recuerdas otras? Me muero de curiosidad de saber esas cositas -pidió
con ansias mi madre.
-Algo que tú ya sabes es cómo los sacerdotes dedicados a la vida religiosa
escogen algunos niños desde pequeños para criarlos en los templos para que se
comporten como niñas, y cuando son jóvenes se convierten en verdaderas
compañeras de los sacerdotes.
-Creo que esa es la única manera de evitar tener familia y dedicarse a los
dioses y a los demás.
-Me imagino que siempre se sentirán tentados por las mujeres, pero
teniendo un compañero que se comporte como una de ellas ofreciéndole todos
los placeres de este mundo, es más difícil caer en la tentación, ¿no?
-Imagino que sí. Pero sígueme contando algo más de lo que sabía tu amigo.
Mi padre contaba que los momentos más adecuados para los aprendices de
curadores eran durante las noches frente a un tapete sobre el cual se colocan
muchos objetos. Entran en trance ya sea bebiendo el zumo del cactus sagrado,
la wachuma, o aspirando tabaco. Se convierten en mensajeros de algo más
grande que ellos mismos, como si la voz de un dios les dijera qué tiene el
enfermo y cómo debe curarse. Sobre las mantas abiertas sobre el suelo se
extienden cerámicas, piedras, un garrote, una figura de Ai-Apaec, el dios de
los dos báculos, una cerámica de la diosa Xi, y también de Ñi, la diosa del mar
y madre de las aguas, se colocan las rojas valvas sagradas, los míschius y otras
cosas.
No sé cómo la conversación derivó en la leyenda de Mollop, el célebre
mago llamado El Piojoso y al cual se le veneraba mucho porque se creía que
de los piojos de su cuerpo se creaban a las personas de este mundo. Los del
norte, los de Ñam Paxllaec, lo raptaron llevándoselo a su pueblo. Allí murió y
allí conservan sus huesos. Y debido a que los piojos se multiplicaron es que
hay tanta gente en Ñam Paxllaec. Luego de Mollop se habló de los espíritus y
demonios en Ocros y Lampas, y en toda la tierra de Supi, Wacho y Warmi que
se les aparecen a las mujeres, que son muy atractivos y seductores. Ellas, sin
saber que son espíritus, tienen relaciones carnales con ellos. Y así como hay
espíritus seductores con las mujeres, hay también demonios con apariencia de
mujer que tienen relaciones con hombres.
Finalmente llegamos al templo pintado de vivos colores en donde se veían
impacientes líneas de gente de todo tipo, esperando en las afueras para sus
consultas del cuerpo y del alma. Elegantes soldados resguardaban la fastuosa
entrada.
-Pócanche måt, entre usted señor -dijo un soldado-. Pócanche móly, entre
usted señora.
Al subir por la primera rampa nos encontramos con un gran patio de
paredes con diseños de animales en alto y bajo relieve, así como pinturas muy
coloridas de fantásticos seres mitológicos. La gente se aglomeraba formando
una hilera y esperando su turno con sacerdotes, magos y curanderos que se
encontraban en sus cubículos. Los siguientes pisos del templo piramidal
estaban destinados para los sacerdotes. Un sirviente nos recibió dándonos un
pote de cerveza de molle y de maíz como es la tradición, y nos dijo que
tendríamos que esperar un poco. Otro sirviente se llevó la llama a un establo.
Mientras esperábamos sentados sobre tapetes y alfombras bajo una tienda
que nos cubría del Sol, mis padres iniciaron una conversación con los vecinos.
Sentados estaban el padre, la madre, y un hijo joven que estaba en camino a
ser adulto. El joven era tranquilo y en su mirada mostraba cierta bondad, cierta
paz. Su historia me impresionó mucho.
-Este es nuestro hijo, y lo traemos porque esta es su última consulta con el
curandero. ¡Ustedes no saben el problema que tuvimos con él, no saben!
Gracias a los dioses que ahora él está bien -dijo el padre.
-¿Y qué fue lo que le sucedió? Parece un joven sano, fuerte y bueno.
-Si, lo es ahora, pero un día, de la noche a la mañana se volvió loco, pero
un chäto romaték, un loco furioso -dijo la madre del joven-. Tanto así que
tuvimos que amarrarlo de la cintura y los brazos, y atarlo a un árbol con una
soga de doble vuelta para que no se escape. Ni siquiera pudimos abrigarlo un
poco, con el frío que hacía en ese tiempo, pobrecito. No entendíamos por qué
se había vuelto loco. Yo sufría tanto señor... se lo juro... tanto que no sabía qué
hacer por mi hijo -decía la madre mientras se secaba algunas lágrimas que
rodaban por sus mejillas-. Tratábamos que coma algo caliente, entonces le
desatamos una mano pero no solo no comía sino que botaba la comida al
suelo, la escupía, y tomó una piedra filuda del suelo y se cortaba la cara, el
cuerpo, las manos, las piernas... ¡Ay, era una cosa horrible señor, horrible! No
podíamos detenerlo porque era muy fuerte. Llamamos a un curandero de este
templo y fue a verlo inmediatamente. El pobrecito estaba solo con su
taparrabos, en pleno frío. Me daba tanta pena... Deliraba y gritaba diciendo
“¡Ay amorcito, amor, porqué me tienes así, porqué me tienes así!”.
-Él había sido un oficial del ejército ximor -agregó el padre-, pero de un
día a otro se puso así, romaték, loco. Cuando eso sucedió sus superiores
decidieron enviarlo a casa porque casi mata a otro oficial. Mi hijo trató de
empujar al militar superior por un acantilado en una expedición al noreste.
Pero además él mismo quiso tirarse por el acantilado cuando no pudo matar al
oficial. Tuvieron que agarrarlo. Nadie entendía nada. Entonces lo llevaron de
vuelta a casa y allí fue que tuvimos que amarrarlo. Mi hijo parecía un caso
perdido, parecía un animal. Antes de llevarlo para curarlo, el curandero dijo
que había que tranquilizarlo primero, e hizo traer una vasija con agua de mar,
le puso algunas hierbas dentro, y en esa agua las estrujaba; también le puso un
poco de chicoria. Cuando mi hijo se puso loco, el curandero, con una vasija
más pequeña le echó tres veces de esa agua y se volvió tranquilo, muy
tranquilo. Así se le pudo llevar amarrado para hacerle el ritual sobre el tapete
de los magos y brujos que ellos saben hacer. En la sesión del tapete el
curandero empezó a tocarlo con las manos, y luego le dio algo para beber.
Cuando ya estaba tranquilo le dio para que absorbiera por la nariz un poco de
tabaco molido con esas espatulitas para absorber el tabaco, y entonces
comenzó el ritual de curación.
-En un momento el curandero tomó la cabeza de una calavera en una mano
-agregó la madre con ansiedad-, y en la otra una serpiente de madera y volteó
para presentársela a la imagen de uno de nuestros dioses. Cuando terminó la
sesión el curandero nos contó que en aquella sesión había visto a una
muchacha que estaba detrás de mi hijo, de cuando mi hijo iba de campaña con
el ejército y que esa muchacha era hija de un brujo de otro pueblo. Mi hijo
había tenido amoríos con ella, pero el curandero también vio que le estaban
haciendo el daño con la ropa de él, y además le habían dado de comer algo. Le
habían dado de comer cosas malas por venganza. Mi hijo y su enamorada
habían discutido un día y el padre de ella insultó a mi hijo, entonces mi hijo no
pudo controlarse y le pegó. Por eso es que el papá de esa mujer le hizo una
brujería con la ropa y le dieron alguna cosa mala como comida.
-Esa misma noche, cuando ya estaba tranquilo en la sesión -intervino el
padre-, el curandero le dio de beber el agua del cactus sagrado, la wachuma, y
comenzó a vomitar algo así como espuma. Antes del amanecer le dio una
infusión de totorilla o algo parecido. Le pregunté al curandero si eso no sería
peor, pero dijo que no, que mi hijo tenía que botar lo que le habían dado de
comer, los huesos de muerto, polvo de culebras, tierra de cementerios y esas
cosas. Tenía que purificarse. Cuando empezó a amanecer cayó al suelo y
empezó a vomitar y a vomitar y después de eso empezó a mejorar.
-Cuando uno toma esa hierba -interrumpió la madre- uno tiene que hacer
dieta, nos había dicho el curandero, porque esas hierbas muy fuertes. Además
de hacer dieta, no mirar al Sol, ni mirar al fuego por cinco días, dejarlo en un
cuarto oscuro y no comer nada que tenga condimentos con ají. Solo podía
comer cosas blancas con un poco de sal, con su maíz sancochadito, su papita
blanca, su yuca, un poquito de carne de llama o de cuy, y también podía
comerlo con el pan de yuca y algarrobo. Eso sí, nada de pescado, nada de ají.
Y todo empezó a salir bien el primer día. Mi hijo estaba tranquilo, pero el
segundo día yo preparé un cocido de cangrejos con raya en una salsa de ají,
hierbitas con su condimento, y cuando estaba sirviéndole a mi esposo el plato
con su yuca, mi hijo se abalanzó sobre el plato y se lo comió. Por más que le
dijimos que tenía que guardar una dieta no nos escuchó. El pobrecito tenía
tantas ganas de algo rico... Después de un rato empezó la tragedia. ¡Ay diosita
Luna, ustedes no saben, no se pueden imaginar qué pasó!
-Tomó un hacha que usamos para cortar leña y árboles -prosiguió el padre-,
y con ella empezó a romper la casa. Empezó a perseguir a mi esposa, a su
mamá con el hacha diciéndole cosas horribles, “vieja bruta, vieja malvada” y
otras cosas que no puedo repetir, y mientras decía eso saltaba y saltaba como
loco con el hacha en la mano. Tuvimos que echarle varias sogas para
amarrarlo otra vez y llevarlo donde el curandero. Y lo trajimos aquí, y cuando
llegamos, el curandero salió con cara de preocupado y molesto y nos dijo de
que mientras estaba durmiendo sintió una cosa rara, entonces se levantó y se
miró en el espejo de antracita y vio que él tenía la boca rajada y que le estaba
saliendo sangre, y que además sentía algo raro en su cerebro. “¡Ya rompieron
la dieta, ya echaron a perderlo todo”! había dicho cuando se vio en el espejo.
“La culpa es de ustedes por dejar que comiera eso que yo había prohibido”,
nos reprendió.
-¿El brujo sintió y vio desde lejos que ustedes habían roto la dieta a través
de su espejo? -preguntó mi padre.
-Si, él lo vio, y otra vez le volvió a dar el brebaje que antes le había dado y
entonces empezó a calmarse. Después de eso le terminamos la dieta y ahora
está bien, está tranquilo. Le estamos muy agradecidos al curandero y le hemos
traído los mejores regalos. Creo que esta es la última vez que va a verlo a mi
hijo porque ya está curado, y se lo agradecemos tanto... pero tanto.
Se acercó un sirviente del templo y les dijo a ellos que ya era el momento
de la sesión con su hijo. Se levantaron y luego de despedirse con el tradicional
saludo de “que los dioses los bendigan, que la diosa Xi les de fortuna”
mientras se llevan la mano al corazón, siguieron al sirviente por la explanada
del templo hasta entrar a uno de los cubículos.
Nos quedamos boquiabiertos por la narración de aquella historia de amor,
de locura y de violencia. Era la primera vez que escuchaba algo así y por eso,
calladamente, agradecí la suerte de no tener que hacer frente a ese tipo de
situaciones.
Apareció otro sirviente del templo. Me tocaba a mí. Mis padres me
acompañaron. Cargamos las ofrendas y los pagos. Seguimos al sirviente hasta
llegar a uno de los cubículos del templo. Dentro estaba un sacerdote sentado
sobre mantas de lana. La luz de la puerta y una débil antorcha iluminaban
parte de la oscura habitación. Al ingresar el curandero se levantó y pudimos
ver la elegancia de su vestimenta. Tenía una larga túnica de color claro con
muchos adornos de color rojo, de formas parecidas a las valvas o mejillones y
que al caminar producían movimiento. Debajo de la túnica se veía un faldón
largo que le llegaba al suelo cubriendo sus piernas. Sobre su cuello colgaba un
collar de cuarzo y de oro. Como tocado tenía un sencillo sombrero de color
pardo con filamentos de amarillo y rojo.
Luego de saludar mi padre le entregó lo que habíamos traído como pago.
Nada parecía impresionarlo pero cuando le mostró una raíz alucinógena, se le
abrieron los ojos. Rápidamente aparentó seriedad y moderación. Antes de
iniciar la curación el médico sacó algunas frutas secas que le habíamos
entregado, y junto con frijoles y pallares los quemó en una bandeja.
Mientras ardían el médico ingirió un brebaje. Sobre el piso había una gran
alfombra de lana, y sobre la alfombra, en una esquina de la habitación, yacía
un tapete para la magia en donde se veían cabezas de personas moldeadas en
cerámica, varias piedras de distintas formas y tamaños, varas, espadas de
distintos tamaños, un garrote, una concha marina, recipientes, tabaco molido y
chunganas que son sonajas de cobre o plata, y otras cosas más que no pude
distinguir bien. En otro lado del cubículo se erguía un tronco de madera que
mostraba una cara esculpida que no parecía de este mundo. De las paredes
colgaban largas cintas de colores que los curanderos usan para sus más
antiguos rituales. En vez de tomarse de las manos toman las cintas por sus
extremos y así forman grandes círculos, y de esa manera bailan
parsimoniosamente llamando a los dioses y a los espíritus mientras cantan
melodías largas y profundas.
El curandero me preguntó por qué y para qué me encontraba allí, y fue mi
padre quien le relató lo que me había sucedido. Cuando terminó de relatar
todo, el curandero sacó los payek, los pallares, y los echó sobre la manta para
leer lo que me acontecía y leer mi futuro.
-Su hijo no se cura porque él aún sigue atado al recuerdo de su esposa. Si
antes era el amor lo que los unía, ahora lo que los une es el sufrimiento. Siente
y cree que si deja de sufrir por ella dejará también de amarla como alguna vez
la amó. Por eso no quiere que ese sufrimiento se vaya de su alma. Ahora el
sufrimiento de su recuerdo es como la esposa que lo acompaña. Si dejara de
sentirlo dejaría de pensar en ella, y eso es lo que no quiere.
Para mis padres no fue muy alentadora la respuesta. Lo que el curandero
había dicho era cierto, pero a mí no me importaba. Nos retiramos. Poco
después, y solo por insistencia de mi padre fui donde una curandera famosa
que tenía su casa más al sur, fuera del valle y cerca del mar, en el señorío de
Changuco. Ella era especial y muy sensible. Me llamó mucho la atención que
posara sus manos sobre mi cuerpo para tratar de aliviar los sufrimientos de mi
corazón. No era la primera vez que había visto eso, tampoco la primera vez
que alguien posaba sus manos sobre mí, pero yo sentía que ella era diferente.
Cuando me tocó el hombro y la rodilla derecha, sonrió y me dijo:
-Tu hombro y tu rodilla me hacen reír, me llenan de alegría, de inocencia.
Son como... traviesos, sí, traviesos. No sé por qué. ¿Qué has hecho para que tu
hombro y tu rodilla hagan que sienta lo que siento?
-No he hecho nada para que tú sientas eso. Nunca antes me habían dicho
algo así de mis rodillas.
-Pero tienes que haber hecho algo con tu rodilla y tu hombro... algo alegre,
travieso. Esa es la palabra, travieso. Haz un esfuerzo por recordar.
-Si, ya recuerdo -dije-. Cuando era niño me gustaba subir a los árboles y
subir cerros. Me gustaba treparme a los algarrobos por su olor y su tamaño.
Sentía que mis hombros y mis rodillas me acompañaban en todas esas
aventuras. Si no hubieran sido por ellas nunca podría haber trepado tan alto.
Mi madre siempre le preocupaba que subiera porque podía caerme. “¡Baja
muchacho desobediente, baja que te vas a caer!, decía cuando me veía arriba.
Te vas a romper la cabeza o una pierna. ¡Me haces preocupar y enojarme!”,
pero yo le decía que no se preocupara, que nunca me había caído. Al final le
hacía caso porque me decía que si bajaba, me daría una rica fruta, o sino un
poco de miel de abeja sobre el pan de yuca y algarrobo. Al bajar siempre me
daba un cocacho en la cabeza que yo sentía que era más de cariño que de
castigo. “Prométeme que no vas a volverlo a hacer”, me amenazaba. “Si, sí,
mamá. No voy a volverlo a hacer”, le respondía para que sintiera más
tranquila. Era una promesa que no podía cumplir. Me encantaba subir y ver
todo desde arriba, como los pájaros. Todo era lindo desde allí.
Esa fue la primera vez que en realidad había podido conversar con una
curandera con agrado, sin preocuparme, sin llorar. Me dijo lo mismo que el
curandero anterior. No quería dejar de sufrir porque sería como traicionar a
Muya. Para mí, ella estaba viva porque yo quería que estuviera viva. Estando
en su cubículo le pregunté qué eran todas aquellas cosas que tenía sobre los
mantos tendidos sobre el piso.
Me lo explicó. Sobre el piso se extendía un yute hecho de maguey, y sobre
él había una tela o manta que nadie había usado antes. El lado derecho de la
manta era la justicia, el espíritu de donde todas las almas provienen y a donde
todas retornan. Se encontraban cerámicas de nuestros dioses. En esa parte se
pone una piedra negra, un cuchillo de media luna con la figura de Tacay-
Namu, una concha de mar, una pequeña concha de mejillón para tomar
brebajes por la nariz, y junto a todo ello, un cristal de roca. A la mitad de la
manta está la zona que no es ni buena ni mala, mientras que a la izquierda
representa la maldad. Había también tabaco hervido con wachuma y misha
con cutzhio, con cananga y perfume de hierbas para aspirar por la nariz, para
shinguear.
En el izquierdo había un cuchillo para protección, una concha de abanico,
una moradilla, una sonaja que lleva semillas de chira, cuentas de lapislázuli,
pedernal y turquesas, un caracol grande para solucionar problemas, una piedra
sagrada, una lechuza o puku hecha de cerámica y que representa la sabiduría,
un cuy negro de piedra y un palo de chonta en forma de culebra.
-Uarmoc, ¿por qué no haces un viaje al sur, a Ychsmay, al gran templo
donde está el dios de las dos caras, al dios Paccha-Ccámac al sur del gran valle
de un río que se llama Límac? -me preguntó de manera inesperada-. Allí, en el
centro del santuario de Ychsmay está una cúpula dorada en donde se encuentra
el ídolo que representa al dios de la creación, del día y de la noche. Él es el
más poderoso de todos los dioses, el dios de los temblores. El oráculo de
Pakat-Namú es muy bueno y tiene gran prestigio, pero parece que ha ido
perdiendo fuerza. En cambio el de Ychsmay está ganando influencia. Es el
lugar de peregrinación más grande en donde llegan de lugares lejanísimos,
lugares de los cuales nunca has escuchado hablar.
-En esa parte hablan solo qeshwa, ¿no es cierto?
-Pero sé que tú hablas bastante bien el qeshwa.
-Lo suficiente como para entenderme bien. Para ser mercader hay que
hablar varios idiomas.
Al escuchar su sugerencia me entró la curiosidad. Estaba más interesado
por conocer el lugar y hacer el viaje que por curarme. Nunca había viajado tan
lejos y esa podía ser una oportunidad para aventurarme solo. A partir de ese
momento la curiosidad no me dejó en paz.
-Voy a pensarlo -respondí-, voy a pensarlo.
-También tiene por nombre El Valle de los Dioses porque Paccha-Ccámac
está en la costa y en la sierra nevada está el dios Pariakhakha.
-¿Sabes qué significa Ychsma?
- Ychsma o Ychsmay significa color rojo. Es un valle hermoso y de
abundante vegetación. Está en el valle de Luren y su templo está frente al mar.
Está pintado de vivos colores. No te arrepentirás.
-¿Pero para qué iría al templo? Tú me dices que yo no quiero dejar mi
sufrimiento porque es como dejar a mi mujer.
-Para comprender -respondió.
-Comprender… ¿qué?
-Comprender todo -insistió.
-¿Todo, pero qué es todo?
-Si quieres saber la respuesta, entonces anda al oráculo y lo sabrás. Yo fui
una vez en peregrinaje, pensando quedarme poco tiempo para una fiesta
religiosa, pero me quedé un año. Eso cambió mi vida para siempre. Mírame,
ahora soy maga y curandera. Antes ni siquiera había pensado serlo y no me
arrepiento.
-¿Pero tú quieres que me vuelva mago o curandero, como tú?
-Cada uno encuentra lo que debe encontrar. El oráculo es como un espejo
que te revela lo que tienes que ver y saber de ti. Por ejemplo, para mí todo se
reveló en un solo día cuando me sentía extraña y malhumorada pero no sabía
el motivo. De pronto, cuando se iba a ocultar el Sol y la oscuridad empezaba a
cubrir todo con su negro manto, en ese momento sentí una gran fuerza, como
una voz clara, pero no era una voz que me decía que ese era mi destino, la
curación, la magia. Fue tan claro y tan seguro como la luz que nos ilumina
ahora mismo. Desde ese momento no dudé en tomar ese camino hacia los
dioses a través de la curación de los hombres.
-Es muy misterioso lo que dices, y me pones en un dilema. Si voy sabré si
lo que dices es cierto, no porque quiera sanarme de lo que ustedes dicen que
estoy enfermo, sino por curiosidad. Pero si no voy jamás sabré si lo que dices
es verdad.
-Eres aún muy joven para conocer el misterio de las cosas. Este mundo es
mágico y misterioso, no te imaginas cuánto.
“Mágico y misterioso”, dos palabras que me quedaron dando vueltas como
golondrinas revoloteando en mi cabeza. Yo siempre había cumplido con los
rituales, con las adoraciones, con las procesiones y las peregrinaciones que se
hacen a los templos. Cumplía con los ayunos obligatorios y con las fiestas
religiosas, festejaba alegremente los eclipses cuando sucedían de día, y gritaba
asustado para ahuyentarlos de noche, cumplía con las oraciones para Ai-Apaec
el Creador, y para la diosa Luna. Siempre había cumplido con todo, pero
nunca me había detenido a pensar si el mundo en el que vivía era “mágico y
misterioso”. Todo era sagrado, así me lo enseñaron mis padres y mi
comunidad, pero nunca había sentido que las cosas sean realmente sagradas.
Luego de la muerte de Muya esa fue la primera vez que me puse a pensar que
la vida podía ser tan trágica como misteriosa. Fui donde mi padre y le dije que
había decidido viajar a Ychsmay, lo que lo alegró mucho.
-Entonces preparemos tu viaje desde ahora -dijo con entusiasmo, pero
sobre todo con esperanza, esperanza que yo no tenía-. Lo primero que tenemos
que hacer es elegir las cosas que tendrás que llevar como ofrenda al dios y
como pago a los sacerdotes. Pero antes que eso tienes que saber que solo
pocos, muy pocos pueden llegar a ver al ídolo en el oráculo. Usualmente son
autoridades, emperadores, curacas y aristócratas, pero sé cómo hacer para
convencerlos de que llegues hasta el mismo dios. Tengo que advertirte algo,
hijo. Para llegar a ver el oráculo tendrás que pasar un año lunar en ayunos y en
soledad.
-¡Un año! Eso es mucho tiempo papá.
-Parece mucho tiempo pero no lo es. Si lo haces tu vida cambiará. Ese
sacrificio bien lo vale. Serás feliz y te sentirás lleno del espíritu que nos rodea.
-Nunca te había escuchado hablar así papá. Pareces... no sé... un sacerdote.
-No soy sacerdote ni mago, solo tengo más edad que tú y he podido vivir y
sentir la magia de las cosas en mis viajes, mientras te veía crecer, sonreír y
llorar, caer y levantarte, amar y odiar con las rabietas y todas esas cosas
maravillosas. Ahora, mientras soy más viejo, todo me parece más querido y
más bello. Sigue mi consejo. Mientras antes inicies ese viaje en ti mismo,
antes serás un poco más sabio y más feliz.
-Me siento tan mal que en verdad no me interesa tener sabiduría. De todos
modos dime qué cosas tendría que hacer para preparar mi viaje -pregunté con
cierta duda.
-Solo dos cosas. Una es ir consiguiendo las ofrendas que debes llevar para
que te permitan tu estadía por un año hasta encontrarte con el oráculo más
poderoso de todos. La otra, la más sencilla, es acordar un viaje con los
balseros comerciantes que van al sur. Llevarás mercancía como pago por el
transporte. Tendrás que llevar varias llamas cargadas, incluso dejar las llamas
a cambio.
-No estoy seguro que pueda reunirlas -contesté.
-De eso me encargo yo. Para eso está la familia. Recuerda que somos
comerciantes y uno siempre guarda una que otra cosita para casos como estos
en donde tienes que dar más para poder recibir más. Pero primero que todo, a
juntar aquellas cosas que son de más utilidad y que les gustarán a los
sacerdotes.
-No será fácil coleccionar las ofrendas -dije- porque ellos reciben
obsequios valiosísimos de jefes y nobles de muchas naciones.
-Cierto, pero hay cosas que no podemos dejar de obsequiar como
intercambio, y esos son los míschiu, las sagradas conchas rojas que provienen
del norte. Eso es siempre lo primero. Lo sagrado debe mostrarse al inicio para
que te respeten y te consideren. Luego viene lo demás, los collares de cuarzo
incoloros y de varios tonos, turquesas, piedras preciosas y pedernales, collares
de amatista, ópalos tallados, miniaturas de plata y oro, caracoles de plata para
colgar, alfileres de metales preciosos con motivos de aves, flautas, ollas y
especias para cocinar, algunas miniaturas como arcos y flechas de plata para
regalar en ocasiones especiales, sandalias y láminas de plata para decoración,
brazaletes y muñequeras, cajas del precioso metal talladas y labradas con
incrustaciones y satinados, espejos y hermosas telas. Pero al final mi querido
hijo, para convencerlos totalmente y que no duden ni un momento de ti, vas a
mostrarles dos de las cosas que ellos más quieren. Primero el colorante más
vivo y apreciado por todos, el bermellón sagrado, el cinabrio, el mismo color
con el cual está pintado el oráculo de Ychsmay. En qeshwa se le llama mantur,
en aymara sisira, en el idioma wari ya desaparecido se le llamaba urucu, y te
digo otra palabra más que se dice en el idioma náhuatl, el que hablan muy pero
muy al norte a donde pocos comerciantes y navegantes han llegado y que es
una de las pocas palabras que conozco. Allí se le llama achiote. Y lo segundo,
y para terminar de convencerlos, les llevarás raíces y plantas traídas de la parte
oriental del reino de los Caxamalca. Los vuelve como locos porque ven
alucinaciones. Ellos adoran esas raíces. Esto los convencerá. No lo dudes.
-¿Estás seguro papá, de que eso dará resultado?
-Aprende esto ahora y para siempre, hijo. Para personas tan importantes y
difíciles de complacer como son estos sacerdotes, hay que mostrar lo mejor
que tienes, pero hay que mostrarlo todo a la vez, para que así queden
impresionados y te abran las puertas al Dios de las Conmociones.
Cada objeto fue envuelto en paños de algodón o telas para protegerlas.
Nada era dejado a la suerte, nada debía descuidarse. Y mientras iba
recolectando todos los regalos con cuidado, mi padre llegó a un arreglo con los
balseros que enrumban al sur. Siempre hay muchas balsas que viajan
constantemente intercambiando pescado salado, cereales, lanas, lingotes de
cobre, chakiras, y muchas cosas más. Mi padre conocía numerosos
comerciantes marinos, incluso había viajado con ellos en sus balsas. La
embarcación me llevaría desde Xian-Xian hasta las tierras del sur de Chinchay
sin detenerse en ningún puerto o caleta. Desde allí tendría que caminar hacia el
norte hacia el oráculo. Con la carga que llevaban en la balsa, que era mucha,
no podían detenerse en las playas del Señorío de Ychsmay porque en las
orillas podía voltearse por el golpe de las olas, y porque estaban algo atrasados
en sus entregas.
Mi padre se encargaría de encontrar la balsa en la cual me embarcaría,
negociar el precio del viaje y el tiempo de retorno. El retorno sería en un año y
él acordó que me recogerían en Fiti-Fiti, en la punta más extrema que entra al
mar en el gran valle de Límac, entre los soleados días del solsticio de verano.
Si no me recogiera la misma balsa que me llevaría al sur, me recogería otra
que el comerciante contrataría. Muchos de los comerciantes y navegantes se
conocen entre ellos a pesar de que el número de balsas es muy grande en el
reino Ximor. La salida hacia el sur tenía que ser un mes antes del solsticio de
verano de ese mismo año. Sin saberlo, había iniciado mi peregrinación, mi
propio viaje a lo insospechado.

