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Versión castellana,

PATRICIO CANTO - M . DALMACIO


líAQ UEL GOLIJOV - S. 1YI3RENER
G. PLEJANOV
O B E A S
ESCOGIDAS
TOMO I

éQlTO&ÍÁL
© Copyright by EDITORIAL QUETZAL, 1964
S eolio el depósito que marca la ley 1172$
Tocios los derechos reservados
IMPRESO E N LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA
LA CONCEPCION MONISTA DE LA HISTORIA
Siguiendo el criterio de la edición soviética, envia­
mos al final las “ N otas” y “ ^Referencias" de este
libro, figurando bajo la primera las correspondientes
a Plé;ianov y bajo la segunda las correspondientes a
la edición crítica soviética.
PREFACIO A LA SEGUNDA Y TERCERA EDICIONES RUSAS

Eli esta edición he procedido a enmendar tan sólo los “ lapsus" y


las erratas que se habían deslizado en la primera edición. No me con­
sideré con el derecho a introducir ni la más mínima .modificación en
mis argumentos, sencillamente por ser este libro mío una obra polémica.
En obras de esta índole, introducir cualesquiera modificaciones en su
contenido, equivale enfrentar al adversario con nuevas armas, y obli­
gándolo a él a seguir la brega, sirviéndose de las antiguas. Este es un
procedimiento, en general, ilícito y, más aún, en nuestro caso, dado
que el principal de mis adversarios, N. K. MijailovsM, ya no vive2.
Los críticos a mis concepciones han afirmado que éstas, en pri­
mor lugar, son incorrectas de por s í; en segundo término, que son par­
ticularmente erróneas en su aplicación a Rusia, la que está destinada,
según ellos, a seguir, en el terreno económico, su propia ruta original;
en tercer lugar, alegan, que mis concepciones predisponen a sus par-
tidiarios a la.pasividad y al “ quietismo” . Es muy poco probable que
alguien se decida a repetir este reproche último en la actualidad.
En lo que hace al segundo reproche, también ha sido refutado, palpa­
blemente, por todo el curso de la evolución, de la vida económica rusa
de la íiltima década. En lo que se i'efiere al primer reproche, bastaría
con trabar conocimiento, aunque más no sea que con la literatura
etnológica de los últimos tiempos, para convencerse de la justeza de
nuestra interpi-etación de la historia. Toda obra seria acerca de la
“ cultura primitiva’’ se ve obligada, invariablemente, a recurrir a di­
cha interpretación cada vez que se trate de la conexión causal de los
fenómenos de la vida social y espiritual de los pueblos “ salvajes” .
A modo de empleo, señalaré la obra clásica de Yon den Stein, “ linter
den Naturvollcerm Zentral-Brazüiens ” 3. Pero de por sí, se entiende
que aquí no puedo extenderme sobre esta materia.
A algunos de mis críticos doy una réplic-a en el artículo aquí in­
cluido “ Algunas palabras a nuestros adversarios”, que he publicado bajo
un seudónimo, motivo por el cual, en dicho artículo he tenido que re­
ferirme a mi libro como si su autor fuese otra persona, cuyas con­
cepciones son también las mías4. Pero este artículo deja sin respuesta
las críticas que el señor Kudrin me había formulado, en la revista
“ Russkoe Bogatstvo”, ya después de la aparición de mi mencionado
artículo 5. Sobre este último señor, diré aquí dos palabras.
Ai parecer, el argumento más serio que contra el materialismo
histórico esgrime el señor Kudrin, es —según él— el hecho de que una y
la misma religión, digamos ni budismo, es predicada, a veces, por
pueblos situados a niveles sumamente diferentes de la evolución eco­
nómica. Pero este argumento sólo a primera vista, parece ser sólido.
Las observaciones realizadas han mostrado que, en estos casos, “ una
y la misma religión” cambia sustancialmenie su contenido de con­
formidad con el grado de desarrollo económico de los pueblos que la
predican.
También deseo replicar al señor Kudrin lo que sigue. Este señor
ha encontrado un error en mi traducción del testo de Plutarco (véase
la nota al pie N\° 199 del presente trabajo) y formula, a raíz de esa,
falla, algunas observaciones sumamente sarcásticas6. Pero, en reali­
dad, en tal falla yo “ no tengo ni arte ni parte” . Estando de viaje
durante la edición de mi libro, había enviado a Petersburgo los ori­
ginales, en los que la eita de Plutarco no figuraba, indicando tan
sólo los párrafos de este autor que habría de transcribir. Una de las
personas que había intervenido en la edición —y que probablemente
habría egresado del mismo Uceo clásico en el que había estuchado
el sabio señor Kudrin—, tradujo las citas por mí señaladas y . ..
cometió el error marcado por el señor Kudrin. Ello, por supuesto, es
digno de lamentarse. Pero también debe decirse que ésta fue la única
laguna que pudieron probarme nuestros adversarios. A ellos también
hay que proporcionarles alguna satisfacción moral. De modo, que por
razones de ‘‘humanidad” , hasta estoy contento de esa laguna.
N. Beltov7.
Capítulo Primero

EL MATERIALISMO FRANCES DEL SIGLO X V III

“ Si encuentra actualmente —diee el señor Mijailovski8—■a un


joven. . . que le manifiesta, incluso con un apresuramiento un tanto
exagerado, que es “ materialista”, ello no denotará que lo sea en el
sentido filosófico general de este término, como lo eran antiguamente
entre nosotros los admiradores de Buchner y Moleschott. Muy fre­
cuentemente, su interlocutor no exteriorizará su más mínimo interés
por el aspecto metafísico, ni por el científico del materialismo, e in­
cluso, las nociones que tiene acerca de ellos son sumamente vagas.
Lo que este joven quiere expresar, es que se considera un adepto de
la teoría del materialismo económico, y ello, también en un sentido
particular, convencional... ”
No sabemos qué clase de jóvenes ha encontrado el señor Mi-
jailovski. Pero las palabras de éste pueden dar motivo para pensar que
la doctrina de los representantes del “ materialismo económico”
carezcan de toda conexión con el materialismo “ en el sentido filosófi­
co general” . ¿Será cierto esto? En realidad, el “ materialismo econó­
mico” ¿es tau estrecho y pobi*e de contenido como le parece al señor
Mijailovski ?
Una breve reseña de la historia de esta doctrina nos suminstrará
la respuesta.
¿Qué debe entenderse por “ materialismo en el sentido filosófico
general” ?
El materialismo es algo directamente opuesto al idealismo. Este
último tiende a explicar todos los fenómenos de la naturaleza, todas
las peculiaridades de la materia, por unas u otras propiedades del
espíritu. El materialismo procede justamente a la inversa. Trata de
explicar los fenómenos síquicos por unas u otras propiedades de la
materia, por esta u otra contextura del cuerpo humano, o, en general,
del cuerpo animal. Todos los filósofos para quienes la materia es el
factor primario, pertenecen al campo de los materialistas; en cambio,
los que estiman que tal factor es el espíritu, son idealistas. Esto es
todo lo que se puede decir acerca del materialismo, en general, acerca
del “ materialismo en el sentido filosófico general” , puesto que el
tiempo ha erigido sobre su tesis fundamental las más diversas superes-
12 O. PI.E .JA X O V

trueturas, que han dotado al materialismo de una época, de una apa


rienda completamente diferente, comparada con la del de otra época.
El materialismo y el idealismo son las dos únicas corrientes más
importantes del pensamiento filosófico. Cierto es que a la par con
ellas casi siempre han existido otros sistemas dualistas, los cuales afir­
maban que la materia y el espíritu oran sustancias separadas e inde­
pendientes. M dualismo jamás ha podido dar una respuesta satisfac­
toria al problema de cómo estas dos sustancias separadas, que no te­
nían nada de común entre sí, podían influir la una sobre la otra. Esta
es la razón por la cual los pensadores más consecuentes y más profun­
dos se inclinaban siempre al monismo, esto es, a explicar los fenómenos
por xm principio fundamental único Malquiera (monos, en griego, quiere
decir único). Todo idealista consecuente es monista, en igual grado
que lo es todo materialista consecuente. En -este aspecto, no hay nin­
guna diferencia, por ejemplo, entre Berkeley y Holbach. El primero
era un idealista consecuente, el segundo, un materialista no menos con­
secuente, pero uno y otro eran igualmente monistas; tanto el uno como
el otro comprendían igualmente bien la falta de fundamento de la con­
cepción dualista del mundo, tal vez la más difundida hasta entonces.
Durante la primera mitad de nuestro siglo imperaba en la filo­
sofía el monismo idealista; durante su segunda mitad, en la ciencia,
—con la cual, por aquel entonces la filosofía se había fusionado total­
mente—, triunfó el monismo materialista, aunque no siempre, ni mu­
chísimo menos, dicho sea de paso, fue consecuente.
ISTc tenemos ninguna necesidad de exponer aquí toda la historia
del materialismo Para el objetivo que nos hemos propuesto bastará
con analizar su desarrollo a partir de la segunda mitad del siglo pa­
sado. Pero, aun así, será importante para nosotros ne perder de vista
una sola cosa principalmente. —por cierto, la más fundamental—. su
orientación; esto es, el materialismo de Holbach, Helvecio y de los co­
rreligionarios de éstos.
Los materialistas de esta tendencia habían librado una fervo­
rosa polémica contra los pensadores oficiales de esa época, los cua­
les, invocando a Descartes —a quien difícilmente habían comprendido
como es debido—, aseveraban la existencia, en el hombre, de ciertas ideas
innatas, o sea, ideas independientes con respecto a la experiencia. Los
materialistas franceses, al impugnar este punto de vista, no hicieron,
propiamente hablando, sino exponer la doctrina de Locke, que ya a
fines de’ siglo XVII había demostrado que tales ideas innatas, fío exis­
ten (no Mínate principies), Pero los materialistas franceses, al ex­
poner la doctrina de este pensador inglés, la dotaron de una forma
más consecuente, colocando los puntos sobre las íes y qué Locke no quiso
tocar, coma buen liberal inglés bien educado que era. Los materialistas
franceses eran, sensualistas intrépidos, consecuentes hasta el final; esto
es, consideraban que todas las funciones síquicas del hombre no eran
más que una variación de las sensaciones. Sería inútil verificar aquí
hasta qué punto sus argumentos, en éste o en el otro caso, fueron
L.-V C O N C E P C IÓ N ' M O N I S T A D E L A H IS T O R IA 13

satisfactorios desde el ángulo de miras de la ciencia de nuestra época.


De por sí se entiende que los materialistas franceses no conocían mu­
chas cosas que en la actualidad las sabe cualquier escolar; basta re­
cordar los conceptos sobre química y física sustentados por Holbach,
quien, sin embargo, conocía excelentemente las ciencias naturales de
su tiempo. Pero los materialistas franceses contaban con el irrefuta­
ble e inconmutable mérito de haber razonado consecuentemente des­
de <;1 punto de vista de la ciencia de su época, y ello es todo lo que
puede y debe reclamarse de los pensadores.
No sorprende que la ciencia de nuestra época haya avanzado mu­
cho más allá que los materialistas franceses del siglo pasado; lo im­
portante es que los adversarios de estos filósofos, eran hombres atra­
sados, incluso ya en relación con la ciencia de aquel entonces. Cierta-
taraentc. los historiadores de la filosofía suelen contraponer a los cri­
terios de los materialistas franceses el punto de vista de Kant, a
quien, por supuesto, sería gratuito reprocharle insuficiencia de cono­
cimientos. Pero esta contraposición 110 es, ni muchísimo menos, fun­
dada, y no sería difícil mostrar que tanto Kant como los materialistas
franceses habían sustentado, en el fondo, un solo punto de vista. Pero
lo utilizaron de distinta manera. Razón por la cual arribaron también
a distintas conclusiones, de acuerdo con las diferencia?- existentes en
las peculiaridades de las relaciones sociales, bajo cuyas influencias
ellos vivían y pensaban. Sabemos que esta opinión les parecerá para­
dójica a las gentes habituadas a creer en la palabra de los historiado­
res la filosofía. No tenemos la posibilidad de corroborarla aquí con
argumentos sólidos, pero tampoco renunciamos a hacerlo, si es que
nuestros adversarios así lo desearan.
Sea como fuere, todos saben que los materialistas franceses con­
sideraban toda la actividad síquica del hombre como una variación de
las sensaciones (sensations transformées). Considerar la actividad sí­
quica desde este ángulo de miras, equivale estimar todas las ideas, to­
dos los conceptos y sentimientos del hombre como resultado de la in­
fluencia que sobre él ejerce el medio ambiente que lo circunda. Y así
es justamente como los materialistas franceses miraban este problema.
Constante, fervorosa y categóricamente, de modo absoluto anuncia­
ban que el hombre, con todas sus concepciones y sentimientos, es lo
que su medio ambiente hace de él. o sea, en primer lugar, la natura­
leza, y, en segundo lugar, la sociedad. ‘‘L ’homme est tout éducation7’
(“ el hombre depende íntegramente de la educación"), asevera Hel­
vecio, entendiendo por “ educación” todo el conjunto de las influen­
cias sociales. Este criterio acerca del hombre, como fruto del medio
ambiente, es la base teórica principal de las demandas innovadoras de los
materialistas franceses. E 11 efecto, si el hombre depende del medio
ambiente que lo rodea, si a éste le debe todas las peculiaridades de su
carácter, le debe también, entre otras cosas, sus defectos; por consi­
guiente, si quieren luchar contra estos últimos, tienen, de un modo
adecuado que transformar su medio ambiente, y, además, el medio
14 G. P LE JAN OY

ambiente social, puesto que la naturaleza no hace al hombre ni malo


ni bueno. Sitúen a los hombres en relaciones sociales racionales, esto
es, en condiciones bajo las cuales el instinto de conservación de cada
■uno de ellos deje de impulsarlo a la lucha contra el resto de sus
semejantes; concuerden el interés de cada hombre individual con los
intereses de toda la sociedad, y la virtud (w rtu) hará su aparición
por sí misma, igual que la piedra carente de un sustentáculo, se vie­
ne por sí misma al suelo. La virtud no debe predicarse sino prepararla
mediante una estructura racional de las relaciones sociales. Por la
mano diestra de los conservadores y reaccionarios del siglo pasado,
la moral de los materialistas franceses es, hasta hoy día, considerada
como una moral egoísta. Ellos mismos la definieron correctamente, al
decir que dicha moral, entre ellos, se transforma íntegramente en
política.
La doctrina acerca de que el mundo espiritual del hombre re­
presenta el fruto del medio ambiente, no raras veces había llevado a
los materialistas franceses a conclusiones que ni ellos mismos habían
esperado. Así, por ejemplo, decían a veces que los criterios del hom­
bre igualmente no ejercen ninguna influencia sobre su conducta; mo­
tivo por el cual la divulgación de éstas o de las otras ideas en la so­
ciedad, no pueden aliviar ni un ápice su destino ulterior. Más ade­
lante habremos de mostrar en qué radicaba el error de esta opinión,
ahora, en cambio, dedicaremos la atención a otro aspecto de las con­
cepciones de los materialistas franceses.
Si las ideas de todo hombre dado están determinadas por su medio
ambiente, las ideas de la humanidad, en su evolución histórica, las
forma el desarrollo del medio ambiente social, la historia de las re­
laciones sociales. Por consiguiente, si tuviéramos la intención de es­
bozar el cuadro del “ progreso de la razón humana” y, además, no nos
limitáramos a la cuestión de “ ¿cóma?” (¿Cómo precisamente se ha­
bía efectuado el movimiento histórico de la razón?) y nos planteáramos
el interrogante completamente natural, i Por qué? (¿Por qué se había
efectuado precisamente así y no de otro viodof), tendríamos que em­
pezar por la historia del medio ambiente, por la historia del desarrollo
de las relaciones sociales. El centro dé gravedad de la investigación, ha­
bría sido trasladado, de esta manera, por lo menos durante los pri­
meros tiempos, al aspecto de la investigación de las leyes que pre­
siden la evolución social. Los materialistas franceses habían llegado
de Heno a la consideración de esta tarea, pero no habían podido, no
sólo resolverla, sino ni siquiera plantearla correctamente.
Cuando se les planteó el problema referente al desarrollo histórico
de la humanidad, echaron en olvido su criterio sensualista con .respec­
to al “ hombre” , en general, e igual que todos los “ ilustrados” de
esa época, afirmaban que el mundo (o sea las relaciones sociales de
los hombres), era gobernado por las opiniones (e’est 1 'opinión qui
gouverne le monde) 10. En ello reside la contradicción básica que
adoleció el materialismo del siglo XVIII, y que en los discursos de
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 15

sus partidiarios se desintegró en toda una serie de contradicciones de


segundo orden, derivadas, igual que el papel nnoneda se cambia por
dinero suelto.
P o s i c i ó n . E l hombre, con todas sus pecuUaridades es el fruto de
medio ambiente y, preferentemente, del medio social. Esta es la con­
clusión ineluctable de la tesis fundamental de Locke: no innaie prin­
cipies, no existen ideas innatas.
C o n t r a p o s i c i ó n . E l medio ambiente, con todas sus peculiari­
dades es el fruto de las opiniones. Esta es una conclusión inevitable de la
tesis fundamental de la filosofía histórica de los materialistas fran­
ceses: o}est Vopinion qui gouverne le monden .
De esta contradicción fundamental brotaron las siguientes con­
tradicciones derivadas:
P o s i c i ó n . El hombre considera buenas las relaciones sociales que
le son útiles; estima malas, las que le son nocivas. Las opiniones de
los hombres las determinan sus intereses. “ L ’opinión -ches un peuple
est iov.jours déterminée par un intéret dominant”, dice Suard (“ La
opinión de un pueblo dado está siempre determinado por el interés
que impera en su medio” ) 12. Esta no es siquiera una conclusión de
la doctrina de Locke, es una simple repetición de sus palabras: “ No
innaie practical principies. .. Virtue gener-ally approved; not beca-u­
se innaie, but because profHable. . . Good and E v il... are nothing
but Pleasure or Pain, or that which occasions or procures Pleasure
or Pain ío u$7\ (“ No hay ideas morales innatas... La virtud es apro­
bada por la gente no por ser innata de ella, sino por serle ventajo­
s a . .. El bien y el ma l . .. no son sino el placer o la aflicción, o lo que
nos causa placer o pena” ) 13.
C o n t r a p o s i c i ó n . Las relaciones dadas les parecen a los hom­
bres útiles o nocivas, según el sistema general de opiniones de estos hom­
bres. Según palabras del mismo Suard, todo pueblo <lne veut, n ’aime,
n ’approuve que ce qu’il croit étre utile” (Todo pueblo, “ ama, apoya
y aprueba solamente lo que considera ú til” ). Por consiguiente, todo,
en última instancia, se reduce, una vez más, a las opiniones de quienes
gobiernan al mundo.
P o s i c i ó n . Están muy equivocados los que piensan que la mo­
ral religiosa —digamos la prédica del amor al prójimo—, haya contri­
buido, aun cuando sea en parte, al mejoramiento moral de los hombres.
Esta clase de prédica, como en general las ideas, son absolutamente
impotentes frente a los hombres. Todo radica en el medio ambiente
social, en las relaciones sociales u .
C o n t r a p o s i c i ó n . La experiencia histórica nos muestra '*que
les opinions sacrées furent la source véritable des maux du genro hu~
maifi*’ 35, y ello es completamente comprensible, puesto que si las opi­
niones, en general gobiernan al mundo, también las opiniones erróneas lo
gobiernan, como lo hacen los tiranos sanguinarios.
. Sería fácil aumentar Ja nómina de idénticas contradicciones de los
16 G. PLEJANOV

materialistas franceses, contradicciones que fueron legadas por ellos, a


muchos de las actuales “ materialistas en el sentido filosófico general” .
Pero oso estaría de más. Fijémonos mejor, en el carácter general de
estas contradicciones.
Hay contradicciones y contradicciones. Cuando el señor Y. Y.
se está contradiciendo a cada paso en sus “ Destinos del capitalismo” ,
o en el primer tomo del “ Resumen de la investigación económica de
Rusia” iC, sus pecados lógicos, apenas pu-eden tener el valor de un
“ documento humano” ; el futuro historiador de la literatura rusa,
después de señalar estas contradicciones, tendrá que dedicarse a la
cuestión —extraordinariamente interesante, en lo que se refiere a la
psicología social—, del por qué estas contradicciones, que pese a toda
su certeza y evidencia, han pasado desapercibidas para muchos y nu­
merosos lectores del señor Y. V. En lo que hace al sentido inmediato,
las contradicciones de este escritor resultan estériles, como cierta hi­
guera. Hay contradicciones de otro género. Tan indubitables como las
áel señor Y. V., y que se diferencian de estas últimas en que no ador­
mecen al pensamiento humano, no frenan su desarrollo, sino que lo
impulsan hacia el avance, y a veces lo impulsan tan lejos y tan vi­
gorosamente que, por sus consecuencias, resultan más fértiles que las
teorías más armoniosas. Acerca de esta cíase de contradicciones se
puede deeir, repitiendo las palabras de líeg el: “Der Widerspruch
ist das Fortleitcndc” (la contradicción hace avanzar). Precisamente,
entre esta clase de contradicciones se cuentan también las del materia­
lismo francés del siglo XYIII.
Detengámosnos sobre su contradicción básica: las opiniones de
los hombres están determinadas por el medio ambiente; éste, por
las opiniones. En cuanto a esta contradicción cabe decir lo que
Kant dijo acerca de sus ‘*antinomias ” : la tesis es tan legítima como lo
es la antítesis. En efecto, no cabe ninguna duda de que las opinio­
nes de los hombres están determinadas por el medio social que los ro*
dea. Es exactamente indudable que ningún pueblo hará la paz con un
régimen social que contradice sus concepciones: se sublevará contra
este régimen y lo reconstruirá a su modo. Por consiguiente, es también
cierto que las opiniones gobiernan al mundo. Pero, dos afirmaciones,
justas de por sí, ¿cómo puede contradecir la una a la otra? Este hecho
tiene una explicación muy sencilla. Se contradicen la una a la otra
debido a que estamos examinando desde un punto de vista incorrecto:
desde este ángulo de miras parece —e invariablemente debe parecer—
que si es justa la tesis, la antítesis debe ser errónea, y viceversa, Pero
una vez que hallen el punto de vista correcto, la contradicción desa­
parecerá, y cada una de las afirmaciones que los perturban, adoptarán
un nuevo aspecto: resultará que la lina complementa, más exactamen­
te, condiciona, a la otra, y no la excluye en absoluto; que si fuese falsa
una afirmación lo sería también la otra que antes parecía ser su anta­
gonista. ¿Cómo, pues, hallar este punto de vista correcto?
Tomemos un ejemplo. Frecuentemente se decía, sobre todo duran­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 17

te el siglo XVIII, que la estructura de Estado de cualquier pueblo de­


terminado, está condicionada al modo de vida de dicho pueblo. Y ello
es absolutamente justo. Cuando desapareció el antiguo modo republi­
cano de vida de los romanos, la República cedió el lugar a la Monarquía.
Pero, por la otra parte, se afirmó con no menor frecuencia, que el modo
de vida de un pueblo determinado está condicionado por su estructura
de Estado. Esta afirmacióu también está fuera de toda duda. En efecto
¿ de dónde surgió, entre los romanos, digamos de la época de Heliogábalo,
el modo republicano de vida? ¿No está claro hasta la evidencia que el
modo de vida de los romanos de la época del Imperio, tenía que haber
representado algo opuesto al antiguo modo republicano de vida? Y si
ello está claro, habremos de arribar a la conclusión general de que la
estructura de Estado está condicionada por el modo de vida, y éste,
condicionado, pues por la estructura de Estado. Pero ella es una con­
clusión contradictoria. Es problable que hayamos llegado a esta conclu­
sión debido a lo erróneo de alguna de sus afirmaciones. ¿Cuál, preci­
samente es la errónea? Podrán romperse la cabeza cuanto quieran y
no descubrirán ninguna inexactitud, ni en una, ni en otra de las afir­
maciones j ambas son irreprochables, puesto que, efectivamente, el modo
de vida de un pueblo determinado, influye sobre su estructura de Estado,
y, en este sentido es su causa, pero, por otra parte, el modo de vida
se halla condicionado por la estructura de Estado, y en este sentido,
resulta ser su efecto. ¿Dónde, pues, está la salida? Habitualmente, en
esta clase de problemas, las gentes quedan contentas al descubrir la
interacción: el modo de vida influye sobre la Constitución, y ésta
ejerce influencia sobre el modo de vida, todo se vuelve meridianamente
claro, y las gentes que no se dan por satisfechas con parecida claridad,
revelan una tendencia —digna de toda censura— a la unüateralidacl. Así
está, razonando actualmente entre nosotros casi toda la intelectualidad
(“ inteliguentsia” ). Ella contempla la vida desde el ángulo de miras de
la interación: cada faceta de .la vida ejerce influencia sobre todas
las restantes, estando éstas, a su vez, sometidas a la influencia
también de todas las restantes. Solamente un punto de vista así
es digno de un “ sociólogo’ 7 razonante, y quienes, como los marxistas,
siguen inquiriendo algunas caucas m;'fi profundas cíe la evolución
social, ven hasta qué grado la vida social es compleja. Los enciclo­
pedistas franceses también se mostraban propensos a este punto de vista
cuando sintieron la necesidad de poner en orden sus puntos de vista con
respecto a la vida social y resolver las contradicciones que les habían do­
minado. Las mentes mejor organizadas de entre ellos (ya no hablamos de
Rousseau, quien, en general tuvo muy poco de común con los enciclope­
distas) no rebasaron los límites de este punto de vista. Así, por ejemplo,
Montesquieu sustenta el criterio de la interacción, en sus famosas obras
“ Grandeur et Do,cadenee des Bomains” , y De UEsprii des loís ’’ 17. Y
este criterio, por supuesto, es un criterio correcto. La interacción, in­
discutiblemente, exisie entre todos los aspectos de la vida social.
Lamentablemente, este criterio justo explica muy poco debido, simple­
18 G. PLEJANOV

mente, a que no ofrece indicaciones con respecto al origen cU las fuer­


zas iníeractuantes. Si la misma estructura de Estado predispone el
modo de vida sobre el cual ejerce influencia, es evidente que no es a
aquélla a quien este último debe su primera aparición. Lo mismo cabe
decir también en cuanto al modo de vida; si éste ya predispone la
estructura de Botado, sobre la cual ejerce influencia, es evidente que
no es el modo de vida el que había creado la estructura de Estado.
Para desembarazarnos de este embrollo, tenemos que hallar el fac­
tor histórico que había dado a luz, tanto al modo de vida del pueblo
en cuestión, como también a su estructura de Estado, creando con
ello también la posibilidad misma de su interacción. Si encontramos,
este factor, descubriremos el criterio justo buscado y podremos, ya
sin ninguna dificultad, resolver la contradicción que nos tiene con­
fundidos.
En la aplicación a la contradicción básica del materialismo fran­
cés, ello equivale a lo siguiente: hablan estado muy equivocados los
materialistas franceses cuando, contradiciendo su propio criterio con
respecto a la historia, decían que las ideas no significaban nada, puesto
que el medio ambiente lo significa todo. No menos equivocado estaba
también su habitual criterio acerca de la historia {a’es Vopinion gui
gómeme le monde) 18, que declaraba a las opiniones, como la causa
fundamental de la existencia, de todo medio ambiente social determi­
nado.. Entre las opiniones y el medio ambiente existe una interacción
indudable. Pero la investigación científica no puede detenerse en
el reconocimiento de esta interacción, puesto que ella no nos explica
ni muchísimo menos, los fenómenos sociales. Para comprender la his­
toria de la humanidad, o sea> en el caso dado, la historia de sus opi­
niones, por un lado, y la de las relaciones sociales a través de las
cuales atravesaron con el curso de su evolución, por el otro, es menes­
ter elevarse por encima del criterio de la interacción, es indispensa­
ble descubrir, si ello es posible, el factor determinante, tanto del de­
sarrollo del medio ambiente social como el de las opiniones. La tarea
de la ciencia social del siglo X IX radicaba precisamente en el des­
cubrimiento de este factor.
El mundo está gobernado por las opiniones. Pero las opiniones
110 permanecen invariables. ¿Qué es lo que condiciona su cambio?
“ La difusión de la cultura” , había contestado ya en el siglo XVII,
La Mothe le Y ayer. Esta es ía expresión más abstracta y más supe-
ficial de pensamiento acerca del imperio de las opiniones sobre el
mundo. Los enciclopedistas del siglo X V III habían seguido vigorosa­
mente este criterio, complementándolo, a veces, con reflexiones melan­
cólicas acerca de que el destino de la cultura es, lamentablemente, poco
seguro en general. Pero los más talentosos de entre ellos ya habían
manifestado la conciencia de insatisfacción de este criterio. Helvecio
hace notar que el desarrollo de los conocimientos está sujeto a ciertas
leyes y que, por consiguiente, existen ciertas cansas ocultas, descono­
cidas, de las cuales este desarrollo depende. Helvecio hace la tentativa
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 19

—tan en alto grado interesante que hasta hoy día no ha sido apre­
ciada según se merece— de explicar la evolución social e intelectual de
la h um anidad por sus necesidades materiales. Esta tentativa ha ter­
minado —además, por muchas causas no podía dejar de terminar—
en el fracaso. Pero pareciera que esta tentativa quedara como legado
para los pensadores del siglo siguiente que desearan continuar la
obra de los materialistas franceses.
Capítulo Segundo

LOS H ISTO RIAD O RES F R A N C E SE S DE L A EPOCA


DE L A R E ST A U R A C IO N 19

“ Una de las deducciones importantísimas que se pueden formu­


lar sobre la base del estudio de la historia, es la que se refiere a que
el Gobierno constituye la causa más efectiva del carácter de un pue­
blo ; que las virtudes y los defectos de las naciones, su energía o su de­
bilidad, sus talentos, su cultura o su ignorancia casi nunca son el efec­
to del clima o de las peculiaridades de la raza en cuestión; que la
Naturaleza suministra de todos a todos, y los gobiernos conservan o
destruyen en los ciudadanos a ellos subordinados, las cualidades que
constituyen, originariamente, los bienes comunes del género humano” .
E n Italia no se habían operado cambios ni en el clima, ni en la raza
(la afluencia de los bárbaros era demasiado insignificante para modi­
ficar sus peculiaridades) : “ La Naturaleza fue la misma para los ita­
lianos de todos los tiempos; sólo los gobiernos habían cambiado, y estos
cambios siempre habían sido precedidos por los cambios del carácter
nacional o los habían acompañado ’ *.
Así impugnaba Sismondi la teoría según la cual el destino histó­
rico de los pueblos dependía exclusivamente del medio geográfico’20.
Sus objeciones no carecen de solidez. E n efecto, la geografía está muy
lejos de explicar todo en la historia, precisamente por ser esta última
■una historia, o sea, debido a que, según se expresa Sismondi, los go­
biernos cambian, mientras que el medio geográfico permanece sin cam­
biar. Pero esto es sólo de paso; a nosotros nos interesa un problema
completamente distinto.
El lector habrá notado ya, probablemente, que al confrontar la
mutabilidad de los destinos históricos de los pueblos, con la inmuta­
bilidad del medio geográfico, Sismondi sincroniza estos destinos con
un solo factor fundamental: 11al Gobierno” , esto es, al régimen polí­
tico del país en cuestión. El carácter de un pueblo está determinado
íntegramente por el del Gobierno. Ciertamente, al emitir categórica­
mente esta afirmación, Sismondi, de inmediato y en forma sumamen­
te esencial, la atenúa: los cambios políticos, dice, habían precedido a
los del carácter nacional o los habían acompañado. De aquí ya se deriva
que el carácter del Gobierno está, a veces, determinado por el caráe-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 21

ter del pueblo. Pero, en este caso, la filosofía histórica de Sismondi tro­
pieza con nuestra ya conocida contradicción que había confundido a
los enciclopedistas franceses: eJ. modo de -vida de un pueblo determi­
nado, depende de su estructura política; esta última depende del
modo de vida. También Sismondi había revelado poca capacidad para
resolver esta contradicción; igual que los enciclopedistas se había vis­
to obligado a tomar, alternativamente, como base de sus razonamientos,
ya a uno, ya a otro miembro de esta antinomia. Pero, sea como fuere,
una vez optado por uno de ellos, precisamente por el que reza que
el carácter de un pueblo depende de su Gobierno, había atribuido al
concepto de “ Gobierno" una significación exageradamente amplia: se­
gún ¿1, este concepto englobaba decididamente todas las peculiarida­
des del medio ambiente social en cuestión, todas las particularidades
de las relaciones sociales dadas. Será más exacto decir que, según él,
decididamente, todas las peculiaridades del medio ambiente social dado,
son obra del “ Gobierno” , resultado de la estructura política. Este
es el punto de vista del siglo X V III. Cuando los materialistas fran­
ceses quisieron expresar, concisa y enérgicamente, su convicción con
respocto a la influencia omnipotente del medio ambiente sobre el hom­
bre, dedán: c’est la législation qui fait tout (todo depende de la legis­
lación). Y cuando se ponían a hablar de la legislación tenían ante
la vista casi exclusivamente la legislación ‘política, la estructura de Es­
tado. Entre las obras del famoso J. B. Vico hay un pequeño articulito
bajo el título “ Ensayo de sistema de jurisprudencia, en el que el dere­
cho civil de los romanos se explica por sus revoluciones políticas” 21.
Aún cuando este “ ensayo” había sido escrito en el mismo comienzo
del siglo X V III, el criterio que expresa con respecto a la relación del
derecho civil con el régimen del Estado, imperó hasta la Restauración
francesa. Los enciclopedistas habían reducido todo a “ política” 22.
Pero la actividad política del “ legislador” es, en todo caso, una
actividad conscientef aun cuando, tampoco siempre, por supuesto,
conveniente. La actividad consciente del hombre depende de sus
“ opiniones”. Así . pues, los enciclopedistas franceses, en forma des­
apercibida para ellos mismos, habían retornado al pensamiento refe­
rente a la omnipotencia de las opiniones, incluso cuando quisieron ex­
presar patentemente la idea de la omnipotencia del medio ambiente.
Sismondi aún sustenta el criterio del siglo XV’I I I 23. Los his­
toriadores franceses más jóvenes ya sostienen otros criterios.
El curso y el desenlace de la revolución francesa, con sus sorpre­
sas que situaron en un atolladero a los pensadores más “ ilustrados” ,
fue la refutación, patente hasta el extremo, del pensamiento acerca
de la omnipotencia de las opiniones. Fue entonces cuando muchos se
decepcionaron totalmente de la fuerza de la “ razón” , y los otros, que
no so habían decepcionado, comenzaron a manifestar tanto más la pro­
pensión a aceptar la idea de la omnipotencia del medio ambiente como
al estudio del curso de desarrollo de este último. Pero también el medio
ambiente comenzó a ser examinado, durante la Restauración, con un
22 G. PLEJANOV

nuevo criterio. Los grandes acontecimientos históricos se burlaron tanto


de los “ legisladores” , y de las Constituciones políticas, que se llegó al
extremo que ya parecía extravagante aceptar a estos últimos, como si
fuesen el factor fundamental, únicas peculiaridades del medio ambiente
social dado. Las Constituciones políticas comenzaron a ser aliora exami­
nadas como algo derivado, como un efecto y no como una causa.
La mayor parte de los escritores, científicos, historiadores o pu­
blicistas —dice Guizot en sus “ Essais sur Vhistoire de Jaranee1’24— se
han esforzado por explicar el estado dado de una sociedad, el grado o
género de su civilización, por las instituciones políticas de dicha socie­
dad. Sería más prudente comenzar por el estudio de la propia sociedad,
para tomar conocimiento y comprender sus instituciones políticas. Es­
tas últimas, antes de convertirse en una causa, son un efecto; la so­
ciedad. las crea antes de comenzar a cambiar elía misma bajo su in­
flujo; y, en lugar de juzgar acerca del estado de un pueblo por las
formas de su gobierno, es menester, ante todo, investigar el estado del
pueble, para juzgar cuál debía haber sido, cuál podía haber sido su
gobierno. . . La sociedad, su composición, el modo de vida de las per­
sonas individuales según su posición social, las relaciones de las perso­
nas de diversas clases, en una palabra el modo de ser civil de las gen­
tes (Véiai des personnes), tal es, sin duda, el primer problema que
atrae la atención del historiador que desea conocer cómo han. vivido
los pueblos, y del publicista que desea saber cómo han sido goberna­
dos” 22.
Este es un criterio directamente opuesto al de Vico. Este explica
la historia del derecho civil por las revoluciones políticas; Guizot ex­
plica el régimen político, por el modo de vida civil, esto es, por el de­
recho civil. Pero el historiador francés avanza, aún más en el análisis
de la “ composición social” . Según dice este historiador francés, entre
todos los pueblos que han aparecido en la palestra histórica después
de la caída del Imperio Romano Occidental, el “ modo civil de vida”
de las gentes se hallaba en un íntimo contacto con las relaciones agra­
rias (état des ierres), razón por la cual, el estudio de estas últimas,
debe preceder al de su modo civil de vida: “ Para comprender las ins­
tituciones políticas, hay que estudiar los diversos sectores existentes
dentro de la sociedad, en sus relaciones reciprocas. Para comprender
estos diferentes sectores sociales, hay que conocer la naturaleza de las re­
laciones agrarias” 26. Partiendo desde este criterio, Guizot estudia tam­
bién la historia de Francia en las primeras dos dinastías. P ara él,
ésta es la historia de la lucha de los diversos sectores de la sociedad
de entonces. E n su historia de la revolución inglesa, da un nuevo paso
de avance, pintando este acontecimiento como la lucha de la burguesía
contra la aristocracia, reconociendo, tácitamente, así, que para expli­
car la vida política de un país dado, hay que estudiar, no solamente
sus relaciones agrarias, sino también todas sus relaciones patrimonia­
les en general27. ...........
Este criterio con respecto a la historia política de Europa, estaba
muy lejos de ser entonces el patrimonio exclusivo de Guizot. Muchos
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 23

otros historiadores lo compartían, de los cuales señalaremos a Augus-


tín Thierry y Mignet.
Angustia Thierry, en sus “ Vues des révohctions cl’Angleterre” 2S,
■presenta la historia de las revoluciones inglesas, como la lucha de la
burguesía contra la aristocracia. “ Todos, cuyos antepasados hablan
pertenecido a los conquistadores de Inglaterra, —dice refiriéndose a
Ja primera revolución— dejaban sus castillos, encaminándose hacia el
campo realista, donde ocupaban los puestos que correspondían a sus
títulos. Los habitantes de las ciudades se marchaban, por multitudes,
al campo opuesto. Entonces se podía haber dicho que los ejércitos se
r e u n i e r o n : uno, bajo el estandarte la ociosidad y del poder; el otro,
bajo ios estandartes del trabajo y de la libertad. Todos los holgazanes,
independientemente de su origen, todos lo s que buscaban -en la vida tan
sólo los deleites que se consiguen sin trabajo, se alistaban bajo las ban­
deras realistas, en defensa de los intereses, idénticos a los suyos pro­
pios; y, por el contrario, los descendientes de los conquistadores que
se dedicaban, por aquel entonces, a la industria, se incorporaron en el
partido de los Comunes; *29.
El movimiento religioso de esa época, a juicio de este historiador,
fue solamente el reflejo de los intereses materiales cotidianos. “ Por
parte de ambos bandos la guerra se libraba por los intereses materiales.
Todo lo demás no era sino una apariencia o un pretexto. La gente
que defendió la causa de los súbditos} eran, en su mayoría presbiteria­
nos, esto es, que no querían reconocer ninguna sujeción. ni siquiera de
tipo religioso. Los que se adhirieron al partido adversario, profesaban
la fe anglicana 30 o católica; ello se debía a que incluso en la esfera re­
ligiosa tendían al poder y a imponer contribuciones a la población” .
Thierry cita, además, las siguientes palabras de Fox en su “ History
of ihe reing of James the Second” 31: “ los wigs 32 consideraban todas
Jas opiniones religiosas con criterio político. Hasta su animosidad al
papismo fue el resultado, no tanto de la superstición o la llamada ido­
latría de esta secta impopular, como a sus tendencias a instaurar la
autoridad absolutista dentro del Estado ’\
A juicio de Mignet, “ el movimiento social lo determinan los intere­
ses imperantes. En medio de los diversos obstáculos, este movimiento
tiende hacia su objetivo, deteniéndose una vez logrado éste, cedien­
do el lugar a otro movimiento que, al principio, pasa inadvertido y
que se manifiesta tan sólo, cuando llega a ser el predominante. Tal
fue el curso de la evolución del feudalismo. Este había existido en la
necesidad de la gente, sin haber existido aún prácticamente. Esto es
la primera época. En la segunda ya existía en la práctica, dejando
gradualmente de corresponder a las necesidades, motivo por el cual
terminó, finalmente, su existencia efectiva. Ni una sola revolución se
había realizado a no ser marchando por esa ru ta ” 58.
Este historiador, en su historia de la revolución francesa exa­
mina los acontecimientos precisamente partiendo desde este criterio
24 G. PLEJANOV

de las “ necesidades” de las diferentes clases sociales'34. La lucha de


estas clases constituye, para él, el resorte principal de los sucesos po­
lítico?.. Este criterio, por supuesto, no pudo caer bien a los eclécticos,
ni siquiera en aquellos buenos tiempos, cuando sus cerebros trabaja­
ban mucho más que ahora. Los eclécticos reprochaban a los partidia-
rios de las teorías históricas modernas de formalismo, de parcialidad
hacia ol sistema (espirit de systém). Como suele suceder siempre en
tales casos, los eclécticos, verdaderamente, no hablan notado en ab­
soluto los lados flacos de las teorías modernas, pero, en cambio arre­
metieron con tanta mayor energía, contra sus aspectos indiscutible­
mente fuertes. Este sistema, dicho sea de paso, es tan antiguo como el
mismo mundo, y, por eso; muy poco interesante, Mucho más lo es la
circunstancia de que estos criterios modernos hayan sido defendidos
por el, saintsimomsta Bazard. uno de los más brillantes paladines del
socialismo de esa época.
Bazard no consideraba irreprochable el libro de Mignet sobre la
revolución francesa. Según él, el defecto de este libro radicaba, entre
otras cosas, en presentar el suceso descrito como un hecho aislado, que
está totalmente al margen “ de la larga cadena de esfuerzos que, una
vez derrocado el viejo régimen social, tenía que facilitar la instaura­
ción del nuevo régimen” . Pero el libro posee también virtudes que
están fuera de toda duda. “ El autor se había propuesto el objetivo de
dar iina caracterización de los partidos que, uno tras otro, tienen a su
cargo el marcar el rumbo de la revolución, poner al descubierto la
conexión existente entre estos partidos y las diferentes clases socia­
les, mostrar cómo, precisamente, la cadena de los acontecimientos les
va colocando, a uno tras otro, al frente del movimiento y cómo, final­
mente van desapareciendo” . Este mismo “ espíritu de sistema y de
fatalismo’* que los eclécticos reprochan a los historiadores de la orien­
tación moderna, diferencia ventajosamente, a juicio de Bazard, los tra ­
bajos de Guizot y Mignet de las obras de los “ historiadores-literatos”
(o sea, de los historiadores preocupados únicamente de la belleza del
“ estilo” ), quienes, no obstante su gran número, no hicieron avanzar
ni un solo paso la ciencia histórica desde los tiempos del siglo
XVIIT**.
Si se hubiese preguntado a Augustin Thierry, Guizot o a Mignet,
si el modo de vida de un pueblo determinado crea su estructura de
Estado, o, por el contrario, si e.s su estructura de Estado la que crea su
modo de vida, cada uno de los interrogados hubiera contestado que
por más grande y más indiscutible qiie fuera la interacción entre el
modo de vida del pueblo y su estructura de Estado, tanto el uno como
la otra, en últimas cuentas, deben su existencia a un tercer factor,
más profundamente cimentado: ' ‘ai modo civil de vida de los hombresf
a sus relaciones ■patrimo7iiales,>. Así, pues, la contradicción en la que
se vieron enredados los filósofos del siglo X V III hubiera quedado re­
suelta y todo hombre imparcial hubiese reconocido que a Bazard le
asiste 1?. razón al afirmar que la ciencia había dado un paso de avan­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 25

ce a través de los representantes de los criterios históricos modernos.


Pero nosotros ya sabemos que la contradicción recién mencionada
no es sino un caso particular de la contradicción fundamental de los
criterios sociales del siglo X V III: 1) el hombre, con todos sus pen­
samientos y sentimientos, es el fruto del medio ambiente; 2 ) este úl­
timo es una criatura hecha por el hombre, el fruto de sus ‘'opiniones” .
Los criterios históricos modernos, ¿ puede decirse que hubieran resuel­
to esta fundamental contradicción del materialismo francés? Veamos
la idea que se habían formado los historiadores franceses de la época
de la Restauración, acerca del origen del modo de vida civil, de las
relaciones patrimoniales, cuyo estudio atento era, a su juicio, el único
que podía ofrecernos la clave para la comprensión de los sucesos his­
tóricos.
Las relaciones patrimoniales de los hombres entran en la esfera
de sus relaciones jurídicas. La propiedad es, ante todo, una institu­
ción jurídica. Decir que la clave para comprender los fenómenos his­
tóricos hay que buscarla en las relaciones patrimoniales de los hom­
bres, equivale a decir que esta clave radica en las instituciones del de­
recho. Pero, ¿de dónde habían brotado estas instituciones1? Guizot dice,
con entera razón, que las Constituciones políticas habían sido un efec­
to antes de haber llegado a ser una causa; que la sociedad las había
creado primeramente, y ya después dicha sociedad comenzó a cam­
biar bajo su influjo. Pero, en lo que concierne a las relaciones patri­
moniales, ¿acaso no se puede decir exactamente lo mismo? Ellas, ¿aca­
so no habían sido, a su vez, un efecto antes de haber llegado a conver­
tirse en una causa? Antes de experimentar su decisiva influencia, ¿la
sociedad, acaso no tuvo que crear estas relaciones patrimoniales? A
estos interrogantes absolutamente razonables, Guizot da una respues­
ta, en alto grado insatisfactoria. Entre los pueblos que habían apare­
cido en la palestra histórica después de la caída clel Imperio Romano
Occidental, el modo de vida civil se halla en una íntima conexión cau­
sal con la propiedad rural'36, la relación entre el hombre y la tierra de­
terminaba su posición social. A lo largo de toda la época del feudalismo,
todas las instituciones sociales estaban, en última instancia, condicio­
nadas por las relaciones agrarias. En lo que hace a estas últimas, se­
gún dice el mismo autor, “ imeialmente, durante el primer tiempo des­
pués de la invasión de los bárbaros” , estaban determinadas por la po­
sición social de los terratenientes: “ la tierra adoptaba este o el otro
carácter, según el grado en que su dueño era fuerte” 37.
Pero, ¿qué es lo que determinaba, en tal caso, la posición social
de los terratenientes? ¿Qué es lo que determinaba “ inicialmente, du-
rante el primer tiempo después de la invasión de los barbaros” , el ma­
yor o menor grado de libertad, el mayor o menor poderío de los pro-
pietaríos rurales? ¿Habrán sido las anteriores relaciones políticas en­
tre los bárbaros-conquistadores? Pues, el mismo G-inzot ya nos ha
dicho que las relaciones políticas son un efecto y no una causa. Para
comprender el modo de vida político de los bárbaros durante la época
26 G. PLEJANOV

inmediatamente anterior a la caída del Imperio Romano Occidental,


deberíamos, según el consejo de nuestro autor, estudiar su condición
civil, su régimen social, las relaciones de las diversas clases dentro de
su medio ambiente, etc.; y este estudio nos llevaría otra vez al p-roble-
mama referente a que es lo que determinan las relaciones patrimonia­
les de los hombres, que es lo que crea las formas de propiedad existen­
tes dentro de la sociedad dada. Y, por supuesto, nada ganaríamos si,
para explicar la posición de las diversas clases sociales, comenzásemos
a referirnos a los relativos grados de su libertad y poderío. Ello no
sería una respuesta, sino una repetición del problema en una forma
nueva, con algunos pormenores.
Es apenas verosímil que Guizot concibiera el problema relativo al
origen de las relaciones patrimoniales en forma de problema científico,
rigurosa y exactamente planteado; desentenderse de él, como ya hemos
visto, le había sido completamente imposible, pero ya la confusión rei­
nante en las respuestas que a dicho problema diera, testimonia la fal­
ta de claridad de su formulación. E n lo que toca al desarrollo de las
formas de la propiedad, este autor lo explicaba con vagas referencias
a la naturaleza humana. No es de sorprenderse que este historiador, a
quienes los eclécticos habían acusado de sustentar criterios excesiva­
mente metodizados, resultara ser él mismo un ecléctico considerable,
por ejemplo, en sus obras de historia de la civilización38..-
Augustin Thierry, quien había considerado la lucha que libraban
las diversas sectas religiosas y los diferentes partidos políticos partien­
do deJ criterio de los “ intereses materiales” de las diversas clases so­
ciales y que simpatizaba apasionadamente con la lucha del tercer es­
tado contra la aristocracia, había explicado el origen de estas clases
y castas por la conquista. ‘‘ T-out cela date d fune conquéie, il y a une
conquéte. lá dessous” (“ todo esto se remonta desde el tiempo de la con­
quista; todo descansa sobre la conquista” ), dice, refiriéndose a las
relaciones de clase y de casta existentes entre los pueblos más moder­
nos, a los cuales se refiere exclusivamente en sus escritos. Este pen­
samiento lo desarrolla incansablemente, de diversas maneras, tanto
en artículos, como también en sus posteriores obras científicas. Sin
hablar ya de que la “ conquista” —acto político internacional— hace
retroceder a Thierry al criterio del siglo X V III, el cual explicaba
toda la vida social por la actividad del legislador, esto es, por la au­
toridad política, sino que todo hecho de conquista suscita inevitable­
mente el interrogante de ¿ por qué fueron las consecuencias éstas y
no otras? Antes de la invasión de los bárbaros germanos, Galia ya
había atravesado por la conquista romana. Las consecuencias de esta
última fueron muy diferentes que las de la conquista germana. Las
consecuencias de la conquista de China por los mongoles, se parecen
muy poco a las consecuencias políticas de la conquista de Inglaterra
por las normandos. ¿A qué se debe esta diferencia? Decir que estas
diferencias están determinadas por las que existían en el régimen so­
cial de los diversos pueblos que habían chocando entre sí en distintas
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 27

■épocas, equivale a no decir nada, ya que sigue siendo desconocido el


¿qué es lo que determina a este régimen social? Invocar con motivo
de este problema cualesquiera conquistas anteriores, significa girar en
un círculo vicioso. Por más enumeraciones que hagan de las conquis­
tas, llegarán, de todos modos y a fin de cuentas, a la conclusión ine­
ludible de que en la vida social de los pueblos, existe cierta incógnita,
cierto factor desconocido, que no sólo está condicionado por la con­
quista, sino que, por el contrario, va condicionando las consecuencias
de las conquistas, e incluso, y es probable, las conquistas mismas, cons­
tituyendo la causa fundamental de las colisiones internacionales.
Thierry, en su “ Historia de la conquista de Inglaterra por los nor­
mandos” , señala, él mismo, basándose en el testimonio de antiguos mo­
numentos, los motivos que habían guiado a los anglosajones en su lu­
d ia encarnizada por la independencia, “ Debemos batallar, dice uno
de sus duques, no importa lo grande que sea el peligro, porque aquí
no se trata, no de reconocer a un nuevo señ o r... sino de otra cosa to­
talmente distinta. E l caudillo de los normandos ya había repartido
nuestra?, tierras entre sus caballeros y entre su propia gente, que, en
■gran parte, ya se Ies habían reconocido, a cambio, vasallos suyos.
Ellos querrán hacer uso de estas gratificaciones para el caso si el du­
que normando llegara a ser rey nuestro, el que se vería obligado a
transferir en su autoridad nuestras tierras, nuestras mujeres e hijas.
Todo ello ya se les había prometido de antemano. Querrán arruinarnos
no solamente a nosotros, sino también a nuestros descendientes; que­
rrán despojarnos de la tierra de nuestros antepasados, etc.” . Gui­
llermo el Conquistador, por su parte, dice a sus satélites: “ Comba­
tid valerosamente, dadles muerte a todos; si obtenemos la victoria, to­
dos nos enriqueceremos. Lo que yo adquiero, lo adquirís todos voso­
tros, lo que yo conquisto, lo conquistáis vosotros; si yo tendré tierra,
¡a tendréis vosotros tam bién” 39. Aquí se ve con una claridad meri­
diana que la conquista, de por sí, no fue el objetivo, que “ debajo de
■ella17 descansaban ciertos intereses “ positivos” , esto es, intereses eco­
nómicos. Surge el interrogante, ¿qué es lo que dotó a estos intereses,
de este aspecto que tenía por aquel entonces*? ¿cuál fue el motivo que,
tanto nativos como conquistadores, manifestaran la propensión, preci­
samente, al feudalismo y no a cualquiera otra forma de propiedad
T ural? E n es caso, la “ conquista” no constituye ninguna explicación.
E n “ Histoire du íicrs état” 40, del mismo Thierry 41 y en todos sus
■esbozos de historia de las relaciones internas de Francia y de Ingla­
terra, disponemos de un cuadro bastante completo del movimiento his­
tórico de la burguesía. Basta con tomar conocimiento, aunque no sea
■más que de este cuadro, para ver hasta qué grado es insuficiente el
criterio que sincroniza con la conquista, el origen y evolución de un
régimen social dado: pues, esta evolución había marchado comple­
tamente a contramano de los intereses y deseos de la aristocracia feu­
d al, esto es; ' de los conquistadores y sus descendientes.
Sin temor a exagerar, se puede decir que el propio Thierry se
28 G. PLEJANOV

había preocupado de impugnar, mediante sus investigaciones histó­


ricas, su propio criterio con respecto al papel histórico de las con­
quistas 42.
.En cuanto a Mignet, nos encontramos con parecida maraña.
Habla acerca de la influencia que la propiedad rural ejerce sobre
las formas políticas, Pero, ¿de qué depende, por qué evolucionan las
formas de la propiedad agraria en una o en otra dirección? Esto Mig­
net lo ignora. Eta última instancia, las formas de la propiedad agraria
coinciden, según él, con la conquista 43,
Mignet siente que también en la historia de las colisiones inter­
nacionales no nos enfrentamos con conceptos abstractos, “ conquista­
dores” , “ conquistados", sino con hombres vivos, de carne y hueso,
que disponen de determinados derechos y contraen ciertas relaciones
sociales, pero en este punto, su análisis no avanza mucho-, “ Cuando
dos pueblos, que habitan un solo suelo, se mezclan entre sí, dice, pier­
den sus lados flacos y se transfieren mutuamente sus lados fuertes” 44.
Esta afirmación no cala muy hondo, y, además, carece comple­
tamente de claridad.
Si se hubiesen visto enfrentados con el problema relativo al ori­
gen de las relaciones patrimoniales, cada uno de los mencionados his­
toriadores franceses de la época de la Restauración habría tratado,
seguramente, salir del paso, al igual que Guizot, con referencias más
o menos ingeniosas a la “ naturaleza humana
B1 criterio acerca de la “ naturaleza hum ana” , como instancia
suprema en la que se ventilan todos los “ casos casuísticos” en la es­
fera del derecho, de la moral, de la política y de la economía fue
totalmente legado a los escritores del siglo XIX, por los enciclopedis­
tas del siglo próximo pasado.
.Si el hombre, al llegar al mundo, no trae consigo ninguna reser­
va preparada ya de “ ideas prácticas” innatas; si la virtud es vene­
rada, no por ser algo innato de los hombres, sino por ser una cosa útil,
como afirmara Loc-ke; si el principio de la utilidad social constitu­
ye la ley suprema, como dijera Helvecio; si el hombre es la medida
de las cosas dondequiera que exista una cuestión de relaciones recí­
procas humanas, resulta absolutamente natural concluir que la natu­
raleza del hombre, es también el criterio que debemos aplicar cuando
tenemos que juzgar de lo útil o de lo nocivo, acerca de lo razonable
o irrazonable de las relaciones en cuestión. Partiendo desde este cri­
terio, los enciclopedistas del siglo X V III habían enjuiciado, tanto
el régimen social vigente por aquel entonces, como asimismo, a las re­
formas que consideraron deseables. La naturaleza humana, constitu­
ye, para ellos, el principalísimo argumento en las disputas contra
.sus adversarios. Hasta qué extremo consideraban grande el valor de
este argumento, nos lo muestra excelentemente, por ejemplo, el si­
guiente razonamiento de Condorcet: “ Las ideas de justicia y de de­
recho se forman, invariablemente, de igual modo entre todos los se­
res dotados de la facultad de sentir y de adquirir ideas. Por esta ra-
LA c o n c e p c i ó n m o n i s t a d e l a h i s t o r i a 29

¡?;ón habrán de ser iguales” . Ciertamente sucede que los hombres las
tergiversan (les altérent). “ Pero todo hombre que razona correctamen­
te, habrá de arribar, ineluctablemente, a determinadas ideas, tanto en
la moral, como asimismo en la matemática. Estas ideas representan
la deducción necesaria de la verdad incontrovertible de que los hom­
bres son seres que sienten y raciocinan” 46. E n realidad, los criterios
sociales de los enciclopedistas franceses no fueron deducidos, por su­
puesto, de esta más que justa verdad, sino dictados por el medio am­
biente en que vivían. El “ hombre” , del cual ellos pensaban, se distin­
guía, no tan solo con la facultad de sentir y raciocinar : su “ naturaleza”
reclamaba un determinado orden burgués (las obras de Holbach re­
sumen justamente estas reclamaciones que, posteriormente, fueron lle­
vadas a la práctica por la Asamblea Constituyente) ; fue esta “ natu­
raleza” la que preceptaba la libertad de comercio, la no-intervención
del Estado en las relaciones patrimoniales de los ciudadanos (¡ laissez
faire, laissez passer!) 4T, etc., etc. Los enciclopedistas miraban a la
naturaleza humana a través del prisma de las necesidades y relaciones
sociales en cuestión. Pero no sospechaban que es la historia quien ha­
bía colocado delante de sus ojos cierto prism a: se imaginaban que
por sus bocas estaba hablando la mismísima “ naturaleza hum ana” ,
comprendida y apreciada, al fin, por los representantes iluminados de
]a humanidad.
Is’o todos los escritores del siglo X V III tenían igual noción acerca
de la naturaleza humana. A veces discrepaban muy vigorosamente en­
tre sí a raíz de este problema. Pero todos ellos, de igual modo, es­
taban convencidos de que sólo un criterio correcto con respecto a
esta naturaleza puede ofrecer la clave para explicar los fenómenos
sociales.
Antes hemos dicho que muchos de los enciclopedistas franceses ya
habían notado que el desarrollo ele la razón humana estaba sometido
a ciertas leyes. Fue, ante todo, la historia de la literatura, la que les
había infundí do el pensamiento acerca de la existencia de estas leyes:
'“ ¿cuál es el pueblo —preguntaban—, que no haya sido antes poeta y
recién después pensador?” 48. ¿Cómo se explica, pues, esta sucesivi-
cad? Por las necesidades sociales que son también las que determinan,
incluso, .el desarrollo del lenguaje, contestaban los Enciclopedistas.
‘ ‘ E>1 arte de hablar, como también todas las artes, es el fruto de las ne­
cesidades e intereses sociales” , había demostrado el abate Arnaud, en
un discurso, que acabamos de mencionar en una nota al p ie 49. Las
necesidades sociales cambian y por eso cambia también el curso del
desarrollo de las “ artes” . Pero, ¿qué es lo que determina las nece­
sidades sociales? Estas últimas, las necesidades de los hombres que in­
tegran la sociedad, están condicionadas por la naturaleza humana; por
consiguiente, es en esta última donde cabe buscar también la explica­
ción de éste, y no de otro curso, del desarrollo intelectual.
La naturaleza humana, para poder desempeñar el papel de mó­
dulo supremo, tenía que haber sido considerada como algo dado de una
30 G. PLEJANOV

vez para siempre, algo inimitable. Los enciclopedistas afectivamente así


la habían considerado, como puede ver el lector por las palabras de
Condoreet, que hemos citado anteriormente. Pero, si la naturaleza
humana es inmutable, ¿cómo se puede explicar por ella el curso de
desarrollo intelectual o social de la humanidad? ¿Cuál es el proceso
de todo desarrollo? Una serie de cambios. Con ayuda de algo inmuta­
ble, de algo dado de una vez para siempre, ¿se pueden explicar ¡los
cambios que forman el proceso de-•desarrollo ? Porque una cantidad
constante permanece fija, ¿cambia por eso la cantidad variable? Los
enciclopedistas se apercibieron que esto no es asi, y, para salvar los
obstáculos, señalaban que la misma cantidad constante es variable den­
tro de ciertos límites. E l hombre atraviesa por diversas edades: in­
fancia, juventud, virilidad, etc. Durante estas diferentes edades, sus
necesidades no son iguales: “ E n la infancia, el hombre vive por los
sentimientos, la imaginación y la memoria; busca la sola recreación,
tiene necesidad tan sólo de cantos y de cuentos. Después llega la edad
de las pasiones; el alma requiere conmociones y emociones. Después
se desarrolla la facultad de raciocinio, se desarrolla la razón que, a
?u vez, requiere ejercicios, actividad que se extiende a todo lo que es
capaz de despertar la curiosidad".
Así se desarrolla el hombre individual: estos tránsitos están con­
dicionados por su naturaleza; y precisamente, debido a que radican
en su naturaleza, estos tránsitos se advierten también en el desarrollo
espiritual de toda la humanidad; ellos, estos tránsitos, explican, el por
qué los pueblos se inician con la poesía épica, pero terminan con la
filosofía50.
Es fácil ver que las “ explicaciones" de este género, sin haber ex­
plicado igualmente nada, habían dotado la descripción de! curso de
desarrollo de la humanidad de cierta forma pintoresca (la similitud
siempre acentúa con mayor resplandor las peculiaridades del objeto
descripto). Es fácil ver también que, habiendo dado explicaciones de
esta índole, los pensadores del siglo X V III habían girado en nuestro
ya conocido círculo vicioso: el medio ambiente crea al hombre, éste
crea el medio ambiente. E n realidad, por una parte resulta que el de­
sarrollo intelectual de la humanidad, o sea, dicho en otras palabras,
el desarrollo de la naturaleza humana, es explicado por las necesida­
des sociales,, mientras que, por la otra, se deduce que el desarrollo de
las necesidades sociales, es explicado por el desarrollo de la naturaleza
humana.
Esta contradicción, como vemos, no la habían eliminado tampoco
los historiadores franceses de la época de la Restauración; con ellos,
tan sólo había adoptado un nuevo aspecto.
Capítulo Tercero

LOS SO C IA L IST A S UTOPICOS

Si la naturaleza humana es inmutable y si, conociendo sus pecu­


liaridades fundamentales, se pueden deducir de éstas, de manera ma­
temática, postulados auténticos, valederos en las esferas de la moral
y de la ciencia social, tampoco sería difícil idear un régimen social
que, correspondiendo plenamente a las demandas de la naturaleza hu­
mana, sería, precisamente por eso, un régimen social ideal. Ya los ma­
terialistas del siglo X V III se lanzan de buenas ganas a la investiga­
ción en el terreno de una legislación perfecta (législation parafaite).
Estas investigaciones representan el elemento utópico en la literatura
del enciclopedismo51.
Los socialistas utópicos de la primera mitad del siglo X IX se
entregan con toda su alma a estas investigaciones.
Los socialistas utópicos de esa época siguen íntegramente los cri­
terios antropológicos de los materialistas franceses. Igual que estos
últimos, consideran al hombre fruto del medio ambiente socials2, e
igualmente que ellos, se encierran en un círculo vicioso, explicando
las peculiaridades mutables del medio ambiente, por las inmutables
de la 'naturaleza "humana.
Todas las numerosas utopías de la primera mitad de nuestro si­
glo, no representan sino la tentativa de concebir una legislación per­
fecta, tomando la naturaleza humana como módulo supremo. Así,
Fourier toma como punto de arranque el análisis de las pasiones hu­
manas; así R. Owen, en su “ Outline of the rational system of
society” 53, parte de los i( principios fundamentales de la ciencia re­
lativa a la naturaleza hum ana” (“ first Principies of Human N ature”)
y asevera que un “ Gobierno racional” debe ante todo “ definir la
naturaleza hum ana” (ascertain what Human Nature is ) ; así; los
saintsimonistas proclaman que su filosofía está cimentada sobre un
nuevo concepto de la naturaleza humana (sur une nouvelle concep-
tion de la nature humaine) 5 4 ; así, los fourierristas dicen que la
organización social ideada por su maestro, representa una serie de con­
clusiones irrefutables sobre las leyes inmutables de la. naturaleza
hum ana55. . ' '
El criterio con respecto a la naturaleza humana, como el
32 G. P LE JAN OV

módulo supremo, no había impedido, por supuesto, a las diversas


escuelas socialistas discrepar entre si, en la definición de las peculia­
ridades de dicha naturaleza humana. Por ejemplo, a juicio de los
saintsinionistas, “ los planes de Owen contradicen las propensiones de
la naturaleza humana, al extremo que la popularidad de que, al
parecer, gozan en la actualidad {escrito en 1825), parece, a primera
vista, algo inexplicable"36. E n el folleto polémico de Fourier,
‘‘Piéges ei charlaianisme des deuco sedes Saint Simón et Owen, qui
prometíent Vassociation ef le progrés7’ 57, se pueden hallar no pocas
respuestas ásperas acerca de que también la doctrina saintsimonista
está en contradicción con todas las inclinaciones de la naturaleza
humana. Ahora, al igual que en tiempos de Condorcet, resultaba que
concordar en la definición de la naturaleza humana era mucho más
difícil que definir ésta o la otra figura geométrica.
Por cuanto los socialistas utópicos del siglo X IX seguían el
criterio de naturaleza humana no hicieron sino repetir los equívocos
de los pensadores del siglo X V III, pecado que, dicho sea de paso,
había cometido toda su ciencia social coetánea 5S. Pero entre ellos se
advierte la fuerte tendencia a escapar de los estrechos marcos de los
conceptos abstractos y apoyarse sobre una base concreta. Más formida­
bles que otros en este aspecto son los trabajos de Saint Simón.
Mientras que los enciclopedistas franceses consideraban frecuen­
temente a la historia de la humanidad, como a una serie de accidentes
más o menos felices que se fueron form ando5!>, Saint Simón busca
en la historia, ante todo, la vigencia de leyes. La ciencia relativa a
la sociedad humana puede y debe llegar a ser _una ciencia tan
rigurosa, como lo son las ciencias naturales. Debemos estudiar los
hechos cíe la vida pasada de la humanidad, para descubrir en ellos las
leyes que determinan su progreso. Solamente el que haya comprendido
el pasado, es capaz de prever el futuro. Al plantear, así, el objetivo
de la ciencia social, Saint Simón emprendió el estudio de la historia
de la Europa Occidental a partir de la caída del Imperio Bomano.
Hasta qué punto fueron nuevas y amplias sus concepciones, puede
verse en el hecho de que su discípulo Thierry, pudo realizar casi
toda una revolución en el análisis de la historia francesa, Saint Simón
ora de opinión de que también Guizot había copiado de él sus con­
cepciones. Dejando de lado la cuestión insoluble referente a la
propiedad teórica, haremos notar que Saint Simón pudo avanzar más
en el camino de seguir los movimientos del desarrollo interno de las
sociedades europeas, que los historiadores especializados, coetáneos a
é]. Así, si tanto Thierry, como Mignet y Guizot señalaron las rela­
ciones patrimoniales como el fundamento de todo el régimen social,
Saint Simón, el primero en dilucidar, y con extraordinaria claridad, es­
tas relaciones en Ja Europa moderna. Avanzó mucho más al formulax'se
el interrogante: ¿A qué se debe que sean precisamente éstas, y no
cualesquiera otras relaciones, las que desempeñen un papel tan im­
portante? La respuesta hay que buscarla, a su juicio, en las neeesida-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 33

des del desarrollo industrial: “ hasta el siglo XV el poder mundano


se hallaba en manos de la nobleza, y ello fue útil, por cuanto los
nobles fueron en esa época los industriales más capaces. Ellos dirigían
las faenas agrícolas, y estas últimas fueron entonces el único género
de oeapación industrial” 62. A la pregunta del por qué las necesidades
de la industria tenían el valor más decisivo en la historia de la hu­
manidad, Saint Simón contestaba que ello se debía a que la producción
constituye la finalidad de toda asociación social (le but de l ’organisa-
tion sociale, c’est la production). Atribuía este valor a la producción,
debido a que identificaba lo útil con lo productivo ( l’utile - c’est la
prod%vciion) 63, y proclamaba categóricamente que la poliUque... c ’est
la Science de la production 64.
Parecería que el desarrollo lógico de tales concepciones tenía que
haber llevado a Saint Simón a la conclusión de que las leyes que rigen
la producción, son también las que determinan, en última instancia,
el desarrollo social; y el estudio de ellas debía ser la tarea del
pensador que se esfuerza por prever el futuro. E n algunos lugares
parece acercarse a esta idea, pero solamente en algunos lugares, y
tan sólo acercándose.
Para la producción hacen falta las herramientas de trabajo.
Estas herramientas no las suministra la Naturaleza hechas; son inven­
tadas por el hombre. La invención, e incluso el simple empleo de una
herramienta determinada, presupone en el productor cierto grado de
desarrollo intelectual E l desarrollo de la “ industria” representa, por
eso, el resultado incondicional del desarrollo intelectual de la humani­
dad. Parece aquí que la opinión, el pensamiento, la “ ilustración”
(hm iéres), también gobierna sin contrapartida el mundo. Y, cuanto
más ,se pone en claro el importante papel de la industria, tanto más se
viene corroborando, al parecer, este criterio de los filósofos del siglo
X V III. Saint Simón lo sigue aún más consecuentemente que los en­
ciclopedistas franceses, puesto que, al considerar resuelta la cuestión
relativa a que las ideas tienen su origen en las sensaciones, tiene
menos motivos para reflexionar sobre la influencia que el medio
ambiente ejerce sobre el hombre. El desarrollo de los conocimientos
.es, según él, el factor fundamental del movimiento histórico63. Se
esfuerza por descubrir las leyes que rigen este desarrollo: así, establece
la misma ley de las tres fases: teológica, metafísica y positiva, que,
posteriormente Augusto Comte habría de presentar, con gran éxito,
como su propio “ descubrimiento” 66. Pero también a estas leyes, Saint
Simón las explica, en resumidas cuentas, por las peculiaridades de la
naturaleza humana. “ La sociedad está integrada por individuos
—dicc— motivo por el cual el desarrollo de la rv,zón social sólo puede
ser una reproducción del desarrollo de la, razón individual en gran
escala” . Partiendo de este postulado fundamental, Saint Simón estima
que sus “ leyes” del desarrollo social están definitivamente dilucida­
das y probadas toda vez que logra encontrar, para su confirmación,
una airosa analogía con el desarrollo del individuo. Asevera, por
34 G. PLEJANOV

ejemplo, que el papel de la -autoridad en la vida social quedará con


el tiempo reducido a la nada 67. La reducción paulatina, pero cons­
tante, de este papel, es una de las leyes de desarrollo de la humani­
dad, ?, Cómo prueba Saint Simón esta ley? E l argumento principal
en su favor es la referencia al desarrollo individual de los hombres:
en la escuela primaría, el niño está obligado á obedecer incondicional­
mente a los mayores; en la secundaria, el elemento de obediencia
queda relegado poco a poco a segundo lugar para ceder definitivamen­
te el lugar a la acción independiente en la edad madura. Todos, no
importa el criterio que tengan con respecto a la historia de la “ au­
toridad” , estarán ahora de acuerdo que aquí como en todas partes,
la comparación no es ninguna prueba. E l desarrollo embriológico de
todo individuo determinado (la ontogénesis) representa muchas
analogías con la historia de la especie a que pertenece ese individuo:
Ja ontogénesis ofrece muchas importantes indicaciones relativas a la
filogénesis. Pero, ¿qué diríamos ahora respecto al biólogo que se le
ocurriese afirmar, que es en la ontogénesis donde cabe buscar la
última explicación de la filogénesis? La biología contemporánea pro­
cede justamente a la inversa: explica la historia embriológica del
individuo, por la de la espacie-.
El apelar a la naturaleza humana dotó de un aspecto completa­
mente original a todas las “ leyes” del desarrollo social, formuladas,
tanto por el propio Saint Simón, como también por sus discípulos.
Esa apelación los ha encerrado en un círculo vicioso. La historia
de la humanidad se explica por su naturálem. Pero, ¿cómo llegaremos
a conocer la naturaleza del hombre?: a través de la historia. Está
claro que, girando en este círculo es imposible comprender la natura­
leza del hombre, ni su historia; sólo se pueden hacer éstas u otras
referencias aisladas, más o menos profundas, acerca de ésta o la otra
esfera de los fenómenos sociales. Saint Simón hizo algunas referen­
cias sutiles, a veees; verdaderamente geniales, pero su objetivo prin­
cipal —hallar una fírme base científica para la “ política”— quedó
sin cumplirse.
“ La ley suprema del progreso de la razón humana —dice Saint
Simón— somete a todo, impera sobre todo; los hombres para ella no
son sino instrum entos,.. Y, aun cuando esta fuerza (o sea, esta ley)
parto de nosotros (dérivex de nous), nosotros podemos desembarazar­
nos tampoco de su influencia, o aún sometida a ella, como sería mo­
dificar a nuestro antojo la acción de la fuerza que obliga a la Tierra
a girar en torno del Sol. Lo único que podemos hacer es subordinar­
nos conscientemente a dicha ley (a nuestra auténtica providencia),
tomando conocimiento clel movimiento que ella nos prescribe, en
lugar de someternos a ella ciegamente. De paso haremos notar que
precisamente en ello habrá de radicar también el paso de avance que
deberá dar a la conciencia filosófica de nuestro siglo” 6S.
Así, pues, la humanidad se halla íntegramente subordinada a la
ley de su propio desarrollo intelectual; ella no podría eludir su in­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 35

fluencia aunque lo deseara. Vamos a examinar más atentamente esta


tesis y, para mayor claridad, tomaremos la ley de las tres fases. La hu­
manidad había atravesado del raciocinio teológico al metafísico, y de
éste al positivismo. Esta ley había actuado con la fuerza de las leyes
mecánicas.
Es muy posible que ello sea así, pero se plantea el siguiente
interrogante, ¿cómo entender el pensamiento de que la humanidad,
aún deseándolo, no podría modificar la acción de esta ley? Quiere
esto decir que, ¿la humanidad no hubiera podido evitar la metafísica,
aún si hubiese tenido conciencia de la superioridad del raciocinio
positivo, ya a fines del período teológico? Evidentemente, n o ; y si
no hubiera podido evitarlo, no es menos evidente que existe cierta
falta de claridad en la propia concepción de Saint Simón con respecto
a la vigencia de leyes del desarrollo intelectual. ¿En qué consiste esa
falta de claridad? ¿De dónde procede dicha falta de claridad?
Ella consiste en la propia contraposición de la ley al deseo de
modificar su acción, Una vez que semejante deseo aparece entre
el gécero humano se transforma en un hecho para la historia del de­
sarrollo intelectual de la humanidad, y la ley debe acoger este hecho
y no chocar contra él. En tanto que admitamos la posibilidad de tal
colisión, sin haber dilucidado el propio concepto relativo a la ley,
caeremos indefectiblemente en uno de los dos extremos: o abandonamos
el criterio de vigencia de la ley y nos situamos en el de lo deseable.
o dejamos totalmente fuera lo deseable —más exactamente dicho lo
deseado por los hombres de una época determinada— de nuestro cam­
po de visión y, con ello, dotaremos la ley de cierto matiz místico,
convirtiéndola en una especie de “ fatum ” . Precisamente, un “ hado”
de esta clase es la “ ley” de Saint Simón y, en general, de los utópi­
cos, en la medida en que hablan de la vigencia de leyes, Advirtamos,
a propósito que cuando los “ sociólogos subjetivos” rusos se arman en
defensa de la “ personalidad” , de los “ ideales” y de las demás buenas
cosas, bregan precisamente contra la doctrina utópica, confusa, incom­
pleta y, además inconsistente, relativa al “ curso natural de las cosas”
Nuestros sociólogos, al parecer, jamás oyeron hablar de lo que consti­
tuye, la concepción científica moderna de la vigencia de leyes en el
proceso histórico social.
¿De dónde procede la falta utópica de claridad en el concepto
relativo a la vigencia de leyes? Esta confusión trae su origen en el
defecto fundamental —que ya hemos señalado— de que adolece el
punto de vista con respecto al desarrollo de la humanidad, sustentado
por los utópicos, y que como ya lo sabemos, tampoco son los únicos,
fina vez dada esta naturaleza, están dadas también las leyes que rigen
el desarrollo histórico, está dada, como diría Hegel, an sich ya toda
la historia. E l hombre puede intervenir tan poco en el curso de su
desarrollo, como puede dejar de ser hombre. La ley de desarrollo
aparece en forma de una Providencia.
Este es el fatalismo histórico, aparecido como resultado de la
36 G. PLEJANOV

doctrina que estima que los éxitos de los conocimientos —por con­
siguiente, de la actividad consciente del hombre— eran el resorte fun­
damental del movimiento histórico.
Pero prosigamos.
Si la clave para comprender la historia la suministrara la natu­
raleza del hombre, lo que reviste importancia, no es tanto el estudio
de los hechos de la historia, sino la correcta comprensión, precisamen­
te, de esta naturaleza humana lo que importa para nosotros. Una vez
en posesión de un certero criterio con respecto a dicha naturaleza del
hombre, yó pierdo casi todo el interés por la vida social, tal como ella,
es, para concentrar toda mi atención en 3a vida social, tal como ella
debe ser de eoformidad con la naturaleza humana. El fatalismo en la
historia no está reñido, en absoluto, con una actitud utópica frente a
la realidad en la práctica. Todo lo contrario, la facilita al romper el
hilo de la investigación científica. El fatalismo, en general, no raras
veces, marcha memo a mano con el subjetivismo más extremista. El fa­
talismo, a cada paso, proclama su propio estado de ánimo, como ley
irrevocable de la historia. Con respecto a los fatalistas vienen preci­
samente bien las palabras del poeta:
Was sie den Geist der Geschichte nennen
Jst nur der Herren heigner Geist 09.
Los saintsimonistas aseveraban que la cuota del producto social
que los explotadores obtienen del trabajo ajeno va reduciéndose pau­
latinamente. Tal reducción, según ellos, constituía una importantísi­
ma ley que presidía el desarrollo económico de la humanidad. Para
probar esta afirmación, aducían la disminución gradual de ha tasa de
interés y la de la renta del suelo. Si, en este caso, hubiesen aplicado
los procedimientos de la investigación rigurosamente científicos, ha­
brían hallado las causas económicas del fenómeno que señalaban, y,
para este fin, hubieran tenido que estudiar atentamente los procesos
de la producción, de la reproducción y de la distribución de productos.
Al haberlo hecho así, habrían visto, posiblemente, que la baja de la ta­
sa de interés y hasta de la renta del suelo, si ésta efectivamente se es­
taba operando, no probaba, ni muchísimo menos, la reducción de la cuo­
ta que pasaba a poder de los propietarios. Su “ ley” económica habría
obtenido, entonces, por supuesto, una formulación completamente dis­
tinta. Pero no tenía interés en esto los saintsimonistas. La fe que ha­
bían depositado en la omnipotencia de leyes misteriosas, derivadas de
la naturaleza humana, marcaba el rumbo a la labor de su pensamien­
to en una dirección totalmente diferente. La tendencia, hasta hoy pre­
dominante en la historia, no podrá sino acrecentarse en el futuro, de­
cían ; la constante disminución de la parte que les toca a los explotado­
res, acabará, necesariamente por desaparecer del todo, esto es, la desa­
parición de la propia clase de los explotadores. Frente a tal perspecti­
va, ahora mismo, decían, los .utópicos, habremos.de idear las nuevas for­
mas de una organización social en ía que no haya ya, en absoluto, nin­
gún lugar para los explotadores. Basándose en las otras peculiaridades
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 37

de la naturaleza humana, proseguían afirmando los utópicos, se puede


ver que dichas formas nuevas habrán de ser de esta o de otra índo­
le. .. El plan de la reorganización social se podría preparar muy rá­
pidamente: el pensamiento extraordinario de la vigencia de leyes de
los fenómenos sociales, quedaba así reducido a unas cuantas recetas
utópicas. . .
Lo? utopistas de esa época consideraban que la tarea más impor­
tante del pensador radicaba en la preparación de similares recetas.
Este o el otro postulado de la economía política no era, en sí, impor­
tante. La importancia era adquirida en virtud de las deducciones prác­
ticas que de dicho postulado se derivaban. J, B. Say entabla un deba­
te con Ricardo acerca de qué es lo que determina el v a l o r d e dambio
de las mercancías. Es muy posible que éste sea un problema importan­
te desde el punto de vista de los entendidos en la materia. Pero más
importante aún es, según los utopistas, saber qué es lo q u e d e b e deter­
minar el valor. Pero de esta cuestión, lamentablemente los entendidos
ni piensan. Pensemos nosotros por ellos, se dicen los utopistas. La na­
turaleza humana —meditan— nos sugiere en forma inteligible, tal o
cual cosa. Una vez que comencemos a prestar oído a su voz, veremos,
con asombro, que la disputa, importante según el parecer de los espe­
cializados en la materia, no reviste, en el fondo, tanta importancia. Se
puede estar de acuerdo con Say, puesto que de sus postulados se deri­
van deducciones, plenamente concordes con los requerimientos de la
naturaleza humana. Pero también se puede concordar con Ricardo,
por cuanto también sus afirmaciones, bien interpretadas y debidamen­
te complementadas, no pueden sino apuntar dichos requerimientos.
Así, el pensamiento utópico con ese desparpajo intervenía en los deba­
tes científicos, cuya importancia seguía ignorante. Y fue así que hom­
bres cultos y bien dotados por la naturaleza, como por ejemplo $ n f(M i­
tin, resolvían las cuestiones litigiosas de la economía política de aquel
entonces.
E nfantin es el autor de no pocas investigaciones económicas y po­
lítica?, que si bien no pueden considerarse como un aporte serio a la
ciencia, tampoco pueden dejarse de lado, como lo vienen haciendo has­
ta hoy día los historiadores de la economía política y del socialismo.
Los trabajos económicos de Enfantin tienen valor como interesante fa­
se en la historia del desarrollo del pensamiento socialista. Pero cuál es
la actitud de este autor frente a las disputas de los economistas, ilus­
tra suficientemente el siguiente ejemplo.
Se sabe que Malthus había impugnado perseverante, y dicho sea
a propósito, desacertadamente, la teoría de la renta de Ricardo. Enfantin
piensa que la verdad está, propiamente hablando, de parte del primero y
110 del segundo. Pero tampoco refuta la teoría de este último, no lo con­
sidera necesario. A su juicio, todos “ los razonamientos sobre la natura­
leza de la renta en lo que se refiere al efectivo aumento o disminución de
Ja cuota que el propietario despoja al trabajador” , deberían ser redu­
cidos a una sola cuestión: ¿cuál es la naturaleza de las relaciones que
3S G. PLEJANOV

deben existir, en interés de la sociedad, entre el productor que se


había distanciado de los negocios (así califica Enfantin a los terrate­
nientes), y el productor en actividad (esto es, el granjero)? Cuando
lleguemos a conocer estas relaciones, será suficiente con dilucidar
cuáles son los recursos que conducen a la instauración de dichas rela­
ciones. Además habrá que considerar también el estado actual de la
sociedad más no por eso toda otra cuestión (fuera de la planteada
anteriormente) sería de segundo orden y solamente entorpecerían esas
combinaciones; ellas deben contribuir a poner en movimiento el uso
de los medios antes mencionados 70.
La tarea principalísima de la economía política, a la que Enfantin
hubiera preferido dar el nombre de “ historia filosófica de la indus­
tria ’’, radica en instruir, tanto en lo que hace a las relaciones
recíprocas entre los diversos sectores de los productores, como también
referente a la actitud de toda la clase de los productores, frente a
Jas demás clases sociales. Estas instrucciones deben cimentarse sobre
el estudio del desarrollo histórico de la clase industrial, además que,
como base de dicho estudio, debe servir “ al nuevo concepto con respecto
al género humano” , es decir, dicho con otras palabras, el concepto
«cerca de la naturaleza del hombre 71.
La impugnación de Malthus, a la teoría de la renta de Kicardo,
estaba íntimamente vinculada con la refutación de la muy conocida
—como ahora suele decirse entre nosotros— teoría del valor basado
en el trabajo. Enfantin, poco metido en el fondo del debate, se apresura
a encontrarle solución mediante un utópico complemento (enmienda,
como está de boga ahora decir entre nosotros) a la teoría de la renta
de Ricardo: “ Si es que hemos entendido bien esta teoría —dice
Enfantin— cabría añadirle, al parecer, que los trabajadores remu­
neran (esto es, pagan en forma de renta) a alguna gente por el
descanso al que ésta está entregada, y por el derecho de hacer uso de
los medios de producción” .
También aquí Enfantin entiende por trabajadores, e incluso
preferentemente, a los granjeros-empresarios. Lo que dice acerca dé
la actitud de estos últimos frente a los propietarios rurales, es
absolutamente justo. Pero, su “ enmienda” se reduce a expresar en
forma más aspera el fenómeno que también Ricardo conocía excelen­
temente. Además, esta expresión áspera (Adam Smith se expresaba a
veces más severamente), no sólo no resuelve la cuestión relativa al
valor, ni la referente a la renta, sino que la desaloja totalmente del
campo de visión de Enfantin. Pero, para él estas cuestiones tampoco
existían; a él lo que le interesaba exclusivamente era la futura organi­
zación social; para él lo importante era convencer al lector de que la
propiedad privada sobre los medios de producción no debía existir.
E nfantin dice directamente que si no fuera por esta clase de cuestiones
prácticas, todas las discusiones de los científicos acerca del valor,
sería una simple disputa por palabras. Este es, por así decirlo, el
método subjetivo en la economía política.
LA CONCEPCIÓN. MONISTA DE LA HISTORIA .3.9

Los utopistas jamás habían recomendado directamente este <(mé­


todo” , pero que estaban propensos a él, lo demuestra, entre otras cosas
el hecho de haber reprochado Enfantin de excesiva objetividad a
M althus72. La objetividad, como si ésta hubiese sido el principal
defecto del que Malthus adoleciera, E l que conoce las obras de este
escritor, sabe que precisamente la objetividad (característica, por
ejemplo, de Ricardo) siempre había sido algo ajeno al autor de
“ Ensayo sobre el principio de la población,” . No sabemos si Enfantin
había leído al propio Malthus (todo hace suponer que, por ejemplo,
los criterios de Ricardo los conocía únicamente por los extractos que
de sus obras habían hecho los economistas franceses), pero si lo hubo
leído, es poco probable que lo apreciara tal como se merecía, es poco
probable que tuviese la capacidad para comprobar que la realidad,
contradecía a Malthus. Bmfantm, ocupado por las consideraciones
acerca de lo que debería ser, careció de tiempo y de deseos para
reflexionar atentamente sobre lo que es. “ Tiene usted razón, —estuvo
dispuesto a decir al primer impostor que se le cruzara por el camino—,
en la vida social actual, las cosas se vienen sucediendo tal como usted
las está describiendo, pero usted es demasiado objetivo; considere la
cuestión desde el ángulo de miras humanitario y verá que nuestra
vida social debe ser reorganizada de nuevo” .
El “ dilettantismo” utópico se había visto obligado a hacer con­
cesiones teóricas a todo defensor, más o menos erudito, del orden
burgués. El utopista, para remediar la conciencia que va teniendo de
su propia impotencia, se consuela reprochando de objetividad a sus
adversarios: admitamos —piensa— que usted, según dicen, es más
culto que yo, pero, en cambio, yo soy más bueno. El utopista no
impugna a los eruditos defensores de la burguesía.; lo único que
hace es formular “ acotaciones” y “ enmiendas” a su teorías.
Una actitud idéntica, completamente utopista, frente a la ciencia
social, salta a la vista clel lector atento en cada página de las obras
de los. sociólogos “ subjetivos” . Aún tendremos mucho que hablar so­
bre este tema. Por ahora citaremos dos ejemplos palpables.
E n el año 1871 se había publicado una disertación del difunto
N. Sieber: “ La teoría del valor y del capital de Ricardo, en relación
con los posteriores complementos y aclaraciones” . En el Prólogo, el
autor, benevolentemente, aunque sólo de pasada, se refiere a un
artículo escrito por Zhukovski, “ La orientación de Adam Smith y el
positivismo en la ciencia económica” (este artículo había aparecido
ya en la revista “ Sovremennik ” clel año 1864). Con motivo de
esta referencia de paso, el señor Mijailovski hace notar: “ Tengo el
agrado de recordar que en el artículo Acerca de la actividad literaria
de I , Zhulcovski he hecho gran justicia a los méritos de nuestro
economista. He señalado, precisamente, que el señor Zhukovski hace
mucho que había emitido la idea acerca de la necesidad de retornar a
las fuentes de la economía política qüe contienen los datos para una
solución correcta de los problemas fundamentales de la ciencia, datos
40 G. PLEJANOV

completamente tergiversados por la actual economía política escolar.


Pero ya entonces había señalado que el honor de ser el primerizo
de esta idea, que posteriormente resultaba ser tan fértil en las vigoro­
sas manos de Carlos Marx, pertenece, en la literatura rusa, no al señor
Zhukovski, sino a otro escritor, al autor de los artículos Actividad
económica y legislación (Sovremennik de 1859), Capital y trabajo
(3860), Comentarios sobre Mili, y otros73. Aparte de su mayor edad,
la diferencia entre este escritor y el señor Zhukovski, puede expresarse
del siguiente modo patente. Si, por ejemplo el señor Zhukovsld, en for­
ma sólida y rigurosamente científica, y hasta un tanto pedantescamen­
te, prueba que el trabajo es la medida de todo valor y que todo valor
lo produce el trabajo, el autor de los artículos recién mencionados, sin
dejar de vista el aspecto teórico de la cuestión, acentúa preferentemente
la deducción lógica y práctica de la idea de que todo valor, por ser
producido y medido por el trabajo, debe pertenecer a éste '!i. No hace
falta ser un gran entendido en economía política para saber que el
autor de los Comentarios sobre Mili no había comprendido, en absoluto,
la teoría del valor que, posteriormente había obtenido un desarrollo
tan brillante en las vigorosas manos de Marx. Y todo el que conozca
la historia del socialismo comprenderá el porqué este autor, contra­
riamente a las aseveraciones del señor Mijailovski, precisamente
había dejado de vista el aspecto teórico de la cuestión y se había
apasionado por las consideraciones referentes a cuál ha de ser la
norma que debe regir el intercambio ele los productos en una sociedad
bien ordenada. El autor de los Comentarios sobre Mili había contem­
plado los problemas económicos desde el ángulo de miras de un
utopista. Ello fue completamente natural en su época. Pero es muy
extraño que el señor Mijailovski no supiera despojarse de este criterio
en la década del 70 (y tampoco lo abandonó después, de lo contrario
hubiera enmendado su error en la nueva edición de sus obras), cuando
era fácil formarse, hasta a través de las obras populares, un concepto
más correcto acerca de estas cuestiones. E l señor Mijailovski no ha
comprendido lo que dijo acerca del valor, el autor de los Comentarios
sobre Mili. Ello es debido a que él también ha dejado de vista el
aspecto teórico de la cuestión, y se ha dejado seducir por la deducción
práctica que de ella se puede sacar, esto es, por la consideración acerca
de que todo valor debe pertenecer al trabajo. Ya sabemos que el apa­
sionamiento por las deducciones prácticas siempre repercutieron per­
niciosamente sobre los juicios teóricos de los utopistas, Y cuán antigua
es la deducción, que ha llegado a desorientar al señor Mijailovski,
nos lo muestra el hecho que ya en la década del 2 0 , los utopistas
ingleses la habían sacado de la teoría del valor de Ricardo75. Pero,
como utopista que es, el señor Mijailovski no muestra interés ni siquiera
por la historia de las utopías. .
Otro ejemplo. E l señor V. •V. había explicado de la siguiente
manera, en 1882, la aparición de su libro “ Los destinos del capita­
lismo en Rusia” :
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 41

*'La recopilación que aquí se ofrece, la forman los artículos


publicados en diversas revistas. Al editarlos en una publicación aparte,
los hemos dotado tan sólo de una unidad externa, distribuyendo algo
distinto el material, suprimiendo las repeticiones (no todas, ni
muellísimo menos; sigue habiéndolas y numerosísimas en el libro,
señor V. V. - J. P.). Su contenido continúa siendo el mismo de antes;
muy pocos hechos y argumentos nuevos se han aducido, y si no
obstante ello, nos decidimos a ofrecer por segunda vez a la atención
del lector nuestros trabajos, lo hacemos con la única finalidad de, ha­
ciendo uso de todo el arsenal, desencadenar un. ataque cruzado a su
concepción del mundo, para obligar a la intelectualidad (inteli-
guentsia - Trad.) a prestar atención ai problema planteado (un cua­
dro: el señor V. V., haciendo uso de iodo el arsenal, ataca a la
concepción del mundo del lector, y la intelectualidad, atemorizada,
se rinde capitulando, presta atención, etc. - J. P.), desafiar a nuestros
eruditos y publicistas profesionales del capitalismo y del populismo
a un estudio de la ley que rige el desarrollo económico de Rusia,
fundamento de todas las demás manifestaciones de la vida del país.
Sin el conocimiento de esta ley, es imposible una actividad social me­
tódica y acertada, y las ideas que imperan entre nosotros con respecto
al futuro más próximo de Rusia, es dudoso que puedan ser calificadas
de ley (las id e a s... ¡¿pueden ser calificadas de ley?! - J. P.), y es
poco ve.rosímil que sean capaces de ofrecer una base firme para una
concepción práctica del mundo” . (Prólogo, pág. 1).
E n 1893, el mismo señor V. Y., quien ya tuvo tiempo de conver­
tirse en publicista “ profesional” , aun cuando —¡ay!— no todavía
erudito, del populismo, se muestra ya a cien leguas de distancia del
pensamiento acerca de que la ley que rige el desarrollo económico,
constituye “ el fundamento de todas las demás manifestaciones de la
vida del país” . Ahora, “ haciendo uso de todo el arsenal” , lanza un
ataque contra la “ concepción d.el m undo” de los hombres que sus­
tentan tal “ concepción” ; ahora piensa que en esta “ concepción” , el
proceso histórico, en lugar de un derivado del hombre, se convierte
en una fuerza creadora, y el hombre, en su dócil instrumento 70; ahora
estima que las relaciones sociales son “ un derivado del mundo es­
piritual del hombre ’?77? y con extraordinaria suspicacia, fija su
actitud frente a la teoría relativa a la vigencia de leyes de los fenó­
menos sociales, contraponiendo a ésta, la “ filosofía científica de la
historia, del profesor de historia N. I. Kareiev” . (Pongámonos en
razón y resignémonos, pues, ¡ahora está con nosotros el mismísimo
señor profesor!}78.
¡Qué vix-aje, Dios mediante! ¿ Qué lo ha provocado % líe aquí
lo sucedido. En 1882, el señor Y. V. estuvo buscando “ la ley que
preside el desarrollo económico de R usia” habiéndose figurado que
esta ley no sería sino la expresión científica de sus ideales propios,
de los del señor Y. V. Estuvo hasta seguro de haber hallado dicha
“ ley”, precisamente la “ ley” de la natimortalidad, que el capitalismo
42 G. PLEJANOV

ruso era un feto muerto antes de nacer. Pero para algo sirvió que
el señor V. V. siguiera viviendo once años más. Al cabo de los cuales tuvo
que reconocer, aun cuando no “ en voz alta ” , que el capitalismo, esta
“ criatura nacida m uerta” se estaba desarrollando cada vez más y
más, resultando que el desarrollo del capitalismo había llegado a
ser, tal vez la más incontestable “ ley que rige el desenvolvimiento
económico de Elisia” , en vista de lo cual, el señor V. Y. “ alargó el
paso” para “ cambiar la casaca” de su “ filosofía de la historia” :
él, que anduvo a caza de la “ ley” comenzó a argüir que semejante
brísquecla era un pasatiempo totalmente inútil. 331 utopista ruso se
muestra entonces; dispuesto a apoyarse en la “ ley” , pero de inme­
diato abjura de ella, tanto como el apóstol Pedro había negado a Jesús.
Tan pronto comprueba que la “ ley marcha de contramano” al “ ideal” ,
él tiene necesidad de apuntalarla, no tanto por temor, cuanto sí por
razones de conciencia. Además, el señor V. Y. tampoco ahora “ había
roto para siempre sus amistades” con la “ ley” . “ La tendencia
natural a sistematizar las concepciones —escribe el señor V. Y.—
habría de llevar a la intelectualidad rusa a construir un esquema
independiente del desarrollo de las relaciones económicas que corres­
pondan a las necesidades y condiciones del desenvolvimiento de nuestro
país; esta labor, sin duda alguna, será cumplida en el futuro más
cercano” (Nuestros rumbos, pág. 114). La intelectualidad rusa, al
“ construir” su “ esquema independiente” habrá de entregarse, evi­
dentemente a la misma tarea a la que se había entregado el señor
V. Y. en “ Destinos del capitalismo ruso” euando iba en busca de
la “ le y ” . Cuando el esquema será hallado —-y el señor Y. Y. “ pone
a Dios por testigo ’? que esto ha de suceder en el futuro más próximo—,
nuesi.ro autor hará la paz con la vigencia de leyes,como había hecho
la paz el “ padre de los Evangelios con su hijo pródigo” . ¡Gracioso!
De por sí se entiende que incluso cuando el señor Y. Y. aún
estaba buscando 3a “ ley ” , no se había dado clara cuenta del sentido
que esta palabra podía tener, para su empleo en los fenómenos socia­
les. Contemplaba la “ ley” del mismo modo como la habían contem­
plado los utopistas de la década del 20. Sólo así se explica el que
abrigara la esperanza de descubrir la ley de desarrollo de un solo
país, de Rusia. Pero, ¿qué motivo tiene para achacar sus propios
procedimientos de pensamiento a los marxistas rusos? Se equivoca si
piensa que en su concepción relativa a la vigencia de leyes de los
fenómenos sociales, los marxistas rusos no habían avanzado más que
los utopistas. Y de que piensa así, lo muestran todas las objeciones
que contra ellos viene formulando. Sí, y no es el único que piensa así,
de igual modo piensa el propio “ profesor de historia” , señor Kareiev;
lo mismo piensan todos los adversarios del “ marxismo” . Comienzan
por im putar a los marxistas un criterio utópico de la vigencia de
leyes de los fenómenos sociales, para después term inar en la tentativa
de destrozar dicho criterio, eon un éxito más o menos dudoso. ¡Una
auténtica batalla contra molinos de viento!
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 43

Y a propósito, veamos lo que refiere el erudito “ profesor de


historia” . He aquí los términos )en que recomienda la concepción
subjetiva del desarrollo histórico de la humanidad. “ Si en la filosofía
de la historia nos interesamos por el problema del progreso, se está
ofreciendo, con ello, una alternativa del contenido sustancial de la
ciencia, de sus hechos y de su agrupamieaijo, Pero los hechos no
pueden inventarse, ni situarlos en relaciones ideadas (por consiguiente,
ni en la alternativa, ni en el agrupa-miento, ¿no debe haber nada arbi­
trario? Por lo tanto, el agrupamiento debe corresponder plenamente
a la realidad objetiva? ¡Sí! ¡oiganlo! - J. P .), Y la imagen del curso
de la historia seguirá siendo objetiva, desde cierto punto de vista, en
el sentido de la fidelidad a la imagen. Aquí aparece en el escenario
la subjetividad de otro género: la síntesis creadora puede producir
todo un mundo ideal de normas, el mundo tal como debe ser, el
mundo de la verdad y la justicia, con el cual se confrontará la
historia real, esto es, la imagen objetiva de su curso, agrupada,
de cierto modo, desde el ángulo de miras de los cambios esenciales
operados en la vida de la humanidad. Sobre la base de esta con­
frontación brota la valoración del proceso histórico, la que, sin
embargo, tampoco debe ser una valoración arbitraria. Es menester
probar que los hechos agrupados, según se nos los ofrecen, tienen
realmente el viabr que les atribuimos, “ habiéndonos situado 'sobre
cierto punto de vista, habiendo adoptado cierto criterio para su
valoración” .
En una obra literaria del gran escritor ruso, Schedrin, “ un vene­
rable historiador moscovita” , jactándose de su objetividad, dice: “ a
mí me da igual que Taroslav haya aniquilado a Iziaskav, o éste a
aquél” . El señor Kareiev, después de haberse creado “ todo un mundo
ideal de normas, un mundo tal como debe ser, el mundo de la verdad
y de la ju sticia” , se halla al margen de ese género de objetividad.
Simpatiza, pongamos por caso, con laroslav y, aun cuando no se per­
mite representar la derrota de éste en forma de un triunfo del mis­
mo (“ los hechos 310 se pueden inventar” ), se reserva, sin embargo
el precioso derecho a derramar una que otra lágrima por la triste
suerte de laroslav, y no puede contenerse de proferir maldiciones
contra el triunfador de éste. Ejs difícil formular alguna objeción a
nna “ subjetividad” de esta clase. Pero en vano el señor Kareiev la
presenta en forma deeolorida, y, por eso, inofensiva, Presentarla
así, equivale no comprender su auténtica naturaleza ahogar a esta úl­
tima en las aguas de una fraseología sentimental. Ein realidad, el ras­
go distintivo de los pensadores “ subjetivistas” reside en que “ el
mundo tal como debe ser el mundo de la verdad y de la justicia” ,
se encuentra, según ellos, fuera de todo vínculo con el curso objetivo
del desarrollo histórico: por un lado, está el mundo “ tal como debe
ser” , por el. otro, “ real” , y estos dos campos están separados el uno
del otro, por todo un principio. E l mismo que, según los dualistas, se­
para el mundo material, del mundo espiritual7!). La tarea de la
44 G. PLEJANOV

ciencia social de] siglo X IX residía, entre otras cosas, en levantar


mi puente sobre este precipicio, al parecer insondable basta tanto no
construyamos este puente, forzosamente habremos de cerrar los ojos
ante lo real, después de haber concentrado toda nuestra atención en lo
“ tal como debe ser” (como lo hicieron, por ejemplo, los saintsimo-
nistas), con esto, no se hace sino retardar la realización de lo “ tal
como debe ser’’. Puesto que se entorpece la adquisición de una concep­
ción correcta al respecto.
Ya sabemos que los historiadores de la época de la Restauración,
por oposición a los enciclopedistas del siglo X V III, consideraban que
las instituciones políticas eran el resultado del modo civil de vida de
todo país dado. Este nuevo criterio se había difundido y consolida­
do, en su tiempo, a tal grado que, en su empleo a problemas prácti­
cos, había llegado a extremismos tan extraños, que en la actualidad se
han vuelto casi incomprensibles. Así, J. B. Say había afirmado que
los problemas políticos, no debían interesar al economista, ya que la
economía nacional puede, igualmente, desarrollarse bien incluso bajo
regímenes políticos diamentralmente opuestos. Esta afirmación de
Say, la había ensalzado Saint Simón, dotándola, por cierto, de un
contenido un tanto más- profundo. Todos los utopistas del siglo X IX ,
con excepción de muy poquísimos, compartían este criterio en cuanto
a “ política” se refiere.
Este criterio, teóricamente, es erróneo en dos aspectos. Primero,
tos que lo sustentaban, olvidaron que la vida social, como por doquier
¿onde se esté frente a un proceso, y no frente a un fenómeno aisla-
do, el efecto, a su vez, se convierte en causa, y ésta llega a ser un
efecto, pero dejaron de lado en el momento menos indicado el punto
de vista de la interacción, al que, en otros casos, y tamibién inoportu­
namente, circunscribieron su análisis. Segundo, si las relaciones po­
lítica..<
>son un efecto de las sociales, no se puede comprender de qué
modo, efectos extremadamente diversos (las instituciones políticas de
carácter diametralmente opuesto) pueden ser suscitados por una y
misma causa, por el mismo estado de la “ riqueza” . Evidentemente,
aquí el concepto mismo de la conexión causal entre instituciones po­
líticas de un país y un estado económico, sigue siendo, en grado sumo,
confuso. Y, en efecto, no sería difícil mostrar la confusión que, acer­
ca de este concepto sufrían todos los utopistas.
Esta confusión producía en la práctica, dos clases de efectos. Por
un lado, los utopistas, quienes se llenaban la boca hablando de la or­
ganización del trabajo, estaban a veces dispuestos a repetir el lema
de siglo X V III, (ilaissez faire, laissez par-ser”. Así, Saint Simfon,
quien había visto en la organización de la industria la más grande
tarea del siglo XIX. dice: “ l ’inclustrie a besoin d fétre gouvernée le
moin$ possible” (la industria necesita ser gobernada lo menos po­
sible) 80. Por el otro lado, los utopistas, una vez más con algunas ex­
cepciones, pertenecientes a la época más posterior, se mostraban
absolutamente indiferentes a la política de actualidad a los problemas
políticos del día.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 45

EJ régimen político es un efecto y no una causa. Un efecto siem­


pre lo sigue siendo, sin convertirse, a su vez, en una causa. De aquí
se deriva la deducción directa, de que la “ política” no puede servir
de medio para llevar a la práctica, “ ideales” económico-sociales. Se
comprende, por eso, la psicología del utopista que da la espalda a
la política. Pero, ¿en qué cifraban sus cálculos para llevar a efecto
sus planes de transformación social'? ¿Cuál fue la base de sus esperan­
zas prácticas? Todo y nada. Todo} en el sentido de haber esperado
recibir ayuda de los elementos más opuestos. Nada, en que todas sus
esperanzas carecían absolutabente de fundamento.
Los utopistas se figuraban ser hombres extraordinariamente
prácticos. Odiaban a los “ doctrinarios” S1, y a todos sus principios
más resonantes, sacrificaban, sin reflexionar, en holocausto de sus
idees fixes 32. No eran ni liberales, ni conservadores, ni monárquicos,
ni republicanos; indistintamente estaban dispuestos a marchar, tanto
■con liberales, como con conservadores, tanto con monárquicos, como
con republicanos* con tal de ver realizados sus planes 11prácticos" y,
según se les parecía, extraordinariamente viables. De entre los uto­
pistas viejos, fue Fourier el más particularmente notable a este res­
pecto. Igual como un Kostanzhoglo gogoliano 83, se esforzaba por utili­
zar para la causa a cuanto ruin encontraba por el camino. T a seducía
a los usureros con la perspectiva de los inmensos intereses que sus
capitales habrían de reportarles en la sociedad futura; ya apelaba
a los aficionados de melones y alcachofas, tentándoles con los formi­
dables melones y alcachofas del futuro; ya aseveraba a Luis Felipe que
las princesas de la Casa Orleans, a las que actualmente menosprecian
los príncipes de sangre, no podrán dar abasto a los pretendientes que
tendrían bajo el nuevo régimen social. Se agarraba a un clavo
ardiendo. Pero, ¡ayi Ni los usureros, ni los aficionados a melones y
alcachofas, ni el “ rey-ciudadano” , como quien dice, “ echaba la pulga
detrás de la oreja” , ni prestaban la más mínima atención a los cálcu­
los “ conVicentes” de Fourier. Su patrioticismo se veía, de antemano,
•condenado al fracaso por la desolada asechanza de alguna dichosa
casualidad.
Ya los enciclopedistas del siglo X V III se habían dedicado
asiduamente a la persecución de una dichosa casualidad. Cifrando
sus esperanzas, precisamente, -en una casualidad de esta índole
es como se habían esforzado también, por todos los medios
posibles de entablar relaciones de amistad con los “ legisladores” y
ai'istócratas más o menos ilustrados de esa época. Por lo general, s-e
suele pensar que una vez que una persona se ha convencido de que
las opiniones gobiernan al mundo, ya no le queda más motivos para
desalentarse con respecto al fu tu ro : la raison finirá pas avoir
raison 84. Pero eso no es así. ¿Cuando y por qué vía habrá de triunfar
la razón? Los enciclopedistas decían que, en la vida social todo

* Aquí Plpjánov expone el razonamiento de los utopistas. (N . del T .) .


46 G. PLEJANOV

dependía, al fin y a la postre, del “ legislador” . Por ■ello, también


los enciclopedistas estaban a !a caza de los legisladores. Pero estos
mismos enciclopedistas sabían muy bien que el carácter y las concepcio­
nes de una persona dependían de la educación, y que, hablando en gene­
ral, esta última no predisponía a los “ legisladores” a la aceptación
de la? doctrinas enciclopedísticas. Por eso, no han podido dejar de tener
conciencia de que pocas esperanzas se podían abrigar con respecto
a los legisladores. Sólo les quedaba esperar una feliz casualidad.
Imagínese que usted tiene una inmensa urna llena de mucha bolitas
negras y sólo dos o tres bolitas blancas. Usted va sacando de la urna
bolita tras bolita. En cada caso singular, usted tiene incomparable­
mente menos probabilidad de sacar una bolita blanca que una negra.
Pero, después ele repetir la operación muchas veces sacará, al final, mía
blanca también. Lo mismo sucedía con los “ legisladores” . En cada
caso .individual, era incomparablemente más verosímil que el legislador
estuviese en contra de los “ filósofos” , pero, al final, puede aparecer
también alguno que esté de acuerdo con ellos. Este haría todo lo que
la razón prescriba. Así, literalmente así, había razonado Helvecio 85
y 86. La concepción idealista subjetiva de la historia (“ las opiniones
gobiernan ^el m undo” ), que, al parecer, reserva un lugar tan vasto
para la libertad del hombre, en realidad lo presenta como un juguete
en monos de la casualidad. Es por eso que esta concepción, en el fondo,
es una concepción carente de esperanza, desolada.
Así, por ejemplo, no conocemos nada tan desolado, como los cri­
terios de los utopistas de fines del siglo X IX , esto es, de los populistas
y sociólogos subjetivos rusos. Cada uno de ellos tiene un plan pre-
prado para salvar la comuna agraria, y, con ella, también a los cam­
pesinos. En general; cada uno tiene su propia “ fórmula de progreso” .
Pero, ¡ay! La vida sigue su propio curso, sin prestar atención a sus
fórmulas, a las que no les queda otra cosa que hacer que desbrozar tam ­
bién su propia ruta —independiente de la vida— en el terreno de las
abstracciones, las fantasías y las lógicas desventuradas. Vamos a escu­
char, por ejemplo, al Aquiles de la escuela subjetiva, señor Mijailovski:
“ La cuestión obrera en Europa es una cuestión revolucionaria,
por cuanto allí requiere la transferencia de las condiciones (¿?) del
trabajo a manos del trabajador, o sea la expropiación a los actuales
propietarios. La cuestión obrera en Rusia es una cuestión conservadora,
ya que aquí se requiere tan sólo la conservación de las condiciones
del trabajo en manos del trabajador, y la garantía de su propiedad a
los actuales propietarios. Tenemos en los alrededores de San Peters-
burgo. . . localidades pobladas por fábricas, usinas, parques, casas de
vera72eo: existen aldeas, cuyos pobladores viven sobre su propi-o
terreno., queman su propia leña, comen su propio pan, visten casacas
y capotes confeccionados por ellos mismos de lana de sus propias ove­
jas. Dándoles una sólida garantía de todo lo que es propiedad de
ellos y se tendrá resuelta la cuestión obrera rusa. Y para conseguir •
este objetivo, se puede entregar todo, si entendemos, como es debido,
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTOBIA 47

el -valor de una garantía sólida. Se dirá: no se puede continuar eter­


namente con el arado de madera y la economía de rotación de cultivos
trienal, con los métodos antidiluvianos de fabricación de casacas y
capotes. No se puede. P ara salir de esta dificultad hay dos sendas.
Una, aprobada por el punto de vista práctico, muy simple y cómodo:
elevar los aranceles, disolver la comuna agraria. Sí, con ello, probable­
mente, será suficiente. La industria, a la igual que la inglesa, crecería
como los hongos. Pero esta senda devorará al trabajador, lo expropiará.
Hay también la otra senda, por supuesto muchísimo más difícil. Pero
la solución fácil de un problema no significa que sea una solución
justa. La otra senda radica en desarrollar las relaciones de trabajo y
de propiedad que ya existen en la realidad, pero en forma rudimen­
taria y primitiva. Por supuesto, este objetivo no se puede lograr sin
un vasta intervención del Estado, cuyo primer acto debe ser la con­
solidación legislativa de la comuna agraria” 87.
En medio del vasto mundo
P ara el corazón libre
Hay dos sendas;
Pondera la fuerza sobei'bia
Sopesa la voluntad, la firme,
Por la cual has de m archar8S.
A nosotros se nos ocurre que todo el razonamiento de nuestro
autor trae un fuerte olor a melones y alcachofas. Y es dudoso que el
sentido del olfato nos engañe. ¿Cuál fue el pecado que Fourier había
cometido en el negocio de los melones y alcachofas? El haberse calado
en la “ sociología subjetiva” . Un sociólogo objetivo se hubiera pre­
guntado: ¿hay alguna probabilidad de que un aficionado de melones
y alcachofas se deje cautivar por el cuadro que le habían pintado? y,
a renglón seguido se preguntaría: este aficionado de melones y alca­
chofas, ¿está -en condiciones de modificar las relaciones sociales exis­
tentes y el curso dado de su desarrollo? Lo más seguro de todo, es que
él mismo se hubiera dado una respuesta negativa a cada una de estas
preguntas y. por consiguiente, no perdiese el tiempo en conversar con
estos “ aficionados” . Pero asi hubiera procedido un sociólogo objetivo,
o sea, un hombre que basa todos sus,cálculos en el curso dado, sujeto
a leyes del desarrollo social. El sociólogo subjetivo, en cambio, expulsa
a la vigencia de leyes, en nombre de lo “ deseable” , motivo por el
cual no le queda más salida que esperar una casualidad. “ A veces
y de sopetón, hasta pueden disparar una vara y un bastón” , ésta es
la única consideración consoladora en que puede apoyarse el buen
sociólogo subjetivo.
“ A veces y de sopetón, hasta pueden disparar una vara y un
bastón” , Pero la vara tiene dos puntas y no se sabe por cual de ellas
dispara. Nuestros populistas y. si es que así puede expresarse, subjetivis-
tas ya habían hecho la prueba con una gran multitud de varas (hasta
la consideración acerca de la conveniencia del cobro de las deudas
atrasadas, con el sistema de la agricultura comunal, aparecía a veces
48 G. PLEJANOV

■también en el papel de una vara mágica). E n la inmensa mayoría de


los casos, las varas vinieron a desempeñar el papel de armas total­
mente inservibles, y si alguna vez, par casualidad, habían disparado,
“ el tiro les salió por la culata” , cayendo contra los propios señores
populistas y subjetivistas. Recordemos el caso del Banco Campesino.
¡ Cuántas esperanzas no se habían depositado en dicho Banco, en el
sentido de consolidar sus “ principios vigentes” . Cómo se habían
regocijado los señores populistas cuando la inauguración de dicho
Banco, y ¿cuál fue el resultado? La vara había disparado precisamente
contra los regocijantes; ahora ellos mismos ya reconocen, que el Banco
Campesino 00 —institución, de todos modos, muy útil—, no hace sino
desintegrar los “ principios vigentes” ; y este reconocimiento equivale
a que ellos, los regocijantes, fueron también, —a lo menos durante
algún tiempo— charlatanes inútiles ox.
Pero el Banco, pues, desintegra los principios vigentes tan sólo
debido a que su Reglamento y su práctica no corresponden plenamente
a nuestra idea. Si se hubiese llevado a efecto en forma íntegra nues­
tra idea, los resultados habrían sido por completo o tro s...
En primer término, no habrían sido otros en absoluto: el Banco,
en todo caso, habría contribuido al desarrollo de la economía monetaria,
y ésta, infaliblemente hubiera llegado a minar los “ principios vigen­
tes” , en segundo término, cuando oímos esta infinidad de “ pero s i” ,
7ios parece, no sabemos porqué, que bajo nuestra ventana un repartidor
vocifera: “ aquí traigo melones, alcachofas, ¡muy buenos!” .
Ya en la década del 20, del siglo actual, los utopistas franceses
habían señalado incesantemente el carácter “ conservador” de las
reformas cine habían ideado, Saint Simón amenazaba, directamente,
tanto al Gobierne, como también —como se dice entre nosotros— a la
sociedad, con una insurrección popular, que, por aquel entonces, la
imaginación de los “ conservadores” debía habérsela presentado en
forma del terrible y vivamente recordado movimiento de los
coulots” Pero esta amenaza, por supuesto, terminó en la nada, y si
la historia nos ofrece efectivamente algunas lecciones, una de las más
ilustrativas habrá de ser la que nos proporcione el testimonio de la
completa inviabilidad de todos los planes de todos los utopistas, su­
puestamente viables.
Cuando los utopistas, al señalar el carácter conservativo de sus
planes trataban de ganar al Gobierno para que ayudara a su reali-
zeión, solían presentar, para corroborar su pensamiento, un. estudio del
desarrollo histórico de su país que abarcaba un período más o menos
prolongado, estudio del cual quedaba evidente que en tal o cual mo­
mento se habían cometido “ errores” que habían revestido a todas las
relaciones sociales de una forma completamente nueva e indeseable
hasta <d extremo máximo. El Gobierno sólo tendría que haber tomado
conocimiento y enmendar estos “ errores” , para de inmediato insta­
lar sobre la tierra casi una especie de reino celestial.
Así, Saint Simón había asegurado a los Borbones que antes de
la revolución, el principal rasgo distintivo del desarrollo interno de
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 49

Francia, había sido la alianza de la monarquía y los industriales. Esta


alianza fue igualmente conveniente para ambas partes. Durante la
revolución, el Gobierno, debido a un malentendido, se había lanzado
contra las demandas legítimas de los industriales, y éstos últimos,
debido también a un igual deplorable malentendido, se habían rebe­
lado contra la monarquía. De aquí, todo el mal de período posterior.
Pero hora, cuando ya se ha descubierto la raíz del mal, hace falta tan
sólo hacer las paces, sobre ciertas condiciones, con el Gobierno. Esta
habría sido la salida conservadora más racional de las numerosas
dificultades para ambas partos. Está de más añadir que ni los Bor­
bolles, ni los industriales, habían atendido al buen consejo de Saint
Simón.
“ En lugar de seguir firmemente nuestras seculares tradiciones;
en lugar de desarrollar el principio de la íntima conexión de los
medios de producción con el productor directo, principio que hemos
heredado; en lugar de utilizar las adquisiciones de la ciencia de la
Europa Occidental y aplicarlas para desarrollar las formas de la
industria basadas en la propiedad de los campesinos sobre los instru­
mento? de producción; en lugar de elevar la productividad de su
trabajo mediante la concentración de los medios de producción en sus
manos; en lugar de utilizar, no sólo la forma de producción, sino su
organización misma, tal como viene funcionando en Europa Occiden­
tal . . . en lugar de todo esto, nos hemos encaminado por una vía
totalmente opuesta. No sólo que no hemos entorpecido el desarrollo
de las formas capitalistas de producción, pese a que éstas se basan en
la expropiación de los campesinos, sino, por el contrario, nos hemos
esforzado, con todas nuestras energías, para contribuir a una ruptura
fundamental de toda nuestra vida económica, ruptura que había con­
ducido al hambre del año 1891 ” '0'2. Así es como se está lamentando el
señor N.-ov., al recomendar a la “ sociedad” a enmendar este error
cometido, después de haber resuelto la tarea “ extremadamente difícil” ,
pero no “ imposible” de “ desarrollar las fuerzas productivas de la
población en forma que pudieran ser aprovechadas, no por una in­
significante minoría, sino por todo el pueblo” .9*3. Todo radica en
enmendar el “ error” cometido.
Es interesante que el señor N.-on se figura estar lo más posible
ajeno a toda clase de utopías. A cada instante está invocando a la
gente, a quien debemos la crítica científica del socialismo utópico 94.
Todo radica en la economía del país, viene repitiendo, venga o no
al caso, siguiendo a esa gente. Todo el mal parte de aquí: “ por eso,
el medio para eliminar el mal, una. vez hallado, debe residir precisa­
mente también en el cambio de las propias condiciones de la produc­
ción” . Para aclarar bien esta cuestión, una vez más se refiere a uno
de los críticos del socialismo utópico: “ estos medios no deben ser
inventados con la. cabeza, sino que con ayuda del pensamiento hay
que encontrarlos e n ' las condiciones materiales existentes de la
producción” .
50 G. PLEJANOV

Pero, estas “ condiciones materiales de la producción”, que han


de aproximar a la sociedad a la solución, o aunque no sea más que
a comprender la tarea que la encomienda el señor N.-on, ¿en qué
residen? Esto sigue siendo un misterio, no sólo para los lectores, sino
que, por supuesto, para el propio autor quien, por su “ tare a” , ha
mostrado muy convincentemente que en sus concepciones históricas,
sigue siendo un utopista de las más puras aguas, no obstante las
citas que saca de las obras de escritores que no son en absoluto
utopistas95.
¿Puede decirse que los planes de Fourier estaban en contradicción
con las “ condiciones materiales” de la producción de su tiempo? No,
no sólo que no contradecían, sino que se basaban íntegramente, y
hasta en sus defectos, en estas condiciones. Pero ello no impedía a
Fourier ser utopista, puesto que, una vez que había cimentado su plan,
con la “ ayuda del pensamiento” , sobre las condiciones materiales de
ia producción de su tiempo, no supo sincronizar con estas mismas con­
diciones su realización, motivo p\or el cual, y complejamente sin resul­
tado, importunaba con la “ gran tarea/’ a los sectores y clases
sociales que, en virtud de estas mismas condiciones materiales, no
pudieron tener ni la propensión de emprender su solución ni la po­
sibilidad de hacerlo. E l señor N.-on es culpable de este mismo pecado
tanto como Fourier o el para él antipático Rodbertus, Más que a
otros nos recuerda, precisamente, a este último, ya que las referencias
del señor N.-on a los principios seculares vigentes están justamente
concordes con el espíritu de este escritor conservadorse.
P ara persuadir de la “ sociedad” , el señor N.-on señala el
ejemplo espantoso de Europa Occidental. Con idénticas alusiones, hace
tiempo que nuestros utopistas se esforzaban por darse la apariencia
de gente realista que no se dejan seducir por las fantasías, sino que
sólo saben aprovechar las “ lecciones de la historia” . Pero, este
procedimiento tampoco es nuevo en absoluto. Ya los utopistas franceses
habían intentado infundir temor y hacer entrar en razón a sus
coetáneos con el ejemplo de Inglaterra, donde “ nna inmensa distancia
separa al empresario del obrero” y donde sobre este último pesa
el yugo del despotismo de un género especial. “ Los demás países
que siguen a Inglaterra por la senda del desarrollo industrial —decía
el “ P roducteur” 97— han de comprender que es menester tra ta r de
impedir, que similar régimen aparezca en su propio suelo” *98. Como
único obstáculo efectivo para impedir la aparición de los métodos
ingleses en otros países, podía servir la “ organización del trabajo y
de los trabajadores ” 99 saintsimonista. Con el desarrollo del movimiento
obrero en Francia, el teatro principal de los sueños de evitar el ca­
pitalismo, llega a ser Alemania, donde, representada por sus utopistas,
larga y perseverantemente, se contrapone a “ Europa Occidental”
(den westlichen Landern) En los países occidentales, decían los uto­
pistas alemanes, la depositaría de las ideas de una nueva organización
social, es. la clase obrera, en nuestro país, son las clases cultas (lo
que en Eusia se califica con el nombre de inteliguentsia). Precisa­
L a CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 51

mente fue la “ inteliguentsia” alemana la que se consideraba llamada


a desviar de Alemania el cáliz del capitalismo a0°. El capitalismo
les parecía tan horrible a los utopistas alemanes que. para evitarlo,
estaban dispuestos, en el último extremo, hacer las paces coa el es­
tancamiento completo. El triunfo del orden constitucional —razona­
ban—, conduciría al imperio de la aristocracia monetaria. Por eso,
mejor que no tengamos un orden constitucional101. Alemania no ha
evitado el capitalismo. Ahora el evitar otro tanto están discutiendo
los utopistas rusos. Así vagan las ideas utópicas de Occidente a Oriente
siendo por doquier los precursores del triunfo del mismo capitalismo,
contra el cual se sublevan y pelean. Pero, cuanto más se introducen
en el Oriente, tanto más va cambiando su significación histórica. Los
utopistas franceses fueron, en su tiempo, innovadores valerosos, ge­
niales; los alemanes se mostraron ser inferiores a ellos; los rusos, en
cambio, no son capaces ahora sino de espantar a la gente occidental
por sn apariencia antidiluviana.
Es interesante que ya los enciclopedistas franceses emitieron el
pensamiento relativo a evitar el capitalismo. Así, Holbach se acongoja
fuertemente porque el triunfo del régimen constitucional en Inglaterra
había conducido al pleno imperio de Viníperét sorcUde des mar-
ohands 102. Le entristece la circunstancia de que los ingleses buscasen
constantemente nuevos mercados. Esta carrera por los mercados les
distrae de la filosofía. Holbach condena también la desigualdad de
bienes existente en Inglaterra. El, como también Helvecio quisieran
preparar el triunfo de la razón y. de la igualdad, y no el de los
intereses mercantiles. Pero, ni Holbach, ni Helvecio, ni ninguno de
los enciclopedistas había podido oponerse al curso, de las cosas de
entonces más que panegíricos a la razón y preceptos justicieros
dirigidos al “ peuple d ’AZbion” *-QS. En este aspecto mostraron ser
tan impotentes como nuestros coetáneos utopistas rusos,
Una observación más y pondremos término al análisis sobre los
utopistas.
El punto de vista de la “ naturaleza humana” , dio vida, en la
primera mitad del siglo XIX, al abuso de las analogms biológicas,
que hasta hoy día aún se dejan sentir muy vigorosamente en la
literatura sociológica occidental y, sobre todo, en la literatura quasi-
soeiológiea rusa.
Si las claves de todo el movimiento social histórico hay que bus­
carlas en la naturaleza del hombre, y, si la sociedad, como con toda
razón ya lo había hecho notar Saint Simón, está integrada por indi­
viduos, es también la naturaleza del individuo la que debe proporcio­
n ar la clave para explicar la historia. La fisiología, en la amplia
acepción de esta palabra, o sea, la ciencia que engloba también los
fenómenos síquicos, es la que se dedica al estudio de la naturaleza
del individuo. Es por eso que la fisiología para Saint Simón y sus
discípulos era la base de la sociología, a la que daban el nombre de
física social. En las “ Opinions pMlosophiques, littéraires et ■indusrie-
52 G. PLEJANOV

lies’’ 10-, editadas todavía en vida de Saint Simón y con su más


activa participación, se ha publicado un artículo extraordinariamente
interesante, pero lamentablemente no terminado, de un anónimo
doctor en medicina, con el título de “ De la physiologie appliquée a
1'ani.t-lirntiún des msUhitions sociales” (De la fisiología en su aplica­
ción al mejoramiento de las instituciones sociales). El autor considera
la ciencia relativa a la sociedad como una parte integrante de la
“ fisiología general’7, la cual, después de haberse enriquecido por las
observaciones y experimentos realizados por la “ fisiología especial”
sobre individuos. í£se entrega a consideraciones de orden superior” .
P ara ella, los individuos “ no son sino órganos del cuerpo social” ,
cuyas funciones viene estudiando, ál igual que la fisiología especial
estudia las funciones de los individuos” , La fisiología general estudia
(el autor usa el término “ expresa”) las leyes de la existencia social,
con. la1? cuales habrán de concordar también las leyes escritas. Los
sociólogos burgueses, por ejemplo, Spencer, utilizaron posteriormente
la teoría referente ai organismo social, para sacar las deducciones
más conservadoras. Pero el doctor en medicina que estamos citando es,
ante todo, un reformador. Este estudia el “ cuerpo social” con vistas
a una reorganización social, ya que solamente la “ fisiología social”
y, la íntimamente vinculada a ella, “ higiene”, ofrecen “ bases positivas,
sobre las cuales se puede construir un sistema de organización social,
requerida por el estado actual del mundo civilizado” , Pero, como
se ve. la fisiología y la higiene social no han alimentado mucho a la
fantasía reformadora del autor, ya que, al fin y a la postre, se ve
obligado a dirigse a los médicos, o sea, a la gente que trata con
organismos individuales, solicitándoles que den a la sociedad, “ en
forma de una receta higiénica” , un sistema de “ reestructuración
social” .
Este criterio con respecto a la “ física social’\ fue posteriormente
alambicado, o, si quieren, desarrollado por Augusto Comte en sus
diversa?, obras. He aquí lo que dijo este último acerca de la ciencia
social todavía cuando era joven y colaboraba en el “ Producteur”
saintsimonista 106: “ Los fenómenos sociales, en tanto que fenómenos
humano?, deben ser, sin duda, englobados entre los fenómenos fisio­
lógicos. Pero, aun cuando la física social debe, por eso, contar con su
propio punto cíe partida en la fisiología individual y mantener con
ella un contacto permanente, debe ser, sin embargo, considerada y
elaborada como una ciencia completamente aparte, dado que las diver­
sas generaciones de hombres influyen, progresivamente, unas sobre
las otras. Siguiendo un punto de vista meramente fisiológico, no es
posible estudiar como es debido, esta influencia a cuya valoración debe
destinarse el lugar principal en la física social” 107.
Veamos, pues, en que contradicciones insolubles caen los que con­
templan la sociedad desde este ángulo de miras.
En primer término, por cuanto la “ física social” tiene la fisio­
logía individual “ por su punto d e 'p a rtid a ” , se halla construida sobre
una base netamente materialista: en la fisiología no hay lugar para
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 53

vm criterio idealista sobre el objeto. Pero, esta misma física social ha


de dedicarse, principalmente, a la valoración de la influencia pro­
gresiva de una generación, sobre otra. Una generación dada, ejerce
influencia sobre la que la sucede, transfiriéndola, tanto los conocimien­
tos que había heredado de las generaciones que la habían antecedido,
como también los conocimientos que ella misma había adquirido. La
“ física social” considera, por consiguiente, la evolución del género
humano desde el punto de vista del desarrollo de los conocimientos,
y, en general, de la “ ilustración” (lumióres), Este ya es el criterio ne­
tamente idealista del siglo X V III: las -opiniones gobiernan el mundo.
Habiendo “ vinculado íntimamente” , según aconseja Oomte, este cri­
terio idealista con el criterio netamente materialista de la fisiología
individual, nos convertimos en dualistas de la más pura cepa. Y no
hay nada más fácil que seguir de cerca la influencia nociva del
dualismo sobre las concepciones sociológicas, aun en las del mismo
Oomte. Pero, esto no es todo. Pues, ya los pensadores del siglo X V III
habían hecho notar que en el desarrollo de los conocimientos existe
cierta vigencia de leyes. Oomte es un fuerte partidiario de esta última,
planteando en primer plano la famosa ley de las tres fases: la teológica,
la metafísica y la positivista.
Pero, ¿por qué, entonces, el desarrollo de los conocimientos atra­
viesan por estas tres fases? “ Tal es ya la naturaleza del intelecto
humano” , replica Oomte. Por su naturaleza (par su nature),
el intelecto humano atraviesa, por doquier donde actúa, tres diversos
estados teóricos 10fi. Excelente; y bien, para estudiar una “ naturaleza”
tenemos que dirigirnos a la fisiología individual, y si esta última no
nos proporciona una explicación suficiente, tendremos que referirnos,
otra vez más, a las “ generaciones” , y éstas nos remitirán a la “ natura­
leza” . Esto se llama ciencia, pero aquí 110 hay ni rastro de ciencia; lo
lo hay aquí es solamente un movimiento infinito dentro de un círculo
cerrado.
Nuestros sociólogos “ subjetivistas” , supuestamente originales,
sustentan íntegramente el criterio del utopista francés de la década
del 2 0 .
“ Aún hallándome bajo la influencia de Nozhiu —relata el señor
Mijailovski, refiriéndose a ¿u persona—, y, en parte, bajo su direc­
ción, me he interesado por las cuestiones relativas a las fronteras de
Ja biología, y de la sociología y de la posibilidad de acercarlas...
No puedo apreciar, suficientemente 3a elevada utilidad que me ha
reportado el contacto con el círculo de ideas de Nozhin, pero en ellas
hubo, de todos modos, mucho de accidental, en parte debido a que en
el propio Nozhin estas ideas estaban desarrollándose, ea parte, por
su poco conocimiento en el campo de las ciencias naturales. Yo he
recibido de Nozhin, exactamente, sólo un impulso hacia cierta direc­
ción,--pero .im impulso vigoroso, terminante y saludable. Sin el pro­
pósito de dedicarme especialmente a la biología, he leído sin embargo,
mucho por indicación de Nozhin, y como si ello fuese su legado. Esta
54 G. PLEJANOV

nueva corriente de lectura ha proyectado un reflejo original y ex­


traordinariamente cautivante sobre el material, práctico e ideológico
que había acumulado antes, material considerable, aun cuando de­
sordenado y, en parte, simplemente inservible. ’ ’ I06.
El señor Mijailovsld hace figurar a Nozhin, en sus esbozos “ Al­
ternativamente” , bajo el nombre de Bujartsev. Eiste “ soñaba de una
reforma en las ciencias sociales, con ayuda de las ciencias naturales,
y ya había elaborado un vasto plan de dicha reform a” . De cuáles
fueron los procedimientos de esta actividad reformadora, se pueden
ver de lo que sigue. Bujartsev, que se había propuesto traducir del
latín ?,1 ruso, un extenso tratado de zoología, acompaña la traducción
con sus propias acotaciones, en las que se propone “ incluir los re­
sultado?. de todos sus propios trabajos independientes” , y a estas
acotaciones hace nuevas notas de carácter “ sociológico” . E l señor
Mijaiiovslri, oficiosamente, da a conocer al lector una de estas notas
de segundo orden: “ E n general, no puedo, en mis complementos a
Van der Hoeven, incursionar demasiado en consideraciones y deduc­
ciones teóricas con respecto a la aplicación de todas estas cuestiones
netamente anatómicas, a la solución de los problemas económicos y
sociales. Por eso llamo nuevamente la atención del lector sobre el hecho
de que toda mi teoría anatómica y embriológica, tiene por principal
objetivo el de hallar las leyes que rigen la fisiología de la sociedad, y,
por eso, todas mi posteriores obras se basarán, por supuesto, en los
datos científicos expuestos por mí en este libro” 110.
La teoría anatómica y embriológica “ tiene por principal objetivo
¡ “ el de hallar las leyes que rigen la fisiología de la sociedad *J! Eso
está dicho muy incoherentemente no obstante, es muy característico
de un sociólogo utopista. Construye una teoría anatómica, apoyándose
en la cual se propone recetar una serie de “ remedios higiénicos” para
la sociedad que lo circunda. A estas recetas se reduce; para él, la
“ fisiología” social. La “ fisiología” social de Bujartsev no es, pro­
piamente una “ fisiología” , sino la “ higiene” que ya conocemos:
no es una doctrina de lo que existe, sino una de la que debería existir
sobre la base. .. de la “ teoría anatómica y embriológica” del mismo
Bujartsev.
Aun cuando Bujartsev está copiado de Nozhin, representa, de
todos modos y hasta cierto punto el producto de la creación artística
del señor Mijaiiovslci (si es que se puede hablar de creación artística
en su aplicación a los esbozos mencionados). Por eso es posible que
su incoherente acotación tampoco haya existido nunca en la realidad.
Si a-?í fuese, esta acotación es tanto mas característica para el señor
MijailovsM, quien se refiere a ella con gran veneración
“ De todos modos me ha tocado encontrar en la literatura un
reflejo directo de las ideas del inovidable amigo y maestro” , dice
Tiomlrin. en nombre de quien está hecho el relato. Las ideas
d e ' Bujartsev-Nozhin han reflejado y siguen reflejando, al señor
Mijailovski.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 55

E l señor Mijailovski tiene su propia “ fórmula de progreso” .


Esta fórmula reza: “ E l progreso es una aproximación gradual a la
integridad de los individuos, a una división, más plena y en todos los
aspectos, del trabajo entre los órganos y una división, la menor
posible, del trabajo entre los hombres. Es inmoral, injusto, nocivo,
irracional, todo lo que frena este movimiento. Es moral, justo, racional
y útil, solamente- lo que reduce la heterogeneidad de la sociedad, au­
mentado con ello la heterogeneidad de sus diversos miembros indi­
viduales” m .
¿Cuál es la significación científica de esta fórmula? ¿Explica
ella el movimiento histórico de la sociedad? ¿Nos dice cómo se ha
realizado este movimiento y por qué se realizó de esta manera y no
de otra? En absoluto, pero tampoco este es el “ principal objetivo”
que s<; había propuesto. Esta fórmula no nos cuenta del curso que
ha seguido la historia, sino del curso que debiera haber seguido para
hacerse merecedora de la aprobación del señor Mijailovski. Esta es
una “ receta higiénica” , ideada por un utopista, sobre la base de
“ exactas investigaciones de las leyes que presiden el desarrollo
orgánico” . Esto es precisamente lo que había buscado el médico
saintsi monista.
. . . “ Hemos dicho que el uso exclusivo, en la sociología del mé­
todo objetivo sería igual, si ello fuese posible, a sumar arshins *
con puds de lo cual, a propósito, se deriva, no que el método ob­
jetivo debe ser completamente alejado de este campo de investigacio­
nes,. sino tan sólo que el control superior debe estar a cargo del
método subjetivo” 112.
“ Este campo de investigaciones” es precisamente la “ fisiología”
de la sociedad deseable, el campo de las utopías. Ni que decir que el
uso, en este campo, del “ método subjetivo” facilita en mucho la labor
del “ investigador". Pero este uso no se basa, en absoluto, sobre cua­
lesquiera “ leyes” , sino en el “ encanto de las bellas ficciones” . - El
que se haya entregado una vez a este método no se rebelará más. Ni
siquiera contra el empleo en uno y mismo “ campo” —ciertamente
gozando de derechos distintos—, de ambos métodos, subjetivos y obje­
tivos, aun cuando esta clase de maraña metodológica sea en realidad
una verdadera suma de “ metros con kilogramos” 113.

* M edida rusa de longitud. (N . del T .).


** M edida rusa de peso. (N . d e lT .) .
Capítulo Cuarto

L A FILO SO FIA ID E A L IS T A A L E M A N A

Los materialistas del siglo X V III estaban fiírmemente seguros


de haber logrado asestar un golpe de muerte al idealismo. Lo consi­
deraban una teoría caduca y abandonada para siempre. Pero ya a
fines del mismo siglo comienza una reacción contra el materialismo, y
durante la primera mitad del XIX, el propio materialismo descien­
de a la condición de un sistema, al que todos consideran decrépito, de­
finitivamente sepultado. El idealismo, no sólo resucita de nuevo, sino
que obtiene un desarrollo inaudito, verdaderamente brillante. Para
que tal cosa ocurriera, existían, por supuesto, las apropiadas cau­
sas sociales, pero, sin examinarlas ahora aquí, sólo analizaremos si el
idealismo del siglo X IX tuvo ciertas ventajas frente al materialismo
de la época precedente y, en caso afirmativo, en qué residían dichas
ventajas.
El materialismo francés había revelado una sorprendente e increíble
debilidad, cada vez que debió enfrentarse con los problemas de la evo­
lución en la Naturaleza o en la Historia, Tomemos, aunque más no sea, el
problema del origen del hombre. Aun cuando el pensamiento acerca
de la evolución gradual de esta especie no les parecía a los materia­
listas algo “ contradictorio”, consideraban, sin embargo semejante
“ conjetura” muy poco probable. Los autores de “ Systóme de la
nature” (véase el capítulo sexto de la primera parte), dicen que si
alguien se hubiese rebelado contra semejante conjetura, si alguien
hubiese replicado “ que la naturaleza actúa con ayuda de cierto con­
junto de leyes generales e inmutables” , y añadiese, además, que “ el
hombre.-, el cuadrúpedo, el pez, el insecto, el vegetal, etc, existen desde
los siglos y permanecen eternamente inmutables” , los autores de la
obra antes mencionada “ tampoco se hubiei'an opuesto a esto” . Sólo
harían notar que tampoco esta concepción estaba en contradicción
con las verdades que ellos expusieron. “ El hombre no puede saberlo
todo; no puede conocer su origen” , esto es todo lo que, en defini­
tiva. dicen los autores del. libro mencionado con respecto a este im­
portante problema, ,
Helvecio, al parecer, estuvo más inclinado a la idea de la evolu­
ción gradual del hombre. “ I/a materia es eterna, pero sus formas cam­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 57

bian” , hace notar, recordando que tampoco ahora el género humano


varía de aspecto por la acción del clim a1U. E n general, conside­
ra incluso mutables todas las especies animales. Pero este pensamien­
to razonable lo formula de un modo harto extraño. Según él resulta
que las causas de la “ disparidad entre las diversas especies de ani­
males y vegetales radican, ya en la peculiaridad de su embrión, o en
la diferencia del medio ambiente que las circunda, o en la diferencia
de su crianza ’ ’ U5.
La herencia excluye, así, la mutabilidad, y viceversa. Una vez
que hemos aceptado la teoría de la variabilidad, tenemos que presu­
poner, por consiguiente, que de cada “ embrión” determinado puede
obtenerse, existiendo las condiciones adecuadas, cualquier animal o
vegetal: del embrión de un roble, por ejemplo, un toro o una jirafa.
Por supuesto que semejante “ conjetura” no pudo arrojar ninguna
luz sobre el problema del origen de las especies, y Helvecio mismo,
una vez que la emitió de pasada, no volvió a hablar más ni una vez
más de ella.
Los materialistas franceses no supieron explicar bien los fenó­
menos del desarrollo social. Los diferentes sistemas “ legislativos” los
presentan exclusivamente como el fruto de la actividad creadora cons­
ciente de los “ legisladores” ; los diversos sistemas religiosos, como
fruto de la astucia de los sacerdotes, etc.
Esta impotencia del materialismo francés, frente a los proble­
mas del desarrollo en la naturaleza y en la historia empobrecía su
contenido filosófico. En la teoría de la naturaleza, este contenido se
reducía a la lucha contra el concepto unilateral de los dualistas acer­
ca de la m ateria; en la teoría del hombre, este contenido se circuns­
cribía a la repetición infinita y a algunas variaciones de la tesis de
Locke: no existen ideas innatas. Por más útil que fuese esta repeti­
ción en la lucha contra las teorías morales y políticas caducas, hubie­
ra podido tener un valor científico serio, si los materialistas hubiesen
logrado emplear su concepto para explicar el desarrollo espiritual de
la especie humana. Ya hemos dicho antes que los materialistas fran­
ceses habían hecho algunas tentativas muy notables en esta dirección
(es decir, y precisando, por Helvecio), pero que habían terminado con
un fracaso. (Si hubiesen tenido éxito, el materialismo francés se
hubiera encontrado muy fortificado en los problemas del desarrollo).
Pero los materialistas, en su concepción de la historia, se situaron en
un punto de vista netamente idealista: las opiniones gobiernan el
mundo. Sólo de vez en cuando, muy raramente, el materialismo irrum ­
pía en sus razonamientos históricos, en forma de acotaciones acerca
de qu¿ un solo átomo juguetón cualquiera que cayera en la cabeza
de un “ legislador” y ocasionara en ella un trastorno en las funciones
cerebrales, hubiera podido, por siglos enteros, cambiar el curso de la
historia. E n el fondo, este materialismo fue un fatalismo que no
dejaba lugar para la previsión de los acontecimientos, o sea, dicho
58 G. PLEJANOV

de otro modo, no dejaba lugar para la actividad histórica consciente


del pensamiento individual.
No es de sorprenderse, por eso, que a hombres capaces 7 talento­
sos, no incorporados a la lucha de las fuerzas sociales, en la que el
materialismo era nna terrible arma teórica del partido de extrema
izquierda, esta doctrina les pareciera seca, tenebrosa, funesta. Así la
calificó, por ejemplo, Goethe 116. P ara que ese reproche dejara de ser
merecido, el materialismo hubiese tenido que abandonar los razona­
mientos secos y abstractos, e intentar comprender y explicar, desde un
nuevo punto de vista, la “ vida viva” , la compleja y multicolor cadena
de los fenómenos concretos... Pero, en su forma de aquel entonces no
fue capaz de resolver esta gran tarea, y la filosofía idealista se apo­
dero de ella.
En el proceso de desarrollo de esta filosofía, el sistema hegeliano
constituye el eslabón principal y su coronamiento, motivo por el
cual, en nuestra exposición, a él preferentemente nos inferiremos.
Hegel calificaba de metafísica, la concepción de los pensadores
—no importa sean estos idealistas o materialistas—, que, incapaces
de comprender el proceso de evolución de los fenómenos, por fuerza
los conciben y los explican como petrificados, inconexos, incapaces de
pasar del uno al otro. A esta concepción contraponía la dialéctica,
que estudia los fenómenos, precisamente en su desarrollo y, por con­
siguiente, en su conexión mutua.
La dialéctica, según Hegel, forma el principio de toda v i d a No
raras veces se encuentran personas que, después de haber emitido
cierta opinión abstracta, reconocen de buenas ganas que. posiblemente,
se habían equivocado y que puede ser que la opinión correcta sea
la opuesta a la de eHas. Esta gente bien educada, está saturada hasta
la médula de “ tolerancia” . “ Vivir y dejar vivir” ,, dicen a su propio
entendimiento. La dialéctica no tiene nada de común con la indul­
gencia escéptica de la gente mundana, pero sabe reconciliar los cri­
terios abstractos directamente opuestos. E l hombre es mortal, decimos,
considerando la muerte como algo que se encuentra arraigado en las
circunstancias externas y completamente ajeno a la naturaleza del
hombre vivo. Resulta que el hombre posee dos peculiaridades: primera,
la de ser vivo, y segunda, también la de ser mortal. Pero, con un
examen posterior y más cercano, vemos que la vida misma lleva
implícitos los embriones de la muerte. Y que, en general, todo fenó­
meno e? contradictorio, en el sentido de que de sí mismo viene de­
sarropando los elementos que, tarde o temprano, han de poner
término a su existencia y la convertirán en su propio contrario. Todo
fluye, todo cambia, y no hay fuerza capaz de detener este perenne
fluir, suspender este perpetuo movimiento; no hay fuerza que pueda
oponerse a la dialéctica de los fenómenos. Goethe personifica la dia­
léctica en forma de un espíritu 117:
I n Le-bensfluthen, in Thatensturm
W all’ ich aitf und ah
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 59

Webe hin und her


Geburt und Grab -
Ein ewiges Meer
E in weckcselnd Web en,
E in glühend Leben,
So schaff’ick am sausenden Websiukl der Zeit
Und wirke der Gottehit lebendiges Kleid 113
En un momento dado, un cuerpo- en movimiento se halla en un
determinado punto, pero, al mismo tiempo ya está fuera de él, de lo
contrario, si se hallara tan sólo en dicho punto, se convirtiría, a lo
menos en este instante, en algo inmóvil. Todo movimiento es un pro­
ceso dialéctico, una viva contradicción, y, puesto que no hay ni un
sólo fenómeno de la naturaleza que, al explicarlo, no tengamos que re­
currir, en última instancia, al movimiento, hay que convenir con
Hegel que había dicho que la dialéctica constituye el alma de todo
conocimiento científico. Y lo dicho se refiere no solamente al cono­
cimiento de la Naturaleza. Por ejemplo, el viejo aforismo de summum
jus smnma inj-uria119, ¿qué significación tiene? ¿Acaso que cuando
más correctamente estamos procediendo, rindiendo tributo al derecho,
al mismo tiempo la desobedecemos? No, razonar así sólo puede “ la
experiencia vulgar, mentalidad de estúpidos” . Este aforismo significa
que todo derecho abstracto, al llegar a su lógico final, se convierte en
una arbitrariedad, esto es, en su propio contrario. ' ‘El mercader de
Yenecia” , de Shakeaspeare, puede servir de brillante ilustración para
nuestro caso 12í>. Fijaos ahora en un fenómeno de carácter económico.
¿Cuál es el lógico final de la “ libre competencia” $ Cada empresario
tiende a abatir a sus competidores a fin de quedar él, dueño único
del mercado. Y no raras veces, por supuesto, sucede que algún Roths-
child o algún Vanderbilt, logra llevar felizmente a la práctica esta
tendencia. Pero ello está mostrando que la libre competencia desem­
boca en el monopolio, esto es, en su propio contrario. O mirad a qué
conduce el llamado principio de la propiedad basado en el trabajo,
que tanto ensalza nuestra literatura populista. A mí me pertenece sólo
3o que he creado con mi trabajo. Ello no puede ser más justo. Pero
tampoco es menos equitativo cuando de una cosa que yo he creado,
hago el uso que se me antoja: la utilizo para mí mismo o la permuto
por otra cosa que, por algún motivo, deseo más. Exactamente justo es
también, finalmente, el que yo de otra vez el uso que se me antoje a
la cosa permutada, por serme más grato, mejor y más conveniente.
Supongamos ahora que yo había vendido un producto de mi propio
trabajo, y por el dinero obtenido he contratado a un trabajador asa­
lariado, o sea, he comprado la fuerza de trabajo ajena. Haciendo uso
de esta mano de obra ajena, llego a ser el dueño de un valor que es consi­
derablemente superior al del que yo he gastado para comprarlo. Efeto,
por un lado, es muy justo, puesto que todos habían. ya, reconocido que
yo puedo hacer uso de una cosa permutada, según me sea mejor y
más conveniente: pero, por el otro, esto es muy injusto, por cuanto
60 G. PLEJANOV

estoy explotando el trabajo ajeno, negando, así, el principio que forma


la base de mi concepto de justicia. La propiedad que yo be adquirido
con mi trabajo personal, me produce una propiedad creada por el
trabajo de otro. Summum jus summa injuria. Y es la propia, fuerza
de las cosas, la que da luz a tal injuria en. la economía de casi cada
artesano adinerado de casi cada agricultor floreciente 121.
Así, pues, cada fenómeno, por lar acción de las mismas fuerzas
que condicionan su existencia, tarde o temprano, pero ineludiblemente,
se convierte en su propio contrario.
Habíamos dicho que la filosofía idealista alemana contemplaba
todos los fenómenos desde el ángulo de miras de su desarrollo y que
ello equivale a verlos en forma dialéctica. Hay que hacer notar que
los metafísicos se muestran capaces de tergiversar la propia doctrina
relativa al desarrollo. Aseveran que ni en la naturaleza, ni en la his­
toria existen saltos. Guando hablan del nacimiento de cualquier
fenómeno o institución social, presentan la cosa de modo como si
ese fenómeno o institución fuese, en algún otro tiempo sitmamente
pequeño, totalmente imperceptible y después ha ido creciendo paula-
tinamente. Cuando se trata de la destrucción del mismo fenómeno e
institución, se presupone, por el contrario, su gradual disminución
que va prolongándose hasta que se vuelve totalmente imperceptible en
virtud de sus propias proporciones miscroscópicas. El desarrollo, ex­
plicado de este modo, igualmente no explica nada. Presupone la
existencia de los mismos fenómenos a los que debe explicar, y sólo
toma en consideración los cambios cuantitativos que en ellos se efec­
túan. El imperio del raciocinio metafísico había sido, en algún otro
tiempo tan vigoroso en las ciencias naturales, que muchos naturalistas
no habían podido imaginarse de otro modo el desarrollo, sino pre­
cisamente en forma de tal gradual aumento o disminución de las
proporciones del fenómeno estudiado. Aun cuando, desde los tiem­
pos de Harvey se había reconocido que “ todo lo vivo se desarrolla a
partir del huevo”, evidentemente, tal desarrollo a partir del huevo
no estaba vinculado a ninguna imagen exacta. Y el descubrimiento
del espermatozoario..sirvió de inmediato de motivo para dar a luz una
teoría, según la cual, ya la célula espermática encerraba un animal
plasmado, completamente desarrollado pero microscópicamente pe­
queño, de modo que todo su “ desarrollo” se reducía al crecimiento.
Completamente así razonan ahora los ancianos juiciosos, y entre ellos
muchos famosos sociólogos-evolucionistas europeos acerca del “ desa­
rrollo” , por ejemplo, de las instituciones políticas: la historia no da
saltos; va piano. . .
La filosofía idealista alemana se sublevó terminantemente con­
tra este desfigurado concepto relativo al desarrollo. Hegel lo había
ridiculizado sarcásticamente, probando en forma irrefutable, que tan­
to en la naturaleza, como también en la sociedad humana, los saltos
constituyen un factor tan necesario en el desarrollo, como los cambios
cuantitativos graduales. “ Los cambios del ser —dice— no residen
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 61

solamente en que una cantidad se transforma en. otra, sino también en


que la calidad pasa a la cantidad y, por el contrario; cada uno de
los tránsitos de este último género forma una solución de continuidad
(ein Abbr echen des AllmahUchen), suministrando al fenómeno un
nuevo aspecto, cualitativamente distinto del anterior. Así, el agua, al
congelarse, no se vuelve sólida de modo gradual. .. sino de golpe; que,
ya habiéndose enfriado hasta el punto de congelación, sigue siendo
líquida, si sólo conserva un estado de quietud, pero que entonces basta
la más leve sacudida para que se yuelva de golpe sólida... En el
mundo de los fenómenos morales también tienen lugar los tránsitos
de lo cuantitativo a lo cualitativo, o, dicho en otras palabras, las
diferencias en las cualidades también se fundamentan en diferencias
cuantitativas. Así. un poquito m-enos, un poquito más, forma la
frontera donde la imprudencia deja de ser tal para convertirse en
algo completamente distinto, en delito. . . Así, los Estados, teniendo
las demás condiciones iguales, obtienen un carácter cualitativamente
distinto tan sólo a consecuencia de las diferencias existentes en la
cantidad. Las leyes dadas y la estructura del Estado dada, adquieren
una significación completamente distinta al extenderse el territorio
de dicho Estado o el aumento del número de sus ciu d ad an o s...’' 122.
Los naturalistas contemporáneos saben excelentemente cómo los
cambios de cantidad conducen frecuentemente a los de calidad. ¿Por
qué una parte del espectro solar nos produce la sensación del rojo,
otra, del verde, etc? La física replica que aquí todo reside en el nú­
mero dw oscilaciones de las partículas del éter. Se sabe que este número
Ya cambiando para cada color espectral, aumentando desde el rojo
hasta o! violeta. Eso no es todo. Ija tensión del calor en el espectro va
en alimento a medida de su acercamiento a la zona exterior de la
banda roja y llega al grado más alto a cierta distancia de ella por la
salid-i del espectro. Pesulta que en el espectro existe una clase especial
de rayos que ya no dan luz: y sólo calor. También en este caso, dice
la física, que la calidad de las rayos cambia a consecuencia del cambio
del número de oscilaciones de las partículas del éter.
Pero aun esto no es todo. Los rayos solares producen cierto efecto
químico, como lo muestra, por ejemplo, las materias que se destiñen
al sol Los rayos violetas y los llamados ultra-violetas son los que
se distinguen con la mayor fuerza química; estos rayos ya no nos
producen sensación luminosa. La diferencia en la acción química de
los rayos solares se explica, una Tez más, no por otra cosa sino por
las diferencias existentes en las oscilaciones de las partículas del éter:
la cantidad pasa a calidad.
La química lo confirma también. El ozono tiene otras peculiarida­
des que el oxígeno común. ¿De dónde procede esta diferencia? La
molécula del ozono tiene un número distinto de átomos que la del
oxígeno ordinario. Tomemos tres compuestos de hidrocarburo: CH4
(gas palúdico), C2H8 (dimetilo) y C3H8 (metilo-etilo). Todos ellos
están integrados siguiendo la fórmula de n átomos de oxígeno y ,2n -f- ¿
62 G. PLEJANOV

átomos de hidrógeno. Si n es igual a 1 tenemos gas p alustre; sin n


es igual a 2, tenemos dimetilo; si n es igual a 3, tenemos metilo-etilo.
Asi, pues,' se van componiendo series enteras de cuya significación
puede hablar cualquier químico, y todas estas series corroboran uná-
nimente el postulado de los antiguos idealistas dialécticos: la cantidad
pasa a calidad.
Ahora ya estamos enterados de los principales signos distintivos
del raciocinio dialéctico, pero el lector no se siente satisfecho. Pero,
¿dónde está, pues, la famosa tríada —pregunta— la tríada que en­
cierra, como sabe, toda la esencia de la dialéctica hegel iana? Perdone,
lector, no hemos mencionado la tríada, por la sencilla razón de que
ella no desempeña, ni muchísimo menos el papel que en líegel se le
atribuye, por gente que no tienen noción de la filosofía de este gran
pensador, que la habían estudiado, digamos por caso, por el “ manual
de derecho penal” del señor Spasovich12s. Esta gente frívola, llena
de santa simpleza, está convencida de que todos los argumentos del
idealista alemán quedaron reducidos a referencias a la tríada; que
cualquiera fuera la dificultad con que haya tropezado este anciano,
la dejaba, con una sonrisa serena, para que otros se rompieran con
ella sus pobres cabezas “ profanas” , y que él mismo construyó de
inmediato un silogismo: todos los fenómenos se efectúan según una
tría d a ; yo estoy frente a un fenómeno; por consiguiente, recurriré a
la tría d a 12i. Esto es simplemente una -fruslería insensata, como se
expresa uno de los personajes de Karonin, o charla desnaturalizada, si
agrada más la expresión de Schedrin. E n ninguno de los 18 tomos de
las obras de Hegel, la “ tríada” ni una sola vez desempeña el papel
de argumento, y quien conozca, aunque sea algo, su doctrina filosófica,
comprenderá que en m¡odo alguno podía haberlo desempeñado. P a ra :
Hegel, la tríada tiene el mismo valor que la tuvo ya para Fickte,
cuya filosofía difiere sustancialmente de la hegeliana. Se entiende que
sólo un ignorante rematado puede considerar como principal signo
distintivo de un solo sistema filosófico a un indicio, peculiar, por lo
menos, de dos sistemas completamente diferentes.
T,amentamos mucho que la tríada nos haya desviado de nuestra
exposición, pero, ya que hemos comenzado a hablar de ella, tenemos que
terminar. Veamos, pues, qué clase de pájaro es.
Todo fenómeno, habiéndose desarrollado hasta el final, se¡ con­
vierte en su propio contrario; pero, puesto que el nuevo, opuesto al
primer fenómeno, a su vez también se transforma en su contrario,
la tercera fase del desarrollo tiene una similitud formal con el
primero. Por ahora dejemos la cuestión de que hasta qué punto tal
curso del desarrollo corresponde a la realidad; admitamos que la
gente se había equivocado habiendo creído que sí, que correspondía
enteramente. Pero, de todos modos, está claro que la “ tría d a ” tan
sólo se deriva de uno de los postulados de Hegel, pero que no le sirve,
en absoluto, de tesis fundamental. Esta es una diferencia sumamente
sustancial, por cuanto si la tríada figurase como proposición funda-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 63
mental, bajo su sombra hubiera podido buscar protección la gente
que le im putan un papel tan importante, Pero dado que no figura
como tal solamente ocultarse detrás de ella la gente que “ habían
oído sonar campanas, pero no saben dónde”.
De por sí se entiende que el estado de cosas no se hubiera modifi­
cado sustancialmente, si los dialécticos, sin ocultarse detrás de la
“ tríad a” , ante el “ más mínimo peligro” , se escondieran “ bajo la
sombra” del postulado que afirma que todo fenómeno se convierte en
su propio contrario. Pero los dialécticos jamás habían procedido así,
y no lo habían hecho debido a que el postulado señalado no agota, ni
mucho menos, su concepción con respecto al desarrollo de los fenó­
menos. Los dialécticos, además, dicen, por ejemplo, que en el proceso
del desarrollo, la cantidad pasa a la calidad, y ésta a aquélla. Por
consiguiente, tienen que tomar en consideración, tanto el aspecto cua­
litativo, como cuantitativo del proceso; y ello presupone una actitud
atenta frente a su curso real, efectivo; y esto significa que ellos no
se dan por satisfechos con las deducciones abstractas de postulados
abstractos, o, a lo menos, no deben contentarse con tales deducciones,
si es que quieren permanecer leales a su propia concepción del mundo.
“ E n cada página de sus obras, Hegel señalaba, constante e ince­
santemente, que la filosofía es idéntica con el -conjunto de lo empírico,
que la filosofía no exige nada con tanta insistencia como el ahondar
en las ciencias empíricas. . . Un m aterial práctico, sin un pensamiento,
tan sólo tiene un valor relativo, mientras que el pensamiento sin el
material práctico es una simple quim era... La filosofía es la con­
ciencia, a la que llegan las ciencias empíricas con respecto a sí mismas.
E lla no puede ser otra cosa ’ ’ 123.
He aquí el criterio que con respecto a la tarea de un investiga­
dor-pensador, había deducido Lasalle del estudio de la filosofía hege-
lian a; los filósofos deben ser especialistas entendidos en las ciencias a las
que desean prestar ayuda, para adquirir la “ conciencia de sí mismas” .
Parece ser que entre el estudio especial de una materia, y la charlatane­
ría irreflexiva para gloria de la “ tría d a ” , hay una gran distancia. Y que
no nos digan que. Lasalle no fue un auténtico hegeliano, que pertenece
a los “ izquierdistas” y que reprochaba enérgicamente a los “ derechis­
ta s ” el haberse éstos dedicado vínicamente a construcciones abstractas.
Pues el hambre nos dice sin rodeos haber asimilado su opinión direc­
tamente de Hegel.
Además, es posible que vayan a querer recusar el testimonio del
autor de “ Sistema de derechos adquiridos” , igual que se rechaza en
los tribunales los testimonios de familiares. No nos vamos a poner a
discutir eso, ni a contradecir, solamente vamos a citar, como testigo, a
un hombre completamente ajeno, el autor de “ Bosquejos del período
de Gogol” .
Rogamos prestar atención: el testigo hablará extensa, y como es
habitual en él sensatamente.
“ Somos tan poco adeptos de Hegel como lo somos de Descartes o
de Aristóteles. Hoy Hegel ya pertenece a la historia, el tiempo actual
64 O. PLEJANOV

tiene otra filosofía y ve bien los defectos del sistema liegeliano; pero
haye que reconocer que los principios expuestos por Hegel, efectiva­
mente estaban muy próximos de la verdad, y algunos de sus aspectos
habían sido expuestos, por este pensador, con un vigor verdaderamen­
te sorprendente. P e estas verdades, algunas constituyen el mérito per­
sonal. de Hegel, Las otras, aún cuando no son patrimonio exclusivo de
su sistema, ya que lo son de toda la filosofía alemana a comenzar des­
de ICíint y Pichte, tienen la virtud de que nadie antes que él las había
formulado con tanta nitidez y proferido con tanto vigor, como Hegel
en su sistema.
Señalaremos, ante todo, el principio más fructífero de todo pro­
greso, el que, tan expresiva y espléndidamente distingue a la filosofía
alemana, en general, y, sobre todo, al sistema de Hegel, de los criterios
hipócritas y pusilánimes que habían imperado en esa época (princi­
pios del siglo X IX ) entre franceses e ingleses: “ La vex-dad es el
objetivo supremo del raciocinio, busquen la verdad, ya que en ella re­
side el bien ; no importa cual fuera la verdad, ella está mejor de todo
Jo no verdadero; el primer deber de un pensador es no retroceder ante
ningunos resultados; debe estar dispuesto a sacrificar sus más favoritas
opiniones a la verdad. E l error es la fuente de toda perdición; la ver­
dad es el bien supremo y la fuente de todos los demás bienes” . P ara
apreciar la excepcional importancia de esta demanda, común de toda
la filosofía alemana, iniciada desde Kant, pero pronunciada con particu­
lar energía por Hegel, es menester recordar las extrañas y estrechas
condiciones que habían limitado la verdad del pensador de otras escue­
las de aquel entonces; no se dispusieron a filosofar sino para “ justi­
ficar sus queridas convicciones” , esto es, no buscaban la verdad, sino
un punto de apoyo para sus prejuicios; cada uno tomaba de la verdad
sólo lo que le agradaba y rechazaba toda verdad que no le era agrada­
ble, habiendo reconocido descaradamente que un extravío agradable
le parecía muchísimo mejor que una verdad imparcial. Esta manera
de preocuparse, no por la verdad, sino para corroborar los prejuicios
gratos, fue aprobado por los filósofos alemanes (sobre todo Hegel)
“ raciocinio subjetivo” . (¡Por todos los Santos! g,No sería por eso que
nuestros pensadores subjetivistas tildan a Hegel de escolástico? El au­
tor) . Un filosofar por placer personal, y no para la necesidad viva de la
verdad. Hegel puso rudamente al desnudo este entrentenimiento hueco y
nocivo (¡ Oíd ! ¡ Oíd !). Hegel, como medio preventivo necesario contra la
tentación de rehusar la verdad, para complacer los deseos personales y
filosofar por placer personal, y no para la necesidad viva de la verdad.
Hegel puso rudamente al desnudo este entretenimiento hueco y nocivo
(¡Oíd! ¡Oíd!). Hegel, como medio preventivo necesario contra la ten­
tación de rehusar la verdad, para complacer los deseos personales y
los prejuicios, presentó el famoso “ método dialéctico del pensamien­
to ’ La esencia de este último radica en que el pensador no debe darse
por satisfecho con cualquier deducción positiva, sino que ha de inqui­
rir si el objeto sobre el cual piensa, no posee cualidades y fuerzas
opuestas a las que exhibe a primera vista. De este modo, el pensador
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 65

se veía en la necesidad de pasar revista de todos los aspectos del obje­


to, y la verdad aparecía, como resultado de la lucha todas las
clases posibles de opiniones opuestas. De esta manera, en lugar de
los anteriores conceptos unilaterales, acerca del objeto, aparecía, poco
a poco, una investigación plena, en todos los aspectos y se formaba
una noción viva acerca de todas las cualidades efectivas del objeto.
Explicar la realidad, se convirtió en el deber esencial del raciocinio
filosófico. De aquí nace la extraordinaria atención que se presta a
la realidad, de la cual antes no se pensaba mucho, deformándola
descaradamente, para comodidad de los propios perjuicios unilaterales.
(¡De te fobula waraiur!) 127. Así pues, la investigación concienzuda
e infatigable ocupó el lugar de las anteriores interpretaciones capri­
chosas. Pero, en realidad, todo depende de las circunstancias, de las
condiciones del lugar y del tiempo. Por esta razón Hegel reconocía
que las anteriores frases comunes con las que se juzgaba acerca del
bien y el mal, sin examinar las circunstancias y causas del nacimiento
dei fenómeno dado, estas sentencias abstractas, comunes, no eran sa­
tisfactorias: cada objeto, cada fenómeno tiene su propio valor, y
juzgar acerca de este último, debe hacerse por la consideración de
las circunstancias entre las cuales dicho fenómeno existe; esta norma
tuvo su expresión en la fórmula de “ no hay una verdad abstracta; la
verdad es concreta” , esto es, se puede pronunciar un determinado
juicio solamente acerca de un hecho concreto, después de haber
examinado todas las circunstancias de los cuales este hecho depende 12S.
Así tenemos que, por un lado, se nos dice que el rasgo distintivo
de la filosofía hegeliana era la investigación más atenta de la realidad,
la actitud más concienzuda frente a todo objeto; su estudio en me­
dio de sus condiciones de vida efectivas con todas las circunstancias del
tiempo y del lugar que condicionan o acompañan su existencia. En
este caso, la deposición de N. G. Chernishevsld es idéntica a la de F. La­
s-alie. Pero, por ei otro lado, se nos quiere hacer creer que esta filo­
sofía fue un escolasticismo hueco, toda el alma de la cual residía en el
uso sofístico de la “ tría d a ” . La deposición del señor Mijailovski, en
este caso, concuerda completamente con la del señor V. V. y de toda
una legión de otros escritores rusos contemporáneos. ¿Cómo se explica
esta discrepancia entre los testigos! Explíquesenla como les plazca, pero
no olviden que Lasalle y el autor de “ Bosquejos del período de Gogol” ,
conocían la filosofía de la que hablaban, mientras que los señores Mi­
jailovski, Y. V. y consortes, seguramente no se tomaron el trabajo de
estudiar, aunque no fuera, más que una sola obra cualquiera de Hegel.
Y tomen en cuenta que al caracterizar el raciocinio dialéctico, el
autor de los “ Bosquejos” , ni con una sola palabra había mencionado
la tríada. ¿Cómo es posible que no haya visto al mismo elefante, que
el señor Mijailovski y compañía, tan obstinada y solemnemente, presen­
tan con tanta ostentación a todos los papanatas? Una vez más: no ol­
viden que el autor de los “ Bosquejos del período de Gogol” conocía
la filosofía de Hegel, mientras que el señor Mijailovski y compañía, no
tienen de ella ni la más mínima noción.
66 G. PLEJANOV

