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El tratamiento de familias con


abusadores adolescentes
H. C h a r l e s F is h m a n
M. D u n c a n S t a n t o n
b e r n ic e L. r o s m a n

Los Capítulos ¡ y 6 enfatizan la importancia de los ciclos vitales familiares en el abuso


de drogas. Como las familias de adolescentes se encuentran en un punto del ciclo vital
distinto del de las familias de adictos adultos, se requieren otras estrategias de trata­
miento. En las páginas siguientes,se indican las similitudes y diferencias entre ambos
grupos y se amplía la discusión con viñetas e instrucciones clínicas.
El abuso de drogas por parte de un adolescente constituye en sí un problema se­
rio. Además, a menos que se detenga el proceso, cierta proporción de abusadores jóve­
nes pueden avanzar hacia una adicción más seria al llegar a la primera adultez. En tales
casos, el abuso de drogas por parte de los adolescen tes se puede considerar como una
etapa inicial del proceso adictivo, tal como se indica en los Capítulos 1 y 6. La terapia
de los abusadores adolescentes, pues, no sólo apunta aeliminar los problemas existen­
tes, sino que puede servir para impedir disfunciones quizá más serias en el futuro.
El material de este capítulo deriva de la experiencia clínica de los dos primeros
asitores (Fishman y Stanton), y también de un proyecto investigativo sobre uso de
sustancias en la adolescencia realizado por el tercer autor (Rosman).1 El proyecto
comparaba patrones, estructuras y función de los síntomas en 53 familias en que un
adolescente de 12 a 17 años se presentaba para tratamiento por una de tres razones: (1)
uso regular o habitual de drogas ilegales, (2) uso de diversas sustancias químicas en
intentos de suicidio, o (3) casos donde los problemas primarios se relacionaban con la
delincuencia y el abuso de sustancias era secundario. Aunque el proyecto era bási­
camente investigativo y no incluía subsidios para tratamiento, 12 terapeutas diferentes
entrevistaron a 16 de las familias de los abusadores de drogas en terapia familiar, bajo
los auspicios del Departamento de Pacientes Externos de la Clínica de Orientación
Infantil de Filadelfia (PCGC). El primer autor (Fishman) actuó como supervisor
clínico en el tratamiento de estos casos. A los efectos del presente capítulo, el material
clínico se tomará únicamente de casos y operaciones terapéuticas relacionadas con
abusadores habituales.2

1 El proyecto, titulado “ Adolescent Substance Use in Three Family Contexts", fue subsidiado por el
Instituto Nacional de Abuso de Drogas (subsidio N9 5301 DA 01629) y tuvo una duración de 3 años, de 1977
a 1980.
2 Los resultados del componente investigativo del programa aún se están analizando y se darán a
conocer en futuras publicaciones.

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COM PARACIONES ENTRE ABUSADORES ADOLESCENTES
Y ADICTOS ADULTOS
Previsiblemente, existen muchas similitudes entre las familias con un abusador
adolescente y las que tienen un adicto de más de 18 años. Así, buena parte del material
teórico del Capítulo 1 y de los principios clínicos del Capítulo 6 son aplicables a ambos
grupos.
Por lo demás, las diferencias entre estas dos poblaciones clínicas tienen impor­
tantes implicaciones para el tratamiento, por lo cual la terapia con familias de abu­
sadores adolescentes difiere en varios sentidos de la terapia con adictos adultos.
Cronicidad y/o severidad
Menos abusadores adolescentes son fisiológicamente adictos a una sustancia
ilegal tal como un opioide. En consecuencia, es menos probable que el tratamiento
incluya la utilería terapéutica que acompaña la adicción, tal como la desintoxicación,
la sustitución farmacológica (por ejemplo, metadona) y el uso de agentes de bloqueo
narcótico (por ejemplo, naltrcxona). Como el problema de los adolescentes ha tenido
una duración más breve, las cuestiones de cronicidad y “necesidad” son de menor
interés, ya que el hábito está menos arraigado. En muchos sentidos esto simplifica
considerablemente el tratamiento de las familias de abusadores adolescentes, respecto
de los adictos de más de 20 ó 30 años.

Grupo de pares
Los adictos adultos suelen formar parte de una subcultura de la droga. Ello
influye en muchos aspectos de su vida cotidiana y actúa como fuente de drogas,
“amistad” y recreación. Como se indica en el Capítulo 1, a menudo se refugian en esa
subcultura en tiempos de agudización de los conflictos familiares, de modo que ella
funciona como parte integral del proceso homeostático familiar-interpersonal. En
cambio, la influencia de la subcultura de los pares en los abusadores adolescentes es
menos importante que la influencia de sus familias. Aunque la investigación citada en
el Capítulo 1 [por ej. 17,76] indica que el grupo de pares del adolescente es influyente
en cuanto a las tendencias sociales en el abuso de sustancias (tal como el uso ocasional
de marihuana), el uso compulsivo de sustancias más severas, o “duras”, depende
mucho más de relaciones y patrones familiares. En breve, el mutuo impacto de los
usuarios adolescentes y su grupo de pares es de menor magnitud que el existente entre
adictos mayores y sus pares.

Actividad criminal
Obviamente, es menos probable que los abusadores adolescentes estén profun­
damente involucrados en actitudes delictivas en comparación con los abusadores de
más edad, en parte porque el uso de drogas es menos intenso y rara vez incluye
estupefacientes, con lo cual demanda menos dinero. Aunque pueden cometer robos
menores, es improbable que vayan a prisión y se dediquen a otras actividades que los
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pongan en contacto regular con delincuentes conectados con el crimen organizado. Por
ejemplo, es raro que un adolescente inicie el tratamiento para escapar del peligro o de
una sentenciajudicial. La falta de dichas actividades simplifica así el tratamiento de las
familias con adolescentes.

Sistemas extrafamiliares múltiples


Además de la subcultura de la droga y el mundo delictivo, los adictos adultos
suelen estar directamente conectados, muchos más que los adolescentes, con diversos
sistemas interpersonales extrafamiliares tales como los programas de tratamiento (por
ej„ metadona), sistemas legales, sistemas de bienestar social, practicantes ilegales de
medicina, programas vocacionales, relaciones conyugales informales y demás (véase
Capítulo 6). Estos diversos sistemas pueden funcionar homeostálicamente, erosionan­
do o desviando el tratamiento familiar, compitiendo entre sí y perpetuando el status
quo. El terapeuta debe pues adoptar una visión más amplia (o “metavisión”) del adicto
dentro de su contexto y elaborar métodos que abarquen una amplia gama de sistemas.
Por otra parte, el tratamiento de familias de abusadores adolescentes rara vez toma en
cuenta sistemas extrafamiliares; en todo caso, el número e impacto de dichos sistemas
es inferior al existente entre los adictos adultos. Una vez más, la tarca con familias de
adolescentes tiene una focalización más restringida, es menos compleja y debe luchar
contra menos elementos que se opongan al cambio.