CAPÍTULO 2
LA CONSTELACIÓN DE PAKAT-NAMÚ

Mi vida se convirtió en una balsa que no encontraba su rumbo, o diré


mejor que el rumbo que había encontrado me era completamente desconocido,
como si fuera un viaje a tientas. Parecía que todo estuviera echado al azar, a la
casualidad, a la suerte. Desde aquel momento me parecía que la gente iba por
el mundo como yo, casi a gatas, engañándose y engañando a los demás,
fingiendo que todo estaba bien cuando en realidad no lo estaba. Todos
parecían fingir. ¿Acaso no es así la vida, llena de engaños y fingimientos,
haciéndose los fuertes cuando en realidad no lo son? Sin embargo en medio de
los desengaños, encontré gente que, a pesar de sus dificultades, de sus terribles
pérdidas, de sus grandes temores y del asedio de la incertidumbre, habían
creado sus propios caminos, sus propios rumbos que llegaron a sentirlos
totalmente familiares. La vida es sorprendente a pesar de que existe la muerte,
o quizá porque justamente ella existe. Yo, secretamente, quizá mágicamente,
esperaba que el viaje que haría por mar al sur, me ofreciera el rumbo que
necesitaba.
Cuando llegó el día de mi partida, todo estaba listo y bien empacado en
alforjas montadas sobre dos grandes llamas de carga que serían embarcadas en
una balsa en la playa de Wanchako. Estas llamas que son más grandes que las
comunes, más robustas y de cuello algo corto, son las más apreciadas para
cualquier comerciante porque son el resultado de un cuidadoso cruce entre las
mejores y más fuertes para que engendren solo animales de carga. El mayor
deseo de los mercaderes es que sean aún más grandes. Siempre decía mi padre
“Ojalá que hagan más cruces como estos y que sean tan grandes como para
que los gigantes que antes poblaban estas tierras las usen. Así podríamos
llevar muchas, pero muchas cosas con una o dos de ellas en viajes más largos,
y además yo mismo podría montarme sobre ellas en vez de caminar. ¡Sería un
alivio!”. Estos hermosos y nobles animales son los que más cuidamos, los que
más queremos, los que mejor alimentamos y protegemos. Las otras, las llamas
comunes son también para carga, pero carga menor.
Salimos muy temprano por la mañana rumbo a la playa, pero antes
visitamos el pequeño templo de Tasca que está en camino al mar y que es el
santuario por excelencia de los pescadores en donde oran pidiendo protección,
buena pesca y salud. Siempre se deja la clásica ofrenda del maíz blanco a la
diosa Ñi, diosa del océano, ofrenda que también se esparce cuando se navega.
Aunque el templo es pequeño, siempre muestra riqueza y lujo como una
manera de honrar a los divinos como en los templos de todos los reinos. Sus
paredes interiores están forradas de láminas doradas y plateadas, todas
repujadas. Cuando entramos al recinto ya se encontraban muchos pescadores
orando y entregando ofrendas. Al finalizar se retiraban con la cabeza gacha.
Mis padres y mis tíos me acompañaron y luego a Wanchako para
despedirse y desearme buena suerte. En la playa había muchas embarcaciones
en la orilla y en mar adentro, ancladas con piedras en donde las olas no se
encrespan ni revientan. Mi padre avistó al balsero con quien había hecho el
trato. Su balsa era enorme, la más grande de todas y la más hermosa. Era tan
grande que podía caber hasta cincuenta hombres. Estaba hecha con once
gruesos troncos muy livianos y muy firmemente atados con cordajes de
henequén. El tronco del medio es siempre el más largo, mientras los que están
a sus lados son cada vez más cortos como formando una flecha gigante. Tenía
dos altos mástiles erigidos como si fueran dos largas piernas delgadas que se
unían en su parte más alta, y sobre esas piernas de madera colgaba una gran
vela de algodón. La vela principal aún no estaba desplegada porque se estaban
cargando bultos de telas, lanas y muchas matas de algodón de colores
naturales aún sin despepitar. Aquellos mercaderes y navegantes también
cargaban gasas, telas bordadas, paños, pectorales, chakiras de piedras de
colores, chakiras de cuarzo, de antracita, así como de oro y plata, y por
supuesto las rojas conchas sagradas, las míschius que traen desde el norte para
el Ciequic Ximor y para el reino de Chinchay. En ese viaje se llevaba pescado
seco y salado para intercambiarlo por lingotes de cobre. También
transportaban plantas alimenticias en canastas y redes de gruesos cordeles, o
en sacos de piel de llama o de lobo marino. Los comerciantes chinchay, así
como los ximor, somos de las pocas naciones que usamos hacha-monedas para
el comercio, aparte del trueque.
Los productos estaban bien envueltos y acordonados por los tripulantes
quienes los acomodaban y cubrían para que la carga no se mueva con el
vaivén del océano ni se moje con el agua. En la mitad de la embarcación se
erigía una pequeña caseta de caña guadúa de dos pisos y techo a dos aguas
cubierta por hojas de bijao y palma. En el segundo piso de la caseta se
almacenaba parte de los alimentos para que se mantenga libre de la acción del
agua. Yo llevaba mis llamas y alforjas que contenían mercadería, alimentos
para varios días, agua pura y una ración de cutzhio para beber.
A las llamas tuve que vendarles los ojos para que suban a bordo porque el
mar las ponía muy nerviosas. Había que evitar que huyan con la carga.
Vendadas las conduje a través de una rampa. Les llevaba hierbas, forraje y
agua como alimento. Solo cuando estuvimos en alta mar les fui quitando las
vendas para que se acostumbren a ver el interminable océano. Como se ponían
nerviosas, volvía a vendarlas, y así, poco a poco, se fueron acostumbrando al
vaivén de la balsa y el amplio mar. Cuando la barcaza estaba ya completa me
despedí emocionado de mis padres y de mis tíos.
-Que los dioses te bendigan y te den buena fortuna -nos decíamos
mutuamente mientras nos acariciábamos y tocábamos la cara con cariño y
dulzura, mientras les agradecía por todo lo que hacían por mí.
- ¿Túkäs lótsie pa tótem ak?, ¿ya te vas para arriba? -pregunté al jefe de la
balsa una vez que me encontré a bordo.
- A, mentap ai ñi, si, la mar está en llena -respondió-. Hay que partir.
Para ingresar al mar colocamos troncos largos bajo la embarcación para
que se deslice sobre ellos y usamos remos y palos para palanquear el fondo
hasta que la embarcación flotó por si misma. Los navegantes remaban
fuertemente contra la corriente, y cuando estuvimos más allá de las olas que se
rompían en espumas, izaron las velas. La vela principal era casi tan grande
como el tamaño de la cubierta. Sobre su blancura se dibujaba con vivos
colores la figura de una ballena, que es el dios más importante de los seres
marinos. Tuvimos una suave brisa que provenía del sureste. Una vez fijado el
rumbo el jefe de la embarcación y los otros navegantes miraron hacia la figura
de la ballena y le rezaron para tener buena travesía, mientras esparcían blanca
harina de maíz sobre el océano.
- El Ciequic Küza, el Señor del Viento nos favorece porque proviene del
sur este -dijo el jefe de la embarcación-. Las balsas que son más pequeñas
tienen que maniobrar hacia el oeste donde el Sol se oculta, y luego cambiar
rumbo a tierra, y luego nuevamente hacia el oeste. Pero esta no. Esta es
diferente, por las guaras.
Yo sabía de las guaras que se encajan bajo la cubierta, pero nunca las había
visto sino hasta que dos navegantes trajeron dos tablones de madera que se
asemejan a grandes remos con empuñaduras ricamente talladas, y que ellos
hundieron en la parte delantera y otras dos en la posterior. Estas guaras son
como una suerte de timones y quillas que permiten una suave navegación sin
que las corrientes ni los vientos la desvíen, permitiendo incluso dar curvas en
redondo en poco espacio. Las guaras otorgaban a la balsa un viaje muy
singular, casi mágico. En la medida que nos íbamos adentrando en el mar y la
tierra se veía cada vez más pequeña, empezó a abrir el Sol. Más allá vimos a
las tubs, las pequeñas balsas pescadoras de totora que, antes de iniciar su faena
de pesca, ofrecían a la diosa del mar su antiquísima y tradicional oración.
- Vamos a tener un lindo día soleado -dijo un tripulante-, y en esta época
del año el viento sopla bien. A pesar de que el mar parece un gran desierto de
agua en donde puedes ver a gran distancia, siempre hay que prestar atención a
las otras balsas porque hay muchas y podemos chocar.
- ¿Por qué cuando uno dice ir hacia el sur, hacia lotsi se dice que vas para
arriba? El sur no es ni arriba ni abajo -pregunté.
- En el mar nosotros subimos hacia el sur, y cuando viajamos al norte
estamos bajando. Son menos los días cuando viajas de sur a norte. Pero eso no
es solo por el viento que te favorece. Ir al sur es ir hacia arriba, e ir al norte es
viajar hacia abajo, como los ríos. Si el agua de un río corre, es porque baja de
arriba, de los cerros y así va bajando hacia el mar. Si no hubiera altura no sería
río sino un lago. Tú ves este inmenso mar que parece estar quieto, pero en
verdad es algo así como un enorme y lentísimo río en donde la parte alta está
en el sur, y la parte baja en el norte, como un río.
-Si no me dabas esa explicación, nunca hubiera sabido eso -dije.
-Conocemos muchos casos -prosiguió el navegante- en donde balsas han
perdido el mástil o la vela cuando estaban al sur, y se han dejado llevar por el
mar por varios días llegando al norte. Este mar es como un gran río.
- Jamás me lo hubiera imaginado.
- Y tenemos otros muchos secretos que te iremos contando en el viaje.
El tripulante deseaba ser amable conmigo, pero no me sentía entusiasmado
por conocer mucho de aquel mundo puesto que sentía el mío ya me pesaba
demasiado. Sin embargo a pesar de mi estado de ánimo no podía dejar de
apreciar lo que me rodeaba, hasta cierto punto. Las gaviotas, los albatros y
otras aves marinas revoloteaban alrededor de la embarcación esperando
pescados. Algunas se posaban en el travesaño del mástil y otras en el techo de
la caseta, pero si la balsa se balanceaba demasiado preferían volar, o posarse
sobre el agua al lado de nosotros como si fueran compañía. Poco a poco
fueron disipándose. No pasó mucho tiempo hasta que ya no se pudo ver tierra
firme. Solo se veían las cimas de los cerros. La embarcación había enfilado al
oeste, hacia mar adentro.
Una tripulación de cinco personas manejaba la nave. Uno era el navegante
principal, le seguía un piloto quien fijaba la ruta y que de noche era el
encargado de guiarse por las estrellas, y tres tripulantes más. Dos de ellos
manejaban las velas y todos sabían manejar las guaras. Mis llamas y yo
éramos los únicos pasajeros. Los alimentos para el viaje eran maíz tostado,
papas, camotes, yucas recién cosechadas y fruta fresca; también llevaban carne
seca y salada. Me parecía que no había suficiente y se lo pregunté a uno de los
navegantes.
- No te preocupes por eso. Nosotros tenemos alimentos que siempre
llevamos con nosotros como los que has visto, y otros que vamos a conseguir
en el viaje.
- ¿En el viaje, mientras navegamos? -pregunté sorprendido- ¿Acaso
haremos trueque en el mar?
- Créeme, ya lo verás. El mar es muy generoso, por eso es divino y por eso
le adoramos.
En un momento empecé a sentirme mareado y uno de los navegantes me
dio hojas de coca para que las mastique y calmar el mareo. Empecé a sentir
mejoría. Quienes no parecían pasarla muy bien fueron las llamas que
vomitaron una pasta verdosa y luego se sentaron sobre sus panzas. Un
pequeño loro verde era parte de la tripulación y parecía el loro más feliz del
mundo. Cuando el viento soplaba con cierta fuerza el loro subía y bajaba las
sogas del mástil estirando las alas como si estuviera volando. Las aves, hechas
de carne y hueso como los hombres, están destinadas a alabar al dios del
viento, y el loro lo hacía muy bien a su manera. Cuando alguien intentaba
llevarlo dentro de la caseta para protegerlo imaginando que estaba en peligro
de caer al mar, él se resistía como si se le estuvieran castigando sin motivo, y
subía aún más alto. Al verlo disfrutar y ser feliz con tan poco, yo me
preguntaba a mí mismo por qué no podía ser tan feliz como él, teniendo
mucho más. El loro no se preocupaba ni por su pasado, ni por su futuro, solo
disfrutaba lo que hacía en aquel momento.
Una que otra ola rompía contra el borde de la balsa, pero el agua se colaba
y desaparecía entre los maderos tan rápido como aparecía. Me sentía seguro
porque, según el navegante, el mar no podía inundar la balsa, ni voltearla y
menos hundirla. En la proa había un fogón que era la cocina; era una caja de
madera de caoba bien asegurada. Ese día, cuando el cocinero estaba asando
pescados y papas, el mar hizo que la balsa diese un cabeceo algo violento y las
brasas ardientes salieron del recipiente prendiendo fuego en parte de la
cubierta. Pero como siempre había abundante agua alrededor, el fuego fue
apagado casi tan rápido como se prendió.
- No eres el primer comerciante que viaja con nosotros -dijo un tripulante-.
Hay quienes lo hacen para evitar los desiertos que hay entre valle y valle en la
costa porque son peligrosas, sobre todo en el verano, que siempre es tan
caluroso.
- ¿Los comerciantes prefieren embarcarse en balsas grandes o pequeñas? -
pregunté.
- Depende a dónde se dirigen. Generalmente son medianas o grandes. Las
embarcaciones medianas y pequeñas navegan cerca de las costas y se detienen
en las islas para hallar refugio, secar sus embarcaciones, repararlas, para
pescar y atrapar mariscos. Cuando estamos cerca de la costa desembarcamos a
los comerciantes. La navegación en balsas que no son tan grandes como esta,
no es tan cómoda. Las grandes navegan enrumbando primero hacia el este y
luego saltan hacia el oeste evitando obstáculos, las corrientes y otras balsas.
-¿Por qué viaja usted sin compañía, tan lejos y con tan poca mercadería?
Eso no es usual -me preguntó otro tripulante.
Les conté el motivo de mi viaje a Ychsmay, la muerte de Muya, mi tristeza
y desesperación, y las consultas con los curanderos en donde todo fue un
fracaso.
- ¿Pero por qué no fuiste a Pakat-Namú? Es un oráculo con mucho poder.
Ellos te pueden curar. No tienes que viajar hasta tan lejos para eso -me
aconsejó uno de ellos.
-Siento que mi pena es muy grande y me dijeron que Pakat-Namú ha
perdido fuerza y lo mejor es ir a Ychsmay. Como no conozco mucho de
curaciones, me he dejado llevar por los que sí conocen. Además, quiero dejar
de sufrir -decía mientras me escuchaban atenta y de manera compasiva.
- La muerte es algo tan común en este mundo -dijo uno-, que siempre
tenemos que estar preparados para cuando venga. Usualmente nos toma por
sorpresa, no avisa, salvo algunas veces. Pero a pesar de esa mala noticia que
nos dices, tú ahora tienes un hijo y eso es una bendición.
- Sé que es una bendición, sé que es algo hermoso, pero estoy aún tan
apenado por la muerte de Muya que no puedo quererlo, no lo quiero, es más,
siento que él fue el culpable de su muerte. Solo pienso en ella y es muy difícil
dejar de recordarla. Olvidarla sería sentirme peor, mucho peor. Uno de los
curanderos me dijo que yo no me curaba de la pena porque siento que si dejara
que su imagen volara como las aves, eso haría que yo muriese de tristeza
porque sería como traicionarla, como... como... como si yo mismo la matara.
-Pero si no hubieras tenido ese hijo, también se lo hubieras reclamado y no
hubieras sido feliz, ¿no?
-Quizá tengas razón, pero así lo siento.
- A veces -dijo uno de los marineros- tenemos que dejar que las cosas se
vayan a pesar de que las queremos mucho. Cuando los pescadores o nosotros
tenemos una buena pesca, regresamos al mar algunos peces para que ellos se
reproduzcan y para que la diosa del mar vea nuestro sacrificio y nos dé más.
Ese es también nuestro agradecimiento. Por eso el mar siempre nos da, porque
nosotros se lo agradecemos y tomamos solo lo que necesitamos de ella. La
vida te quitó algo bello, pero te dio otra cosa también muy bella.
- Pero mi esposa no era un pescado como para hacer un sacrificio tan
grande.
- Por supuesto que no... pero la vida, los dioses siempre nos quitan algo...
pero creo que saben cuándo nos lo quitan. Eso es lo que mi padre me decía.
Aunque suene injusto para alguien que estaba tan enamorado como tú, ellos lo
hacen por razones que no entendemos. Pero si nosotros confiamos en que es
para algo mejor, eso que es mejor para nosotros se nos aparecerá.
-Nos darán cosas mejores aunque nuestros ojos no puedan ver lo que viene
porque están llenos de lágrimas. Mientras tengamos lágrimas, mientras
lloremos por nuestros muertos, nunca podremos ver el futuro con claridad. El
dolor en el corazón y las lágrimas son como la oscuridad y la ceguera.
- Viajo al gran oráculo para que me den las razones de su muerte y de mi
sufrimiento, y para detenerlo. Por eso voy -dije-. No entiendo el sufrimiento,
no entiendo por qué o para qué se sufre. No entiendo a los dioses. ¿Sabes tú
acaso para qué sirve el sufrimiento?
-Bueno... hay sufrimientos que puedo entender... pero hay sufrimientos que
no -respondió un tripulante-. Me imagino que la muerte de tu esposa es uno de
esos sufrimientos que nadie puede entender sino después de mucho tiempo.
Hay otros que son el pago por algo que nosotros hemos hecho, porque es
nuestra culpa, pero de tu sufrimiento no puedo decir nada, nada.
- A veces hay personas que mueren -dijo otro-, se van, y eso es porque le
tienen que dar espacio a algo o a alguien que va a llegar.
- ¿Me estás diciendo que voy a encontrar otra mujer con quien me casaré y
que seré más feliz con ella que con Muya? -pregunté molesto.
- No sé si será otra mujer. De hecho ella se fue… pero te dejó un hijo.
-Pero la mayor parte de las madres dan a luz y no mueren en el parto.
-Eso es cierto, pero en tu caso puede ser que te conviertas en... en... pues,...
no sé... Yo tengo un amigo que también perdió a su esposa luego de varios
años de casados y tenían hijos, pero luego de muerta él descubrió en sueños
que debía ser un curandero, un mago, y a partir de ese momento se volvió un
buen mago, e hizo mucho bien a mucha gente. Quizá pueda ser ese tu camino.
- No quiero ser curandero, o mago, o hechicero; solo quiero a mi esposa,...
solo quiero a mi esposa.
Nadie dijo más. Nada se podía decir luego de ese breve diálogo sobre los
muertos en donde los vivos de este mundo se preguntan por qué se quedan
más solos que antes, y por qué mueren los que no deben morir. Por lo menos
tuvieron buena voluntad al tratar de entenderme y consolarme.
Cuando ya el Sol se iba a esconder por el horizonte, el piloto ordenó
cambiar el rumbo al sur, y en ese rumbo se mantuvo hasta que la noche nos
cubrió. A pesar de haber estado masticando las hojas de coca aún me sentía un
poco mareado. Eso lo notó el jefe y me dijo que me había preparado una
hamaca y que me aconsejaba que me fuera a dormir temprano, y así lo hice.
Así como en tierra hay árboles frutales como el dulce pacae, la chirimoya o
el jugoso chicoma que uno puede tomar en los caminos con solo estirar el
brazo, así también el mar tiene árboles generosos que entrega sus frutos sin
siquiera estirar la mano. Eso sucedió cuando a la mañana siguiente aparecieron
anchovetas, algunas sardinas y algas que el mar arrojaba sobre la cubierta
durante la noche. Esa mañana el desayuno fueron esos deliciosos regalos del
mar.
- Si faltara comida tenemos además la pesca con fisgas de dos o tres
puntas, redes y anzuelos -dijo un tripulante-. Nunca nos falta el alimento,
nunca.
-Eso es comer sin trabajar -dije.
-Si, pero trabajamos de otra manera y también agradecemos orando, y
mucho.
Esa misma mañana vi cómo uno de los tripulantes recogió una vasija con
agua de mar y lo echó en un gran mate, en una calabaza que contenía agua
pura para beber. Pregunté sorprendido por qué hacía eso cuando todos saben
que si uno bebe agua de mar se vuelve loco y luego muere vomitando y con
diarreas indetenibles.
- Si, eso es cierto. Beber solamente agua de mar te vuelve loco, ves cosas
que no existen, ves monstruos y luego mueres -dijeron-. Pero ahora sabemos
cuánta agua de mar podemos mezclar con el agua para beber. Dicen que una
embarcación que se perdió hace mucho y no podía encontrar el camino de
retorno por la neblina, decidieron aumentar el agua que bebían echándole agua
de mar. Al principio la tomaron con desconfianza, suplicándole a la diosa que
sea compasiva y no los mate por beberla, pero nada les pasó. Comían pescados
crudos, pero antes les sacaban el agua que todo pez tiene haciéndoles agujeros
en el cuerpo. Solo así pudieron sobrevivir hasta que avistaron tierra. Esa es la
más antigua historia de cómo se descubrió que el agua de mar mezclada con el
agua de los ríos y manantiales puros no mata ni hace daño. Nosotros la
mezclamos, pero solo un poco para que tengamos para todo el viaje. No te
preocupes, te aseguro que todo saldrá bien. Bebe sin temor. A veces la
mezclamos con el cutzhio y no sabe tan mal como uno cree.
- ¡Casi me olvido! -dijo un tripulante-. Todavía tenemos algunos cocos que
trajimos del norte. Toma uno.
- Hace tiempo que no comía uno de estos -dije-. Antes con mi padre
solíamos traer algunos para deleitarnos con la familia, y también para
comerciar en Xian-Xian.
De pronto, un tripulante que estaba oteando el horizonte empezó a gritar
“¡Ballena, ballena!” y todos buscamos con la mirada. Los navegantes se
alegraron. Entonces fue cuando vi a ese enorme dios vivo nadando. Pronto
apareció un grupo de ellas a cierta distancia, y poco a poco se fueron
acercando. De sus cabezas expulsaban fuertes chorros de agua por encima del
lomo y al sumergirse dejaban ver parte de su enorme cuerpo oscuro y su cola.
Otras saltaban fuera del agua, y en el aire giraban para caer sobre sus espaldas,
como niños jugueteando. Quedé pasmado de asombro y sin palabras por su
enormidad y majestuosidad. Al caer hacían gran ruido y formaban pequeñas
olas que llegaban a la balsa meciéndola como si fueran una frágil hoja. Eran
los reyes del océano. No hay animal más grande que esos monarcas; solo con
su tamaño infunden el más profundo de los respetos y temores. Verlos es
adorarlos.
Empezaron a acercarse y se dirigieron hacia nosotros. Sentí miedo porque
el tamaño de una de ellas era mucho mayor que la balsa y podía hundirnos. Se
oían sus resoplidos cada vez más cerca. Una venía directamente hacia nosotros
contra el costado. Uno de los hombres subió al mástil y gritó que otras siete u
ocho venían en la misma dirección.
-¡Todo se va a acabar en un instante, todo,… vamos a morir! -dije casi
gritando y temblando de miedo.
-No te preocupes, todo saldrá bien, nada es como parece.
Cuando la ballena estuvo a punto de embestir la embarcación, sumergió su
inmenso cuerpo negro y azulado lentamente y se quedó debajo de las guaras,
quieta por un tiempo, inmóvil como observándonos, curioseando, tratando de
saber qué tipo de animal era la balsa. Contenía la respiración por el pánico que
sentía cuando miraba su gigantesco y curvado lomo. Luego desaparecieron y
volvieron a emerger más lejos. Durante largo tiempo estuvimos oyendo los
ruidos de succión y sus resoplidos junto a nosotros pero sin que ni siquiera nos
tocaran. Daban vueltas sobre sí mismas, nadaban mostrando sus jorobas y
resoplando fuertemente en el aire contra el celeste cielo.
Nunca supe qué cara había puesto porque los tripulantes me dijeron:
- No te asustes, no te preocupes, ser visitado por una manada de ballenas es
signo de buena fortuna -dijo el jefe-. Estamos con suerte, todo nos irá bien en
este viaje -dijeron mientras me daban algunas palmadas en la espalda.
-He quedado,... tan sorprendido, tan impresionado y con tanto miedo por lo
que acabo de ver, que no tengo palabras. Ni en mis mejores sueños me he
imaginado cosas tan,... tan...
-Así son los dioses, nos sorprenden.
-Incluso con la muerte -dije.
-Si, incluso con la muerte -alguien agregó.
- ¿Nunca atacan a las embarcaciones? -pregunté.
- Solo si las atacas. Una vez alguien arponeó a una ballena, y esta, en
venganza volteó la balsa con su inmenso lomo. Solo uno se salvó llegando a
una isla a nado para luego ser rescatado.
- A propósito -pregunté-, ¿cuál es el nombre de su embarcación?
- Es la figura que está en la vela, y la llamamos Kuys Sek Syak, Divino
Pez del Cielo.
Al preguntarles cómo habían logrado construirla, me contaron que habían
viajado al norte hasta el río Guayas para conseguir la madera de los balsos,
que son muy rectos, fuertes, y muy livianos para construir tales
embarcaciones. Cuando los troncos caen a tierra, es un espectáculo digno de
verse porque se levantan miles de pequeñas semillas muy ligeras que llenan el
aire y que se las lleva el viento. Cortaron doce troncos que embadurnaron con
un betún oscuro y pegajoso que evita que el agua los moje mientras son
trasladados por mar.
En la tarde las olas empezaron a ser más y más grandes.
- Pénang karrem ñi, el mar está bravo -dijo el piloto.
- Ánang tan käts, ya viene la neblina -dijo otro tripulante.
Sentí miedo pero luego un gran alivio cuando vi cómo la balsa se levantaba
sobre una amenazadora ola con mucha espuma, para luego resbalarse por su
lomo, por su espalda sin estropear nada del cargamento. Al hacerse más
profundos los senos de las olas significaba que habíamos entrado en la zona
más veloz de la corriente. Escuché un silbido de una ola de blanca cresta que
se acercaba casi a la altura del techo de la caseta. Me aferré esperando sentir el
choque del agua contra la embarcación, pero la balsa, nuevamente remontó
con suavidad y solo una pequeña salpicadura llegó hasta nosotros. Al parecer
yo fui el único que sintió tal alivio y probablemente las llamas, porque los
tripulantes, acostumbrados y conocedores del océano no le dieron importancia.
La única manera de conocer este mundo, este extraño mundo que a veces nos
hace llorar de pena y otras de alegría y felicidad, es conociéndola, viviéndola,
pero eso es algo que me resistía a aceptar, porque aceptarla era aceptar la
muerte de Muya y así acostumbrarme a su ausencia. La navegación se parecía
al arte de vivir, pero en este caso era sobre las olas, sobre el infinito lomo de la
diosa Ñi.
El piloto dijo que, como ya habían salido de la parte más fuerte de la
corriente de ese gran río, debían enrumbar hacia el sur, dirigiendo la proa
hacia el valle de Límac. Ya de noche, cuando aparecieron las estrellas y
calculando que se podían cruzar con otras embarcaciones que viajaban hacia el
norte, se encendió una pequeña antorcha protegida contra el viento en la proa,
delante de la vela mayor para que otras balsas nos pudieran ver.
-Cuando veo esta oscuridad iluminada con luces tan tenues como las
estrellas, me parece que estamos completamente perdidos. Todos sabemos que
ustedes los navegantes se orientan por esas pequeñísimas luces, pero no tengo
ni idea de cómo lo hacen. Yo estaría llorando desesperado porque me sentiría
perdido. Si yo fuera navegante sentiría que mi suerte estaría dirigida por un
futuro incierto porque no sabría qué cosa nueva e inesperada aparecería en el
mar, como sucedió con las ballenas -dije mientras comía sobre cubierta con la
tripulación.
-En realidad nunca estamos dirigidos por un futuro incierto en el mar, o
digamos que si lo estamos, es tan incierto como ustedes están guiados en
tierra. Además, guiarse por las estrellas es fácil. Espera que terminemos de
cenar y te diremos algunos de nuestros secretos.
Los tripulantes me enseñaron a ver las estrellas en el cielo como si fuera la
figura de una gran serpiente, con una cabeza a un lado y la otra en su otro
extremo. Me señalaron las constelaciones de la ballena o del pez que llaman
Kuntsioi-o-Mang, la constelación del maíz, o Kuntsioi-o-Xllac, las Fur, que es
un conjunto de estrellas de las más importantes. La constelación de Patá que
son tres estrellas alineadas, y que además son una lección que nos da la diosa
Luna, Xi, porque la estrella del centro es un ladrón que está siendo sujetado
por las otras dos estrellas que son sus verdugos, y que lo llevan a que sea
devorado por buitres vengadores, que son cuatro estrellas que están cerca de
ellas. Mencionaron la Constelación de Pakat-Namú, que es el nombre del
antiguo general ximor.
-Nunca he escuchado hablar sobre esa constelación -dije con cierta
sorpresa.
-Es un invento de nosotros los navegantes y pescadores para guiarnos en el
mar. ¿Puedes ver la figura del general Pakat-Namú con su porra? Mira bien -
me decían mientras me señalaban los contornos de la supuesta figura del
general.
-No lo puedo ver, pero sí veo su porra que es como una cruz torcida, ¿no es
cierto?
-Si, y la parte más larga de la porra siempre apunta hacia el sur. De esa
manera los navegantes nos guiamos en la oscuridad.
Para mi sorpresa también me contaron que los astrónomos del reino
conversan con los navegantes para conocer otras estrellas, como las estrellas
del norte que son otras que no vemos. Eso les apasiona a esos sabios de los
cielos. Incluso habían viajado con ellos solo para observarlas.
-Todo lo que me dicen suena fácil -dije agradecido-, y cuando escucho
estas cosas también me pregunto por qué los dioses no nos dieron algunas
estrellas dentro de nosotros para poder saber qué hacer cuando estamos
perdidos por algún sufrimiento.
-Yo no soy curandero o sacerdote -dijo alguien-, pero creo que la gente
siempre tiene una guía en esta vida, tiene un Sol, una Luna, una estrella para
orientarse. Para algunos el amor es una de ellas porque saben que seguir
amando será su salvación; otros se dedican a orar más que nunca para expiar
sus pecados y otros, como tú, van al oráculo de Ychsmay para encontrar el Sol
o la Luna que te guiará en tu oscuridad. Nosotros los navegantes, por ejemplo,
tenemos la Constelación de Pakat-Namú. Esa es nuestra guía en las noches.
-Con esas guías y la Luna de noche, y además con el Sol de día hemos
podido llegar a conocer otros reinos y otras lenguas más al norte -dijo el
capitán-. Con ellos hemos comerciado cosas fabulosas. Hemos probado otras
comidas y hemos conocido otras mujeres diferentes a las nuestras. Pero así
como nosotros nos sorprendemos por ver esas otras tierras y gentes, ellos
también se sorprenden al vernos y por las cosas que les ofrecemos. Por
ejemplo, están fascinados por los algodones de colores naturales, por las
frutas, y por el sabor de nuestros peces secados en sal.
-El mundo es como un gran plato enorme y no se sabe dónde empieza y
dónde termina -dije-. ¿No tienen temor a caer en el borde de ese abismo?
-Lo mismo les preguntamos a los astrónomos, y ellos nos dijeron que al
parecer el plato del mundo es más grande de lo que imaginamos, y parece ser
cierto.
Mencionaron dos islas, Auachumbi y Ninachumbi, que están como a cien
días de navegación hacia el oeste, y en donde hay gente distinta y que navegan
en balsas diferentes. No están hechas como las nuestras, si no cavadas de
grandes troncos. Navegan con velas y remos. Son rápidas, pero no pueden
llevar tanta mercadería. Llegan a Chinchay para comerciar y se llevan muchas
hojas de coca y guano, el fertilizante de las aves marinas. Casi no se les
entiende porque hablan otros idiomas. Hay quienes, sobre su piel se pintan
tatuajes. Ellos son muy agradables y afables.
Al la mañana siguiente, me maravillé de cómo aparecieron peces voladores
sobre cubierta. Aprovechamos los regalos del mar para alimentarnos, no sin
dejar de agradecer. En un momento del día, apareció una enorme manada de
hermosos delfines que saltaban y nadaban incesantemente como sombras
azuladas y grisáceas agitando sus aletas. Sus movimientos eran rápidos, finos
y elegantes y no podía dejar de mirarlos. Pero fue cuando cayó la noche que
me intrigó mucho ver cómo la balsa rompía el agua y la espuma aparecía
como iluminada, como si dentro de ella hubiera una antorcha de color verde
pálido. En un momento surgió en todo el mar esa extraña luz del mismo color
que parecía surgir del mismo océano, más luminosa que las mismas estrellas.
Sobre la superficie se veían como pequeñas antorchas, como brasas ardientes
que me llenaron de temor.
- No sabemos qué es esa luminosidad -dijo uno-, pero es algo muy común
y la hemos visto varias veces, pero no solo nosotros. Quizá sea que la diosa
del mar nos esté mostrando su belleza. Más al norte no se ve esta luminosidad,
solo en estos mares que son fríos.
-Echemos una manta de algodón al agua para atrapar algo de esas frías y
luminosas brasas.
-Mira Uarmoc -me dijo uno de ellos mientras mirábamos lo que se había
recogido-, es como una especie de sopa que al tocarla entre los dedos se
enciende.
- ¿Alguna vez has estado en una playa de noche y has raspado la superficie
de la arena húmeda con el pie o la mano y de pronto se han encendido sobre
ella muchas estrellas que luego se desvanecen rápidamente? -preguntó otro.
-Si, ese era uno de los juegos que teníamos con mis hermanos y mis
primos.
- Las arenas de las playas están llenas de esto y el mar también. Cada vez
que vemos esta enorme luz en la superficie del mar, sentimos un poco de
miedo. El mar parece calmado, pero está lleno de cosas raras y misteriosas.
Iluminamos con antorchas aquella sopa luminosa y vimos una gran
variedad de bichos muy pequeños y de muchos colores. Eran como
pequeñísimos camarones, huevos de pescado, animalitos muertos con
caparazón, larvas de peces, moluscos, diminutos cangrejitos de colores,
medusitas. Otros parecían como pajaritos de pico rojo pero con conchitas
duras en vez de plumas, y muchísimos otros animalitos. Era como una
pequeña mancha mágica llena de estrellas, de luciérnagas. Olía mal, pero tenía
un sabor agradable, con un sabor a cangrejos, a camarones, a langostinos, a
pescado, a ostras o almejas. Algunas de esas cosas eran de sabor amargo, para
otros el sabor era agradable.
Después de ver y probar esa misteriosa pasta, no pude resistir más la
tentación de preguntarles si eran ciertas las historias sobre monstruos marinos.
- Hemos escuchado esas historias y hemos visto varias veces esos
monstruos, pero a nosotros nunca nos han hecho daño -dijo el jefe de la
embarcación.
- Pero yo sí conocí a alguien que uno de esos monstruos intentó voltear su
balsa -dijo otro de los tripulantes-. Estaban navegando de noche, como ahora,
y un tentáculo como de pulpo gigante subió a la balsa y luego otro tentáculo y
otro. Entonces el piloto gritó fuerte para que los otros tripulantes se
despertaran. El monstruo empezó a tratar de voltearlos, pero uno de ellos
empezó a quemar uno de sus tentáculos con una antorcha, y solo así el
monstruo desistió. Desde allí siempre tienen dos antorchas prendidas todas las
noches... y nosotros también por si tuviéramos que vernos con uno de ellos.
- Los monstruos del mar se pueden ver cuando las balsas están mar
adentro, como nosotros lo estamos ahora -dijo alguien-. Cuando están cerca de
la costa nunca aparecen.
- Más de una vez, cuando los hemos visto, hemos sentido pánico porque
tienen como dos ojos luminosos que se ven debajo del agua.
- ¡Como ese que nos está mirando! -grité al ver de pronto dos ojos
redondos, grandes y luminosos que aparecieron en el agua mirando fijamente.
Parecían pulpos enormes.
Al lado de la embarcación donde alumbraba la antorcha, un par de ojos
verdes, grandes y brillantes flotaban cerca de la superficie. Se podían
distinguir cabezas redondas del tamaño de la mitad de un hombre y se
quedaban muy quietos observándonos.
- ¡Nos van a llevar al inframundo! -grité en un momento con temor.
- ¡No hay que asustarse, no hay que asustarse! -dijo el jefe-. Es muy raro
que los monstruos ataquen. Hay que rezar.
Todos estábamos con miedo. Esos grandes ojos estuvieron largo tiempo
dando vueltas. La tripulación empezó a rezar en voz alta pidiendo al dios del
mar, a la ballena y también a la Luna que nos salvara de los monstruos y del
inframundo, para que no nos arrastren a las profundidades. Luego de muchos
rezos, y cuando las antorchas empezaron a perder su luminosidad, los
monstruos empezaron a desvanecerse.
- ¿Por qué no apagamos la antorcha para que no nos vean los monstruos? -
pregunté con ansiedad.
- Si lo hacemos, nunca veremos si uno de ellos extiende sus tentáculos
sobre la balsa y de esa manera no podríamos defendernos. Por eso hay que
encender otra, y así hasta el amanecer.
Los monstruos desaparecieron durante un buen rato. Se encendió otra
antorcha aún más brillante que la anterior y nos tranquilizamos. Así estuvimos
un buen tiempo hasta que nuevamente otros monstruos aún más grandes y
luminosos que los anteriores, aparecieron bajo el agua al lado de la
embarcación. Eran como grandes bolas de luz debajo de la superficie,
centelleando como antorchas que se prendían y se apagaban. Aquellos
monstruos tenían formas que no se podían distinguir en la oscuridad. No eran
peces, no eran ballenas ni delfines. Unas veces eran redondas, y otras tenían
formas de vela, como la de la balsa. De pronto se dividieron en dos o tres
partes y nadaban sueltos de un lado al otro, dando vueltas en círculos. Tenían
partes resplandecientes, y por momentos parecían ser realmente enormes.
Rezamos más y con mucho miedo. El piloto dijo que cuando aparecieran las
primeras luces del alba ellos se irían porque son monstruos de la oscuridad y
no de la luz. No bien empezó a amanecer, desaparecieron sumergiéndose. Solo
en ese momento todos nos calmamos. Estuvimos hablando de lo que vimos,
una y otra vez hasta quedarnos dormidos, excepto el piloto que debía mantener
el rumbo hasta el siguiente turno.
Me desperté después de mediodía pero aún estaba en la hamaca con los
ojos cerrados. Sentí angustia, una leve angustia, pero no sabía por qué hasta
que recordé y abrí los ojos.
- ¿Lo que soñé anoche fue una pesadilla, o fue verdad? -pregunté al
tripulante que estaba conmigo en la cabina.
-Fue real. Tú fuiste el primero en ver a los monstruos del inframundo.
-Estamos a salvo. Nada malo nos sucedió.
-Así es Uarmoc, estamos a salvo. Los dioses fueron benévolos.
-Es lo más extraño que me ha sucedido en mi vida.
-Este mundo está hecho de cosas extrañas. No te sorprenda si encuentras
muchas cosas más, tan extrañas o aún más extrañas que esta -agregó.
En otro momento del día y mientras estaba en cubierta, de pronto el color
de una parte del mar empezó a obscurecerse mucho. El navegante enrumbó
hacia aquella mancha y yo no entendía lo que sucedía.
-¿Pero qué haces? -pregunté asustado-. Nos estás llevando hacia otros
monstruos y estos sí que nos matarán.
-No te preocupes, no son monstruos. Es solo un cardumen de anchovetas -
dijo el piloto-. Mira lo que voy a hacer.
Al llegar al cardumen, un tripulante sumergió una canasta de totora en el
agua y la recogió llena de peces. Tuvimos que ayudarlo para subirla a bordo,
por el peso. Ese día comimos sudado de anchovetas. Mientras comíamos, veía
las bandadas de aves que ya habían arribado para comer del cardumen,
mientras otras muchas volaban muy por encima.
-¡Vienen ballenas! -gritó un tripulante apuntando lejos en el horizonte- ¡ya
saben del cardumen que hay aquí!
-Hay que apurarnos en salir de este lugar -dijo el piloto-. Cuando lleguen,
que es pronto, verás cómo cazan en grupo. No hay palabras para describir la
maravilla que verás.
La balsa se alejó lo más rápido posible del cardumen, y fue cuando vimos
que las ballenas se acercaban más, pero de pronto desaparecieron bajo la
superficie.
-Se sumergen y luego aparecen debajo del mismo cardumen, y de ese
modo los peces no pueden escapar. Ya lo verás.
Mientras veía innumerables gaviotas que se disparaban desde el cielo
zambulléndose en el mar pescando uno que otro bocado, inesperadamente
aparecieron por debajo de aquella mancha las enormes fauces abiertas de los
dioses del océano, como si fueran espectaculares islas rocosas, filudas y
brillantes que emergían, y que luego cerraban atrapando entre sus mandíbulas
miles de peces entre el ruido del agua que se rompía en espuma y los
alborotados chillidos de las gaviotas. Era asombroso. Me encontraba entre
fascinado y temeroso. Las ballenas emergían hacia la superficie como si una
sola voz las ordenase, en gran armonía, con gran elegancia, una y otra vez
hasta que ya casi no quedó casi nada del gran cardumen que hacía poco
habíamos contemplado.
Si la noche anterior había sido una noche de terror por el miedo de ser
secuestrados y enviados al inframundo para siempre, ese día había sido uno
sorprendente y glorioso, lleno de una vida que no podía describirse por su
magnificencia, su abundancia y por el poder que desplegaron aquellos
maravillosos y enormes animales. Todo tiene su noche, y todo tiene su día,
pensé. Para mí aún era de noche, pero no sabía cuándo aparecería mi luminoso
día.
Cuando ya había pasado todo, cuando ya todo estaba en calma, me tendí
sobre la borda y metí mi cabeza en el agua limpia y cristalina del mar. Abrí los
ojos debajo del agua para ver la embarcación. Ella misma parecía un monstruo
con sus guaras que parecían aletas de un monstruo desconocido. Me
sorprendió ver peces que seguían nuestro rumbo justo debajo. Eran
resplandecientes, con aletas color amarillo dorado, de destellos azulados y
verdosos, de cuerpo achatado y de cuello grande. Ellos eran los que más nos
seguían junto con otros pececillos. Uno de ellos dejó la formación y se acercó
hasta casi tocarme la nariz, observar qué cosa era yo para luego regresar a su
sitio.
-¿Por qué hay peces debajo de la balsa? -pregunté luego que saqué la
cabeza del agua.
-Tú mismo encontrarás la respuesta -dijo un tripulante.
Entonces echó por la borda restos de comida, y fue en ese momento que
los peces devoraron los restos. Uno de los tripulantes decidió pescar uno de
ellos. Una vez sobre cubierta, mientras agonizaba, sus colores se iban
transformando en un gris plateado con manchas negras, para convertirse luego
en un color blanco plata. Momentos después, cuando ya su vida se extinguía y
sus movimientos languidecían, sus colores originales aparecieron nuevamente.
Su carne era fina y deliciosa. En otra ocasión, una ola trajo otro hermoso pez y
lo depositó sobre la cubierta como si fuera una ofrenda. Los dioses nos
alimentaban como a reyes todos los días.
-¿Ves esas balsas de vela? -me indicó un tripulante.
-Si, las veo, pero aún están un poco lejos.
-Eso significa que estamos cerca de Límac, el valle. Vas a ver cómo se
acercan algunas de ellas para hacer algún intercambio.
-El intercambio comercial en el mar, es lo que en muchik llamamos un
cöför ñi lecyöc -dije-. Siempre hay que estar atentos a esas oportunidades. Los
mercaderes nunca descansamos, ni en tierra ni en el mar.
Algunas balsas se acercaron para realizar un trueque con pescado fresco o
salado a cambio de carne salada, algunas especias, o frutas traídas del norte.
Para intercambiar oro, chakiras y las sagradas valvas rojas y sagradas, los
tripulantes sacaron unas pequeñas y delicadas balanzas para pesar aquellos
objetos para hacer el trueque. Esta fina balanza estaba hecha de dos redecillas
de color blanco con bordes rojos y amarillos que colgaban de un tabique de
plata muy bien labrado con adornos de aves marinas. Luego de una revisión
minuciosa de la mercadería decidieron hacer negocio. Como siempre, y como
buenos comerciantes, tenían que regatear, que es parte de la costumbre. Se
llegó a un acuerdo y ambos quedaron satisfechos. La balsa que nos llamó para
comerciar nos regaló algunos peces y cutzhio.
-¿Cuán cerca estamos del valle principal? -preguntó el piloto.
-Muy cerca -contestaron-. Ahora lo que tienen que hacer es navegar
paralelos a la costa.
Mientras más nos acercábamos al este, más veíamos las montañas a lo
lejos. En un momento vi una de las islas más grandes conocidas de la costa, la
isla de Xina, y junto a ella una más pequeña que le llaman la Isla Lálepti
Nyóbän, la isla del Hombre Muerto. Le llaman así porque parece un hombre
gordo echado mirando al cielo y apuntando su cabeza hacia el sur, pero esa
figura se ve solo desde la costa y cuando se está frente a ella.
Nos acercamos al boquerón que separa a las dos islas en donde había
muchas balsas de pescadores. Mientras cruzábamos aquella garganta de rocas,
el olor a guano penetró en nuestras narices; por momentos era insoportable. La
pesca era abundante. Había un sinnúmero de gaviotas, pelícanos y cormoranes
que no dejaban de revolotear alrededor de las embarcaciones y de lanzarse en
picada para capturar sus presas. Esas escenas fueron como estar en una fiesta
en donde eran las aves las que bailaban a su manera.
Observé que, como en Wanchako, muchos pescadores amarran varios
cormoranes para que pesquen por ellos. Se les ata una soguilla o un cordel al
cuello y se les arroja a las aguas llenas de peces para que les den caza
buceando. Siempre atrapan un pez que tratan de engullir, pero como tienen sus
cuellos atados con soguillas, no pueden tragarlos. El pescador se los quita del
pico, lo guarda en una canastilla y envía al cormorán nuevamente a las aguas
para que siga pescando. Cuando ya tienen un buen número de peces, aflojan el
nudo al guanay y le dan una cantidad de pescados suficiente como para
saciarlos. Esa es una de las formas más cómodas y seguras de tener pequeños
peces sin mucho esfuerzo. Mientras contemplaba esa escena, otras balsas se
nos acercaron para otros trueques. Al final de la negociación pregunté:
- ¿No tienen otro tipo de carne que no sean pescados? Hemos estado
comiendo lo mismo varios días.
- Esta noche vamos a cazar guanayes en la isla, cormoranes, y los vamos a
cocinar. Si desean nos acompañan y compartiremos comidas. ¿Les parece? -
preguntó un tripulante de la otra balsa.
Como la noche estaba ya muy cerca de cubrirlo todo, el capitán decidió
anclar en una larga y tranquila playa de la Isla del Muerto. Cuando llegó la
noche, los pescadores caminaron con mantas hasta riscos en donde dormían
guanayes y gaviotas. Echaron las mantas a modo de redes y atraparon una
buena cantidad de ellos. Esa noche prepararon algunos guanayes que ya
habían estado secándose bajo el Sol días antes. Los que atraparon esa noche
serían secados durante algunos días antes de comerlos. Esa misma noche
hicieron un guiso muy sabroso llamado lagua. Decidimos dormir en la
embarcación luego de nuestro amistoso encuentro.
-Hemos venido a estas islas para que sepas y veas dónde te recogeremos.
Desde aquí ves Fiti-Fiti -me decía el piloto mientras me señalaba tierra firme-,
y que es esa punta lejana que es la entrada al valle y sus señoríos, el de Chalac,
Malanga, Sulco, Límac, y otros. Este valle es parte del gran señorío de Ychma,
que otros llaman Irma y que está un poco más al sur, donde está el oráculo.
Allí, en Fiti-Fiti, te vamos a recoger en el siguiente solsticio, justo antes que
empiecen las fiestas por el tiempo de la Chayana. Si no lo hacemos nosotros,
lo hará otra embarcación. Recuérdalo bien.
-El cielo está algo calimoso y frío. ¿Es así siempre este clima de por acá? -
pregunté.
- No en esta época. Hoy día quizá porque ya empieza el verano, pero en
invierno sí lo es. Al inicio del verano, como ahora, los días son muy
despejados y hermosos. Espera que vaya transcurriendo el día y verás cómo
esta isla y el valle se inundan con luz. Es el valle más grande, hermoso y fértil
de toda la costa que conocemos. Está lleno de templos, pirámides y un gran río
con muchas acequias lo cruza. Cuando vengas caminando desde el sur, de
regreso del oráculo, lo verás.
A la mañana siguiente zarpamos hacia el sur luego de despedirnos de los
amables pescadores de la isla. Mientras la balsa navegaba por la amplia bahía
frente al valle, trataba de ver lo más posible pero me lo impedía el largo
acantilado que corre a lo largo de toda la costa. Solo logré divisar los templos
más altos, coloridos y cercanos a la costa. El que más llamaba la atención fue
un gran templo de color amarillo intenso en las faldas del morro bermejo que
termina en el lado sur del valle.
- Es Irmatambo o Ychmatambo -dijo un tripulante señalándolo-. Ese es el
nombre del templo y del palacio administrativo que estás viendo. Es muy
respetado y allí se encuentra el curaca del señorío más grande del valle, el
señorío de Sulco.
Pasando el morro de Irmatambo, aún quedaba un trecho para navegar antes
de pasar frente al oráculo de Ychsmay. Solo al final del día, y cuando el piloto
ordenó poner rumbo hacia el oeste antes de que la noche los cubra, pude ver a
lo lejos la cúpula dorada del oráculo. Ese era el destino final que me esperaba.
En el trayecto hacia el sur de Chinchay, ya mar adentro, vimos pasar una
gran pluma blanca de ave que flotaba muy cerca de la balsa. Al mirarla, casi
por casualidad, nos dimos cuenta que dentro de ella había dos o tres pasajeros
que eran pequeños cangrejitos que viajaban en él como si la pluma fuera una
balsa. Cuando la pluma estuvo muy cerca, esos pasajeros se percataron de
nuestra embarcación y saltaron al agua, nadaron de costado sobre la superficie
y se subieron. Eran cangrejos muy pequeños, como del tamaño de una uña.
-Nunca había visto algo así -dijo alguien.
-Ni yo tampoco -replicó alguien más-. Es la primera vez que veo que
cangrejitos viajan como nosotros lo hacemos.
-Pero la diferencia es que ellos no saben a dónde van -agregó otro.
-Los animales, como los hombres siempre viajan y muchas veces sin saber
a dónde se dirigen, ni cuál es su destino. Parece que confiaran ciegamente en
que llegarán a un lugar mejor -dijo el piloto para mi asombro, porque sentía
que de alguna manera se refería a mí-. Algunas veces he visto en tierra
pequeñas arañas que se dejan llevar por el viento hacia otros sitios, y solo son
sostenidas por el largo hilo que ellas mismas tejen. Viajan hasta que se pierden
de vista. Otras, las he visto elevarse hacia el cielo cuando el aire es caliente.
Para ellas, el viento es su balsa.
Los cangrejitos se escondieron en algunas grietas de los maderos. Un
tripulante les dio un pequeño trozo de pez volador crudo, y ellos lo tomaron
usando sus pequeñas tenazas. Ese mismo día otro tripulante se acercó para
darles trozos de pescado, y no bien se daban cuenta de ello, salían de sus
escondites, tomaban el trozo con sus tenazas y corrían de regreso a su guarida
para llenarse la boca con sus dos manitas.
La embarcación pasó por Warkuq, la nación anterior y vecina a Chinchay
con quienes siempre mantienen una permanente enemistad por los intentos de
usurpar sus tierras por parte de los poderosos chinchay. Vimos el puesto de
vigía en lo alto de un hermoso despeñadero y desde el cual se podía divisar
cualquier embarcación que pasara por allí, ya sea que estuviera lejos o cerca.
Ese mirador era esencial para ellos. Frente a sus playas había un verdadero
hervidero de aves marinas, pelícanos, cormoranes, y gaviotas de todo tipo y
colores que se lanzaban incansablemente al agua para atrapar peces. Nunca
había visto tantas aves de mar congregadas frente a un puerto como Warkuq.
Vi muchos delfines que se paseaban resoplando antes de sumergirse. Junto a
los delfines y las aves, flotaban muchas pequeñas embarcaciones a vela.
Para alguien que nunca haya visto antes el mar, a primera vista podría
aparentar ser un desierto de agua y solo agua. Imaginar vivir sobre él y aún
más, vivir de él podría sonar como un sueño imposible. Sin embargo aquel
imposible es absolutamente real. Debajo de todas las cosas, por simples que
parezcan, siempre se guardan complicados secretos. Las apariencias engañan,
y engañan mucho.
Durante toda mi vida había vivido cerca del océano y siempre lo tomé
como algo natural, como parte de todas las cosas, casi como una pertenencia
que había nacido conmigo, pero a partir de aquel viaje el mar cambió ante mis
ojos porque es muy diferente ver el mar desde la playa que verla viajando
sobre ella. Solo después de vivir en aquella balsa por unos pocos días me di
cuenta que el océano es como un maravilloso regalo de los dioses. Todas las
cosas que viví en aquella ocasión fueron situaciones fuera de lo común, fueron
hechos extraordinarios y misteriosos. Pero para los navegantes que lo viven
todos los días, lo extraordinario se convierte en algo común que no merece
mayor atención. Es sorprendente y difícil de creer que, cuando lo maravilloso
o lo extraordinario se repiten una y otra vez, estos se convierten en rutina.
Algo puede ser maravilloso, brillante y resplandeciente como el oro, pero son
nuestros ojos los que le quitan el brillo a todas las cosas.
Aquel viaje hizo que dejara de pensar tanto y tan intensamente en la
muerte de Muya. Fue como si saliera un poco de la oscura habitación en la que
me encontraba. Me di cuenta que había estado demasiado ensimismado con
mis recuerdos. Fue como si tomara un poco de aire fresco.
- ¡Al fin arribamos al sur del reino de Chinchay! ¡Al fin hemos llegado! -
gritó el piloto.