Puede ser que al lector le plazca que le recordemos algunos otros


comentarios del autor de “ Bosquejos del período de Gogol” con res­
pecto a Hegel, Pueda ser que ¿nos señalara el famoso artículo
‘‘Crítica de los prejuicios filosóficos contra la agricultura comunal” %
En este artículo se habla, precisamente de la tríada y, al parecer, es
presentada como la principal manía del idealista alemán. Pero ello es
solamente “ al p a r e c e r El autor, al discurrir sobre la historia de la
propiedad, afirma que en la fase tercera, la superior, de su desarrollo,
ella retorna a su punto de partida, o sea, que la propiedad privada
del suelo y de los medios de producción, ceden el lugar a la social. Tal
retorno —dice—, es una ley general que se manifiesta en todo proceso
de desarrollo. Los argumentos del autor, en el caso dado, no son, efecti­
vamente, sino una referencia a la tríada. Y en ello reside su defecto sus­
tancial : son abstractos; el desarrollo de la propiedad es examinado al
margen de su relación con las condiciones históricas concretas; por
eso, también los argumentos del autor son ingeniosos, brillantes, pero
no convincentes; sólo sorprenden, asombran, pero no convencen. Pero,
¿ es Hegel el que tiene la culpa de esta diferencia de la argumentación
del autor de “ Crítica de los prejuicios filosóficos” ? Si el autor hubiera
examinado el objeto precisamente tal como Hegel, según sus propias
palabras, aconsejaba examinar todos los objetos, es decir, situándose
sobre el suelo de 1a. realidad, ponderando todas las condicionas concre­
tas , todas las circunstancias del tiempo y del lugar, %creen que su ar­
gumentación hubiera sido abstracta? Parece que no; parece que en tal
caso hubiera habido, precisamente, en el artículo la deficiencia que
hemos señalado. Pero, en tal caso, ¿qué es lo que dio vida a esta defi­
ciencia? El hecho de que el autor del artículo “ Crítica de los prejuicios
filosóficos contra la agricultura comunal” , al refutar los argumentos
abstractos de sus adversarios, echó en olvido los buenos consejos de
Hegel, resultó ser desleal al método del pensador a quien él había invo­
cado. Lamentamos qu© en una obra polémica haya cometido tal error.
Pero una vez más, ¿tiene la culpa Hegel de que, en este caso, el autor
de “ Crítica de los prejuicios filosóficos” no se haya mostrado capaz de
hacer uso de su método? ¿Desde cuándo se valoran los sistemas filo­
sóficos, no por su contenido intrínseco, sino por los errores que suelen
cometer las gentes que los invocan!
Y una vez más, a pesar de la insistencia del autor de los mencio-
dos artículos, invoca la tríada, pero tampoco allí la presenta- como
la principal manía del método dialéctico; también a llí; la tríada es, para
él, no un fundamento, sino tal vez algo así como un efecto irrefutable.
El fundamento, el rasgo, distintivo principal de la dialéctica, lo
señala en las siguientes palabras: “ E l cambio eterno de las formas,
la reprobación perpetua de la forma, nacida por cierto contenido o
tendencia, a consecuencia del acrecentamiento de dicha tendencia, del
desarrollo superior.- d e dicho contenido. . . quien haya comprendido
esta ley grandiosa, perpetua, universal, quien haya aprendido a em-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 67

pie arla a todo fenómeno ¡oh!, con qué serenidad calificará con pro­
babilidad de éxito lo que a otros les produce confusión, etc” 131.
“ El cambio eterno de las formas, la reprobación perpetua de la
forma, nacida por cierto contenido” . .. los dialécticos, efectivamente,
consideran tal cambio, tal “ reprobación de las formas” , como una
ley grandiosa, perpetua, universal. Esta convicción no la comparten,
en la actualidad, con los dialécticos solamente los representantes de
algunas ramas de la ciencia social, carentes de valor para m irar di­
rectamente la verdad de frente, y que se esfuerzan por mantener,
aunque sea con ayuda de extravíos, sus queridos prejuicios. Con tanta
más razón hemos de apreciar los méritos de los grandes idealistas
alemanes, que ya desde los principios mismos del presente siglo repi­
tieran incesantemente, acerca del cambio eterno de las formas, de su
perpetua reprobación, como resultado del acrecentamiento del conte­
nido que había dado vida a estas formas.
Antes habíamos dejado un “ por ahora” sin examinar la cuestión
«cerca de que si es exacto que todo fenómeno se convierte, como lo pen­
saban los idealistas dialécticos alemanes, en su propio contrario. Ahora,
así lo esperamos, el lector habrá de concordar con nosotros que, esta
cuestión, propiamente hablando, se puede dejar de examinar en ab­
soluto. Cuando empleen el método dialéctico al estudio de los fenómenos
es menester que recuerden que las formas cambian eternamente como
resultado “ del superior desarrollo de su contenido” , Este proceso de
reprobación de las formas lo deben seguir observando en toda su ple­
nitud, si es que quieren agotar el objeto. Pero si la nueva forma
habrá de ser opuesta a la vieja, esto lo mostrará la experiencia, y
saberlo por anticipado no tiene, absolutamente, ninguna importancia.
Es cierto que, precisamente, sobre la base de la experiencia histórica
de la humanidad, todo jurista entendido en la materia dirá que toda
institución jurídica, tarde o temprano, se convierte en su propio con­
trario: hoy esta institución facilita la satisfacción de ciertas nece­
sidades sociales; hoy es útil, necesaria, precisamente ante la vista de
estas necesidades. Después comienza a ser cada vez peor y peor para
satisfacer esas necesidades; finalmente se convierte en un estorbo para
su satisfacción: de necesaria se convierte en perjudicial y entonces
queda destruida. Tomen lo que quieran —la historia de la literatura
o la de las especies-—, y, por doquier donde hay desarrollo verán
idéntica dialéctica. Pero, de todos modos, si hubiera alguien que,
queriendo penetrar en la esencia del proceso dialéctico, comenzará,
precisamente, por ía verificación de la teoría de los contrarios de los
fenómenos, que se encuentran situados unos al lado de otros en cada
proceso dado de desarrollo, habría abordado la cuestión desde e]
punto menos adecuado.
En la elección del ángulo de miras para tal verificación, siempre
hubiera tendo mucho de arbírario. Hay que abordar esta cuestión des­
do su costado objetivo, dicho en otras palabras, hay que adquirir cla­
ridad acerca de ¿qué es el cambio ineludible de las formas,
68 G. PLEJANOV

condicionado por el desarrollo del contenido dado? Es el mismo pen­


samiento expresado con otras palabras. Pero al verificarlo, ya no
queda lugar para lo arbitrario, dado que el punto de vista del inves­
tigador, está determinado por el carácter mismo de las formas y del
contenido.
Según palabras de Engels, el mérito de Hegel reside en baber
sido el primero en abordar todos los fenómenos desde el ángulo de
miras de su desarrollo, desde el punto de vista de su nacimiento y
m u erte132. (íSi fue el primero en hacerlo es una cuestión que se
presta a ser discutida —dice el señor Mijailovski—, pero, en todo
caso, no fue el último, y las actuales teorías de desarrollo -—el evo­
lucionismo de Spencer, el darwinismo, las ideas de desarrollo' en la
sicología, en la física, en la geología, etc.—, no tienen nada en común
con el hegelianismo?J m .
Si las ciencias naturales actuales vienen confirmando a cada paso
la genial idea de Hegel relativa al tránsito de la cantidad a calidad,
¿se puede, acaso, decir, que ¿lia no tiene nada en común con el
hegelianismo? Ciertamente, Hegel no fue el “ últim o” de los que
hablaban de este tránsito, pero ello se debe, precisamente, a la misma
causa, por la cual Darwin no fue el último de las personas que ha­
blaban de la variabilidad de las especies, ni Newton, el último de los
newtonistas. ¿ Qué quiere que le haga ? ] Tal es ya el curso de desa­
rrollo del intelecto hum ano! Enuncien un pensamiento correcto y se­
guro qne no será el “ último” de los que lo defiendan; digan una
estupidez, y aun cuando la gente se encariña con ella, corren, aún así,
el riesgo de ser el “ últim o” de sus defensores y depositarios. Así, a
nuestro modesto juicio, el señor Mijailovski corre el fuerte riesgo de
ser el “ viltimo” partidiario del “ método subjetivo >en la sociología” .
Hablando con franqueza, no vemos motivo para afligirnos de tal curso
de desarrollo de la razón.
Proponemos al señor Mijailovski según quien “ se presta a ser
discutido” todo en el mundo y mucho más, que refute la siguiente
tesis nuestra; por doquier donde aparece la idea de desarrollo, —“ en
la sicología, en la física, en la geología, etc.”—, ésta, infaliblemente
tiene micho “ de común con el hegelianismo” , esto es, en cada teoría
de desarrollo moderna, se vienen repitiendo algunos postulados gene­
rales de Hegel. Decimos algunos y no todos, debido a que muchos de
los evolucionistas contemporáneos, carentes de la adecuada formación
filosófica, entienden la “ evolución” de un modo abstracto, unilateral.
Ejemplo: los señores, mencionados anteriormente, que aseveran que
ni la naturaleza, ni la historia hacen saltos. Esta gente sacaría mucho
provecho al conocer la lógica de Hegel. Que nos refute el señor Mijai­
lovski, pero que no olvide que tampoco es posible refutarnos conocien­
do a Hegel tan sólo por el “ Manual de derecho penal” del señor
Spasovich, ni siquiera por la “ Historia de la filosofía” de Lewis.
Hay que tomarse el trabajo de estudiar al propio Hegel.
.Al decir que las teorías contemporáneas de los evolucionistas siem­
pre tienen mucho “ de común con el hegelianismo” , no afirmamos con
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 69

o]lo que los actuales evolucionistas hayan asimilado de Hegel sus


criterios. Totalmente al contrario. Muy a menudo tienen de él una
idea tan errónea como la del señor Mijailovsld. T si, pese a ello, sus
teoríap aunque en parte —y precisamente allí donde muestran ser
correcta— constituyen una nueva ilustración del “ hegelianismo” .
Este hecho no hace sino acentuar el sorprendente vigor del pensamiento
del idealista alemán: gente que jamás lo había leído, se ven obligadas,
por la fuerza de los hechos, por el evidente sentido de la “ realidad” ,
a hablar como hablaba él. Un mayor triunfo para un filósofo no se
puede ni idear, mientras sus lectores lo pasan por alto, la vida co­
rrobora sus criterios.
Hasta ahora aún es difícil decir hasta qué punto los criterios
de los idealistas alemanes habían ejercido la correspondiente influen­
cia sobre las ciencias naturales germanas. Aun cuando está fuera de toda
duda de que durante la primera mitad del siglo actual, hasta los natu­
ralistas en Alemania se dedicaban a la filosofía en el curso de sus estu­
dios en las Universidades, y que, tales expertos en las ciencias biológicas,
como Jo expresa Haeckel, estudiaron las teorías evolucionistas de
algunos filósofos naturalistas. Pero la filosofía de la naturaleza fue
el lado flaco del idealismo alemán. Su fuerza radicaba en las teorías
relativas, a diversos aspectos del desarrollo histórico. Y en lo que hace
a estas últimas, sería bueno que el señor Mijailovsld recuerde —si es
que alguna vez lo supo— que fue precisamente de la escuela de
Hegel, de donde salió tocia la brillante pléyade de pensadores e in­
vestigadores que dotaron de una forma completamente nueva, al es­
tudio df> la religión, de la estética, del derecho, de la economía política,
de la filosofía, de la historia, etc. En todas estas “ disciplinas” , du­
rante algún período —el más fértil— no hubo un un solo participante
descollante que no debiera a Hegel por su desarrollo y criterios nuevos
referente a las materias científicas de su especialidad. ¿Piensa el se­
ñor Mijailovsld que también esto se “ presta a ser discutido” ? Si
así lo cree, que haga la tentativa.
El señor Mijailovsld, al hablar de Hegel, se esfuerza por hacerlo-
en forma de hacerse entender por la gente no iniciada en los misterios
“ de la caperuza de bufón filosófica de Yegor Fiedorovich ” , como,
irreverentemente se expresaba Bielínski, habiendo levantado la bandera
de la sublevación contra Hegel m . “ Para este fin ” , el señor Mijailovsld
toma dos ejemplos del libro ele Engels “ Iierra En gen Dühríngis Umwál-
zung der Wissenschaft” 13l\ (¿Por qué no tomarlo del propio Hegel?
Proceder así, sería más oportuno para un escritor “ versado en los mis­
terios” , etc.).
“ Un grano de avena cae en condiciones favoi'ables: echa brotes
y, con ello, se niega como tal, como grano; en su lugar aparece un
tallo, que es la negación del grano; 3a planta se va desarrollando, da
frutos, esto es, nuevos granos de avena, y cuando éstos maduran, el
tallo perece: él, la negación del grano, se niega a sí mismo. Y después,
70 G. PLEJANOV

este mismo proceso de la “ negación” y de la “ negación de la nega­


ción” se viene repitiendo una cantidad innumerable de veces (jsie!).
La base de este proceso la forma la contradicción: el grano de avena
es un grano y, ai mismo tiempo no lo es, puesto que siempre se baila
en un estado de desarrollo efectivo o potencial” . El señor Mijailovski,
por supuesto, opina que esto “ se presta a una discusión” . He aquí
como, según él, se transforma esta posibilidad cautivante en una
realidad,
“ E l primer grado, el del grano, es la tesis, la proposición; el
segundo, basta la formación de los nuevos granos, es la antítesis, la
contraproposición : el tercer grado es la síntesis, o la reconciliación
(el señor Mijailovski se ha propuesto escribir en forma popular,
motivo por el cual, no deja las palabras griegas, sin explicarlas o tra ­
ducirlas) ; todo esto en conjunto forma una tríada, o tricotomía. Y
este es el destino de todo lo vivo: nace, se desarrolla y da principio
a su repetición, después de la cual, muere. Una inmensa cantidad de
las manifestaciones singulares de este proceso surge inmediatamente
en la memoria del lector, y la ley de Hegel resulta justificada a lo largo
de todo el mundo orgánico (por ahora no vamos más adelante). Si
echamos, ¡sin embargo, una mirada más de cerca a nuestro ejemplo,
veremos la extrema superficialidad y arbitrariedad de nuestra síntesis.
Hemos tomado un grano, un tallo, y otra vez un grano, más exacta­
mente, un grupo de granos. Pero, la planta, antes de dar el fruto,
florece. Cuando hablamos de la avena o de otro cereal que tiene un
valor económico, podemos tener en cuenta el grano sembrado, la paja
y el grano recolectado, pero no hay ninguna razón para considerar
agotada la vida de la planta con estos tres elementos. En la vida de
la planta, el momento del florecimiento va acompañado de una extraor­
dinaria y singular tensión de fuerzas, y, puesto que la flor no brota
en forma inmediata del grano, aun siguiendo la terminología de Hegel,
obtenemos, no una tricotomía, sino, por lo menos, una tetracotomía,
una división cuádruple: el tallo niega al grano, la flor al tallo, el
fruto a la flor. La omisión del momento de florecimiento tiene además
un valor importante también en otro aspecto, en el siguiente. En la épo­
ca de Hegel, posiblemente, era permitido también tomar el grano como
punto de partida de la vida de la planta, y desde el punto de vista
económico lo es permitido, tal vez, ahora también: el año económico se
inicia con la siembra del grano. Pero, la vida de la planta no comienza
desde el grano. Ahora nosotros lo sabemos muy bien que el grano es
algo muy complejo por la estructura y constituye, él mismo, el producto
de desarrollo de la célula, y las células, necesarias para la multipli­
cación, se forman, precisamente, en el momento del florecimiento. De
esta manera en el ejemplo de la vida de la planta, tanto el punto de
partida está tomado arbitraria e inexactamente, como también todo el
proceso está encerrado, artificial y de nuevo arbitrariamente dentro de
los marcos de una tricotom ía130. Conclusión: “ ha llegado el momento
de dejar de creer que la avena brota según lo indica Hegel” 137.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 71

¡ Todo fluye, todo cambia! En nuestros tiempos, o sea, cuando el


que escribe estas líneas se había dedicado, en sus años de estudiante,
a 1as ciencias naturales, la arena brotaba “ según lo indica Hegel” ,
pero ahora, ‘‘nosotros lo sabemos muy bien” , que ello es una estupidez;
ahora “ nous avons changé toui cela” 138. Pero, ¡vamos! ¿seguro que
“ nosotros sabemos” bien, de lo que “ nosotros” estamos hablando?
El señor Mijaiiovslci expone el ejemplo —copiado de Engels— del
grano de avena completamente distinto de como lo expone el propio
Engels. Este dice: “ el grano, como tal grano, se extingue, es negado,
y en su lugar brota la planta, que nace de él o sea de la negación del
grano, ¿Y cuál es la marcha normal de la vida de esta planta? La plan-
tata crece, florece, se fecunda y produce, por último, nuevos granos de
cebada 33í), y tan pronto como éstos maduran, muere la espiga, se niega
a su vea. Y como fruto ele esta negación de la negación, nos encontra­
mos otra vez con el grano de cebada inicial, pero ya no en forma sim­
ple, sino en número diez, veinte, treinta veces m ayor” 140 y u l . P ara
Engels, la negación del grano es toda la planta entera, en cuya marcha
de la vida entran, entre otras cosas, tanto el florecimiento, como tam­
bién la fecundación. El señor Mijaiiovslci “ niega” la palabra planta, co­
locando en su lugar la palabra tallo. Este, como se sabe, es tan sólo una
parte de la planta y, por supuesto, es negada por las otras de sus partes:
omnis deierminiaiio est negaiio U2. Pero, precisamente por eso el señor
Mijaiiovslci “ niega” también la expresión de Engels, sustituyéndola por
la suya propia: el tallo niega al grano, vocifera, la flor al tallo, el fruto
& la flor, aquí, c-uando menos, ¡hay una tetracotomía! Claro, señor
Mijaiiovslci, pero todo ello demuestra tan sólo que, en la disputa con
Engek, no ha retrocedido ni siquiera. .. ¿cómo decirlo lo más suave­
mente posible?, no ha retrocedido ni siquiera ante el “ elemento” . . .
de la variación de las palabras de su adversario. Este procedimiento es
un ta n to ... “ subjetivo” .
Tina vez que el “ elemento” de la suplantación haya cumplido lo
suyo, la odiosa tríada se derrumba como un castillo de naipes. Ha
omitido usted el momento del florecimiento, reprocha el “ sociólogo
ruso al soc-ialista alemán” , y la “ omisión del momento del florecimiento
tiene un importante valor” . E l lector ha visto que el “ momento del
florecimiento ” ha sido omitido, no por Engels, sino por el señor Mi­
jailovsld al exponer el pensamiento de aquél; el lector sabe también
que a esta clase de “ omisiones” se atribuye, en la literatura, un valor
importante aunque completamente negativo. También aquí, el señor
Miiailovslci ha puesto en marcha un ‘' elemento’7 feo. Pero, ¿qué le
vamos a hacer? la tríada está tan odiosa, la victoria, tan grata, y las
“ gentes completamente no iniciadas en los misterios” de la conocida
“ caperuza” , ¡tan crédula!
Todos somos cándidos de nacimiento,
Todos tenemos en mucho nuestro honor;
Pero hay tropiezos,
Que simplemente sin querer pecamos. . . u3.
72 G. PLEJANOV

La flor es un órgano de la planta y, como tal órgano, niega tan


poco a la planta, como la cabeza del señor Mijailovski niega a su señor
dueño. Pero el “ fru to ” , o sea más exactamente, el hnevo fecundado
es, efectivamente, la negación del organismo dado, en tanto que punto
de partida de desarrollo de una nueva vida. Bngels también examina
el curso de vida de la planta, desde el principio de su desarrollo a partir
del huevo fecundado. El señor Mijailovski, con aú'e de experto erudito,
hace notar: “ la vida de la planta no comienza desde el grano. Ahora
nosotros sabemos umy bien” , etc., hablando brevemente, ahora sabemos
que el huevo es fecundado durante el florecimiento. Emgels, por su­
puesto, lo conoce no peor que el señor Mijailovski. Pero, ¿qué es lo
que eso está mostrando? Si al señor Mijailovski le place, sustituiremos
el grano por huevo fecundado, pero ello no modifica el sentido del
curso de vida de la planta, uo refuta la “ tría d a ” . La avena, de todos
modos, seguirá creciendo “ según Hegel lo indica” .
A propósito. Admitamos por un instante que el “ elemento del
florecimiento” echa por tierra todos los argumentos de los he-
gelianos. ¿Cómo según el señor Mijailovski habrá de proceder
con las plantas que carecen de flores? ¿Es que las dejará dependientes
de la tríada? Ello será inútil, ya que, en este caso, la tríada contará
con un inmenso número de súbditos.
Pero, este interogante lo hacemos, tan sólo para esclarecernos so­
bre el pensamiento del señor Mijailovski. E n lo que nos concierne a
nosotros, seguimos manteniendo la convicción de que él, de la tríada,
no le será posible salvarse ni siquiera con “ la flo r” . ¿Acaso somos
los únicos que así pensamos? He aquí, lo que dice, por ejemplo, el
experto botánico P. Van-Tieghem: “ No importa cuál sea la forma de
una planta, ni el grupo a que pertenezca en virtud de dicha forma, su
cuerpo procede de otro cuerpo el cual ha existido antes y del cual se
había separado. Ella, a su vez, separa de su masa, en un determinado
tiempo, ciertas partes que se convierten en un punto de partida, en
embriones de nuevos cuerpos, etc. E n una palabra, ella se reproduce
igual como había nacido: por la disolución” 5-44. ¡Dignaos de ver! un
venerable científico, miembro de Instituto, profesor en el Museo de
Historia Natural, y razona, como un auténtico hegeliano: comienza
por una disociación —dice— y de nuevo vuelve a ella ¡ Y ni una sola
palabra del “ momento del florecimiento” ! Nosotros también enten­
demos cuán sumamente amargo habrá de ser esto para el señor Mijai­
lovski, pero nada podemos hacer: la verdad, como se sabe, está por
encima de Platón.
Admitamos una vez más que el “ elemento del florecimiento” in­
valida a la tríada. Entonces, “ siguiendo la terminología de Hegel, ob­
tenemos, no una tricotomía, sino cuando menos, una tetraeotomía, una
división cuádruple ” . La “ terminología de Hegel77nos trae a la memoria
la “ Enciclopedia” de éste. Abrimos su primera parte y de allí nos en­
teramos de que se dan muchos casos en que la tricotomía se convierte
en una tetraeotomía y que, en general, la tricotomía impera, propia-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 73

-mente, tan sólo en la esfera del espíritu 14r\ Resulta que la avena crece
“ según Hegel lo indica” , como nos lo asevera Van-Tieghera, pero Hegel
piensa de la avena, según lo indica el señor Mijailovski, como nos lo
garantiza la “ Enzyklopadie der philosophischen Wissenschaften im
Grwndisse” UG. \ Un milagro, y nada más que un milagro! “ Ella lo
manda a él. y el me lo remite a mí, y yo se lo despacho al cantinero
P'etrusha ” . . .
El otro ejemplo, copiado de Engels por el señor Mijailovski para
la persuasión de los “ no iniciados” , se refiere a la doctrina de Rou­
sseau u \
“ En el estado natural y salvaje, los hombres eran iguales; y . ..
Rousseau. . . tiene perfecta razón cuando aplica el criterio de la igual­
dad de los anim ales.., también a los hombres-bestias. Pero estos hom­
bres-bestias . . . llevaban a los demás animales la ventaja de ser seres sus­
ceptibles de perfeccionamiento, y aquí es donde reside la fuente de
la desigualdad. Rousseau v e. . . en el nacimiento de la desigualdad, un
progreso. Pero este progreso era antagónico” . “ Todos los progresos pos­
teriores . . . fueron otros tantos pasos dados aparentemente hacia la per­
fección del individuo humano, pero, en realidad, hacia la decadencia
de la especie. . . La elaboración de los metales y la agricultura fueron
las dos: artes, cuyo descubrimiento provocó esta gran revolución” . . .
Para el poeta, el oro y la plata, para el filósofo, el hierro y el trigo, civi­
lizaron al hombre y arruinaron al género humano. Ciada nuevo avance
de la civilización es, a la vez, un nuevo avance de la desigualdad y lle­
van. . . hasta un punto en que la desigualdad, agudizada hasta el má­
ximo , . . se trueca de nuevo en lo contrario de lo que es: ante el déspota,
todos los hombres son iguales, pues todos quedan reducidos a cero. De
este modo, la desigualdad se trueca de nuevo en igualdad. . . en la
igualdad del contrato social” .
Así transmite el señor Mijailovski el ejemplo citado por Engels.
Como por sí mismo se entiende, para el señor Mijailovski, también esto
“ se apresta a ser discutido” .
“ Se podría formular algún, reparo, con motivo de la exposición
de Engels. pero para nosotros es importante saber qué fue, precisamente
en el tratado de Rousseau (“ Discours sur Vorigine et les fondements
de V inégalité parmi les Jiommes” ) 149, lo que Engels aprecia. El 110
se refiere a la cuestión de que si Rousseau había comprendido correcta
o incorrectamente el curso de la historia, a Engels sólo le interesa que
Rousseau “ raciocina dialécticamente” : apercibe la contradicción en
el contenido mismo del progreso y dispone su exposición de modo de
poder ajustarla a la fórmula hegeliana de la negación y de la nega­
ción de la negación. Y, en efecto esto es posible, aun cuando Rousseau
no conoció la fórmula dialéctica hegeliana” .
Esta es tan sólo la primera ofensiva, de vanguardia, contra el
' ‘hegelianismo ’’ representada por Engels. A continuación sigue el
ataque sur íouie lajigne 1B0.
“ Rousseau, sin haber conocido a Hegel, piensa como éste lo indica,
dialécticamente. ¿Por qué, precisamente, Rousseau, y 110 Voltaire, y
74 G. PLEJANOV

iio el primer hombre de la calle? Porque todos los hombres, por su


propia naturaleza, piensan dialécticamente. Sin embargo se ha esco­
gido precisamente a Rousseau, hombre que se había destacado fuerte­
mente de entre los coetáneos, no tanto por su talento —en este aspecto,
muchos no eran inferior que él—, cuanto por su mentalidad misma y
el carácter de su concepción del mundo. Un fenómeno tan excepcional,
no debería —así parece— tomarse para verificar por medio de él una
norma universal. Pero nosotros somos muy dueños. Rousseau es in­
teresante e importante, por haber sido «1 primero en mostrar, con
suficiente agudeza, el carácter contradictorio de la civilización, y la
contradicción constituye la condición infalible del proceso dialéctico.
Sin embargo, es menester hacer notar que la contradicción, vista por
Rousseau, no tiene nada en común con la contradicción en el sentido
hegeliano de esta palabra. La contradicción hegeliana reside en que
cada cosa, hallándose en un proceso constante de movimiento, de cam­
bio (y precisamente por un vía triple sucesivamente), en cada unidad
d'el tiempo es ella, y, al mismo, no es ella. Si se dejan de lado los
tres estadios obligatorios del desarrollo, la contradicción aquí es sim­
plemente una especie de forro de los cambios, del movimiento, del de­
sarrollo, Rousseau también habla acerca del proceso de los cambios.
Pero no ve, ni muchísimo menos, la contradicción en el hecho- mismo
de les cambios. Una parte considerable de sus reflexiones, tanto en
Discours sur Vmtgalité 1E31> así como también en otras obras pueden
resumirse así: el progreso intelectual ha sido acompañado por una
regresión moral. Evidentemente, el raciocinio dialéctico no tiene, decidi­
damente nada que hacer aquí: aquí no hay ninguna “ negación de
la negación” , sino solamente una mención de la existencia simultánea
del bien y del mal, en el grupo dado de fenómenos, y toda similtud
con el proceso dialéctico se apoya en la palabra contradicción. Ello, no
obstante, es sólo un lado de la cuestión. Engles ve, además, en el
razonamiento de Rousseau una nítida tricotomía: tras de la igualdad
primitiva sigue su negación, la desigualdad, luego aparece la negación
de la negación, la igualdad de todos, en los Estados despóticos orien­
tales, ante el khan, el sultán, el jeque. Este grado último de la
desio'noldad es también el punto máximo que corona el circulo y nos
hace retornar a nuestro punto de pariidam‘¿. Pero la historia no se
detiene aquí, sigue dear rollan do nuevas desigualdades, etc. Las pala­
bras citadas son palabras auténticas de Rousseau, y es a ellas a las
que quiere referirse, sobre todo, Engels, como testimonio evidente de
que Rousseau piensa según Hegel lo indica” 153.
Rousseau “ se había destacado fuertemente de entre los coetáneos” .
Ello es cierto. ¿Por qué se había destacado? Por haber pensado
<Maléóticamente, mientras que sus coetáneos fueron casi enteramente
metafísicas, Su criterio con respecto al origen de la desigualdad es,
precisamente, un criterio dialéctico, aunque lo niegue el señor Mi-
jailov.sk i.
Según las palabras del señor Mijaiiovslci, Rousseau sólo había seña­
lado que el progreso intelectual fue acompañado en la historia de la civi­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 75

lización, por una regresión moral. No. No solamente eso había señalado
Rousseau. P ara él, el progreso intelectual fue la causa de la regresión
moral. De ello se podría convencer aun sin haber leído las obras de
Eousseau; bastaría recordar, a base del extracto citado anteriormente,
el papel que él había atribuido a la elaboración de los mietales y a
la agricultura, que provocaron una gran revolución, habiendo aniqui­
lado la igualdad primitiva. Pero quien haya leído al propio Rousseau,
no habrá olvidado, por supuesto, el siguiente pasaje de su “ Discours
sur Vorigine de Vinígalité” 154: “ II me reste á consi<derer et á rappro-
cher les différents hasards qui ont pu perfectionner la raison húmame)
en déteriorant Vespéce, rendre un étre méóhaní en le renclant socia­
ble. . ( Me queda por considerar y reunir, los diferentes casos fortui­
tos que ha podido perfeccionar la razón humana deteriorando la espe­
cie y produciendo de este ser malo, un animal sociable. . . ) .
Este pasaje es particularmente formidable, por cuanto arroja una
excelente luz respecto del criterio de Rousseau relativo a la facultad
de la especie humana para el progreso. Acerca de esta peculiaridad ha­
blaron no poco sus “ coetáneos” también. Según Eousseau, esta facul­
tad “ jamás hubiera podido desarrollarse de por s í”. P ara desarrollarse
tuvo -necesidad de constantes impulsos desde el exterior. Esta es una
de las importantísimas peculiaridades del criterio dialéctico con res­
pecto al progreso intelectual, comparado con el criterio metafísica,
Aún tendremos que hablar de ella posteriormente. Ahora lo que con­
sideramos importante es que el pasaje citado expresa, del modo más
manifiesto, la opinión de Rousseau con respecto a la conexión causal
de la regresión moral, con el progreso intelectual155. Y ello es muy
importante para dilucidar el criterio de este escritor referente al
curso de la civilización. Según el señor Mijailovski resulta que
Eousseau había señalado simplemente la “ contradicción” y hasta,
posiblemente había derramado algunas generosas lágrimas con este
motivo. En realidad, Eousseau consideraba esta contradicción, el re­
sorte fundamental del desarrollo histórico de la civilización. El fun­
dador de la sociedad civil y, por lo tanto el sepulturero de la igualdad
primitiva, había sido el hombre que, habiendo cercado una parcela
de tierra, se le ocurrió decir “ esto es m ío” ; dicho en otras palabras,
la basí- de la sociedad civil la forma la propiedad que provoca tantos
pleitos entre los hombres, suscitando en ellos tanta codicia, deteriora
su moral. Pero la aparición de las propiedad presupone cierto desa­
rrollo de la “ técnica y de los conocimientos” (de 1'industrie et des
lumiéres). Así, pues, las relaciones primitivas habían perecido pre­
cisamente en virtud de este desarrollo; pero en tanto, este desarrollo
había conducido al triunfo de la propiedad privada. Las relaciones
primitivas de los hombres, por su parte, ya se hallaban en un estado
tal, que la continuación de su existencia se había vuelto imposible. 150.
Si hemos de juzgar a Eousseau por la manera como presenta el señor
Mijailovski, la “ contradicción” señalada por aquél se podía pensar
que el famoso ginebrino no fue más que un “ sociólogo subjetivo”
76 G. PLEJANOV

llorón que, en el mejor de los casos, fue capaz de idear una “ fórmula
de progreso” altamente moral, para remediar con ella las calamidades
humanas. En realidad, Rousseau aborrecía, más que todo, precisamente
esta clase de “ fórmulas” y las batía toda vez que se le presentaba la
oportunidad.
La sociedad civil había brotado sobre los escombros de las rela­
ciones primitivas, que resultaban incapaces de continuar existiendo.
Estas relaciones llevaban implícito el germen de su propia negación.
Rousseau, al probar este postulado, ilustró anticipadamente un pen­
samiento de Hegel: todo fenómeno se destruye a sí mismo, se convier­
te en su. contrario. E>1 razonamiento de Rousseau acerca del despo­
tismo, puede considerarse una nueva ilustración de este pensamiento.
Juzgad vosotros mismos de cuánta comprensión de Hegel y de
Rousseau revela el señor Mijailovsld, al decir: “ evidentemente, el ra­
ciocinio dialéctico no tiene, decididamente, nada que hacer aquí” , T
suponiendo, igualmente, que Engels había incluido, arbitrariamente,
a Rousseau en el bando dialéctico, basanclose únicamente en que és­
te usaba los términos de “ contradicción” , “ círculo” , “ retorno al pun­
to de p artid a” , etc.
Pero, | por qué Engels había invocado a Rousseau, y no a ningún
otro? “ ¿Por qué precisamente a Rousseau y no a Yoltaire, no al primer
hombre de la calle? Pues porque, todos los hombres, por su propia na-
turaleza, piensan dialécticamente” . . .
Se equivoca, señor Mijaiiovslci, no todos, ni muchísimo menos; a
ustedes, Engels jamás los habría aceptado por dialécticos. Le bastaría
con echar una lectura de su artículo *‘ Carlos Marx ante el tribunal del
señor Zhuovsld” 157 paar englobarlos, rotundamente, entre los meta físi­
cos incorregibles.
Engels, refiriéndose al raciocinio dialéctico', dice: “ El hombre
pensó dialécticamente mucho antes de saber lo qué era dialéctica, del
mismo modo que habló en prosa, mucho antes de que existiera esta pa­
labra. Hegel no hizo más que formular nítidamente por vez primera
esta ley de la negación de la negación, ley que actuá en la naturale­
za y en la historia, como actuaba también inconscientemente en nues­
tras cabezas, antes de que fuese descubierta” 138. Como puede ver el
lector, aquí se trata del raciocinio dialéctico inconsciente, que dista
aún muchísimo del consciente. Cuando decimos que los “ extremos se
tocan” , sin percatarnos de ello, estamos enunciando un criterio dia­
léctico de las cosas; cuando nos desplazamos, una vez más sin sospe­
charlo, nos dedicamos a una dialéctica aplicada (antes ya hemos di­
cho que el movimento es una contradicción realizada). Pero, ni el
movimiento, ni los aforismos dialécticos, aun no nos resguardan de
la metafísica en la esfera del sistema de pensamiento. Todo lo con­
trario. La historia nos muestra que a lo largo de mucho tiempo, la me­
tafísica se iba fortaleciendo cada vez más —y necesariamente tenía
que haberse fortalecido—, a costa de la dialéctica ingenua prim iti­
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 77

v a: “ SI análisis de la naturaleza en sus diferentes partes, la clasifi­


cación de los diversos fenómenos y objetos naturales en determina­
das categorías, la investigación interna de los cuerpos orgánicos se-
g-ún su diversa estructura anatómica fueron otras tantas condiciones
fundamentales a- que obedecieron los progresos gigantescos realiza­
dos durante los últimos cuatrocientos años, en el conocimiento de la
naturaleza. Pero estos progresos nos lian legado, a la par, el hábi­
to de concebir las cosas y los fenómenos de la naturaleza aisladamente,
sustraídos a la gran concatenación g-eneral; por tan to , no en su mo­
vimiento, sino en su inmovilidad; no como sustancialment© variables,
sino como consistencias fija s ; no en su vida, sino en su muerte. Por eso
este modo de conceptuar las cosas, al trasplantarse con Bacon y Lo­
cke, de las ciencias naturales a la filosofía, provocó la estechez espe­
cífica característica de estos últimos siglos, el modo metafísico de es­
peculación ’ ’.
Así nos habla Engels, de quien nos enteramos también que “ la
nueva filosofía, aun teniendo alguno que otro brillante portador de
la dialéctica (como, por ejemplo, Descartes y Spinoza), había ido ca­
yendo cada vez más, influida, principalmente, por los ingleses, en
la así llamada manera metafísica de pensar, por la que, también los
franceses del siglo X V III, a lo menos en sus obras especialmente filosófi­
cas, estaban dominados casi totalmente. Fuera del campo estrictamente
filosófico, también ellos habían creado obras maestras de dialéctica;
como testimonio de ello basta citar “ E l sobrino de Ramean” de Di&e-
rot, y el estudio de Rousseau sobre El origen de la desigualdad entre
■los hombres” 30°.
Parece claro el porqué Engels habla de Rousseau, y no de Yol-
taire, ni del primer hombre de1la calle. No nos atrevemos a pesar que
el señor Mijailovsld no haya leído íntegramente este mismo libro de
EugeH al cual cita y del cual toma los “ ejemplos” por él analiza­
dos. Y si el señor Mijailovsld importuna a Engels con “ el primer hom­
bre de la calle” , no nos queda sino presuponer una sola cosa: nuestro
autor, también aquí lam a a rodar el ya conocido “ elemento” de la
suplantación, el “ elemento” de la conveniente tergiversación de las pa­
labras de su contrincante. La explotación de este “ elemento” le puede
parecer tanto más conveniente, cnanto que el libro de Engels no está
traducido al ruso y no existe paar los lectores que no conocen el ale­
m á n 161, Ahora también “ somos muy dueños” . Aquí también se cae en
una nueva tentación, y una vez más “ sin querer pecamos” .
Oh, dioses, de veras que os divierte
Cuando nuestro honor da volteretas por el suelo 102.
Pero vamos a tomarnos un respiro del señor Mijailovsld. Vol­
vamos a los idealistas alemanes an und für sich 163.
Hemos dicho que la filosofía de la naturaleza fue el lado flaco
de les pensadores, cuyo mérito principal hay que buscarlo en las
■diversas esferas de la filosofía de la historia. Ahora hemos de añadir
que en esa época no podía ser de otra manera. La filosofía, que se
78 G. PLEJANOV

daba el nombre de ciencia de las ciencias, siempre encerraba mucho


de “ contenido mundano", esto es, se dedicaba a muchos problemas
puramente científicos. Pero durante los diversos períodos, su “ con­
tenido m undano” era distinto. Así, —para circunscribirnos aquí a los
ejemplos de la historia de la filosofía moderna—, en el siglo XYIT.
los filósofos se habían dedicado, predominantemente, a los problemas
de matemática y de ciencias naturales. La filosofía del siglo X V III
utilizó para su fines los descubrimientos científico naturales y las
teorías científico-naturales de la época precedente, pero ella misma
se ocupaba de las ciencias naturales, tal vez en la persona de Kant.
En Francia, en esa época ocupaban el primer plano los problemas
nocíale?. Estos mismos problemas continuaron siendo, aunque desde
otro ángulo, el principal objeto de atención, también de los filósofos
del siglo XIX . Schelling, por ejemplo, decía sin rodeos que conside­
raba la solución de un solo problema histórico, la más importante tarea
de la filosofía transcendental. Cuál fue este problema, lo- veremos
pronto.
Si todo fluye, todo cambia; si todo fenómeno se niega a sí mismo;
si no existe una institución de tanta utilidad que, finalmente no llegue
a ser nociva, convirtiéndose, así, en su propio conti'ario, resulta que es
absurdo buscar una “ legislación perfecta” , que no puede idearse una
organización social que sea la mejor para todos los tiempos y todos los
pueblos: todo es bueno en su debido lugar y a su debido tiempo. El
raciocinio dialéctico excluía toda clase de utopías.
Y tenía que excluirlas tanto más; cuanto que la “ naturaleza hu­
mana” , —esta supuesta especie de criterio que, invariablemente, uti­
lizaban, tanto los enciclopedistas del siglo X V III, como- también los
socialistas utopistas de la primera mitad del X IX —, eorrió la suerte
común de todos los fenómenos: fue reconocida como mutable.
Desapareció, a la par, la concepción idealista ingenua con respecto
a la historia, que habían sustentado también por igual, tanto los en­
ciclopedistas como los utopistas y que se expresaba en las palabras
d e : la razón, las opiniones gobiernan el mundo. Por supuesto, la razón,
había dicho Hegel, dirige 3a historia, pero en el mismo sentido en
que dirige el movimiento de los astros celestiales, esto es, en el
sentido de la vigencia de leyes. E l movimiento de los astros está su­
jeto a leyes, pero éstos, se entiende, no tienen ninguna idea acerca de
dicha vigencia de leyes. Lo mismo pasa con el movimiento histórico
de la humanidad, Este movimiento tiene, sin eluda alguna, sus propias
leyes que lo rigen, pero ello no quiere decir que los hombres tengan
conciencia de ellas y, de este modo, la razón humana, nuestros conoci­
mientos, nuestra “ filosofía” , sean los factores principales del movi­
miento histórico. La lechuza de Minerva emprende su vuelo tan sólo
de noche. Cuando la filosofía comienza a proyectar sus trazos grises
sobre un fondo igualmente gris, cuando los hombres comienzan a
cavilar sobre su propio régimen social, podrán decir, con toda seguridad
que este régimen ya ha caducado y se prepara a ceder el lugar a un
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 79

nuevo orden, el carácter auténtico del cual aparecerá, otra vez, nítido
ante los hombres sólo después de haber cumplido su papel histórica:
la lechuza de Minerva emprenderá nuevamente su vuelo de noche163.
Ni que hablar que los periódicos viajes nocturnos de esta ave de la
inteligencia, son sumamente útiles, son hasta completamente necesa­
rios. Pero aún así nada explican, necesitando ellos mismos ser expli­
cadlos, y seguramente están sujetos a una explicación, ya que ellos
también tienen su propia vigencia de leyes que los preside.
El haber reconocido que el vuelo de la lechuza de Minerva está
sometido a la vigencia de leyes sirvió de base para una concepción
completamente nueva en la historia del desarrollo intelectual de la
humanidad. Los metafísieos ele todos los tiempos, de todas las naciones
y de todas las corrientes, una vez hecho propio cierto sistema filosófico,
lo estimaban incondicionalmente verdadero, y todos los demás absolu­
tamente falsos. Sólo conocían la oposición abstracta entre ideas abs­
tractas: la verdad, el error. Por eso, la historia del pensamiento no
fue, para ellos, sino una concatenación caótica de errores en parte tris­
tes, en parte divertidos, cuya danza salvaje continuaba hasta el mo­
mento feliz en que será ideado, finalmente, el auténtico sistema filosó­
fico. Así contemplaba la historia de su ciencia, ya J. B. Say, este
metafísico de metafísieos. No aconsejaba estudiarla, ya que en ella no
hay nada fuera de extravíos. Los idealistas dialécticos veían la cuestión
de un modo distinto. La filosofía es la expresión intelectual de su
tiempo} decían; cada filosofía es auténtica para su tiempo y errónea
para ¡otro.
Pero, si la razón gobierna el mundo, solamente en el sentido
de la vigencia de leyes de los fenómenos; si no son las ideas, ni el cono­
cimiento, ni la “ ilustración” los que dirigen a los hombres en su, por
así decirlo, construcción del edificio social y en su movimiento histó­
rico, ¿dónde está, pues, la libertad del hombre? ¿Cuál es el campo
en el que el hombre “ juzga y escoge” , sin divertirse, cual niño con ún
pasatiempo inútil, sin servir de juguete en manos de una fuerza ex­
traña, aunque posiblemente, tampoco ciega?
La vieja pero eternamente nueva cuestión de la libertad y la
necesidad se planteó ante los idealistas del siglo XIX , igual como
se había planteado ante los metafísieos del siglo anterior, igual
como se debía planteado, terminantemente, ante todos los filósofos
que habían abordado l¡os problemas relativos a la relación entre la
existencia y la conciencia. Esta cuestión, cual una esfinge, decía a
cada uno de estos pensadores: ¡descíframe, o devoro tu sistema \
La cuestión referente a la libertad y la necesidad, fue también el
problema, cuya solución, aplicada a la historia, fue considerada por
Schelling como la más grandiosa tarea de la filosofía transcendental.
¿Lo resolvió él como lo resolvió esta filosofía?
Y fíjense: para Schelling, igual que para Hegel. este problema
ofrecía dificultades en su aplicación, precisamente, a la historia. Desde
80 G. PLEJANOV

el pnnto de vista meramente antropológico, ya podía considerarse


resuelto.
Aquí se necesita una aclaración, y la haremos rogando al lector
le preste mucha atención, dada la enorme importancia de la materia.
La aguja magnética se dirige hacia el Norte. Ello se efectúa debido
a la acción de una materia especial, que a su vez está subordinada a
ciertas leyes del mundo material. Pero para la aguja, el movimiento
de esta materia pasa desapercibido; no tienen ni la más mínima idea
de él. A la aguja le parece que ella se dirige al norte por co-mpleto
independientemente de cualquiera causa externa, por la simple razón
de que a ella le es grato dirigirse allí. La necesidad material se le
presenta en forma de su propia actividad espiritual libre166.
Con este ejemplo, Leil)nitz quiso aclarar su criterio con respecto
al libre arbitrio. Con idéntico ejemplo dilucida también S'pinoza su
punto de vista completamente similar 16T.
Alguna causa externa había comunicado cierta cantidad de mo­
vimiento a una piedra. El movimiento continúa, por supuesto, durante
determinado tiempo, aun después que la cansa había cesado de actuar.
Esta su continuación es necesaria según las leyes del mundo material.
Pero imagínense que la piedra está pensando que tiene conciencia
de su movimiento, que le suministra una satisfacción, pero no conoce
las cansas de su movimiento, ni siquiera sabe que, en general, exista
para dicho movimiento alguna causa externa. E n tal caso, la piedra,
¿cómo se representará su propio movimiento^ Absolutamente como re­
sultado de su propio deseo; la piedra se. dirá: me muevo, porque
quiero moverme, “ Tal es también la libertad humana por la que tanto
orgullo sienten todos los hombres. Su esencia se reduce a que los
hombres tienen conciencia de sus aspiraciones, pero no conocen las
causas externas que las promuevan. Así, el niño, se imagina que desea
libremente la leche que le sirvo de alimento . .. ”
A muchos de hasta les actuales lectores, esta explicación les pa­
recerá “ groseramente materialista” y se asombrarán de cómo la pudo
dar Leibnitz, un idealista de la más pura cepa. Además dirán que, en
general, la comparación no es una prueba, y que menos probatoria
es la comparación fantástica del hombre con una aguja magnética o
con una piedra. A eso le hacemos notar, que la comparación deja de
ser fantástica, tan pronto le recordemos los fenómenos que cotidiana­
mente se realizan en la cabeza del hombre. Ya los materialistas del
siglo XVI1T habían señalado la circunstancia de que a cada movi­
miento volitivo corresponde un determinado movimiento de las fibras
cerebrales. Lo que, en relación a la aguja magnética, o a la piedra,
constituye una fantasía, se convierte en un hecho indiscutible en re­
lación al cerebro: el movimiento de la materia que se realiza según
las leyes fatales de la necesidad, va acompañado, efectivamente, de lo
que se llama el libre albedrío "del pensamiento. En lo que haee al
asombro —bastante natural, a primera vista—, originado por el ra­
zonamiento materialista del idealista Leibnitz, será necesario recordar
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 81

que, como ya lo dijimos, tocios los idealistas consecuentes fueron


monistas, esto es, que en su concepción dei mundo no hubo, en abso­
luto, lugar para el principio intransitable, que separa la materia del.
espíritu, según el criterio de los dualistas. A juicio de estos últimos,
el agregado determinado de la materia puede mostrarse capaz de pen­
sar, sólo si se le introduce alguna partícula de espíritu: para el dua­
lista, la materia y el espíritu son dos sustancias completamente inde­
pendientes, que no tienen nada de común entre sí. La comparación
que Leibnitz hace le parecerá salvaje, por la simple razón de que la
aguja magnética no tiene alma. Pero imagínense que están frente a
un hombre que razona así: la aguja, en efecto, es algvo totalmente
material. Pero, ¿qué es la materia misma? Yo creo que ella debe su
existencia al espíritu, y rio en el sentido de que -ella haya sido creada
por el espíritu, sino porque ella misma es el mismo espíritu, pero sólo
existente en otra forma. Esta forma no corresponde a su auténtica
naturaleza, hasta le es directamente opuesta, pero ello no le impide
seguir siendo una forma de existencia del espíritu, ya que, por su
propia naturaleza, el espíritu debe convertirse en su propio contrario.
Á ustedes los puede asombrar también este razonamiento, pero, de
todos modos, estarán de acuerdo en que el hombre, que reconoce este
razonamiento convincente, el hombre que ve en la materia tan sólo el
“ otro ser del espíritu”, no se desconcertará por las explicaciones que
atribuyen a la materia las funciones del espíritu, o sitúan las funciones
de este último, en íntima dependencia de las leyes de la materia, ü n
hombre así puede aceptar la explicación materialista de los fenómenos
síquicos y a la vez dotarla (a duras penas o no, este es otro problema)
de un sentido estrictamente idealista. Así es como habían procedido
los idealistas alemanes.
La actividad síquica del hombre está subordinada a las leyes de
la necesidad material. Pero ello no anula, en absoluto, la libertad
humana. Las leyes de la necesidad material, de por sí, no son sino
las leyes de la actividad del espíritu. La libertad presupone la necesi­
dad, ¿$ta se transforma íntegramente en aquélla, razón por la cual
la libertad del hombre es, en realidad, incomparablemente más vasta
de lo que suponen los dualistas, quienes, tendiendo a delimitar la
actividad Ubre de la necesaria desgajan, con ello, del reino de la liber­
tad toda esta zona —incluso, a su juicio zona sumamente extensa—
que destinan a la necesidad.
Así razonaban los idealistas dialécticos. Gomo puede ver el lector,
ellos siguieron vigorosamente la “ aguja magnética’' de Leibnitz; sólo
que esta aguja se ha trastrocado completamente, por así decirlo, se
ha espiritualizado en sus manos.
Pero, el trastrocamiento de la aguja aun no ha resuelto todas las
dificultades vinculadas al problema de la relación entre la libertad
y la necesidad. Supongamos que un hombre individual es completa­
mente libre, no obstante su subordinación, a las leyes de la necesidad,
más aun, precisamente a consecuencia de esta subordinación. Pero en
82 G. PLEJANOV

la sociedad, y por lo tanto también en la historia, estamos frente, no


a. individuos, sino a toda una masa de ellos. Surge el interrogante,
la libertad de cada uno ¿no anula a la de los demás"1 Yo me propuse
hacer esto y aquello, por ejemplo, llevar a la práctica la verdad y la
justicia en las relaciones sociales. E sta intención mía la acepté li­
bremente, y no menos libres serán mis acciones con ayuda de las cuales
me esforzaré para realizarla. Pero mis prójimos me impiden la pro­
secución de mi objetivo. Se han sublevado contra mi propósito tan
libremente como yo lo he adoptado. Y también, las acciones que dirigen
contra nú son libres. ¿Cómo he de salvar los obstáculos que me han
creado? Por supuesto que voy a discutir con ellos, persuadirlos, po­
siblemente incluso suplicarles o atemorizarlos. Pero, ¿cómo sabré si
ello dará algún resultado? Los enciclopedistas franceses decían: la
raison finirá par avoir raison 168. Pero, para que mi razón salga triun­
fante, necesito que mis vecinos la reconozcan como si fuera la de ellos
también. Y, ¿qué bases tengo para ¡esperarlo? Por cuanto su
actividad es libre —y ella es absolutamente libre— por cuanto, por las
rutas que yo desconozco, la necesidad material ,se ha convertido en li­
bertad —y ella, es de suponerlo, se ha convertido íntegramente— por
tanto los actos de mis conciudadanos se escapan de cualquier profecía,
yo podría haber abrigado la esperanza de preveerlos, tan solo si pudie­
ra considerarlos del mismo modo que estoy considerando todos los de­
más fenómenos del mundo que me circunda, esto es, como efectos
necesarios de causas determinadas, que ya conozco o que puedo conocer
Dicho en otras palabras, mi libertad no sería una palabra hueca tan
sólo si su conciencia podría ir acompañada de la comprensión de las
causas que provocaron las acciones libres de mis vecinos, esto es, si yo
pudiera considerarlos desde el aspecto de su necesidad. completamente
igual pueden decir mis vecinos acerca de mis actos. Y, ¿ello que sig­
nifica? Significa, que la posibilidad de una actividad histórica Ubre
(consciente) de toda persona dada, se reduce a cero, si la base de los
actos humanos libres no la forma la necesidad, asequible a la com-
prensión del operante.
Hemos visto que el materialismo metafísico francés conducía pro­
piamente, al faÉalismo. E n efecto, si el destino de toda una nación
depende de un sólo átomo loco, no nos queda más que cruzarnos de
brazos, puesto que, decididamente, no estamos en condiciones, ni jamás
lo estaremos, de prever esta clase de chascos de los átomos sueltos, ni
de prevenirlos.
Ahora vemos que el idealismo puede conducir a igual fatalismo.
Si en los actos de mis conciudadanos no hay nada necesario, o si no
son asequibles a mi comprensión desde el ángulo de su necesidad, no me
queda sino confiar en la buena providencia: mis planes más racionales,
mis deseos más nobles, se estrellarán contra la acción completamente
imprevista de millares de otros hombres. Entonces, según expresión
de Lucrecio, de iodo puede salir iodo.
Y es interesante ver como cuanto más el idealismo comenzó a
acentuar el aspecto de la libertad en la teoría, tanto más se vió obliga­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 83

do a reducirla a la nada en la esfera de actividad práctica, donde no


estuviese en condiciones de asirse del azar, pertrechada con toda la
fuerza de la libertad.
Esto lo han comprendido perfectamente los idealistas dialécticos.
E n su filosofía práctica, la necesidad constituye la más segura, la úni­
ca garantía de la libertad. Ni siquiera el deber moral me puede asegu­
rar con respecto a los resultados de mis acciones, decía Schelling, si
estos resultados dependen únicamente de la libertad, “ E n la libertad
debe haber una necesidad” 160.
Pero, propiamente hablando, ¿-de qué necesidad puede tratarse en
este caso? Es dudoso el gran consuelo que puede proporcionarme el re­
petir constantemente el pensamiento’ que ciertos movimientos volitivos
corresponden a ciertos movimientos de la materia cerebral. Basado en
un postulado tan abstracto, no pueden formularse ningún cálculo prác­
tico, y por este costado no puedo avanzar más, puesto que la cabeza
de mi vecino no es una colmena de cristal, y sus fibras cerebrales, no
son abejas, a las que podría observar sus movimientos, aún sabiéndolo
seguramente —y aún estamos distantes de esto— que tras de tal movi­
miento de tal fibra nerviosa, sigue tal intención en el alma de mi vecino,
Es menester, por lo tanto, abordar el estudio de la necesidad de las ac­
ciones humanas desde otro costado.
Tonto más es menester hacerlo, por cuanto la lechuza de Minerva,
como ya lo sabemos, emprende el vuelo solamente de noche, o sea, que
las relaciones sociales de los hombres no representan el fruto de su acti­
vidad consciente. Los hombres persiguen, conscientemente, sus objetivos
particulares, personales. Cada uno de ellos tiende, conscientemente, di­
gamos, a redondear su bienestar material, y del conjunto de sus accio­
nes individuales se desprenden determinados resultados sociales, que
los hombres, a lo mejor, ni los desearon en absoluto, y, seguramente,
ni los habían previsto. Los acomodados ciudadanos romanos habían
acaparado las tierras de los terratenientes pobres. Cada uno de ellos
sabía, por supuesto, que, en virtud de su acción, ciertos Tulios y Ju ­
lios volverán a ser proletarios carentes de tierra. Pero ¿ quién de ellos
había previsto que los latifundios terminarían en dar por tierra con
la república, y, con ello, también con Italia? ¿Quién de ellos se había
dado, quien hubo podido. darse cuenta respecto de las consecuencias
históricas de sus adquisiciones 1 Nadie había podido darse, ni, nadie
habíase dado cuenta, Y, mientras tanto, las consecuencias habían sido:
merced a los latifundios perecieron, tanto la república, como Italia.
De los actos conscientes libres de los hombres individuales, brotan,
necesariamente, consecuencias, inesperadas para ellos, imprevistas para
ellos, que afectan a toda la sociedad, o sea, que influyen sobre el
conjunto de las relaciones recíprocas de estos mismos hombres. De la
esfera de la libertad, pasamos, así, a la de la necesidad.
Si las consecuencias sociales de las acciones individuales de los hom­
bres, incongnoscibles para ellos, conducen al cambio del régimen so­
84 G. PLEJANOV

cial, cosa que viene sucediendo siempre, aunque no con igual celeridad
ni mucho menos, ante los hombres se plantean nuevos objetivos indivi­
duales. Su actividad consciente libre adopta, necesariamente, un nuevo
aspecto. Be la esfera de la necesidad, pasamos, nuevamente, a la de la
libertad.
Todo proceso necesario, es un proceso sujeto a leyes. Los cambios
de las relaciones sociales, imprevistos para los hombres, pero nece­
sariamente resultantes de sus acciones, se llevan a efecto, de conformidad
a leyes definidas. La filosofía teórica debe descubrirlas.
Evidentemente., también los cambios introducidos en los objetivos
vitales, en la actividad libre de los hombres, están sujetos a leyes por
las relaciones sociales cambiadas. Dicho en otras palabras: el paso
de la necesidad a la libertad, también se efectúa de conformidad con
determinadas leyes, que pueden y deben ser descubiertas por la filo­
sofía práctica.
Y una vez que la teoría filosófica cumpla esta tarea, suministrará
una base completamente nueva e inconmovible a la filosofía práctica.
Una vez que conozca las leyes que rigen el movimiento histórico social,
podré influir sobre él en corcondancia con mis objetivos, sin desconcer­
tarme, ni por los chascos de los atómos locos, ni por las consideracio­
nes de que mis compatriotas, en tanto que seres dotados del libre
albedrío están disponiendo contra mí y en cada momento, de montones
de las más asombrosas sorpresas. Yo, por supuesto, no estaré en. con­
diciones de tener una garantía por cada compatriota individ.ua!, sobre
todo si pertenece a la “ clase intelectual ” , pero, en líneas generales,
conoceré la tendencia de las fuerzas sociales, y solamente me faltará
confiar en que su resultado logre mis objetivos.
De tal manera, que si puedo llegar, por ejemplo, al grato conven­
cimiento de que en Rusia, a diferencia de otros países son los “ funda­
mentos de la sociedad” los que habran de triunfar, será solamente en
la medida en que logre comprender las acciones de los gloriosos “ rusos” ,
como acciones sujetas a leyes, consideradas desde el punto de vista
de la necesidad, y no desde el de la libertad únicamente. “ La historia
universal es el progreso en la conciencia de la libertad, dice Hegel
un progreso que debemos comprender en su, necesidad” 170.
Prosigamos. Por más bien que estudiáramos la “ naturaleza del
hombre” , aun así estaremos todavía muy distantes de comprender los
resultados sociales que brotan de las acciones de los hombres individua­
les. Supongamos que, juntamente con los economistas de la vieja
escuela, hubiéramos reconocido que la tendencia al lucro es el rasgo dis­
tintivo principal de la naturaleza humana. ¿Estaremos en condiciones
de prever las formas que habrá de revestir esa tendencia? Con rela­
ciones sociales determinadas, definidas y que conocemos, sí. Pero estas
relaciones sociales determinadas, definidas y que conocemos, habrán
de cambiar ellas, mismas bajo la presión de la “ naturaleza hum ana’’,
bajo el influjo de la actividad adquisitiva de los ciudadanos. ¿E n qué
dirección habrán de cambiar? Esto será tan poco conocido como esa
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 85

nueva dirección que habrá de adoptar la tendencia al lucro, bajo las


nuevas y cambiadas relaciones sociales. Exactamente en la misma si­
tuación nos veremos si. conjuntamente con. los viejos socialistas “ de
cátedra” , comenzáramos a aseverar que la naturaleza del hombre no
se limita únicamente a una lucha por la ganancia, sino que tiene,
además, un “ sentido social” (Gemeinsinn). E&to será “ el mismo perro
con distinto collar” . Para salir del desconocimiento, cubierto por una
terminología más o menos erudita, tenemos que pasar, del estudio de
la naturaleza d-el hombre, al de la naturaleza de las relaciones sociales,
tenemos que comprender estas relaciones en tanto que es un necesario
proceso sujeto a leyes. Y ello nos hace retornar a 1.a cuestión-, ¡¡de qué
dependen, qué es lo que determina la naturaleza de las relacionen
sociales?
Hemos visto que ni los materialistas del siglo pasado, ni los socialis­
tas utopistas había ofrecido una respuesta satisfactoria a ésta cuestión.
¿Lograron resolverla los idealistas dialécticos?
No, tampoco ellos lo lograron, y 110 pudieron hacerlo por haber
sido idealistas. Para dilucidarnos el criterio de éstos, hemos de recordar
la disputa, antes mencionada, acerca de qué depende de qué, si la
Constitución, del modo de vida, o éste de aquélla. Hegel hizo notar,
justamente, refiriéndose a esa disputa, que la cuestión, en dicha dispu­
ta, estaba planteada de xui modo completamente incorrecto, puesto que,
en realidad, aun cuando el modo de vida de un pueblo influye, induda­
blemente, sobre su Constitución, y ésta, sobre aquel, tanto el uno como
la otra representan el resultado de alguna ' ‘ terceraJ' fuerza especial,
la que crea, tanto el modo de vida, la cual ejerce influencia sobre la
Constitución, como asimismo la Constitución, la que influye sobre el
modo de vida, Pero, según Hegel, ¿cuál es esta fuerza especial, esta
base última, sobre la cual descansan, tanto la naturaleza de los hom­
bres, como la de las relaciones sociales? Esta fuerza es el “ concepto”,
o, —lo que es lo mismo—, la “ idea” , cuya realización es toda la his­
toria del pueblo en cuestión. Cada pueblo realiza su propia idea, y cada
idea especial,-.la idea de cada pueblo por separado, representa un
peldaño en el desarrollo ele la idea absoluta. La historia viene a resultar,
así, una especie de lógica aplicada: explicar cierta época histórica, equi­
vale mostear a qué estadio del desarrollo lógico de la idea absoluta, richa
época corresponde. Pero, ¿qué es esta “ idea absoluta” ? No es sino la
personificación de nuestro propio proceso lógico. He aquí lo que dice
acerca de ella un hombre, que, él mismo, había pasado, sólidamente
por la escuela del idealismo que él mismo había sido apasionadamente
cautivado por el idealismo, pero que ya pronto se percató de cuál era el
defecto básico que adolecía esta corriente filosófica171.
‘' Cuando, partiendo de las manzanas, las peras y las fresas reales
me formo la representación general de “ fru ta ” y cuando, yendo
más allá, me imagino que mi representación abstracta, “ la fru ta ” ,
obtenida de las frutas reales, es algo existente fuera de mí,
más aun, el verdadero ser de la pera, la manzana, etc., explico —es­
86 G. PLEJANOV

peculativamente hablando— “ la fru ta ” como la “ sustancia” de la


pera, de la manzana, de la almendra, etc. Digo, por tanto, que lo
esencial de la pera no es el ser pera ni lo esencial de la manzana el
ser manzana. Qxie lo esencial de estas cosas no es su existencia real,
apreciable a través de los sentidos, sino el ser abstraído por mí de
ellas y a ellas atribuido, el ser de mí representación, o sea 11la fru ta ” .
Considero, al hacerlo así, la manzana, la pera, la almendra, etc., como
simples modalidades de existencia, como modos “ de la fr u ta ” . Es cier­
to que mi entendimiento finito, basado en los sentidos, distingue una
manzana de una pera y una pera de una almendra, pero mi razón
especuíativa considera esta diferencia sensible como algo no esencial
e indiferente. Ve en la manzana lo mismo que en la pera y en la pera
lo mismo que en la almendra, a saber: “ la fru ta ” . Las frutas reales
y específicas sólo se consideran ya como frutas aparentes, cuyo
verdadero ser es la sustancia, la fru ta ”.
Por este camino no se llega a una riqueza especial de conocimien­
tos. El mineralogista cuya ciencia se limitara a saber que todos los
minerales son, en rigor, el mineral, sería un mineralogista en su ima­
ginación. Pues bien, el mineralogista especulativo nos predica en todo
mineral “ el m ineral” , y su ciencia se limita a repetir esta palabra
tantas veces cuantos minerales reales hay.
Por tanto, la especulación, que convierte las diversas frutas reales
■en una “ fru ta ” de la abstracción, en la “ fr u ta ” , tiene necesariamente,
para poder llegar a la apariencia de un contenido real, que intentar
de cualquier modo retrotraerse de la “ fr u ta ” , de la sustancia, a las
diferentes frutas reales profanas, a la pera, a la manzana, a la
almendra, etc. Y todo lo que tiene de fácil llegar, partiendo de las
frutas reales, a la representación abstracta “ la fr u ta ” , lo tiene de
difícil engendrar, partiendo de la representación abstracta “ la fru ta ” ,
las frutas reales. Y, más que difícil, es imposible arribar, partiendo
¿e lina abstracción, a lo contrario de la abstracción, a menos que
abandonemos ésta.
Por eso el filósofo especulativo abandona la abstracción de la
“ fru ta ” , pero la abandona de un modo especulativo, místico, es decir,
aparentando no abandonarla. En realidad, por lo tanto, sólo en apa­
riencia se sobrepone a la abstracción. Razona, sobre poco más o menos,
del siguiente modo:
“ Si la manzana, la pera, la* almendra y la fresa no son otra cosa
que “ la sustancia” , “ la fru ta ” , cabe preguntarse: ¿cómo es que “ la
fr u ta ” se me presenta unas veces como manzana y otras veces como
pera o como alm endra; de dónde proviene esta apariencia de variedad,
que tan sensiblemente contradice a mi intuición especulativa de la
unidad, de “ la sustancia” , de “ la fr u ta ” ?
Proviene, contesta el filósofo especulativo, de que “ la fr u ta ” no
es un ser muerto, indifereneiado, inerte, sino un ser vivo, diferenciado,
dinámico. La diferencia entre las frutas profanas no es importante
solamente para mi entendimiento sensible, sino que lo es también para
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 87

“ la fru ta ” misma, para la razón especulativa. Las diferentes frutas


profanas son otras tantas manifestaciones de vida de la “ fruta
cristalizaciones plasmadas por “ la fru ta ” misma. En la manzana, por
ejemplo, cobra “ la fru ta ” existencia manzanístiea, en la pera existen­
cia perística. No debemos, pues, decir ya, como decíamos desde el
punto de vista de la sustancia, que la pera es “ la fru ta ” , que la
manzana, la almendra, etc. es “ la f r u ta ” , sino que “ la fru ta ” se
presenta como pera, como manzana o como almendra, y las diferen­
cias que separan entre sí a la manzana de la almendra o de la pera
son precisamente autoclistinciones entre “ la fru ta ” misma, que hacen
de los frutos específicos, otras tantas fases distintas en el proceso
de vida de “ la fru ta ” . .. ”
Todo esto es sumamente mordaz:, pero a la vez absolutamente co­
rrecto. Al personificar nuestro propio proceso del pensamiento en
forma de una idea absoluta y buscando en esta idea las claves de todas
los fenómenos, el idealismo, con ello mismo, se encerró en un ca­
llejón, para salir del cual es posible tan sólo después de abandonar
la “ idea” , o sea, despidiéndose del idealismo. Aquí tienen un ejemplo,
¿ nos explican algo la naturaleza del magnetismo las siguientes pala­
bras de Schelling?: “ E l magnetismo es un acto general de animación,
de la introducción de la unidad en la multitud, de la noción en la
diferencia. La misma irrupción de lo subjetivo en lo objetivo, que en
lo ideal. . , constituye la autoconciencia, está aquí expresada en el
ser” ]7". ¿No es cierto que estas palabras igualmente no explican nada?
Del mismo modo poco satisfactorio son las similares explicaciones en
el terreno de la historia, |A qué se debe la caída de Grecia*? Se debe a
que la idea que integraba el principio de la vida griega, el centro del
espíritu griego (la idea de lo bello) sólo había podido ser una fase
sumamente poca duradera en el desarrollo del espíritu universal173.
Idénticas respuestas no hacen sino repetir la cuestión en una forma
positiva y. además, afectada, exagerada. Hegel, que es el autor de
la explicación, recién mencionada, de la caída de Grecia, parece como
si él mismo lo sintiera, se apresura a complementar su explicación
idealista, con una referencia a la realidad económica de la antigua
Grecia: “ Lacedemonia cayó, principalmente, a consecuencia de la
desigualdad patrimonial”, dice. Y así procede, no solamente cuando
se trata de Grecia. Este, puede decirse, es su invariable procedimiento
en la filosofía de la historia: comienza por hacer algunas referencias
con respecto a las peculiaridades de la idea absoluta, para pasar des­
pués a formular consideraciones muchísimo más extensas y, por su­
puesto, también muchísimo más convieentes acerca del carácter y de­
sarrollo de las relaciones patrimoniales del pueblo del cual trata. En
las explicaciones de este último género, propiamente hablando, ya no
hay nada de lo idealista, y Hegel, al recurrir a este género de explica­
ciones y, habiendo dicho que “ el idealismo resulta ser la verdad del
materialismo! había firmado el certificado de indigencia, precisa­
mente del idealismo, como si hubiese reconocido en forma tácita que,
88 G. PLEJANOV

en el fondo, todo es al revés, que el materialismo resulta ser la verdad


del idealismo.
Además, el materialismo, al que Hegel se había acercado aquí
muy aproximadamente, fue un materialismo no desarrollado, embrio­
nario, que inmediatamente pasaba de nuevo al idealismo, tan pronto
ora necesario explicar el origen de estas o las otras relaciones patrimo­
niales. Es cierto, también aquí sucedía que Hegel, no raras veces, enun­
ciara criterios completamente materialistas. Pero, hablando en general,
a las relaciones patrimoniales, las considera como la realización, de los
conceptos jurídicos, los cuales se desarrollan por su propia fuerza
intrínseca.
Así, pues, ¿qué es lo que nos hemos interiorizado acerca de los
idealistas dialécticos?
Estos habían hecho abandono del criterio de la naturaleza humana,
en virtud de lo cual se habían separado de la concepción -utópica con
respecto a los fenómenos sociales, habían comenzado a considerar la
vida social como un proceso necesario que tiene sus propias leyes.
Pero, con el subterfugio de la personificación del proceso de nuestro
raciocinio lógico (o sea, uno de los aspectos de la naturaleza humana),
volvían al mismo punto de vista insatisfactorio, motivo por el cual con­
tinuaban sin entender la auténtica naturaleza de las relaciones sociales.
Ahora, nuevamente una pequeña disgresión en el terreno de nues­
tra manía de filosofar doméstica, rusa.
El señor Mijaiiovslci había oído del señor Filippov, el cual, a su
vez, oyó del americano Frazer, que toda la filosofía de Hegel se
reduce a un “ misticismo galvánico ” . Ya de lo que dijimos acerca de
las tareas que la filosofía idealista alemana se había planteado, puede
el lector percatarse cuán absurda es la opinión de Frazer. Los
Mijailovsld y Filippov mismos están sintiendo que su americano “ había
recargado las tin ta s” : “ Baste con recordar el curso sucesivo e in­
fluencia (sobre Hegel) de 3a metafísica precedente, comenzando por
los antiguos, desde H eráelito. . . ” —dice el señor Mijailovsld, añadien­
do de inmediato, sin embarg'o: “ No por eso, las manifestaciones de
Frazer son en alto grado interesante y, sin duda, encierran cierta
pizca de verdad” . “ Hay que confesarse, aun cuando no se puede
dejar de reconocer” . .. Hace mucho que Schedrin había ridiculizado
esta “ fórm ula” . Pero, ¿qué quiere que le hagamos a su anterior cor
labor ador, el señor Mijailovsld, quien se propuso explicar a los “ no
iniciados” , la doctrina de un filósofo, al cual conoce solamente “ de
oídas” ? Forzosamente seguirá repitiendo, con el aire erudito de un
experto, las frases que no dicen n ad a. . .
'Recordemos, sin embargo, el “ curso sucesivo” de desarrollo dei
idealismo alemán. “ Los experimentos del galvanismo producen una
impresión en todos los hombres pensadores de Europa, entre ellos, en
el entonces joven filósofo alemán Hegel —dice el. señor Mijailovsld—.
Hegel crea un inmenso sistema metafísico, que resuena en todo el. mundo
de modo que hasta en las orillas del río Moscova no se puede pasear,
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 89

pin tropezar a cada rato con dicho siste m a".,. Aquí se presenta el
asunto como si Hegel, supuestamente, se contagiara directamente de
los físicos el “ misticismo galvánico” . Pero, el sistema de Hegel no re­
presenta sino la continuación del desarrollo de las concepciones de
Schelling; está claro que el contagio debía haber surtido algún efecto
antes sobre este último. Había surtido efecto también, responde se­
renamente el señor Mijailovski, o el señor Filippov, o Frazer: “ Sche­
lling y, sobre todo algunos médicos., anteriores discípulos de él, ha­
bían llevado la teoría de la polarización hasta el último extremo” .
Biesi, pero el predecesor de Schelling, como se sabe, fue Fichte, ¿que
efecto había surtido sobre él contagio galvánico? De esto no nos dice
nada el señor Mijailovsld, probablemente porque piensa que no hubo
ningún efecto. Y tiene completa razón, si es que así piensa: para con­
vencerse de ello, basta con echar.una lectura a una de las primeras
obras filosóficas de Fichte: “ Grundlage der gesammten Wissenscha-
ftslekrc ’\ Leipzig 1784 m . En esta obra, ningún microscopio será
capaz de descubrir el influjo del “ galvanismo” , mientras que allí tam­
bién figura la famosa “ tría d a ” , que, a juicio del señor Mijailovski,
constituye el signo distintivo principal de la filosofía hegeliana cuyo
abolengo, Frazer, supuestamente, “ con una considerable pizca de ver­
d ad ” deriva de “ los experimentos de Galvani y V olta” . . . Hay que
confesar que todo esto es sumamente extraño, aun cuando no se puede
dejar de reconocer que, de todos modos, Hegel, etc. etc.
El lector ya sabe cuál fue la opinión de Schelling con respecto al
magnetismo. E) defecto del idealismo alemán no reside, en absoluto,
en haber tenido per base, una pasión, supuestamente excesiva, in­
fundada, que había adoptado una forma mística, por los descubrimien­
tos científico naturales de ese tiempo, sino, precisamente al revés, en
que todos los fenómenos de la naturaleza y de la historia se había
esforzado por explicar con ayuda del proceso de pensamiento que
había personificado.
Como conclusión, una agradable noticia. El señor Mijailovski ha
encontrado que “ la metafísica y el capitalismo se hallan en la cone­
xión más íntima entre s í ; que empleando el lenguaje del materialismo
económico, la metafísica es una necesaria parte integrante de la “ su­
perestructura” de la forma capitalista de producción, aun cuando, a
la vez, el capital absorbe y adapta a sus conveniencias todas las apli­
caciones técnicas de una ciencia —hostil a la metafísica—, basada en
el experimento y la observación.” El señor Mijailovski prometí perorar
acerca de “ esta curiosa contradicción” en alguna otra oportunidad,
i Verdaderamente curiosa habrá de ser la investigación del señor Mi­
jailovski! Pensadlo un poco: lo que él califica de metafísica, había
obtenido un brillante desarrolo en la antigua Grecia, y en la Alemania
del siglo X V III y de la primera mitad del XIX. Hasta ahora se creía
que la antigua Grecia no fue, en absoluto, un país capitalista, y en
la Alemania del período señalado el capitalismo acababa de comenzar
a desarrollarse. La investigación del señor Mijaiiovslci habrá de mos­
90 G. PLEJANOV

tra r que, desde el punto de vista de la “ sociología subjetiva” , ello


es absolutamente inexacto, que, precisamente, la antigua Grecia y la
Alemania de los tiempos de Fichte y Hegel, fueron países capitalistas
clásicos. Ahora ya veis, “ porque es esto im portante” . Que se de prisa
nuestro autor para hacer público su formidable descubrimiento.
i Canta, lucero, no tengas vergüenza!
Capítulo Quinto

E L M ATERIALISM O CONTEMPORANEO

La incoherencia del criterio idealista en. la explicación de los


fenómenos de la naturaleza y del desarrollo social, tuvo que
haber obligado y. efectivamente obligó a los hombres pensadores (o
sea, ni eclécticos, ni dualistas) a volver a la concepción materialista
del m undo. . . Pero el nuevo materialismo ya no pudo ser una simple
repetición de las doctrinas de los materialistas franceses del siglo
XVÍIT. E3 materialismo había resucitado, enriquecida por todas las
■adquisiciones del idealismo. La más importante de estas últimas fue
el método dialéctico, el examen de los fenómenos en su desarrollo, en
su nacimiento y muerte. El representante genial de esta nueva corriente
fue Carlos Marx.
Marx no había sido el primero en sublevarse contra el idealismo.
La bandera de la sublevación la había levantado Ludwig Feuerbach.
Luego, un poco después que este último, aparecieron en el escenario
literario los hermanos Bauer, cuyos criterios merecen una atención
especial de parte del lector contemporáneo ruso.
Los pensamientos de los Bauer fueron una reacción contra el idea­
lismo de Hegel, Pero, ellos mismos, no por eso menos, estaban saturados
totalmente de un. idealismo superficial, unilateral y ecléctico.
Hemos visto que los grandes idealistas alemanes no habían acer­
tado a comprender la naturaleza auténtica, ni hallar la base real de
las relaciones sociales. Habían visto en el desarrollo social un proceso
necesario, sujeto a leyes, y, en este aspecto, estaban completamente
en lo justo. Pero cuando se había planteado' la cuestión del motor
fundamental del desarrollo histórico, habían recurrido a la idea ab­
soluta, cuyas peculiaridades hubieran de proporcionar la última y más
prefunda explicación de este proceso. En ello residía el lado flaco
del idealismo, contra el cual iba enfilada, ante todo, la revolución
filosófica: -el ala de extrema izquierda de la .escuela hegeliana se
sublevó decididamente contra la “ idea absoluta” .
I.a idea absoluta existe (si es, claro está, que existe) al margen
del tiempo y del espacio y, ya de todos modos, fuera de la cabeza del
hombre individual. La humanidad,- al reproducir en su desarrollo his­
tórico, el curso de desarrollo lógico de la idea absoluta, se subordina
92 G. PLEJANOV

a una fuerza extraña a ella, situada fuera de ella. Los jóvenes he-
gelianos, al sublevarse contra la idea absoluta, lo hicieron, ante todo, en
nombre de la actividad independiente de los hombres, en nombre de
la razón humana final.
“ La filosofía especulativa —escribía Edgar Bauer— se equivoca
muchísimo cuando habla de la razón como de alguna fuerza abstracta,
absoluta... La razón no es una fuerza objetiva, abstracta, en relación
a la cual el hombre representa únicamente algo subjetivo, fortuito,
pasajero; rso. el hombre mismo, la conciencia ele su ser, es, precisamen­
te, lg¡ fuerza imperante, mientras que la razón no es sino una fuerza
de esa conciencia del hombre. Por consiguiente, no existe ninguna ra­
zón absoluta, sólo hay una razón que va variando eternamente a me­
dida del desarrollo de la conciencia; esta razón no existe, ni muchísimo
menos, en forma definitiva, sino que va cambiando perpetuamente” 1T5.
Así, pues, no hay una idea absoluta, ni una razón abstracta, sino
solamente la conciencia de los hombres, la razón ^humana, eternamente
mutable. Ello es completamente ju sto ; en contra de ello no se pondría
a discutir r.i siquiera el señor Mijailovski, para quien como ya lo sa­
bemos “ todo se presta a ser discutido” . .. con un éxito más o menos
dudoso, Pero ¡una cosa rara! Cuanto más vamos acentuando este
pensamiento justo, más difícil se va volviendo nuestra situación. Los
viejos idealistas alemanes habían sincronizado la idea absoluta, con la
vigencia de leyes de todo proceso en la naturaleza y en la historia.
Surge el interrogante, ¿con qué vamos a sincronizar esta vigencia de
leyes, habiendo aniquilado su depositaría., la idea absoluta? Supongamos
que en relación a la naturaleza, se puede ofrecer una respuesta sa­
tisfactoria en un par de palabras: la sincronizamos con las peculia­
ridades de la materia. Pero, en relación a la historia, la cosa resulta no
tan simple, ni mucho menos: la fuerza imperante en la historia re­
sulta ser la conciencia del hombre, perpetuamente mutable, la razón
humana final. ¿Existe alguna vigencia de leyes en el desarrollo de
esta razón? Edgar Bauer hubiese contestado, por. supuesto, afirmativa­
mente, puesto que para él, el hombre y, por consiguiente, también la
razón de éste, no era, en absoluto; como lo vimos, algo fortuito. Pero
si le solicitáramos al mismo Bauer que nos dilucidara su concepto acerca
de la vigencia de leyes en el desarrollo de la razón humana, si le
preguntáramos, por ejemplo, por qué en una época histórica dada, la
razón se había desarrollado de una manera, y en otra, de otro modo,
no obtendríamos de él, propiamente hablando, ninguna respuesta. Nos
hubiera dicho que “ la razón humana, permanentemente en desarrollo,
es la que crea las formas sociales” , que “ la razón histórica es la
fuerza motriz de la historia universal” y que, por este motivo, todo
régimen social dado resulta caduco tan pronto la razón da un nuevo
paso en su desarrollo m . Pero todas estas y otras similares asevera­
ciones, no habrían servido de respuestas, sino que hubieran significado
divagar en torno de la cuestión de qué es lo que hace que la razón
human a de nuevos pasos en su desarrollo y el porqué los da en una
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 93

dirección y no en otra. E. Bauer, obligado por nosotros a considerar,


precisamente esta cuestión, se apresuraría a desembarazarse mediante
referencias insustanciales, a las peculiaridades de la razón humana
final, eternamente variables, igual que los viejos idealistas se habían
desembarazado con las referencias a las peculiaridades de la idea
absoluta.
Considerar que la razón es la fuerza motriz de la historia universal
y explicar su desarrollo por algunas peculiaridades internas a ella
inherentes, equivaldría a convertirla en algo absoluto o, dicho en otras
palabras, resucitar, en forma nueva, la misma idea absoluta que se
acababa de declarar sepultada para siempre. E l defecto principal de
esta idea absoluta resucitada, hubiera sido la circunstancia de que hu­
biera coexistido bien, pacíficamente, con el dualismo más absoluto,
más exactamente dicho, hasta lo hubiera presupuesto indefectiblemente.
Puesto que los procesos de la naturaleza no están condicionados por la
razón humana final, perpetuamente variable, estaremos en presencia
de dos fuerzas: en la naturaleza —la materia, y, en la historia— la
razón humana, no habiendo un puente que hubiera de unir el mo­
vimiento de la materia, con el desarrollo de la razón, el reino de la
necesidad, con el de la libertad. Es por eso, que dijimos también que
los pensamientos de Bauer, estaban totalmente saturados de un idea­
lismo muy superficial, unilateral, ecléctico.
La opinión gobierna el mundo, decían los enciclopedistas fran­
ceses. Lo mismo, como vemos, dijeron también los hermanos Bauer,
quienes se habían rebelado contra el idealismo hegeliano. Pero si la
opinión gobierna el mundo, el motor principal de la historia son los
hombres cuyos pensamientos critican las viejas opiniones y crean las
nuevas. Los hermanos Bauer, efectivamente asi lo pensaban. Para ellos,
la esencia del proceso histórico se reducía a la reelaboración, por el
“ espíritu crítico” de la existente reserva de opiniones y las formas
de la vida en comunidad, condicionadas por dicha reserva. Estos cri­
terios de los Bauer, fueron íntegramente trasladados a la literatura
rusa por el autor de las “ Cartas históricas” 177, quien, dicho sea de
paso, ya no hablaba del “ espíritu” crítico, sino clel “ pensamiento”
crítico, debido a que hablar del. espíritu estaba prohibido por la re­
vista “ El Contemporáneo” .
El hombre que “ piensa críticamente” , una vez que se había fi­
gurado ser el principal arquitecto, el demiurgo 178 de la historia, se­
para a sí mismo y a sus similares en una variedad especial, superior,
del género humano. Frente a esta variedad superior, se contrapone la
masa, ajena al pensamiento crítico, y sólo capaz de desempeñar el
papel de la arcilla en las manos creadoras de las personalidades que
“ piensan críticamente” ; los “ héroes” se contraponen a la “ multi­
tu d ” . Por más que el héroe ciñiera a la multitud, por más lleno que
esté de simpatía a su secular necesidad, a sus continuos sufrimientos,
no puede dejar de m irar a la multitud de arriba, abajo, no puede de­
ja r de reconocer que en él, el héroe está todo, mientras que la multitud
94 G. PLEJANOV

es una masa ajena a tocio elemento creador, una especie de inmensa


cantidad de ceros, que obtienen un valor propicio sólo si a su frente se
coloca, condescendientemente tina buena unidad que “ piensa crítica­
m ente” . El idealismo ecléctico de los hermanos Bauer sirvió de base
para la horrible, puede decirse repulsiva, presunción de la “ intelec­
tualidad” alemana “ críticamente pensadora” de la década del 40, y,,
en la actualidad, a través de sus adeptos rusos, da vida al mismo defec­
to también entre la intelectualidad de Rusia. Un enemigo implaca­
ble y acusador de esta presunción fue Marx, al cual pasamos a refe­
rirnos a renglón seguido.
Marx dijo que contraponer la personalidad que “ piensa crítica-
camente” a la masa no es más que una caricatura de la concepción he-
geliana de la historia. Concepción que, a su vez, no es sino la consecuen­
cia especulativa de la vieja teoría relativa a la oposición del espíritu
y la materia. “ Ya en Hegel vemos que el espíritu absoluto de la His­
toria 1T£> tiene en la masa su material y su expresión adecuada sola­
mente en la filosofía, Sin embargo, el filósofo sólo aparece como el
órgano en el que cobra conciencia posteriormente, después de transcu­
rrir pI movimiento, el espíritu absoluto, que hace la Historia. A esta
conciencia aposteriorística del filósofo, se reduce su participación en
la Historia, pues el espíritu absoluto ejecuta el movimiento real in­
conscientemente 180. E l filósofo viene, pues post festum.
Hegel se queda por partida doble a mitad de camino por una parte,
al explicar la filosofía como la existencia del espíritu. absoluto, ne­
gándose al mismo tiempo, a explicar, cómo espíritu absoluto, al indi­
viduo filosófico real; y, de otra parte, en cnanto hace que el espíritu
absoluto, como tal espíritu absoluto, haga la Historia solamente en
apariencia. E n efecto, puesto que el espíritu absoluto sólo posí festum
cobra conciencia en el filósofo como espíritu creador universal, su fa­
bricación de la Historia existe solamente en la imaginación especula­
tiva. El señor Bruno supera este quedarse a medio camino de H egel1S1.
E n primer lugar, explica la Crítica como el espíritu absoluto y
a sí mismio como la Crítica. Así como el elemento de la Crítica es des­
terrado de la masa, así también el elemento de la masa es desterrado
de la Crítica. La Crítica, por tanto, no se sabe encarnada en la
■masa, sino exclusivamente en un puñado de hombres predestinados; en
el señor Bauer y en sus discípulos.
El señor Bauer supera, además, el otro quedarse a medio camino
de Hegel, por cuanto que ya no hace la Historia post festum, en la fan­
tasía, como el espíritu hegeliano, sino que desempeña conscientementef
en contraposición con la masa del resto de la humanidad, el papel de
espíritu universal, y adopta ante ella una actitud dramática presente,
inventa y ejecuta la Historia de un modo deliberado y tras m adura
reflexión.
De una parte, está la masa, como el elemento material de la His­
toria, pasivo, carente de espíritu y ahistórico; de otra parte, está el
espmtu, la Crítica, el señor Bruno y Cía., como el elemento activo del
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 95

que parte toda acción histórica. E l acto de transformación de la socie­


dad, se reduce a la actividad cerebral de la “ C rítica182.
E stas líneas provocan una ra ra ilusión: parece como si no fuesen,
escritas hace cincuenta años, sino hace un mes, y dirigidas, no contra
los hegelianos alemanes de izquierda, sino contra los sociólogos “ sub­
jetivos” rusos. Esta ilusión aumenta aun más, después de leer el si­
guiente pasaje de un artículo de Eaigles:
“ La Crítica que se basta a sí m ism a... no puede, naturalmente,
reconocer la historia tal y como realmente ha sucesido. Pues ello equi­
valdría reconocer la masa mala en toda su masicidad de masa, siendo
así que de lo que se trata es precisamente de rescatar a la masa de su
carácter de tal. Se sustrae, por tanto, la historia de su masicidad y la
Crítica que adopta una actitud libre frente a su objeto grita a la
historia: debes haber ocurrido de tal o de cual modo. Las leyes de la
Crítica tienen todas efecto retroactivo; ante sus decretos, la historia
ha ocurrido de un modo completamente distinto a que con arreglo a
ellas. He aquí por qué la historia de masa, la llamada, historia real,
difiere considerablemente de la historia crítica. .. ” 183.
¿A quién se refiere Engels en este pasaje? ¿A los escritores ale­
manes ele la década del 40, o a algunos “ sociólogos, coetáneos nuestros
quienes, con aplomo vienen discurriendo sobre el tema de que, según
dicen, un católico se imagina el curso de los sucesos históricos de una
manera, un protestante, de otra; un monárquico, de un modo, un repu­
blicano, de o tro ; y, por eso, un buen hombre subjetivo, no sólo puede,
sino que debe idear para él mismo, para su propio uso espiritual, una
historia que corresponda plenamente al mejor de los ideales? ¿H abría
Engels previsto nuestras sandeces rusas? ¡E n absoluto! Engel§, por
supuesto, ni había pensado en ellas, y si su ironía, a una distancia de
medio siglo, ha dado entre ceja y ceja a nuestros pensadores subjeti-
vistas, ello se explica por la simple circunstancia de que en nuestras
tonterías subjetivistas no hay decididamente nada de original: ellas
no representan más que una tosca copia “ sim laliana” 1S3a de la cari­
catura de la misma “ hegelianada” contra la cual desafortunadamente
viene pelendo. . .
Desde el punto de vista de la “ crítica crítica” , todos los grandes
conflictos históricos fueron reducidos a un conflicto de las ideas.
Marx hace notar que las ideas “ se vieron 'escarmentadas” toda vez
que en toda época dada, es el depositario del progreso histórico. Sólo la
compres sión de estos intereses, puede también suministrar la clave
para comprender el curso real del desarrollo histórico.
Ya sabemos que tampoco los enciclopedistas franceses daban la es­
palda a los intereses, que estaban prontos a servirse de ellos, para
señalarlos como factores para explicar el estado dado de una sociedad
determinada. Pero para ellos, este criterio del valor decisivo de los
intereses, no fue más que una variación de la “ fórm ula” de que las
opiniones gobiernan el mundo. Según ellos resultaba que los propios in­
tereses de los hombres dependen de sus opiniones y cambian, con el
96 G. PLEJANOV

cambio de estas últimas. Tal interpretación de los intereses representa


el triunfo del idealismo en su aplicación a la historia; en este aspecto
uejaban muy rezagados hasta al idealismo dialéctico alemán, según el
sentido del cual, los nuevos intereses materiales de los hombres se ma­
nifestaban toda vez que la idea absoluta creía necesario dar un nuevo
paso en su desarrollo lógico. Marx entiende el valor de los intereses
materiales de un modo completamente distinto.
Al lector ruso común, la teoría histórica de Marx le parece ser una
especie de abominable pasquín contra el género humano. G. X. Uspenski,
—si no nos equivocamos, en su trabajo literario “ R uina”— hace figu­
ra r a nna anciana, burócrata, que basta en su delirio agónico repite obs­
tinadamente la norma infame que había guiado toda su vida. “ ¡Al
bolsillo, espera la ocasión, al bolsillo!” . La intelectualidad rusa cree, en
forma cándida que Marx, supuestamente, achaca esta ingnomimosa
fórmula a toda la humanidad; que, supuestamente, afirm a que los
hijos del hombre, no importa la ocupación a que se dedicaron, siem­
pre, exclusiva y conscientemente “ esperaron la oportunidad para tocar
al loísm o”. Para el desinteresado “ intelectual” ruso, semejante crite­
rio, como es natural, le parece tan “ antipático” , como la teoría de
Darvein a cualquier consejera oficial, que cree que todo el sentido de esta
teoría se reduce al indignante postulado de que según dicen, ella, la
venerable funcionaría, no es más que una mona engalanada de cofia.
Marx en realidad calumnia tan poco a los “ intelectuales” , como
Darwin a las consejeras titulares.
Para comprender las concepciones históricas de Marx, es menester
recordar los resultados a que habían desembocado la filosofía y la cien­
cia histórico-soeial durante el período inmediatamente anterior a la
aparición de este pensador. Los historiadores franceses de la época de
la Restauración, habían llegado, como lo sabemos, a la convicción de
que el “ modo civil de vida” , las “ relaciones patrimoniales” forman
la base fundamental de todo el régimen social. Sabemos también que
así mismo, la filosofía idealista alemana, representada por Hegel,
había arribado a igual resultado contra su voluntad pese a su espíri­
tu, simplemente en virtud de la insuficiencia y de la incoherencia de
la interpretación idealista de la historia. Marx, que había asimilado
todos los resultados del conocimiento científico y del pensamiento fi­
losófico de su época, coincide plenamente, con respecto a dicha con­
clusión, con los historiadores franceses y con Hegvel. Me he convenci­
do, dice, que “ tanto las relaciones jurídicas como las formas de Es­
tado no puedan comprenderse por sí mismo ni por la llamada evolu­
ción general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario,
en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel,
siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo X V III, con-
binan bajo el nombre de “ sociedad civil” , y que sin embargo la ana­
tomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía política” 180.
Pero, ¿de qué depende la economía de una sociedad dada? Ni
los historiadores franceses, ni los socialistas utopistas, ni Hegel, su­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 97

pieron contestar a ésta pregunta de modo un tanto satisfactorio. To­


dos ellos —directa o indirectamente— invocaban la naturaleza humana.
E l gran mérito científico de Marx estriba en haber abordado esta cues­
tión desde un costado diametralmente opuesto,, que a la propia natu­
raleza humana la consideraba como el resultado, eternamente mutable,
del movimiento histórico, cuya causa reside fuera del hombre. Este, para
.subsistir, debe alimentar su organismo, procurándose las sustancias
que necesita de la naturaleza exterior que lo circunda. Este acto pre­
supone cierta acción que el hombre ejecuta sobre esta naturaleza ex­
terior. Pero, “ al obrar sobre la naturaleza exterior, el hombre cambia su
propia naturaleza7'. Estas pocas palabras encierran la esencia de to­
da la teoría histórica de Bíarx, aun cuando, claro está, tomadas aisla­
damente, no dan una noción adecuada de ella y requieren aun acla­
raciones.
Franklin calificó al hombre de “ animal que hace herramientas” .
E l empleo y la producción de herramientas, efectivamente, constitu­
yen el rasgo distintivo del hombre. Darwin cuestiona la opinión, se­
gún Ja cual solamente el hombre es capaz de emplear implementos;
cita muchos ejemplos que muestran que, en forma rudimentaria, su
empleo es propio de muchos mamíferos. Y Darwin, por supuesto, tie­
ne completamente razón desde su ángulo de miras, o s¡ea, en el sen­
tido que en la afamada “ naturaleza del hombre” , no hay ni un solo
rasgo que no se encuentre en una u otra especie animal, y, motivo por
cual, no hay decididamente, ningún motivo para considerar al hom­
bre, un ser especial, separándolo en un “ reino” aparte. Pero no de­
be echarse en olvido que las diferencias cuantitativas se transforman
en cualitativas. Lo que existe, como elemento rudimentario, en una
especie, puede llegar a sr un signo distintivo en otra. Esto puede decir­
se especialmente, en lo que hace al empleo de herramientas. F3. elefan­
te rompe las ramas y las emplea para ahuyentar los mosquitos. Ello
es interesante y aleccionador. Pero, en la historia de evolución de la
especie “ elefante”, el empleo de las ramas en la pelea contra los mos­
quitos, seguramente, no había desempeñado ningún papel esencial: los
elefantes no llegaron a ser tales, debido a que sus antepasados, más
o menos elefanieoides, se abanicaron con ramitas. Pero, el caso del
hombre es distinto m .
Toda la existencia del salvaje australiano depende de su boome-
rang, igual que la Inglaterra contemporánea depende de las máquinas.
Despójesele de su boomerang, conviértaselo en agricultor, y, por ne­
cesidad, cambiará todo su modo de vida, todas sus costumbres, toda su
manera de pensar, toda la “ naturaleza” del salvaje autraliano.
liemos dicho: conviértaselo en agricultor. Por ejemplo de la agri­
cultura, se puede ver palpablemente que el proceso de la acción produc­
tiva que el hombre ejecuta sobre la. naturaleza, no presupone única­
mente los implementos de tra b a jo ... Estos últimos, sólo forman parte
de los m¡edios necesarios para la producción. Es por eso que sería
más exacto, no hablar de la evolución de las herramientm de trabajo,
98 G. PLEJANOV

sino, en general, de la de los medios de producción, aún cuando está


completamente iuera de toda duda, que el papel más importante'
en esta evolución corresponde, o a lo menos, había correspondido hasta
ahora (antes de la aparición de importantes producciones químicas),
precisamente, a los implementos de trabajo.
Con los implementos de trabajo, el hombre adquiere, como si di­
jéramos, nuevos órganos que modifican su estructura anatómica. Desde
que el hombre se elevó con su empleo, ha dotado de un aspecto com­
pletamente nuevo a la historia de su evolución; antes la historia del
hombre, como la de los demás animales, se reducía al cambio de forma
de sus órganos naturales; ahora se convierte, ante todo, en la historia
del perfeccionamiento de sus órgankos artificiales, del crecimiento de
sus fuerzas prodticíivas.
El hombre —un animal que produce herramientas—■, es, al mismo
tiempo también, un animal social, que trae su origen de antepasados
qiie, a lo largo de muchas generaciones, habían vivido en rebaños más
o menos grandes. Aquí no nos interesa el porqué nuestros antepasados
habían comenzado a vivir en rebaños —esto lo deben y lo están dilu­
cidando los zoólogos—, pero, desde el punto de vista de la filosofía
de la historia, es importante, en alto grado, hacer notar que desde los
órganos artificiales del hombre habían comenzado a desempeñar el
papel decisivo en su existencia, la propia vida social humana comenzó
a cambiar de acuerdo con el curso de desarrollo de sua fuerzas pro­
ductivas.
“ Las múltiples y variadas relaciones que los hombres contraen en
el proceso de producción, no se circunscriben a su relación con la
naturaleza. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo,
para actuar en común y establecer un intercambio de actividades.
Para producir, los hombres contraen determinados vínculos y relacio­
nes sociales, y a través de los vínculos y relaciones sociales, y sólo «
iravés de ellos, es como se relacionan con la naturaleza y como se efec­
túa la producción ’?188.
Los órganos artificiales, los implementos del trabajo, resultan ser,
así, órganos, no tanto del hombre individual cuanto del hombre social.
Es por eso que todo cambio esencial que se opera en los implementos
¿el trabajo, acarrea modificaciones en la estructura social.
“ Estas relaciones sociales que contraen los productores entre sí,
las condiciones en que cambian sus actividades y toman parte en el
proceso conjunto de la producción variarán, naturalmente, según el
carácter de los medios de producción. Con la invención de un nuevo
instrumento de guerra, el arma de fuego, hubo de cambiar forzosamen­
te toda la organización interna de los ejércitos, cambiaron las relacio­
nes dentro de las cuales formaban los individuos de nn ejército y po­
dían actuar como tal, y cambió también, la relación entre los distintos
ejércitos, Las relaciones sociales en que los individuos producen, las
relaciones sociales de producción, cambian, por tanto, se transforman,
al cambiar y desarrollarse los medios materiales de producción, las
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 99

fuerzas productivas. Las relaciones de producción forman en su con­


junto, lo que se llaman las relaciones sociales, la sociedad, y concreta­
m ente, una sociedad con un determinado grado de desarrolla histó­
rico, una sociedad de carácter peculiar y distintivo. La sociedad an­
tigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa, son otros tantos con­
juntos de relaciones de producción, cada uno de los cuales representa,
a la vez, un grado especial de desarrollo en la historia de la huma­
nidad” 190.
Está de más agregar que conjuntos de relaciones de producción
no menos peculiares y distintivos representan también los grados más
tempranos de la evolución humana. Está igualmente de más repetir que
también durante esos girados más tempranos el estado de las fuerzas
productivas ejerció una influencia decisiva sobre las relaciones so­
ciales de los hombres.
Aquí hemos de detenernos para examinar algunas objeciones a
primera vista bastante convicentes.
La prim era radica en lo siguiente.
Nadie impugna el importante valor de los instrumentos del tra ­
bajo, del enorme papel de las fuerzas productivas en el movimiento
histórico de la humanidad —dicen frecuentemente los marxistas—,
pero las herramientas de trabajo las inventa y las pone en acción el
hombre. Ustedes mismos reconocerán que su uso presupone un grado
relativamente muy elevado del desarrollo intelectual. Cada nuevo paso
en el perfeccionamiento de los implementos del trabaja requiere nue­
vos esfuerzos de parte del intelecto humano. Estos últimos son la causa;
el desarrollo de las fuerzas productivas son el efecto. Quiere decir que
el intelecto es el motor principal del progreso histórico, lo cual sig­
nifica que han estado en lo justo los hombres que afirmaron que las
opiniones gobiernan el mundo, o sea, la que gobierna es la razón
humana.
Nada es más natural que esta observación, pero ello no impide
que carezca de fundamento.
Indiscutiblemente, el xiso de los implementos del trabajo presu­
pone un elevado* desarrollo del intelecto en el hombre animal. Pero
veamos cuáles son las causas por las cuales las ciencias naturales mo­
dernas explican ese desarrollo.
“ El hombre jamás hubiera logrado una posición dominante en
el mundo sin el uso de sus manos, de estas herramientas que tan
admirablemente obedecen a su voluntad” , dice D arw in192. Este pen­
samiento no es nuevo. Ya lo había emitido anteriormente Helvecio.
Pero este último, no habiendo sabido colocarse firmemente en el cri­
terio de la evolución, tampoco supo dotar a su propio pensamiento de
una apariencia un tanto verosímil. Darwin, para defender su afirma­
ción, presentó todo un arsenal de argumentos y, aun cuando todos ellos
sólo tenían un carácter hipotético, fueron, en su conjunto, bastante
convicentes. ¿Qué nos dice, pues, Darwin? ¿De dónde tomó el quasi-
100 G. PLEJANOV

hombre sus actuales manos, completamente humanas, que ejercieron


una influencia tan formidable sobre los éxitos de su “ razón” ? Es
probable que estas manos se formaran en virtud de algunas peculia­
ridades del medio ambiente geográfico, el cual, hizo que sea útil la
división fisiológica del trabajo entre las extremidades anteriores y pos­
teriores. Los éxitos de la “ razón” fueron un efecto remoho de esta di­
visión, y, —nuevamente en condiciones exteriores favorables— se
convirtieron, a su vez, en la cansa próxima de la aparición de los órga­
nos artificiales del hombre o sea, del uso de las herramientas. Estos nue­
vos órganos artificiales prestaron nuevos servicios a su desarrollo in­
telectual, y los éxitos de la “ razón” volvieron de nuevo a reflejarse
sobre los órganos. Aquí tenemos un largo proceso en el que causa y
efecto alternan constantemente sus lugares. Pero sería erróneo consi­
derar este proceso desde el ángulo de la interacción simple. Para que el
hombre pudiera aprovechar los éxitos de su “ razón” ya logrados
para el perfeccionamiento de sus herramientas artificiales, o sea, para
incrementar su dominio sobre ki 'naturaleza, tuvo que haberse hallado
en un determinado medio geográfico, capaz de suministrarle: 1.°) los
materiales necesarios para el perfeccionamiento; 2.°) los objetos cuya
elaboración supusiera herramientas perfeccionadas. Allí donde no hubo
metales, la razón propia del hombre social no hubiera podido, en modo
alguno, hacerlo rebasar los marcos del “ período de la piedra pulida” ;
exactamente igual, para pasar al modo de vida pastoril y al cultivo
de la tierra, hubo necesidad de cierta fauna y flora, sin las cuales, la
“ razón” hubiera seguido siendo inmóvil. Pero esto aún no es todo.
E l desarrollo intelectual de las sociedades primitivas tuvo que avanzar
tanto más rápidamente, cuanto mayores fueron las conexiones entre
ellas, y estas conexiones fueron, claro está, tanto más frecuentes cuan­
to más variadas eran las condiciones geográficas de las zonas que ha­
bitaban, es decir, y por lo tanto, cuanto menos parecidos eran los
productos que se elaboraban en una zona a los elaborados en la
otra t!B. Finalmente, todos saben la importancia que al respecto tie­
nen las vías natin'ales de comunicación. T a Hegel había dicho que las
montañas dividen a los hombres, mientras que los ríos y el mar los
acercar.135
Una influencia no menos decisiva ejerce el medio geográfico tam ­
bién sobre la suerte de las sociedades más grandes, sobre el destino de
los Estados nacidos sobre las ruinas de las organizaciones gentilicias
primitivas. “ La base natural de la división, social, del trabajo, que
mediante los cambios de las condiciones naturales en que vive, sirve
al hombre de acicate para sus propias necesidades, capacidades y modos
de trabajo, no es la fertilidad absoluta del suelo, sino su diferenciación,
la variedad de sus productos naturales. La necesidad de dominar so-
ciahnenie una fuerza natural, de administrarla, de apropiársela o so­
meterla mediante obras creadas por la mano del hombre y en gran
■escala, desempeña un papel decisivo en la. historia de la industria.
Así sucede por ejemplo, con el régimen de las aguas en Egipto, Lom-
bardía, Holanda, etc. O en India, P'ersia, etc., donde la irrigación por
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 101

medio de canales artificiales no sólo suministra al suelo el agua in­


dispensable para su cultivo, sino que deposita además en él, con el limo,
el aboi.o mineral de las montañas. El secreto del florecimiento indus­
trial de España y de Sicilia bajo los árabes era precisamente la cana­
lización ’’ 19G.
Así, pues, sólo en virtud de ciertas peculiaridades especiales del
medio geográfico, nuestros antepasados antropomórficios han podido
elevarse al nivel del desarrollo intelectual, •necesario para convertirlos
en “ toolmaking animals’’(animales productores de herramientas). Y
de un modo exactamente igual, sollo algunas particularidades de ese
medio han dado un amplio margen para ponerse en acción y para el
perfeccionamiento constante de esta nueva aptitud ele “ fabricación
de herramientas’ ’. En el proceso histórico de desarrollo de las fuerzas
productivas, la aptitud del hombre para la “ fabricación de herramien­
ta s ” , cabe ser considerada, ante todo, como una magnitud constante,
mientra? que las condiciones externas circundantes que han facilitado
i a puesta en acción de esta aptitud, como una magnitud constantemente
variable 19S.
La diferencia en los resultados (en los grados de la evolución de
la cultura), alcanzados por las distintas sociedades humanas, se expli­
ca, precisamente, porque las condiciones circundantes no habían per­
mitido a las diversas tribus humanas emplear en acción, en igual
medida, su aptitud para “ inventar” . Hay una escuela de antropólogos
que hace sincronizar la diferencia en los resultados mencionados, con
la diferencia de peculiaridades de las razas humanas. Pero, el criterio
de esta escuela está por debajo de toda crítica: sólo representa una
nueva variación del viejo método de explicar los fenómenos históricos
mediante referencias a la “ naturaleza hum ana” (es decir, que se trata
re referencias a la naturaleza de la raza,), y, por su profundidad cien­
tífica, no se alejó mucho de los criterios del doctor de Moliere, que con
gran penetración de eatendimiento sentenciaba: el opio adormece, por
poseer la peculiaridad de adoi’mecer (la raza ha quedado rezagada,
por poseer la peculiaridad de quedar atrasada).
El hombre, al obrar sobre la naturaleza exterior, cambia su propia
naturaleza. Desarrolla todas sus aptitudes, entre ellas también la de
“ fabricar herramientas” . Pero, en cada época dada, la medida de esta
aptitud está determinada por la medida del desarrollo, ya alcanzado,
de las fuerzas productivas.
La herramienta de trabajo, una vez que llega a ser objeto de
producción, y el mayor o menor grado de su perfeccionamiento, de­
penden íntegramente de los implementos de trabajo que se emplean
para elaborarla. Esto lo comprende cualquiera, sin necesidad de nin­
guna clase de explicaciones. Pero, he aquí algo que, a primera vista,
parece totalmente inexplicable: Plutarco, después de recordar las in­
venciones hechas por Arquímides, durante el sitio de Siracusa por
]os romanos, considera necesario excusar al inventor: Es indecoroso,
por supuesto, que un filósofo se dedique a esta clase de cosas —discu­
102 G. PLEJANOV

rre—, pero, en el caso de Arquímedes, ello se justifica por la em­


barazosa situación en que se hallaba su patria. Nosotros preguntamos:
¿a quién se le ocurriría ahora buscar circunstancias atenuantes en
“ las culpas” de un Edison ? Ahora no estimamos vergonzozo —¡total­
mente al contrario!— que un hombre ponga en acción su aptitud para
las invenciones mecánicas, mientras que los griegos (o, si les place más,
los romanos), como ven, veían la cosa de un modo completamente dis­
tinto. De aquí se desprende que la marcha de los descubrimientos e
inventos mecánicos de los griegos, debió haber sido —y efectivamente
lo fue— incomparablemente más lenta que la nuestra. Aquí, aparen­
temente, resulta de nuevo que son las opiniones que gobiernan el
mundo. Pero, ¿de dónde había surgido, entre los griegos, esta extraña
opinión? No se puede explicar su origen por las peculiaridades de la
“ razón” humana. Resta por recordar sus relaciones sociales. Las so­
ciedades griegas y romanas fueron, como se sabe, sociedades de es­
clavistas. En esta clase de sociedades, todo trabajo físico, todo lo que
hace a la producción, recae sobre las espaldas de los esclavos. E l
hombre libre siente vergüenza de este trabajo-, razón por la cual se
establece como es natural una actitud despreciativa ante los inventos,
incluso los más importantes, que tienen relación con los procesos de la
producción y, entre otros, a los inventos mecánicos. Es por eso que
Plutarco no miraba a Arquímedes como nosotros estamos mirando a
im Edison m . Pero, ¿ por qué, pues, se había implantado la esclavitud
en kG recia? ¿No sería porque los griegos consideraran, en virtud de
ciertos yerros de su “ razón” , que el régimen esclavista era el mejor
régimen? No, no fue por eso. Hubo un tiempo en que los griegos no
conocían la esclavitud y no consideraban que el régimen esclavista
fuese un régimen natural e ineluctable. Después apareció entre
ellos la esclavitud, que, paulatinamente, había comenzado a desem­
peñar un papel cada vez más importante en sus vidas. Ello dio origen
a que los ciudadanos griegos modificaran su opinión con respecto a
dicho régimen: comenzaron a defenderlo como una institución comple­
tamente natural y absolutamente necesaria. Pero, ¿por qué había na­
cido y se había desarrollado la esclavitud entre los griegos? Probable­
mente por la misma causa por la cual había aparecido y desarrollado
también en los otros países, al haber llegado a cierta fase de su evolu­
ción social. Y esta causa es una causa conocida, reside en el estado de
las fuerzas productivas. En realidad, para que me convenga más con­
vertir a mi enemigo vencido, en esclavo, antes que hacer de él un guiso
para comer, es necesario que, con el producto de su trabajo forzoso pue­
da mantener, no solamente su propia existencia, sino, cuando menos en
parte, también la mía. Dicho en otras palabras, hace falta cierto grado
de desarrollo en las fuerzas productivas que se hallan a mi disposi­
ción . Es precisamente por este portón, por el cual la esclavitud había
hecho su entrada en la historia. E l trabajo de esclavos favorece poco
el desarrollo de. las fuerzas productivas; dicho desarrollo, bajo este
régimen de trabajo, avanza con una extraordinaria lentitud, pero, de
todos modos, sigue avanzando, hasta que llega, finalmente, el momento
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTOBIA 103

en que la explotación del trabajo de esclavos resulta menos ventajosa


que la del trabajo libre. Este es el momento en que la esclavitud queda
abolida o muere paulatinamente. E l mismo desarrollo de las fuerzas
productivas, que le había dado entrada en la historia, le señala ahora
la puerta de salida 20°. Así, pues, volviendo a Plutarco, vemos que su
opinión con respecto a los inventos de Arquímides, había sido condicio­
nada por el estado de las fuerzas productivas de su época. Y, puesto
que las opiniones de ese género ejercen una inmensa influencia sobre
la marcha ulterior de los descubrimientos e invenciones, con mayor
razón podemos decir que cada pueblo dado, en cada periodo dado de
su historia, ve condicionado el ulterior desarrollo de sus fuerzas pro-
duetivaSj por el estado de éstas en el período en cuestión '201.
Be por sí se entiende que, por doquier dónde estamos frente a
descubrimientos e invenciones, estamos frente también a la “ razón".
Sin ésta, los descubrimientos y las invenciones serían tan imposibles
como antes de aparecer el hombre sobre la tierra. La teoría que estamos
exponiendo, no pierde de vista, en absoluto, el papel que desempeña la
razón, sino que sólo se esfuerza por explicar el motivo del por qué la
ragrón, en cada época dada, había obrado d)e tm modo y no de otro;
no menosprecia los éxitos de la razón, sino que trata solamente de
hallar una causa suficiente para ellos.
Durante los últimos tiempos se comenzó a formular, con sumo
gusto, contra esta misma teoría otra objeción, cuya exposición dejamos
a cargo del señor K areiev:
“ Con el correr del tiempo —dice este escritor, después de haber
expuesto, de modo mediocre, la filosofía histórica de Eingels—, éste
había complementado su criterio con nuevas consideraciones que
introdujeron en él un cambio sustancial. Si antes reconocía que la base
de la interpretación material de la historia, la formaba tan sólo la
investigación ele la estructura económica de la sociedad, más tarde re­
conocía un valor equivalente también a la investigación de la organi­
zación de la familia, cosa sucedida bajo el influjo de la nueva represen­
tación acerca de las formas primitivas de las relaciones conyugales y
familiares, que le había obligado tomar en cuenta, no solamente el pro­
ceso de la producción de artículos, sino también el de la reproducción de
las generaciones humanas. En este aspecto, la influencia procedía, en
particular, de parte de “ La sociedad antigua” , de Morgan” 202, etc.203.
I)e modo, pues, que si Engels antes “ reconocía que la base de la
interpretación material (¿ ?) de la historia, la formaba tan sólo la
investigación de la estructura económica de la sociedad” , más tarde
“ habiendo reconocido el valor equivalente” , etc, Engels, propiamente
hablando, había dejado de ser un materialista “ económico” . El señor
Kareiev expone este acontecimiento, dándose el aire de historiador
imparcial, mientras que el señor Mijailovsld “ brinca y juguetea” , pero
ambos, en e t fondo, dicen una y la misma cosa; ambos vienen repitiendo
lo que antes .que ellos lo había dicho el escritor alemán, extremadamen­
te superficial Weisengrim, en su libro “ Entwickelungsgesetze der
Menschheii” 204 y 205,
104 G. PLEJANOV

Es completamente natural que un hombre tan formidable, como


Engels, que. en el curso de décadas enteras, siguió atentamente el mo­
vimiento científico de su tiempo, “ complementara” , m u / sustancial­
mente, su criterio fundamental con respecto a la historia de la hu­
manidad. Pero hay complementos y hay complementos, como hay
“fagot et fa g o t" 200. En el caso que nos preocupa, el problema radica
en que si los pensamientos de Engels cambiaron en virtud de los
“ complementos” introducidos en ellos, o si Engels se vio, efectiva­
mente obligado, a reconocer, a la vez que el desarrollo de la “ produc­
ción” , también la acción de otro factor, supuestamente “ equivalente”
al primero. El que tenga el más mínimo deseo de dedicar atención
seria a este problema, puede contestar fácilmente a esta pregunta.
Los elefantes ahuyentan a los mosquitos, sirviéndose de las
ramitas, dice Darwin. . . Con este motivo, hemos hecho notar que estas
ramitas, no por eso menos, no desempeñan en la vida de los elefantes
ningún papel esencial, que el elefante no había llegado a ser lo que es
merced al empleo de las ramitas. Pero el elefante se multiplica. El
macho de elefante tiene cierta actitud ante la hembra de esta especie.
Ambos tienen cierta actitud frente a su cría. Por supuesto, no fueron,
las “ ram itas” que habían creado esta actitud; fue creada por las
condiciones generales de vida de esta especie, por las condiciones, en
las cuales el papel de las “ ram itas” es tan infinitamente insignificante
que, sin temor a equivocarnos, se le puede equiparar a cero. Pero
imagínense que en la vida del elefante, la ramita comienza a adquirir
un valor cada vez más importante, en el sentido de que comienza cada
vez más a ejercer una influencia sobre la conformación de las con­
diciones' generales, de las que dependen todos los hábitos de los elefan­
tes, y, finalmente, su existencia misma. Imagínense que la ramita
había adquirido, por último, una influencia decisiva en la creación de
estas condiciones; llegando este caso, habría que reconocer que es la
ramita quien, a la postre, determina también la actitud del macho ante
la hembra y ante la cría. En tal caso habría que reconocer que hubo
un tiempo en que las “ relaciones fam iliares” de los elefantes se ha­
bían desarrollado independientemente (en el sentido de su actitud ante
la ram ita), pero que después llegó una época en que comenzaron a
estar determinadas por la ramita ¿Habría algo ele extraño en tal re­
conocimiento? En absoluto, fuera de lo extraño de la propia hipótesis
relativa a la inesperada adquisición, por la ramita, del valor decisivo
en la vida del elefante. Nosotros mismos también lo sabemos que, en
relación al elefante, esta hipótesis no puede dejar de ser algo extraño
pero en lo que hace a la historia del hombre, el cuadro es distinto.
El hombre, sólo gradualmente, se había separado del reino animal,
hubo tiempo en que en la vida de nuestros antepasados antropomórficos,
las herramientas desempeñaban un papel tan insignificante como el
de la ramita en la vida del elefante."En el transcurso de este tiempo,
sumamente prolongado, las actitudes de los machos antropomórficos
ante las hembras antropormóficas, al igual que las de los unos y las
la. c o n c e p c ió n m o n is t a de LA HISTORIA 105

otras ante su descendencia antropomórfico estaban determinadas por


las condiciones generales de vida de esta especie, las que frente a las
herramientas de trabajo no tenía ningún significado. ¿De qué dependían
en ese tiempo, las relaciones “ familiares” de nuestros antepasados?
Esto lo deben explicar los naturalistas. Por ahora, el historiador aún no
tiene nada que hacer en ese terreno. Pero he aquí que las herra­
mientas de trabajo comenzan a desempeñar un papel cada vez más y
más importante en la vida del hombre, las fuerzas productivas se
van desarrollando cada vez más y más y llega, finalmente, el momento
en que adquieren una influencia decisiva sobre toda la conformación
de las relaciones sociales, esto es, entre otras, también en las familiares.
Aquí, pues, comienza el quehacer del historiador: eorrespóndele mos­
trar cómo y por qué motivo habían cambiado las relaciones familiares
de nuestros antepasados en relación con el desarrollo de sus fuerzas
productivas, cómo se desarrolló la familia según las relaciones econó­
micas. Pero, bien entendido, una vez que emprenda esta tarea, al es­
tudiar la familia primitiva, no podrá tomar en cuenta únicamente la
economía; pues los hombres se habían multiplicado aun antes de que
los implementos de trabajo adquirieran el valor decisivo en la vida
humana : pues, antes también habían existido ciertas relaciones fami­
liares, determinadas por las condiciones generales de existencia de la
especie, el homo sapiens -07. ¿ Qué, propiamente, le corresponderá ha­
cer aquí al historiador? Tendrá, en primer término, que solicitar una
nómiua de esta especie al naturalista, quien habrá de dejar directa­
mente a su cargo el ulterior estudio de 3a evolución del hom bre; ten­
drá, en segundo término, que completar esta nómina “ por sus pro­
pios medios” . Dicho en otras palabras, habrá de tomar a la “ familia” ,
tal como se había creado, digamos, en el período zoológico de la evolu­
ción de la humanidad y mostrar, después, los cambios que había su­
frido en el transcurso del período histórico, bajo el influjo del desa­
rrollo de las fuerzas productivas, a consecuencia de los cambios operados
en las relaciones económicas. Y esto es únicamente lo que está diciendo
también Engels. Y nosotros preguntamos: cuando lo está diciendo,
¿está modificando aunque más no sea que en algo, su criterio “ inicial”
con respecto al valor de las fuerzas productivas en la historia de la
humanidad? ¿Acepta, acaso, a la par que la acción de este factor, la
de otro, “ equivalente” al primero? Parece que nada está modificando,
parece que nada de esto acepta. Y, siendo así, ¿por qué se entretienen
en hablar del cambio de los criterios de Engels, los señores ’Weisengrün
y Kareiev? ¿Por qué brinca y juguetea el señor Mijailovski? Más que
todo, seguro, a causa de su propia frivolidad.
' ‘Pero, es extraño, pues, pretender reducir la historia de la familia
a la historia de las relaciones económicas, aunque no sea más que du­
rante. lo que ustedes llaman, período histórico” , vociferan todos a uno
nuestros adversarios. Pueda ser que sea extraño, y pueda ser que no lo
seá: esto se presta a ser discutido, diremos, repitiendo las palabras del
señor Mijailovski. Y n o so tro s estamos prontos para discutir un poco
con ustedes, señores, pero sólo bajo una condición: durante la discu­
106 G. PLEJANOV

sión pórtense seriamente, reflexionen atentamente acerca del sentido


de nuestras palabras, no nos atribuyan sus propias invenciones y no
se apresuren a descubrir contradicciones, ni en nosotros, ni en nuestros
maestros, que no las hay ni las hubo jamás. ¿De acuerdo? Muy bien
ja discutir pufes!
No se puede explicar la historia de la familia por la de las rela­
ciones económicas, —dicen ustedes—, ello es estrecho, unilateral, no
•científico. Nosotros afirmamos lo contrario y recurrimos a la mediación
de lo?, investigadores especializados.
¿Ustedes, por supuesto, conocen el libro de Giraud-Tailon líLes
■origines de la fam ille” ? sos. Abramos este libro que conocen y allí ha­
llamos, por ejemplo, este pasaje:
“ Las causas que habían provocado la aparición, dentro de la tribu
primitiva (Giraud-Tailon dice, propiamente, “ dentro de la horda” —
de la horde), ele grupos familiares aislados, se vinculan, al parecer,
con e~. aumento de la riqueza de dicha tribu. La introducción en el uso,
o el descubrimiento de cualquier planta farinácea, la domesticación de
cualquiera nueva especie animal, pudieron servir de sufiícente causa
de las transformaciones básicas en la sociedad salvaje: todos los grandes
éxitos en la civilización siempre coincidieron con profundos cambios en
el modo de vida económico de la población” (Pág\ 138 ) 20í>.
Unas cuántas páginas después:
“ Al parecer, el paso del sistema clel parentesco femenino al del
masculino, quedó señalado, en particular, por conflictos de carácter
jurídic-o sobre la base del derecho de propiedad” (Página 141).
Más adelante:
“ La organización de la familia, en la que prevalece el derecho
masculino, había sido provocada, me parece, por doquier, por la acción
de una fuerza tanto simple, cuanto también espontánea.. . por la acción
del derecho de propiedad” (Página 146).
Ustedes saben, por supuesto, ¿el valor que en la historia de la
familia primitiva asigna Mac-Lennan a la matanza de las criaturas
del sexo femenino? Engels, como se sabe, manifiesta una actitud muy
negativa ante las investigaciones de Mac-Lennan; pero tanto más in­
teresante para nosotros es, en el caso dado, conocer el criterio de este
último con respecto a la causa que había dado lugar al infanticidio,
el cual, supuestamente, ejerció una influencia tan decisiva sobre la his­
toria do la familia.
“ Para las tribus, rodeadas de enemigos y, con el débil desarrollo
de la técnica, que sólo a costa de grandes esfuerzos mantenían su exis­
tencia, los hijos constituyen una fuente de fuerza, tanto en el sentido
de la protección, como en el de la obtención de alimentos; las hijas, una
fuente de debilidad JJ 210.
¿Qué es lo .que provocó, a juicio de Mac-Lennan, la matanza de
las criaturas del sexo femenino, por las tribus primitivas % L a insufi­
ciencia de medios de subsistencia, la debilidad de las fuerzas produc-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 107

■¿ivas, puesto que si estas tribus hubiesen tenido suficientes alimentos,


probablemente, no habrían procedido a dar muerte a sus hijas ante
el temor de que, con el tiempo los enemigos hubieran podido incursionar,
y, tal vez, matarlas o tomarlas cautivas.
Repetimos. Engels no comparte el criterio de Mac-Lennan con
respecto a la historia de la familia, y a nosotros también nos parece
sumamente insatisfactorio; pero para nosotros es importante aquí que
también Mac-Lennan incurre en el mismo pecado que le están repro­
chando a Engels: también él busca en el estado de las fuerzas produc­
tivas, la clave de la historia de las relaciones familiares.
¿Hace falta proseguir con nuestros extractos, citar a Lippert, a
Morgan? No vemos la necesidad de hacerlo. Quien los haya leído, sabe
que, en este aspecto, son tan. pecadores como Mac-Lennan o Engels.
Tampoco está excento del pecado Spencer, cuyos pensamientos socioló­
gicos no tienen nada de común con el “ materialismo económico” .
Esta circunstancia última se puede utilizar, claro está, para fines
polémicos, y d ecir: ahí está, *v e n ! Por consiguiente, se puede coincidir
con Marx y Engels en esta o en la otra cuestión y \ no compartir su
teoría histórica general! Claro que se puede. Pero la cuestión está
en ver de parte de quien estará, en tal caso, la lógica.
Prosigamos.
El desarrollo de la familia está determinado por el desarrollo del
derecho de propiedad, dice Giraud-Tailon, añadiendo que, en general,
todos los éxitos de la civilización coinciden con cambios en el modo
de vida económico de la humanidad. E l lector mismo, probablemente,
habrá notado que Giran d-Tailon emplea una terminología absoluta­
mente inexacta: para él, el concepto “ derecho de propiedad” es como si
se cubriera con el concepto “ modo de vida económico” . Pero, el derecho
es, pues, el derecho, y la economía es la economía, y no conviene mezclar
estos dos conceptos. &Cuál es el origen del derecho de propiedad dado ?
Pueda ser que este derecho apareciera bajo el influjo de la economía
de una sociedad dada (el derecho civil sirve siempre tan sólo de expre-
sióji de las relaciones económicas, dice Lasalle), y pueda ser que el
derecho de propiedad deba su origen a cualquiera otra causa completa­
mente distinta. Aquí hay que proseguir el análisis y no interrumpirlo
precisamente en el momento que se vuelve particularmente profundo y
vitalmente interesante.
Ya hemos visto que los historiadores franceses de la época de la
Restauración no habían hallado una respuesta satisfactoria al problema
relativo al origen del derecho de propiedad. E l señor Kareiev, en su
artículo “ El materialismo económico en la historia” , se refiere a la
escuela histórica alemana del derecho. Tampoco a nosotros no nos
desagrada recordar los criterios de esa escuela.
He aquí lo que dice nuestro profesor acerca de dicha escuela:
“ Cuando a principios del presente siglo apareció en Alemania la
llamada “ escuela histórica del derecho” 211, escuela que comenzó a
considerar el derecho, no como un sistema estático de normas jurídicas
1CS G. FL'. JA NOY

—tal cora o lo consideraran los juristas anteriores—, sino como algo


dinámic-o. mutable y evolutivo, en esta escuela se puso de relieve una
.fuei'ie tendencia a contraponer el psnsaminto histórico del derecho
—coi»o la concepción única y exclusivamente justa-— a todos los demás
pensamientos posibles en este terreno: el pensamiento histórico jamás
admitía la existencia de verdades científicas, valederas para todas las
épocas, es decir, 3o que en la ciencia moderna se entiende por leyes ge­
neralas. Y hasta negaban, directamente, estas leyes y, con ellas, tam­
bién 3a teoría general clel derecho, para resaltar la idea de la dependen­
cia del derecho con respecto a las condiciones locales; dependencia,
por supuesto, existente siempre y por doquier, pero que 110 excluye
principios que son comunes a todos los pueblos” 212.
En estas pocas líneas hay numerosísimas... —¿cómo calificarlas?—
digamos, por lo menos, inexactitudes, contra las cuales representantes
partidiarios ele la escuela histórica del derecho protestarían también.
Así, por ejemplo, dirían que cuando el señor Kareiev les atribuye la
negación de “ lo que en la ciencia moderna se entiende por leyes gene­
rales” , o desfigura, premeditadamente, su criterio, o, del modo más
indecoroso para un “ historiósofo” , se confunde en los conceptos, mez­
clando las “ leyes” que son de materia de historia del derecho, con las
que determinan el desarrollo histórico de los pueblos. La escuela his­
tórica del derecho jamás pensaba negar la existencia de las leyes del
orden últim o; precisamente se esforzaba por hallar tales leyes, aún
cuando sus esfuerzos 110 se vieron coronados por el éxito. Pero, la causa
misma de su. fracaso es extraordinariamente aleccionadora. Si el señor
Kareiev se hubiera tomado el trabajo de reflexionar acerca de ella,

—¿quién sabe?— posiblemente hubiera conseguido esclarecerse, final­
mente, «obre “ la esencia del proceso histórico
En el siglo X V III se propendía a explicar la historia del derecho,
por k acción del “ legislador” . La escuela histórica se sublevó enér­
gicamente contra esta inclinación. Ya en 1814, Savigny formuló de
est? modo el nuevo criterio: “ El conjunto de este criterio se reduce a
lo siguiente: todo derecho tiene su origen lo que se llama —termino
generalmente empleado, pero no del todo exacto— derecho consue­
tudinario, es decir, es generado primeramente, por el hábito y la creen­
cia del pueblo, y, después ya, por la jurisprudencia; de modo tal que
por doquier es creado por fuerzas internas, cuya acción pasa desa­
percibida. pero no por el antojo del legislador” 213.
Este criterio lo desarrolló, posteriormente, Savigny en su renom­
brado libro “ System des heutigen romiscken Rechts” 21i. El derecho
positivo dice en este libro, vive en la conciencia general del pueblo,
motivo por el cual podemos calificarlo también de derecho popular. ..
Pero ello no debe entenderse, en modo alguno, en el sentido de que
el derecho está creado por diversos miembros del pueblo según, su ca­
pricho . . . El derecho positivo lo crea el espíritu del pueblo, que vive
y actúa en sus diversos miembros, razón por la cual, dicho derecho no
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 109

es algo fortuito, sino, por necesidad, constituye el uno y mismo derecho


en la conciencia de las diversas personas ” 2ir>.
“ Si nos planteáramos —prosigue Savigny— la cuestión acerca
del origen del Estado, tendríamos que esforzarnos en. igual medida
para localizarlo en ]a necesidad suprema, en la acción de una fuerza
que constituye de adentro hacia afuera, al igual que en el origen del
derecho, en general; y lo decimos, no solamente cuanto a la ley en
g en eral; sino también acerca de la forma particular que adopta el
Estado en cada pueblo en particular” 210.
El derecho brota, así, de un “ modo invisible” , como el idioma,
y vive en la conciencia general del pueblo, no en. forma “ de normas
abstractas, sino en forma de una representación viva de las institu­
ciones jurídicas en su conexión orgánica, de modo que, cuando hay ne­
cesidad, la norma abstracta se separa, en su forma lógica, de esta
representación general, mediante cierto proceso artificial” , (durch
ein en künstlichen Pro? ess) 2I7.
Aquí nosotros no tenemos nada que ver con las tendencias prác­
ticas de la escuela histórica del derecho; en lo que hace, pues, a su
teoría, ya basado en las palabras citadas de Savigny, podemos decir
que representa:
l.w) una reacción contra el criterio —difundido en el siglo
XYIÍT— acerca de que el derecho es creado por el arbitrio de per­
sonas individuales {los “ legisladores” ) ; la tentativa de hallar una ex­
plicación científica de la historia del derecho, entender esta historia
como un proceso necesario, y, por lo tanto, sujeto a leyes;
2 ‘O una tentativa de explicar este proceso, partiendo de un punto
de vivía totalmente idealista: el “ espíritu del pueblo” la “ conciencia
■popular” , son la última instancia a la que apelaba la escuela histórica
del derecho.
Puchta expresa más acentuadamente aún el carácter idealista de
los criterios de esta escuela.
TC1 derecho primitivo, según Puchta, al igual que Savigny, es el
derecho consuetudinario. Pero ¿cómo brota este último? Con frecuen­
cia se enuncia la opinión cpie este derecho es creado por la práctica
de 3a vida cotidiana (TJebv.ng), pero ello sólo es un caso especial en
una interpretación materialista del origen de los conceptos populares.
“ F/l criterio contrario es justamente el correcto: la práctica de vida
cotidiana sólo es el último factor, en ella sólo se expresa y se encarna
el derecho que brota y que vive en la convicción de los hijos de un
pueblo dado. El hábito influye sobre la convicción solamente en el
sentido de que esta última, merced a aquél, se vuelve más consciente
y más sólido 218.
De modo, pues, que 3.a convicción de la gente acerca de esta u
otra institución jurídica, se crea independientemente de la práctica
de vida cotidiana, antes que el “ hábito” ¿De dónde, pues, procede
esta convicción1? Ella procede de la profundidad del espíritu del
110 G. PLEJANOV

pueblo. Una estructura determinada de esta convicción de un pueblo


determinado, se explica por las peculiaridades del espíritu de dicho
pueblo. Esto está muy oscuro, tan oscuro que ni huella de una ex­
plicación científica se encuentra aquí. Puchta mismo- lo está sintiendo,
siente que el asunto está muy feo y se esfuerza por corregirlo con
este razonamiento: “ E l derecho surge por una vía invisible. ¿Quién
podría encargarse de seguir investigando las sendas que conducen al
nacimiento de la convicción determinada, a su germinación, a su
crecimiento, a su florecimiento, a su aparición? Los que se habían en­
cargado de hacerlo, partieron, en su mayor parte, de ideas equi­
vocadas 7?21s\
“ E n su mayor p a r te ... ” Quiere decir que hubo también inves­
tigadores cuyas ideas de partida fueron correctas. Y estos últimos,
¿a qué conclusiones arribaron con respecto a la génesis de los concep­
tos jurídicos del pueblo? E s de suponer que ello ha quedado en
secreto para Puchta, ya que éste no rebasa los marcos de algunas re­
ferencias, sin valor, a las peculiaridades del espíritu del pueblo.
Nada explica tampoco la observación, antes citada, de Savigny
con respecto a que el derecho vive en la conciencia común del pueblo,
pero no en forma de reglas abstractas, sino “ en forma de una idea
viva ele las instituciones jurídicas y su conexión orgánica” . Y no es
difícil comprender qué es, exactamente, lo que ha impulsado a Savigny
a proporcionarnos esta información un tanto embrollada. Si hubiésemos
supuesto que el derecho existe en la conciencia del pueblo “ en forma
de reglas abstractas” , con ello, en primer término, hubiéramos- cho­
cado con la “ conciencia general” de los juristas, quienes saben muy
"bien con cuánta dificultad concibe el pueblo estas reglas abstractas, y,
en segundo término, nuestra teoría acerca del origen del derecho hu­
biera adoptado una fisonomía ya demasiado inverosímil. Hubiera
resultado que, los componentes ele un pueblo determinado, antes de
contraer cualquier relación práctica entre ellos, antes de adquirir cual­
quier experiencia de vida cotidiana, hubieran elaborado conceptos ju ­
rídicos definidos, y una vez munidos de éstos, al igual que vagabundos,
con mendrugos de pan, se hubieran lanzado a la práctica de la vida coti­
diana, entrando así en la ru ta histórica. A esto, por supuesto, nadie
le dará fe, por eso Savigny elimina las “ reglas abstractas” : el derecho
existe en la conciencia del pueblo, no en forma de conceptos definidos;
no representa una colección de cristales ya hechos, sino una solu­
ción más o menos saturada, de la cual, “ cuando hay necesidad de
ello” , o sea, al tropezar con la práctica de vida cotidiana, se precipitan
los cristales jurídicos debidos. Este método no carece de su parte
de ingenio, pero, de por sí se entiende, que no nos acerca, en absoluto,
a una interpretación científica de los fenómenos.
Tomemos un ejemplo:
(1) E ntre lo s. esquimales,, según palabras, de Rink,.. casi no hay
propiedad regular; pero por cuanto se puede hablar de ella, enumera
tres de sus formas:
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 111

“ 1) propiedad perteneciente a una unión ele varias familias, por


ejemplo, las viviendas de invierno. . .
2) propiedad perteneciente a una, o cuanto más, a tres familias
emparentadas, por ejemplo, las tiendas de campana estivales y todos
los objetos de uso doméstico, como lámparas, cubas, platos de madera,
ollas de piedra, etc.; el bote o el “ um iak” que sirve para trasladar
todos estos objetos juntamente con la tienda, los trineos con los
p erros. . . y f malmente, la provisión alimenticia de invierno. . .
3? propiedad privada de personas individuales... la ropa, las
armas y todo lo que el hombre mismo usa personalmente en sus que­
haceres. A estas cosas se les atribuye hasta cierto vínculo misterioso
con su dueño, parecido al vínculo que existe entre el alma y el cuerpo.
No es hábito dar prestadas estas cosas a cualquier otra persona” 320,
Vamos a trata r de imaginarnos el origen de estas tres formas de
propiedad, desde el ángulo de miras de la vieja escuela histórica del
derecho.
Puesto que, según palabras de Puchta, las convicciones anteceden
a la práctica de vida cotidiana, y no brotan del suelo del hábito, es
de presuponer que el proceso se había operado- del siguiente modo:
antes de haber vivido en las casas invernales, antes de haberlas comen­
zado a construir, los esquimales habían llegado a la convicción de que
una ves: que los establecieran pertenecerán a la unión de varias fa­
milias; exactamente igual se habían convencido nuestros salvajes que,
una vea que establecieran las tiendas estivales e introdujeran en ella
las cubas, platos de madera, botes, ollas, los trineos con los perros,
todo ello tendría que integrar la propiedad de una sola familia, o,
cuanto más, de tres familias emparentadas. Una convicción no menos
firme tuvieron con respecto a que la ropa, las armas y herramientas
debieran ser de propiedad personal, y que a estas cosas no correspon­
día darlas o prestarlas. A ello añadiremos que todas estas convicciones,
probablemente, no existieran en forma de normas abstractas, sino en
forma de una representación viva de instituciones jurídicas y su
conexión orgánica, y que de esta solución de conceptos jurídicos, se
consolidaran después, —¿‘ cuando apareciera la necesidad de ello ’7, o
sea. a medida de encontrar las viviendas invernales, las tiendas esti­
vales, las cubas, los platos de madera, las ollas de piedra, los botes y
los trineos y los perros — y así surgieran las normas del derecho con­
suetudinario esquimal, en su más o menos “ forma lógica” . Las
peculiaridades, en cambio, de la mencionada dilución jurídica, fue­
ran determinadas por las particularidades misteriosas del espíritu
esquimal.
E sta no es, en absoluto, ninguna explicación científica-, este es
un mero modo de hablar, un Redensarten221, como dijeran los
alemanes.
ICsta variedad del idealismo, sustentada por los adeptos de la es­
cuela histórica del derecho, resultó, en lo que hace a la explicación
de los fenómenos sociales, aun memos coherente, que el idealismo
muchísimo más profundo de Bchelling y Hegel.
112 G. PLEJANOV