Reclutamiento ^
En general, los padres y los familiares de los abusadores adolescentes se resisten
menos a participar en un tratamiento familiar que los de los adictos adultos. Como el
paciente identificado (Pl) suele vi vir con ellos y los padres suelen sentirse directamente
responsables del joven, su participación en el programa de tratamiento les resulta más
sensata. De hecho, una reseña de la literatura especializada[152] y una encuesta
nacional[30] sobre tratamiento familiar de problemas de drogas indican que la
aplicación de terapia familiar al abuso de drogas en la adolescencia está mucho más
difundido que para el tratamiento de adictos adultos. En consecuencia, el terapeuta no
suele dedicar la misma cantidad de tiempo y esfuerzo para reclutar familias de
adolescentes que en el caso de adictos mayores. Desde luego, no siempre es así, y el
extenso material sobre reclutamiento familiar brindado en los Capítulos 3 y 5 sería
aplicable en los casos en que la familia del adolescente sea “resistente”.

Ascendiente —^
El efecto acumulativo de los factores citados es que el terapeuta familiar tiene
mayor ascendiente cuando trata a familias de adolescentes que cuando trata a familias
de adictos adultos. Hay menos sistemas extrafamiliares en contra, es más probable que
la familia acepte las razones para su participación (ya que el abusador vive en la misma
casa), y los padres suelen tener mayor control sobre el PI, o al menos es más fácil
establecer dicho control. En tales familias el terapeuta tal vez no deba oponerse a la

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percepción generalizada en la sociedad —al menos la sociedad norteamericana— de
que una persona, una vez que ha llegado a cierta edad y tal vez se ha marchado de la
casa de los padres, deba verse como un individuo. Aunque, tal como se señala en el
Capítulo 1, en el caso de los adictos adultos sesuele tratar de una“seudoindividuación”,
las familias de los clientes de más edad a menudo se aferran al mito de que el hijo adicto
es una persona autónoma con un problema individual, lo cual implica que la inter­
vención familiar en el tratamiento es irrelevante e innecesaria. Sin embargo, es menos
probable que la familia use este pretexto si el abusadores adolescente. Como resultado,
es más fácil de reclutar, y suele responder mejor a las intervenciones terapéuticas que
exijen cambios en la familia.

Etapa del ciclo vital y crisis evolutivas


En los Capítulos 1 y 6 se señala que, mientras la familia del adicto adulto a
menudo lucha con un ciclo vital en que el adicto debería marcharse del hogar, las
familias de los abusadores jóvenes se han atascado en un punto de transición diferente
(el del comienzo de la individuación adolescente). La adolescencia es una época en que
la tendencia natural de la persona que se convierte en PI consiste en comenzar a asumir
responsabilidades adultas y en desplazarse hacia el grupo de pares. Más aún, las rela­
ciones entre pares suelen incluir actividades heterosexuales, tales como salir con per­
sonas de! sexo opuesto, y se parecen cada vez más a relaciones adultas. Algunas fami­
lias tienen dificultades para esta transición, y uno o más miembros desarrollan sínto-
i mas. La familia está en crisis, y el problema manifestado es un intento de resolver la
j crisis por parte del sistema. En otras palabras, el síntoma es indicio de un problema que
afecta a toda la familia, que tiene dificultades para atravesar esa etapa evolutiva.
El término “crisis” se usa aquí en un sentido específico. Por crisis nos referimos
a un colapso de las reglas que antes regían satisfactoriamente las interacciones
familiares; Antes de la adolescencia del joven en cuestión, las interacciones y la
composición estructural de la familia eran apropiadas. Con la adolescencia, el joven
desarrolla nuevas necesidades evolutivas que requieren un cambio en los patrones de
interacción familiar. La crisis se produce cuando una regla que antes daba resultado
deja de funcionar. Sobreviene un período de inccrlidumbre en que se desquicia el
consenso familiar. Entonces aflora un síntoma. El síntoma es un modo de restablecer
la homeostasis. Brinda así una “solución” al dilema transicional de la familia.
Desde luego, la crisis evolutiva no se produce necesariamente cuando el joven
llega a la adolescencia. Al igual que entre los adictos adultos, puede aflorar, por ejem­
plo, cuando otros hijos se van de la casa, un padre llega a los 30 o 40 años, o después
de la muerte de una persona importante en el sistema, tal como un abuelo. Sea cual fuere
el acontecimiento transicional, el sistema familiar sufre presiones para transformarse
y operar de otra manera y con otras estructuras, de acuerdo con las exigencias de la
nueva situación. Las familias sin la flexibilidad necesaria se vuelven disfuncionales y,
en un esfuerzo por mantener el status quo, se desarrolla un síntoma.

260
METAS Y DIRECCION DE LA TERAPIA
El plan terapéutico delineado en otras partes de este libro para el tratamiento de
abusadores adultos consiste en recrear, ante todo, una estructura más apropiada para-
unaetapaanteriordcldesarrolloevolutivodelPIylafamilia.ElIoseconsigueponiendo
a los padres a cargo del joven adulto, aunque no esté viviendo con ellos. De este modo
se exagera el control parental. Se procura incrementar la intensidad que conduce a una
escalada o “estampida”, tomando una familia apegada y apegándola aún más —
\ “comprimiéndola”— ,[159,162] de tal modo que en la etapa subsiguiente, cuando el
\ sistema se reequilibre, exista una separación real entre los padres y el adietó. La terapia
|procura efectuar una separación evolutivamente correcta entre los padres y el PI, lo cual
i ino se había logrado hasta ahora.
En cambio, en las familias de adolescentes, la meta de la terapia consiste en
transformar el sistema familiar dentro de la composición existente; no se busca la
separación física que se procura en las familias de adultos. En las familias de
adolescentes los mecanismos de control ya están en su sitio (por ejemplo, el joven y los
padres suelen vivir juntos) y es evolutivamente correcto que los padres estén a cargo.
Más aún, las convenciones sociales respaldan una estructura familiar “intacta” y las
funciones de control de los padres. Ello no significa, desde luego, que los padres estén
ejerciendo dicho control. Al igual que en las familias de adictos mayores, suele existir
un conflicto entre el padre y la madre o entre dos o más figuras adultas dentro del
sistema.[65] La idea consiste en lograr que los padres trabajen en conjunto, y al mismo
tiempo crear modulaciones en el modo en que los miembros de la familia tratan entre
sí. Se procura reforzar la jerarquía familiar mientras se incrementan los repertorios de
los miembros, de modo que respondan mejor a sus necesidades evolutivas y a las
vicisitudes de la vida.
El tratamiento de familias de adolescentes no suele implicar un nivel de
intensidad tan grande como la terapia con familias de drogadictos. Sueie haber menos
desesperanza y menos riesgo. El movimiento hacia la diferenciación entre los padres
y el adolescente va sólo hacia el borde del límite exterior de la familia. Dada la etapa
evolutiva de la familia, no suele haber necesidad de una expulsión permanente o
“explosión”[ 162] en este momento (aunque la exclusión temporaria se puede utilizar
para efectuar un control parental, como se indica más adelante). La expansión del sis­
tema para consolidar sistemas externos e internos apropiados, tal como el incremento
del contacto del adolescente con sus pares y hermanos, también se hace con mayor
suavidad. En consecuencia, corresponden intervenciones más emparentadas con la
metodología estructural que con la estratégica.

