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Transirán

2017-09-04 06:09:20 Alejandro Maroño

Irán es el primer país del mundo junto con Tailandia en cuanto a operaciones de reasignación de sexo, lo que resulta sorprendente dada la persecución estatal de orientaciones sexuales no
normativas. A pesar de ello, bajo la promesa de diversidad se esconde una terrible persecución en la que el quirófano se vuelve una prisión para el ciudadano que no se ajusta a la norma de género.

“En Irán no tenemos homosexuales”. Con esta frase, el expresidente iraní Mahmoud Ahmadinejad negaba las acusaciones de ejecuciones en su país por razón de identidad sexual. Dicha afirmación
—falsa, ya que Irán ha ejecutado en numerosas ocasiones basándose en la sexualidad— muestra la complicada realidad para muchos ciudadanos no heterosexuales. Tristemente, el país no
supone una excepción al compararlo con sus vecinos, como Arabia Saudita o Irak, cuya región —Oriente Próximo— es un verdadero infierno para miembros del colectivo LGB —lesbianas, gays y
bisexuales—.

A pesar de esta persecución a las orientaciones sexuales no normativas, la perspectiva regional difiere en lo relativo a la identidad de género; de hecho, Irán es el país donde más operaciones de
reasignación de sexo se realizan en el mundo, al mismo nivel que Tailandia. Esta defensa de unos derechos en detrimento de otros no se debe a razones puramente teológicas —Irán es el único
país musulmán que acepta la transexualidad—, sino a motivos más terrenales: la inquebrantable voluntad de una mujer trans —persona nacida con anatomía masculina que se identifica con el
género femenino— que consiguió convencer al mismísimo ayatolá Jomeini.

Biología o sociedad
Para comprender el diferente enfoque legal que reciben la comunidad LGB y la trans en la antigua Persia, es necesario aclarar dos conceptos muy presentes en la sociedad actual: sexo y género. El
primero hace referencia a la biología, a la distinción fisiológica de los seres vivos en machos, hembras e intersexuales. El segundo se refiere a aquellos comportamientos socioculturales asociados a
cada uno de los sexos y que difieren en función de la comunidad —por ejemplo, la falda puede ser considerada femenina o masculina dependiendo del lugar—.

La orientación sexual tradicionalmente ha hecho referencia a la atracción de un individuo por otro del sexo opuesto —heterosexual—, de su mismo —homosexual— o de los dos ​—bisexual—,
aunque las orientaciones sexuales son tan variadas como lo es el ser humano. La identidad de género, al contrario, no se refiere a la relación del individuo con otras personas, sino con su propio
ego. Este término alude a la identificación personal como hombre, mujer o un género alternativo —genderqueer—.

Diferencias entre identidad de género, sexo y expresión de género. Fuente: Pinterest

La identificación de un género con un sexo biológico no es automática; aquellos individuos cuyo género corresponde al sexo contrario reciben el nombre de trans y conforman la T de la comunidad
LGTB. A pesar de que sus reivindicaciones son similares —defender los derechos de minorías oprimidas—, sus identidades no deben ser confundidas, lo que lleva a algunos a apoyar la separación
entre ambas causas. Dicha separación entre ambas identidades es visible en el país de los ayatolás, donde las personas trans son tratadas por el sistema sanitario y aceptadas por el férreo
régimen islámico mientras los homosexuales son vilipendiados y tratados como un peligro para la salud pública.

La transrevolucion islámica
La caída de la monarquía del sha Mohammad Reza Pahleví en 1979 no solo supuso un verdadero cambio desde el punto de vista político, sino también desde el social. La rígida doctrina islámica
impuesta por el nuevo sistema tuvo especial impacto en los derechos de las mujeres, subyugadas a un restrictivo sistema patriarcal plasmado por la escritora Marjane Satrapi en el cómic
Persépolis. Sin embargo, para la comunidad trans del país, la revolución implicó un profundo cambio en materia de derechos gracias a la infatigable labor de la activista Maryam Khatoon Molkara.