CAPÍTULO 3
LAS SAGRADAS LÍNEAS DE KON

El viaje al puerto de Omas al sur del señorío de Chinchay fue agradable


pero aún me sentía muy apenado. Hubiera preferido que me dejaran frente a
las playas del oráculo, pero no tenía otra opción. La balsa tampoco retornaría
hacia el norte y no había otra que me pudiera trasladar y evitarme así la larga
caminata que tendría hasta Ychsmay. La amargura y la tristeza era el sabor que
siempre sentía en la boca. Sentía que nada me llamaba la atención, que nada
me emocionaba lo suficiente.
El Sol, claro y luminoso de aquel día bañaba con una luz amarillenta a las
balsas, a los pescadores y a los comerciantes en aquel puerto quienes
caminaban incesantemente llevando y trayendo productos. El pequeño puerto
de Omas, como muchos de la costa, es muy rico en frutos del mar. Las aves
revoloteaban de manera persistente, zambulléndose en picada en las aguas
para emerger luego con un glorioso bocado que tragaban casi al instante. El
dueño de la balsa tenía planeado intercambiar parte de sus mercancías en el
mismo puerto y llevar mucho pescado salado hacia la sierra en caravanas con
el fin de intercambiarlos por lingotes de metales.
En Omas hay una zona de peñas y siempre se ven pescadores con cordeles
sentados esperando pacientemente a que los peces muerdan el anzuelo. Otros
recogen mariscos y cangrejos, mientras en la playa otra gente se dedica a secar
y salar los pescados. Una vez secos se almacenan en alforjas y son cargados
sobre las llamas para comerciar fuera de Omas, o simplemente para
consumirlo en el lugar. Esas son las costumbres más conocidas en todos los
pueblos del litoral.
Como en muchos lugares, como en el mismísimo Xian-Xian, allí también
vi gente que tenían sus cráneos deformados. Los acompañaban niños que
tenían las cabezas entablilladas para que vayan adquiriendo la forma que sus
padres deseaban.
- ¿Cuál es la forma que quieren crear al entablillar sus cráneos de esa
manera? -pregunté.
- Esos que ves son nobles o autoridades que están de paso por Omas. Viven
más al sur, más allá de las omas de Atiquipay. Dicen que descienden de un
volcán nevado y por eso se entablillan para imitar la forma del lugar de sus
orígenes, o sea de su pacarina -me respondió el piloto.
- Me imagino que, como en todos los lugares, aquí también solo los nobles
lo hacen.
- Si, nobles o autoridades relacionados con la nobleza. Siempre es signo de
privilegio y elegancia. Los nanashca y otras naciones de este lado siempre han
hecho lo mismo, pero solo lo hacen los privilegiados, nunca la gente del
común.
-Pensé que ustedes se llamaban a sí mismos los nashca.
-En realidad es lo mismo, nashca o nanashca.
- Yo vengo de la gente del común y tengo suerte -agregué-. Si tuviéramos
que entablillarnos los cráneos creo que los tendríamos tan planos como la
tierra porque nosotros no descendemos de ningún volcán o cerro nevado, sino
que nací en un valle plano. Mi cabeza tendría la forma de un plato, más o
menos.
- Y yo… porque de donde mi comunidad proviene es del desierto.
Estaríamos muy mal -dijo el capitán y nos echamos a reír a carcajadas.
-En realidad nosotros los del pueblo ximor descendemos de las dos
estrellas menos brillantes del cielo -agregué-. Esa es la versión que nos han
dado los nobles. Ellos se dicen descendientes de las dos estrellas más
brillantes del cielo.
-¿Será verdad?
-No lo sé.
-Y si descienden de dos estrellas, ¿qué forma tienen de cráneo?
-Es una forma,… cómo decirlo, como si fueran dos montes juntos. Uno en
el lado derecho y el otro en el izquierdo.
-¿Y te parecen hermosos y elegantes?
-Para ellos es un signo de elegancia pero a mí no me gusta. Por suerte no
soy noble.
-Ustedes se hacen llamar ximor pero he escuchado que también se les dice
los chimor, ¿cierto?
-Sí, así es.
Esa ocasión fue la primera en donde hice una broma y reí. Aquella noche
dormí en casa de un comerciante nanashca amigo de la tripulación. Se llamaba
Lloay Allaucan. Su familia me hospedó con mucho cariño y a cambio de su
hospitalidad les di un sagrado míschiu, las sagradas valvas rojas que ellos
llaman mullu en qeshwa; di además unas frutas secas del norte que no se
consiguen en el sur. Nunca olvidaré a Lloay, no solo porque me hospedó sino
porque me mostró el fascinante mundo donde nació y creció, y parte de la
historia de su tierra. Con mucho orgullo me dijo que muchísimos años lunares
atrás, en aquellas tierras vivían otros nanashcas. Por aquellos días tenía que
hacer un breve viaje al interior, hacia lo que fuera alguna vez el corazón de los
Nanashca para comerciar e intercambiar algunos productos. Me invitó a que lo
acompañara.
-Para ser sincero -dije- no tengo ningún deseo de viajar hacia el interior
porque no me siento bien. No me siento con la fuerza suficiente como para ir a
donde dices y luego encaminarme hacia el oráculo. Mañana mismo tomaré el
camino de la costa hacia el norte.
- No te lo recomiendo -dijo-. Desde aquí al norte hay un largo desierto que
pocos recorren, casi no hay gente, no hay agua y es peligroso. Solo encuentras
algunas caletas de pescadores y no creo que tus llamas se acostumbren a
comer pescado. Los comerciantes usualmente toman una ruta más segura que
es subiendo hasta encontrar el río Tempulla, que está al sur de los Ica y desde
allí se dirigen al norte, río arriba para luego bajar hacia la costa y proseguir su
ruta. Dime, ¿qué es lo que te sucede, por qué peregrinas al oráculo?
Le conté mi desdicha y cómo mi padre me había convencido de visitar el
oráculo.
-Entonces estás en un camino de recuperación, de salvación.
-No sé si estoy en el camino que dices. He venido para ver si algo cambia
en mí, si logro dejar de sufrir. Nada más.
-A un par de días de aquí, caminando hacia la costa, hay un hombre sabio;
otros dicen que es santo y que tiene gran sabiduría. Estoy seguro que él te
ayudará. Más adelante te indicaré cómo encontrarlo. Además, en estos días en
mi tierra hay una gran celebración al dios Kon que es justo a donde iré. Desde
allí es fácil bajar hasta el río Tempulla. Guiado por ese río te indicaré cómo
encontrar el camino. Para esta celebración está llegando mucha gente en largas
caravanas alrededor de la pampa en donde se celebran los rituales. Además
verás algo que estoy seguro nunca has visto y nunca verás. No solo te va a
gustar sino que será parte de tu recuperación, te lo aseguro, no te vas a
arrepentir.
- Por lo que dices no me queda otra opción. Me parece interesante lo de ese
sabio. ¿Dónde vive, qué hace?
-Es un hombre que decidió dejar el mundo que conocemos para ayudar a la
gente. Antes que partas para aquel lugar te diré cómo encontrarlo.
-Dime Lloay, ¿qué cosa tienen de emocionante esos rituales? Yo ya he
visto muchos.
- Son diferentes a todos, son rituales que nunca has visto y se hacen
caminando sobre gigantescas líneas dibujadas sobre la tierra y que representan
animales. Este es el tiempo para su adoración, justo cuando en la sierra
empieza a llover. Se pide, se ofrece, se ora, se celebra, se come y se bebe para
pedir abundante agua.
- ¿Dibujos sobre la tierra? -pregunté con cierto desprecio-. ¿Qué de
particular tiene eso?
- Ven conmigo y los verás. Además no tienes otra opción y será parte de tu
viaje espiritual.
Pensé que eso de las líneas eran tonterías, unos rituales más entre tantos.
Estaba seguro que no encontraría ninguna sorpresa. De todos modos tenía que
hacer ese desagradable desvío para tomar el camino hacia el norte. Más me
interesaba encontrarme con ese sabio. Quizá me daría la solución.
-Primero caminaremos hacia el norte por la costa siguiendo el curso de la
orilla -indicó Lloay-. No es necesario ir por el camino principal. Cuando
lleguemos a las omas de Marcona nos desviaremos hacia el este. Hoy día ya
partió una caravana para allá. Nosotros le daremos el encuentro más adelante
en la pampa.
- He escuchado sobre las omas, que también llaman umas. En el norte
tenemos muy pocas. Todas las omas o la mayoría están al sur, ¿no?
- No conozco el norte, solo el sur. Aquí sí hay varias omas -replicó Lloay-.
La que está más cerca de mi pueblo son las extensas y verdes omas de
Atiquipay que es como si fuera un verde valle, pero están en las laderas de los
montes y los cerros. Las plantas y árboles se alimentan de la humedad que
deja la neblina que proviene del mar en ciertas épocas del año, y en ese lugar
viven venados y aves de muchos tipos. También es un lugar para la cacería.
Son lugares hermosos y tú mismo los verás. También conocerás otras omas
mientras viajes rumbo a Ychsmay. El ambiente es siempre fresco, pacífico y
agradable en esos lugares. Da ganas de quedarse a vivir allí. Partiendo mañana
en la mañana llegaremos a las omas de Marcona al atardecer y allí pasaremos
la noche. Más al norte está la oma del Nido del Gallinazo o del Buitre, pero
está muy lejos de acá y está rodeado por un desierto muy seco.
Salimos muy temprano. Balsas llegaban al puerto de Omas trayendo
tubérculos, maíz y otros productos desde diversos lugares. Omas es un pueblo
solo de pescadores y su agricultura es muy pobre. Se pesca en embarcaciones,
con redes y con anzuelos de todo tipo. También abunda la caza submarina. Los
zambullidores tienen largos puñales probablemente únicos en toda la costa,
con los que persiguen a los peces hasta darles caza. Nunca antes había visto
tan largos arpones.
Desde Omas hacia el norte se extiende una larga y blanca playa en media
luna. Su orilla es inclinada y su arena es bastante floja. A lo largo hay
pequeñas casas de pescadores, pero mientras uno se dirige más al norte el mar
se vuelve más agitado y se ven menos casas. En el trayecto hay una isla grande
cerca de la orilla, plana y alta que está unida a tierra por un camino de arena
formando dos playas hermosas, pequeñas y sin olas. Más al norte hay tres
hermosos islotes que forman canales de agua y arcos, tres peñas horadadas y
entre ellas transcurre el agua. Luego de ese hermoso y peculiar paisaje,
aparece una larga playa de amplia curva con algunas casas. Más allá se
encuentran muchas más playas y en algunas de ellas pescadores y
mariscadores. Una parte de la captura de mariscos es para alimentarse, otra es
para intercambiarla por otros productos y una última se reservaba para
entregarla como tributo a la autoridad suprema en donde viven. Me sorprendió
lo variado de los paisajes pues había playas solamente de arena, así como
playas solo con arrecifes o pequeños islotes muy cerca de la orilla; otras tenían
dunas, otras eran arenosos acantilados difíciles de trepar.
-Esta parte de las tierras nanashca son áridas y desérticas, y a veces
peligrosas -dijo Lloay antes de llegar a Marcona-. No tienen la hermosura o la
frondosidad que tienen otros valles de la costa, pero tiene un pasado que
ningún pueblo, señorío o nación ha tenido jamás. Te lo aseguro.
¿Qué de particular podría tener un desierto como el que me mostraría,
pensé, y qué pasado tan excepcional pudo haber tenido si está enclavado en
medio de las arenas, lejos de todo y en medio de la nada? Seguro que nada
veré pero tendré que decirle que todo es hermoso y admirable.
-Haces que mi curiosidad se despierte -dije por compromiso-. Por favor,
háblame sobre ese pasado.
-Soy adorador del dios Kon y también de otros dioses, los dioses que todos
adoramos. Pero Kon es un dios que mucha gente ya ha olvidado, pero aún hay
comunidades que no lo hemos olvidado.
-Claro que he escuchado sobre el dios Kon, pero no mucho. Kon era un
dios muy antiguo, ¿no?
-Es muy antiguo, pero fue desplazado por Paccha-Ccámac. También se le
conoce como Wa-Kon. Creo que los primeros dioses son aún poderosos a
pesar de haber sido desplazados por otros. También adoro, como todos, al dios
de Ychsmay, al Dios de los Temblores.
-Cuéntame más sobre él -pregunté por complacencia, pero esa vez con algo
de curiosidad.
-Kon fue el dios más antiguo que se conoció por estas tierras. No tenía
huesos y podía volar a gran velocidad a donde quisiera. Usaba una llamativa
máscara, y su tocado se inclinaba siguiendo la dirección del viento. Es por eso
que uno podía reconocerlo. Creó el cielo, el Sol, la Luna, las estrellas y la
tierra, y para poblarlas dio vida a hombres y mujeres, plantas y animales.
Todos vivíamos en la abundancia hasta que los hombres nos portamos mal y
nos castigó, y por eso convirtió toda la costa en desiertos. Dejó solamente
pequeños ríos en los valles. Hizo que la abundancia desapareciera y por eso
tenemos que trabajar para sobrevivir. Hecho eso, Kon se marchó caminando
sobre el mar y luego subió a los cielos.
-¿Alguna vez lo has visto?
-Claro que sí pero solo en las noches. A veces surca muy rápidamente el
cielo dejando una estela luminosa. Pero así como aparece, desaparece
rápidamente. Una noche, estando en Omas y viendo el mar y el cielo, vi a Kon
volar veloz y se metió en el mar mostrando tras de si su larga cabellera color
blanca verdusca mientras caía. Desapareció tan pronto como apareció.
-Si es como dices tú, entonces creo haberlo visto también. Es como si en el
cielo se lanzaran antorchas a gran velocidad como si estuvieran viajando, ¿no
es así?
-Así es, entonces tú también lo has visto. A pesar de que dicen que Paccha-
Ccámac lo ha desplazado, sigo creyendo que está entre nosotros y sigue siendo
poderoso. Ese es mi dios que aparece en una época del año cuando se ve la
constelación que ustedes los ximor llaman la constelación de Fur. De esa
forma él siempre nos contempla. En honor a él y para su adoración, los que
vivían antes aquí, los paracas y también nosotros los nanashca, dibujamos
sobre una gran pampa enormes figuras de animales y muchas líneas para
adorarle e indicarle a Kon que aquí está su gente, que ha llegado a su tierra de
origen.
-Jamás había escuchado hablar de esos dibujos y líneas sobre la tierra. ¿No
crees que es demasiado hacerle figuras gigantes, acaso las ofrendas no son
suficientes?
-Creo que los dioses siempre viven insatisfechos y por tanto hicimos las
líneas para honrarle. Pocas veces nos ha faltado agua.
-¿Y desde cuándo están esas líneas? -pregunté mientras miraba al horizonte
con indiferencia.
-Se hicieron hace mucho, mucho tiempo atrás -dijo Lloay con entusiasmo-,
pero cuando las veas pensarás que es como si las hubieran hecho ayer. Las
comunidades y las familias adoradoras de Kon, que son muchas, limpian sus
dibujos, esperan su aparición y lo festejan con ceremonias, ritos, sacrificios,
bailes, música y fiestas cuando asoma en el cielo nocturno. Cuando lleguemos
a la gran pampa de Kon los verás y entenderás lo que te digo. Allí te explicaré
todo lo que tienes que saber. Vamos a llegar justo a tiempo para las ceremonias
y bailes. Te va a fascinar.
-Perdona si soy honesto y un poco rudo, pero no creo que nada me fascine
o llene mi alma en este tiempo -respondí sintiendo que él estaba un poco
incómodo.
Cuando cruzamos la oma de Marcona encontramos no solo grupos de
pastoreo de llamas de la costa sino también grupos que bajaban de la sierra
para alimentar sus ganados. Los pastores costeños llevan el ganado allí porque
la desértica costa no es generosa en pastos como en la sierra cuando es la
época de verdor, y en ese tiempo ya se había iniciado.
Cuando finalmente llegamos a las tierras nanashca en la sierra del este y en
medio del desierto nos recibió un delgado y hermoso valle verde en donde el
río traía poca agua. Me llamó la atención ver unos pozos redondos que se
hunden bajo la superficie en forma de remolino o caracol, protegido con un
camino de piedras que baja a su interior hasta llegar a las aguas subterráneas.
Eran muy parecidos a los pozos y ojos de agua que se cavan en la tierra de
Xian-Xian y en el valle Ximor. En aquellos pozos el agua transcurría debajo
de la superficie y parecía provenir de la nada. Pregunté por qué el agua se
escondía en lo profundo, por qué no aparecía y se descubría con toda su
belleza como cualquier río.
-Hemos construido estos canales de piedras desde mucho tiempo atrás para
que, cuando corran sus aguas bajo la tierra como suelen hacerlo, se sientan
cómodas y felices aquí y no busquen otro lugar, para que no se desvíen hacia
otras tierras o se hundan en las profundidades. Los canales subterráneos están
tapiados con piedras redondas. Antes era un riachuelo, pero se decidió
canalizarlo y dejar esas bocatomas para bajar y limpiarlas, y así tenerlas en
muy buen estado todo el año. Hay que amar al agua. Tenemos unos cuarenta
acueductos a lo largo del río. Al final de su trayecto se convierte otra vez en un
río que está canalizado, y justo ese río llega a un templo. Con esa agua se
hacen pozas y acequias, y pequeños lagos para regar el valle.
La gente de ese pueblo vive organizada en barrios, son comerciantes, finos
tejedores, agricultores, ceramistas, cocineros y también son expertos en la
preparación de varios tipos de cervezas y vinos. Lloay me presentó a sus
amigos y parientes. Con algunos de ellos hicimos algunos intercambios. Yo
había ya previsto situaciones como esas y me había preparado, pero tenía que
guardar lo más importante para el pago del oráculo. Nos dijeron que al día
siguiente saldría una pequeña caravana hacia las pampas para iniciar los
rituales. Como cada año en esos meses, las lluvias empiezan a elevar el caudal
de los ríos, y de los ríos subterráneos también. Ese mismo día antes de
anochecer, Lloay me llevó hasta un pequeño cerro cercano para ver con mis
ojos una de aquellas líneas. Eran círculos que caían hacia su centro. No me
pareció nada extraordinario ni muy digno para adorar a un dios.
-Me imagino que te debe desilusionar esta línea, pero esta es una de las
más pequeñas y simples -dijo-. Hay otras mucho más grandes y hermosas. Ya
las verás mañana.
De pie sobre un cerro, Lloay apuntó hacia el este, hacia un cerro blanco
que miraba al pueblo con imponente altura.
-Ese es el Cerro Blanco que nos protege. Es de arena, como la blanca arena
del mar. También lo llamamos Moich, y desde su cima se puede ver el monte
Illa-kata, el señor de las alturas que está mucho más al este, en la sierra. Tiene
varias historias.
-¿Moich? -pregunté sorprendido-. En muchik moich, o moix significa
alma.
-Se cuenta que una vez los nanashca sufrimos una larga sequía. Para
aplacar la ira divina los pobladores se encaminaron a ese cerro para elevar sus
ruegos porque ese es el principal lugar de adoración. El dios Wirakocha, al
escuchar tanto lamento y llanto descendió del cielo y de sus ojos brotaron
lágrimas que rodaron cuesta abajo por las laderas, penetrando el suelo. Esas
lágrimas crearon los pozos que has visto cavados en tierra, los acueductos.
Hay otra historia que dice que el Cerro Blanco es un cerro hembra y que era la
esposa del nevado macho Cariuaruso que está al este. Se dice que Cerro
Blanco bajó a visitar la costa pero no regresó a tiempo a ver a su esposo. El
Sol salió y la quemó transformándola en piedra y arena, y por eso el Cerro
Blanco está hecho de arena de mar.
-Y ese otro, el Illa-kata, ¿tiene también historia? -pregunté.
-Por supuesto que tiene una historia. Illa-kata es el señor de las alturas, el
trueno de las alturas. El Tunga, que es otro cerro, es el señor de la costa. Tunga
llegó a ser amigo de Illa-kata y le llevó regalos de oro, piedras preciosas,
mantas de algodón y cerámica. Pero Tunga le mintió a la mujer de Illa-kata
haciéndole creer que él había sido enviado por el dios del océano quien
fertiliza los campos y cría animales. La convenció de que ella podía dejar de
sufrir por el carácter desagradable y brusco del trueno de las alturas, de sus
noches frías y sus nubes. Le dijo que podía irse a vivir a la costa siempre más
cálida y agradable. Mientras Illa-kata dormía, ambos partieron a la carrera
hacia el mar. Al despertar Illa-kata se dio cuenta de que su mujer se había ido
y la llamó con un estruendoso trueno. Ella lo oyó y comprendió que les daría
alcance y rogó a Tunga dejarla morir en el sitio donde se encontraba. Tunga,
sin embargo, para disfrazarla, la cubrió con harina de maíz de los valles.
Cuando el calor del Sol de la mañana impidió a Illa-kata continuar su
búsqueda, Tunga se propuso regresar al lado de ella. Más tarde, Illa-kata llegó
al lugar donde estaba su esposa cubierta de harina de maíz pero no la
reconoció y regresó a sus cerros donde en su cólera, causó grandes terremotos
con el fin de destruir los montes menos elevados. En uno de aquellos
terremotos su mujer quedó enterrada bajo las rocas. Tunga huyó hacia el mar,
pero Illa-kata lo descubrió y como castigo fue convertido en un cerro que está
justo antes de llegar al océano.
-No hay lugar a donde uno vaya que no encuentre historias, relatos,
leyendas y mitos -dije-. Creo que cada pueblo tiene muchas historias sobre
ellos mismos y sobre sus dioses. Cada vez que visito un lugar nuevo siempre
pido que me narren sus historias y cuentos. Todas son entretenidas, como
cuando mis padres lo hacían antes de dormir.
Al día siguiente, muy temprano y luego de desayunar, Lloay y yo salimos
con las llamas al camino oficial construido para los viajeros, peregrinos,
comerciantes y autoridades. Íbamos al encuentro de aquellas líneas que tanto
me había hablado y que yo esperaba pasar de largo lo antes posible para
proseguir mi viaje. Nos unimos a una caravana que también partía hacia las
pampas. La gente de la caravana que nos acompañó era muy amable.
Conocían a Lloay y él los conocía a todos. Llevaban llamas cargadas con
alforjas para pasar varias noches con sus familiares en las celebraciones. Los
adultos caminaban mientras los niños más pequeños iban montados sobre las
llamas. Algunos de los perros más pequeños que acompañaban a sus amos se
cansaban o sentían que sus patas se quemaban en la arena caliente, y por tanto
terminaban viajando encima de las llamas junto a los niños. Otros grupos
transportaban comidas para preparar, así como comidas para ofrendar;
llevaban grandes vasijas de barro con cerveza de maíz para beber, para ofrecer
a los dioses y para comerciar. Llevaba otros productos como telas, ropas y
collares. Todos los lugares y momentos son siempre buenos para el
intercambio. Durante el camino mucha gente tocaba diversos tipos de flautas y
hacían resonar sus tambores de varios tamaños. Había familias enteras que
tocaban canciones hermosas con tonos variados. Otras le hacían compañía con
los tambores, con voces y cantos. Tuve que reconocer que fue un viaje muy
ameno.
Llegando a la pampa pude avistar muchas carpas y toldos blancos
extendidos en las laderas de una gran montaña que se ubicaba al este. Lloay
me comentó que tiempo atrás los sacerdotes que dirigían el diseño de las
figuras debían situarse en lo alto de aquellos cerros mientras sostenían una tela
dibujada y de esa forma dirigir con claridad la construcción del diseño de cada
una, con medidas muy precisas. Las líneas se marcaban sobre la extensa
explanada usando el modelo pintado. Mientras más nos acercábamos a las
tiendas se escuchaba con más claridad las canciones de flautas, antaras, gaitas
de cerámica, trompetas y tambores. Todo el ambiente alrededor mío era de
fiesta, de alegría y celebración. Cuando llegamos al lugar de la multitud dos
novicios nos guiaron hasta un lugar disponible para desplegar las carpas en
donde dormiríamos y dejaríamos nuestras pertenencias. De las alforjas se
sacaron las telas, las cuerdas y los palos para armarlos y protegernos del Sol.
Se dispusieron los alimentos para preparar así como las bebidas. De las largas
hileras de carpas y toldos se escuchaba un bullir de gente que esperaba
impaciente ver caer la noche. Todo me parecía un poco exagerado.
La gente tocaba sus instrumentos, cantaba y bailaba hasta cansarse
haciendo turnos para que nunca cesara la música, para que el dios Kon sepa
que sus adoradores y seguidores estaban esperándolos con júbilo. Grupos de
gente iban preparando antorchas bien empapadas en aceite y grasa de lobos
marinos, otros practicaban piezas de música y canciones, mientras otra gente
preparaba comidas y bebidas. Nadie estaba ocioso.
Antes que la noche cubriera el día los sacerdotes dieron la orden a los
peregrinos para que se dividan en varios grupos. Había grupos con antorchas,
otros con flautas, otros con trompetas y tambores, todos caminando hacia el
horizonte. Se dirigían en líneas perfectamente rectas, como si supieran
exactamente por dónde ir. En ese momento me di cuenta que lo hacían de esa
manera porque sobre la pampa hay una gran cantidad de líneas demarcadas y
muy bien cuidadas. Otros, tocando música y cantando, empezaban a subir a
los cerros que están al este. Subí al cerro más alto junto con Lloay y sus
familiares mientras otros se dirigieron a las pampas.
Me impresionó ver cómo se iban alejando mientras las antorchas se iban
encendiendo. Era como si los peregrinos dejaran de ser personas y se
convirtieran en pequeñas llamas ardientes, en estrellas que flotaban en la
oscuridad. Una vez que cayó la noche, todas las antorchas se habían encendido
y desde lo alto se veía la formación de figuras de animales sobre un fondo
negro, como si la tierra fuera parte de la noche y las antorchas estrellas
caminantes.
Desde la cima vi cómo las luces iban formando la silueta de una ballena.
Luego esas mismas antorchas se dirigieron hacia otro lado formando un largo
rectángulo como si fuera un camino muy ancho, y luego adquirían la forma de
un ave o algo así. Las luces formaban triángulos de puntas muy alargadas o
seguían un camino recto hacia otros sitios en la pampa. Al mismo tiempo otros
grupos en otros lados de la pampa caminaban en línea recta para formar otras
figuras con muchas curvas. Eran tantas las antorchas sobre la tierra que
parecía un cielo estrellado, como si la tierra fuera un gran espejo de antracita
que reflejaba las estrellas del cielo.
-Mira Uarmoc, delante de nosotros están formando la figura de un ave. Es
un pelícano y un poco más allá está una gran pariguana de cuello largo y
quebrado. ¿Puedes verla?
-Sí, puedo verlas a pesar de la lejanía y también puedo ver cómo están
formando otras líneas rectas que se dirigen hacia todos lados como si fueran
los rayos del Sol.
-Mira más allá, más hacia el oeste. Se está formando ahora la figura de un
loro.
A lo lejos se veían las antorchas que llegaban desde uno o dos caminos
rectos hasta un punto en donde empezaban a dibujar un loro gigante con el
pico abierto, como gritando. Luego, como hormigas de fuego, abandonaban
esa figura y se dirigían por un largo camino más hacia el norte.
De pronto los sacerdotes avistaron las seis estrellas, el dios Kon, la
constelación de Fur. Fue entonces que los músicos empezaron a tocar y cantar
con más intensidad, con más pasión, con más devoción que nunca. El
sacerdote dio la orden de avisarles a los que se encontraban sobre la pampa
que tocaran más fuerte. La gente ya sabía que ese era el anuncio de que Kon
estaba observándolos y por tanto había que apurar el paso para formar la
siguiente figura, y luego recorrer los caminos rectos y triangulados hasta
formar otra más. Pero así como en esa parte de la pampa había muchos grupos
que caminaban sobre las líneas para luego formar figuras, mucha más gente
hacía lo mismo en el lado opuesto de la pampa, muy a lo lejos. Todos
cantaban.
-Quizá no puedas verlos bien pero del otro lado de la pampa, hacia el mar,
también se están formando figuras con antorchas de diferentes tamaños. Mira,
más allá del pelícano y la pariguana hay un lagarto, y al lado del lagarto unos
círculos en forma de remolinos. Ahora mira la araña de los presagios. ¿La
logras ver?
-Sí, veo la araña, veo un mono, puedo ver las pequeñas antorchas del otro
lado. Esto no me lo esperaba. Es algo fuera de este mundo -dije con verdadero
asombro.
En el cerro en donde me encontraba, unos cantaban y tocaban instrumentos
musicales mientras otros oraban con fervor pidiendo agua y abundancia. Veía
atónito cómo las figuras se hacían y se deshacían, se creaban de la nada con
luz de las antorchas imitando a las estrellas. A pesar de la lejanía de algunas
figuras las numerosas antorchas lograban delinear las formas de los animales.
Quedé sorprendido por el larguísimo y casi interminable cuello quebrado de la
pariguana. Me maravilló las líneas rectas que salían desde un centro, como los
rayos del Sol, y otras líneas que se cruzaban e interponían. Me sentía
deslumbrado por todas las luces de tantas antorchas que seguían las mágicas
líneas en la pampa.
-¿Y cuál es el propósito de todas esas rayas, caminos rectos que se cruzan,
líneas que parecen ser rayos del Sol, rectángulos que parecen ir a ningún sitio?
-pregunté.
-Todas las líneas, caminos, triángulos, rectángulos y figuras, tienen que ver
con el agua y con la creación de la abundancia. Todos los animales están
relacionados con el agua, con la lluvia, con la fertilidad. Hay líneas que te
indican dónde está la figura y a dónde debes ir. Pero hay líneas que son tan
largas que llegan hasta los ríos y pozos de agua. Eso es lo que se pide al dios
Kon y a sus ayudantes, y eso es lo que se agradece, el agua, y más aún en esta
árida tierra. Hay comunidades que llevan el nombre de alguno de estos
animales, como la comunidad de la Araña, o de la Pariguana o del Colibrí, de
la Ballena o del Mono. Siempre que hemos orado, dado ofrendas y agradecido
por toda la abundancia que se nos da, siempre se nos da más.
-¿Siempre viene tanta gente?
-Esta es una de las veces en donde más gente ha venido porque el año
pasado no tuvimos buenas lluvias en la sierra -dijo Lloay-. Hay miles de
personas que han traído muchas antorchas para que Kon nos vea. Esta
adoración es una maravilla que no se ve en otros lugares.
-Cierto, no se ve en otros lugares -afirmé-, esto es único, esto es
maravilloso, esto es solo para los dioses.
Estuvimos en la ladera del cerro todo el tiempo que duró la celebración sin
distraernos un solo instante. Al final del ritual, ya muy entrada la noche,
cuando las antorchas empezaban a apagarse, regresamos a las tiendas a comer
y a dormir. A la mañana siguiente fuimos despertados con más música y más
canciones. El despertar con trompetas me hizo recordar la época de cuando
hice mi entrenamiento militar para el Ciequic Ximor. Le pedí a Lloay subir
nuevamente al cerro para ver la pampa desde las alturas, apreciar su grandeza
y sobre todo, sentir la paz que producía la contemplación, paz que tanto
necesitaba. Así lo hicimos. Estando en una de esas laderas contemplando la
limpia pampa, Lloay me dijo:
-Hace mucho tiempo atrás, entre los nanashcas había notables astrónomos
y astrólogos que encontraron en el cielo constelaciones de estrellas que los
ayudaban en la predicción de las estaciones y los climas, las épocas de
sembrío y cosechas, y también los caminos para la adivinación y la magia. Las
constelaciones y estrellas fueron dibujadas en sus ceramios y en sus hermosos
telares, pero sobre todo fueron copiadas, con gran exactitud en la gran pampa
que vemos aquí, y también en otra que es la pampa de Palpa que está un poco
al norte. Los nanashcas fuimos grandes adivinos y leíamos los vaticinios del
cielo. Además fuimos grandes matemáticos y meteorólogos. Pero el tiempo es
también olvido, Uarmoc, el tiempo es el peor enemigo de la memoria. A más
tiempo, más olvido.
Yo seguía fascinado con las cosas que mi amigo me narraba y con lo que
veía. Todo aquello fue una gran sorpresa. No podía creer lo que mis ojos
habían visto,… tanta belleza, tanta devoción, tanta hermosura e inteligencia.
-Es una pena que yo no viva en estas tierras -dije-. Haber visto esto es,…
es… no sé qué puedo decir. Dime Lloay, ¿en Palpa hay figuras como las hay
acá?
-Hay muchísimas más líneas, mejores e impresionan mucho más porque
allí hay más de seiscientas líneas y figuras, mientras que esta pampa solo hay
unas cuarenta. Pero en Palpa ya casi no hay rituales o las hay muy pocas. ¿Te
puedes imaginar cómo era eso en el pasado? Durante muchas generaciones se
han dibujado líneas y figuras, y se han repetido los rituales para pedir agua y
abundancia, y para agradecer lo que tenemos y lo que recibimos. Esto mismo
me lo contó mi abuelo, que a su vez se lo contó su abuelo, y el abuelo de su
abuelo.
-Junto con las figuras y las líneas hay grandes y largos trapecios, como
plazas dibujadas. ¿Para qué esas plazas?
-Esos largos trapecios fueron dibujados antiguamente para grandes rituales
con fiestas comunales. Una vez que se dibujaban se dejaban tal como las ves.
Esas largas plazas aún tienen pequeños altares en donde se hacen ofrendas.
Ahora hemos decidido solamente dibujar las figuras de noche con antorchas
encendidas, pero también usamos las plazas, pero no siempre. Las figuras se
pueden limpiar, pero las plazas son muy grandes y ahora ya no hay tanta gente
como antes para mantenerlas limpias.
-Me impresionaron el número de líneas hechas. Toda la pampa está rayada
de líneas. ¿Por qué tantas líneas?
-Como te dije antes, todas las líneas llevan siempre a lugares sagrados.
Una de ellas conduce a una ciudad sagrada y a sus templos que fueron
abandonados hace mucho, y están cerca de aquí, hacia el norte, en Kawachi.