TECNICAS TERAPEUTICAS /
El resto de este capítulo explica varias técnicas que nos han resultado útiles en
el tratamiento de familias de abusadores de drogas adolescentes. Se concede un espacio
mínimo a las operaciones básicas aplicables al tratamiento de familias con toda clase
de problemas, pues ellas se han expuesto en publicaciones anteriores,[5,100] y más
recientemente en el libro de Minuchin y Fishman, Family Therapy Techniques
(Cambridge, Mass., Harvard University Press 1981).

261
R esistencia a la participación fam iliar
En ocasiones el abusador adolescente se presenta solo al tratamiento y demuestra
resistencia para incluir a la familia. Tal vez pretexte que los familiares nos saben que
él usa drogas, o que ya lo “acosan” demasiado y no quiere agravar la situación. Como
se indica en el Capítulo 5, estas respuestas se pueden considerar como maniobras
protectoras, un modo de impedir que el terapeuta entre en el sistema familiar y lo
cuestione. En tales casos, son aplicables muchas de las técnicas explicadas en el
Capítulo 5 para conseguir la participación de las familias de adictos adultos. Además
existen otras opciones.
Una de ellas consiste en cuestionar delicadamente la relación del PI con los
padres Tal vez el paciente declare que no quiere saber nada de ellos, o que los odia.
Si el terapeuta ha recibido suficiente información sobre el paciente y la familia, puede
replicar con una atribución noble, diciendo: “No me engañas. Sientes cariño por esas
personas. Son importantes para ti y no quieres lastimarlas ni contrariarlas. Sabes que
enfrentan una situación difícil y quieres facilitarles las cosas. Eso revela quecres buen
hijo.” Esta maniobra puede contribuir a reducir la defensividad del cliente en cuanto
parte del problema familiar. También le comunica que el terapeuta podrá establecer un
buen contacto con los padres, y que la participación en la terapia no implica que serán
atacados por el terapeuta. De esc m alo el cliente tal vez baje el escudo con que protege
a la familia.
Otro enfoque consiste en demostrar comprensión hacia la difícil situación del
adolescente. El terapeuta lo deja hablar sobre las presiones que recibe de la familia, los
conflictos y exigencias. No obstante, el terapeuta no debe culpar a la familia. Su
empatia se dirige hacia los efectos sufridos por el adolescente y su conexión se vincula
sólo con los problemas que enfrenta. Eventualmente el terapeuta puede adoptar un tono
de resignación: “Sabes, parece que tu familia está presente en todo. Tiene todos los
naipes. Has dicho que quieres horarios de salida más razonables y que deseas estar
tranquilo de vez en cuando, pero hasta ahora no has conseguido que te escuchen. Y aun
tienes que regresar a una situación que no has cambiado. Pero pienso que puede haber
otro modo de encararlo. En esta clínica trabajamos con los familiares para llegar a
situaciones más razonables. Y o sospecho que tus padres son mucho más razonables de
lo que piensas, porque ahora estás un poco trabado. Sería bueno que los trajeras aquí
para ver qué puede hacerse, así podrás obtener algunas de las cosas que deseas y ellos
se sentirán mejor y aliviarán un poco la presión. Por lo que sé, deben ser buena gente.”
Si el cliente aún se resiste, el terapeuta puede decir: “Bien, quizás tengas razón. Pero
no creo que puedas solucionarlo fácilmente. Ellos son tu familia y tü los quieres. Quizá
puedas encontrar un modo de mejorar la situación, pero no será fácil. ¿Qué planeas
hacer?” A partir de entonces el terapeuta puede trabajar con el cliente en los planes de
cambio, especialmente si ellos implican un cambio en su propia conducta ante la
familia también debe advertir al paciente que habrá una reacción ante esta nueva
conducta, aunque sea por la sola razón de que es nueva y puede suscitar incredulidad
o desconfianza. Si el paciente no tiene éxito en la semana siguiente, el terapeuta gozará
de mayor ascendiente para incluir a la familia en las reuniones siguientes.
Una tercera maniobra es una versión del “desapego estratégico” ! 161] (Se
facilita mucho si la institución donde trabaja el terapeuta sigue la política, como la
PCGC, de no permitir que la terapia continúe más de dos sesiones con el adolescente
solo; su familia debe participar activamente al cabo de dos sesiones, aunque la terapia
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más tarde se reoriente hacia sesiones individuales.) El terapeuta se conecta considera­
blemente con el cliente en las dos primeras sesiones. Intenta algunos de los enfoques
citados, pero aún encuentra una gran resistencia. Si el terapeuta se ha conectado bien
con el adolescente puede decir: “Tengo un problema. Mis jefes no me dejan seguir
trabajando tratando a alguien más de dos sesiones a menos que venga la familia. Pero
tú todavía no estás preparado. ¿Por que no descansas hasta que te sientas fuerte como
para llamarlos?” El terapeuta recurre así al temor que siente el joven. Dada una buena
conexión, el cliente puede sentir pánico de perder al terapeuta, y accederá a que
participen sus familiares. Desde luego, el uso correcto de esta técnica exige cierta
habilidad terapéutica, además de cierta sensibilidad al proceso de interacción y
realimentación entre el terapeuta y el cliente, y cierta perspicacia para identificar lo que
puede estar ocurriendo en la familia del cliente.
Estecjcm plodemucstraelusode la “impotenciaestratégica”, enquccl terapeuta
se conecta con el cliente contra un tercero impersonal.3 En este caso converge con la
sensación de impotencia del adolescente, y así facilita la conexión. Desde luego, otra
opción consiste en que el terapeuta alegue impotencia sin invocar a dicho tercero;
puede pretextar, por ejemplo, que tiene “las manos aladas” a menos que el cliente per­
mita la participación de la familia.
Una vez que el terapeuta obtiene el permiso, mediante estrategias como las des­
critas, para establecer contacto con la familia, puede recurrir a los principios de reclu­
tamiento comentados en el Capítulo 5. Al menos ha superado el primer escollo. Aun­
que ello sea más fácil que ante un adicto adulto, superarlo no deja de ser un logro.