Pionera en el movimiento trans iraní, fue una mujer trans cuya perseverancia por el reconocimiento de los derechos de su comunidad obtuvo el apoyo del líder supremo, el ayatolá Jomeini. Tras años
de lucha, en 1986 el jefe de Estado publicó una fetua —decreto religioso— por la que se reconocía la “prioridad del alma sobre la carne”, lo que abrió la puerta a las operaciones de reasignación de
sexo en Teherán. Es destacable remarcar que dicho edicto afecta tanto a mujeres como a hombres trans, que reciben el mismo trato en el país. El primer matrimonio entre un hombre trans y una
mujer cisgénero —cuya identidad de género coincide con el sexo que se le asignó al nacer— data de 2009.
Maryam Kathoon Molkara, conocida como la “madre de la comunidad trans de Irán”. Fuente: Buzzfeed

Para ampliar: “The Ayatollah and the transsexual”, Angus McDowall y Stephen Khan en Independent, 2004

La decisión de reconocer la transexualidad como halal —conforme a la ley islámica, en contraste con el concepto prohibido de haram— no es exclusiva del ayatolá Jomeini. En 1988 el gran muftí de
Egipto Muhammad Sayyid Tantawi también promulgó un edicto que reconocía este derecho. Ambas tradiciones religiosas, chiita —Jomeini— y suní —Tantawi—, se apoyan en el Corán para
justificar dicha decisión y, aunque no siguen los mismos procedimientos, obtienen conclusiones similares. Esta mirada progresiva hacia la ambigüedad de género se apoya en diferentes figuras de
la tradición musulmana que se enfrentan a la concepción binaria de masculino y femenino. Ejemplo de estas representaciones son los khasis, hijras, mamsuh o khunthas, identidades que desafían
los argumentos que tildan la transexualidad de un concepto contemporáneo y falso.

Hijra retratada por la fotógrafa española Isabel Muñoz en su serie Eros y


Ritos. Fuente: PAC

A pesar de la disposición del líder supremo en los años 80, la progresiva aceptación de las personas trans en la sociedad iraní ha sido —y todavía es— dificultosa, debido en gran medida a la
oposición de muchos médicos. El proceso de reconocimiento legal implica un complicado trámite burocrático cuyo fin es reconocer la aptitud del solicitante para recibir la cirugía genital. Este largo
trámite es una situación que, desgraciadamente, ocurre en un gran número de países con leyes a favor de la identidad de género.

Para recibir el certificado oficial, los iraníes trans deben someterse a un tedioso proceso de filtrado que incluye un período de psicoterapia, así como pruebas hormonales y cromosómicas. El objetivo
es separar aquellos considerados como “verdaderos trans” de aquellos que presentan algún otro tipo de comportamiento —trastorno de personalidad múltiple o depresión, entre otros— para que
puedan continuar con el siguiente paso del proceso: la operación de reasignación de sexo. Dicha operación es imperativa para acceder al reconocimiento oficial, sin el cual las perspectivas de “tener
un trabajo, continuar con su educación o alquilar un lugar para vivir” se ven muy mermadas. La obligatoriedad de la operación de reasignación de sexo para obtener el reconocimiento legal no es
exclusiva de Irán: países como Francia requerían la esterilización hasta hace un año, mientras que en otros, como Rusia, Turquía o Lituania, sigue vigente.