CAPÍTULO 4
EL SABIO DEL VALLE

Llegó el momento en que Lloay y yo tuvimos que despedirnos. Le pedí


que me informara sobre las rutas que debía seguir y algunos consejos útiles
para el viaje para llegar con seguridad hasta la costa, lo más al norte de
Chinchay y desde allí caminar hasta Ychsmay.
-Uarmoc, te voy a acompañar por un día en el desierto para señalarte la
ruta que debes seguir y lo que encontrarás.
-No tienes porqué sacrificarte, Lloay. Tienes obligaciones y debes regresar
a tu pueblo.
-No es ningún sacrificio, Uarmoc, ninguno. Para eso están los amigos.
Piensa qué sería de todos nosotros si no nos ayudáramos. Otro día lo harás por
mí o alguien más lo hará. Además, no te vi muy bien al principio pero ahora
estás un poco más recuperado. No quiero que te dejes abatir por la pena en el
camino. Además no he olvidado la promesa de decirte dónde puedes encontrar
al sabio, al Santo del Valle como le dicen.
-No he olvidado esa promesa. Tengo curiosidad en conocer a ese santo.
Cargamos bien las llamas para el viaje y partimos antes de que el Sol
renaciera. Tomamos un antiguo sendero que cruza el desierto y las dunas.
Rodeamos cerros durante buena parte del día y al anochecer acampamos en el
desierto. Comimos alimentos ya cocidos y bebimos cerveza de maíz y de
molle. Para evitar el frío de la madrugada apiñamos las llamas formando un
círculo estrecho y dormimos en medio de ellas. La noche fue pacífica, con
frío, pero pacífica. Con las primeras luces de la mañana despertamos. Antes de
despedirse Lloay me indicó que debía caminar en línea recta teniendo siempre
el Sol en cierta posición a mi derecha durante la mañana, y en otra posición a
mi izquierda durante la tarde, de esa forma no me perdería ni me desviaría de
la ruta. Llegaría a unas grandes salineras y las cruzaría. Luego encontraría el
río Tempulla, que en esa época del año empezaba su crecida. Desde allí debía
caminar río arriba hasta encontrar las tierras fértiles de los Ica. En esas tierras
cruzaría otro río, encontraría unas balsas que se mantienen a flote por cueros
de lobos de mar inflados, que es la manera para cruzar a la orilla opuesta, y de
esa forma seguiría el camino hacia el Señorío de Chinchay. Desde allí debía
tomar las rutas al norte o el camino oficial que corren paralelas a las orillas de
la costa.
-Viendo las cosas que he visto en tu tierra, pienso que el mundo es
maravilloso a pesar de la tristeza -dije a Lloay-, y tú me has mostrado parte de
esa maravilla. Te agradezco lo que has hecho por mí, no sólo por
acompañarme en este desierto, sino por mostrarme la belleza de las líneas y
sus misterios, y sobre todo por aliviar mi pena.
-Este mundo está lleno de misterios que jamás llegaremos a conocer,
Uarmoc. De lo que debes preocuparte es del camino. Lamentablemente las
llamas tienen su ritmo y uno tiene que seguirlas. Llegarás a donde te he
indicado. Esta no es la época de los vientos paraca, pero algunas veces se
presentan.
-¿Qué son los vientos paraca?
-Paraca significa “arena que cae como lluvia”. Ese es el nombre de la gente
que vive allí y la de sus ancestros. Es un viento muy fuerte que trae arena con
fuerza y no te permite ver. Tienes que mantener los ojos, la nariz y la boca
cubiertos para poder respirar y para que no te dañe los ojos.
Hice lo que mi amigo me indicó. A media mañana se levantó un viento con
arena cada vez más intenso pero no fue tan intenso como me lo había
advertido. Por precaución me tapé la cabeza y la cara, y se las tapé a mis
llamas. Ya para el mediodía el viento había bajado su intensidad. Como el
viento soplaba desde el sur mientras yo viajaba hacia el noroeste, sentía que el
viento me ayudaba, como si me empujara desde atrás una fuerza invisible y
refrescante. El viento hizo mi viaje más fácil y más rápido. Rodeé algunos
cerros empinados y finalmente llegué a las salineras y las crucé. Pero mientras
iba caminando por el desierto solo, sin la compañía de mi amigo, no podía
evitar recordar a Muya. Su imagen regresaba a su mente una y otra vez. En la
tarde arribé al río Tempulla. Allí comí y me eché a dormir.
Mientras estuve rodeado de gente, distraído, viendo cosas nuevas y
maravillosas en el mar y en el desierto, me olvidaba de ella por momentos,
pero cuando inicié la marcha en los arenales empecé a sentirme culpable, a
pedirle perdón por haberla dejado de lado aquellos días, por no recordarla
como se lo merecía. Era cierto que temía olvidarme de su amor y del mío
hacia ella. Esa noche, junto al fuego que me calentaba prometí recordarla
siempre. Esa misma noche tuve una pesadilla.
Muya y yo caminábamos tomados de la mano por un hermoso y frondoso
valle verde al lado de un río. Mientras recorríamos la orilla le hablaba, pero
ella mostraba cierta indiferencia, casi no me miraba a los ojos. En vida, Muya
fue siempre alegre, conversadora, con una permanente sonrisa en sus labios y
acostumbraba a mirar directamente cuando hablaba o cuando escuchaba. De
esa manera te hacía sentir importante, que valías mucho, que eras el único a
quien escuchaba en este mundo. En aquel sueño Muya sonreía poco, prestaba
más atención a las aguas del río que a mis palabras. Sentí pena y miedo. En un
momento, sin desprenderse de mi mano, intentó entrar al río pero yo se lo
impedí. Le decía que no debía hacerlo, que era peligroso, que podía morir,
pero ella trataba de escabullirse. Ambos forzábamos, tirábamos uno del otro y
eso hizo que se me despertara la angustia.
Uno siempre quiere creer que lo que ha dispuesto para ser feliz es
suficiente, y ha sido dispuesto de modo tal que nada falle, que no exista error
en el cálculo en ese destino trazado. Así lo había pensado cuando me casé con
Muya, mi amor. Todo estaba calculado en el camino de la gloria y la
satisfacción, nada se dejaba al azar. Sin embargo, la vida y los dioses, sin decir
palabra, me dijeron que no estaban de acuerdo, que las cosas que había
planificado para nuestro futuro no eran las correctas ni suficientes. Ellos la
sacaron de mi lado, y me lanzaron a las partes más desérticas de mi propia
alma. Cuando para los dioses lo sufrido y lo vivido no es suficiente, cuando lo
aprendido no es suficiente, cuando nada les parece suficiente, entonces en esos
momentos los dioses, como los magos que hacen aparecer cosas de la nada,
abren sus manos una vez más para mostrarnos lo desconocido, para iniciarnos
en otros mundos, para ponernos en el camino de lo invisible, del mundo de
adentro a través del mundo de fuera. El Universo no tiene fin, aunque parezca
lo contrario.
De mañana partí hacia las tierras de los Ica. El panorama cambiaba a cada
paso. De lo que era antes un desierto vacío como mi alma, aparecieron
algarrobos incluso en los mismos arenales. Las sombras de los árboles me
cobijaron y el viaje fue menos duro. Mientras más caminaba, más se veían
agricultores, más pastores de llamas y campesinos. Los saludaba y a veces me
detenía a conversar con ellos. Les preguntaba dónde podía encontrar al Sabio
del Valle y me indicaron el camino que no estaba muy lejos del lugar. Hacia
allí me dirigí.
Llegué al valle indicado. Cuando lo vi por primera vez estaba entrando a
un río para bañarse. Más parecía un loco que alguien que derrochara sabiduría.
Todos alguna vez hemos oído hablar de estos misántropos que parecen aislarse
del mundo y que viven en alguna parte, pero pocos somos los privilegiados
que hemos visto alguno. Esa vez tuve suerte. Ingresó en una calmada lengua
de agua que el río había formado, y cuando se sumergió completamente en
ella, terminó de desnudarse para empezar a lavar la poca ropa que le cubría el
cuerpo. Lavó sus largos cabellos con hierbas, se restregó la piel con piedras
porosas y volvió a usar sus escasas ropas ya limpias. En realidad estaba
semidesnudo.
Era un hombre de mediana edad, con una actitud de despreocupación y
parecía libre de toda atadura. De pronto descubrió que lo estaba mirando,
entonces él mantuvo su atenta y penetrante mirada sobre mí por largo rato, sin
pestañear, lo que me llamó la atención. Mientras más me acercaba a él más
sentía que una tranquilidad ingresaba a mi alma, como un viento tibio y suave.
-Bienvenido a mi hogar -dijo pausadamente, lo que me sorprendió porque
me trató como alguien familiar o conocido.
-Gracias por la bienvenida -contesté.
-Lo estaba esperando.
-¿Cómo podría estar esperándome si no anuncié mi llegada?
-Siempre alguien nuevo llega a la vida de uno y a ese alguien hay que darle
una bienvenida sincera. Igual le sucede a usted, ¿no es cierto?
-Creo que si -respondí con dudas mientras pensaba que aquel hombre
podía ser un fanfarrón o un mentiroso y eso me producía desconfianza; pero
por otro lado me daba cuenta que eran ciertas sus palabras: había perdido a mi
esposa, pero tenía un hijo que había llegado a mi vida pero a quien no
quería… y por tanto no le había dado la bienvenida.
-Entonces pase, adelante -me dijo con un ademán de su brazo, como
indicándome que cruce un imaginario umbral de una entrada que no existía.
-Pasar, ¿a dónde?
-A mi casa que es también la suya.
-¿Cuál casa? No veo ninguna alrededor.
-Todo lo que está al alcance de tu mirada, y aún más es la casa tan mía
como tuya. Bienvenido a tu casa.
-¿Me está diciendo que todo este lugar es su “casa”?
-Lo que ves es tanto tuyo como mío y lo que verán tus ojos también. El
mundo es tu hogar, ¿no lo crees así?
Mientras mis ojos recorrían aquel hermoso y pequeño valle bañado por un
modesto pero agradable río, me preguntaba si sus palabras eran sinceras o no.
No es usual ser invitado de esa manera. Nadie lo había hecho antes y
probablemente nadie lo haría después. En aquel momento me atreví a ser tan
sincero como él.
-Me imagino que más de uno habrá pensado que lo que dice es
fanfarronería o algo así -dije-, por las cosas que dice que son demasiado…
inusuales. Si no fuera que me han dicho que usted es sabio, probablemente
hubiera seguido mi camino. Pero a la vez siento algo que me dice que me
quede. Si usted es un mentiroso, entonces es el mejor mentiroso de todos.
-Algunas veces, sobre todo al principio, creían que era algo así, fanfarrón,
mentiroso y esas cosas, pero esas eran solo palabras sin sentido, sin odio, solo
producto del desconcierto y del miedo que la gente siente y que debemos
aceptar. Todo lo que te rodea es tu casa tanto como la mía.
Quedé mudo por un momento. Era cierto, y al parecer era también sincera
su invitación.
-Bueno, aceptaré su invitación a su casa… y a la mía. Mi nombre es
Uarmoc Payampoyfel, ¿y el suyo?
-Muy bien que haya aceptado mi invitación a lo que es tanto suyo como
mío. Y en relación a mi nombre, ¿es realmente importante saber mi nombre?
Si alguna vez tuve uno ya lo olvidé -me respondió dejándome otra vez
desconcertado. Era una respuesta que a la vez era una pregunta.
-Como usted desee, señor -contesté sin ánimo de discutir sobre ello. Quizá
no deseaba que supiera su nombre y por tanto decidí no preguntar más-. Un
amigo me advirtió que podía encontrarlo en este valle. Mi amigo deseaba que
lo hallara porque me dijo que usted es sabio y que otros lo llaman santo.
-¿Sabio, santo?, tonterías… no soy más sabio ni más santo de lo que
podrías ser tú o cualquiera,… si te lo propones, claro.
-Pero no cualquiera puede ser sabio o santo
-Quédate un largo tiempo en este valle y te arrepentirás de tus palabras.
-Pero, ¿es posible conversar con usted de manera más,… más,… natural?
-Yo siempre soy natural cuando converso, muy natural. El problema son
los demás que no son naturales sino que repiten lo que les dijeron que debían
repetir en toda ocasión.
-No entiendo bien lo que dice -contesté, porque sentía que a pesar de las
pocas frases dichas, muchas ideas y preguntas se me agolpaban en la mente,
preguntas que no podía responder. Algo se había roto dentro de mí, pero no
sabía qué-. Usted no piensa como todos los demás.
-Por supuesto que no, al fin pienso por mí mismo.
-Entonces debe odiar a la gente.
-¡Por el contrario! -respondió prontamente-, hay que amarlos, hay que
tener paciencia, mucha paciencia con ellos tanto como con uno mismo, como
si fueran niños. Yo los trato así, con paciencia como la vida la tuvo conmigo,
como los dioses la tuvieron. De esa manera llegarán a ser ellos mismos.
-No sé qué decirle, me desconcierta.
-Nada tienes que decir, no estás obligado a nada. Si deseas estar en este
valle el tiempo que quieras, eres bienvenido y no tienes que decir nada, y el
momento o el día que desees partir, serás bendecido también. Eres libre, no te
sientas con ninguna obligación.
Sus palabras me aliviaron y me sentí realmente libre de hacer lo que
quisiera. En ese momento decidí tomar un baño en el río, como él. Le sonreí y
él comprendió contestándome con otra sonrisa. Fue uno de los baños más
agradables que alguna vez tomé.
-La vida depende en gran medida de los encuentros fortuitos, los giros del
destino o los caminos que súbitamente doblan en una nueva dirección -dijo
inesperadamente y para mi sorpresa mientras me encontraba en el agua-. A
veces son quiebres súbitos y crueles, a veces son suaves y se van anunciando
sutilmente. Tengo casi la certeza de que a ti te tocó el cruel. ¿Qué es lo que
perdiste?, ¿en qué dilema estás?
Acertó, y por tanto decidí narrarle todo lo sucedido en detalle y le narré
también parte de mi vida.
-Para mí ha sido una tragedia sin sentido -agregué al final.
-Yo no lo vería de esa manera -afirmó-. Mira cómo tu pérdida está creando
encuentros y descubrimientos. Has conocido el mar, has conocido fabulosas
adoraciones y me has conocido a mí. Si tu esposa no hubiera muerto no
hubieras hecho nada de eso y no estarías conversando conmigo ni estarías en
camino al gran oráculo.
-No creo que valga la pena perder a alguien tan amado para ganar algo tan
pobre como lo que estoy descubriendo.
-No subestimes las cosas que vives por más insignificantes que sean. No
sabes los tesoros que pueden guardar. Uno nunca sabe a dónde te puedan
llevar, eso te lo aseguro.
-¿Cree usted que seguiré descubriendo más cosas? -repregunté con cierta
ironía y molestia ante la duda que su afirmación había creado en mí.
- Si en el mar en el que navegaste descubriste algo de lo que vive dentro de
ella cuando emerge, entonces sobre esta tierra, a la cual perteneces, seguirás
navegando pero tus descubrimientos serán personas y situaciones, y entre esas
personas, tú mismo. Se navega entre la gente, que de tanto en tanto abre su
corazón a los demás, como las poderosas y deslumbrantes ballenas que
emergen de las aguas. Tú eres el navegante, pero tú también eres el mar y la
balsa. ¿No te parecen fabulosas y hermosas coincidencias las que has tenido
en el inicio de tu viaje hacia ti mismo?
-¿Quién ha dicho que es un viaje hacia mí mismo?
-Es obvio. ¿Qué otro tipo de viaje podría ser?
Me hizo pensar. Cuando hago viajes comerciales el encuentro con nuevos
lugares y personas son siempre para contactar con mercaderes e intercambiar,
pero solo para eso. Terminado el viaje, se vuelve hacer otro que es parecido al
anterior. Pero en esa ocasión el viaje había sido completamente distinto a los
acostumbrados. Fue como si mis pasos estuvieran pisando un camino
desconocido, primero en el mar que fue muy misterioso con emociones y
miedos, pero finalmente salvado. Luego mis siguientes pasos fueron hacia
algo más religioso, lleno de rituales de sorprendente adoración a un dios ya
olvidado. Finalmente, estaba allí, frente al Sabio del Valle, ese medio loco y
semidesnudo, de larga cabellera, pronunciando palabras inusuales y fantásticas
que me hacían doler la cabeza algunas veces por su inusitada manera de
pensar. Sí, era cierto lo que él decía, pero yo tenía miedo reconocerlo.
Pocas palabras fueron pronunciadas en poco tiempo, pero esas pocas
hicieron nacer en mí muchas ideas y sentimientos encontrados, uno tras otro,
como cuando multitudes se agolpan en las procesiones religiosas camino hacia
los templos sagrados. Nunca en mi vida había tenido una conversación tan
poco común como aquella. A veces no le entendía porque eran ideas muy
nuevas. A veces lo que decía me mareaba y tenía que esforzarme para
entenderlo, pero aún así no lograba descifrar completamente lo que decía. Él
no necesitaba dar vueltas y rodeos para decir las cosas. Las decía como quien
respira, como quien camina, sin esfuerzo alguno. Parecía ser absolutamente
sincero, demasiado sincero.
-No me ha preguntado cuánto tiempo pienso quedarme -pregunté con
intención de retarlo para saber cuánta paciencia podría tener conmigo.
-Yo acepto lo que me suceda con plena alegría. Si sucede es porque es
necesario que suceda, tanto para mi beneficio como para el beneficio de quien
me visite, se quede conmigo o no.
-Lo que usted me dice es que yo decida el tiempo que piense quedarme
aquí -dije sorprendido.
-Tú mismo lo acabas de poner en palabras precisas.
No fue difícil, nada difícil sentir que podía confiar en aquel hombre con
apariencia de loco, pero que a la vez le temía.
- No podré quedarme muchos días porque no quiero causarle problemas, y
además porque debo ir al oráculo. Tengo algo de comida en mis alforjas, pero
no suficiente. Trataré de buscar y traer algo de comer…
- De eso no hay por qué preocuparse -me interrumpió sonriendo-, aquí hay
comida en abundancia. La parte del valle que no tiene dueños me da sus
frutos. La gente, siempre tan buena, me regala deliciosos alimentos y se los
agradezco. Para mi todo es delicioso. Quédate el tiempo que desees. Nada te
faltará.
-¿No seré una carga para usted?
-Nada es una carga para mí.
-Espero que lo tome a bien y que me ayude a entender lo que me pasó y
dejar de sufrir.
-Hay quienes están acostumbrados a no ser amados y cuando el amor llega
a sus vidas huyen de él porque no se sienten merecedores de tal privilegio. Tú
eres exactamente el caso contrario, demandas lo que antes sentías que
merecías por derecho.
-¿Acaso no me lo merecía?
-Por supuesto que te lo mereces, todos nos lo merecemos y para eso nos
esforzamos, para eso amamos, para que nos amen. No hay otra manera de
encontrar el amor.
-Amé, me esforcé para amar y ser amado -agregué-, pero los dioses,
injustos, me la quitaron y no entiendo por qué y sobre todo no entiendo por
qué sufro, por qué sufrimos.
El Sabio del Valle me dio una respuesta, pero no la entendí y además
terminé olvidándola. Recuerdo que cuando me daba aquella explicación,
cuando pronunciaba aquellas palabras, sentí mareos que me distrajeron. Solo
las recordaría luego, cuando me encontré en el mismo oráculo. Lo que sí
recuerdo fue una frase sobre la felicidad.
-Tú querías felicidad, abundante felicidad, pero para tener plena felicidad
se debe conocer también su lado oscuro. Solo así se puede disfrutar
verdaderamente la felicidad y la abundancia que posees. Para conocer y vivir
una cosa siempre tienes que vivir su contrario, o sea que para conocer una
cosa tienes que vivir dos cosas. Los dioses no tienen límites. Todo se lo
permiten.
- Pero la muerte de mi esposa no puede ser parte de mi felicidad, al
contrario, es una desgracia.
- Por lo que veo ya estás conociendo el otro lado de la felicidad, que a la
larga o a la corta, y cuando la aceptes, te dará más felicidad. Extraño, ¿no?
Esas palabras me molestaron mucho porque no quería escucharlas ni
reconocerlas, pero sentía que había verdad en ellas, una horrible verdad.
-No creo que lo que dices sea cierto.
-No te engañes a ti mismo, y así nadie te engañará -respondió.
¿Qué podía contestar ante eso? Él tenía el don de la palabra, era sabio. Yo
no podía decir nada, no podía rebelarme, pero a la vez no quería reconocer sus
verdades.
-¿Tú quieres disfrutar y vivir cada día?
-Claro que sí.
-Entonces vive la noche. No hay día sin noche, no hay noche sin día. No
todos los días son lindos ni tan luminosos, y no todas las noches son tan
oscuras y malas. Dicen que una noche es mala porque no es como uno la
desea. Dicen que un sufrimiento es malo porque produce sufrimiento, pero no
reconocemos muchas veces que es ese dolor es el que enseña, el que hace que
descubras quién eres, lo que hace que descubras que tienes alma y lo profunda
que es, y lo que hace que descubras a los demás que también sufren como tú.
Una vez que lo comprendes, empieza a desvanecerse. Una vez que lo conoces
te permitirá gozar del día que antes estuvo guardado en su noche.
-Lo que me dice me desconcierta.
-Tú saliste de tu hogar, de tu comunidad porque quieres darle otro rumbo a
tu vida, ¿no?
-No,… pero yo no quiero,… bueno si,… otro rumbo, o sea la felicidad que
antes sentía.
-Vivirás otras felicidades distintas a la que viviste, quizá mejores o peores,
pero esa, la que sentiste con tu mujer jamás se repetirá. Nada se repite en este
mundo, ¿o no te has dado cuenta?
Me volvía a golpear con aquella verdad que sabía cierta pero que rehusaba
a reconocer. No hay dos felicidades iguales de la misma forma que no hay dos
rocas iguales, ni siquiera una ola del mar es igual a otra. Todas son distintas,
como la gente.
Pasaron dos días durante los cuales no volví a preguntar nada porque lo
poco que me dijo fue demasiado. Necesitaba reflexionar y tomar aire.
Compartí los alimentos de mis alforjas y él compartió los alimentos que los
árboles frutales le daban y lo que la gente le regalaba.
Tuve que reconocer que hablar con el sabio era como entrar en un
agradable y por momentos pacífico remolino en donde el placer era dejarse
llevar por sus palabras y por sus ideas, a pesar que a veces aquel remolino no
me gustaba y me negaba a escuchar algunas cosas que decía. Su sinceridad era
absoluta.
-Yo ya no sufro como tú sufres. Sufro de otro modo -dijo.
-No entiendo.
-Cuando vienen a mí otros hablándome de sus sufrimientos, pidiéndome
consuelo y verdad, me apiado de ellos, siento lo que sufren. Jamás soy
indiferente porque ya no está en mí ser indiferente. Recuerdo un día que una
madre llegó con su pequeño hijo en brazos. El niño yacía sin vida, su cuerpo
aún estaba tibio, como si estuviera durmiendo. Las lágrimas brotaron de mis
ojos, no tanto por el niño quien ya no sufría y estaba en un lugar mejor; lloraba
por sus padres quienes sufrían más que todos.
-Pero cuando alguien llora, llora por el muerto.
-No, no llora por el muerto, llora por él mismo porque se quedó más solo
que antes, quedó vacío de aquel que se fue y que tanto amó. Es por nosotros
por quienes lloramos… como tú.
-Entonces por eso debemos consolarnos, ¿o no?
-El desconsuelo está entre nosotros, entre los que quedamos en este
mundo, no en quien se fue. El que murió sigue viviendo a su manera, pero sin
sufrimientos. Se liberó de todas sus ataduras. Retorna al lugar de donde todo
nace y a donde todo debe regresar.
-Nadie me había hablado de ese modo -dije, y casi inmediatamente le
pregunté por qué existía la muerte.
-Creo que la única manera de responder por qué existe la muerte es luego
de responder y entender por qué existe la vida. Ambas son las preguntas más
difíciles de contestar. Pero si quieres una respuesta de todas formas, te la
diré… no tengo idea de por qué existe la muerte, y tampoco de por qué existe
la vida.
- Pero la muerte es horrible -afirmé.
-Siempre recuerda que la vida y la muerte son como el Sol y la Luna, o sea
hermanos, y su morada permanente es el espacio y el tiempo. Pero en relación
a lo que dices que es horrible, pues te digo que no estoy tan seguro que sea así.
Todo en esta vida muere para dar vida a otra cosa. Hay quienes que, por
sufrimientos intolerables desean la muerte y ésta finalmente llega para aliviar
su dolor. Para ellos la muerte es tan dulce como la miel de las abejas, el más
dulce consuelo. En tu caso, lo que llegó a ti fue tu hijo.
- Pero la gente siempre tiene un drama, una tragedia.
-Siempre hay una tragedia o un drama para cada persona, tenga o no la
felicidad. No hay que esperar la felicidad como una promesa de la vida, o
como un deseo desesperado que debe cumplirse. Cuando llega, disfrútala. Si
no llega, también disfrútala. Hay algunas personas, como yo, que elegimos ser
felices no importando lo que suceda o no suceda. Solo porque decidí ser feliz
y disfrutar sin importar lo que pase la felicidad aparece. No te puedes imaginar
ese gozo.
Los días que estuve con el Sabio del Valle fueron cortos porque le temía a
la verdad de sus palabras. Por momentos sentí que deseaba prolongar mi
estadía, pero no podía, no debía, en realidad no quería. Pero también deseaba
acompañarlo, o mejor dicho que me acompañe porque me gustaba mucho
escucharlo. Era una extraña mezcla de admiración, amor, ansiedad y miedo.
Podría decir que fue una huida, un escape porque me intimidaba y me
inquietaba que dijera más acerca de mí y eso era algo que difícilmente podía
soportar. La verdad siempre duele, aunque en otras ocasiones te puede hacer
sentir libre y feliz. Pero ese no era mi caso en aquel momento. Llegó el día de
mi partida. Sabía que lo extrañaría. Hubiera sido imposible no hacerlo, y se lo
dije.
-El hombre es lo que ama, no lo que hace -dijo como despedida-. Si lo que
amas son las despedidas siempre vivirás despidiendo a alguien sin conocerlo
suficientemente. Pero también recuerda, Uarmoc, que el odio es una manera
de amar, pero al revés. Si amas lo que haces y haces lo que amas, serás feliz o
por lo menos tendrás más posibilidades de ser menos infeliz; pero si no amas
lo que haces serás desdichado. Donde tú pongas pasión, donde pongas tu
corazón ya sea con amor o con odio, eso se multiplicará.
-¿Tiene algún otro consejo para mí?
- Tú has vivido y visto cosas que yo no he vivido, que mucha gente no ha
vivido y en lo vivido debes reconocer que lo incierto, lo desconocido y lo
inesperado han sido como un gran maestro, pero un maestro que no se
equivoca jamás. Esa es una de las más misteriosas formas que hay en este
mundo. No tenemos manera de controlar los misterios ni la incertidumbre.
Cuando actúan, son ellos los que nos controlan para nuestro bien, aunque no lo
parezca; es lo desconocido lo que nos invita a conocer más y a darnos la
sabiduría que tanto necesitamos, incluso a través del sufrimiento. Y algo más...
Agradece lo vivido y lo que vivirás, y agradece también lo que no has vivido.
A veces eso es una bendición. Si un amigo tuyo te invitara a que vayas a su
casa a comer y tú aceptas, cuando tú llegas a su casa, ¿a qué vas?
- Pues a comer.
-Esta vida es lo mismo. Aquí has venido invitado a vivir, y eso es lo que
has de hacer y debes seguir haciendo. ¡Ah, antes que me olvide déjame darte
un último consejo! ¿Puedo?
-Por supuesto.
-¿Tú sabes nadar en el mar o al menos flotar?
-Si, claro.
-¿Sabes cuál es la forma más rápida de nadar y no tenerle miedo al mar?
-Pues… no sé, supongo que nadando, echándote al agua.
-Así es, sumergiéndote en ella. ¿Sabes cuál es la forma más rápida de no
tenerle miedo a las avalanchas de sufrimientos en este mundo?
-No, cuál es.
-Sumergiéndote en ellas, como cuando te sumerges en el agua. Luego no le
temes más. La gente aprende las cosas que necesita saber, de alguna manera u
otra. No lo olvides.