Reencuadre
Esta técnica se basa en la idea de que la realidad es siempre parcial. Cuando.una
persona describe la realidad, describe sólo una parte, la cual suele representar un
consenso social. La realidad, pues es una confirmación por parte de otras personas
significativas. Como el terapeuta, en cuanto líder del sistema terapéutico, es una
persona significativa, puede utilizar el reencuadre para proponer realidades alternati-
vas que permitan camBíos en la interacción de los miembros.,En este sentido, se utiliza
la realidad como herramienta terapéutica.
Al igual que en el tratamiento de familias de adictos adultos, el terapeuta a
menudo querrá tratar con la familia del adolescente reencuadrando el comportamiento
del PI ante las drogas como una mala conducta antes que como una manifestación de
enfermedad. Ello permite que los padres cobren la distancia necesaria para establecer
ua jerarquía generacional.
Al igual que el tratamiento de abusadores adultos, el terapeuta también querrá
establecer un contrapunto de competencia: “Este jovencito los engaña. ..[A l hijo] Eres
muy buen embaucador.” Por ejemplo, un joven de 16 años que había usado heroína
durante 2 años acudió con sus padres. El joven había sido un niño enfermizo y su madre,
a quien estaba excesivamente apegado, aún lo veía como un muchacho enfermo en vez
de malo. Aun cuando robó las joyas de su abuela y las vendió, su madre lo veía como
incapaz de cambiar su conducta porque había “perdido al padre cuando era muy

3 Se brinda otro ejemplo de impotencia estratégica en la Viñeta 11, Capítulo 5.


pequeño”. El terapeutaXFishman) rccncuadró su conducía como voluntaria y delictiva,
preguntando ala madre si el joven era loco o malo. La madre fue obligada a decir que
no creía que el hijo estuviera loco. Eso dejaba una única alternativa, la cual suminis­
traba el encuadre para aumentar la distancia. Al mismo tiempo, el terapeuta subrayó
que el joven podía actuar de otra manera en otros contextos: en el trabajo, e incluso en
'ISsesioñ. Éste mensaje comunicó esperanza, así como la idea de que el joven podía ope­
rar efectivamente; ello contribuyó a atentar la excesiva preocupación de la madre.
Este encuadre diferente de la realidad permitió que la madre se conectara con el
padrastro del joven, exigiera otra conducta e implcmcntara consecuencias para el mal
comportamiento. Al mismo tiempo, la nueva perspectiva comunicaba un mensaje de
mayor respeto al joven, retándolo a actuar de modo más competente y diferenciado. La
\ meta de esla terapia no consiste en crear una jerarquía exagerada que conduzca a la.
! preparación, sino que se mantenga gracias a cí acomodamiento mutuo. de.ambas.partcs.
í “Coñesta finalidad, el terapeuta adopto ai joven como “cotcrapeuta” durante la sesión,
para que lo ayudara en la implcmcntación de la nueva organización familiar. Esto se
logró mediante una alianza con el joven, respaldándolo en los puntos adecuados, y
desafiándolo a desempeñar su papel en la implcmeniación de cambios para que la
familiapudiera satisfacer las necesidades de el en cuanto aautonomía, relaciones entre
pares y competencia.

í Representación
Esta técnica consiste en traer el patrón intcraccinal disfuncional de la familia a
la salado terapia, con el objeto de introducir directamente patrones v estructuras más
"funcionales. Fue desarrollado primariamente por Minuchin [68,100,103] y acredita
un uso intenso en el tratamiento de familias con un abusador adolescente, ante todo
porque el trabajo de Minuchin descansa sobre la perspectiva evolutiva coherente con
las necesidades de este grupo por edad.
Un ejemplo de representación procede del tratamiento de un joven que había
robado más de 20 autos en los años anteriores al tratamiento y usaba marihuana y
anfetaminas en abundancia. Durante la sesión se reía de lo que decía el padre. El .
I terapeuta (Jody Cox) preguntó al padre si se sentía cómodo con la conducta de su hijo.
| El padre respondió que no, pero que entendía que su hijo no podía actuar de otro modo.
| La madre, que era más periférica (mientras que el padre era demasiado complaciente
¡ con los actos delictivos del joven), estaba pálida. El terapeuta desafió a los padres a
S hacer lo necesario, en la misma sesión, para que el hijo actuara respetuosamente.
Así se preparó la escena para la representación de diversas interacciones. El pa­
trón anterior, en que el padre respaldaba al hijo al margen de su conducta, se alteró al
desarrollarse en la sala. La manipulación de las sonrisas del joven se convirtió en el eje
del cambio. Cuando el padre y la madre se conectaron para convenir en que el hijo era
insolente, el joven comenzó a tomar sus palabras con mayor seriedad. Se había introdu-t
cido una nueva estructura en que los padres estaban juntos y existía una jerarquía fun­
cional. , \i
Las representaciones se utilizan de muchos modos durante el curso de la terapia.
El sistema suele ser menos rígido con los abusadores adolescentes que con los adictos
adultos, de modo que el terapeuta no necesita usar un problema único e intenso como
la adicción para incentivar el cambio. Puede valerse de otros problemas, relacionados
o no con la droga, para crear representaciones.
264
Creación de límites
Podemos encarar las estructuras desde el punto de vista de los límites. En la
familia prototípica comentada en este libro, se puede describir la disfunción como una
situación en que los límites que rodean el subsistema de padres-cónyuges es excesiva­
mente permeable: el adicto y uno de los padres están demasiado apegados. En general,
en las familias de adictos adultos y de abusadores adolescentes, el límite entre el
subsistema parental y el subsistema filial tiende a ser disfuncional y excesivamente
permcable.En particular, uno o ambos padres suelen respaldar la conducta adictiva del
joven. ....................— —
La técnica de creación de límites es un modo de operar cambios en la estructura.
Se pueden utilizar muchas intervenciones para crear límites. Una de ellas consiste en
lograr que los padres formen un frente unido que fortalezca el límite que rodea el
subsistema parental. Ello refuerza implícitamente el límite que rodea el subsistema
conyugal. Otra técnica importante, ya que esta terapia procura trabajar hacia las metas
evolutivas del adolescente, consiste en reforzar el límite que rodea al adolescente y su
grupo de pares. Esto se logra mediante intervenciones tales como (1) el uso de otro ;
adolescente como coterapeuta,, (2) entrevistas conjuntas con el adolescente y sus ;í
hermanos, y (3) encomendar a ios padres tareas que creen distancia entre ellos y el
joven, tales como ir de vacaciones en pareja.