Los riesgos asociados a la operación, así como los prejuicios de los doctores, cuya visión sobre la transexualidad no siempre se alinea con la de la república islámica, no son los únicos obstáculos.
El elevado coste de las operaciones, así como los gastos asociados a ellas —tratamiento hormonal, estancia en los hospitales…—, llega a alcanzar sumas astronómicas, imposibles de obtener
para muchos ciudadanos trans, acostumbrados al repudio de sus allegados. Los costes de la operación rondan los 13.000 dólares mas los gastos hormonales, de entre 20 y 40 dólares mensuales.
El salario mensual de un iraní no llega a 500 dólares, por lo que la ayuda estatal para el tratamiento —decidida caso a caso— resulta insuficiente. En 2012 el Gobierno de la república, ya presidido
por Ahmadinejad, anunció que las compañías de seguros debían cubrir todos los gastos de la intervención, aunque estas se niegan en muchas ocasiones argumentado que son “cambios
cosméticos, no médicos”.
Pasos que un ciudadano iraní debe seguir para que su género sentido sea legalmente reconocido. El proceso antes y después de la operación de reasignación de sexo —SRS por sus siglas en
inglés— es arduo y dilatado. Fuente: ILGA

Además, para un país tan profundamente conservador, la transexualidad supone una alteración del llamado curso natural, pese a contar con el beneplácito del ayatolá. La sociedad iraní, con un
arraigado estigma sobre los trans —confundidos en numerosas ocasiones con travestis, perseguidos por la ley islámica​—, parece haber olvidado su más famosa recopilación de cuentos, Las mil y
una noches, donde la fluidez de género se personifica en la figura de Zumurrud. El estigma que sufren las personas trans, despreciadas incluso por sus familias, aumenta la posibilidad de sufrir
trastornos psicológicos, como depresión o intentos de suicidio, tras la operación.

Para saber más: Facing Mirrors, película de Negar Azarbayjani sobre un hombre trans forzado a contraer matrimonio por su familia, 2011

La prostitución es el único sustento de un gran número de ciudadanas trans, forzadas por una sociedad excluyente y despreciativa. Los altos costes de las operaciones en primer lugar y la dificultad
de encontrar empleo tras ella llevan a muchas a vender su cuerpo, lo cual aumenta los riesgos sanitarios —enfermedades de transmisión sexual—, físicos —riesgo de violación y asesinato— y
legales —la prostitución es ilegal en el país—.

El rechazo social asociado a la transexualidad podría resultar entendible —nunca justificable— en un país cuya mentalidad y derechos sociales distan enormemente de los países occidentales. Sin
embargo, en países como Estados Unidos, el porcentaje de trans con tendencias suicidas alcanzó un 46% entre los hombres y un 42% en las mujeres en 2014 —la media estatal es solamente del
4,6%—. Las causas en dos países tan culturalmente diversos son análogas: rechazo familiar, discriminación en el colegio y el lugar de trabajo o repulsa médica. Esta situación demuestra que, pese
a diferencias geográficas, lingüísticas y sociales, la discriminación basada en la identidad de género no conoce fronteras ni religiones, lo que lleva a parte del colectivo a ver el suicidio como la única
salida a su exclusión.

La sociedad iraní se ha movilizado con la finalidad de acabar con esta vejatoria situación, y la figura de la activista Maryam Khatoon Molkara, fallecida en 2012, sigue muy presente gracias a su
organización, la Sociedad Iraní de Apoyo a Individuos con Disforia de Género. Esta plataforma es la primera y única registrada en el país que defiende los derechos del colectivo trans. Su misión
principal es la de ayudar económicamente a aquellos que lo necesiten, así como educar a las nuevas generaciones en la identidad de género. Una de sus campañas más importantes es la defensa
del concepto disforia de genero en detrimento de trastorno de identidad de género, como también sostiene la Asociación Americana de Psicología. El objetivo es acabar con el concepto trastorno, de
una peyorativa carga semántica. No obstante, en otras regiones del planeta se lucha por la despatologización total y que la identidad de género deje de asociarse a un problema médico para que se
entienda como una expresión más de la diversidad humana.

El Centro de Apoyo para Transgéneros Iraníes —Mahtaa por sus siglas en farsi— es otra plataforma virtual con gran presencia en el país que informa a personas trans sobre la situación de la
comunidad y les procura ayuda. Iniciativas como estas son vitales, ya que tratan de visibilizar una realidad difícil de digerir para una parte del férreo sistema político iraní.