CAPÍTULO 5
HISTORIAS DE DIOSES

Me despedí del Sabio del Valle sintiéndome un poco cobarde pero a la vez
libre de sus palabras, palabras que me maravillaban y me producían una paz
que no había conocido antes. En su presencia sentí que vivía entre dilemas.
Proseguí mi caminata tal como me lo había señalado mi amigo Lloay. Ya
entrando más en la tierra de los Ica me percaté que estas se parecían un poco a
mi alma: lo que fue alguna vez un gran valle, amplio y extenso, húmedo y
fértil, estaba en ese momento rodeado por un gran desierto de dunas secas y
sin vida, pero yo me sentía siempre deseoso de enamorarme de un valle, de
cualquier valle, como el que alguna vez fue mi tierno valle llamado Muya.
Al día siguiente de mi llegada donde los Ica, me dirigí hacia el río que
debía cruzar. El valle estaba rebosante de algarrobos, guarangos y muchos
árboles frutales. Mientras caminaba pude ver en la espesura, palomos, tórtolas,
perdices y otras muchas aves, así como venados. Llegué al río al atardecer.
Busqué esas balsas tan peculiares que Lloay me había descrito y las encontré.
Hablé con los balseros para que me permitieran dormir en algún lugar
protegido, y ellos accedieron con amabilidad dándome una pequeña cabaña
para dormir. A la mañana siguiente pude apreciar con mayor detenimiento
aquellas balsas.
En la orilla descansaban dos de ellas. Estaban hechas de madera y de cuero
de lobos de mar inflados. Pregunté por qué no construían balsas de juncos y
me respondieron que en esos valles no había suficientes juncales y por eso los
hacían de cueros de lobos degollados e inflados, unidos con travesaños y
correas de piel. Sobre los cueros inflados se colocan tablas como piso para
transportar gente, animales y mercadería. Una de las sorpresas fue cuando
escuché de labios de los mismos balseros que con ese tipo de embarcación
también se adentran en el mar con velas o con remos. Cuando la balsa
descansa en la orilla, los cueros se desinflan, pero cuando se va a entrar al mar,
se inflan desatando un pequeño agujero que se sopla por medio de un delgado
canuto. Luego se amarran y aseguran con tripas. Se puede inflar incluso
mientras se está sobre el agua. Son muy prácticos y fáciles de usar. Las pieles
de lobo están recubiertas con brea y cosidas con cuerdas hechas de tripas del
mismo lobo.
Aquellas embarcaciones me hicieron recordar las pequeñas balsas que en
Wanchako construíamos con calabazas vacías y sobre los cuales nos
divertíamos mis hermanos, primos y amigos. Nos alejábamos un poco de la
orilla para que la espuma de las olas no nos voltee y cuando estábamos un
poco adentro, nos zambullíamos como las aves de mar. La alegría de la
infancia parece infinita. Nada hay mejor en la niñez que la diversión porque
salvo la diversión y la alegría, nada existe, solo ese instante que parece eterno.
La balsa que me trasladó viajaba de una orilla a otra por medio de una
larga cuerda. Esta se ataba a un árbol en una de las orillas, y en la otra orilla se
ataba a una roca. La cuerda pasaba por un agujero hecho en uno de los
maderos para que la balsa no sea arrastrada por la corriente. Una vez que crucé
les di el pago correspondiente y proseguí mi viaje.
Al llegar a Chinchay busqué gente para que me orientaran para llegar al
camino que me conduciría hacia Ychsmay. Me informaron sobre el trayecto,
los lugares y los nombres que encontraría en la ruta. Seguí las indicaciones y
llegué a la misma costa. En Chinchay hay cómodas vías para los viajeros y los
comerciantes, como en el reino Ximor. En aquel lugar se puede ver una muy
larga calle paralela al mar en donde miles de personas viven y trabajan, como
los artesanos que están a las afueras de la ciudadela de Xian-Xian. Hay
pescadores que procesan el pescado, así como navegantes que comercian con
esos productos y con muchos más, como metales, alimentos, zapatos, ollas y
hasta piezas de carpintería. Es muy notoria la gran cantidad de llamas de carga
que criaban los chinchay para sus intercambios. Mientras caminaba pude
apreciar otros adoratorios como el templo de Urpay Wáchak, el de Quillairaca
y Churruyoc.
El siguiente río que crucé fue el que riega el señorío de Lunahuanác.
Siguiendo el trayecto divisé a lo lejos la fortaleza de Warkuq, que
anteriormente había avistado desde el mar. Tal como me lo habían anunciado
en Chinchay, vi desde las orillas que aquella fortaleza estaba construida al
borde de un acantilado que mira al océano. En Warkuq hay extensos salitrales
cerca de su puerto y que les llaman iuanco, porque es el lugar donde el agua de
lluvia llega cargada de barro por las torrenteras. Warkuq es grande, muy ancho
y lleno de frutales. Hay una gran cantidad de guayabas muy olorosas. De allí,
tal como se me fue dicho, cruzaría las verdes omas de Quilmana hasta llegar a
Asiaj.
Reconocer Asiaj fue fácil porque Asiaj significaba algo así como
“maloliente”. En las orillas del río Omas, que desemboca en el mar de Asiaj,
crece una pequeña vegetación que produce un olor desagradable que se puede
percibir desde lejos y por eso se le puso ese nombre para reconocer el lugar.
En aquel lugar visité un templo muy antiguo y muy respetado por todos, y al
cual llegan numerosos peregrinos: el templo de Malanay. En él hay ofrendas
de adoradores de lugares muy lejanos, cementerios en donde se enterraban
grandes señores y sacerdotes de tiempos actuales y remotos. Oré y dejé una
ofrenda como lo hacen todos los caminantes.
En los alrededores del templo de Malanay una caravana de peregrinos
había pasado la noche. Se dirigían hacia el oráculo, como yo. Hablé con quien
parecía ser el líder del grupo solicitándole que me acepten como un peregrino
más. No tuvieron objeción alguna así que me uní a ellos. Esos peregrinos,
venidos de lugares que nunca antes había escuchado mencionar, usaban
binchas de colores, sombreros y tocados de diseños simples y complicados,
tocados de plumas de aves desconocidas de la selva, cintas de color oscuro
sobre la cabeza o alrededor de la cintura. Había algunos que, como sombrero,
tenían la piel de un animal disecado como la cabeza de un puma, o un ave, o
un mono. Se maquillaban tanto hombres como mujeres pintándose los ojos
con antifaces, como las mujeres ximor, pero con algunas diferencias en los
tonos. Sus llamas estaban adornadas con bellos y coloridos mantos, y con
combinaciones que nunca antes había observado.
Uno de los consejos que mi padre me daba para ser un buen mercader es
que nunca hay que dejar pasar la oportunidad de conocer gente nueva, gente
interesante; siempre hay que informarse sobre las cosas que suceden en otros
lugares, en otros mundos, porque lo inesperado y original son cosas que
siempre nos asombran. Todo ello trae riqueza porque todos desean el
intercambio, el trueque. Antes que Muya muriera, me gustaba asombrarme por
lo nuevo, a pesar de que a veces podía causarme miedo o incluso daño. Luego
de su muerte ya poco me interesaba el mundo y la gente. Sin embargo me hice
amigo de algunos peregrinos, les dije el motivo de mi peregrinaje y ellos
también me dijeron los suyos.
-¿Has estado alguna vez en Irma? -preguntó uno de los ellos.
-¿Se refiere a Ychma?
-También se le llama Irma.
-No he estado allí nunca, solo he visto parte del valle desde el mar mientras
navegaba hacia el sur para venir aquí.
-Este es el santuario más sagrado y venerado de todos, y es muy antiguo.
Además es muy poderoso.
-Mi padre me dijo que ahora es más poderoso que el mismo oráculo de
Pakat-Namú. Por eso estoy aquí.
Les conté sobre lo que había visto en las tierras nanashca. Les hablé de las
celebraciones durante el día y de los rituales con antorchas durante la noche,
así como de la historia del dios Kon.
-Lo que te dijo tu amigo es cierto -agregó un peregrino-. Kon pobló la
tierra pero luego nos castigó terminando así la era de la abundancia. Pero no te
contó que luego apareció Paccha-Ccámac.
-No me contó nada, yo tampoco le pregunté. ¿Conoces esa historia?
-Por supuesto, y te la cuento. Paccha-Ccámac, hijo del Sol y de la Luna,
apareció y luchó contra Kon hasta que lo derrotó. Entonces Paccha-Ccámac
transformó a la primera humanidad que Kon había creado en zorros y gatos
negros.
-Pero, ¿por qué hay tanta gente ahora?
-Dicen que al principio del mundo solo había una pareja humana pero no
tenían qué comer. El hombre murió de hambre y la mujer se quedó sola,
entonces se quejó ante el dios Sol. Para sobrevivir comía algunas raíces que
había en la tierra. Viendo eso, el Sol bajó del cielo y con sus rayos la fecundó.
A los cuatro días nació un hijo que se llamó Vichámac. Entonces Paccha-
Ccámac se indignó porque el Sol le quitó la adoración que se le debía hacer
solo a él. Tomó al recién nacido y lo despedazó. El dios sembró los dientes de
Vichámac y de ellos nació el maíz, de sus costillas y sus huesos crecieron las
raíces comestibles, y de su carne brotaron las frutas que conocemos. Desde
aquella vez desapareció el hambre en el mundo. Por eso es que Paccha-
Ccámac se volvió el dios de la abundancia, de la subsistencia.
-Vichámac entonces murió -agregué.
-El mundo de los dioses es diferente al de los hombres. Para ellos la
resurrección es siempre posible. La madre le imploró al Sol nuevamente y él la
ayudó devolviéndole la vida con el cordón umbilical. El joven Vichámac
creció sano, fuerte y hermoso, y en un momento deseó conocer el mundo y por
tanto empezó a viajar. Al saber Paccha-Ccámac que Vichámac no estaba
acompañando a su madre, la mató y la dio como comida a gallinazos, buitres y
cóndores, conservando sólo sus huesos y sus cabellos que escondió en las
orillas del mar. Cuando Vichámac regresó de su viaje, supo lo de su madre y
lleno de furia lo primero que hizo fue devolverle la vida usando los restos que
Paccha-Ccámac había escondido. Entonces decidió vengarse, pero Paccha-
Ccámac no quiso enfrentarlo y para evitarlo se metió en el mar, en el sitio en
donde ahora está el santuario, el pueblo y el valle de Irma.
-Paccha-Ccámac es el supremo Señor de los Temblores, me han dicho.
-Claro, y dicen los del valle de Irma que el más pequeño movimiento de su
cabeza puede producir un terremoto, y un movimiento mayor, como
levantarse, produciría un cataclismo. Sé que cuando sus sacerdotes entran en
éxtasis lo llaman Pacchacoyochi, o sea aquel que hace temblar la tierra.
¿Quieres saber algo más?
-Por supuesto -respondí.
-Como la mayoría de los dioses, él tiene parientes, y uno de sus hijos es
Llocllahuancupa, que es el Señor de las Avalanchas y del exceso de lluvias.
-Lo que me cuentan me parece interesante.
-¿Sabes la historia del dios Kon Iraya?
-No, recuerden que yo vengo de la costa norte en donde tenemos otros
dioses. A estos también los adoramos, pero están mucho más presentes los
nuestros. Dijiste que entre los dioses la resurrección es siempre posible -
agregué.
-Así es.
-¿Has escuchado alguna vez que un dios resucite a un mortal?
-No, nunca, solo entre ellos se resucitan. Quizá lo hayan hecho, pero si ello
hubiera sido cierto, el que vino de la muerte lo hubiera dicho, ¿no crees?
-Imagino que sí.
-Lo preguntas porque te gustaría que el dios Paccha-Ccámac resucite a tu
esposa, ¿cierto?
-En realidad sí. ¿Crees que si durante el tiempo que esté en el santuario y
le pida al Dios de las Conmociones que la resucite, él lo hará?
-No es la primera vez que he escuchado ese pedido. He conocido a algunos
que lo hicieron a todos los dioses, pero nadie le respondió. Aquellos seres
queridos que dejaron esta vida siguieron estando muertos. Es mejor no pedir
eso porque aquellos que pidieron y sus deseos no fueron cumplidos terminaron
más deprimidos que antes, y algunos pocos casi locos porque esperaron algo
que nunca he visto en mi vida. Si no se lo concedieron a ellos, no creo que te
lo concedan a ti. Además creo que por alguna razón no deben regresar a este
mundo. Quizá sean más felices en el otro.
Descubrí que no había sido el único que deseaba la resurrección de mi
esposa. Lo que me dijeron me desilusionó y me hizo sentirme aún más
apenado.
-Pero no todos los dioses pueden resucitar, aunque puedan tener poder para
ello -agregó.
-¿Por qué?
-No lo sé. Para mí también eso es extraño. Si yo fuera uno de esos dioses
resucitaría a todos los que amo. Déjame contarte una de esas historias.
¿Recuerdas que hay dos islotes, uno grande y otro muy pequeño frente a las
playas de Irma?
-No, no los recuerdo. La balsa estaba lejos de la orilla, y yo sólo posé mi
mirada sobre el oráculo que estaba detrás de un montículo elevado.
-Cuando lleguemos al valle de Irma verás dos islotes en el mar. Esos
islotes tienen su historia que están relacionadas con el dios Kon Iraya
Wirakocha. Además esta historia que te voy a contar, no solo dice que
Wirakocha no resucitó a nadie, sino también sobre el origen de todos los peces
del mar y el destino de otros animales.
La historia que me contó el peregrino fue muy interesante. Dicen que,
mucho tiempo atrás, Kon Iraya Wirakocha, el más antiguo de todos los dioses,
llegó a Warochirí tomando la forma de un hombre andrajoso y muy pobre que
se paseaba con su capa y harapos hecho jirones. Los hombres que habitaban la
tierra no lo reconocían, y creían que era un mendigo piojoso. Sin embargo él
era muy poderoso y le gustaba mucho realizar hazañas extraordinarias. Daba
vida a las personas y a las comunidades, con su palabra construía andenes y
hacía que las parcelas estén listas para hacer crecer sus frutos. Tal era su fuerza
y su poder que con sólo arrojar una flor de un cañaveral llamada pupuna,
podía abrir canales de riego y acequias desde su misma fuente. Con su palabra
creó terrazas, andenes y campos a lo largo de empinadas cuestas en las
quebradas.
En aquel tiempo, había una hermosa joven doncella llamada Kawillaka que
era una deidad, y que su nombre significaba Dulce Boca. Los semidioses, los
wakas y los wilkas, deseaban acostarse con ella pero ella los rechazaba. Un
día, mientras estaba tejiendo debajo de un árbol de lúcumas, Kon Iraya la vio y
convirtiéndose en ave subió al árbol e introdujo su semen en una lúcuma
madura y la hizo caer cerca de la doncella. Kawillaka, contenta, se la comió y
quedó embarazada sin que hombre alguno la haya tocado.
Dio a luz a un niño y ella se preguntaba quién podría ser el padre. Pasado
ya un año desde su nacimiento, cuando ya gateaba, Kawillaka concertó una
reunión a los wakas y los wilkas en Anchicocha para saber quién era el padre.
Cuando los wakas oyeron el mensaje, todos se alegraron y acudieron vestidos
con sus más finas ropas. Cada uno estaba convencido de que Kawillaka lo
amaría. Cuando estuvieron todos reunidos ella habló: "¡Mírenlo, varones,
señores!, ¡reconozcan a este niño! ¿Quién de ustedes es el padre?". Nadie dijo
ser el padre. Kon Iraya Wirakocha se había sentado en un rincón. Kawillaka ni
siquiera le preguntó si él era el padre porque le parecía imposible que lo fuera.
Era demasiado despreciable por ser tan pobre y nada hermoso.
Viendo Kawillaka que nadie admitía ser el padre de su hijo, les dijo que si
el padre estaba presente su hijo se le subiría encima. Entonces le pidió a su
hijo que fuera él mismo a reconocer a su progenitor. El niño gateaba de un
lado a otro hasta que llegó donde estaba sentado Kon Iraya y entonces trepó
alegre por las piernas de él. La madre al ver eso se sorprendió y gritó “¡¿Cómo
habría podido yo dar a luz el hijo de un hombre tan miserable?!”, y cargando a
su hijo corrió rápidamente hacia el mar cruzando valles y cerros con la
velocidad del rayo. Kon Iraya pensó que cambiando de ropas por un lujoso
traje de oro, Kawillaka lo amaría, y con ese bello ropaje la empezó a seguir.
Kon Iraya le gritaba que volteara la cara, que lo mirara, que era muy atractivo.
Él se irguió e iluminó la tierra pero Kawillaka no volvió el rostro para verle.
Tenía la intención de desaparecer por haber dado a luz el hijo de un hombre
tan horrible. En el momento que se adentró al mar ella se convirtió en el islote
grande y su hijo en el pequeño.
Mientras tanto Kon Iraya la seguía a distancia gritándole continuamente
para encontrarla con la esperanza de que ella lo mirara. En el camino encontró
primero a un cóndor y le preguntó: “Hermano, ¿has encontrado a la hermosa
Kawillaka?”, y el cóndor le respondió: “Está aquí cerca, estás casi por
alcanzarla”. Entonces Kon Iraya le dijo: “Siempre vivirás alimentándote de
todos los animales de la puna; cuando mueran, ya sean guanacos, vicuñas o
cualquier otro animal te los comerás y si alguien te mata, él a su vez morirá”.
Luego encontró a una zorra y le preguntó lo mismo que al cóndor y la zorra
respondió: "Ya no la alcanzarás, ya está muy lejos". Kon Iraya la maldijo con
odio diciéndole: "Por lo que me has contado, no caminarás de día sino de
noche, odiada por los hombres y apestando horriblemente". Luego encontró a
un puma que le respondió: "Ella todavía anda por aquí, ya te estás acercando".
"Serás muy querido”, le prometió Kon Iraya, “y las llamas, sobre todo las
llamas del hombre culpable, te las comerás tú; y si alguien te mata, primero te
hará bailar en una gran fiesta poniéndote sobre su cabeza y, después, todos los
años te sacará y sacrificándote una llama, te hará bailar.”
Después se encontró con un zorro que le dijo que Kawillaka ya iba lejos y
que no la alcanzaría. Entonces le dijo Kon Iraya: "Aunque camines a distancia,
los hombres, llenos de odio, te tratarán como zorro malvado y desgraciado;
cuando te maten, te botarán a ti y tu piel como una cosa sin valor”. Kon Iraya
se encontró con un halcón y este le aseguró que Kawillaka andaba todavía
muy cerca y que ya casi estaba por alcanzarla. Kon Iraya le prometió:
"Tendrás mucha suerte y, cuando comas, primero almorzarás picaflores y
después otras aves; el hombre que te mate llorará tu muerte y sacrificando una
llama en tu honor, bailará poniéndote sobre su cabeza para que resplandezcas".
A continuación se encontró con unos loros. Los loros le dijeron que Kawillaka
iba muy lejos y que ya no iba a alcanzarla. “Ustedes andarán gritando muy
fuerte y los hombres, cuando escuchen su grito y sepan que tienen la intención
de destruir sus cultivos, los ahuyentarán y de esa manera habrán de vivir con
mucho sufrimiento, odiados por ellos".
Así, cada vez que se encontraba con alguien que le daba buenas noticias, le
aseguraba un porvenir dichoso y proseguía su camino. Pero si las noticias eran
malas, lo maldecía lleno de odio. De esta forma llegó hasta la orilla del mar y
vio con pena el final de Kawillaka y de su hijo. El dios regresó a Ychsmay.
Pasó un tiempo y Kon Iraya llegó al sitio donde se encontraban dos hijas
del dios Paccha-Ccámac custodiadas por una serpiente. Poco antes, la madre
de las dos jóvenes había entrado en el mar para visitar a Kawillaka. Se llamaba
Urpay Wáchaj. Kon Iraya viendo que ella había ido a visitar a Kawillaka y
aprovechando su ausencia, violó a la hija mayor. Cuando quiso hacerle lo
mismo a la otra, ésta se transformó en paloma y alzó vuelo. Por eso su madre
se llamó Urpay Wáchaj que significa “La que pare palomas”.
En aquella época no había ni un solo pez en el mar. Sólo Urpay Wáchaj los
criaba en una laguna en Ychsmay. Kon Iraya encolerizado, se preguntó: "¿Por
qué se ha ido a visitar a Kawillaka mar adentro?" y abriendo un surco arrojó
todos los peces al mar. Por eso ahora el mar está lleno de peces. Después, Kon
Iraya huyó hacia la orilla. Cuando sus hijas le contaron cómo el dios Kon
había violado a la mayor, Urpay Wáchaj furiosa, lo persiguió. Llamándolo
continuamente fue detrás de él diciéndole que la espere. Entonces, Kon Iraya
aceptó esperarla. "Sólo quiero quitarte las pulgas, Koni”, le dijo cariñosamente
y lo espulgó. Mientras lo espulgaba, ella hizo crecer una gran peña para que le
cayera encima del dios. Pero Kon Iraya, gracias a su astucia pudo adivinar su
intención y le dijo que quería retirarse unos momentos para defecar. De esa
manera logró huir y se dirigió hacia las tierras de los Checa. Entonces anduvo
mucho tiempo por esos parajes engañando a muchísimos hombres y huacas
locales.
-Un dios un poco colérico y travieso -dije.
-Creo que la furia de los dioses es siempre más intensa y poderosa que la
de los hombres -agregó el peregrino-. Cuando lleguemos a Yrma, veremos la
laguna de Urpay Wáchaj. Está allí y tú mismo la verás.
La caravana siguió un poco más al norte para descansar en el señorío de
Mallac y en donde encontramos palacios bien pintados y otros templos. En él
hay una laguna cerca del mar del cual extraen muchas lisas con redes y que
son muy sabrosas. Frente al señorío, ya en el mar hay una isla, una gran
piedra que es un adoratorio y que está frente al valle de Mallac llamado
Concavilca. En aquel valle pasa un río muy bueno, con muchos camarones y
lleno de espesas arboledas y frutales. Cada valle es un lugar que siempre invita
al peregrino, al comerciante o al viajero a quedarse. Al día siguiente
proseguimos hasta Chilca con sus aguas sulfurosas y sus salinas. Varios de la
caravana, incluido yo, nos sentimos tentados a tomar un buen baño en esas
aguas con lodos medicinales y luego de un descanso, proseguimos. Entramos
en una extensa y fresca oma verde que crece a lo largo de una faja de cerros
bajos hasta tierra adentro, hacia el este. Esta oma llega hasta el sur del gran
valle de Límac. Caminamos hacia el norte por aquella oma, y nos topamos con
los Patca y los Calinga. En esos días ellos tenían grandes festividades en honor
al dios Pariakhakha, dios que está en las alturas de la sierra hacia el este. Más
adelante conocimos a los que viven en Cuncham, y luego Quilcay que es
pueblo de numerosos pescadores que entran al mar por turnos. En Quilcay hay
una fuente de agua dulce, tienen su propio adoratorio, y tienen amplios
caminos que unen al pueblo con el valle. Tienen una gran laguna, la más
grande de la zona en donde pulula una gran variedad de aves y muchas lisas.
Finalmente vimos a lo lejos el gran templo de color bermellón, azogue,
amarillo y naranja en una colina cerca del mar, en lo que parecía ser un
espléndido valle.