¿Cómo se había escapado la ciencia de este callejón sin salida en


el que se había encerrado el idealismo? Oigámos a nno de las más
formidables representantes de la jurisprudencia comparativa moderna,
al señor M. Kovalevski.
Después de dejar señalado que el modo social de vida de las
tribus primitivas luce el sello del comunismo, el señor Kovalevsld
(oígalo, señor Y, V., este también es un “ profesor") dice:
;<Si nos preguntamos acerca de los fundamentos efectivos de esta
clase de régimen, si se nos llega el deseo de informarnos acerca de
Jas cansas que obligaron a nuestros antepasados primitivos, y aún sigue
obligando a los salvajes actuales, a seguir un comunismo, más o menos
acentuadamente pronunciado, tendremos que informarnos, sobre todo,
acerca de los modos primitivos de producción. Ya que la distribución
y el consumo de las riquezas, están determinados por su modo de
creación. Y, en lo que hace a esta cuestión, he aquí lo que nos enseña
la etnografía: 'entre los pueblos dedicados a la caza y a la pesca, la
obtención de alimentos solía realizarse en grandes grupos, {en
hordes) . . . En Australia, la caza del canguro se lleva a efecto por
destacamentos armados, integrados por decenas y hasta por centenares
de indígenas. Exactamente igual, sucede en los países septentrionales,
con la caza del reno. . . No cabe duda de que el hombre es incapaz de
asegurar, solitariamente, su existencia: tiene menester de ayuda y de
apoyo, y sus fuerzas se ven decuplicadas por la asociación... De este
modo, vemos al principio del desarrollo social como una producción de
tipo social, y, —como consecuencia natural necesaria— un consumo de
igual tipo. La etnografía abunda en hechos que lo prueban” 222.
El señor Kovalevski, citando la teoría idealista de Lerminier 2~s,
segút* la cual, la propiedad brota de la conciencia del individuo,
prosigue:
“ No, esto no es así, por eso el hombre primitivo llegó a concebir
el pensamiento acerca de la apropiación personal de la piedra que ha­
bía segmentado y que le servía de arma, o la piel que cubre su cuerpo.
Concibe este pensamiento merced al empleo de sus fuerzas individuales
en la producción del objeto. El pedernal que l& servía de hacha, lo
había partido con sus propia manos. En la caza a la que se dedica
con juntamente con sus numerosos camaradas había asestado el golpe,
remaiando a un animal, motivo por el cual, la piel de éste se convierte
en su propiedad personal. E l derecho consuetudinario de los salvajes
¡>e distingue por una gran exactitud al respecto. Dicho derecho prevé,
por ejemplo, que cuando el animal acosado cae bajo los golpes con­
juntos de dos cazadores, la piel del animal se adjudica al cazador
cuya flecha penetre más cerca del corazón. Prevé también para cuando
el animal ya herido, es muerto por un cazador que se presentó acci­
dentalmente. El empleo del trabajo individual da vida lógicamente a
la propiedad individual. Podemos seguir observando este fenómeno
a lo largo de toda la historia. El que plantara un árbol frutal,
se convierte en su dueño. . . Más tarde, los guerreros que se
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 113

apoderaran de cierto botín, llegan a ser sus dueños exclusivos,


de mor!o que ni su familia ya tiene derecho sobre él; exactamente
igual;, la familia del sacerdote no tiene ningún derecho sobre los
sacrificios que los creyentes hicieran y que convierten en propiedad
personal de aquél. Todo lo dicho queda corroborado, igualmente
también por las leyes indias y por el derecho consuetudinario de los
eslavos meridionales, de los cosacos del Don o de los irlandeses anti­
guos . . . Y es, precisamente, importante no equivocarse con respecto
al verdadero principio de esta propiedad, resultado del empleo de los
esfuerzos personales a la obtención de un determinado objeto. En
realidad, citando a los esfuerzos personales de un hombre se asocia
la ayuda de sus vecinos... los objetos obtenidos ya no se convierten
en propiedad privada” 224.
Tras de todo lo que acabamos de exponer se comprende que
objetos de propiedad personal llegaran a ser, ante todo, las armas,
la ropa, los alimentos, los atavíos, etc. “ Ya desde los primeros pasos
de la domesticación de los animales, los perros, caballos, gatos y el
ganado de labor constituyen el fondo más importante de la apropia­
ción personal y fam iliar.. . ” 225. Pero hasta qué grado, la organización
de la producción continúa influyendo a los modos de propiedad, nos
muestra, por ejemplo, el siguiente hecho: los esquimales realizan la
caza de ballenas, en grandes lanchas y con grandes destacamentos; las
lanchas que sirven para este fin son propiedad social, mientras que los
pequeños botes que sirven para el traslado de los objetos de propiedad
familiar, pertenecen a diversas familias, o, “ cuánto más, a tres familias
emparentadas” .
Con 3a aparición de 3a agricultura, también el suelo se convierte
en objeto de propiedad. La propiedad agraria se convierte en uniones
familiares más o menos grandes. Esto, se entiende, es una de las
formas de la apropiación social. ¿Cómo se explica su origen? “ A
nosotros nos parece, dice el señor Kovalevski, que sus causas estriban
en 3a misma producción social que, en otro tiempo, trajo consigo la
posesión de una gran parte d.e los objetos móviles” 22G.
Ni que decir que la propiedad privada, una vez surgida, entra
en una contradicción con el modo más antiguo de la posesión social.
Allí donde el veloz desarrollo de las fuerzas productivas abre el cam­
po cada vez más y más vasto para los “ esfuerzos unipersonales” , la
propiedad social desaparece bastante rápidamente o prosigue existien­
do en forma de una institución, por así decirlo, rudimentaria. A conti­
nuación veremos que este proceso de desintegración de la propiedad
social primitiva, en diversas épocas y en diversos lugares, por la necesi­
dad material más natural, tuvo que ofrecer una gran variedad. Por ahora
sólo señalaremos la conclusión general de la ciencia del derecho con­
temporáneo en el sentido de los conceptos jurídicos —las convicciones
como diría Puchta— en todas partes están determinados por los modos
de producción.
Schelling dijo, en una oportunidad, que el fenómeno del magne­
tismo debe ser comprendido como la penetración de lo “ subjetivo” en
114 G. PLEJANOV

lo “ objetivo” . Todas las tentativas de hallar una explicación idealista


para la historia del derecho, no es sino un complemento, un “ Seitens-
tück” a la filosofía natural idealista. Todos estos son siempre loa mis­
mos razonamientos, a veces brillantes, ingeniosos, pero siempre arbi­
trarios, siempre infundados, acerca del espíritu autosuficiente, que se
desarrollo, 'por si mismo.
La convicción jurídica no ha podido preceder a la práctica coti­
diana ya sólo por el motivo de que si aquélla no hubiese brotado de
ésta, la prim era estaría completamente carente de una causa. E l esqui­
mal es partidario de la posesión personal de la vestimenta, de las a r­
mas y de los implementos del trabajo debido, simplemente, a que tal
posesión es muchísimo' más conveniente y1 que es sugerida por las mis­
mas propiedades de las cosas. P ara aprender a usar adecuadamente sus
armas, su flecha o su boomerang, el cazador primitivo debe adaptarse
a dichos objetos, estudiando muy bien sus peculiaridades individuales
y, en la medida de lo posible, adaptarlas a sus propias particularidades
individuales^27. La propiedad privada está aquí en el orden de las co­
sas, muchísimo más que en cualquier otra forma de posesión, razón por
la cual el salvaje “ está convencida’* de sus superioridades: el salvaje
como sabemos, llega incluso a atribuir a los. implementos del trabajo
individual y a las armas individuales, cierta conexión misteriosa
con su propietario. Pero su convicción ha brotado del suelo de la práctica
cotidiana y no la ha precedido; y debe su origen, no a las peculiaridades
de su “ espíritu” , sino a las de las cosas con las que está tratando, y al
carácter de los modos de producción que son inevitables para él en el
estado dado de sus fuerzas productivas.
Hasta qué grado la práctica cotidiana precede a la “ convicción”
jurídica, se puede ver de la m ultitud de actos simbólicos que existen
en el derecho primitivo. Los modos de producción han cambiado, con
ello, también las relaciones recíprocas entre los hombres dentro del pro­
ceso de la produción, cambió la práctica cotidiana, mientras que la
“ convicción” ha conservado su vieja forma. Ella contradice a la nue­
va práctica y vemos cómo hacen su aparición las ficciones, los signos
y actos simbólicos, cuyo único objetivo radica en la eliminación formal
de esta contradicción.
Con el correr del tiempo la contradicción queda eliminada, final­
mente, de un modo sustancial: sobre el suelo de la nueva práctica eco­
nómica, se forma la nueva convicción jurídica.
No basta comprobar la aparición, en una sociedad determinada,
de la propiedad privada sobre éstos o los otros objetos, para definir
con ello ya el carácter de esta institución. La propiedad privada tiene
siempre límites que dependen íntegramente de la economía de la socie­
dad. “ En el estado salvaje, el hombre se apropia solamente de las co­
sas que le son útiles de una manera inmediata. E l sobrante , aún
habiéndolo adquirido con el trabajo de sus manos, lo suele ceder a
otros en forma gratuita: a los miembros de la familia o del clan, o de
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 115

la trib u ” , dice el señor Kovalevski. Exactamente igual dice Rink con


respecto a los esquimales 228. ¿De dónde snrgen, pues, tales sucesos
entre los pueblos salvajes?. Según el señor Kovalevski, estos usos de­
ben su origen al hecho de desconocer los salvajes el ' ‘ ahorro ’,229. Esta
expresión no del todo clara, es desacertada sobre todo por los abusos
que de ella hacen los economistas vulgares. No por eso menos, sin em­
bargo, se entiende el sentido en que la emplea nuestro autor. El “ aho­
rro ” es efectivamente desconocido por los pueblos primitivos debido,
simplemente, a que no k s era oportuno, más exactamente, que les era im­
posible practicarlo. La carne de un animal sacrificado puede ser “ aho­
rrada ’' tan sólo en un grado insignificante: se hecha a perder y se vuel­
ve totalmente inservible para el uso. Por supuesto, si se la pudieran
vender, habría sido muy fácil “ ahorrar” el dinero por ella obtenido.
Pero el dinero, en esa etapa del desarrollo económico aún no existía.
Por consiguiente, la propia economía de la sociedad primitiva marca
estrechos limites al desarrollo del espíritu del “ ahorramiento” . Ade­
más, hoy tuve suerte para matar a un animal grande y compartí su car­
ne con otros, pero mañana (la caza es una cosa insegura) puedo volver
con las manos vacías, y los otros miembros de mi clan compartirán
conmigo su presa. El hábito de compartir constituye, pues, una especie
de seguro mutuo, sin el cual hubiera sido completamente imposible la
existencia de las tribus dedicadas a la caza. Por último, no debe olvi­
darse que entre estas tribus, la propiedad privada existía tan solo en
estado embrionario, prevaleciendo, en cambio, la propiedad social: los
hábitos y las costumbres brotados de este suelo, marcan, a su vez, lí­
mites a la voluntad arbitraria del propietario individual. También aquí
la “ convicción” jurídica seguía a la economía.
La conexión de los conceptos jurídicos de los hombres con su mo­
do de vida económico queda dilucidada perfectamente con el ejemplo
que, de buen grado y frecuentemente, citaba Rodbertus en su obras.
Se sabe que los escritores romanos antiguos se oponían enérgicamente
a la usura. Catón, el Censor, consideraba que un usurero es dos veces
peor que un ladrón (ásl exactamente había dicho el viejo -—dos ve­
ces peor). En este aspecto los padres de la Iglesia cristiana coincidían
plenamente con los escritores paganos. Pero, ¡que cosa formidable!,
tanto los unos como los otros se oponían al interés rendido por el capi­
tal monetario. En cnanto a los préstamos en especie y al logro de éstos,
mantenían en cambio, una actitud incomparablemente más indulgente.
¿A qué se debe esta diferencia? Se debe a que fue precisamente el ca­
pital monetario, usurario, el que provocaba una terrible devastación en
la sociedad de esa época, se debe a que fue precisamente eses capital el
que “ llevaba a Italia a la ruina”. También en este caso, la “ convic­
ción” jurídica marchaba del brazo con la economía.
“ El derecho es meramente, el producto de la necesidad o, más
exactamente, de la fuerza mayor, dice Post. Sería vano buscar en él
alguna base ideal cualquiera” 230. Nosotros diríamos que lo dicho por
Post está completamente encuadrado en el espíritu de la ciencia del
116 G. PLEJANOV

derecho más moderna, si no fuera por que nuestro erudito reveló una
confusión de ideas bastante considerable y muy nociva por sus
consecuencias.
Hablando, en general, toda unión social tiende a elaborar un sis­
tema de derecho que satisfaciera, de la mejor manera, sus necesidades,
que fuera lo más útil para ella en la época dada. El hecho de que un
conjunto dado de instituciones jurídicas sea útil o nocivo para la so­
ciedad, no puede, en manera alguna, depender de las peculiaridades
de cualquiera “ idea", no importa quién sea el que la sustentara:
depende, como hemos visto, de los modos de producción y de las relacio­
nes recíprocas que existen entre los hombres, relaciones que son crea­
das por dichos modos de producción. En este sentido, el derecho no
tiene, ni puede tener una base ideal. puesto que su base es siempre real.
Pero la base real de todo sistema dado, no excluye una actitud ideal
ante él, de parte de los miembros de una sociedad dada. La sociedad,
tomada en su conjunto, no puede sino ganar de tal actitud de sus
miembros. Por el contrario, en sus épocas transitorias, cuando el siste-
Ina de derecho existente en la sociedad ya no satisface sus necesidades,
—brotadas del ulterior desarrollo de sus fuerzas productivas— la p ar­
te de avanzada de la población puede y debe idealizar un nuevo sistema
de instituciones, que corresponda más al “ espíritu del tiempo". La
literatura francesa está colmada de esta idealización del nuevo orden
amaneciente de las cosas.
El origen del derecho en la “ necesidad", excluye el fundamento
“ ideal" del derecho, sólo en las representaciones de los hombres que
están habituados a englobar las necesidades en el terreno de la materia
grosera, y que oponen dicho terreno al “ espíritu" “ puro", ajeno a toda
clase de necesidades. En realidad, lo “ ideal" es sólo lo que es útil a
los hombres y toda sociedad, al elaborar sus ideales, se guía solamente
por sus necesidades. Las que parecen ser excepciones de esta regla ge­
neral irrefutable, se explican por que debido a la evohtción de la
sociedad, sus ideales no raras veces están rezagados con respecto a sus
nuevas necesidades 2n.
La conciencia de la dependencia de las relaciones sociales, con
respecto al estado de las fuerzas productivas, va penetrando cada vez
más y más en la ciencia social contemporánea, pese al inevitable eclec-
tismo de numerosos científicos, pese a sus prejuicios idealistas. “ Igual
como la anatomía comparada había elevado al nivel de una verdad
científica el viejo proverbio latino de <cpor las garras reconozco al
león”, así también la. etnografía puede del armamento de un pueblo
dado, deducir exactas conclusiones acerca de su civilización", dice el
ya mencionado Oscar Peschel. 252 ‘ ‘ Con el modo de obtener los alimen­
tos, se encuentra vinculada, del modo más íntimo, la desarticulación
de la sociedad. Por doquier donde un hombre se asocia con otro, apa­
rece cierta autoridad. Los más débiles de todos son los lazos sociales'
entre las hordas nómadas, dedicadas a la caza, del Brasil. Pero también
ellos se ven en la necesidad de defender sus regiones y necesitan, cuan­
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 117

do menos, a 1111 adalid m ilita r... Las tribus pastoriles, en su mayor


parte se hallan bajo la autoridad de amos patriarcales, ya que los re­
baño? pertenecen, por lo general a un solo señor, al que prestan servicio
sus cotribales, o dueños da rebaños anteriormente independientes y
luego venidos a menos. E l modo pastoril de vida se caracteriza, prefe­
rente, aunque no exclusivamente, por las grandes transmigraciones
de los pueblos, tanto en el. norte del Viejo Mundo, como asimismo
en el Africa m eridional; por el contrario, la historia de América cono­
ce solamente incursiones especiales de las tribus salvajes dedicadas a
la caza, a los trigales -—para ellos atrayentes— de los pueblos cultos.
Pueblos enteros, al abandonar sus anteriores lugares de residencia,
pudieron realizar grandes y prolongadas marchas solamente acompaña­
dos de sus rebaños, que les suministraron en el camino, el necesario ali­
mento. Además la ganadería de llanura, de por sí, impulsa a cambiar
de pastizales. En cambio, con el modo sedentario de vida y la agricul­
tura aparece de inmediato la tendencia a utilizar el trabajo de escla­
v o s... La esclavitud, tarde o temprano, desemboca en la tiranía, por
cuanto el que posea el mayor número de esclavos puede, con su ayuda,
-someter a los más débiles a su arbitrariedad... La división en hombres
libres y esclavos es el. principio de la división de la sociedad en
castas” 233.
Peschel formula muchas consideraciones de este género. Algunas
de ellas son completamente justas y muy aleccionadoras; las otras “ se
prestan a ser discutidas” , no solamente para el señor Mijailovski.
Pero, lo que nos importa aquí, no son los pormenores, sino la orientación
general del pensamiento de Peschel. T este pensamiento general coin­
cide plenamente con lo que ya hemos hecho notar de lo dicho por el
señor Kovalevsld: es en los modos de producción, en el estado d-e las
fuerzas productivas, donde busca la explicación de la historia del de­
recho y hasta la d'e toda la, estructura social.
Y ello, es, precisamente, lo que hace mucho tiempo ya y de modo
perseverante Marx había aconsejado hacer a los hombres de la ciencia
social. Y en ello también radica, en medida considerable aún cuando
no plenamente (el lector verá después el por qué decimos no plena­
mente), el sentido del afamado prólogo a “ Zur K ritik der politischen
Oelconomie” 234? que no ha tenido suerte entre nosotros en Rusia, y
que tan terrible y tan extrañamente mal, ha sido comprendido por
la mayoría de los escritores rusos que lo leyeron en el original o en los
extractos.
“ En la producción social de su vicia, los hombres contraen de­
terminadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, re­
laciones de producción, que corresponden a una determinada fase de
desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. E l conjunto de estas
relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad,
la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y
política ’’ 235.
Hegel, refiriéndose a Schelling, dice que los postulados funda­
mentales del sistema de este filósofo, siguen siendo no desarrollados,
US G. PLEJANOV

y el espíritu absoluto aparece, inesperadamente, como un disparo de


pistola (wie aus der Pistóle, geschossen). Cuando el intelectual ruso
medio oye que, según Marx, “ todo se reduce a la base económica” (ac­
tualmente se dice simple: a lo económico), se desconcierta como si le
hubiesen disparado, inesperadamente, una pistola al lado del oído:
“ sí, y ¿por qué, pues, a la económicoV \ pregunta, lleno de melancolía
y perplejidad. “ Sobran las palabras, importante es también lo eco­
nómico (sobre todo para los campesinos pobres). Pero no menos im­
portante es también lo intelectual (sobre todo para nosotros, para la
intelectualidad)” . Lo que acabamos de exponer ha mostrado al lector,
y así lo esperamos, que la turbación del intelectual medio ruso es de­
bida, en este caso, sólo a que el intelectual se había despreocupado un
tanto siempre por lo intelectual, lo “ especialmente importante” para
él. Cuando Marx dijo que “ la anatomía de la sociedad civil hay que
buscarla en su economía” , no tuvo la intención, ni mucho menos, de
confundir al mundo científico con síibitos disparos: sólo dio una res­
puesta directa y exacta a los “ malditos problemas” , que, a lo largo
de iodo un siglo, habían atormentado a las cabezas pensadoras.
Los materialistas franceses, al desarrollar, consecuentemente, sus
criterios sensualistas, llegaron a la conclusión de que el hombre, con
todos sus pensamientos, sentimientos y aspiraciones, constituye el
producto de su medio ambiente social circundante. Para avanzar en
la aplicación de la concepción materialista a la doctrina relativa al
hombre, hubo que resolver el problema acerca de qué es lo que con­
diciona la estructuración del medio ambiente social y cuáles son las
leyes que rigen su desarroll-o. Los materialistas franceses no supieron
contestar a este interrogante, viéndose obligados, así, a cambiar de
posición, retornando al viejo criterio idealista, que tan enérgicamente
habían condenado: dijeron que el medio ambiente es creado por la
“ opinión” de los hombres. Los historiadores franceses de la época de
la Restauración, no- satisfechos de esta respuesta superficial, se dieron
a la tarea de hacer un análisis del medio ambiente social. Resultado de
su análisis fue la conclusión, extraordinariamente importante para la
ciencia, de que las constituciones políticas afincaban en las relaciones
sociales, y que estas últimas estaban determinadas por el estado de
la propiedad, A la vez que esta conclusión, se planteó ante la ciencia
un nuevo problema, el cual al no ser solucionado no pudo seguir
avanzado: ide qué depende, p%tes, el estado de la propiedadf La so­
lución de este problema resultaba estar por encima de las fuerzas de
los historiadores franceses de la época de la Restauración, viéndose
obligados éstos a desembarazarse de dicha solución con consideracio­
nes —que nada explican— acerca de las peculiaridades de la natu­
raleza humana. IjOs grandes idealistas de Alemania —Schelling y
Hegel— que vivían y actuaban simultáneamente con los historiadores
franceses antes mencionados, comprendieron perfectamente lo insatis­
factorio del criterio de la naturaleza humana. Hegel lo ridiculizaba
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 119

sarcásticamente. Comprendían que la clave para explicar el movi­


miento histórico había que buscarlo al margen de la naturaleza del
hombre. Ello fue un gran mérito de parte de ellos, pero, para que
este mérito fuera plenamente fértil para la ciencia, hubo que mostrar
en dónde, precisamente, cabe buscar esta clave. Ellos la buscaban
en las peculiaridades del espíritu, en las leyes lógicas que rigen él
desarrollo de la idea absoluta. Este fue el error básico de los grandes
idealistas, que les ha hecho retornar, por vía lateral, al criterio de la
naturaleza humana, puesto que la idea absoluta —como ya lo vimos—
no es sino la encarnación de nuestro proceso lógico de raciocinar. El
genial descubrimiento de Marx repara este error fundamental del
idealismo, asestándole, así, un golpe m ortal: el estado de la propiedad,
y. con él también, todas las peculiaridades del medio ambiente social
(en el capítulo relativo a la filosofía idealista vimos que también Hegel
se veía obligado a reconocer el valor decisivo del “ estado de la pro­
piedad5’) están determinados, no por las peculiaridades del espíritu
absoluto, ni por el carácter de 1.a naturaleza humana, sino por las re­
laciones recíprocas que los hombres, por necesidad, contraen entre
sí “ en el proceso social de producción de su vida” , esto es, en su
lucha por la existencia. Marx frecuentemente, fue comparado con
Darwin, —comparación que les hace reír a los señores Mijailovski,
Kareiev y sus consortes. Más adelante diremos en qué sentido hay
que entender esta comparación, aun cuando, probablemente, también
sin nuestra ayuda, lo están viendo ya muchos lectores. Ahora, pues,
nos permitimos, y no para hacer montar en cólera a nuestros pensa­
dores subjetivos, hacer otra comparación.
Antes de Copérnico, la astronomía enseñaba que la Tierra es un
centro inmóvil, en torno del eual giran el Sol y los demás astros
celestiales. Con ayuda de este criterio fue imposible explicar numero­
sísimos fenómeno;; de la mecánica celestial. El genial polaco abordó el
problema de su explicación desde un costado totalmente opuesto:
presuponía que no era el Sol que giraba en torno de la Tierra, sino,
todo lo contrario, la Tierra giraba en torno del Sol, y el criterio justo
fue hallado, y muchas cosas se aclararon y que antes estaban oscuras.
Antes de Marx, los hombres de la ciencia social tomaban como punto
de arranque, el concepto de la naturaleza humana; merced a ello que­
daban sin resolverse importantísimos problemas de la evolución hu­
mana. La doctrina de Marx imprimió a esta cuestión un giro comple­
tamente distinto: -m ientras que él hombre, para mantener su existencia
—dijo Marx— actúa sobre la- naturaleza, exterior transforma su propia
naturaleza 23e. Por consiguiente, la cuestión de la explicación del desa­
rrollo histórico hay que comenzarla desde el extremo opuesto: hay
que dilucidar la manera en que este proceso de la influencia produc­
tiva pobre la naturaleza exterior se está efectuando. Este descubrimien­
to, por su grandiosa importancia para la ciencia, puede situarse,
audazmente, al lado del descubrimiento de Copérnico y, en general,
de los más' grandiosos y más fértiles descubrimientos científicos.
Hablando con propiedad de Marx, la ciencia social estuvo muchí­
120 G. PLEJANOV

simo más carente de una base sólida, que la astronomía antes de


Copérnico. Los franceses calificaban y siguen calificando todas las'
ciencias que tratan de ía sociedad humana, sciences morales et politi-
gues 237, a diferencia de las “ sciences”, “ ciencias”, en el propio sentido
de esta palabra, a las que se reconocía y se sigue reconociendo como las
únicas ciencias exactas. Y hay que reconocer que antes de Marx, la cien­
cia social no fue. ni pudo ser, una ciencia exacta. Mientras que los cientí­
ficos apelaban a Ja naturaleza humana como a una instancia suprema,
por necesidad tuvieron que explicar las relaciones sociales de los hombres
por las concepciones de éstos, por la actividad consciente de éstos; pero
esta última es una actividad del hombre que, necesariamente se le tiene
que representar como una actividad Ubre. Pero, esta última excluye el
concepto ele necesidad, o sea 1a vigencia de leyes, y ésta es una base
necesaria para toda explicación científica de los fenómenos. La re­
presentación acerca de la libertad había borrado la imagen del
concepto de la necesidad, impidiendo, así. el desarrollo de la ciencia.
Esta aberración se puede, hasta hoy día, observarla con asom­
bro en las obras “ sociológicas” de los escritores “ subjetivos” rusos.
Pero nosotros ya lo sabemos: la libertad debe ser una necesidad.
Al oscurecer el concepto de la necesidad, la idea misma acerca de
la libertad se ha vuelto extremadamente sombría y muy poco conso­
ladora. La necesidad, expulsada por la puerta, entró volando por
la ventana; los investigadores, tomando como punto de arranque la
idea de la libertad, tropezaban a cada instante con la necesidad, lle­
gando. al fin y a la postre, a reconocer tristemente su acción fatal,
ineludible, irreductible. Veían además, para su mayor horror que la
libertad resultaba ser una vasalla, perpetua desamparada y des­
corazonada, un juguete impotente en manos de la necesidad ciega.
Y es verdaderamente conmovedor el desaliento que, de vez en cuando,
embargaba a los cerebros idealistas, más serenos y más nobles. “ Ya
son varios los días en que a cada instante tomo la pluma —dice G.
Büchner— y no puedo escribir ni una sola palabra. He estudiado la
historia de la revolución. Me he sentido como aplastado por el horro­
roso fatalismo de la historia. Veo en la naturaleza humana una repug­
nante mediocridad, en las relaciones humanas; en cambio, una fuerza
invencible, que pertenece a todos, en general, y a nadie, en particular.
La personalidad individual no es más que una espuma sobre la super­
ficie de una ola, la grandeza, sólo un accidente, el poder clel genio,
tan sólo una comedia de títeres, una ridicula tendencia de pelear
contra la ley férrea, que, en el mejor de los casos, puede llegar a
conocerse, pero a la que es imposible someter a nuestra voluntad” 238.
Puede decirse que tan sólo para conjurar los accesos de esta clase
de desesperación, dicho sea de paso, plenamente legítima, vale la pena
abandonar, aunque no sea más que por un tiempo, el viejo criterio y ha­
cer la tentativa de liberar a la libertad, recurriendo a esta misma necesi­
dad que se está burlando de ella; cabría revisar otra vez el problema,
promovido ya por los idealistas-dialécticos, acerca de que si la libertad
no se deriva de la necesidad, o si esta última no constituye la única
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 121

base sólida, la única garantía segura, la condición ineludible de la


libertad humana.
Vamos a ver en qué ba desembocado idéntica tentativa, hecha por
Marx. Pero vamos a tratar, previamente, de aclararnos el criterio his­
tórico de éste, de modo que ya no quede lugar para ningún malenten­
dido con respecto a él.
Sobre el suelo de un estado dado de las fuerzas productivas se
van formando determinadas relaciones de producción, que reciben su
expresión ideal en los conceptos jurídicos de los hombres y en más
o menos “ reglas abstractas” , en hábitos no escritos y en leyes escritas.
Ya no tenemos necesidad de demostrarlo; esto, como hemos visto, lo
está probando, por nosotros, la ciencia contemporánea del derecho (que
recuerde el lector lo que al respecto, dice el señor Kovaleviski). Pero
no nos hará mal fijarnos en esta cuestión, desde otro costado, precisa­
mente desde el siguiente. Una vez que nos hemos dilucidado la manera
en qu« los conceptos jurídicos de los hombres son creados por sus
relaciones de producción, ya no nos asombrarán las siguientes palabras
de Marx: “ No es la conciencia de los hombres la que determina su
ser (o sea, la forma de su existencia social), sino por el contrario, el
ser social es lo que determina su conciencia” . Ahora ya sabemos, que,
cuando menos, en lo que hace a una zona de la conciencia, esto es
efectivamente así y por qué lo es. Sólo nos resta por resolver si siempre
es así, y ¿por qué lo es siempre así? Por ahora vamos a seguir con los
mismos conceptos jurídicos.
“ Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas
productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de
producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica
de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han
desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas produc­
tivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre asi una
época de revolución social” .
La propiedad social sobre los bienes muebles e inmuebles aparece
debido a que es conveniente, más aún, necesaria, para el proceso de
la producción primitiva. Ella apuntala la existencia de la sociedad
primitiva, facilita el ulterior desenvolvimiento de sus fuerzas produc­
tivas, y los hombres la defienden, la consideran algo natural y nece­
sario. Pero, he aquí que, merced a estas relaciones de propiedad y
dentro de ellas, las fuerzas productivas llegaron a desarrollarse a tal
punto que se ha abierto un campo más vasto para el empleo de los
esfuerzos individuales. Ahora, la propiedad social se vuelve, en algunos
casos perjudicial para la sociedad, ella traba el ulterior desenvolvi­
miento de sus fuerzas productivas, motivo por el cual, cede el lugar
a la apropiación personal: en las instituciones jurídicas de la sociedad
se efectúa un viraje más o menos rápido. Este viraje va concomitado,
necesariamente, de igual viraje en los conceptos jurídicos de los hom­
bres: éstos, que antes creían que sólo es buena la propieclad social,
comienzan a creer ahora que, en algunos casos, es mejor la posesión
122 G. PLEJAONV

unipersonal. Además, no es así, nos estamos expresando de un modo


no exacto, estamos presentando como dos procesos separados lo que
es completamente indivisible, lo que sólo constituyen las dos caras de
uno y el mismo, proceso: a consecuencia del desarrollo de las fuerzas
productivas tuvieron que cambiar las relaciones prácticas de los
hombres en la producción, y estas nuevas relaciones prácticas, hallaron
su expresión en los nuevos conceptos jurídicos.
E l señor Kareiev nos asevera que, en su aplicación a la historia,
el materialismo es tan unilateral como el idealismo. Tanto el uno como
el otro, a su juicio, sólo representan “ elementos” en la evolución de
la verdad científica completa. “ Tras de la primera y la segunda
fases habrá de llegar una tercera: la unilateralidad de la tesis y, de
la antítesis hallarán su reconciliación en una síntesis, como expresión
¿e la verdad completa” 240. Esta será una síntesis muy interesante,
“ ¿En qué habrá de residir esta síntesis? —añade el señor profesor—.
Por ahora no me pondré a hablar de ésto” . ¡Qué lástima! Por suerte,
n u estro “ historiósofo” no observa tan rigurosamente la promesa de
silencio que él mismo se había impuesto. De inmediato da a entender
en qué habrá de radicar y de dónde habrá de brotar esta verdad
científica completa, que, con el tiempo, habrá de ser comprendida,
finalmente, por toda la humanidad culta, y que por ahora la conoce
solamente el señor Kareiev. Esta verdad habrá de brotar de las
siguientes consideraciones: ‘ ‘ Cada personalidad humana, integrada
por un cuerpo y un alma, lleva una vida doble, física y síquica, no
apareciendo ante nosotros, ni exclusivamente como carne, con sus ne­
cesidades materiales, ni exclusivamente como espíritu, con sus necesi­
dades intelectuales y morales. Y, tanto el cuerpo como el alma del
hombre tienen sus necesidades, que buscan satisfacción y que sitúan
a la personalidad individual en diversas relaciones con respecto al
mundo exterior, esto es, con respecto a la naturaleza y los demás
hombres, o sea, con respecto a la sociedad, y estas relaciones las hay
de dos clases ’ ’
Que el hombre está integrado por cuerpo y alma es una
“ síntesis” correcta, aunque no ya tan nueva que digamos. Si el señor
profesor conoce la historia de la filosofía más reciente, debe pues saber
que con ella, con esta misma síntesis, dicha historia se venía rompiendo
los dientes a lo largo de siglos enteros, sin estar en condiciones de arre­
glárselas como es debido, Y si se figura que esta “ síntesis” habrá de
descubrirle “ la esencia del proceso histórico” , el propio señor V. V.
habrá de concordar en que con su “ profesor” está sucediendo algo
feo, y que no es el señor Kareiev el destinado a ser el Spinoza de la
“ historiosofía” .
Con la evolución de las fuerzas productivas, conducentes al cam­
bio de las relaciones recíprocas de los hombres en el proceso social de
la predilección, cambian todas las relaciones de propiedad. Pues, ya
Guizot nos habían dicho que en las relaciones de propiedad tienen
sus raíces las constituciones políticas. Ello está plenamente corrobo-
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 123

ráelo por la ciencia más moderna. La asociación consanguínea cede el


lugar a la asociación territorial, precisamente como resultado de los
cambios operados en las relaciones de propiedad. Las asociaciones
territoriales más o menos grandes se fusionan en organismos, llamados
Estado?, ima vez más. como resultado de los cambios ya operados en
las relaciones de propiedad o a consecuencia de las nuevas necesidades
del proceso social de producción. Ello está excelentemente dilucidado,
por ejemplo, en relación a los grandes Estados del O riente2ft2. No
menos esclarecido lo es en relación a los Estados antiguos243. Y, en
general, no es difícil mostrarlo en relación a todo Estado dado, de
cuyo origen tengamos suficiente información. Además, lo que se debe
hacer es no ceñir, premeditadamente o no, el criterio de Marx.
Queremos decir lo que signe.
El estado dado de las fuerzas productivas condiciona las relacio­
nes internas de una sociedad dada. Pero este mismo estado, pues, con­
diciona también sus relaciones exteriores con otras sociedades. Sobre
el suelo de estas relaciones exteriores brotan en la sociedad nuevas
necesidades, para cuya satisfacción se crean nuevas órganos. Con un
criterio superficial respecto a esta materia, las relaciones mutuas de
las diversas sociedades aparecen como una serie de acciones “ políticas’’
que no tienen ninguna relación directa con la economía. En realidad,
ía base de las relaciones entre las sociedades la forma, precisamente,
la economía. la cual determina, tanto los motivos efectivos (y no
solamente externos) para las relaciones intertribales e internacionales,
como también sus resultados, A cada fase del desarrollo de las fuerzas
productivas corresponde su sistema de armamento, su táctica militar,
&u diplomacia, su derecho internacional. Se puede señalar, por su­
puesta, muchos casos en que los conflictos internacionales no tienen
ninguna relación directa con la economía. Y a ninguno de los parti­
darios de Marx se le ocurrirá refutar la existencia de tales casos. Sólo
dirán: no se detengan en la superficie de los fenómenos, adéntrense
más profundamente, pregúntense, ¿cuál es el suelo del que brotó un
derecho internacional dado? ¿Qué es lo que ha creado la posibilidad
del género dado de colisiones internacionales?, y entonces llegarán,
al fin y al cabo, a la economía. Ciertamente, el análisis de los casos
aislados se ve dificultado debido a que en la lucha, no raras veces,
entran sociedades que habían atravesado por fases desiguales de evo­
lución económica.
Pero a esta altura nos interrumpe el coro de los adversarios
perspicaces. “ Bien —vociferan—, admitamos que las relaciones po­
líticas tienen sus raíces en las económicas, Pero una vez presentes las
relaciones políticas —no importa su procedencia—, influyen, a su vez,
sobre la economía. Por consiguiente, aquí existe una interrelación y
nada más que nna interrelación” .
Esta objeción no la hemos inventado nosotros. Hasta qué punto
ella es. apreciada por los adversarios del “ materialismo económico”
nos lo muestra el siguiente “ suceso auténtico” .
124 G. PLEJANOV

Marx, en “ E l C apital” cita hechos que muestran cómo la aris­


tocracia inglesa se había aprovechado de su poder político para hacer
sus negocios lucrativos con la propiedad agraria. E l doctor Paul
Barth. autor de un “ ensayo crítico” , intitulado “ Die Ges chichi sep hilo-
sophie Jlegel’s uncí cler EegeManer” , echó mano de ésto para repro­
charle a Marx una contradicción 2Í4: ustedes mismos, parece, reconocen
que aquí existe una interacción; y, para probar que la interacción
existe efectivamente, nuestro doctor invoca el libro de Sternegg, es­
critor que ha hecho mucho para la investigación de la historia econó­
mica de Alemania. El señor Kareiev piensa que “ las páginas que
Barth dedica en su libro a la crítica del manterialismo económico,
pueden ser señaladas como modelo de cómo corresponde resolver el
problema relativo al papel del factor económico en la historia” . De
por sí se entiende que 110 desaprovechó la ocasión para señalar a los
lectores la objeción formulada por B arth y la deposición autorizada
de Inama-Sternegg, “ que hasta formula el postulado general de que
la interacción entre la política y la economía constituye el rasgo fun­
damental de desarrollo de todos los Estados y naciones” . Ilay que
orientai'se, aunque sea un poco, en este embrollo.
En primer término, «qué es, propiamente, lo que dice Inama-
Sterncgg? Con motivo del período carolingio de la historia económica
de Alemania, hace la siguiente acotación: “ La interacción entre la
político, y la economía, que constituye el rasgo fundamental de desa­
rrollo de todos los Estados y naciones, se puede observar aquí del
modo más rig-uroso. El papel político, que le ha tocado en suerte a
una nación dada, ejerce una influencia decisiva sobre el ulterior de­
sarrollo de sus fuerzas, sobre la conformación y elaboración de sus
instituciones sociales; exactamente igual la fuerza interna inherente
a una nación, y las leyes naturales de su desarrollo determinan la
medida y el género de su actividad política. Completamente así, el
sistema político de los Carolingios no ha influido en menor grado
sobre el régimen social, sobre las relaciones económicas^ en las que
el pueblo vivía en esa época; que las fuerzas espontáneas del pueblo,
su vida económica, influyó sobre la orientación de ese sistema político,
habiéndola impreso un sello original” 245. Esto es todo. Es poco, pero
este poco se considera suficiente para impugnar a Marx.
Recordemos ahora lo que Marx dice acerca de la relación existente
entre la economía, por un lado, y el derecho y la política, por el otro.
“ Las instituciones jurídicas y políticas se forman sobre el suelo
de las relaciones prácticas que los hombres contraen entre sí en el
proceso social de la producción. Hasta cierto tiempo, estas institucio­
nes favorecen el ulterior desarrollo de las fuerzas productivas de la
nación, el florecimiento de su vida económica” . Elstas son las palabras
exactas de Marx, y nosotros preguntamos al primer hombre concien­
zudo de la calle, ¿estas palabras vde Marx importan la negación del
valor que las relaciones políticas tienen en el desarrollo de la economía
y tienen razón los hombres que impugnan a Marx al recordarle la im-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 125

portaneia de este valor? ¿No es cierto que Marx no revela ni huella


de tal negación, y que los hombres mencionados igualmente no lo
impugnan para nada? Hasta tal punto, ciertamente, es menester con­
siderar la cuestión, pero no acerca de que si impugnan a Marx, sino
acerca de ¿cuál es el motivo de que lo hayan comprendido tan mal?
Nosotros, a este interrogante, sólo podemos responder con el proverbio
francés: la plus b'-elle filie du monde ne peut donner que ce qu’dle
a -'iG. Los críticos de Marx no pueden superar la capacidad de com­
prensión que la generosa naturaleza se ha dignado en concederles "4T.
•Entre la política y la economía existe una interrelación. Ello es
tan indudable como indudable es que el señor Kareiev no entiende a
Marx. Pero, la existencia de esta interrelación, ¿nos veda, acaso,
seguir avanzando en el análisis de la vida social.? No; pensar así,
equivale casi lo mismo que imaginar que, supuestamente, la incom­
prensión revelada por el señor Kareiev, nos puede impedir a nosotros
llegar hasta conceptos ‘ ‘historiosóficos’ ’ correctos.
Las instituciones políticas influyen sobre la vida económica.
Ellas, o favorecen el desarrollo de esta vida, o la traban. E l caso
primero, no es asombroso, en absoluto, desde el ángulo de miras de
Marx, puesto que un sistema político dado se crea, precisamente, para
favorecer el ulterior desarrollo de las fuerzas productivas (si se crea
consciente o inconscientemente, no es, en el caso dado, terminante­
mente igual). El caso segundo, no contradice, en absoluto, este punto
de vista, ya que la experiencia histórica está mostrando que, una
vez que un sistema político dado deja de corresponder ai estado de las
fuerzas productivas, una vez que dicho sistema se convierte en un
estorbo para su ulterior desarrollo, comienza a entrar en la decadencia
y, finalmente, es eliminado. Y no sólo que este caso no contradice la
doctrina de Marx, sino que lo confirma del mejor modo, por cuanto
está mostrando, precisamente, el sentido en el que la economía impera
sobre la política, y la manera en la que el desarrollo de las fuerzas
productivas es avanzada en el desarrollo político de una nación.
La evolución económica acarrea las revoluciones jurídicas. Esto
no lo puede comprender tan fácilmente un metafísica, que, aun
cuando vocifera acerca de 3a interacción, está .habituado a examinar
los fenómenos uno tras del otro, uno, independientemente del otro.
Por el contrario, sin esfuerzo alguno lo comprenderá, un hombre
sea nada más que un poco capacitado para raciocinar dialécticamente.
Tal hombre sabe que los cambios cuantitativos} acumulándose paula­
tinamente, conducen, por último, a los cambios cualitativos, y que
estos cambios de cualidad representan momentos de saltos, de solucio­
nes, de continuidad.
A esta altura, nuestros adversarios ya no se pueden contener y
pronuncian su “ dicho y hecho” 2’í8: pues, así es como había discurrido
Hegel, gritan. A sí es como procede toda la naturaleza, contestamos
nosotros. - 1•'
“ Del dicho al hecho hay mucho trecho” . Este refrán, aplicado
a la historia, puede expresarse así: el hablar es muy sencillo, pero el
126 G. PLEJANOV

hacer se vuelve extremadamente complejo. Pues es muy fácil decir: el


desarrollo de las fuerzas productivas ¡lleva aparejadas revoluciones
en las instituciones jurídicas! Estas revoluciones representan procesos
compiejos, en el curso de los cuales los intereses de los diversos miem­
bros de la sociedad se vienen agrupando del modo más antojadizo.
A unos, les conviene sostener las viejas normas, y las defienden con
todos lo? recurso? a su alcance. Para otros, las viejas normas ya se han
vuelto nocivas y odiosas, y las atacan también con toda la fuerza de
que disponen. Y esto aún no es todo. Los intereses de los innovadores
también están lejos de ser siempre iguales: a unos les parece más
importante unas reformas, a otros, otras. Las disputas se presentan
en el propio campo de los reformadores, y la lucha se viene compli­
cando. Y, aun cuando, según la justa observación del señor Kareiev, el
hombre está integrado por cuerpo y alma, la lucha por los intereses,
más indudablemente, materiales, plantea, por necesidad, ante los
bandos contendientes, un problema que sin duda alguna, es de tipo
espiritual: el problema relativo a la justicia. ¿Iíasta qué punto contra­
dice a ésta el viejo régimen ? ¿ Hasta qué punto están acordes con ella las
nuevas demandas? Estos interrogantes surgen, inevitablemente, en las
mentes de los lidiadores, aun cuando éstos no siempre denominaran a la
justicia simplemente justicia, sino que, con toda posibilidad, la per­
sonificarán en la forma de alguna, diosa cualquiera, símil humana y
hasta simii fiera. Así, pese a haberlos reprobado el señor Kareiev,. el
“ cuerpo” procrea al “ alm a” : la lucha económica suscita problemas
morales, y el “ alm a” , al examinarla más de cerca, resulta ser el “ cuer­
p o ” : la “ justicia” de los “ viejos creyentes”, no raras veces, resulta ser
el interés de los exploradores.
Esta misma gente, que, con ingeniosidad tan asombrosa, atribuye
a Marx la negación del valor de la política, aseveran que éste, su­
puestamente, tampoco había dado ninguna importancia a los concep­
tos morales, filosóficos, religiosos y estéticos de los hombres, habiendo
visto, por doquier y en todos lados únicamente “ lo económico” . Aquí
nos encontramos una vez más con una charla antinatural, según ex­
presión de fíchedrin. Marx no había negado el “ valor” de todos estos
conceptos, io único que había hecho es poner en claro su génesis.
“ ¿Qué es la electricidad? —Una dase especial de movimiento.
¿Qué es el calor? —Una clase especial de movimiento. ¿Qué es la luz —
Una clase especial de movimiento. ¡Ah, así lo tenemps! Ustedes, por
tanto, ¿no atribuyen ningún valor, ni a 3a luz, ni al calor, ni a la
electricidad? Ustedes tienen un solo movimiento; ¡qué unilateralidad,
qué estrechez de conceptos!” . Así es, precisamente estrechez, señores.
Han comprendido excelentemente el sentido de la teoría de la trans­
formación de la energía.
Toda fase dada desarrollo de las fuerzas productivas da naci­
miento necesariamente a una determinada agrupación de los hombres,
en el proceso social de la producción, esto es, determinadas relaciones de
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 127

producción, es decir, una determinada estructuración- de toda la socie-


dad. Y, una vez creada esta estructura, no es difícil comprender que su
carácter se refleja, en general, sobre toda la sicología de los hombres,
sobre sus hábitos, costumbres, sentimientos, concepciones, aspiraciones
e ideales. Los hábitos, las costumbre, las concepciones, las aspiraciones y
los ideales deben adaptarse al modo de vida de los hombres, a su manera
de procurarse el sustento (según expresión que emplea Peschel). La,
sicología de la sociedad se halla siempre en consonancia con relación
a su economía, la corresponde siempre, está siempre determinada por
ella. Aquí se repite el mismo fenómeno que ya los filósofos griegos
antiguos hablan observado en la naturaleza: la conformación va
triunfando, por la sencilla razón de que todo lo no conformado, por
su propio carácter, está condenado a perecer. E¡sta adaptación de su
sicología a su economía, a sus condiciones de vida, ¿es conveniente
para la sociedad en su lucha por la existencia? Sí, es muy conveniente,
ya que los hábitos y las concepciones que no corresponden a la econo­
mía, que contradicen las condiciones de existencia, se constituirían en
estorbo para la defensa de dicha existencia. Una sicología conformada
es tan útil para la sociedad, como útiles son para el organismo los
órganos que corresponden bien a su finalidad. Pero decir, que los
órganos de los animales han de corresponder a las condiciones de su
existencia, ¿equivale decir que dichos órganos carecen de valor para
el animal? Totalmente al contrario. Ello significa, reconocer su valor
sustancial, colosal. Solamente cerebros muy débiles pueden comprender
este asunto de otra manera. Pues lo mismo, precisamente lo mismo,
señores, está sucediendo también con la sicología. Marx, al reconocer
que la sicología se ajusta a la economía de la sociedad, ha reconocido,
con ello, su inmenso e insustituible valor.
lia diferencia que existe entre Marx, digamos y, el señor
Kareiev, se reduce a que este último, pese a su propensión a la “ sín­
tesis” , sigue, siendo un dualista de pura cepa. Según él, por un lado
está la economía, por el otro; la sicología; en un bolsillo, el alma, en
el otro, el cuerpo. Entre estas substancias existe una interacción,
pero cada una de ellas lleva su existencia independientemente, cuya
procedencia está cubierta por una nube de ignorancia 24°. El criterio
de Marx elimina este dualismo. Según él, la economía de la sociedad
y su sicología, no representan sino las dos caras del uno y el mismo
fenómeno de la “ producción de la vida” de los hombres, de su lucha
por la existencia, en la que se van agrupando de una ¡manera deter­
minada. merced al estado dado de las fuerzas productivas. La lucha
por la existencia crea su economía; sobre el suelo de ésta, pues, brota
también su sicología. La economía misma es algo derivado, igual que
la sicología. Y precisamente por eso cambia la economía de toda so­
ciedad que va progresando: el nuevo estado de las fuezas productivas
da origen a una nueva estructura económica, al igual que a una
nueva sicología, al nuevo “ espíritu de los tiempos” . Así se ve que
tan sólo empleando un lenguaje popular, se puede hablar de la eco­
nomía, como si ella fuese la causa primaria de todos los fenómenos
12S G. PLEJANOV

sociales. EJ3a dista mucho de ser una causa primaria, ella misma
es un efecto, una “ función’', de las fuerzas productivas.
Y ahora siguen los puntos prometidos en la acotación. “ Tanto el
cuerpo, como también el alma tienen sus propias necesidades que
buscan su satisfacción y que sitúan a la personalidad individual en
diversas relaciones con respecto al mundo exterior, esto es, con res­
pecto a la naturaleza y los demás hom bres... La actitud del hombre
ante la naturaleza, según las necesidades físicas y espirituales del
individuo, crea, por eso, por un lado, las artes de diverso género,
tendientes a asegurar la existencia material del individuo, por el otro
lado, toda la cultura intelectual y m o ral... ” 2G0. La actitud materia­
lista del hombre ante la naturaleza tiene sus raíces en las necesidades
del cuerpo, en las peculiaridades de la materia. Es en las necesidades
del cuerpo donde hay que buscar “ las causas de la caza de fieras, de
la ganadería, de la agricultura, de la industria transformativa, del
comercio y de las operaciones monetarias” . Esto, por supuesto, es
así, guiándonos por un sano razonamiento: pues, si no tuviéramos el
cuerpo, ¿qué necesidad hubiéramos tenido del ganado y de las fieras
del suelo y la maquinaria, del comercio y del oro? Pero, por el otro
lado, cabe también decir eso: ¿qué es un cuerpo sin alma? No más que
una materia, y ésta, pues, es una cosa muerta, pues ella misma no
puede crear nada, si a su vez, no estuviera integrada por alma y
cuerpo. Por lo tanto, la materia caza fieras, domestica ganado, cultiva
la tierra, negocia y sesiona en los Bancos, no por su propio intelecto,
sino por indicación del alma. Por consiguiente, es el alma donde hay
que buscar la causa última de la aparición de la actitud materialista
del hombre ante la naturaleza. Por consiguiente, también 'el almla
tiene una doble necesidad por lo tanto, también el alma está integrada
por alma y cuerpo, y ello viene a ser, aparentemente, una cosa muy
absurda. Pero esto no es todo. Sin querer nos asalta una “ duda” , y he
aquí el motivo. Según el señor ICareiev resulta que, sobre la base de
las necesidades corporales brota la actitud materialista del hombre
ante la naturaleza. ¿Es esto exacto? ¿Unicamente ante la naturaleza?
El señor Kareiev recuerda, posiblemente, cómo el abate Guibert ana-
temizó a las comunidades urbanas, que aspiraban a liberarse del yugo
feudal. Estas comunidades eran, según él, instituciones “ aborrecibles” ,
cuyo único fin de existencia estaba basado, en el desvío del justo cum­
plimiento de las obligaciones feudales. ¿Quién había sido el que ha­
blaba por boca del abate Guibet: el “ cuerpo” o el “ alm a” ? Si fue
el “ cuerpo” , entonces repetimos que, por consiguiente, el cuerpo tam ­
bién está integrado por “ cuerpo” y “ alm a” , y si fue el “ alm a” , quiere
decir, por lo tanto, que también ella está integrada por “ alm a” y
“ cuerpo” , puesto que había revelado, en el caso examinado, muy poco
de esta actitud desinteresada frente a los fenómenos, la que, según dice
el señor Kareiev, constituye la peculiaridad distintiva del “ alm a” .
¡Vaya uno a descifrar este galimatías! El señor Kareiev dirá, posible­
mente, que por boca del abate Guibert la que hablaba, fue, precisamente
el alma : pero lo hacía bajo la imposición del cuerpo, y que lo mismo
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 129

sucedió cuando se trataba de dedicarse a la caza de fieras, los Bancos,


etc. Pero, en primer término, para imponer, el cuerpo, una vez más,
debe estar integrado por cuerpo y alma, y, en segundo lugar, un ma­
terialista grosero puede acotar: pues, aquí está hablando el alma bajo
la imposición del cuerpo, por consiguiente, la circunstancia de que el
hombre esté integrado por alma y cuerpo, aún no constituye, igual­
mente, ninguna garantía: ¿ es posible que en toda la historia el alma no
hiciera más que hablar bajo la imposición del cuerpo? El señor Kareiev,
por supuesto, se escandalizará por esta presuposición y comenzará a
refutar al “ materialista grosero” . Nosotros creemos firmemente que
la victoria la obtendrá el distinguido profesor, pero, ¿es mucha la
ayuda que en esta lucha le ha de prestar la circunstancia indiscutible de
que el hombre está integrado per alma y cuerpo?
Pero, aun eso no es todavía todo. Hemos leído lo que dice el
señor Kareiev acerca de que, sobre la base de las necesidades espirituales
del individuo brotan ‘£la mitología y la religión. . . la literatura y las
artes” , y, en general, la_“ actitud teórica ante el mundo exterior (y
también ante sí mismo), ante los problemas del modo de vida y del
conocimiento” , igual como asimismo, una reproducción creadora de­
sinteresada de los fenómenos exteriores (y, además, también de sus pro­
pios pensamientos) ” . Nosotros hubiéramos dado fe a lo que dice el señor
Kareiev. P e ro ... tenemos a un conocido estudiante teenólogo, que se
dedica fervorosamente a la técnica, de la industria m anufacturera; en
cambio, no se nota en él ninguna actitud “ teórica” ante todo lo que
el profesor había enumerado. Y se nos ocurre presentar el siguiente
interrogante: ¿será posible que nuestro amigo esté integrado tan sólo
por el cuerpo únicamente? Bogamos al señor Kareiev nos resuelva
cuanto antes esta duda, tan atormentadora para nosotros y tan humi­
llante para el joven teenólogo, extraordinariamente talentoso y, posi­
blemente, ¡ hasta genial!
Si el razonamiento del señor Kareiev tiene algún sentido, sólo
puede ser. el siguiente: el hombre tiene necesidades de orden superior
e inferior, hay aspiraciones egoístas, hay sentimientos altruistas. Esta
verdad —la más irrebatible,— es, sin embargo, incapaz de formar el
fundamento de una “ historiosofía” . No va más allá de los razona­
mientos bizantinos, hace tiempo ya trillados : ella misma no es más que
un razonamiento de esta índole.
Mientras estábamos conversando con el señor Kareiev, nuestros
sagaces críticos han tenido tiempo de sorprendernos en contradiccio­
nes con nosotros mismos y, lo principal, con Marx. Habíamos dicho
que la economía no es la causa primera de todos los fenómenos sociales
y, al mismo tiempo afirmamos que la sicología de la sociedad se ajusta
a su economía, —primera contradicción. Decimos que la economía y
la sicología de la sociedad representan las dos caras de uno y el mismo
fenómeno, mientras, que el propio Marx dice que la economía es la
base real sobre la cual se erige la superestructura ideológica —segunda
contradicción, tanto más aflictiva para nosotros, por cuanto que aquí
130 o. pu sja n o y

discrepamos con el hombre, cuyas concepciones nos propusimos exponer.


Vamos a explicarnos.
Que el desarrollo de las fuerzas productivas sea la causa primera
del proceso histórico-soeial, eso lo decimos, palabra por palabra, con
Marx, de modo que aquí no hay ninguna contradicción. Por lo tanto,
si la hay de algún modo, tiene que estar únicamente en lo que se refiere
al problema de la relación de la economía de la sociedad, con su sicología.
Veamos, pues, si esta contradicción existe realmente.
Que haga memoria el lector de cómo nace la propiedad privada.
El desarrollo de las fuerzas productivas sitúa a los hombres en relaciones
de producción tales, que la posesión personal de algunos objetos revela
ser más conveniente para el proceso productivo. E n concordancia con
ello, cambian los conceptos jurídicos del hombre primitivo. La sicología
de la sociedad se acomoda a su economía. Sobre la base económica dada
se eleva de modo fatal su correspondiente superestructura ideológica.
Pero, por otra parte, cada nuevo paso en la evolución de las fuerzas
productivas, sitúa a los hombres, en su práctica cotidiana del modo de
vida, en nuevas actitudes mutuas, que no corresponden a las caducas
relaciones de producción. Estas nuevas actitudes sin precedentes se
reflejan, necesariamente, sobre la sicología de los hombres cambiándola
muy reciamente. ¿E n qué dirección? Unos miembros de la sociedad,
están defendiendo las viejas normas, son estos los hombres del maras­
mo. Otros, —a los que no les conviene el viejo régimen—, son parti-
diarios del movimiento progresivo; la sicología de éstos varía en la
dirección/le las relaciones de producción que habrán de sustituir, con
el tiempo, las viejas y caducas relaciones económicas. La adaptación de
la sicología a la economía, como pueden ver, prosigue. Pero una evo­
lución sicológica lenta antecede a la revolución económica251.
Una vez realizada esta revolución, se establece la plena consonan­
cia entre la sicología de la sociedad y su economía. Es entonces cuando
sobre la base de la nueva economía, se efectúa el pleno florecimiento de
la nueva sicología. En el curso de cierto tiempo, esta consonancia per­
manece incólume; incluso se va volviendo cada vez más y más sólida.
Pero, poco a poco, comienzan a manifestarse brotes de un nuevo descon­
cierto : la sicología de la clase avanzada, por los motivos señalados an­
teriormente, llega nuevamente a sobrevivir las viejas relaciones de
producción, sin haber dejado, por un instante, de acomodarse a la econo­
mía, y otra vez se va adaptando a las nuevas relaciones de producción,
las cuales constituyen el germen de la economía del futuro. Ahora bien,
¿esto no es igual a dos caras de uno y el mismo proceso?
Plasta ahora hemos venido ilustrando el pensamiento de Marx,
principalmente, con ejemplos tomados del terreno del derecho pa­
trimonial. Este derecho es, sin duda alguna, la misma ideología, pero
del orden primero, por así decirlo, del orden inferior. %Cómo habrá de
entender el criterio de Marx con respecto a la ideología del orden su­
perior : la ciencia, la filosofía, el arte, etc, ?
En la evolución de estas ideologías, la economía forma la. base,
en el sentido de que la sociedad ha de alcanzar cierto grado de bienes-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 131

íar, para poder destacar de su seno a cierto sector de hombres que han
de dedicar sus fuerzas, exclusivamente a las tareas científicas y otras
de la misma índole. Luego, el criterio, antes mencionado, de JPlatón
y de Plutarco, está mostrando que la orientación misma de la labor
intelectual en la sociedad, está determinada por sus relaciones de
producción. En lo que hace a las ciencias, ya Vico había dicho que
éstas brotan de las necesidades sociales. En cuanto a una ciencia, como
la Economía Política, ello es evidente para todos aún para quienes no
sepan más que un poco de su historia. El conde Pecchio hizo notar
justamente que la Economía Política, en particular, confirma la regla,
según la cual, la práctica siempre y por doquier antecede a la cien­
cia 252. Esto, por supuesto, se puede interpretar también, en un sentido
muy abstracto; se puede decir: “ bien, se entiende que la ciencia nece­
sita de la experiencia, y cuanto mayor es esta última, tanto más completa
es aquélla” . Pero no se trata de esto. Comparen los criterios econó­
micos de Aristóteles o de Jenofonte, con los de Adam Smith o de
Ricardo, y verán que entre la ciencia económica de la antigua Grecia,
por un lado, y la ciencia económica de la sociedad burguesa, por el
otro, no sólo existe una diferencia cuantitativa, sino también una
cualitativa una concepción completamente distinta, una actitud to­
talmente diferente ante la materia ¿Cómo se explica esta diferencia?
Se explica, simplemente por el cambio de los fenómenos mismos: las
relaciones de producción de la sociedad burguesa no se parecen a las
relaciones de producción antiguas. Las diversas relaciones existentes
en la producción crean diversos criterios en la ciencia. Más aún.
Comparen los criterios de Ricardo con los de cualquier Bastiat, y
verán que estos hombres consideran, de modo distinto, las relaciones
de producción, las cuales, por su carácter general, no habían cambiado
—son relaciones burguesas de producción. ¿A, qué se debe esto? Se debe
a que en la época de Ricardo, estas relaciones acababan de florecer,
apenas terminaban de consolidarse, mientras que en la época de
Bastiat, ya se encaminaban hacia la decadencia. Los diferentes estados
de las mismas relaciones de producción tuvieron que haberse refle­
jado en las concepciones de los hombres que las estaban defendiendo.
O tomemos la ciencia del Derecho Político. ¿Cómo y por qué se
había desarrollado la teoría de ese Derecho? “ La elaboración cien­
tífica del Derecho Político —dice el profesor Gumplovich— se inicia
tan sólo cuando las clases dominantes entran en un conflicto entre
sí, a raíz de la delimitación de las órbitas de autoridad de cada una.
A.sí, la primera gran lucha política que encontramos en la segunda
mitad del medioevo europeo, la lucha entre el Poder seglar y el cle­
rical, la lucha entre el Emperador y el Pontificio, imprime el primer
impulpo al desarrollo de la ciencia alemana del Derecho Político. El
segundo problema litigioso de tipo político, que había provocado una
bifurcación entre las clases dominantes y que imprimió un impulsó
a la elaboración publicística de la respectiva parte del Derecho Cons­
132 G. PLEJANOV

titucional, fue el problema relativo a la elección de los empe­


radores ’*253, etc.
¿Qué son las relaciones mutuas de las clases? Son, ante todo, las
relaciones, precisamente, que los hombres contraen entre sí en el
proceso social de la producción: las relaciones de producción. Estas
relaciones hallan su expresión en la organización política de la socie­
dad y en la lucha política de las diversas clases, y esta lucha sirve de
impulso para la generación y evolución de diferentes teorías políticas:
sobre la base económica se erige su correspondiente superestructura
ideológica.
Pero todas estas ideologías son, si no de primera categoría, en
todo caso, del orden más superior. ¿Cómo está el asunto en lo que se
refiere, por ejemplo, a la filosofía y al arte? Antes de responder a
esta pregunta, hemos de hacer cierta digresión.
Helvecio había tomado como punto de arranque el postulado de
que l'komme n ’est que sen$ibilité2U. Desde este ángulo de miras es
evidente que el hombre evitará las sensaciones desagradables y se
esforzará por experimentar las agradables. Este es un egoísmo natu­
ral e ineludible de la materia sensible, Pero* si ello es así, ¿de qué
modo se generan en el hombre la tendencias completamente desinte­
resadas: el amor a la verdad, el heroísmo? Esta fue la tarea que le
había tocado resolver a Helvecio. Pero no supo resolverla, y para
desembarazarse de las dificultades, tachó simplemente este mismo
equis, esta misma cantidad desconocida, a la que se había propuesto
definir. Comenzó a decir que no hay ningún científico que amase,
desinteresadamente, la verdad, que cada hombre ve en ella tan sólo el
camino a la gloria, y en ésta, el camino al dinero, y en éste, el medio de
obtener sensaciones físicas agradables, por ejemplo, para comprar ali­
mentos apetitosos o belles esclaves255. Ni que decir hasta qué punto
son fútiles esta clase de explicaciones. En ellas sólo se puso de mani­
fiesto la incapacidad —que hemos señalado anteriormente— del ma­
terialismo meta,físico francés para componérselas con los problemas de
la evolución.
Se achaca al padre del materialismo dialéctico contemporáneo una
concepción de la historia del pensamiento humano, como si no fuese
más que una repetición de los juicios metafísieos de Helvecio, La con­
cepción de Marx con respecto a la historia, por ejemplo, de la filosofía,
se suele entender a menudo aproximadamente así: si Kant se dedicó
a los problemas de la estética transcendental, si habló de las categorías
del entendimiento o de las antinomias de la razón, todo ello, para él,
no son más que frases: en realidad a Kant no le interesaban, en ab­
soluto, ni la estética, ni las antinomias, ni las categorías; lo que ne­
cesitaba era una sola cosa, suministrar a la clase a la cual pertenecía,
o sea, a la pequeña burguesía alemana, la mayor cantidad posible de
man jares apetitosos y de “ bellas, .cautivas” . Las categorías y anti­
nomias le parecían un buen medio para el fin que perseguía y las
comenzó a “ cultivar” .
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 133

Hace falta persuadirse de que ¡ ¿ estas son las fruslerías más con­
sumadas ?! Cuando Marx dice que una teoría dada corresponde a tal
o cual período del desarrollo económico de la sociedad; no quiere de­
cir con ello, en absoluto, que los pensadores, que representaban a la
clase gobernante de ese período, ajustaran, conscientemente, sus con­
cepciones, a los intereses de sus benefactores más o menos acaudalados,
más o menos generosos.
Impostores hubo, por supuesto, siempre y por doquier, pero no
fueron ellos los que hicieron avanzar la inteligencia humana. Y los que
verdaderamente lo hicieron, se preocuparon por la verdad, y no por
los intereses de los poderosos de este mundo'256.
“ Sobre las diversas formas de la propiedad, —dice Marx—, sobre
3as condiciones sociales de existencia, se levanta toda una superestruc­
tura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de
vida diversos y plasmados de un modo peculiar. La clase entera los
crea v los plasma, derivándolos de sus bases materiales y de las rela­
ciones sociales correspondientes” . E l proceso de generación de la su­
perestructura ideológica se opera de un modo imperceptible para los
hombres. Estos no consideran esta superestructura como un producto
pasajero de relaciones temporarias, sino como algo natural y obli­
gatorio, por su propia esencia. Los individuos sueltos, cuyos modos de
pensar y sentimientos se forman bajo el influjo de la educación y, en
genera), de las circunstancias circundantes, pueden estar colmados de
la actitud más sincera y completamente abnegada ante las opiniones
y formas de vida en comunidad que habían brotado, históricamente,
sobre la base de más o menos estrechos intereses de clase. Otro tanto
sucede también con partidos enteros. Los demócratas franceses de 1848
expresaban las aspiraciones de la pequeña burguesía. Esta última, como
es natural, tendía a defender sus intereses de clase. Pero, “ no vaya
nadie & formarse la idea limitada —dice Marx— de que la pequeña
burguesía quiere imponer, por principio, un interés egoísta de clase.
Ella cree, por el contrario, que las condiciones especiales de su eman­
cipación son las condiciones generales fuera de las cuales no puede ser
salvada la sociedad moderna y evitarse la lucha de clases. Tampoco
debe creerse que los representantes democráticos son todos tenderos
o gente que se entusiasma con ellos. Pueden estar a un mundo de
distancia de ellos, por su cultura y su situación individual. Lo que
los hace representantes de Ja pequeña burguesía es que no van más
allá, en cuanto a mentalidad, de donde van los pequeños burgueses en
sistema de v id a ; que por tanto, se ven teóricamente impulsados a los
mismos problemas y a las mismas soluciones que impulsan a aquéllas:
prácticamente, el interés material y la situaeión social. Tal es, en ge­
neral, la relación que existe entre los representantes políticos y
literarios de una clase y la clase por ellos representada” 257.
Esto lo dice Marx en su libro sobre el coup d ’état 258 de Napoleón
III 2515. En otra de sus obras, Marx, posiblemente nos aclara aún me­
jor la sicología dialéctica de las clases. En dicho libro se trata del papel
134 G. PLEJANOV

emancipador, que a veces le toca desempeñar a una determinada


clase.
“ Ninguna clase de la sociedad burguesa puede desempeñar este
papel sin provocar un momento de entusiasmo en sí y en la masa, mo­
mento durante el cual confraterniza y se funde con la sociedad en
general, se confunde con ella y es sentida y reconocida como su repre­
sentante general y en el que sus pretensiones y sus derechos son, en
verdad, los derechos y las pretensiones de la sociedad misma, en el
que esa clase es realmente la cabeza social y el corazón social. Sólo en
nombre de los derechos generales de la sociedad puede una clase espe­
cial reinvindicar para sí la dominación general. Y, para escalar esta
posición emancipadora y poder, por tanto, explotar políticamente a
todas las esferas de la sociedad en interés de la propia esfera, no bas­
tan por sí solos la energía revolucionaria y el amor propio espiritual.
Para que coincidan la revokición de un pueblo y la emancipación de
una clase especial de la sociedad burguesa, para que ivrva clase valga
por toda la sociedad, es necesario, por el contrario, que todos los de­
fectos de la sociedad se condensen en una clase, que una determinada
clase resuma en sí la repulsa general, o sea la incorporación del
obstáculo general; es necesario, para ello, que una determinada esfera
social sea considerada como el crimen notorio de toda la sociedad,
de tal modo que la liberación de esta esfera aparezca como la atitoli-
beraeión general. Para que un estado sea par excellmce el estado de
liberación, es necesario que otro estado sea el estado de sujeción por
antonomasia. La significación negativa general de la nobleza y la
clerecía francesas, condicionó la significación positiva general de la
clase primeramente delimitadora y contrapuesta de la burguesía” 260.
Tras de esta explicación preliminar ya no es difícil dilucidar
el criterio de Marx con respecto a las ideologías de orden superior,
por ejemplo, la filosofía y el arte. Pero, para mayor evidencia lo
cotejamos con el criterio de Taine:
“ Para comprender una obra artística dada, a un artista deter­
m inad^ a un cierto grupo de artistas, ;—dice este escritor—, hace
falta imaginarse con exactitud el estado general de las mentes y de
los hábitos de su época. Allí reside la última explicación; allí se halla
la cansa primera, la que determina todas las restantes. En efecto, si
seguimos observando las principales épocas de la historia del arte, en­
contraremos que las artes aparecen y desaparecen juntam ente con
ciertos estados de las mentes y los hábitos, a los cuales están vincu­
ladas. Por ejemplo, la tragedia griega —la tragedia de Esquilo, Sófo­
cles y Eurípides— aparece juntam ente con el triunfo de los griegos
sobre los persas, en la época heroica de las pequeñas ciudades repú­
blicas, en el momento del gran esfuerzo, merced al cual habían con­
quistado su independencia e implantado su hegemonía en el mundo
civilizado. Esta tragedia desaparece juntamente con esta independen­
cia y con esta energía, cuando la degeneración de los caracteres y la
conquista macedonia entregan Grecia al poder de los extranjeros.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 135

Exactamente igual, la arquitectura gótica se desarrolla juntamente con


la instauración definitiva del régimen, feudal, en la época del medio
renacimiento del siglo once, en la época cuando la sociedad, liberada
de las incursiones y bandidos normandos, se establece de un modo más
sólido; esta arquitectura desaparece en la época en que el régimen
militarista de los más o menos grandes barones se desintegra a fines
del siglo XV, juntamente con todos los hábitos que de él habían bro­
tado, a consecuencia de la penetración de las monarquías modernas.
Asimismo, la pintura holandesa florece en ese glorioso momento en
que Holanda, en virtud de su perseverancia y su valor, arroja defini­
tivamente al yugo español, lucha con éxito contra Inglaterra, se vuelve
el Estado más rico, más industrial y más floreciente de Europa; esta
pintora cae a principios del siglo X V III, cuando Holanda queda re­
ducida a un papel de segundo orden, después de haber cedido el pri­
mer papel a Inglaterra, y se convierte, simplemente, en un Banco, en
una casa comercial, mantenida en el mayor orden, pacifica y confor­
table, en la que el hombre puede llevar una vida tranquila de burgués
prudente, carente de proyectos ambiciosos, sin experimentar profundas
conmociones. Finalmente, de idéntica manera, la tragedia francesa
aparece en la época, en que la monarquía sólidamente establecida, bajo
el remado de Luis XV, implanta el imperio de la decencia, la vida
cortesana, el esplendor y la elegancia de una aristocracia domesticada,
y desaparece cuando la sociedad de la nobleza y las costumbres cor­
tesanas son derogadas por la revolución. . . Así como los naturalistas
estudian la tem peratura física, para comprender el brote de ésta o
de la otra planta, de la avena o del maíz, del pino o del aloe, así
hay que estudiar también la tem peratura moral, para explicar
la aparición de este u otro género del arte, de la escultura pagana, o la
pintura realista, de la arquitectura mística o la literatura clásica, de
la música voluptuosa o la poesía idealista. Las producciones del es­
píritu humano, igual que las producciones de la naturaleza viva, se
explican únicamente por su medio ambiente” 262.
Cualquier partidiario de Marx estará, incondicionalmente, de
acuerdo con lo que se acaba de exponer; sí, efectivamente, toda obra
artística, como cualquier sistema filosófico, se puede explicar por el
estado de las mentes y de los hábitos de una época dada. Pero, ¿cómo
se explica ese estado general de las mentes y las costumbres? Los par­
tidario;: de Marx creen que la explicación está en el régimen social,
en las peculiaridades del medio ambiente social. “ Todo cambio en la
situación de los hombres, produce un cambio en su siquis” 263, dice
el mismo Taine. Y, ello es justo. Sólo surge el interrogante, ¿qué es
lo que suscita los cambios en la situación del hombre social, esto es,
en el régimen social? Solamente en este problema, los “ materialistas
económicos” discrepan con Taine.
P ara Taine, la tarea de la historia, como ciencia, es, en resumidas
cuentas, úna ‘ tarea sicológica” . E l estado general de las mentes y
los hábitos crea, según él, no tan sólo los diversos géneros de arte,
136 G. PLEJANOV

de literatura y filosofía, sino también la industria de un pueblo dado,


y todas sus instituciones sociales. Esto quiere decir que el medio am­
biente social tiene su causa última en el “ estado de las mentes y las
costumbres” .
De este modo resulta que la siguis del hombre social está deter­
minada por su situación, y su situación está determinada por su
siquis. Esta es una antinomia que ya conocemos y con la cual, en modo
alguno, pudieron componérselas los enciclopedistas del siglo X V III.
Tampoco Taine la había resuelto. Bolo dio, en una serie de formidables
obra*, una multitud de brillantes ilustraciones de su primera propo-
sición-tésis: el estado de las mentes y de los hábitos está determinado
por el medio ambiente social.
Los coetáneos franceses de Taine, que habían impugnado su teoría
estética, situaron en primer plano una antitesis: las peculiaridades del
medio ambiente social están determinadas por el estado de las mentes
y de los hábitos 264, Esta clase de disputas pueden proseguirse hasta la
revelación cristiana, no sólo sin resolver esta fatal antinomia, sino sin
notar siquiera su existencia.
Solamente la teoría histórica de Marx resuelve esta antinomia,
llevan así, la disputa a un feliz término, o, cuando menos, ofrece la
posibilidad de resolverla felizmente a los hombres que tienen oídos y
quieren escuchar, y un cerebro para reflexionar.
Las peculiaridades del medio ambiente social están determinadas
por el estado de las fuerzas productivas, en cada época dada. Una
vez que está dado el estado de las fuerzas productivas, están dadas
también las peculiaridades del medio ambiente social, está dada la
sicología que le corresponde y, así mismo, está dada la interacción
entre el medio ambiente, por una parte, y las mentes y los hábitos,
por la otra. Brunetiere está completamente en lo justo cuando dice
que nosotros, no solamente nos adaptamos al medio ambiente, sino que
adaptamos a éste a nuestras necesidades. Preguntarán, ¿.de dónde pro­
ceden las necesidades que no corresponden a las peculiaridades del me­
dio ambiente que nos circunda? Ella son generadas en nosotros —y, al
decir esto, no nos referimos solamente a las necesidades materiales,
sino también a todas las llamadas necesidades espirituales de los hom­
bres—, por todo este mismo movimiento histórico, por todo este mismo
desarrollo de las fuerzas productivas, merced al cual, todo régimen so­
cial dado, tarde o temprano, se vuelve insatisfactorio, caduco aue re­
quiere ser reconstruido a fondo, y, tal vez, únicamente y sin rodeos ni
ambages, ser demolido. Antes ya hemos señalado con el ejemplo de las
instituciones jurídicas, la manera en que la sicología de los hombres
puede adelantarse a las formas dadas de su vida en comunidad.
Estamos persuadidos de que, tras de la lectura de estas líneas,
muchos lectores, incluso los que son benevolentes para con nosotros,
habrán recordado una multitud de ejemplos una inmensa cantidad
de fenómenos históricos que, al parecer, no pueden, en modo alguno,
ser explicados, desde nuestro ángulo de miras. Y estos lectores ya
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 137

están dispuestos a decirnos: “ Ustedes tienen razón, pero no del todo;


también tienen razón y tampoco del todo, los hombres que sustentan
criterios opuestos a los de ustedes; tanto ellos, como ustedes solamente
ven la verdad a medias Pero espere, lector, no busque la salvación
en el eclecticismo. sin haber asimilado todo lo que puede ofrecer la
interpretación monista contemporánea, o sea, materialista, de la
historia.
Hasta ahora, nuestros postulados han sido, por necesidad, muy
abstractos. Pero nosotros ya lo sabemos: la verdad abstracta no existe,
la verdad es siempre concreta. Tenemos, pues, que revestir nuestros
postulados de una forma concreta.
Puesto que casi toda sociedad se halla sujeta a la influencia de
sus vecinas, puede decirse que cada sociedad tiene, a su vez, cierto
medio ambiente social, histórico, que ejerce influencia sobre su
desarrollo, La suma de las influencias que cada sociedad dada sufre
de parte de sus vecinas, jamás puede ser igual a la de las mismas
influencias, experimentadas, al mismo tiempo, por otra sociedad. Por
eso. tod-a sociedad vive en su particular medio ambiente histórico, el
cuál puede ser —y a menudo lo es efectivamente— muy parecido al
medio ambiente histórico que circunda a las otras naciones, pero ja­
más puede ser ni nunca es idéntico a él. Ello introduce un elemento,
extraordinariamente vigoroso de desemejanza en el proceso del
desarrollo social, que, desde nuestro anterior punto de vista abstracto
aparecía esquemático al máximo.
Un ejemplo. La unión gentilicia es una forma de vida en comu­
nidad, propia de todas las sociedades humanas en una determinada
fase de su desarrollo. Pero la influencia del medio ambiente histórico
diversifica muy considerablemente los destinos de la gens entre las
diferentes tribus. Esta influencia dota a la gens misma de -este o u
otro, por así decirlo, carácter individual; retarda o acelera su de­
sintegración, diversifica, en especial, el proceso de esta desintegración.
La desemejanza, pues, en el proceso de desintegración de la gens con­
diciona la diversidad de las formas ele la vida en comunidad, a las
que el modo gentilicio de vida cede su lugar. Hasta ahora habíamos
dicho que el desarrollo de las fuerzas productivas lleva a la aparición
de la propiedad privada, a la desaparición del comunismo primitivo.
Ahora tenemos que decir que el carácter de la propiedad privada que
surge sobre los escombros del comunismo primitivo, se ve diversificado
por la influencia del medio ambiente histórico que circunda a cada
sociedad dada. “ Un estudio profundo de las formas de la propiedad
indivisa en el Asia y sobre todo en la India, mostraría cómo han
salido de ella diferentes formas de disolución. Así, por ejemplo, los di­
ferentes tipos de la propiedad privada en Roma y entre los germanos,
podrían derivarse de las diversas formas de la propiedad común
india” 2G5.
La influencia del medio ambiente histórico que circunda a una
sociedad dada, se manifiesta, por supuesto, también sobre el desarrollo
IBS G. PLEJANOV

de fsns ideologías. Estas influencias extranjeras, ¿debilitan, y —si lo


hacen— hasta qué medida debilitan la dependencia de este desarrollo
con respecto a la estructura económica de la sociedad?
Comparen la Eneida con la Odisea, o la tragedia clasica
francesa, con la tragedia clásica de los griegos. Comparen en la
tragedia rusa del siglo XV111, con la tragedia clásica francesa. Y ¿ qué
verán? La Eneida no es sino una imitación de la Odisea, la tragedia
clásica de los franceses no es sino una imitación de la tragedia griega; la
tragedia rusa del siglo X V III había sido creada, aun cuando por ma­
nos torpes, a imagen y semejanza de la francesa. Por doquier estamos
viendo imitación, pero el imitador se separa de su modelo, por toda
la distancia que existe entre la sociedad que le había dado vida a él,
al imitador, y la sociedad en la que había vivido el modelo. Y tomen
nota de que no estamos hablando de la mayor o menor perfección de
la aplicación técnica, sino de lo que constituye el alma de una obra ar­
tística. E l Aquiles de Racine, ¿a quién se parece?, ¿a un griego que
acababa, de salir del estado de barbarie, o a un marqués —ialon rouge—
del siglo X V II ? Acerca de los protagonistas de la Eneida, se ha hecho
notar que son romanos de la época de Augusto. E n lo que hace a los
personajes de las llamadas tragedias rusas del siglo X V III, ciertamente,
es difícil decir que nos describen a hombres rusos de esa época, pero su
propia torpeza es un testimonio del estado de la sociedad rusa. Nos
muestran su falta de madurez***.
Otro ejemplo. Locke había sido, sin duda alguna, el maestro de
la inmensa mayoría de los filósofos franceses del siglo X V III (Hel­
vecio lo había calificado como el más grande metafíisico de todos los
tiempos y de todas las naciones). Y, sin embargo, entre Locke, y sus
discípulos franceses, vemos precisamente la misma distancia que había
separado la sociedad inglesa de la época de la “ glorious revolution”,
y la sociedad francesa, tal como había sido unas décadas antes de la
“ great rebellion” del pueblo francés267.
Un tercer ejemplo. Los “ socialistas verdaderos” de Alemania de
la década del 40, habían importado sus ideas directamente desde
Francia. Y, sin embargo, a estas ideas, puede decirse, ya en la frontera
se les estampó el timbre de la sociedad en la cual estaban destinadas a
divulgarse.
Así. pues, la influencia que la literatura de un paÁs ejerce sobre
la de otro, es directamente proporcional a la semejanza que exista
entre las relaciones sociales de dichos países. Su efecto es nulo cuando
falta tal semejanza. Un ejemplo. Los negros del Africa, hasta ahora
no han experimentado ni la más mínima influencia de parte de las
literaturas europeas. Esta influencia es unilateral, cuando un pueblo,
por su atraso, no puede ofrecer nada al .otro, ni en el sentido de la
forma, ni en el del contenido. Ejem plo: la literatura francesa del
siglo pasado, al ejercer su influencia sobre la literatura rusa, no
había sufrido ni la más mínima influencia rusa. Por último, esta in­
fluencia es recíproca. cuando, a consecuencia de la similitud del modo de
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 139

vida, y, por lo tanto, también del desarrollo cultural, cada uno de los dos
países intercambiantes puede asimilar algo del otro. E-jemplo: la li­
teratura francesa, al influir a la inglesa, recibió, a su vez, la influencia
de ésta.
La literatura seudoclásica francesa 268, estaba, en su tiempo, muy
del gusto de la aristocracia inglesa. Pero los imitadores ingleses jamás
pudieron elevarse a la altura de sus modelos franceses. Ello es debido
a que, pese a todos sus esfuerzos, los aristócratas ingleses no han
podido trasplantar a su país las relaciones sociales que habían dado
lugar al florecimiento de la literatura seudoclásica francesa.
Los filósofos franceses admiraban la filosofía de Locke. Pero
ellos habían avanzado muchísimo más allá que su maestro. Ello es
debido a que la clase cuyos representantes ellos eran, en Francia había
avanzado ya muchísimo más en su lucha contra el antiguo régimen,
que la misma clase de la sociedad inglesa, cuyas aspiraciones hallaban
su expresión en la filosofía de Locke.
Cuando existe —como, por ejemplo, en Europa, durante la edad
moderna— todo un sistema entero de sociedades, que se influyen mu­
tuamente, de un modo extraordinariamente vigoroso, la evolución de
las ideologías en cada una de estas sociedades se complica tan pode­
rosamente, como se complica su desarrollo económico, bajo el influjo
del constante intercambio comercial con los demás países.
E n un caso así, es como si tuviéramos una sola literatura, común a
toda la humanidad civilizada. Pero, igual como la familia zoológica se
subdivide en especies, así esta literatura universal se gubdivide en
literaturas de los diversos pueblos.
(Cada corrientes literaria, cada idea filosófica adopta su matiz
particular, a veces casi un sentido nuevo, en cada uno de los diversos
países civilizados) 2Gí).
Cuando Hume llegó a Francia, los “ filósofos” franceses lo salu­
daron como a su correligionario. Pero, he aquí que una vez, almor­
zando en casa de Holbach, este indudable correligionario de los
filósofos franceses entabló una conversación acerca de una “ religión
n atu ra l” . “ En lo que atañe a los ateístas —dijo—, yo no admito su
existencia; yo jamás he conocido a ninguno” . “ Hasta ahora, no ha
tenido suerte —le replicó al autor de “ Sistema de la Naturaleza”'—,
Por primera vez, ve usted aquí, en la mesa, nada, menos que a dieci­
siete ateístas” , Este mismo Xííume ejercía una decisiva influencia
sobre Kant. al que había despertado, según lo reconocía éste último,
de su somnolencia dogmática. Pero la filosofía de Kant difiere conside­
rablemente de la de Hume. El mismo caudal de ideas conduce al ateísmo
militante de los materialistas franceses, a la indiferencia religiosa de
Hume, a la religión “ práctica” de Kant. La cuestión consiste en
que el problema religioso en Inglaterra de esa época, no desempeñaba
el mismo papel que en Francia, y en Francia, no el que desempeñaba
en Alemania. Y esta diferencia en la significación del problema reli­
gioso, estaba condicionada por el hecho de que, en cada uno de estos
140 G. PLEJANOV

países1, las fuerzas sociales no se hallaban en igual relación recíproca,


como en cada uno de los países restantes. Los elementos sociales,
iguales por su naturaleza. pero desiguales por el grado de desarrollo,
se conjugaban diversamente en los diferentes países europeos, dando por
resultado el que en cada uno de estos países se formara un muy
original “ estado de las mentes y de las costumbres*’, que hallaba su
expresión en la literatura nacional, en la filosofía, en el arte, etc.
De resultas de ello, ha sido posible el que una y la misma cuestión
conmocionara apasionadamente a los franceses y dejara indiferentes
a los ingleses, uno y el mismo argumento pudiera ser aceptado por
un alemán progresista con veneración, y por un francés progresista,
con fervoroso odio. ¿A qué debe la filosofía alemana- sus colosales
éxitos? A la realidad alemana, responde Hegel: los franceses jamás
han de ocuparse con la filosofía, la vida los impulsa a la esfera
práctica [zum Praktischen), en cambio, la realidad alemana es más
prudente, y los alemanes pueden, serenamente, perfeccionar la teoría
(beim Theoretischen stehen bleiben). En el fondo, esta aparente pru­
dencia de la realidad alemana se reducía a la timidez de la vida
social y política, que no dejaba a los alemanes cultos de ese entonces
otra alternativa que, o ponerse al servicio, como funcionarios, de la
“ realidad” poco atrayente (colocarse en lo “ práctico” ), o buscar
un consuelo en la teoría, concentrar en este terreno toda la fuerza de
la pasión, toda la energía del pensamiento. Si los países más avanzados,
que se habían retirado a lo “ práctico” , no hubiesen impulsado el pen­
samiento teórico de los alemanes hacia el avance, si no los hubiesen
despertado de su “ somnolencia dogmática” , jamás esta peculiaridad
negativa —la pusilanimidad de la vida social y política— hubiera re­
portado ese colosal resultado positivo, el brillante florecimiento de la
filosofía alemana.
E l “ Mef istóf eles ” de Goethe dice: “ V erm m ft ivirá Unsinn,
Woklihat-Plage” 270. En su aplicación a la historia de la filosofía
alemana, se puede casi osar formular la siguiente paradoja: el des­
propósito dio vida a la razón, la calamidad resiilto ser benéfica.
Pero, parece ser, que ya podemos poner término a esta parte
de nuestra exposición. Resumiremos lo dicho en esta parte.
La interacción existe en la vida internacional, al igual que en la
vida interna de las naciones; la interacción es completamente natural
y absolutamente ineludible, no por eso menos, ella de por sí? aun nada
explica. Para comprender la interacción, es menester dilucidarnos las
peculiaridades de las fuerzas interactuantes, pero esas peculiaridades no
pueden hallar su explicación última en el hecho de la interacción, por
más cambios que sufrieran a causa de ella. En el caso que nos interesa,
las cualidades de las fuerzas interaet liantes, las peculiaridades de los
organismos sociales mutuamente influyentes, se explican, en últimas
cuentas, por la causa que ya conocemos : por la estructura económica
de esos organismos, que está determinada por el estado de las fuerzas
productivas.
L íV CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 141

Ahora, la filosofía histórica que habíamos expuesto, ha adoptado


ya, así lo esperamos, un aspecto un tanto más concreto. Pero aún
sigue siendo abstracta, aún sigue estando distante de la “ vida viva” .
Tendremos que hacer un nuevo paso en la dirección hacia ésta última.
Al principio habíamos hablado acerca de la “ sociedad” , luego
habíamos pasado a la interacción, de las sociedades. Pero, las sociedades
por su composición, no son homogéneas; pues ya lo sabemos que la
desintegración del comunismo piúmitivo conduce a la desigualdad, a
la aparición de las clases, las cuales tiene diferentes intereses, a menudo
completamente opuestos. Ya sabemos también, que las clases están
librando entre si una lucha casi ininterrumpida, ya oculta, ya manifies­
ta, ya crónica, ya aguda, Y esta lucha ejerce una inmensa influencia, en
alto grado importante, sobre el desarrollo de las ideologías. Sin temor
a exagerar se puede decir que nada habremos de comprender en este
desarollo, sin haber tomado en consideración la lucha de clases.
“ ¿Quieren saber cuál fue —válganos la expresión— la verdadera
tragedia de Voltaíre? —pregunta Brumetiére—, búsquenla, en primer
lugar, en la personalidad de Voltaire, especialmente en la necesidad,
que pesara sobre él, de hacer algo diferente a lo que ya hicieran Hacine
y Quinault, pero, al mismo tiempo, seguir sus» huellas. E n lo que hace
al drama romántico, al de Hugo y Dumas, me permito decir que su
definición reside íntegramente en la definición del drama voltaireanos
Si el romanticismo no hubiera querido hacer ésto o lo otro, en las
tablas teatrales, se debe a que quiso hacer lo inverso del misticismo. ..
En la literatura, como en el arte, después de la influencia de la persona­
lidad, la acción principal es la influencia que unas obras ejercen
sobre las otras. A veces tendemos a rivalizar con nuestros antecesores
en su propio género —y por esta vía se van afirmando ciertos mé­
todos, ¡se van creando escuelas, se van instaurando tradiciones. A
veces, en cambio, nos esforzamos por hacer algo distinto a lo que ellos
habían hecho— y. entonces, el desarrollo entra en una contradicción
con la tradición, van apareciendo nuevas escuelas, van transformándose
los métodos” 271.
Dejando de lado, por ahora, la cuestión acerca del papel de la
personalidad, haremos notar que hace ya mucho, era tiempo de refle­
xionar acerca de la “ influencia de unas obras sobre otras” , Decidi­
damente, en todas las ideologías, el desarrollo se efectúa siguiendo la
ruta señalada por Brunetiére. Los ideólogos de una época, o siguen
las huellas de sus antecesores, desarrollando ms pensamientos, em­
pleando sus métodos y permitiéndose tan sólo “ rivalizar” con ellos,
o, en. cambio, se alzan contra las viejas ideas y métodos, y ientran en
tina contradicción con ellos. Las épocas orgánicas, hubiera dicho Saint
Simón, son reemplazadas por las críticas. Estas últimas, especialmente,
son merecedoras de un comentario.
Tomad cualquier cuestión, por ejemplo, la relativa al dinero. El
dinero, para los mereantilistas, fue una riqueza par excelUnce 272:
asignaban al dinero una significación exagerada,, casi exclusivista. Los
142 G. PLEJANOV

hombres que se habían sublevado contra los mercantilistas, habiendo en­


trado “ en una contradicción” con ellos, no sólo enmendaron su ex­
clusivismo, sino que ellos mismos o por lo menos, los más intransi­
gentes de ellos, cayeron en el exclusivismo, y, precisamente, en el
extremo directamente opuesto: el dinero es simplemente, signos conven­
cionales ; de por sí carecen de todo valor. Así consideraba el dinero, por
ejemplo, Hume. Si el criterio de los mercantilistas se puede explicar
por la falta de desarrollo de la producción y circulación mercantiles, en
su época, sería extraño explicar los criterios de sus adversarios, sim­
plemente porque la producción y circulación de mercancía ya se habían
desarrollado muy poderosamente. Pues, este desarrollo progresivo, ni
por un instante, había convertido el dinero en signos convencionales,
privados de valor intrínseco. ¿De dónde procedía, pues, el exclusivismo
del criterio de Hume? Procedía del hecho de la lucha, de la “ contra­
dicción” con los mercantilistas. Hume quiso “ hacer a la inversa” de
los mercantilistas, igual que los románticos “ habían querido hacer a la
inversa” de los clásicos. Eís por eso que se puede decir —igual como
Brunetiére dice acerca del drama romántico— que el criterio humeniano
acerca del dinero reside, íntegramente, en el criterio de los mercan­
tilistas, siendo su contrario.
Otro ejemplo. Los filosófos del siglo X V III luchan encarnizada
y terminantemente contra todo misticismo. Los utopistas franceses están
todos más o menos impregnados de religiosidad. ¿Qué es lo que había
provocado este retorno al misticismo? Hombres, tales como el autor
de “ Cristianismo moderno” , ¿habrían sido menos esclarecidos, ha­
brían poseído meiios “ lumiéres” S7S, que los enciclopedistas*? No, no
tenían menos lumiéres, y, hablando en general, sus concepciones es­
tuvieron íntimamente vinculadas con los criterios de Los enciclopedistas;
procedían de ellos por la línea más recta, pero habían entrado “ en
una contradicción” con ellos, en torno de algunas cuestiones, esto
es, propiamente, en torno de la cuestión relativa a la organización
social, habían revelado la tendencia de “ hacer a la inversa” de ios en­
ciclopedistas: su actitud ante la religión fue una simple actitud opuesta
a la de los “ filosófos” ; su criterio respecto a la religión ya estaba
radicado en la concepción de estos últimos.
Tomad, por líltimo. la historia de la filosofía: en la Francia de
la segunda mitad del siglo X V III triunfa el •materialismo; bajo su
estandarte se manifiesta la extrema fracción del tiers état 275 francés.
En la Inglaterra, del siglo X V II, el materialismo seduce a los de­
fensores del antiguo régimen, a los aristócratas, partidiarios del ab­
solutismo, La causa de ello es evidente. Los hombres, con quienes los
aristócratas ingleses de la época de 1.a Bestauraeión se hallaban “ en
una contradicción” , fueron fanáticos religiosos extremistas; para
“ hacer a la inversa” de ellos, los reaccionarios tuvieron que llegar hasta
el materialismo. En la Francia del siglo X V III sucedió justamente
al revés: protegían la religión los defensores del antiguo régimen, y
los que llegaron al materialismo fueron los revolucionarios- extremos.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 143

De estos ejemplos está llena la historia del pensamiento humano, y


todos ellos corroboran una y la misma cosa: para entender el “ estado
de las mentes” de cada época crítica dada, para explicar el porqué en
el curso de dicha época triunfan, precisamente estas y no otras teorías,
hay que conocer, previamente, el “ estado de las mentes” de la época
anterior; hay que saber cuáles fueron las teorías y tendencias que
habían imperado por aquel entonces. Sin ello, no comprenderemos en
absoluto, el estado intelectual de la época dada, por más bien que conoz­
camos su economía.
Pero lo que acabamos de decir, no hay que entenderlo de modo
abstracto, como lo habituaban a comprenderlo todo la “ inteteliguent-
sia” rusa. Los ideólogos de una época, jamás libran la lucha contra
sus antecesores w tóate la lingne 27G, en torno de todos los problemas
de los conocimientos humanos y las relaciones sociales. Los utopistas
franceses del siglo X IX coincidían plenamente con los enciclopedistas
en numerosos criterios antropológicos; los aristócratas ingleses de la
época de la Restauración estaban completamente acordes con los, para
ellos, odiosos puritanos en una multitud de problemas por ejemplo, del
derecho civil, etc. E l territorio sicológico se gubdivide en provincias,
éstas, en distritos, éstos en zonas y comunidades, éstas últimas repre­
sentan a asociaciones de diversos individuos (o sea, de diversas cuestio­
nes). Cuando surge una “ contradicción” , cuando estalla la lucha su en­
tusiasmo suele englobar tan sólo a algunas provincias —sino a algunos
distritos—, comprendiendo sólo, por una acción refleja a las regiones
vecinas. E s objeto del ataque, ante todo, la provincia que ttivo la he­
gemonía en la época precedente. Solamente poco a poco, las “ cala­
midades de la guerra” se van extendiendo a sus vecinas más próximas,
a las aliadas más leales de la provincia atacada. Por eso cabe añadir
que, al poner en claro el carácter de una época crítica dada, es menes­
ter conocer, no solamente los rasgos generales de la sicología del pe­
ríodo orgánico anterior, sino también las peculiaridades individuales
de esa sicología. En el curso de un período histórico, la hegemonía la
ejerce la religión, en el curso de otro, la política, etc. E sta circunstancia
se refleja, inevitablemente, sobre el carácter de las respectivas épocas
críticas, cada una de las cuales, pese a las circunstancias, o continúa,
formalmente, reconociendo la vieja hegemonía, aportando un contenido
nuevo, opuesto, en los conceptos imperantes (ejemplo, la primera re­
volución inglesa), o, en cambio, los niega totalmente, pasando la he­
gemonía a nuevas provincias del pensamiento (ejemplo, la literatura
del enciclopedismo francés). Si recordamos que estas disputas por la
hegemonía de las diversas provincias sicológicas, se hacen extensivas
también a sus vecinas, y, además, se va extendiendo en diferente me­
dida y en distinta dirección, en cada caso individual, comprenderemos,
hasta qué grado aquí, como en todas partes, no es posible limitarnos
en postulados abstractos.
“ Todo ello, puede ser, que sea así —replican nuestros adversa­
rios—, pero no vemos qué relación guarda aquí la lucha de clases.
A nosotros se nos ocurre que, muchos de ustedes, habiendo comenzado
144 G. PLEJANOV

con un brindis a su salud, terminan con un responso. Ustedes mismos


reconocen ahora, que el movimiento del pensamiento humano está
sujeto a ciertas leyes especiales, que no tienen nada en común con las
leyes de la economía, o con el desarrollo de las fuerzas productivas,
acerca del cual nos han llenado los oídos” . Nos apresuramos a
contestar.
Que la evolución del pensamiento human o, más exactamente dicho,
que la conjugación de los conceptos c ideas humanos, tiene sus propias
leyes que la rigen, esto, hasta donde llegan nuestros conocimientos, no
lo negaron ninguno de los materialistas (<económicos” . Nadie de ellos
no identificó, por ejemplo, las leyes que presiden la lógica, con las que
rigen la circulación de mercancías. Sin embargo, no por eso menos,
ni uno de los materialistas de esta variedad no le fue posible buscar en
las leyes del raciocinio la causa última, el motor fundamental, de la
evolución intelectual de la humanidad. Esto es, precisamente, lo que
distingue, a su favor, a los ‘¿materialistas económicos” , de los idea­
listas y, especialmente, de los eclécticos.
Una vez que el estómago está provisto de cierta cantidad de ali­
mentos, emprende su labor, de conformidad con las leyes generales de
la digestión estomacal. Pero, con ayuda de estas leyes, ¿se puede res­
ponder a la pregunta de por qué en el estómago de ustedes entra diaria­
mente un alimento apetitoso y nutritivo, mientras que en el mío es un
huésped raro? ¿Estas leyes, explican, acaso por qué unos comen dema­
siado abundantemente, y otros se mueren de hambre? Parece ser, que
la explicación hay que buscarla en algún otro terreno, en la acción de
leyes de otro género. Lo mismo sucede con el. intelecto del hombre. Una
vez situado éste en cierta posición, una vez que su medio ambiente le
proporciona ciertas impresiones, el intelecto las conjuga de acuerdo
con determinadas leyes (además, también aquí, los resultados se diver­
sifican extremadamente, por la diversidad de las impresiones recibidas).
Pero, ¿qué es lo que lo sitúa, en esta posición? ¿Qué es lo que condi­
ciona la afluencia y el carácter de las nuevas impresiones? He aquí el
problema que no puede resolverse con ninguna ley del pensamiento.
Prosigamos. Imaginen que un globo elástico cae de una torre
alta. Su movimiento se efectúa de acuerdo con la ley de la mecánica
—ley muy simple y por todos conocida—. Pero de pronto el globo
choca en una superifice pendiente. Su movimiento varía de acuerdo a
otra ley mecánica, también muy simple y conocida por todos. Como
resultado, se obtiene una línea quebrada de movimiento, de la cual
se puede y cabe decir que debe su origen a la acción asociada de ambas
leyes recién mencionadas. Pero, ¿dónde está el origen de la superficie
pendiente en la que chocó el globo? Esto no lo explica ninguna de las
dos leyes, ni su acción unificada. Completamente lo mismo sucede
con el pensamiento humano. ¿Dónde está el origen de las circunstan­
cias, merced a las cuales, su movimiento quedaba sometida a la acción
combinada de ciertas leyes? Esto no lo explica, ni sus diversas leyes,
ni su acción conjunta.
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 145

Las circunstancias que condicionaron al movimiento del pensamien­


to, hay que buscarlas allí donde las buscaban los enciclopedistas fran­
ceses. Pero ahora no nos detendremos en el “ lím ite” que ellos no pu­
dieron “ p asar” . Nosotros, no solamente decimos que el hombre, con
todos sus pensamientos y sentimientos es el producto del medio ambiente
social sino que nos esforzamos por comprender la génesis de este medio
ambiente. Nosotros decimos que sus peculiaridades están determinadas
por tales o cuales causas situadas fuera del hombre y que, hasta
ahora no dependen de su voluntad. Los múltiples y variados cambios
que se operan en las relaciones mutuas prácticas de los hombres, nece­
sariamente llevan aparejados los cambios en el “ estado de las mentes” ,
en las relaciones mutuas de las ideas, sentimientos, creencias. Las
ideas, los sentimientos y las creencias se asocian de acuerdo con sus
leyes especiales. Pero estas leyes entran a regir, por circunstancias
exteriores, que no tienen nada de común con estas leyes. Allí
donde Brunetiére ve solamente la influencia de unas obras literarias
sobre otras, nosotros vemos, además, las influencias mutuas —más
profundamente situadas-— de los grupos, sectores y clases sociales;
allí donde él dice simplemente que surgió una contradicción, que los
hombres siempre quisieran hacer a la inversa de lo que habían hecho
sus antecesores, nosotros añadimos: y lo quisieron, por haber aparecido
una nueva contradicción en sus relaciones prácticas por haberse desta­
cado nn nuevo sector o clase social, que ya no pudo vivir como vivie­
ron los hombres del tiempo anterior.
Mientras que Brunetiére sabe solamente que los románticos qui­
sieron contradecir a los clásicos, Brandes trata de explicar su pro­
pensión a la “ contradicción ” por la situación de la clase social a que
ellos pertenecían. Recuerden, por ejemplo, lo que dice acerca de la
causa del estado de ánimo romántico de la juventud francesa, durante
la Restauración y bajo Luis Felipe.
Cuando Marx dice: “ Para que nn estado sea par excellence el
estado de liberación; es necesario que otro estado sea et estado de
sujeción por antonomasia7’ 277, también está señalando una especial, y
además muy importante, ley de desarrollo del pensamiento social.
Pero esta ley tiene vigencia y puede tenerla tan sólo en sociedades di­
vididas en clases; no rige ni puede regir en las sociedades primitivas en
las que no existen las clases, ni la lucha entre ellas.
Reflexionemos acerca de la acción de esta ley. Cuando cierto
sector aparece ante los ojos de la población restante como un sector
de dominadores, también a las ideas que imperan entre este sector,
como es natural, Ja población dominada las considera como dignas tan
sólo dignas de esos dominadores. La conciencia social entra “ en una
contracción ’? con ellas; es atraída por las ideas opuestas. Pero noso­
tros ya habíamos dicho que la lucha de este género jamás se está li*
brando a lo largo de toda la lín ea; siempre queda una cierta parte de
ideas, igualmente reconocidas, tanto por los revolucionarios, como por
los defensores del régimen antiguo. E n cambio, el ataque más poderoso
146 G. PLE-JANOV

esta enfilado contra las ideas que sirven de expresión de los aspectos
más nocivo®, en la época dada, del régimen caduco. En relación a
estos aspectos, los ideólogos revolucionarios sienten un invencible de­
seo de “ contradecir” a sus antecesores. E n cambio, en relación a las
demás ideas, aun cuando habían brotado del suelo de las antiguas re­
laciones sociales, los revolucionarios permanecen, a menudo completa­
ra eiite indiferentes, y, a veces continúan sustentando, por tradición,
dichas ideas. Así, por ejemplo, los materialistas franceses, al librar
Ja lucha contra las ideas filosóficas y políticas del antiguo régimen
(o sea, contra el clero y 3a monarquía aristócrata), dejaban casi sin al­
terar las antiguas tradiciones literarias. Ciertamente, también aquí, las
teorías estéticas de Diderot fueron la expresión de las nuevas relacio­
nes sociales. Pero, en este terreno, la lucha fue muy débil debido a
haberse concentrado las fuerzas principales en otro campo “7S. Aquí
la bandera de lucha la izaron tan sólo después, y, además, hombres que,
al haber simpatizado ardientemente con el antiguo régimen derrocado
por la revolución, debieran haber, al parecer, simpatizado también con
los criterios literarios que se habían formado en la edad de oro de dicho
régimen. Pero esta extrañeza aparente se explica por el principio de la
‘*contradicción ’ \ Cómo quieren, por ejemplo, que un Chateaubriand
simpatizara con la vieja teoría estética, si Yoltaire —¡este odioso y
maléfico Y oltaire!— fue uno de sus representantes.
JDer Widerspmch ist das Fortleiiends 27°. dice Hegel. La historia
de las ideologías, muestra una vez más, que el viejo “ metafísico” no
se había equivocado, Esta historia confirma, al parecer, también la
transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos. Pero ro­
gamos al lector que no se amargue por eso y que nos escuche hasta
el final.
Hasta ahora habíamos dicho que, una vez dadas las fuerzas pro­
ductivas de la sociedad, está también dada su estructura, y, por con­
siguiente, también su sicología. Sobre esta base se nos podría atribuir
el pensamiento de que, ele la. situación económica de una sociedad de­
terminada, se puede, con toda exactitud deducir también la conforma­
ción de sus ideas. Pero, esto no es así, puesto que las ideologías de
cada época dada, siempre se hallan en el más íntimo vínculo —positivo
o negativo— con las ideologías de la época precedente. E l “ estado de
las mentes” de toda época dada se puede comprender tan sólo en
relación con el estado de las mentes de la época anterior. Desde- luego,
ninguna clase se dejará seducir por las ideas que contradicen sus as­
piraciones. Cada clase adapta siempre, aun cuando inconscientemente,
sus “ ideales” a sus necesidades económicas. Pero esta adaptación puede
llevarse a cabo de diversa manera, y el motivo del por qué se efectúa
así y no de otro modo, no »e explica por la situación ele la clase ten
cuestión, tomada por separado, sino por todas las particularidades de
la actitud de esta clase ante su antagonista (o ante sus antagonistas).
Con la aparición de las clases, la contradicción se vuelve, no solamente
un principio motriz, sino también formativo 280.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE L a HISTORIA 147

Pero, ¿cuál es el papel, pues, que la personalidad desempeña en la


historia de las ideologías? Brunetiére asigna al individuo una inmensa
importancia, independiente con respecto al medio ambiente. Hugo ase­
vera que el genio siempre crea algo nuevo 2S1.
Nosotros diremos que, en el terreno de las ideas sociales, el genio
se anticipa a sus coetáneos en el sentido de que antes que ellos percibe
el sentido de las nuevas relaciones sociales que se están abriendo
camino. Por lo tanto, aquí no se puede hablar de una independencia
del genio con respecto al medio ambiente. En el terreno de las ciencias
naturales, el genio descubre las leyes, cuya acción, por supusto, 110 de­
pende de les relaciones sociales. Pero, el papel que el medio ambiente
social desempeña en la historia de todo gran (^cubrimiento, s? manifies­
ta, en primer término, en 3a preparación de la reserva de conooimiente.s,
sin la cual, ningún genio igualmente nada puede hacer, y, en segundo
término, -en la orientación de 3a atención del genio en ésta o en la
otra dirección28á. En el terreno del arte, el genio ofrece la mejor
expresión de la predominante propensión estética de una sociedad dada,
o de la clase social dada 283. Por ttltimo, «n todos estos tres campos,
la influencia del medio ambiente social se manifiesta en el suministro
de mayores o menores posibilidades de desarrollo de las aptitudes ge­
niales de los diversos individuos.
D-esde luego, jamás podremos explicar, por la influencia del medio
ambiente, toda la individualidad del genio, pero esto aún nada
demuestra.
La balística sabe explicar el movimiento de los proyectiles de
artillería- Sabe prever su movimiento. Pero jamás sabrá decirnos en
cuántas partes precisamente explotará el proyectil y dónde, preci­
samente, irá a caer cada fragmento de metralla. Sin embargo, ello no
disminuye, en absoluto, la certeza de las conclusiones a las que arriba
la balística. No tenemos necesidad de mantener un criterio idealista
(o ecléctico) en la balística: para nosotros es completamente suficiente
con las explicaciones mecánicas, aun cuando —¿quién lo discute?—
estas explicaciones nos dejan en la oscuridad los destinos “ individua­
les” , el volumen y la forma de los diversos fragmentos de metralla.
i Extraña ironía la del destino! Este mismo principio de la con­
tradicción contra el cual se abalanzan, con tanto ardor, como una
invención huera del “ metafísico” Hegel, nuestros snbjetivistas, como
si nos acercara avee nos chers amis les en emú 284. Si Hume» niega el valor
intrínseco del dinero, por la contradicción con los mercantilistas; si los
románticos crearon su drama solamente para “ hacer a la inversa” de
lo que hicieron los clásicos, entonces no existe la verdad objetiva;
sólo hay lo verdadero para mí, para el señor Mijailovski, para el prínci­
pe Mascherski, etc. La verdad es subjetiva, lo verdadero es todo lo que
satisface nuestras necesidades de conocimiento.
No,, ¡eso no es así! El principio de la contradicción no anula la
verdad objetiva, sino que sólo nos conduce hacia ella. Ciertamente,
la senda por la cual obliga a la humanidad a marchar, no es, ni mucho
14S G. Í'IJB./A NO V

menos, una senda rectilínea. Pero en la mecánica se conocen casos en que


lo que se pierde en distancia, se gana en velocidad: un cuerpo que se
mueve en cicloide, llega a veces antes de un punto a otro, estando
debajo de éste, que si se hubiera movido en línea recta. La “ contra­
dicción’5 aparece solamente allí donde hay lucha, donde hay movimien­
to; y allí, donde hay movimiento, el pensamiento va avanzando, aun
cuando haciendo rodeos. La contradicción con los mercantilistas había
llevado a Hume a una concepción errónea con respecto al dinero. Pero,
el movimiento de. la vida social, y, por lo tanto, también del pensa­
miento humano, no permaneció en el punto que alcanzó en la época de
Hume. Este movimiento nos colocó en una “ contradicción” con Hume
dando ésta por resultado, un criterio correcto relativo al dinero. Y
este criterio correcto, resultado del examen de todos los aspectos de
la realidad, ya es una verdkd objetiva, que ninguna contradicción pos­
terior ya la puede eliminar. Ya el autor de los Comentarios sobre Mili,
había dicho con inspiración :
Lo que la vida una vez ha tomado,
No tiene fuerzas de quitárnoslo ningún hado. . .
Esto, aplicado al conocimiento, es absolutamente cierto. Ningún
hado está ahora en condiciones de despojarnos de los descubrimientos
de Copérnico, ni del de la transformación de la energía, ni del de la
variabilidad de las especies, ni de los geniales descubrimientos de
Marx.
Las relaciones sociales varían, y, con ellas, también las teorías
científicas. Como resultado de estas variaciones aparece, finalmente,
el examen omnilateral de la realidad, por consiguiente, la verdad ob­
jetiva. Jenofonte tuvo otros criterios económicos, distintos de los de
J. B. Say. Los criterios de éste, seguramente hubieran parecido un
absurdo a Jenofonte. Say proclamó estúpidos los criterios de Jeno­
fonte. Y nosotros ya sabemos ahora de dónde procedían los criterios
de Jenofonte, y también los de Say y cuál es el origen de la unilate-
realidad de los ambos. Y este conocimiento ya es una verdad objetiva, y
ningún “ hado” nos desplazará ya de esta concepción justa, al fin
descubierta.
“ Pero el pensamiento humano, ¿no se detendrá en lo que us­
tedes califican de descubrimiento o descubrimientos de M arx?” Por
supuesto que no, ¡señores! Seguirá haciendo nuevos descubrimientos
que complementarán y corroborarán esta teoría de Marx, de igual
modo que los nuevos descubrimientos en la astronomía complemen­
taron y confirmaron el descubrimiento de Copérnico.
E l “ método subjetivo” en la sociología es el más grande absurdo.
Pero todo absurdo tiene su suficiente causa, y nosotros, modestos par-
tidiarios de un gran hombre, podemos, y no sin orgullo, decir: co­
nocemos una suficiente causa de este absurdo.
He aquí la causa suficiente.
El “ método subjetivo” fue descubierto, por primera vez, no. por
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 149

el señor Mijailovski, y, ni siquiera por el “ ángel de la escuela” , o


sea, no por el autor de “ Cartas históricas” . Ya Bruno Bauer y sus
adeptos lo habían empleado —-este mismo Bruno Bauer, fue quien
dio vida al autor de “ Cartas históricas” , quien a su vea dio vida al
señor Mijailovski y a sus cofrades.
“ La objetividad del historiador, igual que toda objetividad,
110 es sino una simple charlatanería. Y no mucho menos, en el sentido
de que la objetividad sea un ideal inalcanzable. Para llegar hasta la
objetividad, ■esto es, hasta la concepción, propia de la mayoría, hasta
la concepción del mundo de la masa, el historiador tan sólo puede
humillarse. Y, una vez que procede así, deja de ser un creador, tra ­
baja a destajo, se convierte en un asalariado de su época” 28G.
E l autor de estas líneas es Szeliga, celoso partidiario de Bruno
Bauer y del cual Marx y Engels se burlaron sarcásticamente en el libro
“ La Sagrada Familia” 2ST. Sustituyan, en estas líneas, la palabra
“ historiador” , por la de “ sociólogo” , cambien las palabras “ creación
artística” de la historia, por creación de “ ideales” sociales y ten­
drán el “ método subjetivo en la sociología” .
Penetrad con el pensamiento en la sicología de un idealista. Para
él, las opiniones de los hombres son la causa fundamental, última, de
los fenómenos sociales. A él le parece que, según, el testimonio de la
historia, en las relaciones sociales se habían realizado, no raras veces,
las opiniones más absurdas. “ Por que, pues, —está discurriendo— no
ha de realizarse también mi opinión, que, alabado sea Dios, está lejos
de ser una necesidad. Una vez que existe cierto ideal, existe, cuando
menos, la posibilidad de transformaciones sociales, deseables, desde el
punto de vista de este ideal. En lo que atañe a la verificación de
este ideal, mediante algún criterio objetivo, ella no es posible, ya que
semejante criterio 110 existe: las opiniones de la mayoría no pueden
servir de criterio de la verdad” .
A.sí; pues, existe la posibilidad de ciertas transformaciones, porque
mis ideales las reclaman, porque yo las considero útiles. Las considero
útiles porque tal es mi deseo. Tras de la exclusión del criterio objetivo,
no existe para mí ningún otro criterio fuera de mis deseos. “ ¡No
traben mis gustos!” este es el último argumento del subjetivismo. El
método subjetivo es una reductio ad absurduni 288 del idealismo, y,
de paso, por supuesto, también del eclecticismo, puesto que encima de
la cabeza de este parásito se recargan todos los errores de los “ buenos
señores” de la filosofía, quienes son los que lo alimentan a este pará­
sito, a fuerza de mordiscos.
Desde el punto de vista de Marx, no puede contraponerse las con­
cepciones “ subjetivas” de la personalidad a las ele la “ tu rb a” , a
las de la “ mayoría” , como algo objetivo. La multitud está integrada
por individuos, y las concepciones de éstos son siempre “ subjetivas” ,
ya que éstas .0 las otras concepciones, constituyen una de las propie­
dades del sujeto. Ño son objetivas las concepciones de la “ m ultitud” ,
sino las relaciones, en la naturaleza o en la sociedad, que se expresan en
150 O. PLEJANOV

dichas concepciones. Los criterios de la verdad 110 están en mí, sino


en las relaciones que existen fuera de mí. Veraces son las concepciones
que representan correctamente estas relaciones; erróneas son. las con­
cepciones, que tergiversan dichas relaciones. Veraz es la teoría cien­
tífico natural que percibe exactamente las relaciones mutuas de los
fenómenos de la naturaleza. Veraz es la descripción histórica que
presenta fielmente las relaciones sociales que existieron en la época
que está describiendo. Allí, donde al historiador le toca exponer la
lucha de las fuerzas sociales opuestas, ineluctablemente habrá de sim­
patizar con ésta o con 3a otra fuerza, si es que no se haya vuelto un
pedante frío. En este aspecto, será subjetivo, independientemente de
su simpatía por la mayoría o por la minoría. Pero el subjetivismo de
este genero no le impedirá ser un historiador completamente objetivo,
únicamente si no empieza a desfigurar las relaciones económicas reales,
de cuyo suelo 'brotaron las fuerzas sociales contendientes. E n cambio,
el partidario del método “ subjetivo” , echa en el olvido estas relacio­
nes reales, motivo por el cual no puede ofrecer nada fuera de su pre­
ciosísima simpatía o su tremenda antipatía, y, por esta razón, arma un
gran ruido, reprochando a sus adversarios por ultrajar la moral toda
vez que le dicen que esto está mal. Siente que 110 puede penetrar en el
secreto de las relaciones sociales reales, razón por la cual, tocia insinua­
ción de la fuerza objetiva le parece una ofensa, un,a burla a su propia
impotencia. Y tiende a ahogar estas relaciones, en las aguas de su in­
dignación moral.
Desde el punto de vista, de Marx resulta, por lo tanto, que hay
ideales de diversa índole: los hay tanto viles, como sublimes, tanto
correctos, como erróneos. Justo es el ideal que corresponde a Ja reali­
dad económica. Los snbjetivistas que esto escuchan, dirán que si yo
me pongo a ajustar mis ideales a la realidad, me convierto en un la­
mentable lacayo de los “ felices haraganes” . Pero, esto lo dirán, única­
mente debido a que, en su calidad de metafísicos. no comprenden el
carácter dual, antagonista, de toda realidad, Los “ felices haraganes”
se están apoyando en una realidad ya caduca, bajo la cual es está
incubando una nueva realidad, la realidad del futuro, sirviendo a la
cual significa contribuir al triunfo “ de la aran cansa del amor”,
El lector ve ahora si corresponde a la “ realidad” , la idea acerca
de los marxistas. según la cual, éstos no asignan ninguna importancia
a los ideales. Esta idea resulta ser directamente -opuesta a la “ reali­
dad”. Si hemos de hablar en el sentido de los “ ideales” , eabe decir
que la teoría de Marx es la teoría idealista que jamás había existido
en la historia del pensamiento humano. Ello es, igualmente cierto,
tanto en relación a sus tareas netamente científicas, como también en
relación a sus tareas prácticas.
“ ¿Qué quieren que hagamos si Marx no entiende la significación
de la propia conciencia y de las fuerzas de ésta? ¿Qué quieren que
hagamos si tiene en tan poca estima a la pr-opia conciencia, que ha
tomado conciencia de la verdad?”
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 151

Estas palabras las lia escrito ya en 1847, uno de los partidarios


de Bruno Bauer 289. Y, aún cuando ahora ya no se emplea el lenguaje
de la década del 40, desde más allá de Opitz, hasta hoy día, no avan­
zaron los señores que reprochan a Marx de dar la espalda al elemento
del pensamiento y del sentimiento en la historia. Todos ellos, hasta
hoy, están convencidos de que Marx tiene en muy poquísima estima
la fuerza de la propia conciencia hum ana; todos ellos, de diversas
maneras, aseveran una y la misma cosa 290. En realidad, Marx consi­
deraba que la explicación de la ‘‘propia conciencia” humana, cons­
tituía una importantísima tarea de la ciencia social
Marx dijo: “ E l defecto principal de todo el materialismo ante­
rior —incluyendo el de Feuerbach— es que sólo concibe el objeto,
la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto (objelct) o ele
contemplación, pero no corno actividad sensorial humana, como prác­
tica, no de un modo subjetivo. Be aquí que el laclo activo fuese desa­
rrollado por eí idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de
un modo abstracto, ya qu-e el idealismo, naturalmente, no conoce la
actividad real, sensorial, como ta l” 201. ¿Han meditado, señores, acerca
de estas palabras de Marx? Nosotros les diremos lo que ellas significan.
Hoibach, Helvecio y sus partidarios habían enfilado todos sus' es-
fueraos para demostrar la posibilidad de la interpretación1materialista
de la Naturaleza. Incluso al negar la existencia de ideas innatas, no
condujo a estos materialistas más allá del examen del hombre en tanto
que miembro del reino animal, como una matiére sensible292. No tra ­
taron de dilucidar la historia del hombre, desde su punto de vista, y,
si lo trataron (Helvecio), sus tentativas terminaron en el fracaso.
Pero, eí hombre llega a ser un “ sujeto” solamente en la historia,
por cuanto solamente en ella se desarrolla su propia conciencia.
Circunscribirse a examinar al hombre, en tanto que miembro del
reino animal, equivale limitarse a examinarlo como “ objeto”, dejar
de vísta su evolución histórica, su “ práctica” social, la actividad hu­
mana concreta. Pero, dejar todo esto de vista, significa hacer del ma­
terialismo algo u árido, lúgubre, triste” (Goethe). Más aún, significa
volverlo —y ya lo hemos mostrado anteriormente— fatalista, que con­
dena al hombre a la plena sumisión de la materia ciega. Marx notó
este defecto del materialismo francés, e incluso feuerbachiano, y
se propúsola tarea de enmendarlo. Su materialismo “ económico”
constituye la respuesta a la cuestión de cómo se desarrolla la “ actividad,
concreta” del hombre, cómo, en su virtud, se desarrolla su propia con­
ciencia., cómo se forma el lado subjetivo c(e la historia. Cuando se
llegue a resolver, aunque sea en parte, esta cuestión, el materialismo
cesará de ser árido, lúgubre, triste y dejará de ceder el primer lugar
al idealismo, en la explicación del lado activo ele la existencia humana.
Entonces se desembarazará del fatalismo que le es propio.
Los hombres sensibles pero mentalmente débiles, se sublevan por
eso, contra la teoría de Marx, porque toman su primera palabra, por
la última. Bíarx dice: al explicar el sujeto, veamos cuáles son las re­
152 G. PLEJANOV

laciones mutuas que los hombres contraen bajo el influjo de la nece-


cidad objetiva. Una vez que conozcamos estas relaciones, será posible
dilucidar, cómo, bajo su influencia, se desarrolla la propia conciencia
humana. La realidad objetiva- nos ayudará a dilucidar el lado subje­
tivo de la historia. Pues, precisamente a esta altura es donde suelen
interrumpirlo a Marx los hombres sensibles, pero- mentalmente débiles.
Es, precisamente, aquí donde suele repetirse algo asombrosamente pa­
recido a la conversación entre Chatski y Pamusov. —{<En la produc­
ción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones
necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de produc­
ción” . . . ¡Ah. padrecitos, es un fa ta lis ta ! ...— Sobre la base econó­
mica se levantan las superestructuras ideológicas. . . j Lo qué dice! y,
i dice tal como escribe! ... Pues, escuchen, por lo menos una vez pues,
de lo que precede se deduce que. . , —No escucho ¡ a los tribunales
con é l!; ¡ a los tribunales morales de las personalidades activamente
progresistas, bajo la «vidente vigilancia de la sociología subjetiva!
A Chatski le sacó del apuro, como se sabe, la aparición de Ska-
luzub. En las disputas de los partidiarios rusos de Marx con sus ri­
gurosos tasadores subjetivos, el asunto, hasta ahora, había adoptado
otro giro. Skalozub redujo a silencio a Chatski. y los Famusov de la
sociología subjetiva, sacaron de los oídos los dedos y hablaron con la
conciencia de su superioridad: pues, en total no dijeron más que dos
palabras; sus concepciones siguen siendo completamente no escla­
recidas 20S.
Ya Hegel había dicho que toda filosofía puede ser reducida a un
formalismo falto de contenido, si se circunscribe a repetir sus postu­
lados fundamentales. Pero Marx no había cometido este pecado. El no
se había limitado a repetir que el desarrollo de las fuerzas productivas
constituye la base de todo el movimiento histórico de la humanidad.
Raro el pensador que hiciera tanto, como él, para desarrollar sus pos­
tulados fundamentales.
¿Dónde, dónde había desarrollado sus concepciones 1 Cantan,
gritan, imploran y chacharean, en distintas voces, los señores subje-
tivistas. Pues, miren a Darwin, él tiene un libro, y Marx no lo tiene, y
habrá que reconstruir sus concepciones.
Que digamos: reconstruir no es un asunto agradable, ni fácil,
sobre todo para el que no tiene datos “ subjetivos” para una interpre­
tación correcta, y, más aún, para “ reconstruir’* pensamientos ajenos.
Pero no hay ninguna necesidad de reconstruir, y el libro, por cuya
falta injurian los señores subjetivistas, hace mucho tiempo que existe.
Hay incluso unos cuantos libros, uno mejor que otro, que aclaran la
teoría histórica de Marx.
Primer libro: es una historia de la filosofía y de la ciencia social
de a p artir de fines del siglo X V III. Estudien este interesante libro
(por supuesto, con leer aquí a “Lew is” es poco) : este libro les mos­
trará el porqué había aparecido, el porqué tenía gue haber aparecido la
teoría de Marx, a qué cuestiones, hasta ahora no contestadas e incon­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 153

testables, responde este libro, y, por consiguiente, cuál es su autén­


tico sentido.
Segundo libro-, es “ M Capital”, el mismo que todos ustedes hau
“ leído” , con el cual todos ustedes están “ de acuerdo” , pero al cual,
ninguno de ustedes ba comprendido, amables, señores.
Tercer libro: es una historia de los sucesos europeos, desde co­
mienzos del año de 1848, esto es, desde la época en que apareció el
afamado “ Manifiesto” . Deben darse el trabajo de penetrar en el
contenido de este libro, inmenso y aleccionador, y decirnos, con la
mano sobre el corazón, si es que hay desapasionamiento en ese corazón
“ subjetivo” : i,no es cierto que la teoría de Bíarx había ofrecido a éste
una facultad sorprendente e inusitada hasta ahora, de prever los acon­
tecimientos? ¿En qué terminaron ahora los utopistas, contemporáneos
de Marx, de la reacción, del estancamiento o del progreso? ¿A qué
arcilla fue a parar el polvo, a que quedaron reducidos sus “ ideales”
en su primer contacto con la realidad 1 Pues, ni huella tampoco ha
quedado del polvo; y lo que Marx había dicho, se estaba realizando,
desde luego, en rasgos generales todos los días, y seguirá realizándose,
invariablemente, tanto tiempo hasta que se realice, por fin, sus ideales.
Al parecer, el testimonio de estos tres libros, ¿no es suficiente?
T, parece ser, que ¿la existencia de ninguno de los tres se puede negar?
Dirán, por supuesto que ¿aquí estamos leyendo lo que en ellos no
está escrito 1 Pues sí ío dicen, demuéstrenlo; esperamos con impaciencia
esas pruebas. Pero, a fin de que no se confundan, demasiado con dichos
libros, vamos a esclarecer, por primera vez, el sentido del segundo
libro.
Ustedes reconocen las concepciones económicas de Marx, pero
niegan su teoría histórica. Así lo dicen. Hay que confesar que con
ello ya está dicho bastante. A saber: con ello está dicho que ustedes no
comprenden, ni su teoría históricaf ni sus concepciones económicas 204
¿De qué se habla en el primer tomo ele “ E¡1 Capital” ? Allí se
habla, por ejemplo, del valor. Allí se dice que el valor es una rela­
ción social de la producción. ¿Están de acuerdo con esto? Si no están
de acuerdo, renuncien a sus propias palabras con respecto a la confor­
midad d-e ustedes con la teoría económica de Marx. Si están de acuerdo,
reconozcan su teoría histórica, aun cuando, como es evidente, no la
comprenden.
Una vez que reconozcan que las propias relaciones de producción
que existen independientemente de la voluntad de los hombres y que
actúan a sus espaldas, se reflejan en las cabezas de éstos, en forma
de diversas categorías de la Economía Política — en forma de valor,
en forma de dinero, en forma de capital, etc.— reconocerán, con ello
mismo, que de un determinado suelo económico brotan, invariablemen­
te, ciertas superestructuras ideológicas, las cuales corresponden al ca­
rácter de dicha base económica. En tal caso, la labor de conversión de
ustedes ya está cumplida en sus tres cuartas partes, puesto que lo que
les resta, es emplear los “ propios” puntos de vista de ustedes, es decir,
154 G. PLEJANOV

los adquiridos de Marx al análisis de las categorías ideológicas del


orden superior: el derecho, la justicia, la moral, la igualdad, etc.
O, posiblemente ¿ustedes están de acuerdo con Marx, solamente
con el segundo tomo de su “ El C apital” ? Pues, hay también señores
que “ reconocen a M arx’' sólo por lo que escribió en la llamada carta
al señor Mijailovski 295.
¿Ustedes no reconocen la teoría histórica de Marx? Por consi­
guiente, al juicio de ustedes ¿es erróneo el punto de vista desde el
cual valoró, por ejemplo, los sucesos de la historia francesa, de 1848 a
1851. en su diario “ Nene Rheinische Zeitung” 2<aG y en otrasj ediciones
periódicas de esa época, como así también en el libro “ El dieciocho
Bruma-rio de Luis Bonaparte” ? 207. Qué lástima que no se tomaron
ustedes el trabajo de mostrar dónde reside lo erróneo de este punto de
vista; qué lástima que los enfoques de ustedes permanezcan en
forma no desarrollada, y qne no sea posible, siquiera, “ reconstruirlos”
por falta de da-tos.
¿Ustedes no reconocen la teoría histórica de Marx? Por lo tanto,
al parecer de ustedes ¿es equivocado el ángulo de miras, desde el cual,
por ejemplo, había apreciado el valor de las doctrinas filosóficas de los
materialistas franceses del siglo XVTII? 20S. Qué lástima que no refu­
taran a Marx tampoco en este caso. Aunque, posiblemente, ni siquiera
sepan, ¿dónde habló de esta materia? Si es así, no tenemos ningún
deseo de darles una mano pa.ra salir de esas dificultades. Es precisé
que conozcan bi(-:n la “ literatura del tem a” , acerca del cual están
propuestos a discutir; pues, muchos de ustedes —empleando el len­
guaje del señor Mijailovski— llevan el título de “ apóstoles” ordina­
rios y extraordinarios de la ciencia. Ciertamente, este título no les ha
impedido dedicarse, preferentemente, a las ciencias “ privadas” , a la
sociología subjetiva, a la historiosofía, etc.
Pero, ¿ por que no escribió Marx un libro en el que expusiera,
desde su punto de vista, toda la historia de la humanidad, desde la
antigüedad hasta nuestros días, y examinara todos los campos del de­
sarrollo económico, jurídico, religioso, filosófico, etcJ
El primer signo de todo intelecto culto, reside en saber formular
preguntas, con el conocimiento previo de cuáles respuestas pueden y
cuáles no pueden ser reclamadas de la ciencia contemporánea. Y,
aquí vemos, que los adversarios de Marx, al parecer, no dan señales de
poseeer dicho signo, pese a sus títulos de extraordinarios, o a veces aún
solamente de ordinaria cualidad. ¿ Acaso creen que en la literatura
biológica existe ya un libro en el que se expone toda la historia de los
reinos animal y vegetal, desde et punto de vista de Darwin? Pregún­
tenlo a cualquier zotánico o zoólogo, y, tras de reírse de la candidez
infantil de ustedes, les contestará que, presentar toda la larga his­
toria de las especies, desde el ángulo de miras de Darwin, constituye
el ideal de la ciencia contemporánea, que aún no sabe cuándo lo al­
canzará. Ahora, lo que se ha encontrado, es el punto de vista, merced
al cual, solamente puede ser comprendida la historia de las espe-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 155

eies20!). Otro tanto -sucede también en la ciencia histórica con­


temporánea.
“ ¿E n qué reside toda la labor de Darwin? —pregunta el señor
Mijailovski— . Unas cuantas ideas de síntesis, vinculadas entre sí del
modo más íntimo, que coronan todo un Monte Blanco de material
práctico. ¿Dónele está la respectiva labor de Marx? No la h a y ... Y
no sólo que 110 hay un trabajo de esta índole de Marx, sino que tampoco
lo hay en toda la literatura marxista, no obstante toda su extensión y
difusión. . . Los principios básicos mismos del materialismo econó­
mico, una multitud innumerable de veces repetidos como axiomas,
hasta hoy día siguen no conectados entre sí y, prácticamente, no
verificados; cosa que merece una atención especial en la teoría, la
que, en principio, se está apoyando en los hechos materiales, tangibles,
y a la que se da, presentem ente, el título de «científica»” 300.
Que los principios básicos mismos de la teoría del materialismo
económico permanecen no conectados entre sí, es una mentira patente.
No hace falta más que echar una lectura al prólogo de Crítica de la
Economía Política3()1, para ver hasta qué punto, armoniosa e ínti­
mamente están vinculados entre sí. Que estos postulados no están
verificados, tampoco es cierto: están verificados por medio del análisis
de los fenómenos sociales, tanto en el libro “ EÍ 18 Brum ario” como
en “ El Capital” y. más aún, no, “ especialmente” , en el capítulo rela­
tivo a la acumulación originaria, como lo piensa el señor Mijailovski302,
sino decididamente, en todos los capítulos desde el primero hasta el últi­
mo. Si esta teoría, a pesar de eso, no fue expuesta ni una sola vez en re­
lación con “ todo el Monte Blanco” del material práctico —lo que, a
teoría de Darwin—, hay aquí una vez más un malentendido. Con ayuda
clel material práctico, involucrado, digamos, en el libro “ The origin
of species” '30íi, se demuestra, principalmente, la variabilidad de las es­
pecies; en cambio, la historia de algunas especies por separado, Darwin
la refiere solamente de paso y eso también tan sólo hipotéticamente.
Por así decirlo, esta historia pudo haber marchado de esa manera, como
pudo haber marchado de modo ' distinto. Pero hay una sola cosa
fuera de toda duda, que hubo una historia, y que las especies habían
variado. Ahora preguntaremos al señor Mijailovski si Marx tuvo ne­
cesidad de demostrar que la humanidad no permanece en el mismo lu­
gar, que las formas sociales van cambiando y que las concepciones
de les hombres van reemplazando unas a las otras. En una palabra,
¿hubo necesidad de probar la mutabilidad de este género de fenó­
menos? Por supuesto que no hubo necesidad, aun cuando, para demos­
trarlo, se pudo haber amontonado, fácilmente, toda una decena de
“ Montes Blancos de materiales prácticos” . ¿Qué es lo que Marx tuvo
que haber hecho? La historia precedente de la ciencia social y de la
filosofía social había acopiado “ todo un Monte Blanco” de contradic­
ciones, que requerían apremiantemente .su solución. Marx, efectiva­
mente, las solucionó con ayuda de una teoría, que al igual que la de
Darwin, está integrada “ por unas cuantas ideas de síntesis, vinculadas
entre sí del modo más í n t i m o Cuando aparecieron estas ideVas, quedó
156 O. PLEJANOV

en evidencia que, con su ayuda, se resolvían todas las contradicciones


que habían turbado a los anteriores pensadores. Marx no tuvo que
haber amontonado montañas de material práctico, seleccionada por sus
antecesores, siuo, utilizando, entre otros, también ese material, empren­
der el estudio de la verdadera historia de la humanidad, desde el
nuevo punto de vista. Eso es lo que Marx hizo, al haber procedido al
estudio de la historia de la época capitalista, y de esos estudios apareció
“ El C apital” (sin hablar ya de las monografías, como “ El Dieciocho
Brum ario” ).
Pero, en el “ El C apital” , según lo hace notar el señor Mijailovsld,
“ se trata únicamente ele un solo período histórico, y aun dentro de
esos marcos, el tema, ni aproximadamente está exhausto” . Esto es
cierto. Pero, una vez más volvemos a recordarle al señor Mijailovsld,
que el primer signo de un intelecto culto reside en saber cuáles son
las exigencias que se pueden presentar a los hombres de ciencia.
Marx, decididamente, no pudo haber abarcado, en su investigación,
todos los períodos históricos, exactamente igual que Darwin no pudo
haber escrito la historia de todas las especies animales y vegetales.
“ Incluso en relación con un solo período, el tema ño está ex­
hausto ni tan sólo aproximadamente ” No, señor Mijailovski, el tema
no está agotado ni siquiera aproximadamente. Pero, en primer termino,
digan ustedes mismos, qué tema está agotado en las obras de Darwin,
aunque sea “ aproximadamente’’'. Y, en segundo término, ahora mismo
les explicaremos, cómo y por qué, el tema está agotado en “ E l
C apital” .
Según la nueva teoría, el movimiento histórico de la humanidad
está determinado por eí desarrollo de las fuerzas productivas, las cuales
conducen al cambio de las relaciones económicas. Por eso, toda inves­
tigación histórica debe iniciarse por estudiar el estado de las fuerzas
productivas y de las relaciones económicas del país en cuestión. Pero
con esto, por supuesto, no puede quedar acabada la investigación: ella
debe mostrar, cómo el descarnado esqueleto de la economía se va cu­
briendo de la carne viva de las formas político-sociales, y, luego —y
este es el aspecto más interesante y más atrayente de la tarea— de las
ideas, sentimientos, aspiraciones e ideales humanos. A manos del in­
vestigador llega, puede decirse, la materia muerta (aciuí, pues, como
ve el lector, hemos comenzado a emplear el lenguaje del señor Kareiev),
de sus manos debe salir un organismo pleno ele vicia. Marx había lo­
grado agotar —y también esto, desde luego, aproximadamente— sólo
los problemas que se refieren, principalmente, al modo material ele
vida del período que eligió. Marx falleció siendo no muy anciano. Pero
si. hubiese vivido veinte años más, probablemente, habría proseguido
(con excepción quizás, una vez más, de monografías sueltas) agotando
las cuestiones sobre el modo material de vida del mismo periodo, Y
esto es lo que causa enfado -al señor Mijailovsld. Con los brazos en
jarras, comienza a echar un sermón al afamado pensador: “ ¿Cómo es
que seas así, hermanito ? . .. solamente un período 110 m ás. . . Y, además
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 157

tampoco completo. . . No puedo, no puedo aprobarlo. . . ¡Si hubieras


seguido el ejemplo de D arw in!” A toda esta prédica subjetiva, el po­
bre autor de “ E l Capital” responde solamente con un profundo sus­
piro y con un melancólico asentimiento: ¡Die Kunst isi lang und hurnz
ist miser Leben! 304.
El señor Mijailovski, severa y amenazador ámente, se dirige a la
“ tu rb a” de los partidiarios de Marx: “ Si es así, y ¿ustedes qué hacían?
¿Por qué no le han dado una manito al viejo? ¿Por qué no han agotado
todos los períodos?” “ No tuvimos tiempo, señor héroe subjetivo
—responden los partidarios inclinándose hasta la cintura y con
el gorro de la mano extendida—. Debimos hacer otra cosa: pelear con­
tra las relaciones de producción que pesan como un yugo sobre la
humanidad contemporánea. ¡Sea indulgente! Por que, dicho sea de
paso, alguna cosita hemos hecho, de- todos modos. Denos, pues, un
plazo, y haremos todavía más ’ ’ S05.
El señor Mijailovski se pone un tanto más suave: “ Quiere decir
que ahora, ¿ustedes mismos se dan cuenta que no está completo?”
¡ Como no verlo! Pues, ni los darwinistas aún lo han completado30S,
como tampoco lo han completado en la sociología subjetiva. Pero eso
ya es una cantinela completamente distinta.
La alusión a los darvinistas provoca en nuestro autor un nuevo
acceso de furor. “ ¿Qué me vienen con Darwin? —grita— Muchos
buenos caballeros quedaron encantados con Darwin, muchos profesores
lo aceptaron, y a Marx, ¿quién lo sigue? Solamente obreros y unos
cuantos pregoneros privados de la ciencia que no tienen diplomas de
nadie” .
La represión va adoptando un carácter tan interesante, que, sin
querer, seguiremos atendiéndola.
Engels, en el libro “ El origen de la familia, ete.” , dice, entre
otras cosas, que los economistas gremiales de Alemania ponían empeño
en silenciar “ El C apital” de Marx, y, en el libro “ Ludwig Feuer-
bach y el fin de la filosofía clásica alemana” , señala que los teóricos
del materialismo económico, “ se dirigieron preferentemente, y desde
el primer momento, a la clase obrera y encontró en ella la acogida que
ni buscaban ni esperaban en la eieneia oficial” . Estos hechos, ¿hasta
qué punto son ciertos? y, ¿qué significación tienen? Ante todo, es
poco probable que pueda “ silenciarse” durante largo tiempo algo que
sea valioso, ni siquiera entre nosotros, en Rusia, con toda la pusilani­
midad y mezquindad de nuestra actual vida científica y literaria.
Menos posible aún es hacerlo en Alemania, con sus numerosas Univer­
sidades, con su instrucción universal, con sus múltiples periódicos y
ediciones de toda clase de tendencias. Con la importancia que allí tiene,
no sólo la palabra impresa, sino también la oral. Y, si alguna parte
de los ungidos oficialistas de la ciencia en Alemania recibieron “ El
Capital ’J en silencio durante el primer tiempo, es poco probable poder
explicarlo como producido por el deseo de “ silenciar” la obra de Marx.
Es más correcto presuponer, que el motivo del silencio fuera la per-
158 G. PLEJANOV

piejidad, junto a la cual brotaron rápidamente, tanto una vehemente


oposición, como una completa veneración, y como resultado de las
cuales, la parte teórica de “ El C apital” llegó inmediatamente a
ocupar indiscutible elevado lugar en la ciencia generalmente recono­
cida. Completamente distinto fue el destino del materialismo econó­
mico, como teoría histórica, incluidas también las perspectivas con
respecto a los rumbos del futuro que se señalan en “ E l C apital” . El
materialismo económico, no obstante su medio siglo de existencia, no
ejerció, hasta hoy, ninguna influencia notable sobre las esferas cien­
tíficas, pero efectivamente se difundió con toda rapidez entre la clase
o b rera30T.
Así, pues, tras de un silencio de poca duración, brotó rápidamente
una oposición. Vehemente a tal punto, que ningún docente obtendrá el
título de profesor, si reconoce, como justa, aunque más 110 sea la
teoría “ económica” de Marx; vehemente a tal punto, que todo do­
cente, hasta el más carente de talento, puede contar con un rápido
ascenso, tan pronto logre inventar un par de objeciones —que al día
siguiente caigan en el olvido general— contra “ E l C apital” . Lo que
es verdad, es verdad, tuvo una oposición sumamente fervorosa.
Y una completa veneración. . . Y, también esto es cierto, señoi*
Mijailovski: efectivamente, una veneración. Es exactamente una igual
veneración como la que sienten ahora los chinos por el ejército
japonés: dicen que pelea bien y 110 es grato caer bajo sus golpes. Be
esta clase de veneración hacia el autor de “ El Capital” , estaban y,
hasta hoy, signen estando impregnados los profesores alemanes. Y
cuanto más inteligente es el profesor, cuanto más conocimientos tiene,
tanto mayor es esta clase de veneración que siente, tanto menos con­
ciencia tiene que no es para sus posibilidades impugnar “ E l Capital” .
Así se explica que ninguno de las lumbreras de la ciencia oficial, se
decidiera a atacar “ El C apital” . Las lumbreras prefieren enviar al
ataque a los “ paladines privados” jóvenes inexperimentados que tie­
nen necesidad de ser ascendidos.
Aquí el listo está / como para sobrar. / Vosotros mejor id / y
enviad a Réad / y yo, a m irar. . . 807a.
¡ Qué digamos! es grande el respeto de este género. Y de otra
clase de respeto nosotros no hemos oído que lo haya, y tampoco lo
puede haber en un profesor, ya que en Alemania no se hace profesor
a un hombre que lo tenga.
Pero, este respecto, ¿qué está demostrando? Lo que demuestra, es
lo siguiente. El campo de investigación, comprendido por “ E l Capital” ,
es, precisamente un campo que ya está cultivado desde el nuevo ángulo
de miras, desde el ángulo de la teoría histórica de Marx. A este campo
no osan atacarlo los adversarios; lo “ están venerando” . Y ello, desde
luego, está muy bien para los adversarios. Pero hace falta poseer
toda la candidez de un sociólogo “ subjetivo” , para preguntar, con
asombro, cómo es que estos mismos adversarios, hasta ahora no se
pusieran a roturar, con sus propias fuerzas, y en el espíritu de Marx,
los campos vecinos. “ Menudas las ganas que tiene, gracioso héroe.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 159

Aquí tenemos im solo campo, trabajado en este espíritu, y 'no nos


deja vivir !, aúlla como un lobo. Y todavía ¡ quieren que nos pongamos
a labrar, por este mismo sistema, los campos contiguos!” Mal profun­
diza el señor Mijailovski la esencia de las cosas, y, por eso, no- alcanza
a comprender “ los destinos del materialismo económico, en tanto que
teoría histórica ” . Tampoco entiende las actitudes de los profesores
alemanes ante las “ perspectivas del fu tu ro ” . Gomo les va a importar
el futuro, pao re cito, si el prese ufe se les está escapando de bajo de
sus pies.
Pero, sin embargo, no todos los profesores en Alemania están
saturados, hasta este estremo, del espíritu da la lucha de clase y de
la disciplina “ científica” . Pues, hay aún especialistas que no piensan
en otra cosa fuera de la Ciencia. Cómo no les va haber, los hay y. desde
luego, no solamente en Alemania. Pero estos especialistas —precisa­
mente porque ío son— están absorbidos por su materia científico;
labran su pequeñita paree! ita del campo científico, sin interesarles
ninguna teoría histórieo-filosóficas generales. Estos especialistas, muy
raras veces tienen alguna noción acerca de Marx, y si la tienen, es
tal ves:, la de un hombre desagradable, que en algún lugar, robó el
sosiego a alguien. ¿Cómo pretenden que escriban en el espíritu de
Marx? En sus monografías generalmente, no hay ningún espíritu
filosófico. Pero aquí sucede algo parcido al caso, en que las piedras
claman, cuando ven que los hombres guardan silencio. Los mismos
investigadores especializados no saben nada acerca de la teoría de
Marx, en tanto que los resultados de su labor investigadora, hablan a
gritos en favor de dicha teoría. Y 110 hay ni una sola investigación es­
pecializada seria de historia de las relaciones políticas o de historia
de la cultura, que 110 sea una confirmación de la teoría marxista, de,
uno o de otro modo, Hasta qué punto todo el espíritu de la ciencia
social contemporánea obliga a los especializados a adoptar incons­
cientemente el punto ele vista de la teoría histórica de Marx (precisa­
mente, histórica, señor Mijailovski) nos lo muestran una multitud de
ejemplos sorprendentes. Antes, el lector ya pudo notar dos de estos
ejemplos, los de Oscar Pesehel y Girauld-Feulon. Ahora citaremos un
tercero. El famoso Fuste] de Coulanges, en su obra ‘ ‘La cité anti-
qne1,ím había enunciado el pensamiento acerca de que las concepciones
religiosas formaron la base de todas las instituciones de la antigüedad.
Perecería- que con este pensamiento debiera haber seguido en la inves­
tigación ele las diversas cuestiones de la historia de Grecia y d<> Poma.
Pero sucedió que Fustel de Coulanges, refiriéndose a la cuestión de la
caula de Esparta, llega a la conclusión de que la, causa de esta caída,
es netamente económica 309. Tuvo que referirse a la cuestión de la
caída de la República romana, y, otra vez, recurre a la economía rn0.
Por lo tanto, ¿qué. es lo que va resultandof? E n diversos casos, este
autor corroboró la teoría ele Marx, y si a Fustel de Coulanges, se le
dijera que era marxista. probablemente habría alzado ambas manos en
son de protesta, lo cual causaría, inefablemente, una alegría al señor
360 G. PLEJANOV

Kareiev. ¿Qué quiere que llagamos, si no todos los hombres son conse­
cuentes hasta el final?
“ Pero permítasenos —nos interrumpe el señor Mijailovski— citar,
también por nuestra parte algunos ejemplos. Acudiendo. . . a l . . .
libro de Blos3U, vemos que es una obra muy respetable y que, sin
embargo, carece, en absoluto, de huellas especiales de una revolución
básica en la ciencia histórica. Acerca de lo que Blos dice con respecto
a la lucha de clases y las condiciones económicas, (relativamente, no
mucho) aún no se deriva que construya la historia, basada en la auto-
evolución de las formas de la producción y del intercambio: eludir
las condiciones económicas al relatar los sucesos de 1848, habría sido
hasta difícil. Supriman del libro de Blos, los panegíricos que prodiga
a Marx, como autor de una revolución en la ciencia histórica, y, además,
unas cuantas frases convencionales en las que emplea la terminología
marxista, y ya no se les ocurriría pensar que están en presencia de
un partidiario del materialismo económico. Diversas buenas páginas
de contenido histórico en las obras de Engels, de Kautski, y de algunos
otros, también podrían haber prescindido de la etiqueta del materia­
lismo económico, puesto que en ellas, prácticamente, se toma en con­
sideración todo el conjunto de la vida social aun cuando prevaleciendo
la cuerda económica en este acorde” 312.
E l señor Mijailovsld, evidentemente, recuerda el proverbio de
“ ITsted dio en llamarse hongo, ahora métase en el cesto” . T discurre
asir “ Si usted es un materialista económico, habrá de tener presente lo
económico, y no referirse a todo el conjunto de la vida social, aun
cuando prevaleciendo la cuerda e c o n ó m ic a Pero, nosotros ya le hemos
probado al señor Mijailovski que la tarea científica de los marxistas
estriba, precisamente, en que, después de iniciar con la “ cuerda”
debe seguir explicando todo el conjunto de la vida social. ¿Cómo pre­
tende que ellos a la vez de renunciar a esta tarea, sigan siendo
marxistas? Ciertamente, el señor Mijailovsld jamás profundizó en el
sentido de esa tarea, pero la culpa de ello, no recae, desde luego, sobre
la teoría histórica de Marx.
Nosotros entendemos que, hasta tanto no renunciemos a esa tarea,
el señor Mijailovski se verá, frecuentemente, situado en una posición
muy difícil: muy a menudo, tras de leer “ una buena página de con­
tenido histórico” , estará distante del pensamiento (“ ¡no se le ocurri­
ría ! ” ) de que haya sido escrita por un materialista “ económico” .
Esta es una posición, que podríamos llamar: caer en una situación
sin salida. Pero, ¿tendrá Marx la culpa, si el señor Mijailovski cayera
en' esa difícil situación?
El Aquiles de la escuela subjetiva se figura que los materialistas
“ económicos” tienen que hablar tan sólo de la “ autoevolución de las
formas de la producción y del intercambio” . ¿Qué es la “ autoevolu­
ción” ?, penetrante señor Mijailovski, Si cree que, a juicio de Marx,
las formas de la producción pueden evolucionar “ de por s í” , está
terriblemente equivocado. ¿Qué son las relaciones sociales de produc-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 161

ciónl Son relaciones que los hombres contraen. ¿Cómo podrán


evolucionar estas relaciones sin los hombres? Pues, allí donde no
hay hombres, ¡ tampoco existirán relaciones de producción! El químico
dice que la materia está integrada por átomos que se agrupan en mo­
léculas, y éstas, en combinaciones más complejas. Todos los procesos
químicos se llevan a efecto de acuerdo a determinadas leyes. De ello,
deducirá, inesperadamente, que, a juicio del químico, todo estriba en
las leyes, mientras que la materia —los átomos y las moléculas—
podían haberse no movido, en absoluto, sin haber impedido, para
nada, este “ autodesarrollo” de las combinaciones químicas. Es evi­
dente para todos, el absurdo de tal deducción. Es de lamentar que no
todos tengan ya la evidencia del absurdo de la contraposición —com­
pletamente análoga por su valor intrínseco— de los individuos, a las
leyes que presiden la vida social; el contraponer la actividad de los
hombres, a la lógica interna de las formas de su. vida en comunidad.
Repetimos, señor Mijailovski, la tarea, de la nueva teoría histórica
reside en explicar “ todo el conjunto de la vida social” , mediante lo
que ustedes califican de cuerda económica, esto es, en realidad, por el
desarrollo de las fuerzas productivas. La “ cuerda” es, en cierto
sentido, la base (ya hemos explicado en cual sentido), pero, en vano
cree el señor Mijailovski que el marxista “ tan sólo respira con la
cuerda”, como uno de los personajes de la Budka de G. I. Uspen-
s k iS1S.
Es un asunto difícil el de explicar todo el proceso histórico,
guiándose, consecuentemente, por un solo principio. Pero, ¿qué quieren?
La ciencia, en general, no es una cosa fácil, siempre que ella no sea
una ciencia “ subjetiva” . En esta última, todas las cuestiones se ex­
plican con sorprendente facilidad. Y, ya que habíamos comenzado a
hablar de este tema, hemos de decir al señor Mijailovski que, posible­
mente, en las cuestiones que hacen al desarrollo de las ideologías, los
expertos más avezados de la “ raerd a” se han de ver, a veces, impo­
tentes, si no serán poseedores de cierto don especial, a saber, la
intuición artística. La sicología se adapta a la economía. Pero, esta
adaptación es un proceso complejo, y, para entender todo el curso de
éste, para explicarse y explicar a otros, de modo patente, cómo, pre­
cisamente, este proceso se está efectuando, ni una vez, ni otra, habrá
menester de un talento artístico. Así, por ejemplo, ya Balzac había hecho
mucho por explicar la sicología de las diferentes clases de la sociedad
en la cual él vivió 314. Mucho podemos aprender también de Ibsen, y
aún de unos cuantos más. ¿Son pocos de los que podemos aprender?
Esperemos que con el correr del tiempo aparezcan muchos artistas como
ellos, que habrán de comprender, por un lado, las “ leyes de hierro” por
las que se rige el movimiento de la “ cuerda” , y, por el otro, que
habrán de saber concebir y mostrar cómo de la “ cuerda” , y, precisa­
mente, merced a su movimiento, brota el “ indumento vivo77 de la
ideología. Dirán ustedes que allí donde se ha metido la fantasía
poética, no puede dejar de tener lugar el capricho del artista, el
162 G. PLEJANOV

carácter quimérico de lo fantástico. Por supuesto que ¡así es!, tampoco


de ello se puede prescindir. Y esto Marx lo sabía excelentemente; es
por eso que también dice que hay que diferenciar rigurosamente entre
el estado económico de una época dada, que se puede determinar con
exactitud científico-natural, y el estado de sus ideas. Muchas cosas,
muchísimas, aún oscuras, tenemos en este terreno. Pero más cosas oscuras
aún las tienen los idealistas, y más aún los eclécticos, que, dicho sea
de paso, jamás comprenden el valor de las dificultades con las que
tropiezan, figurándose que siempre habrán de componérselas con
cualquier problema, echando mano de la cacareada “ interacción” , En
realidad, jamás se las arreglarán con ningún problema, ocultándose tan
sólo tras de los obstáculos aparecidos. H asta ahora, según expresión
de Marx, la actividad humana concreta ha sido interpretada, exclusi­
vamente, desde un ángulo de miras idealista. Y, ¿con qué resultado?
¿Son muchas las explicaciones satisfactorias que han encontrado?
Nuestros juicios acerca de la actividad del “ espíritu” humano, por
su poca solidez, se parecen a los juicios que los filósofos griegos an­
tiguos tuvieron acerca de la naturaleza: en el mejor de los casos,
hipótesis geniales, o si no simplemente ingeniosas, las cuales no es po­
sible confirmar, ni probar, por la falta de todo punto de apoyo para
las pruebas científicas. Solamente allí se ha logrado algo, donde se
han visto obligados a poner la sicología social en contacto con la
“ cuerda” . Y, ahí tienen ustedes, cuando Marx, después de haber notado
esto, aconsejó no dejar abandonados los experimentos una vez: comen­
zados, cuando dijera que siempre había que guiarse por la “ cuerda” ,
se le ha acusado ¡ de unilateralidad y de estrechez de conceptos!
¿Dónde hay aquí equidad? Esto, tal vez, lo sabrán únicamente los
sociólogos subjetivistas.
“ ¡Sigan hablando! —continúa zahiriéndonos el señor Mijai­
lovski—. La nueva palabra de ustedes, hace ya 50 años que ha sido
dicha”. Sí, señor Mijailovsld ese tiempo hace, aproximadamente. Y
tanto más lamentable es que ustedes, hasta hoy día no la han compren­
dido ¡Cuántas de estas “ palabras” hay en la ciencia que, a pesar
de haber sido pronunciadas hace decenas y hasta centenas de años
sigilen desconociéndolas millones de “ personalidades” , indolentes
frente a la ciencia! Figúrense que ustedes se encuentran con un ho-
tentote y tratan de persuadirlo de que la Tierra gira en torno del Sol.
También el hotentote tiene su propia teoría “ original” con respecto
al Sol y la Tierra. Le es difícil separarse de su teoría. Y, de repente
cae en la m ordacidad: ustedes han llegado a traerme una nueva palabra,
mientras que ustedes mismos dicen que dicha palabra ¡ya tiene unos
cuantos centenares de años! ¿ Qué demostrará esta mordacidad hotentote'?
Tan sólo que el hotentote es un hotentote. Pero eso, pues, no haee falta
demostrarlo.
Además, la causticidad del señor Mijailovski está probando mu­
chísimo más de lo que podría demostrar la de un hotentote. Está
probando que nuestro “ sociólogo” se cuenta entre las personas que
LA CONCEPCIÓN M ONISTA BE LA HISTORIA 163

sufren de amnesia con respecto a su parentesco. Su punto de vista


subjetivo lo había heredado de Bruno Bauer, Szeliga y demás antece­
sores de Marx, en el sentido cronológico. Por lo tanto, la “ nueva
palabra” del señor Mijailovski es, en todo caso, mayor que la nuestra
incluso cronológicamente, y, en cuanto a su contenido intrínseco tiene
muchísima mayor edad que la nuestra, puesto que el idealismo histórico
de Bruno Bauer había sido un retorno a las concepciones de los mate-
realistas del siglo pasado S15.
El señor Mijailovski está harto desconcertado por que el libro del
americano Morgan, que versa de la “ sociedad antigua” , apareciera mu­
chos años después que Marx y Engels proclamaran los fundamentos del
materialismo económico 316 y completamente independiente éste de aquél
A esto haremos notar:
Primero, que el libro de Morgan no es “ independiente” con res­
pecto al llamado materialismo económico, por la sencilla razón de que
Morgan mismo sustenta precisamente el punto de vista del materia­
lismo económico, de lo que para el señor Mijailovski, sería fácil con­
vencerse tras de echar una lectura a este libro, por él señalado.
Ciertamente, Morgan había llegado al punto de vista del materialismo
económico, independientemente de Marx y Engels, lo cual habla en favor
de la teoría de estos últimos.
Segundo, ¿cuál es la desgracia de que la teoría de Marx y Engels
haya sido confirmada “ muchos años después” , por los descubrimientos
de Morgan? Estemos persuadidos de que aún habrá muchos descu­
brimientos que corroborarán la mencionada teoría. E n lo que atañe al
señor Mijailovski, estamos persuadidos de lo contrario: el punto de
vista “ subjetivo” no será corroborado por ningún descubrimiento, ni
dentro de cinco años ni tampoco dentro de cinco mil años.
De uno de los prefacios de E ngles317, se ha enterado el señor Mi­
jailovski que los conocimientos del autor de “ La situación de la clase
obrera en Inglaterra” , y de su amigo Marx, en el terreno de la historia
económica, eran, en la década del 40 “ incompletos” (expresión del
propio Engels). Con tal motivo, el señor Mijailovski retoza y se
regocija: por lo tanto, parece ser, que toda la teoría del “ materialismo
económico” , nacida, precisamente en la década del 40, había sido
construida sobre una base insuficiente. Esta es una deducción digna
de un ingenioso estudiante secundario de cuarto año. Un hombre
maduro comprendería que, en su aplicación a los conocimientos cien­
tíficos, como a todo lo demás, las expresiones “ suficiente” , “ insufi­
ciente” , “ pequeño” , “ grande” , deben tomarse en un sentido relativo.
Marx y Engels, después de haber proclamado la nueva teoría histórica,
siguieron viviendo décadas enteras; se dedicaban celosamente al es­
tudio de historia económica, haciendo en ella inmensos adelantos, lo
que es, particularmente fácil de comprender, dadas sus extraordinarias
aptitudes. Merced a estos adelantos, sus anteriores conocimientos tenía
que haberles parecido “insuficientes”, pero ello aún no prueba, que
su teoría careciera de base. El libro de Darwin relativo al origen de las
164 G. PLEJANOV

especies, había aparecido en 1859. Puede decirse con toda seguridad,


que ya diez años después, .Darwin había estimado insuficientes los
conocimientos que poseía durante la publicación de su libro. ¿Qué
importancia tiene este hecho?
No poco está ironizando también el señor Mijailovski con respecto
a que “ para la teoría, que había pretendido arrojar luz sobre historia
universal, cuarenta años después de su proclamación, (o sea, supuesta­
mente, casi hasta la aparición del libro de Morgan), la antigua historia
griega y germana siguieron siendo conjeturas no resueltas” 018. Esta
ironía se basa sobre una “ confusión” .
Que la lucha de clases formaba la tase de la historia griega y
romana, esto no pudieron dejar de saberlo Marx y Engels, a fines de
la década del 40, simplemente porque ésto ya lo sabían los escritores
griegos y romanos. Dean a Túcidides, Jenofonte, Aristóteles, a los
historiadores romanos. Aunque no sea más que a Tito Livio, quien, en
la descripción de los sucesos ocurridos aunque dicho sea de paso, con
h arta frecuencia suele pasar a un punto de vista “ subjetivo” aún así
verán en las obras de cada uno de ellos el firme convencimiento de que
las relaciones económicas y la lucha de clases, provocaron, sirvieron de
base, para la historia interna de las sociedades de esa época. A este
convencimiento lo revistieron con una directa y una simple comproba­
ción de hecho común y generalmente conocido del modo de vida co­
tidiano. Aún cuando en las obras de Polibio ya encontramos sin
embargo, una especie de filosofía de la historia, basada en el recono­
cimiento de ese hecho. Sea como fuere, pero este hecho era reconocido
por todos, y, ¿acaso cree el señor Mijailovski que Marx y Engels no
habían leído a los antiguos? Conjeturas insolubles, para Marx y Engels,
igual que para todos los hombres de ciencia, siguieron siendo las cues­
tiones relativas a las formas de la vida prehistórica de G-recia, Roma
y de las tribus germanas (como en otro lugar lo reconoce el mismo
señor Mijailovsky). E l libro de Morgan fue la respuesta a estas cuestio­
nes. Pero acaso se figura nuestro autor que para Darwin no existían
en la biología cuestiones no resueltas cuando escribía su libro?
“ La categoría de necesidad —continúa diciendo el señor Mijai-
lovsld— es tan universal y tan inapelable, que implica hasta las
esperanzas más insensatas y los temores más absurdos, contra los
cuales, al parecer, esta necesidad está llamada a batallar. Desde su
punto de vista, la esperanza de romper la pared a cabezazos no es un
absurdo, sino una necesidad. Exactamente igual que Quasixnodo 319 no
era un monstruo. Caín y Judas no fueron malvados, sino representaban
una necesidad. En una palabra, guiándose en la vida práctica única­
mente por el principio de la necesidad, se llega a caer en ilimitada
área fantástica, donde no hay ideas, ni cosas, sino solamente sombras
de un solo color de las ideas y de las cosas” 1320. Así es, precisamente,
señor Mijailovski. Hasta toda?.clase de monstruosidades, son indispen­
sablemente, igual producto de 1a, necesidad, como lo son los fenómenos
más normales, aun cuando de ello no se pueda deducir que Judas no
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 165

sea un malvado, puesto que sería un absurdo contraponer el concepto


“ malvado” al de “ necesidad” . Pero, una vez, que ustedes, muy señor
mío, escalan a héroe (y todo pensador subjetivista es un héroe, por
así decirlo) ex professo321 hagan el favor de tomarse el trabajo de
demostrar que no son héroes “ alienados” ; que las “ esperanzas” de
ustedes no son “ insensatas” , que los “ temores” no son “ disparatados” ,
que no son “ Quasimodos” del pensamiento, que no invitan a la turba
a “ derribar la pared a cabezazos” . Para probar todo ésto, tendrán que
recurrir a la categoría de necesidad, y ustedes no saben cómo manejarla,
E l punto de vísta subjetivo de ustedes excluye la posibilidad misma de
esta clase de operaciones; merced a esa “ categoría” , la realidad se
convierte, para ustedes, en el reino de las sombras. Es así como se van
encerrando ustedes en un callejón sin salida, es así como firman, para
la “ sociología de ustedes un testimormim, pa-upertaüs322; es así como
inician a aseverar que la “ categoría de necesidad” no muestra nada,
ya que, supuestamente, está mostrando demasiado mucho. E l “ certi­
ficado de pobre teórico” es el imico documento que otorgan del cual
proveen a sus partidarios, con su “ chaparrón de reclamaciones” ¡ Efe
poquísimo, señor Mijailovski excesivamente poquísimo!
El abejaruco asegura ser un pájaro heroico y, como tal no le cuesta
ningún trabajo prender fuego al mar. Cuando le invitan a que ex­
plique cuales son las leyes físicas o químicas sobre las que descansa
su plan de encender el mar, cae en dificultades y, para desembarazarse
de ellas, comienza a musitar un lenguaje melancólico y entreverado,
diciendo que, parece ser, eso de las “ leyes” no es más que un modo
de h ab lar; que, en el fondo, las leyes no explican nada y sobre ellas no
es posible fundar planes algunos: que hay que depositar la esperanza
en un accidente feliz, ya que hace mucho se sabe que de sopetón, hasta
puede disparar un bastón, y que, en general, la raison fm it toujours
par avoir raison 323. ¡ Qué pájaro más frívolo, qué pájaro más
desagradable!
Confrontemos este balbuceo insondable del abejaruco con la filo­
sofía valerosa, sorprendentemente armosiosa, de Marx.
Nuestros antepasados antropomórficos, al igual que todos los otros
animales, se hallaban plenamente sumidos en la Naturaleza. Todo su
desarrollo fue por completo inconsciente, condicionado por la adap­
tación al medio ambiente, mediante la selección natural en. la lucha por
la existencia. Fue este el tenebroso reino de la necesidad física. Por
aquel entonces no había despuntado aún, siquiera la aurora del cono­
cimiento. y, por consiguiente, tampoco la de la libertad. Pero, la nece­
sidad física impulsaba al hombre llevándolo a un grado de desarrollo
en que, poco a poco, comenzaba a destacarse del resto del mundo animal.
Se había convertido en animal que produce herramientas. La herra­
mienta es un órgano con cuya ayuda el hombre actúa sobre la
Naturaleza para alcanzar sus objetivos. Este, es un órgano que somete.
la necesidad a la conciencia humana, aún cuando, durante los primeros
tiempos, en un grado sumamente débil, valga la expresión, sólo a pe­
166 G. PLEJANOV

dazos y a ratos. E l grado de desarrollo d¡e las fuerm s productivas


determina la medida del poder que el hombre ejerce sobre la
Naturaleza.
E l desarrollo mismo de las fuerzas productivas está determinado
por las peculiaridades del medio geográfico que circunda a los hombres,
la Naturaleza misma ofrece, así al hombre, los medios para someterla.
Pero el hombre no libra la lucha contra la Naturaleza, solitaria­
mente. Lucha contra ella, según expresión de Marx, el hombre sociai
{der Gesellschatsmench), esto es, una unión social más o menos con­
siderable, por sus proporciones. Las peculiaridades del hombre social,
están determinadas, en cada época dada, por el grado de desarrollo de
las fuerzas productivas, puesto que del grado de desarrollo de dichas
fuerzas, depende todo el régimen de la unión social. Así, pues,
esta estructuración está determinada, en última instancia, por las
peculiaridades del medio geográfico, que ofrece a los hombres una
mayor o menor posibilidad de desarrollar sus fuerzas productivas. Pero,
una vez brotadas ciertas relaciones sociales, su posterior desenvolvi­
miento se efectúa de acuerdo con sus propias leyes internas, cuya ac­
ción acelera o retarda el desarrollo de las fuerzas productivas, que
condicionan al movimiento histórico de la humanidad. La dependencia
del hombre con respecto al medio geográfico, se convierte de directa,
en indirecta. E l medio geográfico influye sobre el hombre, a través
del medio ambiente social. Pero, en virtud de ello, la actitud del
hombre ante el medio geográfico que lo circunda, se vuelve extremada­
mente mutable. En cada nueva fase de desarrollo de las fuerzas pro­
ductivas, dicha actitud llega a ser distinta que la anterior. E l medio
geográfico influyó, de un modo totalmente distinto, sobre los bretones
de tiempos de César, que de la manera que ejerce ahora sobre los
habitantes de Inglaterra. Es así como el materialismo dialéctico con­
temporáneo resuelve las contradicciones que no pudieron superar los
enciclopedistas de] siglo X V I I I 324.
E l desarrollo del medio social está subordinado a sus propias leyes.
Esto quiere decir que sus peculiaridades dependen tan poco de la
voluntad y de la conciencia de los hombres, como de las del medio
geográfico. La influencia productiva del hombre sobre la Naturaleza
da pie a un nuevo género de dependencia del hombre, a una nueva
forma de su esclavitud: la necesidad económica. Y cuanto más se
acrecienta su poder sobre la Naturaleza, tanto más se desarrollan sus
fuerzas productivas, tanto más sólida se vuelve esta esclavitud: con
el desarrollo de las fuerzas productivas se complicm las relaciones
mutuas de los hombres en el proceso social de la producción; -el curso
de este proceso se escapa totalmente de bajo su contralor, el productor
llega a ser esclavo de su propia producción (ejemplo: la anarquía de
la producción capitalista),
Pero, —igual como la misma Naturaleza circundante del hombre
le había ofrecido a éste la prim era posibilidad de desarrollo de sus
fuerzas productivas, y, consiguientemente, su paulatina liberación de
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 167

bajo de su poder—, las relaciones de producción, las relaciones sociales,


por la propia lógica de su desarrollo, llevan al hombre a la conciencia
de las causas de su esclavización por la necesidad económica. Con ello
recibe la posibilidad de un nuevo y definitivo triunfo de la conciencia
sobre la necesidad, de la razón sobre la ley ciega.
Tras de haber tenido conciencia de que la causa de su esclavitud
por su propia creación, estriba en la anarquía de la producción, el
productor (el “ hombre social” ) procede a organizar esta producción,
sometiéndola, así, a su vohmtad. Es entonces cuando termina el reino
de la necesidad y adviene el de la libertad, la que termina ella misma,
por volverse ima necesidad. El prólogo de la historia humana se ha
cumplido, se inicia la historia323.
X)e este modo, el materialismo dialéctico, no sólo tiende —como lo
atribuyen los adversarios— a persuadir al hombre del absurdo que es
el sublevarse contra la necesidad económica, sino que también, y por
primera vez, le señala como componérselas con ella. Queda eliminado,
así, el inevitable carácter fatalista, característico del materialismo
metafísieo. Y exactamente igual queda eliminado todo motivo de
pesimismo, al que —como lo hemos visto—, conduce, necesariamente,
el consecuente raciocinio idealista. La personalidad individual no es
sino una espuma sobre la superficie de una o la; los hombres están
sometidos a una ley de hierro, de la que solamente pueden tener con­
ciencia, pero a la que no pueden subordinar a la voluntad humana,
dijo Jorge Büchner. No —responde Marx—, una vez que hayamos ad­
quirido conciencia de esta ley. depende de nosotros el derrocamiento
de su yugo, depende de nosotros el hacer de la necesidad un esclavo
obediente de la razón.
No soy más que un gusano, dice el idealista. Soy gusano mientras
soy ignorante —replica el dialéctico-materialista—, pero soy un dios
cuando conozco, ¡ Taníttm possumus, cuant-um scimus!a26.
Y es contra esta misma teoría, la que, por primera vez, había
instituido en firme el derecho de la razón hum ana; que, por primera
vez había comenzado a considerar la razón, no como un juguete impo­
tente de la casualidad, sino como una grandiosa fuerza invencible.
Contra esta teoría se alzan ahora, en defensa de los derechos de esta
misma razón, supuestamente atropellados, en nombre de los ideales,
¡ supuestamente menoscabados por ella! Y, a esta teoría se osa acusarla
de quietismo, de la tendencia a hacer la paz con el medio circundante,
casi de engatusarse con este último, igualmente como M alchalin323a
trataba de complacer a todos quienes ostentaban mayor jerarquía
que él. Verdaderamente, puede decir, que, aquí están decargando la
propia culpa sobre la cabeza de un inocente.
E l materialismo dialéctico 32r, dice que la razón humana no pudo
haber sido el demiurgo de la historia, puesto que ella misma es pro­
ducto de esta última. Pero, una vez aparecido este producto, no debe
y por su propia naturaleza, no puede someterse a la realidad, que la
168 G. PLEJANOV

historia anterior dejó como herencia. Por necesidad, tiende a transfor­


marla a su imagen y semejanza, volverla racional.
El materialismo dialéctico, al igual que el Fausto de Goethe,
dice: im Anfang war die T h a t52S.
La acción (la actividad, sujeta a leyes, de los hombres en el proceso
social de la producción) es la que explica el materialista-dialéctico el
desarrollo histórico de la razón del hombre social329. Es a la acción,
también a la que se reduce toda su filosofía 'práctica. E l materialismo
dialéctico es la filosofía de la acción.
Cuando el pensador subjetivista dice “ mi ideal”, dice con ello,
él triunfo de la necesidad ciega. E l pensador subjetivista no sabe fun­
damentar su ideal en el proceso de desarrollo de la realidad; por eso,
para él, inmediatamente, tras de la cerca de su minúsculo jardín del
ideal, comienza el inmenso campo de las casualidades, y, consiguiente-
temente, también de la necesidad ciega. E l materialismo dialéctico se­
ñala los métodos a aplicarse para poder convertir este; inmenso campo,
en un floreciente jardín del ideal. Solamente añade que los recursos
para esta conversión, están ocultos en el seno del mismo campo, hace
falta tan sólo saber hallarlos y saber -utilizarlos.
El materialismo dialéctico no cercena, como lo hace el subjeti­
vismo, los derechos de la razón humana. Sabe que estos derechos son
inmensos e ilimitados, igual como también sus fuerzas. E l materialismo
dialéctico dice que todo lo que hay de razonable en el cerebro humano,
o sea, todo lo que no representa una ilusión, sino un verdadero conoci­
miento de la realidad, invariablemente se transformará en dicha reali­
dad, infamablemente aportará a ella su parte de racionalidad.
De aquí se ve en qué radica, a juicio de los materialistas-dialéc­
ticos, el papel de la personalidad en la historia. Lejos de reducir esto
papel a la nada, los materialistas dialécticos plantean ante la personali­
dad una tarea, que, empleando el término habitual aunque no correcto,
debe reconocerse como lina tarea, completa y exchisivamente idealista.
Puesto que la razón humana puede triunfar sobre la necesidad ciega,
tan sólo después de haber tomado conocimiento de las propias leyes
internas de ésta; tan sólo después de haberla golpeado con su propia
fuerza. El desarrollo del conocimiento, el desarrollo de la conciencia
humana, constituye la tarea más grandiosa y más noble de la persona­
lidad pensante. lÁcht, mehr L i c h i Esto es lo que hace falta, ante
todo.
Pero, si hace mucho ya que se había dicho que nadie enciende una
vela para tenerla oculta, los materialistas-dialécticos añaden que no
cabe dejar la vela ¡en el estrecho gabinete de la ‘‘inteliguentsia’’ ! (de
la intelectualidad). Mientras existan los “ héroes” , que imaginan
que es suficiente con que ellos iluminen su propio cerebro, para poder
conducir a la multitud a donde a ellos les plazca; para moldear de ella,
como de la arcilla, todo lo que a ellos se les ocurra, el reino de la razón
seguirá siendo una hermosa frase y un noble sueño. Comenzará a acer­
carse a nosotros, alargando el paso, tan sólo cuando la propia multitud
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 169

llegue a ser el héroe de la acción histórica, y cuando en ella, en esta


“ m ultitud” gris, se forme la conciencia correspondiente a dicha
acción. Desarrollen la conciencia humana, habíamos dicho. Desarrollen
la conciencia de los productores, añadimos ahora. La filosofía subje­
tivista nos parece nociva, precisamente, porque ella impide a que la
intelectualidad contribuya al desarrollo de esa conciencia, contrapo­
niendo la multitud a los héroes, figurándose que la multitud no es sino
un conjunto de ceros, cuyo valor depende solamente de los ideales que
tenga el héroe que se pone a su frente.
Donde hay un pantano, allí hay diablos, dice vulgarmente
un proverbio popular. Habiendo héroes, ya habrá para ellos multitud,
dicen los subjetivistas, y, estos héroes, lo somos nosotros, los intelec­
tuales subjetivistas. A esto respondemos nosotros: el contraponer de
ustedes héroes a la multitud, es una simple fatuidad, y, por eso, un
autoengaño, Y seguirán siendo sim ples... fanfarrones hasta que no
lleguen a comprender que para el triunfo de los propios ideales de us­
tedes, es menester eliminar la posibilidad misma de esta contraposi­
ción, es necesario despertar en la multitud la conciencia heroica331.
Las opiniones gobiernan el mundo, dijeron los materialistas fran­
ceses ; nosotros somos los representantes de las opiniones, por eso, somos
los creadores de la historia; nosotros somos los héroes a quienes la
multitud no tiene sino que seguir.
Esta estrechez de concepciones correspondía al exclusivismo de la
situación de los enciclopedistas franceses. Ellos fueron los represen­
tantes de la burguesía.
E l materialismo dialéctico contemporáneo tiende a eliminar las
clases. Apareció justamente cuando esta eliminación llegó a ser una
necesidad histórica. Por eso se dirige a los productores, quienes han de
volverse los héroes del próximo período histórico. Por eso, por primera
vez, desde que nuestro planeta existe y gira en torno del sol, se efectúa
el acercamiento entre la ciencia y los hombres del trabajo. La ciencia
acude en ayuda de la masa trabajadora; ésta, en su movimiento cons­
ciente, se apoya en las conclusiones de la ciencia.
Si todo esto no es sino metafísica, nosotros, verdaderamente, ya no
sabemos qué es lo que nuestros adversarios entienden por metafísica.
“ Pero, todo lo que ustedes dicen, se refiere solamente al terreno
de las profecías; no son nada más que conjeturas, que adoptan una
forma un tanto armoniosa, tan sólo merced a los artificios de la dia­
léctica hegeliana. Es por eso que los calificamos de metafísieos” ,
replican los señores subjetivistas.
Nosotros ya hemos señalado que arrastrar a nuestra disputa la
“ tríad a” , puede hacerse, solamente, cuando de ella no se tiene ni
la más mínima noción. Ya hemos mostrado que ni para Hegel mismo la
“ tríad a” jamás desempeñó el papel de argumento, y que no constituye,
ni mucho menos, un rasgo distintivo de su filosofía. Hemos mostrado
también, nos atrevemos a pensarlo, que no son las referencias a la
“ tría d a ”, sino la investigación del proceso histórico, la que forma la
170 G. PLEJANOV

fuerza del materialismo histórico. Por eso, podríamos ahora dejar


la objeción sin prestarle ninguna atención. Pero suponemos que para el
lector no será inútil recordarle el siguiente hecho interesante de la
historia de la literatura rusa de la década del 70.
E l señor I. Zhukovski, al analizar “ E l C apital” , hizo notar®32
que el autor de esta obra, en sus, como ahora suele decirse, adivinan­
zas, se apoya solamente en consideraciones “ formales”; que sus ar­
gumentos representan nada más que un juego inconsciente de conceptos.
He aquí lo que a estas acusaciones había replicado N. Sieber.
“ Seguimos con el convencimiento que en todas partes, Marx hace
preceder la investigación de la tarea material, al aspecto formal de su
obra. Suponemos que si el señor .Zhukovski hubiese leído la obra de
Marx con mayor atención y menor parcialidad, él mismo habría
estado de acuerdo con nosotros. Entonces, sin duda alguna, habría
visto que, precisamente, por la investigación de las condiciones mate­
riales del período de desarrollo capitalista por el que estamos atrave­
sando el autor de “ El C apital” está probando que la humanidad se
propone únicamente tareas solubles. Marx lleva, paso a paso, a
paso, a sus lectores por el laberinto de la producción capitalista y
analizando sus elementos integrantes, nos da a entender su carácter
tem porario” 333.
“ Tomemos... la industria fabril, —continúa diciendo N. Sieber— ,
con sus cambios ininterrumpidos de manos en cada operación, con
su febril movimiento que arroja a los obreros, casi diariamente, de
una fabrica a la otra; sus condiciones materiales, ¿no son, acaso un
suelo nutritivo para las nuevas formas de la estructura social, de la
cooperación social? También la acción de las crisis económicas que
se repiten periódicamente, ¿no se mueven en la misma dirección? La
reducción de los mercados, la disminución de la jornada de trabajo, la
rivalidad entre los diversos países en el mercado general, el triunfo
del gran capital sobre el de proporciones insignificantes, ¿no tienden,
acaso, al mismo objetivo?... “ Después de señalar el inverosímil aumen­
to acelerado de las fuerzas productivas en el proceso de desarrollo
del capitalismo, N. Sieber vuelve a formular el interrogante” . O to­
das estas transformaciones, ¿no son materiales, sino meramente for­
m ales?... Por ejemplo, la circunstancia de que la producción capi­
talista inunde, periódicamente, el mercado mundial con mercaderías
y condene al hambre a millones de personas, mientras que los artícu­
los de consumo abundan, ¿no constituye acaso esto una contradicción, de
hecho, de dicha producción capitalista? Luego, la circunstancia de
que el capital, a la vez de despedir del trabajo a numerosos obreros, se
queje de la falta de mano de obra, ¿no constituye acaso una contra­
dicción, de hecho, del capitalismo? Contradicción, dicho sea de paso,
¿reconocida gustosamente por los propios dueños del capital? La cir­
cunstancia de que el capitalismo convierta los medios de disminución del
trabajo, tales como las mejoras mecánicas, y otras, en medios para
prolongar la jornada de trabajo, ¿no constituye, acaso, una contra­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 171

dicción, de hecho, de este sistema de producción? La circunstancia


de que el capitalismo, a la vez de bregar por la inviolabilidad de la
propiedad, despoje de la tierra a la mayoría de los campesinos y ten­
ga a mero salario a la inmensa mayoría de la población, ¿no consti­
tuye, acaso, una contradicción, de hecho, del régimen capitalista de
producción? Todo esto y muchas otras cosas, ¿sólo son metafísica y
nada de -ello existe en la realidad? Pero basta con echar un vistazo
a cualquier número del periódico inglés “ Bconomist”, para conven­
cerse de inmediato de lo contrario. De modo que el investigador
del modo de vida económico social presente, no tiene, en absoluto, nin­
guna necesidad de ubicar artificialmente la producción capitalista
en contradicciones dialécticas, formales, preconcebidas. P ara su vida,
le alcanza y le sobra con sus contradicciones reales” .
La réplica de Sieber, convincente por su contenido, fue benigna
por su forma. Un carácter completamente distinto tiene la réplica,
dada al mismo señor Zhukovski, por parte del señor Mijailovski.
Nuestro estimado subjetivista, hasta hoy día sigue entendiendo
de igual modo extremadamente “ estrecho”, para no decir unilateral,
la obra que entonces había defendido, y se esfuerza por hacer creer
a los demás que ésta, su comprensión unilateral es, precisamente, su
valoración correcta. Por supueísto, un hombre así no puede ser un
defensor seguro de “E l Capital” . Por eso, su réplica está repleta de
lías curiosidades más infantiles. He aquí, por ejemplo, una de ellas.
E l señor Zhukovski, para corroborar su inculpación a Marx de forma­
lismo y de abuso de la dialéctica hegeliana, había citado, entre otras
cosas, un párrafo de prólogo de Marx a su libro “ Zur K ritik der po-
litíschen Oehonomie” 334. El señor Mijailovski halló que el adversa­
rio de Marx “ veía correctamente el reflejo de la filosofía hegeliana
en este prólogo: “ si Marx hubiese escrito tan sólo este prólogo a “'Zur
Kritli ’’ el señor Zhukovshi habría estado completamente en lo jus­
to ” o sea. habría quedado probado que Marx no es más que un
formalista y un hegeliano. Aquí el señor Mijailovki “ había metido la
p a ta ” tan acertadamente, “ había consumado” hasta tal extremo esta
metida, que. sin querer, uno se pregunta: —Nuestro autor, que por
aquel entonces aún ■prometía mucho, ¿habría leído el mencionado pró­
logo? 337. Se podría citar unas cuantas curiosidades más de -esta ín ­
dole (una de ellas se habrá de señalar luego), pero no de ellas se trata
ahora. Por mal que el señor Mijailovski haya comprendido a Marx,
vio, de todos modos en seguida, que el señor Zhukovski estaba “ echan­
do la lengua al aire” con respecto al “ formalismo”, se imaginaba, de
todos modos, que esta habladuría era simplemente el producto de la
in . . . escrupulosidad.
“ Si Marx hubiese dicho —hizo notar justamente el señor Mijai­
lovski— que la ley que rige al desarrollo de la sociedad contemporánea
es tal, que ella de por sí, espontáneamente, niega todo el eistado pre­
cedente y, luego, niega esta negación reconciliando las contradicciones
de los estadios pasados en la unidad de la propiedad individual y
172 G. PLEJANOV

comunal, si hubiera dicho esto, y solamente esto (aun cuando fuese


en muchas páginas), habría sido un hegeliano rematado que cons­
truye las leyes desde la profundidad de su espíritu y que descansan
sobre principios meramente formales, o sea, independientemente del
contenido. Pero, quien haya leído “ E l C apital” sabe que Marx había
dicho no solamente ésto. Según el señor Mijailovski, la fórmula hege­
liana puede ser quitada con tanta facilidad del contenido económico
al que Marx, supuestamente, había incrustado, como se quitan los
guantes de la mano o el sombrero, de la cabeza. “ Con respecto a las
fases pasadas del desarrollo económico, aquí no puede haber, siquiera,
ninguna d u d a .., Tan fuera de duda, está también el posterior curso
del proceso: la concentración de los añedios de producción, cada vez
en una cantidad menor de manos, E n lo que hace al porvenir, puede a
existir, por supuesto, dudas. Marx supone que, ya que la concentración
del capital va concomitada con una socialización del trabajo, esta última
forma la base económica y moral (¿Cómo es ésto que la socialización
del trabajo “ form a” la base moral % y, ¿qué se hace con el “ autode-
sarrollo de las formas - J. P.) de la cual brotan las nuevas normas
jurídicas y políticas. El señor Zhukovski tuvo completa razón para
calificar esta construcción de conjeturas, pero no tuvo ningún derecho
(moral, por supuesto, J. P.) a pasar en silencio la significación que
Marx había asignado al proceso de socialización ” 3S8.
“ Todo «El Capital» —hace notar justamente el señor Mijailovski—
está dedicado a la investigación de cómo, una vez brotada una forma
social, ella va desarrollándose cada vez más, y consolida sus rasgos
típicos, subordinando, asimilando (¿ ?) los descubrimientos, las inven­
ciones, los perfeccionamientos de los modos de producción, los nuevos
mercados, la propia ciencia, obligándoles a trabajar para ella, y, cómo,
finalmente, esta forma dada no puede resistir los posteriores cam­
bios de las condiciones materiales” 359.
En la obra de Marx, “ precisamente el análisis de las relaciones
entre la forma social (o sea, del capitalismo, señor Mijailovski, ¿no
es así?, J. P.) y las condiciones materiales de su existencia (o sea,
las fuerzas productivas que miran cada vez más la solidez de la
existencia de la forma capitalista de producción, —¿no es verdad, señor
Mijailovski?, J. P.) quedará para siempre como monumento del sistema
lógico y de la inmensa erudición de su autor. El señor Zhukovsld tiene
el valor moral de afirmar que este problema Marx también lo elude.
Aquí no hay nada que hacer. Sólo queda por seguir, con asombro, los
ulteriores ejercicios enigmáticos del crítico, que da volteretas para la
diversión del público, una parte del cual, sin duda alguna, ha de com­
prender inmediatamente que está en presencia de un acróbata atrevido,
pero la otra parte, me temo, habrá de atribuirle un valor completamente
distinto a este espectáculo digno de portento” 540.
Summa summarum ?A1: si el señor Zhukovsld inculpó a Marx de
formalismo, esta inculpacióij, según palabras del señor Mijailovski,
había representado “ una gran mentira, integrada por una serie de
pequeñas m entiras” .
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 173