Reducción del control excesivo


En las familias con un abusador adolescente no es infrecuente que uno o ambos
padres gasten muchas energías en el afán de ganar o mantener el control total sobre
iodos los aspectos de la vida del joven. Se inquietan cuando está en la escuela, fuera
de la escuela, a solas en su cuarto, con amigos, visitando parientes y demás. Lo acosan
con preguntas acerca de sus actividades y su paradero. Le registran las gavetas.
“Saben” que casi siempre está tramando algo.
En tales casos es preciso encontrar un modo de crear límites apropiados para
definir un dominio donde los padres puedan establecer un control realista. De lo
contrario los padres continuarán gastando energías en áreas difíciles o imposibles de
controlar.
El terapeuta debe encarar este problema con tanteos y sondeos. Evalúa la
reacción de los padres ante insinuaciones sutiles acerca de la dificultad de la tarea, la
carencia de información sobre las actividades del PI, y demás. Si el terapeuta intuye que
está bien conectado y que los padres no opondrán demasiada resistencia, puede
proceder a establecer el límite correcto directamente, con firmeza. Puede decir a los
padres que, por mucho que lo intenten, no hay modo de vigilar al hijo las veinticuatro
horas del día. A continuación da ejemplos para reforzar su argumento. No los culpa,
pero su tono es enérgico; no puede proyectar un comportamiento ansioso o intranquilo,
como si estuviera inseguro de su posición. De este modo impone una reestructuración,.
estableciendo una realidad manejable alrededor de límites realistas y viables.
"^ situ ac io n es donde la resistencia es extremadamente alta (si la intensidad es
elevada y los padres no quieren escuchar argumentos que limiten sus intentos de
control excesivo) el terapeuta puede optar por una maniobra más estratégica/Esta
maniobra consiste en conectarse con los padres y arrancarlos de su posición, para
265
llevarlos (paradójicamente) al extremo lógico con la idea de quecvcnlualmcnte tengan
que repararen las limitaciones de su control. El terapeuta puede preguntara los padres
qué más pueden hacer para cerciorarse de que vigilan las actividades del Pl. Puede
planear con ellos el horario del PI, y luego sugerir que uno o ambos padres estén con
el adolescente en todo momento: acompañarlo a la escuela, permanecer en la escuela,
escoltarlo en sus salidas, registrar sus gavetas dos veces por día y demás. Este plan
puede elaborarse con los padres solos o, si el adolescente está presente, de tal modo que
el terapeuta pueda acallar las inevitables protestas del PI. Habitualmcntc uno o ambos
padres dirán que están demasiado ocupados como para hacer todo esto. El terapeuta sin
embargo no cede: insiste en que si los padres desean estar seguros de lo que ocurre con
el hijo, deben vigilar todo. El terapeuta adopta una posición en que los padres debán
convencerlo inequívocamente de sus limitaciones antes que él ceda a retroceder. Af
repetir este proceso varias veces y con varios tópicos, los padres y el terapeuta pueden
llegar evcntualmcntc a un conjunto de límites realistas. Esta técnica comparte muchos
elementos con el enfoque, descrito en otra parte de este volumen, de estrechar los
vínculos entre los padres y el PI,cs decir, se aumenta la intensidad a tal extremo que
los subsistemas se reequilibren naturalmente y adoptan una distancia más,adecua-
> . [ 162] .

Establecimiento del control parenlal


Como complemento de lo anterior, al tratar familias de abusadores adolescentes
a menudo es necesario que el terapeuta ayude a los padres a establecer control sobre
su dominio. Habitualmente esto se refiere a la casa donde viven, y es preciso fijar
“reglas hogareñas” que el hijo debe respetar (se da un ejemplo en el Capítulo 7). El
terapeuta desea ayudar a la familia a negociar reglas apropiadas, y también las
consecuencias en caso de que se infrinjan dichas reglas. La interacción puede girar en
tomo de ias tareas que deben realizar los hijos, los horarios que deben respetar y cosas
parecidas. En general el terapeuta suele ponerse de parte de los padres en tales
negociaciones, especialmente al principio. Ello se hace para reafirmar el límite que
rodea el subsistema parentaíy para asegurar el fortalecimiento de la autoridad de los
padres; si se puede inducir a trabajar juntos, aumentan las probabilidades de que
impongan las reglas sin que uno de ellos se “ablande”. En un caso (tratado por Stanton)
el adolescente abusador solía regresar a casa a cualquier hora de la noche mientras los
padres lo esperaban. El terapeuta elaboró un acuerdo que seguía tres pasos: primero,
se negociaron horas apropiadas entre los padres y el hijo. Segundo, se pidió al hijo que
devolviera la llave de la casa y los padres también convinieron en cerrar todas las demás
entradas de la casa, incluidas las ventanas del sótano. Tercero, los padres cerraban la
casa con llave a la hora convenida en cada noche (alternándose en esta responsabilidad)
y se iban a acostar, aunque no pudieran conciliar el sueño. En otras palabras, el hijo
quedaba afuera si regresaba tarde. El terapeuta advirtió a los padres que el hijo tal vez
no tomara este límite literalmente y que podían esperar enfrentamientos. También se
llegó al acuerdo de que si el hijo irrumpía en la casa por la fuerza repararía los daños
y perdería todos sus privilegios por una semana. Los padres pusieron manos a la obra,
y dos noches después el hijo llegó una hora tarde. Los padres se atuvieron a lo
convenido. El hijo no pudo entrar y fue a casa de un amigo. En los tres meses siguientes
llegó tarde sólo dos veces, con un retraso de 10 y 5 minutos respectivamente.
266
Se debe advertir a los terapeutas sobre una característica de este paradigma. Las
familias de abusadores de drogas a menudo reaccionan exageradamente ante los actos
de castigo. Se enfurecen cuando el joven se comporta mal y reaccionan con castigos
excesivos, tales como quitarle los privilegios de un año por un retraso de 40 minutos.
Ante esta pena capital, el joven entiende que no tiene nada que perder si persiste en su
mala conducta, pues recibirá el peor castigo haga loque hiciere: si le van a dar diez años
por robar una hogaza, bien puede asaltar un banco y hacerse digno de la condena. Desde
luego, los padres no pueden cumplir con amenazas tan extremas. Por consiguiente, su
reacción no produce ningún cambio y es homeostática.
Para romper con esta secuencia homeostática, el terapeuta tiene que ayudar a los
padres en la delicada tarea de establecer consecuencias razonables.4 Al mismo tiempo
debe tratar de no minar la autoridad de los padres haciendo que sus decisiones parezcan
tontas. A veces conviene no cuestionar una regla poco razonable, especialmente si es
la primera vez o si ambos padres manifiestan gran obstinación. En tal situación, el
terapeuta puede aceptar la regla y terminar la conversación con un comentario de este
tenor: “Bien, ¿pero por qué no lo intentan? Yaque están experimentando, pueden ver
cómo funciona y luego decidir qué hacercon ello.” Este mensaje no denigra a los padres
ni implica que estén equivocados, pero sí connota la índole “experimental” del
ejercicio y que los padres son capaces de ser razonables y flexibles. Si el terapeuta no
quiere avergonzar a los padres ante los hijos, puede verlos por separado (“Los adultos
deben conversar sobre esto”) y comentar los méritos de un relativo equilibrio entre’
crimen y castigo.