CAPÍTULO 6
EL ORÁCULO COLOR BERMELLÓN

Cuando la caravana se acercó al oráculo me llamó mucho la atención ver
que en el aire, por encima del santuario, revoloteaban muchas aves negras,
gallinazos, buitres y cóndores formando un gran remolino oscuro. En los
templos de la costa también se pueden ver aquellas aves revoloteando, pero
allí pululaban mucho más y de manera muy tupida. Parecía como un enorme
tocado largo y negro. Ello le daba un aspecto misterioso, como venido de otro
mundo.
Al llegar al camino de la ciudadela del templo, vimos una amplia laguna de
forma oval. Era la laguna de Urpay Wáchaj, esposa de Paccha-Ccámac.
Recuerdo que el nombre de la laguna era Licas, como el nombre de las redes
que usan los pescadores de aquellas costas. En la laguna yacían patos, garzas y
gallinetas; también peces que de tanto en tanto saltaban por sobre la superficie,
y en sus orillas abundaban los juncos. Alrededor de ella se erguían tres
pequeños templos. Uno de ellos dedicado a la misma Urpay Wáchaj, la que
crio a los peces del mundo.
A pesar de que el santuario estaba amurallado, y pintado de colores
cinabrio, naranja, amarillo y azul, desde el exterior se podían ver sus edificios.
Ya desde la entrada se apreciaba mucha gente en movimiento. Eran los
peregrinos que arribaban desde lugares muy lejanos para las celebraciones más
importantes del año. Se veían sacerdotes caminando por la ciudadela
conduciendo gente, llamas con ofrendas o simplemente andando y
conversando con otros sacerdotes o con gente común. Los templos menores
eran grandes y parecían estar siempre habitados.
Ya de cerca, pude ver que las murallas estaban pintadas con figuras de
animales, peces, aves, plantas y representaciones de dioses con vivos colores.
Una vez que la caravana cruzó el umbral de la entrada, se escuchaba cada vez
con más intensidad cantos y melodías de instrumentos musicales de diversos
tipos, así como oraciones que se superponían unas a otras. Se escuchaban
muchos murmullos en voz alta, voces de hombres y mujeres, de niños y
jóvenes, todas ellas mezcladas con cantos y músicas con diferentes ritmos y
melodías. Ese espectáculo de ruidos sin armonía aparente, ese desordenado
concierto de voces humanas y melodías que se escuchaban a la vez, daban la
impresión de provenir de otro universo, de otro espacio que no era en el que
vivíamos en aquel momento. Surgían de un lugar que se encontraba a la
izquierda inmediatamente después de la entrada y antes del amplio Pabellón
de los Peregrinos.
Allí se abría esa plaza en donde se veían peregrinos danzando, orando,
conversando, haciendo ofrendas, comiendo y bebiendo. Escuchaba las
oraciones en idiomas que nunca antes había oído. El camino que se abría para
el visitante estaba marcado con piedras, y en cada tramo estaban clavados en
la tierra postes de madera labrados y pintados del tamaño de una persona o
incluso más grandes. Esas maderas labradas representaban, en uno de sus
lados, la cara del Dios de los Temblores, el Dios de la Noche, y en el otro, a
sus espaldas, a Vichámac, el Dios de la Luz y del Día. Unidos ambos son el
Dios del Cielo. Así como el cielo tiene día y noche, este dios de las dos caras
representaba tanto el día, como la noche. Uno de los peregrinos que me
acompañó dijo que la palabra Ychma provenía del nombre Vichámac,
Vichama o Vichma. Me dijeron que aquel nombre significa colorante, achiote
y además pintarse el rostro de ese color.
En la parte norte del oráculo hay un amplio arenal destinado a las tiendas
de los peregrinos que van a visitarla. En aquella ocasión había mucha gente en
el santuario, como si el lugar hirviera de gente con muchos colores. Era el
tiempo en donde en la costa se elevan las temperaturas y las lluvias empiezan
a precipitarse en la sierra trayendo un mayor caudal de agua en los ríos. Ese es
el tiempo cuando largas y coloridas caravanas empiezan a llegar a Ychsmay.
Si por un momento pensé que esa época del año no era el mejor para buscar el
retiro, el silencio, la reflexión y la oración, ese pensamiento fue desechado
porque alguien de la caravana me dijo que, por el contrario, ese era el mejor
momento porque participaría de un espíritu de adoración y glorificación divina
con todos.
-Hemos venido en el tiempo de la Chayana que es el tiempo de celebración
en Luna llena, y que coincide con la llegada de las lluvias en la sierra. Las
principales ceremonias en honor al oráculo tienen lugar durante la Luna llena
y en este mes. Es el mejor momento, créeme.
Me dijeron que las procesiones de todas esas gentes venidas de muy lejos
era un verdadero espectáculo, una demostración de que todo este mundo es
sagrado, de que los dioses siempre escuchan y siempre responden a su manera,
con un lenguaje muchas veces incomprensible y oscuro, pero siempre
responden. Pasado ese tiempo de gran afluencia, el número de peregrinos
disminuye, pero siempre hay visitantes y devotos.
Nos hicieron ingresar a una gran plaza abierta, al Pabellón de los
Peregrinos, que es el lugar a donde llegan todos los que quieren ver y
consultar al Dios de los Temblores. Ese pabellón es muy largo y en forma
trapezoidal. Es una larga explanada rectangular al borde de la plaza de acceso
que conduce a la pirámide del mismo oráculo. Ese pabellón está cubierto por
paredes no muy altas, y su largo y liviano techo se sostiene por columnas
rectangulares de adobe y madera alineados en dos filas paralelas que corren en
el centro. Fuera del pabellón techado, hay una especie de trono elevado que
sirve para que los sacerdotes anuncien las actividades del templo: las
festividades, las procesiones y los rituales, los lugares que los peregrinos
deben ocupar para dormir, cocinar y comer; en dónde deben hacer sus
necesidades, indicar dónde deben echar la basura, a quién dirigirse para
entregar las ofrendas o en caso de alguna necesidad, el lugar del río a donde
pueden bañarse y todas esas cosas. Pero ese trono también se usaba para
indicar a los peregrinos las oraciones en los momentos cruciales y el de los
rituales.
Se nos señaló los lugares en dónde ubicar a las llamas, e incluso dónde
estaban los cementerios para aquellos que morían durante esas largas romerías,
o quienes deseaban visitar o exhumar a algún familiar muerto en esa tierra
santa. Entre los peregrinos también hay quienes, como último deseo en esta
vida, desean peregrinar hasta el oráculo para morir en él y ser enterrados. Para
entrar al Pabellón de los Peregrinos y participar de la Chayana primero se
tiene que hablar con un ayudante en una de las pequeñas habitaciones de
adobe disponible. En esas pequeñas habitaciones, otros ayudantes, hombres y
mujeres, se encargan de preguntar a cada persona o familia, quiénes son, para
qué concurren y por cuánto tiempo. Dependiendo de ello, se les pide un pago y
se les asigna un lugar.
Cuando me tocó el turno, le dije a una joven que me atendió, mi intención
de quedarme por un año era para consultar al oráculo por la muerte de mi
esposa. Ella me miró primero con lástima, y luego con dudas sobre si tendría
la suficiente fuerza de voluntad para lograr mi meta.
-Debes tener un buen pago para convencer a los sacerdotes que te permitan
llegar hasta el mismo dios. No cualquiera llega a verlo.
Le mencioné lo que tenía y le mostré las dos llamas cargadas con las
sagradas valvas rojas, muy rojas; además oro, plata, chakiras, collares y sobre
todo un ofrecimiento especial: cinabrio en abundancia, y una tentadora
cantidad de hierbas y raíces alucinógenas. Cuando la joven vio mis alforjas
llenas, cambió su expresión y me dijo que ella misma hablaría con uno de los
jerarcas.
-Con este cargamento creo que sí podrás llegar al mismísimo oráculo -
afirmó.
Yo sabía que los corales muy rojos sirven para ahuyentar a ciertos espíritus
malignos. Los sacerdotes del templo, los cushipatas que son los grandes
magos y curanderos, las buscan de ese color intenso para emplearlas en
defenderse de los espíritus perversos, espíritus que saben obsesionar a los
hombres. Estos espíritus, a pesar de su fortaleza, temen a los corales rojos
como los perros temen al látigo o al fuego. La joven me informó que ese día, o
al día siguiente, tendría una conversación con un cushipata y una respuesta a
mi pedido.
A lo largo de esa enorme plaza se erigen pequeñas habitaciones orientadas
de este a oeste, dispuestas para las familias o para personas de cualquier
categoría. A los personajes importantes se les ubica a un lado de la plaza, en
lugares más cómodos mientras se les busca un refugio más adecuado para su
jerarquía. Vi senderos hechos encima de gruesos muros sobre los cuales se
puede caminar sin interrumpir a los demás que yacen sobre el suelo, y de esa
manera se trasladan de un lugar a otro. Los muros servían para caminar,
también para separar, así como para unir las diferentes partes de aquella plaza.
Otra de las razones por las cuales estaban hechos era para que la gente pudiera
subir y apreciar mejor los rituales desde cierta altura.
Junto con la caravana con la que yo había arribado, habían llegado también
algunos prestigiosos personajes. De los señoríos y naciones del sur llegó
alguien llamado Lincoto, que era el señor de Mallac; Allaucax, señor de Noax;
de Warkuq, el señor Guaralla, y de la gran nación Chinchay llegó Chumbiauca
acompañado de diez autoridades principales. Cuando esta comitiva arribó en
lujosas hamacas y andas cargadas por muchos servidores, parte de la gente que
se encontraba en el Pabellón de los Peregrinos se acercaron para saludarlos
con gran reverencia. Al parecer eran conocidos y respetados en la región.
Cuando llegaron, ayudantes del santuario, junto con un sacerdote de alta
jerarquía, caminaron presurosos a darles el encuentro y la bienvenida. Luego
de saludarlos con gran parsimonia se encaminaron por las calles hacia el
interior de la ciudadela. Del norte vino Guagchapayco, señor de Guaura; de los
Collec en el valle alto de Ychsmay, el señor Acja; y de Sullicasmarca, el señor
Ispillo. Ellos ocuparon algunos de esos recintos reducidos mientras los
conserjes les buscaban habitaciones más cómodas y que correspondieran a su
categoría. Mientras estuvieron en tales hospedajes provisionales, que usaron
por muy breve tiempo, fueron muy bien atendidos por auxiliares y edecanes
oficiales.
Llegaban peregrinos que venían de lugares tan lejanos que ni siquiera yo
había escuchado mencionar. Pude encontrar incluso una familia que venía de
Tacames, al norte de Manta, mucho más al norte de Tumbe trayendo ofrendas
de oro, plata, el rojo míschiu y ropa. Otros venían de lugares mucho más
alejados, de desiertos desconocidos del sur o aún más lejos, del sagrado lago
Puquinacocha cerca de donde viven los guaraníes.
La mayoría de los peregrinos duermen la primera noche sobre petates
colocados sobre la arena. En esa época del año los visitantes se pueden contar
por miles. El santuario puede parecer una colonia de hormigas de muchos
colores entrando y saliendo, caminando por los senderos, saludándose,
conversando, abrazándose, rezando en voz alta o en silencio, intercambiando
cosas que tienen por otras que necesitan, llevando las llamas al corral,
cargando niños, y a veces separando uno que otro perro que se peleaba en las
calles o en las plazas. La variedad de caras, colores de piel, ropas, sombreros,
peinados y tocados, idiomas, costumbres, y comidas era muy grande y todo
ello podía embelesar y fascinar a cualquiera que peregrine a Ychsmay, como
lo hizo conmigo.
Vi un grupo peculiar que caminaba de espaldas. Representaban lo que es
para todos nosotros el futuro y el pasado. El futuro no viene por delante de los
ojos. Si lo vemos por delante, entonces ya sabemos lo que viene, o sea es algo
que ya conocemos. Por tanto lo que está delante es siempre el pasado, lo
conocido. Si el futuro es desconocido entonces debe estar a nuestras espaldas
porque no se puede ver. Ellos representaban el sagrado encuentro del futuro
caminando de espaldas. En Ychsmay me di cuenta que el mundo es realmente
muy grande y variado.
Se me asignó un lugar para dormir. Allí dejé mis alforjas y llevé mis llamas
a un establo. Desde el momento que dejé mis alforjas me di cuenta que mi
habitación era parte de una hilera de habitaciones que miraban hacia los
pilares que sostenían el largo techo dentro del pabellón de recibimiento. Las
columnas ocultaban el templo que estaba en el lado sur del santuario.
Caminando, traspasé los pilares y pude ver aquel templo de variados y vivos
colores que se encontraba encima de una pequeña colina de nueve pequeñas
terrazas escalonadas y pintadas con representaciones de plantas de maíz que
brotaban de las cabezas de peces. Había pocos dibujos de personas, pero esos
pocos estaban pintados en procesión unidos por cintas.
En aquellos escalones que conducían al oráculo se hallaban personas
sentadas o echadas, a veces cubiertas con frazadas o simplemente mirando lo
que acontecía a su alrededor. No entendía por qué estaban allí. Las paredes de
aquellos escalones, así como las piedras, estaban enlucidos con capas de fina
tierra, y coloreadas con rojo y amarillo, mientras otros sectores tenían una
combinación con figuras que representaban animales y plantas, pintadas con
tierras de color rosáceo, amarillo y esmeralda.
Subí entonces la mirada y encontré la dorada bóveda del oráculo en lo alto
de aquella pirámide. La cúpula tiene un largo que es dos veces su ancho, y sus
paredes están forradas con láminas de oro. De lejos el techo parece estar
construido con varios troncos puestos como vigas, las cuales sostienen
planchas de oro que imitan esteras primorosamente tejidas. Allí dentro
esperándome, se encontraba el Dios del Día y de la Noche, el Dios de las
Conmociones. Alrededor de la cúpula se ven pequeños cubículos
aparentemente desordenados que se enroscan alrededor de ella.
Libre ya de mi carga, decidí caminar por la ciudadela. La curiosidad por
conocer el lugar me quemaba el corazón. Cuando pude salir y vi un poco más
de aquella urbe, me di cuenta de su belleza y grandeza. Había sólidos y bien
decorados templos, palacios, plazas, calles, almacenes para todo tipo de cosas
que se usaban para guardar alimentos y también para las ofrendas traídas de
diversos lugares. Había cisternas y piletas, pequeños santuarios con rampas,
hospedajes y cementerios, todos cuidadosamente pintados. Era más grande y
esplendoroso que el mismo oráculo de Pakat-Namú. En aquellos edificios
había muchos cuartos, cámaras y celdas que parecían pequeñas capillas en
donde se mantenían ídolos de oro y plata, adornados de piedras preciosas,
cuarzos, esmeraldas y turquesas. En una de las puertas del complejo vi una
zorra muerta hecha de oro macizo finísimo que tenía por nombre Tantañamoc.
La cantidad de oro y plata que poseía el oráculo era increíble. Las paredes
y techos de algunos santuarios menores estaban completamente cubiertos de
planchas repujadas. Había paredes con planchas doradas y plateadas con
figuras de animales. En las avenidas principales hay canales de agua para que
la gente beba. Pude ver por las calles y plazas cómo algunos sacerdotes y sus
ayudantes trasladaban artículos de servicio hechos de finos metales que se
utilizaban para la alimentación de las autoridades, y por supuesto para la
liturgia. Supe después que los diversos adoratorios habían sido levantados por
distintas naciones cuyo fin era estar presentes en el gran santuario, tener la
indulgencia de los dioses, adquirir bienestar y riqueza para su pueblo, y por
supuesto elevar su prestigio y poder. Uno de aquellos adoratorios era del señor
del reino de Chinchay, y por ello fue que al señor Chumbiauca y a sus diez
principales, se le había hecho pasar rápidamente llevándolos directamente
hacia el interior, hacia sus propias habitaciones en el santuario, residencia que
habían construido en honor al dios.
La gran ala que estaba al lado oriental del complejo, estaba oculta al
público porque allí se hacen sacrificios de niños y de mujeres en ocasiones
especiales. En el lado oeste se ofrecen sacrificios de animales. En los lados sur
y norte de los edificios bajos, se hallan los aposentos de los criados de los
sacerdotes, y los cuartos que están más en altura, son para los sacerdotes de
mayor rango. Algo que llamó mi atención, fueron los muchos buitres y negros
gallinazos posados en los techos, aparte de los que volaban como enormes
remolinos oscuros.
En todos los templos del reino Ximor, o en el mismo Ñam-Paxllaec, por
más pequeño que sea un oráculo, este siempre tiene a su alrededor estos
mismos buitres negros que son alimentados, y ello es porque son los que
limpian los restos de los sacrificios. Pero en Ychsmay, el número de aves era
mucho mayor. Recordé que en el santuario de Pakat-Namú también moran
muchos y que son alimentados diariamente.
Seguí adentrándome por la ciudadela. En cada calle, en cada entrada a
cualquier plaza, incluso en cada puerta, hay un servicio de portería. Llegué
hasta un punto en donde dos jóvenes amablemente me dijeron que no podía
pasar de ese límite. Si trasgredía la orden, lo pagaría con mi vida. No me
sorprendió mucho aquella advertencia, ya que en el reino Ximor las normas de
la portería son similares en ciertas entradas. Por supuesto que no tuve otra
alternativa que obedecer.
Salí del santuario para caminar hacia el este, hacia el valle donde hay gran
población y muchas parcelas de cultivo. Ychsmay es un valle muy verde que
se puede contemplar desde la ciudadela. Su exuberante y tupido follaje se
extiende hacia el este y se pierde entre las colinas y los montes. Sus parcelas,
sus uskik, están primorosamente cultivados con todo tipo de vegetales y frutas,
y desde lejos parece un gran manto de muchos colores y delicadas texturas.
Allí viven los sisicaya que pintan sus casas de colores mates. Su gente, amable
por naturaleza, está muy orgullosa de ser sisicaya y vivir tan cerca del oráculo
más prestigioso de todo el mundo conocido. Están satisfechos de poder
contribuir al engrandecimiento de la religiosidad de Ychsmay. Me obsequiaron
algunas frutas muy jugosas y dulces que luego llevé a mi habitación. Esa
primera noche dormí en mi pequeño habitáculo. Echado en mi colcha, durante
un buen rato escuché algunos llantos de niños, o alguno que otro ronquido, o
alguien que se despertaba debido a una pesadilla. Finalmente todo quedó en
calma hasta el amanecer. Las tonadas de varios caracoles marinos me
despertaron y me di cuenta de que había soñado mucho, como cuando conocía
lugares nuevos o cuando tenía nuevas experiencias.
Justo terminando la primera comida del día en compañía de los demás
peregrinos, llegó la muchacha con quien había conversado el día anterior pero
acompañada por un sacerdote. Le mostré las dos alforjas de ofrendas y el pago
para el santuario a cambio de que me permitieran llegar hasta el mismo
oráculo en un año. Expliqué el porqué de mi deseo, le narré mis visitas sin
éxito a otros oráculos y curanderos, y mi decisión final de llegar a Ychsmay
para mi curación. El sacerdote vio detenidamente el pago con gran
satisfacción. Sonreía casi todo el tiempo mientras repasaba los objetos.
-Has venido al lugar correcto, Uarmoc. Tú no sólo tendrás una cura para
tus males, sino que tu espíritu crecerá en este año que estarás con nosotros.
Pero te advierto que la primera parte es un poco dura, que es antes de pasar al
siguiente escalón. Hay otros momentos que también se vuelven duros, y en
algunos casos, casi insoportables.
-¿Escalón, a qué se refiere con escalón? -pregunté.
-Así le llamamos acá, escalones. Al principio estarás en un ayuno por
veinte días. No comerás ají, ni consumirás sal ni carne, y se te reducirán las
cantidades de comida. Si cumples con esos días entonces entrarás al primer
patio en donde está el oráculo, el que tiene los escalones pintados. En ese patio
ayunarás, y durante dos meses lunares los escalones serán tu hogar. Allí
comerás y dormirás a la intemperie. Cada cinco días subirás al siguiente
escalón hasta llegar al último.
Mirando aquellos escalones pintados, comprendí por qué y para qué
estaban allí todas esas personas. Dormir a la intemperie no era ningún
problema para mí. Los mercaderes estamos acostumbrados a ello.
-Te daremos el abrigo necesario y el ayuno pertinente -prosiguió el
cushipata-. Luego de pasar esos escalones podrás entrar a una de las
habitaciones que ves allá arriba cerca de la cúpula divina. El día que te
vayamos a trasladar a uno de los cubículos tendrás que hablar con el obispo a
solas. Te llevaremos donde él, que estará sentado en un santuario con la
cabeza completamente cubierta con un manto. Finalmente, al cumplir el año
lunar, entrarás a preguntar al dios lo que tu corazón desea preguntar, y con
seguridad recibirás la respuesta.
-¿Cuándo empezaré a ayunar y todo eso? Ah… y una pregunta más…
¿para qué sirve el ayuno? No lo sé.
-El ayuno sana y previene enfermedades. Por eso hacemos ayuno, pero
además porque el sacrificio del cuerpo, así como el sacrificio del alma, nos
purifica, nos ayuda a ser fuertes, a superar las dificultades y por tanto a ser
mejores. Y hay algo más y que tiene que ver contigo: ayunar desata nudos que
nos oprimen, deja caer el peso o la carga que nos somete y nos esclaviza. Tú
acabas de venir de un largo viaje, según me ha dicho mi ayudante. Tómate
unos pocos días de descanso. Recupérate, descansa, come bien, saborea los
deliciosos platillos que tenemos en Ychsmay, aprecia los rituales y
festividades de estos días, y haz los trueques que necesites. Aquí te daremos lo
que requieras. Luego empezará tu camino a tu propio renacimiento.
Seguí el consejo del cushipata. Cada mañana, un monaguillo hacía sonar
un caracol con varias melodiosas notas que anunciaba que era el tiempo de
levantarse y de rezar la primera oración del día. Terminada la oración venía la
primera merienda. La mayor parte de la gente lleva sus propias provisiones
que preparan en cocinas hechas en el santuario especialmente para ese fin. Ese
segundo día me dediqué a observar las más diversas costumbres de los
peregrinos, escuchar idiomas que nunca había escuchado, hablar con ellos,
comer platillos que nunca había probado, observar ropas y estilos de vestir a
veces indescriptibles. Cerca del mediodía nuevamente escuché la corta
melodía del caracol. Era para la segunda oración.
Cuando el Sol está completamente arriba, las sombras de las oscuras aves
que revoloteaban en el aire, se proyectaban sobre la tierra en un enorme y
rápido remolino de sombras, tanto sobre el Pabellón como sobre la cúpula,
dando la impresión de que uno se encontraba en un misterioso, intrigante y
desconocido mundo que debe parecerse al de los dioses.
Para mi sorpresa, mucha gente empezó a aglomerarse debajo del largo
techo que miraba directamente al oráculo. Jóvenes ayudantes de los sacerdotes
llevaban frente a la bóveda, varias cargas de anchovetas llamadas chamache y
sardinas conocidas como käje, y en aquel lugar las depositaban. Una vez que
se retiraban, los muchos gallinazos y cóndores que revoloteaban bajaban para
su gran festín. Ver ese espectáculo era como ver un pedazo de la noche
aleteando persistente, fuerte y ruidosamente mientras devoraban con fragor su
alimento a plena luz del día. Casi no se veían los pescados porque era tal el
número de aves negras que todo lo cubrían, como la misma noche que esconde
lo que antes el día mostró con su luz. Todo fue tragado hasta dejar la tierra
como si nunca se hubiera depositado un solo pescado. Terminada la comida,
todas aquellas aves, como oscuros fantasmas, volaron hacia el cielo
levantando una gran polvareda como si incontables almas se elevaran en todas
direcciones a través del límpido cielo. Un poco más y lo hubiera oscurecido
por completo, como la sombra de un eclipse.
Me fui a dormir en la tarde, y al despertar pude ver que en el pabellón se
danzaba, se cantaba y se bebía casi todo el tiempo, y ello porque había grandes
celebraciones en el patio vecino, en el patio del oráculo que está al frente.
Mientras estuve conversando con varias personas, de pronto, por la entrada
principal del pabellón aparecieron unos peculiares y misteriosos personajes
que usaban un poncho listado, se colgaban una especie de cruz de plata sobre
el pecho, y cargaban una bolsa cuidadosamente tejida y adornada con unas
pequeñas rodelas circulares de oro, plata y cobre. Eran unos quince peregrinos.
-Esos son los misteriosos itinerantes que tienen conocimientos de medicina
y de hierbas -dijo uno con los que conversaba.
-Tienen poderes mágicos y portan los amuletos adecuados para ahuyentar
los males y curar el mal de amores -dijo otro.
-Dicen que tienen poderes oraculares y que eso hace que se les vea con
gran admiración en cualquier lugar que vayan -agregó alguien más.
-Pero también se dice que tienen conocimientos de hace muchísimo
tiempo, y que mantienen vivos esos conocimientos para poder sanar a la gente.
Han heredado una sabiduría importante y la usan para curar a las personas en
sus viajes, y también para dárselos a otros curadores.
-Ellos son santos -agregó alguien.
-¿Pero quiénes son, de dónde vienen, cómo se llaman, por qué están acá? -
pregunté.
-Son los kallawayas, y seguramente están acá para ayudar a curar a gente
junto con los sacerdotes, curadores, y hechiceros de Ychma. Ellos vienen de
muy lejos, de la parte oriental del sagrado lago Puquinacocha, en el altiplano
serrano. Se dice también que son excelentes herbolarios, pero tanto para curar
como para matar o dejar a la gente como tonta para el resto de sus días.
-También dicen que hablan un idioma secreto, y por eso es que guardan sus
recetas y fórmulas entre ellos y solo para ellos.
-¿Qué es el altiplano? -pregunté.
-Es un lugar que está en las alturas de la sierra, más allá del lago sagrado.
No es como los paisajes de las sierras de esta parte del mundo que es abstrusa
y difícil. Allá el terreno es plano y con muchas lluvias.
-También comercian con las sagradas valvas rojas, con plumas del pájaro
tunki, trasladan hierbas medicinales, y otras cosas más como amuletos y por
supuesto una complicada liturgia y oraciones sanadoras que solo ellos
conocen.
-Parecen ser modestos y silenciosos -dije.
-Eso es lo que he escuchado de ellos -afirmó alguien.
-Pero con tantos conocimientos que tienen de medicina, como dicen
ustedes, ¿sólo vienen a Ychsmay?, ¿no van a otros lugares? -pregunté.
-En realidad son grandes caminantes, caminantes de enormes distancias
llevando la sanación, la piedad, y la compasión a donde se necesite.
Poco después de entrar los kallawayas, varios ayudantes y sacerdotes
llegaron presurosos y sonriendo, dándoles alegremente la bienvenida. Parecían
viejos amigos. Salieron juntos por una de las callejuelas hacia dentro de la
ciudadela y desaparecieron. Cedí a la tentación de seguirlos un tramo por esa
misma calle y vi que los sacerdotes y los kallawayas se encontraron con otros
sacerdotes que andaban acompañados de gente que parecía enferma. Luego de
saludarse, parecía que conversaban sobre los pacientes. Me acerqué como si
fuera un simple transeúnte hasta que logré escuchar algo así como “…darle
brebajes para una trepanación, y luego hierbas para curar…”. Aquellos
pacientes iban a ser trepanados. Regresé al pabellón diciéndome a mí mismo
“ojalá que nunca tenga yo que ser trepanado. Dicen que no duele por las
bebidas que uno toma y por las hierbas que a uno le ponen, pero eso de que a
uno le abran el cráneo…”.
Otro anuncio a mediodía con la melodía del caracol era para la tercera
oración del día y una pequeña merienda; a media tarde, el caracol nuevamente
anunciaba la cuarta oración y el segundo ritual para alimentar a los gallinazos
y cóndores que nunca dejaban de impresionarme. La última melodía era para
la quinta oración, y para anunciar la última comida cerca del crepúsculo, antes
de ir a las habitaciones.
El día siguiente sería el último para mi descanso antes de entrar en el
primer escalón, o sea los veinte días de ayuno antes de pasar a la plaza en
donde se encontraba el oráculo. Los sacerdotes tenían un orden específico para
designar los lugares a los peregrinos. Descansar y dormir allí, cara a la cúpula,
iba preparando el alma para el encuentro supremo.
Ese día, mientras la multitud de peregrinos veíamos levantar vuelo de los
gallinazos, cóndores y buitres luego de alimentarlos, un hombre cayó a tierra.
Llamaron a un ayudante del pabellón quien le tomó el pulso colocando un
dedo entre su cuello y el inicio del esternón.
-Ha muerto -dijo.
-Su alma se la llevaron los gallinazos y los cóndores, -dijo alguien de la
multitud.
Llegaron algunos ayudantes más para trasladarlo a las habitaciones en
donde se preparan los cadáveres antes de su entierro.
-¿Alguien entre el público es pariente o amigo de este señor recién
fallecido? -preguntó un sacerdote en voz alta.
Como nadie decía nada, tuve el atrevimiento de decir que yo lo conocía.
Mi verdadera intención era saciar mi curiosidad sobre los enterramientos en el
santuario y conocer más el lugar traspasando las puertas prohibidas. Junto con
los ayudantes oficiales llevamos el cuerpo en camilla hasta un lugar al este del
santuario, cruzando las porterías que antes me fueron proscritas. En el camino
empecé una conversación con uno de los cargadores y así supe más sobre el
lugar.
Vi pequeños templos con plazas y rampas. Vi sacerdotes ricamente
ataviados que caminaban sobre altos muros y desde allí practicaban la
astrología para desentrañar la influencia de los astros sobre los mortales y los
acontecimientos humanos; vi hombres dedicados a la astronomía para predecir
el tiempo, conocer los fenómenos del mar, las épocas para el sembrío y para
las cosechas, y el curso de los astros. Situándose en las más altas terrazas de
los edificios, esos sacerdotes vestidos con un raro color azul, observaban
constantemente el firmamento. Tuve el privilegio de ver algo restringido solo
a los jerarcas, y eso fue el sacrificio de una zorra con un labrado cuchillo de
oro adornado con piedras preciosas.
Mis ojos descubrieron admirados entradas pintadas con signos misteriosos
que sólo los sacerdotes sabían interpretar. Dichas entradas, algunas de ellas
simuladas, conducían a depósitos o galerías en donde se guardan gran parte de
los tesoros recibidos que eran ofrendas a los dioses. Las calles principales son
atravesadas por canales de agua para que los sacerdotes beban o se aseen,
canales similares como los que hay en la zona de los peregrinos. Sobre una
amplia explanada se veía un secadero de ají, en el cual se había extendido una
enorme cantidad para ser expuesta al Sol para que se sequen. Finalmente
llegamos a un cementerio en donde ingresaron el cuerpo en una pequeña
posada en donde un sacerdote comprobó que estaba muerto y por tanto se le
podía dar el último responso.
-¿Cuál era su nombre? -me preguntó el sacerdote.
-Su nombre,.. eh… Chilmassa -respondí saliendo del aprieto.
-¿Sólo Chilmassa? -preguntó el sacerdote.
-Chilmassa… Chilmassa Suy Suy. Si, Chilmassa Suy Suy.
-¿Es usted pariente o amigo?
-Solo amigo -respondí-, solo amigo.
Cuando me preguntaron el nombre del muerto, lo primero que pensé fue
darle el nombre de Ñanssen Pinco, un rey de la dinastía Ñam Paxllaec, pero
recapacité y pensé que alguien del santuario podía saberlo, así que preferí
darle dos nombres quingnam.
El sacerdote dio su responso, y paso seguido le cortaron el cabello, le
ciñeron una honda colorida alrededor de la cabeza, dejaron su rostro
descubierto, cruzaron sus brazos sobre su pecho y le depositaron un par de
pinzas lagrimales.
Supe que, a diferencia de los hombres, a las mujeres se les coloca un uncu,
una túnica sin mangas ni cuello con un agujero arriba para introducir la
cabeza, con dos agujeros a los costados para sacar los brazos. Este uncu está
pintado de colores azules, celestes, marrones y marrón muy claro. Trajeron
muchas telas para cubrir el cadáver completamente, junto con algunas de las
pertenencias que había traído consigo. Le doblaron las piernas hasta la altura
de su pecho, rodearon sus piernas con sus propios brazos, pero antes de eso,
unieron y amarraron sus dedos con pequeñas soguillas anudadas, como es la
tradición en los entierros. Mientras vendaban el cuerpo, un par de ayudantes
oraban en voz baja en una suerte de letanía, casi un cántico en tono penoso.
Una vez bien envuelto el cuerpo con muchas mantas, se le ató una máscara de
madera pintada de rojo con ojos de conchas marinas y lo trasladaron en la
misma camilla que lo había traído hasta un foso que previamente había sido
cavado. Allí lo depositaron con algo de comida y una jarra de cerveza de maíz
para su viaje hacia las islas guaneras, y de allí al otro mundo, al mundo de lo
invisible. Sacié mi curiosidad por ese día. Había visto más que muchos
peregrinos, y me sentí satisfecho, muy satisfecho.
Al día siguiente en la mañana llegó un sacerdote con una ayudante para
darme instrucciones y anunciarme el inicio del ayuno, así como el inicio de mi
largo camino hacia el oráculo.
-Recibirás tus comidas dos veces al día, pero no en el comedor donde los
peregrinos comen, sino en el lugar que mi ayudante te indicará -me anunció-.
Tus raciones de comida irán disminuyendo un poco en la medida que vayan
pasando los días, y cuando ya estés en el segundo patio tendrás otro tipo de
ración. No te preocupes, llegará un momento en que no se te reducirá más y
esa ración se mantendrá hasta el final. Nunca te faltará ni agua ni comida. Hay
otros detalles que te los dirá mi ayudante. Pero lo que debes recordar y que es
lo verdaderamente importante, es que estás aquí por un nuevo nacimiento.
Esta noche empezaremos la liturgia general en el santuario porque la Luna
empieza a crecer. En los siguientes días tendremos muchos rituales y
sacrificios. Prepárate para tu primera oración.
Esa noche, todos los peregrinos esperamos que el sacerdote iniciara la
liturgia. El pabellón estaba iluminado con muchas antorchas y la multitud
esperaba bajo los altos techos frente a la plaza del oráculo. Finalmente
apareció un grupo de sacerdotes finamente vestidos acompañados por los
kallawayas, junto con ayudantes ordenadamente alineados e iluminando el
camino con teas prendidas. Todos teníamos pintadas las caras del sagrado
color bermellón. Mirando hacia la Luna a veces y otras al dorado templo
abovedado donde estaba el Dios de los Temblores, los sacerdotes oraban en
voz alta y en coro. Los acompañaban un grupo de trompetas y trompas de
madera de graves y largas notas que inducían al alma a un estado especial de
respeto y veneración a lo desconocido. En un momento, el principal se dirigió
hacia la multitud del pabellón y dijo en voz potente que oraran con la
intención de que todo lo que deseáramos y necesitáramos se cumpliera.
La forma de adoración era algo más complicada que la que se acostumbra
entre los ximor. En Ychsmay la forma de adorar es encogiendo los hombros,
inclinando la cabeza y todo el cuerpo, alzando los ojos al cielo y bajándolos al
suelo, levantando las manos abiertas en dirección a los hombros y dando besos
al aire. En esas grandes romerías se rogaba para tener salud, para obtener
buenas cosechas, para la conservación del ganado o para que no se repitieran
las sequías, pestes, u otros desastres naturales que, de tanto en tanto asolan la
costa y parte de las serranías. En voz alta o en voz baja todos oraban para que
los dioses escuchen, pero para que escuchen bien.
En los siguientes días las celebraciones proseguían en el patio del oráculo
en donde participaban sacerdotes y sanadores kallawayas. Terminados los
rituales y las oraciones, esos mismos personajes entraban al Pabellón de los
Peregrinos y se ubicaban en ciertas habitaciones con el fin de iniciar las
tradicionales confesiones, absolver pecados y responder a cualquier pregunta;
también ofrecían consultas para curar enfermedades u otros males.
Todos los días los sacerdotes, los médicos y los kallawayas, trabajaban sin
detenerse para aliviar el sufrimiento de la gente. Solo tenían descanso cuando
veían alimentar a los gallinazos a media mañana y a media tarde. Esos eran los
momentos cuando comían y bebían algo para recuperar fuerzas. Luego
proseguían hasta el anochecer, que era cuando se desplegaban los rituales con
antorchas a la luz de la divina Luna.
Siempre he preferido confesar mis pecados a los oídos de los sacerdotes, a
diferencia de otros que se sienten tan culpables o tienen un sentido de la
penitencia tan grande, que se confiesan diciendo a voz en cuello, todos y cada
uno de sus pecados, no importando quiénes escuchan o no. Eso es lo que vi en
Ychsmay. Había pecadores que confesaban verdaderos asesinatos que
merecían el más severo castigo, otros se confesaban ladrones, otros se
confesaban violentos y agresivos con aquellos que decían amar, otros se
arrepentían de haber cometido el horroroso incesto, y otros confesaban sus
traiciones, su desamor a la gente y a los dioses. A veces era demasiado
perturbador para los demás escuchar cosas tan terribles, incluso para mí.
Afortunadamente no eran muchos los que, arrepentidos, gritaban al mundo sus
faltas mientras lloraban.
Estaba en duda si debía esperar mi turno o no para consultarle a los
kallawayas la pena que me acongojaba. Para mí esa pena no era un pecado,
solo una gran pena. Decidí finalmente consultar. Esperé mi turno. Cuando
entré al cubículo y no bien me había sentado sobre el suelo, el médico
kallawaya me dijo en qeshwa:
-El pasar del tiempo puede ser una muy agradable y beneficiosa medicina
para el alma, porque es como la fresca noche que diluye el calor del día en sus
entrañas. Así como la noche diluye ese calor, el tiempo diluye el dolor en el
olvido. Sin embargo no siempre es así. En otras circunstancias el tiempo puede
ser como un viento que sopla sobre la paja y las brasas, y termina quemando
todo lo que está a su alrededor. Tú has elegido no olvidar, mantener el fuego
dentro de ti, y por tanto es como soplar las llamas para que se aviven. Ese
fuego puede quemarte, ¡ten cuidado! Todos olvidamos, pero hay que saber
olvidar, pero también hay que saber recordar. Aquel que olvida todo, o aquel
que recuerda todo, nunca encuentra la paz. Tú tienes que decidir qué camino
has de tomar.
¿Cómo supo ese curandero lo que pensaba y sentía? Ni siquiera había
abierto la boca y ya había mencionado en el dilema en el que me encontraba,
entre recordar siempre a mi esposa u olvidarla para siempre que es algo que no
deseaba hacer. Saber olvidar me parecía tan difícil y extraño porque no podía
comprender lo que me quería decir con “saber olvidar”.
El curandero no dijo una palabra más, sino que se me quedó mirando a los
ojos con cierta compasión y esperando que yo dijera algo. Había tenido una
respuesta tan directa y tan clara a mi problema que no había razón para seguir
sentado frente a él. Quedé perturbado, pero a pesar de ello le di las gracias,
entonces me levanté y salí. Nunca antes había tenido una consulta tan breve y
tan certera. A pesar de que fue la consulta más corta que tuve en mi vida,
quedé muy impresionado por la verdad que el kallawaya me había dicho. Sus
palabras fueron como semillas en tierra fértil.
El ambiente de fiesta y de liturgia era cada día mayor. Era como si la gente
se sumiera en un extraño estado de ánimo. Estaban vivos en este mundo, pero
a la vez era como si estuvieran en otro. Bailaban más, tomaban más, rezaban
cada vez más mientras los curadores y sanadores hacían su trabajo con los
enfermos. Cada día la intensidad, el fragor y la algarabía iban en aumento al
compás de la Luna creciente. Cuando hubo Luna llena, un sacerdote y varios
ayudantes entraron al pabellón cargando sacos y vasijas con agua. Congregó a
todos los fieles alrededor del trono desde el cual se hablaba y dijo:
-¡Amados y leales feligreses, hoy y los siguientes días de plenilunio son los
días consagrados a los dioses que nos amparan, nos cuidan, nos protegen y nos
proveen de la abundancia que necesitamos! ¡Los dioses nos dan los castigos
que nos merecemos, y nos ponen pruebas para ser mejores, para ser más
fuertes y más sabios! ¡Todo lo que nos sucede tiene un motivo, tiene una
razón! ¡A ellos les debemos nuestra existencia, y a ellos retornaremos cuando
muramos! ¡Desde hoy iniciaremos el ritual de Ychsma!
Dicho aquello, el sacerdote levantó los brazos al cielo y empezó a gritar
“¡Ychsma, Ychsma!”, que quiere decir rojo, y luego “¡Ychsma ychmahuan
passicuna!, ¡Ychsma ychmahuan passicuna!”, o sea era la orden para que se
pinten las caras y los brazos con el sagrado color de los dioses, con el sagrado
color que da vida a todos los hombres y a todos los animales, con el color más
divino de todos, el de la sangre, el hálito de todo lo que vive en este mundo, el
color rojo bermellón.
Mientras los ayudantes repartían pequeñas cantidades de color cinabrio y
achiote de un pequeño ceramio y agua para diluirlo, la gente empezó a orar
más y en voz cada vez más alta; la música era más intensa y las danzas eran
más frenéticas en las plazas y en el pabellón. Todos, hasta los niños tenían las
caras y los brazos pintados de rojo. Se hacían ofrendas de alimentos, de rojas
valvas sagradas, de adornos de oro, plata y piedras preciosas, y finalmente,
aquella noche vi un sacrificio humano.
Una bella joven fue escogida para ofrecerla al Dios de la Oscuridad. Esa
misma noche, cuando todo estaba iluminado por el fuego de las antorchas y
por la Luna entre cánticos, música de flautas, antaras y tambores, trompetas y
trompas de madera más largas que un brazo, esa joven muy elegantemente
vestida era llevada por sacerdotes hasta la parte más baja de la cúpula. Parecía
estar como en trance, como mareada mientras caminaba. En un momento fue
rodeada por los sacerdotes y sanadores mientras las oraciones y los cantos se
hacían más y más intensos. Con sus cuerpos formaban un pequeño muro
humano que la ocultaba de la vista de los feligreses. Un momento después, al
retirarse los sacerdotes, la joven muchacha yacía en el suelo aparentemente sin
vida. Todos, los sacerdotes y los peregrinos orábamos encogiendo los hombros
y agachando la cabeza. El sacrificio había sido consumado. Junto con la joven
se ofrecieron llamas, oro, plata y comida. El oro y la plata se guardaban en los
depósitos luego de ofrecerlos al dios, las llamas se sacrificaban y
posteriormente eran expuestas a la voracidad de las aves en una parte lejana
del santuario, y la comida era quemada en el fuego. Esa noche participamos de
una intensa y cada a vez más acelerada procesión que no parecía acabar nunca.
Supe luego que a la joven la conducirían a otro lugar en donde,
completamente inconsciente, la enterrarían viva, y luego la desenterrarían para
que su cuerpo quedara expuesto a los gallinazos, cóndores y buitres durante
varios días. Junto con el cuerpo desvencijado, se sacrificaba un gallinazo, el
heraldo del dios nocturno, y finalmente los restos de ambos eran enterrados
juntos.
Los rituales, danzas, rezos y ofrendas de los peregrinos y de los sacerdotes
proseguían hasta que la Luna dejó de brillar en el cielo. Después de esa noche
los rituales disminuyeron su intensidad y muchos de los peregrinos empezaron
a retornar a sus tierras en inacabables caravanas. Unas al norte, otras al sur y al
este. Yo sabía que al regresar a sus tierras varios grupos de ellos continuarían
el festejo y los rituales durante varios días más con aquellos que en sus
pueblos no pudieron ir al templo. En aquellos días el santuario se sumergía en
un momento de paz y descanso. Siempre llegaba gente, pero a comparación de
la multitud que antes pobló el santuario, en esos momentos parecía
abandonado y silencioso. Como era costumbre, dos veces por día se daba de
comer a los gallinazos y cóndores anunciados siempre por medio del sonoro
caracol, de la misma manera como se ofrecían sacrificios de alimentos y
cobayas, y se entregaban valvas rojas. Esa era la rutina que cualquier
peregrino veía al llegar al santuario.

CAPÍTULO 7
LOS ESCALONES

Veinte días después ingresé al patio del oráculo. Me ubicaron en el primer


escalón de las pequeñas terrazas que estaban debajo del dorado cuarto
abovedado. Debía pasar la segunda parte de mi camino en la intemperie para
merecerme la aceptación del dios y para que responda a mi pedido. Estuve
gran parte del verano en esos escalones. Cada cuatro, cinco o seis días subía
una terraza más. Cada vez que subía una, era llevado al río para asearme,
lavarme los cabellos y cortármelos cuando era necesario, y además me daban
una muda de ropa limpia. Compartía aquellos escalones con otros peregrinos
que eran, al parecer, gente de autoridad, jefes, líderes, novicios u otros
sacerdotes.
No todos los que compartían los escalones estaban destinados a ver al dios.
Había quienes llegaban al último y esa era la indicación de que su tiempo
había concluido. Otros, mirando hacia el cielo o hacia cualquier lugar con una
mirada como perdida pero con una voz entre alegre y trémula, decían algo así
como tener ya la respuesta, o haber visto todo. Luego de ello y con una
expresión de enorme satisfacción y plenitud, se retiraban guiados por
sacerdotes y ayudantes. El peregrino agradecía sinceramente mientras lo
llevaban hacia una habitación antes de su partida al día siguiente.
Desde los escalones pude ver más rituales de día y de noche, los negros
remolinos de aves en el cielo y sus casi pavorosas y misteriosas sombras sobre
la tierra, vi las filas de peregrinos que esperaban una consulta con los
sacerdotes, con los sanadores y con los médicos kallawayas; vi cómo la gente
iba y venía por las calles y las plazas, cómo entraban y salían, cómo
trasladaban objetos y comidas, cómo pintaban las paredes con motas de
algodón y delineaban dibujos con finos pinceles de cabellos humanos, vi gente
caminar solos o en grupos, vi orar y llorar en voz alta o en silencio, y a veces,
muy pocas veces, vi cómo alguien caía sobre la tierra para no levantarse
jamás.
Cada uno de los que estaban en oración y ayuno en cada escalón, ocupaba
un espacio suficiente para poderse mover, tener una pequeña alforja con sus
pertenencias personales y poder dormir sin ser molestado. Los ayudantes nos
alimentaban individualmente para evitar que nos distrajéramos demasiado. Se
permitía conversar, pero poco, muy poco. Pude entablar algunas breves
conversaciones con algunos de ellos que estaban escalón arriba y otros en el
del escalón de abajo.
Uno de los personajes que hacía ayuno conmigo era el jefe de un señorío
de la sierra, y la razón que lo trajo fue que su tierra había sufrido desastres
naturales. Primero un terremoto hizo que la gente entrara en pánico e hiciera
colapsar parte de un templo, y luego del terremoto, a los dos días, un alud de
barro y rocas arrasó con parte de la población y parte del valle matando gente
y arruinando los sembríos. No se podía culpar al jefe porque su
comportamiento había sido el correcto. Se pensaba entonces que se tenían que
purgar las faltas cometidas por los pobladores, y la falta de adoración a sus
dioses. Para asegurar que no se repitiera se oró mucho y se hicieron
sacrificios, y para contentar a sus dioses, aquel jefe tenía que ir al santuario a
entregar ofrendas, orar y ayunar. Por eso estaba allí.
Otra de las personas con las cuales conversé fue un padre de familia que
agradecía por el regalo que había recibido del Sol: una pareja de hijas gemelas
albinas, lo que significaba que eran hijas de los dioses, y serían siempre vistas
con respeto y veneración. Otro de mis vecinos era un caso especial porque era
un joven sacerdote de las selvas altas que deseaba ser un sanador y además
santo. Había ido para purificarse, para encontrar su alma, pero sobre todo para
hacer florecer su espíritu. Él sí iba a consultar directamente con el oráculo,
como yo.
Pero el vecino que más me conmovió y enterneció fue un hombre que
había perdido a toda su familia en un derrumbe que había caído sobre su casa
mientras él se encontraba trabajando la tierra. Perdió a su mujer y a sus dos
hijos pequeños, y estaba en Ychsmay buscando consuelo y respuesta para
saber por qué la vida se había llevado lo que más quería en este mundo
dejándolo en la absoluta desolación. Ese hombre había llorado mucho, había
preguntado y pedido respuesta pero aún no le llegaba ninguna. Yo había
perdido a mi esposa, pero a cambio de su vida yo tenía un hijo. Ese pobre
hombre en cambio, la vida no parecía darle nada en compensación. Por el
contrario, le había arranchado todo. Lloré junto con él cuando me contó su
tragedia.
Recién cuando subí al segundo o tercer escalón, luego de estar a solas
conmigo mismo y conociendo las desgracias de quienes me acompañaban,
recordé las palabras del Sabio del Valle que me predijo que conocería más
gente en esta navegación por tierra. Aún me eran incomprensibles sus palabras
cuando me dijo que yo era el navegante, el mar y la balsa. En ese escalón
también recordé la respuesta a mi pregunta de por qué existe el sufrimiento,
respuesta que no había entendido ni deseado entender la primera vez.
-No sé por qué existe el sufrimiento -me respondió el sabio-, pero sí creo
saber para qué existe. El sufrimiento es despertar, es un darte cuenta debido al
dolor que te abre por dentro, pero solo sientes que has despertado cuando,
después de sufrir, has comprendido el sentido del sufrimiento o digamos
mejor, cuando tú le das un sentido al tuyo. Antes no. Antes que suceda aquello
que te hará sufrir, uno está como en un sueño a veces ligero, a veces profundo.
Pero cuando sufres, como en tu caso, te despierta para que veas la profundidad
de ti mismo y de lo que te rodea. Tú estás a la mitad de ese camino. Aún estás
medio dormido, pero aún no has despertado del todo. Quieres regresar a lo de
antes pero no puedes porque tu esposa no regresará a la vida, pero tampoco
quieres seguir y despertar porque sientes que si lo haces, la olvidarás, que sería
como olvidarte de ti mismo. Eso es falso.
Como aún no aceptaba la muerte de mi esposa no entendía plenamente sus
palabras. Sin embargo, solo por el hecho de recordarlas supe que algo en mí
había cambiado pero era un misterio saber qué era lo que estaba cambiando y
hacia dónde se dirigía.
-Parece que la vida fuera un secreto, una adivinanza -recordé que le dije un
día al sabio cuando subí un escalón más.
-Y lo es -me respondió-. Es un misterioso secreto, una adivinanza infinita
que solo conoceremos plenamente al morir.
-Pero mientras vivamos, ¿qué debemos hacer con esa adivinanza?
-Siempre hay que tratar de desentrañarla, de averiguarla, de sorprenderla,
de descubrirla. Esa es parte de la emoción en esta vida.
-¿Y cómo se logra eso?
-Pensando sobre ella, pero sobre todo viviéndola. No hay otra manera de
entenderla.
-O sea, ¿lo que estoy haciendo ahora?
-Exactamente mi querido Uarmoc. Aunque quieras huir de tu propia vida
ella siempre te tiene atrapado. Aunque quieras huir de tu vida quitándotela,
ella te seguirá incluso después de muerto, y eso porque nosotros somos nuestra
propia vida. ¿No te parece claro y obvio?
-Y el amor que entregué, ¿acaso no es parte de esa adivinanza?
-Parece que estás comprendiendo al fin. Recuerda que amar es una gran
manera de vivir este mundo para desentramar esa misteriosa adivinanza.
Al subir un escalón más recordé cómo algunas veces el sabio me miraba
como esperando que le pregunte algo, como esperando un diálogo.
-Me mira como si esperara a que le diga algo, mis pensamientos, mis
sentimientos.
-¿Acaso no has venido para eso, Uarmoc?
-Si, tengo que reconocer que he venido para eso, pero no veo claras las
cosas.
-Tú crees que sigues siendo el mismo. Diría mejor que quieres creer que
sigues siendo el mismo, el mismo de antes pero en realidad ya no puedes
volver a vivir tu antigua felicidad. Nunca más serás el Uarmoc de antes. Todos
somos como las aguas de los ríos.
-Me pregunto para qué todo este sufrimiento, este nuevo rumbo que más
parece echarme a perder que encontrar la solución -dije con pesadumbre.
-Tú provienes de un mundo en donde hay grandes orfebres, sofisticados
orfebres que no tenemos en estas tierras. Por lo tanto tú debes saber cómo se
vuelve maleable un metal para darle la forma que se desea, ¿o no?
- Si -respondí-, se pone al fuego y luego se martilla mientras está al rojo
vivo, se dobla, se golpea hasta que se va encontrando la forma deseada.
- Eso ha sido lo que los dioses y la vida están haciendo de ti para que seas
una buena joya, un buen metal, un lindo adorno que embellezca este mundo,
como la belleza que nos dan las flores de los campos. Te echaron al fuego,
subieron la temperatura casi al punto de muerte, y luego, con grandes golpes te
han ido forjando para que dejes de tener la forma que antes tuviste y así darte
una nueva, una mejor y más bella. Aún estás sufriendo los golpes.
- A veces no me es fácil comprender lo que dices. Soy mercader, y entre
mercaderes los intercambios son más o menos de igual a igual. Te doy una
mercadería que tú no tienes, por otra que yo tengo, y como la mayor parte de
las medidas y los intercambios ya están reglamentados, los dos nos
beneficiamos. En eso hay reciprocidad, pero no parece haber reciprocidad en
la muerte, en este intercambio entre los dioses, entre la vida y yo.
-Para los dioses no hay trueques. Parece ser que ellos deciden qué debes
vivir y qué no. Ellos no bajan a este mundo para intercambiar productos
porque ellos son los que han creado todas las cosas. Recuerda que ellos son los
orfebres y tú eres el metal precioso.
Un escalón más y recordé más diálogos.
-Déjate moldear -me dijo-. Ellos siempre saben lo que hacen a pesar de que
a nuestros ojos puede ser un sinsentido. Pero si no hubieras vivido ese
sinsentido no serías el que te estás forjando y lo que serás mañana.
- Si los dioses fueran mercaderes, comerciarían de otro modo.
-De alguna manera lo son. Te dan, pero a cambio te quitan algo que puedes
necesitar o no, pero saben por qué lo hace. Dime, ¿uno se vuelve más rico
después de un intercambio comercial?
- Sí, usualmente uno se vuelve más rico.
- ¿No eres más rico, más sabio en tu alma y en tu corazón con lo que has
vivido?
- En realidad me siento más pobre.
-Eso es porque no has terminado aún el intercambio. Los dioses son
grandes mercaderes a su manera, por eso sus intercambios son distintos a los
nuestros. Tú haces que los sueños de ellos se realicen en este mundo, que se
mantenga el orden que todo debe tener, y a cambio de ello te dan. La gente
usualmente no está contenta con lo que recibe a pesar de que está rodeada de
tesoros. ¿Te gustaría escuchar una historia?
- Si, cuéntemela por favor.
- Muchas veces la gente se queja de que no tienen una vida llena de
emociones, de que las cosas que hacen a diario los aburre, que se cansan de lo
mismo, que se cansan de tener la misma mujer en la misma cama o al mismo
hombre. Pero en realidad todo está en la idea que tengas de las cosas. Una vez
llegaron dos amigos a consultarme un problema que tenía uno de ellos. El que
tenía el problema se quejaba de que su mujer, aunque era bella y joven, le
producía un cierto aburrimiento porque la veía todos los días y sus deseos de
intimidad habían disminuido en su matrimonio.
- Mmmm... -les dije mirándolos con pesadumbre-. ¿Es ese el único
problema que tienes?
- Pues sí, ese es el único problema que me preocupa -me contestó-. Me
gustaría sentir como sentía cuando recién me casé. Ahora ya no es igual. Ella
sí siente por mí mucho, pero yo no. ¿Qué debo hacer?
- No creo que eso tenga solución alguna, amigo mío -le dije-. Pero lo que sí
estoy viendo es que quien te acompaña sí tiene un problema más grave que el
tuyo, y por lo tanto voy a hablar con él.
- Pero los míos no son graves -dijo el que lo acompañaba.
- No, no, no. Veo en tus ojos preocupaciones y problemas que ni tú mismo
admites. Ven, acompáñame y conversemos un rato. Tú sí tienes problemas -y
de esa forma me alejé llevando a su amigo y nos pusimos a conversar lo
suficientemente lejos como para que no nos escuchara. Una vez terminada la
conversación regresamos y nos despedimos. Un par de semanas después
regresaron muy contentos a contarme lo que había sucedido. Me lo narró el
que tenía problemas con su esposa.
- Un día, cuando estábamos lejos de mi casa, cerca de otra localidad, mi
amigo me dijo que conocía a una hermosa mujer de aquel lugar que me había
visto algunas veces y que le había confesado que le gustaría tener un
encuentro íntimo conmigo, pero no más. Le dije a mi amigo que no, que el
adulterio está penado con la muerte, que sabía muy bien que era casado. Le
dije que a pesar de que tenía problemas con mi esposa no quería serle infiel,
pero él insistió y me aseguró que todo saldría bien, que todo estaba preparado
como para que nadie lo viera y evitar ser acusado de adulterio. Con ciertas
dudas y mucho temor, accedí. Cuando llegamos al lugar esperamos que fuera
de noche para que los lugareños no vieran el pecado que cometeríamos. Mi
amigo me llevó cerca de un río donde había una pequeña cabañita a oscuras y
me dijo que entrara, que allí encontraría a aquella joven que me deseaba. Eso
sí, me advirtió, todo está a oscuras y no vas a verla. Tantea el piso hasta que
encuentres las mantas de lana en donde ella está echada desnuda esperándote
como las brasas calientes de una hoguera. Estuve renuente al principio, pero
finalmente ingresé. Entré, encontré las mantas y la encontré a ella desnuda y
tibia. Luego de un largo tiempo de placer salí contento de haberme arriesgado
y le dije a mi amigo que esa mujer era una maravilla en todos los sentidos, una
belleza aunque no la había podido ver en la oscuridad. Fue como una
experiencia divina. Lo que me llamó mucho la atención, le dije, fue que no
pronunciara una sola palabra en todo el tiempo que compartimos el lecho.
Caricias, sí, pero ni una sola palabra. Decidí repetir un par de veces más esa
aventura con la misma joven, pero solo un par de veces más. Pero a la tercera
vez, luego de haber gozado con ella y cuando estaba casi dormido, la joven
prendió un candelabro en la oscuridad, y cuando me desperté y abrí los ojos,
me di con la sorpresa que esa maravillosa y divina mujer, era nada menos que
mi esposa, que se había puesto de acuerdo con mi amigo para hacerme esa
jugada.
-¿Su propia esposa? -pregunté sorprendido.
- Esa treta -agregó el sabio- la fragüé yo. De esa manera su relación con
ella se solucionó al descubrir que todo estaba en su cabeza y no en sus ojos.
¿Qué tesoro podría yo poseer si lo que más amaba había sido arrancado de
mi vida como si fuera un mal? Nada tenía. Tampoco sentía amor por nada ni
por nadie. Sin embargo, en medio de toda esa desértica soledad en aquellos
largos días en los escalones, me di cuenta que me había dejado llevar por las
circunstancias. Me dejé llevar hacia el viaje por mar, me dejé llevar hacia las
gigantescas líneas de los nanashcas, dejé que mis pies me condujeran casi sin
pensar hacia el sabio, me dejé llevar por la caravana hasta el oráculo, y en esos
momentos, en los escalones también me estaba dejando llevar por un
desconocido destino, casi sin querer. Cada paso que había dado, sin querer
darlo realmente, fue como ir sembrando semillas que de pronto estaban a
punto de brotar sin mi consentimiento.
Me di cuenta que, a pesar de que le temía a los cambios que me sucedían,
me había permitido llegar hasta allí como si fuera un ciego llevado por la
mano de alguien. Ya no había retroceso. Sentía miedo, sentía que era un
cobarde, sin embargo seguía adelante, con miedo, pero adelante. Lo que estaba
haciendo en los escalones era algo que siempre había odiado y que era dar un
salto a lo desconocido, dar un salto de fe.
-Las cosas no te salieron como querías -había dicho un día el sabio, con un
tono algo irónico y que recordé cuando llegué al último de los escalones-. Sé
despreocupado, haz todo lo que tengas que hacer como si lo hiciera un dios
que estuviera viviendo dentro de ti, como si tú mismo fueras un dios menor.
Mírame, yo soy despreocupado, despreocupado de todo, sin embargo soy feliz,
más de lo que te puedas imaginar. Nada me falta, siempre tengo amor, y
siempre tengo algo delicioso que comer. Ten confianza, ten fe.
-Pareciera que mi destino estuviera oculto a mi vista…
-Y lo está -afirmó-, pero lo que estás haciendo es develarla, o diría yo,
creándola mientras la develas, o si quieres al revés, develándola mientras la
creas.
-Entonces, ¿qué debo hacer?
-Sigue haciendo lo que haces, no te detengas porque es la única manera de
descubrirla… o de crearla que es lo mismo.
-¿Las cosas cambian, las cosas tienen solución?
-Nada se detiene mientras se encuentre en este mundo. Todo es mundo es
como un río, y por tanto está hecho de cambios.
No podía volver atrás. Ya había cruzado a ciegas la mitad del camino y me
encontraba cerca del ascenso hacia el encuentro con el mismo dios del Día y
de la Noche. Me preguntaba si realmente en cada paso que estaba dando, en
cada escalón que subía, estos me estaban guiando hacia la oportunidad de mi
vida.
Después de estar algunos días en el último escalón, y cerca ya de las
misteriosas habitaciones pequeñas y desordenadas, llegaron dos sacerdotes
que me pidieron que los acompañara. Me llevaron donde el obispo,
probablemente la más alta autoridad del santuario. Entramos a un complejo de
habitaciones donde solo estaban ocupadas por sacerdotes, magos y médicos.
Algunos de ellos estaban acompañados de jóvenes muy afeminados y vestidos
como acostumbran hacerlo las delicadas mujeres. Eran los acompañantes de
los sacerdotes. “Por lo visto aquí también mantienen las mismas costumbres
de tener parejas masculinas, como en Ximor, pensé. Si las acompañantes
fueran mujeres, Ychsmay y todos los templos estarían llenos de niños y los
templos dejarían de ser templos.”
Al llegar a la habitación los dos sacerdotes se inclinaron para saludar al
obispo quien tenía la cabeza completamente cubierta con un velo de tonos
grises. El velo se mecía lentamente hacia delante y hacia atrás al ritmo de su
pausada respiración. Estaba sentado sobre alfombras que cubrían todo el lugar.
Inmediatamente se retiraron y me dejaron a solas con él. Me senté en el suelo
luego del tradicional saludo respetuoso.
-¿A qué has venido? -preguntó.
- A sacar el sufrimiento de mi alma -respondí.
-¿Sabes que la respuesta del oráculo es más precisa cuando la pregunta es
más precisa?
-Si, lo sé señor obispo.
-A pesar de ello ¿insistes en hacer una pregunta tan amplia?
-Si señor obispo, insisto en mi pedido al Dios de las Conmociones.
-¿Buscas erradicar el sufrimiento de tu alma para siempre?
-Si, para siempre.
-¿Estás seguro de lo que pides?
-Nunca estuve más seguro de eso.
-Los hombres creen que las cosas son como desean que sean, cuando en
realidad son como son y se sorprenden cuando lo descubren. No hay forma de
erradicar el sufrimiento del alma, solo comprenderla, aceptarla y apaciguarla.
-¿Me está diciendo, señor obispo, que siempre sufriré por la muerte de mi
esposa?
-Dejarás de sufrir por ella, pero no dejarás de recordarla. Su recuerdo y su
imagen te acompañarán a donde vayas, pero sin dolor… si así lo deseas.
-Señor obispo, usted me está diciendo entonces que eso depende de mí.
-Eso depende de ti, por eso te vuelvo a preguntar si estás seguro de lo que
pides.
-Si, estoy seguro de lo que pido.
-Me estás diciendo entonces que estás seguro que depende de ti dejar de
sufrir, y lo más probable es que lo hagas.
Dudé por un momento porque me había prometido a mí mismo no olvidar
a Muya, pero a la vez ya no quería sufrir más. Estaba frente a dos caminos que
conducían a lugares muy distintos. No se puede andar en los dos a la vez. Al
mismo tiempo el obispo me decía que dependía de mí que dejara de sufrir y de
nadie más. Como el religioso me vio dudar, agregó:
-Donde hay elección, hay sufrimiento, pero en este mundo siempre
debemos elegir. Y tú tienes que elegir.
-O sea que todo depende de mí, sufrir o no sufrir.
Luego que dije aquello, el obispo no dijo palabra y tomó una pequeña vara
de madera muy tallada, y con ella golpeó dos veces un pequeño tambor. Uno
de los ayudantes apareció en el recinto, y el obispo dijo con voz pausada, “Que
siga el camino de la resurrección”.
De regreso a la pirámide me subieron por una angosta escalinata hasta una
entrada que era seguida de otras entradas hasta llegar a la cumbre del templo.
Al subir, pude ver por pocos instantes el cuarto abovedado. Tiene una pequeña
entrada que está tapada con una puerta cuajada con las sagradas valvas de
color rojo muy intenso, con turquesas, cristales de roca y con piedras preciosas
que le dan una extraña y atrayente belleza. La entrada está siempre custodiada
por dos guardias. Uno de los ayudantes le pidió permiso a una autoridad del
lugar preguntándole si yo podía continuar el camino hacia mi resurrección, y
si al terminar mi camino el dios me recibiría. El sacerdote volteó y se dirigió
arriba, hacia la puerta del oráculo. No pude ver nada, pero supe luego que los
guardias abrieron aquella pequeña entrada y el sacerdote entró a la bóveda. Al
poco rato salió diciendo que el dios había aprobado que siguiera el camino a
mi resurrección y permitía que entrara a uno de los cubículos.