Es riguroso este veredicto, pero completamente justo. Y, si es


justo en relación al señor Zhukovski, es también legítimo en relación
a todos que actualmente siguen repitiendo que las “ conjeturas” de
Marx están basadas tan sólo sobre la “ tría d a ” hegeliana. Y si esta
sentencia es veraz con relación a toda la gente de esta clase. . . tomaos
el trabajo de leer este extracto:
“ El (Marx) había introducido hasta tal punto un contenido de
hechos efectivos en este huero esquema dialéctico, que a éste se le puede
separar del contenido como se separa la tapa de un taza, sin haber
cambiado nada, sin haber dañado nada, con excepción de un solo
punto, ciertamente, de inmensa importancia. A saber: con relación al
porvenir, las “ inmanentes” leyes de la sociedad están situadas de un
modo exclusivamente dialéctico. P ara un hegeliano ortodoxo es sufi­
ciente con decir que tras de la “ negación.” debe seguir la “ negación
de la negación” ; pero los desapasionados por la filosofía hegeliana, no
pueden contentarse con ello; para ellos, una deducción dialéctica no
es una prueba, y el no hegeliano que lo ha creído debe saber que, pre­
cisamente, tan sólo le ha dado fe, pero, sin haberse convencido” 342.
E l señor Mijaiiovslci había pronunciado su propio veredicto.
El señor Mijailovski mismo tiene conciencia de que está repitiendo
ahora las palabras del señor Zhukovski con respecto al “ formalismo”
de los argumentos de Marx en favor de las “ conjeturas” . No había
olvidado su artículo “ Carlos Marx ante el juicio del señor I. Zhu­
kovski” , y hasta abriga el temor que algún lector no se lo recuerde
inoportunamente. Por eso comienza por fingir como si hablara ahora
de lo mismo que había dicho en la década del 70. A tal fin está repi­
tiendo que el “ esquema dialéctico” puede ser separado “ como la ta p a ” ,
etc. Después sigue “ un solo punto” , en relación al cual, el señor
Mijailovsld, a escondidas del lector, coincide completamente con el
señor I. Zhukovski. Pero, “ este un solo punto” es el mismo “ de in­
mensa importancia” que había servido de motivo para desenmascarar
la “ acrobacia” del señor Zhukovski.
En 1877, el señor Mijailovski dijo que Marx, en lo que hace al
porvenir, o sea, precisamente lo que se refiere a “ un solo punto de
inmensa importancia” , no se limitó a las referencias a Hegel. Ahora,
según el mismo señor Mijailovski, se deduce que sí, que se había li­
mitado. En 1877, el señor Mijailovski dijo que Marx, con un sorpren­
dente “ vigor lógico” , con una “ inmensa erudición” mostró cómo
“ una forma dada” (o sea, el capitalismo) “ no puede resistir” los
posteriores cambios de las “ condiciones materiales” de su existencia.
Ello se refería precisamente a ese “ punto de inmensa importancia” .
Ahora el señor Mijailovski había olvidado cuán mucho de lo convin­
cente dijo Marx con motivo de este punto, y cuánta fuerza lógica e
inmensa erudicción había revelado en este punto. E n 1877, el señor Mi­
jailovski se sorprendió del “ valor m oral” con la que el señor Zhukovski
había pasado en silencio que Marx, confirmando sus conjeturas, hizo
referencia a la socialización del trabajo, ya completamente realizada
174 G. PLEJANOV

dentro de ]a sociedad capitalista. Actualmente, el señor Mijailovski


asegura a los lectores, que Marx, en lo que hace a este punto, conjetura
“ de un modo exclusivamente dialéctico” . E n 1877, “ todo el que haya
leído “ El C apital” sabía que Marx “ dijo no solamente ésto”. Ahora
resulta, que “ solamente ésto” , y que la fe de sus partidarios con res­
pecto al porvenir “ se mantiene, exclusivamente, sobre la punta de la
cadena hegeliana con tres p untas” 543. ¡Qué viraje, Dios mediante!
El señor Mijailovski ha pronunciado su propia sentencia y tiene
conciencia de haberla pronunciado.
Pero, ¿por qué motivo se le ocurrió al señor Mijailovski situarse
él mismo bajo la acción de esta implacable sentencia, que él mismo pro­
nunció? ¿Será que este hombre, que tan apasionadamente desenmas­
caró antes a los “ aeróbatas” literarios, en los años de la vejez, él
mismo revela una propensión al “ arte acrobático” ? $Serían posibles
estas conversiones? ¡Todas la.s conversiones son posibles, lector! T los
hombres que sufren estas conversiones merecen ser censurados. T no
seremos nosotros quienes los hemos de justificar. Pero, la actitud qxie
corresponde asumir ante estas personas, debe ser una actitud, como se
dice, a lo humano. Recuerden las palabras, profundamente humanas,
del autor de Comentarios sobre Mili: cuando un hombre procede mal,
la culpa, frecuentemente, no es tanto de él, cuanto de su desgracia;
recuerden lo que el mismo autor dijo, con motivo de la actividad lite­
raria de N. A. Polevoy:
“ N. A. Polevoy fue partidario de Cousin, al que consideraba po­
seedor de todas la»? sabidurías y filósofo más grande del m undo. . .
Partidario de Cousin como era, no pudo hacer la paz con la filosofía
hegeliana, y cuando ésta penetró en la literatura rusa, los discípulos de
Cousin aparecieron como hombres rezagados. Pero de su parte no hubo
nada criminal, desde el punto de vista moral por el hecho de que de­
fendieran sus convicciones y calificaran de absurdo lo que decían los
hombres que los habían aventajado en el progreso intelectual. No se
puede culpar a nadie por que otros, dotados de fuerzas más frescas y
de mayor decisión, los aventajasen. Ellos están en lo justo, por que
están más cercanos de la verdad, pero tampoco él tiene la culpa, él 210
hizo sino equivocarse” 344.
Eil señor Mijailovski fue durante toda su vida un ecléctico. No
pudo hacer la paz con la filosofía histórica de Marx, debido a la con­
formación de su mentalidad y a todo el carácter de su precedente —si
es que se puede emplear esta expresión con relación al señor Mijai­
lovski—, formación filosófica. Cuando las ideas de Marx comenzaron
a infiltrarse en Rusia, el señor Mijailovski hizo, al principio, la tenta­
tiva de defenderlas. Lo hizo, por supuesto, no sin numerosas reservas
y con muy considerables “ confusiones” . Entonces pensaba que tam­
bién estas ideas habían de lograr pasarlas por su tamiz ecléctico y, de
esta manera, aportar una variedad aún mayor a su dieta intelectual.
Después vio que, para adornar los trabajos mosaicos que se llaman la
concepción del mundo de los eclécticos, las ideas de Marx no servían
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 175

para nada, y que la difusión de éstas amenazaba con deshacer a cual­


quiera de sus mosaicos preferidos. Lanzó entonces sus armas contra
estas ideas. Claro está, de inmediato apareció como hombre atrasado,
pero, por amor a la verdad, a nosotros nos parece que él no tiene
culpa. No hizo sino equivocarse.
Pues, bien, pero todo esto [no justifica las ‘' acrobacias” !
Pero si no lo estamos justificando, sólo señalamos circunstancias
atenuantes: el señor Mijailovski, de una manera completamente desa­
percibida para él mismo, y en virtud del desarrollo del pensamiento
social ruso, había caído en una postura, de la cual es posible desemba­
razarse. tan sólo empleando la ‘'“'acrobacia’1. Es cierto que hay también
otra manera de liberarse de esa postura, pero a emplear la otra manera
sólo puede decidirse un hombre colmado de un auténtico heroísmo.
Esta otra manera es: deponer svs armas eclécticas.
CONCLUSION
Hasta ahora, al exponer las ideas de Marx, hemos examinado,
preferentemente, las objeciones que a dichas ideas se formulan desdo el
punto de vista teórico. Ahora nos será útil que vayamos conociendo tam­
bién la “ razón práctica”, cuando menos, de alguna parte de sus adversa­
rios. P ara hacerlo, emplearemos el método histórico-comparatwo. Dicho
en otras palabras, examinaremos, primeramente, cómo recibió las ideas
de Marx, la “ razón práctica’’ de los utopistas alemanes. Luego ya nos
dirigiremos a la razón de nuestros queridos y respetables compatriotas.
A fines de la década del 40, Marx y Engels tuvieron una inte­
resante controversia con el conocido ICarl Heinzen 345. La polémica
adoptó desde un principio, un carácter sumamente acalorado. ICarl
Heinzen trataba, como se dice, “ hacer chacota” con las ideas de sus
adversarios, revelando en este quehacer una habilidad que no era in­
ferior a la del señor Mijailovsky. Marx y Engels, por supuesto, no que­
daron deudores340. La disputa no prescindió tampoco de sus asperezas.
Heinzen tildó a Engels de muchachito frívolo e insolente. Marx tildó a
Heinzen de representante der grobianischen Literatur (de la literatura
grosera e ignorante), y Engels lo declaró “ el hombre más ignorante
de su siglo” 347. ¿En torno de qué se libraba, pues, esta disputa? ¿Qué
concepciones atribuía Heinzen a Marx y Engels? Helas aquí.
Heinzen aseveraba que, desde el pinito de vista de Marx, un hombre
impregnado de las más mínimas intenciones nobles, no tenía nada que
hacer en la Alemania de entonces. Según Marx, decía Heinzen, “ debe
al principio establecerse el imperio de la burguesía, la cual deberá fa­
bricar a un proletariado fabril ’\ el cual, por su parte habrá de comenzar
a ac tu a r348.
Marx y Engels “ no tomaban en consideración al proletariado que
los treinta y cuatro vampiros alemanes habían creado” , o sea, a todo
el pueblo alemán, con excepción de los obreros fabriles (la palabra
“ proletariado” significa, según Heinzen, tan sólo la situación cala­
mitosa de ese pueblo). Este numerosísimo proletariado carecía, su­
puestamente a juicio de Marx, de todo derecho a reclamar un mejor
176 G. PLEJANOV

futuro, porque llevaba sobre sí “ tan sólo el estigma de la opresión,


pero no el timbre fabril” ; deba padecer y morir, resignadamente, de
hambre (hongern und verhungern) hasta tanto Alemania 110 llegue a ser
una Inglaterra, La fábrica es la escuela por la que debe pasar, previa­
mente, el pueblo, para adquirir el derecho a empeñarse por mejorar su
situación 349.
Cualquiera que conozca algo de la historia de Alemania, sabe
ahora hasta qué extremo, fueron absurdas estas acusaciones formuladas
por Heinzen. Cualquiera sabe que Marx y Engels no habían cerrado
los ojos ante la situación calamitosa del pueblo alemán. Cualquiera
entiende que no era justo atribuirles el pensamiento de que un hombre
generoso no tenía nada que hacer en Alemania, mientras ésta no llegue
a ser xma Inglaterra: parece ser que estos hombres algo habían hecho,
sin esperar tal conversión de su patria. Pero, ¿por qué Heinzen les
había atribuido todo este absurdo? ¿Habría sido por la falta de ho­
nestidad? No, otra vez volvemos a decir: aquí, no era culpa de él,
sino de su desgracia. Simplemente no había comprendido las concep­
ciones de Marx y de Engels, y, por eso, le parecían nocivas, y, puesto
que sentía un fervoroso amor por su país, se armó contra estas, supues­
tamente nocivas, ideas para dicho país. Pero, la incomprensión es una
mala consejera y una auxiliar nada firme en la controversia. Es por
eso que Heinzen se sintió situado en la posición más absurda. E ra un
hombre muy ingenioso, pero falto de comprensión. Y con el ingenio
solamente, no se puede llegar muy lejos. Y ahora, “ les rieurs” 3S0,
tampoco están de su parte.
A Heinzen, como ve el lector, ¿habrá que mirarlo, como se mira,
entre nosotros, por ejemplo, al señor Mijailovski, con motivo de una
disputa completamente análoga? Y, ¿tan sólo aí señor Mijailovski?
Pues, todos los que atribuyen a los ‘'discípulos” la tendencia a entrar
al servicio de los ívolupaiev y los Easuvaiev 351 —y sus nombres forman
una legión—, vienen repitiendo el error cometido por Heinzen, pues
ninguno de ellos ideó ni una sola objeción contra los materialistas
económicos, que no figurara ya casi hace cincuenta años, entre los ar­
gumentos de Heinzen. Y, si tienen algo de original, es una sola cosa:
el cándido desconocimiento de que hasta qué punto no son originales.
Todos ellos tienen deseos de hallar “ nuevas sendas” para Rusia, y
el “ pobre pensamiento ruso” . Por su ignorancia, sólo caen sobre las
rutas viejas, llenas de pozos y hace tiempo abandonadas, del pensa­
miento europeo. Es algo extraño, pero no por eso menos comprensible,
si se emplea, para la explicación de al parecer este, extraño fenómeno,
la “ categoría de necesidad” . E n una cierta fase del desarrollo econó­
mico de un país dado, es cuando en las cabezas de sus intelectiiales
nacen {(n ecesa ria m en tecierta s tonterías.
Hasta qué punto cómica fue la posición de Heinzen, en su con­
troversia con Marx, nos lo. ilustra el siguiente ejemplo. Heinzen
acosaba a sus adversarios, reclamándoles un detallado “ ideal” del
futuro: “ Dígannos, preguntaba, a juicio de ustedes, ¿cómo habrán
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 177

de constituirse las relaciones patrimoniales? ¿Cuáles habrán de


ser los límites entre la propiedad privada, por una parte, y la
social, por la o tra !" Se le contestaba que en todo momento dado, las
relaciones patrimoniales de la sociedad quedan determinadas por el
estado de sus fuerzas productivas, motivo por el cual, sólo puede se­
ñalarse la dirección general del desarrollo social. Pero es imposible
elaborar, de antemano, ningún, proyecto de leyes exactamente defini­
dos. Ya ahora se puede decir, que la socialización del trabajo, creada
por la industria más moderna, habrá de conducir a la nacionalización
de los medios de producción. Pero no se puede decir, dentro de qué
marcos podría llevarse a cabo esta nacionalización, digamos, dentro
de diez años. Ello dependería de las relaciones mutuas que existirían
entre la pequeña y la gran industria, la gran propiedad agraria y la
propiedad agraria campesina, etc. “ Quiere decir que ustedes, por lo
tanto, no tienen ningún ideal —concluía Heinzen—. Bueno habrá de
ser el ideal que se fabricará, tan sólo posteriormente, por máquinas”.
Heinzen sustentaba un punto de vista utópico. E l utopista, al
elaborar su “ ideal” , toma siempre, como lo sabemos, como punto de
partida cualquier concepto abstracto, por ejemplo, el de la naturaleza
humana; o cualquier principio abstracto, por ejemplo, el de ciertos
derechos del individuo, o el principio de la “ individualilad” , etc., etc.
Una vez tomado este principio, no es difícil, partiendo desde el mismo,
determinar con la exactitud más perfecta, con los pormenores más de­
tallados, cuáles habrán de ser (por supuesto, sin saber, en qué tiempo
y bajo que circunstancias), digamos, las relaciones patrimoniales de los
hombres. Y, $e entiende, que el utopista mire, con asombro, a todos los
que le dicen, que no puede haber relaciones patrimoniales que fueran
buenas de por sí, sin relación alguna con las circunstancias del tiempo
y del lugar. Al utopista le parece que estos hombres carecen, total­
mente, de “ ideales” . Si el lector no hubiera seguido con toda atención
nuestra exposición, debe saber que el utopista, en tal caso, carece de
razón. Marx y Engels tenían un ideal y, un ideal muy definido, como es
el de la sumisión de la necesidad, a la libertad, de las fuerzas económicas
ciegas, a la fuerza de la>razón humana. Es también partiendo desde este
ideal, como orientaron su actividad práctica, la cual consistió, por su­
puesto, no en la prestación de servicios a la burguesía, sino en el de­
sarrollo de la conciencia de los mismos productores, quienes, con el
tiempo, habrían de llegar a ser los dueños de sus productos.
Marx y Engels no tenían porque “ preocuparse” en convertir
Alemania en una Inglaterra, o, como suele decirse ahora entre nosotros,
de entrar al servicio de la burguesía: ésta iba desarrollándose también
sin los esfuerzos de aquéllos y no era posible paralizar dicho de­
sarrollo, o sea, no existían las fuerzas sociales capaces de hacerlo.
Además estaría de más hacerlo, por cuanto las antiguas normas econó­
micas, en últimas instancias, no eran mejores que las burguesas, y
en la década del 40 caducaron a tal extremo, que se volvieron nocivas
para todos. Pero la imposibilidad de paralizar el desarrollo de la
178 G. PLEJANOV

producción capitalista, aún no había privado a los pensadores de Ale­


mania, de la posibilidad de servir al bienestar (Ve su 'pueblo. La bur­
guesía cuenta con sus concomitantes ineludibles: son todos los que
sirven, verdaderamente, a su bolsa de oro, en virtud de la necesidad
económica. Cuanto más desarrollada se encuentra la conciencia de
estos sirvientes forzados, tanto más fácil es su situación, tanto más
vigorosa es la resistencia que ofrecen a los IColupaiev y los R asuvaiev
de todos los países y de todas las naciones. Marx y Engels también se
propusieron la tarea de desarrollar esta conciencia: de conformidad
con el espíritu del materialismo dialéctico, desde el mismo principio
se habían propuesto una tarea, completa y exclusivamente, idealista.
La realidad económica sirve de criterio de un ideal. Así decían
Marx y Engels, y. basándose en ello, se recelaba de ellos, acusándoles
de cierto molchalinismo S2firt económico, de estar dispuestos a pisotear
en el barro al económicamente débil y de hacerle también el caldo
gordo al económicamente poderoso. La fuente de estas sospechas
radicaba er¡ una interpretación metafísica de lo que Marx y Engels
entendían bajo las palabras de realidad económica. Cuando un me-
tafísico oye decir que un dirigente público debe apoyarse en la rea­
lidad, piensa que lo que le están aconsejando es hacer la paz con
dicha realidad. Ignora que en toda realidad económica existen ele­
mentos opuestos, y que hacer la paz con la realidad, significaría ha­
cerla tan sólo con uno de sus elementos, con el que está imperando
con el momento dado. Los dialécticos-materialistas señalaron y siguen
señalando al otro elemento, al que es hostil a la realidad, al elemento
en el que está madurando el futuro. Nosotros preguntamos, el apoyarse
en este elemento, tomarlo como criterio de nuestros “ ideales” , ¿signi­
fica, acaso, entrar al servicio de los Kolupaiev y los Rasuvaiev?
Pero si la realidad económica ha de ser el criterio del ideal, se
entiende, entonces, que el criterio moral resulta insatisfactario, de­
bido, no a que los sentimientos morales de los hombres merezcan ser
menospreciados o descuidados, sino porque estos sentimientos aún no
nos señalan la ruta correcta hacia el servicio de los intereses de nues­
tros vecinos. No basta que un médico compadezca la situación de
su enfermo; debe tomar en cuenta la realidad física del organismo,
apoyarse en ella para combatirla. Si al médico se le ocurriera darse
por satisfecho con la indignación moral contra la enfermedad, se ha­
bría hecho merecedor del mayor escarnio. En este sentido fue cómo
Marx había ridiculizado la “ crítica moralizante” y la “ moral
crítica>’ de sus adversarios. Y éstos creían que se estaba burlando de
la “ moralidad” , “ La moral y la. voluntad humanas no tienen ningún
valor para los hombres que carecen de la una y de la o tra ” , excla­
maba Heinzen352.
Hace falta hacer notar, sin embargo, que si nuestros adversarios
rusos de los materialistas “ económicos” en general, vienen repitiendo
— sans le savoir 253— los argumentos de sus antecesores alemanes, los
diversifican, de todos modos, un tanto con algunos detalles. Así, por
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 179

ejemplo, los utopistas alemanes no se enzarzaban en prolongadas ca­


vilaciones acerca de “ la ley del desarrollo económico3’ de Alemania.
E ntre nosotros, las especulaciones de este género adoptaron propor­
ciones verdaderamente aterradoras. E l lector lia de recordar que el
señor V. Y., ya a principios mismos de la década del 70 prometió des­
cubrir la ley que preside el desarrollo económico de Busia 354. El señor
V. V., cierto es, había comenzado, posteriormente, a manifestar temores
a un ley así, pero mostrando él mismo, que los temores eran tan sólo
de carácter temporario, hasta tanto la intelectualidad rusa descubriera
una ley muy buena y muy conveniente. En general, pues, también el
señor V. V. participa, de buenas ganas, en las interminables disputas
acerca de si Elisia habrá de atravesar, o no, por la fase del capitalismo.
Ya a partir de la década del 70, la doctrina de Marx había sido enredada
en estas controversias.
De cómo siguen estas disputas entre nosotros, lo muestra la
palabra más reciente del señor S. Krivenko. Este autor, al objetar al
señor P. Struve, aconseja a su adversario que profundice mejor el
problema respecto a la “ necesidad absoluta y las buenas consecuencias
del capitalismo” ,
“ Si el régimen capitalista representa una etapa fatal ineluctable
de desarrollo por la cual tiene que atravesar toda sociedad humana, si
ante esta necesidad histórica no queda más que agachar la cabeza,
¿se ha de recurrir a medidas que sólo puedan retardar -el adveni­
miento del orden capitalista, o, por el contrario, habría que trata r de
facilitar el paso hacia dicho orden y extremar todos los esfuerzos para su
más rápida llegada; esto es, bregar por el desarrollo de la industria
capitalista y la capitalización de la industria artesana, el desarrollo
del sector de campesinos ricos, la anulación de la comuna agraria, el
despojo de la tierra a la población, y, en general, echar el excedente
de los campesinos, de la aldea a la fábrica? ” 335 y B5<3.
E l señor Krivenko plantea aquí, propiamente, dos cuestiones:
1) el capitalismo, ¿representa una etapa fatal, ineluctable?, y 2) en
caso afirmativo, ¿qué tareas prácticas se derivan de este hecho? Nos
detendremos solare la primera cuestión.
El señor Krivenko formula correctamente esta cuestión, en el
sentido de que una parte —y, además, la más inmensa— de nuestra
intelectualidad se la había planteado, precisamente en esta forma, a
saber, el capitalismo, ¿constituye una etapa fatal e inevitable, por la
cual ha de atravesar toda sociedad humana? Hubo tiempo en que se
creía que Marx daba a esta pregunta una respuesta afirmativa y la
gente se sentía disgustada por esta respuesta. Cfuando se hizo pública
la conocida carta de Marx, supuestamente dirigida al señor Mijai­
lovski 537 y 358; vieron, con asombro que Marx no consideraba como una
“ necesidad” esta etapa, y entonces concluyeron, maliciosamente, que
Marx había avergonzado j a sus discípulos rusos! Pero, los que se
alegraban del maí ajeno olvidaron el refrán, francés de bien rira qui
vira le dernier 359.
180 O. PLEJANOV

Desde el principio hasta el final de esta controversia, los adver­


sarios de los “ discípulos rusos” de Marx, se entregaron a la más
‘ ‘desapacible charla ’
Se trata de que, al discurrir sobre lo aplicable de la teoría histó­
rica de Marx a Rusia, se olvidaron una futilidad, olvidaron elucidarse
en qué radicaba esta teoría, precisamente. Y fue verdaderamente so­
berbio el aprieto a que se vieron enfrentados, merced a este olvido
nuestros subjeti vistas, encabezados por el señor Mijailovski.
Este último echó una lectura (si es que lo haya hecho) al
prólogo del “ Zur KriMh ’ en la que Marx expone su teoría filosófico-
histórica, y Mijailovski llegó a la conclusión de que esta teoría era
nada más que una “ hegelianada” . Al no haber visto al elefante, donde
éste verdaderamente estaba, comenzó a m irar por todos lados hasta
que, al fin, le pareció haber visto al tan buscado elefante en el
capítulo que versa de la acumulación capitalista originaria y, donde
se trata clel progreso histórico del capitalismo occidental, y no, ni
mucho menos, de la historia de toda la humanidad.
Todo proceso es absolutamente “ obligatorio” donde éste existe.
Así, por ejemplo, )a quema de un fósforo es obligatorio para éste,
una vez que se lo haya prendido fuego; el fósforo se extingue “ obliga­
toriamente” , una vez que el proceso de la quema llega a su fin. En “ El
Capital” se trata del curso de la evolución capitalista, “ obligatoria”
para los países en que esta evolución se está efectuando. E l señor Mijai­
lovski, después de haberse figurado que en el mencionado capítulo de
“ El Capital” se estaba frente a toda una filosofía histórica, decidió que
a juicio de Marx, la producción capitalista era obligatoria para todos
los países y para todas las naciones360. Comenzó, entonces, a lamentarse
de la difícil situación de la gente rusa, etc., y —¡oh, bromista!—, des­
pués de haber rendido el tributo a su necesidad subjetiva de gimotear,
enunció, con un aire de importancia, dirigiéndose al señor Zhukovski:
“ Ven, nosotros también sabemos criticar a Marx, y tampoco seguimos,
ciegamente ¡ tras de lo magisier diocit/ ” SC1. De por sí se entiende que con
todo esto no había avanzado, ni un solo paso, en la solución del
problema referente a la “ obligatoriedad” , pero Marx, después de
haber leído la jeremiada del señor Mijailovski, tuvo el propósito de
acudir en auxilio de- éste. Bosquejó, en forma de una carta dirigida
al redactor de la publicación “ Apuntes P atrios” , sus observaciones
al artículo de! señor Mijailovski. Cuando, después de la muerte de
Marx, este bosquejo apareció en nuestra prensa, la gente rusa,
recibió, cuando menos, la posibilidad de resolver correctamente la
cuestión referente a la “ obligatoriedad” .
¿Qué pudo haber dicho Marx, con respecto a la carta del señor
Mijailovski? Un hombre había caído en desgracia, al haber admitido
la teoría filosófico-histórica de Marx, por algo que no lo era en ab­
soluto. Claro está, este último, ante todo, tuvo que liberar de la des­
gracia al joven escritor raso qué, por aquel entonces, era toda una
promesa. Además, el joven escritor ruso se quejaba de que Marx ha­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 181

bía sentenciado a Elisia a soportar el capitalismo. Hubo que mostrar


al escritor ruso que el materialismo dialéctico no pronunciaba nin­
guna sentencia contra ningún país; que no señalaba rutas comunes y
“ ■obligatorias” para todas las naciones, para toda época dada; que
el ulterior desarrollo de toda sociedad dada, siempre que dependía
de la correlacción de las fuerzas sociales dentro del país y que, por
eso, todo hombre serio debe, sin conjeturar ni gemir por alguna “ obli­
gatoriedad” fantástica, estudiar, ante todo, esta correlacción, Sólo
este estudio puede mostrar también qué es lo “ obligatorio” y qué
es lo “ no obligatorio” para una sociedad dada.
■Y todo esto es lo que Marx hizo. Ante todo, puso de manifies­
to la “ confusión” del señor Mijailovski. “ En el capítulo relativo
a la acumulación originaria, quiero esbozar la ruta por la que el
régimen capitalista en Europa Occidental, había emergido del seno
del régimen económico feudal. Sigo, por consiguiente, el curso de
3os sucesos históricos que separaron violentamente al productor, de
sus medios de producción, habiendo convertido, además, al primero
es un obrero asalariado (en proletario, en el sentido contemporáneo
de esta palabra), y a los últimos, en capital. En esta historia, cada
revolución forma una época, sirviendo de palanca para el desarro­
llo de la clase de los capitalistas, siendo la expropiación de los
terratenientes la base principal de este desarrollo. Al final del ca­
pitulo habló de la tendencia histórica de la acumulación capitalista,
afirmando que su última palabra habrá de ser la transformación de la
propiedad capitalista en propiedad social. En estas palabras conclu­
yentes, no citó ninguna prueba en favor de la afirmación formulada,
por la sencilla razón de que la afirmación misma, no es sino la conclu­
sión general de una larga serie de razonamientos con respecto a la
producción capitalista” 362.
Para evidenciar mejor la circunstancia de que el señor Mijai­
lovski tomara por una teoría histórica algo que no lo era, ni pudo
serlo, Marx señala el ejemplo de la Eoma antigua. ¡ Ejemplo su­
mamente convincente! En efecto, si para todas las naciones es
“ obligatorio” atravesar por la etapa del capitalismo, ¿cómo se ex­
plicarían los casos de Eoma, de Esparta, del Estado de los incas,
y el de otros numerosos pueblos, que desaparecieron del escenario
histórico; sin haber cumplido esta supuesta obligación? Marx no
desconocía el destino de estos pueblos; por lo tanto, no pudo hablar
de una “ obligatoriedad” del proceso capitalista, válida para todas
partes.
“ A mi crítico le era cómodo convertir mi esbozo de historia del
origen del capitalismo europeo-occidental, en toda una teoría filo­
so fico-histó rica de la vía histórica de los pueblos, trazada, de modo
fatal, y de antemano, para cada uno de ellos, independientemente de las
condiciones de su modo histórico de vida. Pero yo ruego disculpar­
me: esta interpretación sería para mí demasiado honrosa, a la vez
que demasiado vergonzosa” 363.
182 U. L' l . KJANOV

Y, ¡cómo no liabría de serlo! Pues, tal interpretación hubiera


convertido a Marx en uno de los “ hombres provistos de fórmulas” ,
a los cuales él ridiculizó ya en su polémica con Proudhonaü4. E l se­
ñor Mijailovski atribuyó a Marx una “ fórmula de progreso” y éste
le contestaba: “ No, le agradezco humildemente, a mí este favor no
me hace fa lta ” .
Ya hemos visto cómo habían considerado los utopistas las leyes que
rigen el desarrollo histórico. (Que haga memoria, el lector, de lo que
dijimos, refiriéndonos a Saint Simón). A la vigencia de leyes que
presiden el movimiento histórico, los utopistas la revestían de una
forma mística. La senda por la cual marcha la humanidad, estaba,
según la idea de los utopistas, pretrazado de antemano, y ningún suceso
histórico estaba en condiciones de modificar el rumbo de esta senda.
¡Interesante aberración sicológica! La “ naturaleza hum ana” es
para los utopistas, el punto de partida de sus investigaciones. En
cambio, las leyes de evolución de esta naturaleza, adoptan, para
ellos, inmediatamente, un carácter misterioso, son transferidas en al­
guna parte. Fuera del hombre y fuera de las verdaderas relaciones
de los hombres, a cierta esfera <csuper histórico
El materialismo dialéctico traslada también aquí el problema,
a otro terreno, por completo distinto, dotándole, así, de un aspecto
íntegramente nuevo.
Los dialécticos-materialistas “ todo lo reducen a la economía” .
Ya hemos explicado de cómo hay que entenderlo. Pero, ¿qué es la
economía? Es el conjunto de las relaciones verdaderas que contraen
entre sí los hombres, que integran una sociedad dada, en su proceso
de producción. Estas relaciones no representan ningún ente meta-
físico inmóvil. Cambian perpetuamente bajo el influjo del desarrollo
de las fuerzas productivas, al igual que bajo la influencia del medio
ambiente histórico que circunda a dicha sociedad dada. Una vez
dadas las relaciones verdaderas entre los hombres en el proceso de
producción, se derivan de ellas, de modo fatal, ciertas consecuencias.
En este sentido, el movimiento social está conformado a ciertas leyes,
y nadie mejor que Marx elucidó esta conformación a leyes. Pero,
puesto que el movimiento económico de cada sociedad tiene una forma
“ original” , como resultado de la “ originalidad” de las condiciones,
entre las cuales se está llevando a efecto, no puede haber ninguna
“ fórmula de progreso” que englobe lo pasado y que prediga el futu­
ro movimiento económico de todas las sociedades. La fórmula de
progreso es la misma verdad abstracta que, según palabras del autor
de “ Bosquejos del período gogoliano de la literatura ru sa” , estaba
tan al gusto de los metafísieos. Pero, según la justa observación del
mismo autor, la verdad abstracta no existe; la verdad «s siempre
concreta: todo depende de las circunstancias del tiempo y del lugar,
y, si todo depende de estas circunstancias, éstas deben ser estudiadas
por la gente, que, etc.365.
“ A fin de poder juzgar, con seguridad, acerca del curso de
desarrollo económico de la Rusia contemporánea, he aprendido el ruso

I
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 183

y, desde varios años atrás vengo estudiando las fuentes oficiales y


otras que hay en la prensa con respecto a este problema” 866.
Los discípulos rusos de Marx, también en este aspecto, le siguen
siendo devotos a su maestro. Por supuesto, alguno de ellos puede
poseer más y otro menos vastos conocimientos económicos, pero de lo
que se trata, no es de la proporción de los conocimientos individuales
de cada uno, sino del mismo punto de vísta. Los discípulos rusos de
Marx se guían, no por un ideal subjetivo o por alguna "fórm ula de
pi’ogreso” , sino que recurren a la realidad económica de su país.
¿A qué conclusión arribó Marx con respecto a Rusia? “ Si Rusia
seguirá marchando por la ru ta que había elegido después del año de
1861, habrá de perder una de las oportunidades más convenientes que
alguna vez el curso histórico ofreció a nación alguna para eludir todas
las peripecias del desarrollo capitalista” . Marx añade, a continuación,
que durante los últimos años, Rusia “ se esforzó bastante” , en el sen­
tido de marchar por la ruta mencionada. Desde que esta carta fue
escrita (o sea, desde 1877, agregamos nosotros), Rusia siguió m ar­
chando, cada vez más lejos y más aceleradamente, por dicha ruta.
¿Qué es lo que se desprende de la “ carta” de Marx? Tres con­
clusiones :
1.®) Con su carta no avergonzó a sus discípulos rusos, sino a
los señores subjetivistas, quienes, al no tener ni la más mínima noción
de su punto de vista científico, trataban de reformarlo a su propia
imagen y semejanza, convertirlo en metafísico y utopista.
2.°) Los señores subjetivistas no se avergonzaron con la carta,
por la sencilla razón de que, leales a su “ ideal” , tampoco la en­
tendieron.
3.°) Si los señores subjetivistas desean disentir con nosotros
acerca de cómo y a dónde marcha Rusia, tendrán, en todo momento
dado, que partir desde el análisis de la realidad económica.
El estudio de esta realidad llevó a Marx, en la década del 70,
a una conclusión condicionada: “ Si Rusia seguirá marchando por la
senda por la que se encaminó desde la época ele la emancipación de
los campesinos, habrá de llegar a ser un país completamente capita­
lista, y después, una vez caída bajo el yugo del régimen capitalista,
tendrá que subordinarse a las leyes inexorables del capitalismo, al
igual que los demás países profanos. ¡Esto lo es todo!”
Esto lo es todo. Pero el hombre ruso que desea esforzarse por el
bien de su patria, no puede darse por satisfecho con esta conclusión
condicionada; ante él, surge, inevitablemente el interrogante: ¿con­
tinuará marchando por esta senda?, ¿no existen datos que permitan
esperar que abandone esta senda?
P ara contestar a esta pregunta, hay que acudir, una vez más, al
estudio de la situación efectiva del país, al análisis de su actual vida
interna. Los discípulos rusos de Marx, 'basados en este análisis, afir­
man: sí, ¡habrá de continuar! ¡No hay datos que permitan abrigar
184 G. PLEJANOV

la esperanza de que Rusia habrá de abandonar pronto la senda del


desarrollo capitalista, por la cual se había encaminado después de
1861! ¡Esto lo es todo!
Los señores subjetivistas creen que los “ discípulos” están equi­
vocados. Tendrán que probarlo con los datos que la misma realidad
rusa está suministrando. Los “ discípulos” dicen: “ Rusia habrá de
continuar marchando por la senda del desarrollo capitalista, no debido
a la existencia de alguna fuerza exterior que la impulse por dicha
senda, sino debido a que no existe ninguna fuerza efectiva interna
capaz de desviarla de esta senda. Si los señores subjetivistas creen
que tal fuerza existe, que digan, pues, en qué estriba dicha fuerza,
que prueben, pues, su presencia. Estaremos muy contentos de escu­
charlos. Hasta ahora nosotros no hemos oído nada definido al res­
pecto ’ ’.
¿Cómo que no hay ninguna fuerza, y nuestros ideales para qué
sirven?, exclaman nuestros queridos adversarios.
Ah, j señores, señores! Ciertamente, son ustedes cándidos ¡ hasta
la puerilidad! Pues la cuestión, precisamente, radica en ¿cómo llevar
a efecto, aunque sean sus ideales, aun cuando representan algo bas­
tante incoherente? El problema, planteado de esta manera, adopta,
ciertamente, un carácter muy prosaico, pero hasta tanto siga siendo
insolúble, Jos “ ideales” de ustedes seguirán teniendo un valor tan
sólo “ ideal” .
Habían traído una vez a un buen joven a una prisión de piedras,
lo dejaron tras de los barrotes de hierro y le colocaron una guardia
para vigilarlo. El buen joven no hacía más que sonreírse. Sacaba un
pedazo de carbón que tenía preparado, dibujó en la pared un bote, se
sentó en él y . .. adiós la prisión, adiós a la guardia que lo vigila.
E l buen joven nuevamente anda divirtiéndose por el ancho mundo.
j Buen cuento! P ero.. . nada más que un cuento. En realidad, un
bote dibujado en una pared, jamás, a nadie y a ningún sitio lleva de
paseo.
Ya desde la abolición del derecho de servidumbre, Rusia se en­
caminó, manifiestamente, por la ru ta del desarrollo capitalista. Los
señores subjetivistas lo están viendo perfectamente. Ellos mismos vie­
nen afirmando que las viejas relaciones económicas se están desmoro­
nando entre nosotros con una sorprendente y cada vez más acrecentada
celeridad. Pero eso no es nada, se dicen los unos a los otros: embar­
caremos a Rusia en el bote de nuestros ideales y se alejará bogando
desde esta ruta hacia el fin del mundo, hacia reinos desconocidos.
Los señores subjetivistas son buenos narradores de cuentos, p e ro ...
“ ¡eso, lo es todo\’\ Y eso, lo es todo, y eso es terriblemente poco y los
cuentos jamás aún modificaron al movimiento histórico de un pueblo,
por la misma razón prosaica de que ningún ruiseñor se alimentó jamás
con fábulas.
Los señores subjetivistas tienen una manera extraña de clasificar
a la “ gente ru sa” , en dos categorías: los que creen en la posibilidad
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA. HISTORIA 185

de ir bogando en. el botecito del ideal subjetivo, son reconocidos como


hombres buenos, como auténticos hombres del pueblo de buenas inten­
ciones. En cambio, a los que dicen que esta fe, decididamente, carece
de todo fundamento, se les atribuyen, ciertas malas intenciones desna­
turalizadas : la tendencia a matar de hambre al campesino ruso. Jamás,
en ningún melodrama figuraron malvados tales, como, a juicio de los
señores subjetivistas, habrían de ser los materialistas “ económicos”
rusos consecuentes. Esta asombrosa opinión está tan fundada como lo
fue la de Heinzen —que el lector ya conoce— quien atribuyó a Marx
la intención de dejar al pueblo alemán “ hungern und verhungem ” 307.
E l señor Mijailovski está haciéndose la siguiente pregunta: ¿por
qué precisamente ahora aparecieron los señores, capaces “ con la con­
ciencia tranquila a condenar a millones de personas a morir de hambre o
a una vida de miseria” ? E l señor S. N, Krivenko cree que, una vez que
un hombre consecuente haya resuelto que en Rusia el capitalismo es ine­
vitable, no le queda más que “ esforzarse por la capitalización de la
industria artesana, por el desarrollo del sector de los campesinos
ricos. . . por la anulación de la comuna agraria, por el despojo de la
tierra a la población y, en general por expulsar el excedente campesino
de la aldea” . E l señor S. N. Krivenko lo cree así, únicamente por que
él mismo no es capaz de pensar “ consecuentemente” ,
Heinzen reconoció a Marx, cuando menos, un apasionamiento pol­
los hombres del trabajo que llevan sobre sí el “ timbre fabril” . Los
señores subjetivistas no reconocen, al parecer, ni siquiera esta pequeña
debilidad; en los “ discípulos rusos de M arx” . Estos, parece, odian
consecuentemente a todos los hijos del hombre. Hasta el último. A
todos quisieran matar de hambre, con excepción, tal vez, de los repre­
sentantes del sector comercial. En realidad, si el señor Krivenko ad­
mitiera en los “ discípulos” algunas buenas intenciones en relación a
los obreros fabriles, no habría escrito las líneas recién mencionadas.
£{Esforzarse. . . en general, por echar el excelente campesino de
la aldea” , ¡Por todos los santos del cielo! ¿Para qué esforzarse?
Pues, la afluencia de nueva mano de obra en el seno de la población
fabril lleva a la reducción de 3os salarios. Y, hasta el señor Krivenko
sabe que la reducción de los salarios no puede ser útil ni grato a los
obreros. ¿Para qué han de comenzar los “ discípulos” consecuentes a
esforzarse a infligir un daño y cansar disgustos a los obreros? Por
supuesto que estos hombres son consecuentes tan sólo en su antropo-
fobia, que no quieren ¡ ni siquiera al obrero fa b ril! Y, pueda ser que lo
quieran, aunque a su manera especial, y por eso se esfuerzan por
causarle daño, “ te quiero con el alma y te sacudo con la palm a” ,
a “ Dios rogando y con el mazo dando” . ¡ Gente extraña! i Consecuencia
asombrosa!
“ Esforzarse... por el desarrollo del sector de los campesinos
ricos, por la '-anulación de la comuna agraria, por el despojo de la
tierra a la población” . ¡Qué horrores! Pero, ¿para qué esforzarse por
todo esto? Pues, el desarrollo del sector de los campesinos ricos y el
186 G. PLEJANOV

despojo de la tierra a la población puede reflejarse sobre la reducción


de su poder adquisitivo, y este último lleva a la reducción de la demanda
de artículos fabriles, disminuye la demanda de la mano de obra, esto
es, redues 3os salarios. No, los “ discípulos” consecuentes no quieren
al hombre del trabajo. Y, ¿tan sólo al hombre del trabajo? Pues, la
reducción del poder adquisitivo de la población se refleja nocivamente
incluso sobre los intereses de los empresarios, quienes constituyen el
objeto de los más importantes cuidados para los “ discípulos’'. No;
digan lo que quieran, pero j son hombres asombrosos estos discípulos!
“ Esforzarse,.. por la capitalización de la industria artesana” . ..
no “ tener escrúpulos, ni por el acaparamiento de la tierra de
los campesinos, ni por la instalación de tiendas y de tabernas, ni por
otra actividad sucia. . . ” Pero, ¿ para qué han de hacer todo esto los
hombres consecuentes? Pues, porque están convencidos de la inelucta-
bilidad del proceso capitalista. Por consiguiente, si la instalación, por
ejemplo, de las tabernas fuera una parte esencial de este proceso,
aparecerían inevitablemente las tabernas (las que ahora, así hay que
suponerlo, no existen). Al señor Krivenko le parece que la actividad
“ no lim pia’’ habrá de acelerar el movimiento del proceso capitalista.
Pero, otra vez tendremos que decir, que si el capitalismo es inevitable,
los negocios “ sucios” habrán ele aparecer de por sí. %Por qué deben de
“ preocuparse” por este advenimiento los discípulos consecuentes de
Marx ?
“ Aquí la teoría de estos últimos queda enmudecida ante la de-
manda del sentimiento m oral; ven que la actividad ‘‘deshonesta ’ ’ es
ineludible, la adoran por esta ineludibilidad y de todas partes se apre­
suran a acudir en su auxilio, temiendo, al parecer, que la pobre e
inevitable actividad “ deshonesta ’ ’ no puecla instalarse sin ayuda de
ustedes’\
No opina así, señor Krivenko? Si nos dice que no, resultará que
todos los razonamientos de ustedes acerca ele los discípulos “ conse­
cuentes” no servirían de nada. Y, si nos dice que sí, no servirían de
nada su personal consecuencia, su propia “ capacidad cognoscitiva” .
Tomen lo que les plazca, aunque sea la capitalización de la indus­
tria artesana. Esta capitalización representa un proceso bilateral:
aparecen, en primer lugar, los hombres que acaparan en sus manos los
medios de producción, y, en segundo lugar, los hombres que ponen en
movimiento estos medios productivos por una remuneración. Supongamos
que la “ inescrupulosidad” constituye el rasgo distintivo de los hombres
pertenecientes a 3a primera categoría. Entonces, los que trabajan para
ellos por una renumeración, pueden, al parecer, ¿eludir también esta
“ fase” del desarrollo moral'? Y, si es así, ¿qué de “ deshonesto” puede
haber en mi actividad si la dedico a estos mismos hombres, si he de
desarrollar su conciencia y defender sus intereses materiales? El
señor Krivenko dirá, posiblemente, que esta actividad ha de re­
tardar el desarrollo del capitalismo. En absoluto. E l ejemplo de In ­
glaterra, Francia y Alemania nos muestra que allí, esta actividad no
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 187

sólo no- retardó el desarrollo del capitalismo, sino, por el contrario, la


aceleró, con lo cual, entre otras cosas, acercó también la solución prác­
tica de alguno de los malditos problemas que allí existían.
O, tomemos la anulación de la comuna agraria. También es un
proceso bilateral: las parcelas de los campesinos quedan acumuladas
en manos de los campesinos ricos; una parte cada vez mayor y mayor de
los anteriores dueños independientes, se convierten en proletarios. Todo
ello, por supuesto, viene acompañado de un choque de intereses, de
una lucha. Llega, atraído por el ruido, del “ discípulo ruso” , entona
un breve, pero hondamente sentido himno a la “ categoría de la nece-
cidad” , y . . . ¡abre una taberna! Así procede el más “ consecuente” .
El más moderado se limita a abrir una tienda. %Qué le parece al señor
Krivenko? Y, ¿por qué no habrá de ponerse el “ discípulo” del lado
de los pobres de la aldea?
Pero si va querer colocarse de su lado, ¿tendrá que esforzarse por
impedir que se les despoje de la tierra? Bueno, supongamos que así
$ea. “ —Esto habrá de retardar el desarrollo del capitalismo” —. No
habrá de retardar en absoluto. Por el contrario, hasta lo va acelerar. A
los señores subjetivistas les sigue pareciendo que la comuna agraria
“ de por s í” tiende a pasar a cierta “ forma superior” . Están equi­
vocados. La ímíca tendencia efectiva de la comuna agraria es la
tendencia a desintegrarse. Y cuanto mejor sea la situación de los
campesinos, tanto más rápidamente se desintegraría la comuna agraria.
Además, la desintegración puede tener lugar en condiciones, más o
menos ventajosas para el pueblo. Los “ discípulos” deben “ esforzarse”
para que esta desintegración se lleve a efecto en condiciones ventajosas
para él.
Y, ¿por qué no prevenir la desintegración misma?
Y, ¿por qué no han prevenido ustedes el hambre de 1891? ¿No
pudieron? Se lo creemos, y consideraríamos perdida para nosotros.la
partida, si, en lugar de impugnar las concepciones de ustedes valién­
donos de argumentos lógicos, no tendríamos más remedio que atribuir
a la moralidad de ustedes la culpa por los sucesos de este género que no
dependían de ustedes. Pero y, ¿por qué a nosotros nos miden ustedes con
una medida distinta? ¿Por qué, en las disputas con nosotros, pintan
ustedes la cosa de modo tal como si la miseria del pueblo fuera obra
nuestra? Porque allí donde no es posible presentar la lógica, se pre­
sentan, a veces, las palabras, sobre todo las palabras mezquinas ¿ustedes
no pudieron prevenir el hambre de 1891 ? ¿ Quién, pues, sale de garante
que van a poder prevenir la disolución de la comuna agraria, la ex­
propiación de los campesinos? Tomemos el camino intermedio, tan. del
agrado de los eclécticos. Imaginemos que, en algunos casos, habrán de
lograr prevenir todo esto. Bien, y en los casos en que sus esfuerzos
resulten vanos, dónde, a pesar de ustedes, la comuna agraria igual se
vaya desintegrando, donde los campesinos se vean, de todos modos,
despojados de la tierra, ¿cómo van a proceder con estas víctimas del
proceso fatal? Caronte trasladaba a Estigia solamente las almas que
188 G, PLEJANOV

estaban en condiciones de abonarle por esta faena. ¿Comenzarán a


aceptar en el boteeito de 'ustedes, para su transporte al reino del ideal
subjetivo solamente a los miembros efectivos de la comunidad agraria?
¿Comenzarán a defenderse, empleando los remos contra los proletarios
rurales? Ustedes mismos, probablemente, estarán de acuerdo, señores,
que ello sería muy “ deshonesto’ Y, sí están de acuerdo, tendrán que
proceder con relación a ellos completamente igual que, a juicio de
ustedes, procedería todo hombre honesto; esto es, no instalar tabernas
para venderles narcóticos, sino acrecentar su fuerza de resistencia contra
la taberna, contra el tabernero y contra todo narcótico que la historia
les ofrece o les puede ofrecer.
O, posiblemente, ¿seremos nosotros los que ahora comenzamos a
narrar cuentos? ¿Sería posible que la comuna agraria no se esté
desintegrando! ¿Sería posible que la expropiación no tenga lugar en
la práctica? ¿Sería posible que nosotros lo hayamos inventado con el
único fin de arrojar a la miseria al campesino que hasta ahora gozaba
de un bienestar envidiable? Pero tomen cualquiera: investigación hecha
por sus propios correligionarios y ella les mostrará cómo estaban las
cosas hasta ahora, o sea, antes de que, un solo “ discípulo” , hubiese
abierto una taberna o instalado una tienda. Cuando disputaban con
nosotros, presentan las cosas como si el pueblo viviera ya en el reino de
los ideales subjetivos de ustedes, mientras que nosotros, por nuestra
característica antropofobia, lo arrastramos por los pies dentro del pro­
saico capitalista. Pero las cosas están justamente al revés, existe la
prosa capitalista, precisamente, y nosotros nos preguntamos, ¿cómo
luchar contra esta prosa, cómo colocar al pueblo en una situación,
aunque sea un tanto aproximada a lo “ ideal” ? Ustedes pueden hallar
que nosotros no damos una respuesta correcta a este problema, pero,
¿para qué deformar nuestras intenciones?308. Pues, ciertamente, ello,
es “ deshonesto” ; la “ crítica” de este género, ciertamente, es indigna,
siquiera en los “ mzdalianos” .
Pero, ¿cómo luchar contra esta prosa, capitalista, que, repetimos,
ya está existiendo, independientemente de los esfuerzos nuestros y
suyos? Ustedes tienen una sola respuesta: “ consolidar la comuna
agraria” , afirmar el vínculo del campesino con la tierra. Y nosotros
les contestaremos que esta respuesta sólo es digna de utopistas. ¿Por
qué? Porque es una respuesta abstracta. A juicio de ustedes la comuna
agraria es buena siempre y por doquier, y, a juicio nuestro, no hay
verdades abstractas. La verdad es siempre concreta, todo depende de
las circunstancias del tiempo y del lugar. Hubo un tiempo en que
la comuna agraria podía ser útil a iodo el pueblo; hay aún, probable­
mente, localidades en que ella sea ventajosa para los labradores. No
hemos de ser nosotros quienes nos opongamos a ella. Pero, en toda
una serie de casos, la comuna agraria, se ha convertido en un medio
de explotación del campesino. Nosotros nos oponemos a semejante co­
muna, como nos oponemos a todo lo que es nocivo para el pueblo.
Recuerden al campesino del cuento de G-. I. Uspensld que está pagando
“ de balde” 370. A juicio de ustedes, ¿cómo habrá de proeederse con
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 189

este campesino? Trasladarlo al reino del ideal, contestan ustedes,


Muy bien, trasládenlo con Dios, pero mientras aún no esté trasladado,
mientras aún no esté embarcado en el botecito del ideal, mientras el
botecito aún no atraque al lado de su casa y no se sepa aún cuando
pueda atracar, ¿no sería mejor para él, desembarazarse del pago “ en
balde"? ¿No sería mejor para él que deje de ser miembro de la comuna
agraria que tan sólo le asegura erogaciones completamente improduc­
tivas, además también de una paliza periódica en la dirección del dis­
trito? Nosotros creemos que sí, que sería mejor y, por eso, ustedes nos
acusan de tener la intención de matar de hambre al pueblo. ¿Es justo
eso? ¿No hay aquí alguna “ deshonestidad"? O, ¿será posible que,
de veras, no sean, capaces de comprendemos? ¿Será esto así? Chaa-
daiev dijo alguna vez que eí hombre ruso desconoce hasta el silogismo
de Occidente-371. ¿Será éste, justamente votre cas? 372. Admitimos
que el señor S. Krivenko, sinceramente, no nos comprende; lo admi­
timos también en relación al señor Kareiev y al señor luzhakov. Pero
el señor Mijailovski siempre nos ha parecido ser un hombre de mente
considerablemente más “ despejada".
¿Qué han ideado ustedes señores, para mejorar la suerte de los
millones de campesinos, prácticamente despojados de tierra? Cuando
se trata de los que pagan “ de balde", saben dar un solo consejo: aun
cuando paga “ de balde", debe hacerlo a fin de no romper su vínculo
con la comuna, porque si se rompe, ya no se lo puede restablecer. Esto,
por supuesto, acarrea inconvenientes temporarios para los que pagan
“ de balde", p e ro ... “ no será una calamidad la que ha de sufrir el
m u jik " 573.
De este modo, es como resulta que nuestros señores subjetivistas
están dispuestos a sacrificar en holocausto de sus ideales, ¡ los intereses
más vitales del pueblo! Es de esta manera como resulta que sic prédica,,
en la realidad, se vuelve cada vez más y más perjudicial para el
pueblo.
“ Ser una entusiasta, llegó a ser su actitud social" dice Tolstoy,
refiriéndose a Anna Pavlovna Scherers u . Odiar al capitalismo, se
volvió una actitud social de nuestros subjetivistas. ¿Qué utilidad pudo
arrojar para Rusia el entusiasmo de una vieja solterona? Ninguna, claro.
¿Qué beneficio rinde al trabajador ruso el odio “ subjetivo" al capita­
lismo? Tampoco ninguno.
Pero el entusiasmo de Anna Pavlovna, por lo menos, era inofensivo.
En cambio, el odio subjetivo al capitalismo comienza, palpablemente a
causar daño al trabajador ruso, ya que vuelve a nuestra intelectualidad
extremadamente poco escrupulosa en los medios tendientes a consolidar
la comuna agraria. Tan pronto se inicia a hablar de esta consolidación,
inmediatamente baja una tiniebla en la que todos los gatos son pardos,
y nuestros señores subjetivistas, prontos a comerse, amablemente a be­
sitos con “ Moscovskie Viedomosti", Y toda esta ofuscación “ subjetiva"
viene beneficiando, justamente, a la taberna que los ‘discípulos” se
preparan, supuestamente, a cultivar. Es una vergüenza decirlo, pero
190 G. PLEJANOV

es tin pecado ocultarlo: los enemigos utópicos del capitalismo, en la


práctica, son los auxiliares del capitalismo, en $u forma más grosera,
más abominable y más perniciosa.
Hasta ahora veníamos hablando de los utopistas que trataron o
están tratando hoy día de idear esta o la otra objeción contra Marx.
Ahora veamos cómo se comportan o se comportaron los utopistas, pro­
pensos a invocarlo.
Heinzen, a quien, con tan sorprendente exactitud, reproducen, ac­
tualmente, los señores subjetivistas rusos en sus disputas con los
“ discípulos rusos” , fue un utopista de tendencia democrático burguesa.
Pero en la Alemania de la década del 40 hubo muchos utopistas de la
tendencia opuesta a aquella573.
La situación económica y social por aquel entonces en Alemania
fue la siguiente:
Por una parte, se iba desarrollando aceleradamente la burguesía,
que reclamaba con gran insistencia de todos los gobiernos alemanes,
todo género de asistencias y apoyos. E l célebre Zollverein 570 fue ínte­
gramente obra suya. Además la agitación en su favor se realizaba, no
sólo con ayuda de las “ tramitaciones” , sino también mediante inves­
tigaciones más o menos científicas: recordemos a Federico L istS77. Por
otra parte, el aniquilamiento de las viejas “ norm as” económicas dejó
al pueblo alemán indefenso ante el capitalismo. Los campesinos y los
artesano» estaban ya suficientemente incorporados en el proceso del
movimiento capitalista, sintiendo en su carne propia los aspectos des­
ventajosos, que se dejan sentir, sobre todo muy fuertemente, durante
los períodos de transición. Pero la masa trabajadora aún estaba poco
capacitada, en esa época, para la resistencia. Aún no pudo ofrecer una
oposición un tanto notable a los representantes del capital. T a en la
década del 60, Marx dijo que Alemania está sufriendo, simultánea­
mente, tanto del desarrollo del capitalismo, como de la insuficiencia
de su desarrollo. E n la década del 40, sus sufrimientos por la insu­
ficiencia de desarrollo del capitalismo sé acrecentaron aún más. E l
capitalismo había destruido las viej as normas de la vida campesina;
la industria artesana, antes floreciente en Alemania, tuvo que enfren­
ta r ahora la competencia, superior a. sus fuerzas, de la producción
maquinizada, Los artesanos se estaban emprobeciendo, cayendo, con
cada año que pasaba, en la dependencia cada vez más pesada con res­
pecto a los acaparadores. Los campesinos, tuvieron, al mismo tiempo,
que cumplir toda una serie de obligaciones para con los, terratenientes
y el .Estado, que pudieran ser tal vez, no excesivamente gravitantes en
la época anterior, pero que en la década del 40 se volvieron tanto más
pesadas, cuanto que cada vez menos correspondían a las condiciones
efectivas de la vida campesina, La pobreza de los campesinos adoptaba
proporciones sorprendentes; el campesino rico llegó a ser el amo com­
pleto de la aldea; éste les compraba a los campesinos sus cereales, no
raras veces, todavía en flor; el pordioseo se convirtió en una especie
de ocupación temporaria. Los investigadores de entonces señalaban que
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 191

existían comunas agrarias en las que de las varias miles de familias


que las integraban, tan sólo unos cuantos centenares no se dedicaban
a la explotación de la mendicidad. En algunas localidades —cosa casi
completamente inverosímil, pero comprobada, a su debido tiempo por
la prensa alemana-— los campesinos se alimentaban con la, carroña. Al
abandonar la aldea, no bailaban suficiente jornal en los centres indus­
triales, y la prensa señalaba ciue el desempleo iba en aumento y también
la emigración que éste provocaba.
He aquí como uno de los órganos más avanzados ele esa época
pinta la situación de la masa trabajadora: “ Cien mil hilanderos en
el distrito de Savensberg y en otras localidades de la patria alemana,
no pueden vivir de su trabajo, no encuentran mercado para vender
sus artículos elaborados (se trata, principalmente, de artesanos),
buscan trabajo y pan, sin encontrar ni lo uno ni lo otro, ya que les
es difícil, por no decir imposible, encontrar un jornal fuera del hilado.
Existe una inmensa competencia entre los obreros por el salario más
insignificante ’’|37Sy ST0.
La moralidad del pueblo, sin duda, había descendido. La destruc­
ción de las viejas relaciones económicas trajo el correspondiente rela­
jamiento de los conceptos morales. Los diarios y las revistas de esa
época están repletos de quejas por la embriaguez de los obreros, por el
libertinaje sexual remante en su ambiente, por el snobismo y la disi­
pación, ejue se desarrollaban entre ellos, a la vez que la reducción de
los salarios. En el obrero alemán aún no se notaban los signos de una
mteva moralidad, de la moralidad que con toda celeridad comenzó a
desarrollarse posteriormente, sobre la base del nuevo movimiento de
liberación que el propio desarrollo del capitalismo había dado vida.
El movimiento cié liberación de la masa, en esa época, aún no había
comenzado. Su sordo descontento se manifestaba, de vez en cuando,
solamente en huelgas desesperadas y sublevaciones carentes de obje­
tivos, y destrucciones —carentes de sentido— de la maquinaria. Pero
ya en los cerebros de los obreros alemanes, comenzaron a centellar las
chispas de conciencia. Los libros que constituían un lujo bajo el régimen
anterior, se convirtieron en un objeto de necesidad, bajo el nuevo. El
apasionamiento por la lectura comenzó a apoderarse ds los obreros.
Este fue el estado de las cosas, que la parte culta de la intelectua­
lidad alemana (cler Gebüdeten. como se decía entonces) tuvo que
tomar en consideración. ¿Qué hacer, cómo ayudar al pueblo? Eliminar
al capitalismo, contestaba la intelectualidad. Las obras de Marx y
Engels que aparecieron en esa época, fueron acogidas con alegría por
una parte de los intelectuales alemanes, como una serie de nuevos
argumentos científicos en favor de la necesidad de eliminar al capita­
lismo. “ Mientras epie los señores políticos liberales, con una nueva
fuerza, comenzaron a tocar el clarín de List de las tarifas proteccio­
nistas, tratando de hacer c re e r... que se preocupaban del ascenso de
Ja industria, principalmente, en interés de la clase obrera, y sus ad­
versarios, los entusiastas del libre comercio, se esforzaban por demos­
192 G. PLEJANOV

tra r que Inglaterra había llegado a ser el floreciente país clásico de la


industria y del comercio, 110 a consecuencia, ni mucho menos, del pro­
teccionismo, apareció muy a propósito el excelente libro de Engels
acerca de la situación de la clase obrera en Inglaterra, aniquilando
las últimas ilusiones 38l). Todos reconocen que este libro constituye una
de las más formidables obras de la edad moderna. . . A la vez que una
serie de los más irrefutables argumentos, este libro está mostrando el
precipicio al que tiende a caer una sociedad que adopta, como su prin­
cipio motor, la codicia personal, la libre competencia entre los empre­
sarios privados, cuyo Dios es el dinero” 881.
De modo que es menester eliminar al capitalismo, de lo contrario,
Alemania caerá en el mismo precipicio, en cuyo fondo yace Inglaterra.
Esto lo ha demostrado Engels. ¿Qiiién ha de eliminar al capitalismo?
La intelectualidad, die Gebildeten. La peculiaridad de Alemania, según
las palabras de uno de estos Gebildeten, radica precisamente, en que,
en este país, es la intelectualidad alemana la llamada a eliminar al
capitalismo, mientras que “ en Occidente (m den westlichen Ldndern)
son generalmente los obreros que lo combaten” 382. ¿Cómo eliminará
la intelectualidad alemana al capitalismo? Mediante la organización
de la producción (Orgcmisation der Arbeit) 853 ¿Qué debe hacer la inte­
lectualidad para la organización de la producción? “ Allegemeines
Volksblatt” , periódico aparecido en Colonia en 1845, propuso las si­
guientes medidas:
1) Contribuir a la instrucción del pueblo, a la organización da
lecturas populares, conciertos, etc.
2) Instalación de grandes talleres, en los que los obreros, oficia­
les y artesanos puedan trabajar para ellos mismos y no para el em­
presario o el acaparador. “ Allgemeines Volksblatt” abrigaba la espe­
ranza de que, con el tiempo, estos oficiales-artesanos se agruparían en
una asociación aparte.
3) Establecimiento de comercios para la venta de los artículos
elaborados por los artesanos y oficiales, así como también por los
talleres nacionales.
Estas medidas habrán de salvar a Alemania de la úlcera del
capitalismo Y adoptar estas medidas es tanto más fácil —agrega el
mencionado periódico—, cuanto que “ aquí y allá ya comenzaron a
instituirse los depósitos permanentes, los llamados bazares industriales,
en los que los artesanos pueden exponer, para la venta, sus mercan­
cías” , obteniendo, inmediatamente, por ellas ciertos préstam os... A
continuación se formulaban incluso, las ventajas que dichos mercados
públicos reportan, tanto al productor como al consumidor.
Eliminar al capitalismo, parece más fácil allí donde éste está
aún débilmente desarrollado, Por eso, los utopistas alemanes, con mucha
frecuencia y gustosamente, acentuaban la circunstancia de que Ale­
mania aún no era una Inglaterra. Heinzen estaba hasta directamente
dispuesto a negar la existencia de un proletariado fabril en Alemania.
Pero, puesto que para los utopistas alemanes, lo principal radicaba en
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 193

demostrar a la “ sociedad" la necesidad de organizar la producción,


llegaban a menudo, sin dificultad y sin darse cuenta ellos mismos de
eso, al punto de vista de los hombres que afirman que el capitalismo
alemán no puede ya seguir desarrollándose a consecuencia de las
contradicciones que le son propias. Que el mercado• interno ya está
saturado, que el poder adquisitivo de la ‘población va descendiendo, que
la conquista de los mercados exteriores es poco probable, motivo por el
cual el número de los obreros ocupados en la industria de transforma­
ción debe ir disminuyendo cada vez más y más. Este punto de vista
fue el que sustentaba la revista —que ya hemos citado más de una
vez— “ Der GesellsehaftsspiegeP ’ 3S4, uno de los más principales órganos
de los utopistas alemanes de esa época, tras de la aparición del intere­
sante folleto de L. B u h l: “ Ande, utungen iiber die Noth der arbeitenden
Klassen und iiber die A.ufgabe der Vereine zum Wolil derselben”,
Berlín, 1845 385.
Buhl se formulaba la pregunta: las uniones, ¿están en condiciones,
para elevar el bienestar de la clase obrera, de cumplir con su tarea ? Y,
para responder a esta pregunta, planteó otra cuestión, precisamente la
que se refiere a ¿ de dónde procede, actualmente, la pobreza de la clase
obrera?
Un pobre y un proletario, no son, ni mucho menos, una y la misma
cosa, dice Buhl. El pobre no quiere o no puede trabajar; el proletario
está buscando trabajo, está capacitado para el trabajo, pero éste no lo
hay, y, por esta razón, cae en la miseria. Fenómenos de este género eran
completamente desconocidos en épocas anteriores, aún cuando siempre
habían existido los pobres y siempre habían habido oprimidos, por
ejemplo, los siervos de la gleba.
¿De dónde, pues, procede el proletario? Es una criatura de la
competencia. Esta, después de haber roto los grillos que encadenaron
la producción provocó un inaudito florecimiento de la industria. Esta
competencia obliga a los empresarios a rebajar el precio de sus produc­
tos. Por eso tratan de reducir los jornales o el número de la mano de
obra. Esta finalidad última se consigue perfeccionando las máquinas,
que arrojan a la calle a numerosísimos obreros. Además, los artesanos
no pueden resistir la competencia de la producción mecanizada, convir­
tiéndose ellos también en proletarios. El salario va descendiendo cada
vez más y más. Buhl trae el ejemplo de la producción de percal estam­
pado, que había florecido ya en la década del 20. El salario, en esa
época, era muy alto. Un buen obrero podía ganar de 18 a 201táleros por
semana. Aparecieron las máquinas y, con ellas, el trabajo de las mujeres
y los niños, y los jornales descendieron terriblemente. E l principio de
3a libre competencia obra así siempre y por doquier donde obtiene el
dominio. Este principio conduce a la sobreproducción, y, ésta, al desem­
pleo. Y, cuanto más se perfecciona la gran industria, tanto más se
acrecienta el desempleo, y tanto menos llega a ser el número de los
obreros empleados en las empresas. Que esto es así efectivamente, lo
demuestra el hecho ele que las calamidades recién señaladas tienen
194 G. PLEJANOV

lugar tan sólo en los países industriales. Los Estados agrarios no las
conocen. Pero, el estado de cosas, creado por la libre competencia es
extraordinariamente peligroso para la sociedad (fiir áie Gesellschaft).
y, por eso, la sociedad no puede permanecer indiferente ante este estado
de cosas. ¿Qué tiene que hacer, pues, la sociedad 1 Aquí Buhl recurre
a la cuestión, colocada, por así decirlo, -en el ángulo delantero de su
obra: ¿Está en condiciones, en general, cualquier Unión de desarraigar
Ja pobreza de la clase obrera?
La Unión local berlinesa de auxilio a la clase obrera se había pro­
puesto a la tarea de “ no tanto eliminar la miseria existente, cuanto
estorbar su nacimiento en el fu tu ro ” , A esta Unión acude ahora Buhl.
¿Cómo van ustedes a prevenir, pues, el nacimiento de la miseria en el
porvenir, pregunta; qué van a hacer para este fin'? La miseria del
obrero contemporáneo procede de la insuficiencia de demanda del tra ­
bajo. El obrero no necesita una limosna, sino trabajo. ¿De dónde sacará
trabajo la Unión? Para que aumente la demanda del trabajo, es preciso
que aumente también la demanda de los productos del trabajo. Y esta
demanda va descendiendo merced al descenso del salario de la masa
trabajadora ¿O, puede tal vez, la Unión descubrir nuevos mercados?
Buhl considera esto imposible. Arriba a la conclusión de que la tarea
que se había propuesto la Unión berlinesa no era sino una “ bondadosa
ilusión” .
Buhl aconseja a la Unión berlinesa profundizar mejor en las
causas de la miseria de la clase obrera, antes de emprender la lucha
contra ella. No atribuye ninguna importancia a los paliativos. “ Las
bolsas de trabajo, las cajas de ahorro y de pensiones y otras del mismo
género, pueden, por supuesto, mejorar la situación de unas cuantas
personas individuales, pero 110 arrancarán las raíces del m al” . “ Ni-la
asociación las arrancará” . “ Tampoco las asociaciones pueden evitar la
pesada necesidad (dura necesitas) de la competencia” .
En qué veía, exactamente, Buhl, el medio para excluir el mal, es
difícil deducirlo de su folleto. Parece como si sugiriera que para
remediar el mal, era necesaria la intervención del Estado, añadiendo,
sin embargo, que el resultado de tal intervención sería dudoso. Sea
como fuere, su folleto produjo una fuerte impresión en la intelectua-
/idad alemana de entonces. Y no, ni mucho menos, en el sentido de
la decepción. Todo lo contrario, veían en dicho folleto una nueva
prueba de la necesidad de organizar el Trabajo.
He aquí lo que la revista “ Der GesseUsckaftsspiegel” dice acerca
de este folleto de Buhl®86.
“ E l conocido escritor berlinés L. Buhl publicó una obra con el
título «Andeutiingen», etc. Este escritor piensa —y nosotros com­
partimos su opinión— que las calamidades de la clase obrera proceden
del exceso de las fuerzas productivas; qiie este -exceso es la consecuen­
cia de la libre competencia y de los más recientes descubrimientos e
inventos en la física y en la mecánica; que el retorno a los gremios
y las corporaciones sería tan nocivo como lo sería el entorpecimiento
LA C O N C E P C I Ó N MONISTA DE LA HISTORIA 195

de los descubrimientos e inventos; que, por eso, con las condiciones


nodales existentes actualmente (subrayado por el autor del comentario)
no hay remedios efectivos para ayudar a los obreros. Presuponiendo
que las actuales relaciones egoístas de los empresarios privados seguirán
siendo inmutables, hay que estar de acuerdo con Buhl que ninguna
Unión está en condiciones de destruir la miseria reinante. Pero tal
presuposición no hace falta en absoluto. Todo lo contrario, podrían
aparecer y ya están apareciendo Uniones, cuya finalidad es la ele
apartar, por vía pacífica, las bases egoístas, recién mencionadas, de
nuestra sociedad, Es menester solamente que el gobierno no ponga
trabas a esta actividad de las Uniones ’
Está claro que el comentarista no ha comprendido o 110 ha querido
comprender el pensamiento de Buhl, pero, esto no es importante para
nosotros. Nosotros hemos recurrido al ejemplo de Alemania solamente
para que, con la ayuda de las lecciones que nos ofrece su historia, nos
orientemos mejor en algunas corrientes intelectuales de la Rusia actual.
Y, en este sentido, el movimiento de los intelectuales alemanes de la
década del 40, encierra mucho de aleccionador para nosotros.
E n primer lugar, los argumentos esgrimidos por Buhl nos traen
a la memoria los que expone el señor N.-on. Tanto el uno como el otro
comienzan por señalar la evolución de las fuerzas productivas, como
3a causa de la reducción de la demanda de trabajo y, consiguientemente,
de la disminución relativa al número de obreros. Tanto el uno como
el otro hablan de la saturación clel mercado interno, y del carácter
ineluctable que de ella se desprende: de la ulterior disminución de la
demanda de la fuerza de trabajo. Buhl no reconoció, al parecer, la
posibilidad de la conquista de los mercados extranjeros por los alema­
nes; el señor N.-on, decididamente, tampoco la reconoce en lo que a
los industriales rusos se refiere. Por último, tanto para el uno como
para el otro, este problema relativo a los mercados extranjeros sigue
siendo un problema no investigado; ni el uno, ni el otro, alegan' un
sólo argumento serio 5ST en favor de su. opinión.
Buhl no hace de su investigación ninguna otra deducción evi­
dente, fuera de que es menester profundizar bien en la situación de
la clase obrera, antes de ayudarla. E l señor N.-on arriba a igual con­
clusión de que ante nuestra sociedad se plantea una tarea, ciertamente,
difícil, pero insoluble, la de organizar nuestra producción nacional.
Pero si hemos de complementar las concepciones de Buhl con las con­
sideraciones que, con ese motivo, formuló el comentarista de la revista
“ Der Gesellsehaf tsspiegel” que hemos citado, se obtendrá, justamente,
la deducción hecha por el señor N.-on. E l señor N.-on = Buhl + el co­
mentarista. Y esta “ fórm ula” nos da que pensar lo siguiente.
Al señor N.-on se lo considera, entre nosotros, como marxista y,
además, el único marxista “ auténtico” . Pero, ¿puede decirse que la
suma de las concepciones de Buhl y las del comentarista, con respecto
a la situación de Alemania de la década del 40, eran iguales a las
concepciones que Marx tuvo con respecto a esta misma situación? Dicho
196 G. PLEJANOV

en otras palabras, Buhl, complementado por el comentarista, ¿fue un


marxista y, además un marxista par excellence? 3S8. Por supuesto que
no. Del hecho de que Bnhl señalara las contradicciones en que cae la
sociedad capitalista en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas,
aún no se desprende que compartiera el punto de vista de Marx.
Buhl enfocó estas contradicciones desde un ángulo de miras suma­
mente abstracto, y, ya por esta misma razón, su investigación, por su
espíritu, no tuvo nada de común con las concepciones de Marx. Des­
pués de haber escuchado a Buhl, se podía haber pensado que el capi­
talismo alemán, hoy o mañana, habría de morir asfixiado bajo el peso
de su propio desarrollo; que ya no tenía por dónde seguir marchando;
que las industrias artesanas ya se habían capitalizado definitivamente
y que el número de los obreros alemanes habrá de menguar rápida­
mente. Marx no había enunciado estas concepciones, Todo lo contrario,
cuando a fines de la década del 40 y, sobre todo, a principios del 50,
Marx tuvo la ocasión de hablar acerca del más próximo destino del
capitalismo alemán, dijo algo completamente distinto. Solamente los
hombres que no comprendieron, en absoluto, sus concepciones, pu­
dieron haber reconocido como auténticos marxistas a los N.-on
alemanes 38!>.
Los N.-on alemanes discurrieron de un modo tan abstracto, como
nuestros actuales Buhl y Vohlgraf. Raciocinar de una manera abstracta,
significa equivocarse, incluso en los casos en que se parte desde un
principio completamente justo. ¿Sabe, lector, lo qué es la antifísica de
D ’Alembert? D ’Alembert dijo que, sobre la base de las leyes físicas
más indiscutibles hubiera podido probar la ineluctabilidad de fenóme­
nos absolutamente imposibles en la realidad. Basta solamente, al seguir
3a acción de cada ley dada olvidar por un tiempo que existen otras
leyes que hacen variar la acción de la ley en cuestión. El resultado
que se obtiene, seguramente, es completamente absurdo. D ’Alembert,
para probar su afirmación presentó unos cuantos ejemplos verdadera­
mente brillantes, y se preparó, incluso, a escribir, cuando tuviera
tiempo libre, toda una aniifísica, Los señores Vohlgraf y N.-on, ya no
en broma, sino completamente en serio, están escribiendo una antíe-
conomía. E l procedimiento que emplean, es el siguiente. Toman una
conocida ley económica irrefutable: señalan correctamente su tenden­
cia,\ después se olvidan que la realización de esta ley constituye tocio
vn jproceso histórico, y presentan la cosa así como si 3a tendencia de
la ley dada supuestamente ya se había realizado íntegra en el momento
en que comenzaron a escribir sus investigaciones. Si, además, el
Vohlgraf, el Buhl o el N.-on, de turno, amontona pilas de material es­
tadístico. aun cuando malamente digerido, y comienza, venga o no al
caso, a citar a Marx, su “ esbozo” adoptará la forma de una investiga­
ción científica y convincente, hecha en el espíritu del autor de “ El
Capital” . Pero esto es un engaño óptico, y nada más que esto.
Que, Vohlgraf. por ejemplo, omitiese mucho en el análisis de la
vida económica de la Alemania de su época, lo está demostrando el
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 197

hecho indisputable de que 110 se cumpliera, en absoluto, su profecía


con respecto a la “ desintegración del organismo social” de ese país.
Y que el señor N.-on haya invocado, completamente en vano, el nom­
bre de Marx, igual que el señor I. Zhukovski haya recurrido, también
en forma totalmente inútil, al cálculo integral, eso lo entenderá, sin
dificultad, hasta el muy respetable S. N. Krivenko.
Pese a la opinión de los señores que reprochan de unilateralidad
a Marx, éste jamás examinó el movimiento económico de un país dado,
al margen de su vínculo con las fuerzas sociales que, brotando de síi,
suelo influyen. ellas mismas, sobre su ulterior rumbo (esto aún no
está del todo claro para ustedes, señor S. N. Krivenko, pero, ¡ pacien­
cia!). Una vez que está dado un determinado estado económico, están
dadas, con ello, las determinadas fuerzas sociales, cuya acción, nece­
sariamente, se reflejará sobre el ulterior desarrollo de esta situación
(¿Le alcanzará 3a paciencia señor Krivenko? Así va un ejemplo pal­
pable). Está dada la economía de la Inglaterra de la época de la acu­
mulación capitalista originaria. Con ello se han dado las fuerzas
sociales, que, entre otras cosas, ocupaban los asientos en el Parlamento
inglés de entonces. La acción de estas fuerzas fue la condición necesaria
del ulterior desarrollo de la situación económica dada, y el rumbo de
su acción estaba condicionado por las peculiaridades de esta situación.
Está dada la situación económica de la Inglaterra actual; con ello,
están dadas sus fuerzas sociales actuales, cuya acción se reflejará en
el futuro desarrollo económico de Inglaterra. Cuando Marx se ocupó
de lo que a algunos les place en tildar de conjeturas, tomó en considera­
ción estas fuerzas sociales, y no imaginaba que su acción podía ser
paralizada, a su antojo, por ésta u otra agrupación de personas, fuertes
tan sólo por sus bellas intenciones. (“ Mit der Gründlichheit der ges-
chitUchen Action wird der Umfang der Masse zuneimien, der en Action
sie is t” ) 390.
Los utopistas alemanes de la década del 40 discurrieron dé un
modo distinto, Cuando se propusieron ciertas tareas, tenían presentes
las p-enalidades de la situación económica de su país, olvidando de
investigar las fuerzas sociales que brotaron de esta situación. La situa­
ción económica de nuestro pueblo es deplorable, había razonado el
comentarista antes mencionado: por consiguiente, tenemos ante noso­
tros la tarea difícil, pero insoluble, de organizar la producción. Pero,
estas mismas fuerzas sociales que brotaron del suelo de esta deplora­
ble situación económica, pío habrán de estorbar esta organización?
Este interrogante no se lo hizo el benévolo comentarista. Él utopista
jamás considera, en medida suficiente, las fuerzas sociales de su época,
por la sencilla razón de que siempre, según expresión de Marx, se sitúa
por encima de la sociedad. Por esta misma causa, y también según
expresión del mismo Marx, todos los cálculos del utopista resultan
ilohne W irth gemacht” 39x, y toda su “ crítica” no es sino una total
ausencia de crítica; la incapacidad de ver, críticamente, la realidad
que lo circunda.
198 G. PLEJANOV

La organización de la producción en un país determinado sólo podría


aparecer como resultado de la acción de las fuerzas sociales que vienen
existiendo en dicho país. ¿Qué hace falta para la organización de la
producción? Una actitud consciente por parte de los productores ante
el proceso de la producción, tomado éste en toda su complejidad y en
todo su conjunto. Allí donde tal actitud consciente aún no existe, la
organización de la producción, como la tarea social más próxima,
puede ser planteada Tínicamente por hombres que durante toda su
vida siguen siendo utopistas incorrregibles, aun cuando pronunciaran
miles de millones de veces el nombre de Marx con la mayor veneración.
En su célebre libro, ¿ qué dice el señor N.-on acerca de la concencia de
los productores? igualmente nada: confía en la conciencia de la “ so­
ciedad” . Si después de esto, se lo puede y se lo debe considerar como
marxista auténtico, no vemos el motivo de que no se le pueda recono­
cer al señor Krivenko como el único hegeliano auténtico de nuestros
tiempos, un hegeliano par excellenceS92.
Pero ya es tiempo de terminar. %Qué resultados nos arroja nuestro
procedimiento histórico comparativo? Si no nos equivocamos, son los
siguientes:
1) lia convicción de Heinzen y de sus correligionarios acerca de
que Marx, por sus propias concepciones, estaba condenado a la pa­
sividad en Alemania, resultó ser un absurdo. Igual absurdo resultará
ser también la convicción del señor Mijailovski acerca de que los hom­
bres que actualmente sustentan entre nosotros las ideas de Marx, no
pueden, supuestamente, beneficiar al pueblo ruso, sino, por el con­
trario, habrán de dañarlo.
2) Las opiniones de los Buhl y los Vohlgraf con respecto a la
situación económica de Alemania de entonces, resultaron ser estrechas
unilaterales y erróneas, en virtud de su carácter abstracto. Es de temer
que la ulterior historia económica de Rusia habrá de revelar iguales
defectos en las opiniones del señor N.-on.
3) Los hombres que en la Alemania de la década del 40 se
habían propuesto como sus más próxima tarea, la organización de la
producción, fueron utopistas. Igualmente son utopistas los hombres
que hablan de la organización de la producción, en la Rusia actual.
4) La historia barrió con las ilusiones de los utopistas alemanes
de la década del 40. Existen todas las razones para pensar que igual
suerte habrán de correr también las ilusiones de nuestros utopistas
rusos; el capitalismo dejó en ridículo a los primeros; con el corazón
dolorido preveemos que habrá de dejar en ridículo también a los
segundos.
Pero, estas ilusiones, ¿no dieron, acaso, ninguna utilidad al pueblo
alemán? En el aspecto económico, ninguno, o, si exigen una ex­
presión más exacta, casi ninguna. Todos esos bazares para la venta
de los artículos elaborados por los artesanos, y todas esas tentativas de
crear las asociaciones productivas, apenas aliviaron la situación de
Tinos cuantos centenares de trabajadores alemanes. Pero contribuyeron
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 199

al despertar de la conciencia de estos trabajadores trayéndoles, así, un


gran provecho. Igual provecho, y ya por vía directa, y no indirecta,
trajo la labor instructiva de los intelectuales alemanes: las escuelas, las
salas populares de lectura, etc. Las consecuencias nocivas del desarrollo
capitalista,, para el pueblo alemán, pudieron ser atenuadas o elimi­
nadas en cada época dada, sólo en la medida en que se desarrolló
la conciencia de los trabajadores alemanes. Marx lo entendió mejor
que los utopistas y, por eso, su actividad, resultó ser más provechosa
para el pueblo alemán.
Esto mismo, indudablemente, habrá de resultar también en Rusia.
Sin ir más lejos, en la entrega de Octubre de 1894, de “ Kusskoe
Bogatstvo5\ el señor S. N. Krivenko está “ solicitando” , como se
dice ahora entre nosotros, la organización de la producción ru s a 398.
Nada habrá de eliminar, a nadie habrá de hacer feliz el señor K ri­
venko, con estas “ solicitudes” . Sus “ diligencias” son torpes, desacer­
tadas, estériles; pero, si, pese a todas estas sus particularidades nega­
tivas, habrán de despertar la conciencia aunque no sea más que de
uno solo trabajador, han de resultar útiles, y resultará, entonces, que
el señor Krivenko vivió en el mundo, no solamente para cometer erro­
res lógicos, o para traducir, deslealmente, fragmentos de artículos que
“ no le son simpáticos” . Luchar contra las nocivas consecuencias de
nuestro capitalismo, también entre nosotros puede realizarse tan sólo
en la medida en que la conciencia del trabajador vaya evolucionando.
Y de estas nuestras palabras, los señores subjetivistas pueden ver que
110 somos., en absoluto, “ materialistas groseros” . Si somos “ estrechos” ,
lo somos solamente en un solo sentido: en que nos proponemos, ante
todo, una tarea completamente idealista.
Y, ahora, j hasta que nos volvamos a encontrar señores adversarios
nuestros! De antemano ya estamos saboreando todos los grandes pla­
ceres que nos han de suministrar las objeciones de ustedes. Solamente
señores, no lo pierdan de vista al señor Krivenko. Escribe, tal vez, no
muy mal. Por lo menos, lo hace con sentimiento. Pei'o “ que tenga
algún sentido lo que escribe ’\ eso sí ¡ que no lo logra!
A péndice 1

OTRA VEZ EL SEÑOR MIJAILOVSKI. OTRA VEZ LA.


“ TRIADA ” 894

E n la entrega correspondiente al mes de Octubre de “ Rnsskoe


Bogatstvo” , el señor Mijailovski, refutando al señor Struve, vuelve
a formular algunos considerandos con respecto a la filosofía de Hegel
y relativo al materialismo “ económico” 395.
Según sus palabras, la concepción materialista de la historia y el
materialismo económico no son una 7 la misma cosa. Los materialistas
económicos lo deducen todo de la economía. “ Bien, pero si voy a bus­
car las raíces o los fundamentos, no solamente de las instituciones ju ­
rídicas y políticas, de las concepciones filosóficas y otras, de la sociedad ;
sino también su estructura económica, en las peculiaridades raciales
o tribales de sus miembros; en las proporciones de los diámetros, lon­
gitudinal y transversal, de sus cráneos; en el carácter del ángulo fa­
cial; en las proporciones y nimbo de las mandíbulas; en las propor­
ciones del tórax; en el vigor de los músculos; etc., o, por otra parte,
en los factores netamente geográficos: en la situación insular de In­
glaterra. en el carácter estepario de una parte del Asia, en la na­
turaleza montañosa de Suiza, en el congelamiento de los ríos en .el
norte, etc., ¿no sería esto, acaso, una interpretación materialista de la
historia? Desde luego, el materialismo económico como teoría histórica,
no es sino un caso particular de la concepción materialista de la
h isto ria... ” 3ÍH!.
Montesquíeu se mostró propenso a explicar el destino histórico
de los pueblos “ por los factores meramente geográficos” . En cuanto
defendía consecuentemente estos factores, fue, sin duda alguna, un
materialista. E l materialismo dialéctico contemporáneo no ignora, como
lo hemos visto, la influencia que el medio geográfico ejerce sobre la
evolución de la sociedad. Lo que hace es dilucidar mejor la manera
de cómo los factores geográficos, ejercen su influencia sobre el “ hom­
bre social” . Muestra que el medio geográfico asegura una mayor o
menor posibilidad de desarrollo de sus fuerzas productivas impulsán­
dolas, así, más o menos enérgicamente, por la senda del progreso
histórico.'Montesquíeu razonaba así: un determinado medio geográfico
condiciona ciertas peculiaridades físicas y síquicas de los hombres, y
estas peculiaridades traen aparejada la estructura social. E l materia-
202 G. PLEJAONV

lismo dialéctico pone en ©'videncia que tai razonamiento no es del todo


satisfactorio; el influjo del medio geográfico se manifiesta, ante todo
y en gTado más fuerte, sobre el carácter de las relaciones sociales, que,
a su vez, influyen, de un modo infinitamente más -vigoroso, sobre las
concepciones de los hombres, sobre sus hábitos, y hasta sobre su desa­
rrollo físico, que, por ejemplo, el clima. La ciencia geográfica contem­
poránea (volveremos a recordar el libro de Mechnikov y su prólogo
por Elíseo Reelus) está plenamente acorde, en este caso, con el mate­
rialismo dialéctico. Este último materialismo es, por supuesto, un
caso particular de la concepción materialista de la historia. Y esto
se explica más umversalmente que como lo pueden hacer los “ casos
particulares” restantes. E l materialismo dialéctico es el desarrollo
superior de la interpretación materialista. de la historia,
Holbach afirmó que el destino histórico de los pueblos está, a
veces, determinado, a lo largo de todo un siglo, por el movimiento de
un átomo que había comenzado a hacer cabriolas en el cerebro de un
hombre poderoso. Esta fue también una concepción materialista de
la historia. Pero nacía pudo esta concepción ofrecer en el sentido de
una explicación de los fenómenos históricos. El materialismo dialéc­
tico contemporáneo es incomparablemente más fértil en este aspeeto.
Es, por supuesto, un caso particular de la concepción materialista
de la historia, pero es, precisamente, el caso particular que —el
único— corresponde al estado contemporáneo de la ciencia. La impo­
tencia del materialismo holbachiano se reveló con el retorno de sus
partidarios al idealismo: “ las opiniones gobiernan el m undo” . El
materialismo dialéctico desaloja, actualmente, al idealismo de sus
últimas posiciones.
Al señor Mijailovsld le parece que un materialista consecuente
sería solamente aquel que comenzara a explicar todos los fenómenos
con ayuda de la mecánica molecular. El materialismo dialéctico con­
temporáneo no puede hallar una explicación mecánica de la historia.
E n ello, si quieren, radica su debilidad. Bero la biología contempo­
ránea, í, sabe, acaso, ofrecer una explicación mecánica del origen y
desarrollo de las especies? —No- lo sabe—. Esta es su debilidad. El
genio del que soñara Laplaee, sería, por supuesto, superior a esta
debilidad. Pero nosotros, terminantemente, no sabemos cuando habrá
de aparecer este genio, y nos damos por satisfechos con las explica­
ciones de los fenómenos que del mejor modo correspondan a la ciencia
de nuestra época. Tal es nuestro “ caso particular” .
El materialismo dialéctico afirma que no es la conciencia la que
determina la existencia, sino, por el contrario, es la existencia la que
determina la conciencia; que no es en la filosofía, sino en la economía
de una determinada sociedad donde hay que buscar la clave para
comprender su estado dado. El señor Mijailovski, a raíz de esta afir­
mación formula algunas acotaciones, una de las cuales reza así:
. .E n la negativa a medias (¡ !) de la fórmula fundamental de
los sociólogos materialistas estriba la protesta o la reacción, no contra
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 203

la filosofía, en general, sino al parecer, contra la hegeliana. Es ella,


precisamente, la autora ele “ la explicación de la existencia a partir
de la conciencia... Los fundadores del materialismo económico son
hegelianos, y, es por eso que, como tales, vienen aseverando insistente­
mente “ no a partir de la filosofía” , “ no a partir del conocimiento”
por lo que no pueden y ni siquiera intentan, salir del círculo del pen­
samiento hegeliano” 397.
Cuando acabamos de leer estas líneas, habíamos pensado- que, aquí,
nuestro autor, imitando el ejemplo del señor Kareiev, se está arrimando
a una “ síntesis” . Por supuesto, nos decíamos, la síntesis del señor
Mijailovski será algo superior a la del señor Kareiev; pues, el señor
Mijailovski no habrá de limitarse a repetir el pensamiento del diácono,,
como en el relato “ E l incurable” de G. I. Uspenski393 de que “ ei
espíritu es una parte especial” , y “ así como la materia tiene para su
uso diversas especias, así también las tiene el espíritu” , pero, de todos
modos, tampoco el señor Mijailovski se abstiene de una síntesis: Hegel
es la tesis; el materialismo económico, la antítesis, y el eclecticismo de
los subjetivistas rusos contemporáneos, la síntesis. ¿, Cómo no habrá
de dejarse seducir por semejante “ tríada ” 1 Y comenzábamos enton­
ces a hacer memoria de cuál fue la verdadera actitud de la teoría
histórica de Marx, ante la filosofía de Hegel.
Ante todo, hemos “ notado” que no fue, Hegel, ni mucho menos,
el que explicara el progreso histórico, por las concepciones de los
hombres, ni por su filosofía. Fueron los materialistas franceses del
siglo X V ilT , los que habían explicado la historia, por las concepciones,
por las “ opiniones” de los hombres. Hegel puso en ridículo este género
de explicaciones: desde luego —decía—, la razón gobierna en la histo­
ria, pero es ella también la que dirige el movimiento de los astros, y éstos,
Éacaso tienen conciencia de su movimiento ? El desarrollo histórico de
la humanidad es racional en el sentido de que está sujeto a la vigencia
de leyes, pero la vigencia de leyes del progreso histórico aún no
prueba, ni mucho menos, que su causa última hay que buscarla en
las concepciones de los hombres, en sus opiniones; totalmente al con­
trario; esta vigencia de leyes muestra que los hombres hacen su his­
toria inconscientemente.
No recordamos —proseguíamos— cuáles resultan, las; concepciones
históricas de Hegel, según “ Lewis” ; pero de que no las estamos ter­
giversando, estará de acuerdo cualquiera quien haya leído la afamada
obra de Hegel “ Phílosophie der Gcschichte’7;iCI9. Por lo tanto, al
aseverar que no es la filosofía de los hombres la que determina su
existencia social, los partidarios del materialismo “ económico” no
impugnan, en absoluto, a Hegel; por lo tanto, en este aspecto, no le
presentan ninguna antítesis. Y esto quiere decir que habrá de fallar
la síntesis del señor Mijailovski, aun cuando nuestro autor no se limita
a repetir el pensamiento del diácono,
A juicio del señor Mijailovski, aseverar que la filosofía, o sea, las
concepciones de los hombres, no explica su historia, se pudo haber
204 G. P L E JA N O V

hecho tan sólo en la Alemania de la década del 40, cuando aún no


se vislumbraba la sublevación contra el sistema hegeliano. Ahora vemos
que tal opinión se basa, en el mejor de los casos, solamente sobre
“ Lewis” .
Pero hasta qué punto “ Lewis” instruye mal al señor Mijailovski
con respecto al curso del pensamiento filosófico en Alemania, lo
muestra, además de lo mencionado anteriormente, también la siguiente
circunstancia. Nuestro autor cita, entusiasmado, la conocida carta de
Bielinski, en la que éste saluda a la “ caperuza de bufón filosófica”
de H egel400. En esta carta, su autor, entre otras cosas, dice: “ El
destino del sujeto, del individuo, de la personalidad, es más importante
que los destinos de todo el mundo y de la felicidad del emperador
chino (o sea, de la “ AMgemeinheit hegeliana) ” , El señor Mijailovski,
con motivo de esta carta, formula muchas observaciones, pero lo que
no “ anota” es que Bielinski enmaraña, completamente fuera de
propósito, la Alglegemeinheit hegeliana. El señor Mijailovski, al parecer
cree que esta última es lo mismo que el espíritu, la idea absoluta, pero
la AUgemeinheit no constituye, para Hegel, siquiera un signo distin­
tivo principal de la idea absoluta. Ella no ocupa un lugar más res­
petable que, por ejemplo, la Besonderheit o la É m zelheit403. Por esta
razón, no se entiende tampoco porque, precisamente, la Allgememheii
lleva el título de emperador chino, y se hace merecedora, no al ejem­
plo de las otras de sus hermanas, de un saludo cortesmente burlesco.
Ello puede parecer una menudencia que, en la actualidad no es digna
de atención, pero esto no es a sí: la AUgemeinheit hegeliana, malamente
comprendida, impide, hasta hoy día. por ejemplo, al señor Mijailovski,
comprender la historia de la filosofía alemana, y lo impide hasta tal
punto que ni siquiera “ Lewis” es capaz de acudir en su socorro para
sacarlo del apuro
E l culto de la Allgemeinheit, a juicio del señor Mijailovski, llevó
a Hegel a la completa negación de los derechos de la personalidad.
“ No hay ningún sistema filosófico —dice— como el de Hegel que
haya mostrado tan aniquilador desprecio y (¿ ta n 1?) fría crueldad
ante la individualidad (Pag. 55). Ello, tal vez, es cierto solamente
según “ Lewis” . ¿Por qué había considerado Hegel la historia del.
Oriente, como el peldaño primero, inferior, en la evolución de la
humanidad? Porque en el Oriente no -estaba y hasta hoy día no está,
desarrollada Ja personalidad. ¿Por qué Hegel, entusiasmado, dijo,
refiriéndose a la Grecia antigua, que en su historia el hombre con­
temporáneo se siente, finalmente, como “ en su casa ” ?1 Porque en
Grecia estaba desarrollada la personalidad (la “ bella personalidad” ,
“ s chañe Individúala a i7>). ¿ Por qué Hegel habló con tanto éxtasis
de Sócrates? ¿Sería por que este fue, tal vez, el primero entre los
historiadores de la filosofía que hizo justicia hasta a los sofistas? ¿Sería
porque había menospreciado a la personalidad?
El señor Mijailovski ha oído campanas, pero no sabe dónde.
Hegel, no sólo no despreció la personalidad, sino que creó el culto
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 205

a los héroes, íntegramente heredado posteriormente por Bruno Bauer.


Para Hegel, los héroes eran un instrumento en manos del espíritu uni­
versal y, en este sentido, ellos mismos, no fueron libres. Bruno Bauer
se sublevó contra el “ espíritu”, liberando, así, a los “ héroes”. Para él,
los héroes del “ pensamiento crítico” son los verdaderos demiurgos de
la historia, por oposición a la masa, que aún cuando excita casi hasta las
lágrimas a los héroes, por su inepcia y torpeza, termina, de todos
modos, marchando por la senda desbrozada por la conciencia heroica.
La contraposición de los héroes a la masa” (a la “ m ultitud7') pasó
de Bruno Bauer a sus ilegítimos hijos rusos, y ahora tenemos la sa­
tisfacción de contemplarla en los artículos del señor Mijailovski. Este
echó en olvido su parentesco filosófico. Es algo que no merece
encomio,
De este modo hemos obtenido, inesperadamente, los elementos
para una nueva “ síntesis” . El culto hegeliano a los héroes, que están
al servicio del espíritu universal —la tesis; el culto baueriano de los
héroes del “ pensamiento crítico” , dirigidos únicamente por su “ con­
ciencia”—, la antítesis; finalmente la teoría de Marx, que concilla
ambos extremos, eliminando el espíritu universal y explicando el
origen de la conciencia por la evolución clel medio ambiente, la
síntesis.
Nuestros adversarios, propensos a la “ síntesis” deben recordar
que la teoría de Marx, no fue, ni mucho menos, la primera reacción
directa contra Hegel. Esta primera reacción —superficial como re­
sultado de su nnilateralidad— fueron en Alemania las concepciones
de Feuerbach y, sobre todo de Bruno Bauer, con quien, nuestros sub­
jetivistas, hace mucho que debían haberse considerado emparentados.
No son pocas las otras necedades que el señor Mijailovski ha des­
comedido con respecto a Hegel y a Marx en su artículo dirigido contra
el señor P. Struve, La falta ele espacio no nos permite enumerarlas
aquí. Nos limitaremos a ofrecer a nuestros lectores la siguiente inte­
resante ta re a :
Se conoce al señor Mijailovski; se sabe su pleno desconocimiento
de Hegel; se sabe su completa incomprensión de Marx; se conoce su
incontenible tendencia a discurrir sobre Hegel y sobre Marx y de las
reía,dones mutuas entre ambos; surge la pregunta de $cuántos errores
habrá de cometer aún el señor Mijailovski a causa de esta su tendencia?
Pero es muy poco probable que alguien logre resolver esta tarea:
es una ecuación con muchas incógnitas. Hay tan sólo un medio para
sustituir por cantidades definidas las cantidades desconocidas: hay que
leer precisamente, con atención los artículos del señor Mijailovski y
anotar sus errores. Es una labor, ciertamente, ni agradable, ni fácil;
errores habrán muchos, si es que el señor Mijailovski no renuncia a
su mala costumbre de discurrir sobre filosofía, sin haber consultado
previamente a hombres más entendidos que él, en la materia.
No nos vamos a referir aquí a las acusaciones que el señor Mijai­
lovski lanza contra el señor P. Struve. Por lo que se refiere a estas
206 G. PLEJAONV

acusaciones, el señor Mijailovski es, desde hoy en adelante, “ propiedad”


del autor de “ Notas críticas acerca del problema del desarrollo eco­
nómico de R usia” , y nosotros no deseamos atentar contra la propiedad
ajena. Además, el señor Struve, posiblemente, nos ha de disculpar si
nos permitimos hacerle dos pequeñas “ observaciones” .
E l señor Mijailovski se ha ofendido por haberlo “ arrumbado” el
señor Struve con un signo de interrogación, fíe ha sentido injuriado
a tal extremo que, sin haberse limitado a señalar las incorrecciones en
el lenguaje del señor Struve, lo imputó de “ indígena” y hasta trajo
a colación la anécdota de los dos alemanes, uno de los cuales dijo
“ strig n n t” y el otro lo corrí gió afirmando que en ruso hay que decir
“ strigovat” 402íl. ¿Qué es lo que dio motivo al señor Struve para
alzar la mano armada con un signo de interrogación contra el señor
Mijailovski? Sirvieron de motivo las siguientes palabras de este
último: “ El actual orden económico en Europa había comenzado a
formarse ya, cuando la ciencia que administra este grupo de fenó­
menos aún no existía” , etc. El signo de interrogación va acompañado
a la palabra “ adm inistra” . El señor Mijailovski dice: “ En alemán
esto, posiblemente, no sea correcto (¡qué m al: en alemán!), pero en
ruso, le aseguro, señor Struve, ello no suscitará ningún problema en
naclie y no hace falta ningún signo de interrogación” . El que estas
líneas escribe lleva un apellido ruso puro y posee un alma tan rusa
como el señor Mijailovski, y el crítico más ponzoñoso no se decidiría
a tildarlo de alemán y, .sin embargo, la palabra “ adm inistra” suscita
en él una duda. Y se pregunta: si se puede decir que la ciencia admi­
nistra cierto grupo de fenómenos, tras de esto, ¿por qué no sería
posible nombrar las ciencias técnicas de Jefes de unidades especiales f
l No sería posible decir, por ejemplo, que la maestría de contrastar
está comandando las aleaciones? A nuestro juicio, esta sería una tor­
peza, esto dotaría a las maestrías de una forma demasiado militarista,
exactamente igual como la palabra administra dota a la ciencia de una
apariencia de burócrata. Por consiguiente, el señor Mijailovski, no está
en lo justo. El señor P. Struve, tácitamente, empuñó el signo de in­
terrogación ; no se sabe como corregiría él esta expresión desacertada
del señor Mijailovski. Admitamos que comenzaría a decir “ strignal” .
Pero de que el señor Mijailovski haya dicho varias veces “ strignal” ,
es ya. lamentablemente, un hecho consumado. Y, al parecer ¡no es, ni
mucho menos, Tin indígena!
El señor Mijailovski, en su artículo armó un alboroto ridículo, con
motivo de las siguientes palabras del señor Struve: “ no, reconozcamos
nuestra falta de cultura y va}'amos a aprender del capitalismo” . El
señor Mijailovski quiere presentar las cosas como si estas palabras
significaran “ entreguemos al trabajador, como víctima, a manos del
explotador” . Al señor P. Struve le será fácil mostrar los esfuerzos
vanos del señor Mijailovski, y, además, es muy probable que ya ahora
lo vea todo quien leyera atentamente las “ Notas críticas” . Pero, de
todos modos, el señor Struve se había expresado muy incautamente,
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 207

con lo que tentó a muchos simplotes y alegró a unos cuantos acróbatas.


Adelante con la ciencia, m arch... diremos al señor S truve; y a los
señores acróbatas les hacemos recordar que ya Bielinski, en los
últimos años de su •vida, cuando hacía mucho que había dado el saludo
de despedida a la “ Allgemeinheit!’ 403, en una de sus cartas enunció
la idea de que el futuro cultural de Rusia lo habrá de asegurar
solamente la burgtiesía 404. Por parte de Bielinski, esta fue también
una muy torpe conminación. Pero, ¿qué es lo que había suscitado su
torpeza? La noble pasión de un occidentalista. Igual pasión es, seguros
estamos de ello, la que dio margen también a la inhabilidad del señor
Struve. Armar un alboroto a raíz de este hecho, sólo se le puede per­
m itir a quien no puede impugnar, por ejemplo, los argumentos econó­
micos de este escritor.
También el señor Krivenko se armó contra el señor P. Struve '10\
Aquél tiene su propia cuenta pendiente. Había traducido, incorrecta­
mente, un fragmento de un artículo alemán del señor P. Struve, y
este se lo aprobó. El señor Krivenko se está justificando, trata de
mostrar que la traducción es casi completamente fiel; pero su justifi­
cación es desacertada, sigue siendo, de todos modos, culpable por haber
tergiversado las palabras de su adversario. Pero darle mucha beli­
gerancia al señor Krivenko tampoco hay por qué, ya que está fuera de
toda duda su similitud con cierto pájaro, del cual se dice: ESI S irin 40ir>:'
es un pájaro del paraíso, / Su voz en el canto es asaz vigoroso / Cuando
canta para Dios alabar, / De sí mismo se suele olvidar. Cuando el
señor Krivenko reprende a los “ discípulos” , se olvida de si mismo.
¿Por qué, pues, lo están acosando, señor Struve?
Apéndice I I

UNAS CUANTAS PALABRAS' A NUESTROS ADVERSARIOS 400

Durante los últimos tiempos ha vuelto a plantearse en. nuestra


literatura la cuestión relativa a la senda que habrá de recorrer el
desarrollo económico de Rusia. Acerca de esta cuestión se habla mucho
y calurosamente, al -extremo de que hasta los hombres conocidos en
la vida en comunidad con el nombre de juiciosos, se muestran turbados
por el exceso de la supuesta vehemencia de las partes disputantes: para
qué agitarse, para qué lanzar a los adversarios desafíos soberbios y re­
proches amargos, para qué burlarse de ellos, dice la gente juiciosa; es
una cuestión que verdaderamente tiene una inmensa importancia
para nuestro país, pero justamente, por eso requiere ser discutida con
serenidad, ¿110 sería mejor, entonces, ponerse a examinar con sangre
fría esta cuestión.?
Como siempre sucedía y sigue sucediendo, la gente razonable está
en lo justo y, al mismo tiempo, no lo está. Los escritores que pertenecen a
dos campos diferentes, de los cuales cada uno —no importa lo que
digan sus adversarios— aspira a defender, según el grado de com­
prensión. de fuerza y de posibilidades, los más importantes, los más
vitales, intereses del pueblo, ¿qué motivo tienen para perturbarse y
acalorarse? Al parecer, basta con plantear esta cuestión, para que, de
inmediato, resolverla de una vez por todas, con ayuda de dos o tres
sentencias, válidas para cualquier modelo de escrito, a saber: la
tolerancia es una bellísima virtud; se sabe respetar la opinión ajena
aún cuando discrepe radicalmente de la nuestra, etc. . . Todo ello es
muy justo, y hace ya mucho que esto “ se había repetido al m undo” .
Pero no por eso es menos justo también que la humanidad se acaloró,
se acalora y seguirá acalorándose toda vez que se trató, se está tra ­
tando y se tratará de sus intereses esenciales. Tal es ya la naturaleza
del hombre, diríamos nosotros, si no supiéramos con cuánta frecuencia
y cuán fuertemente se ha abusado de esta expresión. Pero eso aún no
es todo. Lo principal es que la humanidad no tiene ningún motivo
para deplorar esta su “ naturaleza” . Ni un solo paso importante se
dio en la historia sin la ayuda de la pasión que, multiplicando las
fuerzas morales y refinando las capacidades intelectuales de los diri­
gentes, es, de por sí, una grandiosa fuerza de progreso. Oon sangre
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 209

fría se suele discutir solamente los problemas sociales que 110 son im­
portantes, en absoluto, de por sí, o que aún no han llegado a ser
problemas inmediatos de un país dado y de la época dada, motivo por
el cual sólo despiertan el interés de un puñado de hombres pensadores
de gabinete. Y una vez que este o u otro gran problema social se
haya vuelto de actualidad, despierta de inmediato las grandes pasio­
nes, por más que los partidaiüos del comedimiento reclamaran
serenidad.
La cuestión relativa al desarrollo económico de nuestro país, es,
precisamente, este gran problema social que no puede ser discutido
ahora entre nosotros con moderación, por la sencilla ra&ón de que
Se ha vuelto un problema que está en la orden del día. Esto no quiere
decir, desde luego, que tan sólo ahora la economía adquirió el valor
decisivo en nuestra evolución social. Esta importancia primordial la
tuvo siempre y por doquier. Pero, entre nosotros, como en todas par­
tes, esta importancia no estaba en la conciencia de los hombres que
se interesan por los asuntos sociales, razón por la cual, estos hombres
concentraron la fuerza de su pasión en los problemas que afectan a
la economía, solamente del modo más distante. Recordemos aunque no
sea más que nuestra década del 40. Ahora es distinto. Ahora hasta los que
se sublevan vehementemente contra La “ estrecha’' teoría histórica de
Marx, tienen conciencia del valor básico y grande de la economía. Ahora
todos los hombres que piensan, tienen conciencia de que todo nuestro
porvenir se habrá de formar según como se resuelva la cuestión de nues­
tro desarrollo económico. De aquí que concentren en este problema toda
la fuerza de su pasión, incluso los pensadores, en absoluto, “ estrechos” .
Pero, si no nos es posible discutir ahora esta cuestión con mesura,
podemos y debemos preocuparnos ahora por que haya ausencia de
disolución, tanto en la definición de nuestros propios pensamientos,
como también en nuestros procedimientos polémicos. Contra esta exi­
gencia, nada, decididamente, es posible replicar. Los hombres de Oc­
cidente saben muy bien que la pasión sei’ia excluye todo libertinaje.
Entre nosotros, ciertamente, se suele suponer, a veces, que la pasión
y la licencia, son hermanas carnales, pero ya es hora de que nosotros
también vayamos civilizándonos.
E n lo que hace a nuestro decoro literario, ya nos hemos civilizado,
en apariencias, muy considerablemente, al extremo de que nuestro
hombre “ de avanzada” , el señor Mijailovski les echa sermones a los
alemanes (a Marx, a Engels, a Dühring), porque en sus polémicas se
pueden hallar, supuestamente, cosas “ o del todo inútiles o que llegan
hasta a tergiversar la materia y que repelen por su grosería” . El
señor Mijailovski saca a relucir la observación de Borne de que los
alemanes siempre “ fueron bruscos en la controversia” . “ Y yo me
temo —añade— que. junto a otras influencias alemanas, se haya
infiltrado entre nosotros esa tradicional ordinariez alemana, compli­
cando aún más nuestro propio salvajismo, y la polémica se convierte
así en la réplica que el conde A. Tolstoy puso en boca de la princesa
210 G. PUSJANOV

contra Potok B ogatyr: / ¡ Camastrón, imbécil, rastrero ignorante! /


¡Que te retuerces como el asta de un bisonte! / Lechón, becerro,
puerco, etíope / ¡ Hijo de demonios, hocico m ugriento! / Si no íuera
porque mi pudor de virgen / No me permite proferir palabras más
fuertes / No es así, gorrón, descarado, / ¡ Como te habría insultado! ’ ’
40T -y* 408

No es por primera vez que el señor Mijailovski hizo referencia


aquí a la indecorosa princesa tolstoyana. Más de una vez ya había
aconsejado a los escritores rusos que no la imitaran en sus controver­
sias. E l consejo, ni que decir, es excelente. Lástima que nuestro mismo
autor no lo siguiera siempre. Asi, a uno de sus adversarios, como
se sabe tildó de crío, a otro, de acróbata literario. Su controversia con
el señor de 1a. Cerda, la adornó con la siguiente acotación: “ la palabra
la cerda, de todos los idiomas europeos, sólo en el español tiene un
significado definido y, que traducida al ruso, quiere decir puerca” .
¿Qué necesidad tuvo el autor de hacer esta acotación? Es bas­
tante difícil comprenderlo.
“ Está muy bien, ¿no es cierto?” , preguntó al respecto el señor
de la Cerda. E n efecto, está muy bien y totalmente al gusto de la
princesa tolstoyana. Sólo que la princesa hubiera sido más franca, ya
que cuando sentía ganas de insultar, profería “ lechón, becerro,
puerco” , etc., sin recurrir a ningún idioma extranjero para lam ar al
adversario una palabra grosera.
Comparando al señor Mijailovski con la princesa tolstoyana, re­
sulta que aquella, despreciando a los “ etíopes” , a los “ hijos de
demonios” , etc., se vale de los epítetos, valga la expresión, paquidér-
micos. El señor Mijailovski dispone, tanto de “ puercas” , como de
“ lechones” , además de lechones muy variados, hamletizados, verdes,
etc, Ello en un tanto monótono, pero no por eso menos vigoroso. En
general, si del léxico ultrajante de la princesa tolstoyana, pasamos a
igual léxico de nuestro sociólogo subjetivo, nos encontraremos, por
supuesto, con otro cuadro distinto de beldades vivas florecientes, pero
estas bellezas, por su vigor y expresividad, no ceden, en absoluto, a las
hermosuras polémicas de la despabilada princesa. JEsí modus m rebus 4Ü9,
hablando en ruso, “ hay que saber dónde y cuándo term inar” , dice
el señor Mijailovski. No puede haber nada más justo que esto, y no­
sotros, con todo el alma deploramos que nuestro venerable sociólogo
lo olvide con tanta frecuencia,. E l señor Mijailovski podría, refirién­
dose a sí mismo, exclamar trágicam ente: / . . . Video méliora, probo
que / Deteriora sequor! uo.
Es de esperar, sin embargo, que con el correr del tiempo, también
el señor Mijailovski vaya civilizándose, que sus buenas intenciones
habrán de prevalecer “ sobre nuestro propio salvajismo” , y dejará, de
lanzar a sus adversarios sus “ puercas” y “ lechones” . E l señor Mijai­
lovski mismo piensa correctamente que la raison finit toujours par
avoir raison 4n.
El público lector nuestro no aprueba ahora la controversia rigu-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 211

rosa. Pero, en su desaprobación, confunde lo riguroso con lo grosero,


mientras que en realidad, están lejos de ser una y la misma cosa. Ya
Pushkin había puesto en claro la diferencia que existe entre la rigu­
rosidad y la grosería: / Alguna injuria, por supuesto, es indecente. /
No se puede escribir: ‘ ‘fulano de tal es un decrépito, / Un cabro con
anteojos, un ruin difamador, / Malicioso e infam e” , porque esto marca­
rá un personaje. / Pero podrán publicar, por ejemplo, / Que “ el señor
sectario ortodoxo parnasiano es / (en sus artículos) un orador de dis­
parates, / total mente indolente, perfectamente aburrido, / Bastante pe­
sado y hasta necio” . Aquí ya no hay un personaje, sino, simplemente
un literato ‘n3.
Si a ustedes se les ocurre, imitando el ejemplo de la princesa tols-
toyana o del señor Mijailovski, motejar a sus adversarios de “ puerco”
o de “ crío” , esto “ sería una personalidad”, pero si comenzaran a
probar que tal o cual sectario ortodoxo sociológico o historiosóíico, o
económico, en sus artículos, “ obras” o “ bosquejos” , es totalmente
aburrido, pesado y hasta .. .insensato, “ aquí no hay una personalidad,
pero simplemente un literato” esto sería una rigurosidad y no una
grosería. Desde luego que podrán estar equivocados en sus juicios, y
sus adversarios harían bien de poner al desnudo los errores de ustedes.
Pero sólo podrán, con derecho, inculpar de una equivocación, pero no,
ni mucho menos, de rigurosidad, ya que de estas mordacidades no puede
prescindir el desarrollo de la literatura. Si a la literatura se le ocu­
rriera prescindir de ellas, inmediatamente se habría convertido, según
expresión de Bielinski, en una reiteración lisonjera de lugares comunes,
triviales, cosa que la pueden desear tan sólo sus enemigos.
El juicio del señor Mijaiiovslci acerca de la tradicional ordinariez
alemana y acerca de nuestro propio salvajismo, ha sido provocado por
el “ interesante libro” del señor Beltov, “ Contribución al problema
del desarrollo de la concepción monista de la historia” . E l señor Beltov
es acusado por muchos de exceso de mordacidad. Así, por ejemplo, con ■
motivo de su libro, el comentarista de la revista “ Kusskaia Mysl” ,
decía: “ Sin compartir la unilateral, a nuestro juicio, teoría del mate­
rialismo económico, estaríamos dispuestos en intereses tanto de la
ciencia, como de nuestra vida social, a saludar a los representantes de
esta teoría, sí algunos de ellos (los señores Struve y Beltov) no hu­
biesen introducido en sus controversias rigurosidades excesivamente
grandes, si no hubieran puesto en ridículo a los escritores, cuyas obras se
han hecho merecedoras de respecto” 413.
Esto se publicó en la misma revista que aún no hace mucho había
tildado a los partidarios del materialismo “ económico” de “ imbéciles” ,
y afirmaba que el libro del señor P. Struve era el producto de una
erudición indigesta y de completa incapacidad de raciocinio lógico. Esta
revista no gusta de las mordacidades excesivas, motivo por el cual,
como va el lector, se ha hecho eco de los partidarios del materialismo
económico con gran apacibiiidad. Ahora ya está dispuesta —en los in­
tereses de la ciencia y de nuestra vida social— a saludar a los repre-
212 G. PLEJANOV

sentantes de esta teoría. ¿Para qué saludarlos’? ¿H abrán hecho mucho


esos “ Imbéciles” por la vida social? ¿Habrá ganado mucho la. ciencia
de la erudición no digerida y de la completa inaptitud de pensamiento
lógico? A nosotros nos parece que el temor al exceso de perspicacia
llevó a esta revista demasiado lejos y la obliga a decir cosas, merced
a las cuales los lectores pueden sospechar que ella misma tiene incapa­
cidad para digerir algo y cierta ineptitud de pensar lógicamente.
El señor P. Struve no emplea ningunas mordacidades (no ha­
blamos ya de “ excesivamente grandes” ), y en cuanto al señor Beltov,
éste las emplea, pero solamente del género, del cual Pushkin, segura­
mente, habría dicho que afectan únicamente a los literatos y, por
tanto, es permitido echar mano de ellas. El comentarista de la re­
vista supone que las obras de los escritores, de los cuales el señor
Beltov se está burlando, son dignas de respeto. Bien, y qué, ¿si está
convencido de lo contrario! ¿Qué*? si las “ obras” de estos señores le
parecen, tanto aburridas, pesadas, como también, completamente faltas
de contenido, y hasta muy nocivas para la actualidad., cuando la vicia
social que se está formando requiere nuevos esfuerzos de pensamiento
de todos los que no contemplan al mundo, según expresión de Gogol
“ hurgándose las narices” . Al comentarista de “ Kusskaia Mysl” , le
parece, posiblemente, que estos escritores son verdaderas lumbreras,
faros de salvamento. Bien, ¿y qué, si el señor Beltov los considera ex-
tinguidores y adormecedores*? El comentarista dirá que el señor Beltov
está equivocado. Está en su derecho de decirlo, pero a ésta, su opinión,
la habrá de probar, y no darse por satisfecho con sólo condenar sim­
plemente las “ rigurosidades excesivamente grandes” . ¿Qué opinión 1¿
merecen al comentarista, Grech y Bulgarin? Estamos seguros de que
si la hubiera emitido cierta parte de nuestra prensa la habría encon­
trado excesivamente perspicaz. ¿Hubiera esto significado, acaso, que
el señor comentarista de “ Russkaia Mysl” no tiene derecho a pronun­
ciar francamente su opinión con respecto a la actividad literaria de
Grech y Bulgarin? Nosotros, por supuesto, no situamos en la misma
fila con Grech y Bulgarin a los hombres con quienes .están disputando
los señores P. Struve y N, Beltov. Pero, sí, preguntamos al comentarista
de la revista, porqué los decoros literarios permiten pronunciar una
opinión mordaz acerca de Grech y Bulgarin y prohíben proceder de
igual modo en relación a los señores Mijailovski y Kareiev? El señor
comentarista cree, al parecer, que 110 existe ninguna fiera más fuerte
que el gato, y que. por esta razón, el gato se merece, a diferencia de
otras fieras, un trato especialmente respetuoso. Pero ya de esto, se
está permitido abrigar dudas. Nosotros, por ejemplo, creemos que un
gato subjetivo, es una fiera no sólo no fuerte, sino incluso que se está
degenerando muy considerablemente, y que, por tal motivo, no es
merecedor de ningún respeto especial. Estamos dispuestos a discutir
con el comentarista, pero, antes de iniciar la discusión, le solicitamos
que se elucide, pero muy bien, la diferencia que, sin duda alguna,
existe entre la mordacidad de un juicio, y la grosería de una expresión
literaria. Los señores Struve y Beltov emitieron un juicio que a
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 213

muellísimos les puede parecer riguroso. Pero, ¿se había permitido,


acaso, alguno de ellos recurrir, en. defensa de sus opiniones, al género
de injurias, a la que recurrió, más de una vez. en sus contiendas li­
terarias, el señor Mijailovsld, este auténtico Miles Gloriosus4131 de
nuestra literatura de “ vanguardia’7? Ninguno de ellos se lo permitió,
y el mismo comentarista de ía revista habrá de hacerles justicia, si es
que desea profundizar con. respecto a la diferencia que acabamos de
señalar, entre un juicio perspicaz y una expresión grosera.
A propósito con respecto al comentarista de “ Kusskaia Mysl” .
Dice: “ E l señor Beltov, a lo menos, sin grandes cumplidos, llena de
acusaciones a tal o cual escritor que habla de Marx sin haber leído
sus obras, o que condena la filosofía hegeliana, sin haberse informado
de ella de un modo independiente, etc. Ello 110 le impide, desde luego,
a él mismo cometer errores y, sobre todo, en los problemas esenciales.
Y el señor Beltov, al hablar precisamente de Hegel, dice un perfecto
disparate: S i las ciencias naturales contemporáneas —leemos en la
página 8 6 del mencionado libro— a cada paso vienen corroborando el
pensamiento de Hegel acerca de la transformación de la cantidad en
calidad, ¿se puede decir entonces que ellas no tengan nada en común con
el hegelianismo? Pero la desgracia, señor Beltov, está en que Hegel no
había afirmado, sino probado lo opuesto: según Hegel, la calidad se
transforma en cantidad’7. Si tuviéramos que caracterizar esta idea del
señor comentarista con respecto a la filosofía de Hegel, nuestro juicio,
seguramente le parecería excesivamente mordaz. Pero no sería nuestra
la culpa. Podemos asegurar al señor comentarista que acerca de sus
conocimientos filosóficos habían emitido juicios muy perspicaces todos
los que leyeron su comentario y los que conocen, aunque no sea más
que poco, la historia de la filosofía.
Por supuesto que no se puede exigir a todo periodista que tenga
una formación filosófica sería, pero, sí, se le puede exigir que no se
permita juzgar de las cosas que desconoce. De lo contrario siempre
habrá de responder muy “ mordazmente” la gente, entendida en la
materia.
En la primera parte de “ Enciclopedia” de Hegel, como un agre­
gado al párrafo 108, refiriéndose a la medida, dice: “ La calidad y la
cantidad aún difieren entre sí y no sou completamente idénticas. Como
resultado de ello, estas definiciones hasta cierto punto son indepen­
dientes la una con respecto a la otra, de modo que. por una parte, la
cantidad puede modificarse, sin modificar la calidad objeto, pero,
por la otra, su aumento o disminución, a las que el objeto está, primi­
tivamente, indiferente, tiene un límite, rebasando el cual, la calidad
se modifica. Así, por ejemplo, las diversas temperaturas del agua, al
principio no ejercen ninguna influencia sobre su estado líquido y de
gotas, pero al ir aumentando o disminuyendo su temperatura, llega un
punto en que el estado de concatenación se modifica cualitativamente,
y el agua se convierte en vapor o en hielo. Al. principio parece como
si el cambio de la cantidad no afectara la naturaleza sustancial del
214 <3. PLEJANOV

objeto, pero tras de él se oculta algo distinto, y es que, al parecer, el


cambio simple de la cantidad, inmutable para el objeto mismo, cambia
su calidad ” 411 y 415.
“ Pero la desgracia, señor Beltov, está en que Hegel no lo había
afirmado, sino probado lo opuesto” . ¿Aún sigue pensando ahora que
la “ desgracia” está, precisamente, en eso, señor comentarista?416. O,
posiblemente, ¿ahora ha cambiado usted su opinión sobre la materia? Y
si la ha cambiado, ¿dónde está la “ desgracia” en la actualidad?
Nosotros se lo diríamos, pero tememos que nos acuse de excesiva
rigurosidad.
Repetimos, no se puede exigir de cada periodista que conozca la
historia de la filosofía. Por eso, la desgracia en que cayó el comen­
tarista de “ Russkaia Mysl” , no es tan grande como puede parecer a
primera vista. Pero, “ la desgracia está en que”, esta desgracia del
■señor comentarista no es la última. Su segunda y principal desgracia
■es más amarga que la prim era: no se había tomado el trabajo de leer
primero, el libro sobre el cual escribió su comentario.
En las páginas 75-76 de su libro (pág. 62 de la presente edición)
•el señor Beltov cita un extracto bastante largo de la Gran Lógica de
Hegel (“ "Wissenschaft der Logik” ) 471. He aquí el comienzo de este
•extracto: “ Los cambios del ser no residen solamente en que una
•cantidad se transforma en otra, sino también en que la calidad pasa a
la cantidad y, por el contrario, etc.” (pág. 62).
Sí el señor comentarista hubiera leído aunque no fuese más que
este extracto no habría caído en la “ desgracia” , ya que entonces no
habría “ afirmado” que “ Hegel no lo había afirmado, sino probado
lo opuesto” .
Nosotros sabemos cómo se escriben en la literatura rusa —sí,
lamentablemente, no sólo en la rusa— la mayoría de los comentarios.
El comentarista comienza por dar una hojeada al libro, recorriéndolo
rápidamente, digamos, cada décima, vigésima página y anotando los
pasajes que a él le parecen los más característicos. Después los copia,
acompañándolos con una expresión de su aprobación o desaprobación:
el comentarista “ no llega a comprender” , “ lamenta mucho” o “ de
todo el alma felicita” , y asunto terminado, el comentario está listo.
Es fácil figurarse cuántos disparates se publican, de esta manera, sobre
todo, si (como suele suceder no raras veces), el comentarista no tiene
niguna noción de la materia ¡ de la que se habla en el libro que está
comentando!
A nosotros ni por la mente se nos pasa aconsejar a los señores
•comentaristas que se deshagan del todo de esta mala costumbre: a un
jorobado, sólo el sepulcro lo puede enmendar. Pero, de todos modos,
■deberían cumplir su función aunque sea con un poco de mayor seriedad,
allí, donde —como, por ejemplo, en la disputa relativa al desarrollo
■económico de Rusia-— se trata de los intereses más importantes de
nuestra patria. ¿Acaso también aquí habrán de seguir alegremente
desorientando al público lector con sus frívolos comentarios? Hay que
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 2X5

saber callar a tiempo y dónde terminar, como con toda razón, había
observado el señor Mijailovski.
A este último tampoco le agradan los procedimientos polémicos
del señor Beltov: “ El señor Beltov es un hombre de talento —dice el
señor Mijailovski— y no le falta ingenio, pero lamentablemente dicho
ingenio a menudo se transforma en sus manos en payasadas desagra­
dables” 418. ¿Por qué en payasadas? Y, ¿a. quién, exactamente, le son
desagradables estas supuestas payasadas del señor Beltov?
Cuando en la década del 60, el “ Contemporáneo” había puesto
en ridículo, por ejemplo, a Pogodin seguramente a éste le debía haberle
parecido que la revista se había entregado a unas payasadas desagra­
dables. Y no solamente a Pogodin le pareció esto, sino a todos los que
estaban habituados a admirar a este historiador moscovita. ¿Poco se
había atacado entonces, entre nosotros, a los “ caballeros de los albo­
rotos” ? ¿Poco se escandalizó la gente por estas “ extravagancias pue­
riles de los rechifladores” ? 410.
A nuestro juicio, sin embargo, el brillante ingenio de los “ sil­
badores” jamás desembocó en desagradables payasadas, y, si la gente,
ridiculizada por ellos, pensaba de otro modo, se debe tan sólo a la
debilidad humana, en virtud de la cual Amos Piodorovich Lapkin-
Tiapkm encontró que fue “ demasiado largo” la carta en la que lo
trataban de “ grandísimo palurdo” 4105'.
“ ¡Ah, ahí lo tienen ustedes! De modo que quieren insinuar que
¡ el señor Beltov posee el ingenio de un Dobroüubov y de sus colabora­
dores de “ E l Silbato ” Si Esto ya es el colmo!5 exclaman las gentes que
no “ simpatizan” con los procedimientos polémicos del señor Beltov.
Aguarden un poco, señores. Nosotros no comparamos al señor
Beltov con los “ silbadores” de la década del 60; solamente decimos que
el señor Mijailovski no es quién para juzgar de si se transforma y
dónde, precisamente, se transforma, en una desagradable payasada
el ingenio del señor Beltov, ¿Quién puede ser juez y parte a la vez?
Pero el señor Mijailovski no sólo reprocha al señor Beltov las
“ payasadas desagradables” , be lanza una acusación sumamente seria.
Para que el lector pueda, con mayor facilidad, orientarse sobre qué se
trata, concederemos la palabra al señor Mijailovski para que él mismo
exponga la mencionada acusación:
“ Bu uno de los artículos publicados en “ Russkaia Mysl” , recordé
mi amistad con el difunto N. X. Sieber dando a conocer, entre otras
cosas, que este venerable científico, en sus coloquios sobre los destinos
del capitalismo en Rusia, empleó toda clase posible de argumentos, pero
oí menor peligro se escudaba al amparo del irrevocable e inapelable
desarrollo dialéctico trinómico. Al citar estas mis palabras, el señor
Beltov escribe: Tuvimos la oportunidad, más de una vez, de conversar
con el finado, y ni una sola vez hemos oído de él, referencias al de­
sarrollo dialéctico; más de tena vez, él mismo declaró desconocer com­
pletamente el valor de Hegel en el desarrollo de la economía más
moderna. Claro está, sobre los muertos se puede descargar todo, y el
216 G. PLEJANOV

testimonio del señor Mijailovski, ¡es irrefutable! Yo diré distinto:


sobre los muertos, no siempre se puede descargar todo, y la declaración,
del señor Beltov es plenamente refutable. . .
E n 1879, en la revista “ P alabra” se publicó un artículo de
Sieber, con el título de La dialéctica y su aplicación a la ciencia i20. Este
artículo (no terminado) representa un relato, incluso casi una tra ­
ducción total del libro de Engels Herrn Diihrings TJmwalzung der
W issenschaft421. Bien, después de haber traducido este libro y seguir
desconociendo completamente el valor de Hegel en la economía más
moderna, es bastante difícil, no solamente para Sieber, sino hasta para
Potok Bogatyr en la antes citada caracterización, polémica de la prin­
cesa. Esto, creo yo, lo ha de comprender el propio señor Beltov. De
todos modos, citaré unas cuantas líneas del pequeño prefacio de Sieber:
E l libro de Engels merece una atención especial, tanto por la conformi­
dad y sensatez de los conceptos filosóficos y económicos sociales, citados
por el libro, como también porgue, para explicar la aplicación práctica
■del método de las contradicciones dialécticas, este libro ofrece una serie
de nuevas ilustraciones y ejemplos efectivos que, no en poco, facilitan
la asimilación inmediata de este modo de investigación, tan vigorosa­
mente exaltado y a la vez tan poderosamente envilecido, de la verdad.
Puede decirse que es todavía por primera vez que la llamada dialéctica,
desde que existe, aparece ante la vista del lector bajo un aspecto tan
realista,.
De modo, pues, que Sieber conoció la significación de Hegel en
la evolución de la economía más moderna; Sieber manifestó ímieho
interés por el método de las contradicciones dialécticas. Tal es la ver­
dad, documentalmente testimoniada y que resuelve por completo la
punzante cuestión de quién es el que está mintiendo doblemente 423.
Una verdad, sobre todo, una verdad documentalmente testimo­
niada, i es una cosa excelente! En interés de esta misma verdad pro­
longaremos un tanto más el extracto hecho por el señor Mejailovsld
del artículo de Sieber “ La dialéctica y su aplicación a la ciencia” .
Justamente a continuación de las palabras con que termina el
extracto hecho por el señor Mijailovski, sigue la siguiente acotación
de Sieber: “ Por lo demás, nosotros, por nuestra parte, nos abstenemos
de juzgar acerca de la conveniencia de este método en. la aplicación a
los diversos dominios de la ciencia, así mismo acerca de que si este mé­
todo representa o no —en la medida en que se le puede atribuir un valor
efectivo— una simple variación e incluso, un prototipo de método de
la teoría de la evolución o desarrollo universal. Precisamente en este
sentido último, lo considera su autor, o, cuando menos, trata de señalar
su confirmación por medio de las verdades, ya alcanzadas por la teoría
evolucionista, y no se puede dejar de reconocer que en algún aspecto
se descubre aquí una considerable sim ilitud” .
Como vemos, el finado economista ruso, aún después de haber
traducido el libro de Engels “ Herrn Bugen Dührm g’s Umv/álzung
der Wissenschaft” *23, sigUió, de todos modos, ignorando el valor de
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 217

Hegel en la evolución de la economía nías moderna, y hasta, en general,


la utilidad de la dialéctica en la aplicación a los diversos campos del
conocimiento. A lo menos, no quiso juzgar acerca de ella. Por eso for­
mulamos la siguiente pregunta: SI mismo Sieber que, en general, no
se decidía a juzgar acerca de la aptitud do la dialéctica, ¿sería
verosímil que, en sus discusiones con el señor Mijailovski, “ al menor
peligro se escudara al amparo del irrevocable e inapelable desarrollo
dialéctico” ? Por qué, precisamente y tan sólo en estos casos, modi­
ficara su habitual opinión indecisa en cuanto a la dialéctica se refiere?
¿No sería por haber sido para él demasiado grande el “ peligro” de
verse derrotado por su tremendo adversario f ¡ Es poco probable que
este sea el motivo! Cualquier otro, posible; pero Sieber, que poseía
conocimientos muy serios, es apenas creíble que viera un. “ peligro”
en un tal adversario.
E n efecto, ¡es una excelente cosa la verdad, documentalmente
certificada! El señor Mijailovski está completamente en lo justo al
decir que ¡esta verdad resuelve plenamente la picante cuestión de
quién es que está mintiendo doblemente!
Pero si el “ espíritu ruso” , encarnado en la persona de alguien,
recurre a la tergiversación de la verdad, no se da por satisfecho con
tergiversarla una sola vez doblemente; por el difunto Sieber la falsea
dos veces; una vez, cuando asegura que Sieber se escudaba al amparo
de la tríada, y, la segunda vez cuando, con asombrosa desenvoltura,
invoca el mismo prefacio que muestra, de un modo insuperable, que
el que está en lo justo, es el señor Beltov.
¡ Vamos,, señor Mijailovski! ¡ah, señor Mijailovski!
“ Después de haber traducido el libro de Engels “ Dührings
Umwalzimg”, seguir desconociendo completamente el valor de Hegel
en el desarrollo de la economía más moderna, es bastante difícil” ,
exclama el señor Mijailovski. ¿Tan difícil sería 1 A nuestro juicio, en
absoluto. Habiendo traducido el mencionado libro, habría sido verdade­
ramente difícil que Sieber siguiera desconociendo la opinión de Engels
(y se entiende, la de Marx) con respecto al valor de Hegel en el
desarrollo de la ciencia mencionada. Esta opinión la conocía Sieber,
cosa que de por si se entiende, y asi se desprende de su prefacio. Pero
Sieber no pudo haberse dado por satisfecho con la opinión ajena.
Siendo, como era, un científico serio, que no se fía de las- opiniones
ajenas, y habituado a estudiar la materia con sus primeras fuentes,
Sieber, después de haber conocido la opinión de Engels con respecto
a Hegel, aún no se consideró con el derecho a decir: “ conozco a Hegel
y su papel en la historia de desarrollo de los conceptos científicos” .
Es posible que el señor Mijailovski no conciba esta modestia de un
sabio; el señor Mijailovsld, según sus propias palabras, “ no tiene pre­
tensiones” de conocer la filosofía de Hegel, mientras que de modo muy
desparpajado está discurriendo acerca de ella. Pero, quot Ucet bovi,
non Ucet J o v iÍU. El señor Mijailovski, no habiendo sido toda su vida
sino un folletimsta despabilado, posee la desenvoltura, propia, del ofi-
218 <3. PLEJANOV

■eio, de los hombres de esta profesión. Pero ha olvidado la diferencia


que hay entre éstos y los hombres de ciencia. E n virtud de este olvido
•es también como se decidió a decir cosas, de las cuales se des­
prende claramente que cierto “ espíritu” , infaliblemente, “ miente
doblemente ” .
¡Vamos, señor Mijailovsld! ¡Ah, señor Mijailovski!
Sí, y este venerable “ espíritu” , ¿tan sólo doblemente está tergi­
versando la verdad? Es posible que el lecto r. recuerde el caso del
“ factor de florecimiento ” , “ omitido-” por el señor Mijailovski. La
omisión de este 4*florecimiento ” tiene im “ importante valor” , por
cuanto está mostrando que la verdad había sido falseada también por
“ cuenta” de Eingels, ¿Por qué el señor Mijailovski no despegó los la­
bios acerca de este aleccionador suceso?
i Vamos, señor Mijailovski! ¡Ah, señor Mijailovski!
V, ¿saben una cosa? Pues, es posible que el “ espíritu ruso” no
falsee la verdad, es posible que el pobre esté diciendo la verdad más
pura. Pues, para dejar fuera de toda sospecha su veracidad, no hace
falta sino presuponer que Sieber, simplemente, gastara una broma al
joven escritor, habiéndole asustado con la “ tríada” Esta parece ser
la verdad: el señor Mijailovski asegura que Sieber conocía el método
dialéctico; como hombre que conocía este método, Sieber debía haber
comprendido excelentemente, que la célebre tríada, para Hegel, jamás
había desempeñado el papel de un argumento. E l señor Mijailovski,
como hombre que no conocía a Hegel, pudo haber emitido, en una con­
versación con Sieber, el mismo pensamiento que, posteriormente, re­
pitiera más de una vez; de que todos los argumentos de Hegel y de
los hegelianos, se habían reducido a referencias a la tríada. Ello, a
•Sieber, debía haberle parecido divertido, y comenzó a incomodar con
la tríada su impetuoso, pero mal informado, hombre joven. Desde luego,
si Sieber previera en qué deplorable situación iba a caer, con el tiem­
po, su interlocutor -en virtud de esta chanza, se habría abstenido,
absolutamente, de hacerla. Pero no pudo haberlo previsto y, por eso,
■se había permitido gastarle este chasco al señor Mijailovski. La vera­
cidad de lo que acabamos de decir está fuera de toda duda, si es
que nuestra presuposición es correcta. Que el señor Mijailovski
trate de hurgar un poco en su memoria: pueda ser que recuerde alguna
circunstancia que muestre que esta nuestra presuposición no es del
todo infundida. Por nuestra parte, nos alegraríamos de todo corazón
poder oír que existió tal circunstancia, que habrá de poner a salvo el
honor del “ espíritu ruso” . Se alegraría por supuesto, también el
señor Beltov.
E l señor Mijailovski ¡es un gran ocurrente! Está muy digustado
con el señor Beltov, por haberse permitido éste decir que en “ las
recientes palabras” de nuestro sociólogo subjetivo, “ la inteligencia
rusa y el espíritu ruso repiten las viejas lecciones y mienten doble­
m ente” . El señor Mijailovski supone que, si bien es cierto que el señor
Beltov no tiene ninguna responsabilidad por el contenido de la cita,
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 219

se le puede, de todos modos, reconocer responsable por haberla esco­


gido. Decir solamente la rudeza de nuestros hábitos polémicos obliga
a nuestro respetable sociólogo a confesarse de que tal reproche
hecho al señor Beltov, sería una sutileza superflua, Pero, ¿de dónde
la tomó esta “ cita” el señor Beltov? La tomó de Pushkin. Eugenio
Oneguin era de opinión que en todo nuestro periodismo, la inteligencia
rusa y el espíritu ruso repiten lo aprendido anteriormente y están
mintiendo doblemente, ¿Puede hacérselo responsable a Pushkin por
esta opinión tan mordaz, de su protagonista ? Hasta ahora, hasta donde
llega nuestro conocimiento, nadie ha pensado que- sí, aún cuando es
muy verosímil que Oneguin expresase la opinión del gran poeta. Y,
he aquí que el señor Mijailovsld quisiera hacerle responsable al señor
Beltov por no encontrar éste, en sus obras, en las del señor Mijai­
lovski, nada más que repeticiones de viejas lecciones y “ mentiras
dobles” . ¿A qué se debe esto?, ¿por qué no se puede emplear esta
“ cita” a las “ obras” de nuestro sociólogo? Probablemente porque es­
tas obras merecen ante los ojos de este sociólogo una actitud muchísimo
más venerable. Pero, ello “ está sujeto a ser discutido” , repetiremos
Jas palabras del señor Mijailovski.
“ Aquí, en este pasaje, el señor Beltov, propiamente, no me prueba
ninguna falsedad —dice el señor Mijailovski— desembuchó, simple­
mente, de modo que apareciera más vehemente, usando pudorosamente
la cita, como hoja de parra, para cubrirse” (pág. 140). ¿Por qué,
pues, “ desembuchó” y no que había pronunciado su firme convicción?
¿Cuál es el sentido de la oración de “ el señor Mijailovski, en sus ar­
tículos, repite las lecciones viejas y miente doblemente” ? Significa
que el señor Mijailovski emite tan sólo opiniones viejas, hace mucho ya
refutadas en Occidente y, al emitirlas, añade sus propios errores
caseras, a los de Occidente. Al pronunciar tal opinión sobre la acti­
vidad literaria del señor Mijailovski, ¿es absolutamente preciso cu­
brirse con una “ hoja de p a rra ” ? El señor Mijailovski está conven­
cido de que tal opinión, sólo puede “ desembucharse” que ella no puede
ser el fruto de una apreciación seria y mediatada. Pero ello está sujeto
a ser discutido, diremos una vez más con sus propias palabras.
E l autor de estas líneas, en forma completamente serena y me­
ditada, sin necesidad de hacer uso de ninguna hoja de parra, declara
que, de acuerdo a su convicción, una opinión no muy elevada sobre
las “ obras” del señor Mijailovski, es el principio de toda sabiduría.
Pero si, el señor Beltov, al hablar del “ espíritu ruso” , no prueba
-al señor Mijailovski ninguna falsedad, ¿por qué, entonces, nuestro
“ sociólogo” se tomó con esta “ cita” precisamente, dando comienzo a
un desgraciado incidente con Sieber? Probablemente, para aparecer
más vehemente. Los procedimientos de este género, en realidad, no
tienen nada de vehemente, pero hay gente a la cual esto le parece su­
mamente vehemente. En uno de los bosquejos de G. I. Uspenski, una
burócrata riñe con el portero. Este le lanza la palabra infama. “ ¡ Como!
.¿yo una infame? —vocifera la burócrata—, yo te lo he de mostrar, ten-
220 G. PLEJANOV

iro un hijo que está de servicio en Polonia, etc.” E l señor Mijailovski,


igual que la burócrata, aferrándose de una palabra suelta, levanta
un clamor vehemente: “ Yo miento doblemente, ustedes han osado po­
ner en tela de juicio mi veracidad, pero a ustedes mismos yo les pruebo
ahora que ¡mienten por muchos! ¡ Fíjensen lo que han dicho calum­
niando a Sieber!’7 Nos fijamos efectivamente qué es lo que el señor
Beltov dijo con respecto a Sieber, y vemos que dijo una auténtica ver­
dad. Die Moral von der &eschichie 425. Es la de que la excesiva vehe­
mencia, ni de las burócratas, ni la del señor Mijailovski, a nada bueno
puede conducir.
' ‘ El señor Beltov emprendió el trabajo de mostrar que el triunfo
definitivo del monismo m aterialista fue establecido por la llamada
teoría del materialismo económico en la historia, cuya teoría se halla,
al parecer, íntimamente vinculada con. el materialismo filosófico ge­
neral. Con este fin, el señor Beltov hace una excursión en la historia
de la filosofía. Bel grado de desordenamiento e insuficiencia de dicha
excursión, se puede juzgar ya por los títulos de los capítulos, a ella
dedicados: El materialismo francés del siglo X V ITI, Los historiadores
franceses de la época, de la Restauración, Los uto-pistas, La filosofía
idealista alemana, E l materialismo contemporáneo” (pág.146). E l
señor Mijailovski vuelve a ponerse vehemente sin ninguna necesidad, y
otra vez, su vehemencia a nada bueno ha de conducir. Si el señor
Beltov hubiese escrito, aunque no fuera más que un breve esbozo de
historia de la filosofía, habría sido, efectivamente, desordenada e in­
comprensible esta excursión, en la que se pasa del materialismo francés
del siglo X V III a los historiadores franceses de la época de la Restau­
ración; de estos historiadores, a los utopistas, ele estos últimos a los
idealistas alemanes, etc. Pero justamente se trata de que el señor Bel­
tov no escribió ninguna historia de la filosofía. Ya en la primera pá­
gina de su libro declaró tener el propósito de hacer un breve esbozo
de la teoría que, incorrectamente, lleva por nombre ei de materialismo
económico. Encontró algunos gérmenes incipientes de esta teoría en­
tre los materialistas franceses, mostrando que dichos gérmenes, en
grado considerable, fueron desarrollándose entre los historiadores es­
pecializados franceses de la época d-e la '-Restauración; luego recurrió
a los hombres que, no habiendo sido historiadores de profesión, tu ­
vieron, sin embargo, que reflexionar mucho acerca de los más im­
portantes problemas de la evolución histórica de la humanidad, o sea,
a los utopistas y a los idealistas alemanes. No enumeró, ni mucho
menos a todos los materialistas del siglo X V III, ni a todos los historia­
dores de la época de la Restauración, ni a todos los utopistas, ni a todos
los dialécticos idealistas de esa época. Pero señaló a los principales de
entre ellos, a Jos que más que otros, hicieron por la materia que le
interesaba. Mostro que todos estos hombres, tan bien dotados y que
tan grandes conocimientos tenían, estaban enredándose en contradic­
ciones, de las cuales, la única deducción lógica fue la teoría histórica
de Marx, E'n una palabra, ü prena.it son bien oü ü le trouvai '}2C. ¿ Qué
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 221

es lo que se puede impugnar a tal procedimiento? Y, ¿por qué no es del


agrado del señor Mijailovski?
Si el señor Mijailovski, tan sólo no echó una lectura de las obras
de Engels, “ Ludwig Feuerbach ” y “ Dührings Umwálzung ’J 427, sino
que —-es lo principal— las comprendió, ha de saber la significación
que en el desarrollo de las ideas de Marx y Engels tuvieron las con­
cepciones de los- materialistas franceses del siglo pasado, de los histo­
riadores franceses de la época de la Restauración, de los utopistas y
de los dialécticos idealistas. E l señor Beltov acentuó esta significación
tras de haber hecho una breve caracterización de las opiniones más
esenciales, en este caso, de los unos y los otros, de los terceros y los
cuartos. El señor Mijailovski se encoge, sospechosamente, de hombros
con motivo de esta caracterización; el plan del señor Beltov no le
agrada. A esto anotaremos que todo plan es bueno, si con su ayuda el
autor logra su objetivo. Y que el objetivo del señor Beltov fue logrado,
no lo niegan, según tenemos conocimiento, ni sus adversarios.
El señor Mijailovski prosigue:
“ El señor Beltov habla, tanto de los historiadores franceses,
-como de los “ utopistas” , valorando a unos y a otros, en la medida de
la comprensión o incomprensión de estos últimos por la economía, en
tanto que fundamento del edificio social. Sin embargo, de un modo ex­
traño, no se acordó, en absoluto, en este caso, de Louis Blanc, aún
miando solamente el prefacio de éste en su “ Histoire de dix ans” 42S
basta para, concederle un lugar de honor en las filas de los primeros
maestros del llamado materialismo económico. Claro está este prefacio
contiene mucho con lo cual el señor Beltov no puede estar1de acuerdo,
pero allí se menciona, tanto la lucha de clases, como su caracterización
por los signos económicos, refiriéndose a la economía, como resorte
oculto de la política, y, en general, mucho que, posteriormente, entró
a formar parte de la doctrina, tan fervorosamente defendida por el
señor Beltov. Anoto, por eso, esta laguna, primero porque ella, en sí,
es sorprendente y sugiere ciertos objetivos colaterales que el señor
Beltov se habría propuesto y que no tienen nada en común con la im­
parcialidad” (pág. 150).
El señor Beltov mencionó a los antecesores de Marx, en cambio,
Louis Blanc fue más bien su coetáneo. Es cierto que la “ Histoire de
dix an$’y apareció en un momento en que las concepciones históricas
de Marx aún no estaban definitivamente formadas. Pero, este libro
no pudo haber tenido ninguna influencia un tanto decisiva sobre la
suerte de dichas concepciones, debido a que el punto de vista de Louis
Blanc, en cuanto el resorte interno del desarrollo social se refiere, no
encerraba, decididamente, nada nuevo, comparado con las opiniones,
por ejemplo, de Augusto Thierry o Guizot. Es completamente justo
que allí Blanc “ menciona, tanto la lucha de clases, refiriéndose a su
caracterización por los signos económicos, como también a la economía,
etc.” . Pero todo esto ya lo habían mencionado tanto Thierry, como
Guizot y también Mignet, como, de modo irrefutable, lo mostró el señor
222 G. PLEJANOV