Padres separados
En algunos casos ios padres están separados o divorciados y el adolescente vive
con uno de ellos, o pasa un período en cada hogar. A menudo tales padres se resisten
a encarar juntos el problema del hijo, en parte porque temen que el terapeuta intente
reparar su matrimonio. Si ambos asisten a la misma sesión, el terapeuta debe expresar
claramente que no se propone conciliarios, y que están allí sólo para ayudar al
adolescente. Si esta cuestión todavía sobresale, y el adolescente —como ocurre a
menudo— tiene la fantasía de reunir nuevamente a sus padres, el terapeuta puede
preguntarle sobre ello. Una vez que el terapeuta ha manifestado que no se propone
resucitar al matrimonio, puede preguntar al PI: “¿Piensas que puedes reunir nuevamen­
te a tus padres? ¿Cómo? ¿Que has intentado? ¿Qué otra cosa crees que podrías
intentar?” Esto se hace para obtener una fírme negativa por parte del adolescente o, si
vacila, para lograr que los padres declaren inequívocamente que dicho reencuentro no
es posible, con lo cual se aclara la naturaleza y la extensión de los límites. Por otra parte,
si los padres manifiestan dudas, el terapeuta puede informarles que ese tema debe
postergarse hasta que se haya hecho algún progreso en el problema actual, el que los
trajo al tratamiento. :
Un modo de encarar el rol del adolescente en dichos conflictos consiste en que
si nó tiene problemas mientras vive con un padre, el otro padre puede pensar que lo ha

4 Desde luego, este principio es aplicado rutinariamente por los terapeutas conductistas que trabajan
con problemas del niño y el adolescente en el contexto familiar.

267
“perdido”.5 El fracaso del hi jo en una casa se refleja negativamente en el padre con
quien vive, indicando al otro padre que el ex cónyuge no está bien sin él. Aquí deben
establecerse límites claros en cuanto a las responsabilidades de cada padre, y en cuanto
a las condiciones en que el otro padre debe hacerse cargo (por ejemplo, durante las
visitas). Rara vez sirve de algo negar que el adolescente mantiene una alianza con
ambos padres desechando al padre ausente, especialmente si el padre más distante da
indicios de que desea continuar el contacto con el joven. Dicha maniobra sólo
contribuye a triangular más al adolescente, volviendo su posición aún más insostenible.
Es mejor aceptar la tríada como tal c intentar cambiar las reglas para que sean más
funcionales.
Veamos un ejemplo. En la familia de un abusador de drogas, los padres se habían
divorciado 10 años atrás y rara vez estaban en contacto. La familia noquería sabernada
de la terapia. El adolescente sólo veía al padre cuando reñía con la madre; en esas
ocasiones se iba de la casa e iba a vivir unos día con el padre. El terapeuta (Stanton)
decidió insinuar a la madre (individualmente) que su hijo también era, inevitablemente,
hijo del ex esposo. El terapeuta le sugirió que tal vez era hora de que el hijo conociera
al padre de un modo nuevo, un modo que no incluyera acudir al padre para contarle
cosas negativas sobre ella. El terapeuta y la madre acordaron un plan: (1) ella le diría
a su hijo que reconocía que la relación entre él y su padre era importante; (2) sugeriría
al hijo que visitara al padre con mayor frecuencia y regularidad, y que tal vez pasara
las vacaciones de verano con él; (3) no echaría culpas sobre el hijo ni el padre; (4) al
hablar con el hijo intentaría no comunicar furia reprimida, nerviosismo manifiesto o
ambigüedad ante estas ideas, pues en tal caso el hijo no le creería; en cambio, hablaría
con tono benévolo y positivo. (Incluso se tomaron medidas para ello haciendo que la
madre ensayara su mensaje en la sesión, en presencia del terapeuta.) La madre llevó a
cabo la tarea en forma competente, y el hijo, tras una reacción inicial de incredulidad,
manifestó alivio. Sin embargo, la madre tuvo que insistir varias veces antes que el hijo
al fin conviniera en visitar al padre. Se debe señalar que esta intervención surtió
diversos efectos terapéuticos: (1) la iniciativa de la madre redujo los conflictos entre
los padres, al menos en cuanto afectaban y triangulaban directamente al hijo; (2) la
madre dejó de estar excesivamente apegada al hijo, permitiendo que afloraran nuevas
opciones, el sistema perdió rigidez; y (3) se movilizó una nueva secuencia que no
incluía un ciclo de crisis con una escalada entre madre e hijo. Este proceso, junto con
otras intervenciones (como la de establecer un sistema de apoyo para la madre, que la
ayudó a controlar su hogar, etc.), eventualmente permitió que el iiijo dejara de usar
drogas, asistiera a la escuela regularmente y regresara a casa a horas apropiadas.

Intensidad
Nuestra terapia desafía la organización íamiliar. Para ser eficaz, el desafío del?e
producir un impacto. La intensidad es la técnica mediante la cual ei terapeuta controla
el grado del impacto de modo que el mensaje trasponga eí umbral homéostatrro deTa"
5 A veces resulta útil adscribir atribuciones nobles al adolescente, afirmando: “Tus problemas con tu
padre son un grato modo de hacer ver a tu madre que ella no te ha perdido. Mientras las cosas no anden bien
entre tu padre y tú, tu madre sabrá que eres leal. Si todo anduviera bien, ella temería no verte de nuevo, o
que sólo quisieras estar con tu padre, pues tendría que echarte. En ese caso le perdería él. Lo que estás
haciendo es muy considerado y creativo."