CAPÍTULO 8
EL LARGO CAMINO DE LA PACIENCIA

Me alojaron en una pequeña habitación sin ventana. La puerta que daba al


mar por donde el Sol se oculta estaba bloqueada por otra pared y era la única
entrada por donde podía mirar al exterior. Desde allí podía ver parte de una
pequeña y desnuda colina que asomaba hacia el océano y que ya había visto
desde la balsa. Para ver el santuario y el valle debía salir de la habitación, pero
eso estaba prohibido. Cada vez que me asomaba a la puerta para contemplar
parte de la enigmática cúpula dorada que me esperaba con infinita paciencia
tenía cuidado de que ningún guardia me viera. A diferencia del resto del
santuario, el interior del cubículo solo estaba pintado de blanco y no
mostraban dibujo alguno. Tendría muchos meses más por delante en ese
pequeño lugar y dudaba si lograría llegar tan lejos.
Recibía dos pequeñas raciones de comida, una en la mañana, otra al
anochecer y agua suficiente para saciar mi sed. En mi habitación había una
gruesa manta en la cual me sentaba para comer, pensar, descansar y dormir.
Nunca pasé frío cuando me cubría con ella. Aparte de las vasijas para el agua
y comida, me daban otra para dejar allí mis orines y deshechos que recogían
cada vez que traían el alimento. Todos los días sin falta los ayudantes
anunciaban a los residentes el tiempo para rezar, por medio del sonido de
grandes caracoles. Las oraciones eran dichas por un sacerdote y todos, con la
cabeza gacha y en actitud de humildad y temor, debíamos repetirlas
mentalmente. Luego de algunos días las aprendimos y las repetimos en voz
alta. Eran en esas ocasiones que podía ver a dos de mis antiguos vecinos de los
escalones, el joven sacerdote que quería ser santo, y el pobre hombre que
perdió a toda su familia. Cuando nos veíamos, sonreíamos disimuladamente. A
veces descubría lágrimas en el rostro de mi amigo, el que sufrió mayores
desgracias, entonces temía por él, pero era justamente él quien esbozaba una
pronta y amplia sonrisa haciendo desaparecer mis temores. Cada cierto
número de días un ayudante me llevaba al río para bañarme. En el camino
trataba de hablarle preguntando su nombre, qué hacía en el santuario, por qué
iba a dedicar su vida allí y no a la agricultura o al comercio como la mayoría
de los demás, por qué no se casaba,… pero lo único que obtenía como
respuesta era una suave negativa de aquel joven. Estaba prohibido hablar.
-Pero si no hablo me volveré loco -dije.
El ayudante movía la cabeza indicándome que eso no iba a suceder, y me
calmaba dándome unas palmaditas en el hombro.
-¿Estás seguro? –pregunté.
Y el ayudante asentaba con la cabeza con toda seguridad. Pero en un
momento rompió la prohibición y me dijo:
-No tema, yo he hecho lo mismo que usted está haciendo ahora, y lo único
que tendrá será solo beneficios y una gran paz. Eso no mata ni vuelve loco a
nadie. Dentro de no mucho uno de los sacerdotes vendrá a verlo cada cierto
tiempo para hablar con usted y ver en qué condiciones se encuentra. No puedo
hablarle más hasta que termine su camino. Discúlpeme.
Y no volvió a hablarme. Tuve que conformarme con la compañía del
silencio y esperar con curiosidad la visita del sacerdote. En el río me lavaba
los cabellos con el chóne, que es la misma hierba que mi madre usaba para
lavarnos el pelo a mis hermanos y a mí; a veces me aplicaba palta que los
dejaba suaves y limpios. Me frotaba la piel con abundante agua, también me
frotaba con isenoke que es una hierba para limpiar, y además con una piedra
áspera. Terminaba la sesión del baño restregándome con hierbas aromáticas.
Al final me pulía las uñas de las manos y los pies con piedras porosas hasta
dejarlas cortas. Ya renovado retornaba al cubículo.
La soledad y el silencio eran solo interrumpidos por el sonido grave del
caracol, cual trompeta sagrada, por el batir de alas de los gallinazos, por las
oraciones que se debían hacer todos los días, por el murmullo lejano de las
oraciones de los sacerdotes y los peregrinos, por el golpear de los tambores,
por la música de las flautas y antaras, y por las suplicantes voces humanas.
Escuchaba las letanías de los sacrificios y de las ofrendas, las expresiones de
admiración y sorpresa de la gente, y algunas veces las lejanas conversaciones
comunes en lenguas conocidas y desconocidas. Al final del día contemplaba el
Sol mientras éste me premiaba con un cálido color amarillo naranja fuego
antes de desaparecer ante el avance imparable de la oscuridad. Día y noche,
Sol y Luna, murmullos y silencios, vigilia y sueños, oraciones y más silencio,
pero sobre todo muchos recuerdos y nostalgias que resucitaban con más
intensidad mientras más solo estaba conmigo mismo.
En la medida que el fragor de las fiestas y el hechizo de lo nuevo pasaron,
la soledad y los muchos recuerdos de Muya empezaron a volverme nostálgico
y me hacían llorar. Había transcurrido ya algunos meses desde su muerte, pero
recién empecé a sentir que ella ya no estaba allí y que nunca más lo estaría,
cosa que no quería admitir a pesar de que había algo dentro de mí que me
susurraba diciéndome que ese era la única verdad, que no había otra y que
además yo ya había decidido ese camino frente al obispo. Los días
transcurrían esperando ansioso la aparición del sacerdote que me habían
notificado. Mientras más sentía la pena por Muya, más convencido me sentía
de querer salir del santuario y regresar a Xian-Xian, al calor de mi familia.
Pero a la misma vez deseaba que el tiempo pasara muy de prisa para estar
frente al dios de la cúpula y liberarme del dolor en mi corazón que yo no podía
apagar.
Un día empecé a decirme a mí mismo “¿En qué te has metido, Uarmoc?
Tienes que preguntarte ¿en qué te has metido, por qué aceptaste venir a este
lugar? ¿Acaso lo hiciste por complacer a tu padre, o por ser demasiado
atolondrado, ingenuo o torpe? Seguro que si te quedabas en Xian-Xian todo te
hubiera ido bien y no estarías encerrado en este horrible lugar, por más santo,
bendito y famoso que sea. ¿Qué sentido tiene estar sólo, encerrado, sin hablar
con nadie? ¿Acaso el estar en silencio va a hacer que las cosas que te
sucedieron vayan a cambiar? Nunca has estado en algo así y pregúntate por
qué tendrías que estarlo.”
Desesperado, un día decidí salir del cubículo y hablar con un sacerdote
haciéndole saber mi decisión de abandonar todo porque ya no soportaba tanta
soledad, tantos tristes recuerdos, tantas pesadillas, tantas incomodidades y lo
absurdo de estar en aislamiento. Sentía que si seguía así moriría lejos de mis
padres, lejos de mi tierra, lejos del Ciequic. Salí fuera del cubículo y no bien
había dado unos pocos pasos buscando al responsable del lugar, aparecieron
rápidamente un hombre y una mujer obligándome, con cierta suavidad pero
con firmeza, a que regresara a mi lugar. Nunca dijeron una sola palabra, en
ningún idioma. La mujer, con sus dedos, me apretaba los labios para que no
hablara. Mientras trataba de levantar los brazos como desesperado, el hombre
me los sujetaba y los bajaba despacio. La mujer me dio una mezcla de hierbas
un poco amargas que me puso en la boca para masticar. Empecé a calmarme.
En mi cuarto me ordenaron que me echara sobre la manta, como mi madre lo
hacía cuando yo era niño. Cuando estuve echado en el piso, abrigado, la mujer
me acarició los cabellos con cierta ternura. Nunca más me asaltó esa
desesperación. Por aquellos meses escuché a un par de vecinos intentar huir,
pero eran regresados de la misma forma, todo para que terminaran lo que
habían iniciado.
En algún momento aparecería el sacerdote que me ayudaría, y entonces
empecé a imaginar lo que le diría. “La vida es como un gran viaje lleno de
pequeños viajes, y en ese gran viaje los dioses a veces nos crean situaciones
tan incomprensibles y dolorosas que pueden hacer que el rumbo que habíamos
fijado tan cuidadosa y primorosamente para nuestra felicidad, tome una
dirección inesperada. En ese giro, en ese nuevo viaje se revelan sitios
desconocidos e intrigantes. Ellos, los dioses, así como nos iluminan y nos dan
amor, prosperidad, tranquilidad, despreocupación y felicidad, así también nos
las extirpan como si fueran males que anidan en nosotros. Lo hace así, cual
divinos trepanadotes. Esa es la manera en que nos muestran un sorprendente e
insólito mundo que desconocíamos, y que es en el que ahora me encuentro.
Los ojos de los dioses no son los mismos que los ojos de los hombres, y por
eso ellos ven lo que ven mientras nosotros permanecemos ciegos. Este nuevo
mundo en donde estoy es un misterio tan incomprensible y asombroso que me
cuesta entenderlo. Por eso estoy aquí, porque quiero comprender y dejar de
sufrir que es lo que todos desean. No quiero que los gusanos que producen
dolor me perforen más el alma, ni quiero que los dioses que todo lo ven hagan
de mi lo que quieran. Es por eso que he traído las ofrendas que he traído a este
oráculo para que tengan compasión. Tampoco quiero olvidar a la más hermosa
de mis aventuras y mis viajes, al más verde y hermoso valle de todos los que
conocí, a la mujer que tanto amé... Por ella estoy aquí, por ella inicié esta larga
marcha para entender todo y para resucitarla, para continuar mi amor por ella,
aunque ya no está en este mundo,… pero no sé cómo hacer,... Quiero olvidar,
pero también quiero recordar.”
A los pocos días, apareció el sacerdote. Era un hombre de cierta edad, con
ojos dulces y una voz cálida que me calmó casi de inmediato.
-¿Tu nombre es Uarmoc Payampoyfel?
-Sí, ese es mi nombre, Uarmoc Payampoyfel, del valle de Ximor del reino
del gran Ciequic.
-Debes estar en un momento muy difícil recordando a la que fue tu esposa,
pero que no quieres olvidar -dijo demostrando que estaba bien enterado.
-Si, pero también he empezado a preguntarme qué sentido tiene todo esto,
pero sobre todo por qué ha tenido que morir mi esposa dejándome un hijo. Yo
hubiera deseado que muera el niño pero que ella viva. Ahora me pregunto en
qué me he metido, por qué he venido a este sitio a recluirme en esta pequeña
celda descolorida, abandonado a mi suerte, solo, sin consuelo. Parece que todo
va a empeorar en vez de mejorar. Creo que me volveré loco y ustedes los
sacerdotes me echarán del santuario por débil.
-Mmmm… ¿Tienes un hijo? -preguntó como si eso hubiera sido lo único
que había dicho-. ¿Cuántos meses tiene de nacido?
-No recuerdo cuántos. En realidad no me interesa. Mis padres y la
comunidad se han hecho cargo de él mientras yo estoy acá. Pero ahora estoy
pensando en dejar todo esto y regresar a Xian-Xian.
-Xian-Xian es muy hermoso. Una vez tuve la oportunidad de conocerlo
cuando joven y nunca olvido cuán hermosos, abigarrados y llenos de colores
eran las decoraciones de sus templos y ciudadelas. Siempre he deseado
regresar para volver a ver toda esa hermosura y su riqueza. Tú eres
comerciante, ¿no es cierto?
-Sí, soy comerciante.
-Me imagino que siendo comerciante has visto muchos lugares y conocido
mucha gente.
-Sí, pero no tanto como hubiera deseado. Aunque no me arrepiento porque
estaba feliz en mi tierra con mi esposa, y ya estaba pensando dejar de viajar
para hacer una familia, como todos.
-No te entiendo muy bien Uarmoc. Ya tienes un hijo, que es la manera de
hacer una familia, pero rehúsas estar junto a él. Es más, parece que lo odias.
-No sé si lo odio, pero siento que él es el culpable de que mi esposa ya no
esté en este mundo.
-Mmmm… me pregunto si en realidad fue tu hijo el culpable. Pero dejando
de lado a tu hijo, veo que a pesar de todo sigues viajando, como siempre.
Ahora estás acá, en Ychsmay. ¿Cómo llegaste aquí?
Le conté con cierto detalle todo, la muerte de Muya, los curanderos, la
travesía por mar, la caminata hasta la tierra de los nanashca, las líneas del dios
Kon, el peregrinaje hasta la costa, las conversaciones con el Sabio del Valle, el
encuentro con la caravana y la llegada a Ychsmay.
-Una vida fascinante, llena de cosas nuevas -dijo-. Estoy seguro que tú te
das cuenta de que para poder encontrar cosas nuevas, como tú las encuentras,
debes dejar las cosas viejas, debes continuar caminando. Si no caminas, no
puedes ver lo que te espera delante. Tu vida también se podría ver como
cuando una araña o una víbora dejan su antigua piel para renovarla, para
crecer y poder seguir su camino.
-Siempre tienes que dejar un sitio para ir a otro. No se pueden ver todos los
lugares a la vez -agregué.
-Así es. Me imagino que a veces has tenido que desviarte de tu ruta para,
sin querer, descubrir cosas nuevas y maravillosas, como cuando viajaste en
balsa, o cuando conociste las líneas y figuras para el dios Kon, ¿no?
-Sí, fue algo inevitable y también inolvidable. Fue hermoso.
-No fue tu voluntad, fueron las circunstancias que te llevaron a ver cosas
nuevas que nunca hubieras imaginado. Fueron los dioses.
-Sí, he visto cosas que nunca habría siquiera imaginado.
-¿Imaginaste lo que vivirías aquí en Ychsmay?
-No, no lo había imaginado de esa manera.
-Para llegar aquí ¿se te hizo todo fácil, o también tuviste dificultades?
-La mayor dificultad fue el esfuerzo que tuve que hacer en la gran
caminata desde el sur de Chinchay hasta acá. Por lo demás todo salió bastante
bien, tengo que admitirlo.
-Pudiste haber tenido circunstancias mucho más difíciles, ¿no?
-Seguramente que sí.
-¿Viste a los hombres que caminaban de espaldas en el Pabellón de los
Peregrinos?
-Los vi. Representaban el futuro y el pasado cuando caminaban.
-¿Piensas como yo que la vida es como un camino y que el futuro está a
nuestras espaldas porque no podemos conocerlo ni verlo mientras no lo
vivamos en el mismo presente?
-Así lo creo.
-Sin embargo lo desconocido nos trae grandes sorpresas, buenas y malas,
como cuando te sales del camino que habías planificado originalmente, ¿no es
cierto?
-Buenas y malas, si, buenas y malas.
-Eso es lo primero que uno debe darse cuenta cuando se está vivo, como
tú, o sea que uno siempre se sale del camino. Otras veces son los dioses o la
vida los que te hacen desviarte de ella. El que ahora has elegido, es el largo
camino de la paciencia. Volveré en el tiempo debido, Uarmoc. Que tengas
buenos sueños.
Y luego de decir aquello, el bondadoso sacerdote de cálida voz se retiró de
la habitación. Salió tan inesperadamente y tan rápido que no pude despedirme.
Le dije todo lo que había pensado decirle, pero no de la manera como yo
hubiera querido. Esa noche soñé que estaba nuevamente en la balsa en la que
navegué. La nave trepaba escarpadas olas y se deslizaba cayendo al mar. Yo
me aferraba a una de las llamas de carga que permanecía tranquila, mientras el
capitán de la nave tampoco perdía la calma en ningún momento. Fue una
pesadilla.
En los días posteriores estuve pensando mucho en lo que el sacerdote me
dijo. Mi vida, aunque no muy larga, era como una balsa con algunas olas
grandes y otras pequeñas, pero la muerte de Muya fue una ola que casi me
hunde. ¿Acaso esa es la manera de estar vivo en esta vida, con permanentes
vaivenes? Trataba de encontrar sentido a lo que había dicho el sacerdote. En
realidad no habíamos hablado nada sobre mi adorada Muya, sino sobre otras
cosas, y todo ello solo para decirme que yo estaba vivo, y que estar vivo es
estar siempre en una aventura, como en un sueño en donde no sabes qué
sucederá al momento siguiente. El sacerdote tenía razón y fue a partir de aquel
momento que empecé a imaginarme algunos diálogos con el sacerdote como si
continuara esa conversación.
-¿Qué me quiere decir cuando dice que estoy vivo? -le preguntaba al
sacerdote en mi imaginación.
-Quiero decir que estás en una aventura, y no hay aventura sin peligro, no
hay aventura sin sorpresas ni miedo, no hay aventura que no tenga
satisfacciones, pero tampoco hay aventuras sin pérdidas. Cuando uno descubre
algo nuevo y hermoso como tú lo hiciste cuando encontraste y amaste a Muya,
eso fue también parte de tu aventura. Pero las aventuras nunca son eternas en
este mundo, y además es muy difícil estar en esas aventuras en donde no
sufres, o no experimentes la muerte.
-Pero yo no elegí estar en esta aventura -respondía en mi diálogo
imaginado.
-Si lo elegiste o no eso no tiene importancia. Lo que es importante es que
lo vives, no has renunciado a él, no puedes renunciar a él, ni siquiera
quitándote la vida -replicaba el sacerdote imaginario.
-Pero nadie quiere sufrir, nadie quiere perder lo que ama con intensidad.
No tiene sentido perderlo.
-No tiene sentido dejar de sentirlo.
“No tiene sentido dejar de sentirlo” fue la frase que inventé sin querer y
que puse en labios de aquel sacerdote en mi imaginación, y por tanto era mi
propia frase. Inmediatamente empecé a llorar por Muya con un sentimiento
aún más profundo, pero la diferencia entre mis llantos anteriores y ese fue que
a pesar del intenso sufrimiento, en lo profundo de todo ese llanto, había una
extraña satisfacción, como una suerte de agradecimiento de que, en medio de
la devastación y la pena, en medio de aquel dolor, me sentía completamente
vivo, intensamente vivo.
Lloré hasta quedar dormido y soñé que caminaba por un desierto
desconocido. Mientras caminaba con angustia hacia ningún lugar aparecían
lagartijas que me miraban y empezaban a murmurar palabras que no entendía,
como aconsejándome y advirtiéndome. Al acercarme a ellas, huían. Seguí
caminando sin rumbo sobre las arenas, algunas veces con mis llamas, y otras
sin ellas, pero las lagartijas siempre aparecían y murmuraban, pero siempre
huían. Más adelante las lagartijas se convirtieron en víboras que murmuraban
lo mismo, pero no lograba escucharlas. En el mismo sueño me dije a mí
mismo que las serpientes son el símbolo de la sabiduría, pero no podía
atraparlas. Ese fue un sueño agotador porque fue lo único que soñé durante
toda la noche.
Pasaron varias semanas hasta que el sacerdote llegó por segunda vez.
Conversamos nuevamente de cómo me sentía, qué pensaba y qué sueños tenía.
En un momento le pregunté:
-¿Cómo es posible que me sintiera muy vivo en medio del sufrimiento por
perder a aquella persona que tanto quise? Debería ser lo contrario, uno debería
sentirse muerto. Eso no tiene sentido.
-¿Me estás preguntando que tú no tienes sentido?
-No, digo que sentir lo que sentí no tiene sentido.
-Una de las cosas que más sorprenden y extrañan a la gente es descubrir
que uno no es como cree que es, sino como lo que realmente es, como tú te
sentiste cuando lloraste por Muya. Ese eres tú. Parecía que ibas a morir de
pena, pero en realidad te sentiste tan vivo por tu profundo dolor y tu vacío, que
te has sorprendido por ello porque tu llanto no hacía honor a la muerte de tu
esposa y por eso te has sentido culpable. Por eso sientes que no tiene sentido,
pero tu corazón te dijo que sí lo tenía. Estás vivo y eso tiene sentido, tienes
que admitirlo.
El sacerdote me dejó sin palabras. Fue a través de mi sufrimiento que
descubrí que tenía sentido sentirse intensamente vivo. En los días siguientes
me sorprendí al descubrirme pensando que lo mejor hubiera sido nunca
haberme encontrado con Muya ni conocerla, ni enamorarme, ni casarme y
menos tener un hijo,… solo para no sufrir. Esos sentimientos y emociones eran
nuevos. Todo era demasiado nuevo, demasiado doloroso, complicado y a
veces incomprensible. Simplemente deseaba seguir recordándola, seguir
amándola pero sin sufrir, y por eso hubiera preferido no haberla conocido.
Debido a que cada día que transcurría me daba mayor cuenta que ella nunca
volvería, pensaba que lo mejor sería olvidarla, que era como no haberla
conocido nunca, pero eso era imposible. Al mismo tiempo no podía dejar de
sentir rencor porque ella se fue, y además dejándome un hijo a cargo, cuando
esa era su responsabilidad como madre y no la mía.
Cada día soñaba más y recordaba más mis sueños. Una noche soñé que
Muya y yo caminábamos de la mano al borde de un mar agitado y ventoso. De
pronto, Muya retiró su mano y mirando hacia el cielo, estiró el cuello y
empezó a volar por encima del mar dejándome sobre la arena. Ansioso, la
llamaba pero ella no parecía escucharme. Mas bien parecía volar feliz,
despreocupada. “Y si intento volar como ella…”, pensé. Miré al cielo, estiré el
cuello tanto como pude y para mi sorpresa empecé a elevarme, pero no tan
alto. Aún así logré volar por encima de la arena. Cuanto más me relajaba, más
me elevaba. La hermosa sensación de volar hizo que despertara feliz y con un
poco de paz.
Pasaron algunas semanas hasta que en una tercera visita, sollozando, le
imploré al sacerdote que me explicara por qué había empezado a odiar a la que
alguna vez había amado tanto, y por qué lo que la vida y los dioses me habían
dado de manera tan fácil, simple y sin complicaciones, me lo habían quitado
con un zarpazo inesperado y cruel.
-Uno quiere vivir feliz en este mundo -le dije-. Para eso nacemos, y eso es
lo que deseamos, pero el mundo y los dioses no parecen escuchar una palabra
de lo que pedimos. Los dioses quieren que tengamos mujer e hijos, pero
también nos los quitan, y lo que a veces parece claro de pronto se vuelve
oscuro e incomprensible. ¿Qué dioses me robaron a mi Muya, los malignos, o
los misericordiosos? ¿Cuáles fueron?
-Saber si fueron los dioses de la maldad los que te arrancharon a Muya, o
si fueron los que nos protegen, es de poca importancia -contestó el sacerdote-.
Ellos son poderosos y nosotros no, ellos saben cosas que nosotros ignoramos.
Lo que hay que aprender es a sobrevivir a aquellos hechos, incluso sin saber
por qué suceden. Nunca sabremos el por qué, solo podremos saber para qué
suceden pero después de un tiempo.
-No entiendo por qué nos arrancan algo que nos pertenece tanto.
-Nada de este mundo nos pertenece, Uarmoc, nada, ni siquiera nuestro
cuerpo. Si nos perteneciera como tú dices, entonces Muya hubiera volado al
otro mundo con su propio cuerpo. Ella voló dejando su cuerpo vacío en esta
tierra. Estamos aquí para aprender, para encontrarnos.
-Mientras más tiempo paso en esta habitación y más cosas le pregunto a
usted, menos entiendo al mundo, y menos me entiendo a mí mismo -dije con
preocupación-. Trato de comprender lo que me dice y siento que tiene algo de
verdad, pero aún sigo sin entender por qué empiezo a odiar lo que antes tanto
adoré.
-La muerte de tu esposa fue como vaciar un pozo de agua que tú adorabas
y que alimentaba tu parcela y tu huerta. Una vez vacía, odias a aquella persona
que la vació y esa fue tu esposa. Tu odio por ella pasará. No te preocupes.
Toda verdad en este mundo tiene dos caras, y esas caras no pueden vivir la una
sin la otra, como el Dios de la Noche y el Dios del Día. Igual eres tú, igual soy
yo. Tu noche no puede vivir sin tu día y tu día no puede vivir sin tu noche,
como el amor no puede vivir sin el odio. Y si el amor es el día, entonces
cuando el día se va, la noche aparece, ¿no es así?
-Cuando oigo sus palabras me doy cuenta que comprendo poco.
-No intentes comprender, intenta vivirlo, solo así comprenderás.
-La vida no la entiendo. Es como una adivinanza, un misterio, un nudo.
-El mundo está hecho para vivirlo más que para comprenderlo -acotó el
sacerdote-. Esa adivinanza que es la vida se entiende viviéndola y se desanuda
completamente en la muerte. La vida siempre es un misterio. El que sólo trata
de entender este mundo es porque le teme y mientras más le teme menos lo
vive, y si no lo vives con los ojos bien abiertos, entonces lo vives en las
noches en tus pesadillas. Tú debes decidir, temer o vivir.
Caí de rodillas, sin palabras, en una mezcla de agradecimiento, de
humildad, de cólera, de admiración, e incluso de envidia. Las palabras del
sacerdote me dejaron una profunda huella. Creo que mi vida empezó a
cambiar con sus sabias y a veces incomprensibles palabras, palabras que solo
se volvieron más claras con el tiempo.
-Todo se te irá aclarando, Uarmoc, todo. Recuerda que para que un niño
salga y vea la luz en este mundo debe abandonar el tibio y tierno vientre de su
madre y al salir, debe abandonarse también a su suerte y ser audaz.
Y con esas palabras salió de la habitación. Sentí que me había dejado
frente a dos caminos. Uno conducía a la entrada de un valle, y el otro a la
entrada de un desierto. Era como si todos los eventos me hubieran conducido
hacia aquel lugar y tiempo, pero no era un viaje más entre los muchos viajes
comerciales de intercambio, sino que este era un intercambio entre los
dioses… y yo.
Cuando pensaba que en los cubículos no sucedía nada, salvo orar, meditar
y reflexionar, fue cuando me percaté que varias veces durante mi estadía creí
escuchar el rugir de una pantera, de un jaguar pero pensaba que era solo
producto de mis sueños. Una noche, semanas antes de entrar a consultar al
oráculo y cuando todos dormían, escuché otra vez el ronquido del animal y me
atreví a hurgar más allá de mi habitación. Vi con asombro que varios
sacerdotes y ayudantes con teas prendidas trataban de hacer entrar a un jaguar
a la bóveda donde estaba el dios de las dos caras. Desperté a un vecino y le
pregunté si lo que veía era real. Sí, era real, era una pantera negra algo
moteada. La pantera era llevada entre dos guardias con dos palos largos y con
sogas en sus extremos que se enroscaban alrededor de su cuello. El jaguar
estaba tranquilo, pero a veces le molestaba el tironear de los guardias y rugía
mientras daba uno que otro zarpazo. Me asusté, pero también me asombró la
gracia, la suavidad, la precisión y la perfección de su caminar, como si cada
paso estuviera perfecta y finamente calculado, como si fueran los pasos de un
auténtico dios.
-¿Acaso nos meterán un jaguar cuando estemos dentro y nos devorará? -
pregunté al vecino con gran angustia.
-No, yo he escuchado que solo le dan de comer algunas veces, pero nunca
lo meten cuando hay gente contestó con ansiedad.
-De todos modos necesito saberlo -dije.
Luego que introdujeron al jaguar en la cúpula me acerqué a los guardias y
sacerdotes. Ellos no se lo esperaban.
-Una vez que uno entra al oráculo, ¿sueltan al jaguar dentro? -pregunté con
angustia.
-¡No, no, de ninguna manera! -respondieron los sacerdotes con algunas
risas-. ¡Eso jamás! El jaguar es la mascota predilecta de Paccha-Ccámac, y es
en el templo en donde hacemos sacrificios de animales y luego sus cuerpos se
los entregamos a la pantera como alimento dentro del oráculo, pero solo
algunas veces.
-¿Le dan de comer carne humana?
-¡No, no, no, por supuesto que no! -respondieron otra vez con risas-. Es
carne de llama o de venado, o de algún zorro. No se preocupe, nadie nunca ha
sido expuesto al jaguar, solo animales sacrificados. Se lo aseguramos.
Solo después de algunas insistencias y de las palabras tranquilizadoras de
los sacerdotes y los guardias, mi vecino y yo pudimos regresar a dormir. El
sacerdote me visitó por cuarta vez.
-¿Por qué tuve que vivir lo que viví? -le pregunté-. ¿Por qué está hecho
todo de la manera que está hecho? ¿Por qué yo no fui alguien como todos los
demás? Tenemos cosas tan buenas y bellas como el mar, el cielo, las tierras
que vemos con nuestros ojos, el amor de quienes amamos, pero también
tenemos a la muerte. ¿Por qué?
-¿Tú crees que un jaguar se pregunta por qué él no fue un cóndor, o una
ardilla, o un venado o simplemente vive lo que tiene que vivir?
-Solo lo vive.
-Solo lo vive y lo vive bien. Y en cuanto a tu pregunta sobre la muerte…
todo muere, Uarmoc, todo muere, de la misma manera que lo que vive, vive.
No me preguntes por qué, solo sé que no hay nada que yo conozca en este
mundo que sea para siempre. Incluso la roca más dura cede ante el agua, el
viento y la lluvia para convertirse luego en arena, en polvo y finalmente en
nada. La vida y la muerte siempre van juntas, como el bifronte oráculo de
Ychsmay.
-Tus palabras me asustan.
-De todas las cosas que ves, lo que más te asusta es lo desconocido y el
mismo temor -agregó-. A pesar de que ya viviste lo que viviste y por tanto ya
no es desconocido para ti, insistes en pensar que lo es. Así son los corazones
de los hombres. Tú sabías que la muerte existía pero solo te lo preguntaste
seriamente cuando ella te visitó. Es lo inesperado y lo desconocido lo que nos
enseña a ser grandes y a aprender. Es el desconocer qué sucederá mañana lo
que hace que el puma aprenda a vivir. No nos gusta la oscuridad del futuro.
Solo se puede alumbrar esa oscuridad con la confianza de que, no importando
lo que suceda, lo que uno viva, siempre será para nuestro bien y nuestro
beneficio, aunque suframos. Hay que tener paciencia con los hombres y las
mujeres en este mundo, pero sobre todo hay que tener paciencia con uno
mismo,… y tener fe. Se aprende con paciencia y se aprende sabiendo esperar,
y mientras aprendes, creces. Tú vas a crecer y harás crecer a tu hijo. El espíritu
de su madre está ya en tu corazón, y ese espíritu te guiará para que le enseñes
el mundo. No temas. El aprender, como la sabiduría, es el hijo de lo
desconocido.
-Me siento igual que las aguas de un remolino porque lo que más quiero
ahora es olvidar, pero a la vez me duele olvidar y me duele recordar. ¿No es
cierto que estar curado es olvidar? El olvido es la cura a todo.
-Si olvidas, no aprendes, y si no aprendes repites los mismos errores. Hay
que saber olvidar, así como hay que saber recordar -dijo el sacerdote casi con
las mismas palabras que el kallawaya.
-¿No tiene algún brebaje hecho de alguna raíz para olvidar?
-Eso no es posible, Uarmoc y tú lo sabes. El olvido que tú pides es la
muerte, y ni siquiera en la muerte olvidarás. Ya no puedes olvidar, solo
aceptar. El día que aceptes todo esto, ese día habrás nacido nuevamente.
Cuando inicié el camino a mi renacimiento, muy escondido en mi corazón,
esperaba que todo saliera como yo lo había planeado, pero en ese camino nada
sucedió como lo había deseado. Las palabras del sacerdote me habían
desnudado. Yo no tenía respuesta alguna.
En otra visita, en una de las últimas, nuevamente pregunté:
-¿Por qué algunos de los peregrinos que han venido solo se les dan algunas
semanas o meses de ayuno, meditación y oración, y a mí todo un año? ¿Ellos
se curan más rápido que yo? ¿Son mejores que yo?
-Tu naturaleza está hecha para preguntar, como todos nosotros. Estamos
hechos para que la curiosidad sea satisfecha, y nunca dejaremos de preguntar
sino cuando todas las preguntas sean contestadas. Tú estás acá por un año por
la pregunta que hiciste, y porque tú lo pediste.
-¿Qué piden los demás?
-Algunos piden mejores cosechas, salud, bienestar para su familia, para su
comarca o para su nación. Otros piden una respuesta precisa del oráculo, y
cuando la tienen, regresan a su tierra. Hay quienes piden aceptar lo inevitable,
buscan aceptarlo, y adquirir algo más de sabiduría como tu amigo que perdió a
toda su familia en un derrumbe. En cambio tú pediste mucho. Tú pediste
eliminar el sufrimiento, y como eso no es posible, tienes que pasarte el tiempo
necesario para descubrir que no puedes desligarte de él, que el sufrimiento es
parte de ti, que a donde tú vayas él irá contigo; a veces dormido, a veces
despierto, pero siempre irá. Es la sombra de cada uno. Nació contigo y morirá
contigo.
Los recuerdos y la memoria son devorados por el hambriento e implacable
animal del tiempo. Poco a poco me daba cuenta que todo se iba aquietando,
como el mar que de cerca se ve turbulento e intranquilo, pero de lejos se ve
calmo como un inmenso espejo azulino. Todo llega a su final con el silencio y
la calma que, como el agua, empezaron a llenar y ocupar todos los rincones de
mis recuerdos. Ese mismo silencio que antes detestaba y del cual huía, ese
mismo silencio era el que en aquellos momentos empezaba a buscar más.
Mi sufrimiento empezó a desvanecerse, a diluirse como cuando un puñado
de colores intensos se diluye en un lago transparente hasta transformarse en el
mismo lago. Si al principio todo me pareció un grito, ese grito se convirtió con
el tiempo en una voz, y finalmente la voz se transformó en un suave susurro.
En los meses siguientes un sosiego que parecía provenir del mar entró en
mi corazón y empezó a calmarlo. Dejó de interesarme lo que me rodeaba, me
era indiferente saber en qué mes estaba, tampoco prestaba atención qué fiestas
u ofrendas se debían hacer a los dioses. Incluso ya no me importaba si llegaría
a consultarle al mismo oráculo. Solo deseaba contemplar, sentir la paz que
había logrado luego de tan larga espera y prolongada soledad. Había aprendido
a consolarme y a vivir solo. Nada parecía apenarme o darme felicidad. A
cambio de ello sentía un permanente estado de calma y regocijo que nunca
llegué a comprender. Todo había desaparecido y solo quedaba una presencia
constante en mi corazón, como si un dios se hubiera convertido en viento y
hubiera entrado en mi pecho y desde allí irradiaba un tibio calor. ¿De dónde
provenía ese deleite, esa satisfacción, esa complacencia, esa ligera alegría y
felicidad que no tenía recuerdo, razón, ni motivo? ¿Sería acaso porque todo
estaba en calma y en su sitio? ¿Vino de algún lugar o estaba dentro de mí? Ya
no importaba su origen, lo importante era que sentía bienestar.