Beltov. Guizot, que había sustentado el punto de vista de la lucha


de clases, simpatizaba con la lucha que la burguesía libraba contra
la aristocracia, pero mantenía una actitud sumamente hostil ante la
lucha que, en su época, la clase obrera ya había comenzado a librar
contra la burguesía. Louis Blanc simpatizó con esta lucha420. [En este
punto discrepaba con Guizot. Pero esta divergencia no fue esencial, en
absoluto; ella no aportó nada nuevo a las opiniones de Louis Blanc
respecto a la “ economía, como resorte oculto de la política’7] 430.
Louis Blanc. al igual que Guizot, hubiera dicho que las constitu­
ciones políticas tienen sus raíces en el modo social de vida de la nación,
y que este modo social está determinado, en últimas instancias, por
las relaciones patrimoniales. Pero, ¿de dónde nacen las relaciones pa­
trimoniales?, esto Louis Blanc lo sabía tan poco como Guizot. Es por
eso que Louis Blanc, igual que Guizot, pese a su “ economía” , se veía
obligado a retornar al idealismo. Que en sus opiniones filosófico-his­
tóricas fue un idealista, lo sabe cualquiera, aún el que no haya estu­
diado en un seminario 431.
E n la época de la aparición de “ Iíistoire de dix ans”, el problema
palpitante de la ciencia social que fue resuelto “ posteriormente” por
Marx fue el referente al origen de las relaciones patrimoniales. Louis
Blanc nada nuevo dijo con respecto a este problema. Es natural presu­
poner que este, precisamente, fue el motivo por que el señor Beltov no
dijera nada acerca de Louis Blanc. Pero el señor Mijailovsld prefiere
insinuar, en esta ocasión, ciertos objetivos colaterales. / Chacun a son
goüt! 482.
A juicio del señor Mijailovski, la excursión del señor Beltov en
el dominio de la historia de la filosofía “ está aún más floja de lo que
se podía pensar, a juzgar por los (antes enumerados) títulos” . ¿Por
qué lo es así? He aquí el porqué. E l señor Beltov escribe que “ H’egel
calificó de opinión metafísica la de los pensadores —indiferentemente
de que si eran idealistas o materialistas— que, al no saber comprender
el proceso de desarrollo de los fenómenos, sin querer se los imaginan
y se los presentan a los demas, como estagnados, inconexos, incapaces
de pasar los unos a los otros. A esta opinión, Hegel contrapuso la
dialéctica que estudia los fenómenos, precisamente, en su desarrollo, y,
por consiguiente, en sus conexiones m utuas” . El señor Mijailovski, con
este motivo, acota ponzoñosamente: “ El señor Beltov se considera un
entendido en la filosofía de Hegel. Me sentiré feliz de poder aprender
de él. como de cualquier otra persona bien informada, y en la primera
oportunidad, le rogaré al señor Beltov que me muestre en las obras de
Hegel, el pasaje de dónde sacó esta definición, supuestamente hege­
liana, de “ la opinión, metafísica.” Me atrevo a afirm ar que no me
lo va poder mostrar. P ara Hegel, la metafísica fue la teoría de la
esencia absoluta de las cosas, que rebasaba los mareos de la experiencia
y de la observación de la substancia oculta de los fenómenos... A esta
denifición, supuestamente hegeliana, el señor Beltov no la tomó de
Hegel, sino de Engels (en esta misma obra polémica contra el libro
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 223

de Dühring), quien, de un modo completamente arbitrario, separó la


'metafísica, de la dialéctica, por el signo de la inmovilidad o la
fluidez” (pág. 147).
No sabemos cuál ha de ser la respuesta que a esto ha de dar el
señor Beltov. Pero, “ a la primera oportunidad”, nos permitimos, sin
esperar las aclaraciones de éste, contestar al respetable subjetivista.
Abrimos la primera parte de la “ Enciclopedia” de Hegel, y allí,
ev la adición al párrafo 31 (pág. 57 de la versión rusa del señor
V. Chizhov), leemos: “ El pensamiento de esta metafísica no fue ni
libre, ni veraz, en el sentido objetivo, puesto que no dejaba al objeto
desarrollarse libremente por sí mismo y hallar él mismo sus defini­
ciones, sino que lo tomaba como algo plasmado. . . Esta metafísica es
un dogmatismo, puesto que, de conformidad con la naturaleza de las
definiciones finitas, debía haber admitido que de dos afirmaciones con­
trapuestas . . . una, necesariamente es verdadera, y la otra, necesaria­
mente, falsa” (párrafo 32, pág. 58, de la misma versión) 433.
Hegel habla aquí de la vieja metafísica prekantiana, que, según
su es-observación, “ fue arrancada de raíz, desapareció de las filas de
las ciencias” (i$i so zu- sagen, m it Stum ppf und Stiel ausgerottet
worden, aits der Reihe der Wissenchaften verschwunden” ) 434. A esta
metafísica, Hegel contrapuso su filosofía dialéctica, la cual considera
todos los fenómenos en su desarrollo y en su conexión recíproca, y no
como plasmados y separados unos de otros por un precipicio. “ Lo
verdadero es solamente lo integro —dice— pues, se manifiesta en toda
su plenitud a través de su desarrolllo” (“ Das Wahre ist das Ga/nze.
Das Ganze aber ist nur das durch seine Entwichhig sich vollendende
Wescn” ) 430. El señor Mijailovski afirma que Hegel acopló la dia­
léctica, también la metafísica, pero el que le ha contado esto al señor
Mijailovski, no le ha explicado bien de lo que se trataba. Hegel añade
el elemento dialéctico también el especulativo, en virtud de lo cual, su
filosofía sigue siendo una filosofía idealista. Hegel, como idealista qué
era, hizo lo mismo que todos los demás idealistas: atribuía una signi­
ficación filosófica especialmente importante a tales “ resultados” (a
tales conceptos) que también la vieja “ metafísica” tenía en muy alto
aprecio. Pero estos mismos conceptos (lo absoluto en las diversas for­
mas de su desarrollo) aparecían en la filosofía hegeliana, merced al
“ elemento dialéctico” , precisamente como resultados, y no como' datos
originarios. La metafísica, en 3a filosofía de Hegel, se disolvía en la
lógica, motivo por el cual, este filósofo habría quedado miuy asom­
brado después de escuchar que a él, pensador especulativo, lo están
calificando de metafíisico okne Weiters 43S, Habría dicho que los hom­
bres que así lo califican, “ lassen sich m it Thieren vergleichen, welche
alie Tone einer Musik mit durchgehórt haben, an der m i Sinn aber das
Bine, die IIarmóme dieser Tone, nicht ge.kom.nien is t” 4,37 (su propia
expresión con la que estigmatizaba a los eruditos pedantes).
Repetimos, este pensador especulativo, que desdeñó la metafísica
del entendimiento (otra vez, su propia expresión), fue idealista y, en
224 G. PLEJANOV

este sentido, tenía su propia metafísica de la razón. Pero, ¿es que


el señor Beltov echó en olvido esta circunstancia o no la denunció
en su libro ? Ni la había olvidado, ni había dejado de denunciarla. Citó
del libro de Marx y Eíogels “ Die íleilige fam ilie” 438, largos extractos,
que someten a una crítica muy mordaz estos resultados “ especula­
tivos” de Hegel. Suponemos que en estos pasajes citados, queda sufi­
cientemente al desnudo la ilegitimidad de la fusión de la dialéctica,
con lo que el señor Mijailovski califica de metafísica de Hegel. Por
consiguiente, si el señor Beltov habría olvidado algo, es tal vez lo
único, a saber: precisamente, en presencia de la asombrosa “ despreo­
cupación” por parte de nuestros hombres de “ avanzada” por la his­
toria de la filosofía; hubo que explicarles hasta qué grado acentuado
se distinguía, en la época de Hegel, la metafsica de la filosofía espe­
culativa,4™. Y de todo ello se desprende que en vano el señor Mijai­
lovski se “ atrevió a afirm ar” lo que no es posible afirmar.
Segán palabras del señor Beltov, Hegel habría calificado de
metafísico, incluso el punto de vista de los materialistas que no han
sabido considerar los fenómenos en su conexión mutua. ¿Es cierto eso,
o no? Tómese el trabajo de leer la siguiente página, del párrafo 27,
de la primera parte de la “ Enciclopedia” del mismo Hegel: “ La
aplicación más completa y más reciente de este punto de vista en la
filosofía, la hallamos en la antigua metafísica, tal como se la exponía
antes de Kant. Además, solamente en relación a la historia de la filo­
sofía, la era de esta metafísica ya había term inado; ella, en sí, pues,
sigue existiendo siempre, representando el punto de vista razonable
con respecto a los objetos” 440. ¿Qué es un punto de vista razonable
con respecto a los objetos? Es, precisamente el antiguo punto de
vista metafísico sobre los objetos, opuesto al punto de vista dialéctico.
Toda la filosofía materialista del siglo X V III fue una filosofía “ razo­
nable” por esencia, a saber, no supo examinar, precisamente, los fenó­
menos, sino desde el punto de vista de las definiciones finitas. De que
Hegel notó muy bien de este lado flaco del materialismo francés, como,
en general, de toda la filosofía francesa dei siglo X V III, podrá conven­
cerse todo el que quiera tomarse el trabajo de leer el correspondiente
pasaje de la.tercera parte cle.su “ Vorlesungen iiber die Geschichíe der
Phüosopkie” Por eso, tampoco el punto de vista de los materia­
listas franceses pudo dejar de considerarlo como el viejo punto de vista
metafísico 442. Por lo tanto, ¿está en lo justo o no el señor Beltov?
¿Parece claro que está completamente en lo justo? Y, sin embargo,
tenemos al señor Mijailovski que “ se atreve a afirm ar” . . . Aquí no
tiene nada que hacer, ni el señor Beltov, ni el autor de estas líneas.
La desgracia del señor Mijailovski reside, precisamente, en que, ha­
biendo entablado una controversia con los “ discípulos rusos” de Marx,
se atrevió a juzgar de cosas, para él del todo desconocidas.
Hombre expertísimo, ¡tu temeridad te hace trizas!
El que esté familiarizando con la filosofía, habría notado que',
cuando el señor Beltov expone las opiniones filosóficas de Hegel y de
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 225

Schelling, habla casi por doquier con las propias palabras de estos pen­
sadores■: así. por ejemplo, su caracterización del pensamiento dialéc­
tico representa una versión, casi literal de las anotaciones y de la
primera adición al párrafo 81 de la primera parte de la “ Enciclope­
d ia ’7.; después traduce, casi literalmente, algunos pasajes del prefacio
a “ Philosophie des Rechts” y de (' Philosophie der Geschichte”
444. Pero este hombre que tan cuidadosamente cita a toda clase de filó­
sofos, como Helvecio, Enfantin, Oscar Peschel, etc., casi ni una sola vez
no señala, exactamente cuáles, obras ele Schelling y de Hegel y cuáles
son los pasajes de dichas obras que tiene a la vista en su exposición.
¿Por qué, pues, en este caso, se ha apartado de su regla general? A
nosotros nos parece que aquí el señor Beltov ha echado mano de una
argucia militar. Creemos que ha razonado de la siguiente manera:
“ nuestros subjetivistas proclamaron que la filosofía idealista alemana
era una metafísica, dándose, con ello, por satisfechos; no la han estu­
diado, como lo hizo ya. por ejemplo, el autor de los Comentarios sobre
Mili. Cuando yo he de señalar algunos formidables pensamientos de los
idealistas alemanes, los señores subjetivistas, al no ver ninguna referen­
cia a las obras de dichos pensadores, creerán que yo mismo fabriqué
esos pensamientos o los he tomado de Engels, y comenzarán a vociferar:
¡esto está sujeto a ser discutido!, rne atrevo a firmar, etc. Entonces he
de poner al desnudo su ignorancia, y, ¡será para destornillarse de
risa!” Si el señor Beltov, efectivamente, empleó, en su polémica, este
pequeño ardid militar, hay que confesar que le ha rendido un resultado
insuperable: ¡el regocijo se armó, efectivamente, y no pequeño!
Pero prosigamos. “ Todo sistema filosófico que afirmara —simultá­
neamente con el señor Beltov— que “ los derechos de la razón son infi­
nitos e ilimitados al igual que sus fuerzas” , y que, por eso, había des­
cubierto la esencia absoluta de las cosas, —sea ésta la materia o el
espíritu— es un sistema metafísico. . . De que este sistema, además,
llegara o no hasta concebir la idea del desarrollo de la esencia —que él
mismo ofreció— de las cosas, y de haber llegado, asignara a este desa­
rrollo una vía dialéctica o cualquier otra ruta, es, desde luego, muy
importante para definir la ubicación de dicho sistema dentro de la his­
toria de la filosofía, pero sin modificar su carácter metafísico” (“ Russ-
koie B-ogatstvo ’\ enero, 1895, pág\ 148). En cuanto se puede juzgar
por estas palabras del señor Mijailovski, éste, huyendo del raciocinio
metafísico, no cree que los derechos de la razón sean ilimitados. Es de
esperar que, en compensación, el señor Mijailovski habrá de contar con
los elogios del príncipe Meshchersld. E l señor Mijailovski, evidentemente,
tampoco cree que las fuerzas de la razón sean ilimitadas e infinitas. Ello
puede parecer algo sorprendente de parte de un hombre que, más de
una vez, venia asegurando a sus lectores, que la raison finit toujours par
avoir raison 4'!5r a saber, con las fuerzas limitadas (y ¡ hasta ios derechos
también!) de la razón, esta certeza es apenas probable qne sea oportuna.
Pero el señor Mijailovski, de todos modos habrá de decir que cree en el
triunfo definitivo de la razón, tan sólo en cuanto se refiere a la vida
práctica, pero que, en cambio, duda de sus fuerzas, cuando se trata del
226 G . PLEJANOV

conocimiento de la esencia absoluta de las cosas (“ sea esta la materia o


el espíritu” ). Excelente. Pero, ¿qué clase de esencia absoluta de las
cosas es ésta?
¿No sería verdad que se trata de lo que K ant dio el nombre de
cosa en sí (Bing an sich) 1 Si esto es así, declaramos, categóricamente,
que esta “ cosa en s í” la conocemos y que su conocimiento lo debemos,
precisamente, a Hegel. (iSocorro!, piden a gritos nuestos “ sensatos
filósofos” , pero les rogamos que no se impacienten).
‘*La cosa en sí misma. . . es el objeto al que se le ba abstraído de
todo que lo hace accesible al conocimiento, de todos los elementos sen­
sitivos, así como de todos los pensamientos definidos. E s evidente que
tras de esto no resta más que una abstracción pura, un ser hueco, sólo
trasladado más allá de los límites de la conciencia, que es la negación de
todo lo sensitivo y de todo pensamiento definido. PerO' en este aspecto
es fácil hacer un razonamiento muy simple, que este caput múrtuum 446
mismo es un producto del pensamiento, constituyendo esta una mera
abstracción, o un “ yo” vacío, que convierte en objeto su identidad
hueca. La definición negativa que se da a esta identidad abstracta, con­
virtiéndola en su objeto, se cuenta entre las categorías kantianas y es,
asimismo, tan bien conocida como esta identidad hueca. Es, por lo
tanto, de asombrarse de que se repita con tanta frecuencia que es
supuestamente desconocido, cuando no hay nada más fácil que
conocerlo” 447 y 44S.
Así, pues, repetimos que conocemos excelentemente lo qué es la
esencia absoluta de las cosas, o, la cosa en sí misma. Es una abstracción
hueca. Y, con esta abstracción vacía, quiere el señor Mijailovski espan­
tar a los hombres que, orgullosamente, viene repitiendo, juntamente
con Hegel, que “ von der Grosse und Mackt $emes Geisies karni der
Mensch nicht genug denken” 4<19. ¡Esta es una vieja cantinela, señor
Mijailovski! ¡Sie sincl zu $-pat gehommen! 450.
Estamos seguros que las líneas que acabamos de escribir han de
parecer al señor Mijailovski una vana sofistería. “ Permítanme —ha
de decir— en tal caso, ¿qué es 3o que entienden por interpretación ma­
terialista de la naturaleza y de la historia?” He aquí lo que entendemos,
Cuando Schelling decía que el magnetismo es la introducción de
lo subjetivo en lo objetivo, fue esta una explicación idealista de la
naturaleza; pero cuando se explica el magnetismo desde el punto de
vista de la física contemporánea, se da a sus fenómenos una explica­
ción materialista. Cuando Hegel. o aunque sean nuestros eslavófilos, ex­
plicaban ciertos fenómenos históricos por las peculiaridades del espíritu
nacional, consideraban estos fenómenos desde un punto de vista
idealista, pero cuando Marx explicó, pongamos por caso aunque sean,
los sucesos franceses de los años 1848-1850, por la lucha de las clases
dentro de. la sociedad francesa, dio a estos sucesos una explica­
ción materialista. ¿Está claro? Bien, ¡como no ha de serlo! Está tan
claro que para no comprender lo que acabamos de decir, se necesita una
buena dosis de obstinación.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 227

“ Aquí hay algo que 110 es así —comienza a considerar el señor


Mijailovski y su pensamiento se le va por las ramas (c’esí le mo~
mentí) M1—. Lange d ic e ... ” Aquí nos permitimos interrum pir al señor
Mijailovski: sabemos muy bien lo que dice Lange, pero le aseguramos
al señor Mijailovski que al que piensa citar como autoridad, está muy
equivocado. Lange, en su “ Historia del materialismo” olvidó de dictar,
por ejemplo, la siguiente declaración tan característica de uno de los
más descollantes materialistas franceses: tlo m ne connaissons que
Vitoree des phénoménas (conocemos tan solo la corteza de los fenó­
menos). Otros, no menos destacados, de los materialistas franceses se
pronunciaron reiteradas veces en este mismo sentido. Como ve, señor
Mijailovski, los materialistas franceses aún no sabían que la cosa en
sí, es solamente el capul morhium de una abstracción, y sustentaban,
precisamente, el punto de vista que hoy califican muchos de punto de
vista de la filosofía crítica.
Todo esto, por supuesto, le ha de parecer al señor Mijailovski algo
nuevo y hasta totalmente inverosímil. Pero por ahora no le vamos a
decir a qué materialistas franceses y a cuáles de sus obras nos estamos
refiriendo. Vamos a dejarlo, al señor Mijailovski “ atreverse a afir­
m ar” , primeramente, y luego platicaremos con él. Si el señor Mijai­
lovski desea saber cómo vemos nosotros, la relación existente entre
nuestras sensaciones y los objetos exteriores, le recomendaremos que
lea el artículo del señor Sechenov “ E l pensamiento objetivo y la reali­
dad”, en la recopilación “ La ayuda a los h a m b r i e n t o s Suponemos
que con nuestro célebre fisiólogo, habrá de estar completamente de
acuerdo el señor Beltov, como cualquier otro discípulo, ruso o no, de
Marx. Y el señor Sechenov dice lo que sigue: “ Sean cuales fueran los
objetos exteriores en sí mismos, índepedientemente de nuestra con­
ciencia —aunque nuestras impresiones de ellos no sean sino signos con­
vencionales—, de todos modos, a nuestra similitud o diferencia sensoria­
les de los signos, corresponden una similitud y diferencia reales. Dicho
en otras palabras: las similitudes y las diferencias que el hombre en­
cuentra entre los objetos que percibe con sus sentidos, son similitudes
y diferencias reales” 452.
Cuando el señor Mijailovsld impugne al señor Sechenov, consen­
tiremos en reconocer lo limitado, no solamente de las fuerzas, sino hasta
de los derechos también de la razón453.
E l señor Beltov dijo que en la segunda mitad de nuestro siglo,
en la ciencia, con la que por aquel entonces se había fusionado com­
pletamente la filosofía, había triunfado el monismo materialista. E l se­
ñor Mijailovsld acota: “ me temo que se esté equivocando” . P ara jus­
tificar sus temores, invoca a Lange, a juicio del cual, “ die gründliche
Naturfoschung durch ihre eignen Consequenzen über den Maierialismus
hinausführt” 154. Si el señor Beltov se está equivocando, quiere decir
que el monismo materialista no había triunfado en la ciencia. Entonces,
quiere decir, que ¿los científicos, hasta hoy en día, siguen explicando
la naturaleza mediante la introducción de lo subjetivo en lo objetivo
228 G. PLEJANOV

y demás sutilezas de la filosofía naturalista idealista! Mucho tememos


que “ se equivocase” el que ésto suponga; tanto más tememos aún?
cuanto que he aquí, por ejemplo, lo que opina el naturalista inglés
Huxley, de enorme resonancia en la ciencia.
“ En nuestros días, nadie que esté a la altura de la ciencia con­
temporánea y que conozca los hechos, habrá de poner en duda que
los fundamentos de la sicología, hay que buscarlos en la fisiología del
sistema nervioso. Lo que se llama actividad del espíritu, es un conjunto
de funciones cerebrales, y los materiales de nuestra conciencia, son los
productos de la actividad del cerebro” 455. Fíjense que esto lo está di­
ciendo un hombre que ha pertenecido a los llamados, en Inglaterra,
agnósticos. Huxley supone que la opinión que expresó con respecto a
la actividad del espíritu, es completamente compatible con el idealismo
más puro. Pero nosotros que conocemos las explicaciones de los fenó­
menos de la naturaleza que pueden ofrecer el idealismo consecuente,
y que entendemos de dónde proviene la modestia del respetable; inglés,
repetimos, conjuntamente con el señor Beltov: en la segunda mitad
del siglo X I X triunfó en la ciencia el monismo materialista.
El señor Mijailovski, ¿tal vez, conozca las investigaciones sicoló­
gicas de Sechenov? El punto de vista de este sabio fue, en otro tiempo,
impugnado por Kavelin. Tememos que el finado liberal estaba muy
equivocado. Pero, ¿es posible que el señor Mijailovski esté de acuerdo
con Kavelin!, o, ¿es posible que se necesiten, en, general, mayores
aclaraciones al. respecto? En tal caso las diferimos para cuando co­
mience “ a afirm ar” .
E l señor Beltov dice que el punto de vista de la “ naturaleza hu­
m ana” , imperante en la ciencia social antes de Marx, dio margen para
“ el abuso- de las analogías biológicas, que, hasta hoy clía, se deja sentir
vigorosamente en la literatura sociológica occidental y, particular­
mente, en la literatura quasi-sociológica ru sa” . Ello da al señor Mi­
jailovski un motivo para inculpar al autor del libro relativo al mo­
nismo histórico de clamante injusticia y poner en tela de juicio, una
vez más, la integridad de sus procedimientos polémicos.
“ Apelo al lector, incluso al completamente no benevolente para
conmigo, pero que tenga algún conocimiento de mis trabajos, si no
de todos, por lo menos de algún artículo, como por ejemplo. “ El
método analógico en la ciencia social” , o “ ¿Qué es el progreso?” . No
es verdad que la literatura rusa esté abusando, especialmente, de las
analogías biológicas ; en Europa, merced a la mano diestra de Spen-
cer, su práctica es incomparablemente mayor, sin hablar ya de la
época de las analogías cómicas de Bluntschley y su hermandad. Y si
en nuestro país, su difusión ha quedado limitada, sin ir más allá de
algunos ejercicios analógicos del difunto Stronin (“ Historia y mé­
todo” , “ La política como ciencia” ) y del señor Lilienfelcl (“ La cien­
cia social del fu tu ro ” ), y también*de algunos artículos periodísticos,
se debe, ciertamente, a que en este terreno se ha contado también con
el aporte de “ mi granito de arena” . Pues, nadie como yo, gastó tan­
LA. c o n c e p c i ó n m o n i s t a d e l a h i s t o r i a 229

tos esfuerzos para combatir las analogías biológicas. Y, en su tiempo,


no he sufrido poco por eso, a manos de las “ criaturas spencerianas’\
He de abrigar la esperanza de que también la actual tempestad habrá
de pasar a su debido tiem po... ” (págs. 145-146). Esta “ letanía” lleva
tal apariencia de sinceridad que, efectivamente, hasta el lector no bien
predispuesto al señor Mijailovski puede pensar; “ Aquí, al parecer, el
señor Beltov. en su pasión polémica, ya se ha propasado demasiado” .
Pero esto no es exacto, y el propio señor Mijailovski lo sabe que 110
es cierto; y si él, sin embargo, implora, lastimosamente, ayuda del
lector, lo hace, únicamente, por el mismo motivo que Tranion de Planto
se dijo para sí: Pergam turbare ¡jorro: ita haec res p o stú la te .
¿Qué es, propiamente, lo que dijo el señor Beltov? Dijo lo
siguiente: “ Si las claves de todo el movimiento social histórico hay
que buscarlas en la naturaleza del hombre, y, si la sociedad, como con
toda razón ya lo hizo notar Saint Simón, está integrada por individuos,
es también la naturaleza del hombre la que debe proporcionar' la clave
para explicar la historia. La fisiología, en la amplia acepción de esta
palabra, o sea. la ciencia que engloba también los fenómenos síquicos
es la que se dedica al estudio de la naturaleza del individuo. Es por
eso que la fisiología para Saint Simón y sus discípulos era la base de
la sociología, a la que daban el nombre de física social. En las 1‘Opi-
nions philosoplviques, Uttérawes et indusiriell.es7’ 457, editadas todavía
en vida de Saint Simón, y con su más activa participación, se ha pu­
blicado un ai’tíeulo extraordinariamente interesante, pero lamentable­
mente no terminado, de un anónimo doctor en medicina, con el título
de “'De la phisiologie appliquee á Vaméliration des instituiions soda-
¡es” (De la fisiología en aplicación al mejoramiento de las institucio­
nes sociales). E l autor considera la ciencia relativa a la\ sociedad como
una parte integrante de la “ fisiología g e n e r a l la cual, habiéndose
enriquecido por las observaciones y experimentos realizados por la
“ fisiología especial” sobre individuos, “ se entrega a consideraciones
de orden superior” . Para ella, los individuos no son sino “ órganos dél
cuerpo social” , cuyas funciones viene estudiando, al igual que la fi­
siología especial estudia las funciones de los individuos. La fisiología
general estudia (el autor usa el término “ expresa” ) las leyes de la
existencia social, con las cuales habrán de concordar también las leyes
escritas. Los sociólogos burgueses, por ejemplo, Spencer, utilizaron
posteriormente la teoría referente al organismo social para sacar las
deducciones más conservadoras. Pero el doctor en medicina que estamos
citando es, ante todo, un reformador. Este estudia el “ cuerpo social”
con vistas a una reorganización social, ya que solamente la “ fisiología
social” y, la íntimamente vinculada a ella, “ higiene” ofrecen “ bases
positivas” , sobre las cuales se puede construir un sistema de organi­
zación social, requerida por el estado actual del mundo civilizado” .
Ya de estas palabras se ve que, a juicio del señor Beltov, se puede
abusar de las analogías biológicas, no solamente en el sentido del eon-
servadorismo burgués de un Spencer, sino también en el sentido de los
230 G. PLEJANOV

planes utópicos ele la reforma social. La comparación de la sociedad a mi


organismo, desempeña, además, un papel completamente de segundo,
si no de décimo orden, a saber, no se trata de la asimilación de la so­
ciedad a mi organismo, sino de la tendencia de fundamentar la “ socio­
logía” sobre estas o las otras deducciones de la biología. El señor
Mijailovski se opuso enérgicamente a la comparación de la sociedad
a un organismo: en la lucha contra esta comparación existe, sin duda
alguna, “ su granito de arena” . Pero ello no es lo esencial, en absoluto.
El valor esencial lo tiene la cuestión acerca de si el señor Mijailovski
estimó posible o no. fundamentar la sociología sobre estas o las otras
deducciones de la biología. Y, en lo que hace a este punto, no hay
lugar para ninguna duda, como puede convencerse todo el que leyera,
por ejemplo, el artículo “ La teoría de Darwin y la ciencia social”, En
este artículo, el señor Mijailovsld dice, entre otras cosas, lo siguiente:
“ Bajo el título general de La teoría de Darwin y la ciencia social,
vamos a hablar de diversas cuestiones, abordables, solubles y resolu­
bles por la teoría de Darwin y p-or este o aquel de sus partidarios,
cuyo número aumenta día en día. Sin embargo, nuestra fundamental
tarea radica en determinar, desde el ángulo d’e miras de la teoría
darvinista, la relación mutua entre la división fisiológica del trabajo,
o sea, la división del trabajo entre los órganos dentro de los marcos
de un solo individuo, y la división económica del trabajo, es decir,
la división del trabajo entre los individuos enteros dentro de los mar­
cos de la especie, de la raza, de la nación, de la sociedad. Esta tarea,
desde nuestro punto de vista, se reduce a la investigación de las leyes
básicas de la cooperación, esto es, del fundamento de la ciencia so­
cial” 438. Buscar las leyes básicas de la cooperación, o sea, del funda­
mento de la ciencia social, en la biología, significa situarse en el punto
de vista ele los saintsímonistas franceses de la década clel 20; dicho
en otras palabras, “ repetir las viejas lecciones aprendidas y mentir
por dos” .
Aquí, el señor Mijailovski podrá exclamar: “ ¡Pero, en la década
del 20, la teoría de Darwin aún no existía 1’’ Pero el lector ha ele com­
prender que aquí no se trata, en absoluto, de la teoría de Darwin, sino
de la tendencia utopista —común del señor Mijailovsld y de los saintsi-
monistas— de emplear la fisiología para el mejoramiento de las insti­
tuciones sociales. En el artículo que acabamos de mencionar, el señor
Mijailovski se manifiesta de acuerdo con Haeekel (“ Haeekel tiene
completamente razón” ), quien dijo que los futuros estadistas, econo­
mistas e historiadores habrán de dedicar la atención, principalmente,
a la zoología comparativa, o sea, a la morfología y fisiología compa­
rativas de los animales, si es que querrán obtener un concepto cierto
acerca de su materia especializada. Digan ustedes lo que quieran, pero
si Haeekel “ tiene completamente razón” , es decir, si los sociólogos (y,
¡hasta los historiadores!) han de dedicar, “ principalmente” , su aten­
ción a la morfología y a la fisiología de los animales, entonces, ¡no
será posible prescindir del abuso —en uno o en otro aspecto— de las
analogías biológicas! Y, ¿no está claro, acaso, que el punto de vista
LA CONCEPCIÓN MODISTA DE LA HISTORIA 231

clel señor Mijailovski con respecto a la sociología es el viejo punto de


vista de los saintsimonistas ?
Esto es todo lo que el señor Beltov dijo. Y, en vano, el señor
Mijailovski, aparenta ahora descolgarse de la responsabilidad por las
ideas sociológicas de Bujartsev-Nozhin. E n sus propias investigaciones
sociológicas, no ha avanzado demasiado con respecto a las concepciones
de su difunto amigo y maestro. E l señor Mijailovski no ha compren­
dido en qué estriba el descubrimiento hecho por Marx, y, por eso, si­
guió siendo un utopista incorregible. Esta es una situación sumamente
deplorable, pero solamente im nuevo esfuerzo de pensamiento sería
capaz de sacar a nuestro autor de esa situación. E n cambio, las súpli­
cas lacrimosas al lector, incluyendo al completamente benévolo, no han
de ayudar, en nada, el pobre "sociólogo” .
El señor Beltov pronunció dos palabras en defensa del señor
P. Struve. Esto sirvió de motivo a los señores Mijailovski y N.-on para
“ afirm ar” que el señor Beltov tomó al señor Struve bajo su “ protec­
ción”, Nosotros hemos hablado muchísimo en defensa del señor Beltov.
¿Qué habrán de decir de nosotros los señores Mijailovski y N.-on ?
Considerarán, seguramente, al señor Beltov nuestro vasallo. Discul­
pándonos de antemano ante el señor Beltov, por habernos anticipado
a sus réplicas a los señores subjetivistas, formularemos una pregunta
a estos últimos: concordar con éste o con otro escritor, ¿ha de sig­
nificar. forzosamente, tomarlo bajo nuestro amparo? El señor Mijai­
lovski concuerda con el señor N.-on en algunas cuestiones actuales de
la vida rusa, ¡i Hemos de entender su concordancia en el sentido de
que el señor Mijailovski tomó al señor N.-on bajo su tutela? O, quizás,
¿el señor N.-on patrocina al señor Mijailovski? ¿Qué habría dicho el
difunto Dobrolittbov si oyera este extraño lenguaje de nuestra actual
literatura de “ vanguardia” '?
Al señor Mijailovski le parece que el señor Beltov desfiguró su
teoría relativa a los héroes y la multitud. Pensamos, una vez más, que
el señor Beltov está completamente en lo justo y que el señor Mijai­
lovski, al replicarlo, hace el papel de un Tranion. Pero, antes de corro­
borar esta nuestra opinión, estimamos necesario decir algunas palabras
sobre el comentario del señor N.-on: “ ¿Qué significa pues la necesidad
económica*}”, aparecido en el número, correspondiente a marzo, de
‘ ‘Eusskoi Bogatstvo ’\
E n este comentario, el señor N.-on emplaza contra el señor Beltov
dos baterías. Las examinaremos una tras la otra.
E l objetivo contra el que está enfilada la primera batería es el
siguiente. El señor Beltov dijo que “ para resolver el problema acerca
de que si Rusia habrá de atravesar o no por la ruta del desarrollo
capitalista, es menester estudiar la situación efectiva de ese país, ana­
lizar su actual vida interna. Los discípulos rusos de Marx, basados en
tal análisis, afirman que no existen los datos que permitan abrigar la
esperanza. de que Rusia habrá de abandonar pronto la vía del desa­
rrollo capitalista” . E l señor N.-on repite maliciosamente: “ tal análi­
232 G. PLEJANOV

sis no existe”. ¿Será verdad que no existe, señor N.-onf Ante todo,
pongámonos de acuerdo acerca de los términos que se emplean. ¿Que
es lo que ustedes entienden por análisis? El análisis, ¿suministra nue­
vos datos para formar un juicio acerca de una materia, u opera con
los datos ya existentes y obtenidos por otra vía? Afín a riesgo de ser
inculpados de “ metafísico ” , nosotros sostenemos la vieja definición,
según la cual,, el análisis no presenta nuevos datos para formar un
juicio, sino que manipula los datos ya existentes. De esta definición se
desprende que los discípulos rusos de Marx, en su análisis de la vida
interna rusa, pudieran no presentar ninguna observación indepen­
diente sobre esta vida, sino darse por satisfechos con el material ya
recogido, por ejemplo, por la literatura populista. Si llegaran a sacar
de este material una nueva conclusión, esto ya hubiera significado que
habían sometido estos datos a un nuevo análisis. Ahora surge el inte­
rrogante : ¿ cuáles son los datos referentes al desarrollo del capitalismo
que existen en la literatura populista, y si es cierto que los discípulos
rusos de Marx sacaron de dichos datos una nueva conclusión? Para
responder a esta pregunta, tomemos, aunque no sea más que el libro
del señor Dementiev, “La fábrica, lo que ella da a la población y lo
que toma de ella”. En este libro (página 241 y siguientes) leemos:
“ Nuestra industria, antes de haber adoptado la forma de la produc­
ción fabril capitalista, tal como la vemos ahora, atravesó por todas las
fases de desarrollo, al igual que en Occidente. . . Una de las causas
más poderosas que determinaran que nos quedáramos rezagados con
respecto a Occidente, fue el régimen de servidumbre. Merced a este
régimen, nuestra industria recorrió un período más prolongado de-
producción artesana y doméstica. Tan sólo a p artir de 1861, el capital
adquirió la posibilidad de llevar a efecto la forma de producción la
cual en Occidente, casi un siglo y medio antes, había pasado, y sola­
mente a comienzos de este año es como se inicia la caída más acelerada
de la producción artesana y doméstica y su transformación en produc­
ción fabril. .. Pero, a lo largo de los treinta años (transcurridos desde
la época de la abolición del régimen de servidumbre) todo había cam­
biado. Nuestra industria, habiéndose encaminado por la ruta —común
con Europa Occidental— del desarrollo económico, inevitablemente,
de una manera fatal, tuvo que adoptar —y ha adoptado— la misma
forma de la que en Occidente se había revestido.
El otorgamiento de tierras a Ja masa popular, que con tanto agrado
.se suele invocar como prueba de la imposibilidad de existencia en nues­
tro país de una clase especial de obreros desposeídos de todo -—clase
que representa un satélite inevitable de la forma contemporánea de
la industria— ha sido y sigue siendo hasta hoy día, sin duda alguna, un
poderoso elemento dilatario, pero, sin embargo, no tan poderoso ni
mucho menos como suele pensarse. La muy frecuente insuficiencia
de las parcelas de tierra y la plena decadencia de la economía agraria,
por una parte, y las acrecentadas preocupaciones por parte del .Gobierno
por desarrollar la industria transformadora, como elemento necesario
para el equilibrio del balance económico, por la otra, son las condicio-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA

nes que habían contribuido y siguen contribuyendo hasta hoy día, de


un modo insuperable, a la disminución de la importancia de este
afianzamiento agrario. E l resultado de este estado de cosas, lo hemos
visto: la formación de una clase especial de obreros fabriles clase, que,
como antes, sigue llevando el nombre de “ campesino” , pero que no
tiene casi nada en. común con los campesinos labradores, que sólo, en
un. grado insignificante, conservaron su vínculo con la tierra, y cuya
mitad, ya en la tercera generación no deja nunca la fábrica y no tiene
en el campo ninguna propiedad, fuera del jurídico, pero prácticamente
casi no realizable, derecho a la tie rra ” .
Los datos objetivos, citados por el señor Dementiev, hablan de un
modo sumamente significativo, a saber: el capitalismo, con todas sus
consecuencias, viene desarrollándose aceleradamente en Rusia. A estos
datos, el señor Dementiev los complementa con un razonamiento, se­
gún el cual se deduce que el ulterior movimiento de la producción ca­
pitalista puede ser detenido y que. para este fin, no hace falta sino
recordar la sentencia de gouverner - c’est prévoir.459 (pág. 246). Los
discípulos rusos de Marx someten esta conclusión del señor Dementiev
a su propio análisis, y encuentra que, en este caso, nada es posible
detener; que el señor Dementiev está errado al igual que toda una
multitud de populistas que, en sus investigaciones, proporcionaron una
masa de datos objetivos completamente idénticos a los que ha propor­
cionado el señor Dementiev460, El señor N.-on pregunta dónde está
este análisis. Quiere decir, al parecer, ¿cuándo y dónde ha aparecido
este análisis en la prensa rusa? A su pregunta le daremos dos res­
puestas enteras.
En pimer término, en el libro —no del agrado del señor N.-on—
del señor P. Struve hay un razonamiento muy juicioso acerca de las
fronteras de una posible intervención en la actualidad del Estado en
la vida económica de Rusia. Ese razonamiento ya es, en parte, el
análisis que reclama el señor N.-on, y contra dicho análisis, el señor
N.-on, nada sensato objeta, ni puede objetar.
E n segundo término, ¿se acuerda el señor N.-on de la controversia
que había tenido lugar, en la década del 40, entre los eslavófilos y los
occidentalistas? En esta controversia, “ el análisis de la vida interna
ru sa” también desempeñó un papel muy importante, pero en la prensa,
este análisis se había ajustado casi ele modo exclusivo a cuestiones
puramente literarias. Existían, para ello, sus causas históricas que el
señor N.-on debe, absolutamente, tomar en consideración, si es que no
quiere ser reputado de pedante ridículo. ¿Dirá, acaso, el señor N.-on
que estas causas no tienen ahora ninguna relación con el análisis de
los “ discípulos rusos” ? 461.
Los “ discípulos” , hasta ahora no han publicado sus propias inves­
tigaciones acerca de la vida económica rusa. Eíllo se explica por el
tiempo extremadamente corto que la corriente a que pertenecen lleva
de existencia en Rusia, Hasta ahora ha imperado en la literatura rusa--
la tendencia popidista, merced a la cual, los investigadores, al comu-
234 G.'"PLEJANOV"

nicar los datos objetivos que testimoniaban la caída de las “ normas”


antiguas, los hundían en las aguas de sus esperanzas “ subjetivas
Pero, precisamente, 3a abundancia de los datos suministrados por los
populistas, dio lugar a la aparición de una nueva concepción con res­
pecto a la vida rusa. Esta nueva concepción, sin duda alguna, es la
que forma la base de las nuevas observaciones independientes. Ya ahora
podemos señalar al señor N.-on, por ejemplo, los trabajos del señor
Jarizomenov, que contradicen, muy vigorosamente, al catequismo popu­
lista, cosa que muy bien había sentido el señor Y . Y., quien con harta
frecuencia y sin éxito, intentó impugnar al respetable investigador.
El autor del libro “ La economía campesina de la Rusia meridional” ,
no es marxista, en absoluto, pero es apenas probable que el señor
N.-on diga que la concepción del señor Postnikov, con respecto a la
actual situación, en Novorossia, de la comuna agraria y, en general,
del usufructo campesino de la tierra, concuerde eon la concepción
populista, habitual entre nosotros.
Y, he aquí, que el señor Borodin, autor de una formidable inves­
tigación acerca del ejército de los cosacos en los Urales, ya sustenta
cabalmente el punto de vista que nosotros defendemos y que tiene la
desgracia de no ser del agrado del señor N.-on. Nuestro periodismo po­
pulista no presta ninguna atención a esta investigación, no porque carez­
ca de un valor intrínseco, sino tínicamente, debido a que el mencionado
periodismo tiene un espíritu “ subjetivo” especial462. Y cuanto más
tiempo pase, tanto más habrá de estas investigaciones, señor N.-on. La
crp, d-* las investigaciones marxistas apenas está comenzando en
R usia403.
También el señor N.-on se considera marxista. Se equivoca. No es
sino un hijo bastardo del gran pensador. Su concepción del mundo
representa el .fruto de la unión ilícita de la teoría de Marx, con la
del señor V. Y. De la “ M ütterchen” 46i, el señor N.-on asimiló la ter-
nología y algunos teoremas económicos, comprendidos por* él, dicho sea
de paso, de un modo extremadamente abstracto y, por eso, también,
falso. Del “ Yaterchen” 465 heredó la actitud utopista ante la reforma
social, con ayuda de la cual, emplazó también su segunda batería
contra el señor Beltov.
E l señor Beltov dice que las relaciones sociales, por la propia
lógica de su desarrollo, llevan al hombre a la conciencia de su escla­
vización por la necesidad económica. “ El trabajador, el “ hombre
social ’\ una vez que ha tomado conciencia de que la causa de su esclavi­
zación estriba en la anarquía de la producción, la organiza, sometiéndola,
así, a su propia voluntad. Termina, entonces el reino de la necesidad y
comienza el de la libertad, que resulta ser, ella misma, una necesidad” .
A juicio del señor N.-on, todo esto es completamente justo. Pero, a las
justas palabras del señor Beltov, el señor N.-on hace la siguiente adición:
“ La tarea, por lo tanto, radica en que la sociedad, de espectador pasivo
de la manifestación de la ley dada que traba el desarrollo de sus fuer­
zas productivas, valiéndose de las condiciones económico-materiales
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 235

existentes, encuentre el medio de someter esta ley a su dominio, im­


poniendo a su manifestación tales condiciones, que no sólo no traben,
sino que faciliten el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo
(¡fuerzas del trabajo!) de toda la sociedad, tomada en su conjunto” 466.
En forma completamente desapercibida para él mismo, el señor
N.-on ha sacado de las palabras “ completamente justas” del señor
Beltov una conclusión al máximo confusa.
El señor Beltov habla del hombre social, del conjunto de trabaja­
dores, que, efectivamente, tiene que vencer la necesidad económica. El
señor N.-on sitúa, en el lugar de 'trabajadores, la sociedad, que “ en
■calidad de un íntegro productivo, no puede mantener una actitud im­
parcial, objetiva, ante el desarrollo de relaciones económico-sociales,
que condenan a la mayoría de sus miembros a un empobrecimiento
progresivoJ
“ La sociedad en calidad de un íntegro productivo” . . . E l “ aná­
lisis” de Marx, al que, supuestamente, sigue el señor N.-on, no se había
detenido ante la sociedad como un íntegro productivo. Marx des­
membró la sociedad, de acuerdo a su verdadera naturaleza, en clases
separadas, de las cuales cada una tiene su interés económico particular
y su propia tarea. E l “ análisis” del señor N.-on, ¿por qué no procede
de igual modo? E n lugar de hablar de la tarea de los trabajadores
rusos, i por qué el señor N.-on ha comenzado a hablar de la tarea de la
sociedad en su conjunto? Esta sociedad, tomada en conjunto, habitual -
meníe y sin fundamento alguno, se suele oponer al pueblo, resultando,
así, pese a su “ integridad” , tan sólo una pequeñísima parte, solamente
una insignificante minoría de la población de Rusia. Cuando el señor
N.-on nos asegura que esta insignificante minoría es la que organiza
la producción, no podemos sino encogernos de hombros y decirnos para
nosotros: esto N.-on no lo ha tomado de Marx; lo ha heredado del
“ Vaterehen” 'i67, del señor V.V.
Según Marx, la organización de la producción presupone una ac­
titu d consciente ante esta última por parte de los trabajadores, cuya
emancipación económica ha de ser, eso, su propia obra. Según el señor
N.-on, la organización de la producción presupone una actitud cons­
ciente ante esta última por parte de la sociedad. Si esto es marxismo,
Marx, efectivamente, jamás fue marxista.
Pero supongamos que la sociedad, efectivamente, aparece en cali­
dad de organizadora de la producción. %Qué relaciones contrae ella con
los productores? Los organiza. La sociedad es el héroe; los trabajadores,
la turba.
Nosotros preguntamos al señor Mijailovski, quien “ viene afir­
mando” que el señor Beltov deformara su teoría relativa a los héroes
y la multitud, ¿si cree, al igual que el señor N.-on, que la sociedad
puede organizar la producción? Sí su respuesta es afirmativa, sustenta,
entonces, precisamente, el punto de vista, según el cual, la sociedad, la
“ inteliguentsia” , es el héroe, el demiurgo de nuestro desarrollo his­
tórico futuro, mientras que los millones de trabajadores, son una turba,
236 G. PLEJANOV

de la cual eJ héroe modelará Jo que estime necesario de conformidad con


sus ideales. Que diga, pues, ahora el lector desapasionado: ¿tuvo razón
el señor Beltov, al caracterizar el punto de vista “ subjetivo” con res­
pecto al pueblo, como respecto a una turba?
E l señor Mijailovski declara que él y sus correligionarios tampoco
tienen nada en contra del desarrollo de la conciencia de los trabajado­
res. “ Sólo se me ocurre —dice— que para un programa tan sencillo y
tan nítido, no había para qué ascender a las nubes de la filosofía he-
geüíana, para descender al fondo de una bazofia hecha de lo subjetivo'
y lo objetivo” . Pero justamente aquí está la cuestión, señor Mijailo-
vski, que en los ojos de la gente de su modo de pensar, la conciencia,
de los trabajadores no puede tener la importancia que tiene en los ojos,
de los adversarios suyos. Desde su punto de vista, la organización dé­
la producción, la puede realizar la “ sociedad” , en cambio, desde el
de los adversarios de usted, tan sólo los propios trabajadores. Desde
su punto de vista, la “ sociedad” obra y el trabajador coopera. Desde
el de los adversarios de usted. Jos trabajadores no cooperan, sino que,
precisamente, obran. De por sí se entiende que los cooperadores nece­
sitan menor grado de conciencia que los obradores, ya que hace muchí­
simo tiempo y muy justamente, se había dicho: “ la luna tiene una
aureola, el sol, otro, los astros, otras, los astros difieren entre sí por la
aureola” . La actitud de usted ante los trabajadores es la misma que lee
de los utopistas franceses y alemanes de las décadas del 30 y del 40.
Los adversarios suyos condenan toda actitud utopista ante los traba­
jadores. Si ustedes, señor Mijailovski, conocieran mejor la historia de
la literatura económica, sabrían que, para eliminar la actitud utópica
ante los trabajadores, hubo necesidad de elevarse, precisamente, hasta
las nubes de la filosofía hegeliana para descender después al fondo de
la prosa económico-política.
Al señor Mijailovski no le agrada la palabra “ trabajador” 4673..
No ven que huele a caballerizas. Nosotros habremos de decir: cuanto-
más ricos, tanto más contentos. La palabra “ trabajador”, la habían
comenzado a emplear, por primera vez, Saint Simón y sus partidarios.
Desde la época de existencia de la revista “ Le Producteur” (El Pro­
ductor), o sea, a partir de 1B25, esta palabra fue empleada en Europa
Occidental una multitud de veces y a nadie le vino a la memoria la
caballeriza. Pero tan pronto como de los trabajadores lia comenzado a
hablar el penitente hidalgo ruso, de inmediato se acordó de las caba­
llerizas. ¿Cómo se explica este fenómeno extraño? Probablemente, por
las reminiscencias y las tradiciones del noble arrepentido.
El señor N.-on, con gran malicia, cita las siguientes palabras del
señor Beltov: “ aún cuando alguno de ellos (de los discípulos rusos de
Marx) pueda poseer más y otro, menos extensos conocimientos econó­
micos, aquí, empero, no se trata de la proporción de los conocimientos
de las personas individuales, sino del propio punto de vista” . El señor
N.-on pregunta: dónde fueron a parar, pues, todas las exigencias de
aferrarse al suelo de la realidad, de la necesidad, de un estudio mi-
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 237

nudoso del curso del desarrollo económico? (aquí hay algo que no
■está claro, señor N.-on: las exigencias de la necesidad de un estudio
minucioso). Ahora resulta que todo esto es algo de segundo orden,
■que lo principal, no es la proporción do los conocimientos, sino el
propio punto de vista” .
Eí señor N.-on, como se ve, gusta decir, de vez en cuando, algo
risible. Pero le aconsejamos no olvidar el sentido común cuando desea
hacer reír a la gente. De lo contrario, los que ríen no estarán de su
parte.
El señor N.-on no ha comprendido al señor Beltov. Trataremos de
■sacarlo del punto. E n el mismo cuaderno de “ Russkoie Bogatstvo” .
donde se publicó el comentario del señor N.-on, en el artículo “ ¿Qué es
un hombre culto?”, del señor P. Moldevski (página 33. Acotación),
hemos encontrado las siguientes líneas, aleccionadoras para el señor
N.-on: “ Un sabio árabe dijo a sus discípulos: “ Si alguien les dijera que
las leyes de la matemática son erróneas, y, como prueba de su afir­
mación, convertirá una vara en una serpiente, no deben considerar su­
ficientemente convincente esta prueba. Eiste es un ejemplo típico. Un
hombre culto impugnará tal prueba, aun cuando, a diferencia del sabio,
3)0 conociera las leyes de la matemática. D irá : la conversión de una vara
■en una serpiente es un milagro poco habitual, pero de dicho milagro aún
no se desprende que las leyes de la matemática sean erróneas. Por otra
parte, es indudable que toda 3a gente inculta lanzará de inmediato a los
pies de tal milagrero, todas sus convicciones y creencias’'.
Alguno de los discípulos del sabio árabe podía haber tenido más,
y otro, menos extensos conocimientos matemáticos, pero ninguno de
ellos, probablemente, habría caído a los pies del milagrero, ¿Por qué?
Porque cada uno de ellos había pasado por una buena escuela; porque
aquí no se trataba de la extensión de los conocimientos, sino del punto
de vista, por el cual, la conversión de una vara en una serpiente, no
puede servir de refutación de las verdades matemáticas. ¿Está claro
para ustedes, señor N.-on? Esperamos que así sea, puesto que se trata
de una cosa del todo simple, hasta absolutamente elemental. Ahora,
si lo comprenden ustedes mismos pueden darse cuenta ya, de que las
palabras del señor Beltov, con respecto al punto de vista, etc. no eli­
minan, en absoluto, la exigencia, que él mismo planteó, de mantenerse
en el terreno de la realidad.
Pero seguimos temiendo que ustedes aún no han comprendido
cabalmente de qué se está tratando. Les daremos otro ejemplo. Ni Dios
sabe cuántos conocimientos económicos tienen ustedes, pero, de todos
modos, son mayores que los que tiene el señor V. V. Ello no obstante
no les impide, sin embargo, sustentar uno y el mismo punto de vista.
Ustedes dos son utopistas. Y cuando alguien se ponga a caracterizar
los puntos de vista que a ustedes dos les son comunes, pasará por alto
la diferencia cuantitava dé sus conocimientos, y dirá: la cuestión radica
en el punto de vista de estos hombres, el cual lo han tomado de los
«topistas del tiempo del rey que rabió.
238 G. PLEJANOV

Ahora va ha de ser para ustedes completamente claro, señor N.-on


que estaban errados cuando comenzaron a decir que el señor Beltov
recurrió al método subjetivo, con lo que han equivocado grandemente
el golpe.
De todos modos, diremos la misma cosa pero con palabras distintas.
Por mayor que sea la diferencia en la proporción de sus conocimientos.,
ninguno de los partidarios rusos de Marx, siguiendo fieles a sí mismo,
les dará fe a ustedes, ni al señor V. Y., cuando comiencen a aseverar
que será cualquiera “ sociedad” , la que ha de organizar la producción
en nuestro país. El punto de vista de los partidarios rusos de Marx les
impide arrojar sus convicciones a los pies de los milagreros sociales 4es.
Basta ya sobre esto, pero una vez que hemos comenzado a refe­
rirnos al método subjetivo, haremos notar con qué menosprecio lo está
tratando el señor N.-on. De sus palabras se deriva que el mencio­
nado método no ha tenido ni ápice de ciencia, sino que tan sólo lo
han cubierto con cierto revestimiento que, poquito a poco lo fue do­
tando de una apariencia “ científica” externa. Esto está muy bien
dicho señor N.-on. Pero, ¿qué es lo que de ustedes habrá de decir su
“ tu to r” , el señor Mijailovski?
El señor N.-on, en general, no anda con muchas vueltas con respecto
a sus “ protectores” subjetivos. Su artículo “ Apología del poder del di­
nero, como signo de los tiempos” lleva el epígrafe “ LHgnorance est
moins éloignée de la véritée que le préjugé” i7<>. La vérité471, sin duda,
es el propio señor N.-on, Y así, efectivamente, lo dice él mismo: “ Si al­
guien habrá de seguir, rigurosamente, el auténtico método subjetivo de
investigación, puede estar completamente seguro que ha de arribar a
conclusiones, si no idénticas a las que nosotros habíamos llegado por lo
menos próximas a ellas” (“ Russkoie Bogatstvo” , marzo, página 54).
El préjufié 'i72, es, por supuesto, el señor Struve, contra el cual, la
venté endereza el filo de su “ análisis” . Bien, y, ¿quién es esa ignó­
ra m e 478, que está más cerca de la verdad (o sea, del señor N".-on)} que
el préjugé (o sea, el señor Struve)? Evidentemente, la ignórame son
los actuales aliados subjetivistas del señor N.-on. ¡Muy bien, señor
N.on! Ha puesto justamente el dedo en la llaga de sus aliados. Pero
una vez más, ¿qué dirá de ustedes el señor Mijailovski? Pues, él sí
recuerda la moraleja de la conocida fábula:
A ún cuando el servicio que se nos presta en la necesidad, / lo
hemos de saber apreciar, / pero no cualquiera sabe prestarlo.
Bien, parece que ¡basta ya con la polémica! Creemos no haber
dejado sin respuesta las objeciones de nuestros adversarios. Y si alguna
de ellas hemos omitido, habremos de volver aún, más de una vez a
nuestra controversia. Quiere decir, que ya puede dejarse la pluma. Pero,
antes de despedirnos, hemos de decir a nuestros adversarios dos pala­
bras más.
Ustedes, señores, no hacen más que “ gestionar” la eliminación del
capitalismo.: pero fíjense qué es lo que resulta: el capitalismo marcha
avanzando, sin hacer caso de las “ gestiones” de ustedes, en absoluto;
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 239

ustedes, en cambio, con sus “ ideales” y sus excelentes propósitos, no


se mueven del sitio. ¿Qué de bueno hay en eso? ¡Ningún provecho,
ni para ustedes, ni para la gente! ¿A qué se debe esto? Se debe a que
son ustedes utopistas, que están dedicados a hacer planes utópicos de
reformas sociales y no ven las tareas directas y actuales que, perdonen
la expresión, se plantean delante de sus propias narices. Piénsenlo me­
jor. Puede ser que ustedes mismos dirán que tenemos razón. Además, de
esto aún habremos de platicar con ustedes. Por ahora, pues, Dominus
vobiscum 474.
i

[
NOTAS

3 “ E ntre los pueblos p rim itivos clel Centro del B r a sil” .


o “ Busskoi© B o g a ts tv o ” , enei'o. 1S94, sec, I I , pág. 98.
10 “ Yo llam o opinión, al resultado de- la m asa de verdades y extravíos di­
fun d id os en la nación, resultado que hab la condicionado- sus ju icios, su respeto
o desprecio, su amor u odio, sus propensiones y costum bres, sus defectos' y m é­
ritos, en una palabra, su s hábitos. E sta -es tam bién la opinión que gobierna el
m undo” . Suard, M élanges d e L itté r a tw e , P arís, Azi. X I I, t. I I I , p. 400. (Suard,
M iscelánea literaria, P arís, año X I I, t. II I, pág. 400).
11 (L a opinión gobierna, el m undo).
12 Suard, t. I I I , pág. 401.
13 “ B ssa y concerning human m xderstanding ’ B . I, cli. 3; B. II , ch. 20, 21,
28 ( ‘ 'E nsayo sobre la razón hum ana” , libro I, cap. 3; lib. II , cap. 20, 21, 28).
14 E sta tesis la repite más de una vez H olbach, en su “ 8-ystéme de la N a tu ­
r e ’ 1 ( “ Sistem a de la N atu raleza” ) . Tam bién la enuncia H elvecio, al decir: “ A d­
m itam os que yo habla divulgado la opinión m ás absurda, de la cual se derivan las
deducciones más repugnantes; sí yo nada lie cambiado en las leyes, tampoco nada
cambiaré en los h á b ito s” . ( “ D e l ’Eortvm e1 section V II, ch. I V ) . ( “ Acerca del
H om bre” , sección V II, cap. I V ). Grimm, que durante mucho tiempo vivió entre loa
m aterialistas franceses, también la em ite m ás de una vez en su “ C orrespon dan ^
L itté r a ir e ” ( “ Correspondencia literaria” ) , asimismo Voltaire que com batió a los
m aterialistas. E n su ‘ ‘ P hilosophe ig n o ra n t' ’ ( “ F ilo so fía ign oran te” ) , así como
en una m ultitud de otras de sus obras, el “ patriarca fern eyan o” probó que jam ás
filó so fo alguno in flu yó sobre la conducta de sus prójim os, puesto que éstos se guían
en sus actos por las costumbres, y no por la m etafísica.
i» ( “ las opiniones relígosas fueron ia verdadera fuente de las calam idades
del género humano ” )!
17 ( “ Grandeza y decadencia de los rom anos” , y “ Acerca del espíritu de las
le y e s” ) . Holbach, en su “ P o litiqu e n a tu re lle ” ( “ P olítica n a tu ra l” ) , sustenta el
punto de vista de la interacción entre los hábitos y la estructura del Estado. Pero,
como tuvo que enfrentarse con cuestiones prácticas, este punto de v ista lo encerró
en un círculo vicioso: para mejorar los hábitos, hay que perfeccionar la estructura
del Estado, pero, para mejorar esta últim a, hay que mejorar los hábitos. Holbach
logra salir de ese círculo vicioso con ayuda del bon frin ce (buen príncipe) im agi­
nario, deseado por todos los enciclopedistas, que, siendo una especie de deus ex
m achina (creador de m ilagros), resuelve la contradicción, mejorando tanto los
hábitos, como la estructura del Estado.
is ( “ la opinión gobierna el m undo” ).
20 “ H isto ire des liépu bliques italien nes du m oyen a g e ” , nouvelle édition,
t. I, P aris, Introduction, p. p. V-VI. ( “ H istoria de las repúblicas italian as medioe­
v a les^ , nueva edición, t. I, P aris, Introducción, pág. V -V I).
21 E l título del articulito lo traducim os del francés y nos apresuramos a ha­
cer notar que el propio articulito lo conocemos tan sólo por algunos extractos fran--
242 G. PLEJANOV

eeses que de él se hicieron. N o hemos podido conseguir su original italian o, puesto


que, por cuanto nos es posible saber, fu e publicado solam ente en una edición de
las obras de "Vico (1 8 1 8 ); este artículo y a no fig u ra en la edición de seis tomos,
hecha en M ilano en 1835. Adem ás, en el caso dado, lo im portante no es cómo Vico
cum plió su tarea, sino cuál fu e, precisam en te, la tarea, que se propuso.
Advertim os aquí a propósito, un. reproche que probablemente estarán prontos
a hacer los perspicaces críticos: *'u sted es emplean, indiferentem ente los térm inos
‘ 1enciclopedistas ” y “ m aterialistas ’ 7 — nos dirán— m ientras que no todos los 11 en­
ciclop ed istas” , ni mucho menos, fueron m aterialistas; muchos de ellos, por ejem ­
plo, aunque no sea m ás que Voltaire, se opusieron vehem entemente a los m ateria­
lis ta s ^ . Esto es exacto; pero, por otra parte, ya H egel mostró que lo s enciclope­
distas que se opusieron al m aterialism o, fueron, ellos m ism os, m a teria lista s, pero
solam ente inconsecuentes 22 ,
2 ñ H abía comenzado a trabajar sobre la historia da la s repúblicas italian as
y a en 3796.
24 ( “ Ensayos de historia de F ra n cia ; ’). Su primera edición apareció en 1821,
23 “ B s sa is” , áixiém e édition , T a ris 1860, p. p. 78-74. {( ‘ E n sayos” , décima
edición, P arís 1860, págs. 73-74).
20 1UÜ., p. p. 75-76. (Idem ., págs. 75-76).
27 L a lucha de los partidos religiosos y políticos en la In glaterra del s i­
glo X V I I “ ocultaba un problem a social, la lucha de las diversas clases por el
poder y la influencia. Ciertamente, en Inglaterra, estas clases no estaban tan ri­
gurosam ente delim itadas y tan hostiles la s unas a las otras, como en los demás
países. E l pueblo no había olvidado que los poderosos barones lucharon no solam ente
por su propia, sino tam bién por la libertad del pueblo. L os nobles rurales y los
burgueses urbanos, en el curso de tres siglos, ocupaban asientos en el parlam ento,
a nombre de las com unidades inglesas. Pero durante el últim o siglo se operaron
grandes cambios con respecto a la fuerza de la s diversas clases de la sociedad,
que no fueron acom pañados de los correspondientes cam bios en la estructura po­
lític a . . . L a burguesía, la nobleza rural, los granjeros y los pequeños terrate­
nientes, muy numerosos en las aldeas de entonces, no tuvieron sobre el curso de
los negocios públicos la in flu en cia que correspondiera a la im portancia de su papel
social. H abían crecido, pero no habían ascendido. D e aquí, que en este sector-social,
ig u a l como en los otros, inferiores que aquél, apareciera u n vigorosísim o espíritu
de amor propio, dispuesto a aferrarse al primer pretexto casual, para m anifestarse
tem pestuosam ente” . “ Disoo-urs sur l ’histovre de la révolvMon d 'A n g le te r r e 7\ B erlín,
1850, p. p . 9-10. ( “ Discurso sobre la historia de la revolución in g le sa ” , Berlín,
1850, págs. 9 -1 0 ). Compárese los seis tom os del mismo autor que se refieren a la.
historia de la prim era revolución inglesa, y los esbozos de vida de diversos hombres
públicos de esa época. Guizot, raras veces, abandona a llí el punto de v ista de la
lucha de clases.
28 ( “ Resúmenes de las revoluciones in g le sa s” ) .
29 “ D ix ans d ’étu des M storigu es” . ( “ D iez años de in vestigaciones históri­
c a s ” ) , sexto tomo de la s obras com pletas de Thierry, décim a edición, p ág. 66.
31 ( “ H istoria del reinado de Jacob o segun d o” ) ,
“ De la fáodalité, des in stitu tio n s de S t. Lowis e t de l ’influence de la
légilation de cet p rin c e ’ ’, T aris, 18$%, p. p . 76-77. ( “ Acerca del feudalism o en
la s instituciones de San L u is y acerca de la in flu en cia de este p rín cip e” , P arís,
1822, págs. 76-77),
■85 ' ‘ Considerations su r V histovre” , en I V p a rte del “ P rodu ciev/r” . “ (D is­
cursos sobre la h isto ria ” , en la parte I V del “ P rod uctor” ) .
56 Por consiguiente, ta n sólo, ¿.entre los pueblos m ás modernos? E sta lim i­
tación es tanto m ás extraña cuanto que ya los escritores griegos y romanos notaron
el íntim o vínculo del modo civil y p olítíeo de vida de sus países, con la s relaciones
agrarias. Además, esta extraña lim itación no im pidió a G uizot situar la caída del
Im perio Eoraano en relación con su econom ía de Estado. V éase su primer “ E n sayo”
“ B u régim e m unicipal dans l ’em pw e rom m n au V-me siécle de l ’ére c h r é tie m e ” .
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 243

( £‘ Acerca del régim en municipal en el Im perio Romano, en el quinto siglo de la


era cristia n a ” ).
3? O sea, la posesión de la tierra ten ía este u otro carácter ju ríd ico , dicho
en otr;>s palabras, su posesión estaba vinculada con el mayor o menor grado de
dependencia, según la fuerza y libertad del terrateniente. L. c., p. 75. (Obra
citada, p ág. 7 5 ).
3s> “ H isto ire de la oonquéte’ etc., Paris,, t. I, p. p. £96 et 3 0 0 ^3 'H istoria
de la conquista” , etc., P arís, t. I, págs. 296 y 3 00).
40 ( “ H istoria del tercer esta d o ” ) .
^2 E s interesante que ya los saintsim onistas notaran este lado flaco de las
concepciones históricas de Thierry. A sí, Bazard, en el artículo antes mencionado
anota que la conquista, en realidad, había ejercido sobre el desarrollo de la
sociedad europea, una influencia muchísimo menor de la que cree Thierry. “ Quien
entienda la s leyes de evolución de la hum anidad, ha de ver que el papel de la
conquista, es un papel com pletam ente subordinado". Pero, en este caso, Thierry
estaba m ás cerca do la s concepciones de su anterior maestro Saint Simón, que
Bazard: S ain t Simón considera la historia d e la Europa Occidental, a partir
del siglo X V , desde el punto de vista del desarrollo de las relaciones económicas,
m ientras que el régim en social del m edioevo, lo explica, sim plem ente, como un
producto de la conquista.
43 V éase “ D e la fé o d a lité ” , p. 50. ( “ Acerca del feu dalism o” , pág. 5 0 ).
■£4 Véase “ B e la fóodaU té’ ’, p. $12. ( “ Acerca del feu d alism o” , pág. 212),
47 (D ejad que los acontecim ientos marchen por su propio cu rso). Cierta­
m ente, no siempre. A veces, los filósofos, en nombre de esta misma naturaleza,
aconsejaban al “ legislador, suavizar la desigualdad patrim on ial” . E sta es una de
las numerosas contradicciones de los enciclopedistas franceses. Pero esto, aquí
no nos interesa. Lo que es im portante para nosotros es solam ente que esta
abstracta “ n atu raleza del h om bre” , en cada caso, fuera un argumento en favor
de las aspiraciones com pletam ente concretas de éstos o de los otros sectores
sociales y , además, exclusivam ente de la sociedad 'burguesa.
48 G rm .m , ‘ ‘ Correspondanee litté r a ir e ” . ( “ Correspondencia lite ra ria ” ) de
agosto de 1774. Grimm, al hacer este interrogante, no hace sino repetir el pen­
sam iento del abate Arnaud, quien lo desarrolló en na discurso pronunciado en
la A cadem ia Francesa,
so Sw zrd, loe. cü ., p. $88. (Suard, obra citada, pág. 38 3 ),
51 H elvecio, en su libro “ D e V K o n ie ” ( “ A cerca del H om bre” ) , tien e un
detallado proyecto de una “ legislación p e r fe c ta ” . Sería interesante y aleccio­
nador, en alto grado, comparar esta utopía, con las de la prim era m itad del
siglo X IX . Pero, lamentablem ente, n i los historiadores del socialism o, n i los
de la filo so fía , hasta ahora, habían concebido el pensam iento de sem ejante con­
frontación. E n lo que hace, especialm ente, a' los historiadores de la filo so fía ,
éstos, dicho sea de paso, han tratado a H elvecio del modo más im propio. H asta
el sereno y mesurado Lange, no tiene para él otra caracterización que la del
“ superficial H elv ecio ” . E l idealista absoluto, H egel, m uestra una actitu d más
correcta a n te el m aterialista absoluto, H elvecio.
52 “ Sí, el hombre es lo que de él hace la om nipotente sociedad, o la todo­
poderosa educación, tomada esta palabra últim a en su sentido m ás am plio, ea
decir, entendiendo, por ella, no tan sólo la educación escolar, o libresca, sino
también la que nos dan los hombres y la s «osas, los acontecim ientos y las circuns­
tancias, una educación, cuyo in flu jo comenzamos a sentirlo ya en la cuna y que
no se paraliza n i por un in sta n te” . ( C dbet, “ V oyage en I ca ríe1’) , ( “ V iaje a
Ic a r ia ” ) , edición de 1848, pág. 402.
83 ( “ Esbozo de un sistem a social racion al” ).
54 Véase “ L e P rodu cteu r’ i. I , P a ris, 1835, In trodu ction, ( “ E l Produc­
t o r ” , t. I , P arís, 1825, Introducción).
55 <‘ M on but est de donner une E xpositíon E lém entaire, elaire e í facilem en t
■intelligible, d e l ’organ isation sociale, d éd u ite p a r F ou rier des lois de la nature
huraaine’ ’. ( Y . Consideran!;, Desti/née S ociale, t. I , S-me édition , D echaratiou).
244 G. PLEJANOV

II sera it lernas enfin d e s ’accorder sur ce p o in : est il á propos, a van i de fa ire


des lois, ¿de s ’enquérir de la véritd b le nature de l ’homme, a fín d ’harm aniser la
loi, qui est p a r elle-meme m odifiable, avec la nature, qui est inm uable e t souve-
ra in e ? ” ' ‘NoUons élem entaires de la Science sociále de F ourier, p ar l ’auteur de
la D éfense du F ou riérism e’ ’, (H en ri Gors.se, F aris, 1844, p. 3 5 ). ( “ M i objetivo
es el de ofrecer tina representación elem ental, clara y fácilm ente asequible al
entendim iento, acerca de la organización social, deducida por Fourier, de las
leyes de la naturaleza hum ana” (V . G onsiderant, Destino Social, t. I , tereera
edición, D eclaración), “ Y a sería tiem po, por fin , de llegar a un acuerdo sobre
el sigu ien te punto: antes de croar las leyes, ¿no es preciso inform arse de la
auténtica naturaleza del hombre, para poner en concordancia esa ley que, en sí,
está su jeta a cambios, eon la naturaleza, que es inmutable y soberana? ” “ Con­
ceptos elem entales acerca de la ciencia social de P ou rier” , libro escrito por el
autor de la D efensa dei Pourierism o ’ ( H en ri Gorsse, París 1S44, pág, 3 5 ),
56 “ T ro d u cteu r” , t. I, p, 139. ( “ E l P roductor’ ', tomo I, pág. 13 9 ).
57' ( “ Subterfugios y charlatanería de las dos sectas — de Saint Simón y
de Owen— que prometen la asociación y el progreso” ) .
■jí> Esto ya lo hemos mostrado en relación a los historiadores de la época
de la ^Restauración. Seria muy fá c il m ostrarlo también en lo que atañe a los
econom istas. Estos, al defender el orden social burgués, en contra de los reaccio­
narios y en contra de los socialistas, lo defendían precisamente, en tanto que
creían era el orden que más correspondía a la naturaleza humana. Los esfuerzos
para hallar una abstracta “ ley de p ob lación ’ ' — partían éstos del eampo so­
cialista o del burgués—- están íntim am ente vinculados al concepto de la “ n atu ­
raleza hum ana” , como concepto fundam ental de la ciencia social. P ara convencerse
de ello, basta confrontar la teoría de M althus, que se refiere a este tema, por
una parte, y la teoría de G-oodwm o del autor de los Comentarios sobre J. S,
M ili, por la otra go. Tanto Malthus, como sus adversarios buscan, igualm ente,
una ley de población, única, absoluta. L a Economía P o lítica contemporánea ve
el problema de otro m odo: sabe que cada fa se del desarrollo social tien e su es­
p ecia l ley de población. Pero, acerca de ello, hablaremos m ás adelante.
39 En este aspecto es extraordinariam ente característico el reproche que
H elvecio hace a M ontesquíeu: “ E n su libro referente a las causas de la grandeza
y de Ja decadencia de Poma, M ontesquíeu no ha valorado su ficientem ente la
sign ificación de los accidentes felices en la historia de ese Estado, H a caído
en el error, demasiado propio de los pensadores que quieren explicarlo todo, y
en el error de ios cien tíficos de gab in ete que, olvidando la naturaleza de los
hombres, atribuyen a los representantes del pueblo posiciones políticas inm uta­
bles y principios políticos uniform es. M ientras tanto, con mucha frecuencia, es
un hombre solo el que dirige, a su antojo, las im portantes asam bleas, que se
llam an sen a d o s” ( “ P ensées et reflexiona ’ C X L , en el I I I tom o de ‘ ‘ O euvres
com plétes de- K e lv é tiu s ” , P aris M D C C C S .Y Í1I) , ( “ Pensam ientos y reflexion es” ,
CXL, en el tomo I I I de las “ Obras com pletas de H elvecio” , P arís M PCC C X V T II).
¿No le viene a la memoria, lector, la teoría, ahora en boga en Rusia, relativa
a los “ héroes y la m u ltitu d ” ?®i. E speren; la exposición que continúa ha de
m ostrar más de una vez lo poco original que hay en la “ so cio lo g ía ” rusa.
62 “ O pim ons UttéroÁres. pM losopM gues et in d u strie lles” , P arts, 1885, p. p,
144, 145. ( “ Opiniones literarias, filo só fic a s y económ icas” , P arís, 1825, p ágs. 144,
14 5 ). Compare también “ Catéclvisme p olitiqu e des in d u strié is” ( “ Catecismo po­
lítico de los in d u striales” ).'
63 (Lo útil, es la producción).
04 (L a p o lític a .. . es la ciencia relativa a la producción).
65 S ain t Simón lleva la concepción id ealista de la historia a su último
extremo. P ara él, no solam ente las id e a s (los “ p rin cip ios” ) son la base últim a
de las relaciones sociales, sino que, entre la s ideas, el papel fundam ental lo asign a
a las “ ideas c ie n tífic a s” — al “ sistem a cien tífico del m undo” — , de la s cuales
se derivan las ideas religiosas, que, a. su vez, condicionan los conceptos m orales
de los hombres. E ste es el m telectu alism o que imperaba a la vez también entre
los filó so fo s alemanes, pero al que revestían de una form a com pletam ente distinta.
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 245

60 L ittré se ha opuesto enérgicam ente a Hubbard, cuando éste señaló


d ic h a ... im itación. Atribuía a Saint Simón, tan sólo la " le y de las dos fa s e s ” :
la teológica y lü científica. F lin t, al citar esta opinión de L ittré, hace notar
" T ien e razón ai decir que la ley de las tres fases no se menciona ni en una
sola de las obras de Saint S im ón " . ( ‘ ' P hilosophy o f H isto ry in, Franca and
G erm any” , B dinburgh and L ondon, M D C C C L X X IV , p, 158}. ( “ F ilo so fía de la
I-Iistoria en Francia y A lem an ia” , Edimburgo y Londres, M,DCCOLXXIV, pág. 158).
A esta observación, nosotros oponemos el siguiente extracto de Saint S im ón :
‘ ‘ ¿Cuál es el astrónomo, físico, químico o fisiólogo, que no sabe que, en cada
rama de la ciencia, el intelecto humano, antes de pasar de las ideas netamente
teológicas, a las positivas, sigu e durante mucho tiem po la m etafísica? E l que
estudiara la historia de las ciencias, jn o se crea la firm e convicción de que este
estado interm edio, es útil e incondicionalm ente inevitable para .el trán sito?"
("J>w systém e in d u striel '* P aris, HÍD'CCGXXI, préface, p. p. V l - Y I I ) . (" A cerca
del sistem a in d u strial" , París, MDCCCXXI, prefacio, págs. V I -V I I). L a ley de
las tres fases tuvo ta l im portancia para S ain t Simón, que estaba pronto a
explicar por esta ley, los fenómenos netam ente políticos, por ejem plo, el imperio
de los " le g a lista s y m eta físieo s" durante la revolución francesa. P ara F lin t no
habría sido d ifícil ‘ ‘ descubrir'' esto, si hubiese leído con atención las obras
de Saint Simón. Pero, lamentablem ente, es m uchísim o m ás fá cil escribir la h is­
to ria cien tífica del pensam iento humano, que estudiar el curso real de su desarrollo.
<>" E ste pensam iento fue tomado posteriorm ente y desfigurado por Proudhon,
quien construyó sobre él su teoría de la anarquía.
es ( i L ’org a n isateu r!> ( " E l organizador” ) , pág. 119, tomo IV de las obras
de S ain t Simón, que form a el tomo X X de las obras com pletas de Saint Simón y
E n fan tin .
69 (L o que ellos llam an el espíritu de la historia, / E s tan sólo el espíritu
propio de esos señores),
70 E’n el artículo ' ‘ Considérations sur la baisse progresive du loyer des
objets m obiliers e t in m ob iliers", “ P roducteur ’ t. I, p. 564 ("C onsideraciones
acerca de la b aja progresiva del arriendo por bienes m uebles e inm uebles” , " E l
P rod uctor" , t. I, pág. 564).
71 Véase, sobre todo, el artículo "C onsidérations sur les progrés de l'eco-
B.oinie poli ti que ■ ’ ', " P rodu cteu r ” , t. IV . ("C onsideraciones acerca de los pro­
gresos de la economía p olítica ” , " E l P rod uctor" , t. I V ).
74 Obras de N . K. M ijailovski, tomo I I , segunda edición, S. Petersburgo,
1888, págs. 239-240.
76 " N u estro s rum bos” , S. Petersburgo, 1893, pág. 138.
77 L . cít., págs. 9, 13, 140 y muchas otras.
78 Idem . págs. 143 y siguientes.
80 Los enciclopedistas del siglo X V I I I tam bién se contradecían com pleta­
mente, aún cuando sus contradicciones se m anifiestaran en otro aspecto, Apoyaban
la no intervención del Estado y, sin embargo, exigían, de vez en cuando, del
legislador, una reglam entación m inuciosa. Los enciclopedistas tampoco tenían cla­
ridad acerca del vínculo de la " p o lít ic a ” (a la que consideraban como cm tsa) ,
con la economía (a la que estim aban como un efe c to ).
82 (Id ea s f ij a s ) .
8-í (L a razón, en últim as cuentas, habrá de triu n fa r).
85 ' ‘ Dans m i tem ps plus on m oins long ü f a u t, disen t les sages, que iou tes
les p o ssib ilité s se réalisen t: porpu oi d íse sp erer du bonheur fu tu r de l ’humaniié?
( " E n un futuro m ás o menos lejano — dicen lo s sabios— , todas las posibilidades
han de realizarse, ¿por qué, entonces, desesperar de la fu tu ra felicidad de la
hum anidad?' ’).
87 Obras de N . K , M ijailovski, t. I I , segunda edición, págs. 102-103.
¡>2 Ni'kolai-on, Esbozos de nuestra economía social desde la Reforma, San
Petersburgo, 1893, págs. 322-323.
94 Ni'kolai-on, Esbozos de nuestra econom ía social desde la Reforma, San
Petersburgo, 1893, pág. 343.
246 G. PLEJANOV

96 De conformidad con ello, tam bién los planes prácticos del señor N.-on
representan una repetición casi literal de las “ reivindicaciones” que, desde hace
mucho y a y, por supuesto, com pletam ente estéril, presentaron nuestros utópicos*
p o p u listas, por ejem plo, en la persona del señor P ugavin. “ E n cam bio, a los
o b jetivos y tareas fin a les de la actividad social y del Estado (como ven, aquí
no se olvida, ni la sociedad, n i el E s ta d o ), en el terreno de la econom ía fabril,
deben servir, por una parte, el rescate, en favor del E stado, de todos los instru­
m entos de trabajo, y su concesión ai pueblo en usufructo provisorio, por un
arriendo; por otra parte, la instauración de una organización ta l de condiciones
de produceción (el señor P ugavin quiere decir sim plem ente, la producción, pero,
según el hábito de todos los escritores rusos, encabezados por el señor M ijailovski,
em plea la expresión “ condiciones de producción” , sin comprender lo que esto
s ig n ific a ), cuya base la form arían la s necesidades del pueblo y del E stado, y
no los intereses del mercado, de la ven ta y de la com petencia, como ocurre bajo
la organización m ercantil cap italista de la s fuerzas económicas del p a ís ” (V , $.
P u g a vin , E l artesano en la Exposición, Moscú, 1882, pág, 15). Que el lector
-compare este pasaje con el que hemos citado antes del libro del señor N.-on.
08 T. I, p. 140. ( “ E l P rod uctor” , t. I , pág. 140).
90 A cerca do esta organización, véase en “ G lobe” loo de 1831-1832, donde
h ay una exposición detallada, con reform as preparatorias y transitorias.
100* '' Unsere Nationallconomen streb en m it alien K r tifien D eutschland a u f
■die S tu fe der In du strie zu beben, von welcher herab England j e t z t die andern
L a n d er nooh beherseht. E n glan d is t ih r Id e a l. G ew iss: E ngtm ui sie rt sieh gern
schon a n ; JSngland hat seine B esitzu n gen in alien W eltth eilen , es w eiss sem en
B in flu ss aller O rten gelten d su machen, es hat die reich te H an dels — und
K r ie g s flo tte , es w eiss bei alien H an d elstralc t a i en die Geg enlcún ira lient en im m er
Jiinters L ic h t m fiihren, es hat die speh u lativsten K a u fle u te , d ie bedeu ten dsten
K a p ita liste m , die erfin du n gsreich sten K d p fe , die p ra e h iig sten Eisenbahnen, die
(jrosüartigsten M aschinenanlagen; gew iss, E nglan d is t, -von dieser B eüe b eiracM et,
ein glücicliches L and, aber —• eslasst sieh auch ein anderer G esichtspunht bei
é e r Schatzung E nglands gew innen m .d u n ter diesem m ochte doch ivohl das GMcTs
desselben von seinem üngliiclc bedeu ten d iiberw ogen w erden. E n glan d is t .rntch
das L and, in welchem das E lend a u f die lio d is te S p its e g eirieben is t, in welchem
jiih rlich S u n d e rtd n oíon sch H ungers sterben , in welchem die Á rb e ite r m
F ü nfaigtausenden su arbeiten verw eigern, da sie trotó a ll’ih rer Miihe -und eLiden
n ich t so viel verdienen, dass sie n otltdiir f t i gleben Iconnen. JSngland is t das L and,
in welchem d ie W oh lth atigh eit durch di$ A rm m ste u e r zm n üusseriichen G esets
g em ach t w erden m usste. S eh t doch ih r, N a tio n a l okonomen, in den F abrihen Me
w ankenden, gebiiclcten und verwachsenen G est alien, seh t die hleiehen, áb gehárm ten
schw inüsüchtigen G esiehter, seht a ll ’das g e istig e und das leibliehe E lend, und
ih r w o llt D eutschland nooh m einem zw site n E n glan d machen? E n glan d Iconnte
nur durch Ungliich und Jam m er z% dem Sóhenpunlct der In d u strie gelangen,
a u f dem es j e t z t ste h t, und D eu tschlan d Icomúe nur durch d ie se lb m O pfer
ühnliche R esu ltá is erreichen, d. h. errreiclien, dass die Jieiehen noch reicher und
d ie A rm en noeh drm er w e rd e n ” . “ T riersehe Z e itu n g ” , 4 M ai, 1848, reimpreso
«n el primer tomo de revista, publicada bajo la redacción de M. H ess, bajo el
títu lo de “ D er G esettsokaftsspiegel, D ie gesellsch afilich e Z ustdn de der cim lsierten
W e l t ” , 13and I, Isertolvn und JSlberfeld, 1 8 4 6 .( “ N uestros econom istas tienden,
con todas la s fuerzas, a elevar a A lem ania al nivel del desarrollo industrial,
desde el cual Inglaterra im pera ahora sobre los demás países. In glaterra es su
ideal. Claro está: In glaterra se siente m uy satisfech a de sí misma. Inglaterra
tien e sus posesiones en todas partes del mundo, sabe afirm ar por doquier su
in flu en cia, es dueña de la m ás rica flo ta m ercante y de guerra, sabe como
in filtra r sus agentes en la ftoneextaeión de lo s tratados comerciales 3 es poseedora
de los comerciantes m ás diestros, de los m ás grandes capitalistas, de la s cabezas
con m ás inventivas, de los m ás suntuosos ferrocarriles, de los equipos técnicos
m ás perfeccionados. D esde luego, si se ha de considerar a Inglaterra, desde este
punto de vista, es un país feliz, pero existe también otro ángulo de m iras, desde
-el cual, la felicidad de ese país, tal vez, en m edida considerable, queda eclipsada
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 247

por su desventura. Inglaterra es, al mismo tiem po, el p aís, en el que la miseria
ha alcanzado su lím ite máximo, en el que, anualmente, como es notorio, centenares
de personas perecen de hambre, en el que los obreros, por decenas de miles son
despedidos del trabajo, puesto que y pese a todo su trabajo y sufrim ientos,
no llegan a ganar lo suficiente para asegurarse una existencia de las m ás modes­
tas. Inglaterra es un país en el que la beneficencia, en form a de una contribución
en favor de los pobres, hubo que convenir en una ley form alizada. F íjen se, pues,
econom istas, en las figu ras vagabundas, encorvadas, retuertas, fíjen se en sus ros­
tros pálidos, tristes, tuberculosos, fíjen se en toda esta, pobreza, espiritual y corpo­
ral y digan, ¿es que quieren, después de todo, hacer de Alem ania una segunda
Inglaterra? Sólo a través de ia calam idad y la. desventura, pudo In glaterra llegar
al actual florecim iento de la industria, y solam ente por medio de igu ales sacrificios,
podría Alem ania alcanzar análogos resultados. Dicho en otras palabras, alcanzar
que los ricos sean más ricos y que los pobres se vuelvan m ás pobres de lo que
so n ” . ( ‘ ‘ Gaceta de Tri'er” , del 4 de mayo de 1 8 4 6 ) ...
101 “ S o ü te es den Consiítutionellen. gelin gen , -—d ijo B échner— die d&wtsche
Bigeerungen m ctürsen und eine allgem eine M onarclúe oder Bepublilc einzuflühren,
so bekormnen w ir hier einen G eldaristohratism us, w ie in FreinlcreieJi, un Ueber solí
es bleíbcn, m e es je ta s ¿ si” . Véase Georg Büchners sam m tliohe WerJce, ed it. bajo la
redacción de Frunzo se, 8. 123, ( “ Si ios constitueionalistas lograran derrocar los
Gobiernos germ ánicos e instaurar una m onarquía general o una República, tendría­
m os una aristocracia del dinero, igu al que en F rancia, y es m ejor que las cosas
sigan como hasta ahora” . Véase G eorg Büehner, Obras com pletas, ed. bajo la re­
dacción de Franzose, pág. 122).
102 (del aborrecible interés de lo s m ercaderes),
ios ( “ del pueblo de A lb ió n ” io s).
104 (' ‘ Opiniones filosóficas, literarias y económ icas” ),
lou ( ‘ 'E l P roductor” ).
107 ‘ ' C onsidérations sicr les sciences e t les sa v a n ts” , en el primer tomo d¡e
“ P roducteur” . ( “ Consideraciones sobre las ciencias j los sab ios” , en el primer
tomo de “ E l P roductor” , págs, 355-356).
io s Idem., pág. 304.
ioo “ L iteratura y V id a ” , “ Russkaia M y sl” . ( “ Pensam iento ru so” ) , 1891,
libro IV , pág. 195,
n o Obras de N . K . M ijailovski, t. IV , segunda edición, págs. 265-266.
n x Idem ., págs. 186-187.
112 Idem., pág. 1S5.
H3 Adem ás, las expresiones m ism as de “ método o b je tiv o ” , “ método subje­
t iv o ” representan una inmensa confusión, cuando m enos, term inológica.
“ L e vra i sens du systém e de la n a tu re ” , é L on dres 1774, p. 15. ('“ E l
verdadero sentido del sistem a de la n atu raleza” , Londres, 1774, p ág. 1 5 ).
l i s “ D e l ’H om m e” , Oeuvres com pletes de H elvetiu s, P a ris, 1818, t. I I , p. 130,
( “ Acerca del H om bre” , Obras com pletas de H elvecio, P arís, 1818, t. I I , pág. 120).
l i s E n la tem pestad de la acción, en la s olas de la vida / Yo asciendo / Yo
desciendo. . . / La muerte y el nacim iento / una mar eterna; / L a vida y el m o­
vim iento / en la eterna v asted ad . . . ¡ A sí en el telar de lo s tiem pos perecederos /
Un manto vivo tejo a los Dioses.
n o (L a ju sticia suprema es la máxima in ju stic ia ).
121 A l señor M ijailovski le parece inconcebible este imperio eterno y om ni­
presente de la dialéctica; todo cam bia, con excepción de las leyes del movimiento
dialéctico, dice con un escepticismo m alicioso. Sí, esto es precisam ente así, contes­
tam os nosotros, si quiere impugnar esta opinión, habrá de recordar que tendrá que
refutar el punto de vista fundam ental de las ciencias naturales contemporáneas.
P ara convencerse de ello, le baste con recordar las palabras de P layfair, que Lyell
había tomado como ep argífe para su afam ada obra “ P rin cipies o f G eology” :
“ Á m id th e revolutions o f th e globe, th e econom y o f N a tu re 1tas been un iform and
her law s are th e only th in gs th a t have re sistid th e general m ovem en t. The rivera
a n d th e róeles, th e seas and th e con tin en ts have be en changed in all th eir p a rts ;
b u t th e law s which dvrect the se changes, and th e rules to which th ey are sublaw s
248 G. PLEJANOV

which d irect these canges, and the ru les to which th ey are su ject, have rem ained
in va ria b ly the s a m e ( “ Los P rincipios de la G eología” : “ E n tanto que el globo
terráqueo soportó las m odificaciones, la estructura de la naturaleza permaneció
uniform e, y sus leyes fueron las únicas en resistir el m ovimiento general. Los ríos
y la s rocas, los mares y los continentes cambiaron en todas sus partes; m ás las
leyes que presiden estos cambios y las normas a que éstos están subordinados, con­
tinuaron, invariablemente, unas y las m ism a s" ).
122 ‘ 'W issen sch a ft der L ogilc” . ( “ Ciencia de la L ó g ica ’ '), prim era edición,
parte I, libro I, p ágs. 313-314.
123 “ Soñando en abrazar la p rofesión de abogado — relata el señor M ijai­
lovski—• con fervor, aun cuando sin seguir ningún orden, me había dedicado a
la lectura de diversas obras jurídicas. E ntre ellas, figuraba el Manual de Derecho
P enal del señor Spasovicb. En esta obra hay un sucinto resumen de los diversos
sistem as filo só ficos en su relaeión con la crim inalidad. Me he quedado sorprendido,
sobre todo, por la afam ada triada de H egel, en virtud de la cual, la pena va lle ­
gando a ser, de modo tan gracioso, la reconciliación de la contradicción existen te
entre el derecho y el delito. Y a se sabe lo seductivo que es esta fórm ula trinómica
de H egel en sus más variadas ap licacion es. . . no es de extrañarse que me cautivara
en el Manual del señor Spasovich. N o es de asombrarse que posteriorm ente sintiera
atracción, tanto de H egel, como de muchos o t r o s ... ( “ Busskaia M y s l'’, 1891,
libro I I I , sec. II , pág. 188). Lástim a, mucha lástim a, que el señor M ijailovsld no
señalara las proporciones en que había dado satisfacción a ésta su atracción “ d/e
H e g e l" . A juzgar por todo lo que se ve, no había avanzado muy lejos en este
aspecto.
124 E l señor M ijailovski asevera que el finad o N . Sieber, al probar, en sus
discusiones con él, lo inevitable del capitalism o en Busia, ' ‘ empleó toda clase posible
de argum entos, pero al menor peligro se escudaba al amparo del irrevocable e inape­
lable desarrollo dialéctico trinóm ico’ ( “ Busskaia M y sl" , 1892, libro V I, sec. I I ,
pág. 196). También asegura que toda la profecía de Marx — como él se expresa—
con respecto al desenlace del desarrollo cap italista, se apoya tan sólo en la “ tría­
d a ” . E n lo que concierne a Marx, hablarem os m ás adelante, pero en cuanto a
Sieber se refiere, haremos constar que nosotros tuvim os la oportunidad, m ás de
una vez, de conversar con el finado, y ni una sola vez hemos oído de él referencias
al “ desarrollo d ialéctico’ Más de una vez él mismo declaró desconocer comple­
tam ente el valor de H egel en el desarrollo de la economía m ás moderna. Claro está,
sobre los muertos se puede descargar todo, y, por eso, el testim onio del señor M i­
ja ilovsk i es irrefutable.
120 V éase su “ S yste m der crworlíenen JRechte” , zioeite A u flage, L eip zig , 1880,
Vorrede, S. 8 . X I I -X I 1 I . ( “ Sistem a de los derechos adquiridos” , segunda edición,
Leipzig, 1880, P refacio, págs. X I I - X I I I ) .
127 (D e ti están difundiendo fá b u la s).
128 Chernishevsld: “ Esbozos del período gogoliano de la literatura ru sa” .
San Petersburgo, 1892, págs. 258-259. E n una acotación especial, el autor de los
“ E sb o zo s” , aclara excelentem ente, qué es, propiam ente, lo que denota este examen
do todas las circunstancias de las cuales depende un fenóm eno dado. Citamos aquí
tam bién ésta, su acotación. “ Por ejem plo: una lluvia, ¿es un bien, o un mal? E sta
pregunta es abstracta; es im posible contestarla de una manera definida, a veces
una lluvia reporta utilidad, a veces, aun cuando más raramente, ella causa un
daño; hay que hacer la pregunta en form a m ás determ inada: Después de haber
finalizado la siembra del trigo, en el curso de cinco horas ha llovido fuertem ente,
esta lluvia, ¿fue ú til para el trigo? Sólo aquí, la respuesta es clara y tien e sentido:
“ esta lluvia fu e muy ú t il” . “ Pero en el mismo verano, cuando llegó el momento de
la recolección del trigo, toda una semana llueve torrencialm ente, gesta lluvia es
ú til para el trig o ? ” Tam bién aquí cabe una respuesta clara y ju sta: “ N o, esta llu­
via fu e d añ ina” . Exactam ente igu al se resuelven todas las cuestiones en la filo so fía
hegeliana. “ L a guerra, ¿es perniciosa o b en éfica ? ” . E n general no es posible con­
testar a esta pregunta de una manera term inante: es m enester saber de qué guerra
se está tratando; todo depende de las circunstancias del tiempo y del lugar. Para
los pueblos salvajes, el daño de la guerra es m enos sensible, siendo más palpable
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 249

su utilidad; para los pueblos cultos, la guerra suele ocasionar menos utilidad y
más daño. .Pero, por ejem plo, la guerra de 1812 fue una guerra de salvación, para
el pueblo ru so ; la b atalla de Maratón 129 fue el suceso m ás benéfico en la historia
de la humanidad. Tal es el sentido que tiene el axiom a “ no existe ninguna verdad
abstracta; la verdad es siempre con creta" ; el concepto acerca de un objeto es con­
creto cuando éste está representado con todas sus cualidades y peculiaridades y
en las condicones en las cuales existe, y no abstraído de estas condicones y de sus
particularidades vivas (como suele representarlo el pensam iento abstracto, cuyo
juicio, por este m otivo, carece de sentido para la vida real) " 130.
133 “ Busskoie B o g a tstv o " , 1894, libro 2, sec. I I , pág. 150.
135 ( “ L a subversión de la ciencia por el señor Eugenio D üh rin g' ’).
136, “ Busskoie B o g a tstv o " , libro citado, sec. I I , pág. 154-157.
138 (nosotros hemos cambiado todo esto ).
133 Exactam ente hablando, E ngels se refiere a un grano de cebada, y no de
avena, pero ello, desde luego, no es esencial.
140 Federico Engels, A nti-P üliring, págs. 126-127, Ed. H em isferio, Buenos
Aires, 1956.
142 (toda determinación, es a la par una negación).
144 “ T ra ité de B o ta n iq u e' ’ p ar Fh. Van~Lieghem, ~-me édition, prem iére p&r-
íie, P a ris, 1891, p. 84. ( “ Tratado de B o tá n ica ” , por F. Van-Tieghem , segunda edi­
ción, P arís, 1891, pág. 24).
145 1' Entsylclopadie' ’, E rster T«il, párrafo S30, Z u sa tz ^ 8 ( “ E nciclopedia” ,
Primera parte, párrafo 230, A d ieión ).
146 ( “ Enciclopedia de ciencias filosóficas en un esbozo su scin to " ).
iw ( “ Discurso acerca del origen y los fundam entos de la desigualdad entre
los h o m b res" ).
iso (a lo largo de toda la lín ea ).
151 ( “ Discurso acerca de la d esig u a ld a d " ).
isa Todos estos extractos están tomados del ya mencionado cuaderno de
1' Busskoie Bogatstvo ’
154 ( “ Discurso acerca de la d esig u a ld a d " ).
155 P ara los dudosos existe todavía el siguiente pasaje m ás: “ J ’ai assigne
ce prem ier degré de la décadence- desmoeurs a% prem ier viom ent de la culture des
lettres dans tous les pays du m o n ée” . L e ttr e & M. ¡‘abité B aynal, Oeuvres de
Rousseau, P a ris, 1820, t. I V , p. éS, ( “ Y o había atribuido este primer grado de la
decadencia de las costumbres al primer momento de desarrollo de la ciencia en todos
los países del m undo". Carta al señor A bate Baynal. Obras de Bousseau, P arís,
1S20, t. IV , pág. 4 3 ).
156 V éase el comienzo de la segunda parte de “ Discours sur 1 ’in é g a lité " .
( “ Discurso acerca de la d esig u a ld a d " ),
153 “ Fterm Eugen D ühring ’s ü m w alsun g, etc," , 8, A u fl. S. 184. ( “ Anti-
Dühring, pág. 133, Ed. H em isferio, Bs. A ires, 1956).
160 Idem ., págs. 2-2-24
162 Que nuestro lector nos perdone por la cita que transcribim os de la “ B ella
E le n a " . H ace poco hemos vuelto a leer el artículo del señor M ijailovsld, “ E l dar-
wm ism o y la pequeña opereta áe O ffen b aeh " , y aún estam os bajo la fuerte im pre­
sión que nos ha producido.
163 (en sí y para sí).
168 (la razón, en últim as cuentas, siempre resulta tener la razón).
1T4 ( “ Fundam entos de la teoría cien tífica com p leta" , Leipzig, 1794),
175 “ D er S tre it der K ritilc m it E ireh e tm d S ta a t ” , von E d g a r B auer, Bern,
1 8 4 Í, S. 184. ( E d g a rd Bauer, “ L a controversia de la crítiea con la Ig lesia y el
E sta d o " , Berna, 1844, pág. 184).
176 L. c., S. 185 (Obra citada, pág. 185).
i?s> Es lo mismo que la idea absoluta.
180 E l lector no habrá olvidado la expresión deH egel antes m encionada, de
que el búho de Minerva emprende su vuelo tan sólo de noche.
181 Bruno Barrer, hermano mayor del antes mencionado Edgar Bauer, autor
250 G. PLEJANOV

-de la, en su tiempo, célebre “ K r itik der evangelisehen Gesohiohte der 8ynoptiTcer’
( “ Crítica de la historia evangélica de los sin óp ticos” ) .
182 “ 'Die heilige F am ilie oder Kribilc d er ¡crtíisohen IcritiJc, Ge gen Brm io B auer
und C on sorten ” von F . E n gels und K . M arx. Frarilcfurt a. M-ain- 1845, S . 126-188.
( “ La sagrada fam ilia, o Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y Con­
sortes ” , por F . 'Engels y C. Marat, F ran lífu rt sobre el M am e, 1845, págs. 126-128).
E ste libro representa una recopilación de artículos de E n gels y Marx dirigidos con­
tra las diversas opiniones de la “ crítica critica ” . E l p a sa je citado está tomado do
un artículo de M arx *84, contra Bruno Bauer. También, es de Marx el p asaje cita ­
do en el capítulo anterior ( Carlos M arx-Federico E n gels, “ L a Sagrada F am ilia,
y otros escrito s" , págs. 151-152 y 122-124, Ed. Grijalbo, México, 1958). (3ST, del T .).
18 -t Carlos M arx-Federico Engels, “ L a S agrada F am ilia, pág. 177. (Editorial
Grijalbo, México, 1958. (N. del T .). ,
183a La ciudad rusa de Suzdal ten ía fam a por su producción de iconos. Los
iconos se producían allí en gran escala, a precios bajos, pero eran copias tosca­
m ente im presas y carentes, en absoluto, de todo arte. L a acepción de “ suzdaliano”
llegó a convertirse, en Rusia, en sinónimo de obra de chapucería. (K , del T .).
187 “ So íhoroughly is the use o f tools th e exclusive a ítrib n te o f m an, th a t
ihe diseovery o f a single a riific ia lly shaped f lm t in th e d r if t or cme'breücia, is
deem ed p r o f enougk th a t man has be en t h e r e “ P reh istoria Maní” , i y D aniel
W üson, val. I, p . 151-153, London, 1876. ( “ E l empleo de herram ientas es, por do­
quier, una peculiaridad tan exclusivista del hombre, que el descubrimiento, en los
aluviones o en los boquetes de las cavernas, aunque no fuera más que una piedra
artificialm en te labrada, se considera prueba su ficien te de que allí había vivido
un hom bre” . “ E l hombre p reh istórico’ ', por D an iel W ilson, t. I, págs. 151-152,
Londres, 1876).
18 S “ L ohn arbeit und K a p ita l” . ( “ Trabajo asalariado y C apital” , por Carlos
M arx 180 , en C. Marx y F . Engels, Obras escogidas, pág. 54, Ed. Ca;r tago, Bs. A i­
res, 1&57. (N . d d T .).
ioo Idem . 103 .
102 “ L a descendanae de Vhomme, e t c .” , P aris, 1881, p. 51. ( “ E l origen del
hombre, e tc .” , P arís, 1881, pág. 51).
103 En el conocido libro de von M artius referente a los prim itivos pobladores
del B rasil ios, se pueden hallar algunos ejem plos interesantes que muestran la im­
portancia de que las peculiaridades, — al parecer m ás iasig n ifica tiv a s, que las loca­
lidades— tienen en el desarrollo de los contactos m utuos entre sus moradores.
ios Además, en lo que hace al mar, es preciso hacer constar que éste no
siempre aproxima a los hombres. Eatzel. (' ‘ A ntropo-G eo graph ie ’ 7, S tu ttg a r t, 188$,
p . 9 3 ” ) . ( “ A n trop o-geografía” , S tu ttgart, 1882, pág. 9 2 ), hace notar con razón
que en una cierta fa se de desarrolllo, 'el mar constituye una frontera absolu ta, esto
es, hace im posible cualquier contacto entre los pueblos que separa. P or su parte,
los contactos, cuya posibilidad está, originariam ente, condicionada, de modo exclu­
sivo, por las peculiaridades del medio geográfico, im prime su sello sobre la fisonom ía
de las tribus prim itivas. Los insulares se distinguen vigorosam ente de los mora­
dores continentales. “ D ie B evólber ungen der Inseln sind in einigen F allen vóllig
án d ete ais die des nachsi gelegnen F estlan des Oder der n a ch stm grossern I n s é lj
aber auch wo sie ursprünglich derselben Tíasse oder V óücergruppe angehoken, sind
sie im m er w e it con derselben versclúeden ; u n d zw a r Icann man hinzuseízen, in der
Jiegel w e iter ais die ents-prechenden fesílan disch en A bzw eigu n gen dieser B asse oder
Gruppe untexeinander” . (R a tse l, 1 c., S. 9 6 ). ( “ Los pueblos que habitan las islas,
en diversos casos, se distinguen com pletam ente de lo s del continente más próximo
o de la isla mayor m ás próxima.; e incluso allí donde, originariam ente, pertenecie­
ran a la mism a raza o grupo de pueblos, difieren, de todos modos y siempre muy
pronunciadam ente, de dicha raza. Añadam os que, eomo norma, se distinguen m ás
los unos de los otros, que las correspondientes ram ificaciones de esta raza o grupo
que viven en el con tinente” . (Ratmel, obra citada, p ág, 96)< Aquí se repite la misma
ley que rige en la form ación de la s especies y variedades de animales.
196 M arx, “ D as K a p ita l” , D r itte A u fla g e, 8 . 5%4-586197, (M arx, “ E l Ca­
p it a l” , 3." edición, págs. 524-526). (P á g . 409', Ed- Cartago, B s. Aires, 1956). E n la
L,A CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 251

n ota sil pió de p ágin a (pág. 409 de Eá. C artago), M ax añade: “ U na de las bases
m ateriales en que descansaba el poder del estado indio sobre los pequeños organis­
mos de producción incoherentes y desperdigados, era el régim en del suministro de
aguas. Los dominadores m ahom etanos de la In d ia supieron ver esto m ejor que sus
sucesores in gleses ’ \ Confrontam os con la opinión de Marx citada en el texto, la
•opinión de una investigación m ás reciente: ‘ ‘ XJnter dem , wasclie lebende N a tu r dem
Menschen an Gaben b ie te t, i s t niaht der B eicktm n <m S to ffe n , sondern der a-n
S to ff e n , sondern der an K r á fte n oder, besser g esa g t, K rd ftea n reg u n g en am hoehsten
zu schatzen-’ ’, (R a tze l, 1, c i t S . 848) . ( “ E ntre todos los dones quer la naturaleza
viva ofrece al hombre, el m ayor valor no la tiene la riqueza m aterial, sino la de
las fuerzas, o, expresándose m ejor, la de los acicates al desarrollo de las fu e rza s" .
(R a tzel, obra citada, pág. 3 4 3 ).
io s “ Tenemos que precavernos — diee L. Geiger— , de no atribuir a la delibe­
ración, una participación demasiado grande en el origen de las herramientas. El
-descubrimiento de la s prim eras herram ientas, en alto grado im portantes tuvo lugar,
■desde luego, de una manera acidental, al igu al que muchos grandes descubrimien­
to s de los tiem pos modernos. F ueron, por supuesto, m ás bien halladas que inven­
tadas. A esta conclusión había arribado, sobre todo, en virtud del hecho de que
los nombres de las herram ientas nunca tienen relación con su elaboración, que
se les da. A sí, en alemán Seheere (tije r a s ), Scige (serrucho), S a c h e (a za d a ), son
objetos que cortan ( scheeren), aserruchan (siigen ) , pican (Jmclcen). E sta regla de
locución ha de llam ar tanto m ás la atención, cuanto que los nombres de los im ­
plem entos que no son herram ientas, se forman, por vía genética, pasiva, del m a­
terial o del trabajo, de los cuales o a cuya merced, aparecen. Por ejemplo, una p iel,
•«orno odre para el vino, en muchas lenguas sign ifica, originariam ente, una piel
arrancada de un anim al: a la palabra alem ana Schlcmch, corresponde la in glesa
slough, que quiere decir p iel de serpiente. L a palabra griega aseos, sign ifica, si­
m ultáneam ente, piel, en el sentido de odre, y piel de una fiera. Aquí, por tanto, el
'lenguaje nos muestra, en form a com pletam ente palpable, cómo y de qué había sido
elaborado el aparejo, llamado piel. Ñ o ocurre lo mismo en lo que a las herramien­
t a s se refiere; tampoco éstas, s i hem os de basarnos en el idioma, habían sido, ori­
ginariam ente, elaboradas, en absoluto; así, el primer cuchillo pudo haber apare­
cido, accidentalm ente descubierto, y yo diría, una piedra afilad a puesta en acción,
.ju gan d o" . ( L . Geiger, D ie U rgcsekiehte der M ensehheit im liohte der Sprache. H it
besonderer B esichung au f die E n stelm ng des Werlczeugs, S. 86-87, E n la recopila­
ción “ Z ur E n tm clceh m gs gesehichte der M ensehheit, S ivM gart, 1878), (L . Geiger,
" H isto r ia prim itiva de la humanidad a la luz del idioma, en la que se presta una
atención especial ai origen de los im plem entos del trabajo, págs. 36-37. E n la re:
«opilación “ Contribución a la historia de desarrollo de la hum anidad", Stutt-
gart, 1878).
109 Sus fundadores (de esta m ecán ica), Eudoxio y Arquitas, dotaron a la geo­
m etría de un contenido m ás pintoresco y m ás interesante, dando la espalda a sus
problemas abstractos y que no se dejaban representar en form a gráfica, prefirien ­
do las aplicaciones, directam ente tangib les y técnicam ente más im portantes, de esta
■ciencia. Y cuando P latón, indignado, les reprochara haber aniquilado la grandeza
de la geom etría, distanciándola de los objetos incorporales y abstractos y ap li­
cándola a los objetos sensuales que requieren una elaboración artesana vulgar, la
mecánica, viéndose expulsada de las m atem áticas, se separó de ellas y, al no gozar,
durante largo tiempo, de ninguna atención de parte de la filo so fía , se convirtió en
una de las ciencias auxiliares de la s artes bélicas. (P lu tarco, “ V ida de M arcelo " ,
edición de Teubner, L eipzig, 1833, cap. X IV , págs. 135-136). Como puede ver
■el lector, la opinión de Plutarco no era nueva, n i mucho menos, en esa époea.
200 Se sabe que durante un largo período, los propios campesinos rusos podían
disponer (y disponían no raras veces) de siervos de la gleba. L a condición de servi­
dumbre no podía ser agradable al campesino. Pero, con el estado, de entonces, de
la s fuerzas productivas en Rusia, ningún campesino pudo considerar anormal dicha
•condición. U n “ m u jik " que reuniera algún dinero, comenzaba a pensar, de un
modo tan natural, de la com pra de siervos, como el manumiso romano tendía a la
^adquisición de esclavos. Los esclavos que, bajo la jefa tu ra de Espartaco, se su-
2-52 G. PLEJANOV

blevaran, libraban la guerra contra sus amos, pero 110 contra la esclavitud; si hu­
biesen legrado conquistar su libertad, ellos mismos, en las primeras condiciones f a ­
vorables, con la conciencia más tranquila, se habrían convertido en esclavistas. Sin
querer vienen a la memoria, en esta oportunidad, adoptando un nuevo sentido, las
palabras de Sclielling: L a lib erta d debe ser necesaria. L a historia m uestra que la
libertad, en cualesquiera de sus form as, aparece únicam ente allí donde liega a
ser una necesidad económica.
202 V éase “ El materialismo económico en la h isto ria " . “ V iestoik E v r o p y " ,
agosto 1894, pág. 601.
204 ( “ Las leyes de desarrollo de la h u m a n id a d " ).
206 ( “ líos y lío s " ) .
207 (hombre que raciocina).
205 ( “ El origen de la f a m ilia " ).
200 Citamos según la edición francesa de 1874.
210 “ S tn d ies in ancient M story, — prirn itive m a rria g e ” , by John F erg Mac-
L ennan, y. 75, (Jorn F erg M ac-Lennan,“ Investigaciones de historia antigua, el
m atrim onio p rim itivo" , pág. 75).
212 “ V iestnik E v ro p y " , julio 1S94, pág. 12.
213 “ Vom B eru f unserer Z e ít fü r G esetzgebnng m id R ech tsw issen sch aft” , von
L \ F riedrich Cari von S avign y. D r itle A u fgabe, H eidelberg, 1840. (D . Federico
Carlos von S a vig n y, “ De la vocación de nuestra época para la legislación y la
ciencia ju r íd ica " , tercera edición, H eidelberg, 1840). (Prim era edición, 1814) S. 14.
2X4 ( “ Sistem a del derecho romano con tem p orán eo" ).
215 F rste r Band, S. 14-15. (Prim er tomo, págs. 14-15). (E dición berlinesa
de 1840).
216 Ibid., S. 22. (Idem ., pág. 22).
217 Ibid., S. 18. (Idem ., pág. 16).
218 “ Cursus der In s titu tio n e n ’ ', E rster B and, L ep sig , 1841, 3 , $1. ( “ Curso
de Instituciones, primer tomo, pág. 3 1 ). En una acotación, P uchta se pronuncia,
enérgicam ente contra los eclécticos que tienden a conciliar las opiniones opuestas
con respecto al origen del derecho, y se pronuncia con tales expresiones que, sin
querer, surge el interrogante: ¿no habría previsto la aparición del señor K areiev?
P ero, por otra parte, hay que decir que la Alem ania de la época de P uchta, tenía,
b astante con sus propios eclécticos: fa lta s e lo que faltare, pero m entalidades de esta
índole, abundan siempre y por doquier.
219 Ibid., S. 28. (Idem ., pág. 2 8 ).
220 “ Tales and T radition s o f th e Fshimo , by D r, H en ry M nh, p . p. 9
an d SO. ( “ Leyendas y tradiciones de los esquim ales", por Dr. Enrique Eink, págs.
9 y 3 0 ).
221 (palabras hueras) (modos de h ab lar).
222 M. K o va lw vsld , ‘ ‘ T ablean des origin es e t de l ’évolu tion de la fa m ille e t
de la p ro p r ié té ’ % StocTcholm, 1890, p.p. 58-53. {M , KovalevsJci, “ Cuadro del origen
y de la evolución de la fam ilia y de la prop ied ad ", Stoeolmo, 1890, págs. 52-53).
E n el libro del difunto N . Sieber “ Esbozos de la cultura económica p rim itiv a " ,
puede el lector encontrar una m ultitud de hechos que m uestran de un modo insu-
parable que los modos de la aprobación están determinados por los de la producción.
224 Ibid., /p . 95, (Idem ., pág. 9 o ),
225 Ibid., p. 57. (Idem ., pág. 5 7 ).
226 ib id ., p. 93. (Idem ., pág. 9 3 ).
227 g e sabe que la conexión. íntim a entre el cazador y su arma existe entre
todas las tribus prim itivas. “ D er J a g er d a rf sich Iteiner fre m d e r W a ffe n bedienen' \
( “ E l cazador no debe usar ninguna arm a a j e n a " ) , dice N artius, refiriéndose a
los prim itivos moradores del B rasil, aclarando a renglón seguido el origen de esta
“ co n vicción " entre los salvajes: “ B eson ders behaupten d iejen ig en W ilden, die m it
dem B lasrohr scMessen, dass dieses Geschoss durch den Gebrauch eines Frem den
verdorben werde, und geben es n ich t m s iiiren H á n d e n ( “ Von dem Rechisz-ustan-
de u n ter den Ureimoolmern B m silie n s” , Milnchen, 1833, S. 5 0 ). ( “ Sobre todo los
sa lvajes armados de cerbatanas afirm an que este arm a se echa a perder si la usa
la. c o n c e p c ió n m o n ist a de la h is t o r ia 253

un extraño, por eso no la alejan nunca áe su m ano” . ( “ Acerca de las relaciones


jurídicas entre los aborígenes del B r a sil” , Munich, 1832, pág. 50).
“ D ie Führung dieser Wa f f e n (e l arco y ¡as flechas) erfodert eine grosse
Geschiclclichlceit und b est andigo, Uelmng. W o sie bei W ilden Yolkern im G ebrm che
sin d, berichten -uns die R eissende, dass schon die K n aben sieh m it K indergG raten
i-ni Schiessen lib en ” . (O scar Peschel, Vóllcerbimde, L eip zig , 1875, 8. 1$0), ( “ El
m anejo de estas armas (e l arco y las flech a s), requiere una gran habilidad y
constante ejercitación. Los viajeros comunican que allí donde estas armas son em­
pleadas por los pueblos salvajes, ya los muchachos se ejercitan en el tiro con
armas de ju g u e te ” . (O sear P eschel, E tn ografía, Leipzig, 1875, pág, 190).
229 L. c., p. 56 (Obra citada, pág, 5 6 ).
230 “ D er Ursprung des Mechts. Prolegom ena su einer allgem einen vergleich-
enden E e ctsw issen sch a ft’ von Dr. A lb. H erm . P o s t. Q ldenburg, 1876, 8 . £5. ( “ E l
origen del derecho. Prolegóm enos a u sa ciencia com parativa del derecho gen eral” ,
Oldenburg, 1876, pág. 2 5).
2o i P ost, precisamente, pertenece a la clase de hombres que aún se en­
cuentran. lejos de haber acabado con el idealism o. A sí, por ejem plo, según él,
la unión gentilicia corresponde al modo de vida de caza y nómada; en cambio,
con la aparición de la agricultura y, vinculada con ella, el modo de vida sedentario,
la unión g en tilicia cede el lugar a la “ Q augenossenscliaft ” , (nosotros diríamos,
comunidad v ecin al). Puede parecer claramente que, ¿el hombre está buscando la
clave para explicar la historia de las relaciones sociales, no en otra cosa que en
el desarrollo de las fuerzas productivas? E n casos aislados, Post, casi siempre,
sigu e siendo leal a esta orientación. Ello no le im pide considerar al “ im Menschen
sch a ffen d ew igen G e ist” ( “ el eterno espíritu creador que mora en el hom bre” ),
como la causa fundam ental ele la historia del derecho. E ste hombre, es como si
hubiese nacido a propósito para proporcionarle alegrías al señor Kareiev.
232 L. c., p. 139. (Obra citada, pág. 139). Guando habíamos copiado este
p asaje, nos im aginábam os al señor M ijailovski levantándose rápidamente de su
asiento y esclam ar: “ Yo lo puedo discutir: los chinos pueden estar pertrechados
con armas inglesas. Sobre la base de estas armas, ¿es permitido juzgar acerca del
grado de su civilización ?” . Muy bien, señor M ijailovski, de las armas inglesas,
no es lógieo sacar conclusiones acerca de la civilización china, de ellas hay que
sacar, precisamente, alguna conclusión con referencia a la civilización inglesa.
233 L. c., p. 252-253. (Obra citada, págs. 252*253).
234 ( “ Contribución a la crítica de la eeonomía, p o lític a ” ).
237 (ciencias morales y p o líticas).
238 Én una carta a la novia, escrita en 1883 239. A cotación p a ra el señor
M ijailovsM . No es el mismo B üdm er que había predicado el m aterialismo en el
“ sentido filo só fico g en eral” ; es su. hermano mayor, fallecido de joven, autor de
la afam ada tragedia “ La muerte de D an ton ” .
240 “ V icstnik E vropy” , julio 1S94, pág, 6.
241 Idem, pág. 7.
242 Véase el libro del difunto L. Meehnikov relativo a los “ grandes ríos
h istó rico s” 242». E n este libro, el autor, en el fondo, no hizo sino un resumen de
las conclusiones a que habían arribado los historiadores especializados m ás auto­
rizados, por ejemplo, Leonormant. Eliseo Reclus, en el prefacio al mencionado
libro, dice que la opinión de Meehníkov form a una época en la historia de la
ciencia. Ello no es cierto, en el sentido de que dicha opinión no es nada nueva;
y a H egel la había em itido de la form a más definida. Pero está fuera de toda
duda que la ciencia habrá de ganar extraordinariamente, siguiendo consecuente­
m ente esta opinión.
243 Véase el libro de M organ “ Ancient so c íety ” ( “ L a sociedad an tig u a ” ) ,
y el de E ngels, “ Origen de la fam ilia, de la propiedad privada y del E sta d o ” .
245 “ D eutsche W irtsch aftsgesch ich te bis tnwn Schhiss der K arolin gen periode ’
L e ip zig , 1889, B and í , S..8SS-SS4. ( “ H istoria de la economía alem ana hasta fines
del período de los Caroliügios ” , L eipzig, 1889, t. I, págs. 233-234).
246 (ja doncella más bella del mundo no puede dar m ás de lo que tien e).
247 Marx dice: “ Toda lucha de clases es una lucha p o lític a ” . “ Por consi­
254 G. PLEJANOV

guiente — concluye B a r t— la p o lítica , a ju icio de -ustedes, no in flu ye, en absolu to,


sobre la economía, m ien tras que u stedes m ism os citan hechos que m u estra n . . . etc.
— Bravo, exclam a el señor K areiev, esto es lo que yo llamo modelo de ¡cómo
discutir con Marx! E l " m o d e lo " del señor K areiev revela, en general, una
sorprendente fuerza de pensam iento. Eousseau, dice el modelo, vivió en una sociedad
en la que las diferencias y los p rivilegios de castas fueron llevados hasta el últim o
extremo, donde todo estab a som etido a un despotismo om nipotente; y , sin embargo,
el método de la construcción racional, copiado de la antigüedad — método empleado
tam bién por H obbes y Locke — condujeron a Eousseau a la creación de un ideal
de sociedad, basada en la igualdad universal y la soberanía del pueblo. E ste
ideal contradecía com pletam ente al régim en existente en Francia, L a teoría de
Eousseau fu e llevada a la práctica por la Convención; por lo tanto, la filo s o fía
había influido sobre la p olítica y, por intermedio de ella, tam bién sobre la econo­
m ía " (L. c., p. 5 8 ). (O bra citada, pág. 58),
¿Qué les parece la argum entación, en cuyos intereses, Rousseau, h ijo de un
pobre republicano ginebrino resultó ser producto de la sociedad aristocrática?
Im pugnar al señor B art, sig n ifica entregarse a la repetición. Pero ¿qué decir del
señor K areiev que aplaude a B art? Ah, señor V. V., es malo jle juro, que es
malo su “ profesor de h isto r ia " ! Les aconsejam os desinteresadam ente: búsquense
a un nuevo “ p ro feso r" .
249 N o crean que estam os calumniando al honorable profesor. E ste, con gran
gloría, cita la opinión de B art, según la cual, “ el derecho lleva una existencia
autónoma, aunque no in d ep en d ien te" . P u es es esta “ autonom ía, aunque no inde­
p endencia” la que le im pide al señor K areiev conocer la “ esencia del proceso
h istó rico " . Cómo, precisam ente, se io im pide, lo veremos de inm ediato por los
puntos que siguen en el tex to .
251 E n el fondo, es el mismo proceso sicológico que se está operando aliora
entre el proletariado europeo: la sicología de éste ya se va adaptando a las futuras
relaciones de producción.
252 “ Q u an d’essa comincio/va appen a a nascere nel diciaseitesim o secolo, alcune
n azioni avevano g iá da p iú secoli fio rito colla loro sola esperienza, dia eui poseia
la scienza ricavó i suoi d e t t a m i ( “ S to ria della TScono-mia pu blica in I ta lia etc, ’
Lugano, 1889, p. 1 1 ). ( “ Cuando ésta (la economía p olítica) apenas comenzaba a
nacer en el siglo diecisiete, algunas naciones, en el curso de varios siglos habían
prosperado, apoyadas tan sólo en su experiencia práctica, de la que se valió
después la ciencia para form ular sus prop osicion es". ( “ H istoria de la economía
p olítica en Ita lia , e tc ." , Lugano, 1829, p ág. 11).
J. S. M ili repite: ' ‘I n every dep a rtm e n í o f hum an a ffa ir s P ra ctice long
precedes S cien ce. . . The conception accordin gly, o f poU tical Éco-nomy as a branch
o f Science, is extrernely moclern; bu t th e sit/ujects w ith which i ts -inquiries are
conversant has in all ages n ecessarily co-nstüuted one o f th e chitef pvactical
in terests o f m a n kin d” . “ P rin cipies o f poU tical E con om y” , L ondon, 1843, t. I , p. 1.
( “ En todos los campos de la actividad humana, la práctica antecede en mucho
a la teoría. A sí, pues, la concepción de la economía política, como ram a de la
ciencia, es de data com pletam ente reciente, Pero la m ateria que ella in vestiga, ha
representado, necesariam ente, en todas las épocas, uno de los principales intereses
prácticos de la hum anidad". “ P rincipios ele economía p o lític a " , Londres, 1843,
t. I , p. 1 ).
253 f ‘ R e ctssta a t und S o e ia in m u s’ \ Innsbruclc, 1881, S. S . 12Í-125. ( “ E l
Estado de derecho y el socialism o" , Innsbruck, 1881, págs. 124-125),
254 (E l hombre no es sino sensib ilid ad ).
255 (bellas cau tivas).
“¿56 E llo no les ha im pedido, a veces, temer un poco a los poderosos. A sí, por
ejem plo, K ant, hablando de sí, decía: “ N ad ie puede obligarme a decir algo opues­
to a lo que yo pienso, pero tampoco yo m e decido a decir todo lo que p ien so " .
257 A l probar que las concliciones de vida (les circonstances) in flu yen sobre
los organism os anim ales, Lamarels h ace una observación que será ú til citarla para
evitar m alentendidos: “ E l que tom e m is palabras en su sentido literal, habrá de
atribuirme una opinión errónea. P uesto que no im porta cuáles sean la s condiciones
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 255

ele vida, no provocan en la configuración; ni en el organismo de los animales, nin­


gún cambio directo. Merced a los considerables cambios en sus condiciones de vida,
los anim ales comienzan a sentir nuevas necesidades, d iferentes de la s anteriores.
S i estas nuevas necesidades Jlegan a convertirse en constantes o de duración muy
prolongada, dan vida a nuevos h á b ito s” . Y una vea que la s nuevas condiciones de
v id a . . . dieran nacim iento a nuevos hábitos en los animales, o sea, los lian incitado
a nuevas actividades que se volvieron habituales, como resultado de lo cual, el uso
de unos órganos llega a tener preferencia, m ientras que, a veces, el desuso com­
pleto de otras partes del organism o, las vuelve inútiles. E l uso acrecentado o su
desuso, no pueden dejar de in flu ir sobre la estru ctu ra de los órganos, y, por tanto
de todo el organismo. {L am ar que, PM losopM e zoologiq-ue etc., nouvelle édition par
Charles M artín, 1873, t. 1., p, p. 8-33-884), ‘ Lamarck, F ilo so fía zoológica e tc .” ,
nueva edición de Carlos M artín, 1873, t. I , p ágs. 223-224). D e igu al modo hay que
entender también la in flu en cia de las necesidades económicas y de las otras que
de ellas se derivan, sobre la sicología de un pueblo. Aquí se opera el lento proceso
de la adaptación, como resultado del uso o del desuso; m ientras que nuestros ad­
versarios del materialismo “ económ ico" se vienen figurando que, a juicio ele Marx,
los hombres, ante la aparición de sus nuevas necesidades, reconstruyen, supuesta­
m ente, de inmediato también, de modo intencionado, sus opiniones. Esto, desde lue­
go, se les parece un absurdo. Pero son ellos mismos los que han inventado este ab­
surdo, puesto que Marx no afirm a nada parecido. E n general, las objeciones que
form ulan estos pensadores, nos traen a la memoria el sigu ien te argumento airoso,
esgrimido por un cura en contra de D arw in: “ Darwin dice: arrojad una gallina
al agua, y saldrá palmípeda. Yo afirm o que la gallina, sim plem ente, se ah ogará" .
2 s>s (sobre el golpe de E stad o).
aso ‘ ‘ Deutsch-Fra-nzosisclie JalirM ichar” , P arís, 1844, artículo: l t Zur Icrüilc
der 'RegeUchen P echtsphilosophie, E in leitu n g, p. 8~3-261. ( “ Anuales franco-alema-
n e s” , P arís, 1844, artículo: “ E n torno a la crítica de la filo so fía del derecho,
de H egel. Introducción, pág. 8 2 ). (En “ La sagrada fa m ilia y otros escritos" ,
por (Jarlos M arx-Federico E n gels, Ed. Grijalbo, págs. 12-13, M éxico, 195$).
262 “ PM losopM e d e l ’a r t ” , á&uxiéme édition . P arís, 1872, p. p .- 13-17. ( “ F i­
losofía del a r te ” , ed. 2.a, P arís, 1872, págs. 13-17).
203 ‘PM losopM e de V a rt dan s les P a y s-B a s” , P aris, 1869, p. 96. ( “ F ilo so fía
del arte en los Países B a j o s ” , P arís, 1869, pág. SG).
2M “ N ous subissons l ’influence du m üieu p o litiq u e ou historique, nous su-
'b issons l ’ínfhience du ■milie-u social, nous subissons aussi l ’influence du m üieu p h y-
sique. M as il ne fa u t pas oublier que si nous la subissons, nous pouvons pou rían t
aussi lui resister et vous savez dans doute q u ’ü y en a de m em orables e z e m p le s ...
S i ro u s subissons 1/in flm n ce du m üieu, un pou voir que nous avo-Ks aussi, c ’est de
ne p- « nous laisser fa ire, ou pou r dire encare quelque chose de plus, o 'e st de con­
form ar, c ’est (V adapter le m üieu lui-meme á nos propres conven/m ees” . (F . Brune­
tiére, L ’évólution de la critqu e depvAs la renaissance j'usqu’á nos jo n rs■ P arís, 1890,
p . p. 860-% 6í). ( “ Nosotros estam os stijetos a la in flu en cia del medio político o his­
tórico, estam os sujetos, asim ism o, a la in flu en cia del medio am biente físico. Pero
no ha de olvidarse que, si estam os sujetos a ella, podemos, al mismo tiempo, opo­
nérnosla, y ustedes, por supuesto, conocen memorables ejem plos de e l l o ... S i esta­
m os sujetos al in flu jo del medio ambiente, poseemos tam bién la facultad de no
su jetam os a él. más aún, podemos conformar, adaptar el medio mismo a nuestras
necesidades;. { F. Brunetiére. ( ' Evolución de la crítica desde el Renacim iento hasta
nuestros d ía s” , P arís, 1890, págs. 260-2(31).
26S “ Z u r K r itiis der pdliiisch en OeJconomie” , S. 10, Anmerlting. ( “ Crítica
de la eeonomía p o lítica ” , págs. 25-26, N o ta al pie, Ed. F uturo, B s. A ires, 1945 (N .
del T .).
209 (E l presente párrafo fig u r a solam ente en la prim era edición).
- 70 ( “ la prudencia se ha vuelto insensatez, la bondad, m alicia” ) .
271 L. e. pp. 262-263. (Obra citada, págs. 262-263).
272 (por excelen cia).
274 (conocim ientos).
275 (tercer estam ento).
256 G- PLEJANOV'

2 tc ( a lo la r g o de tocia la lín e a ) ,
278 E n Alem ania, la lucha entre las opiniones literarias, como se sabe, se libró
con muchísima mayor energía, pero allí, la lucha p olítica no había atraído la
atención de los innovadores.
270 (la contradicción es la que hace avanzar),
280 Podría parecer que, ¿qué relación con la lucha de clases puede tener la
historia del arte, por ejem plo, digam os, la arquitectura? Sin em bargo, tam bién
ella está íntim am ente vinculada con esta lucha. Véase E d . Corroier, L ’architecture
goth iqu e (L a arquitectura g ó tica ), sobre todo, la cuarta parte: “ L ’arcM tecture
c iv ile ” . ( “ L a arquitectura c iv il” ) ,
2 8 1 “ H in íro d u it dans le m onde d es idées e l des sen tim en ts, des ty p e s %ou-
vea u x ” . ( “ L ’a rt a% -point de vae sociologiqu e’ P a ris, 1889, p. S I ) . ( “ E l in ­
troduce en el mundo de las ideas y de los sentim ientos, los nuevos tip o s ” . ( “ E l
arte, desde el punto de vista sociológico” , P arís, 1889, pág. 3 1 ),
282 Dicho sea de paso, es solam ente en el sentido form al que existe aquí el
doble carácter de la influencia. Toda reserva de conocim ientos dada, había sido
acopiada, precisam ente debido a que las necesidades sociales incitaron a los hom­
bres a su acumulación, orientaron su atención haeia el correspondiente rumbo.
283 Y h asta qué grado, las propensiones estéticas y los juicios estéticos de to­
da d a se dada, dependen, de su situación económica, lo sabía ya el autor de “ L as
relaciones estéticas entre el arte y la realid ad ” . Lo bello es la vida, — deeía— y
aclaraba su pensam iento con las siguientes consideraciones:
“ L a vida buena, la «vida, tal como ella debe ser», para el pueblo simple, es­
trib a en comer opíparamente, vivir en una buena morada, dormir exuberantem ente;
pero, al mismo tierfipo, el labrador, en su concepción de la «vida» siem pre engloba
tam bién al concepto dei trab ajo; no se puede vivir sin trabajar, sería una vida
tediosa. Resultado de la vid a en abundancia, trabajando rudamente, sin. llegar, no
obstante, a la extenuación, es que el joven labriego o la muchacha aldeana tengan
un color extraordinariam ente fresco en el rostro y rosadas las m ejillas, condición
prim era de la belleza de acuerdo con los conceptos del pueblo sim ple. S i trabaja
mucho teniendo una vigorosa contextura, la muchacha aldeana será suficientem ente
maciza, ésta tam bién es una condición indispensable de una beldad aldeana; la
«bella mujer etérea», mundana, le parece al aldeano, decididam ente, «poco agracia­
da», lo produce incluso una impresión desagradable, puesto que está habituado a
considerar la «flaqueza», como consecuencia de un estado enferm izo o de un
«amargo» pasar, Pero el trabajo no deja engordar: si la muchacha cam pesina es
obesa, es una especie de enfermedad; es un signo de una configuración «floja»,' y
el pueblo estim a un defecto la gran corpulencia; la beldad aldeana no puede tener
pequeñas manos y pies, puesto que trab aja mucho, y de estos atributos de la
belleza tampoco se hace m ención en nuestras canciones populares. E n una palabra,
en las descripciones de una beldad, en las canciones populares no se halla ni un
sólo signo de belleza que no- fuera expresión de una salud florecien te y de un
equilibrio de fuerzas en el organismo, consecuencia habitual de la vid a en su fi­
ciencia, con un trabajo constante y serio, pero no exorbitante. Cosa completam ente
d istinta es la beldad m undana: ya varias generaciones de sus antecesores habían
vivido sin hacer ningún trabajo m anual; con llevar una vida sin trabajar, la san­
gre afluye escasam ente a las extrem idades; con cada nueva generación, los múscu­
los de las manos y de los pies se van debilitando, los huesos se vuelven m ás fin os;
pequeñas manos y pies constituyen una consecuencia inevitable de todo esto, son
el signo de una vida que se parece como tal, solam ente a las clases superiores de
la sociedad, una vida sin trabajo físico ; si una m ujer mundana tien e grandes m a­
nos y grandes pies, es una señal de que está mal conform ada, o que no procede
de una fam ilia demasiado r a n c ia ... La salud, ciertam ente, jam ás puede dejar de
ser apreciada por el hombre, ya que, aun en la abundancia y en el h ijo es m al vivir
cuando se carece de salad, por eso, unas m ejillas rosadas y un frescor floreciente
de salud sigu e siendo algo atractivo tam bién para la gen te m undana; pero un
«stado enferm izo, la debilidad, la flacidez, la languidez, también tienen para la
g en te mundana la cualidad de belleza, tan pronto parezcan ser el resultado d© una
vida ociosa y lujosa. L a palidez, la languidez, el aspecto enferm izo tienen aun otro
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 257

sign ificad o para las gentes mundanas: si el hombre rústico, trabajador, está de­
seando y . busca el reposo y la tranquilidad, las gentes de la sociedad culta, que no
pasan necesidades m ateriales y no tienen cansancio físico, pero que, en cambio, se
sienten aburridas de no hacer nada y de la fa lta de preocupaciones de tipo m ate­
rial, están buscando «fuertes sensaciones, emociones, pasiones», que habrán de dotar
de color, de diversidad, de atractividad a la vida mundana, sin ellos m onótona e in­
colora. Y la s fuertes sensaciones y las im petuosas pasiones hacen que el hombre se
desgaste rápidamente. Y, ¿cómo no decepcionarse de la flacidez y de la palidez do
una beldad, si sirven de señal que esta m ujer y a es v ie ja ? ” . (V éase en la recopi­
lación “ E stética y p o esía ” , págs. 6-8) 285.
284 (con nuestros queridos amigos los enem igos).
286 D ie OrganisaUon der Á rb e it der MJmschheít und die K u n st der Ges-
schichtschreibung S ch losser’s, G ervin ius’s, Dahlmian’s itnd Bruno B a u er’s, von Sse-
liga. Charlottenburg, 1846, S. 6. (S zeliga, L a organización del trabajo de la hu­
m anidad y el arte de la historiografía de Schlosser, Garyinius, Dahlsm an y Bruno
Bauer, Charlottenburg, 1846, pág. 6 ).
287 (“ La sagrada familia” ).
2 SS (el llevar hasta el absurdo).
.2S» “ Di e H elden der Masse. CharalcteristiTcen1 H erausgegeben von Thcodor
O p itz, G-rünberg, 1848, S. <3-7. ( “ Loa héroes de la masa. C aracterísticas” . Editado
por Teodoro Opits?. Grünberg, 1848, págs. 6-7). Aconsejam os mucho al señor M ijai­
lovski que lea esta obra. H abrá de hallar en ella una m ultitud de sus propios pen­
sam ientos originales.
200 Dicho sea de paso, no, no todos: a nadie se le había pasado por la m ente
dejar derrotado a Marx, señalando que “ el hombre está integrado por alm a y
cuerpo” . S I señor K areiev es original en dos aspectos: 1) nadie, antes que él,
discutió de este modo con Marx, 2) nadie, después de él, seguramente, «o habrá
de discutir con él de esta manera, De esta nota, el señor V. V. podrá ver que sa­
bemos rendir pleitesía a su “ p rofesor” .
292 (Materia sensible).
236 (“ Nueva Gaceta Renana” ) .
207 ( “ E l dieciocho Brumario de Luis B on ap arte” ).
209 “ A lie diese versckiedenen Z ioeige der Enwiclcelungsgesokiohte die j e t zi­
nc oh teü w eise ioeit auseinanderliegen und die von den verschiedensten em pirischen
Erhenntnisquellen ausgegangen sind, w erden von j e t s t om, m it dem steigenden Be-
w usstsein ihres einheitliclien Zusam m enhhnges sich hoher entwiclcehi. A u f den
verschiedensten em pirisohen W egen wandelnd und m it den m a n n igfattigsten M etho-
den a ro eiten d w erden sie doch alie au f ein und dasseXbe Z ie l hinstreben, au f das
g rosse E n d ziel einer universalen m onistisclien Entw iclcehm gsgeschicM e ’ \ (E . Mae-
clcel, “ Z ie le und W&ge der hev-tigm Entw io'kelungsgesticM cM e” . Jena, 1875, S. 96).
( “ Todas estas diversas ramas de la historia del desarrollo que aún hoy d ía están
d istan tes una de la otra y que proceden de las más diversas fuentes delconoci­
m iento, habrán de recibir desde hoy en adelante un desarrollo m ás superior, en re­
lación con la creciente conciencia de los lazos que la s unen. Marchando por los
más diversos senderos empíricos y empleando los m ás variados m étodos, habrán
de tender, de todos modos, a un solo objetivo, a l gran objetivo fin a l: una historia
m onista universal del desarrollo-". E. Kaeclcel, “ F in es y vías de la historia con­
temporánea del desarrollo” , Jena, 1875, pág. 9 6 ).
300 “ Russkoie B o g a tstv o " , enero 1894, sec. I I , págs. 105-106.
301 ( “ En torno a la critica de la economía p o lítica ” ).
303 ( “ B l origen de las esp ecies” ) .
304 (E l arte es largo, y nuestra vid a es corta).
306 E s interesante que los adversarios de Darwin venían afirm ando durante
mucho tiem po, y aun hasta hoy día no han dejado de hacerlo, que la teoría de este
natu ralista adolece, precisamente, de un “ Monte B la n co ” de hechos probatorios. En
este sentido, eomo. se sabe, se pronunció Virchow en el Congreso de naturalistas y
m édicos alem anes, celebrado en Munich, en septiem bre de 1877. Haeekel, contestán­
dole, hizo notar justam ente que si la teoría de Darwin no es probada por los he­
258 G. PLEJANOV

chos que y a conocemos, ningún nuevo hecho habrá de decir nada en favor de
esa teoría.
30T 1‘ B usskoie Bog&tstvo ’ enero 1S94; secc. I I , págs. 115-116.
308 ( “ L a comuna urbana a n tig u a ” ) .
S09 V éase su libro “ D u d ro it de p ro p riété á Spo/rte” . ( “ Acerca del derecho
de propiedad en E sp a rta ” ) . A nosotros, aquí, nos es com pletam ente indiferente
la opinión, que, entre otras cosas, contiene este libro con respecto a la historia, de
la propiedad prim itiva.
■310 “ 11 est assez visib le pou r quicongue a observé le d éía il (precisam ente, el
d éta ü , señor M ijailovsk i) e t les tex tes, que ce sou t les in té ré ts m atéritels fie plu s
g ran d nom bre q-ui en ont étá le vra i m o b ile” , ete. ( “ S is to v r e , des m stitu tio n s poli-
tiqu es de Vancienne France. L es origines du systém e féo d a V ’, F arris, 1890, y . 94) ,
( ‘ ‘ E s harto evidente para el que estudia los hechos en sus detalles concretos [pre­
cisam ente, en sus detalles concretos, señor M ijailovski] y los textos, que fueron pre­
cisam ente ios intereses m ateriales de la m ayoría de los hombres la verdadera causa
m o triz” , etc. [ “ H istoria de la s instituciones p olíticas de la antigua Francia. El
origen del sistem a fe u d a l” , P arís, 1890, pág. 9 4 ] ) .
312 “ Kusskoie B o g a tstv o ” , enero 1894, sec. I I , p ág. 117.
215 E n lo que hace a la aplicación de la b iología para resolver la s cuestiones
sociales, estas “ nuevas p alab ras” del señor M ijailovski, se remontan, como hemos
v isto, por su “ tip o ” , a la década del 20 del presente siglo. ¡Son m uy respetables
m atusalenes estas “ nuevas palabras del señor M ijailovski! E n estas palabras, “ la
in telig en cia rusa y él espíritu ru so ” , verdaderam ente, “ re p ite n v ie ja s lecciones
aprendidas y , ¡'mienten d o b lem en te!’ *.
s i s Idem , pág. 108.
S20 Idem , págs. 113-114.
321 (por especialid ad ).
322 (certificad o de pobre).
323 (la razón es, en últim a instancia, la que habrá de triu n fa r).
324 Montesquieu dijo: dado un medio geográfico, están dadas las peculiarida­
des de la unión social: en un medio geográfico sólo puede existir im despotism o,
en otro, únicam ente pequeñas sociedades republicanas independientes, ete. N o, re­
p lica V oltaire, en uno y el mismo medio geográfico, con el correr de los tiem pos,
aparecen diversas relaciones sociales, por lo tanto, el medio geográfico no ejerce
in flu en cia sobre el destino histórico de la hum anidad: todo radica en la s opinio­
nes de los hombres. Montesquieu veía un. aspecto de la antinom ia, V oltaire y sus
correligionarios, el otro. E sta antinom ia solía resolverse solam ente por la in ter­
acción, E l 'm aterialism o dialéctico reconoce, como vemos, la existencia de la inter­
acción, pero, adem ás, la explica señalando el desarrollo de la s fuerzas productivas.
L a antinoom ia que los enciclopedistas, en el m ejor de los casos, sólo podían escon­
der en el bolsillo, es resuelta de un modo m uy sencillo: tam bién aquí, la razón d ia­
léctica se m uestra in fin itam en te m ás vigorosa que el sen tido común (e l “ entendi­
m ien to ” ) de los enciclopedistas,
325 Después de todo lo dicho es evidente, así lo esperamos, la actitu d de la
teoría de Marx ante la teoría de Darwin. E ste había logrado resolver la cuestión
relativa a cómo se originan la s especies vegetales y anim ales en la lucha por la
existencia. Marx acertó a solucionar el problem a referente al origen de la s diferen­
tes form as de relaciones sociales, en la lucha de los hombres por su existencia. La
investigación de M arx comienaa, lógicam ente, allí donde, justam ente, term ina la
de Darwin. L os anim ales y los vegetales se hallan b ajo el in flu jo del m edio físico.
E n cuanto al hombre, como ser social, e l m edio físico in flu ye sobre él, por inter­
medio do la s relaciones sociales que brotan sobre la base de las fuerzas producti­
vas, las cuales se habrían desarrollado, originariam ente, en form a m ás o menos
acelerada según el medio físico. Darwin exp lica el origen d e la s especies, no por
una tendencia al desarrollo supuestam ente in n a ta al organism o animal, como y a lo
había hecho Lamarck, sino por la adaptación del organismo a la s condiciones que
se hallan fuera de él; no por la n atu raleza del organism o, sino por el in flu jo de la
n atu raleza exterior. Marx explica el desarrollo histórico de la hum anidad, no por
la n atu raleza del Ttombre, sino por la s particularidades de las relaciones sociales
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 259

que existen entre los hombres, las cuales brotan por la acción que el hombre social
ejerce sobre la naturaleza exterior. E l espíritu de investigación de ambos pensa­
dores es, decididamente, uno y el mismo. E s por eso que se puede decir que el mar­
xism o es la aplicación del darwinismo a la s ciencias sociales (sabem os que, crono-
lógicam ente, esto no es así, pero eso no es lo im portan te). Y esta es su única apli­
cación cien tífica , puesto que las deducciones que del darwinismo habían sacado al­
gunos escritores burgueses, no fueron en su aplicación cien tífica al estudio del
desarrollo del hombre social, sino una sim ple u topía burguesa, una prédica moral
de contenido no bello, igu al como los señores su b jetivistas se dedican a las prédi­
cas de contenido bello. Los escritores burgueses, invocando a Darwin, en realidad,
habían recomendado a sus lectores, no los m étodos cien tíficos de D arw m , sino sola­
m en te los in stin to s bestiales de los anim ales que Dar-cvin había estudiado.. Marx
concuerda con D'arivin, los escritores burgueses concuerdan con las fieras y los m i-
m ales que D w w in había estudiado.
■326 (¡ta n to podemos, cuanto sab em os!).
■327 Em pleam os el término de ‘ ‘ m aterialism o dialéctico ’ que es el único
que puede dar una caracterización correcta de la filo so fía de M arx H olbach y
H elvecio fueron m aterialistas m etafísicas. Combatían al idealism o m eta físico. Su
m aterialism o cedió el lugar al idealism o dialéctico, que, a su vez, fu e vencido por el
m aterialism o dialéctico. La expresión “ m aterialism o económ ico” es extrem ada­
m ente desacertada. Marx jam ás se había calificado de m aterialista económico.
•32S (A l principo fue la acción).
329 “ L a vida social es, esencialm ente, p ráctica. Todos los m isterios que dis-
sorrían la teoría hacia el m isticism o, encuentran su solución racional en la prác­
tica humana y pn la comprensión de esta p rá ctica ” . (M arx) 239a.
®30 (Luí!, más lu z ).
331 “ M it der Gründlichheit der geschchtlicJien A ctio n w ird der TJmfang der
M as se Buneh?nen, der en A c tio n sie i s t ” . M arx. “ D ie H ilig e F a m ilie” . S. 120.
( “ Con la profundidad de la acción histórica aumentará, por tanto, el volumen
de la m asa cuya acción e s ” . Maree, “ L a Sagrada F a m ilia ” , pág. 148, Ed, Gri-
jalbo, M éjico, 1958. [N . del T. ] ) .
833 jy-. Sieber, “ A lgunas observaciones a raíz del artículo delseñor lu . Zhu-
k o sv k i” , “ Carlos Marx y su libro relativo alc a p ita l” ( “ Memorias p a tr ia s” , 1877,
noviem bre, pág. 6 ).
334 ( “ E n torno a la crítica de la econom ía p o lítica ” ).
335 ( “ E n torno a la crítica ” ) .
336 Obras de N. K . M ijailovski, t. I I , pág. 356.
■337 E n este pasaje, Marx expone su concepción m aterialista de la historia,
333 íd em , págs. 353-354.
339 Idem , pág, 357.
340 Idem , págs. 357-358.
341 (E n resumidas cu en tas).
3á2 “ Russkoie B o g a tstv o ” , febrero 1894, secc. I I , págs. 150-151.
1343 E l mismo artículo, pág. 166.
344 “ Bosquejos del período gogolia.no de la literatura ru sa ” . San Peters-
burgo, 1892, págs. 24-25.
318 “ Di e B elden des deutschen K o m m im ism u s’ ’, Bern, 1848, S. 81. .(“ Los
héroes del comunismo alemán ’ ’¡ Berna, 1848, pág. 21 ).
549 Ibid., p. 22. (Idem ,, pág. 2 2 ),
350 ( “ los reidores” ).
«52 ib id ., p. 22. (Idem , pág. 22).
333 (sin saberlo ellos m ism os).
355 “ Russkoie B o g a tstv o ” , diciembre 1893, secc. I I , pág. 189),
35~ En este borrador de esbozo de una carta, que fu e elaborado d efinitiva­
m ente, Marx no se dirige al señor M ijailovsk i, sino al director de “ Memorias
P a tr ia s” . Marx habla del señor M ijailovski en tercera persona,
•359 (R íe bien el que ríe ú ltim o).
3tío V éase el artículo “ Carlos Marx ante el juicio del señor I. Zhukovski” ,
“ Memorias p a tr ia s’-’, octubre, 1877. “ E n el sexto capítulo de « E l Capital», hay
260 G. PLEJANOV

mi apartado que lleva por título ‘ 1La llam ada acumulación originaria ’ \ A llí Marx
tuvo en vista el bosquejo histórico de los primeros pasos del proceso cap italista
de producción, pero dio algo que es muchísimo m ás; toda una teoría filo só f ico-
h istó rica " . E sto, repetimos, son fru slerías: la filosofía histórica de Marx está
expuesta en el prefacio — no comprendido por el señor M ijailovsld—• a “ Z u r K ritü c
d er politischen O elconom-ie’ ( “ E n torno a la crítica de la economía p o lític a ” ) ,
en form a de ‘ ‘ unas cuantas ideas sintetizado ras, vinculadas entre sí del modo
m ás ín tim o " . Pero esto es sólo de paso. E l señor M ijailovski se ha dado maña
en no comprender a Marx hasta en lo que concierne a la form a ' ‘o b lig a to ria "
del proceso cap italista para Occidente. V io en la legislación fab ril u n a “ enm ien­
d a " a la inexorabilidad fa ta l del proceso histórico. Figurándose que, según Marx,
“ lo económ ico” actúa de por sí mismo, sin ninguna intervención de los hombres,
procedió consecuentem ente al ver una enm ienda en cada intervención de los
hombres en el curso de su proceso de producción. Sólo que no sabía que, según
Marx, esta intervención misma, en cada una d e sus form as dadas, es un produc­
to inevitable de las relaciones económicas dadas. Vayan a discutir acerca de
Marx, con gentes que se empeñan en no comprenderlo, ¡con una constancia digna
de m ejor causa!
se l (el maestro d ijo ).
367 ( “ sufrir hambre y morir de h a m b re " ).
372 (vuestro caso).
376 (U nión aduanera).
378 “ Der G esellseh aftssp iegel" , B an d I, S. 78, ( “ Espejo de la socied ad " ,
t. I, pág. 7 8 ). Correspondencia desde W e stfa lia .
381 “ Der G esellsch aftssp iegel" , B and I, S, 86. N otizen und Wachrichten.
( “ Espejo de la sociedad, t. I, pág. 86, N otas y n oticias).
382 Véase el artículo de H ess en el mismo tomo de esta voluminosa revista,
pág. 1 y siguientes. Confronte tam bién “ Ne ue A n ek d o ten ’ ’, herausgege'ben von
Cari Grün, Darm stadt, 1845, S. 220. ( “ N uevas an écd otas" , editadas por Carlos
Grün, Darm stadt, 1845, pág. 220). En Alem ania, por oposición a Erancia, a la
lucha contra el capitalism o so dedica tam bién la m inoría culta y “ asegura el triu n ­
f o sobre é l ” .
383 (organización del trab ajo).
384 ( “ Espejo de la so c ied a d " ).
385 ( “ Acerca de las necesidades de las clases trabajadoras y las tareas de
las asociaciones para m ejorar la situ a ció n " , Berlín, 1845).
886 ( “ Espejo de la sociedad").
388 (p o r e x c e le n c ia ).
389 Hombres como los N.-on los hubo muchos en la Alem ania de entonces,
y de las más variadas tendencias. Lo m ás form idable de todo, puede ser, que los
hubo de tendencias conservadoras. A sí, por ejem plo, el doctor Carlos V ollgraf,
ordentlicher P ro fessor der JRechie (Profesor, titular en D erecho), en un folleto
que lleva un título extraordinariam ente largo ( “ Von derií Hiter und untar ihr
no,tum o th w en diges M ass erveiierte-n im d he-ral»gedrtiickien Concurren^ in alien
Nahrungs-und Br-werbszweigen des bürgerl-iclien L ebens, ais der nachsten Ursache
des oMgemeinen alie K lassen m ehr Oder w en iger driiclcenden N oth stan des in
1Jeutschland, insonderheit des Getreidewuc.h.ers, sow ie von den M itteln zu ih rer
A b s te llu g ” . D arm stadt, 1 848). ( “ Acerca de la competencia en todas las ramas
de la producción de objetos alim enticios y en todas las ramas industriales que
atienden las am plias necesidades de la población, — competencia que rebasa los
marcos naturalm ente necesarios o que no los alcanzan—, como la causa m ás pró­
xim a de la necesidad general en A lem ania, que presiona más o menos sobre todas
las clases, en particular, como también de la causa de la usura cerealista, asim is­
mo acerca de las medidas para elim in arla" , Darm stadt, 1S48) pintó la situación
económica de la “ patria alem an a" , sorprendentem ente idéntica a cómo está pre­
sentada la situación económica rusa en el libro ‘ ( Esbozos de nuestra economía
social desde la R eform a". V ollgraf tam bién presentó la cosa como si el desarro­
llo de las fuerzas productivas y a condujera, “ bajo el in flu jo de la libre concu­
rren cia " , a la reducción relativa del número de los obreros ocupados en la in ­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 261

dustria. Con m ás pormenores que Buhl, p in ta la in flu en cia que el desempleo ejer­
ce sobre el mercado interno. Los trabajadores de una rama industrial son a la
vez los consumidores de los productos de las otras ramas, pero, puesto que el
desempleo priva a los productores del poder adquisitivo, la demanda va dism i­
nuyendo, a consecuencia de lo cual, el desempleo se vuelve universal y aparece un
completo pauperismo ( volliger P auperism u s) . . . “ Y pu esto que los cam pesinos se
ven arruinados, como resu ltado de la desm esurada com petencia, se produce un es­
tancam iento com pleto en los negocios. E l organism o social se va desintegrando,
sus procesos fisio ló gicos d m m argen a la aparición de una m asa sa lva je, y
ham bre provoca en esta m asa una efervescencia, contra la cual se ven im poten tes
la represión esta ta l y hasta las a rm a s” . L a libre concurrencia lleva, en el campo,
al desmenuzamiento de las parcelas de los campesinos. E n ninguno de los hoga­
res cam pesinos, la fu erza de tra b a jo halla su ficien te empleo durante todo el año.
A sí, pues, en m illares de aldeas, sobre todo en la s localidades de tierras poco
fértiles, casi com pletam ente como en Irlanda, los cam pesinos pobres se encuen­
tran, sin trabajo y sin ocupación, a las puertas de sus casas. N inguno de ellos
está en condicones de ayudar a su prójim o, y a que todos poseen demasiado poco,
todos necesitan un salario que ganar, todos están buscando y no encuentran tra­
b a jo ” . V ollgraf, por su parte, ideó una serie de " m e d id a s5’ para luchar contra
los efectos destructivos de la “ libre concurrencia”', aun cuando no en el e s p í­
ritu de la revista socialista “ D'er G esellsch aftsspiegel’ \ ( “ E spejo de la so­
ciedad” ) .
580 ( “ Con la profundidad de la acción histórica aumentará., por tanto, el
volumen de la masa cuya acción e s ” ).
■391 ( “ hechos sin el dueño” ).
302 (por excelencia).
£96 ‘ ‘ Eusskoie B o g a tstv o ” , octubre 1894, secc. I I , pág. 50.
sst íd em , p ágs. 51 y 52.
399 ( “ F ilo so fía de la h isto ria ” ) .
401 (gen eralid ad).
402 (particularidad o singularidad).
403 (gen eralid ad).
407 “ Rnsskoie B o g a tstv o ” , cuaderno I, 1895, artículo “ L iteratura y v id a ” .
409 (H a y una m edida en las cosas).
■lio ( . . . Y e o y apruebo lo m ejor, y ¡sigo lo p eo r!).
411 (L a razón, en últim as cuentas, resulta tener siempre razón).
413* (valeroso cornbatiente),
41^ Citamos según la versión rusa hecha por el señor Chizhov (págs. 191
y 192).
41(3 E n el tercer cuaderno de ‘ ‘ Busskaia M y sl' 1, el señor com entarista si­
gue defendiendo esta opinión,- aconsejando, además, a los discordantes se f ija ­
rán ‘ ‘ aunque no sea m ás ’ en la versión rusa de 1‘ H istoria de la F ilosofía Mo­
d ern a” , de U berw eg-íleinze. ¿Por qué no puede el señor com entarista fijarse
“ aunque no sea m á s” , en el propio H egel?
417 ( “ Ciencia de la ló g ic a ” ) .
421 ( “ L a subversión de la ciencia por el señor Eugenio D üh rin g” ) .
422 “ Eusskoie B o g a tstv o ” , 1895, enero, secc. I I , págs. 140-141.
423 ( “ L a subversión de la ciencia por el señor Eugenio D ü h rin g” ).
424 (Lo que está perm itido a! buey, no le está perm itido a J ú p iter),
423 (L a moral de la h istoria).
426 (Tom ó su bien donde lo h alló).
427 ( “ Ludwig Feuerbach” y “ L a subversión por D ü h rin g” ).
429 Sí, j esto tam bién a su propia manera especial, a consecuencia de lo
cual Louis Blanc desempeñó un papel tan deplorable en 1848. Entre la lucha de
clases, tal como la entendía, “ p o ste rio rm en te” , Marx, y la lucha de clases, según
Louis Blanc, dista todo un abismo. E l hombre que no se percibe do ello se parece
totalm ente al sabihondo que no notó al elefante en su v isita por el jardín zoo­
lógico 422“.
430 A cotación a la edición de 1905.
262 0. PLEJANOG

431 En su calidad de idealista de categoría inferior (o sea, no dialéctico)


Louis Blanc tuvo, por supuesto, su propia “ fórm ula áe progreso” , que, no obs­
tante toda su ¿' insignificancia teórica” , no está peor, cuando menos, de la ‘•'fór­
mula de progreso ’ ’ del señor Mijailovsld.
432 (Cada cual con su gusto).
434 “ Wissenschaf t der Logiíc” , Vorrede, S. 1. ( “ Ciencia de la lógica” ,
Prefacio, pág. 1).
4SD ' ‘Die Phanomenologie des G eistes” , Vorrede, S, X X III. (“ Fenomeno­
logía del Espíritu” , Prólogo, pág. X X III).
436 (Sin palabras de más).
* 437 ( “ Pueden ser comparados con. los animales que escucharon todos los
sonidos do cualquier obra musical, pero a cuyos sentidos no llegó lo principal: la
armonía ele estos sonidos".
438 (“ La Sagrada Familia” ).
439 Á propósito, si el señor Mijailovsky tiene deseos de informarse, aun­
que sea en. parte, finalmente, cuál ha sido el significado histórico de la “ meta­
física” de Hegel, le recomendamos eche una lectura al muy popular y, en su
época, muy célebre, librito “ Die Posatme des jiingsten Gerichts iiber Hegel, den
Atheisten und Antichristen” . ( “ El toque de clarín del terrible tribunal sobre He­
gel, el ateísta y el antieristo” ). Muy buen librito 439a.
441 ( “ Lecciones de lústoria de la filosofía” ).
442 (Acotación a la edición de 1905). Por otra parte, en lo que hace el ma­
terialismo, hizo notar lo que sigue: “ Dennoch mu$s m an in dem M aterialism os
d a s begeiatem n gvolle S treben anerTcennen. iib er den moeierlei W elten ais gleieh
su b sta n tiell und w áhr cmneJtmenden D u alism u s hina-usisugehen, diese Z erreism n g
res vrspriin glich Binen a u fm h e b e n ” . ( “ E n sy ld o p d d ie ” , D ritte r Theil, 8 . .54).
( “ Sin embargo, cabe reconocer en el materialismo la tendencia, colmada de en­
tusiasmo, a rebasar los marcos del dualismo, el cual reconoce una igual sustancia-
lídad e igual veracidad a dos mundos diferentes, y a eliminar este destrozo de
lo, originariamente, único ” . “ Enciclopedia ’ Tercera parte, pág. 54).
443 ( ‘ ‘ Filosofía del derecho ’ ’).
444 ( “ Filosofía de la historia” ).
445 (la razón, en últimns cuentas, siempre resultará estar en lo justo).
440 (concepto carente de sentido y de contenido).
44? Hegel, Enciclopedia, parte I, págs. 79-80, párraf. 44.
44¡) ( “ Acerca de la grandeza y el poder de su espíritu, el hombre no puede
pensar con suficiente exaltación” ). “ GesoMohte der Philosophie ’ I, 6. ( “ Histo­
ria de la filosofía” , I, 6).
-150 (Habéis llegado demasiado tarde).
4eu (Justamente a tiempo).
452 Recopilación, pág, 207.
•!">» (Acotación a la edición de 1905). Nuestros adversarios, tienen, una muy
buena oportunidad para atraparnos en una contradicción: por un lado decimos
que la “ cosa en s í” kantiana es una mera abstracción, y, por el otro, citamos,
elogiando, al señor Sechenov, quien habla acerca de los objetos, tal como ellos
existen en sí, independientemente de nuestra conciencia. Las gentes entendidas,
desde luego, no verán ninguna contradicción, pero, ¿hay muchos entendidos entre
nuestros adversarios?
4.ví ( “ Una investigación a fondo de la naturaleza, por sus propiasconse­
cuencias, rebasa los marcos del materialismo” ).
435 Th. Hvodey, Hume. 8a vie, so philosophie, p. 108. (T. HuxVey, “ Hume,
su vida y su filosofía” , pág. 108),
456 ( “ Continuaré armando escándalos, como lo requieren los negocios” ).
45“ ( “ Opiniones filosóficas, literarias y económicas” ),
458 Obras de Mijailovski, t. Y, pág. 2,
459 (Gobernar es prever).
460 “ De entre más de un centenar de investigaciones estadísticas yotras
que se hicieron durante los últimos veinte años, aproximadamente —dice el se­
ñor N.-on—, no tuvimos la oportunidad de encontrar algunas, cuyas deducciones
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 263

fuesen, en algo, concordantes con las conclusiones económicas de los señores Bel­
tov, Struve y Skvortsov ’ \ Los autores de las investigaciones a los que ustedes
señor N.-on aluden, suelen formular dos clases de deducciones: una, de confor­
midad con la verdad objetiva y que reza que el capitalismo se está desarrollan­
do y que los ‘‘fundamentos" vetustos se están viniendo al suelo; la otra, ' ‘sub-
je tiv a ” , que se reduce a que el desarrollo del capitalismo podría detenerse, sí,
etc., ete. En corroboración de esta últim a conclusión, jam ás se citan, sin embargo
ningún dato, de modo que sigue siendo una deducción de meras palabras huecas,
pese a la mayor o menor abundancia de material estadístico en. las investigaciones
con las que la mencionada conclusión suele adornarse. Los “ Bosquejos” del señor
N.-on adolecen de la misma debilidad; de una, por así decirlo, anemia de con­
clusión “ s u b j e t i v a En realidad, ¿que ‘' análisis ” puede corroborar el pensa­
miento del señor N.-on acerca de que nuestra sociedad podrá organizar ahora mis­
mo la producción? Tal análisis no existe.
4Gí¡ No nos explayamos mayormente acerca del libro del señor P. Struve,
dado que dicho libro no es del agrado del señor N.-on. Pero en vano se empeña
éste en desva lorizar terminantemente el mencionado libro. En la disputa con el
señor N.-on, el señor Struve sabe más que bien volver por sí. En lo que hace al
“ análisis’' propio del señor N.-on, dejando de lado los lugares comunes, resta
de él muy poco cuando se lo quiere ' analizar ’ ’ desde el ángulo de miras de Marx.
Es de esperar que tal análisis no habrá de dejarse aguardar mucho tiempo más.
464 (‘'mamaíta’ ’)•
«5 (“ papaíto” ).
4C7 (“ pa paito” ).
4G71 La palabra rusa ‘‘proizvoditel' ’ es parónima y tiene dos significados:
1) “ productor” , y 2) “ caballo semental” , o “ grullo” . (N. del A.).
¿ss (Acotación a la edición de 1905). Hago recordar las palabras, citadas
anteriormente, de Puerbaeh acerca de cuál es, precisamente, el punto de vista que
distingue al hombre del mono.
wo (“ La ignorancia está menos distante de la verdad, que el prejuicio” ).
471 (verdad).
472 (p reju icio).
(ig n o r a n c i a ) .
474 (Que el Señor sea con vosotros).
R E F E R E N C IA S

l **Contribución al problema del desarrollo do la concepción monista de la


historia ’J. — Este libro, el mejor de los trabajos marxistas de Plejanov, llevaba,
al principio, por título “ Nuestras discrepancias, Segunda parte” , y fue desti­
nado a publicarse ilegalmente. Sin embargo, ante las posibilidades que se pre­
sentaron de editarlo de una manera legal, se desistió de dicho título, por cuanto
éste hubiese puesto, de inmediato, al densudo, ante las autoridades policales za­
ristas, al autor de la obra. (Véase la explicación en la referencia siguiente N.° 1*.
[N. del T .]). El libro en cuestión, ya con el título que lleva actualmente, o sea
1‘ Contribución al problema del desarrollo de la concepción monista de las histo­
ria” , apareció en enero de 1895, bajo el seudónimo de 'Beltov. La historia de este
libro, hace relativamente poco que se ha descubierto a través de los elementos
que se conservan en el archivo de Plejanov: fragmentos de versiones redactadas
originariamente, pruebas de imprenta corregidas de la composición tipográfica,
ya hecha en el extranjero, y otros materiales desconocidos anteriormente. (Véase
“ Herencia literaria de G-. V. Plejanov” , recopilación IV, ed. rusa).
No carece de interés hacer notar que el primer capítulo que Plejanov había
escrito, para esta obra, fue un resumen referente al problema de la aplicación
del marxismo en Rusia y acerca de la opinión del propio Marx con respecto a
este problema, emitida en su célebre carta enviada a la Redacción de “ Memorias
Patrias” . Al revisar el archivo de Plejanov, se hallaron las dos versiones ori­
ginarias de este capítulo, escritas, según todos los datos, a fines de 1892 y pre­
destinadas para su inserción en una revista legal. Pléj anov tenía el propósito • de
publicarlo en el “ Mensajero del Norte” , cosa que no logró. En una versión, este
capítulo lleva por título el de “ Un extraño malentendido” , en la otra, “ Un
pequeño malentendido” . Este capítulo no vio la luz pública por aquel entonces,
y se publieó, por primera vez, ya después de la muerte de su autor, o sea, en
1937, en “ Herencia literaria de Or. V. Plejanov” , recopilación IV.
.El presente trabajo se edita según el texto del séptimo tomo (1925) de las
Obras de Plejanov, verificado, para la presente edición, con la primera, de 1895,
y la segunda, de 1905.
Ia El libro “ Nuestras discrepancias” fue escrito por Plejanov en el ve­
rano de 1884 y editado al principio de 1885. Engels tuvo en muy alto aprecio-
este trabajo teórico de Plejanov, habiéndolo manifestado así en su carta dirigida
el 23 de abril de 1885 a Y. I, Zasulich. El propio Plejanov atribuía una signi­
ficación especial a este libro, como la etapa más importante en la lucha ideoló­
gica contra el populismo. Esta obra apareció legalmente, como tercera entrega de
la “ Biblioteca del socialismo contemporáneo” , habiendo sido el segundo, después
del folleto “ El socialismo y la lucha política” , gran trabajo teórico del grupo
“ Emancipación del Trabajo” . Diez años después de su aparición, Plejanov hizo
dos tentativas de publicar con el mismo título y como su segunda parte, sus
nuevas obras, esta vez enderezadas ya contra los populistas liberales, Mijailovski,
Vnrontsev y otros. Pero como estas dos obras habían aparecido legalmente,
Plejanov, para no poner al descubierto la identidad del autor, tuvo que darles
266 G. PLEJANOV

otros títulos ( ' 1Contribución al problema del desarrollo de la concepción monista


de la historia" y “ La fundamentación del populismo en las obras del señor
Vorontsov (Y. V.) ", Más tarde, habiéndose manifestado en contra de los epí­
gonos del populismo, los social revolucionarios, Plejanov tuvo otra vez la intención
de utilizar este título para el folleto que había escrito contra ellos. Pero, este fo­
lleto quedó inacabado y apareció en forma de varios artículos, con el títulode
“ El proletariado y los campesinos", en el periódico “ Iskra" ("L a Chispa"),
(números 32-35 del año 1903).
2 La proximidad de la revolución de 1905 ofreció la posibilidad de publicar
una segunda edición de llibro en Rusia. La segunda edición de esta obra que se
pensaba publicar en el extranjero, tampoco apareció. Durante este intervalo, en
1904, falleció Mijailovski, adversario principal, contra el eual Plejanov liabía
dirigido sus flechas polémicas. Tanto la edición de 1905, la segunda, como asi­
mismo la tercera, aparecida en 1906, se publicaron sin ninguna modificación
sustancial. En el ínterin liabía madurado la necesidad de hacer algunos comple­
mentos a la primera edición, tema al eual se refiere Plejanov en su carta del
9 de febrero de 1904, dirigida al grupo de simpatizantes en Berna del Partido
Obrero Social Demócrata Buso. (Yéase “ Herencia literaria de G. V. Plejanov",
recopilación IV, 1937, pág. 203). En el archivo de Plejanov se ha conservado un
interesante documento, un borrador sucinto que contiene los bosquejos de tales
complementos, una serie de alusiones que habían de ser desarrolladas más am­
pliamente en eí libro de Beltov, Este documento, en forma descifrada, está pu­
blicado en la “ Herencia literaria de G. V. Plejanov", recopilación IV, págs.
203-236 En los comentarios de la presente edición, transcribimos algunos de estos
complementos.
4 Véase la referencia al Anexo N.° 2, “ Unas cuantas palabras a nuestros
adversarios", de la presente edición, Referencia N.° 406.
5 Se tiene en vista el artículo de N. Kudrin ‘' En las alturas de la verdad
objetiva", que constituye un comentario al libro de Beltov; se publicó en el W.° 5
íle “ Russfcoie Bogatstvo" de 1895, págs. 144-170.
0 Kudrin reprocha a Beltov (a Plejanov) de “ haber tomado la cita de
Plutarco, no en el texto original de este pensador, sino que dio, casualmente, con
una mala traducción de ella, publicada en cualquier librito” (pág. 146).
7 .V. Beltov, pseudónimo literario que Plejanov emplea para el presénte
libro.
8 El artículo de N. K. Mijailovski que se cita aquí y más adelante, se publicó
en “ Russkoie Bogatstvo", de 1894, N.° 1, como el primero de una serie de sus
artículos, publicados bajo el título general de “ Literatura y vida", fue uno de
los primeros artículos con el que los populistas liberales habían iniciado la campaña
contra los marxistas.
is El libro de V. V. (Vorontsov), “ Los destinos del capitalismo en Rusia",
apareció en 1882. Recopilación de “ Resumen de la investigación económica de
Rusia según los datos de la estadística territorial, t. I, La comuna agraria",
en 1892.
19 La época de la Restauración de los Borbones en Francia, comprende los
años 1814-1830, desde la subida al trono de Luis XVIII, hasta la revolución de
julio de 1830.
22 Hegel habla de los materialistas franceses del siglo XVIII, en el tercer
libro de sus “ Lecciones de historia de la filosofía". (Véase, S&gel, Obras, t. XI,
ed. rusa de 1935, Ed. social del Estado, págs. 381-399).
50 Ig lesia anglicana , La Iglesia oficial de Inglaterra, apareció en el siglo
XVI, como resultado de la Reforma realizada por el Poder real, interesado en
subordinar la iglesia y consolidar el Estado absolutista.
Presbiterianos, los partidarios del calvinismo en Inglaterra y Escocia, que
estuvieron en la oposición a la iglesia oficial anglicana. Los presbiterianos repre­
sentaban los intereses de la gran burguesía y desempeñaban un papel notable en
la revolución burguesa inglesa del siglo XVIL
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 267