268
familia. Se puede variar la inlensidad de diversos modos, tales como el de incrementar
"eTaíecto, la duración de una representación o el marco cognitivo (por ejemplo,
produciendo secuencias terribles si la familia cambia). Lograr que la familia se
responsabilice para llevar a cabo ia desintoxicación de un joven adulto, al margen de
la dificultad, es una intervención de tremenda intensidad. En las familias de abusadores
adolescentes se suele requerir intervenciones de menor intensidad. Los síntomas son
menos severos y se suele requerir una reorganización más moderada de las estructuras
existentes en el caso de los abusadores de más edad. Más aún, como nos interesa
mantener la continuidad de la unidad presente, la intensidad puede ser más suave.
En una familia con padres divorciados el PI usaba marihuana en exceso. El
terapeuta (Fishman) entendió que el PI no recibía suficiente atención ni cuidado por
parte de los progenitores. El padre estaba luchando contra la leucemia, mientras la
madre cambiaba de profesión. Ambos zozobraban en el enfrentamiento contra sus
crisis vitales. El síntoma del muchacho servía para unir a los padres, de modo que se
respaldaran mutuamente, y para brindarle apoyo emocional, pues estaba aislado de los
progenitores y de sus pares. En el nivel transaccional, el síntoma se mantenía mediante
cambios de coaliciones entre cada padre y el hijo: primero un padre, luego el otro, se
conectaban con el muchacho para resistir al otro padre.
El terapeuta trabajó con los adultos tratando de lograr que sus respectivos
ámbitos sociales les dieran mayor apoyo en sus conflictos. Al mismo tiempo, el
terapeuta trabajaba individualmente con el joven, así como con el joven y ambos
padres, para respaldar ambos aspectos de la jerarquía: desafió al hijo a obtener mayor
autonomía, mientras se ayudaba a los adultos a colaborar como padres. Al cabo de una
breve “luna de miel”, se sorprendió al joven fumando marihuana en la escuela. Se
produjo un escándalo en que los padres regresaron a su patrón anterior de erosión
mutua, seguido por una perdida de interés en las dificultades del hijo. El terapeuta
utilizó una intervención de intensidad —relacionada con la duración— y tuvo tres
sesiones por semana en que movilizó a la familia y erosionó delicadamente a todos los
interesados para que realizaran los cambios necesarios. El terapeuta presentó un
desafío a las reglas familiares, mientras respaldaba a los miembros y los^mantenía
relacionados a través de la tarea. Cuando el sistema intentaba pasar a otro tópico, sus
señales se ignoraban hasta que alcanzaba la meta propuesta.

Desequilibrio
Mediante esta técnica, el terapeuta altera la homoestasis tomando partido por un
individuo o subsistema. Rompiendo con la tradición de la neutralidad formal (o real),
el terapeuta se alia con uno de los interesados.
El enfoque descrito para los abusadores adultos gira sobre una intervención de
desequilibrio. El terapeuta toma partido por el subsistema parental, respaldando la
necesidad de control sobre el adicto. Este respaldo del terapeuta crea una jerarquía
parental más fortalecida.
En el caso de los adolescentes la meta del terapeuta consiste en mantener el
sistema presente, de modo que intenta respaldar el subsistema parental para controlar
al joven, mientras presta atención a la necesidad de mayor autonomía por parte del
I joven. En cierto sentido, como señala Salvador Minuchin en una comunicación
{ personal (abril de 1980), el terapeuta “trabaja con ambos bandos”.
269
El resultado es una terapia en que se respalda a ambos lados de la jerarquía;
aunque durante el curso del tratamiento puede haber mayor apoyo para una parte, en
general el desequilibrio es más blando y equitativo. Este tipo de desequilibrio facilita
el trabajo continuo con toda la unidad terapéutica, pues según nuestra experiencia
siempre es necesario apoyar al adolescente. Más aún, si para que esta unidad conserve
la cohesión cada parte debe admitir la legitimidad de la posición de la otra.
He aquí un ejemplo. Una familia vino a terapia porque su hija de 17 años usaba
con frecuencia drogas “blandas”, salía a toda hora (sin respetar los horarios fijados por
los padres) y se exteriorizaba [actcd out] sexualmcnte. El padre y la hija tenían una
relación de apego excesivo. A ambos les interesaba la música y pasaban muchas
veladas escuchando jazz. El padre estaba muy preocupado por las actividades externas
de la hija. La cuestionaba en todo c intentaba imponerse en todo, diciéndole incluso qué
ropas debía usar.
El año en que despidieron al padre del empleo, dándole tiempo para vigilar a la
hija y para reñir con la esposa, la situación estalló. La hija se negó a obedecer las
órdenes del padre. Los padres di jeron que debía atenerse a las reglas o mudarse. Ella
optó por lo segundo y fue a vivir en una parte peligrosa de la ciudad.
A la primera sesión concurrieron una adolescente afligida, solitaria y scudoma-
dura, un padre deprimido y una madre aislada y furibunda. Cuando la familia se puso
a hablar del problema, el padre rompió a llorar. Pronto la muchacha se conmovió
también, mientras la madre se volvía cada vez más taciturna.
El terapeuta intervino respaldado el derecho de los padres a controlar las
actividades de la hija con la finalidad de protegerla. Para la joven, el terapeuta respaldó
su derecho a tener áreas de autonomía. Ella necesitaba emanciparse de la intromisión
y el control excesivo del padre.
“Trabajando para ambos bandos”, el terapeuta pudo crear una terapia donde
tanto los padres como la hija se sintieran apoyados. Cada cual defendía su posición con
creciente terquedad. El patrón de reacciones frenéticas, rápida conclusión y conse-
. cuente falta de resolución se cambió por soluciones de compromiso. Los padres dijeron
: a la hija que debía volver a casa, pues no le permitían seguir viviendo en la calle. Por
: su parte, la joven pudo negociar un mayor espacio interpersonal mientras estuviera en
casa de los padres. Ya no estaba obligada a satisfacer las necesidades propias de su edad
del modo frenético y peligroso en que lo hacía antes.

Búsqueda de fortaleza
Como se dem uestra en los Capítulos 10 y 12, en este enfoque el terapeuta necesita
buscar competencia, zonas de fortaleza y recursos desaprovechados, así como demos­
trar a la familia que cada miembro dispone de mayor aptitud y amplitud de las que
percibe la familia. Un aspecto de este proceso consiste en diagnosticar, es decir, quitar
el estigma del PI mientras se expande el problema para subrayar los correlatos
familiares complementarios del síntoma del joven. El terapeuta busca las zonas de
fortaleza del hijo y otros miembros de la familia. Este proceso fomenta la conexión y
facilita la individuación y diferenciación del adolescente.
A través de la busca de competencia, tanto el joven como los padres se com­
prometen a establecer y mantener nuevas jerarquías. Se advierte que la conducta
adictiva cumple una función dentro de la familia, que procura mantener al joven como
270
sintomático e indifcrcnciado. La búsqueda de competencia permite que los familiares
cobren distancia, responsabilicen al hijo y dejen de respaldar el abuso de drogas. Tal
como en el ejemplo dado más adelante, el joven, al experimentar mayor fortaleza y
competencia en la sesión y en el hogar, se separa en cierta medida de la familia, deja
de ser la válvula de escape de los conflictos familiares, y gana confianza pitra operar
más funcionalmente en otros contextos. Estos cambios desequilibran los patrones
familiares disfuncionales e introducen nuevas posibilidades.