CAPÍTULO 9
EL OCÉANO DE LA VERDAD

Una mañana apareció el sacerdote y me anunció que en tres días entraría a


consultar al oráculo y que debía prepararme para ello.
-¿Acaso no lo he estado haciendo durante todo este año?
-Esas son las palabras correctas -dijo con satisfacción mientras sonreía-,
esas son las palabras que me dicen que tú estás listo para entrar al último
escalón y ver al oráculo. Por tres días estarás tomando solo agua y algo de
fruta, y nada más.
Así fue. En la mañana del tercer día el sacerdote se acercó a mi habitación
sosteniendo una vasija en la mano. Pensé que era el agua que diariamente me
traían, pero esa vez la traían en una valva roja, en un sagrado míschiu. Dentro
había un líquido algo lechoso y verduzco.
-Bebe esto, pero tienes que beberlo tapándote un hoyuelo de la nariz, y
luego el otro -me ordenó.
El líquido era espeso y amargo haciéndome recordar el olor de las raíces y
el tabaco que yo mismo había traído para los sacerdotes.
-Cuando ingreses verás en el interior un ídolo con dos caras -dijo el
sacerdote cuando terminé de beber.
-Itsítse sákesiek alec apútpetot -traduje esa misma frase al muchik pero en
voz alta.
-Verás al dios de dos caras y te fijarás en sus ojos. Ellos te dirán lo que
quieres saber, porque sus ojos todo lo ven. Regresaré por ti dentro de poco.
Prepárate.
Luego de un rato el sacerdote regresó con una ayudante para conducirme a
la cúpula. Me sentía algo extraño, pero sabía que era debido al brebaje. Tenía
que confiar. Subimos por una angosta escalinata hasta una entrada que era
seguida de otras entradas. Había muros que parecían no conducir a lugar
alguno y daban vueltas como las formas de un caracol. Llegué a un pequeño
patio frente a la brillante y dorada bóveda.
Sus paredes estaban forradas con láminas de oro, y el techo tenía troncos a
modo de vigas las cuales sostenían planchas doradas con un hermosísimo
entretejido repujado, y que en ese momento había empezado a brillar con los
primeros rayos del Sol que asomaban desde el oriente, desde el xllang chich.
Delante del templete había una ramada hecha de oro que asemejaban esteras y
estaba sostenida por postes forrados también con láminas del mismo metal y
de plata muy labrados.
En el centro de la cúpula, a la altura del piso vi nuevamente la pequeña
puerta, resguardada por dos guardias y por donde se puede entrar solo
agachando mucho el cuerpo, casi encogiéndolo. Pude apreciar sus detalles.
Estaba hecha de algodón de un blanco impecable y profusamente ornamentada
con plumas de colores, muchas valvas rojas, cristales, turquesas y con el
ccómer umiña que son piedras preciosas que dan destellos cada vez más
extraordinarios.
Cuando estuvimos frente a la puerta el sacerdote empezó a orar. Al
finalizar la oración cada uno de los guardias tomó un caracol grande y las
hicieron sonar con una nota grave y muy larga. Era para despertar al dios y
anunciarle una nueva consulta. Entonces, ambos guardias abrieron la puertilla
con gran respeto y reverencia. Para mi sorpresa, el reverso de la puerta
presentaba dibujos de peces, pulpos, hipocampos, gaviotas, palomas, loros y
murciélagos que son las aves de la noche. En el centro de la puertilla colgaba
un caracol marino muy grande y hermoso. Dentro de la cúpula no se veía
nada, salvo oscuridad.
-Recuerda Uarmoc, entrarás y esperarás a que el dios te de la respuesta. Tú
ya has preguntado y has hecho tu pedido. Sólo tienes que esperar. Entra con la
cabeza gacha y salúdalo con gran devoción. Ora. Luego, cerca del ídolo pon
sobre el piso esta lámina como ofrenda.
El sacerdote me entregó una lámina de oro con dibujos repujados y en
color rojo bermellón. Me ordenó que entrara. A mí me latía muy fuerte el
corazón. Dudaba por el temor y la ansiedad luego de tantos meses de espera.
-Entra -insistió el sacerdote.
Como yo no lo hacía, entre el sacerdote y su ayudante tuvieron que
tomarme de cada brazo para hacerme cruzar el umbral de espaldas, como era
la costumbre. Solo así ingresé en su interior. Una vez dentro los guardias
cerraron la entrada. No veía nada.
Me encontré con lo inmortal, con lo divino. Tuve que esperar un poco
hasta que mi vista se acostumbrara a la oscuridad y pudiera ver. Me quedé
quieto y así fue que vi dos lámparas que ardían hechas en vasijas de oro. El
humo era de un olor raro y penetrante. En el centro del cuarto había una
plataforma de poca altura pintada de rojo que servía como pedestal. Sobre la
plataforma pintada de rojo estaba enclavado un gran madero tallado
asemejando dos seres humanos pegados por la espalda. Sobre él descansaba el
verdadero ídolo que era de mayor estatura y mucho más grueso que las figuras
talladas que había visto en la ciudadela. Era el dios de las dos cabezas, una de
las caras miraba hacia el oriente y el otro hacia el occidente. Cada una de las
luces iluminaba cada faz. Todo era oscuro y olía muy mal, como a podrido. Al
principio tuve náuseas, pero pronto me acostumbré y la sensación desapareció.
Poco a poco mis ojos se acostumbraron más a la oscuridad y así pude ver
mejor. Saludé con gran devoción al ídolo, oré y dejé sobre la tierra la ofrenda.
Para saciar mi curiosidad me acerqué a una de las dos figuras para verla
con detenimiento. Era tallada en madera y más grande que yo. Sobre su cabeza
se erguían grandes plumas de muchos colores que caían a los costados y por
debajo de sus hombros. Las plumas estaban sostenidas sobre una gran borla
con muchos diseños de colores azul, rojo, amarillo y negro. Sus ojos, muy
abiertos, eran quizá lo más impresionante después del hermoso y magnífico
penacho. Estaban hechos de un blanco perlado brillante que hacía recordar a la
parte interior de las perladas valvas rojas, a los míschiu y a las conchas
marinas. En el centro, el blanco que fungía de ojos, unos puntos negros me
miraban con persistencia. La piel del ídolo era de color dorado. Su nariz era
grande y curvada como la de cualquier hombre maduro. Su boca estaba medio
abierta mostrando sus blancos dientes como diciendo eternamente algo muy
importante. Sus orejeras eran hechas de oro y plata, y del cuello colgaba un
gran collar que sostenía una lámina de color rojizo con figuras que no entendí.
De sus hombros pendían largos adornos dorados con piedras preciosas. Su
ropaje era grandioso. Del grueso cinturón con figuras geométricas se sujetaban
robustas mazorcas de maíz hechas también del más preciado metal. En su
cuerpo había tallas de figuras de animales y plantas. Todo él estaba hecho del
color del Sol al atardecer. La oscuridad no me dejó ver más detalles. Ese era el
Dios del Cielo, y por tanto era el día y la noche. Una cara era el Dios de la
Luz, y la otra el de la Noche.
Desistí de ver la otra efigie y me senté cerca de la puerta por donde se
filtraba una tenue luz del exterior,… y esperé. No pasó mucho tiempo cuando
de pronto escuché una voz que no parecía humana. Esa voz estaba hecha como
si muchas láminas de cobre se restregaran unas contra las otras con mucha
fuerza, de manera ensordecedora. El dios me empezó a gritar:
-¡¡Arrodíllate, estás frente al oráculo, al Dios de las Conmociones!!
Me asusté tanto que quedé paralizado. Nuevamente la voz chillona me
habló:
-¡Has estado expuesto al tiempo y a la soledad durante un año!, ¿no es
cierto?
Seguí mudo de sorpresa y asombro. Y la voz, otra vez gritó:
-¡¿No me escuchas acaso?! ¡Si tienes lengua para hablar, contesta!
-¡Si, si, si! -respondí casi con pavor mientras me arrodillaba y levantaba
mis brazos implorando misericordia-. He estado expuesto al tiempo y a la
soledad. ¿Qué quieres de mí?
-¡El tiempo es un engaño, un juego de manos que puede hacer cualquier
mago o hechicero! ¡Es una gran ilusión en donde las figuras y las cosas
parecen ir y venir en este mundo! ¡¿Has visto alguna vez cómo los magos
crean ilusiones?!
-Si, si, los he visto -contesté trémulo.
-¡Eso fue lo que viviste durante todo este tiempo aquí! ¡Si te hubieras
quedado otro año más, sabrías que no solo el tiempo es un engaño, sino todo
lo demás! ¡Pero para ti esto es suficiente para conocer la respuesta a tus
preguntas! ¡El momento en el que ha de llegar la experiencia que pone fin a
todas tus dudas ya se ha fijado! ¡Y ese momento… es ahora!
Después de pronunciadas esas palabras una luz surgió desde el centro de la
oscuridad, de la nada. Vi la luz más brillante que jamás había visto, vi la luz
más pura, más pura incluso que la del mismo Sol en el cenit. Esa luz no
enceguecía ni quemaba, y mientras veía esa luz que todo lo inundaba, un dulce
e intenso calor empezó a emerger desde el centro de mi pecho y se esparció
por todo mi cuerpo hasta llegar a la piel. Pero no era el calor del fuego, sino
uno que no tenía nombre. Era como si el Sol estuviera dentro de mí. Nunca
había sentido nada igual. De pronto escuché otra voz, pero esta vez era suave,
profunda y clara.
-Tu viaje y tu encuentro es inevitable, Uarmoc. Para eso viniste y harás lo
que viniste a hacer.
Luego de esas palabras caí de espaldas y apareció en mi mente un remolino
de recuerdos. Vi todos los colores, vi figuras y formas que había visto en
sueños, figuras en rocas vistas durante mis viajes, vi las figuras gigantes e
iluminadas para el dios Kon, me vi a mí mismo con la primera mujer con
quien me había desnudado, vi olas gigantes, vi a Muya corriendo en la playa,
la vi escondiéndose en el bosque de algarrobos mientras reía y me provocaba a
que la persiguiera, vi dioses sentados mirándome, vi un amanecer azul, un río
amarillo, y otro rojo… Y de pronto nuevamente aquella voz.
-El mundo que ves es como un océano lleno de dureza, es indiferente e
imperturbable, no parece tener clemencia ni compasión. Él nunca está en paz,
y siempre está listo para la venganza y el odio. Da únicamente para más tarde
apoderarse de ello, y roba todo aquello que por un tiempo uno creyó amar. En
él no se puede hallar el amor perpetuo porque en sus aguas no descansa el
amor. En este mundo impera el reino del tiempo donde todo llega a su fin.
Vi a un perro escarbando desesperado la tierra en busca de un hueso
enterrado días antes sin poderlo encontrar. En medio de los remolinos de
recuerdos me vi a mi mismo de niño con lágrimas buscando mis juguetes,
buscando mi xllumbec, mi muñeco color pardo porque lo había perdido, me vi
buscando a mi madre porque creí estar extraviado entre la multitud de Xian-
Xian en una de sus grandes procesiones. Recordé mi deseo de desenterrar a
Muya, de pedirle que no muera, que no me deje solo. Trataba de convencerla
que no subiera a la balsa en donde los lobos de mar la llevarían a las islas
guaneras para luego, desde allí ser conducida al inframundo. Trataba de
convencerla y convencer a los lobos marinos de que todo era una
equivocación, que todo era falso. Cuando aún no había terminado de ver esas
figuras y los recuerdos, escuché otra frase más.
-La verdad que buscas no usa la fuerza, tampoco apela al tiránico dominio.
No te exige ni te reclama obediencia ni sometimiento alguno porque la verdad
que buscas sólo desea ofrecerte fortuna y tranquilidad. Ese es su único fin. Tú
escarbas en este mundo como un animal desesperado. Abandona, renuncia a
esa inútil búsqueda. La serenidad del alma no se puede hallar en las tinieblas
ni en la agonía, y menos en la muerte.
Frente a mí vi un camino de arena en medio de una oscuridad parecida a la
de la noche. De pronto ese camino se encontraba sobre el mar y tenía que
cruzarlo sin saber si al poner el pie me hundiría, pero tampoco sabía a dónde
se dirigía. El camino de arena se transformó en la gran serpiente llena de
incrustaciones de piedras preciosas que atraviesa el cielo de la noche, y ese era
el camino que sentía que debía recorrer sin dudar, pero no entendía por qué, ni
para qué.
-Tu destino está solo en tus ojos, está frente a ellos y es cuestión de fe.
¡Míralo!
Vi el mar, vi las olas reventando espumosas y estrellándose sobre negras
rocas sin ruido alguno. Vi las fumarolas de un volcán nevado, vi enormes
bandadas de aves cubriendo el cielo, vi cóndores de cuello blanco, vi panteras,
vi a Wa-Kon mirándome curioso, vi muchedumbres caminando en todos los
caminos, vi guerreros y vi guerra.
-El que teme a la incertidumbre, a lo inexplorado, a lo desconocido,
terminará espantándose de su propia voz y de su propia sombra.
En medio de ese caos de colores y recuerdos rápidos, escuché músicas y
cantos que se confundían entre sí, y mientras los escuchaba sentí que había un
destino marcado para mí, que la tranquilidad y la paz era el fin de todo y que
esa era mi verdad. Pero esa paz aún no llegaba, o acaso era yo quien no
llegaba a esa paz. Empecé a sentir un miedo que no tenía razón alguna; era un
miedo a todo y a nada, un miedo que no tenía palabras, un miedo a la
incertidumbre y a lo desconocido.
-La verdad es como la línea del horizonte. Mientras más caminas hacia
ella, más se aleja.
Me vi caminando, casi corriendo hacia el borde del mundo con ansiedad, y
luego volando raudo hacia el horizonte encima del mar para atrapar al Sol que
se escondía.
-El miedo enceguece a los hombres. A veces no puedes ver aquello que
temes ver, y otras veces solo ves aquello que temes. Este mundo está lleno de
misterios interminables, porque el misterio es su destino. Recuerda bien que el
miedo es como una sombra, como un eclipse que cubre el Sol y lo convierte
todo en tinieblas. El miedo es un torbellino que te hunde en la confusión, y en
esa oscuridad y confusión todo lo que se ve termina siendo hijo de tu
imaginación. El miedo es poderoso y fértil porque él ha procreado todo lo que
crees ver, y lo que crees ver es que hay muchas cosas en el mundo y que todas
están separadas, solas, aisladas; ves que cada cosa es distinta a la otra. Tú, hijo
de la ignorancia,… te mientes a ti mismo porque ninguna de esas cosas existe.
El enemigo de lo divino, el enemigo de lo inmortal las inventó. Del vientre de
lo inconmensurable nacieron todas las cosas y a él todas las cosas retornarán.
Olvidar eso, es olvidarse a sí mismo.
Dejé de sentir miedo pero a la vez sentí un extraño vacío, como si todo se
hubiera desvanecido, incluso yo mismo. En un momento sentí pánico. Me vi a
mí mismo caminando como en una gran nube blanca y no existía nada más
que la nube y yo.
-Tú buscas como todos buscan en este mundo. Comienza tu búsqueda de
ese otro mundo, pero empieza en este; y comienza también tu búsqueda de
este mundo desde el otro, pidiendo que se te conceda una fortaleza y una
valentía superior a la tuya, y pidiendo saber qué es lo que persigues. No desees
más ilusiones.
Todo se volvió simple y claro. ¿Dónde había estado toda mi vida? ¿Por qué
no había pensado antes en buscar ese camino, ese otro mundo? Si la verdad de
los dioses es tan grande y tan hermosa, ¿por qué no se la muestran a todos de
la manera en que se me había mostrado? Ese mundo era muy poderoso y en un
instante entendí por qué los sacerdotes se dedican a perseguirla en este, y por
qué insisten tanto en sus prédicas que conozcamos y respetemos el mundo que
nos rodea, porque ese es también el jardín de los dioses que nos protegen y
que nunca debemos dejar de adorar y de buscar.
-Alégrate de que tengas que buscar y alégrate de que tengas que aprender
que lo que buscas es lo sagrado que todo lo puede, y de que no puedes sino
alcanzar la meta que realmente deseas. Hallarás lo que pides, y cualquier otra
cosa que busques que no sea eso, desaparecerá. Alcanzarás la meta que
anhelas. Lo que el Dios de las Conmociones dispone está aquí, ahora mismo,
sin pasado y completamente sin futuro. Nadie que se proponga con pasión
alcanzar la verdad y su destino, puede fracasar. Pero la verdad no es algo que
tú aprendes, sino algo que has de reconocer. La verdad siempre está en ti, a tu
alcance. Siempre lo estuvo.
Recordé un paseo que hice con Muya, con mis padres y mis hermanos. Y
recordé todo lo que hicimos. Vi la sombra bajo los árboles en donde
estuvimos, vi el mismo río en donde nos bañamos y las mismas piedras que
tocamos; pero esa vez, en esa visión pude apreciar la finura con que estaban
hechas todas las cosas, cada piedra, cada planta, cada fibra de su ropa, cada
rasgo y cada detalle de las caras de quien amaba. Recordé cada palabra que
dijeron y qué dijo ella. Pude escuchar sus voces con la misma claridad como
cuando se habla lento y muy claro al oído. Pude recordar todo lo que sentí en
cada momento, y nada me asombraba. A todo le tenía cariño, como si deseara
tocarlo con los dedos, como si lo hubiera vivido por segunda vez.
-Lo que ves es el espejo de lo que piensas. Y lo que piensas no es sino un
espejo de lo que quieres ver. No puedes sino ansiar ver aquello que aprecias.
Nadie puede ver un mundo sino cuando ya se le ha dado importancia, cuando
se le ha dado amor. Nadie puede dejar de ver lo que cree anhelar y ambicionar.
Luego de esa última frase dejé de ver cosas o recordar hechos, y solo
estuve escuchando las últimas palabras que aquella voz me decía.
-Serás lo que crees que te dará seguridad y certeza. Sea lo que sea, creerás
que ello es lo que tú eres. El amor será tu seguridad y tu certidumbre, y
mientras el amor sea la roca contra el cual las olas se rompan, el miedo, la
duda y la turbación no existirán. Uno es lo que ama. Nunca subestimes el
poder de la furia.
Me vi a mí mismo frente al mar mirando desde lo alto de un largo
acantilado, en paz, cuidado por gente que me rodeaba y amaba.
-Muéstrale a tu hijo el mundo a través de tus ojos y de tu boca, camina a su
lado el tiempo que necesite, porque tú eres también como tu propio hijo, tú
mismo eres como un hijo para ti mismo.
Me vi al lado de mi hijo, vi a mi padre y me vi a mí mismo caminando
junto con otros mercaderes en caravanas de llamas en hermosos días soleados.
-Naciste solo y sólo morirás, como todos. En el fondo de tu corazón sabes
que estás solo, y a pesar de los abrazos, de las caricias y consuelos, solamente
tú eres capaz de consolarte porque nadie más puede entrar a tu corazón para
hacerlo. Aprende a vivir en esta vida con la soledad, porque ella es como tu
sombra. Aprende a amarla, porque desde ella amarás a los demás. No le temas
porque la soledad eres tú mismo.
**
No sé cuánto tiempo estuve dentro del oráculo. Los soldados tuvieron que
haber entrado a la bóveda para sacarme de allí, porque solo recuerdo que
cuando abrí los ojos estaba en mi cama arropado con mantas. Al parecer había
dormido por largo tiempo puesto que ya era el tiempo de la puesta del Sol, del
cul xllang. A mi lado tenía comida y una pequeña jarra de cutzhio. Al lado del
alimento hallé una estatuilla de madera del dios de las dos caras. Era un
obsequio de los sacerdotes, un recuerdo de mi estadía allí, pero también
significaba que tenía que dejar el cubículo al día siguiente. Mi viaje había
terminado porque había encontrado lo que buscaba. También tenía una
pequeña tela de algodón a mi lado que servía para limpiarme el moco que salía
de mi nariz. Ya me habían advertido que después de ingerir el brebaje, mi
nariz destilaría mucho. Comí con hambre y con gran satisfacción mientras me
percataba que estaba algo cansado pero sintiéndome a la vez muy aligerado.
Decidí seguir durmiendo hasta la salida del Sol. Recordar que había estado
dentro de la bóveda con el Dios de las Conmociones fue como recordar un
intenso sueño y no algo real que me había sucedió.
A la mañana siguiente el ayudante que siempre me acompañaba a tomar
mis baños en el río Luren entró a mi habitación y finalmente me habló en esa
ocasión luego de todos esos meses de silencio. No podía creerlo porque ya me
había acostumbrado a su muda pero atenta y servicial presencia. Me dijo que
se sentía contento por mí porque ya había terminado mi viaje y había
alcanzado lo que quería.
-Tiene otro semblante, tiene otra expresión en la cara, con paz y con más
sabiduría -dijo sonriendo.
-No sé si tengo esa expresión, pero me siento bien, como nunca.
-Será trasladado a una de las habitaciones del Pabellón de los Peregrinos
antes de retornar a su tierra -dijo entre otras cosas, además de desearme buena
fortuna y la bendición de los dioses antes de despedirnos. También me advirtió
que me visitaría el sacerdote brevemente.
El sacerdote me visitó complacido y después de algunas hermosas palabras
que nos dijimos, me recomendó que estuviera un par de días en el pabellón
caminando y recuperando la fortaleza, sobre todo en las piernas antes de partir
hacia el valle de Límac. En el Pabellón de los Peregrinos me ubicaron al lado
este en donde había poca gente, de modo que podía recuperarme y
acostumbrarme otra vez a la multitud y al bullicio. Durante esos pocos días
antes de retornar a Xian-Xian me sentía siempre como flotando en el aire
suavemente, despreocupado de las cosas, en paz y con el deseo de que siempre
me sintiera así. A pesar de estar entre la gente, sentía que aún estaba viviendo
cerca de la cúpula, cerca del Dios de los Temblores, del Dios del Día y de la
Noche.
Durante aquellos últimos días en el pabellón, conversé con el joven
kallawaya que había estado en los escalones y luego en uno de los cubículos
hasta llegar a su consulta con el oráculo. Era parte de su formación espiritual y
religiosa como sacerdote y curador itinerante. El novicio se dirigía al valle
próximo al norte de Ychsmay, pero luego se desviaría hacia el este, camino
hacia la sierra, a Chosecc, nombre que significa “Lugar donde habitan
numerosas lechuzas” y en donde está el adoratorio de Mámac, una de las
esposas del dios Paccha-Ccámac.
Decidimos acompañarnos durante el camino hacia el valle. Llevamos una
llama de carga, cada uno con comida y bebida. Al cruzar de salida y ver por
última vez las coloridas murallas del santuario, sentí pena, nostalgia, y sentiría
más nostalgia luego porque sabía que aquella experiencia no se repetiría jamás
en mi vida. Creo que en algún momento pensé que podría convertirme en
sacerdote, solo para mantener en mi alma esa cálida paz que me envolvía y
que me había arropado todo ese tiempo y que no quería que se alejara de mí.
Pero todo tiene su final.
Con el joven novicio decidimos caminar cerca de la orilla para alejarnos de
la gente. Tomar el camino oficial hubiera sido cruzarnos con muchos
peregrinos, mercaderes y viajantes. En esos momentos solo queríamos estar a
solas, en paz, contemplando todo a nuestro alrededor. Toda esa larga playa que
recorrimos, esa ruta que va desde el oráculo hasta Atocongo en el valle de
Límac, se llama Cuncham, y está poblada de humedales, de albuferas, de
juncales y totorales. Sobre sus aguas hay innumerables patos, garzas, gaviotas
y otras aves desconocidas que revolotean o descansan antes de seguir su
migrante vuelo al norte o al sur. En aquellas lagunillas hay muchos pescadores
que usan redes para atrapar lisas. Hay que bordear constantemente las
albuferas y las ciénagas para avanzar. Nos producía gran placer ver toda
aquella vida libre y plena, con sus gritos y chillidos, con sus vuelos y
aterrizajes, con sus peleas y cortejos. No lo cambiábamos por nada. En el
camino hacia el valle de Límac conversamos sobre nuestras vivencias en el
santuario con cierto detalle.
-El vivir en aislamiento es parte de mi formación como sacerdote -explicó
el joven novicio-. Pero esta vez la intensidad y las visiones que tuve en el
oráculo fueron mucho más poderosas e intensas. Cada experiencia de esas es
divina, es distinta y varía de persona a persona. Esta vez ha sido la más larga
de todas, la más profunda y poderosa. La mayoría de la gente escucha voces,
pero ese no es mi caso. Yo sentí y entendí lo que Paccha-Ccámac me decía,
pero no escuché su voz. Lo mío fue un mensaje directo al corazón. Pero
siempre escucho algo de música en esas ocasiones. No sé por qué.
Le narré lo que había vivido durante la mayor parte de aquel año en
soledad, en especial la entrada a la bóveda. Le narré también las frases que
más recordaba del dios Paccha-Ccámac.
-La imagen y los recuerdos de mi esposa ya no agitan más mi alma. La
recuerdo sin desesperación, sin ansiedad. Por el contrario, ahora la llevo
dentro de mí como algo dulce y tierno, y sabiendo que me dio mucho en vida.
-Ahora ella es parte de ti -me dijo-. La vida es extraña a veces, así como
beneficiosa.
-Aún ahora sigue siendo difícil para mí entender las frases, advertencias y
consejos que me dio el oráculo. Me parecen muy oscuros.
-Lograrás entenderlos con el tiempo -dijo-, no te preocupes, ten paciencia.
-La paciencia es algo que ya aprendí muy bien -repliqué-, y en realidad es
una maravilla saber esperar sin angustias, con la tranquilidad de que todo
saldrá bien, no importando lo que pueda suceder en el camino.
-Así es -dijo el joven kallawaya-, la persona que ha sido curada de males
del espíritu, como tú, aprende a escuchar las suaves voces de los dioses que
dicen qué hacer o no hacer para vivir en paz, y por tanto no hace muchos
planes para el futuro. Aquel que camina de esa forma, camina seguro y
tranquilo, sin encontrar muchos obstáculos. Pero si hay aparentes obstáculos
en el sendero en donde uno transita, si hay llantos y sufrimientos, si hay
derrotas, todo eso es parte de la misteriosa voluntad de los dioses y de nuestros
guardianes que nos cuidan desde el mundo invisible.
-Una de las cosas que he comprendido es que este mundo está lleno de
dioses que nos hablan siempre, pero a su manera. Usualmente no lo hacen con
palabras, sino preparando el camino por el cual transitaremos. Yo tuve una
doble suerte porque los dioses prepararon el camino sobre el cual mis
sandalias pisarían, pero también me hablaron con palabras a veces imposibles.
-Parece que ya no estás enojado con los dioses -dijo el novicio.
-Descubrí que no lo estoy, y no logro entender por qué. Sólo sucedió.
Ahora recuerdo que el Sabio del Valle me había dicho que luego de haber
sufrido intensamente en algún momento de su vida, y haber superado aquel
sufrimiento, se dio cuenta que a partir de aquella experiencia reía con mayor
goce, disfrutaba con mayor plenitud, con más profundidad e intensidad. Al
igual que con el dolor, todo era más intenso. Eso mismo me está sucediendo.
-Muchas veces creemos -dijo el novicio-, que una amenaza se cierne sobre
nosotros, como cuando las ballenas se dirigían contra tu balsa, pero nada te
sucedió en verdad. Como esa ballena, así son algunas de nuestras emociones,
como la tristeza y la pena que brotan en nosotros sin llamarlas y creemos que
nos van a hundir, que nos van a ahogar, pero no… Así como la ballena llegó
hasta el borde mismo de la balsa, no para hundirla sino para conocerla y para
que nosotros las conozcamos a ella, así sucede con aquellas emociones. Con
ellas hay que tener la misma actitud que tuvieron los navegantes en tu viaje.
No hay que temerles, no hay que huir de ellas porque esas emociones están en
nosotros, esas emociones somos nosotros mismos. Tú eres el navegante, tú
eres el mar, tú la balsa y tú también la ballena.
Lo que dijo el novicio kallawaya me dejó perplejo, absorto. A pesar de que
estaba rodeado de todo lo que me rodeaba, sentí como si nada existiera a mi
alrededor, como si el tiempo se hubiera detenido, como si de alguna manera yo
hubiera regresado al mismo oráculo y escuchara otra vez la dulce, profunda y
sabia voz de Paccha-Ccámac, el divino misterio de los todos los temblores.
Sentí como si mi corazón dejara de palpitar y en ese momento todo se acalló,
todo enmudeció y se detuvo. Reconocí la extraña y serena felicidad de ver por
primera vez con los ojos de adentro un hermoso reino que en verdad es el
mismo reino que siempre habían visto los ojos del cuerpo. Todo parecía ser
maravilloso al descubrir que yo era el mar, la balsa y la ballena. Mi alma se
llenó de paz y todo adquirió sentido. Todo se aclaró.
Llegamos a las faldas del gran morro bermejo como si fuera su perpetuo
guardián y que yace al sur del valle de Límac. Pudimos haberlo bordeado y
proseguir cada uno su camino, pero decidimos subirlo para apreciar desde lo
alto la belleza del paisaje. Ya arriba disfrutamos de la maravillosa vista del
valle en toda su extensión y hermosura por largo tiempo. Es el valle más
grande, el más verde y el más plagado de tupidos árboles de toda la costa que
yo conozco. Es como una inconmensurable rampa que termina en el mar, llena
de distintos colores, surcados por caminos y canales de agua, y adornado con
muchas pirámides y templos coloridos salpicados aquí y allá.
Justo debajo de nosotros, en las faldas del morro, está Irmatambo, un
hermoso edificio de color amarillo intenso, y lugar en donde están los señores
y jerarcas del señorío más grande del valle, el señorío de Sulco.
-Tienes que ir al lugar que me dijiste, ¿a Chosica?
-Su nombre es Chosecc. Allí está el santuario de Mámac, y allí tengo que
estar un tiempo para continuar mi formación.
-¿No te cansas de andar y andar sin regresar a tu tierra, sin ver a tus padres
y a aquellos que amas? Es andar como un ave, siempre migrando.
-Si para las aves migrar fuera una penuria, entonces no lo harían. Para
muchos de nosotros, los kallawayas, la vida es migrar como las aves, ser como
nómadas que recogen sabiduría de todos los lugares para curar y entregarla a
quienes la necesiten. La vida es un gran viaje que nos lleva siempre al mismo
lugar.
Nos despedimos cariñosamente y nos separamos deseándonos
sinceramente lo mejor. Mientras él se dirigía al este bajando por el morro, yo
decidí quedarme un poco más antes de encaminarme hacia el pequeño puerto
de Piti-Piti, al norte. Solo, sobre la cima, me di cuenta que desde la muerte de
Muya, sin saberlo, había iniciado mi propia peregrinación, mi propio viaje a lo
insospechado, y lo insospechado era yo mismo. Todos mis recuerdos, todas
mis alegrías y mis sufrimientos me habían convertido en el que era en aquel
momento, en el que soy ahora y seré después. Pero fue el oráculo quien
transformó todo ello, fue él quien, como un espejo, hizo que me vea por
primera vez y que me aceptara como soy. No me arrepiento de lo que hice,
pero de lo que estoy aún más seguro es que nunca me hubiera perdonado no
haberlo hecho.
La vida y los dioses pueden ser tan despiadados como generosos, y por eso
sigo sin entenderlos. Viendo cómo son, viendo cómo nos tratan a veces, me
pregunto si somos nosotros quienes los imitamos a ellos y por eso nos
comportamos como nos comportamos, o por el contrario son ellos los que nos
colocan un espejo ante nuestros ojos para que nos veamos plenamente,
desgarradoramente, para que así reconozcamos los despiadados e implacables
que solemos ser con nuestro prójimo. Si eso es así, si nuestras vidas son eso y
si los dioses sólo se dedican a reflejar nuestras acciones, entonces habría que
pensar que esa es la razón por la que simulan ser nosotros. Ellos nos imitan.
¿Cuál es el origen del sufrimiento? Nunca lo sabré. Tampoco sabré cómo
detenerlo porque no tengo el poder para hacerlo. Pero lo que sí aprendí en mi
largo camino en el oráculo de Ychsmay, es cómo mirarla a los ojos, cómo
vivirla, y cómo evitar que me subyugue. De alguna manera todos tenemos algo
de brujos, algo de magos.
El sufrimiento te hace poner de rodillas, incluso al más poderoso lo vuelve
pequeñísimo, ínfimo, despreciable, tanto que lo puede hacer desaparecer. Si
uno se abandona en sus brazos, te mata. Pero sentirlo mirándolo a los ojos
dignamente, aceptándolo como lo inevitable e inextirpable, entonces eso te
abre el corazón. Aceptar lo inevitable, incluso amarlo, es uno de los secretos
para amarse a uno mismo y amar a los demás. Aquello te hace más grande y
más fuerte. Esa es nuestra naturaleza, vivir entre la debilidad y la fortaleza,
entre la cobardía y la valentía. Siempre podemos encarar lo inevitable porque
es parte nuestra, y nosotros de ella.
Nadie que haya estado en un lugar por un largo tiempo y en donde haya
vivido una experiencia tan intensa y profunda como la que viví, puede olvidar
aquel lugar y aquellos momentos. Todos nos vinculamos a lugares, a personas,
a eventos, y en nuestra memoria nos emparentamos con ellos y desprendernos
puede resultar doloroso. Sentiremos añoranza por aquellos días en donde
vivimos lo que vivimos, no importando a veces si fueron fabulosos o no. En
aquellos lugares y con aquellas personas aprendimos, y olvidarnos es
traicionarnos a nosotros mismos. Por eso, al voltear la cabeza por última vez
para ver el oráculo, vi con cariño cómo dejaba atrás el colorido santuario más
prestigiado de todos, con su misterioso remolino de negras aves que
revolotean encima de él durante todo el día, como si fuera un tocado viviente.
Le agradecí con sinceridad, como el hombre sediento del desierto agradece un
poco de agua. Siempre dejamos algo a donde vamos, y siempre algo nos
llevamos de todos los lugares en donde hemos estado. Yo me llevé la pequeña
figura de madera del Dios de las Conmociones, pero me llevé mucho más en
mi corazón. Atrás dejé la tormenta de mi alma, sus lluvias, sus rayos y sus
truenos que alguna vez me atormentaron. Todo llega a su fin en el reino del
tiempo. Con nostalgia o sin ella, debía aceptarlo, pero sobre todo agradecerlo
por los beneficios que siempre trae a nuestras vidas.

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