32 W higs. Partido político inglés, apareció en 1679-1682, se apoyaba en los


altos círculos financieros, la aristocracia agraria aburguesada y el capital mer­
cantil; desempeño un gran papel en la revolución de 1688-1689. Hacia mediados
del siglo XIX se transformó en el partido liberal.
34 , F . A . M ign et, H isto ire de la révohition. frangaise depuis 1789 ju s q u ’ev,
1184, P a ris, 1824. {F . A . M ign et, Historia de la revolución francesa, desde 1789
hasta 1814, París, 1824). Hay varias ediciones rusas.
s s F. P . G. Guizot) “ H isto ire genérale de la eivilisation en E u rope ’ o
“ H isto ire genérale de la eivilisation en F ra n ce ’ \ (F . P. G, G uizot, “ Historia de
la civilzación en Europa” , e “ Historia de la civilización en Francia” ).
41 Véase A gu stín T hierry, Ensayo de historia del origen y los éxitos leí
tercer estado (X T h ierry , Obras escogidas, Ed. soc. del Estado, 1937, págs. 1-204).
45 Véase A g u stín T h ierry , La conquista de Inglaterra por los normandos,
Moscú, 1900, págs. 51 y 35,
46 Estos pensamientos, Condoreet los desarrolla en el libro “ JSsquise d ’un
ta b lea n M storique des progrés l ’e sprit M m a in ” , t. 1-2, París, 1794, al que Plejanov
alude reiteradamente también en otros trabajos. (Véase Condoreet , Esbozo áe un
cuadro histórico del progreso de la razón humana, 1936),
40 F . A m a u d , l ’abbé, Discours, prononcé dans l ’A cadém ie frangaise le 13 m ai
1771 á la réeepiion de M. l ’db'bé Arno/uü, P a ris 1771. (P. Arnaud, abate, Discurso
pronunciado en la Academia francesa el 13 de mayo de 1771, durante la recepción
del abate Arnaud, París, 1771).
co El autor de los Comentarios sobre Mili, N. G. Chernishevski, quien había
dedicado una serie de páginas a la crítica del maltusianismo. (Véase N . G. Cher-
nishev&ki, Obras completas, t, IX, Ed. literaria del Estado, 1949, págs. 251-334).
61 El término de “ héroe y multitud” fue empleado, por primera vez, por
Mijailovski, en un artículo que llevaba este término por título, escrito en 1882.
(Véase N . K , M ijailovski-, Obras completas, t, II, San Petersburgo, 1907, págs,
$5-190).
?3 a N. 6, Chernishevski.
"ís Plejanov tiene aquí en vista a los socialistas utópicos ingleses de la década
del 20 del siglo XIX, Kobert Owen • sus discípulos, Williams Tompson, Thomas
Hod sitiad, John Gray, y otros,
79 El dualismo, en la formulación de Mijailovski, obtuvo su expresión en
la afirmación de que existen dos verdades, la “ verdad-autenticidad” (lo efectivo),
y la “ verdad-equidad” (lo debido).
Si D octrinarios, el grupo de liberales burgueses moderados que habían desem­
peñado un notable papel en la vida política de Francia durante la época de la
Bestauración. Los doctrinarios fueron adversarios furibundos de la democracia
y de la república, negaban los principios mismos de la revolución y su legitimidad,
pero reconociendo el nuevo orden civil, ésto es, el nuevo régimen económico burgués.
83 KonstanzhoM o, personaje de la segunda parte de “ Almas muertas” , de
Gogol.
86 Véase C. A . H elvecio, Del hombre, sus facultades intelectuales y su edu­
cación, Ed. social del Estado, 193S, pág. 336.
88 Cita del poema de Nekrasov “ Quién vive bien en Busia” , segunda parte,
•capítulo IV.
se El Banco Campesino territorial, en el que cifraban sus esperanzas los
populistas liberales, fue instituido, por el Gobierno zarista, en 1882, supuestamente
para prestar ayuda a los campesinos en la compra de tierras. En realidad, este
Banco, saliendo al encuentro de la nobleza, alzaba, artificialmente, los precios de
las tierras de los terratenientes, sirviendo de instrumento para la introducción y
consolidación de los campesinos acaudalados en la aldea.
Las palabras “ regocijantes” , y “ charlatanes inútiles” son una paráfrasis
de los versos de Nekraaov “ Un caballero por una hora” : “ De los regocijantes,
268 G. PLEJANOV

charlatanes inútiles, / De manos ensangrentadas, / Llévame al campamento de los


que / ¡Por la. gran causa del amor sucumben".
95 N ikolai-on (Danielson), populista ruso, fue el primero en hacer una
versión rusa de “ El Capital", de Marx, trabajo que le creó una inmerecida repu­
tación de marxista. El primer tomo de “ El Capital" (que tradujo, conjuntamente
con Hermán. Lopatin), apareció en 1872, el segundo tomo, en. 1885, el tercer tomo,
en 1S96. En relación con. este trabajo, Nikoíai-on entabló una animada correspon­
dencia con Marx y Engels.
97 “ L e p ro d u cteu r” ( “ El Productor"), órgano de los saintsimonistas, que
se había publicado en París durante los años 1825-1826. Había sido fundado por
el propio Saint Simón antes de su muerte, y redactado por sus discípulos Bazard,
Enfantin, Rodrigues, y otros. Llevaba por epígrafe las siguientes palabras: “ L 7ag&
d ’or, q u ’une a v m g le tractition a place ju sq w ’icí dans le passé, est devan t n o u s” .
(“ La edad de oro que la ciega tradición liabía presentadohasta ahora como algo
del pasado, se halla por delante nuestro").
ioo “ G lo b e” . ( “ Globo terráqueo"), órgano de los saintsimonistas a partir
de 1831. Fundado por Pierre Leroux, en. 1824.
105 Albion, nombre antiguo de las islas británicas.
116 Acerca de este tema, Goethe escribe lo siguiente; en “ W a h rlm t u n d
D ich tu n g ” . ( “ La poesía y la verdad"): “ Los libros prohibidos, condenados a
la hoguera, que, en su época, habían producido una gran sensación, no ejercieron
sobre nosotros ninguna influencia. Como ejemplo, mencionaré el “ S ystém e áe la
N a tu r e ” , el que hemos leído, por simple curiosidad. No hemos podido comprender
cómo este libro pudo ser peligroso; este libro senos ha parecido tan sombrío,,
quimérico, lívido, al extremo que nos fue difícil soportar su contenido y nos sen­
timos estremecidos ante esta obra como ante un espectro". ( Goethe, Colección de
obras en trece tomos, t. X, 1937,pág. 48).
Cita de “ Fausto", de Goethe.
120 ia comedia de Shakespeare, “ El mercader de Venecia", el usurero
Sheylock otorga un préstamo en dinero al joven mercader Antonio, con la condición
de que, en el caso de no abonarle la deuda en el plazo fijado, tomaría del deudor
una libra de carne, recortándola de un lugar, lo más próximo al corazón. La
amante de Antonio, que aparece aquí en el papel de abogado, se pronuncia en
favor de Sheylock, en vista de la legitimidad formal de la demanda. Pero a la
vez de proponerle el ejercicio de su derecho, insiste en la rigurosa observancia de
la letra del convenio: ' ‘ Aquí, en el «Pagaré», no hay ni palabra de sangre. . . y
justamente una libra, ni más, pero tampoco menos". (Véase W . Shakespeare?
Obras escogidas, Ed. literaria del Estado, 1950, págs. 196-197).
125 Véase F . Lassalle, Sistema de derechos adquiridos, Obras, ed. 1‘ Círculo' ’y
t. III, pág. 231.
129 B a ta lla de M aratón, entre los atenienses y los persas (año 490 antes de>
nuestra era), terminó con la victoria, de Atenas. Esta batalla liabía predeterminado
el favorable desenlace, para los griegos, de la segunda guerra greco-persa, habiendo,
contribuido al florecimiento de la democracia ateniense.
130 Véase N . G. ChernishevsM , Obras completas, t. III, Ed. literaria del
Estado, 1947, pág. 208.
131 Véase N . G. ChernishevsM , Crítica de las predisposiciones filosóficas con­
tra la propiedad comunal, Obras completas, t. V, Ed. literaria del Estado, 1950,
pág. 391.
132 Véase C. M arx y F . Engels, Obras escogidas, pág. 535, Ed. Cartago, Bs.
Aires, 1957. (N. del T.).
134 Bielinski escribía a Botkin, eí 1.° de marzo de 1841,refiriéndose a la
filosofía de Hegel, lo siguiente: “ Te agradezco sumisamente, Yegor Fiedorych, y
saludo a tu caperuza de bufón, filosófica, pero con. todo el respeto que se debe a
tu filisteísmo filosófico; tengo el honor de llevar a tu conocimiento que si yo
hubiera logrado ascender al peldaño superior de la escalera de la evolución, también
allí te solicitaría que me dieras cuenta de todas las víctimas de las condiciones
de la vida y de la historia, de todas las víctimas de las casualidades, de la supers­
LA. CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 269

tición, de la Inquisición, de Felipe II, etc., etc.; de lo contrario, desde el peldaño


superior, me tiraría cabeza abajo". (V . G. B ielin ski, Cartas escogidas, t. 2. Ed.
literaria del Estado, 1955, pág. 141).
137 El artículo de Mijailovski, del cual se han. tomado la presente y las si­
guientes citas —‘ ‘ Acerca del desarrollo dialéctico y las fórmulas triples del
progreso” — se publicó en sus Obras completas, t. VII, San. Petersburgo, 1909,
págs. 758-780.
mi Véase F. Engels, Anti-Dühring, págs. 126-127, Ed, Hemisferio, Es. Aires.
1956.
143 Cancioneta de la opereta de Offenbach “ La bella Elena” .
i-*7 Se tiene en vísta lo dicho por Engels con respecto a Eousseau, en el
capítulo X III del *‘ Anti-Dühring” . (Véase F. E ngels, Anti-Dühring, págs, 130-131,
Ed. Hemisferio, Es. Aires, 1956. (N. del T.).
148 Yéase H egel, Obras, t. I, 1930, págs, 334-335. (N. del T.).
152 Yéase J . J. Rousseau, Acerca de las causas de la desigualdad, San Pe­
tersburgo, 1907, pág. 104.
157 El artículo de Mijailovski, “ Carlos Marx ante el juicio del señor lu.
ZhukovsM” , se publicó en “ Memorias Patrias” , de 1877, N.° 10. (Véase N. K.
M ijailovsh i, Obras completas, t. IV, San Petersburgo, 1909, págs. 165-206).
■ 150 F. E ngels , Anti-Dühring, pág. 133, Ed. Hemisferio, Bs. Aires, 1956.
(N. del T.).
i d La primera versión rusa completa del “ Anti-Dühring” , apareció en 1904.
164 ~f?, Engels, Anti-Dühring, págs. 22-23, Ed. Hemisferio, Bs. Aires, 1956.
(N. del T.)-
165 Hegel, en el prefacio a la “ Filosofía del Derecho” , escribe: “ Cuando
la filosofía comienza a dibujar con su pintura gris sobre un fondo gris, es señal
que cierta forma de la vida ha caducado, y, con su pintura gris sobre el fondo
gris, la filosofía no la puede rejuvenecer, sino tan sólo comprenderla; el buho de
Minerva emprende su vuelo solamente con la llegada del crepúsculo vespertino” .
(H eg el, Obras, t. VII, 1934-, págs. 17-18).
166 L eib n itz, E ssm s de Theodicée. En el libro “ D ie philosophischen S ch riften
von G o ítfrie d W ilhelm L eib n itz ’ B d. 6, B erlín, 18&5, S. ISO. (L eib n itz , Teodicea,
en el libro “ Obras filosóficas de Godofredo Guillermo Leibnitz” , t. 6, Berlín,
1885, pág. 130).
167 Yéase B . Spinoza, Carta a G. G. Schuller, de octubre de 1674. En el libro
B . S pinoza, Correspondencia, 1932, págs. 188-191.
160 Véase Schelling, Sistema del idealismo transcendental, 1936, pág. 355.
170 Estos pensamientos, Hegel los desarrolla en su libro “ Filosofía de la
historia” .
171 Plejanov tiene aquí en vista a Marx. La cita insertada a continuación,
está tomada de “ La Sagrada Familia” . (Véase C. M arx y F , Engels, “ La Sagrada
Familia y otros escritos” , págs, 122-123, Ed. Grijalbo, México, 1958.
172 Véase Schelling, Ideen m einer PM losopM e der Nat-ur L andshut 1808,
S. 2%3. (Schelling, Ideas para una filosofía de la naturaleza, Landshut, 1893,
pág. 223).
173 Véase H egel, Filosofía de la historia, Obras, t. VIII, 1935, pág. 246.
177 El autor de “ Cartas históricas” , P. L. Lavrov. “ Cartas históricas”
apareció en Petersburgo, en 1870, bajo el pseudónimo de P. L. Martov.
178 dem iurgo, — creador,
184 C. Marx v F. Engels, “ La Sagrada Familia y otros escritos” , págs.
151-152, Ed. Grijalbo, México, 1958.
13S5 Véase C. Marx y F. Engels, Obras, t. 2, pág, 12 (ed. rusa).
186 C. M arx, Prólogo de la “ Contribución a la crítica de la economía polí­
tica” . (Véase C. M arx y F. E ngels, Obras escogidas, pág. 240, Ed. Cartago, Bs.
Aires, 1957).
189 Véase C. Marx y F. E n gels, Obras escogidas, pág. 54, Ed. Cartago, Bs.
.Aires, 1957.
270 (i. PLEJANOV

191 Véase C. M arx y F . E ngels, Obras escogidas pág. 54, Ed. Cartago, Bs.
Aires, 1957. (N. del T.).
104 Plejanov tiene en vista el libro de M artíu s “ Von dem S ech tszu stan de
u n ter den U reinwohnern B ra silie n s ” , M ünchen, 1888. ("Acerca del estado de de­
recho de los habitantes primitivos del Brasil, Munich, 1832).
137 Véase C. Marx, " E l Capital” , t. X, pág. 409, Ed. Cartago, Bs. Aires,
1956. (N. del T.).
201 En los complementos, no incluidos en la segunda edición, Plejanov desarro­
lla estos pensamientos con considerable mayor plenitud. (Véase "Herencia literaria
de G. V. Plejanov” , recopilación IV, 1937, pág. 209).
20s Véase L. Morgan, La sociedad antigua, o investigación de la línea del
progreso humano, desde el salvajismo, a través de la barbarie, hacia la civilización.
Versión rusa bajo la red. de M. O. Kosven. Con el artículo de E. Engels "Contri­
bución a la prehistoria de la familia (Bachofen, MacLennan, Morgan) ’ Lenin-
grado, 1935.
205 La publicación postuma del artículo de Plejanov contra Weisengrün, uno
de los primeros "críticos de Marx” , véase en "Herencia literaria de G. V.
Plejanov” , recopilación V, págs. 10*17.
211 E scuela histórica del derecho. Corriente reaccionaria en la jurisprudencia
alemana de fines del siglo XVIII y primera mitad del XIX, que se liabía mani­
festado en defensa de la servidumbre y de la monarquía feudal y en contra de
las idens jurídico-estatales de la revolución francesa. Los principales representantes
de esta escuela fueron, Hugo, Savigny y Puchta.
223 Kovalevsbi cita en el libro, mencionado por Plejanov, al célebre jurista
francés, Lerminier. (Véase el libro citado de Kovalevski, pág. 54).
228 Se tiene en vista el libro de S . M n h , Tales an d íra d itio n s o f th e eshimo
w ith a slcetch o f th eir h abits, religión , lan gu age and oth er p eeu lia riiies, B dinbourgh
and L ondon, 1875. ( E . RvnTs, Leyendas y tradiciones de los esquimales, con un
breve esbozo de sus costumbres, religión, lengua y otras peculiaridades, Edimburgo
y Londres, 1875).
235 Véase C. M arx y F . E n gels, Obras escogidas, pág. 240, Ed. Cartago,
Bs. Aires, 1957. (ÍT. del T.).
236 Véase C. M arx, E l C apital, t. I, pág. 147, Ed. Cartago, Bs. Aires, 1956.
(N. del T.).
230 Véase Georg Büchner, Carta a la novia, primavera de 1834, Obras, Aca­
demia, 1935, pág. 295.
242» Plejanov habla acerca del libro de L. I. Mechnikov “ L a eim lisation et
les grandes fleu ves historigues ’ A vec une fr e fa c e de M . E lisée Beclus, P aris, 1889.
(" L a civilización y los grandes ríos históricos” . Con un prólogo de Elíseo Keclus,
París, 1889). En la edición soviética de " L a Voz del Trabajo” , 1924.
244 Plejanov tiene en vista la objeeión formulada a Marx por Paul Barth©
en el libro “ Di e G esehiehtsphilodopM e S e g e ls u n d d er R e g elia n er Ms a u f M arx
und S a r tm a n n ” , L eip zig , 1890, B. 49-50. (" L a filosofía de la historia de Hegel
y de los hegelianos hasta Marx y Hartmann” , Leipzig, 1890, págs. 49-50).
■248 “ 'Dicho y hecho” d e l soberano, denominación convencional de la denun­
cia política zarista en el imperio ruso del siglo XVIII. “ Pronunciar el dicho y el
hecho” , significaba, delatar los delitos de lesa majestad.
250 Cita del artículo de 1ST. I. Kareiev, " E l materialismo económico en la
historia” , "Mensajero de Europa” , julio de 1894, pág. 7.
259 Cita del artículo de Marx, " E l dieciocho bramarlo de Luis Bonaparte” .
(Véase C. M arx y F . E n gels, Obras escogidas, págs. 176 y 178, Ed. Cartago, Bs.
Aires, 1957). (N. del T.).
261 C. M arx y F . E n gels, "L a Sagrada Familia y otros escritos” , pága.
12-13, Ed. Grijalbo, México, 1958. (N. del T.).
266 Se tienen en vista las tragedias de Sumarokov, Kniazhnin, Joraskov y
otros dramaturgos rusos del siglo XVIII.
267 ( ‘ Glorious re vo lu tio n ” . ("Gloriosa revolución” ), el Golpe de Estado de
1688-1689 en Inglaterra; “ g re a t re b e llio n ” ("gran rebelión” ), la revolución
burguesa de Francia de fines del siglo XVIII.
LA CONCEPCIÓN M O N ISTA 'D E LA HISTORIA 27.1

268 En todas las ediciones se ha impreso erróneamente ¡ ‘la literatura seudo­


clásica inglesa” .
273 El autor de “ Nuevo Cristianismo” , Saint Simón.
277 Cita de la Introducción a “ En torno de la crítica a la filosofía del
derecho de Hegel” , en C. Marx y F. Engels, “ La Sagrada Familia y otros escri­
tos” , pág. IB, Ed. Grijalbo, Méjico, 1958. (N. del T.).
285 Cita de la disertación de Chernishevski, “ Las relaciones estéticas entre
el arte y la realidad” . (Obras completas, t. II, 1949, págs. 10-11).
29i Cita de la primera tesis de Marx acerca de Feuerbach. (Véase C. Marx
y F. Engels, Obras escogidas, pág. 713, Ed. Cartago, Bs. Aires, 1957). (N. del T .).
203 En una nueva edición, Plejanov se disponía a esclarecer este pasaje que
había disimulado intencionadamente, por consideraciones de la censura zarista.
Entre los complementos que Plejanov no .había utilizado y que se conservan en su
archivo, figura la siguiente anotación, referente al pasaje en cuestión: “ Skalo-
zub — la censura. Aclarar por la historia del mismo Beltov, de la “ Recopilación” ,
de ‘' Nueva Palabra ” y de “ El Principio *\
Esta enumeración comprende las ediciones que fueron víctimas de las perse­
cuciones por parte de la censura: el libro de Plejanov (de Beltov), “ Contribución
al problema del desarrollo de la concepción monista de la historia” , cuya primera
edición se agotó rápidamente, y habiendo sido confiscada de las bibliotecas, no
pudo ser reeditada en el curso de diez años, hasta 1905; la recopilación marxista
4i Materiales para la caí-eterización de nuestro desarrollo económico ’ ’¡ impresa en
1895, permaneció en la censura durante un año y medio, y después quemado todo
el tiraje, salvo unos cuantos ejemplares que, por casualidad, se habían conservado;
la revista ‘ ‘Nueva Palabra ’ ’ fue clausurada ya en diciembre de 1897; la revista
“ El Principio” , aparecida en 1899, como continuación de la anterior, fue clausu­
rada en el quinto número. Así, pues, los marxistas se vieron casi privados de una
tribuna legal, en tanto que los populistas la utilizaban con absoluta libertad.
294 En sus complementos inéditos, Plejanov hace la siguiente anotación con
respecto a este pasaje:
“ No han comprendido que no puede reconocerse las concepciones económicas
de Marx y negar sus concepciones históricas: “ El Capital” es, asimismo, también
una investigación histórica. Pero “ S i Capital” fue mal comprendido también
por-muchos “ marxistas” . El destino del tercer tomo, Struve, Bulgakov, Tugan-
Baxanovsfcí tergiversaron las teorías económicas de Max” . (“ Herencia litera­
ria de G. V. Plejanov” , recopilación IV, pág. 223).
295 Se trata de la célebre carta de 0. Marx a la redacción de “ Memorias
Patrias” , escrita a fines de 1877, con motivo del artículo de uno de los redac­
tores de la revista, N. K . Mijailovski, “ Carlos Marx ante el juicio de I. Zhu-
kovski” . ( “ Memorias Patrias” , 1877, N.° 10), Esta carta no había sido en­
viada a su destino, y fue hallada, por Engels, entre los papeles de Marx, ya
después de la muerte de éste. Fue publicada en “ Mensajero de la Narodnaia
Volia” , de 1866, en el N.° 5 y en la revista legal, “ Mensajero Jurídico” , en
1888, en el N.n 10. Esta carta fue denominada, habitual, aunque incorrectamente,
carta dirigida a Mijailovski, dado que Marx, al referirse, en esta carta, a Mü-
jailovski, lo hace solamente en tercera persona. (Véase '' Correspondencia de
C. Marx y F. Engels con los dirigentes políticos rusos” , Edit. política del lis­
tado, 1951, págs. 220-223),
Marx, en la mencionada misiva, impugna la deformación de sus opiniones, y
el deseo de convertir su “ ...bosquejo histórico del nacimiento del capitalismo en
Europa Occidental, en una teoría filosófíco-histórica acerca de un sendero uni­
versal, por el cual todos los pueblos están condenados, de modo fatal, a enca­
minarse, no importa las circunstancias históricas en que se encontrasen... A
este pasaje de la epístola se aferraron también los populistas, quienes ereían ver
en él la • corroboración de sus esperanzas de las vías especiales de desarrollo
de Eusia. (Véase N. R . Mijmlovslci, Obras completas, t. VII, San Petersburgo,
1909, pág. 327; véase también la nota al pie de página N.« 357, de la presente
edición).
272 G. PLEJANOV

2D8 Marx se refiere a los materialistas francesas del siglo XVIII en “ La


Sagrada Familia” , en la sección “ Batalla crítica contra el materialismo fran­
cés 5 del capítulo “ Tercera campaña de la crítica absoluta” , (págs. 191-200,
Ed. Grijalbo, México, 1958), asimismo en “ La ideología alemana” (Obras com­
pletas, ed- rusa, t. 2, ed. de 1955., págs. 409-412. [N, del T .j).
302 En 1892, Mijailovski escribía en “ El Pensamiento Buso” , N.° 6, pág. 90,
que la teoría filosófica de Marx” se encuentra expuesta en el sexto capítulo de
“ El Capital” , bajo el modesto título de “ La llamada acumulación originaria” .
(Véase N. K . Mijailovski. Obras completas, t. VII, San Petersburgo, 1909, pág.
321).
305 A este pasaje, Plejanov quiso liaeer el siguiente complemento: “ Acerca
d© «no tuvimos tiempo». Explicar por la lucha de las clases” . (Véase “ Herencia
literaria de G-. V. Plejanov” , recopilación IV, pág. 223).
307» Esta canción llegó a ser muy popular entre ios soldados rusos, quienes,
de esta manera, ridiculizaban a los generales zaristas, cuya ineptitud e irrespon­
sabilidad, sobre todo las del general Bead durante la Guerra de Crimea (1853-56)
se volvieron proverbiales. Se atribuye, de ser el autor de esta canción, a León
Tolstoy, entonces joven oficial que actuaba en el campo de batalla.
3ii Se tiene en vista el libro de V. Blos, “ Historia de la revolución ale­
mana de 184S” . En la edición de 1922: “ La revolución alemana, Historia del
movimiento de los años 1848-1849 en Alemania” .
313 En el relato de Gleb Uspensld, “ La Garita” , un anciano que se ocupa
de proveer de cuerdas a una pequeña orquesta ambulante, dice, con orgullo, que
las cuerdas de él son caras, “ no es cualquier porquería de perro” , ya que no
puede ser de otra manera: “ si yo respiro, tan sólo por la cuerda, tengo el deber
de sacar de ella la plena sonoridad” .
314 Engels, al caracterizar la creación de Balzae, en una carta dirigida a
Margaret Harknes, a principios de abril de 1888, escribía que de las novelas
de Balzae, “ liasta en el sentido de los pormenores económicos, se liabía informa­
do m ás... que de los libros de todos los especializados, historiadores, economis­
tas, estadísticos de ese período, tomados en su conjunto” . ( C. Marx y F. EngeU,
Cartas escogidas, Ed. política del Estado, 1953, págs. 405-406).
A este pasaje hay la siguiente anotación de Plejanov: “ G. I. Uspenski puede,
sin temor alguno, situarse, en este aspecto, en la misma fila que Balzac. Ei
«Poder de la Tierra» de aquél” . (Véase mi artículo “ G. I. Uspensld” , en la re­
copilación “ El Socialáemócrata ” . (“ Herencia literaria de G. V. Plejanov” , re­
copilación IV, pág. 224). En las obras de Plejanov, el artículo1 acerca de Uspens­
ld, se halla en el tomo X.
316 El libro de Morgan apareció en 1877.
817 Acerca de esto, Engels habla en la Nota Preliminar a su libro “ Ludwig
Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana” , que lleva la fecha del 21 de
febrero de 1888. (Véase C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, pág. 6S3, Ed. Car­
tago, Bs. Aires, 1957. [N. del T .]).
¡319 Quasimodo, personaje de la novela de Hugo, “ Nuestra Señora de París” .
326^ Molchalin, molchalinismo, personaje de “ La amargura del pensar” , de
Griboyedov, simboliza a un. hombre arribista, zalamero, rastrero y acomodaticio.
320» G, y , Plejanov cita la octava tesis de Marx sobre Feuerbach (Véase
C. Marte y F. Engels, Obras escogidas, pág. 714, Ed. Cartago, Bs. Aires, 1957.
fN. del T.]).
332 In. Zhukovski analiza '' El Capital ” en el artículo ‘ ‘ Carlos Marx y su
libro referente al capital” . (“ Viestnik Evropy” , 1877, libro 9).
345 Engels da la siguiente caracterización de Carlos Heinzen: “ El señor
Heinzen es un anterior funcionario subalterno liberal, que ya en 1844 soñaba
con el progreso dentro de los marcos de la ley, y de una mísera Constitución
alemana” . (C. Marx y F,Engels, Obras, t, 4, ed. rusa de 1955, pág. 269).
846 Plejanov tiene aquí en vísta los artículos de Marx y de Engels, diri­
gidos contra Heinzen, publicados en el diario “ Deutsche Brüsseler, Zeitu-ng” . En-
gels es el autor de dos artículos: “ Los comunistas y Karl Heinzen” , Marx, de
LA CONCEPCIÓN MONISTA D E -L A HISTORIA 273

tm artículo “ La crítica moralizante y la moral criticante” . En las obras com­


pletas de C. Marx y F. Engels, estos artículos figuran en el tomo 4, ed. rusa
de .1955, págs. 268-285, 291-321).
■347 Las palabras, citadas de Engels, figuran en el siguiente texto: “ El
señor Heinzen se figura, por supuesto, que se pueden cambiar y adaptar, por un
antojo, las relaciones de propiedad, el derecho de sucesión, ete. El señor Heinzen,
que es uno de los hombres más ignorantes de este siglo, puede, desde luego, des­
conocer que las relaciones de propiedad de cada época, son un resultado necesario
del modo de producción y de intercambio, inherente a dicha época” . ( C. Marx
y F. Engels, Obras,- t. 4, págs. 273-274).
asi Los populistas liberales acusaban a los marxistas de regocijarse por
la capitalización de la aldea, de saludar la separación —acompañada de sufri­
mientos— de los campesinos, de la tierra, y de estar prontos de favorecer, por
todos los medios, este proceso, haciendo el juego a los campesinos acaudalados
y a los rapiñadores de la aldea, los héroes de la '' acumulación originaria ’ los
Kolupaiev y los Razuvaiev, personajes de la obra satírica de Saltykov-Shchedrin,
“ El refugio de M'onrepo” .
Plejanov tiene aquí en vista el prólogo de V. Y. (Y. P. Yorontsov), a la
recopilación de sus artículos “ El destino del capitalismo en Eusia” , aparecida
en 1882. En este prólogo, Vorontsov justifica la reedición de sus artículos, di­
ciendo que deesa “ desafiar a nuestros científicos y publicistas oficialistas del
capitalismo y del populismo a unestudio de la ley que rige eldesarrollo econó­
mico de Rusia, base de todas las demás manifestaciones de la vida del país. Sin
el conocí miento de esta ley, no es posible ninguna actividad social sistemática y
acertada” , (Pág. 1).
306 Cita del artículo de S. 3SF. Krivenko, “ Con motivo de los solitarios cul­
turales” . (Véase “ Busskoie Bogatstvo” , diciembre de 1893, sec. IX, pág. 189).
33S E'n 1884, Engels había enviado a Vera Zasulich una copia de la carta
que Mar," escribió pero que no remitió. “ Adjunto aquí el manuscrito de Marx
(una. copia), —le escribía Engels a Zasulich, en la carta del 6 de marzo—, del
que podrá disponer como lo crea necesario. No sé, si en “ La Palabra” , o en
“ Memorias Patrias” Marx había encontrado el artículo “ Carlos Marx ante el
juicio de I, Zhukovsld” . Había escrito esta respuesta, la cual, al parecer, fue
destinada para su publicación en Kusia, pero no la había remitido a Petersburgo,
ante el temor de que tan sólo su nombre pudiera colocar bajo un peligro la
existencia de la revista que publicara esta respuesta” . (“ Correspondencia de
C. Marx y E. Engels con los dirigentes políticos rusos” , edición rusa de 1951,
pág. 306).
362 La presente cita, como toda la serie de las siguientes están tomadas de
la carta que Marx dirigió a la redacción de “ Memorias Patrias” . (Véase la
referencia 1\T.° 295, del presente libro).
303 En el fondo del problema, el pensamiento de Marx se reducía a que
la comunidad agraria “ puede ser el punto de arranque de una evolución comu­
nista” , si “ la revolución rusa habrá de servir de señal de la revolución proletaria-
en Occidente” . En este sentido se habían pronunciado Marx y Engels también en
1882, en el prefacio a la primera edición rusa del “ Manifiesto del Partido Co­
munista” . , . Y antes, aún, esíe mismo pensamiento lo emitió Engels en el ar­
tículo “ Sociales aus Russland' publicado en 1875 en ‘( Voltcsstaat” , en respuesta
a la “ Carta abierta” de P. N. Tkachov. (Véase F, Engels, “ Acerca de las re­
laciones sociales en Eusia; \ G. Marx y F. Engels, ‘ ‘ Obras escogidas ’ págs. 479-
48(5, Ed. Cartago, Bs. Aires, 1957. [N. del T .]),
Sin embargo, ya en la década del 90, estaba claro para Engels que la co­
muna rural en Eusia se estaba desintegrando velozmente bajo la presión, del ca­
pitalismo en desarrollo. Acerca de eüo habla en una serie de sus trabajos de esa
época, a saber, “ La política exterior del zarismo ruso” (1890), “ El socialismo
en Alemania” (1891), “ ¿Pitede Europa desarmarse?” (1893), y otros. Final­
mente, en 1894, en el “ Epílogo” a la “ Eespuesta a P. N, Tkachov” , Engels es­
cribe: “ Habrá quedado intacta la comuna rural hasta tal grado que, en el mo­
mento preciso, como Marx y yo aún esperábamos en 1882, pueda, con una aso-
274 G. PLEJANOV

elación con la revolución en Europa Occidental, llegar a ser el punto de partida


de una evolución comunista; juzgar acerca de esto, yo no me propongo. Pero hay
una cosa que está fuera de toda duda: para que de esta comuna rural quedara
algo intacto, es preciso, ante todo, el derrocamiento del despotismo zarista, es
preciso una revolución en Busia” . ( “ Correspondencia de C. Marx y F. Engels
con dirigentes políticos rusos” , ed. de 1951, pág. 297).
364 Véase C. M arx, “ Miseria de la filosofía” ; G. M arx y F, E n gels , Obras,
t. 4, ed. rusa de 1955, págs. 65-185.
365 La opinión de Chernishevski con respecto a lo concreto de la verdad,
la desarrollo en “ Bosquejos del período gogolíano de la literatura rusa” , Obras
completas, t. III, Ed. literaria del Estado, 1947.
¡366 Esto lo dice Marx en 3a carta dirigida a la redacción de “ Memorias
Patrias” . (Véase “ Correspondencia de C. Marx y F. Engels con los dirigentes
políticos rusos” , Ed. de 1951, pág. 221).
868- Este pasaje, Plejanov deseaba complementarlo del modo siguiente:
“ Aquí tengo en vísta la actividad de los socialdemó«ratas. Ella había con­
tribuido al desarrollo del capitalismo, eliminando los modos caducos de producción,
por ejemplo, la industria doméstica, eliminando los modos caducos de producceión,
ante el capitalismo, queda sucintamente definida por las siguientes palabras de
Bebel, pronunciadas en ei Congreso del Partido celebrado en Breslau (1895):
Y o siem p re m e prag-imto si una m ed id a dada habrá de p erju d ica r (tí desarrollo
d el capitalism o. S i p erju d ica , estoy en con tra de e l l a . . . ” . (“ Herencia literaria
de G. V. Plejanov” , recopilación IV, pág. 299).
*69 La palabra “ suzdalianos ” se emplea en el sentido figurativo, como sím­
bolo de rudeza, de trabajo basto. Esta palabra tiene su origen en la antigua ar­
tesanía de los pintores de iconos de la- localidad de Suzdal, de loscuales muchos
pintaban no artísticamente, ni muchísimo menos; sin embargo, sus iconos tenían
un precio bajo y, por esta razón, una venta masiva.
S70 En el relato de G. Uspenski “ ¡ El cero de los íntegros! de la serie
“ Cifras vivas” , un campesino que paga “ de balde” , o sea, de la tierra que no
cultiva, emite la firme convicción de que pagar “ de balde” es muchísimo más
conveniente que dedicarse al cultivo de la paréela.
-871 P. I, Chadaiev dice esto en su primera “ Carta filosófica” , (Véase
P. I. Chadaiev, “ Cartas filosóficas” , Moscú, 1906, pág. 11).
373 De los versos de Nekrasov, ‘ ‘ Reflexiones a la entrada prineipal” .
874 En la novela “ La guerra y la paz” .
375 A estas palabras, Plejanov pensaba hacer la siguiente aclaración: “ o sea,
quiero decir s o c i a l i s t a ( “ Herencia literaria de G. V. Plejanov” , recopilación IV,
pág. 230).
377 El 'economista alemán Friedrieh List, ideólogo de la burguesía indus­
trial alemana en la época en que el capitalismo en Alemania aún estaba débilmente
desarrollado, había promovido en el primer plano el desarrollo de la,s fuerzas
productivas de las diversas economías nacionales. Para realizar este objetivo, conr
sideraba necesaria la coperación del Estado (por ejemplo, los aranceles protec­
cionistas sobre mercancías industriales).
379 Cita de la revista “ Der G eseü seh a físsp ieg eV ’ (“ Espejo de la sociedad” ,
editada en Elbelfeld en 1S45-184S). En esta revista se publicaron algunos ar­
tículos de Marx y Engels. Su programa, véase C. M arx y F . E ngels, Obras, t. III,
ed. rusa de 1929, págs. 595-598.
380 El trabajo de Engels “ La situación de la clase obrera en Inglaterra” ,
se publicó en Leipzig, en 1845. (Véase C. M arx y F. E n gels, Obras, t. 2, ed. rusa
de 1955, págs. 231-517),
387 A este pasaje existe la siguiente anotación de Plejanov: “ Acerca de
N.-on. En que radica su error. Comprendió mal la «ley del valor». Lo que dijo
Engels acerca de la posibilidad de equivocación, tanto de Struve, como de N.-on...” .
( “ Herencia literaria de G. V. Plejanov” , recopilación IV, págs. 230-231).
El 26 de febrero de 1895, Engels escribía a Plejanov: “ En lo que se refie­
re a Danielson (Ñ.-on), me temo que no hay nada que hacer con é l . . . Es eomf
pletameute imposible polemizar con la generación de los rusos a la cual él per­
LA CONCEPCIÓN MONISTA DE LA HISTORIA 275

tenece y que aun. siguen creyendo en la misión comunista espontánea, la cual,


supuestamente distingue a Rusia, a la auténtica Santa JRusia, de las demás na­
ciones no creyentes” . (“ Correspondencia de C, Marx y 3?. Engels con los di­
rigentes políticos rusos” , ed. de 1951, pág. 341).
393 Plejanov tiene en vista el artículo de S. N. Krivenko, “ En torno del
problema de las necesidades de la industria nacional” , cuyo final se publicó en
él N.° 10 de “ Russkoie Bogatstvo ” del año de 1894.
394 Este apéndice (“ Otra vez, el señor Mijailovski, otra vez, la «triada»” )
ya figuraba en la primera edición del libro ' ‘ Contribución al problema del des­
arrollo de la concepción monista de la historia” .
395 En la revista “ Literatura y vida” . (“ Acerca del señor P. Struve y sus
«Notas críticas al problema del desarrollo económico de Eusia»” ), ( “ Russkoie
Bogatstvo” , 1894, 10 (iV. K . M ijailovski , Obras completas, t, V il, San Pe-
tersburgo, 1909, págs. 885-924).
•398 Eelato de G. I XJspensld, “ El incurable” , forma parte de la serie “ Nue­
vos tiempos, nuevas preocupaciones1’.
400 Cita de la carta de Bielinski a Botkin, del 1.° de marzo de 1841, véase
la referencia N.® 134 de la presente obra,
402* En el idioma ruso, el verbo “ strich.” significa “ esquilar” , “ rapar” ,
“ cortar” . Entre la gente inculta circulan varias deformaciones de esta palabra.
Las acepciones “ strignut” y “ strigovat” son dos de ellas. Ambas, por supues­
to, son incorrectas.
404 En una carta dirigida a P. Y. Annenkov, el 15 (27) de febrero de 1848,
Bielinski escribía: “ Cuando yo, en las controversias con ustedes acerca de la
burguesía, les había tildado de conservador, yo era un burro elevado al cuadrado,
y ustedes eran hombres inteligentes. Y ahora se ve claramente que el proceso
interno del desarrollo civil en Rusia habrá de iniciarse no antes que desde el
momento en que la nobleza rusa se convierta en burguesía” (V. G. Bielinski,
Cartas escogidas, t. 2, Ed. literaria del Estado, 1955, pág. 389).
405 Krivenko escribía, refiriéndose al libro de P. Struve “ Notas críticas al
problema del desarrollo económico de Rusia” , aparecidas en 1894, en un epílogo
a su artículo ¿*En torno del problema de las necesidades de la industria nacional ’ ’.
(“ Russkoie Bogatstvo” , 1894, N> 10, págs. 126-130).
405a Sirin, pájaro mítico ruso, símbolo de celestial y de devoción.
406 El presente apéndice constituye una respuesta al artículo de Mijailovski
“ Literatura y vida” . ( “ Contribución al problema del desarrollo de la concepción
monista de la historia” , de N. Beltov), publicado en el N.° 1 de “ Russkoie Bo­
gatstvo” del año de 1895 (Yéase N , K . Mijailo-vslci, Obras completas, t. VIH,,
San Petersburgo, 1914, págs, 17-36).
El artículo ‘ ‘ Unas cuantas palabras a nuestros adversarios ’, se publicó, por
primera vez, bajo el seudónimo de Utis, en 1895, en la recopilación marxista
—quemada por la censura— “ Materiales para la caracterización de nuestro des­
arrollo económico” (págs. 225-259), Los cien ejemplares que se habían conser­
vado de esta recopilación, se convirtieron en una rareza bibliográfica, y, por esta
razón, este artículo llegó a ser asequible para el vasto público tan sólo diez años
después cuando se publicó, como apéndice, en la segunda edición del libro “ Con­
tribución al problema del desarrollo de la concepción monista de la historia” .
En la presente edición, este artículo se publica según el séptimo tomo de
las Obras de Plejanov. El texto fue cotejado con el manuscrito que se conserva
íntegramente en el archivo de Plejanov, asimismo con la primera publicación en
la recopilación “ Materiales paTa la caracterización de nuestro desarrollo econó­
mico” , y con la segunda edición del libro “ Contribución al problema del desa­
rrollo de la concepción monista de la historia” , en el cual figura como Apéndice
número dos.
408 De la balada “ Potok-Bogatyr ” , de A, K. Tolstoi, (Yéase Colección
completa de versos, ed. “ Escritor soviético” , 1937, pág. 288),
412 Cita del epigrama de Pushkin “ El terriblemente ofendido por las re­
v is t a s ...” , (Véase A. S. Pushkin, Obras completas en diez tomos, t. III, ed.
Academia de Ciencias de la URSS, 1949, pág. 108),
276 G. PLEJANOV

4is Comentarista de “ Pensamiento Buso” , el liberal V. Goltsev. Su pe­


queño comentario, que Plejanov cita, se publicó en el N.° 1 de “ Busskoia Mysk",
del año de 1895, págs. 8-9.
«13 Véase, Hegel, Obras, t, I, Ed. soeial-económica del Estado, 1930, pág. 186.
418 La cita es del mismo artículo de Mijailovski “ Literatura y vida",
véase la referencia N.# 406 de la presente obra.
410 Se trata de la sección satírica en la revista “ El Contemporáneo' “ El
Silbato” (años 1859-1863). Uno de los principales colaboradores y autores de
“ Eí Silbato’7, fue Dobroliubrov, que escribía allí bajo el seudónimo de Konrad
Lilienschwager.
j¿i9n Amos Fiodorovich Lapkin-Tiapldn, personaje del Inspector General, de
Gogol, representa a un hombre ambicioso, engreído y megalómano.
■iso SI artículo de N. Sieber, “ La dialéctica en su aplicación a la ciencia",
se publicó, bajo los iniciales de N, S., en “ Palabra", del año de 1879, N.° 11,
págs. 117-169.
42S “ H istoire de ái;o ana’ ’ . ( “ Historia de los diez años"), obra en cinco
tomos, escrita por Louis Blanc en 1841-1844. En dicha obra, su autor somete a
una severa crítica la política del Gobierno orleanista de Francia, describiendo las
relaciones económicas y sociales de la década de 1830 a 1840. Engels tuvo en gran
estima este libro.
432« El complemento que se pensaba hacer a la segunda edición, estaba
formulado un tanto distinto: “ Acerca de cómo Louis Blanc había incitado a la
conciliación de las clases. En este aspecto, no se lo puede comparar con Guizot,
este fue irreconciliable. Mijailovski, como se ve, no ha leído más que la “ jlis to n e
de Üix ans” . (“ Herencia literaria de G. V. Plejanov", recopilación IV, pág, 233).
433 Véase Hegel, Obras, t. I, pág. 69.
Entre los complementos inéditos, existe para el presente artículo las siguien­
tes líneas: “ A la pág. 22, a la vuelta, Apéndice I. Transcribir la cita con mayor
exactitud de la parte I de la “ Enciclopedia de Hegel". Con gran probabilidad
se puede considerar que estas líneas corresponden al pasaje en cuestión, “ Una
cita más exacta" de Hegel, es, al parecer, el párrafo 80, y, sobre todo, la adición
a éste, en la que se da una caracterización del modo de pensar dialéctico y meta-
físico (véase, ídem, págs. 131-1932).
439» El autor de este libro aparecido anónimamente en 1841, fue Bruno
Bauer.
440 Véase, Hegel, Obras, t. X, pág. 64.
44S Véase, Hegel, Obras, t. I, pág. 91.
461 A este pasaje existe el siguiente complemento: “ Señalar nuestra lite­
ratura ilegal, que no ha podido quedar desconocida por N.-on. Eue deshonesto
aparentar que tal literatura no existe, sabiendo que la censura no permite citar
los libros ilegales". ( “ Herencia literaria de G-. V. Plejanov", recopilación IV,
pág, 234).
462 Plejanov tiene aquí en vista los trabajos de ios economistas y estadís­
ticos “ Los distritos de Pokrovsk y Alexandrovsk ", por S. Jarizomenov (en el
libro “ Los oficios en la provincia de Vladimirsk" publ. 3, Moscú, 1882), “ La
economía rural del Sur de Busia", por V. E. Postnikov (Moscú, 1891), y “ El
ejército de los cosacos del Ural". Descripción estadística en dos tomos, por N. A.
Borodin (Uralsk, 1891).
466 Todas las citas que Plejanov transcribe aquí, están tomadas de las ano­
taciones de Nikolai-on, “ ¿Qué significa, la «necesidad económica?»", publica
en el 3ST.° 3 de “ Busslíoxe Bogatstvo", dei año de 1895.
469 El artículo de Nikalai-on “ Apología del poder del dinero, como signo
de la época", se publicó en los Nros. 1 y 2 cíe “ Kusskoie Bogatstvo, del año 1895.
MATERIALISMO MILITANTE
C ARTA P RIM ERA

SEÑOE:
El número 7 del “ Mensajero de la vida” del año pasado contiene
vuestra “ Carta abierta al camarada Plejanov” . lista carta revela que
está usted descontento de mí por diversas razones. La principal es, si
no me equivoco, que, según usted, hace ya tres anos que yo polemizo
“ a crédito” con el empiriomonismo, sin aportar argumentos serios con­
tra él; y que esta “ táctica” —sigo citando sus propias palabras—
hasta ha llegado a alcanzar cierto éxito. Acto seguido me reprocha
usted el “ darle sistemáticamente el “ título” de “ Señor Bogdanov”.
Además, está usted descontento de mis informes sobre los libros de
Díetzgen “ L ’acquit de la philosophie” y “ Lettres sur la logique” .
Según usted, yo invito a mis lectores a adoptar una actitud prudente
y desconfiada hacia la filosofía de Dietzgen, porque se asemeja a veces
a la vuestra. Y señalaré todavía una razón más de vuestro digusto.
Usted afirma que algunos de mis partidarios le lanzan una acusación
casi “ crim inal” y opina que yo soy responsable en gran parte de esta
“ desmoralización” . Podría continuar todavía la lista de los reproches
que usted me dirige, pero no hay necesidad: los puntos que he men­
cionado bastan ampliamente para abordar una explicación “ no des­
provista de interés general” .
Comenzaré por lo que me parece, no ya una cuestión secundaria,
sino de tercer orden, pero que al parecer tiene para usted una impor­
tancia capital: la cuestión de vuestro “ títu lo ” .
Cuando yo me dirijo a usted dándole el “ título” de señor, lo
considera como una ofensa que no tengo derecho a hacerle. A este
propósito, me apresuro a asegurarle, señor, que jamás tuve la inten­
ción de ofenderle. Pero su invocación al derecho me lleva a pensar
que, según vuestras convicciones, mi deber social-demócrata sería lla­
maros “ camarada” . Pero —¡que Dios y nuestro comité central me
juzguen!— yo no reconozco este deber. T no lo reconozco por la razón
clara y sencilla de que “ usted” no es mi camarada. Y no es usted mi
camarada porque “ yo y usted representamos dos concepciones del
mundo diametralmente opuestas” . E n tanto que se trate de defender
mi concepción del mundo, usted no es mi camarada, sino mi enemigo
más implacable, más encarnizado. ¿A qué, pues, hacer el Tartufo? ¿A
qué dar a las palabras el sentido que no tienen?
Ya-Boileau aconsejaba en otros tiempos: “ Al gato llamadle ga­
to ” . Yo sigo este consejo razonable: yo también llamo al gato gato
280 G. PLEJANOV

y a usted, empiriomonista. Yo no llamo camaradas más a los hombres


que piensan como yo y que realizan el trabajo que yo lie comenza­
do mucho antes de la aparición entre nosotros de “ bernsteinianos” ,
“ machistas” y otros “ críticos’5 de Marx. Reflexione, pues, un poco,
señor Bogdanov, trate de ser imparcial y dígame verdaderamente si
no tengo “ derecho” a obrar como obro. ¿Estoy verdaderamente obli­
gado a comportarme de otra manera?
Prosigamos. Usted, señor, se engaña cruelmente al imaginar que
yo insinúo de una manera más o menos transparente la necesidad, si
no de “ colgaros” , al menos de “ expulsaros” de las fronteras del
marxismo en el plazo más breve. Si alguien, quisiera obrar con usted
de esta manera, tenga la seguridad de que se encontraría en la impo­
sibilidad más absoluta de realizar su severa intención. E l mismo
Rumbadle a pesar de su energía milagrosa, no tendría el poder de ex­
pulsar de sus dominios a un hombre que no se encuentra en ellos. Del
mismo modo, ninguna Pompadour ideológica tendría la posibilidad
de expulsar de las fronteras de una doctrina a un “ pensador” que se
encuentra ya fuera de estas fronteras. T que usted se encuentra fuera
del marxismo está claro para los que saben, que el edificio entero de tal
doctrina reposa sobre el materialismo dialéctico, y que comprenden
que usted, en calidad de machista convencido, no abraza el punto de
vista materialista y no puede abrazarle. Mas para aquéllos que no
lo- saben o no lo comprenden, citaré las líneas siguientes, producto de
vuestra misma pluma.
Al describir la actitud de los diferentes filósofos sobre la “ co­
sa en s í” , usted se digna escribir:
“ Un punto de vista intermedio está representado por los materia­
listas de un matiz más crítico, quienes renunciando a la incognoscible
Jidad absoluta de la cosa en sí, la consideran al mismo tiempo como
fundamentalmente distinta del “ fenómeno” y cognoscible de tina ma­
nera confusa solamente. Por su contenido, esta cosa en sí está fuera
de toda experiencia, pero se encuentra en los límites de lo que se lla­
ma las formas de la experiencia —es decir, el tiempo, el espacio y
la casualidad—. Esta es, sobre poco más o menos, la opinión de los mate­
rialistas franceses del siglo X V III, la de Engels y la de su discípulo
ruso Beltov” . (Bogdanov, “ E l Empiriomonismo” , t. II, p. 39).
Estas líneas están bien claras hasta para quienes la filosofía es
la última de las preocupaciones. Aun ellos tienen que comprender
ahora que usted rechaza el punto de vista de Engels. Y los que sa­
ben que Engels compartía completamente las ideas del autor de
E l Capital comprenderán muy fácilmente que, al rechazar el punto
de vista de Emgels, rechaza usted, como consecuencia, el punto de
vista de Marx y se une usted a sus “ críticos” .
Yo le ruego, señor, que no tenga miedo: no me tome por un. Dum-
badzé y no se inmagine que hago constar sus afinidades con los ad­
versarios de Marx con fines de “ expulsión” . Repito que no es posi­
EL MATERIALISMO MILITANTE 281

ble expulsar de los límites de una doctrina a un hombre que ya se


encuentra fuera de esos límites. Y en lo que respecta a los críticos de
Marx, todos sabemos ya que esos señores han abandonado los domi­
nios del marxismo y que es muy poco probable que vuelvan a ellos
jamás.
P rivar a alguien de la vida es una medida muchísimo más cruel
que la simple expulsión. Si yo hubiera sido capaz de hacer alusión
alguna vez a la necesidad de vuestro “ colgamiento" (aun dicho- entre
comillas), habría tenido también la idea de vuestra expulsión. Pero
en esto se entrega usted a un miedo pueril, si es que no emplea una
ironía completamente injustificada.
De una vez para siempre, le diré que jamás he tenido la inten­
ción de “ colgar” a nadie. Sería yo un malísimo socialdemócrata si no
reconociese que la plena libertad de las investigaciones debe ir acom­
pañada y completada por la libertad de agriparse con arreglo a las
opiniones que se profesan.
Estoy convencido ■ —¿y cómo no?— de que los hombres que difie­
ren en sus opiniones sobre cuestiones teóricas fundamentales, tienen
también el derecho de separarse en su práctica, es decir, de agruparse
en dos campos diferentes. Es más, “ estoy también convencido de que
hay circunstancias en que se tiene el deber de hacerlo asi77. ¿No sabe­
mos desde los tiempos de Puslcin que
“ No se pueden enganchar al mismo coche
un caballo y un gamo temblón. . . ” 1
En nombre de esta libertad incontestable de agruparse, he invitado
más de una vez a los marxistas rusos a concentrarse en un grupo aparte
para la propaganda de su doctrina y para separarse de los otros gru­
pos que no comparten ciertas ideas del marxismo. Más de una vez, con
una vehemencia bien comprensible, he expresado la opinión de que
en el dominio ideológico toda falta de claridad es un defecto. Y pienso
que la falta de claridad en las ideas es muy dañina para nosotros,
ahora que, bajo la influencia de la reacción y so pretexto de una re­
visión, de los valores históricos, el idealismo de todos los colores y de
todos los matices desencadena verdaderas orgías en nuestra literatura, y
cuando ciertos idealistas, probablemente por hacer propaganda de sus
ideas, las declaran marxismo del más nuevo cuño. Estoy firmemente
convencido de que una separación neta y rotunda de estos idealistas nos
es más necesaria ahora que nunca, y expreso esta convl<:< i;'n sin miedo
a arrepentirme. Comprendo que pueda ser desagradable ra ra tal o
cual idealista —especialmente para aquellos que quisieran pasar su
mercancía ideológica bajo la etiqueta del marxismo—. nevo, no obs­
tante, declaro categóricamente que los que por esto me reprochan, de
atentar a la libertad de quien quiera que sea, revelan una comprensión
bien estrecha de esa misma libertad en cuyo nombre me acusan.
No siendo marxista, señor Bogdanov, quiere usted a toda costa
que nosotros, que sí lo somos, le consideremos como nuestro camarada.
282 O. PLEJANOV

Me recordáis la madre que figura en una novela de Cíleb Ouspenski,


quien escribía a su hijo que se quejaría de él a la policía porque
estaba lejos de ella y no venía a verla, y que le exigiría, por la vía
legal, la obligación de “ abrazarla” . E n la obra de Uspensld, el bur­
gués que era objeto de esta amenaza maternal se derretía en lágrimas
ante su recuerdo. Nosotros, marxistas rusos, no nos pondremos a llorar
con tales razonamientos. Pero esto no nos impedirá declararle a usted
categóricamente nuestra voluntad absoluta de utilizar nuestro derecho
de separación y de advertirle que ni usted ni nadie logrará abrazar­
nos” por la vía legal.
Y he aquí h> que yo añadiría también: si yo tuviese alguna seme­
janza con Dumbadzé, y si yo reconociese que existen hombres merece­
dores de la pena de muerte (puesto entre comillas) por sus convicciones
no le contaría a usted entre ellos. Yo me diría: “ E l derecho a la pena
capital lo da el talento, y nuestro teórico del empiriomonismo- no tiene
trazas de él. ¡ No es digno de la m uerte!” Insiste usted en que sea franco.
No se ofenda, pues, si lo soy.
Me recuerda usted a Yassili Tredia Kovski, de feliz memoria; un
hombre de mucha aplicación, pero, ¡ay!, de muy poco talento. Para
ocuparse de hombres semejantes al difunto profesor de elocuencia y
de artificios poéticos, es preciso estar en posesión de una enorme resis­
tencia contra el fastidio. Yo confieso que no tengo mucha. Y he aquí
por qué no me he ocupado de usted; he aquí la razón de que no le
haya respondido a pesar de sus retos.
Yo me decía: tengo otros gatos que zurriagar. Y la prueba de
mi sinceridad, la prueba de que yo no buscaba simplemente un pre­
texto para rehuir una polémica con usted, la tiene en mis actos: desde
el día en que se puso usted a desafiarme he tenido ocasión de “ zurria­
g a r” —triste necesidad— muchos y diversos *‘gatos” . Claro está que
usted se ha explicado mi silencio muy de otro modo. Pensaba usted,
¿no es cierto?, que no habiendo tenido la audacia de atacar su forta­
leza filosófica, prefería, acribillarle a simples amenazas, criticarle “ a
crédito” . No le niego el derecho de alabarse; pero yo, a mi vez tengo el
de decirle “ que se está alabando” . E n realidad, lo que ha- sucedido es
que he juzgado sencillamente inútil discutir con usted, porque suponía
que los representantes conscientes del proletariado ruso sabrían apre­
ciar por sí mismos sus “ sagesses philosophiques” . Por otra parte —se
lo he dicho ya— tenía otros gatos que zurriagar. Pero hacia fines del
año pasado, es decir, inmediatamente después de la aparición de su
carta abierta en “ E l Mensajero de la vida” , algunos de mis camaradas
me aconsejaron que me ocupase de usted. Yo les respondí que valía
más ocuparme de A. Labriola, cuyas opiniones ha tenido la idea de
introducir en Rusia Anatolio Lunateharski, vuestro partidario, como
armas “ forjadas para los marxistas ortodoxos” . Rematado por una
nota final de Anatolio Lunateharski, el libro de Labriola abre entre
nosotros el camino al sindicalismo, y he preferido ocuparme de él apla­
zando para más tarde mi respuesta a vuestra carta abierta. A decir
EL MATERIALISMO M ILITANTE 283

verdad, no os respondería, ni aun ahora, de no ser por ese mismo señor


Anatolio Lunatcharse. Mientras usted patalea con las pedanterías de
su “ empiriomonismo” él se ha puesto a predicar una nueva religión,
y este apostolado puede tener una importancia práctica mucho más
grande que la propaganda de vuestras ideas filosóficas. Es verdad que,
como Engels, yo estimo que en nuestra época “ todas las posibilidades
de la religión están agotadas” (alie Moglichnkeiten dar Religión sind
erschopeft) 1. Pero no olvido que estas posibilidades no están agotadas,
en realidad, más que para los proletarios conscientes. Ahora bien, no
sólo hay proletarios conscientes, los hay también semiconscientes e in­
conscientes, y en el proceso de la evolución de estos elementos de la
clase obrera, la propaganda religiosa puede llegar a ser una fuerza ne­
gativa no desprovista de importancia. En fin, además de los prole­
tarios semi-conscientes e inconscientes, tenemos también entre nosotros
un número de “ intelectuales” que, claro está, se creen del todo cons­
cientes, pero que, en realidad, se dejan arrastrar inconscientemente
por toda com ente a la moda y que en la actualidad (“ todas las épocas
reaccionarias son subjetivas” , decía Goethe) se sienten muy inclinados
a los misticismos de toda especie. Para estas gentes las invenciones del
género de la nueva religión ideada por vuestro partidario son una ver­
dadera fortuna. Se precipitan sobre ellas como moscas sobre la miel.
Y como muchos de los señores que se lanzan ávidamente sobre lo que
les dice el -último libro no han roto, desgraciadamente, sus lazos con
el proletariado 2) y pueden contaminarle con sus devaneos místicos, es
por lo que he decidido que nosotros los marxistas, debemos responder
resueltamente no sólo al nuevo evangelio de Anatolio sino también a
la filosofía de E. Mach, que no tiene nada de nueva, pero que usted,
señor Bogdanov, ha sabido más o menos acomodar a nuestros usos ru ­
sos. Y aquí tiene usted, señor, la única razón que me ha impulsado a
contestarle.
Ya sé que algunos de mis camaradas se admiran de que yo no
haya creído necesario polemizar hasta ahora con usted. Pero esa es
una vieja historia que sigue siendo nueva. Ya en la época en que Struve
publicó sus célebres Observaciones críticas algunos de mis amigos, que
consideraban tales “ observaciones” como la obra de un hombre que no
había llegado todavía a crearse un pensamiento consecuente, me acon­
sejaron que le atacase públicamente. Los consejos de tales amigos se
hicieron aún más insistentes cuando ese mismo Struve publicó en las
Cuestiones de la Filosofía y de la 'Psicología su artículo sobre La liber­
tad y la necesidad. Eecuerdo que Lenin, cuando nos encontramos du­
rante el verano de 1900, me preguntó por qué había dejado sin res­
puesta aquel artículo. Mi contestación a Lenin fue muy sencilla: las
ideas que Struve expresaba en su artículo sobre la libertad y la nece­
sidad estaban de antemano refutadas en mi libro: A propósito de la
evolución de la concepción monista de la historia. Los que han leído
mi libro debían claramente comprender en qué consistía el nuevo error
del autor de Observaciones críticas. Y yo no podía perder mi tiempo
con los que no habían leído o comprendido mi obra.
284 G. PLEJANOV

Siempre lie estado muy lejos de creerme obligado a desempeñar


cerca de nuestros intelectuales marxistas el papel del buho de Chthér
drill, que no cesaba de correr detrás del águila para enseñarle eí mé­
todo fonético: “ i Señora, diga b. y . g. d. 1” . En la obra de Chthédrin,
el buho aburrió de tal modo al águila que ésta se enfandó con é l:
“ ¡Vete al diablo, m aldito!” , y acto seguido lo mató de un picotazo.
Yo no conocía los peligros que me amenazaban en mi papel de profesor
buho de los intelectuales rusos más o menos marxistas, pero no tenía
ni ganas ni tiempo de desempeñar tan ingrato papel porque tenía
otras tareas prácticas, y sobre todo teóricas. No avanzaría ya mucho en
la teoría si tuviera que responder a todo. Baste decir que algunos do
mis lectores querrían escuchar mi opinión sobre nuestro erotismo con­
temporáneo (es decir, sobre Artsibachev y sus congéneres) y otros me
preguntarían lo que pienso sobre las danzas de la señora Isidora
Duncan. ¡Desgraciado del escritor que intente “ responder’' a todos los
caprichos espirituales de esa dama nerviosa y caprichosa que se llama
“ inteligencia” ! ¡Y si 110 fueran más que sus caprichos filosóficos... !
¿Hace tanto tiempo que ella hablaba de Kant? ¿Hace tanto tiempo
que pedía una respuesta a la crítica kantiana de Marx? Muy poco
tiempo. Tan poco que los zapatos con que nuestra voluble dama corría
tras el neo-kantismo no se han desgarrado todavía. Y después de Kant
han venido Avenarius y Mach. Y tras éstos Ajax del empiriocriticismo
llegó Joseph Dietzgen. Y a continuación de J'oseph Dietzgen aparecie­
ron Henri Poincaré y Bergson. “ ¡Cleopatra tenía muchos am antes!”
Que los que lo quieran luchen con ellos; en cuanto a mí me
siento tanto menos inclinado a hacerlo cnanto que no tengo la menor
pretensión de agradar a la “ intelligentsia' ’ de nuestros días.
Pero aunque no me crea obligado a luchar con los numerosos aman­
tes de nuestra Cleopatra rusa, me reservo siempre el derecho de ha­
blar de ella de pasada: es un derecho incontestable de todo hombre y ciu­
dadano. Así, por jemplo, jamás me he ocupado, y es probable que ja ­
más me ocupe, de la crítica de la teología dogmática cristiana. Pero
esto no me priva en modo alguno- de mi derecho a decir, llegada la
ocasión, lo que pienso de tal o cual dogma cristiano. ¿Qué pensaría,
usted, señor Bogdanov, de un teólogo ortodoxo- que, a causa de mis ob­
servaciones, hechas de pasada, sobre los dogmas cristianos —y cierta­
mente que se podrán encontrar tales observaciones en mis obras— se
pusiese a acusarme de criticar de “ a crédito” al cristianismo^ Espero
que tendrá usted el suficiente buen sentido para alzarse de hombros
ante tal acusación. No se asombre, pues, señor, de que yo tampoco ca­
rezca de ese buen sentido y que me encoja simplemente de hombros al
oírlo acusar a mis observaciones sobre el machismo, hechas de pasada,
de ser una crítica £ía crédito'’.
Más arriba he citado vuestra apreciación del punto de vista de
Engels, la que, aun para espíritus completamente obtusos, no puede
dejar ninguna duda sobre vuestras relaciones con la filosofía marxista.
Pero recuerdo ahora que, durante una reciente reunión en Ginebra,
yo cité ese pasaje y usted se dignó gritarme, levantándose de su asiento:
EL MATERIALISMO MILITANTE 285

"Y o pensaba así. antes pero ahora veo que me equivoqué7'. Yo me


vería obligado (y conmigo todo lector que se interese por nuestra dis­
cusión filosófica) a tener en cuenta esta declaración extremadamente
im portante. . . si contuviese el suficiente sentido lógico para ser tenida
en cuenta.
Usted opinaba antes que el punto de vista de Engels era del “ jus­
to medio” , y lo rechazaba usted como insatisfactorio. Ahora ya no
piensa usted de ese modo. ¿Qué significa esto’? ¿Que usted reconoce
ahora el punto de vista de Engels? Me consideraría dichoso si se lo
oyera decir, aunque no fuese más que por verme ya libre de tener
que discutir de filosofía con usted. Pero hasta ahora me he visto pri­
vado de ese placer: en ninguna parte ha declarado usted que se ha
transformado de Sanio en Paulo, es decir, que ha abandonado el ma-
chismo para convertirse en materialista dialéctico. Muy al contrario.
En el tercer libro de su ‘‘Empiriomonismo” expresa usted exacta­
mente las mismas opiniones filosóficas que en el segundo de la misma
obra, aí que pertenece el pasaje citado más arriba, que demuestra que
está usted en completo desacuerdo con Engels. ¿ Qué es lo que ha cam­
biado en usted, entonces, señor Bogdanov?
Yoy a decírselo. En la época de la impresión del segundo libro do
nuestro “ Empiriomonismo'5 —y esto no ocurrió bajo el reinado de
Carlomagno, sino exactamente en 1905— tenía usted todavía el sufi­
ciente valor para criticar a Marx y a Engels, con los cuales estaba y
está en desacuerdo, como un idealista puede estarlo con un materia­
lista. No tengo inconveniente en confesar que aquel valor os honraba.
Si el que tiene miedo de m irar a la verdad cara a cara es un mal pen­
sador, es mucho peor el que la ha mirado y teme decir al mundo lo que
ha visto. Pero el peor de todos es el que, por tales o cuales considera­
ciones prácticas, oculta sus opiniones filosóficas. Tal pensador pertenece
evidentemente a la especie de los Moitchaline. Lo repito una vez más
señor Bogdanov: el valor que demostrabais en 1805 os hacia honor,
i Lástima que lo hayáis perdido tan pronto!
Usted ha visto que lo que llama “ su táctica” (la cual en realidad
no es más que la simple confirmación del hecho -evidente de que usted
figura entre el número de los “ críticos” de Marx) ha tenido, como
usted mismo dice, un cierto éxito, es decir, que nuestros marxistas
ortodoxos han dejado de ver en usted a un camarada. Después usted
se ha asustado, y ha imaginado contra mí su “ táctica” . Usted ha deci­
dido que le sería más cómodo luchar conmigo declarándose solidario
de los fundadores del socialismo científico y fingiendo creer que yo
soy algo así como su crítico. E n otros términos; usted ha encontrado
muy cómodo el atribuirme su propia enfermedad.
Y una vez decidido a eso, se ha lanzado usted a escribir ese aná­
lisis crítico de mi teoría del conocimiento, que figura en el tercer libro
del “ Empiriomonismo” y en el cual —en contradicción con lo que se
decía en el segundo— yo ya no figuro en calidad de discípulo de Marx
y de Engels. Bu valor le ha abandonado, señor Bogdanov, y le com­
padezco. Pero es preciso ser justo aún con los hombres que han de­
286 G. PLEJANOV

mostrado cobardía. Por esta razón, le diré que, contrariamente a su


costumbre, ha demostrado usted bastante ingenio. Hasta me atrevo a
afirmar que ha sobrepasado al del monje Gorenflot.
Los franceses conocen a este monje. Pero como los rusos le cono­
cen muy poco, contaré su historia en algunas palabras.
Una vez, no recuerdo que día de ayuno, el monje Gorenflot sintió
deseos de deleitarse con un pollo. Pero esto era pecado. ¿Cómo hacer
para comerse el pollo y evitar el pecado al mismo tiempo? E i monje
Gorenflot encontró un medio muy hábil. Cogió el pollo que le había
tentado y realizó sobre él la ceremonia del bautismo, poniéndole el nom­
bre de carpa. Y no estando prohibido el pescado en día de ayuno, Go­
renflot comió el pollo so pretexto de que estaba bautizado carpa.
Vos, señor Bogdanov, habéis obrado exactamente como este monje.
Os habéis alimentado, y os seguís alimentando todavía, de la filosofía
idealista ¿‘empiriomonista’ Pero mi “ táctica” os ha hecho sentir que
eso era pecado a los ojos de los marxistas ortodoxos. Y he aquí que, sin
molestaros más, habéis realizado sobre ese ‘‘ empiriomonismo ” la santa
ceremonia del bautismo y le habéis dado el nombre de doctrina filo­
sófica de Marx y Engels. Ya tenéis, pues el alimento espiritual que
nigún marxista ortodoxo os prohibirá. Así habéis conseguido un doble
provecho: continuáis alimentándoos de empiriomonismo y, al mismo
tiempo, os contáis entre los marxistas ortodoxos. Y no solamente os
contáis entre ellos, sino que os ofendéis (es decir, fingís ofenderos)
contra los que no quieren consideraros como uno de los suyos. ¡Todo
exactamente igual que el monje Gorenflot! Pero el famoso monje em­
pleaba sus trucos con las cosas pequeñas, mientras que vos las em­
pleáis con las grandes. Y he aquí por qué digo que habéis sobrepasado
en ingenio al mismo monje.
Pero jay!, en la lucha contra los hechos es impotente el ingenio
más brillante. El monje podía llamar pescado a su pollo, pero eso no
impidió que este último continuase siendo pollo. Del mismo modo, vos,
señor Bogdanov, podéis llamar marxismo a vuestro idealismo; pero no
por esto llegaréis a ser marxista dialéctico. Cuanto más celo pongáis; en
aplicar vuestra nueva “ táctica” , más visible será no sólo que vuestras
opiniones filosóficas son completamente inconciliables con el materialis­
mo dialéctico de Marx y Engels, sino que, y esto es lo más1g’rave, que
sois sencillamente incapaz de comprender en qué consiste el carácter
definitivo principal de este materialismo.
Por otra parte, si he de ser imparcial, será preciso decir que el
materialismo ha sido siempre para usted un dominio inaccesible. Esto
explica sus innumerables torpezas en su crítica de mi teoría del
conocimiento.
He aquí una de esas torpezas. Si, en 1905, me llamabais discípulo
de Engels, me consagráis ahora discípulo de Holbach. ¿Con qué fun­
damento? Sólo con el de que vuestra nueva “ táctica” os prescribe que
no me reconozcáis marxista. No tenéis otro fundamento, y el hecho de
que no tengáis otro para llamarme discípulo de Holbach —excepción
EL MATERIALISMO M ILITANTE 287

hecha de vuestra necesidad de serviros de la astuta “ táctica” del


monje Gorenflot— descubre de un solo golpe vuestra debilidad, vuestra
impotencia completa en las cuestiones de la teoría materialista. Eta.
efecto, si conocieseis, aunque no fuera más que una pequeñísima parte,
la historia del materialismo, comprenderíais que no tiene sentido lla­
marme holbachiano. Pero como me llamáis así a causa de la teoría
del conocimiento que yo defiendo, considero que no será inútil haceros
saber que esta teoría tiene mucha más analogía con la teoría de
Priestley3 que con la de Holbach. En otros respectos, la concepción
filosófica que yo defiendo está mucho más alejada de las opiniones de
Holbach que, por ejemplo, de las de Helvetius 4, y aún de las de La Met-
trie, como todos pueden convencerse fácilmente, a condición de conocer
sus obras. Pero ahí está precisamente el mal: usted 110 conoce ni la
historia de i materialismo ni su situación actual T no es usted solo,
señor Bogdanov, el que padece este m al; es el viejo mal de todos los
adversarios del materialismo. Es una costumbre antigua que hasta los
hombres que uo tienen la menor idea del materialismo se crean con el
derecho de atacarlo. No hay que decir que esta laudable costumbre sólo
pudo arraigar con tanta fuerza porque corresponde exactamente con
los prejuicios de las clases dominantes. Pero ya volveremos más tarde
sobre este asunto.
Usted me envía a la escuela del autor del Sistema de la naturalezaf
alegando que expongo el materialismo en nombre de Marx con la ayu­
da de las citas de Holbach, Pero, en primer lugar, yo no cito solamente
a Holbach. En segundo —y esto es lo que importa— usted no ha com­
prendido por qué me he visto obligado a citar tan frecuentemente a
Holbach y a otros representantes del materialismo de siglo XVIII. Lo
he hecho no para exponer las ideas de Marx —como usted afirma—
sino para defender al materialismo de los reproches absurdos que le
dirigen sus adversarios, y, en particular los neo-kantianos.
He aquí, por ejemplo, lo que dice Lange en su pseudo Historia dél
■materialismo (que, en realidad, no es tal historia) : “ El materialismo
toma obstinadamente el mundo sensible por el mundo de los objetos
reales” Considero mi deber mostrar que Lange deforma la verdad his­
tórica. Y como la deforma precisamente en un capítulo consagrado a
Holbach, me veo obligado a citar a Holbach, es decir, al autor cuyas
ideas deforma Lange. La misma razón, sobre poco más o menos, me
obliga a citar al autor del “ Sistema de la naturaleza” en mi polémica
con Bernstein y Bchmiclt. Estos señores han dicho también muchas ton­
terías sobre el materialismo, y yo me he esforzado por demostrarles
cuan mal conocen el asunto que se propusieron juzgar y discutir. Por
otra parte, en mi polémica con ellos, tuve que citar no solamente a Hol-
baeh, sino también a La Mettrie, Helvetius, y en particular a Diderot.
Es verdad que todos estos autores representan el materialismo del si­
glo X V III, y el que no conozca la cuestión pudiera preguntarse por
qué cito precisamente a los materialistas de este siglo. Mi respuesta es
muy sencilla: porque los adversarios del materialismo, Lange, por
288 G. PLEJANOV

ejemplo, consideran al siglo X V III como la época de mayor difusión


de esta doctrina.
Como ve usted señor Bogdanov, la cuestión se aclara fácilmente;
pero usted, que ha comprendido la maligna táctica del monje Goren­
flot, no quiere aclararla, sino oscurecerla. Comprendo que la confusión
y la oscuridad redundan en su interés, pero escache lo que voy a decirle:
para oscurecer de propósito las cuestiones es difícil prescindir de los
sofismas, y para sofisticar es menester poseer una cualidad que Hegel
llama maestría en el manejo de las Meas. En lo que respecta a usted,
probablemente a causa de su parentesco espiritual con el difunto Tre-
cliakovski, está muy lejos de poseer semejante maestría. Y como- esto
es muy desventajoso para usted, yo le aconsejaría que se dirigiese a
Lunateharski cada vez que sienta la necesidad de un sofisma. Los so­
fismas de él dan mejor resultado; son mucho más hábiles y elegantes
que los de usted. No sé lo qué opinarán otros, pero a mí me gusta infi­
nitamente más destruir la sofística elegante de Lunateharski que la de
usted, señor Bogdanov, tan pesada y tan torpe.
Ignoro si seguirá mi consejo —un poco interesado, como usted
ve— pero, entre tanto, tengo que atenerme a sus sofismas groseros y
desmañados. Renuevo, pues, mi reserva de resistencia contra el fas­
tidio y continúo desenmascarándolos.
Al encuadrarme en la escuela de Holbach, quiere usted rebajar­
me ante los ojos de sus lectores. En su prefacio a la traducción rusa
del Análisis de las sensaciones de Mach, dice usted que, para contra­
rrestar su filosofía, yo y mis camaradas defendemos “ la filosofía de
la naturaleza del siglo X V III, según las fórmulas del barón de Holbach
ese puro ideólogo de la burguesía, muy alejado aún de las simpatías mo­
deradas de Brnest Mach hacía el socialismo” . Y he ahí, en. toda su fea
desnudez, vuestra inverosímil ignorancia del asunto y vuestra torpeza
arehicómica en el “ manejo de las ideas” .
El barón de Holbach está, en efecto muy lejos de “ las simpatías
moderadas de Mach hacia el socialismo” . '¡Muy lejos! Una distancia
de cerca de ciento cincuenta años le separan de estas simpatías, Pero,
en verdad, es preciso ser un digno descendiente de Trediakovski para
reprochar esta falta a Holbach o a los otros materialistas de siglo
X V III. ¿Fue culpa de Iíolbach el haber nacido antes que Mach? Se­
gún vuestros razonamientos, se podría, por ejemplo, acusar a Clithéne
de estar “ muy lejos'’ hasta del mismo socialismo oportunista de Barens-
tein. ¡ A cada legumbre su temporada, señor Bogdanov! Pero en la
sociedad dividida en clases se da en cada época un número muy grande
de diferentes legumbres filosóficas, y los hombres eligen ésta o aquélla,
según sus gustos. Ya dijo muy justamente Fichte: “ tal hombre, tal
filosofía” . Y he ahí porqué yo encuentro extraña vuestra simpatía
indudable y hasta “ inmoderada” por las simpatías socialistas modera­
das de Mach.
Hasta aquí suponía que usted, señor Bogdanov, no sólo no era capaz
de simpatizar con esas “ simpatías moderadas por el socialismo” ,
EL MATERIALISMO M ILITANTE 289

sino que, en su calidad de extremista, se sentiría inclinado a


estigmatizarlos como 1111 oportunismo indigno de nuestro tiempo. Aho­
ra veo que me he equivocado. Y después de reflexionar, comprendo la
causa de mi equivocación. He perdido de vista por un minuto que el
señor Bogdanov pertenece a los “ críticos” de Marx. No en vano se
dice que “ pata hundida en la arena, todo el pájaro perece” . El señor
Bogdanov comenzó por refutar el materialismo dialéctico y acaba sin­
tiendo las simpatías más evidentes y hasta inmoderadas por “ las sim­
patías socialistas moderadas de M'ach” . Es muy natural: quien dice
A, debe decir B.
Holbach tenía el título de barón ; es una verdad histórica incon­
testable. ¿Pero por qué recuerda usted a sus lectores el rango aristo­
crático de Holbach? Es preciso creer que no lo ha hecho usted por
amor a los títulos, sino simplemente porque ha querido usted disparar­
nos una flecha, a nosotros, defensores del materialismo dialéctico que nos
decimos discípulos del barón. ¡ Muy bien !, está usted en su derecho. Pero
mientras nos dispare usted esa flecha, no olvide que “ no se desuella
dos veces el mismo buey” . ¿ No dice usted mismo que el barón de Hol­
bach era un “ puro ideólogo de la burguesía” ? Es, pues, evidente que
su título de barón no puede tener ninguna importancia cuando se tra ­
ta de determinar el equivalente sociológico de su filosofía. Lo impor­
tante es saber el papel desempeñado en su época por esta filosofía. Y
del papel altamente revolucionario desempeñado por esta filosofía pue­
de usted enterarse en diversos orígenes populares, entre otros Engels,
quien, al caracterizar la filosofía francesa del siglo X V III, dice: “ Los
franceses luchan abiertamente contra toda la ciencia oficial, contra
la iglesia y frecuentemente hasta contra el E stado; sus obras se impri­
men al otro laclo de la frontera, en Holanda o en Inglaterra, y ellos
mismos se mudan a menudo a la B astilla” (Ludwig Feuerljach).
Creedme, señor, cuando os digo que entre esos escritores revoluciona­
rios se encuentra también Holbach con los materialistas de aquella
época. Y he aquí lo que es preciso hacer notar a este respecto.
Holbach y los demás materialistas franceses de aquella época, más
bien que los ideólogos de la burguesía eran los ideólogos del tercer es­
tado en los días históricos en que el espíritu revolucionario le penetra­
ba profundamente, Los materialistas formaban el ala izquierda del
ejército ideológico del tercer estado. Y cuando este estado se dividió a
su vez, cuando de un lado dio nacimiento a la burguesía; y del otro,
al proletariado, los ideólogos de éste comenzaron a basarse en el mate­
rialismo, justamente porque era la doctrina filosófica extremista de
la época. El materialismo se convirtió en la base del socialismo y comu­
nismo. Ya Marx hace notar este hecho en la “ La Sagrada Fam ilia” .
Véase lo que escribió:
“ No hace falta mucha sagacidad para comprender el lazo íntimo
existente entre las enseñanzas del materialismo francés sobre la incli­
nación natural al bien y sobre la igualdad de las inteligencias de todos
290 O. PLEJANOV

los hombres, sobre el poderío de la experiencia, del hábito, de la educa­


ción, sobre la influencia ejercida sobre el hombre por las circunstan­
cias exteriores, sobre la importancia capital de la industria, sobre el
derecho al goce, etc., con el comunismo y el socialismo” 5.
Más adelante, Marx hace notar que “ La Apología del Vicio” de
Mandeville, discípulo inglés de Locke, expresa muy bien 4‘la tendencia
socialista” del materialismo. “ Mandeville demuestra que los vicios son
indispensables y útiles en la sociedad actual. Y esto no constituye la
apología de la sociedad actual9} 6.
Marx tiene razón. E n efecto, no se precisa mucha sagacidad para
comprender los lazos necesarios entre el materialismo y el socialismo.
Pero una cierta sagacidad sí que es necesaria. Esto explica que los que
están completamente desprovistos de ella no perciban el lazo indicado
por Marx y piensen que se puede sostener y aún ‘*fundar ’5 un nuevo so­
cialismo revolviéndose contra el materialismo. Y, lo que es más, esos
partidarios del socialismo, privados de toda inteligencia, están prestos
a interesarse por cualquier filosofía, excepto el materialismo. De aquí
que cuando se ponen a juzgar y discutir el materialismo, hablen de
una manera imperdonablemente absurda.
Tampoco usted, señor Bogdanov, ha percibido el lazo necesario
entre el materialismo y el socialismo. ¿Por qué? Dejaré al lector el
cuidado de responder a esta pregunta; yo me limitaré a recordar que
usted nos reprocha, a nosotros los marxistas, la propaganda de las
ideas del materialismo francés como una acción que no conviene a la
obra de la propaganda socialista de nuestra época. En esto también
como de costumbre, se ha alejado usted mucho de los fundadores del
socialismo científico.
E n su artículo ‘ ‘Programm der blonquistichen Kommune-Mücht-
linge” (“ Programa de los refugiados blanquistas de la Comuna” ),
publicado primeramente en el núm. 73 del periódico «Volkstaat»
(1874), y más tarde en la colección “ Internacionales aus dem «Volks­
taat», Engels —al hacer notar con satisfacción que los obreros social-
demócratas de Alemania ** se han desembarazado pura y sencillamente
de Dios” y que viven y piensan como materialistas— escribe (pagina
44 de la colección) que la situación en Francia es probablemente la
m isma: “ Y si no fuese así —dice—, lo más sencillo sería contribuir a
esta tarea por la difusión en masa entre los obreros franceses, de la
magnífica literatura materialista francesa del siglo último (es decir,
del X V III, señor Bogdanov); esa literatura en que la inteligencia
francesa ha alcanzado su más alta expresión en su contenido y en su
forma, y que si se tiene en cuenta el estado de la ciencia en aquella épo­
ca, permanece, aún hoy en día, en un lugar infinitamente alto por su
contenido e inigualable por su form a” .
Como ve usted, señor Bogdanov, Engels, no solamente temía
difundir entre el proletariado esta “ filosofía de la naturaleza” que
usted se digna llamar de los “ puros ideólogos de la burguesía” , sino que
recomendaba directamente la difusión en masa de estas ideas entre los
EL MATERIALISMO MILITANTE 291

obreros franceses, en el caso que estos obreros no se hubiesen vuelto


todavía materialistas. Nosotros, discípulos rusos de Marx y de Engels,
consideramos como muy útil la difusión de estas ideas en los medios
del proletariado ruso, cuyos representantes conscientes están todavía,
desgraciadamente, lejos de ser todos materialistas. Considerando la
utilidad de esta difusión yo be emprendido, hace dos años, la publica­
ción de una biblioteca materialista, en la cual reservaba el primer lugar
a las traducciones de los materialistas franceses del siglo X V III, que
son, en efecto, inigualables por so forma y muy instructivas aún hoy
por su contenido. No prospero este asunto. Entre nosotros, circulan
más fácilmente las obras de esas numerosas escuelas de ía filosofía
contemporánea, que Engels llamaba con desprecio “ sopa ecléctica” ,
que los trabajes consagrados al materialismo. Ejemplo: el "Ludwig
Feuerbaeh” de F. Engels, obra notable en todos los aspectos, se
vende muy mal. Nuestro público es hoy indiferente al materialismo.
Pero no se apresure a cantar victoria, señor Bogdanov. Es un mal signo ;
esto prueba que nuestro público continúa llevando xa larga trenza
conservadora, aun durante los períodos en que, en apariencia, se preo­
cupa de las "investigaciones” teóricas más "audaces” y de "v an ­
guardia” . La desgracia histórica del pobre pensamiento ruso consiste
en que, aún duránte los períodos de gran empuje revolucionario, no
ha logrado más que muy rara vez desprenderse de la influencia del
pensamiento burgués occidental, pensamiento que no puede menos de
ser reaccionario en las actuales condiciones sociales del Occidente.
E l bien conocido renegado del movimiento liberador francés del
siglo X V III, La Harpe, dice en su Refutation du livre de l ’esprit que,
cuando refuto a Helvetius por primera vez, su crítica no encontró ape­
nas eco en los medios franceses. Más tarde, continúa diciendo, esta
actitud cambió. La Harpe mismo lo explica por el hecho de que su
primer ataque tuvo lugar durante el período pre-revolucionario, cuando
el público francés no podía todavía comprobar en la práctica las
consecuencias peligrosas de la difusión de las ideas materialistas. Por
esta vez el renegado elecía la verdad. La historia de la filosofía fran­
cesa después de la gran revolución, no puede mostrar más claramente
que las tendencias antimaterialistas que le son propias vienen de las
instituciones protectoras de la burguesía quien, después de haber de­
rrocado el antiguo régimen, abandonó sus pasadas pasiones revolucio­
narias y se hizo conservadora. Y esto no se aplica solamente a Francia.
Si los ideólogos de la burguesía actual tratan por todas partes al ma­
terialismo con un desprecio altivo, es preciso ser muy ingenuos para
no darse cuenta de la cobarde hipocresía que contiene este altivo
desprecio. La burguesía teme al materialismo como una doctrina
revolucionaria maravillosamente apta para arrancar de los ojos clel
proletariado esos velos teológicos con cuya ayuda querían sus adorme­
cedores detener el desarrollo de su inteligencia. Esto es lo que Engels
demostró mejor que nadie. En su artículo sobre el materialismo
histórico (“ Ñeue Z eit”, 1892-1893, núms. 1-2), aparecido primero
como prefacio a la traducción inglesa de su célebre folleto sobre So-
292 G. PLEJANOV

tialismo Científico y Socialismo Utópico. Engels, al dirigirse al lector


inglés da una explicación materialista del odio de la burguesía inglesa
hacia el materialismo.
Engels recuerda que el materialismo, que tuvo en un principio un
carácter aristocrático, se convirtió bien pronto en Francia en una
doctrina revolucionaria, tanto que “ durante la Gran Revolución esta
■doctrina puesta en evidencia por los realistas ingleses, dio a los repu­
blicanos y terroristas franceses una bandera teórica y dictó la decla­
ración de los Derechos del Hombre” , Esto sólo habría bastado para
espanto a los filisteos de la brumosa Albión, 4‘ Cuanto más se convertía
el materialismo en el credo de la Revolución francesa —continúa
Engels— más fuertemente se aferraban los piadosos burgueses ingleses
a su religión. ¿Es que la Epoca clel terror en París no había demostrado
lo que sucede cuando el pueblo renuncia a la religión? Cuanto más se
difundía el materialismo por los países fronterizos a Francia, reforzán­
dose con las corrientes teóricas vecinas, y más el materialismo y el
pensamiento libre iban siendo sobre el continente el rasgo distintivo
del hombre culto. . . más se aferraba la clase media de Inglaterra a
sus diversas confesiones religiosas. Estas podían ser muy diferentes
unas de otras,, pero todas eran plenamente religiosas y cristianas” .
La historia interior de Europa, sus luchas de clases, las revueltas
armadas del proletariado, han convencido todavía más a la burguesía
inglesa de la necesidad de la religión como freno para el pueblo. Pero
ahora esta convicción comienza a ser compartida por toda la burguesía
continental. “ En efecto, dice Engels, el puer robustus se hace cada día
más malicioso” 7. En este trance, ¿qué le quedaba al burgués francés
y alemán sino renunciar tácitamente a tocio pensamiento libre? Los
energúmenos de antaño adoptaron uno tras otro un aire piadoso,
comenzaron a hablar con respeto de la Iglesia, de su doctrina, de sus
ceremonias y hasta cumplieron los ritos. La burguesía francesa renun­
ciaba a la cante los viernes y los alemanes hacían sudar los asientos
de las iglesias escuchando los largos sermones protestantes. Su mate­
rialismo les ha conducido a un impance: “ Es preciso conservar la
religión para el pueblo, Es el único medio de salvar a la sociedad de
la destrucción completa” .
Y es entonces cuando comenzó, al mismo tiempo que la “ vuelta a
K an t” , aquella reacción contra el materialismo que caracteriza hoy
todavía al pensamiento europeo, y, en particular, a la filosofía. Los
burgueses arrepentidos cantan, más o menos hipócritamente, a esta
reacción como un progreso de la “ crítica filosófica” . Pero estas can­
ciones más o menos hipócritas no lograrán hacernos abandonar nuestras
posiciones, a nosotros los marxistas, que sabemos que la marcha de la
evolución del pensamiento está determinada por la vida. Nosotros
podemos determinar el equivalente sociológico de esta reacción; noso­
tros sabemos que ha sido provocada por la aparición del proletariado
revolucionario sobre la escena de. la historia mundial. Y como no
tenemos ninguna razón para temer al proletariado revolucionario, como
por el contrario, tenemos a gran honor contarnos entre sus ideólogos,
EL MATERIALISMO M ILITANTE 293

no renegamos del materialismo; y somos nosotros los que le defende­


mos contra la crítica parcial y cobarde de los “ sabios" de la burguesía.
La cansa del odio burgués, contra el materialismo, que acabo de
indicar, se completa con otra que tiene también sus raíces en la psicolo­
gía de la burguesía como clase dominante en nuestra sociedad
capitalista. Toda clase llegada al poder se inclina naturalmente a la
satisfacción de sí misma. Y la burguesía, que domina en una sociedad
basada en una competencia feroz de los productores ele mercancías,
peca, naturalmente, de esta satisfacción de sí misma, desprovista de
toda mezcla de altruismo. E l precioso “ yo" de cada digno represen­
tante de la burguesía llena enteramente todos sus deseos, todos sus
pensamientos. En ima comedia de Sudermann (“ Das Blumenboot",
acto TI, escena I), la baronesa Erflingeii dice a su hija, para instruirla:
“ los hombres de nuestro rango existen para liacer de todo lo que hay
en el mundo una especie de alegre panorama que pasa, o más bien
parece pasar, delante de nosotros". En otros términos los hombres del
rango de esta baronesa deben educarse de manera que consideren todo
lo que pasa en el mundo desde el punto de vista de sus experiencias
personales, más o menos agradables 9.
Solipsismo moral, he ahí dos palabras que caracterizan admirable­
mente el estado de espíritu de los más típicos representantes de la
burguesía contemporánea. Nada de extraño tiene que, sobre el terreno
de tales ideas, nazcan sistemas que no reconocen más que “ experien­
cias" subjetivas, y que, necesariamente, llegarían al solipsismo teórico
si no las salvase la falta de lógica de sus autores.
En una próxima carta, le demostraré, señor, con ayuda de qué
ilogismo monstruoso se salvan del solipsismo sus bien amados Mach y
Avenarius. Esto tiene también aplicación a usted. Un idealista no puede
evitar el solipsismo más que al precio de los absurdos más indignantes.
Ahora quiero terminar con la cuestión de mi actitud hacia el materia­
lismo francés del siglo XVIII.
Admiro no menos que Engels, esta doctrina rica y variada por
su contenido y brillante por su form a; pero, como Engels, comprenda
también que desde la época en que esta doctrina floreció, las ciencias
naturales han progresado mucho y que no podemos compartir actual­
mente las opiniones físicas, químicas o biológicas de un Holbach. Un
lector imparcial no podrá menos de reír al oíros declarar que con mi
defensa del materialismo defiendo la filosofía de la naturaleza del
siglo X V III contra la del siglo XX. (Véase vuestro prefacio a M
análisis de las sensaciones). Es cierto que entre los sabios del siglo XX
no se encuentran muchos materialistas. Pocos resisten a esa reacción
antimaterialista, de la que más arriba ha intentado indicar el equiva­
lente social.
Pero sea eual fuere el estado de las ciencias naturales, está claro
como el día que, mientras .siga usted defendiendo la filosofía de Mach,
no tiene usted derecho a hacerse pasar por un discípulo de Marx y
de Engels. El mismo Mach reconocía, por ejemplo, su parentesco con
Hume. ¿Y se acuerda usted de lo que Engels dijo de Hume?
294 G. PLEJANOV

Dijo que si los neo-kantianos alemanes intentaran resucitar las


opiniones de Kant, y los agnósticos ingleses las opiniones de Hume,
tal movimiento sería un retroceso. Estas palabras tan poco equívocas
no le agradarán mucho a usted, que nos aseguraba que se puede y
que se debe marchar hacia adelante bajo la bandera de Hume-Mach.
Verdaderamente, la idea de excluirme de la escuela de Marx para
enviarme a la de Holbach, no- es muy brillante. Con ella, no solamente
ha pecado usted contra la verdad, sino que ha demostrado, además, su
extraordinaria torpeza polémica.
Admire usted un poco su obra. Ha sido usted el que escribió;
"Según el camarada Beltov, el fundamento y la esencia del materia­
lismo consisten en la idea de la prioridad de la naturaleza con rela­
ción al espíritu” . (M empiriomonismo, libro III, pág. 2).
Dejemos las ironías de lado y recordemos que usted escribió esas
líneas inmediatamente después de haberme reprochado el exponer el
materialismo " e n nombre de Marx, con ayuda de citas de Holbach” .
Se pudiera, pues, creer que mi definición dei "fundam ento y de la
esencia” del materialismo la he tomado prestada de Holbach y con­
tradice lo que yo tendría derecho a exponer en nombre de Marx. ¿Pero
cuál ha sido la definición del materialismo por los fundadores del
socialismo científico?
Engels escribe que en el problema de las relaciones de la materia
y del espíritu, los filósofos se han dividido en dos grandes campos:
"Los que afirman que el espíritu existía antes de la naturaleza, y
que, por consiguiente, reconocen de una manera o de otra, la creación
del mundo. . . componen el campo idealista. Los que consideran a la
naturaleza como principio fundamental forman las diferentes escuelas
del materialismo” ("Ludw ig Feuerbaeh” ).
¿No es exactamente la misma cosa que yo digo sobre el "fu n d a­
mento y la esencia” del materialismo? Es evidente que, al menos en
este caso, yo tenía plenamente el derecho de exponer el. materialismo
en nombre de. Marx y de Engels, sin necesidad de recurrir a Holbach.
i Pero ha reflexionado usted en qué situación se pone al atacar la
definición del materialismo que yo acepto? Usted ha querido excluirme
de la escuela de esos pensadores; y sucede que usted se coloca entre los
"críticos” de Marx. Esto evidentemente no es un crimen, pero es un
hecho y, en vuestro caso, un hecho muy instructivo. Yo no tengo in­
terés en perseguiros, sino simplemente en definiros, es decir, en ex­
plicar a mis lectores a qué categoría de "filósofos” pertenecéis.
Espero que esto estará ahora bien claro para ellos. Pero debo
advertirle que lo que hemos señalado hasta aquí en usted no son más
que pequeñas flores. Los frutos nos los comeremos la próxima vez, en
nuestra segunda carta, en la que daremos un paseo por el vergel de
su crítica de mi teoría del conocimiento. Allí encontraremos frutos
muy sabrosos.
Y ahora debo terminar. ; Hasta la vista, señor, y que el agradable
Dios del señor Lunatcharski os proteja!
C ARTA SEGUNDA

SEÑOR:
La carta que os dirijo hoy se divide en dos partes. En primer
lugar me creo obligado a responder a las objeciones críticas que hace
usted a “ m i” materialismo. Después utilizaré mi derecho a pasar al
ataque y examinaré los fundamentos de la "filosofía” en cuyo nom­
bre me hace usted la guerra y con cuya ayuda quisierais "com pletar”
a Marx, es decir, la filosofía de Mach. Sé que la primera parte aburrirá
enormemente a más de un lector, pero me veo obligado a seguiros, y
si nuestro paseo por su vergel "crítico ” no es de los más divertidos,
no será mía la culpa, sino del que plantó el vergel.
I
Critica usted " m í” definición de la materia que toma usted de
las siguientes líneas de mi libro " Crítica da nuestros críticos”.
" E n oposición con el espíritu, se llama materia lo que, obrando
sobre nuestros órganos de los sentidos, provoca en nosotros tales! o
cuales sensaciones. %Pero qué es lo que obra sobre nuestros órganos
de los sentidos? A esta pregunta respondo con K a n t: las cosas en sí.
Por consiguiente, la materia no es otra cosa que el conjunto de las
cosas en sí en tanto que estas cosas sean el origen de nuestras
sensaciones” .
Estas líneas le predisponen a usted a la jovialidad.
"Así. pues —ríe usted—, la materia (o " la naturaleza” en su
antítesis con el "e sp íritu ” ) se define por las "cosas en s í” y por su
propiedad de originar sensaciones. ¿Pero qué es eso de la cosa en sí?
"L o que hace nacer "sensaciones” . Esto es todo. No encontraréis otra
definición en el camarada Beltov. a menos de contar con la definición
negativa que, probablemente, está sobrentendida: "sin. sensaciones” ,
ni "fenómenos” ni "experiencia” . (" E l Empiriomonismo” , II I
página 13) ” .
i Espere un poco, señor! No clvide usted que *‘rira bien qui rira
le dernier” . Yo no defino en modo alguno la materia "p o r las cosas
en s í” . Afirmo solamente que todas las cosas en sí son materiales. Y
por materialidad de las cosas, entiendo —en eso dice usted la verdad—
su capacidad de obrar sobre nuestros sentidos, de una manera o de otra,
directa o indirectamente, y de hacer nacer en nosotros tales o cuales
296 G. PLEJANOV

sensaciones. En mi disputa con los kantianos, consideré como suficiente


limitarme al simple recuerdo de esta propiedad de las cosas en sí, por
la razón de que su existencia no solamente no ha sido negada, sino
categóricamente proclamada por Kant en la primera página de la
“ Critica de la Razón P u ra". Pero Kant no era consecuente. El, que
proclamaba tan solemnemente a las cosas en sí como el origen de
nuestras sensaciones, tenía al mismo tiempo una clara inclinación a
considerar esas cosas como inmateriales, es decir, inaccesibles a nuestros
sentidos. Esta inclinación que le condujo a la contradicción consigo
mismo, se reveló con una claridad particular en su “ Critica de la Razón
P ráctica” . He aquí por qué era muy natural que yo insistiera, en una
discusión con sus discípulos sobre el hecho de que las cosas en sí, según
su mismo maestro, eran el origen de nuestras sensaciones, es decir, que
tenía la marca de la materialidad. Insistiendo en ello, señalaba yo la
inconsecuencia de Kant e indicaba a sus alumnos la necesidad lógica
de decidirse por uno u otro de los dos elementos inconciliables de la
contradicción de que no salió su maestro. Yo les decía que no podían
seguir adheridos al dualismo kantiano y que debían necesariamente
term inar o bien en el idealismo subjetivo, o bien en el materialismo.
Y ya que entrábamos en este camino, consideré útil recordar el rasgo
principal que distingue el idealismo subjetivo del materialismo, rasgo
que consiste en esto: el idealismo subjetivo niega la materialidad de las
cosas que proclama el materialismo 1.
He aquí cómo estaba planteado el asunto, j Y usted, sin comprender
nada, sin siquiera ser capaz de comprenderlo, se ha lanzado inmedia­
tamente sobre las palabras cuya significación seguía siendo para usted
“ incomprensible” , y me ha embestido con su ironía barata!
Continúo. Como en mi discusión con usted deberá hacer alusión,
aún con más frecuencia que con los kantianos, al rasgo distintivo del
materialismo con relación al idealismo subjetivo, intentaré explicarle
este rasgo con ayuda de algunas citas que, espero, serán bastante
convincentes.
He ahí cómo estaba planteado el asunto. ¡ Y usted, sin comprender
su obra “ De los 'principios del conocimiento humano n (“ Of the
principies of human knowledge” ) :
“ Está muy extendida entre los hombres la convicción de que las
casas, las montañas, los ríos, en una palabra, todos los objetos mate­
riales, tienen una existencia natural o real distinta de su percepción” .
Pero esta convicción está fundada sobre una contradicción evidente
“ porque —continúa Berkeley— ¿qué son estas cosas sino cosas pexhi­
bidas por nuestros sentidos? ¿Y qué podemos nosotros percibir fuera
de nuestras propias percepciones o sensaciones? Sabemos muy bien
que el color, 3a forma, el movimiento, la extensión son sensaciones
nuestras. Pero caeríamos en mil contradicciones si las considerásemos
como signos o imágenes de las cosas existentes fuera del entendi­
miento *’ 2.
EL MATERIALISMO MILITANTE 297

Contrariamente a los idealistas subjetivos el materialista Feuerbaeh


afirma: demostrar que alguna cosa existe, significa demostrar que esta
cosa 110 existe solamente en el pensamiento (nieh nur gedachtes
ist) 3.
De igual modo Engels, en su disputa con Dühring, al querer oponer
su concepción a la concepción idealista del “ mundo como represen­
tación” , declara que la verdadera unidad del mundo consiste en su
materialidad 4.
¿Es preciso, todavía, explicar ahora lo que nosotros, los mate­
rialistas, entendemos por la materialidad de las cosas? Lo explicaré, de
todos modos.
Nosotros llamamos materiales a las cosas que existen fuera de
nuestra conciencia 7 que, al obrar sobre nuestros sentidos, hacen
nacer en nosotros ciertas sensaciones que son la base de nuestras
representaciones del mundo exterior, es decir, de esas cosas materiales
y de sus relaciones recíprocas.
Esto bastará, quizá. Pero he aquí lo que yo diría todavía :
Mach, cuya filosofía considera usted como 3a filosofía de la ciencia
natural del siglo X X , comparte por completo en la cuestión que nos
ocupa aquí, el punto de vista del idealista del siglo X V I I I , Berkeley.
Hasta se expresa casi en los mismos términos de este digno obispo: no-
son los cuerpos los que hacen las sensaciones —dice— sino que son
los complejos de elementos que forman los cuerpos. Si el físico cree
que los cuerpos son un algo constante, real, y que los “ elementos” son
reflejo efímero, no hace notar que todos los cuerpos no son más que
símbolos lógicos de complejos de elementos (complejos de sensaciones).
Usted sabe muy bien, señor Bogdanov, lo que su maestro dice a
este respecto. Pero usted ignora completamente, a lo que parece, lo
que sobre ello dice Berkeley, Es usted como monsieur Jourdain, que
no sabía que hablaba en prosa. Se ha asimilado usted las opinio­
nes de Mach sobre la materia, pero, en su ingenuidad, no ha sospechado
siquiera que esas opiniones eran puramente idealistas. Ke ahí por qué
se asombra usted de mi definición de la materia; he ahí la causa de.
que no haya comprendido que yo tenía necesidad en mi discusión con
los neo-kantianos, de insistir sobre la materialidad de las cosas en sí.
¡ Ridículo monsieur Jourdain ? ¡ Pobre señor Bogdanov!
Si usted no fuese un infeliz poco al corriente de la historia de la
filosofía, sabría que la definición de la materia, que le ha hecho reír
tanto, está lejos de ser de mi propiedad particular, y que, por el
contrario, es compartida por diversos pensadores ya del campo mate­
rialista como el idealista. Por Holbach y Joseph Priestley en el siglo
X V III, por ejemplo. Y muy recientemente el idealista francés Ernest
Naville, en una memoria presentada a la Academia Francesa, define
así la m ateria: “ Bs lo que se revela a nuestros sentidos’’. Ya ve usted,
señor, cuán extendida está mi definición de la materia 5.
No crea usted, sin embargo, que yo invoco este hecho para desviar
hacia otra parte sus golpes “ críticos” . Yo mismo los sabré parar. No
298 G. PLEJANOV

se necesita, por otra parte, muc-ha audacia ni destreza. Los golpes que
usted me asesta son muy débiles y torpes, y no tienen nada de terribles.
Si yo defino la materia como el origen de nuestras sensaciones, se
engaña usted del todo al considerar como “ probable” que yo carac­
terice la materia “ negativamente-” como la no-experiencia. ¡E s tam­
bién muy extraño que usted se haya podido equivocar en este p u n to !
Las diversas páginas que cita usted de la Crítica de nuestros críticos
hubieran podido aclararle mi manera de interpretar la experiencia.
En una de mis notas a la edición rusa del Ludwig Feuerbach de Engels,
digo, al dirigirme a los kantianos: “ Toda experiencia y toda acción
productiva del hombre es su relación activa con el mundo exterior,
una provocación adrede de ciertos fenómenos. Y como el fenómeno es
el fruto de la acción sobre mí de la cosa en sí (K ant dice: el hecho
de ser afectado por la cosa en sí), yo obligo, al hacer una experiencia
o al producir tal o eual objeto, a que la cosa en sí afecte mi “ y o " de
una cierta manera, definida de antemano. Por consecuencia, yo conozco
al menos ciertas de sus propiedades: a saber, aquellas por las que yo
la hago obrar” . El sentido directo de esta frase es que la experiencia
supone 3a acción recíproca del sujeto y del objeto que se encuentra
fuera de él. Y esto prueba que yo me contradecirla del modo más im­
perdonable si se me ocurriera definir el objeto negativamente, por
la palabra “ no-experiencia” . ¡Nada de eso, señor! ¡Es justamente
“ la experiencia” ! O más exactamente: una de las dos condiciones
necesarias de la experiencia”
Pasemos adelante.
Notemos, en primer lugar, que la expresión: “ las cosas en sí exis­
ten fuera de nuestra experiencia” es muy desacertada. Puede significar
que estas cosas son del todo inaccesibles a nuestra experiencia. Así es
como lo comprendía Kant quien, sobre este punto, estaba en contradic­
ción consigo mismo. Es así también como lo comprenden casi todos los
neokantianos, con los cuales está Mach de acuerdo en esta cuestión: las
palabras “ cosa en s í” evocan siempre en él yo no sé qué X que está
fuera de los límites de nuestra experiencia. Mach es completamente
lógico al declarar que la cosa en sí es un apéndice metafísico inútil,
añadido a nuestras nociones extraídas de la experiencia. Pero usted,
señor Bogdanov, no se puede imaginar un solo instante que haya
hombres que den a esas palabras “ cosa en s í” un sentido diferente
del que le dan los kantianos y los machistas. Así se explica su incapa­
cidad para comprender que yo no soy ni neo-kantiano, ni machista.
Y, sin embargo, el asunto es demasiado sencillo. Aunque yo me
decidiese a emplear esa expresión desgraciada: “ las cosas en sí
existen fuera de toda experiencia ’ esto no significaría en modo alguno
para mí que las cosas en sí son “ inaccesibles” a nuestra experiencia,
sino que existen aún cuando nuestra experiencia no las alcance, por
una razón o por otra.
Cuando decimos: nuestra experiencia, queremos decir: la expe­
rienciaí humana, Pero ya es sabido que hubo una época en que no
EL MATERIALISMO MILITANTE 299

liabía hombres sobre la tierra. Y si no había hombres, no existía


tampoco su experiencia. Y la tierra, sin embargo, existía. Esto significa
que la tierra (¡una cosa en sí, también!) existía fuera de la experiencia
humana. ¿Pero por qué existía fuera de la experiencia? ¿Por qué no
era accesible a la experiencia? No; existía así únicamente porque no
había todavía organismos capaces de tener una experiencia. En otros
términos: “ existía fuera de la experiencia” , significa que existía aún
antes de esta experiencia. Y esto es todo. Y cuando la experiencia
comenzó, existía no solamente fuera de ella, sino también en ella, como
condición necesaria. Todo esto se expresa brevemente así: la experien­
cia' es el resultado de la acción recíproca entre el sujeto y el objeto,
pero el objeto no cesa de existir aunque no haya ninguna acción recí­
proca entre él y el sujeto es decir, aún cuando la experiencia no tenga
lugar. La afirmación tan conocida: “ No hay objeto sin sujeto” es fun­
damentalmente falsa. El objeto no cesa de existir si el sujeto no existe
todavía o si cosa su existencia. Y todos aquellos para quienes las con­
clusiones de la ciencia moderna no son vanas palabras deben necesaria­
mente suscribir lo siguiente: sabemos que, según la historia de la evolu­
ción, el sujeto no aparece más que cuando el objeto alcanza un cierto
grado de desarrollo.
Los que afirman que no hay objeto sin sujeto, confunden sencilla­
mente dos nociones completamente diferentes: la existencia del objeto
“ en s í” y m existencia en la representación del sujeto. Esta confusión
es el origen de esos inextricables sofismas con que los idealistas de
todos matices “ refu tan ” al materialismo.
También las objeciones <ie usted sobre mi definición de la materia
están fundadas en la misma confusión. A usted no le satisface esta
definición; veamos el origen de su descontento.
A usted “ m i” definición de la materia le recuerda la afirmación
de que “ la virtud dormitiva es la que provoca el sueño” . Usted ha
tomado esta expresión de un personaje de Moliere, pero, según su
costumbre, la ha deformado. E l personaje de Moliére dice: “ El opio
adormece porque posee una virtud dormitiva” . Lo cómico consiste
aquí en la confusión entre la explicación de su hecho y la manera
simple de hacerle constar. Si el personaje de Moliére dijere sencilla­
mente: “ El opio adormece” , sus palabras no tendrían nada de ridi­
culas. Ahora recuerde usted lo que yo digo: “ la materia despierta
en nosotros tales o cuales sensaciones” . ¿Se parece esto a la explica­
ción dada por el personaje de Moliére? En absoluto. Yo no explico,
yo hago constar solamente un hecho incontestable. Es exactamente así
como proceden los demás materialistas. Los que conocen la historia
del materialismo saben muy bien que ninguno de los representantes
de esta doctrina se ha preguntado jamás por qué los objetos que
pertenecen al mundo exterior pueden provocar sensaciones en nosotros.
Es cierto que algunos materialistas ingleses decían a veces que esto
sucedía por la voluntad de Dios. Pero, al expresar este pensamiento
piadoso, abandonaban el terreno del materialismo. Verá usted ahora
300 G. PLEJANOV

que no ha logrado burlarse de mí, y que usted mismo se ha puesto en


ridículo. “ Rira bien qui rira le dernier” .
Opina usted que la definición: “ La materia es lo que origina
nuestras sensaciones” está desprovista de todo contenido. Pero piensa
usted así únicamente porque está usted profundamente hundido' en las
supersticiones del idealismo.
Al hacerme con tanta insistencia la pregunta ¿ pero qué es eso que
origina nuestras sensaciones? quiere usted en realidad que yo diga lo
que sabemos de la materia fuera de su acción sobre nosotros. Y cuando
yo respondo que fuera de esta acción, nos es totalmente desconocida,
usted escribe triunfalm ente: ; Entonces no sabemos n ad a! ¿ Pero de
dónde viene ese triunfo? De su convicción idealista de que conocer los
objetos solamente por las sensaciones que nos producen significa no
conocerlos en absoluto. Esta convicción le viene de Mach, que la tomó
de Kant, el cual la había tomado de Platón. Pero por muy respetable
que sea su antigüedad es falsa, así y todo.
No hay ni pv,ede haber otro conocimiento del objeto que el que
nos viene por intermedio de las impresiones que causa en nosotros.
He ahí la razón de que, cuando yo digo que no conocemos la materia
más que por las sensaciones que provoca en nosotros, esto no significa
en absoluto que yo la declare desconocida o incognoscible. Muy al
contrario, eso significa que, en primer lugar, es cognoscible, y en se­
gundo, que es conocida de la humanidad en la medida en que ésta conoce
sus propiedades, gracias a las impresiones que ha recibido en el curso
del largo proceso de su existencia histórica y zoológica.
Pero, si esto es así, si no podemos conocer el objeto más que por
las impresiones que nos causa, está claro que si hacemos abstracción de
esas impresiones, no seremos capaces de decir absolutamente nada sobre
él, salvo que existe. De aquí que la exigencia de definir el objeto hacien­
do abstracción de esas impresiones sea absurda. Y es usted precisamente
el que me impone esta exigencia absurda, al preguntarme cómo es la
materia suponiendo que no provoque en nosotros ninguna sensación.,
al querer que yo le diga el color de una rosa cuando nadie la ve, cuál
es su olor cuando nadie la huele, e t c . L o absurdo de su pregunta con­
siste precisamente en que excluye toda posibilidad de una respuesta
razonable; en eso estriba, desde luego, el que los empirimonistas intenten
contestarla.
Siguiendo a Mach que, en este caso, es alumno fiel de Berkeley
(ihe ahí vuestra ciencia natural del siglo X X !) dirá usted: si no
podemos conocer el objeto más que por las sensaciones, y, por consi­
guiente, por las representaciones que nos da su contacto, no hay
ninguna necesidad lógica de adm itir su existencia fuera de esas
sensaciones y representaciones. Ya he respondido de antemano a esta
objeción, que parece irrefutable a buen número de mis adversarios
idealistas, en ese mismo libro del que ha tomado usted “ m i” definición
de la materia. Pero usted no quiere, o no puede comprenderlo y me
obliga a repetir mi respuesta. En la segunda parte de esta carta
EL MATERIALISMO MILITANTE 301

analizo la "filosofía” de Mach, porque estoy firmemente decidido


a “ obligar a comprender” , si no a usted, al menos a aquellos de mis
lectores que 110 estén interesados en defender los prejuicios idealis­
tas. Pero antes de repetir esta respuesta, analizaré y apreciaré se­
gún sus méritos las más importantes de las pruebas críticas que
esgrime usted en su querella contra mí.
Usted “ formula cuidadosamente” según mis “ expresiones tex­
tuales” la idea siguiente: “ a sus formas y relaciones (se habla de
las cosas en sí) corresponden las formas y relaciones de los fenóme­
nos, como los jeroglíficos, a lo que significan”. Y a propósito de esta
idea, se lanza usted a los largos razonamientos siguientes:
“ Aquí se trata de la “ form a” y de las “ relaciones” de las cosas
en sí. Luego se supone que tienen esta “ form a” y estas “ relacio­
nes” . Perfectamente. ¿Pero tienen un “ aspecto” ? ¡Pregunta absur­
da! —dirá el lector— ; ¿cómo se puede tener una forma sin tener un
aspecto? ¿Esas expresiones no son sinónimas? También yo lo creo
así. Pero he aquí lo que leemos en las notas de Plejanov que acom­
pañan a la traducción rusa del “ Feuerbach” de Engels:
“ ...P e ro “ el aspecto" es justamente el resultado de la acción
sobre nosotros de las cosas en s í ; fuera de esta acción, no tienen nin­
gún aspecto. He aquí la razón de que oponer su aspecto —tal como
existe en nuestra conciencia—• al “ aspecto” que tendría en reali­
dad, significa no darse cuenta del sentido de la palabra “ aspecto” .
Así pues, las cosas en sí no tienen aspecto. Su “ aspecto” no existe
más que en la conciencia de los sujetos sobre que obran. . . ”
“ En esta cita, substituid la palabra “ aspecto” por su sinónima
“ form a” que, en este caso, tienen exactamente el mismo sentido, y
tendremos una refutación brillante de Beltov por Plejanov” .
¡Ya está! Plejanov refuta brillantemente a Beltov, es decir a
sí mismo. ¡Qué perfidia! Pero espere, señor: “ Eira bien qui rira le
dernier” , Recuerde en qué circunstacias he expresado la idea que
critica y eual era su “ aspecto” verdadero.
La expresé en mi disputa con Conrad Sehmidt, que atribuía al
materialismo la doctrina de la identidad del ser y del pensamiento
y que decía, dirigiéndoseme, que si yo reconocía seriamente la acción
sobre mí de las cosas en sí, debía también reconocer la existencia ob­
jetiva del espacio y del tiempo que no serían ya así formas subjetivas
de representación. A esto yo respondí: “ Ya Thomas Hobbes sabía
que el espacio y el tiempo son formas de la conciencia y que su p ri­
mera propiedad distintiva es la subjetividad y ningún materialista
lo negará. Toda la cuestión está en saber si esas formas de la con­
ciencia corresponden a ciertas formas o a ciertas relaciones de las co­
sas. Los materialistas, bien entendido, 110 pueden responder a ello
más que afirmativamente. Esto no quiere decir que admitan esta ma­
la (o más bien absurda) identidad que les atribuyen, con amable
ingenuidad, los kantianos y, entre otros, el señor Sehm idt7. No, las
■formas y las relaciones de las cosas en sí no pueden, en realidad, ser las
302 G. PLEJANOV

mismas que nos parecen, es cleeir que no pueden ser tales como se
presentan a nosotros cuando se *traducen ’ ’ en nuestra cabeza. Nuestras
representaciones de las formas y relaciones de las cosas no son más
que jeroglíficos; pero estos jeroglíficos designan exactamente esas for­
mas y esas representaciones, y esto basta para que podamos estudiar la
acción de las cosas en sí sobre nosotros, y, a nuestra vez, obrar sobre
ellas” 8.
¿De qué se trata en ese pasaje? De lo mismo de que hemos hablado
más arriba, señor Bogdanov. E l objeto en sí es \m& cosa; el objeto en
la representación del sujeto, otra. Ahora yo pregunto : ¿tenemos derecho
a reemplazar la palabra “ form a” por la palabra “ aspecto” que, según
usted, son sinónimas? Intentémoslo: “ Ya Thomas Hobbes sabía que
el espacio y el tiempo son aspectos de la conciencia y que su primer atri­
buto es la “ subjetividad” y ningún materialista lo n eg a rá... ” \ Alto
a h í! ¿Qué es eso de los “ aspectos” subjetivos de la conciencia? P ara mí,
la palabra “ aspecto” significa la representación sensible del objeto
que existe en la conciencia del sujeto. Se trata de “ la intuición
sensible” del objeto; luego, en las líneas que analizamos, la expresión
“ aspectos de la conciencia” debe significar, si es que el término
“ aspecto” es sinónimo de “ form a” , la representación sensible que la
conciencia se hace de la conciencia. Dejo de lado la cuestión de saber
si tal representación es posible, llamo solamente su clara atención sobre
el hecho de que, en nuestro caso, la representación sensible que la
conciencia tiene de la conciencia sería el espacio y el tiempo; y esto
es un absurdo completo que ni Hobbes conocía ni ningún materialista
admitirá. ¿Pero qué es lo que le ha llevado a usted a esos absurdos?
La fe en su capacidad para comprender las nociones filosóficas. Usted
ha creído que .la palabra “ aspecto” era sinónima de la palabra
“ form a” ; usted ha reemplazado la una por la otra y, como resultado,
ha obtenido un absurdo que apenas se puede expresar. ¡No! La pala­
bra “ aspecto” no es sinónima de la palabra “ form a” . Estas dos nocio­
nes están lejos de tener el mismo sentido. Ya Hegel lo demostró en
su “ Lógica” : la forma no es idéntica al aspecto más que en un cierto
sentido mny superficial, en el sentido de la forma externa. Pero un
análisis más profundo nos lleva a comprender la forma como “ la ley
del objeto”, o, para expresarnos más exactamente, como su estructura.
Esta distinción, que Iíegel definió tan bien, era ya conocida en los
años veinte del siglo último. Lea, por ejemplo, el párrafo siguiente de
la carta de D. Vénétinov a la condesa N. N .: “ Verá usted ahora —dice
Vénétinov, que acaba de definir la noción de la ciencia—, que la
palabra “ form a” no expresa la forma exterior de la ciencia, sino la
]ey general a que se somete necesariamente” . (Obras de Vénétinov.
1855, pág. 125). ¡Es lástima, una gran lástima, señor Bogdanov, que
usted ignore todavía lo que sabían, gracias a Vénétinov, hace ya
ochenta años, ciertas mundanas rusas!
Y ahora otra pequeña pregunta: ¿En qué sentido he empleado yo
la palabra “ form a” en mi polémica con Conrad Sehmidt? ¿E n el
EL MATERIALISMO MILITANTE 303

sentido de la “ forma exterior” de la “ conciencia” ? ¿Verdad que no?


He empleado la palabra “ form a” en el sentido de la “ ley” , de la
“ estructura” de la conciencia. He allí por qué la palabra “ form a” no
podía, en mi texto, ser sinónima de la palabra “ aspecto” , y sería
preciso no entender nada de filosofía para proponer el reemplazar una
palabra por otra, como usted lo ha hecho con el fin de burlarse de mí.
*‘Rira bien qui rira le dernier ” . . .
Á veces los hombres se enredan en largas discusiones sencilla­
mente porque emplean palabras en sentidos diferentes. Son discusio­
nes fastidiosas y estériles. Pero las discusiones más fastidiosas y más
estériles son aquellas en que uno de los adversarios da a las palabras
que emplea un sentido preciso, mientras que el otro las utiliza sin
adjudicarles una noción determinada, lo que le permite jugar con los
vocablos a su placer. Con gran pesar por mi parte, es un discusión de
este género la que yo me veo obligado a sostener con usted: cuando
yo empleé la palabra “ form a” saMa lo que era preciso entender por
tal, y usted no lo sabía, debido a su asombrosa ignorancia de la historia
de la filosofía. Ni siquiera se ha dado usted cuenta de que hay ahí un
fondo propicio para estudios e investigaciones. V al discutir con usted,
no solamente me aburro yo, sino que me veo obligado a aburrir al lec­
tor revelándole el vacío completo de vuestra logomaquia.
Esta logomaquia, cuyo vacío es admirable, merece también ser
mencionada por otra razón, que dejo a la apreciación clel lector, si es
que no se ha muerto todavía de aburrimiento siguiendo la exposición
de vuestras “ ideas” .
Me refiero a los “ jeroglíficos” de que hablo en el pasaje de mi
artículo que cita usted y en el que se trata de las formas de la
conciencia.
Este artículo (todavía el materialismo) fue escrito a principios
de 1899, Empleé con él la expresión “ jeroglífica” siguiendo a
Sétchénov quien, ya en 1890, escribía (en su artículo El pensamiento
objetivo y la realidad) : “ Cualesquiera que sean las cosas en sí, inde­
pendientemente de nuestra conciencia —aim si las sensaciones que
hacen nacer en nosotros no son más que signos— no es dudoso en todo
caso que a la semejanza y a la diferencia de esos signos corresponden
la semejanza y la diferencia de lo real. Ein otros términos, las semejan­
zas y las diferencias que los hombres perciben en los objetos sensibles
son semejanzas y diferencias reales” . Note usted que el pensamiento
expresado en mi artículo, y que le ha servido de pretexto para su juego
de palabras verdaderamente escandaloso es absolutamente idéntico al
que expresa Sétchénov... Tiene usted pues, completa posibilidad de
saber que en las cuestiones de este género, yo compartía del todo el
punto de vista de los fisiologistas materialistas mis contemporáneos, y
no el de la ciencia natural del siglo X V III. Pero esto solo lo digo de
pasada. Lo importante es que. en la nueva edición de mi traducción
del “ Feuerbaeh” de Engels, aparecida en el extranjero en 1905, y en
Rusia en 1906, he declarado que aunque continuaba compartiendo las
304 G. PLEJANOV

opiniones de Sétchénov en esta cuestión, consideraba, sin embargo,


su terminología como equivocada.
"Cuando él admite —decía yo— que nuestras sensaciones no son
más que signos convencionales de las cosas en sí, parece reconocer que
las cosas en sí tienen no sé qué "aspecto” desconocido e inaccesible
a nuestra inteligencia. Pero “ el aspecto” no es más que el resultado
de la acción sobre nosotros de las cosas en sí: fuera de esta acción,
las cosas en sí no tienen ningún aspecto. De abí que el oponer su " a s­
pecto” tal como es en realidad, al que existe en nuestra conciencia,
significa no darse claramente cuenta de la noción que corresponde a
la palabra "aspecto” . He dicho más arriba que toda la escolástica de la
teoría kantiana del conocimiento está basada sobre una imprecisión
análoga. Sé que a Sétchénov no le gustaba esta escolástica; he dicho
ya que su teoría del conocimiento es del todo justa-, pero no debemos
hacer a nuestros adversarios filosóficos concesiones terminológicas
que nos impidan expresar con precisión nuestros propios pensa­
mientos” . Esta observación se refiere a lo siguiente: si la cosa en si
tiene un color sólo cuando se la ve ; un olor sólo cuando se la huele, etc.,
hacemos creer, llamando a las sensaciones que hacen nacer en nosotros
signos convencionales, que al color y al olor que existen en nuestras
sensaciones corresponden yo no sé qué color en sí, qué olor en sí,
etc. en una palabra, yo no sé qué sensaciones en sí que no pueden
convertirse en nuestras propias sensaciones. Sería eso una deformación
de la opinión de Sétchénov, y por: tal cansa yo me he rebelado contra
su terminología °. Pero como yo mismo empleaba esta misma termino­
logía, un poco equívoca, me apresuré a hacerlo observar. En una nota
de la primera edición de ese folleto de Engels yo no me expresaba
mucho más exactamente, y sólo más tarde me he dado cuenta de los
inconvenientes de tal imprecisión. Después de esta observación parece
que todo “ malentendu ” debiera haber sido imposible. Pero para usted
•señor, lo imposible es siempre posible. Ha aparentado usted no haber
notado esta observación y ha reanudado su lamentable juego de pala­
bras. basado en la identificación de la terminología que empleo ahora
con la que empleaba antes, y que yo mismo he rechazado reconociéndola
un poco equívoca. Las "bellezas” de tal "c rític a ” saltan a la vista
de la persona menos imparcial y no tengo necesidad de señalarlas.
Siguiendo vuestro ejemplo, gran número de mis adversarios del campo
idealista "c ritic a ” mis concepciones filosóficas agarrándose al lado
débil de una terminología que yo mismo declaré insatisfactoria antes de
que ellos tomasen sus plumas " c ríticas” . Es muy posible que sea yo
el primero que haya explicado a esos señores por qué la citada termino­
logía es defectuosa 10. Que no se asombren, pues, si dejo sin respuesta
sus obras más o menos voluminosas. No toda " c rític a ” merece una
anti- crítica.
Vuelvo a usted, señor Bogdanov. Señala usted con perfidia que
la segunda edición de mi traducción del "F euerbaeh” ha aparecido
■el mismo año de 1906 que mi folleto "C rítica de nuestras críticas” .
EL MATERIALISMO MILITANTE 305

¿Por qué ha hecho usted alusión a ese detalle 1 Yo se lo explicaré. Usted


mismo se ha dado cuenta de que era ridículo y absurdo agarrarse a
una de mis expresiones, que yo mismo había reconocido como insatis­
factorias antes de que ninguno de mis adversarios tuviese la idea de
criticarla. Y he aquí que ha resuelto usted persuadir al lector de que
ya en 1906 me contradecía brillantemente al atenerme simultánea­
mente a dos terminologías diversas. Usted no ha creído necesario
preguntarse a qué época se refería el artículo polémico contenido en el
folleto aparecido en 1906. Ya he dicho que se refería a principios del
año 1899, No me fue, pues, posible corregir la terminología de aquel
artículo polémico por 3a razón que ya indico en el prefacio de la
segunda edición de mi “ Concepto monista de la Historia”. Decía en
él: “ No he hecho aquí más que corregir las faltas de escritura y de
impresión que se deslizaron en la primera edición. No me he creído
con derecho a cambiar 3a menor cosa de mis conclusiones, por la
sencilla razón de que este libro es una obra polémica. Cambiar algo en
el contenido de una obra polémica significa combatir al adversario con
un arma nueva, mientras él se ve obligado a continuar la lucha con la
antigua. Sería éste un procedimiento inadmisible” .
Ha caído usted de nuevo en un gran absurdo, señor Bogdanov,
pero esta vez ha caído usted en él por no haber escuchado la voz de su
conciencia literaria que le decía que obraba mal atacando una termino­
logía que yo ya había abandonado. La moraleja de esta fábula es la
siguiente: los remordimientos de la conciencia literaria son cosas que
a veces no conviene despreciar. Le aconsejo que lo recuerde, señor
Bogdanov.
Yernos, pues, que el “ camarada Plejanov” no desmiente en abso­
luto al “ camarada Beltov” . Pero no os bastaba con acusarme de una
sola contradicción. Vuestro plan era más vasto. Habiendo declarado
al “ camarada Plejanov” en contradicción con. el “ camarada Beltov” ,
prosigue usted: “ Pero, un minuto después, el camarada Plejanov. se
venga cruelmente del camarada Beltov” . ¿Siempre pérfido? ¡Buena
suerte! Pero “ Eira bien qui rira la dernier” .
Cita usted las notas del “ Feuerbaeh” . Se dice en ellas, entre
otras cosas, que el aspecto del objeto depende de la organización del
sujeto. “ Yo no sé cómo ve un caracol —digo yo—, pero estoy seguro
que no ve de la misma manera que los hombres” . Y a continuación
añado lo siguiente: “ ¿Qué es un caracol para m ít Una parte del mundo
exterior que obra sobre mí de una manera determinada por su orga­
nización, Si yo admito que el caracol “ v e” el mundo exterior bajo
tal o eual forma estaré obligado a reconocer que “ el aspecto” bajo
el eual se presenta el mundo exterior el caracol, está condicionado por
las propiedades de ese mundo existente realmente” .
E sta consideración le parece a usted, discípulo de Mach, despro­
vista de toda base .sensata. Al citarla, subraya usted la palabra “ pro­
piedades” y grita: “ ¡Propiedades!” . Pero las “ propiedades” de los
objetos, a las cuales se refiere su “ form a” , su “ aspecto” , son evidente­
306 G, PLEJANOV

mente el resultado de la acción sobre nosotros de los objetos mismos.;


aparte de esta acción, ¡no tienen propiedades!” . La noción de “ pro­
piedad” es de origen tan "em pírico” como las nociones de "aspecto”
y de "fo rm a ” ; se saca de la experiencia, lo mismo que las otras
nociones y por la misma vía de abstracción. ¿De dónde vienen, pues,
las “ propiedades” de las cosas en sí? "¡S u s propiedades” no existen
más que en la conciencia de los sujetos sobre que obran! ("E m pirio­
monismo” , libro III).
Usted sabe ya, señor Bogdanov, cuán aturdidamente ha obrado al
declarar el "aspecto” sinónimo de la "fo rm a” . Ahora tengo el honor
de poner en su conocimiento que ha obrado usted con igual aturdi­
miento al identificar " e l aspecto” del objeto con sus "propiedades” ,
y al hacerme la irónica pregunta: ¿de dónde vienen las "propiedades”
de las "cosas en s í” 1 Usted se imaginó que esta pregunta tenía que
anonadarme, ya que me atribuye usted la idea de que las "propieda­
des” de las cosas no existen más que en la conciencia de los sujetos
que obran. Pero da la casualidad de que yo jamás he expresado tal
pensamiento, digno solamente de los idealistas subjetivos como, por
ejemplo, Berkeley, Mach y sus discípulos. Yo digo algo muy diferente
como debiera usted saber después de haber leído y aún citado las notas
de "Feuerbaeh” .
Tras haber dicho que el caracol ve el mundo exterior de modo
diferente que el hombre, hago n o ta r: no se sigue de aquí, sin embargo,
que las propiedades del mundo exterior no tienen más que una signifi­
cación subjetiva. ¡Nada de eso! Si el hombre y el caracol se mueven
desde el punto A hacia el punto B, la línea recta será tanto para el
hombre como para el caracol, la distancia más corta entre estos dos
puntos. Si estos dos organismos hubiesen marchado en línea quebrada,
habrían debido gastar más trabajo para su movimiento. Luego, las
propiedades del espacio tienen también una significación ¡objetiva,
aunque se presenten de modo diferente en organismos de diverso grado
de evolución. ("L . Feuerbaeh” , "N otas” , págs. 112-113; Obras, Vol.
V III, pág. 389).
¿Con qué derecho, después de eso, podrá usted atribuirme un
concepto idealista subjetivo de las propiedades de las cosas que no
existirían más que en la conciencia del sujeto? Dirá usted, quizás, que
el espacio no es la materia. Admitamos que eso sea cierto y hablemos
de la materia.
Como para discutir de filosofía con usted es preciso hablar vul­
garmente, tomaré un ejem plo: si, como más arriba ha dicho Hegel, la
cosa en sí no tiene color más que cuando Se la mira, ni olor más que
cuando se la respira, etc., está claro que al cesar de m irar o de respirarla
no le arrebatamos la aptitud de provocar de nuevo en nosotros la sensa­
ción del color en cuanto nos pongamos a mirarla, la sensación del olor
en cuanto nos pongamos a olería, etc. , . E sta aptitud es precisamente
su propiedad de cosa en sí, es decir, una propiedad independiente del
sujeto. ¿E stá bastante claro?
EL MATERIALISMO MILITANTE 307

Cuando le venga en gana traducir esto al lengua ja filosófico dirí­


jase a Hegel, idealista también, pero no subjetivo, y el genial anciano
le explicará que en filosofía el término “ propiedad” tiene dos sentidos.
Las propiedades de un objeto dado aparecen primeramente en su rela­
ción con otros. Pero su definición 110 se limita a esto. j Por que tal cosa
se revela en sus relaciones de modo diferente qne tal otra? Cierta­
mente, porque esta otra cosa es en sí diferente de la primera u .
Es así, en efecto. Es cierto que la cosa en sí no tiene color más que
cuando se la mira. Pero si la rosa (a condición de que se la mire)
tiene un color rojo, y el azulejo, un color azulado es preciso evidente­
mente buscar las causas de esta diferencia en la diversidad de las
propiedades que poseen esos objetos en sí, como llamamos al uno rosa
y al otro azulejo independientemente del sujeto que la mira.
Al obrar sobre nosotros, la cosa en sí provoca en nosotros una serie
de sensaciones, sobre cuya base se forma nuestra representación. Así
que nace esta representación, la existencia del objeto se desdobla:
existe primeramente en sí, seguidamente en nuestra representación.
Y del mismo modo, sus propiedades, digamos su estructura, existen
primeramente en sí, y en segundo lugar en nuestra representación.
Al decir qne “ el aspecto” de una cosa no es más que el resultado
de su acción sobre nosotros, yo entendía por tal las propiedades de esa
cosa, tales como se revelan en la reperesentación del sujeto (wi objek-
tiven sinne av,fgefasst; que diría Hegel; expresándose en el lenguaje
de Marx sería preciso decir: “ tal como existen traducidas a la len­
gua de la conciencia hum ana” ). Pero, al expresar este pensamiento,
yo no quería en modo alguno decir que las propiedades de las cosas
no existen más que en nuestra imaginación. Al contrario, mi filosofía
le desagrada a usted precisamente porque reconoce, sin el menor
titubeo —fuera de la existencia del objeto en la representación del
sujeto—, la existencia del “ objeto en sí” , independiente de la con­
ciencia del sujeto, y, tomando en este caso excepcional los términos' de
K ant. dice que es absurdo afirmar la existencia del fenómeno sin la
de aquello qne se manifiesta por él.
“ Pero esto es dualismo” , nos dicen las gentes inclinadas al
“ monismo” dualista, a lo Mach, Vervorn, Avenarius y otros12.
No, señores, respondemos nosotros, ¡ No hay ahí ningún dualismo i
Hubiera podido acusársenos con razón de dualismo si hubiésemos
desprendido al sujeto de sus representaciones del objeto. Pero no hemos
pecado por a h í: ya he dicho más arriba que la existencia del sujeto
supone un cierto estado de evolución del objeto. &Qué significa esto?
Ni más ni menos que lo siguiente: el sujeto es, él mismo, una de las
partes constituyentes del mundo objetivo. “ Yo siento y pienso —decía
admirablemente Feuerbach— no como sujeto opuesto del objeto, sino
como sujeto-objeto, como un ser material real. Y el objeto es para mí
no solamente una cosa palpable, sino también la base, la condición
indispensable de mi sensación. ÍD1 mundo objetivo no está sola­
mente fuera de mí, está también en mí, en mi propia carne. E l hombre
308 G, PLEJANOV

no es más que una parte de la naturaleza, una parte del ser. Por eso
no ha lugar a la contradicción entre su pensamiento y su existencia” .
(Oirás, T. X, pág. 193).
E n otro sitio "contra el dualismo del cuerpo y del alma, de la
carne y del " e sp íritu ” hace notar lo siguiente: “ yo soy para otro un
objeto "psicológico” (O’bras, tomo II, páginas 348-349).
En fin, en otro lugar afirm a: " m i cuerpo como unidad es mi " y o ” ,
mi ser verdadero. Lo que piensa no es un ser abstracto, sino justamen­
te ese ser real, ese cuerpo” . Pero si es así —y desde el punto de vista
materialista lo es— no es difícil comprender que las sensaciones subje­
tivas no son otra cosa que la conciencia de sí del objeto, y al mismo
tiempo del Todo (el mundo exterior) a que pertenece. Un organismo
dotado de pensamiento existe no solamente " e n s í” y no solamente
"p a ra los otros” (en la conciencia de otros organismos), sino también
" p a ra s í” . Usted señor Bogdanov, no existe solamente como una cierta
masa de materia y solamente en la cabeza del bienaventurado Anatolio,
que lo tiene por un profundo pensador, sino también en su propia
cabeza, que se da cuenta de la masa de materia que lo constituye13.
Así pues, nuestro pretendido dualismo se revela indubitablemente co­
mo un monismo. Es más, es el único monismo verdadero, es decir, el
único posible. Porque, ¿cómo se resuelve, en el idealismo, la antinomia
del sujeto y del objeto? E l idealismo declara que el objeto no es más
que la "sensación” del sujeto, es decir, que no existe por sí mismo,
pero, como .ya lo dijo Feuerbaeh, esto no es resolver el problema es sola­
mente eludir su solución. (Comparad "L as cuestiones fundamentales
del Marxismo” ).
Todo esto es sencillo como B A, BA. Pero para usted no es sola­
mente "desconocido” , sino también "¡incognoscible!” . Porque Mach,
la nodriza filosófica de usted, lo ha corrompido desde su adolescencia,
y porque después se ha hecho usted incapaz de comprender aún las ver­
dades más sencillas, más claras del materialismo contemporáneo. Cuan­
do usted encuentra una de esas verdades sencillas y claras, en mis
escritos, por ejemplo, toma en seguida en su cabeza un aspecto defor­
me y, bajo la influencia de esa "sensación” , escribe usted como un
ganso salvando al Capitolio, y me ataca con objeciones que parecen, a
mil leguas a la redonda, la confusión más lamentable y fastidiosa.
E n el "Mercader de Venecia” , Bassanio dice de Graciano: "S us
reflexiones son como dos granos de trigo ocultos en dos medidas de
paja. Para encontrarlos, es preciso buscar toda una jornada y una
vez hallados, se apercibe uno de que no valían los esfuerzos de la re­
busca 7’.
Es preciso ser justos, señor Bogdanov: usted no se parece a Gra­
ciano; su paja no encierra un solo grano de trigo. Además, se pudre
en la granja filosófica hace más de ciento cincuenta años y empezó a
ser devorada hace mucho tiempo por las ratas, aunque usted, con
demasiado aplomo pretenda que es un producto de la última cosecha
"científica” . ¿Es agradable rebuscar en esta podredumbre? ¡Y toda­
EL, MATERIALISMO MILITANTE 309

vía se admirará usted de que yo me haya apresurado tan poco a enta­


blar esta polémica. . . !
Pero he olvidado que es usted no sólo un “ crítico” desgraciado,
sino también poco valiente, de Marx y Engels. Al “ criticar” sus con­
cepciones filosóficas asegura usted a nuestros lectores que no está en
oposición conmigo y que, en esta ocasión, no hace usted otra cosa que
seguir las enseñanzas del Barón de Holbach. Esta. .. insinceridad me
obliga a recordarle una vez más los viejos tiempos pasados, quizá no tan
viejos: el año 1905, cuando usted me reconocía todavía como discípulo
filosófico de Engels. Bien sabe usted señor, que estaba usted entonces
más cerca de la verdad. Y por si esto fuera ignorado por tal o cual lector
ingenuo, daré unos extractos, un poco largos, del artículo de Engels
“ Del materialismo h i s t ó r i c o que ya he citado en mi carta anterior.
En la primera parte Engels, entre otras cosas, defiende el materialismo
contra los agnósticos. Sobre esta defensa vamos a concentrar nuestra
atención.
Dejando de lado, como no esencial aquí para nosotros, la observa-
vación crítica de Engels sobre las consideraciones de los agnósticos res­
pecto a la existencia de Dios, citaré casi por entero lo que se relaciona
con la “ cosa en s í” y la posibilidad de conocerla.
Segiín Engels, el agnóstico admite que todo nuestro conocimiento
se apoya en las comunicaciones que recibimos por nuestros sentidos
externos; pero habiéndolo admitido, el agnóstico pregunta: ¿de dónde
sabemos que nuestros sentidos nos dan una justa representación de las
cosas en sí? Engels responde a esto con las palabras de Fausto: al prin­
cipio fue la acción. “ En el momento en que —dice él— utilizamos esas
cosas, segim sus propiedades, que se revelan a nosotros por la percep­
ción, en ese mismo momento sometemos nuestras percepciones sensi­
tivas a una prueba segura. Si no son justas, nuestro juicio sobre la
posibilidad de utilizar ese objeto será falso, y nuestra tentativa de uti­
lizarlo nos llevará a un fracaso. Pero si alcanzamos nuestro fin; sí
encontramos que el objeto corresponde a la representación que de él
nos habíamos formado, que llena el papel que le habíamos asignado,
esto servirá de prueba positiva de que, dentro de esos límites nuestra
representación del objeto y de sus propiedades corresponde a la reali­
dad existente fuera de nosotros” . (Mit der ansser ims bestchenden
’W'irMinchkeit).
Esos errores en nuestros juicios sobre las propiedades de los
objetos son provocados, según Engels, sea porque nuestra percepción,
base de nuestra tentativa, ha sido superficial o incompleta, sea porque
la hemos colocado en una falsa relación con los resultados de otras
percepciones; relación que no se justifica por la realidad. Pero, en
tanto cjue ejercitemos y utilicemos nuestros sentidos exteriores de una
manera conforme y en tanto que, según los medios de nuestra activi­
dad, no nos salgamos de los límites que nos imponen a justo título las
percepciones utilizadas, el éxito de nuestros actos será la prueba de
que nuestras percepciones corresponden a la naturaleza objetiva del
310 G. PLEJANOV

objeto percibido. Hasta ahora no nos hemos visto jamás obligados a


llegar a la conclusión de que nuestras percepciones científicamente
controladas hagan nacer en nuestro cerebro representaciones del
mundo exterior que, por su naturaleza, se aparte de la realidad, o que
exista una no-correspondencia absoluta entre el mundo exterior y nues­
tras percepciones sensitivas” .
Sin embargo, “ el agnóstico neo-kantiano” no capitula. Replica
que es cierto que podemos percibir adecuadamente las propiedades de
un objeto, pero que por ningún proceso de percepción sensitiva o de
reflexión, podemos percibir el objeto en sí, que se encuentra de este
modo colocado fuera de nuestro campo de conocimiento. Pero esta con­
clusión, semejante como dos gotas de agua a lo que piensa Mach del
objeto en sí no turba a Engels. Dice éste que Hegel ya había respondi­
do a ella hace mucho tiempo.- “ Si conocéis todas las propiedades de
un objeto, conocéis igualmente el objeto mismo ; no queda entonces
nada más que el hecho de la existencia de ese objeto fuera de nosotros,
y ya que vuestros sentidos han llevado también este hecho a vuestra
conciencia, habréis penetrado el último resto de este objeto, de la fa­
mosa cosa en sí de K a n t” . Engels añade a esta consideración de Hegel
que en la época en que vivía Kant, nuestra ciencia de las cosas materia­
les estaba todavía demasiado atrasada para que se haya podido supo­
ner detrás de cada una de ellas la existencia de algún misterioso obje­
to en sí. “ Pero después, gracias a los inmensos progresos de la ciencia,
estas cosas han sido estudiadas una detrás de otra, sometidas al análi­
sis y, lo que es más importante todavía, reproducidas. Y lo que somos
capaces de reproducir no puede ya llamarse incognoscible” .
Tengo el honor de participarle, señor Bogdanov, si usted no lo ha
observado realmente, que Engels ha expuesto aquí en algunas pala­
bras las bases de la teoría del conocimiento, tal como yo la he defendi­
do hasta ahora y tal como continuaré defendiéndola. Me declaro de an­
temano dispuesto a repudiar todas mis concepciones gnoseológicas que
estén en contradicción con estas bases, tan convencido estoy de su verdad
irrefutable. Si cree usted que algunos puntos secundarios de mi teoría
del conocimiento están en desacuerdo con las enseñanzas de Engels,
tómese la molestia de probarlo. En ese caso, a pesar de lo que me dis­
gusta discutir con usted, no tendrá que esperar mucho tiempo mi res­
puesta. Pero, por el momento, le invito a abandonar sus circunloquios
y a darnos a todos, lectores voluntarios o involuntarios de sus obras,
una respuesta a esta pregunta: Comparte usted la concepción mate­
rialista expuesta por Engels en las páginas que he citado f
Pero recuerde usted que en esta “ maldita cuestión” nos es preci­
so una respuesta “ sencilla, desprovista de subterfugios y de hipótesis
vacías” . Y como usted es extremadamente inclinado a las hipótesis va­
cías y a la parlotería inútil, le prevengo lo siguiente: no se aferre a
las palabras aisladas, sino al fondo del asunto. Solamente con esta con­
dición podremos sostener una discusión provechosa para nuestros lec­
tores. .Una vez cumplida, toda la discusión se simplificará infi­
nitamente.
EL MATERLVLISMO MILITANTE 311

No digo esto en balde. Conozco demasiado bien los procedimientos


de vuestra “ reflexión filosófica” (¡hum l) y preveo la posibilidad de
la disgresión siguiente:
Engels ha dicho que hoy no es ya posible, como lo era todavía en la
época de Kant, suponer que detrás de cada objeto que forma parte de
la naturaleza ambiente, la existencia de yo no sé qué cosa en sí misteriosa
e inaccesible. Ante esta afirmación es usted capaz, señor Bogdanov, de
alistar al gran teórico del marxismo en las filas de Mach, declarando
que niega la existencia misma de las cosas en sí. Pero tal sofisma es
tan lamentable que no vale verdaderamente la pena de recurrir a él.
El hecho de que, según las enseñanzas de Eaigels, la existencia de
las cosas no se limita a su existencia en nuestra imaginación, aparece
claramente en su reconocimiento categórico de “ La realidad existente
fuera de nosotros” y que puede corresponder o no corresponder a
la representación que nos hacemos de ella. Engels no niega, pues,
más que la existencia de la cosa en sí kantiana, es decir, de la que no
estaría sometida a la ley de casualidad y que sería declarada inacce­
sible a nuestro conocimiento. No es posible ningún equívoco.
Tanto más que, según la opinión de Engels, citada al principio de
mi carta, la unidad real del mundo, que existe independientemente de
nuestra representación, consiste en su materialidad. Este es justamen­
te el mismo punto de vista que, cuando lo expresé en mi discusión con
los neo-kantianos, provocó vuestros ataques contra mi definición de la
materia.
La lógica tiene sus derechos ante los cuales todas las hipótesis
vacías son impotentes. Si usted quiere realmente, señor Bogdanov,
ser un marxista, es preciso, ante todo, que se revuelva contra su
maestro Maeh, y que se “ incline” delante de lo que él intenta “ que­
m ar” , siguiendo el ejemplo del obispo Berkeley, de feliz memoria. Os
es preciso que reconozcáis que los “ cuerpos” no son solamente sím­
bolos lógicos de complejos de sensaciones, sino también la base misma
de esas sensaciones y que existen independientemente de ellas. No hay
otro remedio. No se puede ser marxista y negar la base filosófica del
marxismo.
El que, al igual que Mach, considera los cuerpos como simples
símbolos lógicos de complejos de sensaciones, debe sufrir la suerte
común que hiere irremisiblemente a todos los idealistas subjetivos:
llegará al solipsismo o, si intenta desembarazarse de él, se enredará
en contradicciones sin salida. Tal fue el caso de Mach, ¿No lo creéis así
señor Bogdanov? Os lo probaré con tanta mejor voluntad cuanto que,
al exponer los lados débiles de vuestro maestro, expondré al mismo
tiempo vuestras propias debilidades “ filosóficas” ; la copia no es
nunca mejor que el original, y ocuparse del original es mucho más
agradable que examinar una copia, sobre todo cuando es tan mala
como vuestros ejercicios “ empiriomonistas” .
312 G. PLEJANOV

II

Me despido, pues, de usted, señor Bogdanov, y paso a Mach.


¡ U f! Bs ■una pesada carga 3a que me he quitado de los hombros. El
lector también, estoy seguro, se sentirá grandemente aliviado.
Mach quiere luchar contra la metafísica. Ya el primer capítulo de
su libro Análisis de las Sensaciones está consagrado a las “ Notas
preliminares antimetafísicas” . Pero estas notas preliminares demues­
tran justamente que los restos de la metafísica idealista están todavía
muy vivos en él.
El mismo nos cuenta lo que le impulsó a las reflexiones filosóficas
y el carácter que éstas tomaron en su cerebro,
“ En mi primera juventud (a la edad de 15 años) encontré un día
en la biblioteca de mi padre la obra de Kant Prolegómenos a toda
Metafísica Futura, y siempre he considerado aquel azar como una par­
ticular ventura para mí. Esta obra me produjo entonces una
impresión inmensa, imborrable. No he sentido jamás cosa semejante
con la lectura de obras filosóficas. Dos o tres años después, comprendí
de pronto el papel superfino de la “ cosa en s í” . Un hermoso día de
verano, cuando me paseaba en el seno de la naturaleza, el mundo entero
se me apareció repentinamente como un complejo único de sensaciones
ligadas recíprocamente entre sí, y mi “ yo ”, como una parte de ese
complejo, parte en la que esas sensaciones estaban aún más fuertemente
ligadas. Aunque estas reflexiones no se me ocurrieron hasta más
tarde, aquel momento tuvo una importancia decisiva para toda mí
concepción del m undo” . (E. Mach, Análisis de las Sensaciones).
Vemos por lo anterior que el trabajo del pensamiento se produjo
en Mach en la misma dirección que en Fichte, que tomó también el
idealismo trascendental de K ant de punto de partida, llegando con
igual rapidez a la conclusión de que la “ cosa en s í” desempeña “ un
papel completamente superfluo” . Pero Fichte conocía bien la filo­
sofía, 'mientras que Mach según su propia confesión, no podía
consagrar a tal ciencia más que sus paseos domingueros. (Doch nur
ais Sanntagsjager durchstreifen” . “ Erkenntnis und Irrtu m ” . (“ Cono­
cimiento y E rro r” , Leipzig, 1905, Prefacio, págs. 6 y 7). He aquí por
qué las concepciones filosóficas de Fichte forman un sistema bastante
armonioso, aunque contengan contradicciones internas, mientras que
los paseos dominicales antimetafísicos de Mach “ en el seno de la
naturaleza” sólo le condujeron a tristes resultados.
Juzgue usted por sí mismo: el mundo entero apareció “ repen­
tinam ente” ante Mach como tin complejo único de sensaciones ¡y su
“ yo ” como una parte de ese complejo! Pero si el “ yo ” no forma más
que una parte del mundo, está claro que sólo una parte ínfima del com­
plejo de las sensaciones del mundo pertenece al “ y o ” ; la otra parte,
incomparablemente más vasta existe “ fuera del “ yo” ; y con relación
a él el mundo exterior, “ el no-y'ó” . ¿Qué sucede entonces? Que tene­
mos el “ yo ” y el “ no-yo” , es decir, el sujeto y el objeto , y, por consi-
E L MATERIALISMO MILITANTE 313

guíente, la antinomia que, según la justa observación de Emgels, consti­


tuye la cuestión fundamental de toda la filosofía moderna y que Mach
ha querido ignorar, penetrado de un majestuoso desdén por todo lo
“ metafísico” . Es este un magnífico resultado de los famosos paseos,
pero no el único. Vamos a ver cómo las reflexiones de Mach “ en el
seno de la naturaleza” dieron otros frutos no menos notables.
Desde el momento en que a la antinomia del sujeto y del objeto,
del “ yo” y del mundo exterior, existe, es preciso resolverla de una
manera o de otra y, para esto, es preciso absolutamente fijar cuáles
son las relaciones recíprocas de los dos elementos constituyentes de esta
antinomia. Mach proclama al mundo entero como un complejo único
de sensaciones ligadas entre sí. Parece creer que con esto da la res­
puesta a la cuestión de las relaciones entre el “ yo” y el mundo
exterior. Pero yo pregunto como lieine:
“ ¿Pero, es eso una respuesta?”
Admitamos que las sensaciones de que está formado el “ yo” estén
en efecto, ligadas a las que entran en la composición del mundo
exterior.
Es ésta una hipótesis que no contiene ni una alusión al carácter
de esta ligazón. Por ejemplo. Mach no aprueba el solipsismo. Dice
Mach: “ Es gibt lteinen isolierten Forscher” (no hay investigador
aislado) (Erlcenntnis und Irrium , página 9). Esto es justo, natural­
mente, pero no basta suponer la existencia de dos investigadores para
que, de todos modos, nos veamos asaltados por esas cuestiones meta­
físicas que Mach ha querido aniquilar con su famoso golpe de estado
“ en el seno de la naturaleza” .
Llamemos A a uno de nuestros dos “ investigadores” , y B al otro;
A y B están ligados al gran complejo de sensaciones que, según la
afirmación —desde luego gratuita— de Mach, forma el universo, el
“ mundo entero” . Pero surge una pregunta: ¿pueden ellos conocer la
existencia el uno del otro? Esta pregunta parece superflua a primera
vísta. Naturalmente que pueden, ya que, si no fuera así, cada uno sería
con relación al otro un objeto en sí inaccesible e incognoscible. Tal
objeto habría sido declarado inexistente aquel famoso domingo en que
el mundo entero apareció ante Mach como un solo complejo de sensa­
ciones. Pero el asunto se complica precisamente por el hecho de que
el “ buscador” A pueda ser conocido del “ buscador” B, y viceversa.
Si A conoce la existencia de B esto significa que se ha formado de él
una cierta imagen; en ese caso, B no existe ya solamente en sí, como
parte del gran complejo mundial de sensaciones, sino también en la
conciencia de A que, él también, no es ya más que una parte de ese
complejo. En otros términos, el buscador B es, con relación al buscador
A, un objeto existente fuera de él y causando sobre él una cierta im­
presión. Tenemos así ante nosotros, no solamente la antinomia del
sujeto y del objeto, sino también una cierta indicación sobre su solu­
ción: el objeto existe fuera del sujeto, pero esto no le impide provocar
en este último ciertas impresiones. El objeto, en sí, que habíamos creído
314 G. PLEJANOV

descartado de mía vez para siempre, gracias al descubrimiento domi­


nical de Mach, reaparece de nuevo. Es cierto que Mach combatía la
“ cosa en sí” incognoscible y que ahora estamos tratando de un objeto
perfectamente accesible al conocimiento: el investigador B puede ser
estudiado por el investigador A, y éste, a su vez, devolverle parecido
servicio. Esto prueba que hemos avanzado un paso. Pero sólo un paso
adelante con relación al idealismo trascendental de Kant, y no con
relación al materialismo, el cual —como lo sabemos muy bien usted y
yo, señor Bogdanov, después de todo lo dicho más arriba— niega la
incognoscibilidad de las cosas en sí. ¿En qué se distingue, pues, la
“ Filosofía” de Mach del materialismo? He aquí en qué:
El materialismo dirá que cada uno de nuestros dos investigadores
no es otra cosa que un “ sujeto-objeto” , un ser material real un c u e rp o
capaz de sentir y de pensar. T Mach sublevado contra la metafísica,
replicará a esto que, no siendo los cuerpos más que “ símbolos lógicos
de complejos de elementos (complejos de sensaciones)”, no tenemos
ningún derecho lógico a reconocer en nuestros investigadores seres
materiales, sino que estamos obligados a considerarlos como partes del
complejo universal de sensaciones. No discutiremos por el momento.
Admitiremos por un instante que nuestros “ investigadores” son por
así decirlo, dos pequeños complejos de sensaciones. Pero nuestra buena
voluntad no podrá evitar la dificultad: seguiremos en una ignorancia
completa del medio por el cual A conocerá a B. Si hiciésemos la supo­
sición materialista de que B, por su aspecto externo y por sus actos,
provoca en A una cierta sensación, que se convierte en seguida en la
base de ciertas representaciones llegaríamos a un absurdo: ¿un com­
plejo de sensaciones provoca una cierta sensación en otro complejo
de sensaciones? Esto sería todavía peor que la famosa “ filosofía”
según la cual la tierra descansa sobre dos ballenas, las ballenas nadan
sobre el agua y el agua se encuentra sobre la tierra. Desde luego el mis­
mo Mach, como veremos después, rechaza semejante hipótesis.
Pero no nos apartemos de nuestro interesante asunto.
La suposición de que B se hace conocer de A, al provocar en él
ciertas sensaciones, nos ha conducido a un absurdo; sucedería lo mismo,
como hemos visto más arriba, con la suposición de que B es incognos­
cible para A. ¿Cómo hacer? ¿Dónde buscar la respuesta a esta persis­
tente pregunta? Se nos aconsejará quizá, que nos acordemos de Leib-
niz y apelemos a la armonía preestablecida. Como nos sentimos en la
actualidad muy conciliadores, quizá lo hubiésemos aceptado; pero el
implacable Mach nos priva también de esta última salvación: Mach
declara que la armonía preestablecida es una teoría monstruosa
fmonstruose theorie).
Accedemos a separarnos de ella también —¿qué necesidad tenemos
de teorías monstruosas?—, pero, por desgracia, caemos en el “ Analyse
del Em pfindugen” (Análisis de las sensaciones) y topamos con el
pasaje siguiente:
“ Una investigación científica independiente se obscurece fácil­
EL MATERIALISMO MILITANTE 315

mente en el easo en que una concepción, que pueda ser empleada con
un fin especial estrechamente limitado, se convierte de antemano en
la base de todos los análisis. Esto sucede, por ejemplo, cuando exami­
namos todas las sensaciones como efectos del mundo exterior que
llegan a la conciencia. Tenemos ya ahí todo un nudo de dificultades
metafísicas que parece imposible deshacer. Pero ese nudo desaparece
en cuanto examinamos el easo en un sentido matemático, es decir,
cuando nos damos cuenta que sólo tiene valor para nosotros el estable­
cimiento de la naturaleza de las relaciones funcionales, de la dependen­
cia existente entre nuestras sensaciones. Entonces aparece con toda
claridad que el establecimiento de relaciones entre nuestras sensacio­
nes y ciertas incógnitas (cosa en sí) es puramente ficticio y ocioso” .
Mach declara categóricamente que es absurdo considerar nues­
tras sensaciones como el resultado de la acción del mundo exterior que
alcanza a nuestra conciencia. Nosotros creemos a Mach y decimos: si,
en un momento dado, nuestra "sensación” consiste en que oímos la
vos de otro hombre, nos engañaríamos de medio a medio proponiéndo­
nos explicar esta "sensación” por la acción sobre nosotros del mundo
externo, es decir, de la parte de ese mundo representada por el hombre
que nos habla. Toda suposición de tal acción es (Mach lo garantiza)
metafísica trasnochada. Nos queda por suponer que oímos la voz de
otro hombre, no porque hable (y obra sobre nosotros por la vibración
del aire), sino porque nosotros tenemos una sensación gracias a la cual
nuestro interlocutor parece hablarnos, T si nuestro interlocutor oye
nuestra respuesta, esto también se explica, no porque el aire puesto
en vibración por nosotros provoque en él ciertas sensaciones auditivas,
sino porque tiene una sensación consistente en que le parece que nos­
otros respondemos. Esto, en efecto, está muy claro y no hay realmente
en ello "ninguna dificultad metafísica” , pero es i oh, espanto!, justa­
mente la teoría de la armonía preestablecida que Mach llama
monstruosa u ,
Mach nos demuestra que lo que nos importa es solamente el
establecimiento de las relaciones funcionales, es decir, de la depen­
dencia existente entre nuestras sensaciones. Llegamos a un acuerdo con
él y nos preguntamos de nuevo: desde el momento en que no se trata
más que del establecimiento de la dependencia funcional entre
nuestras sensaciones, no tenemos ningún derecho a reconocer la exis­
tencia de otros hombres independiente de nuestras sensaciones. Tal
confesión crearía todo un nudo de "dificultades metafísicas” . Pero
no es esto todo: las mismas consideraciones nos persuaden de que no
podemos (sin pecar contra la lógica) reconocer la existencia de "ele­
mentos que no pertenecen a nuestro " y o ” y que forman el "no-yo” ,
el mundo exterior. No hay, pues, nada fuera de nuestras sensaciones.
Todo lo demás es pura invención metafísica” , ¡Viva el solipsismo! 15.
Si Mach espera desembarazarse de esta "dificultad indubitable”
por su distinción entre el " y o ” en un sentido más estrecho y el " y o ”
en un sentido más amplio, se engaña cruelmente. Su "yo ampliado”
316 G. PLEJANOV

comporta, en efecto, como. él. indica, el mundo exterior, en la composi­


ción del eual están comprendidos otros “ y o ” . Pero esta distinción había
sido ya hecha por Fichte. que opuso el “ yo” al “ no-yo” , y está bien
entendido que ese “ no-yo” contiene a todos los demás individuos16.
Sin embargo, esto no impidió que Fichte siguiese siendo un idealista
subjetivo. Y por una razón muy sencilla: el “ no-yo” existía en él,
como en Berkeley y en Mach solamente en la representación del “ yo”.
Como a Fichte le estaba cerrada toda salida fuera de los límites
del “ yo ” por su negativa de la existencia de la “ cosa en s í” , desa­
pareció para ól toda posibilidad teórica de desembarazarse del solip­
sismo. Pero el solipsismo no es tampoco una solución. He ahí por qué
Fichte buscaba la salvación en el “ yo” absoluto. “ Es claro que mi
“ yo” absoluto no es el individuo” , escribía a Jacobi, “ pero el individua
debe deducirse del “ y o ” absoluto. Esto es lo que mí sistema establecerá
en la doctrina del derecho n atu ral” . Por desgracia, no fue así. Fichte
no logró vencer teóricamente al solipsismo. Y Mach tampoco. Pero
Fichte, que era un gran maestro en el manejo de las nociones filosóficas,
sabía al menos en qué consistía el lado débil de su filosofía. Mach, buen
especialista en física, pero mal pensador, no se da cuenta, en absoluto
de que su “ filosofía” está llena de las contradicciones más irrecon­
ciliables. Se pasea entre esas contradicciones con una serenidad espiri­
tual digna verdaderamente de mejor suerte.
¡Vamos, admírese, señor Bogdanov! Pie aquí que Mach se plantea
el problema siguiente: la materia inorgánica, ¿ no tendrá también sen­
saciones? Y dicen con este motivo:
“ Esta pregunta es muy natural, si se parte de las representacio­
nes físicas habituales, muy extendidas, según las cuales la materia
representa el dato real y directo sobre el cual se construye todo, lo
orgánico y lo inorgánico. Porque en ese caso, en una construcción
material, la sensación debe nacer espontáneamente o bien debe existir
en los fundamentos mismos de esta construcción. Desde nuestro punto
de vista, esta cuestión es falsa en su base. P ara nosotros la materia no
es el dato esencial. Tal dato está más bien suministrado por los ele­
mentos que. en un sentido determinado, se llaman sensaciones” .
(“Análisis de las sensaciones” ).
Aquí, Mach —es preciso hacerle justicia— es lógico. No lo es
menos en la página siguiente en que, habiendo repetido que la materia
no es otra cosa que una relación determinada entre los elementos,
deduce justamente: “ En consecuencia, la cuestión de la sensación de
la materia debe plantearse: ¿hay sensaciones en un complejo deter­
minado de elementos (que en un cierto sentido, son por sí mismos
sensaciones)? Pero nadie planteará la pregunta bajo esta form a” .
Es lógico. Pero las líneas siguientes, que preceden directamente a
las consideraciones lógicas (desde el punto de vista de Mach) sobre la
materia son ilógicas en absoluto: “ Si, mientras que siento alguna cosa,
yo mismo o algún otro pudiera observar mi cerebro con ayuda da
medios físicos o químicos, sería posible determinar a qué proceso
EL MATERIALISMO MILITANTE 317

desarrollado en el organismo estarían, ligadas ciertas sensaciones.