Complementaridad
Cada miembro de la familia es protagonista y antagonista, alguien que sufre
reacciones y crea reacciones en los demás. Para cada conducta existe una conducta
recíproca en otras personas significativas de un contexto que mantiene el status quo.
Cuando una persona toma drogas, uno debe preguntarse que hace la familia para
mantenerla en.esa situación. Cuando alguien está deprimido, uno debe preguntarse
quién lo deprime. Al indagar los modos en que el contexto contribuye a mantener los
síntomas de una persona, la complementaridad apunta hacia el interrogante fundamen­
tal de la terapia familiar. Luego surge con toda naturalidad esta pregunta: ¿cómo puede
cambiar el contexto para que afloren otras facetas más funcionales del individuo?
He aquí un ejemplo. Se presentó para el tratamiento una familia cuya hija de 14
años fumaba marihuana y olía pegamento, además de haber sufrido una sobredosis de
medicamentos anticonvulsivos como parte de un intento de suicidio. Se supo que el
padre, un obrero, había sido despedido recientemente. Permanecía en casa todo el día,
remoloneando y bebiendo. La madre trabajaba como doméstica y era la única que
ganaba el sustento, mientras que la PI, medianamente retardada, estaba cada vez más
aislada de sus amigos en los últimos meses. A causa de la sobredosis, la familia la había
obligado a permanecer en casa, por consejo de profesionales en salud mental. Ella y el
padre pasaban muchas horas juntos, mientras que la madre se distanciaba cada vez más
de la familia. El terapeuta (Fishman) insistió en las áreas de complementaridad. ¿Cómo
podían actuar los padres de otro modo, para que la joven cambiara? Simultáneamente,
¿cómo podía la joven cambiar su conducta para tener una experiencia diferente de sí
misma y para que los progenitores, especialmente el padre, pasara menos tiempo en
casa vigilándola? Además, el terapeuta utilizó técnicas de creación de límites para que
esta aislada joven se vinculara con sus pares. Usó a una adolescente como coterapeuta
en varias sesiones, estableciendo así normas de conductas propias de la edad y
relacionadas con los pares. Ello contribuyó a separar al padre de la hija. Al mismo
tiempo, el terapeuta exhortó al padre a buscar rehabilitación vocacional.
Se utilizó la búsqueda de fortaleza al cuestionar la visión familiar de la hija como
una persona frágil, mentalmente retardada y socialmente inepta. El terapeuta observó
que al interactuar con la muchacha de un modo juguetón pero enérgico ella reaccionaba
con una conducta socialmente más apropiada, más brillante e incluso grácil. El
terapeuta, usándose a sí mismo como agente de cambio, procuró enfatizar estos
atributos positivos de la muchacha. En presencia de los padres, la muchacha exhibió
una imagen encantadora, cálida y afectuosa, una persona con grandes aptitudes
sociales, a pesar de sus limitaciones intelectuales. Así el terapeuta, al incentivar a la hija
en la sesión, brindó a la familia la experiencia de una hija socialmente equilibrada,
extrovertida y cálida. Las reglas de la organización familiar tendían a suprimir dichas
271
facetas, pero el terapeuta, al cuestionar dichas reglas, demostró a los familiares que la
muchacha era más competente de lo que ellos creían. Esta experiencia indujo a los
miembros de la familia a cambiar sus interacciones con la muchacha, pues hasta
entonces la habían mantenido en la inmadurez con su trato.6 En este caso, la inmadurez
y la sobreprotección chocaron con la presión evolutiva de la adolescencia, que exigía
mayor autonomía y más relaciones con los pares. Las drogas, pues, brindaban una
resolución paradojal de estas exigencias conflictivas (véase Capítulo 1). Con un
cambio en el patrón familiar, la joven ya no necesitó drogas para resolver el problema,
pues la familia le otorgó mayor libertad para tener experiencias fuera de la familia,
incrementando así su confianza. Los padres luego pudieron resolver algunas de sus
propias dificultades. Como el padre ya no debía permanecer en casa para cuidar de la
hija, se vio obligado a satisfacer sus propias necesidades evolutivas, incluido el
conflicto del cambio de empleo.

RESUMEN
Aunque muchos de los patrones familiares y técnicas terapéuticas comentados
en otras partes de este libro son aplicables tanto a las familias de adictos adultos como
a las familias de abusadores adolescentes, también existen chiras diferencias entre
ambos grupos. En contraste con el tratamiento de adictos adultos, el de adolescentes
incumbe a una etapa evolutiva diferente; en vez de procurar una separación entre el PI
y los padres, la familia se conserva intacta y se efectúan desplazamientos dentro de la
composición dada. Ello impone el uso de técnicas de naturaleza más estructural (como
la representación y el desequilibrio), de acuerdo con el énfasis estructural en el proceso
evolutivo de las familias con hijos jóvenes. En ambos grupos tiene gran importancia
que los padres trabajen juntos, reforzando la jerarquía generacional de la familia. Sin
embargo, en las familias de adultos jóvenes, el énfasis en el control parental suele ser
una etapa transitoria dentro del proceso del abandono del hogar, mientras que con los
abusadores adolescentes la meta consiste en alcanzar una jerarquía hogareña intacta
que se mantenga al final de la terapia. Más aún, al tratar a la población adolescente, los
aspectos críticos y el nivel de intensidad necesarios para el cambio suelen ser menos
extremos. Dentro de este marco terapéutico, existen muchas otras opciones para
producir cambios organizativos y transformacionalcs en la familia. Varios de ellos se
ilustran aquí mediante ejemplos clínicos. Nuestra experiencia indica que el enfoque
descrito puede ser muy eficaz para lograr las metas deseadas y producir cambios
benéficos en familias con un abusador de drogas adolescente.

6 Una vez que los padres han reconocido las cualidades positivas del hijo, a menudo es posible
fortalecer los cambios atribuyendo a los padres parte del mérito. Así los padres puede sentirse complacidos
con los elogios en ve 7. de considerar al terapeuta un rival que compile por el hijo. |160|

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