Para ampliar: Be Like Others, documental de Tanaz Eshaghian, 2008

El chador y la guillotina: las minorías en Irán


La situación de las personas trans en la antigua Persia es mucho más favorable que en otros países donde la identidad de género no normativa es perseguida y los defensores de la igualdad se
topan con el frío metal en sus cuellos. Pese a ello, Irán no puede ser considerado un oasis de protección para individuos no normativos; la situación para muchos colectivos resulta una pesadilla.

La comunidad LGB es un claro ejemplo de esta situación. Las orientaciones sexuales distintas a la heterosexual son denostadas y tipificadas por el sistema legal iraní, basado en una restrictiva
interpretación de la ley islámica. El castigo para un acto homosexual consentido entre hombres depende del rol de cada uno: el activo —quien asume el rol insertor— solo recibiría pena de muerte si
está casado —en caso contrario, serían cien latigazos—, mientras que el pasivo —quien asume el rol receptor— recibe la pena capital en cualquier situación. La condena para mujeres
homosexuales también toma forma de látigo, hasta cien, por sus actos.

Esta imagen, tomada en 2005, tuvo un fuerte impacto a escala mundial. En ella, los adolescentes Mahmoud Asgari, de 16
años, y Ayaz Marhoni, de 18, fueron colgados públicamente tras ser acusados de homosexuales. Las autoridades del país
alegaron la violación de un menor de 13 años, un recurso repetido en el reciente caso de Alizera Tajiki. Fuente: ISHR
Este rechazo hacia las orientaciones sexuales no tradicionales hunde sus raíces en la historia coránico-bíblica de la gente de Lot. Lot, sobrino de Abraham, viajó con el profeta a la ciudad de
Sodoma, donde, horrorizado por las perversiones practicadas —la más destacada, según los apologetas, la sodomía entre hombres—, trató de guiarlos por el camino divino. Los habitantes de la
ciudad, tras rechazar múltiples veces las enseñanzas del profeta Lot, fueron masacrados por unos ángeles enviados por Dios y la ciudad fue destruida. Sobre esta historia se basa una tradición de
rechazo y exclusión y, a pesar de voces que claman por una reinterpretación de la crónica desde un punto de vista homoinclusivo —de hecho, el pasaje bíblico no hace en ningún momento
referencia a la homosexualidad—, el odio prevalece sobre la tolerancia.

El repudio homófobo prevalece en Irán, lo que fuerza a una parte del colectivo LGB a adoptar medidas radicales, incluida la operación de reasignación de sexo. La presión social y la ignorancia sobre
las diferencias entre identidad y sexualidad son los factores que los empujan a tomar esta drástica decisión, cuyo impacto psicológico acarrea graves consecuencias en individuos cisgéneros.

Para ampliar: “The gay people pushed to change their gender”, Ali Hamedani en BBC, 2014

Los travestis o las personas trans que no desean llevar a cabo la operación —bien por los riesgos que presenta o por convencimiento personal— sufren asimismo un trato vejatorio y son
coaccionados para reprimir su ambigua identidad por medio del bisturí. El binarismo de género, supuestamente desafiado por la progresiva visión iraní sobre la transexualidad, termina por perpetuar
identidades cerradas y excluyentes poco representativas de la diversidad humana.

Las pioneras medidas adoptadas por el ayatolá Jomeini en los años 80, a pesar de incluir en la sociedad mayoritaria a un colectivo tradicionalmente discriminado como es el trans, han terminado por
resultar perjudiciales para otros. La identidad transnormativa resulta una promesa vacía para todos aquellos en desacuerdo con el régimen. El hiyab, promesa de liberación para las mujeres trans
iraníes, se torna en soga para todos aquellos, aquellas y aquelles no dispuestos a aceptar las condiciones —o “deseos de Alá”— que conlleva. Las cirugías genitales son la única respuesta de un
país ante la amenaza de aquellos que defienden la diversidad, su solución final ante cualquier disonancia. Bienvenidos a Teherán, capital mundial de la represión envuelta en un bello chador de seda
negra.

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