Entonces, al menos por analogía, sería posible aproximarse un poco
más a la solución del problema, tan frecuentemente discutido, de la
■existencia de las sensaciones en el mundo orgánico-, ¿los animales infe­
riores, las plantas tienen sensaciones?”
No quiero suscitar de nuevo la pregunta: ¿ de dónde habría podido
venir ese “ algim otro” que pudiera observar mi cerebro? Sabemos
ya que si la “ filosofía” de Mach fuese consecuente, ese “ algún otro”
110 podía existir. Pero estamos ya acostumbrados a esa falta de lógica
de nuestro “ filósofo” . Ha dejado de. interesarnos. Otra cosa nos im­
porta. Hemos oído decir a Mach que la cuestión de la sensibilidad de
la materia debería plantearse así: ciertos complejos de elementos, que
■en una cierta relación son por sí mismos sensaciones, ¿pueden
tener sensaciones?” Nosotros hemos pensado como él que esta pre­
gunta tal como la formula, es absurda. Y si es así, esta otra
no lo es menos: “ los animales inferiores, las plantas, ¿tien-en sen­
saciones?” Mach no desespera de “ aproximarse” a la solución de
esta cuestión necia desde su propio punto de vista. ¿Cómo aproxi­
marse? Al menos por analogía. ¿Por analogía con qué'? ¿Con lo que
pasa en mí cerebro en el momento de sentir ciertas sensaciones?
¿Y qué es mi cerebro? Una parte de mi cuerpo. ¿Y qué es el cuerpo?
Materia, ¿Y qué es la materia? “ Nada más que un cierto complejo
de elementos” . He ahí por qué se ve usted obligado a deducir, como
Mach, que la cuestión, de saber lo que pasa en mi cerebro, en el mo­
mento en que siento cierta sensación debería ser: ¿qué pasa en un
cierto complejo de elementos, que entran en la composición del “ yo”
y qué son, en cierta medida, las sensaciones mismas, en el momento en
que siente ese “ yo” ? “ Esta pregunta da lugar a la misma imposibi­
lidad lógica, desde el punto de vista de Mach, que la cuestión de la
sensación de la materia inorgánica. Y sin embargo, la encontramos
casi a cada paso, bajo una forma u otra, en el Análisis de las Sensa­
ciones. «Por qué eso?
He aquí por qué. E n calidad de naturalista, Mach se ve obligado
bien a su pesar, a pasar continuamente a un punto de vista mate­
rialista. Y, con la base idealista de su filosofía, cae cada vez en la
contradicción lógica. He aquí un ejemplo. Mach dice: “ De acuerdo
con la inmensa mayoría de los fisiólogos y de los psicólogos contempo­
ráneos, estoy convencido de que es preciso explicar las manifestaciones
de la voluntad únicamente —para hablar brevemente pero claro— por
las fuerzas orgánicas” . (Análisis de las Sensaciones). Esta frase
—para hablar breve pero claramente— sólo puede tener sentido bajo
la pluma de un m aterialista17.
Otro ejemplo. “ La adaptación a las condiciones químicas y vitales
— leemos en el mismo libro— que se expresan en el color, exige la
capacidad de movimiento en una medida mucho más grande que la
adaptación a las condiciones vitales químicas del gusto y del olor” .
Es un feliz pensamiento, pero también absolutamente m aterialista18.
31S G. PLEJANOV

Tercer ejemplo. Mach. dice: “ Si nn cuerpo orgánico o inorgánico


sufre un proceso plenamente determinado por las condiciones del
momento y limitado a sí, no tendremos que hablar de finalidad: tal es
el caso, por ejemplo, cuando la excitación provoca una sensación de
luz o una contracción m uscular7’. No se puede no estar de acuerdo.
Pero el caso examinado por Mach supone una excitación (del órgano
del sujeto en cuestión) cuya consecuencia es una sensación. Es ésta
una concepción puramente materialista sobre el origen do las sensacio­
nes que no está de acuerdo del todo con las enseñanzas de Mach, según
las cuales el cuerpo no es más que un “ símbolo” (de un cierto con­
junto de sensaciones).
El “ n aturalista’' que habita en Mach tiende hacia el materialismo.
No podía ser de otro modo: una ciencia de la naturaleza no-materia-
lista es imposible. Pero el “ filósofo” que habita en el mismo Mach,
tiende hacia el idealismo. Y esto es absolutamente comprensible tam­
bién: la opinión publica de la burguesía contemporánea (conservadora),
que lucha contra el proletariado moderno (revolucionario), es dema­
siado hostil al materialismo, y sería completamente excepcional que
los naturalistas se declarasen hoy, como lo hizo Haeekel, francamente
partidarios del monismo materialista. Hay dos almas en Mach, De
ahí su inconsciencia 1£>.
Pero otra vez debo hacerle justicia. No es solamente en la pre­
gunta: ¿idealismo o materialismo?, en la que se desenvuelve mal. No
es solamente el materialismo el que no comprende; el idealismo no lo
comprende tam poco...
¿No lo cree usted así, señor Bogdanov? Lea: Mach se queja de
que se haya creído posible metamorfosearle, sea en idealista —adepto
de Berkeley— sea en materialista. Y considera estas acusaciones como
infundadas. “ No lo merezco” , dice (Análisis ele las Sensaciones), y al
determinar sus relaciones demasiado particulares con Kant, escribe:
“ Debo reconocer con la mayor gratitud que es precisamente su
idealismo crítico el punto de partida de todo mi pensamiento crítico.
Pero yo no podía seguir siéndole fiel. Muy pronto volvía a las con­
cepciones de Berkeley, que viven más o menos explícitamente en las
obras de Kant. Por el análisis en el dominio de la fisiología de los
órganos de los sentidos y el estudio de Herbart, he llegado a concep­
ciones próximas a las de Hume, cuyas obras yo no conocía en aquel
momento. Todavía hoy considero a Berkeley y a Hume como pensa­
dores mucho más consecuentes que K a n t” . A lo que parece, no hay
humo sin fuego. ¡Y qué fuegoI ¡Tenemos ante nosotros un verdadero
brasero! En efecto, el machismo no es más que berkeleismo un poco
retocado y recolorado según los tonos de las ciencias naturales del
siglo X X . No en vano dedicó Mach su obra Erkenntnis und Irrtum a
Wilhelm Schuppe, que era un idealista de pura cepa, como puede uno
convencerse fácilmente leyendo su ErkenntnisthearetiscJie Logik.
Pero —no se puede hablar de la filosofía de Mach sin múltiples
“ peros”— hay en nuestro filósofo aspectos que le alejan de Berkeley.
EL MATERIALISMO MILITANTE 319

Dice, por ejemplo: “ Es verdad que ciertos géneros han desaparecido,


como lo es también que han aparecido otros. De esta manera, el campo
de la acción de la voluntad, que tiende hacia el placer y huye de los
sufrimientos, debe ser más amplio que aquel en que se ejerce la con­
servación de la especie. Tal voluntad conserva la especie cuando ésta
lo merece, y la aniquila cuando su existencia cesa de ser ú til” . ¿Cuál
es esa vpluntad? ¿De dónde viene? Berkeley hubiera respondido
ciertamente: voluntad de Dios. Y tal respuesta, a los ojos de un cre­
yente, habría resuelto muchos “ malentedus” . Hubiera tenido también
el privilegio de servir de nuevo argumento en favor de los votos
religiosos de vuestro amigo, el bienaventurado Anatolio. Sin embargo
Mach no dice nada de Dios; descartaremos pues “ la hipótesis de
Dios” y escucharemos las palabras de nuestro pensador Mach: “ Se
puede aceptar la idea de Schopenhauer sobre las relaciones entre la
voluntad y la fuerza, sin ver en la una o en la otro nada de
metafísico” . Ya tenemos a Schopenhauer en escena y surge la pre­
gunta: ¿ cómo se puede no ver nada de metafísico en la idea de Scho-
penhauer sobre las relaciones entre la voluntad y la fuerza? Ivlach no
da a esto ninguna respuesta. Lo que sí es cierto es que, al hablar de
la voluntad que conserva la especie cuando ésta lo merece y la aniquila
en caso contrario, Mach se hunde en la metafísica más baja.
Y lo que es más todavía, en el Análisis de las Sensaciones, Mach
habla de la naturaleza del color verde en sí, naturaleza que permanece
invariable desde cualquier punto de vista que la consideremos (“ Das
Grüne an sieh” ). ¿Pero qué es eso de “ verde en s í” ? ¿No ha sido el
mismo Mach el que nos ha asegurado que no hay cosas en sí? La
“ cosa en s í” parece ser más poderosa que Mach. La echa por la puerta
y le vuelve a entrar por la ventana con el aspecto absurdo de “ color
en s í” , i Qué fuerza invencible! No se puede por menos de cantar:
O Din an sieh
Wie lieb ich dich
Du ailer Dinge D ing ! 20
¿Pero cómo? ¿Qué clase de filosofía es ésa? Es, señores que no es
tal filosofía. El mismo Mach lo declara: “ Es giebt vor allem keine
machs-sche Philosophie” , (Y desde luego, no hay filosofía de Mach),
dice en el prefacio de Erenninis und Irrtum . Y lo mismo en el Análisis
de las Sensaciones: “ Lo repito una vez más: no hay filosofía
maehista” .
¡ Lo que es cierto es cierto! No hay verdaderamente filosofía de
Mach por la razón de que Mach no se asimiló los conceptos filosóficos
con que quiso operar. En el fondo, la cosa no hubiera marchado mucho
mejor si hubiese estado bien preparado para su papel de filósofo. El
idealismo subjetivo, del que tomó su punto de vista, le habría de todos
modos conducido al solipsismo que rechaza, .o a una serie de contra­
dicciones lógicas sin salida y a la reconciliación con la metafísica. No
hay filosofía en Mach. Y esto es muy importante para nosotros mar-
320 G. PLEJANOV

xistas rasos, que nos atormentamos desde hace años con esta filosofía
machista y a los que se nos aconseja con mucha insistencia que unamos
esta filosofía inexistente a las enseñanzas de Marx. Pero lo que es
todavía más importante es que 110 puede haber filosofía a lo Mach,
o más bien a lo Berkeley o a lo Fichte, libre de contradicciones irre­
solubles. Sobre todo actualm ente: el idealismo subjetivo era ya en el
siglo X V III un aborto de la filosofía, pero en la atmósfera de las cien­
cias naturales contemporáneas no puede ya respirar. He aquí por qué,
aún aquellos mismos que hubieran querido hacerle revivir, tienen que
renunciar a ello. Lo repito: la lógica tiene sus derechos.
Y ya puedo despedirme de usted, señor Bogdanov. No haré más
que otra observación. Se queja usted en la carta abierta que me dirige
de que mis amigos filosóficos de Rusia le acusan de toda clase de ab­
surdos. Usted tiene la culpa. No intentaré convencerle de que los
hombres qne usted acusa de deformar conscientemente sus pensamien­
tos, son demasiado honrados para permitirse tales actos. Consideraré
el asunto desde el punto de vista del simple cálculo y preguntaré: ¿Es
necesario deformar sus pensamientos, cuando su reproducción exacta
íe perjudica a usted más que toda deformación?
Crea usted en mi sincera compasión por esta posibilidad, ¡ay!
demasiado segura.
C ARTA TERC ERA

SEÑOR:

Ha pasado un año desde la última carta que le dirigí. Pensaba no


volver a ocuparme jamás de usted. Sin embargo, vuelvo a tomar la plu­
ma para escribirle esta tercera carta. He aquí porqué.
Es usted, sin duda alguna posible, un discípulo de Mach. Pero
hay discípulos de valores diferentes: los modestos y los pretenciosos.
Los modestos conceden importancia a los intereses de la verdad y no se
preocupan de la glorificación de su propia individualidad. Los pre­
tenciosos piensan ante todo en poner su propia persona bajo una luz
favorable, y les tiene sin cuidado la causa de la verdad. La historia
del pensamiento demuestra que casi siempre la modestia, está en razón
directa con el talento del discípulo, y la vanidad en razón inversa
de ese talento. Tomemos por ejemplo a Chernichevski. E ra modesto
masía el último grado. Al exponer las ideas filosóficas de Feuerbach se
sentía siempre dispuesto a poner en la cuenta de su maestro hasta lo
que le pertenecía personalmente. Si no le nombraba, era debido a la
censura. El hizo todo lo que pudo porque el lector supiese el origen
de los principios filosóficos defendidos por el ‘‘ Contemporáneo ’ \ Y
no hacía esto solamente en filosofía. E n el socialismo Chernichevski era
el continuador de los geniales utopistas de la Europa Occidental. He
ahí la razón de que al exponer y defender con la modestia en él
característica, sus opiniones socialistas, hiciera siempre comprender al
lector que no le pertenecían, sino a “ sus grandes maestros occidenta­
les” . Sin embargo, en sus artículos filosóficos y socialistas, Cherni-
chevski dio pruebas infinitas de inteligencia., lógica, conocimiento y
talento. E ra un hombre modesto.
Usted, en cambio, es un vanidoso y por eso aspira a la indepen­
dencia y a la originalidad al difundir la “ filosofía de Mach". Adopta
usted un aire de asombro porque, al combatir en mi segunda carta sus
pseudo-observaciones críticas sobre algunos de mis pensamientos filo­
sóficos, me he limitado a indicar las contradicciones irresolubles y
realmente ridiculas en que se embrolla Mach y no he creído necesario
ocuparme de vuestras propias reflexiones. E l que no esté completa­
mente privado de lógica comprenderá que cuando la base de una
322 G. PLEJANOV

enseñanza filosófica se derrumba, las construcciones establecidas sobre


esta base por los discípulos del pensador deben derrumbarse también.
Y si todo el mundo conociese el lugar que usted ocupa con respecto a
Mach, comprendería que sí el machismo cae. 110 puede quedar de
vuestras construcciones “ filosóficas” otra cosa que polvo. Pero usted,
en calidad de discípulo pretencioso, ha tomado todas las medidas para
que el lector ignore sus verdaderas relaciones con su maestro. Quizá
por esto hay-a todavía hoy personas impresionadas por el tono desen­
vuelto con que usted declara (como lo hizo usted por ejemplo en una
reunión pública, poco después de mi segunda carta), que las críticas
hechas a la filosofía de Mach no le conciernen. Para esos hombres es
para los que yo vuelvo a tomar la plum a; quiero ikiminarles. Al
escribir esas dos primeras cartas yo disponía relativamente de tan
poco espacio que no podía ocuparme del original y de la copia. Es
natural que prefiriera el estudio del original. Ahora tengo un poco
más de espacio y, por añadidura, unos cuantos días de holganza. Por
eso hoy voy a ocuparme de usted.

II

Dice usted: “ He aprendido mucho de Mach. Opino que el cama-


rada B eltov 1 habría podido aprender también muchas cosas interesan­
tes en ese gran sabio y pensador, en ese admirable destructor de
fetiches científicos. En cuanto a los jóvenes camaradas, yo les aconse­
jaría que no se dejasen turbar por la consideración de que Mach no
es marxista. Que sigan el ejemplo del camarada Beltov, que ha
aprendido tantas cosas en Hegel y Holbach, los cuales, si nó me engaño
no eran tampoco marxistas. No obstante, yo no puedo declararme
“ m achista” en filosofía. En la concepción filosófica general yo no he
aprendido en Mach más que una cosa: la noción de la neutralidad
de los elementos de la experiencia con relación a los elementos “ físicos”
y “ psíquicos” , de la dependencia de esas características de la sola
experiencia. Pero, en todo el resto, en la doctrina sobre la génesis de
la experiencia psíquica y física de la “ interferencia” de los procesos
complejos, en el cuadro general del mundo basado sobre todas esas
premisas, no tengo nada de común con Mach. En una palabra, yo
soy mucho menos “ m achista” que el camarada Beltov lo es “ holba:
chista 7’ y espero que esto no impedirá que seamos los dos buenos m ar­
xistas” . (A. Bogdanov. Empiriomonismo, Lib. III, 1906).
Yo no seguiré su ejemplo: no haré cumplidos ni a mí mismo, ni
a mi adversario. Por lo que se refiere a este último, es decir, a usted,
señor, me veo obligado, con gran pesar, a ser menos amable y a recor­
darle lo que he dicho en mis cartas anteriores sobre la completa
imposibilidad de ser “ un buen m arxista” para el que niega la base
materialista de la concepción del mundo de Marx y Engels 2. Usted
no sólo está extremadamente lejos de ser “ un buen m arxista” , sino
que tiene usted la deplorable buena fortuna de atraer las simpatías
EL MATERIALISMO MILITANTE 323

de todos aquellos que quieren conservar el título de marxista sin


dejar de adaptar sus concepciones del mundo a los gustos de nuestros
pequeños superhombres burgueses.
Quiere usted vanidosamente hacer creer que es usted indepen­
diente de su maestro y no hace más que estropear las enseñanzas que
le ha tomado prestadas: todo vuestro ‘£empiriomonismo’’ no hace
otra cosa que conducir a un absurdo manifiesto lo que ya era un ab­
surdo en potencia (absurdum an sieh, como habría dicho Hegel),
en vuestro maestro. ¿Cuál es, esa independencia? Toda vuestra ridi-
eula pretensión se derrumba al menor contacto con la crítica.
¿Le parece a usted que soy injusto? Be comprende: le ciega a
usted la vanidad.
¿Pruebas? No faltarán. Tomo, por el momento, la primera de las
aportaciones que usted dice haber hecho a la filosofía del “ empirio­
criticismo” : su “ doctrina de la génesis de la experiencia física y
psíquica” . Esta doctrina os caracteriza muy bien y merece por eso
atención. ¿En qué consiste? Hela aquí:
Después de haber expuesto “ la concepción del mundo de Mach
y de Avenarius, fundada sólidamente sobre las adquisiciones de la
ciencia contemporánea” y de añadir que “ si llamamos a esta con­
cepción del mundo crítica y evolucionista, un positivismo teñido de
sociología, indicaremos de un solo golpe las corrientes principales del
pensamiento filosófico reunidas por esta concepción en el solo río ” .
(Empiriomonismo. Lib. I), continua usted:
“ Al descomponer todo el universo físico y psíquico en elemen­
tos idénticos, el empiriocriticismo excluye la posibilidad de todo dua­
lismo. Sin embargo, una nueva pregunta crítica se impone: el dualis­
mo es vencido, descartado, ¿pero se alcanza el monismo? E l punto de
vista de Mach y de Avenarius ¿libera realmente tocia nuestra menta­
lidad de su carácter dualista? Nos vemos obligados a responder nega­
tivamente a esta pregunta” . . . {Ibid).
En seguida explica usted por qué se ve “ obligado” a estar des­
contento de sus discípulos. Dice usted que en los autores nombrados más
arriba dos grupos permanecen siempre diferentes: el grupo físico de
una parte, y el grupo psíquico de la otra. Avenarius encuentra que
hay en eso duplicidad pero no dualismo. Esta opinión le parece a
usted falsa. Y he aquí su razonamiento:
“ Las realidades que difieren esencialmente, pero que es posible
llevar a un principio común (lo que sería de desear para la armonía
y la belleza del sistema del conocimiento) no son superiores a las rea­
lidades que difieren esencialmente y que son imposibles de referir a
un principio común. Cuando el dominio de la experiencia se divide en
dos grupos en que el conocimiento debe operar de manera diferente,
este conocimiento no puede sentirse único y armonioso. Nace inevita­
blemente una serie de cuestiones que tienden a descartar la dualidad
y a reemplazarla por una unidad superior. ¿Porqué en la corriente
324 G. PLEJANOV

única ele la naturaleza humana, hay posibilidad para dos medidas


fundamentalmente diferentes! ¿Y por qué hay precisamente dos?
¿Por qué el grupo “ psíquico” se encuentra en una estrecha relación
funcional precisamente con el sistema nervioso y no con algún otro
“ cuerpo5'? ¿Y por qué no hay en la experiencia una cantidad
innumerable de grupos, ligados con “ cuerpos” de otros tipos? ¿Por
qué ciertos complejos de elementos aparecen en las dos series de la ex­
periencia: como “ cuerpos” y como “ representaciones” , y otros no son
jamás cuerpos y pertenecen siempre a una sola serie, etc.?” (Ibid).
Como la concepción del mundo de Mach y de Avenarius, “ funda­
da sobre las adquisiciones de la ciencia contemporánea” no- respon­
de a vuestros “ porqués” múltiples y profundos, os dais por tarea,
con la presunción que le es propia, el vencer esa dualidad. Y es ahí
en vuestra lucha contra ese *‘dualismo ’’ donde se descubre la grandeza
de vuestro genio filosófico.
En primer lugar, intenta usted explicar en qué consiste la dife­
rencia entre las dos series de la experiencia: física y psíquica, y en
seguida quiere usted “ si esto es posible, explicar la génesis de esas
d is tin c io n e s (Ib id ). De esta manera la tarea que se propone usted
es doble. Lo primero se resuelve de la manera siguiente:
Según usted, la característica general de todo lo que es físico es
su objetividad. Lo físico es siempre objetivo. Y por eso trata de encon­
tra r la definición de lo objetivo. Y no tarda usted en asegurar que la
definición siguiente debe ser reconocida como la más justa:
“ Llamamos objetivos los datos de ]a experiencia que tienen la
misma significación vital para nosotros y para otros hombres; los
datos sobre los cuales no sólo nosotros mismos establecemos sin contra­
dicción nuestra actividad, sino sobre los que otros hombres deben
basarse también, según nuestra convicción, para evitar la contradicción.
E l carácter objetivo del mundo físico consiste en que existe no sola­
mente para mí, sino para todos, y que tiene para todos una significa­
ción determinada, la misma que para mí. La objetividad del mundo
físico reside en su carácter de universalidad. “ Lo subjetivo” en la
experiencia es lo que no tiene significación general, lo que no tiene
sentido más que para uno solo o para algunos individuos” . (Ibid).
Una vez encontrada esta definición, consistente en que la objeti­
vidad tiene por carácter la universalidad, es decir, la concordancia
entre la experiencia de hombres diversos, da usted por resuelta la
primera de sus dos tareas y pasa a la segunda. “ ¿De dónde viene,
pregunta usted, esa concordancia reciproca? ¿Es preciso ver en ella
“ la armonía preestablecida” o el resultado de la evolución?” (Ibid).
Es fácil adivinar en qué sentido resuelve usted esas preguntas. Usted
está por la evolución. Y dice:
“ La carcterístíca general del dominio “ psíquico” de la experien­
cia es, como hemos visto, la objetividad o la universalidad. Nosotros
remitimos al mundo físico exclusivamente lo que consideramos como
EL MATERIALISMO MILITANTE 325

objetivo.. . La concordancia de la experiencia colectiva que se expresa


en esta “ objetividad" no podía aparecer más que como resultado del
acuerdo progresivo de la experiencia de hombres diversos, con ayuda de
juicios recíprocos. La objetividad de los cuerpos físicos qne encontra­
mos en nuestra experiencia se constituye en último lugar sobre la base
de un control recíproco y de la concordancia de juicios de hombres
diversos. En general, el mundo físico es la experiencia socialmente
concordante, socialmente armoniosa, en una palabra, socÁalmente
organizadaf>. (ibid).
Esto está ya suficientemente claro. Pero usted teme los “ malen­
tendidos” . Supone que se podría preguntarle si un hombre que se ha
golpeado el pie contra una piedra debe esperar el juicio de otros hom­
bres para convencerse de la objetividad de esa piedra y, anticipándose
a esta pregunta realmente necesaria, responde u sted :
“ La objetividad de los objetos exteriores se reduce siempre, y
en último lugar al cambio de juicios; pero no repara directamente
sobre él en la mayor parte de los casos. En el proceso de la experiencia
social se forman ciertas relaciones generales, ciertas leyes (el espacio
abstracto y el tiempo figuran entre ellas) que caracterizan al mundo
físico. Estas relaciones generales formadas y fortalecidas socialmente,
están esencialmente ligadas por la concordancia social de la experien­
cia, son esencialmente objetivas. Nosotros reconocemos por objetiva
toda nueva sensación que concuerde enteramente con esas relaciones y
que entre completamente en su cuadro, sin esperar no importa qué
juicio: la experiencia nueva recibe naturalmente la carcterística de
la experiencia antigua en los moldes de la cual se cristaliza” . (Ibid).
Ya ve usted señor, que en la exposición de sus opiniones, le cedo
voluntariamente la palabra, como al hombre más competente en lo que
ciertos lectores toman por la filosofía de A. Bogdanov. No podrá usted
decir que, al exponer su pensamiento, deformo su contenido. Por lo
tanto, le ruego que vuelva a tomar la palabra y que rompa el malenten­
dido que hubiera podido nacer con motivo de su ejemplo de la piedra.
Ha dicho usted que la piedra es para nosotros algo objetivo porque
tiene un lugar físico en el espacio y en el tiempo. A eso se puede
replicar qne los fantasmas aparecen también, en el espacio y el tiempo.
¿Es que los fantasmas son también “ objetivos’ Sonríe usted con
indulgencia y hace observar qne la objetividad de los fenómenos se
encuentra bajo el control de la experiencia social en evolución y qne
a veces es negada por ella; “ el diablo que me estrangula durante la
noche posee para mí un carácter de objetividad, como la piedra contra
la cual ha chocado mi p ie. . . Pero los juicios de otros hombres suprimen
esta objetividad., Si se olvida este criterio superior de la objetividad
las alucinaciones sistemáticas habrían podido formar el mundo obje­
tivo, cosa que los hombres sanos se negarían a adm itir” .
326 G. PLEJANOV

III

Voy a dejarle a usted por algún tiempo. Le lie hecho hablar


demasiado. Quiero reflexionar sobre el sentido de sus palabras. Pose­
yendo ahora, gracias a usted, el criterio superior de la “ objetividad” ,
quiero ver hasta qué punto es “ objetiva” , es decir, ajena al subjeti­
vismo, su propia “ doctrina” .
En lo que a mí respecta, el diablo no me estrangula jamás durante
la noche. Pero dicen que eso sucede con frecuencia a las personas de
digestión difícil. Para esas honorables personas, el diablo tiene tanta
objetividad como las piedras. Voy a hacer una pregunta: ¿El diablo
es objetivo? Usted asegura que no, porque “ los juicios de otros hom­
bres suprimen esa objetividad del diablo” . No obstante, hay ahí un
escollo, pequeño pero desagradable. Actualmente, en efecto, muchos
hombres niegan categóricamente al diablo. Pero hubo una época, extre­
madamente larga, en que a nadie se le ocurría negar la objetividad
del diablo. ¿Se deduce de esto que el diablo tenía una existencia
objetiva? Si se responde a esta pregunta con vuestro “ criterio supe­
rior de la objetividad” es preciso contestar que sí.
¡ Invocará usted la cadena de la causalidad! Usted mismo ha de­
clarado que Hume tenía por completo razón al negar el carácter de
universalidad absoluta de las relaciones de causalidad. (Ibid), Y esto
es muy comprensible desde el punto de vista de su doctrina de la
experiencia. Segím ella, la relación causal no representa más que “ un
producto relativamente tardío de la evolución social” . Además, en una
cierta época de la evolución de ese producto (período del animismo),
la representación de los diablos concordaba perfectamente con la
concepción de las relaciones de causalidad. Está claro, por consiguiente,
que el lazo causal no puede servir, desde vuestro punto de vista, de
“ criterio superior de objetividad” .
No, señor Bogdanov, por más que se esfuerce no escapará usted
a los diablos. No puede uno librarse de ellos más que con una doctrina
justa de la experiencia, y para tal doctrina vuestra “ filosofía” es un
camino muy largo.
Según el sentido claro e indiscutible de vuestra teoría de la ob­
jetividad, debemos responder así a la cuestión de la existencia del
diablo: hubo un tiempo en que el diablo tenía una existencia objetiva;
pero en seguida 3a perdió y no existe ya más que en el cerebro de
algunos seres originales.
Es claro que toda la historia debe tomar un aspecto completamente
nuevo examinada a la luz de su “ criterio superior de la objetividad” .
Por ello merece usted ya el calificativo de genio filosófico. Pero no es
esto sólo,
¡ Nosotros, todos profanos, adeptos a la antigua teoría de la evolu­
ción estábamos firmemente convencidos de que la aparición de los
hombres y, por consiguiente, de sus juicios, vino después de un largo
período de evolución de nuestro planeta!
EL MATERIALISMO MILITANTE 327

Pero apareció usted y, a semejanza del Sganarelle de Moliére, lo


ha cambiado todo. . . Abora nos vemos obligados a representarnos la
marcha de las cosas de un modo completamente diferente.
Es preciso, según usted, concluir que la existencia de los hombres
precedió a la de nuestro planeta: hubo primero los hombres; comen­
zaron a emitir sus juicios, organizando socialmente su experiencia;
gracias a esta dichosa condición apareció el mundo físico y en parti­
cular nuestro planeta. Esto es, naturalmente, una ‘' evolución ’’ tam­
bién, ¡ pero en sentido inverso l
El lector p-uecle pensar que si la existencia de los hombres pre­
cedió a la de la tierra, los hombres debieron encontrarse durante
algún tiempo suspendidos, por decirlo así, en el aire, pero usted y yo,
señor Bogdanov, comprendemos que eso es un “ malentendu” resultado
de una cierta inatención hacia las exigencias de la lógica. Porque el
aire pertenece también al mundo físico. Y en la época que nosotros
hablamos no había aire tampoco. No había nada, en el sentido de una
objetividad física; no había más que hombres que, intercambiando sus
sensaciones y confrontando sus experiencias, crearon el mundo físico.
Esto es muy sencillo y muy claro.
Haré notar, de paso, qne ahora se puede comprender muy bien
por qué vuestro amigo Lunatcharski, asaltado por una vocación reli­
giosa, intentó una religión sin Dios. Sólo los que creen en Dios piensan
que él creó el mundo. Pero usted, señor Bogdanov, nos ha demostrado
a todos claramente, y tanto más a su amigo Lunatcharski, que el
mundo fue creado por los hombres y no por Dios.
Habrá quizá lectores que observarán que una “ filosofía ” que hace
pasar al mundo físico por una creación de los hombres es una filosofía
idealista de pura sangre, aunque muy embrollada, y añadirán también
que sólo im ecléctico puede intentar identificar tal filosofía con las
doctrinas de Marx-Engels. Pero usted y yo, señor Bogdanov, diremos
de nuevo que es un “ malentendu” . Una filosofía que declara al mundo
físico resultado de la experiencia soeialmente organizada, es la más
capaz de las deducciones en el espíritu del marxismo. La experiencia
socialmente organizada es una experiencia de hombres en lucha por
la existencia. Y esta lucha supone un proceso económico de producción.
Y este proceso de la producción supone ciertas condiciones de produc­
ción, es decir una cierta organización económica de la sociedad. Y la
concepción de un orden económico de la sociedad abre ante nosotros
el gran dominio del “ materialismo económico” . Nos es preciso sola­
mente afirmarnos en ese dominio para obtener el derecho a llamarnos
marxistas. Nosotros no somos simples marxistas, sino supermarxistas.
Los simples marxistas dicen: “ Sobre la base de las relaciones econó­
mica y de la vida social de los hombres, condicionada por esas rela­
ciones, nacen ideologías correspondientes” . Pero nosotros, supermar­
xistas, añadimos: “ no solamente las ideologías, sino también el mundo
físico” '. ¡Ya ve lector que nosotros somos mucho más marxistas "que
el mismo Marx!
328 G. PLEJANOV

Usted gritará, naturalmente ante tal exageración, señor Bogda­


nov, Pero es en vano. En mis palabras no hay la menor exageración.
Ellas caracterizan por completo tanto el sentido evidente de su mara­
villosa teoría de la objetividad como la idea que le hizo llegar a esa
teoría. Usted se imaginó que, identificando el mundo físico con la
experiencia socialmente organizada, abría ante el materialismo econó­
mico una gran perspectiva teórica enteramente nueva. Su ingenuidad
general es sobre todo conmovedora en el dominio del materialismo
económico. Al hablar de usted, yo me atengo generalmente a la regla
de Ncwton, “ hypotheseis. non ñngo” . Pero aquí me permitiré una pe­
queña excepción a esta regla. Confieso que tengo grandes sospechas de
que la atracción ejercida sobre usted por Mach ha sido en primer lugar
consecuencia de su extrema ingenuidad. Usted dice: “ Allí donde
Mach describe la relación de los conocimientos con el proceso social
del trabajo, la concordancia de sus puntos de vista con las ideas de
Marx es a veces sorprendente” . (Ibid). Y , para apoyar esta opinión
cita usted las siguientes palabras de Mach: “ La ciencia ha nacido de
las exigencias de la vida práctica. .. de la técnica” . Es esta “ técnica”
unida al término “ economía” , que emplea frecuentemente Mach, la
que le ha sido funesta, señor Bogdanov. Usted pensó que uniendo Mach
a Marx se aproximaba a la teoría del conocimiento por un lado com­
pletamente nuevo, y podría anunciarnos “ palabras jamás oídas” .
¡ Os creisteis elegido para corregir y completar las enseñanzas de Marx-
Engels, como las de Mach-Avenarius! Pero había ahí un “ malen-
ten d u ” . . . l.° Usted ha llevado a Mach al absurdo; 2.° Usted ha de­
mostrado con toda claridad cuán cruelmente se engañaba al tomarse
por “ un buen m arxista” , En una palabra, el resultado que ha obtenido
no corresponde en modo alguno a sus esperanzass.

IV

Después de escrito el capítulo precedente, me he preguntado si


habría interpretado bien vuestro pensamiento al afirmar que la con­
clusión de. vuestra teoría de la “ objetividad” era que hubo primero
los hombres y luego el mundo físico creado por ellos. Cbnfieso franca­
mente que, tras alguna reflexión, he visto que no era por completo así.
Las expresiones “ primero y luego” muestran cuáles son las relacio­
nes de los hechos en el tiempo. De no haber tiempo, esas expresiones
no tendrían el menor sentido. Pero, según usted, el tiempo se crea, al
igual que el espacio, por un proceso de organización social de la expe­
riencia humana. Usted lo dice: “ Al acordar estas sensaciones con las
de otros hombres, el hombre creó la forma abstracta del tiempo” .
(Ibid). Y más lejos: “ ¿Qué significan, en fin de cuentas, las formas
abstractas de espacio y de tiempo %Expresan la organización social de
la experiencia,. Por intercambio de • innumerables juicios los hombres
apartan constantemente las contradicciones de su experiencia social, la
armonizan, la organizan, en formas de organización general, es decir,
EL MATERIALISMO MILITANTE 329

objetivas. En seguida la evolución de la experiencia se continua sobre


la base de esas formas y entra necesariamente en sus cuadros” . (Ibid).
Llegamos, pues, a la deducción de que liubo un tiempo en que el
tiempo no existía. Esto es extraño. Parece que vuelvo a emplear aquella
falsa terminología de que tan difícil nos es deshacernos a nosotros,
profanos en empiriomonismo. No se puede decir: hubo un tiempo en
que el tiempo no existía. Y no se puede por la sencilla razón de que
cuando el tiempo no existía. no había tiempo. Es ésta una de esas ver­
dades cuyo descubrimiento honra en alto grado a la inteligencia
humana. Pero tales verdades son cegadoras como el relámpago, y el
hombre cegado se embrolla fácilmente en los términos. Voy, pues, a
expresarme y a reflexionar de un modo diferente haciendo abstracción
del tiempo. Si no hay experiencia soeialmente organizada, no hay
tiempo. ¿Que es lo qne hay entonces? Hay hombres, y es en su
experiencia donde el tiempo “ se desarrolla”. Muy bien. Pero si el
tiempo “ se desarrolla7’, se deduce que continuará desarrollándose. Y
esto significa qne habrá un tiempo en que el tiempo será. He vuelto in­
voluntariamente a echar mano de la antigua terminología. ¿Pero qué
hacer; señor Bogdanov, si soy completamente incapaz de imaginarme el
desarrollo del tiempo?
Esto me recuerda las réplicas que daba Engels a Dühring, pre­
cisamente con motivo de su teoría del tiempo. Dühring afirmaba que
el tiempo tiene un comienzo y apoyaba esta opinión en la consideración
de que hubo un tiempo en que el mundo se encontraba en una condi­
ción invariable e igual a sí misma, es decir una condición en la cual
nada cambiaba. Y allí donde no hay cambio, decía él, la concepción
del tiempo se transforma necesariamente en una idea más general del
ser. Engels respondió a esto muy justamente: “ E n primer lugar, no
se trata aquí de examinar qué concepción se transforma en la cabeza
de Dühring, Se trata, no de la concepción del tiempo, sino del tiempo
real, de que Dühring no podrá desembarazarse tan fácilmente. E n se­
gundo lugar, si hasta la concepción del tiempo se transforma en tina
idea más general del ser, no por eso habremos adelantado un paso,
porque las formas fundamentales de toda existencia son el espacio y
el tiempo, y el ser fuera del tiempo es un absurdo tan grande, como
el ser fuera del espacio. “ El ser de Hegel, “ fuera del tiempo” , y el
“ ser neoschellingiano” inaccesible para la imaginación” (unvorden-
kliches Sein) son nociones racionales en comparación del ser fuera del
tiempo ’ \ (Anti-Dühring),
Esto es lo que resulta del punto de vista de Marx y de Engels,
que usted quisiera considerar como de los suyos. El ser fuera del
tiempo es un absurdo tan grande como el ser fuera del espacio.
A imitación de Mach, usted “ distingue severamente” el espacio
geométrico o abstracto del espacio fisiológico. Y hace usted lo mismo
con la noción del tiempo. Veamos, pues, si esta distinción puede sal­
varos de esos dos absurdos que amenazan inmortalizar vuestro nombre.
330 G. PLEJANOV

¿ Cuál es la relación del espacio fisiológico con el espacio


geométrico ?
“ E l espacio fisiológico, dice usted, es un resultado de la evolu­
ción; en la vida del niño va cristalizando poco a poco, en medio del
caos de elementos visuales y táctiles. Este desarrollo continúa hasta
más allá de los primeros años de la v id a: en la percepción del hombre
adulto, las distancias, las dimensiones y las formas de los objetos son
más estables que en la percepción del niño. Yo recuerdo distintamente
que a la edad de cinco años percibía la distancia entre la tierra y el
cielo como nna dimensión dos o tres veces más grande que la altura de
una casa ele dos pisos, y que me admiré mucho cuando, habiendo subido
al tejado recibí la sensación de haberme acercado sensiblemente a la
bóveda celeste. Así es como tuve conocimiento de una de las contradic­
ciones del espacio fisiológico. E n la percepción del hombre adulto hay
menos de estas contradicciones pero existen siempre. El espacio abs­
tracto está libre de contradicciones>f. (Empiriomonismo) .
¿Y qué dice usted del tiempo?
“ Las relaciones del tiempo fisiológico y del abstracto son general­
mente las mismas que las de las formas de espacio que hemos examina­
do. El tiempo fisiológico no tiene la misma estructura que el tiempo
abstracto: transcurre desigualmente, rápida y lentamente, hasta cesa
a veces, parece existir para la conciencia —durante un sueño profun­
do o un desvanecimiento— por ejemplo. Además, está limitado por las
lindes de la vida individual. He ahí por qué la “ longitud del tiempo
fisiológico' ’ es variable; el mismo proceso puede transcurrir para noso­
tros “ rápida o lentam ente” y hasta a veces parecer fuera de nuestro
tiempo fisiológico. No sucede lo mismo con el tiempo “ abstracto” .
(“ Forma pura de la contemplación” ) : “ Este es estrictamente uniforme
e ininterrumpido en su curso y los fenómenos aparecen en él estrictamen­
te determinados. En sus dos direcciones —el pasado y el porvenir­
es infinito” . (Empiriomonismo).
El espacio abstracto y el tiempo son productos de la evolución.
Nacen del espacio fisiológico del tiempo, destruyendo las divergencias
que les son propias, introduciendo en ellos la continuidad y, en fin,
alargándolos idealmente más allá de toda experiencia dada. Muy bien.
Pero el espacio y el tiempo fisiológico representan igualmente produc­
tos de la evolución. Y henos aquí de nuevo ante las mismas preguntas:
].° ¿Hay en el espacio un niño en cuya vida el espacio fisiológico se
cristaliza poco a poco en ei caos ele los elementos visuales y táctiles?
2 .° ¿Hay en el tiempo un niño en cuya vida el tiempo fisiológico se
•desarrolla poco a poco? Admitamos que tengamos el derecho —aunque
en realidad, no lo tengamos— de responder que sí a estas preguntas.
El niño, en cuya vida el espacio y el tiempo fisiológicos no aparecen
más que poco a poco, existe en el espacio y tiempo abstractos. Pero es
evidente que tal respuesta sólo tiene sentido suponiendo que el espacio
y el tiempo abstractos han aparecido ya como resultado de la evolu­
ción, es decir, de la experiencia social.
EL MATERIALISMO MILITANTE 331

No se comprende como pasaban las cosas cuando el espacio y el


tiempo no existían todavía. El buen sentido deduce que entonces el
niño existía fuera del espacio y del tiempo. Pero ni nosotros, profanos,
mi aún su misma ciencia moderna, señor Bogdanov, podemos imaginar­
nos niños que existan fuera del espacio y del tiempo. Se ve uno obli­
gado a admitir que en aquella época, verdaderamente tenebrosa, sin
espacio ni tiempo, los niños eran más bien ángeles que niños, porque los
ángeles se las arreglan mucho mejor que los niños para vivir fuera del
espacio y del tiempo. ¿Digo quizás una herejía? E n la Biblia, basta
los ángeles viven en el espacio y en el tiempo.
Otra pregunta también estrechamente ligada a las precedentes. Si
■el tiempo y el espacio abstractos son formas objetivas creadas por los
hombres por medio de innumerables juicios, ¿ese proceso se cumple
fuera del tiempo y del espacio? Si es que sí, eso es de nuevo un absurdo
y si «o, significa que nos es preciso distinguir no ya solamente dos as­
pectos del espacio y del tiempo (el tiempo fisiológico y el tiempo abs­
tracto), sino tres aspectos. Y en este caso, toda vuestra sorprendente
construcción “ filosófica” se dispersa como humo, y entra usted en el
dominio del materialismo según el cual el espacio y el tiempo represen­
tan no solamente una forma de la intuición, sino igualmente una for­
ma del ser.
No, señor Bogdanov, hay algo aquí que no funciona bien, Es ver­
daderamente conmovedor que a la tierna edad de cinco años, cuando
vuestro espacio fisiológico no había todavía plenamente “ cristalizado”
y vuestro tiempo fisiológico no se había aún “ desarrollado” plenamente,
os ocuparéis de medir 3a distancia entre el cielo y la tierra. Tal trabajo
corresponde más bien a la astronomía que a la filosofía. Debió usted
■dedicarse a astrónomo. No ha nacido usted, dicho sea sin cumplimien­
tos ni ironías, para filósofo. E n filosofía sólo ha llegado usted a una
increíble confusión.
Escribe usted: “ Tenemos la costumbre de imaginar que todos los
hombres del pasado, del presente y del porvenir, y hasta los animales,
'viven en el mismo espacio y en el mismo tiempo que nosotros ” . Pero una
costumbre no es una prueba. Es indiscutible que nos imaginamos esos
"hombres y esos animales en nuestro espacio y en nuestro tiempo. Pero
que ellos puedan imaginarnos, e imaginarse ellos mismos en el mismo
■espacio y tiempo, es cosa que nada ha probado, Ciertamente, que ya
que sus organismos son semejantes al nuestro y que sus juicios no son
comprensibles, podemos suponer en ello “ formas intuitivas” seme­
jantes, pero no idénticas a las nuestras” . {Ibid).
He reproducido expresamente más arriba su largo “ juicio” sobre
la distinción entre el espacio y el tiempo fisiológicos y abstractos, para
oponerlos a las líneas que acabo de citar. No piense usted que quiero
cogerle en flagrante delito de contradicción. No hay ahí —¡ cosa extra­
ordinaria!— ninguna contradicción, no: esas líneas están firmemente
apoyadas por sus “ juicios” precedentes. Tanto las unas como los otros
«demuestran claramente, aún a los más miopes, que usted no distingue
332 G. PLEJANOV

y no podrá distinguir, de continuar aferrándose a su “ empiriomonis­


mo’’, “ las formas de la intuición” de los objetos de la intuición.
Usted reconoce como indiscutible que “ nosotros” nos imaginamos
a los hombres y los animales en “ nuestro” tiempo y en nuestro espacio,
pero duda usted de que “ ellos” se imaginen en el mismo tiempo y en
el mismo espacio. En calidad de idealista incorregible, ni siquiera sos­
pecha usted que la cuestión pueda ser planteada ele otro modo, que se
pueda preguntar: ¿hay en algún tiempo o espacio animales que no
se crean en ningún tiempo y en ningún espacio*? ¿Y cómo hacer para
las plantas? Dudo muchísimo que usted les haya atribuido formas de
intuición cualesquiera y, sin embargo, ellas existen en el espacio y en
el tiempo. Y no solamente “ para nosotros” , señor Bogdanov, porque
3a historia de la tierra no deja lugar a duda de que hayan existido
antes que nosotros. Engels escribía: “ Según Diihring, el tiempo no
existe más que en los cambios y no los cambios en el tiempo y por él” .
(Ibid). Usted renueva el error de Dühring. Para usted el tiempo
y el espacio sólo existen porque criaturas vivientes los imagi­
nan ; rehúsa usted reconocer la existencia de tiempo independientemen­
te de la existencia del pensamiento. Para usted, el mundo objetivo
físico no es más que una representación. ¡ Y se ofende usted cuando le
llaman idealista! Cierto que todo el mundo tiene derecho a ser original;
pero usted, señor Bogdanov, abusa de ese derecho.

¿Y cuales son esos “ juicios” de animales? Dejemos de lado a ani­


males como el asno, que los expresa a veces muy fuertemente, aunque
nunca de modo muy agradable para “ nuestro” oído. Descendamos más
bajo . . . a las amibas. Os invito, señor Bogdanov. a contestar resuel­
tamente a esta pregunta: ¿juzga una amiba sí o nó? Yo creo que no.
Y si no juzga, teniendo en cuenta que el mundo físico es el resultado
de juicios, volvemos al mismo absurdo, es decir, a que cuando los orga-
mismos estaban en un grado de evolución correspondiente al de la ami­
ba, el mundo físico no existía. Continuemos. Como la materia entra
en la composición del mundo físico, todavía no aparecido en aquella
época, es preciso reconocer que los animales inferiores no eran mate­
riales en aquel momento, por lo que felicito con toda mi alma tanto a
aquellos interesantes animalitos como a usted, señor Bogdanov.
¿Más para qué hablar de los animales inferiores? Los organismos
de los hombres pertenecen también al mundo físico. Y como el mundo
físico es el resultado de un desarrollo (“ juicios” , e tc .. . ) no nos de­
sembarazaremos jamás de la deducción de que antes de la aparición de
este resultado los hombres tampoco tenían organismo, es decir, que el
proceso de concordancia de las experiencias debió al menos ser comen­
zado por seres inmateriales. En. ese sentido no está mal que los hom­
bres no tengan nada que envidiar a las amibas, pero la conclusión no
es muy cómoda para el “ marxismo” , a que se adhieren usted y sus
EL MATERIALISMO MILITANTE 333

amigos. E n efecto, aunque rechazan el materialismo de Marx y de


Engels, ustedes aseguran que reconocen su explicación materialista de
la historia. Pero dígame, en nombre de Mach y de Avenarius, ¿ es que es
posible una explicación materialista de una historia'que precede a una
“ existencia prehistórica’' . . . de criaturas inmateriales?
Más tarde, al estudiar su teoría de la “ substitución” me veré
obligado a insistir en esta pregunta: ¿qué es el cuerpo humano y cómo
aparece? Y entonces se verá claramente que usted “ completa” a Mach
en el sentido de un idealismo deformado. Pero, por el momento vamos
a otra cosa. ¿Usted deduce el mundo físico objetivo de los “ juicios” de
los hombres? ¿Pero de dónde toma usted los hombres? Yo afirmo que
al reconocer la existencia de otros hombres comete usted una gran
inconsecuencia y destruye toda la base de sus “ juicios” en el dominio
de la filosofía. En otros términos, afirmo que usted no tiene el menor
derecho lógico a defenderse del solipsismo. No es la primera vez que
Ze hago este reproche, señor Bogdanov, En el prefacio del tercer libro de
su “ Empiriomonismo” ya intentó usted refutarlo, pero sin éxito. lie
aquí lo que escribe usted sobre el asunto:
“ Debo llamar la atención sobre una condición característica de
esta escuela: en la “ crítica” de la experiencia, ella examina las rela­
ciones humanas como un dato a priori y, al intentar crear el cuadro
más sencillo y preciso posible del mundo, tiene en cuenta al mismo tiem­
po la utilización común de ese cuadro, y su aptitud práctica para satis­
facer al mayor número posible de hombres durante el tiempo más largo
posible. Se ve ya por ahí cuán falsamente el camarada Plejanov acusa a
esta escuela de tendencia al solipsismo, y de tomar la experiencia indi­
vidual por el universo, por “ todo” lo que existe para el conocimiento.
El empiriocriticismo se caracteriza precisamente por reconocer la equi­
valencia de “ m i” experiencia y la experiencia de los otros hombres, en
tanto qne ésta me sea accesible por la vía de sus “ juicios” . He ahí
una especie de “ democracia del conocimiento” . (Ibid).
Se ve por lo que antecede que usted, “ demócrata del conocimien­
to ” , no ha llegado a comprender la acusación que el “ camarada Ple­
janov” le lanza. Examina usted las relaciones comunes de los hombres
como un. momento previamente dado, como una especie de “ a priori” .
Pero ahí está precisamente la cuestión: ¿tiene usted derecho lógico
para hacerlo? Yo he negado este derecho y usted en lugar de fundamen­
tarlo, repite como probado lo que precisamente debe serlo. Tal error
se llama en lógica “ petición de principio” . E stará usted de acuerdo,
creo yo, querido señor, en que una petición de principio no puede ser­
vir de base para una doctrina filosófica.
Continúa usted: “ El más acusado de “ idealismo” y de “ solipsis­
mo” de toda esta escuela es su verdadero fundador, Ernest Mach (que
no se da desde luego a sí mismo el nombre de empiriocriticista). Vea­
mos cuál es su cuadro del m undo: el universo es para él un filamento
infinito de complejos compuestos de elementos idénticos a los elemen­
tos de la sensación. Estos complejos cambian, vuelven a e n c o n tra rse ,
334 G. PLEJANOV

se separan; entran en uniones diversas según los diversos tipos de réla-


ciones. E n este filamento hay como “ nudos” (expresión m ía), como
lugares en que los elementos están ligados entre sí más estrecha y más'
densamente (expresión de Mach). Esos pantos se llaman “ yos” huma­
nos. Otras combinaciones, menos complicadas, se les asemejan, forman­
do la naturaleza psíquica de otros seres vivientes; Los diversos comple­
jos penetran en esas combinaciones complicadas y se vuelven luego
“ sensaciones” de variados seres. Después esta ligazón se rompe, un
complejo desaparece del sistema de sensaciones del ser dado; puede
en seguida entrar de nuevo en ese sistema, quizá bajo un aspecto dife­
rente, etc., pero en todos los casos (como lo subraya Mach) el comple­
jo no cesa de existir por el único hecho de haber desaparecido de la
“ conciencia’' de “ tal o cual” individuo; puede aparecer en otras com­
binaciones, quizá en relación con otro “ nudo” , con otro “ yo” ... (Ibid).
En este “ juicio” resalta una vez más vuestra tendencia a apoyaros
con la petición de principio. Toma usted de nuevo por probado eí
hecho fundamental que precisamente debe ser probado. Mach “ subra­
y a ” que un complejo no cesa de existir simplemente por el hecho de
haber desaparecido de la “ conciencia” de “ tal o cual” individuo.
Esto es justo, pero ¿qué derecho tiene él a reconocer la existencia de
“ tal o cual” individuo? Ahí está toda la cuestión y a ella, que es fun­
damental, no le da usted ninguna respuesta, a pesar de todo lo que us­
ted afirma. .. Es más, nunca se la podrá dar usted como ya lo he dicho
antes, atendiéndose a su punto de vista sobre la experiencia (tomado
de Mach).
¿Qué es para mi un hombre? Un cierto “ complejo” de sensaciones.
Tal es vuestra teoría, o más bien, la teoría de vuestro maestro. Pero si
“ tal o cual individuo” no es para mí, según esa teoría, más que “ un
complejo de sensaciones” se plantea esta cuestión: ¿qué derecho lógico
tengo yo para afirm ar que ese individuo no existe solamente en mi re­
presentación, basada con mis “ sensaciones” , sino ig-ualmente fuera de
ella, es decir, que posee una existencia independiente de mis sensacio­
nes y percepciones? El sentido de la doctrina de Mach sobre la expe­
riencia no me da ese derecho. Según esa doctrina, si yo afirmo qué
existen otros hombres fuera de mí, rebaso los límites de la experiencia,
“ expreso” un punto de vista extra-experimental. Y usted mismo, se­
ñor, usted mismo moteja las afirmaciones extra-experimentales ó me-
tempíricas (término de usted) de metafísica. Se sigue, pues, de aquí
que usted y Mach son dos metafísieos de pura cepa4. Esto ya es
un mal.
Pero lo que es todavía mucho peor es que, siendo un metafísico do
pura cepa, usted no se da cuenta. J u ra usted por todos los dioses del
Olimpo que usted, con sus maestros Mach y Avenarius, permanecen
siempre dentro de los límites de la experiencia, y trata usted con el
más grandioso desdén a todo lo metafísico. Con tal conducta no solo trai­
ciona usted las exigencias más elementales de la lógica, sino que se
pone en ridículo.
EL MATERIALISMO MILITANTE 335

Pero, sea como sea, usted se defiende del solipsismo. Usted reconoce
la existencia de “ otros hombres” . Yo lo tomo en consideración y digo:
si “ tal o cual individuo existe no solamente en mi imaginación, sino
que tiene igualmente una existencia independiente, eso significa que
existe no solamente “ para m í” , sino igualmente en “ sí” . Este indi­
viduo aparece, pues, como un caso particular de la famosa “ cosa en
s í” . ¿Y qué dice usted, señor, de la “ cosa en sí” ?
Dice usted lo siguiente: “ cada parte dada de un complejo puede
faltar en nuestra experiencia en un cierto momento y sin embargo,
“ el objeto” es para nosotros la misma cosa que el complejo entero.
¿Es que eso no significa que se pueden rechazar todos los “ elementos” ,
todos los “ signos” de la cosa y que. sin embargo, esta cosa seguirá no
ya como hecho, sino como “ substancia” ? Esto no es más que un viejo
error lógico: se puede arrancar cacla cabello separadamente y el pa­
ciente no se quedará calvo, pero sucederá si se los arrancan todos a
la vez. Es el mismo proceso por el cual se crea la “ substancia” que
Hegel llamaba el “ eaput mortuum de la abstracción” . Si se recha­
zan todos los elementos del complejo no habrá ya complejo; no quedará
más que la palabra que le designa. Esta palabra es la “ cosa en s í” .
(Ibid, Lib. X).
¿De manera que la “ cosa en sí” no es más que una palabra
vacía, sin ningún contenido, el capupt mortuum de la abstracción? Estoy
de acuerdo, porque soy un “ individuo” conciliador. La “ cosa en sí”
es una palabra vacía. Pero si esto es cierto, el individuo en sí es una
palabra vacía igualmente y, por lo tanto, los “ individuos” no existen
más qne en mi imaginación. Pero en tal caso, yo estoy solo en el
mundo y . .. llego irrevocablemente al solipsismo en filosofía. Pero
precisamente usted, señor Bogdanov. se defiende del solipsismo. ¿ Qué
es ésto? Me va pareciendo que el culpable de esas palabras vacías, sin
ningún contenido, es usted “ ante todo” y no los otros “ individuos” .
De esas palabras vacías ha llegado usted al largo artículo que intitu­
la, como para burlarse- de sí mismo: “ El Ideal del Conocimiento” .
¡Sí que es ciertamente un ideal muy elevado!
Se desenvuelve usted muy mal en las cuestiones filosóficas, señor
Bogdanov, dicho sea entre nosotros. Por eso voy a intentar explicarle
mi pensamiento por medio de un ejemplo.
Usted probablemente habrá leído la comedia de Hauptmann
“ ¡Und Pippa ta n a t!” (“ ¡Y Pilla baila!” ). En el segundo acto, Pippa
al salir de su desvanecimiento, pregunta: “ ¿Dónde estoy?” , a lo que
Hellrigel responde: “ ¡En mi cabeza!” .
Hellrigel tenía razón: Pippa existia realmente en su cabeza. Pero
surge una pregunta: ¿no existía más que en su cabeza? Hellrigel que
ha pensado, al verla, que él C 'iraba, ha supuesto en seguida que
Pippa no existía realmente más que en su cabeza. Pero, naturalmente,
ella no podía estar de acuerdo con esta idea y replicó: “ ¿Pero no ves
que soy de cai*ne y sangre?” .
Hellrigel cedió poco a poco ante sus argumentos. Aplicó la oreja
336 G. PLEJANOV

contra sil pecho como haee un médico, y exclamó: "¡P ero si estás
viva! ¡Tienes un corazón, P ip p a !”
¿Qué es lo que había pasado? E n primer lugar, Hellrigel tuvo
“ un complejo de sensaciones” basado en el cual pensó que Pippa sólo
existía en su imaginación; en segundo, algunas nuevas “ sensaciones”
(los latidos del corazón, etc.), vinieron a añadirse al primer complejo;
en consecuencia. Hellrigel se convirtió inmediatamente en un “ meta-
ñsieo” en el sentido erróneo que usted da a esta palabra. Reconoció
que Pippa existía más allá de su “ experiencia” (de nuevo en vuestro
sentido, señor Bogdanov), es decir, que tenía una existencia propia,
independiente de sus sensaciones. Esto es sencillo; continuemos.
Así que Hellrigel se dio cuenta de que no eran sus sensaciones las
que, al unirse entre sí de una cierta manera, creaban a Pippa, sino
que era Pippa la que provocaba esas sensaciones, ca7 0 inmediatamente
en lo que usted llama, por incomprensión, eí dualismo. Pensó que
Pippa no tenía solamente una existencia en su imaginación, sino igual­
mente una existencia en sí. Pero ahora quizá usted mismo haya podido
adivinar que no había allí ningún dualismo y que si Hellrigel hubiese
negado la existencia de Pippa en sí, habría llegado al mismo solipsismo
de que usted intenta en vano zafarse.
¡ He aquí las ventajas de hablar popularmente! Con este ejemplo
de la comedia de Hauptmann, comienzo a creer que habré sido al fin
comprendido por la mayor parte de vuestras lectores, gracias a los
cuales se han difundido en grandes ediciones vuestras obras “ filo­
sóficas” sobre la gran faz de la tierra rusa.

VI

Dice usted, señor, que la “ cosa en sí” de Kant se ha hecho inútil


al conocimiento. (Ibid, L. I I ) . Y al decirlo, usted se cree, como de
costumbre, un profundo pensador. Sin embargo, no es difícil com­
prender que la verdad que usted enuncia no es de gran valor. Kant
enseñaba que la “ cosa en s í” no es accesible al conocimiento. Y si es
inaccesible, todos, hasta aquellos que no conocen el empiriomonismo,
adivinarán sin trabajo que la tal, cosa es inútil desde el punto de vis­
ta del conocimiento. ¿Qué se deduce de ahí? Nada de lo que usted pien­
sa. No es que la “ cosa en s í” no exista, sino solamente que la teoría
kantiana de la “ cosa en s í” era equivocada. Pero usted ha digerido
tan mal Ja historia de la filosofía y particularmente del materialismo,
que olvida constantemente la posibilidad de considerar otra teoría de
la cosa en sí distinta de la de Kant. Y, no obstante, está claro que
si los “ individuos” no existen solamente en mi cabeza, representan,
con respecto a mi “ cosa en s í” . Debemos, pues, estudiar la cuestión
de las relaciones entre el sujeto y el objeto. Y como usted afirma
que no es un solipsista ha intentado también resolver esta cuestión.
Su teoría de la objetividad, que he analizado en otra parte de este
libro, es justamente la tentativa hacia tal solución. Pero usted ha
EL MATERIALISMO MILITANTE 337

achicado el asunto. Excluye usted del mundo objetivo a todos los hom­
bres en general, y por consiguiente a los “ individuos" que cita usted
al defenderse del solipsismo. No tenia usted el menor derecho lógico
para ello, porque para cada individuo el mundo objetivo es el mundo
exterior, al cual pertenece con los demás hombres, ya que éstos no
existen solamente en la imaginación de ese único individuo. Ha olvi­
dado usted todo por la sencilla razón de que su punto de vista sobre
la experiencia es el punto de vista del solipsismo 5. Pero me siento de
nuevo reconciliador y admito que usted tiene razón, es decir, que los
“ individuos" no pertenecen al mundo objetivo. Le suplico únicamente
que me explique cuáles son las relaciones de esos individuos entre sí.
Espero que esta pregunta 110 le dará ninguna preocupación, sino al
contrario, alegría, porque le proporcionará la ocasión de descubrirnos
una de las facetas más “ originales” de su concepción del mundo.
Usted toma, naturalmente, por punto de partida para el examen
de esta cuestión la noción del hombre como “ un complejo de sensa­
ciones inmediatas". Pero para otro hombre el primero aparece más
bien como una percepción entre otras percepciones, como un complejo
visual-tactil-auditivo entre toda una serie de otros complejos. (Ibid,
L¡. I). Yo podría recalcar todavía que si para el hombre A, el hom­
bre B no es más que an complejo visual-tactil-auditivo, ese hombre A
no tiene el derecho lógico de reconocer la existencia independiente del
hombre B, a no ser que este hombre A no sea un adepto de vuestra
teoría (es decir, de la de Mach) sobre la experiencia. Pero si se adhiere
a ella, debe al menos tener la honradez de confesar que, al declarar al
hombre B existente independientemente de él, del “ individuo" A,
expresa un pensamiento metempírico, es decir metafísico (empleo
estos términos según el sentido que usted les da) o dicho de otro
modo, que rechaza toda la base del machismo. Pero ~io quiero insistir
aquí sobre este punto, porque supongo que el lectox ve ya demasiado
claramente su inconsecuencia en el asunto. Ble importa ahora explicar
de qué manera “ un complejo de sensaciones inmediatas” (hombre B)
parece a otro complejo de sensaciones inmediatas (hombre A), como
“ una percepción entre otras percepciones” , o como un cierto complejo
visual-tactil-auditivo entre otros complejos.
En otros términos, quiero comprender el proceso gracias al cual
“ un complejo de sensaciones inmediatas” puede “ sentir inmediata­
m ente" a otro “ complejo de sensaciones i n m e d i a t a s La cuestión
parece extremadamente obscura. Es cierto que usted intenta aclararla
un poco explicando que un hombre se convierte para otro en la coordi­
nación de sensaciones inmediatas, gracias al hecho de que los hombres
se comprenden mutuamente por sus juicios. “ En fin, gracias al hecho
de que los hombres se comprenden unos a otros por sus juicios, el
hombre se convierte, para los otros también, en la coordinación de
sensaciones inmediatas, en un “ proceso psíquico, e tc ... (Ibid, Lib. I).
Confieso que no se os puede dar las gracias por ese “ gracias al
hecho” , porque “ gracias" a ese término, la cuestión no está ni mucho
338 G. PLEJANOV

menos más clara. Tengo, pues, que recurrir de nuevo a mi sistema de


largas citas de vuestros artículos. Quizá ellas me ayuden a explicar en
qué consisten vuestros descubrimientos “ independientes” en el domi­
nio que aquí me interesa.
Entre el complejo A y el complejo B se . crean ciertas relaciones,
una influencia reciproca, como dice usted. (Ibid, Lib. I). E l complejo
A se refleja directa o indirectamente en el complejo B. E l complejo
A se refleja,, o al menos puede reflejarse, en el complejo B. Al mismo
tiempo, explica Ud. que aunque todo complejo dado puede reflejarse
directa o indirectamente en complejos análogos6, se refleja en ellos
no como tal, no bajo su aspecto directo, sino bajo la forma de una
serie de variaciones de esos complejos, bajo la forma de un a tra p a ­
miento de elementos nuevos que entran en ellos, complicando sus
relaciones “ interiores” . (Ibid, Lib. I).
Retendremos esas palabras: contienen una idea indispensable a
la comprensión de su teoría de la substitución. Y ahora pasemos a
explicar otra condición que usted mismo, señor Bogdanov, tiene por
muy importante.
Esta condición es la siguiente:
La acción recíproca “ de. seres vivientes” , dice usted, no se efec­
túa directamente. Las sensaciones del uno no se encuentran en el
campo experimental del otro. Un proceso vital no se refleja en el
otro más que indirectamente, por mediac-ión del medio. (Ibid, Lib. I).
Esto recuerda la teoría materialista. Feuerbaeh dice en sus
Vorlaüfige Thesen zur reform der Philosophie; u lch bin ioh fü r mich,
und zugleich du für ande-re”, (Yo soy “ yo” y al mismo tiempo “ t ú ”
para los otros). Pero, en su teoría del conocimiento, Feuerbaeh sigue
siendo un materialista consecuente. E l no separa el “ yo” (ni los elemen­
tos en que pudiera dividirse el “ y o ” ) del cuerpo. Feuerbaeh escribe:
“ Yo soy un ser real, sensible; el cuerpo pertenece a mi existencia. Se
puede decir que mi cuerpo en su totalidad es justamente mi “ yo” ,
mi ser mismo” . (Werke, II, pág*. 325). He aquí por qtié, desde el
punto de vista materialista de Fuerbach, la acción recíproca entre dos
hombres es “ ante todo” la acción recíproca entre dos cuerpos, orga­
nizados de una manera determinada 7. Esta acción recíproca se efec­
tú a a veces directamente, por ejemplo cuando el hombre A toca al
hombre B, y a veces por la mediación del medio que les rodea a los
dos, por ejemplo cuando el hombre A ve al hombre B. Es inútil decir
que, para Feuerbaeh, el medio que rodea a los hombres no puede ser
más que un medio material. Pero esto es demasiado sencillo para us­
ted: usted lo ha cambiado todo. Díganos, pues, lo que es el medio por
mediación del cual se efectúa, según su doctrina “ original” , la ac­
ción recíproca entre los complejos de sensaciones inmediatas que se
llaman hombres en nuestra lengua de profanos, y que usted se digna
llamar “ hombres” para descender hasta nosotros. (Es decir, “ hom­
bres” entre comillas empirioeríticistas).
EL MATERIALISMO MILITANTE 339

Pero usted nunca se encuentra corto de respuestas, y contesta:


"¿P ero qué es el "m edio” ? Esta noción sólo tiene sentido en
oposición con lo que tiene un "m edio” , es decir, en este caso, el pro­
ceso vital. Si examinamos el proceso vital como un complejo de sensa­
ciones, el "m edio” , será todo lo que no entre en ese complejo. Formará,
pues, este "m edio” por mediación del cual ciertos procesos vitales "se
reflejan entre sí” , la totalidad de los elementos que no entren en los
complejos organizados, de sensaciones, la totalidad de los elementos
inorganizados, el caos de elementos en el sentido literal de la palabra.
Esto es: lo que, en la percepción y el conocimiento, aparece para no­
sotros bajo el aspecto del "m undo inorgánico". (Ibid, Láb.I).
Así, pues la acción recíproca de los complejos de sensaciones se
efectúa por intermedio del mundo inorgánico, que, a su vez, no es otra
cosa que " e l caos de elementos en el sentido literal de esta palabra” .
Bien. Pero el mundo inorgánico pertenece, como todos sabemos, al
mundo objetivo, físico. ¿Y qué es el mundo físico? Esto lo sabemo,
admirablemente ahora gracias a sus descubrimientos, señor Bogdanov.
Hemos oído ya (y lo hemos retenido) que " e l mundo físico general”
es la experiencia soeialmente concordante, socialmente armonizada, en
una palabra soeialmente organizada. (Ibid, Lib. I). No solamente lo
ha dicho usted sino que lo ha repetido con la insistencia de Catón
clamando por la destrucción de Cartago. Y henos aquí naturalmente
empujados a plantear cinco cuestiones.
Primera. ¿.A qué género de "sensaciones” pertenece la terrible
catástrofe cuya consecuencia fue la transformación de la experiencia
soeialmente concordante, socialmente armonizada, en una palabra
"soeialmente organizada” en un "caos de elementos en el sentido lite­
ral de esa palabra” ?
Segundo. Si la acción recíproca de los hombres (que usted llama
seres vivientes puesto bien entendido, entre comillas empiriocriticistas)
no se efectúa directamente, “ sino solamente” por mediación del medio,
es decir, del mundo inorgánico perteneciente al mundo físico, si, además
el mundo físico es la experiencia socialmente organizada y repre­
senta como tal un producto de evolución (cosa que usted nos ha dicho
frecuentemente) ¿por qué medio la acción recíproca entre los hombres
pudo haberse efectuado antes de que ese producto de evolución se hu­
biese formado, es decir antes de que se hubiese "organizado soeial­
m ente” la experiencia, esa experiencia que es el mundo físico, que
comprende el mundo orgánico} y que constituye. ese mismo medio que,
según usted, es indispensable para que los complejos de sensaciones
inmediatas u "hom bres” puedan obrar el uno sobre el otro?
Tercera. Si el medio inorgánico no existía antes de la "organiza­
ción social de la experiencia” , ¿de qué manera comenzó la organización
de esta experiencia, ya que " la acción recíproca de los seres vivientes
no se efectúa directamente” ?
Cuarta. Si la acción recíproca entre los "hom bres” era imposible
antes de la aparición del medio inorgánico como resultado de la evo­
340 G. PLEJANOV

lución indicada, ¿de qué manera pudieron cumplirse los procesos del
mundo? ¿De qué modo han podido aparecer las cosas, aparte de los
complejos aislados de sensaciones inmediatas surgidos no se sabe de
dónde?
Quinta, ¿Qué es lo que esos complejos podían “ experimentar” en
una época en que no había nada 7 en que, por consiguiente, nada
había que “ experimentar’'?

V II

Usted mismo se da cuenta, señor Bogdanov, de que esto no va


muy bien y juzga usted necesario eliminar los posibles “ malentendus” .
¿Cómo lo logra?
“ E n nuestra experiencia —dice usted— el mundo inorgánico no
es un caos de elementos, sino una serie de agrupaciones espacio-tem­
porales. E n nuestro conocimiento se transforma hasta en un sistema
armonioso. Pero “ en la experiencia y en el conocimiento significa: en
las sensaciones de alguien. Da unidad y la armonía, la continuidad y
la regularidad pertenecen justamente a las sensaciones en tanto que
éstas sean complejos organizados de elementos. Tomado independiente-
miente de esta organización, tomado “ ansich” (en sí), el mundo orgá­
nico es un caos de elementos, una indiferencia completa o casi com­
pleta. Esto no es en modo alguno metafísica, sino solamente la expre­
sión del hecho de que el mundo inorgánico no es la vida, y de la
idea monista fundamental de que el mundo inorgánico se distingue
de la naturaleza viviente, no por su materia, sino por su inorganiza-
•eión” . (7Ud, Lib. I).
Esta “ apreciación” 110 sólo no elimina ningún “ m alentendn” ,
•sino que, por el contrario, añade uno nuevo, Al apoyarse en “ la idea
monista fundam ental’' vuelve usted a la misma distinción entre dos
formas de existencia que, a imitación de Mach y Avenarius ha criticado
usted tanto. Usted distingue el ser “ en s í” del ser en nuestra con­
ciencia, es decir, en las sensaciones de alguien, “ en la experiencia” .
Pero, si esta distinción es justa, entonces la teoría de usted, según sus
propias definiciones, es metempírica, es decir, metafísica. Usted mis­
mo la comprende y es precisamente por eso por lo que afirma: “ Esto
no es en modo alguno metafísica” . Mi querido señor, según su doctrina
de la experiencia —y es sobre esta doctrina sobre lo que se basa todo
el “ empiriocriticismo” , todo el maehismo y todo el “ empiriomonis­
mo”— y según sn, crítica de la “ cosa en sí” , eso es de la metafísica
más pura y legítima. No ha podido usted evitar el transformarse en
metafísico porque, al quedar encerrado dentro de los límites de su
doctrina sobre la experiencia, se había extraviado en contradicciones
irresolubles. ¿Qué decir de una “ filosofía” que sólo puede escapar al
absurdo rechazando su propia base?
Pero también se da usted cuenta de que al reconocer la distinción
EL MATERIALISMO MILITANTE 341

entre el ser “ en la experiencia'’ y el ser “ en s í ”, su filosofía recibe


un golpe de muerte. Por eso recurre usted a lo que pudiera llamarse
una argucia terminológica.
Usted distingue el mundo “ en la experiencia” , no del mundo en
sí, sino del mundo “ en s í” y pone usted este “ en s í” entre comillas.
Si “ tal o cual” individuo hiciera notar que ahora se apoya usted en
el ser en sí que usted mismo ha declarado “ inútil al conocimiento” , le
respondería que al emplear el antiguo término qne designa una con­
cepción “ inútil al conocimiento” , le atribuyo un sentido completa­
mente nuevo, y por eso, lo ha puesto entre comillas. ¡Muy hábil! No
en vano os he comparado en mi primera carta con el astuto monje
Gorenflot.
Que usted con esas comillas ha querido anticiparse a la objeción
de “ tal o cual” individuo demasiado perspicaz, está probado por la
observación que pone usted mucho más abajo. (Ibid, capítulo Uni-
versum). En ella “ recuerda” usted que no emplea la expresión “ en
s í” en un sentido metafísíeo, Y lo prueba usted de la manera
siguiente:
“ En ciertos procesos fisiológicos de otros hombres substituimos
“ complejos inmediatos” ; la conciencia. La crítica de la experiencia.
La crítica cíe la experiencia psíquica nos obliga a ampliar el dominio
de esta substitución y examinamos toda la vida fisiológica como un
“ reflejo-” de complejos inmediatos organizados. Pero los procesos inor­
gánicos no se. distinguen en principio de los procesos fisiológicos que
no son otra cosa que sus combinaciones organizadas. Siendo de la mis­
ma especie que los procesos fisiológicos, los procesos orgánicos deben
ser evidentemente examinados también por un “ reflejo” . ¿Pero reflejo
de qué? De complejos directos, inorganizados. No sabemos hasta
el presente realizar por completo esta substitución en nuestra concien­
cia. ¡ Pero qué im porta! Nos sucede con frecuencia no poderlo hacer
tampoco con relación a los animales (las sensaciones de una amiba) y
hasta con relación a los otros hombres (“ incomprensión” de su estado
psíquico). Pero en lugar de la substitución completa podremos formu­
lar la relación siguiente: “ La vida en s í” es a “ complejos inmediatos
organizados” como “ el medio en s í” es a “ complejos inorganizados” .
E l sentido de esta nueva observación sólo aparecerá claramente
cuando determinemos el valor de uso de vuestra teoría de la “ substi­
tución ' fundamento, como hemos visto, de sus pretensiones a la origi­
nalidad filosófica. No obstante, desde ahora podemos decir que esa
observación es “ inútil al conocimiento” . Reflexione usted mismo sobre
ella, señor Bogdanov; ¿qué sentido puede tener aquí su definición
de las “ relacione';” en el caso que usted indicad Admitamos que esa
relación: “ La vida en s í” es a “ complejos inmediatos organizados”'
como “ el medio en s í” es a “ complejos inorganizados” sea completa­
mente justa. ¿ Qué se deduce de ella'? La cuestión no es: cuales son las
relaciones entre “ la vida en s í” y el “ medio en s í” sino: cuáles son
las relaciones entre “ la vida en s í” , el “ medio en sí” y la vida y el
342 0 . PLEJANOV

medio “ en. nuestra experiencia” , en “ nuestra conciencia” , en “ nues­


tra sensación” . Y a esta pregunta, vuestra nueva observación no respon­
de nada. De ahí el que ni esa observación, ni vuestras espirituales
comillas, priven a los “ individuos” perspicaces del derecho de afirmar
que si, por un instante, escapáis a las contradicciones propias de vues­
tra “ filosofía” , es únicamente por la vía de la confesión de la inutili­
dad para el conocimiento de la distinción entre el ser en sí y eí ser en
la experiencia s. A imitación de su maestro Mach, usted quema —por
la necesidad lógica más elemental— lo que nos invita a adorar, y adora
lo qtie nos invita a quemar.

YIII

Un punto más todavía y podré dar por terminada la lista de


vuestros pecados capitales contra la lógica. Paso a vuestra teoría de
la “ substitución” . Precisamente esta teoría va a explicarnos, a nos­
otros los profanos, como un hombre “ parece a un otro, como un
cierto complejo visual-tácti)-auditivo entre otros complejos” .
Sabemos ya que hay entre los complejos de sensaciones inmedia­
tas (es decir, entre los hombres, para hablar más ssncilla;mente) una
acción recíproca. Obran, “ se. reflejan” los unos sobre los otros. ¿Pero
cómo se reflejan? Ahí está toda la cuestión.
Aquí es preciso recordar vuestro pensamiento: aunque todo com­
plejo dado puede reflejarse en otros complejos análogos, no se refleja
bajo su aspecto original, sino bajo el de ciertas variaciones de esos com­
plejos, “ bajo el aspecto de un nuevo agrupamiento de elementos que
penetran en él y complican sus relaciones internas” . Ya he hecho
notar que este pensamiento es indispensable para la comprensión de
vuestra teoría de la “ substitución” . Ha llegado el momento de dete­
nernos en ella.
Expresando este importante pensamiento en vuestros propios
términos, señor Bogdanov, yo diría que el reflejo del complejo A en
el complejo B se reduce a “ una cierta serie de variaciones de este segun­
do complejo de variaciones, ligadas al contenido y a la estructura del
primer complejo por una dependencia funcional” . ¿Pero qué significa
aquí la “ dependencia funcional” ! Significa que durante la acción
recíproca entre el complejo A y el complejo B, una cierta serie del se­
gundo complejo corresponde al contenido y la estructura del primero.
Ni más ni menos. Significa que cuando yo tengo el honor de hablar eon
usted, mis “ sensaciones” corresponden a las suyas. ¿Cómo explicarse
esta correspondencia? De ningún modo, salvo eon estas palabras:
dependencia funcional. Pero estas palabras no explican nada. Contés­
teme a esto, señor Bogdanov, se lo suplico: ¿hay la menor diferencia
entre esta correspondencia “ funcional” y la “ armonía preestablecida”
que, a imitación de su maestro Mach, rechaza usted con tan soberbio
desdén? Reflexione y verá por sí mismo que no hay ninguna diferen-
EL MATERIALISMO MILITANTE 343

cía y que, por consiguiente, es en vano que usted insulte inútilmente a


esa viejecita de "arm onía peestableeida’’. Si es franco, usted mismo
nos dirá que su argumento del medio nació del vago recuerdo qne usted
tenía de la semejanza desagradable para usted entre la vieja teoría
de la "arm onía preestablecida” y su "dependencia funcionar’. Pero
después de lo dicho, es casi m ótil explicar que, en ese caso difícil, el
medio es ‘‘inútil al conocimiento ’J, ya que siendo, según vuestra teoría,
el resultado de la acción recíproca entre los complejos, no explica de
donde viene- la posibilidad de una tal acción recíproca, fuera de la
"arm onía preestablecida” .
Continúo.
Lanzada esta afirmación evidentemente "m etem pírica” (es decir,
metafísica) de que el mundo inorgánico " e n s í” y el mundo inorgáni­
co " e n nuestra experiencia” son dos cosas diferentes, continúa usted:
" S i el medio organizado es un eslabón intermediario en la acción
recíproca de procesos vitales; si, por su mediación, los complejos de
sensaciones "se reflejan” el uno en el otro, no hay nada de nuevo ni
de extraño en el hecho de que, por esa misma mediación, u n complejo
vital dado "se refleje” también en sí mismo. E l complejo A obrando
sobre el complejo B puede, por su intermediario, obrar sobre el com­
plejo B, pero también sobre el complejo A, es decir, sobre sí mismo. , .
Desde este punto de vista es del todo comprensible que un ser viviente
pueda tener mía percepción exterior de sí mismo, y pueda verse, olerse,
oírse, etc,, es decir, que pueda, entre sus sensaciones, encontrar las
que sean un reflejo indirecto (por intermedio del "m edio” ) de esa
misma serie ele sensaciones” . (Ibid, Lib. I).
Traducido en lenguaje corriente, esto significa que cuando el hom­
bre percibe su propio cuerpo, "sie n te ” algunas de sus propias "sensa­
ciones” , las cuales toman el aspecto de un complejo visual-táctil por
el hecho de ser reflejadas por mediación del "m edio” , i Esto no es del
todo comprensible " e n s í” !
¡Intente usted comprender de qué manera un hombre siente su
"propia sensación” aunque sea por mediación del "m edio” que, como
ya sabemos, no explica n a d a 9! Se vuelve usted metafísico, señor Bog­
danov, en el sentido que Voltaire daba a este término, al afirm ar que,
cuando el hombre dice lo que él mismo no comprende, hace metafísica.
Pero la idea que expresa usted, incomprensible "e n s í” , se reduce a
que nuestro cuerpo no es otra cosa que nuestra sensación psíquica,
reflejada de una cierta manera. Si esto no es idealismo, ¿ qué es, entonces,
idealismo ?
¡H a completado usted admirablemente a Mach, señor Bogdanov!
No lo digo en brom a: Mach, no en vano era un físico, caía a veces en el
materialismo; lo he demostrado en mi segunda carta con ayuda de algu­
nos ejemplos característicos. E n ese sentido Mach pecaba de dualismo.
Usted lo ha corregido. Usted ha transformado su filosofía en idealista
de punta a punta. No se puede menos que alabarlo por ello10.
344 G. PLEJANOV

No piense, señor Bogdanov, que al decir esto me burlo de usted.


Muy al contrario, mi intención es felicitarle, y muy vivamente. Las
consideraciones que acabo de citar me han recordado la doctrina de
Schelling sobre “ la inteligencia creadora” , que contempla su propia
actividad pero no se da cuenta de ese proceso de contemplación y, a
causa de ello, se representan sus resultados como objetos que le vienen
del exterior. En usted esta doctrina se transforma considerablemente
y toma, por decirlo así, un aspecto caricaturesco. Pero el hecho de ser
la caricatura de un gran hombre debe servirle ya de consuelo.
Y note usted que al dirigirle este cumplido que, yo lo reconozco,
puede pareeerle dudoso, no quiero en modo alguno decir que, con este
aporte original a la “ filosofía'' de Mach, usted estaba enterado
de que no hacía otra cosa que dar nuevo aspecto a una doctrina idea­
lista ya muy gastada y antigua. No, yo supongo que esta doctrina gra­
cias a ciertas propiedades do) “ medio" que lo rodea, se “ reflejaba ’ 7 en
el cerebro de usted inconscientemente, como un “ complejo” filosófico
deducido de las adquisiciones principales “ de las ciencias naturales
modernas” . Pero el idealismo sigue siendo idealismo, reconozca o no
su naturaleza el que lo predica. Desarrollando a su manera —es decir,
deformando— el idealismo que usted se ha asimilado inconscientemen­
te, llega usted “ naturalmente” a una visión puramente idealista de
la materia. Y aunque usted rehace la suposición de que, según usted,
lo “ físico” no es más que “ otra form a” de lo “ psíquico” 11, en reali­
dad esta suposición corresponde perfectamente a la verdad. Su concep­
ción de la materia y de todo lo que es “ físico” , lo repito, está empapa­
da de idealismo. Para asegurarnos de ello no hay más que leer, por
ejemplo su profunda consideración respecto a la químico-física: “ En
■una palabra, lo más probable es que la materia viviente organizada sea
la expresión física (o el “ reflejo” ) de sensaciones inmediatas de un
carácter psíquico, evidentemente tanto más elementales cuanto más
elemental sea la organización de esa materia viviente en cada caso
particu lar” . (Ibid) 12. Es evidente que el químico o el físico que qui­
siera adoptar este punto de vísta tendría que crear “ disciplinas” pura­
mente idealistas y volver a la ciencia natural especulativa de Schelling.
Ahora no será difícil comprender lo que pasa cuando un hombre
percibe el cuerpo de otro. Aquí es preciso emplear ante todo esas comi­
llas que desempeñan un papel tan importante en vuestra “ filosofía” ,
señor Bogdanov. Un hombre que no ve de ningún modo el cuerpo de
otro hombre, ¡eso sería indigno de las “ ciencias naturales contemporá­
neas” ! Ye su “ cuerpo” , es decir, el cuerpo entre comillas, aunque no
se aperciba de estas últimas más que en el caso de pertenecer a la
escuela “ empiriomonista” . Y esas comillas significan que es preci­
so comprender eso “ espiritualmente” , como se dice en el catecismo o,
psíquicamente, como decimos usted y yo. El “ cuerpo” no es nada más
que un reflejo particular (reflejo por mediación del medio inorgánico)
de un complejo de sensaciones en otro complejo del mismo género. Lo
psíquico (con o sin comillas) precede a “ físico” (y a lo físico) tanto
como a lo “ fisiológico” (y como a lo fisiológico).
EL MATERIALISMO MILITANTE 345

¡ He ahí, señor Bogdanov, su sabiduría libresca!


¡ He ahí el sentido de tocia su filosofía! O, para expresarnos más
modestamente, he ahí el sentido de lo que lleva en usted el pomposo
rótulo de svbsiiivción sistematizada y perfeccionada,
“ Desde el punto de vista de la substitución sistematizada, perfec­
cionada —proclama usted— toda la naturaleza se presenta como una
serie infinta de “ complejos inmediatos” cuya materia es la misma que
Ja de los “ elementos” de la experiencia y cuya forma se caracteriza
por los grados más diversos de organización, desde el grado más infe­
rior, correspondiente “ al mundo inorgánico” , hasta el superior corres­
pondiente a la “ experiencia” del hombre. Estos complejos obran recí­
procamente los unos sobre los otros. Toda “ percepción del mundo ex­
terio r” es el reflejo de uno de esos complejos en un cierto complejo
constituido: un “ psiquismo viviente. Y “ la experiencia física ” es el
resultado del proceso colectivo, organizador, que unifica armoniosa­
mente esas percepciones. La “ substitución” da, por así decirlo, el refle­
jo invertido del reflejo, más semejante a lo que es “ reflejado” que el
primer reflejo: así la melodía reproducida por el fonógrafo es el segun­
do reflejo de 3a melodía percibida por él, y es-incomparablemente más
semejante a -esta última que el primer reflejo, trazos y puntos sobre el
disco del fonógrafo” . (Ibid, Lib. II).
E& que dude un instante del carácter idealista de tal filosofía, es
inepto para toda disensión filosófica: su caso es desesperado.
Yo lo llamaría “ Tenfant terrible” de la escuela de Mach, señor
Bogdanov, si un “ complejo de sensaciones inmediatas” no me impidie­
se compararos a un chiquillo. Pero, en todo caso, ha descubierto usted
el misterio de la escuela al proclamar en alta voz lo que estaba prohibi­
do decir delante de extraños. H a puesto usted los “ puntos” idealistas
sobre las “ i ” idealistas que caracterizan la filosofía de Mach. Y, lo
repito, usted ba querido colocar esos puntos porque la filosofía de Mach
(y de Avenarius) le ha parecido insuficientemente monista. Se ha dado
usted cuenta de que el monismo de esta “ filosofía” era un monismo
idealista. Y se lia encargado usted de “ completarla” con un espíritu
idealista. La teoría de la objetividad inventada por usted le ha servido
de instrumento a ese efecto. Con su ayuda ha fabricado usted cómoda­
mente todos sus descubrimientos filosóficos. Usted mismo lo reconoce
en las líneas siguientes, que, para su desgracia, se distinguen de las
otras por su extrema claridad:
“ Como la historia del desarrollo psíquico muestra que la expe­
riencia objetiva, con sus ligazones nerviosas y su armonía, es el resul­
tado de una larga evolución y sólo se cristaliza paso a paso al salir
del torrente de las sensaciones inmediatas, no nos queda más remedio
que admitir que el proceso fisiológico objetivo es el “ reflejo” del com­
plejo de sensaciones inmediatas y no lo contrario. Surge en seguida esta
pregunta: si es un re flejo ... ¿sobre qué es el reflejo? Nosotros hemos
dado la respuesta que corresponde a la concepción social monista de
la experiencia que hemos adoptado. Al reconocer que la universalidad de
346 G. PLEJANOV

la experiencia objetiva es la expresión de su organización social, hemos


llegado a la deducción empirimonista siguiente: la vida fisiológica es el
resultado de la armonización colectiva de las (‘percepciones exteriores''
el organismo viviente, y cada una de esas percepciones es un reflejo
de un complejo de sensaciones de otro complejo (o en sí mismo). En
otros términos: La vida fisiológica es el reflejo de la vida en la expe­
riencia soeialmente organizada de los seres v i v i e n t e s ( I b i d . Subraya­
do por usted).
Esta última frase: “ la vida fisiológica es el reflejo de la vida en
la experiencia socialmente organizada de los seres vivientes", garantiza
indiscutiblemente que es usted un idealista ‘' original7’. Sólo un idealista
puede considerar el proceso fisiológico como “ el reflejo" de sensacio­
nes psíquicas inmediatas. Y sólo un idealista definitivamente extravia­
do puede afirmar que los “ reflejos" que se refieren al dominio de la
vida fisiológica, son los resultados de la organización social de la expe­
riencia. es decir, de la vida social.
Pero axm descubierto el misterio del “ empiriocriticismo" usted
no ha añadido absolutamente nada a esta doctrina “ filosófica” salvo
algunas invenciones inconciliablemente contradictorias. Al leer esas
invenciones se experimenta la misma sensación que Tchuehikov cuan­
do pasó la noche en la casa de Kcrobotchka. Penitia había construido
su lecho de mano maestra, si bien los colchonos llegaban hasta «1 techo,
“ pero cuando con ayuda de una silla, Tchuehikov logró trepar hasta
la cima, la bella, construcción se hundió casi hasta el suelo y las plumas
del edredón volaron por toda la alcoba". Vuestras invenciones “ empirio-
monistas ’ ’, señor Bogdanov, llegan también hasta él techo, ¡ tantos tér~
minos escocidos y tanta sabiduría contienen! P'ero basta el más ligero
contacto de la crítica con vuestro edredón filosófico.. . y las plumas
vuelan por todas p artes. . . y el lector asombrado cae bruscamente,
hundiéndose en la sima tenebrosa ele la metafísica más vacía. He ahí
por qué no es difícil criticaros sino por el contrario, muy fastidioso.
Eso es lo que me impulsó, el año último, a apartarme de usted y a ocu­
parme de su maestro. Pero como usted tenía ciertas pretensiones de
originalidad, me h@ visto obligado a examinar esa pretensión. He de­
mostrado hasta qne punto es inconsistente vuestra “ teoría de la obje­
tividad" y cómo vuestra doctrina de la “ substitución" deforma las re­
laciones naturales de los hechos. Esto basta. Perseguiros más sería perder
el tiempo. E l lector verá ahora el valor de vuestra filosofía y de vuestra
originalidad.
Para terminar, añadiré una cosa. No es lo más triste que un “ com­
plejo de sensaciones inm ediatas" como usted, señor Bogdanov, haya
podido aparecer en nuestra literatura, sino que ese “ complejo" haya
logrado representar en ella un cierto papel. Se os ha leído; hasta algu­
nos de vuestros libritos filosofantes han tenido varias ediciones. Se
hubiera podido admitirlo si vuestras obras sólo fuesen compradas, leídas
y aprobadas por los obscurantistas13. Pero no se puede aceptar que hom­
bres de mentalidad de vanguardia os hayan leído y os hayan tomado'
EL MATERIALISMO MILITANTE 347

en serio. Es ése síntoma en extremo nefasto. Demuestra que vivimos


ahora en una, época terrible ele decadencia intelectual. Para considera­
ros como un pensador capaz de dar al marxismo un fundamento filo­
sófico, sería preciso carecer de todo conocimiento en el dominio filosó­
fico y marxista. La ignorancia es siempre un mal. Es siempre peligro­
sa para todos, y particularmente para los que quieren marchar hacia
adelante. Pero su peligro es doble para ellos en los períodos de estan­
camiento social, cuando se ven obligados a reñir “ la batalla eon armas
espirituales” . Él arma que usted ha forjado, señor Bogdanov, no pue­
de servir a los hombres de vanguardia. No les asegura la victoria, sino
la derrota. Peor todavía. Al combatir con esa am a, esos hombres se
transforman en caballeros de la reacción, y abren el camino al misti­
cismo y a las supersticiones de toda laya.
Se engañan muchísimo los amigos extranjeros que, como el ami­
go Kautsfcy, piensan que es inútil combatir una “ filosofía ” que se ha
difundido entre nosotros gracias a usted y a ciertos teóricos revisionis­
tas de su género. Kautsky no conoce las condiciones rusas. Olvida que
la reacción burguesa que produce ahora, un verdadero vacío en las filas
de nuestros intelectuales de vanguardia, se realiza entre nosotros bajo
el signo del idealismo filosófico y que, por consiguiente, existe un peli­
gro particular para nosotros en las enseñanzas filosóficas que, idealis­
tas por naturaleza, se hacen pasar al mismo tiempo por la última
palabra de las ciencias naturales y se fingen extrañas de toda metafí­
sica. No solamente no es superfluo luchar contra tales doctrinas, sino
que es indispensable, como lo es la protesta contra la “ revisión”
reaccionaria de los “ valores” adquiridos por los largos esfuerzos del
pensamiento ruso de vanguardia.
Tenía la intención de decir algunas palabras sobre su folleto
“ Las aventuras de una escuela filosófica” (1908), pero la falta de
tiempo me obliga a renunciar a ello. Desde luego, no es muy importan­
te. Espero que mis tres cartas bastarán para demostrar cuál es la acti­
tud de las concepciones filosóficas de la escuela a que pertenezco hacia
las vuestras, señor Bogdanov, y principalmente hacia las de vuestro
maestro Mach. No pido otra cosa. Hay una m ultitud de afaccionados a
las discusiones ociosas. Yo no me cuento en su número. Por eso prefiero
esperar a que escriba usted algo contra mí en defensa de su maestro
o. al menos en la de su “ objetividad” y su “ substitución” . ¡Entonces
volveré a tomar la pluma!
NOTAS

CARTA PRIM ERA

1 Engels, P ie L age Englands (Peutsch-Franzosische Jahrbücher).


2 Los romperán bien pronto. L a tendencia contemporánea hacia todos los
* ‘ ismos ’ ’ antim aterialistas a la moda es un síntom a de adaptación de la concepción
■del mundo de nuestros intelectuales a los “ com p lejos” de ideas propias de la
burguesía contemporánea. Pero, por el momento, numerosos intelectuales adversarios
■del materialismo se im aginan seguir siendo los ideólogos del proletariado e intentan
a veces, no sin éxito, influenciarle.
3 Ver sus *( Disquisitions relating to M atter and S p ir it" y su polémica con
P rice.
4 Ver sus notables ten tativas para dar una explicación m aterialista de la
H istoria, que yo he anotado en m is “ B itrage zur Geschicbte des Materialisraus ’
5 Ver Marx, L a S agrada 'Familia (traducción M olitor). Costes, editor.
6 A viso para usted, señor Bogdanov, y sobre todo para su am igo, el bienaven­
turado A natolio, fundador de la nueva religión.
7 Alusión a unas palabras de Hobbes sobre el pueblo: fu e r robustus et
m alitiosu s (muchacho fuerte y m alicioso). Notemos, a este propósito, que aún en
■el sistem a de H obbes, el materialismo toma un aire revolucionario. Los ideólogos
-de la monarquía comprendían muy bien, ya entonces, que la monarquía por la gracia
de D ios es una cosa, y la monarquía según H obbes, otra. L ange dice muy ju sta ­
m ente: “ se deduce de este sistem a que cada revolución que logra el poder tiene
derecho a instaurar un nuevo orden político; la afirm ación de que “ la fuerza va
antes que el d erech o'' no puede servir de consuelo a los tiranos, porque fuerza y
■derecho son idénticos; Hobbes no gusta de detenerse en estas consecuencias do su
sistem a y describe con predilección las ven tajas de un reino hereditario; pero esto
no cam bia en nada su teo ría " . E l papel revolucionario del m aterialismo en el
mundo antiguo fue descrito elocuentemente por Lucrecio, que dice refiriéndose a
Epicuro: “ M ientras que a los ojos de todos, la humanidad arrastraba sobre la
tierra una, vida abyecta, aplastada bajo el peso de una religión cuyo rostro, mos­
trándose desde lo alto de las regiones celestes, am enazaba a los mortales con su
aspecto horrible, por primera vez un griego, un hombre, osó levantar sus ojos mor­
ta les contra ella, y contra ella rebelarse. Lejos de detenerle, las fábulas divinas,
-el rayo, los rugidos amenazadores del cielo, no hicieron m ás que excitar el ardor
de su v a l o r . . . (Lucrecio. De la naturaleza, vers. 60 a 70. Trad. E n io u t). El m is­
mo Lange, muy injusto eon el m aterialismo, reconocía que el idealism o desem­
peñaba un papel conservador en la sociedad ateniense.
s N uestra moral, nuestra religión, nuestro sentim iento de la nacionalidad
— dice M aurice Barrés— son cosas derrumbadas a las que no podemos pedir re­
glas de vida y, m ientras esperamos que nuestros maestros rehagan certezas, con­
viene que no 3 atengam os a la única realidad, al “ Y o " .
T al es la conclusión (dem asiado insuficiente, desde luego) del primer capítulo
«de Cous l ’oeil des B arbares (B ajo la mirada de los B árbaros). Maurice Barrés, Le
cu ite du moi, Examen de tres ideologías, P arís, 1892').
Es evidente que tal estado de espíritu predispone al idealismo y, sobre todo, a
350 G. PLEJANOV

ja m ás débil de sus variedades, el idealism o subjetivo. Los hombres enteram ente


ocupados en su precioso “ Y o ” no pueden de ningún, modo sim patizar con. el m a­
terialism o. ¡Por eso existen hombres que consideran el materialismo como una doc­
trina inm oral! Se sabe, por otra parte, cómo ha terminado Barres con su “ culto
del y o ” .

CARTA SE G U N D A

1 E l idealism o absoluto no reconoce tampoco la definición m aterialista de la


m ateria, pero su doctrina de la m ateria, en tanto que ‘ : form e o tr a ” ' del espíritu,
no nos interesa aquí.
2 Obras de é e o r g e Berkeley I). D .. antiguam ente obispo de Cloyue, Oxford,
M DCCCLXXI, vol. I, pág. 157-158.
3 Feuerbaeh, vol. I I , pág. 308. —* P uede preguntársem e: ¿es que no existe lo
que está en el pensam iento i E xiste, respondería yo, cambiando ligeram ente la ex­
presión do H egel, como un re fle jo á e la existencia real.
■í “ E ugen Dübring Umwalzrang der ‘W issen sch aft” , V . A üflage, pág. 31.
s A l caracterizar la teoría de P latón , W indelband dice: “ S i las nociones con­
tien en un conocim iento que, aunque originado por las percepciones, no se deriva de
ellas y se distingue esencialm ente de ellas, también la s ideas, objetos de las nodo-
nes, deben tener percepciones como los objetos, una realidad independia.te y hasta
superior. Pero los objetos de las percepciones son siempre los cuerpos y su m o­
vim iento o, como dice P latón, el m undo visib lej por consiguiente, la s ideas, en tan ­
to se consideren objetos del conocim iento, expresado por la s nociones, deben con sti­
tuir im a realidad independiente d istin ta de la otra, el mundo in visib le e in m ate­
r ia l” . (P la tó n , pág. 8 4 ). E sto b asta p ara comprender por qué, a l oponer el
m aterialism o al idealism o, yo d efinía la m ateria como el origen de nuestras sensa­
ciones. A l hacerlo así, subrayaba el rasgo principal que d istingue la teoría d.el co­
nocim iento m aterialista de lo id ealista. E l señor B ogdanov no lo ha comprendido
así, y por eso ríe donde haría m ejor en reflexionar m i poco. M i adversario dice que
todo lo que se puede sacar de mi d efin ición de la m ateria es que no tien e espíritu.
E sta afirm ación prueba una vez m ás que no conoce la h istoria de la filo so fía . La
noción del “ e sp ír itu ” se ha desarrollado p o r la, vía de la abstracción de la s pro­
piedades m ateriales de los objetos. E s erróneo decir: la m ateria es el no-espíritu.
E s preciso d ecir: el espíritu es la no-m ateria. E l mismo W indelband afirm a que la
particularidad de la teoría p latoniana del conocim iento consiste “ en. la exigencia
de que el mundo superior sea in visib le o in m aterial” . N o hay que decir que esta
exigen cia no puede nacer más que cuando los hombres se han. form ado por la ex­
periencia, la noción del mundo ‘ ■'visible” , m aterial. L a particularidad de la crítica
m aterialista del idealism o consiste en descubrir lo m al fundado de esta exigencia de
reconocer un mundo superior “ in v isib le” e “ in m aterial” . Los m aterialistas a fir­
m an que sólo existe este mundo m aterial que conocemos, directa o indirectam ente,
con la ayuda de nuestros sentidos, y que no puede haber otro conocim iento que eí
experim ental.
6 “ La cosa en sí no tien e color solam ente cuando se la pone delante de los
ojos, e t c .” . (H egel, W issen sch aft d er Logilc, I ) ,
i Desarrollo m ás am pliam ente el problem a de la identidad del ser y del pen­
sam iento en m i libro L as cu estiones fu n dam en ta les del M arxism o.
8 “ Crítica de nuestras crítica s” , p á g . 238-234,
9 P ara probar la in su ficien cia de esta term inología, cito el p asaje sigu ien te
de la C rítica de la liasón P u r a : “ p ara que el noumén sign ifiq ue un objeto
real, que es preciso no confundir con los fenóm enos, no b asta que mi pensam iento
esté liberado de todas las condiciones de la intuición sensible; es preciso, además,
que yo esté ju stificad o para adm itir otra especie de intuición en la que ta l objeto
pueda darse, de otro modo m i pensam iento estará vacío, aunque libre de contradic­
cio n es” . H e querido subrayar el hecho de que no puede haber otra intuición que
la intuición sensible, pero que eso no im pide conocer el objeto, gracias a la s sen-
EL MATERIALISMO MILITANTE 35.1

saeiones que hace nacer en nosotros. N aturalm ente, usted no lia, comprendido esto,
señor Bogdanov. ¡H e ahí las consecuencias de comenzar por Maeli el estudio de la
filo so fía !
W N o quiero con esto decir en modo alguno que m is críticos tendrían razón
si yo me atuviese todavía a m i antigua term inología. N o, ni aun en este caso, sus
objeciones serían fundadas, como no lo son ninguna de las hechas por los idealistas
a los m aterialistas. N o puede haber diferencia m ás que en el grado y es preciso re­
conocer que m is honorables adversarios han mostrado un grado extremo de de­
bilidad. N o dudo de que es precisam ente el abandono de uno de m is antiguos tér­
m inos el que atrajo por prim era vez la atención de esos señores sobre lo que ellos
consideran como el lado m ás débil de “ m i ” m aterialism o. Celebro haberles dado
ocasión de distinguirse, pero lam ento vivam ente qne hasta. un adversario de idea­
lism o, V. L lin, haya creído necesario hablar en su libro E l M aterialism o contra
m is jeroglíficos. ¿Qué necesidad había de ponerse en esta ocasión al mismo nivel
que los que han probado su ficientem ente que no han inventado la pólvora^
11 U na eosa tiene pro piedades; estas son prim eram en te sus relaciones deter­
m inadas con o t r a s ... pero seguramente, la eosa es en s í . . . tiene la propiedad de
provocar ta l o cual efecto en otra, y de exteriorizarse en sus relaciones de una m a­
nera original. (H egel, Ciencia de la L ógica, T. I, libro IX, págs. 148-149).
12 Ahora, ciertos partidarios de Mach, Petzokl por ejemplo, quieren separar­
se de Vervorn, declarándole ellos mismos idealistas. Vervorn es realm ente un idea­
lista , pero no m ás que Mach, Avenarius y P etzold. Es solamente más consecuente
que olios, N o teme las conclusiones id ealistas que asustan todavía a ios otros, y de
las que intentan defenderse con los sofism as más ridículos.
13 Según las enseñanzas de Spinoza, el objeto (res) es un cuerpo (corpus) y
al mismo tiempo la idea del cuerpo (id ea corporis). Pero, como el que tiene con­
ciencia de sí tiene al mismo tiem po conciencia de su conciencia, el objeto es ol cuer­
po (corp u s), la idea del cuerpo (id ea corporis) y, en fin , la id ea de la idea del
cuerpo (idea ideae corporis). Se ve por esto cuán próximo está el materialismo de
feu erb a eh a las doctrinas de Spinoza.
14 E n otro lugar ( A n álisis de las S en sacion es). Mach dice: “ L as diver­
sas sensaciones de un hombre, así como las sensaciones de diversos hombres, se en­
cuentran en una dependencia determ inada las unas de las otras. Es esto en lo que
consiste la “ m a te ria ” . Es posible. Pero surge otra pregunta: ¿puede haber desde
el punto de vista de Mach, otra dependencia que la que corresponde a la armonía
preestablecida?
15 H ans Cornelius, que Mach considera como partidario suyo, confiesa que
no conoce n i una refutación cien tífica del solipsism o (ver su Introducción a la F i­
losofía, Leipzig, 1903, y sobre todo la n ota de la p ág. 323).
1(5 N aturalm ente, M ilite no es el único que hace esta distinción. Se im ponía,
por decirlo así, p o r sí misma, no solam ente a tocios los idealistas, sino a los so-
lipsisia s.
1 7 D igo “ sólo puede tener sentido bajo la plum a de un. m aterialista” , por­
que esta frase de Mach supone que la conciencia, es decir, entre otras, “ las ma­
n ifestacion es de la volu n tad " , se determ ina por “ el se r ” (por la construcción m a­
terial de los organismos en que aparecen esas m anifestacion es). Es, por consiguien­
te, absurdo decir que el ser no es m ás que un entes representado o sentido por los
individuos que poseen voluntad. E s necesariam ente al mism o tiempo “ el ser en
s í ” . Pero, según Mach, la m ateria no es m ás que uno de los estados ( “ de sensacio­
n e s ” ) de la conciencia, y, por otra parte, la m ateria (es decir, la construcción m a­
terial del organism o) es por sí m ism a, la condición de la s sensaciones que nuestro
pensador llam a las m anifestaciones de la voluntad.
18 E xisten ciertas “ condiciones químicas y v ita le s” . L a adaptación del or­
ganism o a esas condiciones se m an ifiesta, entre otras, en el gusto y el olor, es de­
cir, en el carácter de sensaciones propias a este organism o. Se preguntará si se pue­
de decir, sin caer en la m ás escandalosa contradicción, que estas “ condiciones quí­
m icas y v ita le s” no son otra cosa que el com plejo de sensaciones propias de ese m is­
mo organismo. Parece que no. Pero, según Mach, no solam ente se puede, sino que
se debe. Mach se aferra firm em ente a aquella convicción filo só fic a de que la tierra
352 G, PLEJAJtsTOV

reposa sobre las ballenas, las ballenas nadan en el agua y el agua se encuentra
sobro la tierra. E sta convicción le ha conducido al gran descubrimiento que tanto
ha entusiasmado a mi joven am igo F . V . Adler (ver su folleto Die enadeclcung der
W eltelem ente. Sonderebdruck aus N .u 5 del Zitschrif t K am pf). Sin embargo, no
pierdo la esperanza de que con el tiem po mi joven am igo, una vez que h aya reflexio­
nado más sobre las cuestiones fundam entales de la filo so fía , se reirá él mismo de
su actual entusiasmo ingenuo por Mach.
19 P ara “ el lector penetrante ” , contra el cual com batía en otros tiempos
Chernichevsky en su novela ¿Qué hacer?, añadiré Ja observación siguiente: “ No
quiero en modo alguno decir que Mach u otros pensadores de su género «espiritua­
les» de la burguesía. En este caso, la adaptación de la conciencia social (o do cla­
se), se hace, en general, sin que los individuos se aperciban de ello. Adeznás, en el
caso que nos interesa, la adaptación de la conciencia al ser se ha hecho mucho
antes de que Mach comenzase sus «paseos dominicales» por el dominio de la filo so ­
f ía . Mach sólo ha pecado por m ostrarse incapaz de considerar críticamente la ten ­
dencia filo só fica dominante en su tiem po. Pero es éste un pecado muy corriente
entre hombres aun mucho mejor dotados que é l" .
-0 ¡Oh cosa en sí
C uánto t e am o!
¡Oh tú, cosa de todas las cosas!

CARTA TERCERA

1 P seudón im o de P le ja n o v .
2 No añadiré aquí más que una pequeña indicación: Engels en su prefacio a
la segunda edición del Á n ti-D ü hrin g decía: “ Marx y yo hemos sido los únicos en
transportar la dialéctica consciente de la filo s o fía id ealista alemana & la concepción
m aterialista de la. naturaleza y de la h isto ria ” . (P . Engels, F ilosofía, economía po­
lítica, socialism o, 1907). Como ve usted, la explicación m aterialista de la naturale­
za era a los ojos de E ngels una parte tan indispensable a una concepción ju sta
del mundo como la explicación m aterialista de la historia. Esto es lo que olvidan
con demasiada frecuencia y demasiado voluntariosam ente los que se inclinan ai eclec­
ticism o o, lo que viene a ser igual, al “ revisionism oJ' teórico.
3 Usted conoce mal la historia de las concepcones esparcida en la ciencia so­
ciológica del siglo X IX . Si usted la hubiese conocido, no habría usted aproximado
Maeh a Marx por la única razón de que M ach explica el origen de la ciencia “ por
la s exigencias de la vida p r á c t ic a ... ia técn ica ” . E sto está lejos de ser una idea
nueva. L ittré escribía ya h acia 1840: *‘ Toda ciencia proviene de un arte corres­
pondiente del que se destacó poco a poeo; 3a necesidad sugirió las artes, y más tarde
la reflexión sugirió las ciencias. A sí es como la fisiología, mejor denominada bio­
lo gía, nació de la m edicina. Después gradualmente, las artes recibieron de las cien­
cias más que éstas recibieron de a q u éllas” . (Citado por A lñ e d D 'E spinas. L os
orígenes de la tecon ología” , París, 1897, pág. 12),
4 En su artículo “ La conciencia de sí de la filo s o fía ” dice usted: “ Nuestro
universo es ante todo un mundo experim ental. Pero no solam ente un mundo de ex­
periencia in directa. N o, es mucho m ás ex ten so ” . (Em piriom onism o, lib, I I I ) . En
efecto ¡y tan mucho más extenso! Tan extenso que la “ filo s o fía ” , que dice apo­
yarse sobre la experiencia, se basa, en realidad, en una doctrina puramente dogmá­
tica de 1 ‘ elem entos ” , y se encuentra en la relación m ás estrecha con la m etafísica
idealista.
5 Cuando yo d igo: “ exp erien cia” quiero decir: o lie n mi propia experiencia
o 'bien no solamente mi propia experiencia, sino tam bién la de los otros hombres.
E n el primer caso, soy un solipsista, porque m e encuentro siempre solo en mi pro­
p ia experiencia (solus ip s e ), En el segundo caso, evito «1 solipsism o al rebasar los
lím ites de la experiencia individual. Pero, al reconocer la existencia independiente
de los otros hombres, afirm o por eso mismo que tienen una existencia en sí, in d e­
pendiente de m i representación, de m i experiencia in dividu al. E n otros términos, al
reconocer la existencia de otro hombre, declaramos, usted y yo, absurdo lo que dice
EL MATERIALISMO MILITANTE 353

usted contra el ser en si, es decir, que echamos abajo toda la filo so fía del “ machis-
m o '', del “ em p iriocriticism o", del ‘ ' em piriom onism o? etc.
<> En el mismo libro afirm a usted, por el contrario, eorno yo he dejado in ­
dicado más arriba, que la acción recíproca “ de seres v iv ien tes" ( “ com p lejos" ellos
tam bién) no se efectú a directamente. E sa es una da vuestras innumerables contra­
dicciones, que sería superfino seguir examinando.
7 “ E l objeto, es decir, el otro «yo», hablando en térm inos de Fichte, es dado
no a mi «yo», sino m i «no yo»; porque es solam ente ahí donde yo me transformo, de
«yo» en «tu», es solam ente ahí donde yo siento que nace la representación de una
actividad existente fuera de mí, es decir, de la objetividad. Pero sólo por medio de
los sentidos el «yo» se convierte en el «no y o » " , (FPerice, I I , pág. 322).
8 Digo que usted escapa, por un instante, a la s contradicciones inconciliables,
porque no le es dado escapar a ellas por un tiem po un poco largo. En efecto, si
el mundo inorgánico en si es un caos de elem entos, m ientras que “ en nuestro cono­
cimiento se transform a en un sistem a arm onioso", tiene que ocurrir una de dos
cosas: o bien usted mismo no sabe lo qué se dice, o bien -es que usted, que se consi­
dera un pensador independiente últim o modelo, vuelve de la manera más vergonzosa
ai punto de vista del viejo K an t, afirm ando que la razón dicta sus leyes a la na­
turaleza exterior. E n verdad, en verdad os digo, señor Bogdanov, que hasta el fin
de vuestros días flotaréis sin gobierno de una en otra contradicción. Comienzo a
sospechar que es precisam ente vuestra filo so fía ese caos de elementos que, según
usted, constituye el mundo inorgánico.
o N osotros no podemos “ se n tir " nuestra “ sensación " m ás que por el re­
cuerdo de lo que hemos ya se n tid o .. . Pero -eso no es en absoluto de lo que se trata
en lo que usted dice, señor Bogdanov.
Usted ha averiguado que al reconocer en lo “ fís ic o " y en lo “ p síq u ico"
dos géneros separados, Mach y Avenarius, reconocían a una cierta “ d u alid ad " .
U sted ha querido elim inar ésta. Los m últiples y profundos “ porqués" que dirige
usted a Mach y a Avenarius son una alusión transparente al hecho de que usted
conocía el secreto para evitar esta desagradable dualidad. Y hasta lo ha declarado
usted francam ente. Sabemos ahora en qué consiste vuestro secreto: declara usted
lo “ f ís ic o " mía otra form a de lo “ p síq u ico" . E sto es, en efecto, monismo. No
tiene más que un inconveniente: es idealista.
i* H e puesto entre com illas las tres expresiones que usted mismo emplea, con
el fin de im pedir toda ten tativa por parte de los lectores para comprenderlas en el
sentido directo, es decir, en su verdadero sentido. (V éase el Empiriomonismo, l i ­
bro I I ) .
12 En otra parle, dice usted: “ A toda célula viviente corresponde, desde nues­
tro punto de vista, un cierto complejo de sensaciones, por in sign ificante que se a " .
Los que piensen que al decir esto hace usted alusión a las “ almas celu lares" de
Maeckel, estarán en un gran error. Según usted, la concordancia entre la “ célula
v iv ien te " y el “ com plejo de sensaciones por in sign ifican te que s e a " , consiste en
que esa célula no es más que un reflejo de ese com plejo, es decir, solam ente otra
form a de su ser.
13 W illiam Jam es dice, apoyando su punto de vista religioso: “ La realidad
concreta se compone exclusivam ente de experiencias ind ivid u ales". (La exper iciir
cía Religiosa, París-G-enéve, 1908). E sto equivale a la afirm ación de que en la
base de toda realidad hay ‘ ‘ com plejos de sensaciones inm ediatas ’ Y Jam es no
se engaña al pensar que tales afirm aciones abren de par en par la puerta a la
superstición religiosa.
REFERENCIAS

A-vmarms, Mohard (1843-1896). — F ilósofo alemán, fundador del ; ‘ em pirio­


criticism o ’ Queriendo vencer la oposición de la m ateria y del espíritu y reducirlo
a la unidad, lleg a al idealism o. Beeouoce la s sensaciones que las únicas realida­
des existentes.
A gn osticism o. — Teoría del conocimiento que tom a por base de éste las sen­
saciones, pero rehúsa considerar nuestras representaciones como reflejos adecuados
de las cosas exteriores. L a cosa tal como existe en sí, según, el agnóstico, es incog­
noscible, E n gels ha hecho una brillante crítica del agnosticism o en su artículo: “ Del
m aterialism o histórico ’ *.
A d ler, F riedrich (N acid o en 1879). — Social-dem ócrata austríaco. E n el domi­
nio de la filo so fía , Adler es ecléctico; reconoce la necesidad, para “ alcanzar una
concepción u n ificad a del m undo” de com pletar el marxismo eon el macbísmo, que
él declara “ la continuación de la concepción m aterialista de la h istoria” .
A n im ism o (del latín animáis, esp íritu ). — S ig n ifica en un sentido amplio, una
concepción del mundo según la cual, detrás de cada cosa visible se oculta un doble
invisible: el espíritu. E n un sentido más restringido, el animismo es el nombre de
una de la s teorías m ás extendidas sobre el origen de la s religiones. L a base de esta
teoría la dio E. T&ylor. Su afirm ación fundam ental es la sigu ien te: toda una serie
de fenómenos de la vida físic a — la muerte, el sueño, el desvanecimiento— se expli­
can para el hombre prim itivo por el hecho de que el ser humano está habitado por
otro ser particular, “ el a lm a ” , que puede abandonar el cuerpo. E l hombre trans­
porta ese dualismo a la naturaleza que le rodea.
A rtsU a ch ev , M ieliel (1878-1927), — Escritor. E n sus obras predicaba un culto
del goce de la vida que ib a h asta el culto de la pasión sexual. Artsibachev es el re­
presentante del estiado de espíritu de la generación in telectu al burguesa que, en
1906-1910, había perdido sus sim patías revolucionarias y buscaba el olvido en' los
placeres sensuales o ponía f in a su vida por el suicidio. Artsibachav emigró después
de la revolución.
B asarov. Pseudónimo de Boeclnev (nacido en 1874) — Econom ista, publicista
y filó so fo . P artidario de Mach y de Avenarius, en filo so fía . A taca al m aterialism o
dialéctico de Marx, so pretexto de criticar’ la s concepciones personales.
B e lto v. Pseudónimo de F ie j ano v.
B erm ann, Jacqv.es (N acid o en 1868). — Jurista, autor de obras sobre la f ilo ­
sofía, Critica las concepciones fundam entales del m aterialism o dialéctico de Marx
y de E ngels, y considera la. dialéctica como el resto escolástico del idealism o. La
filo so fía de Berm ann es una mezcla del m arxism o, dietzgenism o y pragm atismo.
Berlceley, Q eorges (1681-1753). — F ilósofo in glés, obispo, enseña, que sólo las
sensaciones del “ y o ” tienen una existencia, y que el “ y o ” no puede hacer deduc­
ciones sobre el ser del mundo exterior m aterial. E l idealism o de B erkeley conduce
así necesariam ente al solipsism o, porque toda la realidad consiste para él en las
sensaciones del sujeto.
Bem stein. jEduardo (N acido en 1850) — Social-dem ócrata alemán, que fu e
am igo ín tim o de E n gels durante los últim os años de la vida de éste. Después de la
muerte de E ngels declaró que ciertas p artes del marxismo exigen una “ revisión ” .
E l revisonismo de Bernstein, ligado en filo so fía al neokantismo, le llevó a renunciar
com pletam ente del marxismo revolucionario.
356 G. PLEJANOV

Clisthene, A teniense. — E n 508 antes de nuestra era, fue encargado de esta­


blecer la nueva legislación. Sus reform as pusieron fin a las prtensiones de la nobleza
hereditaria a la dominación p olítica en la comunidad y dieron un carácter más de­
mocrático a Atenas.
Cornelius, H ans (N acido en 1803). — Profesor de filo so fía en Munich. Su
teoría es la unión de los elementos del idealism o crítico de Ivant con el p ositi­
vism o de Mach.
Chtchedrine-SalUhov (1826-1889). — Gran escritor ruso. D urante veinte años
todos los grandes acontecim ientos de la vida social rusa encontraron eco en la sátira
viviente, llena de talento de Chtehedrine. N o atenuaba los lados sombríos de la
vida rusa y luchó in fatigab lem ente por la libertad, el progreso 7 la justicia.
D auge, P . — Autor de obras de popularización de la filo so fía de D ietzgen y
editor de los libros de éste.
D ictzg en , J. (1828-18S8). — Socialista y filósofo m aterialista. Obrero autodi­
dacta. D ietzgen descubrió por sí mismo muchos principios de la dialéctica materia-
lista. Sin embargo, su fa lta de insirucccin determinó una serie de afirm aciones
poco felices en su filo so fía m aterialista.
Doumbad-zé (18 5 1 ). — General y gobernador ruso. En 1906 fu e comandante en
j e fe de .Taita, donde se mostró como un tirano y luchó con gran energía contra toda
m anifestación de libertad, deportando y encarcelando a todos los sospechosos de
tendencias políticas indeseables.
D iih ting, B u gene (1833-1921). — F ilósofo p ositivista alemán. E ngels criticó
su filo so fía en el A nti-D ühring.
Fspvnas, A lfredo de (N ació en 1844). — F ilósofo francés, uno de los introduc­
tores de la teoría de la evolución en Francia.
Feuerbaeh, L vd vñ g (3S04-1872). — Gran filósofo alemán. Discípulo en un
principio de H egel, pasó en seguida al m aterialismo. N uestro pensam iento nos hace
conocer el mundo exterior y está determ inado por la contemplación sensible. El
objeto de los sentidos es lo qne existe fuera e independientem ente de nosotros, y,
por otra p a ite, sólo existo lo que puede ser el objeto de los sentidos. N o hay dua­
lism o entre el objeto y el sujeto, porque el hombre es una parte de la naturaleza
una parte del ser.
F ervorn, M ax (1863-1921). — F isiólogo y biólogo alemán. Eedactó desde 1902
la ‘ ‘ Z eitsehrift füv allgem em e P h y sio lo g ie" .
F ich te, J. G. (1762-1814) — Representante del idealism o clásico alemán. Par­
tiendo de la filo so fía de K ant, F ichte som etió a la crítica su “ cosa en s í ?>. H a­
biéndola rechazado, F ich te cayó en el idealism o su b jetivo: el “ y o ” t<rae el “ no
y o " o, en otros términos, es la conciencia humana la qne produce la naturaleza.
E n filo so fía práctica, F ichte ten ía concepciones radicales. Notem os en particular
su doctrina de la acción de la libertad sobre la naturaleza. E sta acción se efeetúa
por los medios de trabajo que deben estar en posesión de los individuos. Engels
ha llamado a F ichte “ el precursor del m arxism o" porque su doctrina fu e un an i­
llo en la cadena que va de K an t a Feuerbaeh pasando por H egel,
G orenfloí. — M onje francés del siglo X V I, gran ebrio y gran comilón.
E e in e, S . (1798-1856). — Gran poeta alemán de inspiración muy revoluciona­
ria. H eine comprendía la sign ificación revolucionaria de la filo so fía alem ana y-
era un partidario entusiasta de H egel.
Haeclcel, E rn est (1818-1843) — Zoólogo alemán, d arvin ista, que contribuyó
mucho a establecer la teoría de la evolución en. biología. E n filo so fía , H aeckel in ­
tentó fundar el m onismo, aunque él no era más que un m aterialista inconsecuente,
en la teoría del conocimiento,
E e rb a rt, J . F . (1776-1871). — F iló so fo alem án discípulo de F ich te Según
H erbart, la realidad consiste en una m ultiplicidad de seres sim ples e in variables, los
' ‘re a le s” ; solo su ligazón cambia. La naturaleza de lo “ re a l" es inaccesible al
conocimiento.
E o b b es, TJiomas (1588-1669), — F ilósofo m aterialista inglés. E l materialismo
de H obbes tiene un carácter mecánico.
Ilin . — P seu d ó n im o de L enin.
J a co b i (.1743-1819). — F ilósofo alemán. P ara él, el origen del conocimiento del
EL MATERIALISMO MILITANTE 357

mundo exterior está en la percepción sensible. P ara el conocimiento divino, la razón


pura no basta. Es preciso también la fe.
Jouchhevitch (N acido en 1874). — Autor de obras filosóficas en las que, al
criticar y revisar las afirm aciones fundam entales del marxismo, funda la teoría del
‘ ‘ em pino-sim bolism o7'.
K au fáky, K a r l (N acido en 1854). — Uno de los je fe s de la social-democracia
alemana, hoy representante del ala derecha.
L abriola, A rth u r (N acido en 1875). — Econom ista y sindicalista italiano. En
su doctrina del Estado se m uestra próximo al anarquismo.
L ange, F. (1825-1875). — F ilósofo alemán, uno áe los primeros neokantianos
autor de una obra en dos volúmenes sobre la historia del m aterialismo, escrita desde
el punto de vista de K ant.
M ach, F rn st (1833-1916). — Físico. Sus investigaciones cien tíficas se refirieron
sobre todo a- la acústica y a la óptica. E n filo so fía Mach es el representante del
'' empiri o-criticism o'
Los m aterialistas franceses del siglo XV I.1I. Los representantes de este mo­
vim iento son Diderot, L a M ettrie, H elvetius, Robinet y D ’Holbacli. Ellos fueron los
intérpretes de la ideología de combate de la burguesía francesa de la época prerre-
volucionaria. E n religión, predicaban el ateísm o; en política, la reorganización ra­
dical del E stado; en filo so fía , el m aterialismo. Marx señala- dos orígenes del ma­
terialism o francés: el uno, la filo so fía áe Descartes, su física; el otro, la filo so fía
de Locke, que es el sensualismo y el empirismo. L a única realidad, desde el punto
de vista de los m aterialistas franceses, es la m ateria, cuyas propiedades fundam en­
tales son la continuidad, el m ovimiento y la sensibilidad. E l origen del conocimiento
es la sensación, considerada como el resultado de la acción de la naturaleza exte­
rior sobre nuestros órganos de los sentidos.
11 E l M ensajero de la V id a ” . — Hebdomadario de la “ m ayoría” del partido
ruso socialdem ócrata aparecido en 1906 y 1907. Las mejores fuerzas literarias do
los bolcheviques colaboraron en él: Lenin, Bogdanov, Gorki, B a 2 arov, Lunateharski
y otros. Roumianzev era el director.
Molchalin, — Héroe de una comedia de Griboiedov, cuyos principales rasgos de
carácter son la servilidad, la moderación, la astucia y la malicia.
N aville, E rn est (1816-1909). — P ub licista y teólogo: fue profesor de filoso­
fía en Ginebra. .Espiritualista, reconocía la existencia de un mundo supraterrestre y
ia inmortalidad del alma.
“ N ene Z e it” . —1 Organo científico de la socialdemocracia. Apareció de 1883
a 1923, bajo la dirección de K autsky, y después de la de Cuno.
Ouspenslti, Gleb (1843-1902). —=Célebre escritor populista que describió en sus
obras cuadros vivientes de la vid a del pueblo y de los pequeños empleados.
P ctzo ld , J . (1 8 6 2 ). — Id ealista, partidario de Avenarius.
P riestley , J , (1733-1804). — Sabio y filó so fo inglés. E n filo so fía , P riestley era
m aterialista .Reconocía una m a teria que poseía las propiedades de sentir y de pensar.
“ Cuestiones de F ilosofía y de P sico lo g ía ” . — Periódico aparecido en Moscú
de 1890 a 1927.
Reirike, J . (N acido en 1849). — Botánico alemán, director del jardín botánico
de K iel, autor de numerosos trabajos de botánica y de biología. Adversario del mo­
nismo vitalista. Exam ina la evolución desde el punto de vista Ijeológico.
Sechenov, I. (1829-1905), — Notable fisiólogo ruso. E n el dominio de la teoría
del conocimiento sostiene el punto de v ista del m aterialism o, considerando que la
base de los movimentos visibles está en realidad fuera de nosotros, y que las ana­
logías y las divergencias que el hombre encuentra entre los objetos sensibles son he­
chos reales,
Solipsism o. — Doctrina según la cual no liay más que un “ y o ” y todo lo de­
más (los otros “ y o ” y todo el mundo exterior) sólo es el contenido de esta con­
ciencia individual y no tiene existencia independiente objetiva.
S tru vé, F. — (N acido en 1870) — P ub licista burgués y econom ista; uno de
los primeros soeiaidem ócrátas ru sos; representante del “ marxismo le g a l” . Pasó
bien pronto al revisionismo y después a las fila s de los monárquicos. Actualmente
es el director del periódico monárquico ‘ ' L a Renaissance ’ ’, de París,
358 G, P U E JA H O Y

Bclvmiát, Conrad. — Socialdem ócrata alemán, neokaaitiano.


ScTiouliatilcov, V. — A utor del libro “ Ju stificación del capitalism o en. la f ilo ­
so fía de la E uropa O ccid en tal" , contra el cual lia escrito u n a brillante crítica
Plejanov.
Schupe, W , (1863-1913). — F iló so fo id ealista alemán, fundador de la “ filo so ­
fía in m an en te" que id en tifica el ser con la conciencia. “ S e r " sig n ific a encontrarse
en la conciencia en calidad de objeto del pensam iento. L a afirm ación principal de
esta filo so fía es: “ no hay objeto sin su jeto y viceversa" .
Tcherm chevsld, N icolás (1818-1889). — G-ran publicista y crítico ruso. S e adhie­
ra en filo so fía a Feuerbaeh. S ocialista u topista, precursor de la socialdemocra-
cia rusa.
T reáiakovslci, V. (1703-1769). — Sabio ruso del siglo X V III, poeta, cuyo nom­
bre se lia convertido en el sím bolo de los versificadores sin talento. É n su libro
sobre la ortografía reclam a justam ente u n a ortografía fonética.
V a len tin o v: P seudónim o d e N , VolsM (N acid o en 1879). — A utor de lo s libros
“ L a b aja filo só fica del m arxism o" y “ 33. Maefa. y el M arxism o" , en los cuales in ­
ten ta conciliar a Marx con Mach.
7 enevitin ov, B . (1805-1827). —~ P o eta y escritor. Autor de poem as filosóficos.
P latón y Schelling ejercieron -una gran in flu en cia en él.
W indeW and, W . (1818-1872), — P rofesor de filo so fía , neok antiano, autor de
manuales de historia de la filo so fía .
LAS CUESTIONES FUNDAMENTALES DEL MARXISMO
E l marxismo es toda «na concepción del mundo. Hablando con
brevedad, el materialismo contemporáneo representa actualmente el
más alto grado de esta concepción del mundo, cuyas bases habían sido
ya postuladas en la axitigua Hélade por Demócrito y los pensadores
ionianos, sus precursores. Lo que se llama hüozoísmo no es, en efecto,
otra cosa que un materialismo ingenuo. Es a Carlos Marx y a su
amigo Federico Engels a quienes pertenece el mérito principal de
haber formulado y desarrollado los principios fundamentales del
materialismo moderno. Los aspectos histórico y económico de esta
concepción del mundo, lo que se designa ordinariamente con el nombre
de materialismo histórico? así, como el conjunto, estrechamente ligado
a éste, de las concepciones sobre los problemas, el método y las cate­
gorías de la economía políticaf sobre el desarrollo económico de la
sociedad, y más particularmente de la sociedad capitalista, son casi
exclusivamente obra de Marx y Engels. La contribución de sus pre­
decesores en este dominio no debe ser considerada más que como un
trabajo preparatorio. Muchos y preciosos materiales habían sido acu­
mulados, pero no sistematizados, ni considerados a la lux de un
pensamiento general. Por esta razón no habían podido ser utilizados
ni apreciados en su exacta justificación. Lo que han hecho en este
orden de ideas los adeptos de Marx y Engels en Europa y América
no es sino el estudio más o menos feliz de problemas especiales; algunas
veces, es verdad, de la más alta importancia. Es por esto que gene­
ralmente no se entiende por “ marxismo’' sino los dos aspectos ya
mencionados de la actual concepción materialista del mundo. Y esto
ocurre no solamente entre el “ gran público ”, que no se ha elevado
todavía a la comprensión profunda de las doctrinas filosóficas, sino
también entre quienes se estiman discípulos fieles de Marx y Engels,
tanto en Rusia como en el resto del mundo civilizado. Estos dos
aspectos se consideran como algo independiente del “ materialismo
filosófico” , y hasta, en ocasiones, como opuesto a éste1/ Pero como
ambos aspectos, separados arbitrariamente del conjunto de las con­
cepciones que les están relacionadas y de las cuales forman la base
teórica, no pueden permanecer suspendidos en el aire, quienes han
realizado tal separación se sienten naturalmente en la necesidad de
“ apuntalar el marxismo", acoplándolo —muy a menudo en la forma

Las notas van al final.


362 G. PLEJANOV

más arbitraria y bajo la influencia de corrientes filosóficas predomi­


nantes entre los ideólogos burgueses— a tal o cual filósofo, a Kant,
Mach, Avenarius y. en estos últimos tiempos a José Dietzgen. Es cierto
que las concepciones filosóficas de J. Dietzgen se lian formado comple­
tamente libres de influencias burgueses y que en cierto modo se
emparentan a las de Marx y Engels. Pero las de estos últimos tienen
un contenido incomparablemente más rico y ordenado, y por esta sola
razón no pueden ser completadas, sino, cuando más, popularizadas,
hasta cierto punto, por medio de la doctrina de Dietzgen. Hasta ahora
no se ha intentado “ completar a M arx” por medio de Santo Tomás
de Aquino, Sin embargo, no sería imposible a pesar de la reciente
encíclica del Papa contra los modernistas, que el mundo católico diera
nacimiento a un pensador capaz de esta proeza teórica.

Por lo general, quienes sienten la necesidad de “ completar” el


marxismo alegan que Marx y Engels no han hecho, en ninguna parte,
la exposición de sus concepciones filosóficas. Pero semejante razona­
miento es poco convincente, y aun si fuera valedero no constituirla
una razón para reemplazar dichas concepciones por las de cualquier
otro pensador, colocándose frecuentemente en puntos de vista total­
mente diferentes. Es preciso tener en cuenta qne disponemos de sufi­
cientes datos para formarnos una idea cabal de las concepciones de
Marx y de Engels *. Dichas concepciones han sido expuestas de una
manera muy completa y en su aspecto definitivo, aunque en forma
polémica, en la primera parte del libro de Engels H errn DüJviing
Umwalzung der Wissenschaft (del cual existen varias traducciones
rusas). En el interesante folleto del mismo autor, Ludwig Feuerbaeh
xind der Ausgang der Iclassisehen Philosophie (folleto traducido al
ruso por nosotros y adicionado de un prefacio y notas explicativas),
están expuestas las concepciones que constituyen la base filosófica del
marxismo, esta vez en forma positiva. Una característica breve, pero
brillante, de estas mismas concepciones, ha sido dada por Engels en
el prefacio a la traducción inglesa del folleto Socialismo utópico y
socialismo científico 2. En cuanto respecta a Marx, es preciso señalar,
en primer término, como de gran importancia para la comprensión
del aspecto filosófico de su doctrina, la característica de la dialéctica
materialista, expuesta por él mismo, en oposición a la dialéctica
idealista de Hegel, en el prefacio de la segunda edición del pri­
mer tomo del Capital y después las numerosas observaciones de­
talladas, consignadas a lo largo de la exposición de dicha obra.

* El libro de V en g o : “ M arx ala P h ilosop h ’ ’ (B erna y L eipzig, 1 904), está


consagrado a la filo so fía de M aix y E n gels. Pero es d ifícil im aginar una obra que
sa tisfa g a m enos que ésta.
EL MATERIALISMO M ILITANTE 363

Algunas páginas de la Miseria de la filosofía son igualmente, en ciertos


aspectos, de la más alta im portancia3. Por último, se puede apreciar
con gran exactitud el proceso de la evolución de las ideas filosóficas
■de Marx y de Engels, en sus primeros escritos, publicados recientemente
por P. Mehring, con el título de Aus dem Uteraschen Nachlass von
K arl Marx, Friedrich Engels und Per din and Lasalle, Stuttgart, 1902.
Eh su tesis doctoral titulada Diferenz der Demorkritischen und
Epikureischen Naturphüosophie, lo mismo que en ciertos artículos
reproducidos por Mehring, en el primer tomo de la precitada edición,
el joven Marx aparece todavía como el idealista “ pur sang” de la
escuela hegeliana. Pero en los artículos publicados primeramente en
los Deict sch-Fran z ósis ch e Jahrbücher e insertados ahora en el mismo
primer tomo. Marx, y eon él Engels, que colabora igualmente en los
Jahrbiieher. se coloca ya firmemente en el punto de vista del huma­
nismo de Feuerbaeh4. En la obra titulada Die Ileilige FawÁlie.
oder K ritik der kritischen Kritik, publicada en 1845 y repro­
ducida en el segundo tomo de la edición de Mehring, los dos
autores, es decir, Marx y Engels, realizan algunos progresos importantes
en lo que se refiere al desarrollo de la filosofía de Fuerbach. Puede
apreciarse la orientación del trabajo que ellos habían emprendido
en aquellas once Tesis sobre Feuerbaeh, que Marx había redactado
en la primavera de 1845 y que Engels había publicado en el
anexo al folleto Ludwig Feuerbaeh, que hemos mencionado más
arriba. En xma palabra; no son materiales los que faltan. Es necesario
solamente saber servirse de ellos, es decir, estar preparado a compren­
derlos. Pero, precisamente, los lectores actuales no se encuentran en
tales condiciones, y, por consiguiente, no saben aprovecharlos.
¿Por qué ocurre tal cosa? Por múltiples razones. Una de las más
importantes es que actual mente se conoce muy mal, en primer lugar,
la filosofía hegeliana, sin la cual es difícil poder asimilar el método de
Marx, y en segundo lugar, la historia del materialismo, sin la cual no
es posible formarse una idea cabal de la doctrina de Feuerbaeh. mío
fue. en filosofía, el predecesor inmediato de Marx y que ha suminis­
trado, en gran parte, la base filosófica de la concepción del mundo cío
Marx y Engels.
De ordinario se presenta el “ humanismo” de Feuerbaeh como una
cosa muy confusa e indeterminada. F. A. Lange, que ha contribuido
como pocos a propagar entre el “ gran público” y el mundo científico
una idea completamente falsa ele la esencia del materialismo y de su
historia, niega completamente al “ humanismo” de Feuerbaeh el carác­
ter de doctrina materialista. Su ejemplo, ha sido seguido por la casi
totalidad de los que han escrito sobre Feuerbaeh, tanto en Rusia como
en el extranjero. P. A. Berline, que describe el humanismo de Fuerbach
como una especie de materialismo no ‘‘puro ’ ’ *, no ha podido tampoco

* V er su interesante libro “ A lem ania en vísperas (Je la revolución de 1848” .


San. Petersburgo, 1906, págs. 228-229.
364 G. PLEJA NOV

sustraerse a la influencia de Lange. En cuanto a Rl\ Mehring, quizá


el único conocedor de la filosofía entre los social-demócratas alemanes,
declaramos no ver claramente lo que él piensa a este respecto. Por el
contrario, nos es fácil darnos cuenta de que Marx y Engels consideraban
a Fuerbach como materialista. Es cierto que Engels pone de relieve la
inconsecuencia de Feuerbaeh, pero no deja por ello de reconocer que
los principios fundamentales de su filosofía son puramente materia­
listas 5. A esta misma conclusión tiene que llegar quien quiera tomarse
el trabajo de estudiar a fondo la doctrina de Feuerbaeh.

II

Al dejar dicho Jo que antecede nos damos perfecta cuenta de que


corremos el peligro de suscitar el asombro de numerosos lectores. Pero
ello no debe arredrarnos, ya que con razón decía el pensador antiguo
que la admiración era el comienzo de la ciencia. Y a fin de que
nuestros lectores no se sientan así sorprendidos, les recomendamos
preguntarse antes que nada, qué querría decir precisamente Feuerbaeh,
cuando, esquematizando, pero de manera muy característica, su curri­
culum vitae filosófico, escribía: “ Dios fue mi primer pensamiento, la
razón mi segundo y el hombre mi tercero y últim o’'. Nosotros afirma­
mos que esta cuestión encuentra incontestablemente su solución en estas
palabras muy significativas de Feuerbaeh mismo: “ E n la discusión
entre el materialismo y el esplritualismo, se t r a t a ... de la cabeza
h u m an a... Una vez puestos de acuerdo sobre la materia de que está
hecho el cerebro, llegaremos fácilmente a una conclusión cierta en
lo que se refiere a cualquier otra materia, y por extensión, a la
materia general *. Desde luego, Feuerbaeh declara que su antropo­
logía, es decir su humanismo, significa únicamente que D ios... no es
otra eosa que el espíritu humano mismo Este punto de vista
antropológico, lo hace notar Feuerbaeh, no era ya extraño a Des­
cartes ***. Pero, ¿qué significa esto? Significa que Feuerbaeh había
tomado al hombre como punto de partida de sus razonamientos filosó­
ficos únicamente porque esperaba, partiendo de este punto, llegar más
pronto al fin, que era dar idea justa de la materia en general, y
de sus relaciones con el “ espíritu” . Por consiguiente, estamos en pre­
sencia de un procedimiento metodológico cuyo valor era condicionado
por las circunstancias de tiempo y de lugar, es decir, por los modos de
razonar tan propios de los sabios alemanes, o simplemente de los
alemanes cultos de la época ****. pero no dependía en modo alguno de
una concepción particular del mundo

* Ueber Spiritualism us und Materialisrrms, Obras, X, pág. 129.


** Obras, lV ; pág, 249.
*** Ibid,, pág. 24!).
**** 3?euerbac]i mismo dice, muy bien, que el principio de toda filo so fía está de­
terminado por el estado precedente del pensam iento filosófico.
EL MATERIALISMO MILITANTE 365

Se ve ya por esta cita ele las palabras de Feuerbaeh, a propósito


de la “ cabeza hum ana” , que en la época en que las escribía la cuestión
de la “ materia de que está hecho el cerebro” había sido resuelta en
un sentido puramente materialista. Esta misma solución habían adop­
tado Marx y Engels. Ella se convirtió en la base de su propia filosofía,
lo que resalta con la claridad más completa en las obras de Engels,
Ludwig Feuerbaeh y Ánti-Biihring, que hemos mencionado ya. He
aquí por qué nosotros debemos examinar esta solución de modo más
penetrante, ya que, estudiándola, haremos al propio tiempo el estudio
del aspecto filosófico del marxismo.
E n su artículo titulado Vorlaufige Thesen sur Reform der
PMlosopMe, publicado en 1842, que ejerció una influencia muy grande
sobre Marr, Feuerbaeh declara que las “ verdaderas relaciones entre
el pensar y el ser deben ser expresadas de la manera siguiente: el ser
es el sujeto y el pensar es el atributo. E l pensamiento está condicionado
por el ser, pero no el ser por el pensamiento. El ser está condicionado
por sí m ism o... tiene su fundamento en sí mismo” *.
Estas concepciones de las relaciones del ser con el pensamiento
puestas por Marx y Engels en la base de la interpretación materialista
de la historia, constituyen el resultado más importante de esta crítica
del idealismo hegeliano que en sus líneas principales había sido hecha
por Feuerbaeh mismo y cuyas conclusiones pueden ser resumidas así:
Feuerbaeh ha encontrado que la filosofía de Hegel había supri­
mido la contradicción existente entre el ser y el pensar. Pero, según
él, la ha suprimido manteniéndose, sin embargo en el interior de la
misma, es decir, de uno de los elementos de esta contradicción, o sea
el 'pensamiento. Según Hegel, el pensamiento es precisamente el
ser; el pensamiento es sujeto, el ser es atributo**. Por lo tanto, Hegel
—y. en general, el idealismo— no elimina la contradicción sino por
medio de la supresión de uno de sus elementos constitutivos, o sea el
ser, es decir la existencia de la materia, de la naturaleza. Pero suprimir
uno de los elementos constitutivos de esta contradicción no significa,
en modo alguno, resolverla. “ La doctrina de Hegel, según la cual la
naturaleza “ es supuesta” por la idea, no representa más que la tra ­
ducción en lenguaje filosófico, de la doctrina teológica según la cual
la naturaleza es creada por .Dios; la realidad, la materia, por un ser
abstracto inm aterial” ***. Esto no sólo en cuanto se refiere al idealismo
absoluto de Hegel. El idealismo trascendental ele Kant, según el cual
el mundo exterior recibe sus leyes de la liazón, y no inversamente, está
estrechamente emparentado a la concepción teológica, según la cual es

* Obras, I I , pág. 263. (Ob?as, edición del In stitu to Marx y Engels, t. I,


pág- 7 1 ).
Ibid-, I I , pág. 261.
'***' Ibid., I I , pág. 262.

i
366 G. P LEJA N O V

la razón divina la que dieta al mundo las leyes que lo rigen *. E l idea­
lismo no establece la unidad del ser y del pensamiento y no puede
establecerla, sino que, al contrario, la rompe. El punto de partida de
la filosofía idealista -—el yo, como principio filosófico fundamental—,
es totalmente erróneo. E l punto de partida de la verdadera filosofía
debe ser no el yo, sino el yo y el tú. Solamente así se puede llegar a
una comprensión justa de las relaciones entre el pensamiento y el ser,
entre el sujeto y el objeto. Yo soy “ yo” para mí mismo y simultanea-
mente “ t ú ” para otro. Soy, al propio tiempo, sujeto y objeto. Es nece­
sario además dejar constancia que “ y o ” no es el ser abstracto con el cual
opera la filosofía idealista. Yo soy un ser real; mi cuerpo pertenece
a mi esencia; aún más, mi cuerpo, considerado como un todo, es pre­
cisamente mi yo. mi verdadera entidad. No es el ser abstracto el que
piensa, sino precisamente este ser real, este cuerpo. De ello resulta que,
contrariamente a lo que afirman los idealistas, es el ser material, real,
el sujeto, y el pensamiento, el atributo. Y es exactamente en esto en
lo que consiste la fínica solución posible de esta contradicción entre
el ser y el pensar que ha querido ser resuelta por el idealismo, sin
resultado. E n el caso que tratamos no se suprime uno solo de los
elementos de la contradicción: los dos son conservados, poniendo de
manifiesto su verdadera uvÁdad. “ Lo que para mí, o sea subjetiva­
mente, es un acto puramente espiritual, inmaterial, no sensible en sí,
es objetivamente un acto material sensible” **.
Notad bien que diciendo esto Feuerbaeh se aproxima a Spinoza,
cuya filosofía exponía ya eon tanta simpatía en la época en que su
propio divorcio con el idealismo apenas se dibujaba, es decir, cuando
escribía su historia de la nueva filosofía 7. E n 1843 hacía notar muy
sutilmente en sus Grundsatze, que el panteísmo es un materialismo
teológico, una negación de la teología, negación que se mantiene dentro
de un punto de vista teológico. E-s en esta confusión del materialismo
con la teología en donde residía la inconsecuencia de Spinoza, lo que
no le impide, sin embargo, encontrar la “ expresión justa, por lo menos
en su tiempo, para los conceptos materialistas de la época moderna” ,
Así Feuerbaeh llamaba a Spinoza “ el Moisés de los librepensadores y
materialistas modernos En 1848, Feuerbaeh plantea la siguiente
cuestión: ‘c¿ Qué es lo que Spinoza llama, lógica o metafísicamente,
sustancia, y teológicamente Dios?” Y él responde categóricamente: “ No
es otra cosa que la naturaleza” . Señala como el principal error del spi-
nozismo el que “ la esencia sensible, antiteológica de la naturaleza toma
en él el aspecto de un ser obstraeto, metafísico ’\ Spinoza ha suprimido
el dualismo de Dios y la Naturaleza porque él considera los fenomenos
naturales como actos de Dios. Pero precisamente porque los fenó­
menos naturales son ante sus ojos los actos de Dios, es que éste
permanece como un ser distinto de la naturaleza y sobre el eual ésta

* O bras, I I , p á g , 295.
** Ibid., pág. 3-50.
*** Obras, I I , pág. 2-91.
EL MATERIALISMO M ILITANTE 367

se apoya. Dios se presenta como sujeto y la naturaleza como atributo.


Da filosofía que se haya emancipado definitivamente de las tradiciones
teológicas tiene que suprimir este error considerable de la filosofía,
exacta en el fondo, de Spinoza, “ ¡Abajo esta contradicción l” , exclama
Feuerbaeh. No Deus sive natura, smo Á u t Deus auf natura. Es aquí
donde está la verdad.
Así pues, el £‘humanismo ’? de Feuerbaeh aparece siendo nada más
que el spinozismo privado de su apéndice teológico. Y es este spino­
zismo, desprovisto de su apéndice teológico, el que Marx y Engels
adoptaron precisamente cuando hubieron roto con el idealismo.
Pero desembarazar al spinozismo de su apéndice teológico signi­
ficaba poner de relieve su verdadero contenido materialista. Ein con­
secuencia, el spinozismo de Marx y Engels representan precisamente
al materialismo más moderno.
Esto no es todo, sin embargo. E l pensar no es la causa del ser,
sino su consecuencia, o más exactamente, su propiedad. Feuerbaeh
dice: Folge uncí Eigenschaft (consecuencia y propiedad). Yo siento y
pienso, no como un sujeto opuesto al objeto, sino como un sitjeto-ob-
jeto, como un ser real material. Y el objeto es para mí no solamente
la cosa que yo siento, sino también fundamento, la condición indis­
pensable de mi sensación. El mundo objetivo no se encuentra sola­
mente fuera de m í: está también en mí mismo, en mi propia p iels.
E l hombre no es más cine una parte de la naturaleza, una parte del
ser; es por ello que no hay lugar a la contradicción entre su pensa­
miento y su ser. El espacio y el tiempo no existen solamente para el
pensamiento. Ellos son igualmente formas del ser. Son formas de mi
contemplación. Pero lo son únicamente por la razón de que yo mismo
soy un ser viviente en el tiempo y en el espacio y que no percibo,
ni siento, más que en tanto que un tal ser. De esta manera general
las leyes del ser son al propio tiempo las leyes del pensar.
Así se expresaba Feuerbaeh Es igualmente lo que decía E n­
gels, aunque en otros términos, en su polémica con Diihrig Se
ve ya la parte importante de la filosofía de Feuerbaeh, que ha pa­
sado a la de Marx y Engels.
Si Marx ha comenzado la obra de su interpretación materialis­
ta de la historia por la crítica de la filosofía hegeliana del derecho, no
ha sido por que la crítica de la filosofía especulativa de Hegel fuera
hecha ya por Feuerbaeh.
Aun criticando en su tesis a Feuerbaeh, Marx desarrolla y com­
pleta en muchas ocasiones las ideas de aquél. He aquí un ejemplo
tomado del dominio de la “ gnoseología” . Según Feuerbaeh, el hom­
bre, antes de pensar en el objeto, experimenta sobre sí su acción, lo
contempla, lo siente.
Marx tiene en cuenta este pensamiento de Feuerbaeh cuando di­

* Obras, I I , pág. 334, y X , pága. 184-186.


368 G, PLEJA NOV

ce: “ E l principal error dsl materialismo —inclusive el de Feuer­


baeh— consistía hasta ahora en que no consideraba la realidad, el
mundo objetivo y sensible, sino bajo la forma del objeto o de la con­
templación, no como actividad humana concreta, como ejercicio prác­
tico, lo que explica que Feuerbaeh, en su libro la Esencia del Cris­
tianismo, no considere como actividad verdaderamente humana más
que la actividad teórica” . En otros términos, Feuerbaeh hace resaltar
el hecho de que nuestro “ y o '’ conoce el objeto solamente exponiéndose
a su acción *: sin embargo, Marx replica: nuestro “ yo” conoce el objeto
actuando a su vez sobre él. El pensamiento de Marx es perfectamente
justo; ya Fausto había dicho: “ E n un comienzo era la acción”. Es
cierto que para la defensa de Feuerbaeh podría alegarse que en el
proceso de nuestra acción sobre los objetos, nosotros no conocemos sus
propiedades sino en la medida en que ellos actúan a su turno sobre
nosotros. En los dos casos, el pensamiento está precedido de la sensación;
en ambos experimentamos, en primer lugar, las propiedades de los
objetos, y no es sino después que -pensamos en ellos. Pero Marx no
negaba tal cosa. Para él no se trataba del hecho incontestable de que
3a sensación precede el pensamiento, sino de que el hombre llega hasta
el pensamiento principalmente por las sensaciones que experimenta en
el proceso de su acción sobre el mundo exterior. Y como esta acción
le es impuesta por la lucha por la existencia, la teoría del conocimiento
está en Marx estrechamente ligada a su concepción materialista de la
historia. No sin razón este mismo pensador, que había redactado contra
Feuerbaeh la tesis a que hemos hecho referencia más arriba, ha
escrito en el primer tomo de su Capital: “ Actuando sobre la natura­
leza, fuera de él, el hombre modifica al mismo tiempo su propia na­
turaleza” . Esta fórmula no revela todo su profundo sentido más que
a la luz de la teoría del conocimiento formulada por Marx. Y nosotros
veremos más adelante hasta qué punto esta teoría está confirmada
por la historia de la civilización, y, en particular, por la lingüística.
Es necesario, sin embargo, reconocer que la teoría del conocimiento
de Marx proviene en línea recta de la de Feuerbaeh, o si se prefiere,
es propiamente hablando la de Fuerbach, pero profundizada de una
manera genial por Marx.
Agreguemos, de paso que este perfeccionamiento genial había sido
sugerido por el “ espíritu de la época” . Esta tendencia a considerar
dicha relación de acción y de reacción recíproca entre el objeto y el
sujeto, precisamente del lado en que el sujeto juega un papel activo,
era el reflejo del estado de espíritu de la sociedad de la época en que se
precisa la concepción del mundo de Marx y de Engels 10. La revolu­
ción de 1848 no estaba muy lejo s...

* ( iEl pensar —dice— está precedido por el ser; antes de pensar la calidad,
tú la sientes." (Obras, I I , pág. 253).
E L MATERIALISMO MILITANTE 369

III

La teoría de la unidad del sujeto y del objeto, del pensar y del


ser, propia a Feuerbaeh como a Marx y Engels, ha sido igualmente la
de los materialistas más eminentes de los siglos X V II y XVIII.
Hemos demostrado en otra parte * que La Mettrie y Diderot ha­
bían llegado —aunque es necesario decirlo, por vías distintas— a una
concepción del mundo que era “ una especie de spinozismo” , es decir,
a un spinozismo privado de su apéndice teológico, que desfiguraba
su verdadero contenido. Sería fácil demostrar que en lo que concierne
a la unidad del sujeto y del objeto. Hobbes está igualmente muy póximo
a Spinoza. Pero ello nos llevaría muy lejos. Además, no hay ninguna
necesidad imperiosa de hacerlo. Será verdaderamente más interesante
para el lector comprobar que actualmente todo naturalista, a poco que
reflexione sobre la cuestión de las relaciones entre el pensar y el ser,
concluye en esta teoría de la unidad que hemos encontrado en
Feuerbaeh.
Cuando Huxley escribía: “ E n nuestros días, nadie que esté al
corriente de la ciencia contemporánea y que conozca los hechos, puede
dudar de que es necesario buscar las bases de la psicología en la
fisiología del sistema nervioso y que lo que se llama actividad del
espíritu no es sino un complejo de funciones cerebrales” **, expresaba
precisamente lo que decía Feuerbaeh. Sólo que él tenía concepciones
mucho menos claras, y es por esto que ha intentado aliar su manera
de ver al escepticismo de Hume '***.
Asimismo, el “ monismo” de Haeekel, doctrina que hizo tanto
mido, no es otra cosa que una doctrina puramente materialista, y, en
el fondo, próxima a la de Fuerbach sobre la unidad del sujeto y del
objeto. Pero Haeekel conocía muy mal la historia del materialismo,
y es por esto que juzga necesario combatir su “ carácter unilateral” ,
cuando debía haberse dado el trabajo de estudiar la teoría materialista
del conocimiento en la .forma que había tomado en Feuerbaeh y
Marx. Ello le habría preservado de muchos errores y de opiniones
unilaterales que facilitan considerablemente la lucha que sus adversa­
rios sostienen, contra él en el terreno filosófico.
En sus diferentes obras, por ejemplo, en el trabajo titulado
Cerebro y alma, leído en el LXVI Congreso de Naturalistas y de
Médicos alemanes reunidos en Viena (26 de septiembre de 1894)'
Augusto Forel **** se aproxima mucho al materialismo moderno, al
materialismo de Feuerbach-Marx-Engels. En algunas partes, Forel no

* Ver el artículo titulado “ B ernstein y el m ateralísm o” en nuestra com pila­


ción C ritica de nuestros críticos (P lejan ov, Obras, tomo X I ).
** Hume: su vida, su filosofía, pág. 108.
*** Ibid., pág. 110.
*■***■ v er igualm ente el tercer capítulo de su libro L ’A-me e t le S ystem e nerveux,
S y g ie n e et P ath ologie, P aris, 1906.
370 G. P LE JA N O V

solamente expresa ideas muy semejantes a las de Feuerbaeh, sino que


—hecho verdaderamente curioso— expone sus argumentos de la misma
manera que éste.
Según Forel, cada día se producen nuevas y convincentes pruebas
del hecho de que la psicología y la fisiología del cerebro no son más
que dos maneras diferentes de considerar “ una sola y misma cosa’7.
El lector no habrá olvidado el punto de vista idéntico de Feuerbaeh
sobre esta cuestión, que hemos citado más arriba. Tal punto de vista
puede completarse por esta frase de Feuerbaeh: ‘ ‘ . . . yo soy un ob­
jeto psicológico para mí mismo, pero un objeto fisiológico para otro” .
En resumen, la idea principal de Forel se reduce a la tesis de que la
conciencia es “ un reflejo interior de la actividad cerebral” *. Y ello
es ya una concepción puramente materialista.
Los idealistas y kantistas de toda especie y matriz objetan a los
materialistas que no podemos conocer directamente sino el único lado
psíquico de los fenómenos, del que se ocupan Forel y Fbuerbach.
Schelling había ya formulado esta objeción de una manera ingeniosa.
Decía que “ el espíritu permanecía siempre como una isla a la que no
podría llegarse desde el océano de la materia, a menos de dar un
salto” . Forel conoce esto perfectamente, pero prueba de una manera
concluyente que sería imposible el progreso de la ciencia si no quisié­
ramos traspasar los límites de esa isla. “ Cada hombre, dice, no
tendría más que la psicología de su subjetivismo, j debería positiva­
mente poner en duda la existencia del mundo exterior comprendida
la de los otros hombres” **. Pero parecida duda constituye un
absurdo11. “ Las conclusiones deducidas por analogía, la inducción
aplicada según las ciencias naturales y físicas, la comparación de la
experiencia de nuestros cinco sentidos, nos prueban la existencia del
mundo exterior, así como la de nuestros semejantes y la de su psi­
cología. Asimismo, ellas nos demuestran que hay una psicología com­
parada, una psicología de los animales. En fin, nuestra propia
psicología sería para nosotros incomprensible y llena de contradicciones
si quisiéramos considerarla fuera de toda relación con la actividad de
nuestro cerebro; sobre todo, que estaría en contradicción con la ley
de conservación de la energía” ***.
Feuerbaeh no se limita a poner de relieve las contradicciones en
que inevitablemente caen los que repudian el punto de vista materia­
lista; demuestra asimismo por qué camino los idealistas llegan hasta
su “ isla” . Yo soy yo. escribe, para mí mismo, y tú para los otros. Pero
yo no soy tal, más que como ser sensible, es decir, material. Mas la
razón absoluta aísla este *' ser para sí mismo ’? en tanto que sustancia,
átomo, “ y o ” , Dios. Es por ello que no puede establecer más que de una
manera arbitraria la relación entre el “ ser para sí mismo” y el “ ser

* D ie psyehisclieD. P alúgkeiten der A m eisen, etc. Munich, 1901, pág. 7,


** Ibid., páginas 7 y 8.
*** Ibid.
E L MATERIALISMO M ILITANTE 371

para los otros’5. Lo que yo pienso sin sensibilidad lo pienso fuera de


toda relación *. Esta consideración extremadamente importante es
acompañada en Feuerbaeh. eon el análisis del proceso de abstracción
que termina en el nacimiento de la lógica hegeliana, en tanto que doc­
trina ontológica **.
Si Feuerbaeh hubiera dispuesto de los conocimientos que sumi­
nistra la etnología actual, habría podido agregar que el idealismo
filosófico procede históricamente del animismo propio de las razas
primitivas. Ello había sido ya indicado, E. Taylor ***, y algunos histo­
riadores de la filosofía **** comienzan a tenerlo en cuenta —aunque, por
el momento, más bien como una curiosidad que como un hecho de im­
portancia teórica considerable.
Todas estas consideraciones y argumentos de Feuerbaeh no sola­
mente eran bien conocidos de Marx y E'ngels, quienes habían re­
flexionado profundamente sobre ellos, sino que han contribuido
indudablemente en gran parte a formar su propia concepción del
mundo. Si después Engels manifestó el más grande desprecio por la
filosofía alemana posterior a Feuerbaeh, fue porque ella no hacía sino
revivir los viejos errores filosóficos que Feuerbaeh había ya denun­
ciado. Efectivamente, ni uno solo de los críticos modernos del mate­
rialismo- ha expuesto un argumento que no haya sido ya refutado por
Feuerbaeh mismo, o, antes que él, por los materialistas franceses. Para
los “ críticos de M arx” —E. Bernstein, K. Sehmidt, B. Groce y otros—
]a “ detestable parentela ecléctica” de la filosofía alemana más moderna
les parece un plato muy nuevo; al hacer su colación y viendo que
Engels no encontraba útil ocuparse de ello, se imaginaron que éste
“ eludía” el examen de una argumentación que había analizado desde
hacía mucho tiempo y declarado sin valor. Es una vieja historia, sin
embargo, siempre nueva. Las ratas no dejarán nunca de creer
que el gato es mucho más fuerte que el león.
Aun reconociendo la asombrosa semejanza y hasta, en parte, la
identidad de las concepciones de Fuerbach y Forel, hagamos notar,
sin embargo, que si éste posee conocimientos muchos más considerables
en el dominio de las ciencias naturales. Feurbach le era muy superior
en el dominio filosófico. Es por esto que Forel comete errores que no

* Obras, IX, pág. 322.


*'* “ E l espíritu absoluto de H egel no es otra cosa que el espíritu abstracto, el
espíritu aislado de sí mismo, lo que se llam a el espíritu fin ito , del mismo modo
que el ser in fin ito de la teología no es otra cosa que el ser abstracto f in it o ’ \
(Obras, IX, pág-. 263).
*** L a civilisaíiov, p rim itive, P arís, 1876, t. IX, pág. 143. E s necesario, desde
luego, hacer notar que Feuerbaeh ha tenido, a este propósito, una intuición ver­
daderam ente genial, pues dice: “ E l concepto del objeto no es prim itivam ente otra
cosa que el concepto del otro “ y o ” . Es así que el hombre, en la infancia, concibe
todos los objetos como seres que actúan líbre y arbitrariam ente: es por eso que
el concepto del objeto nace, en general, por intermedio del íú , que es el yo o b je tiv o ” ,
Keymond. Lausanne, 1905, págs. 414-415.
**** y ei, Gompers: L es penseurs de la Gréce, traducido por Augusto líeym ond,
Lausanne, 1905 ,págs. 414-415.
372 G. PLEJA NOV

encontramos en Feuerbaeh. Forel llama a la suya teoría psico-fisiológica


de la identidad *. A esto no hay nada que objetar, puesto que toda
terminología es algo convencional. Pero como la teoría de la identidad
estuvo en otro tiempo en. la base de una filosofía idealista bien, deter­
minada, Forel habría hecho mejor denominando a su doctrina, franca
y valientemente, una doctrina materialista. Sin embargo, como visible­
mente ha conservado ciertos prejuicios contra el materialismo, ha
elegido por ese motivo otra denominación. Por eso encontramos nece­
sario señalar que la identidad, en el sentido que le da Forel, no tiene
nada de común con la id&ntidad en el sentido idealista corriente.
Los “ críticos de M arx” ignoran esto igualmente. En la polémica
que sostuvo con nosotros, K. Schmidt atribuía a los materialistas la
doctrina idealista de la identidad. En. realidad, el materialismo reconoce
la unidad del sujeto y del objeto, pero de ningún modo su identidad.
E ra Feuerbaeh quien lo había explicado ya con toda lucidez.
Según éste, la unidad del sujeto y del objeto, del pensar y del ser,
no tiene sentido sino en el caso de que el hombre sea la base de esta
unidad. Ello tiene todavía cierto aire de “ humanismo” , y la mayor
parte de los que han estudiado a Feuerbaeh no han creído necesario
reflexionar seriamente sobre el modo cómo el hombre sirve de base de
unidad a las oposiciones que hemos indicado. Feuerbaeh lo comprende
de la siguiente manera: “ Solamente allí donde el pensamiento no es
un sujeto por sí mismo, sino el atributo de un ser real (es decir,
material), allí solo no está separado del ser” **. Ahora bien; jen qué
sistemas filosóficos el pensamiento es “ sujeto por sí mismo” , es decir,
algo independiente de la existencia corporal del individuo pensante?
La respuesta es clara: en los sistemas idealistas. Los idealistas trans­
forman primero el pensamiento en una entidad autónoma, indepen­
diente del hombre (en “ sujeto para s í” ), para declarar, en seguida,
que en esta entidad —por tener una existencia distinta, independiente
de la materia— se resuelve la contradicción entre el ser y el pensa­
miento 12. Y así es en efecto. Porque, ¿qué cosa es esta entidad? Es
el pensamiento. Y éste tiene una existencia completamente indepen­
diente. Esta solución de la contradicción no es sino puramente formal.
Se llega a ella, como ya lo hemos dicho, únicamente porque se suprime
uno de los elementos de la contradicción, o sea el ser, que permanece
independiente del pensar y cuando decimos que tal objeto existe ello
significa que existe sólo en nuestro pensamiento. Tal era, por ejem plo,'
la concepción de Schelling. Para él, el pensar era el principio absoluto,
de donde procedía necesariamente el mundo real, es decir, la naturaleza
y el espíritu “ finito” , Pero, ¿cómo? ¿Qué significaba la existencia
del mundo real? Nada más que su existencia en el pensamiento. P ara
Schelling el universo no era más que la, auto-contemplación del espíritu

■' Ver su artículo titu lad o: “ D ie psyclio-pliysiologische l'dentitastlieorie ais


m isseusehaftlielies P ostulat ’ en la colección F e isc lm ft, X. Rosenthal, Leipzig, 1906,
1." parte, págs. 119-132,
®* Obras, I I , pág. 340.
EL MATERIALISMO M ILITANTE 373

absoluto. Hegel pensaba de la misma manera. Pero Feuerbaeh no se


contenta con semejante solución, puramente formal, de la contradicción
entre el pensar y el ser. Así, él demuestra que no hay ni puede haber
■pensamiento independiente del hombre, es- decir, del ser real material.
E l pensamiento es una actividad del cerebro. “ Pero el cerebro no es el
órgano del pensamiento sino en tanto que él se encuentra ligado a
una cabeza y a un cuerpo humanos” *.
Se ve por lo que queda dicho en qué sentido Feuerbaeh considera­
ba al hombre como base de unidad del ser y del pensar. Es en este sen­
tido que él mismo no es otra cosa que un ser material que tiene la facul­
tad de pensar. Siendo tal ser, es claro que ninguno de Los elementos de
la contradicción debe ser suprimido en é l; ni el ser, ni el pensar, ni la
“ m ateria” , ni el “ espíritu” , ni el sujeto, ni el objeto. Estos elementos
se unen en él exactamente como en un sujeto-objeto. “ Yo soy y yo
pienso. . . únicamente como un sujeto-objeto ’ dice Feuerbaeh.
Ser no significa existir en el pensamiento. En este aspecto de la
filosofía de Feuerbaeh es mucho más clara que la de Dietzgen. “ Pro­
bar que una cosa existe —dice Feuerbaeh— es probar que ella no exis­
te simplemente en el pensamiento” **. Esto es perfectamente justo.
Pero quiere decir también que la unidad del pensar y del ser no puede
significar, en modo alguno, su identidad.
Este es uno de los caracteres más importantes que distinguen al
materialismo del idealismo.

IV

Cuando se dice que Marx y Engels fueron durante algún tiempo


adeptos de Feuerbaeh, se quiere dar a entender con ello que su concep­
ción del mundo se modificó después, diferenciándose completamente a
5a de Feuerbaeh. Esto es lo que piensa K. Diehl, quién encuentra que
generalmente se exagera mucho la influencia ejercida por Feuerbaeh
sobre Marx. Tal juicio encierra un error formidable. Aún después
que Marx y Engels dejaron de seguir a Feuerbaeh, continuaron parti­
cipando en mucho de sus concepciones filosóficas. E'sto se deduce clara­
mente de las! tesis de Marx sobre Feuerbaeh, las cuales no refutan las
ideas fundamentales de este filósofo, sino que simplemente las modifi­
can. Pero, sobre todo, Marx pide en estas tesis que dichas ideas sean
aplicadas de manera más consecuente a la interpretación de la realidad
que rodea al hombre, y particularmente a la de su propia actividad.
“ No es el pensar el que determina el ser, sino el ser quien determina
el pensar” . Marx y Engels colocan este pensamiento que se encuentra

* Obras, I I , págs. 362 y 363.


** I b id , X, pág. 187.
374 g . ple ja n o v

en la base de la filosofía de Feuerbaeh, en la base de la interpretación


materialista de la historia. El materialismo de Marx y de Engels es
una doctrina mucho más amplia que el materialismo de Feuerbaeh. He
aquí por qué estas concepciones, y particularmente su aspecto filosó­
fico, no serán completamente claras sino para quién se dé el trabajo
de averiguar la parte considerable de la filosofía de Feuerbaeh que ha
entrado en la concepción del mundo de los fundadores del socialismo
científico. Y si veis a alguien esforzarse por encontrar un “ fundamen­
to filosófico” al materialismo histórico, estad persuadidos de que en
el saber de este mortal hay, a pesar de toda su profundidad, una gran
laguna a este respecto.
Mas dejemos a los espíritus profundos entregados a su trabajo.
Ya en su tercera tésis sobre Feuerbaeh, Marx aborda el problema más
arduo de aquellos que debía afrontar en el dominio de la “ práctica”
histórica del hombre social y resolver con ayuda del justo concepto ela­
borado por Feuerbaeh, la unidad del sujeto y del objeto. Esta tesis
está concebida así: “ la doctrina materialista, según la cual los hom­
bres son el producto de las circunstancias y de la educación, no tiene
en cuenta el hecho de que las circunstancias son precisamente modifi­
cadas por los hombres y que el educador debe ser él mismo educado” .
Resuelto este problema, el secreto de la interpretación materialista ■de
la historia ha sido encontrado. Pero, precisamente, Feuerbaeh no
podía resolverlo. En el dominio de la historia él permanecía ideális-
ta 13 —como los materialistas franceses del siglo X V II— con los cuales
tenía, desde luego, muchos rasgos comunes. Ha sido necesario, en este
punto, que Marx y Engels construyan todo de nuevo, utilizando el ma­
terial teórico acumulado hasta entonces por la ciencia social y parti­
cularmente por los historiadores franceses de la época de la Restaura­
ción. En este aspecto, igualmente, la filosofía de Feuerbaeh le suministró
gran número de indicaciones preciosas. Feuerbaeh dice particularmen­
te: “ E l arte, la religión, la filosofía y la ciencia no son sino manifes­
taciones o revelaciones de la “ esencia hum ana” *” . Be aquí se dedu­
ce que es necesario buscar en la “ esencia hum ana” la explicación de
todas las ideologías; es decir, que la evolución de estas últimas está
determinada por la de “ esencia hum ana” . ¿Pero, qué es la “ esencia
hum ana” ? A ello responde Feuerbaeh: “ La esencia humana no reside
más que en la comunidad, en la unidad del hombre con el hombre” **.
Esto es muy vago y constituye el límite que Feuerbaeh nunca ha pasa­
do 14. Pero es justamente más allá de este límite que comienza el domi­
nio de esta interpretación materialista de la historia que Marx y E n­
gels han descubierto. Ella nos indica las causas que determinan en el
curso de la evolución humana, “ la comunidad, la unidad del hombre
con el hombre' es decir, las relaciones mutuas que los hombres adquie­
ren entre ellos. Este límite que separa a Marx de Feuerbaeh demuestra
asimismo hasta qué punto están próximos uno del otro.

* Obras, I I , pág-, 343.


Ib id ., I I , pág. 344.
E L MATERIALISMO MILITANTE 375

Se lee en la sexta tesis sobre Feuerbaeh. que la esencia humano,


es el conjunto de todas las relaciones sociales. Esta concepción, de ma­
yor precisión que la de Feuerbaeli, revela más claramente que ninguna
otra las relaciones estrechas que existen entre la concepción del mundo
de Marx y la filosofía de Feuerbaeh.
Cuando Marx escribió esta tésis conocía ya, no solamente la ru ta
en la cual era necesario buscar la solución del problema, sino también
la solución misma. E n su Introducción a la -critica de la filosofía del
derecho ele Hegel había demostrado que las relaciones de los hombres
en sociedad, “ las relaciones jurídicas, lo mismo que las formas del Es­
tado, no pueden ser explicadas por ellas mismas, ni por lo que se lla­
ma evolución general del espíritu -humano; que tienen sus raíces en
las condiciones materiales de la existencia, cuyo conjunto ha sido deno­
minado “ sociedad civil” por Hegel, a ejemplo de los ingleses y fran­
ceses del siglo X V III; que la anatomía de la sociedad civil debe ser
buscada en su economía” .
No queda entonces por explicar sino el origen y la evolución de
la economía para tener la solución completa del problema que el mate­
rialismo no había podido encontrar durante varios siglos. Esta es la
explicación que ha sido dada por Marx y Engels.
Cuando hablamos de solución completa de este gran problema se
comprende que no tenemos en cuenta más que su solución general, alge­
braica, aquella que el materialismo no logró encontrar por mucho tiem­
po. Se comprende que hablando de solución completa no tenemos en
cuenta la aritmética del desarrollo social, sino su álgebra; no la 'expli­
cación de las cansas de los diferentes fenómenos, sino la del
modo cómo hay que proceder para descubrirlas. Esto significa que
3a interpretación materialista de la historia tiene, sobre todo, un valor
metodológico. Engels lo comprendía perfectamente así, cuando escri­
bía: “ Lo que nos hace falta no son tantos resultados en bruto, sino el
estudio, los resultados nada significan sin el conocimiento de la evolu­
ción que a ellos conduce” *. Es lo que no comprenden, casi siempre, ni
los “ críticos” de Marx —a quienes el Señor perdonará, como se dice—
ni algunos de sus “ adeptos” , lo que es peor todavía. Miguel Angel
decía de sí mismo: ‘*Mis conocimientos engendrarán gran número de
ignorantes” . Esta predicción se ha cumplido, desgraciademente en
cuanto se refiere al marxismo. Son las concepciones de Marx las que
en la actualidad engendran, tantos ignorantes. La culpa no es, eviden­
temente, de Marx, sino de aquellos mismos que dicen tantas tonterías
en su nombre. P ara evitar esto precisamente es necesario comprender
el valor metodológico del materialismo histórico.

* Obras postumas, I, pág. 477.


376 G. P LEJA N O V

Uno de los más grandes méritos de Marx y Engels a propósito del


materialismo, es el de haber creado un método justo. Concentrando
todos sus esfuerzos en ía lucha contra el elemento especulativo de la
filosofía de Hegel, Feuerbaeh no había apreciado ni utilizado debida­
mente el elemento dialéctico. A este propósito él declaraba: “ La ver­
dadera dialéctica no es un monólogo del pensador solitario consigo
mismo; es un diálogo entre el yo y el t ú ” *. En primer lugar, la dia­
léctica no tenía en Hegel el valor de “ un monólogo del pensador soli­
tario consigo mismo” , y , en segundo lugar, la observación de Feuer­
baeh definió de manera justa el punto de partida, pero no el méto­
do de la filosofía. Han sido Marx y Engels quienes han llenado esta
laguna habiendo comprendido que, aun combatiendo la filosofía es­
peculativa de Hegel, era necesario no ignorar su dialéctica. Algunos
críticos afirman que desde los primeros tiempos que siguieron a su
ruptura eon el idealismo, Marx manifestaba una gran indiferencia ante
la dialéctica. Pero tal opinión, que parece exacta a primera vista, se
halla desmentida por el hecho señalado más arriba, de que ya en los
Deutsch-franzósische JahrbiicJier, Engels se ocupaba del método dia­
léctico como del alma misma del nuevo sistema **.
Ein todo caso, la segunda parte de la Miseria de la Filosofía no
deja ninguna duda sobre el hecho de que Marx, en la época de su
polémica con Proudhon. apreciaba perfectamente el valor del método
dialéctico y sabía servirse de él. En esta discusión, la victoria de Marx
fue 1a- de un hombre que sabía pensar dialécticamente sobre otro que
no había sabido comprender la esencia de aplicar el método dialécti­
co al análisis de la sociedad capitalista. Y esta misma segunda parte
demuestra que la dialéctica, que en Hegel tenía un carácter pura­
mente idealista, que se conserva también en Proudhon en la medida
en que éste la había asimilado, habría sido colocada por Marx so­
bre un fundamento materialista 15.
Mas luego, caracterizando su dialéctica materialista, Marx escri­
bía: “ Para Hegel, el proceso lógico que él transforma aún en su­
jeto autónomo denominándolo idea, es el demiurgo de la realidad, la
cual no es otra cosa que su manifestación externa. Para mí es justa­
mente lo contrario; lo ideal no es sino lo material transformado y tra ­
ducido en el cerebro humano” . Esta característica presupone un
acuerdo completo con Feuerbaeh, primero en cuanto concierne a la
opinión sobre la “ idea” de Begel, y. después, en lo que se refiere
a las relaciones entre el ser y el pensar. Sólo un hombre convencido
de la verdad del principio fundamental de la filosofía de Feuerbaeh:

* ' Obras, I I , pág. 345.


** Engels no tenía en cuenta su sola personalidad, sino por lo general, la de
todos aquellos que tenían las mismas id e a s: ‘ ‘ Nos hace f a lt a . . . " , decía. N o hay
duda que Marx era de los que pensaban como él.
EL MATERIALISMO M ILITANTE 377

no es el pensar el que condiciona al ser, sino el ser* el que condiciona


el pensar, era capaz de “ poner sobre sus pies" la dialéctica hegeliana.
Mucha gente confunde la dialéctica con la doctrina de la evo­
lución. La dialéctica es, en efecto, una doctrina de la evolución. Pero
difiere esencialmente de la “ vulgar teoría de la evolución” que des­
cansa fundamentalmente sobre el principio de que ni la naturaleza
ni la historia dan saltos y que todos los cambios se realizan en el
mundo gradualmente. Ya Hegel había demostrado que comprendida
así, la teoría de la evolución era inconsistente y ridicula.
“ Cuando se quiere representar la aparición >o desaparición de
alguna cosa —dice Hegel en el primer tomo de su Lógica— se las
representa ordinariamente como una aparición o desaparición gra­
duales. Sin embargo, las transformaciones del ser no consisten sola­
mente en el cambio de una cantidad en otra, sino también en el de
la cantidad en calidad, e inversamente; cambio que, al suponer la
sustitución de un fenómeno por otro, constituye un ruptura de la
progresividad” *. Y cada vez que hay ruptura de la progresividad se
produce un salto en el cotso del desarrollo. Hegel demuestra después
por «na serie de ejemplos con qué frecuencia se producen saltos en
la naturaleza, lo mismo que la historia, y pone de manifiesto el 'érror
ridículo que sirve de base a la vulgar “ teoría de la evolución” . “ En
la base de la doctrina de la progresividad —escribe— se encuentra la
idea de que lo que surge existe ya efectivamente y permanece impercep­
tible únicamente a causa de su pequenez. Lo mismo cuando se habla de
desaparición gradual de un fenómeno, se supone que esta desaparición
es un hecho cumplido y que el fenómeno que ocupa el lugar del pre­
cedente existe ya, pero que no son preceptibles todavía ni uno ni
otro. . . Pero de esta manera se suprime de hecho toda aparición
y toda desaparición. Explicar estas fases de un fenómeno dado,
por la progresividad de la transformación es referir todo a una tauto­
logía engorrosa, puesto que es considerar como realizado de antemano
(es decir, como ya aparecido o desaparecido) lo que está en vías de
aparecer.o desaparecer” **.
Marx y Engels han adoptado enteramente esta concepción dia­
léctica de Hegel sobre la inevitabilidad de los saltos en el proceso del
desarrollo. Engels trata de ella de una manera detallada en su
polémica con Dühring, y en esta ocasión la “ pone sobre sus pies” , es
decir, sobre una base materialista.
Así, por ejemplo, demuestra que el paso de una forma u otra no
puede cumplirse sino por medio de un salto lü. Encuentra, a est?, res­
pecto, en la química moderna la confirmación del principio dialético
de la transformación de la cantidad en calidad. En general, las leyes

* W issenschaft der Logik, t. I. Nurem berg, 1812, págs. 313-314.


** En lo que se refiere a la cuestión de los “ saltos", ver nuestro trabajo. <(E1
infortunio del señor Tilchomirof ' \ San Petersburgo, edición M. Malyk, págs, 6-14.
(Publicado en este volumen con el título: " B e los «saltos» en la naturaleza j en la
historia’ '. N ,del T.).
378 G. P LE JA N O V

del pensamiento dialéctico son confirmadas, según él, por las pro­
piedades dialécticas del ser. Aquí todavía, el ser condiciona el pensar.
Sin entrar en una caracterización más detallada de la dialéctica
materialista (sobre sus relaciones eon la que se puede llamar lógica
elemental, paralelamente a la matemática elemental, ver nuestro pre­
facio a nuestra traducción del folleto Ltidivig Feuerbaeh) *, recordare­
mos al lector que la teoría, que no veía en el proceso de la evolución
más que modificaciones progresivas, y que dominó en el curso de estos
últimos veinte años, ha comenzado a perder terreno aun en el domi­
nio de la biología, donde era casi universalmente reconocida.
A este respecto, los trabajos de Armando Gautier y de Hugo
De Vries parecen marear una época. Basta decir que la teoría de las
mutaciones de Vries no es otra cosa que la teoría de la evolución
de las especies por saltos. (Ver su obra, en dos tomos, Die
Mutationstheorie, Leipzig, 1901-1903; su informe Die Mutationen
und die Mutationsperioden bei der Entstehung der Arten, Leipzig,
1901, así como sus conferencias en la Universidad de California, edi­
tadas en traducción alemana, con el título de Arten und Variataten
und ihre Entstehung clurch die Muttion, Berlín, 1908).
Según la opinión de este eminente naturalista, el lado débil de
la- teoría de Darwin sobre el origen de las especies es presisamente la
idea de que tal origen puede ser explicado por cambios graduales **.
Muy interesante y justa es igualmente la observación de De Vries
cuando comprueba que la teoría de los cambios graduales que domina
en la doctrina del origen de las especies ha ejercido una influencia
desfavorable sobre el estudio experimental de las cuestiones de esta
naturaleza ***,
Conviene agregar que en los medios naturalistas modernos y muy
particularmente entre los neo-lamarcldanos, se observa una difusión
rápida de la teoría de la materia animada, considerada por algunos
como en oposición directa con el materialismo (ver, por ejemplo, el
libro de R. H. Francé: Der heuíige Stand der Darwin ?schen Prage,
Leipzig. 1907), que no representa, en realidad, si es comprendida de
manera justa, sino la traducción en el lenguaje naturalista moderno,
de la doctrina materialista de Feuerbaeh, ele la unidad del ser y del pen­
sar, del objeto y del sujeto ****. Se puede afirmar con toda certidumbre
que Marx y Engels habrían demostrado el más vivo interés por esta co­
rriente que se manifiesta en las ciencias naturales, y que, a decir
verdad, está todavía, por el momento muy insuficien tement e estudiada.
Alejandro Herzen dijo, con razón, que la filosofía de Hegel, con­
siderada por muchos como conservadora, a primera vista, es una ver-

55 Publicado en este volumen eon el títu lo : " D ia lé c tic a y ló g ic a ” . (1ST. del T .).
D íe M utationen, p ágs. 7-8.
»** Arten, etc., pág. 421.
**** Sin hablar de Spinoza, es necesario no olvidar que muchos m aterialistas
franceses del siglo X V III, se inclinaban hacia la teoría de la “ m ateria an im ad a” .
EL MATERIALISM O MILITANTE 379

dadero álgebra de la revolución. Sin embargo, en Hegel este ál­


gebra permanencia sin ninguna aplicación a las cuestiones palpitan­
tes de la vida práctica. El elemento especulativo tenía necesariamen­
te que introducir el espíritu de conservadoHsmo en la filosofía del
gran idealista. Algo muy diferente ocurre con la filosofía materialista
de Marx. El “ álgebra” revolucionaría aparece allí en toda la po­
tencia invisible de su método dialéctico. Marx dice: “ En su forma
mística, la dialéctica se convirtió en una moda alemana, porque cu­
bría de un aureola el estado de cosas existentes. En su forma racio­
nal, la dialéctica no es, a los ojos de la burguesía y de sus teóricos,
otra cosa que escándalo y horror, porque, además ele la comprensión
positiva de lo que existe, supone igualmente la comprensión de la ne­
gación, de la desaparición inevitable del estado de cosas existente;
porque considera toda forma en un aspecto de movimiento, y, por
consiguiente, en su aspecto transitorio; porque no se inclina ante
nada, y es, por esencia, crítica y revolucionaria” .
Si se considera la dialéctica materialista descle ei punto de vis­
ta de la literatura rusa, se puede decir qne ella fue la primera que
suministró un método necesario y suficiente para la solución de la
cuestión del carácter racional de iodo lo que existe, cuestión que tan ­
to había atormentado a nuestro genial BMinski \ Sólo el método
dialéctico de Marx, aplicado al estudio de la vida rusa, nos ha
demostrado lo que había de real en esta última y lo que solamente
parecía serlo.

VI

Cuando intentamos la interpretación materialista de la historia,


la primera dificultad con que tropezamos, como ya lo hemos visto, se
refiere a la cuestión de saber dónde se encuentran las verdaderas
causas del desarrollo de las relaciones sociales. Sabemos ya que la
“ anatomía de la sociedad civil” es determinada por la eeonomía de
esta última. ¿Pero qué es lo que determina esta economía?
A ello responde Marx: “ En la producción social de su vida,
los hombres se encuentran ligados por ciertas relaciones indispensa­
bles. independientes de su voluntad, por relaciones de producción, que
corresponden a un grado determinado de la evolución de sus fuerzas
productoras materiales. E l conjunto de estas relaciones de produc­
ción constituye la estructura económica de la sociedad, el fundamen­
to real sobre el .cual se eleva la superestructura jurídica y política” **.

* Ver nuestro artículo " B ielin sk i y la realidad racion al' ’ en V ein te años
(O bras, t. X ) .
-** y er e| prefacio del libro “ Zur K ritik der Politischeti Oekonomie” .
380 G. P LE JA N O V

Esta respuesta de Marx reduce así toda la cuestión del desa­


rrollo de la economía a la de las causas que condicionan el desarrollo
de las fuerzas productivas de la sociedad. Y bajo esta última forma,
la cuestión se resuelve ante todo por la indicación de las propiedades
del medio geográfico.
Hegel señala ya en su filosofía de la historia el papel importante
de la “ base geográfica de la historia universal”, Pero como, según
él, la causa de toda evolución es, en fn de cuentas, la idea, y como no
recurría a la explicación materialista de los fenómenos sino de pa­
sada y en casos de secundaria importancia, su concepción extremada­
mente justa sobre la importancia histórica del medio geográfico no
podía conducirle a las fecundas conclusiones que de ella se despren­
den. Ellas no han podido ser establecidas en toda su amplitud sino
por el materialista Marx *.
Las propiedades del medio geográfico determinan tanto el ca­
rácter de los productos de la naturaleza que sirven a las necesidades
del hombre como los objetos que éste mismo produce eon el mismo
fin. E n donde no existieron metales, las tribus aborígenes no pudie­
ron pasar, con sus propios medios, de los límites de lo que llamamos
la “ edad de piedra” . Asimismo, para que los pescadores y cazado­
res primitivos pudieran pasar a la crianza de ganado y a la agriad-
tura eran necesarias condiciones geográficas apropiadas, es decir, una
flora y una fauna correspondientes. L. G. Morgan hace notar que, en
el hemisferio occidental la ausencia de animales susceptibles de ser do­
mesticados, así como las diferencias que existen entre las floras de los
dos hemisferios, explican el curso muy diferente de la evolución social
de sus habitantes **.
Waitz dice, a propósito de los Pieles-Rojas de la América del
Norte: “ Entre ellos hay ausencia completa de animales domésticos.
Este hecho es muy importante, porque constituye la razón principal
que lo mantiene en un bajo nivel de desenvolvimiento” ***. Schwein-
furth relata que en Africa, cuando una localidad se encuentra super­
poblada, una parte de la población emigra y ocurre entonces que
modifica su género de vida, según el medio geográfico: “ Tribus que
hasta entonces se ocupaban de agricultura se dedicaban a la caza, y
otras que vivían de la crianza de animales pasan a la agricultura”
Según el mismo autor, los habitantes de una región rica en hierro, que
comprende una parte considerable del Africa Central, se han puesto
naturalmente a extraer y a trabajar el hierro.
Hay algo más todavía. Ya en. grados más bajos de la evolución,
humana, las tribus entran en relación unas con otras cambiando entre
ellas algunos de sus productos. Ello tiene por resultado ampliar los
límites del medio geográfico, el cual influye a su vez sobre el desarrollo

* Como ya. lo hemos dicho, Feuerbaeh no iba en este caso más lejos que Ilegel.
** D ie U rgeseilschaft. S tu ttgart, 1891, págs. 20-21.
*** D ie Indianer Nordamerikas, pág. 91.
»»*«■ coeur c] e l 'Afrique, t. I, pág. 209.
EL MATERIALISMO M ILITANTE 381

de las fuerzas productivas de cada una de estas tribus, acelerando así


la marcha de este desarrollo. Como se comprende, la facilidad, más o
menos grande, con que parecidas relaciones se realizan y se desarro­
llan depende de las propiedades del medio geográfico. Hegel decía
ya que los mares y los ríos aproximan a los hombres, en tanto que las
montañas los separan. Desde luego, los mares no aproximan a los
hombres sino cuando el desarrollo de las fuerzas productivas ha
alcanzado ya un nivel relativamente elevado. Cuando este nivel es
bajo, el mar —-como lo ha dicho tan justamente Ratzel— obstaculiza
fuertemente las relaciones entre las razas que separa *. Pero sea lo que
fuere, es indudable que cuanto más variadas son las propiedades del
medio geográfico, más propicias son al desarrollo de las fuerzas pro­
ductivas. “ No es la fertilidad absoluta del suelo —dice Marx— sino la
diferenciación de este último, la variedad de sus productos naturales,
las que constituyen la base natural de la división social del trabajo y
las que empujan al hombre, en virtud de la variedad de las condicio­
nes naturales en medio de las cuales vive, a variar sus necesidades y
capacidades, sus medios y modos de producción” **. Casi en los mismos
términos que Marx, Eatzel, dice: “ Lo que importa, sobre todo, no es
una mayor facilidad para procurarse el alimento, sino que ciertas ne­
cesidades sean despertadas en el hombre mismo” **4. Así, pues, las
propiedades del medio geográfico determinan el desarrollo de las
fuerzas productivas que a su vez, determina el desarrollo de las fuerzas
económicas y con ellas el de todas las otras relaciones sociales.
Marx explica esto en los siguientes términos: “ Las relaciones sociales
que los productores contraen entre sí, las condiciones de su actividad
recíproca y su participación en el conjunto de la producción difieren
igualmente,, según el carácter de las fuerzas productivas. La invención
de un nuevo instrumento de guerra, el arma de fuego, tenía necesaria­
mente que modificar toda la organización interior del ejército, las rela­
ciones en el cuadro de las cuales forman los individuos un ejército y
que hacen de éste un todo organizado, y, finalmente, las relaciones
entre ejércitos diferentes” 17.
Para hacer esta explicación más concluyente, citaremos un ejem­
plo. Los Masai, en Africa oriental, matan a sus prisioneros, porque
—como dice Ratzel— este pueblo de pastores no tiene todavía la posi­
bilidad técnica de extraer provecho de su trabajo de esclavos. Pero
los Waltamba, que son agricultores y que viven en la vecindad de estos
pastores, tienen el medio de explotar este trabajo, y por eso dejan
con vida a sus prisioneros, a quienes hacen esclavos. La aparición de
la esclavitud supone de este modo el hecho de que las fuerzas sociales
han alcanzado un grado de desarrollo que permite explotar el trabajo

* Anthropogeograpliie. S tu ttgart, 1882, pág. 29.


** Capital, t. I. 3.a edición, págs. 524-526.
*** Volkerkuade. Leipzig, 1887, t. I, pág. 56.
382 G. P LEJA N O V

de los cautivos Pero la esclavitud es una relación de protección cuya


aparición señala el comienzo de la división en clases en una sociedad
que no conocía hasta entonces otras divisiones que las que correspondían
aí sexo y a la edad. Cuando la esclavitud alcanza su mayor floreci­
miento imprime su huella sobre toda la economía de la sociedad y, por
medio de ella, sobre todaá las otras relaciones sociales, pero sobre todo
sobre el régimen político. Por diferentes que fuesen los estados anti­
guos en cuanto a su régimen político, todos tenían un carácter com ún:
cada uno de ellos era una organización política que expresaba y de­
fendía únicamente los intereses de los hombres libres.

V II

Sabemos ahora que el desarrollo de las fuerzas productivas, que,


en definitiva, determina el de todas las relaciones sociales, depende
de las propiedades del medio geográfico. Pero una vez que ciertas
relaciones sociales han surgido, ejercen, a su vez, una gran influencia
sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. De manera que lo que
primeramente es una consecuencia se convierte, a su tum o, en una
causa; entre la evolución de las fuerzas productivas y el régimen social
se produce una acción y una reacción recíprocas, que toman en dife­
rentes épocas las formas más variadas.
Es menester no perder de vista que el estado de las fuerzas pro­
ductivas condiciona no solamente las relaciones interiores que existen
en el seno de una sociedad, sino también sus relaciones exteriores.
A cada grado del desenvolvimiento de las fuerzas productivas corres­
ponde un carácter determinado del armamento, del arte militar y, en
fin, del derecho internacional, o más exactamente, del derecho inter-
social, entre otros, del derecho de tribu a tribu. Las tribus de cazadores
no llegan a constituir organizaciones políticas de consideración, preci­
samente porque el bajo nivel de sus fuerzas productivas les obliga,
según una vieja expresión rusa, a dispersarse, cada una para sí, en
pequeños grupos sociales, en busca de su alimento. Pero cuanto
más “ se dispersen cada uno para s í” estos grupos sociales, tanto más
inevitables son las luchas sangrientas que surgen para resolver litigios
que en una sociedad civilizada podrían resolverse fácilmente por un
juez de paz. Eiyre relata que cuando varias tribus australianas se en­

* Volkerkunde, I, p ág. 83. E s de notar, desde luego, que reducir a la escla­


vitud es, a veces, en los prim eros grados de la evolución, simplem ente incorporar por
la fuerza los prisioneros a la organización social de lo s vencedores, confiriéndoles
lo s mismos derechos q\ze a estos últim os. N o existe entonces el provecho sum inis­
trado por el sobretrabajo del prisionero, sino sim plem ente una ven taja común que
se desprende de la colaboración eon este últim o, Pero esta form a de esclavitud pre­
supone la existencia de ciertas fuerzas de producción y de cierta organización de
la producción.
EL MATERIALISMO M ILITANTE 383

cuentran en un lugar determinado con fines comunes, las relaciones


que se establecen no son nunca de larga duración. Aún antes de que la
falta de alimentos o la necesidad de entregarse a la caza hayan obliga­
do a los aborígenes australianos a separarse, surgen entre ellos conflic­
tos que degeneran rápidamente en verdaderas batallas
Se comprende que semejantes luchas se produzcan por las causas
más diversas. Pero es digno de mención que la mayor parte de los
viajeros las atribuyan a causas económicas. Cuando Stanley pregun­
taba a los indígenas del. Africa ecuatorial por qué hacían la guerra a
las tribus vecinas ellos respondían: “ Los nuestros parten de caza. Los
vecinos se disponen a rechazarlos. Entonces nosotros les atacamos y
ellos a su turno nos atacan y peleamos hasta que nos hayamos fati­
gado o hasta que uno de los campos haya quedado vencedor” **.
Burton dice también: “ Todas las guerras de Africa reconocen dos
causas principales: el robo de ganado o la captura de hombres” ***.
Ratzel considera como probable que en Nueva Zelandia las guerras
entre los indígenas no tuvieran otro móvil que el deseo de regalarse con
carne humana****. Mas tal inclinación marcada de los indígenas a la
antropofagia se explica por la pobreza de la fauna neo-zalandesa.
Todos saben que la marcha de una guerra depende del arma­
mento de las partes beligerantes. Pero el armamento se encuentra
determinado por el estado de sus fuerzas productivas, por su econo­
mía y las relaciones sociales que se han constituido sobre la base de
esta economía *****.
Decir que tales pueblos o tribus han sido conquistados por otros
pueblos no es, sin embargo, explicar por qué las repercusiones socia­
les de su servidumbre han sido precisamente éstas y no otras. Las
consecuencias sociales de la conquista de las Galias por los Romanos
no fueron, en modo alguno, las mismas que las de la conquista del
mismo país por los Germanos. Las consecuencias sociales de la con­
quista de Inglaterra por los Normandos no fueron las mismas que
las que trajo consigo la de Rusia por los Mongoles. Eta todo estos ca­
sos la diferencia fue determinada en último análisis por la que existía
entre el régimen económico de la sociedad sometida y la de la socie­
dad qne la había conquistado. Cuanto más se desarrollen las fuerzas
económicas de una tribu o de un pueblo, mayores son las posibi­
lidades que tiene de armarse para la lucha por la existencia. Sin em­
bargo, esta regla general admite muchas excepciones que merecen ser

* Ed. J . E y r e: Manners and eustoms of the aborigines of the Australia. Lon­


dres, 1847, pág. 243.
** D ans les ténébres de P A frique, P arís, 1890, t. I I , pág. 91.
845 B u rto n : V oyage aux grands íaes de l ’A frique Oriéntale. París, 1862,
pág. 666.
«*** 'Volkerkunde, t. I , pág. 93.
}5 S ]0 qUe explica muy bien E ngels en los capítulos del Anti-Dühring, consa­
grados al análisis de la teoría de la v io lw .e n . Ver igualm ente L es m aitres de la
gu eire, por el teniente coronel Eousset, profesor de la Escuela Superior de Guerra.
P arís, 1901, pág. 2.
384 G. PLEJA NOV

tenidas en debida cuenta. Cuando el desarrollo de las fuerzas produc­


tivas se encuentra a un nivel muy bajo, la diferencia en el armamento
de tribus que tienen grados muy diferentes de desarrollo econó­
mico —por ejemplo, pastores nómades o agricultores sedentarios— no
puede ser tan grande como lo será posteriormente. Además, la pro­
gresión en la vía del desarrollo económico ejerce una influencia
decisiva en el carácter de un pueblo determinado, disminuyendo su es­
píritu guerrrero, a veces hasta un extremo que le vuelve incapaz para
oponerse a un enemigo económicamente más atrasado, pero, sin em­
bargo, más acostumbrado a la guerra. Por ello no es raro que apaci­
bles tribus de agricultores caigan bajo el yugo de pueblos belicosos.
Ratzel hace notar que los más sólidos organismos estatales son estable­
cidos por los “ pueblos semi-civil izados ” por el hecho de c o n c u rr ir
a su formación dos elementos: agrario y pastoral, que se encuentran
reunidos por la conquista . Por exacta que sea esta observación, en
general, es necesario recordar que en semejantes casos —la China cons­
tituye un excelente ejemplo— los conquistadores económicamente
atrasados sufren poco a poco la influencia del pueblo conquistado} más
avanzado en el orden económico.
El medio geográfico ejerce una gran influencia, no solamente
sobre las tribus primitivas, sino también sobre lo que se llama pue­
blos civilizados. Marx dice: “ La necesidad de establecer un control
social sobre determinada fuerza natural, de explotarla de una ma­
nera económica, de captarla, primero, y de dominarla, después, por
medio de obras considerables, elevadas por el esfuerzo humano or­
ganizado, desempeña un papel muy importante en la historia de la
industria. Tal fue el significado de la reglamentación de las aguas en
Egipto. Lombardía, Países Bajos, Persia e Indias, donde la irriga­
ción por medio de canales artificales trae al suelo no solamente el
agua indispensable-, sino también, y al mismo tiempo, con el limo que
ésta arrasta, el abono mineral de las montañas. El secreto del desa­
rrollo de la industria en España y en Sicilia bajo la dominación ára­
be residía en la canalización” *.
La doctrina de la influencia que el medio geográfico ejerce sobre
la evolución histórica de la humanidad ha sido frecuentemente redu­
cida al simple reconocimiento de la influencia inmediata del “ clima7*
sobre el hombre social: se suponía que bajo la influencia del “ clima”
cierta “ raza” se volvía amante de la libertad, mientras otra se incli­
naba a sufrir pacientemente el poder de un soberano más o menos
despótico y una tercera se hacía supersticiosa y caía, por consiguiente,
bajo la dominación del clero, etcétera. Semejante concepción prevalece,
por ejemplo, en Buclde **. Según Marx, el medio geográfico actúa sobre

* E l Capital, págs. 524-526.


** V er su H isto ry of civü isation iii- Englcmd, vol. I. Leipzig, 1865, págs. 36-37.
Según B u c ile , “ el aspecto general del p aís ( the gen eral aspeet o f n a tu re ), que es
una de las cuatro causas determ inantes del carácter particular de un pueblo, influye
EL MATERIALISMO M ILITANTE 385

el hombre por intermedio de las relaciones de producción que nacen


en un medio determinado, sobre la base de fuerzas de producción deter­
minadas, cuya primera condición de desarrollo está precisamente
representada por las propiedades de dicho medio. La etnología mo­
derna se adhiere cada vez más a este punto de vista y, por consiguiente,
reserva a la “ raza” un lugar más y más restringido en la historia
de la “ civilización” . “ La posesión, de cierto fondo de civilización
—dice Ratzel— nada tiene que ver con la raza en s í” 1S.
Pero una vez que se ha alcanzado cierto grado de “ civilización” ,
ésta ejerce inconstestablemente su influencia sobre las cualidades
físicas y psíquicas de la “ raza” *.
La influencia del medio geográfico sobre el hombre social repre­
senta una cantidad variable. La evolución de las fuerzas productivas,
condicionadas por las propiedades de este medio, aumenta el poder
del hombre sobre la naturaleza y, por ende, crea una relación nueva en­
tre el hombre y el medio geográfico ambiente. Los ingleses de nuestros
días reaccionan sobre este medio de modo muy diferente al de las tribus
que poblaban Inglaterra en los tiempos de Julio César. Por esta razón se
encuentra descartada definitivamente la objeción según la cual el ca­
rácter de la población de un país determinado no puede transformarse
fundamentalmente, cuando sus condiciones geográficas permanecen las
mismas.

sobre todo sobre la im aginación, y una, im aginación fuertem ente desarrollada en­
gendra supersticiones, las que a su vez entorpecen el desarrollo del saber. L a fre­
cuencia de los temblores de tierra en el Perú al actuar sobre la imaginación, do los
indígenas ha ejercido también su in flu en cia sobre su régim en político. S i loa espa­
ñoles y los italian os son supersticiosos ello se debe tam bién a loa temblores de la
tierra y a las erupciones volcánicas. (Ib id ., págs. 112-113). E sta acción directamente
psicológica es particularmente fuerte en los prim eros estadios del desarrollo cultu­
ral. Sin embargo, la ciencia moderna establece una sem ejanza m uy notable entre
las creencias religosas de las razas prim itivas colocadas en el mismo nivel de des­
arrollo económico. Las opiniones de Bunckle, que tom a de los escritores del siglo
habían sido y a expresadas por Hipócrates (ver D es airs, des emix et des lieux, /tra­
ducción de Coray, P arís, 1800, párrafos 76, 85, 88, etc.).
* P a ia todo lo que concierne a la raza, véase el trabajo interesante de J. F inot:
L e préju g ó des races. P arís, 1905. W aitz dice: " A lg u n a s tribus negras ofrecen un
ejem plo notable de 3a relación que existe entre la ocupación principal y el carácter
n a cio n a l” . (Ant'hropologie des N atwvóVker, I I , pág. 107).
386 G. P LEJA N O V

V III

Las relaciones jurídicas y políticas * engendradas por una estruc­


tura económica dada ejercen una influencia decisiva sobre toda la
psicología del hombre social, Marx dice: “ Sobre las diferentes formas
de la propiedad, sobre las condiciones sociales de existencia, se erige
toda una superestructura de sensaciones, de ilusiones, maneras de
pensar, de concebir la vida, todas diversas y singulares en su género
E l “ ser” determina el “ pensar”. Y se puede decir que cada nuevo
progreso realizado por la ciencia en la explicación del proceso del
desarrollo social representa un nuevo argumento en favor de esta tesis
fundamental del materialismo moderno.
Ya en 1877 Ludwig Noiré escribía: “ Fue la actividad en común
dirigida hacia un fin común, fue el trabajo primordial de nuestros
antepasados, los que dieron nacimiento al lenguaje y a la vida
cultural” **. Desarrollando este notable pensamiento, L. Noiré indica
que primitivamente, el lenguaje designa las cosas del mundo objetivo,
no como figuras, sino como cosas que han tomado una figura (nieht
ais Gestalten, sondern ais gesialtete), no como seres activos que ejercen
una iacción sino como seres pasivos que sufren la misma '***. Y explica
esto por la consideración exacta de que “ todas las cosas hacen su
aparición en el campo visual del hombre, es decir, que adquieren para
él existencia de “ cosas” , sólo en la medida en qne sufren su acción y
es conforme a ello que reciben sus nombres y apelativos E n resu­
men, es la actividad humana la que, según la opinión de Noiré, da su
contenido a las raíces primitivas del lenguaje *****. Es interesante
comprobar que Noiré veía el primer germen de su teoría en el pensa­
miento de Feuerbaeh de que la esencia del hombre reside en la comu­
nidad, en la unidad del hombre con el hombre. Se ve visiblemente que
ignoraba a Marx; de otro modo se habría dado cuenta de que su con­
cepción sobre el papel de la actividad en la formación del lenguaje es
muy próxima a la de aquél, quien en su teoría del conocimiento insiste

* P ara lo que se refiere a la in flu en cia ejercida por la economía sobre la s re­
laciones sociales, ver E n gels: D er U rsprung der Fa-núlie, des P ñ v a te ig e n tlm v is und
des S ta a ts. 8.11 edición, S tu ttgart, 1900; B. H ild eb ran d : E eoht und S itie au f vers-
cM edenen K ult-urstufen, 1.a parte, Jen a, 1896. D esgraciadam ente, Hildebrand no
sabe utilizar bien los datos económicos. E l interesante trabajo de T. A chelis:
JKechtsentstehung und RecJitsgescliichie, L eipzig, 1904, trata del derecho como pro­
ducto del desarrollo social, pero no profundiza la cuestión de saber qué es lo qu®
condiciona este desarrollo. En el libro de i í , A . V accaro: L es bases sociologiques du
d ro it e t de l ’E ta t, P arís, 1898, se encuentran dispersas m uchas observaciones de de*
ta lle que aclaran ciertos aspectos de la cuestión; pero, en suma, el autor mismo no
se ha hecho una idea ju sta del asunto. Ver igualm ente T eresa Labriola: B evison e
C ritica delle p iíí recen ti teorie sulle origin i del D iritto , Roma, 1901.
*'* D er U rsprung d er Spraohe, M aguncia, pág. 331.
*** Ibid., pág. 341.
**** Ib id ., pág. 347.
***** Ibid., pág. 369.
E L MATERIALISMO M ILITANTE 387

de modo especial sobre la actividad humana, en oposición a Feuerbaeh,


que habla preferentemente de la “ contemplación” .
Casi no hay necesidad de recordar, a propósito de la teoría de
Noiré, que el carácter de la actividad humana en el proceso de la pro­
ducción está determinado por el estado de las fuerzas productivas.
Ello es evidente. Más útil es hacer notar que la influencia decisiva del
modo de existencia sobre el pensamiento es particularmente visible en
las razas primitivas, cuya vida social e intelectual es incomparablemente
más simple que la de los pueblos civilizados. Van den Stein escribe, a
propósito de los indígenas del Brasil central, que nosotros no los com­
prendemos más que cuando los consideramos como el producto de una
sociedad basada sobre la “ caza” . “ La fuente principal de su experien­
cia, dice, era su contacto eon los animales, y es por medio de esta
experiencia que ellos se ayudan. . . para explicarse la naturaleza, para
formarse una concepción del mundo. Las condiciones de una vida
hecha a base de la caza han determinado no solamente la concepción
del mundo propia a estas tribus-, sino también sus ideas morales, sus
sentimientos y, anota el mismo autor, hasta sus gustos artísticos. Y
vemos que exactamente ocurre lo mismo entre los pueblos pastores.
Existe entre ellos lo que Ratzel llama pastores exclusivos, en los cuales
“ el tema del 90 por 100 de las conversaciones es el ganado, sus orí­
genes, sus costumbres, sus cualidades y sus defectos” \ Los des­
graciados Herreros, que los “ alemans civilizados ’’ han pacificado
recientemente con crueldad tan bestial, pertenecen a estos pueblos pas­
tores exclusivos
Desde el momento en que la fuente principal de experiencia era
para el cazador primitivo el ganado y que toda su concepción del mundo
reposaba sobre esta experiencia, no es de extrañarse que haya sido la
misma fuente de donde él ha extraído el contenido de toda aquella
mitología de Jas tribus de cazadores, que le sirve tanto de filosofía
como de teología y ciencia. “ Lo que caracteriza la mitología de los
bosquímanos dice Andrew Lang, es el papel exclusivo que en ella
desempeñan los animales. Aparte de una vieja mujer que aparece aquí
o allá, en sus leyendas incoherentes, el hombre no juega en ellas ningún

* lin te r den Naturvolfoern Z en tral-B rasiliens, pága. 205-206.


** Por lo que se refiere a los pueblos exclusivam ente p a sto res” , ver particu­
larm ente el libro de G ustav F íseh er: H ingéborene Stikl-Áfrikas, Breslau, 1872. Fis-
cher dice: “ E l ideal del cafre, el objeto con que sueña, y que exalta con predilección
en sus cantos, son loa bueyes, es decir, su bien m ás precioso. Los elogios al gauado
alternan en los cantos con los dedicados al je fe de la tribu, y aírn en éstos es su
ganado el que desempeña m ayor papel (t, I , pág. 8 5 ). L os cuidados que hay que
prodigar a l ganado son a los o jo s del cafre la tarea m ás honrosa ( I , pág. 85) ; la
guerra mism a es una ocupación favorita del cafre sólo porque en su pensam iento
ella está unida a la idea de un b otín a b ase de ganado ( I , 'pág. 7 9 ). ( i Los litig io s
entre los cafres se originan en disputas a propósito del g an ad o" (I, pág. 322),
R seb er ¡ha hecho igualm ente una descripción muy interesante de la vida de los
Bosquím anos cazadores ( I , págs. 424 y sig s.),
38S G. PLEJANOV

papel. Según Smith los indígenas de Australia que se encuentran


todavía, como los bosqnímanos, en el período de la caza, tienen por
dioses, principalmente, a los pájaros y a las bestias *.
La religión de las razas primitivas 110 está por el momento, sufi­
cientemente explorada. Pero lo que nosotros sabemos de ellas confirma
ya absolutamente la exactitud de esta breve fórmula de Feuerbacli-
Marx de que “ 110 es la religión la que hace al hombre, sino el hombre
el que hace la religión” . Taylor dice: “ Bs evidente que en todos los
pueblos el hombre era el tipo de la divinidad. Esto explica porqué la
estructura de la sociedad humana y su gobierno se convierten en el
modelo conforme al cual son representados la sociedad celeste y el
gobierno de los cielos” **. Esto constituye ya, sin la menor duda, una
concepción materialista de la religión. Saint Simón, como se sabe, sos­
tenía un punto de vista opuesto, que explica el régimen social y político
de los antiguos griegos por sus creencias religiosas. Mucho más impor­
tante todavía es el hecho de que la ciencia comience ya a descubrir
la relación causal que existe entre el desarrollo de la técnica de las
razas primitivas y su concepción del mundo ***. Es evidente que pre­
ciosos y numerosos descubrimientos son de prever en este punto 10.
De todas las ideologías de la sociedad primitiva, es el arte el que
mejor ha sido explorado. Se han acumulado a este propósito materiales
extremadamente abundantes que constituyen la prueba más inatacable y
concluyente de la exactitud, y por así decirlo de la inevitabilidad de
la interpretación materialista de la historia. Estos materiales son tan
numerosos que no podemos enumerar aquí sino las obras más importan-
tes de este género: Schvjeinfurtk Artes Áfricanae, Leipzig, 1875; R. An~
clree, E'thnographische Parallelen, artículo titulado Das Zeichnen ~bei
den Naturvdlhern: Von den Eteinen. Uni'er den Naturvolhern Zenfral
Brasiliens, Berlín, 1894; C. Mallery, Picture W ritmg of the American
Tndians - Annual Reporf of the Burean of Einology, Washington, 1893
(los informes para los otros años contienen datos preciosos sobre la
influencia ejercida por la técnica, principalmente del arte textil, sobre
la ornamentación): Hornes, JJrgeschickte der bildenden Kunst in
Europa, Viena, 1898; Brnst Crosse, Die Anfange der Kunst, y su otro
libro, Kunstwissenschaftlichie Etudien, Tubinga, 1900; Yryo ílirn , Der
TJndsprung der Kunst, Leipzig, 1904; Karl Bücher, Arbeü und Ryth-
mus tercera edición, 1902; Gabriel y Adr. de Mortillet, Le Príhisiorique

* Conviene ecordar en este panto la observación de R. Andrée, quien dice


que el hombre representa, prim itivam ente, sus dioses b ajo el aspecto de animales.
“ Cuando se lleg a m ás tarde a concebir los anim ales con atributos antropom órficos,
los m itos de la m etam orfosis de los hombres en anim ales comienzan a m an ifesta rse'
( B tnographische P arallele und V ergleiche. N en e F olge, L eipzig, 1889, pág. 116).
L a aparición de las ideas antropom órficas sobre lo s anim ales supone ya un nivel
relativam ente más elevado del desarrollo de las fuerzas productivas. Comparar igu al­
mente F rob en iu s: D ie W eU anschav/m g der Natn-rvóllcer, W eim ar, 1898, pág. 24.
L a c w ilisa tio n p rim itive, P arís, 1876, t. I I , pág. 322.
*** Comparar G-. Schurz: VorgescM cM e der E u ltu r. — L eipzig y Viena, 1909,
p ágs. 559-564. Volveremos sobre este tem a en otra ocasión.
EL MATERIALISMO MILITANTE 389

París, 1900, pág. 217-230; Bornes. Der Diluviales Mensch m Europa,


Brunswick, 1903; Sophus Miiller, l ’Europe Prekistorique? traducido
del danés por Em. Philippot, París, 1907; Ricii Wallaschek, Anfange
der Tonhust, Leipzig, 1903.
Se verá por las tesis que siguen y qne tomamos de los autores que
acabamos de citar, cuáles son las conclusiones a las que llega la ciencia
moderna en la cuestión del nacimiento del arte,
Hornes dice: “ E l arte ornamental no puede desarrollarse sino
partiendo de la actividad industrial que constituye la condición mate­
rial p re v ia .,. Pueblos sin ninguna industria no tienen-ornamentación
y no pueden tenerla” ,
Von den Steinen estima que el dibujo (Zeiclmen) tiene su origen
en los signos (Zeichen) adoptados con fines prácticos para designar
los objetos.
Bücher llega a la misma conclusión de que “ el trabajo, la música
y la poesía lian debido, en su período primitivo, formar una amalgama
única, pero que el elemento fundamental de esta trinidad era el trabajo,
en tanto que los otros dos no tenían sino un valor accesorio7’. A su
juicio, “ el origen de la poesía debe ser buscado en el tra b a jo O b s e rv a
que ninguna lengua dispone en orden rítmico las palabras que forman
una proposición. Resulta, pues, imposible que los hombres hayan llegado
al lenguaje poético cadencioso por el empleo de su lenguaje ordinario.
A ello se oponía la lógica interna de este último. Pero, ¿cómo explicar
el nacimiento del. lenguaje rimado ? Bücher supone que los movimientos
rítmicos y coordinados del cuerpo han comunicado al lenguaje con
imágenes las leyes de su coordinación. Es tanto más plausible esta con­
cepción cuanto que en los grados inferiores de la evolución estos
movimientos rítmicos se acompañan habitualmente de canto. Pero,
¿cómo explicar la coordinación de los movimientos corporales? Por el
carácter de los procesos de producción. Así, pues, “ el secreto de la
versificación reside en la actividad, productora" *,
R. "Wallaschele, formula su concepción sobre el origen de las
producciones escénicas entre las razas primitivas en los siguientes
términos **.
“ Los temas de estos juegos escénicos eran:
1.° La caza, la guerra, el canotaje (entre los cazadores, la vida y
las costumbres de los animales; pantomimas de carácter animal y
máscaras) ***.
2.° La vida y las costumbres del ganado (entre los pueblos
pastores).
3.° El trabajo (entre los agricultores: las semillas, la trilla, el
cuidado de las viñas)

* A r b e it und B yth m u s, pág. 342.


** A n fa n g e der Tonhunst, p á g . 2 5 7 .
*** Figurando tam bién, ordinariamente, animales.
390 G. PLEJA NOV

“ En la representación participa la tribu entera (coro), que canta


y acciona. Se cantan palabras cualesquiera, pues el contenido de los
cantos los constituye precisamente la parte escénica (pantomima). Se
representan sólo los actos de la vida cotidiana, cuyo cumplimiento es
absolutamente necesario en la lucha por la existencia” . Wallaschek dice
que durante semejantes representaciones, en gran número de tribus, el
coro estaba dividido en dos partes, colocadas una frente a otra. “ Tal
era, agrega, el aspecto primitivo del drama griego que en su origen
fue igualmente una pantomima de carácter animal. E l animal, que
representaba el mayor papel en la vida económica de los griegos, era
la cabra (de ahí la palabra tragedia, que viene de tragos, macho
cabrío).
Casi no es posible imaginar una ilustración más brillante a la
tesis de que no es el ser quien está determinado por el pensamiento,
sino el pensamiento por el ser.

IX

La vida económica se desarrolla bajo la influencia del incremento


de las fuerzas productivas. Esto implica porqué las relaciones que
existen entre los hombres en el proceso de producción se transforman y,
con ellas, el estado psíquico humano. Marx dice: “ E n cierto grado de
su evolución, las fuerzas productoras de la sociedad resultan en con­
tradicción con las relaciones de producción que existen en el seno de
esta sociedad, o, en términos jurídicos, con las relaciones de propiedad,
en el cuadro de las cuales aquéllas habían evolucionado. De formas que
favorecen la evolución de las fuerzas productivas estas relaciones se
transforman en cadenas que traban estas últimas. Comienza entonces
una época de revolución social. Con la transformación de la base
económica, toda la formidable superestructura edificada sobre ella se
transforma a un ritmo, ya lento, ya acelerado. Ninguna formación
social desaparece antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas
productoras que en ella encuentran suficiente espacio, ni se establecen
jamás nuevas relaciones de producción en lugar de las precedentes,
mientras que las condiciones materiales indispensables a su existencia
no hayan madurado en el seno mismo de la vieja sociedad Y es que
la humanidad nunca se plantea sino problemas que puede resolver, ya
que, apreciando de cerca la cuestión, se encontrará que el problema
no se presenta sino allí donde las condiciones necesarias a su solución
existen ya o están, por lo menos, en vías de aparición” *.
Tenemos de este modo ante nosotros un verdadero “ álgebra” , un
“ álgebra” puramente materialista de la evolución social. E n este

* P refacio a la Crítica áe ia econom ía política.


EL MATERIALISMO M ILITANTE 391

álgebra hay lugar tanto para los “ saltos” —de la época de revolución
social— como para las transformaciones graduales. Las transformacio­
nes graduales que se producen desde el punto de -vista cuantitativo, en
las propiedades de un orden de cosas dado, llegan, finalmente, a una
transformación de la calidad, es decir, de la desaparición del antiguo
modo de producción —o de la antigua formación social, según la
expresión empleada por Marx en este caso— y a su reemplazo por un
nuevo modo de producción. Según Marx, los modos de producción
antiguo, oriental, feudal y burgués contemporáneo pueden ser conside­
rados, de manera general, como épocas consecutivas (“ progresivas” )
de la evolución económica de la sociedad, Pero es necesario creer que
después de haber conocido el libro de Morgan sobre la sociedad p ri­
mitiva, Marx ha modificado su concepción de la relación existente en
el modo de producción antiguo y «1 modo de producción oriental. En
efecto, la lógica del desarrollo económico del modo feudal de producción
ha llevado a la revolución social que ha mareado el triunfo del capita­
lismo, Pero la lógica del desarrollo económico de la China o del Egipto
antiguos, por ejemplo, no ha conducido en modo alguno a la aparición
del modo antiguo de producción. En el primer caso existen dos fases
del desarrollo, apareciendo la una a continuación de la otra y siendo
ésta engendrada por aquélla, en tanto que el segundo caso nos presenta
más bien dos tipos coexistentes de desarrollo económico. La sociedad
antigua ha sucedido a la organización social por clanes, mientras que
ésta ha precedido al advenimiento del régimen social oriental. Oada
uno de estos dos tipos de organización económica hizo su aparición
como resultado del crecimiento de las fuerzas productoras que se había
efectuado en el seno de la organización social basada en el clan y que,
debía, finalmente, traer la descomposición de esta organización. T si
estos dos tipos difieren considerablemente el uno del otro, sus signos
distintivos principales se han formado bajo la influencia del medio
geográfico. En un primer caso, éste imponía a la sociedad, que había
alcanzado un grado determinado de desarx*ollo de las fuerzas produc­
toras, un determinado conjunto de relaciones de producción y, en el
segundo caso, otro muy distinto del primero.
E l descubrimiento de la organización en clanes está llamado evi­
dentemente a jugar el mismo papel que el de la célula en biología.
Hasta tanto Marx y Engels no tuvieron conocimiento de la organiza­
ción del clan, su teoría de la evolución social no podía dejar de pre­
sentar lagunas importantes, como lo ha reconocido luego Engels
mismo.
Pero dicho descubrimiento, que por primera vez permitía com­
prender los estadios inferiores de la evolución social, no ha sido más
que un argumento nuevo y poderoso en favor de la interpretación
materialista de la historia y no en contra de ella. Tal descubrimiento
ha permitido comprender mucho mejor el proceso de las primeras fases
del ser social, así como la manera cómo este último determinaba en­
tonces el pensamiento social, y por ello mismo ha iluminado de modo
392 G. PLEJANOV

extraordinario la concepción de que el pensamiento social está deter­


minado por el ser social.
Desde luego nos referimos a ésto sólo de paso. La cuestión prin­
cipal sobre la cual es necesario fijar la atención, es la indicación Lecha
por Marx de que las relaciones de propiedad establecidas en un grado
determinado del desarrollo de las fuerzas productoras favorecen du­
rante cierto tiempo el crecimiento de estas fuerzas, y luego comienzan
a trabarlo *. Aunque un estado determinado de fuerzas productoras sea
la causa que suscita relaciones determinadas de producción, y, en p a rti­
cular, de propiedad, una vez que estas últimas han aparecido como
consecuencia de la causa indicada, comienzan a su vez a influir sobre la
misma. Se establece así un sistema de acción y reacción recíprocas en­
tré las fuerzas productoras y la economía social. Por otra parte, viene
a edificarse sobre la base económica de toda una superestructura de
relaciones sociales, así como de sentimientos y de concepciones del mis­
mo orden. Ahora bien, como esta superestructura comienza también
por favorecer el desarrollo económico para trabarlo después, se esta­
blece igualmente una acción y una reacción recíprocas entre la super­
estructura y la base. Este hecho resuelve enteramente el misterio de
todos aquellos fenómenos que, a primera vista, parecen contradecir la
tesis fundamental del materialismo histórico.
Todo lo que ha sido dicho hasta ahora por los “ críticos” de Marx
sobre el pretendido carácter unilateral del marxismo y su desprecio
por todos los “ factores’' de la evolución social que no sea factor econó­
mico, proviene simplemente de la incomprensión de aquellos sobre el
papel que Marx y Engels reservan a la acción y a la reacción recíprocas
entre la “ base” y la “ superestructura”. P ara convencerse de la poca
importancia que Marx y Engels asignan, por ejemplo al factor políti­
co, basta leer las páginas del Manifiesto Comunista, donde se trata
del movimiento de emancipación de la burguesía. Se dice en ellas:
“ Clase oprimida por el despotismo feudal, asociación armada gober­
nándose ella misma en la comuna, aquí libre república municipal;
allá tercer estado tributario de la mtinarquía; luego, durante el pe­
ríodo manufacturero, contrapeso de la nobleza en las monarquías
limitadas o absolutas, piedra angular de las grandes monarquías, la
burguesía, desde el establecimiento de la gran industria y del mercado
mundial, se ha apoderado por fin, de modo exclusivo, del poder po-

* Volvamos a la esclavitud. E n un cierto nivel ella contribuye al desarrollo


de las fuerzas productoras, pero después com ienza a trabarlo. Su desaparición entre
las naciones civilizadas de Occidente es la consecuencia de su desarrollo económico.
(Sobre la esclavitud ver la interesante obra del profesor E t. Cicotti: 11 tram onto
d ella schiavit-u, Turín, 1899).
J . H . Speke dice en L es So-urces du N ü (P arís, 1865, pág. 2 1 ), que entre los
negros, los esclavos estiman, que evadirse es cometer con el dueño que ha dado di­
nero por ellos una acción in fam an te y contraria al honor. A ello es necesario agre­
gar que estos mismos esclavos consideran su situación como m ás honrosa que la
del trabajador asalariado. Sem ejan te m anera de pensar corresponde a este período
de la sociedad, “ en donde la esclavitud existe todavía como un fenómeno de
progreso*
EL MATERIALISMO M ILITANTE 393

lítieo en el Estado representativo moderno. El gobierno moderno no


es más qne nn comité administrativo de los negocios comunes de la
clase burguesa” .
La importancia del “ factor” político aparece aquí con nitidez
extraordinaria — 110 faltando “ críticos” que la consideran exagerada.
Pero el origen y el poder de este factor, así como la manera como ejer­
ce su acción en cada período dado del desarrollo de la sociedad bur­
guesa, son explicadas en el Manifiesto Comunista por la marcha del
desarrollo económico y, por consiguiente, la variedad de los “ factores”
no perjudican -en nada a la unidad, de la causa inicial.
F.s indudable qne las relaciones políticas influyen sobre el movi­
miento económico; pero no lo es menos que antes de influir sobre el
movimiento son creadas por él.
Es necesario decir otro tanto del estado psíquico del hombre social
de aquello que Stammler llamaba, de una manera un poco unilateral,
los conceptos sociales. E l Manifiesto demuestra, sin dejar lugar a dudas,
que sus autores habían comprendido bien el valor del “ factor” ideo­
lógico, Vemos sin embargo, según el mismo Manifiesto que si el “ fac­
to r” ideológico desempeña un papel importante en el desarrollo de la
sociedad, el mismo es previamente creado por este desarrollo,
“ Cuando el mundo antiguo estuvo a punto de perecer, las viejas
religiones fueron vencidas por la- religión cristiana. Cuando las ideas
cristianas sucumbieron frente a las ideas de progreso del siglo X V III,
ía sociedad feudal libraba una lucha a muerte con la burguesía, enton­
ces revolucionaria” . En el caso que nos interesa, el último capítulo
del Manifiesto es todavía más convicente. Sus autores dicen en él que
sus compañeros de ideas aspiran a inculcar a los obreros, tan netamen­
te como sea posible, la conciencia del antagonismo que existe entre los
intereses de la burguesía y los del proletariado. Se comprende bien
que quien no concede importancia al “ factor” ideológico no tiene
razón para aspirar a formar conciencia de una cuestión determinada
en no importa qué grupo soeial.

Citamos el Manifiesto de preferencia a los demás escritos de Marx


y Engels, porque él se refiere a la primera época de su actividad, en
la que, según lo aseguran algunos de sus “ críticos” , tenían una mane­
ra “ unilateral” de comprender las relaciones existentes entre los dife­
rentes “ factores” del deserrollo social. Vemos así claramente que en
esta época también Marx y Engels se distinguían no por una “ manera
unilateral” de comprender las cosas, si no más bien por una tendencia al
monismo, por una repugnancia hacia aquel eclecticismo que se hacía
tan evidente en las observaciones de los señores “ críticos” .
394 G. PLEJA N O V

No es raro que se haga referencia a dos cartas de Engels, publi­


cadas en el Sozialistiscker Ákadamiher y escritas una en 1890 y la otra
en 1894. El señor Bernstein se ha apoderado con júbilo de estas dos
cartas, cuyo contenido constituiría, según dice, un testimonio evidente
de la evolución que se habría producido en las opiniones del amigo y
colaborador de Marx. Extrae de ellas dos pasajes, a su juicio los más
convincentes, que nosotros creemos necesario reproducir, ya que ellos
demuestran precisamente lo contrario de lo que ha pretendido probar
el señor Bernstein.
Dice el primero de estos pasajes: “ Existen por consiguiente,
innumerables fuerzas que' se entrecruzan, un número infinito de para-
lelogramos de fuerzas, que dan una resultante} el acontecimiento
histórico, el cual puede, a su vez ser considerado como producto de una
potencia que actúa como un todo, sin conciencia ni voluntad. Porque
lo que cada uno quiere separadamente es impedido por los demás, y lo
que de ello resulta es algo que nadie ha deseado” . (Carta, de 1890).
He aquí ahora el otro pasaje: “ E l desarrollo económico, jurídico,
filosófico, literario, artístico, etc., reposa sobre el desarrollo económico.
Pero todos reaccionan, conjunta y separadamente, uno sobre el otro y
sobre la base económica” . (C arta de 1894), E l señor Bernstein ha en­
contrado que “ ésto suena algo diferente” al prefacio de la obra Z ur
Kritih der PolitiscJien Oehonomie, que hace resaltar la relación que
existe sobre la “ base” económica y la “ superestructura” que se erige
sobre esta última. Pero, ¿por qué es diferente? En realidad, el pasaje
citado no hace sino repetir lo que se dice en el prefacio en cuestión.
Ese desarrollo político u otro reposa sobre el desarrollo económico.
Evidentemente el Sr. Bernstein ha comprendido el prefacio de Zur
K ritik en forma un poco diferente, es decir, en el sentido de que la
superestructura social e ideológica qne viene a colocarse sobre la
“ base económica” , no ejerce ninguna influencia sobre ella, Pero sa­
bemos ya que no hay nada más erróneo qne una manera semejante
de comprender el pensamiento de Marx. Y los que han seguido de
cerca los ensayos “ críticos” del señor Bernstein no podían sino alzarse
de hombros al ver que el hombre que en otra época se había propuesto
la tarea de popularizar la doctrina de Marx no se tomaba el trabajo, o
más exactamente, era incapaz de comprender previamente esa doctrina.
E n la segunda carta de las citadas por el señor Bernstein existen
pasajes que dilucidan el sentido causal de la teoría histórica de Marx,
mucho más importantes tal vez que las líneas tan mal comprendidas por
aquél y que acabamos de citar. Uno de estos pasajes esta concebido
en estos térm inos: “ No hay entonces un efecto automático de la situa­
ción económica, como algunos gustan figurárselo por comodidad. Son
los hombres los que hacen su propia historia, pero en un medio dado
que los condiciona (in einem gegebenen, sie bedingenden Milieu), sobre
la base de relaciones efectivas determinadas. Entre estas últimas son,
sin embargo, aquéllas de orden económico las que tienen, al fin y al
EL MATERIALISMO MILITANTE 395

cabo, cualquiera que sea la influencia ejercida sobre ellas por las de
orden político e ideológico, una acción decisiva, y constituyen el bilo
conductor que permite comprender el conjunto del sistema’'.
E ntre la gente que interpreta la doctrina histórica de Marx y En­
gels, en el sentido de que “ hay un efecto automático de la situación
económica” , se encontraba igualmente, como acabamos de verlo, el
señor Bernstein, en la época en que era todavía ‘ ‘otrodoxo ’\ Entre
ella es necesario enrolar también a un gran número de “ críticos” de
Marx, que han retrocedido “ del marxismo al i d e a l i s m o Estos espí­
ritus profundos dan prueba de una gran suficiencia cuando descubren
y demuestran a esos espíritus “ unilaterales” que son Marx y Engels
que la historia la hacen los hombres y 110 el movimiento automático de
la economía. Hacen así a Marx la ofrenda de un bien que a éste sólo
pertenece, y no sospechan aún, en su increíble ingenuidad, que el Marx
que ellos “ critican” nada tiene de común, excepto el nombre, con el
verdadero Marx, pues aquél 310 es sino el producto de su propia incom­
prensión que es en ellos verdaderamente “ m ultilateral” . Ep natural
que los “ críticos” de esta especie hayan sido absolutamente incapaces
de “ completar” y “ corregir” en alguna forma el materialismo histó­
rico. Por eso no nos ocuparemos más de ellos, prefiriendo vérnosla con
aquéllos que formularon las bases de esta teoría.
Es de mucha importancia dejar constancia de que cuando Engels
repudiaba, poco antes de su muerte, la manera “ automática” de con­
cebir la acción histórica de la economía, no hada sino repetir —casi
en los mismos términos-— y comentar lo que Marx había ya escrito en
1845, en la tercera tesis sobre Feuerbaeh, que hemos reproducido más
arriba. Marx reprochaba al materialismo anterior a él, haber olvidado
que “ si de un lado los hombres son un producto del medio, éste es, por
otra parte modificado precisamente por aquéllos” . La tarea del mate­
rialismo en el dominio de la historia, tal como Marx la concebía,
consistía, por consiguiente, en explicar de qué manera el “ medio” puede
ser modificado por los hombres, que son ellos mismos, producios de
este medio. Y Marx encontraba la solución de este problema precisando
las relaciones de producción que se establecen bajo el dominio de con­
diciones independientes de la voluntad humana, Las relaciones de
producción son las que se establecen entre los hombres en el proceso
social de la producción. Decir que las relaciones de producción se han
modificado, es decir que las relaciones existentes entre los hombres en
el proceso en cuestión se han modificado. E l cambio de estas relaciones
no puede cumplirse “ automáticamente” , es decir, independientemente
de la actividad humana. porque esas relaciones son de aquéllas que se
establecen entre los hombres en el proceso de su actividad.
Pero estas relaciones pueden transformarse —y se transforman, en
efecto, frecuentemente-- en una dirección muy distinta de aquélla en
que ios hombres quisieran modificarlas. E l carácter de la “ estructura
económica” y el sentido en el cual se transforma, no dependen de la
voluntad humana, sino del estado de las fuerzas productoras y de la
naturaleza misma de los cambios que se realizan en las relaciones de
396 G. PLEJANOV

producción y que resultan necesarios para la sociedad a consecuencia


del desarrollo de dichas fuerzas. Engels explica ésto en los siguientes
términos: “ Los hombres hacen ellos mismos su propia historia; pero
hasta ahora, aún en las sociedades bien delimitadas, no lo han hecho con
lina voluntad de conjunto ni según un plan general. Sus aspiraciones
se entrecruzan y es por ello que en todas las sociedades análogas reina
la necesidad, siendo el azar el complemento y la forma bajo la cual se
manifiesta” . La actividad humana se define aquí no como una actividad
libre sino como necesaria, es decir, conforme a leyes y pudiendo ser
objeto de un estudio científico. Así, pues, el materialismo histórico,
aunque afirma en toda ocasión que el medio es modificado por los hom­
bres, ofrece al mismo tiempo, y por primera vez, el medio de considerar
el proceso de esta modificación desde el punto de vista de Id ciencia.
Esta es la razón por la cual nosotros tenemos el derecho de decir que la
interpretación materialista de la historia suministra los prolegómenos
indispensables a toda doctrina sociológica que aspirará el título de
ciencia.
Esto es tan cierto que, en la actualidad, todo estudio de un aspecto
cualquiera de la vida social sólo llega a adquirir un valor científico,
en la medida que se aproxima a la explicación materialista de su objeto.
Y a pesar de la famosa “ resurrección del idealismo” en sociología, tal
explicación se hace cada vez más corriente en cuantas oportunidades
los sabios no se entregan a meditaciones edificantes y a grandilocuentes
discursos sobre eí “ ideal” , sino a la tarea de descubrir el lazo de unión
causal entre los fenómenos. En la actualidad, muchas personas que no
solamente no son partidarias de ía concepción materialista de la his­
toria sino que aun no tienen la menor idea de ella, se declaran mate­
rialistas en sus investigaciones históricas. Ocurre entonces que su
ignorancia o su prevención contra dicha concepción materialista,
impidiéndoles comprenderla bajo todos sus aspectos, les lleva a lo
que conviene llamar concepciones unilaterales y estrechas.

XI

He aquí un ejemplo. Hace diez años, el célebre sabio francés


Alfredo Espinas —sea dicho entre paréntesis gran adversario de los
socialistas actuales— publicaba los Orígenes de la Tecnología, “ estudio
sociológico” extremadamente interesante al menos por la idea que
desarrolla. Partiendo de las tesis puramente materialista de que en
la historia de la humanidad, la práctica precede siempre a la i&oría,
examina en su obra la influencia de la técnica sobre el desarrollo de la
ideología, es decir de la religión y de la filosofía, en la Grecia
antigua. Llega a la conclusión de que en cada período de este desarrollo
la concepción del mundo de los antiguos griegos estaba determinado
por el estado de sus fuerzas productoras. Esto constituye, desde luego,
un resultado de interés e importancia. Pero aquél que tenga el hábito
EL MATERIALISMO M ILITANTE 397

de aplicar el método materialista a la comprensión de los fenómenos


históricos encontrará, por cierto, que la idea expresada en el “ estudio"
de Espinas es demasiado unilateral, por la simple razón de que el
sabio francés 110 ha prestado interés a los “ factores” del desarrollo
de la ideología, tales como, por ejemplo, la lucha de clases. No obstante,
este factor tiene una importancia verdaderamente considerable.
E n la sociedad primitiva, que ignora la división en clases, la acti­
vidad productora ejerce una influencia directa sobre la concepción del
mundo y sobre el gusto estético. La ornamentación recibe sus motivos
de la técnica y la danza —el arte quizás más importante en una
sociedad semejante—, se limita a menudo a reproducir un proceso de
producción. Esto se hace particularmente evidente en las tribus de
cazadores colocados en el más bajo grado de desarrollo accesible a
nuestra observación *. Por esto nos hemos referido principalmente a estas
tribus cuando hemos tratado de la dependencia en que se encuentra el es­
tado psíquico del hombre primitivo con respecto a su actividad econó­
mica -l. Pero en una sociedad dividida en clases, la influencia directa de
esta actividad sobre la ideología se vuelve menos aparente. Ello es fácil­
mente comprensible. Si, por ejemplo, cierto género de danza ejecutado
por la australiana indígena, reproduce figuradamente su trabólo de reco­
lección de las raíces, se comprende que ninguna de las elegantes danzas
que servían a la diversión de las bellas mundanas de Francia, en el
siglo X V III, podía ser la figuración de un trabajo productivo, puesto
que ellas no se ocupaban de trabajo alguno de este género prefiriendo
entregarse a “ la ciencia del dulce am or” . Para comprender la danza
de la australiana indígena, es suficiente conocer el papel que desem­
peña en la vida de una tribu australiana la recolección, por las mujeres,
de las raíces de plantas salvajes.
Pero para comprender, por ejemplo el minué, no es necesario
conocer la economía de Francia en el siglo X V III. Y en este caso nos
encontramos en presencia de una danza que es la psicología de una
clase no productora. La gran mayoría de los “ usos y conveniencias' ’
de lo que se llama la buena sociedad se explica por este mismo género
de psicología. Así, pues, el “ factor” económico cede aquí su lugar al
factor psicológico. Pero no olvidemos que el advenimiento de clases no
productoras en la sociedad es el resultado del desarrollo económico de
éstas. Ello quiere decir que el “ factor” económico conserva entera­
mente su valor predominante, aún en el caso en que él ceda su lugar
a otros. Por el contrario, es entonces, precisamente, cuando este valor
se hace sentir mejor, puesto que es en tal oportunidad que están deter­
minados por él la posibilidad y los límites de la influencia de los otros
factores **.
* L os pueblos cazadores habían sido precedidos por los pueblos recolectores
■de frutos y raíces, Sammelvolker, según la expresión empleada ahora por los sabios
alemanes. Pero todos los pueblos salvajes que conocemos han franqueado ya esta
etapa del desarrollo.
*'* H e aquí un ejem plo de otra naturaleza: E l ' ‘ factor de la población” , según
la expresión empleada por A. K ost (ver su obra L es fa cteu rs de ‘p ojm lation dans
le développem en t social, P arís, (19 1 0 ), ejerce indudablem ente una gran influencia
398 G. P LEJA N O V

Esto no es todo, sin embargo. La clase superior mira a la inferior


eon nn desprecio no disimulado, no obstante que ella toma parte en
el proceso de producción en calidad de clase dirigente. Ello se refleja
igualmente en la ideología de las clases en cuestión. Los romances
franceses de la Edad Media, y particularmente las canciones de gesta,
pintan a los campesinos de entonces con los colores más ingratos. lie
aquí un ejemplo:
Li vilaen sont de laide forme
Aíne si tres laide ne vit borne;
Chaucuns. a XV piez de granz.
En auques ressemblent jaianz.
Mais trop sont de laide maniere;
Bocu sont devant et dem ere *.
Pero los campesinos, como se comprende, tenían de sí una idea
totalmente diferente. Mostrándose indignados ante el desprecio de los
señores, cantaban:
Nous sommes des hommes, tont comme eux,
Eít capables de souffrir tout autant q u ’eux,
y así por el mismo estilo.
Además, preguntaban: ‘‘Cuando Adán trabajaba la tierra y Eva
hilaba, ¿dónde estaba el gentilhombre1? ’’ E n suma, cada una de las dos
clases juzgaba la cuestión desde su propio punto de vista, cuyo carácter
particular se hallaba condicionado por la situación que ellas ocupaban
en la sociedad. La lucha de clases imprimía sus huellas en la psicología
de las partes en lucha, y esto era así, naturalmente, no sólo en la
Edad Media ni sólo en Francia. Cuanto más agudizaba la lucha de
clases en un país y en una época dados, tanto mayor era su influencia
sobre la psicología de las clases en lucha. Quien quiera estudiar la
historia de las ideologías de una sociedad dividida en clases tiene que
consagrar toda su atención a esta influencia. De otro modo no llegará
a comprender nada. Ensayad una explicación económica directa de la
aparición de la escuela de David en la pintura francesa del siglo X V III
y concluiréis en un resultado que no será más que un contrasentido
molesto y ridículo. Pero considerad esta escuela como un reflejo ideoló­
gico de la lucha de clases que se desarrollaba en el seno de la sociedad
francesa en vísperas de la gran revolución y la cuestión cambiará en

sobre el desarrollo social. Pero Marx tiene p erfecta razón cuando dice que las
leyes abstractas de la m ultiplicación no existen m ás que para los anim ales y la s
plantas. E l crecim iento (o la dism inución) de la población en la sociedad humana
depende de su organización, la cual está, determ inada por la estructura económica
de la m ism a. N in gu n a " le y a b stra cta " de m ultiplicación explicará en nada el
hecho de que la población de la F ran cia actual casi no aumente. Gran error el de
aquellos sociólogos j econom istas, que ven en el crecim iento de la población, la
causa in icial del desarrollo social. (V er A. Loria, L a L egge di pop-ulasione ed il
sistem a sociale, Sienne, 1882),
* Comparar L es classes rurales et le régvnie dom anial en Franee au m oyen
age, por H enri Sée. P arís, 1901, pág. 554. Ver igualm ente P r. M eyer: D ie Stánde,
ihr Leben und Treiben. Marburg, 1882, p ág. 8 .
EL MATERIALISMO M ILITANTE 399

seguida de aspecto. Ocurrirá entonces que cualidades del arte de David,


que podía creerse en absoluto fuera de la eeonomía social, a la que
ningún lazo le uniría, se liarán perfectamente comprensibles22.
Es necesario decir otro tanto de la historia de las ideologías en la
antigua Grecia, en la cual se ha dejado sentir profundamente la
influencia de la lucha de clases. Es precisamente la circunstancia de
que Espinas apenas haya hecho resaltar esta influencia, en su interesan­
te estudio, lo que da a sus importantes conclusiones un carácter
demasiado unilateral. Se podrían seguir citando numerosos ejemplos
semejantes, y todos ellos testimoniarían que la influencia del materia­
lismo de Marx sobre estos sabios habría sido altamente provechosa,
porque ella les habría llevado a considerar otros “ factores”, además
del técnico y económico. Esto podría parecer una paradoja, pero es
una verdad incontestable que no nos asombrará si recordamos que
aunque, según Marx todo movimiento social es explicado por el desa­
rrollo económico de la sociedad, no lo es sino en último análisis, es
decir, que tal movimiento presupone la acción intermediaria de una
serie de otros “ factores” .

X II

Otra tendencia comienza a delinearse actualmente en la ciencia


moderna, opuesta a la que acabamos de señalar en Espinas. Es la de
explicar la historia de las ideas por la exclusiva influencia de la lucha
de clases. Esta novísima tendencia, por el momento todavía poco marcada
se ha desarrollado bajo la influencia directo del materialismo histórico
de Marx. La encontramos en las obras del autor griego A. Eleuthero-
poulos cuya principal obra Wirtschaft und PMlosophie (t. I. Die PhÁ-
losophie und die Lebensauffassung des Griechntums attf Grund der
gasellschaffáchen Zust'ánde, y t. TI, Die Philosophie und die Lebensau-
ffasung der germanieh-romischen VÓlker) ha aparecido en Berlín en
1900. Eleutheropoulos sostiene que la filosofía de cada época expresa
la concepción del mundo y de la vida (Lebens-und Weltanschauung)
propia a cada una de ellas. Efeta concepción no es muy nueva. Hegel
decía ya que cada sistema de filosofía no es sino la expresión ideológica
de su época. Según él, las particularidades de las diferentes épocas, y,
por consiguiente, las fases correspondientes al desarrollo de la filosofía,
estaban determinadas por el movimiento de la idea absoluta, en tanto
que, según Eleutheropoulos, cada época se caracteriza, ante todo, por
el estado económico que le corresponde. La economía de cada pueblo
determina su concepción del mundo, y ésta encuentra su expresión,
entre otras, en la filosofía. Al mismo tiempo que se transforma la base
económica de la Sociedad, se transforma su superestructura ideológica.
Pero como el desarrollo económico conduce a la división de la sociedad
en clases y a la lucha entre ellas, la concepción del mundo propia a
400 G- PLEJANOV

una época determinada no tiene carácter uniform e: difiere según las


clases y se modifica según la situación, las necesidades, las aspiraciones
de estas clases y las vicisitudes de la lucha entre ellas. Tal es el punto
de vista de Eleutheropoulos sobre toda la historia de la filosofía, que
merece, sin duda la mayor atención y una aprobación absoluta. Desde
hace largo tiempo se comprobaba ya en la literatura filosófica cierta
tendencia a 110 aceptar el viejo método que consiste en considerar a la
historia de la filosofía como la simple filiación de los sisitemas filosó­
ficos. En su trabajo publicado hacia 1890 y consagrado a la cuestión
de saber cómo es necesario estudiar la historia de la filosofía, el
conocido escritor francés Picavet declara que semejante filiación ex­
plica, en realidad, muy poca cosa *. Se podría saludar la aparición del
libro, de Eleutheropoulos como un nuevo paso adelante en la historia
de la filosofía y una victoria del materialismo histórico aplicado a una
de las ideologías más distanciadas de la economía. Pero, desgraciada­
mente, Eleutheropoulos no da pruebas de un gran arte en el manejo
del método dialéctico de este materialismo. Ha simplificado al extremo
los problemas que se le plantean y no ha podido, por consiguiente,
encontrarles sino soluciones muy unilaterales y, por lo tanto, muy poco
satisfactorias.
Tomemos por ejemplo a Xenófanes. Según Eleutheropoulos, aquél
fue, en filosofía, el intérprete de las aspiraciones del proletariado de
la antigua Grecia. E l Rousseau de su época **. E ra partidario de una
reforma social en el sentido de la igualdad de todos los ciudadanos y su
teoría de la unidad del mundo no era sino la base teórica de sus
proyectos de reformas ***. Sobre esta base venían a edificarse todos los
detalles de su filosofía, comenzando por su concepción de la divinidad,
para terminar en aquélla según la cual nuestros sentidos nos dan una
representación ilusoria del mundo exterior ***'*.
La filosofía de Heráclito el Oscuro había sido engendrada por la
reacción de los aristócratas contra las aspiraciones revolucionarias del
proletariado griego. La igualdad universal es imposible; la naturaleza
misma hace a los hombres desiguales. Cada uno debe contentarse con
su suerte. Dentro del Estado es necesario tender no a la subversión del
orden establecido, sino a suprimir lo arbitrario, hecho posible lo mismo
bajo la dominación de algunos que bajo la de la masa.E l poderdebe
pertenecer a la ley, en la cual la ley divina encuentra suexpresión. La
ley divina no excluye la unidad; pero la unidad conforme a esta ley
es la unidad de los antagonismos. Es por eso que la realización de los
proyectos de Xenófanes sería una infracción a la ley divina. Desarro­
llando este pensamiento y apoyándose en otros argumentos, Heráclito
ha creado su doctrina dialéctica del devenir ■*****,
He aquí lo que dice Eleutheropoulos. La falta de espacio no nos

* L ’h istoire do la philosophie, ce m ’elle a été, ce g u ’elle peu t etre, P arís, 1888,


** W irtsch a ft und Philosophie, t. X, pág. 98.
*** Ibid., pág. 99.
Ibid., págs. 99-101.
***** Ibid., t. I, págs. 103-107.
E L MATERIALISMO MILITANTE 401

permite reproducir otros ejemplos del análisis que él liace de las cau­
sas que han determinado la evolución de la filosofía, aunque casi no
hay necesidad de hacerlo. Esperamos que el lector mismo se de cuenta
de la insuficiencia de este análisis. En realidad el proceso de la evo­
lución de las ideologías es incomparablemente más complejo *. Leyendo
estas consideraciones tan simplistas sobre la influencia que la lucha
de clases ha ejercido sobre la historia de la filosofía hay que lamen­
tarse que Eleutheropoulos no haya conocido el libro ya citado de
Espifras, cuyas manera unilateral, sumada a la suya, igualmente uni­
lateral, habría llenado muchas lagunas de su análisis.
Sea lo que fuere, la tentativa frustada de Eleutheropoulos no deja
por eso de constituir un nuevo argumento en favor de la tesis —insó­
lita para muchos— de que un conocimiento más profundo del materia­
lismo histórico de Marx sería de mucha utilidad a algunos sabios
contemporáneos justamente para preservarlos de caer en la manera
unilateral de tratar las cuestiones. Eleutheropoulos conoce el materia­
lismo histórico de Marx. Pero lo conoce mal. La prueba de ello es la
pretendida rectificación que encuentra necesario hacerle.
Observa que las relaciones económicas de un pueblo no condicionan
sino “ Za necesidad de su d e s a r r o l l o El desarrollo mismo sería un
asunto individual, de manera que la concepción del mundo de este
pueblo estaría determinada, en el primer lugar, por su carácter, y por
el país que h ab ita; por sus necesidades, después, y, finalmente, por
las cualidades personales de los hombres que hacen en su seno obra
de reformadores. Es en este sentido solamente, como lo hace notar
Eleutheropoulos, que se puede hablar de una relación de la filosofía
con 3a eeonomía. La filosofía satisfacía así las exigencias de su
tiempo, y ello conforme a la personalidad del filósofo.
Eleutheropoulos estima evidentemente que esta concepción de las
relaciones de la filosofía y de la eeonomía representa algo completa­
mente nuevo frente a la concepción materialista de Marx y Engels.
Juzga, por eso, necesario dar un nombre nuevo a su, interpretación de
la historia, llamándola la teoría griega del devenir. Esto es simple­
mente divertido y sólo cabe decir una cosa: este propósito, la “ teoría
griega del devenir” , que no es, en realidad, sino materialismo histó­
rico mal digerido y expuesto de manera muy incoherente, promete,
sin embargo, mucho más de lo que Eleuthepoulos da, cuando pasa
de la característica de su método a su aplicación. Entonces se aleja
completamente de Marx.
E n cuanto concierne especialmente a la “ personalidad del filó­
sofo ” y, en general a la de todo hombre que deja en la historia humana
huella de su actividad , es un grave error creer que la teoría de Marx
y Engels no permite uu lugar para ella. Es evidente que se lo asig­

* Además, refiriéndose a la economía de la Grecia antigua, Eleutheropoulos


no da ninguna idea eoncreta y se lim ita a lugares comunes, que en este caso, como
en los otros, no explican nada.
402 G. PLEJA N O V

n a; pero ha sabido, al propio tiempo, evitar la inadmisible oposición


de la actividad, de la personalidad a la marcha de los acontecimientos,
actividad determinada por la necesidad económica. Recurrir a ella es
demostrar que no se ha comprendido gran eosa de la explicación
materialista de la historia. La tesis inicial del materialismo, como ya
lo hemos repetido varias veces, dice que la historia es hecha por los
hombres. Y si ello es así, claro que es hecha, entre otros, por los
“ grandes hombres” . No falta entonces sino darse cuenta de qué es
precisamente lo que determina la actividad de estos hombres. Engels
dice en una de sus cartas que hemos citado más a rrib a :
“ Que semejante hombre, y precisamente él, se eleve en determi­
nada época y en un país dado, constituye naturalmente un puro
azar. Pero si nosotros lo elimináramos, haría falta quien le reempla­
zara, y éste sería, finalmente, encontrado bien o mal. E l agotamien­
to por sus propias guerras de la República Francesa hizo necesario
el advenimiento de un dictador militar. Que éste haya sido precisa­
mente el corso Napoleón, hay que atribuírselo al azar. Pero que a
falta de Napoleón, otro habría ocupado su lugar, es algo que queda
demostrado por el hecho de que el hombre preciso, César, Augusto,
Cromwell u otro ha sido encontrado cada vez que ha sido necesario.
Si Marx ha descubierto la concepción materialista de la historia, el
ejemplo de Thierry, Mignet, Guizot y de todos los historiadores in­
gleses hasta 1850, demuestra que se tendía a este resultado y el des­
cubrimiento de esta misma concepción por Morgan es una prueba de
que había llegado la época de formularla y que ella .era una nece­
sidad. Tal puede decirse de todos los azares o de lo que parece azar
en la historia. Cuanto más se aleja de la economía el dominio que
exploramos y reviste un carácter ideológico abstracto, encontramos el
azar con más frecuencia en su desarrollo y mayor es el zig-zag' que
dibuja su curva. Pero trazad el eje medio de esta curva, y encontra­
réis que cuanto mayor es el período por examinar y más vasto
el dominio tratado, más tiende dicho eje a ser paralelo al del desarrolló
económico ’’ *
La “ personalidad” de todo hombre eminente en el campo intelec­
tual o social pertenece al número de estos azares, cuya aparición no
impide a la línea “ media” del desarrollo intelectual de la humanidad
seguir un curso paralelo al de su desarrollo económico **. Eieuthero-
poulos se habría dado cuenta de lo que precede si hubiera estudiado
atentamente la teoría histórica de Marx mostrándose menos preocupado
de crear su propia “ teoría griega” ***.
Es inútil agregar que estamos actualmente lejos de poder descu­
brir siempre la relación causal existente entre la aparición de una idea

* D er Soeialistísclie Alcadem iher, B erlín, 1895, núm. 20, pág. 374.


** V er nuestro artículo titu lad o: " D e l papel de la personalidad en la h isto ria ”
en nuestro. libro V ein te años. (O bras, t. V I I ) .
*** L lam a griega a <(3u teo ría ” , porque, según él, las " te s is fun d am en tales”
han sido enunciadas por el griego Thales j desarrolladas de nuevo por un griego
(es decir, por Eleutheropoulos-, véase su libro, p&g. 1 7 ).
E L MATERIALISMO MILITANTE 403

filosófica y la situación económica de la época en que está situada.


Pero es que comenzamos apenas a trabajar en esta dirección, y si estu­
viéramos en aptitud de dar respuesta a todas las cuestiones que en
este sentido se plantea, o siquiera a la mayor parte de ellas, nuestro
trabajo estaría terminado o a punto de estarlo. Lo que importa en este
easo no es el hecho de que nosotros no sepamos todavía, resolver las
dificultades que encontramos en este dominio. No hay ni puede haber
método capaz de suprimir de un golpe todas las dificultades que
surgen en la ciencia. Lo que importa es que la interpretación materia­
lista de la historia resuelve las dificultades en cuestión con mucha
mayor facilidad que las interpretaciones idealista y ecléctica. La
prueba de ello es que el pensamiento científico en el dominio de la
historia tendía con una fuerza excepcional hacia una interpretación
materialista de los fenómenos, y que él buscaba por así decirlo con
insistencia, desde la época de la Restauración \ no cesando de gravitar
hacia ella y de buscarla hasta la época actual. E-sto no obstante la noble
indignación que se apodera de todo ideologo burgués que se santigua
al oír la palabra “ materialismo” .
La obra de Franz Feuerherd titulada Die JUntsteímng der Stüe
aus der politischón Oehonomie, erster Tkeil (Leipzig, 1902), puede
servir de tercer ejemplo demostrativo de cómo son actualmente ine­
vitables las tentativas de ensayar una explicación materialista de todos
los aspectos de la cultura humana. Dice este autor: “ Según el modo
de producción predominante y la forma de Estado que él condiciona,
la inteligencia humana se desarrolla en sentidos determinados, perma­
neciendo los otros inaccesibles. Es por esto que la existencia de todo
estilo (en el arte) supone la de hombres que viven en condiciones
políticas determinadas, produciendo según un modo determinado de
producción y animados de determinados ideales. .. Cuando tales cau­
sas previas se producen, los hombres crean los estilos correspondientes,
tan necesaria e inevitablemente, como el bromuro de plata ennegrece
y el arco iris aparece sobre las nubes tan pronto como el sol, su causa,
produce esos efectos” * \ Esto es, en efecto verdad, y es interesante
comprobar qne es un historiador del arte quien lo reconoce. Pero
cuando Feuerherd intenta explicar el origen de los distintos estilos
griegos por el estado económico de la antigua Grecia llega a un resul­
tado niuy esquemático. No sabemos si la segunda parte ele su obra ha
aparecido ya, pero nos hemos desinteresado de ello porque nos hemos
dado perfecta cuenta de qne posee muy mal el método materialista
moderno de estas doctrinas. Por su esquematieismo, sus razonamien­
tos nos hacen recordar los de nuestros doctrinarios Fritsche y RojKov,
a los que hay que desear, lo mismo que a él, que estudien, ante tóelo y
sobre todo, el materialismo contemporáneo. Solamente el marxismo
puede preservarles de caer en el esquematismo.

* Ver a este propósito, nuestro prefacio a la segunda edición de nuestra


traducción rusa del M an ifiesto.
** P áginas 19 y 20 del libro dé F . Feuerherd.
406 G. P LEJA N O V

misma no gozaba de la simpatía general. Según Tiersot, expresaba la


tendencia de un pequeño grupo ele “ elegidos” , demasiado perspicaces
para descubrir el genio donde él se encontraba \ Tiersot comprueba así
de manera superficial —es decir, idealista—■ el hecho de que la bur­
guesía de la época no comprendía una gran parte de las aspiraciones
y sentimientos que abrigaban entonces en la literatura y en el arte sus
propios ideólogos. Parecido desacuerdo entre los ideólogos y la clase
cuyas tendencias y gustos expresan, 110 es cosa rara en la historia. Ello
explica muchas particularidades en el desarrollo intelectual de la hu­
manidad. E n nuestro caso había provocado entre otras, una actitud
de desprecio de la “ élite refinada” respecto a los burgueses “ obtusos” ,
actitud que aun en nuestros días há inducido al error a muchos espí­
ritus ingenuos, haciéndoles incapaces de comprender el carácter arehi-
burgués del romanticismo **. Pero en éste como en otros casos, el
origen y el carácter de tal desacuerdo no pueden ser explicados, en
xiltimo análisis, más que por la situación económica de la clase social
en cuyo seno se ha manisfestado aquél. Aquí, como en toda otra oca­
sión, sólo el ser puede hacer luz sobre los “ secretos” del pensar. Y es
por eso que en éste —como en los demás casos— sólo el materialismo' es
capaz de dar una explicación científica de la “ marcha de las ideas” .

X IV

E n sus esfuerzos por explicar esta marcha, los idealistas no han


sabido jamás m irar desde el punto de vista del “ curso de las cosas” .
Agí Taine explica las obras de arte por las propiedades del medio que
rodea al artista. Pero ¿qué propiedades? Son, según él, las propie­
dades -psicológicas, es decir, la psicología propia de una época determina­
da y cuyas propiedades mismas tienen necesidad de una explicación ***.
E l materialismo, al explicar la psicología de una sociedad o de una
clase determinada, se refiere a la estructura social creada por el
desarrollo económico; pero Taine, que es idealista, explica el origen
del régimen social por la psicología social, lo que le lleva a contradic­
ciones sin solución. No todos los idealistas conceden en la actualidad
su adhesión a Taine. Se comprende por qué. Por “ medio” , Taine
entiende la psicología de la masa, la psicología del “ hombre medio”
de una época y de una clase determinada, y esta psicología es, según
él, la última instancia a la que puede recurrir el sabio. Por consiguiente,
según Taine, el “ g ra n ” hombre piensa y siente inspirándose siempre

'* Ibid., pág. 190.


• ** Aquí nos encontramos fren te al mismo quid ■pro quo que hace que los p arti­
darios del areliiburgués N ietzche se nos presenten verdaderam ente divertidos euando
atacan a la burguesía. r
*** (<L a obra de arte, dice Taine, está determ inada por un conjunto que es
«1 estado general del espíritu y las costum bres circundantes".
EL MATERIALISMO MILITANTE 407

en el hombre “ medio ” , en las “ mediocridades” . Ahora bien, ello es falso


y, además, descortés para los “ intelectuales” burgueses, inclinados
siempre a colocarse en la categoría de los grandes hombres. Taine ha
sido el hombre que habiendo dicho A, se ha mostrado incapaz de pro­
nunciar B, arruinando así su propia causa. No había posibilidad de
salir del dédalo de contradicciones que había creado, fuera de la que
ofrece el materialismo histórico, que reserva un lugar adecuado tanto
a la “ personalidad” como al “ medio” , a las gentes medias como a
los “ elegidos del destino” .
Desde la Edad Media hasta 1871, inclusive, Francia ha sido el
país donde la evolución social y política y la lucha entre las diferentes
clases sociales han revestido el carácter más típico, en la Europa
occidental. Dicho esto, no deja de tener interés hacer notar que es
precisamente en Francia donde se puede descubrir "más fácilmente la
relación causal que existe entre el desarrollo y la lucha ya citados,
de un lado, y la historia de las ideologías de otro.
Hablando de la razón por la que se expanden, en la época de la
Restauración en Francia, las ideas de la escuela teocrática sobre la
filosofía de la historia, R. F lint observa lo siguiente: “ El éxito de
semejante teoría permanecería, sin embargo, inexplicable, si el sen­
sualismo de Condillae no le hubiera preparado la vía y si no hubiera
estado manifiestamente destinada a servir los intereses de aquella otra
teoría que representaba las ideas de una vasta clase de la sociedad
francesa antes y después de la Restauración” *. Esto es evidentemente
justo. Es fácil comprender qué clase era la que había encontrado, en
la escuela teocrática, la expresión ideológica de sus intereses. Pero
ahondemos más a fondo nuestro estudio de la historia francesa y plan­
teémonos esta cuestión: jno sería posible descubrir igualmente las cau­
sas sociales del éxito del sensualismo en la Francia anterior a la
Revolución? El movimiento intelectual de donde habían surgido los
teóricos del sensualismo, ¿no expresaba, a su vez, las tendencias de
cierta clase social? Indudablemente que sí: expresaba las tendencias
de emancipación del tercer estado francés 23. Si fuéramos más lejos en
este sentido veríamos que, por ejemplo, la filosofía de Descartes refleja
muy vivamente las necesidades de la evolución económica y la relación
de las fuerzas sociales de su época **. Finalmente, si nos referimos al
siglo X IY y fijamos nuestra atención, por ejemplo, sobre las novelas
ele caballería que tuvieron un gran éxito en la Corte y en la aristocracia
francesa de la época, veremos una vez más que ellas eran el espejo de
la vida y de las preferencias de aquella clase***. En una palabra, la

* The philosophy o f h istory vn, F ranee an d Germ any, p ág. 149,


** Ver la H isto ire de la L itté r a tu re Frangaise, de G-. Lansou (P arís, 1896,
p ág. 394-397), donde la relación entre ciertos aspectos de la filo so fía áe D escartes
j la p sicología de la clase dominante en F rancia durante la primera m itad del
siglo X V I I I está bastante bien explicada.
*** E n su BUstoire des F rangais (t. I, pág, 5 9 ), Sism ondi em ite sobre la
sig n ificación de estas novelas una opinión interesante que sum inistra datos para el
estudio sociológico de la im itación.
406 G. P LEJA N O V

misma no gozaba de la simpatía general. Según Tiei'sot, expresaba la


tendencia de tm pequeño grupo de “ elegidos” , demasiado perspicaces
para descubrir el genio donde él se encontraba *, Tiersot comprueba así
de manera superficial —es decir, idealista— el hecho de que la bur­
guesía de la época no comprendía una gran parte de las aspiraciones
y sentimientos que abrigaban entonces en la literatura y en el arte sus
propios ideólogos. Parecido desacuerdo entre los ideólogos y la clase
cuyas tendencias y gustos expresan, no es cosa rara en la historia. Ello
explica muchas particularidades en el desarrollo intelectual de la hu­
manidad. En nuestro caso había provocado entre otras, una actitud
de desprecio de la “ élite refinada” respecto a los burgueses “ obtusos” ,
actitud que aun en nuestros días ha inducido al error a muchos espí­
ritus ingenuos, haciéndoles incapaces de comprender el carácter arehi-
burgués del romanticismo **. Pero en éste como en otros casos, el
origen y el carácter de tal desacuerdo no pueden ser explicados, en
último análisis, más que por la situación económica de la clase social
en cuyo seno se ha manisfestado aquél. Aquí, como en toda otra oca­
sión, sólo el ser puede hacer luz sobre los “ secretos” del pensar. Y es
por eso que en éste —como en los demás casos— sólo el materialismo es
capaz de dar una explicación científica de la “ marcha de las ideas” .

X IV

E n sus esfuerzos por explicar esta marcha, los idealistas na han


sabido jamás m irar desde el punto de vista del “ curso de las cosas” .
Ajsí Taine explica las obras de arte por las propiedades del medio que
rodea al artista. Pero ¿qué propiedades? Son, según él, las propie­
dades psicológicas, es decir, la psicología propia de una época determina­
da y cuyas propiedades mismas tienen necesidad de una explicación ***.
E l materialismo, al explicar la psicología de una sociedad o de una
clase determinada, se refiere a la estructura social creada por el
desarrollo económico; pero Taine, que es idealista, explica el origen
del régimen social por la psicología social, lo que le lleva a contradic­
ciones sin solución. No todos los idealistas conceden en la actualidad
su adhesión a Taine. Se comprende por qué. Por “ medio” , Tainé'
entiende la psicología, de la masa, la psicología del “ hombre medio-”
de una época y de una clase determinada, y esta psicología es, según
él, la última instancia a la que puede recurrir el sabio. Por consiguiente,
según Taine, el “ gran” hombre piensa y siente inspirándose siempre

'* Ibid., pág. 190.


■** A quí nos encontramos fren te al mism o quid pro quo que liaee que los p arti­
darios del archiburgués N ietzch e se nos presenten verdaderam ente divertidos cuando
■atacan a la burguesía.
f ‘L a obra de arte, dice Taine, está determ inada por un conjunto que es
é l estado general del espíritu y las costum bres circundantes
EL MATERIALISMO M ILITANTE 407

en el hombre “ medio” , en las “ mediocridades” . Ahora bien, ello es falso


y, además, descortés para los “ intelectuales” burgueses, inclinados
siempre a colocarse en la categoría de los grandes hombres. Taine ha
sido el hombre qne habiendo dicho A, se ha mostrado incapaz de pro­
nunciar B, arruinando así su propia causa. No había posibilidad de
salir del dédalo de contradicciones que había creado, fuera de la que
ofrece el materialismo histórico, que reserva un lugar adecuado tanto
a la “ personalidad” como al “ medio” , a las gentes medias como a
los “ elegidos del destino” ,
Desde la Edad Media hasta 1871, inclusive, Francia ha sido el
país donde la evolución social y política y la lucha entre las diferentes
clases sociales han revestido el carácter más típico, en la Europa
occidental. Dicho esto, no deja de tener interés hacer notar que es
precisamente en Francia donde se puede descubrir "-más fácilmente la
relación causal que existe entre el desarrollo y la lucha ya citados,
de un lado, y la historia de las ideologías de otro.
Hablando de la razón por la que se expanden, en la época de la
Restauración en Francia, las ideas de la escuela teocrática sobre la
filosofía de la historia, E. F lint observa lo siguiente: “ El éxito de
semejante teoría permanecería, sin embargo, inexplicable, si el sen­
sualismo de Condillae no le hubiera preparado la vía y si no hubiera
estado manifiestamente destinada a servir los intereses de aquella otra
teoría que representaba las ideas de una vasta clase de la sociedad
francesa antes y después de la Restauración” *. Esto es evidentemente
justo. Es fácil comprender qué clase era la que había encontrado, en
la escuela teocrática, la expresión ideológica de sus intereses. Pero
ahondemos más a fondo nuestro estudio de la historia francesa, y plan­
teémonos esta cuestión: $no sería posible descubrir igualmente las cau­
sas sociales del éxito del sensualismo en la Francia anterior a la
.'Revoluciónf El movimiento intelectual de donde habían surgido los
teóricos del sensualismo, ¿no expresaba, a su vez, las tendencias de
cierta clase social? Indudablemente que sí: expresaba las tendencias
de emancipación del tercer estado francés 23. Si fuéramos más lejos en
este sentido veríamos que, por ejemplo, la filosofía de Descartes refleja
muy vivamente las necesidades de la evolución económica y la relación
de las fuerzas sociales de su época **, Finalmente, si nos referimos al
siglo XIV y fijamos nuestra atención, por ejemplo, sobre las novelas
de caballería que tuvieron un gran éxito en la Corte y en la aristocracia
francesa de la época, veremos una vez más que ellas eran el espejo de
la vida y de las preferencias de aquella clase ***. E n una palabra, la

* The philosophy o f h isto ry in F rim ce and G errm n y, p ág. 149.


** V er la H isto ire de la L itté r a tu re Frcmgaise, de G. Lanson (P arís, 1896,
p á g . 394-397), donde la relación entre ciertos aspectos de la filosofía, de D escartes
j la p sicología de la clase dom inante en F rancia durante la primera m itad del
siglo X V I I I está b astan te bien explicada.
*** En su H isto ire des F rangais (t. I, pág. 5 9 ), Sismondi em ite sobre la
sign ificación de estas novelas 'una opinión interesante que sum inistra datos para el
estudio sociológico de la im itación.
408 G. PLEJA NOV

curva del movimiento intelectual en este interesante país, que hace


poco todavía estaba en perfecto derecho de decir qne “ marchaba a la
cabeza de las naciones", toma una dirección, paralela a la del desarrollo
económico y a la del desarrollo social y político, condicionado éste por
el precedente.
Todos aquellos señores que habían “ criticado” a Marx en dife­
rentes tonos, no tenían la menor idea de todo esto. E's indudable que
si la crítica es una cosa bella y loable, es necesario, sin embargo, criticar
con conocimiento de causa, es decir comprender lo que se critica.
Criticar un método dado de investigación científica, es determinar
hasta qué punto puede servir para descubrir la relación causal de los
fenómenos. Pero ello no puede hacerse sino por medio de la experiencia,
es decir, por la aplicación de este método. Criticar el materialismo
histórico es ensayar la aplicación del método de Marx y Engels al es­
tudio del movimiento histórico de la hum anidad: Sólo de esta manera
podrá descubrirse los lados débiles y fuertes de este método. “ The
proof of the pudding is in the eating” (la prueba de que el budín
existe es que se le come), ha dicho Engels,. explicando su teoría del
conocimiento. Esto es igualmente cierto para el materialismo histórico.
P ara criticar este plato es necesario haberlo probado previamente. Y
para probar eL método de Marx y Engels, es necesario saber servirse
de él. Pero saberlo hacer diestramente supone una preparación cien­
tífica mucho más seria y un trabajo intelectual más intenso que los
elocuentes discursos seudo-críticos sobre el carácter “ unilateral” del
marxismo.
Los “ críticos” de Marx dicen, los unos lamentándolo, los otros
en tono de reproche y algunos todavía, con un júbilo maligno, que hasta
ahora no ha aparecido un solo libro que sirva de justificación teórica
al materialismo histórico. Por tal entienden generalmente algo así como
un tratado compendiado de la historia universal desde el punto de
vista materialista. E.n la actualidad, semejante tratado no podría ser
escrito ni por un solo sabio, por universales que fuesen sus conocimien­
tos, ni por todo un grupo de sabios. Para la confección de tal libro no
existen suficiente materiales y no los habrá por mucho tiempo. Ellos
sólo pueden ser acumulados por medio de una larga serie de investiga­
ciones sobre detalles en los dominios correspondientes de la ciencia y
realizados por medio del método de Marx, Dicho de otro modo, los
“ críticos” que reclaman semejante libro querrían que el trabajo fuese
comenzado por el fin , es decir, que fuese previamente explicado desde
el punto de vista materialista el mismo proceso histórico que se trata
precisamente de exponer. De hecho, este libro se está escribiendo a
medida que los sabios contemporáneos —lo más a menudo sin darse
cuenta de ello, como ya lo hemos dicho,— se ven obligados, en el estado
actual de la sociología, a dar una explicación materialista de los
fenómenos qiie estudian. Por sí solos, los ejemplos citados anterior­
mente, son una prueba de qne han existido muy pocos sabios de esta
clase.
Laplace dijo que después del gran descubrimiento de Newton,
EL MATERIALISMO MILITANTE 409

transcurrieron cincuenta años antes de que fuese completado por otros


descubrimientos de importancia. Esta gran verdad ha necesitado todo
ese tiempo para ser comprendida por todos y vencer los obstáculos
levantados por la teoría de los torbellinos y quizá también por el
amor propio de los matemáticos contemporáneos de Newton.
Los obstáculos que encuentra el materialismo moderno como teoría
armoniosa y consecuente, son incomparablemente más considerables
que los que encontró en su aparición la teoría de Newton. Contra él
se dirige directa y resueltamente el interés de la clase actualmente
dominante y a cuya influencia está sometida la mayor parte de los
sabios de nuestra época. La dialéctica materialista “ que no se inclina
ante nadie y considera las cosas en su aspecto transitorio ” , no puede
gozar de la simpatía de la clase conservadoraque es actualmente, en
Occidente, la burguesía. Ella es tan contraria al estado de espíritu de
esta clase que se presenta naturalmente a sus ideólogos como algo into­
lerable e inconveniente, algo que no es digno de las “ personas
honestas” en general y en particular de los “ respetables” hombres de
ciencia *. No es de extrañar que cada uno de estos “ respetables” sabios
se considere moralmente obligado a apartar de sí toda sospecha de
simpatía por el materialismo. Y lo más frecuentemente, lo denuncia
con tanta más fuerza cuanta más persistencia pone en mantenerse en
sus investigaciones especiales, dentro de un punto de vista materia­
lista**. Kesulta de ello una especie de “ mentira convencional” semi-
eonseiente, que no puede tener sino nefasta influencia sobre el
pensamiento teórico.

XV

La “ mentira convencional” de una sociedad dividida en clases,


toma proporciones tanto más considerables, cuanto más quebrantado
se encuentra el orden de cosas existente, por Ja acción del desarrollo
económico y de la lucha de clases que éste provoca. Marx ha dicho
muy justamente, que a medida que se desarrollan los antagonismos
entre las fuerzas productoras crecientes, la ideología de la clase domi­
nante se penetra más de hipocresía. Y cuanto más descubra la vida la
naturaleza mentirosa de esta ideología, tanto más sublime y virtuoso se
hace el lenguaje de esta clase (Santlc Max. Doku,mentes des Sozialismus,

* Ver entre otros a este propósito el artículo ele Engels mencionado más
arriba: D eber den historichen M aterialism-us.
** Recordar eon qué empeño se ju stifica b a Lamprechet del reproche de ma­
terialista. Ved igualm ente cómo se defendía, del mism o cargo Eateel (D ie Urde
und d a s Lében, pág. 631). Y sin. embargo, el mismo K atzel escribe: 1' E l total de
las adquisiciones culturales, de cada pueblo, en cada etapa de su desarrollo, se
eompone de elem entos m ateriales y e s p ir itu a le s.. . E llos no son adquiridos con
410 G. PLEJANOV

agosto de 1904, pág. 370-371). La verdad de este pensamiento salta a


la vista con gran evidencia ahora, por ejemplo, que en Alemania la
propagación de la vida licenciosa y del vicio, revelada por el proceso
Harden-Molke, va a la par con el “ renacimiento del idealismo’’ en socio­
logía. Y entre nosotros se encuentra, aún entre las filas de los “ teóricos
del proletariado” , a gentes que no comprenden la causa social de este
“ renacimiento” y se someten a su influencia. Tal es el caso de Bogda­
nov, Bazarov y otros.
Por lo demás, las ventajas que el método de Marx da a todo inves­
tigador son tan considerables, que comienzan a ser altamente recono­
cidas aún por personas que se someten voluntariamente a la “ mentira
convencional” de nuestro tiempo. Entre ellas es necesario citar, por
ejemplo, al americano Seligman, autor del libro titulado The economic
interpretation of history, aparecido en 1909. Seligman reconoce abier­
tamente que lo que ha hecho retroceder a los sabios ante la teoría del
materialismo histórico, eran las deducciones socialistas que Marx
había derivado de ella. Pero encuentra que se puede obviar el inconve­
niente “ siendo partidario del materialismo económico” y permanecien­
do, sin embargo, adversario del socialismo. “ El hecho de que las
concepciones económicas de Marx sean erróneas, dice, no tiene ninguna
relación con la verdad o falsedad de su filosofía de la historia” .
En realidad, las concepciones económicas de Marx estaban ligadas
estrechamente a sus concepciones históricas. Para comprender bien
E l Capital, es absolutamente indispensable profundizar ei célebre pre­
facio de Zur Kritik der poliiiscken Oekonomie y penetrarse de él. Pero
no podríamos exponer aquí las concepciones económicas de Marx, ni
dilucidar el hecho sobre el cual sin embargo, no puede existir la menor
duda, de que ellas no son otra cosa que una parte integrante de la
doctrina denominada materialismo histórico*. Agregaremos solamente
que Seligman es un hombre lo bastante “ respetable” , como para asus­
tarse del materialismo. Estima éste “ partidario” del materialismo
económico que es llevar las cosas hasta un extremo intolerable el pre-

medios idénticos, con la mism a facilid ad y al mismo tiempo por to d o s. . . En la


base de las adquisiciones espirituales hay 'adquisiciones m ateriales. .Las creaciones
del espíritu aparecen como un lujo, solam ente después que las necesidades física s
lian sido satisfechas. Toda cuestión que se plantea sobre el advenim iento de la
cultura se vincula, por consiguiente, a la de los factores que favorecen el desarrollo
de las bases m ateriales de la cu ltu ra” . {Vdllcerhunde, t. I, 1.a edición, p ág. 17).
Esto es materialismo histórico indiscutible, solam ente que es una concepción mucho
menos profunda y, por lo tanto, de calidad menos elevada, qne el materialismo de
Marx y Engels.
* A lgunas palabras todavía para explicar lo que precede. Según Marx, ‘ ‘ las
categorías económicas no son sino las expresiones teóricas, la3 abstracciones de
las relaciones sociales de producción” . (M iseria de la filo so fía , I I parte, 2.“ ob­
servación). Ello sign ifica que Marx considera las categorías económ icas igualm ente
desde el punto de vista, de las relaciones m utuas que existen entre los hombres
en el proceso social de la producción, y por cuya evolución explica en sus líneas
fundam entales el m ovimiento histórico de la humanidad.
E L MATERIALISMO M ILITANTE 411

tender explicar “ la religión y hasta el cristianismo” por causas econó­


micas'1'. Todo ello demuestra claramente hasta qué punto están pro­
fundamente arraigados los prejuicios y, por consiguiente, también, los
obstáculos que debe combatir la teoría de Marx. Y, sin embargo el
hecho mismo de la aparición del libro de Seligman, así como el carác­
ter de las reservas que formula, permiten hasta cierto punto abrigar
la esperanza de que el materialismo histórico aunque sea bajo una for­
ma roída, “ depurada” acabará por ser reconocido por los ideólogos de
la burguesía que no han renunciado del todo a poner orden en sus
concepciones históricas **.
Pero la lucha contra el socialismo, el materialismo y los otros
extremos desagradables, supone la existencia de cierta “ arma espiri­
tu a l” . Esta arma espiritual para la lucha contra el socialismo se halla
representada, en la actualidad sobre todo, por lo que se llama “ la econo­
mía política subjetiva” , completada por una estadística que se deforma
más o menos diestramente. La principal fortaleza en la lucha contra
el materialismo está representada por todas las variedades posibles de
kantismo. En sociología se utiliza el kantismo a este efecto, como una
doctrina dualista, que rompe la relación entre el ser y el pensar. Como
el examen de las cuestiones económicas no forma parte de nuestro plan,
nos limitaremos aquí a la apreciación del arma filosófica de que se
sirve la reacción burguesa en el terreno ideológico.
Al final de su pequeño libro Socialismo utópico y socialismo cien­
tífico, Engels observa que cuando los poderosos medios de producción
creados por la época capitalista se hayan transformado en propiedad
social y la producción haya sido organizada de una manera que se con­
forme a las necesidades de la sociedad, los hombres serán al fin dueños
de la naturaleza y de sí mismos, Solamente entonces comenzarán a hacer
conscientemente su historia y las causas sociales que pongan en acción
producirán cada vez más los efectos que ellos esperan. “ La humanidad
saltará del reino de la necesidad al de la libertad” .
Estas palabras de Engels suscitaron las objeciones de todos
aquellos que, por ser refractarios en general a la idea ele los “ saltos” ,
no podían o no querían, de ningún modo, comprender el “ salto” del

* Ibid., pág. 37, ¿1 E l origen del cristianism o ’ de K autsky, por ser un libro
del mismo género “ extrem ista” , merece evidentem ente, según tíeligm an, ser
censurado.
** E i paralelo que vam os a exponer será extrem adam ente instructivo. Según
Marx, la dialéctica m aterialista al explicar lo que existe, explica a l mismo tiempo,
su desaparición in evita ble. E n ello ve M arx el lado ventajoso, el valor de esta
dialéctica desde el punto de vista del progreso. Pero Seligm an dice: “ E l socia­
lism o es una teoría que se refiere al porvenir; el m aterialism o histórico, una teoría
que se re fiere al p a s a d o ’ ( I Md, página 108). E s únicam ente por está razón que
Seligm an estim a posible para él, defender el m aterialism o histórico. Lo que equi­
vale a decir que se puede ignorar este materialismo en la m edida en que él explica
la desaparición inevitable de lo que existe, pero servirse de él para la explicación
de lo que ha existido. E llo es una de las numerosas variedades de la- “ contabilidad
por partida d ob le” en el dominio ideológico, contabilidad engendrada por causas
económicas.
412 G. PLEJANOV

reino de la necesidad al de la libertad. Semejante “ salto” les parecería


estar en contradicción misma con la concepción de la libertad que
Engels había formulado en la primera parte del Anii-Dilhring. Por
consiguiente, para explicar en qué consistía la confusión en sus ideas
sobre esta cuestión, nos vemos obligados a recordar lo que Engels había
dicho ya en el citado libro.
Explicando las palabras de Hegel, “ La necesidad no es ciega sino
en la medida en que ella no es comprendida” , Engels afirmaba que la
libertad consiste “ en el dominio ejercido sobre nosotros mismos y sobre
la naturaleza exterior, dominio fundado sobre el conocimiento de las
necesidades inherentes a la naturaleza ” * y ha desarrollado este pen­
samiento de manera bastante clara para aquellos que están al corriente
de la doctrina de Hegel a que se refería. Pero la desgracia es precisa­
mente que los kantistas modernos no hacen más que 4‘criticar ’’ a Hegel,
sin haberlo estudiado. No conociéndolo, mal podrían comprender a
Engels. Es así como hacían al autor del Anti-Dühring la objeción de
que no existe libertad donde existe sumisión a la necesidad, lo cual
era perfectamente lógico en personas cuyas concepciones filosóficas es­
tán impregnadas de un dualismo que no sabe unir el pensar al ser.
Desde el punto de vista de este dualismo, el “ salto” de la necesidad
a la libertad es, en efecto, totalmente incomprensible. Pero la filosofía
de Marx —lo mismo que la de Feuerbaeh— proclama la unidad del
ser y del pensar. Y aunque ella comprende —como ya lo hemos visto
anteriormente, hablando de Feuerbaeh— esta unidad, de modo comple­
tamente diferente al del idealismo absoluto, no difiere, sin embargo,
de la teoría de Hegel en la citada cuestión de la relación de la libertad
y la necesidad.
Todo el problema se reduce a saber lo que es preciso entender por
necesidad. Aristóteles ** había ya indicado que el concepto de necesi­
dad tiene muchos matices: es necesario tomar el medicamento para
curar; respirar para vivir; hacer un viaje a Egina para recuperar
una suma de dinero. Es una necesidad, por decirlo así, condicional: es
necesario que respiremos, si queremos vivir; es necesario que tomemos
un medicamento, si queremos librarnos de la enfermedad, y así suce­
sivamente. El- hombre experimenta frecuentemente necesidades de este
género en el proceso de su acción sobre la naturaleza exterior; le es
necesario sembrar si quiere cosechar; disparar la flecha, si quiere cazar;
aprovisionarse de combustible, si quiere poner en marcha una máquina
a vapor y así sucesivamente. Si nos colocamos en el punto de vista
de la “ crítica neo-kantiana de M arx” es necesario admitir que en esta
necesidad condicional, existe igualmente un elemento de s%misión. El
hombre sería más libre si pudiera satisfacer sus necesidades sin emplear
ningún esfuerzo. Se somete siempre a la naturaleza aún cuando él la
subordine a su servicio. Pero este sometimiento es la condición de su
liberación: haciéndolo, aumenta por ello mismo su poder sobre aquélla,

* H errn Exigen V iih rin g ’s Um walzung der W issen sch aft, 5.a edición, p ág. 113.
** M eta física, libro V, cap. 5.
EL MATERIALISMO M ILITANTE 413

es decir, su libertad. Ocurriría ]o mismo en el caso de que la producción


social estuviera organizada de una manera racional. Aunque sometién­
dose a las exigencias de la necesidad técnica y económica, los hombres
pondrían término a este régimen insensato que hace que sean domi­
nados por sus propios productos, es decir, aumentarían formidable­
mente su libertad. Aquí, igualmente la sumisión llegaría a ser la
fuente de su liberación.
Esto no es todo. Hechos a la idea de que el pensar está separado
del ser por un abismo, los “ críticos” de Marx sólo conocen un matiz
de la necesidad: para servirnos una vez más de los términos de
Aristóteles, ellos se representan la necesidad únicamente como una
fuerza que nos impide actuar según nuestro deseo y nos obliga a hacer
lo contrario a él. Tal necesidad está, en efecto en oposición a la libertad
y no puede dejar de pesar sobre nosotros con mayor o menor intensidad.
Pero es necesario también no perder de vista que una fuerza que se
presenta ante el hombre como fuerza exterior de coerción, yendo al
encuentro de su deseo, puede, en otras circunstancias, hacerlo con un
aspecto totalmente diferente. Tomemos como ejemplo la cuestión
agraria tal como se presenta en nuestros días en Rusia. La “ expro­
piación obligatoria de la tie rra ” puede parecer a un terrateniente
inteligente o a un “ cadete” ,’ una necesidad histórica más o menos
triste, según el monto de la “ compensación equitativa” que le sea
asignada. Mas ante los ojos del campesino, que acaricia la idea de que
se le adjudique lo que él llama la “ tierrecita ” , la necesidad más o menos
triste será, por el contrario aquella “ comprensión equitativa” , en
tauto que la “ expropiación obligatoria” aparecerá seguramente ante
él como la expresión de su libre voluntad y la prenda más preciosa
de su libertad.
Llegamos aquí al punto quizá más importante de la doctrina de
la libertad, aquél que no había sido mencionado por Engels por la
sencilla razón de que era comprensible, sin mayor explicación, por
todo aquél que hubiera seguido la escuela de Hegel.
E n su Filosofía de la Religión dice así: “ Die Freiheií ist dies;
nickts su wollen ais sich” *, es decir: “ La libertad consiste en no
querer más que lo que se quiere” 24. T esta observación proyecta una
luz considerable sobre la cuestión de la libertad en cuanto ella concierne
a la psicología social: el campesino que reclama la “ tierrecita” del
gran propietario no quiere “ nada más de lo que él quiere” . Pero lo
que quiere el “ cadete” agrario que consiente en cederle esta “ tierrecita”
no es ya “ lo que él quiere” , sino aquello a lo que la historia lo obliga.
El primero es libre, el segundo se somete sabiamente a la necesidad.
Ocurriría lo mismo con el proletariado que transformara los medios
de producción en propiedad social y organizara la producción social
sobre nuevas bases: no querría nada más que lo que él quiere. Y se
sentiría completamente libre. Pero por lo que se refiere, a los capita­

* H egel: O bras, t. X I I, pág. 98.


414 G. PLEJA NO V

listas, se sentirían, en el mejor de los casos, en la situación de aquel


propietario agrícola que ha aceptado el programa de los “ cadetes” : no
podría dejar de aceptar que la libertad es una eosa y la necesidad
histórica otra.
Tenemos la impresión de que aquellos que criticaban a E'ngels no
le comprendían, y una de las razones de esta incomprensión es que
ellos eran capaces de ponerse mentalmente en la situación de un capi­
talista, pero no podían de ningún modo, imaginarse en la “ piel” de
los proletarios. Y creemos que en ello habría igualmente una causa
social particular, causa económica en último término.

XVI

El dualismo hacia el cual se inclinan en la actualidad los ideólo­


gos de la burguesía, dirige todavía otro reproche al materialismo
histórico. En la persona de Stammler le censura no tener absoluta­
mente en cuenta la teología social. Este segundo reproche, estre­
chamente emparentado desde luego al primero, carece también de todo
fundamento.
Marx ha dicho: “ Para producir, los hombres contraen entre sí
relaciones determinadas” . Stammler ve en esta fórmula la prueba
de que Marx mismo no ha podido evitar, a despecho de su teoría,
las consideraciones teleológicas. Las palabras de Marx significan, a
su juicio, que los hombres contraen conscientemente aquellas relaciones
sin las cuales la producción es imposible. Por lo tanto, estas relaciones
son el resultado de una acción realizada en vista del fin a alcanzar *.
No es difícil demostrar en qué punto de su razonamiento peca
Stammler contra la lógica y comete un error que imprimirá su huella
sobre sus observaciones críticas ulteriores.
Tomemos un ejemplo. Algunos salvajes cazadores quieren perse­
guir una presa, pongamos un elefante. A este efecto se reúnen .y
disponen sus fuerzas, en cierto orden. ¿Dónde, está aquí el fin? ¿Dónde
el medio de alcanzarlo? E l fin consiste evidentemente en capturar o
m atar al elefante y el medio en perseguir al animal mediante la con­
junción de todas las fuerzas. ¿Por qué está sugerido el fin? Por las
necesidades del organismo humano. ¿Qué es lo que determina el medio*?
Las condiciones de la caza. ¿lias necesidades del organismo dependen
del hombre, de su voluntad? No evidentemente, ello es, desde luego,
un asunto que conciene a la fisiología y no a la sociología. ¿ Qué
podemos pedir en este caso a la sociología^ El explicar porqué razón
al buscar los hombres satisfacer sus necesidades —pongamos por caso
la necesidad de alimentarse— contraen ya estas relaciones, ya aquellas
otras totalmente diferentes. Y este hecho lo explica lá sociología —en

* W irtsc h a ft und R echt, 2.“ edición, pág. 421.


E L M ATERIALISM O M ILITANTE 415

la persona de Marx—, por el estado de las fuerzas de producción.


Ahora bien, ¿el estado de estas fuerzas depende de la voluntad de los
hombres y de los fines que persiguen? La sociología, de nuevo en la
persona de Marx, responde: no, no depende de ellos. Y si tal cosa ocu­
rre, es que estas fuerzas surgen en virtud de cierta necesidad, determi­
nada por condiciones dadas y situadas fuera del hombre.
¿Qué resulta de ello? Que si la caza es una actividad conforme al
fin que persigue el salvaje, tal hecho incontrovertible no disminuye en
nada el valor de este pensamiento de M arx: las relaciones de producción
entre los salvajes que se entregan a la caza, se establecen en virtud de
condiciones completamente independientes de esta actividad y confor­
mes al fin perseguido. En otros términos, si el cazador primitivo aspira
conscientemente a obtener tanta caza como le sea posible, no se deduce
allí que el comunismo de la vida que lleva este cazador, haya surgido
como el producto conforme al fin de su actividad. No, el comunismo ha
nacido o más exactamente, se ha conservado —puesto que se ha cons­
tituido mucho antes— como el resultado inconsciente es decir, necesario
de esta organización del trabajo, cuyo carácter era totalmente inde­
pendiente de la voluntad de los hombres *. Es precisamente lo que no
ha comprendido el kantista Stammler, quien, en este caso, se ha
extraviado, arrastrando tras -sí al mismo tiempo a nuestros Struvé,
Bulg’akov y otros marxistas temporales, cuyos nombres constituyen
legión **.
Continuando en sus observaciones críticas, dice Stammler que si
el desarrollo social se cumpliese exclusivamente en virtud de la
necesidad causal, toda tendencia consciente que concurriera a este
desarrollo, sería un contrasentido manifiesto. Según él, ocurre una de
estas dos cosas: o bien yo estimo como necesario un fenómeno cual­
quiera, es decir, inevitable, y entonces no tengo necesidad de concurrir
a su aparición, o bien mi concurso es necesario para que este fenómeno
pueda producirse y entonces 110 puede llamarse necesario. ¿Quién es
aquél que procura contribuir a la salida diaria del sol, salida nece­
saria, es decir inevitable?***,.
Aquí se manifiesta de manera elocuente el dualismo tan propio a
las personas educadas en la filosofía de K ant: el pensar está siempre
separado del ser, según ellos.
La salida del sol no está ligada de manera alguna, ni como causa,
ni como consecuencia, a las relaciones sociales de los hombres. Es por
esto que se le puede oponer, en tanto que fenómeno de la naturaleza
a las aspiraciones conscientes de los hombres, que tampoco tienen

* " L a necesidad, por contraste eon la libertad, no es otra cosa que el


in con scien te” . (Schelling,. S ystem des trancen den tal en Idealism u s, 1880, pág. 52 4 ).
*'■* E ste aspecto de la cuestión h a sido expuesta por nosotros de manera deta­
llada en diferentes partes de nuestro lib ro sobre el M onism o histórico. (O tra s,
t V II).
'*** Ib id ., p ágs. 421 7 siguientes. Comparar igualm ente el artículo de Stammler:
M ateriaU stiche GesehichtsauffüssvM g en Handworterbueh der Staatawissenseliaften,
t. V , págs, 735-737.
416 G. PLEJA N O V

ninguna relación causal con éL Cosa distinta ocurre en cuanto a los


fenómenos sociales de la historia. Sabemos ya que los hombres hacen
la historia. Por consiguiente, las aspiraciones humanas no pueden ser
un factor del movimiento histórico. Pero la historia es hecha por los
hombres de cierta manera y no de otra, a consecuencia de determinada
necesidad, de la que ya hemos hablado suficientemente. Una vez dada
esta necesidad, las aspiraciones de los hombres, que constituyen un fa o
tor inevitable ele la evolución social, se clan igualmente como consecuen­
cias, Estas aspiraciones no excluyen la necesidad, sino■ que están
determinadas por ella. Por consiguiente, constituye una gran falta de
lógica oponerlas a esta misma necesidad.
Cuando una clase que aspira a su emancipación realiza una revo­
lución social, actúa en tal ocasión de manera más o menos apropiada
al fin perseguido y, en todo caso, su actividad es la causa de esta
revolución. Pero tal actividad, con todas las aspiraciones que la han
suscitado, es ella misma consecuencia del desarrollo económico y, por
consiguiente, está determinada por la necesidad.
La sociología no se transforma en ciencia, sino a medida que ella
llega a comprender la aparición de fines en el hombre social (“ teleo­
logía” social), como consecuencia necesaria del proceso social, condi­
cionado en último término por la marcha del desarrollo económico.
Es muy característico que los adversarios consecuentes de la inter­
pretación materialista de la historia se vean obligados a demostrar que
la sociología es imposible como ciencia. Ello significa que el “ criti­
cismo” se transforma en un obstáculo, al desarrollo científico de
nuestra época. Los que pretenden encontrar una explicación científica
de la historia de las teorías filosóficas, podrán emprender aquí, una
tarea interesante: determinar de que manera el papel del £‘ criticismo ’ ’
está ligado a la lucha de clases en la sociedad moderna.
Si trato de tomar parte en un movimiento cuyo triunfo me parece
una necesidad histórica, ello significa que considero mi propia actividad
como un eslabón indispensable en la cadena de aquellas condiciones
cuya totalidad asegurará necesariamente el triunfo del movimiento
que ha ganado mis entusiasmos. Ni más ni menos. Ef¡sto no lo comprende
un dualista, pero es perfectamente claro para quien haya asimilado la
teoría de la unidad del sujeto y del objeto y comprendido de qué
manera esta unidad se manifiesta en los fenómenos de orden social.
Es muy importante anotar que los teóricos del protestantismo en
la América del Norte no comprenden nada de esta oposición de la
libertad y la necesidad, que tanto ha preocupado y preocupa todavía a
los ideólogos de la burguesía europea. A. Bargy dice que “ en América,
los profesores de “ energía” más convencidos, están poco inclinados a
reconocer la libertad de la voluntad ’ ’ *. Explica tal hecho por la circuns­
tancia de que éstos, en tanto que hombres de acción, prefieren las

* A. B argy: L a religión dans la société aux Etats-U nis, P arís, 1902, pá­
ginas 8S-89.
EL MATERIALISMO MILITANTE 417

“ decisiones fatalistas” . Pero Bargy se engaña. E l fatalismo nada tiene


que hacer aquí. Esto se deduce de su propia observación a propósito
del moralista Jonathan Edwards: “ El punto de vista de Edw ards. . . es
el punto de vista de todo hombre de acción. P ara aquél que en su vida
se ha propuesto un fin determinado, la libertad es la facultad de poner
toda su alma en la prosecución de este fin " *. Esto está muy bien dicho
y se parece mucho al “ no querer nada más que lo que quiere” de
Hegel. Pero cuando el hombre “ no quiere nada más que lo que se
quiere” , no es en modo alguno fatalista; es hombre de acción
exclusivamente.
E l kantismo no es una filosofía de combate ni de hombres de ac­
ción. Es una filosofía de gentes que se quedan en todo a medio camino,
una filosofía de compromiso.
Engels dice que es necesario que los medios de suprimir el mal
social sean descubiertos en las condiciones materiales dadas de la
producción, pero no inventadas por tal o cual reformador social.
Stammler está de acuerdo con Engels en este punto, pero le reprocha
la falta de claridad, puesto* que, según él, el fondo de la cuestión con­
siste en saber “ por medio de qué método debe ser hecho este descu­
brimiento ’? *'*. Esta sujeción sólo atestigua la confusión que reina
en el propio pensamiento de Stammler, EÜla cae de su peso por la
simple razón de que aún cuando el carácter del “ método” está deter­
minado, en tales casos, por el gran número de factores variables en
extremo, todos ellos pueden, sin embargo, ser referidos en último tér­
mino a su fuente común o sea a la marcha del desarrollo económico. El
hecho mismo de que la teoría de Marx haya podido nacer, ha sido con­
dicionado por el desarrollo del modo de producción capitalista, en tanto
que el predominio del utopismo *** en el socialismo anterior a Marx,
es enteramente comprensible en una sociedad donde no solamente se
opera el desarrollo del modo de producción indicado, sino que también
existe, a veces predominando, una insuficiencia de este desarrollo.
Es inútil que nos extendamos más sobre este tema. Pero ha. de
permitir el lector que al terminar este artículo llamemos su atención
sobre la relación estrecha del “ método” táctico de Marx y Engels
con las tesis fundamentales de su teoría histórica.
Sabemos ya que, conforme a esta teoría, la humanidad no se plan­
tea más problemas que ella puede resolver, “ puesto q u e ... el problema
mismo no se presenta sino allí donde las condiciones materiales indis­
pensables a su solución existen ya o están en vías de aparición” . Pero
en donde estas condiciones existen ya, la situación es totalmente
diferente de aquella en que están solamente en vías de aparición. En
el primer caso el momento del “ salto” ha llegado ya; en el segundo
es cuestión de un porvenir más o menos remoto, un “ objetivo final”
cuya aparición está preparada por una serie de “ transformaciones

* I b id ., p á g s. 97-98.
** Handworterbueh, pág. 736.
* * * Ibid., la misma página.
418 G. P LEJA N O V

g ra d u a le s” en las relaciones de las clases sociales entre sí. ¿Cuál debe


ser el papel de los innovadores en la época en que el “ salto” es todavía
imposible %No otro, evidentemente, que el de contribuir a las “ trans­
formaciones graduales” , o dicho de otro modo, el de luchar por obtener
reformas. De este modo el “ objetivo final ” , lo mismo que las reformas,
encuentran su lugar y la oposición entre la reforma y el “ objetivo
fin al” pierde toda razón de ser y se encuentra relegada al dominio
de las leyes utópicas. La persona que admita semejante oposición
—“ revisionista” alemán del género de Eduardo Bernstein o “ sin­
dicalista revolucionario” italiano al estilo de aquéllos que asistieron
al reciente Congreso socialista de Ferrare— revela su incapacidad
para comprender el espíritu y el método del socialismo moderno. Esto
es útil de recordar en la hora actual, en que el reformismo y el sindi­
calismo tienen la osadía de hablar en nombre de Marx.
Pero qué robusto optimismo se desprende de estas palabras: “ La
humanidad no se plantea sino aquellos problemias que puede resolver” .
Ellas no significan evidentemente, que toda solución de los grandes
problemas de la humanidad presentada por cualquiera utopista sea
buena. Una cosa es la utopía y otra la humanidad, o, más exactamente,
la clase social que en un instante dado representa los intereses supremos
de la humanidad. El mismo Marx ha dicho muy bien: “ Cuánta mayor
sea la magnitud de una acción histórica, más grande será el conjunto
de las masas que la realicen”. Esto»significa la condenación definitiva
de toda actitud utópica frente a los problemas históricos. Y si Marx
pensaba, no obstante, que la humanidad no se plantea jamás problemas
insolubles, sus palabras, desde el punto de vista teórico, representan
solamente una nueva expresión de la idea de unidad del sujeto y del
objeto en su aplicación al proceso del desenvolvimiento histórico. Desde
el punto de vista práctico, ellas expresan la fe serena y viril de que
el “ objetivo fin al” será alcanzado, aquella fe que hizo exclamar en otra
ocasión a nuestro inolvidable N. G*. Chernishevski con cálida con­
vicción :
“ Suceda lo que suceda, será sin embargo nuestro campo el que
festejará la victoria” .
NOTAS

1 M i amigo Víctor Adler observa justam ente, en el articulo que escribió el


día de los funerales de E n gels, que el socialism o ta l como Marx y E ngels lo
comprendían, no es solam ente una doctrina económica, sino también universal.
(Cito según la edición italian a: W. E ngels, Economía política. Introducción y
notas biográficas y b ib liográficas por Eilippo Turatí, Victor Adler y K arl K autsky.
M ilán 1895). Pero cuando m ayor es la verdad de esta característica del socia­
lism o, ta l como lo com prendían Marx y E n gels, más extraña es la impresión que
produce ver a Víctor A dler adm itir la posibilidad de reemplazar la base m ate­
ria lista de esta “ doctrina u n iversal” por una base kantiana. ¿Qué se puede pensar
de una doctrina universal, cuya base filo só fic a no tiene ninguna relación con el
ed ificio que sustenta? E n gels h a escrito: “ Marx y yo hemos sido casi los únicos
en introducir la dialéctica consciente en la concepción m aterialista de la naturaleza
y de la h isto ria ” . (V er prefacio a la 8.a edición del A n ti-D ü h rin g) . D e este modo,
los padres del socialism o cien tífico eran, a pesar de lo que piensan algunos de sus
adeptos actuales, m a teria lista s conscientes, no solam ente en historia, sino también
en ciencias naturales y físicas.
2 Engels demuestra en este prefacio, a instancias de Marx, que el mate­
rialismo es h ijo de la Gran B retañ a; que Bacon era realm ente el abuelo del m a­
terialism o in glés; que, con H obbes y Locke, es el padre de la escuela m aterialista
francesa, y que el actual “ agn osticism o” in glés no es m ás quet un m aterialismo
medroso.
“ En efecto — dice E n gels— ¿no es el agnosticism o otra cosa, para servim os
de un término m uy expresivo de Laneashire, que “ un m aterialism o púdicamente
v elad o?” . La idea que el agnóstico se form a de la naturaleza está profundam ente
im pregnada de m aterialism o. E n tod a la naturaleza rigen leyes y no hay en ella
lugar para una intervención de fuera. Pero — agrega el agnóstico— nosotros no
tenemos el medio de dem ostrar la existencia de un Ser supremo m ás allá del
mundo conocido, n i de negarla. E sto ten ía todavía algún fundam ento en la época
en que el gran astrónom o Laplaee, respondiendo a Napoleón, que le interrogaba
por qué no era mencionado el Creador m la M ecánica Celeste, declaraba: “ Yo no
tenía necesidad de esa h ip ótesis” . Pero en la época actual la concepción evolucio­
n ista del mundo no ofrece ningún, sitio a un creador o regente, y todo juicio
sobre un Ser supremo situado fu era del mundo existente sería una contradicción
en sí, y , según me parece, heriría inútilm ente el sentim iento de las personas
religiosas.
“ Aparte de esto, nuestro agnóstico adm ite que todos nuestros conocimientos
se fundan sobre im presiones que nos son transm itidas por los sentidos. Pero
— agrega— ¿de dónde sabem os que nuestros sentidos nos dan u n a idea exacta
de las cosas que percibim os por interm edio de ellos? Y continúa tratando de de­
mostrarnos que cuando habla de cosas o de propiedades lo hace, en realidad, no
refiriéndose a ellas, de la s que no puede saber nada con certidum bre, sino sim ple­
m ente a las impresiones que lian producido en nuestros sentidos.
“ N o es dudoso, podría decirse, que sem ejante manera de razonar sea irrefu ­
table. Pero antes de razonar lo s hombres actúan: “ en el comienzo era la acción ” ,
Y la actividad humana h a .resuelto esta d ificu ltad mucho tiem po ?antes de que la
razón humana la hubiera inventado. The p ro o f o f th e p u ddin g is in th e eatín g
(la prueba del budín se hace com iéndolo). D esde el momento mismo en que u tili­
420 G. PLEJANOV

zamos estas cosas para nosotros, som etem os a una prueba in fa lib le la veracidad
o falsedad de nuestras percepciones sensibles. S i ellas son falsas, nuestra apre­
ciación sobre la manera posible de utilizar la cosa, debe serlo igualm ente, y nues­
tra ten tativa debe conducirnos a un fracaso. Pero si logram os éxito en la tarea
que nos hemos asignado', si comprobamos que una eosa dada corresponde a la idea
que de ella nos habíamos formado, que responde al fin para el que la habíamos
destinado, entonces tenemos una prueba positiva de que nuestra percepción de la
cosa y de sus propiedades, corresponde, dentro de ciertos lím ites, a la realidad
exterior. Por el contrario, en todos los casos en que nos encontramos fren te a un
fracaso no tardamos, por lo general, en descubrir sus causas. Resulta entonces que
la percepción sobre la que habíamos fundado nuestra acción había sido hecha
superficialm ente, o bien falsam ente relacionada a lo s resultados de otras percep­
ciones, y que, por consiguiente, nuestro razonamiento era erróneo. Pero si nos de­
dicam os a entrenar y utilizar nuestros sentidos con precisión y a mantener nuestra
actividad en el cuadro de las percepciones obtenidas y empleadas de manera justa,
comprobaremos que el resultado de nuestros actos prueba el aeuerdo de nuestras
percepciones con la naturaleza objetiva de las cosas que hemos percibido. Por el
momento no se puede citar ningún caso que nos obligu e a concluir que nuestras
percepciones sensibles, científicam ente controladas, evoquen en nuestro espíritu ideas
sobre el mundo exterior que divergan, por su naturaleza misma, de la realidad, o
que exista una divergencia fundam ental entre el mundo exterior y nuestras percep­
ciones sensibles.
" P e r o he aquí que un agnóstico neo-kantiano se presenta y declara: es posible
que seamos capaces de aprehender con exactitud la s propiedades de una cosa; pero
no estam os en condiciones, por un proceso sensible o m ental cualquiera, de apre­
hender la cosa en sí. E sta “ cosa en s í ” se encuentra fuera de nuestro horizonte.
A esto ha respondido ya I-Iegel desde hace tiem po: “ Cuando conozcáis todas las
propiedades de una cosa, ésta os será conoeida; no queda sino el hecho de que la
cosa dada exista independientem ente de vosotros; y tan pronto como vuestros
sentidos os han enseñado esto habéis y a aprehendido el últim o résto de la cosa en
sí, la fam osa “ cosa en s í ” de K a n t” . A esto se puede agregar que en la época
de K a n t nuestra noción de las cosas de la naturaleza ten ía todavía un carácter
fragm entario, y K ant tenía derecho a sospechar que detrás de lo poco que sabíamos
de estas cosas se escondía en cada una de ellas la m isteriosa “ cosa en s í ” . Pero
todas estas cosas inaprehensibles han sido una tras otra aprehendidas, analizadas;
aún m ás ellas han sido reconstituidas gracias a los progresos gigantescos de la
ciencia. Y no se puede considerar como im posible de aprehender, todo aquello que
estam os en condiciones de reconstituir. D urante la prim era m itad del siglo X IX ,
las sustancias orgánicas eran para la química cosas m isteriosas de este género, en
tanto que ahora hemos aprendido a reconstituirlas, una tras otra, por la síntesis
de sus elem entos químicos, sin recurrir a la ayuda de procesos orgánicos. Los
químicos contemporáneos declaran que desde el momento en que la estructura
quím ica de un cuerpo cualquiera nos es conoeida, puede" ser reconstituido por
medio de sus elementos. Estam os todavía lejos, por el momento, de conocer la
composición de las sustancias orgánica superiores, los cuerpos albuminoideos, pero
no existe razón para que no podamos, aunque fu ese a l cabo de varios siglos, ad­
quirir este conocim iento y llegar así a producir la albúmina artificial. Cuando
hayamos logrado ta l cosa, tendremos la posibilidad de reproducir la vida orgánica,
desde sus form as inferiores hasta las más elevadas, puesto que la vida no es otra
cosa que la form a normal de existencia de los cuerpos albuminoideos.
‘ 1Pero después de haber hecho estas reservas form ales, nuestro agnóstico habla
y actúa como un m aterialista ordinario que es en el fondo. Tanto como alcancemos
a saberlo, dirá quizás, la m ateria y el movimiento, como se dice ahora, la energía,
no pueden ser n i creados n i destruidos; pero no tenemos ninguna prueba de que
uno y otro no hayan sido creados en una época o en otra. S i ensayais serviros de
esta afirm ación contra él, en un caso particular cualquiera, os hará abandonar
rápidamente esta posición. A dm itiendo m a bstracto la ' posibilidad del esplritua­
lism o, no quiere oír hablar de ello in concreto. Os dirá: Tanto como lo sepamos
o podamos saberlo, no existe creador o regente del U niverso; h asta donde podamos
EL MATERIALISMO MILITANTE 421

saberlo, la m ateria y la energía no pueden ser creadas ni destruidas; para nosotros,


el pensamiento no es sino una form a de la energía, una función del cerebro;
todo lo que nosotros sabemos indica que el mundo está regido por leyes inm uta­
bles, etc., etc. De este modo, en. cuanto él es hombre de ciencia o sabe alguna
cosa, es m aterialista. Más allá, de la ciencia, en. las regiones donde él no sabe nada,
traduce su ausencia de saber en griego y la llam a agn osticism o" .
3 En la M iseria de la filo s o fía , Marx expone el método dialéctico de Hegel
de la siguiente manera:
‘ ‘ Todo lo que existe, todo lo que vive sobre la tierra y el agua, sólo existe,
sólo vive por un movimiento cualquiera. A si, el m ovimiento de la historia produce
las relaciones sociales, el m ovimiento industrial nos da los productos industriales,
etc. Del mismo modo que por medio de la abstracción se transform a cualquier cosa
en categoría lógica, así tam bién no hay sino que hacer abstracción de todo ca­
rácter distintivo de los d iferentes m ovimientos para llegar al movimiento en
estado abstracto, al movimiento puramente formal, a la fórmula puramente lógica
del movimiento. Si se encuentra en las categorías lógicas la sustancia de toda
eosa, se supone poder encontrar en. la fórm ula lógica del movimiento el método
absoluto que no solam ente expliea toda cosa, sino que, además, im plica el m ovi­
miento de la cosa. Es de tal m étodo que Hegel habla en estos térm inos: “ El
método es la fuerza absoluta, suprema, in fin ita , a la que ningún objeto podría
resistir; er. la tendencia de la razón a reconocerse ella misma en toda c o s a '1.
(Lffiea, t, I I I ) .
“ ¿Qué es, entonces, el método absoluto? La abstracción del movimiento. ¿Qué
es la abstracción del movimiento'’ E l m ovimiento es el aspecto abstracto. ¿Qué es
el movimiento en el aspecto abstracto? U na fórm ula puramente lógica del m ovi­
miento o el m ovi mentó de la razón pura. ¿En qué consiste el movimiento de la ra­
za pura! E n que ella m ism a se plantea, se opone y une a sí misma; en que se
form ula en tesis, síntesis y an títesis, o, en fin, que ella se admite, se n iega y
n iega su negación.
" ¿ P er o de qué manera la razón se admite, de qué manera se plantea como una
categoría determinada? E sto es ya un asunto de la razón misma y de sus apolo­
gistas, Pero la razón se ha planteado ella m ism a en tesis; esta tesis, esta idea, opo­
niéndose a ella m isma se divide en dos ideas, qne se contradicen entre sí, en afir-
mación y esi negación, en sí y en no. L a lucha de estos dos movimientos opuestos
contenidos en la antítesis constituye el m ovimiento dialéctico. S i sí se transform a
en no, no se transforma en sí; s í deviene sim ultáneam ente sí y n o; no deviene si­
m ultáneam ente no y sí. D e esta manera las oposicones se equilibran reciprocar
mente, se neutralizan y paralizan. L a fusión de estas dos ideas que se contradicen
form an una nueva idea: la síntesis. E sta nueva idea se divide a su vez en dos
opuestas, que también se funden en una nueva síntesis. E ste proceso de descompo­
sición form a un grupo de ideas, el cual se somete al mismo movimiento que la ca­
tegoría sim ple y tiene por an títesis otro grupo de ideas opuestas. De estos dos
grupos nace uno n u evo: su síntesis. A sí como el grupo nace del m ovimiento d ia­
léctico de las categorías sim ples, del m ism o m odo, del movimiento dialéctico de los
grupos surge la serie y el m ovimiento dialéctico de las series engendra la totalidad
del sistema.
(<A plicad este método a las categorías de la economía p olítica y obtendréis
la lógica y la m etafísica de la economía política, o, en otros térm inos, traduciréis
las categorías económicas, conocidas de todo el mundo, en un lenguaje poco cono­
cido, gracias al cual podrá creerse que acaba de nacer de un cerebro abarrotado
de r&zón pura; de tal modo parecen engendrarse las categorías unas a otras, re­
lacionarse y entrelazarse bajo la sola influ en cia del movimiento d ia lé c tic o .. . Según
H egel, todo lo que ha pasado y pasa todavía en el mundo es idéntico a lo que
pasa en su propio pensam iento. B esulta de allí que la filo so fía de la historia no es
más que la historia de la filo so fía , y en últim o término, de la filo so fía de H egel
solamente
Hablando de este error que se encuentra en la base de la dialéctica hegeliana,
Marx subraya, en el prefacio de la segunda edición de E l C apital, la diferencia que
existe entre la dialéctica m aterialista y la dialéctica idealista.
422 O. PLEJA NOV

‘ 1Mi dialéctica no solam ente se distingue esencialmente de la de ii egel, sino


que le es diam etralm ente opuesta. P a ra H egel, el proceso del pensam iento, que él
transform a, b ajo el nombre de idea, es un sujeto independiente, es el demiurgo
(creador) de la realidad, que no es sino su m anifestación exterior. Pero para mí
es justam ente lo contrarío: lo id eal no es otra eosa que lo m aterial traducido y
transform ado en el cerebro del hombre. H e hecho ya, hace treinta años, la crítica
■del aspecto m ístico de la dialéctica h egeliana, en la época en que estaba todavía do
m o d a . . . El carácter m ístico que la dialéctica ha tomado en H egel, no le im pidió
llegar a ser el primero en dar un cuadro completo de las form as generales del m o­
vim iento de esta dialéctica. E n H egel, la dialéctica se encuentra cabeza abajo. E s
necesario ponerla sobre sus píes para descubrir el grano racional debajo de la
■envoltura m ística.
B ajo su form a m ística, la d ialéctica estuvo de m oda en Alem ania, porque per­
m itía tender un velo sobro el estado de cosas existente. B ajo su form a racional
«s a los ojos de la burguesía y de sus intérpretes doctrinarios nada m ás que es­
cándalo y horror, porque a la comprensión p ositiva do lo que eaásíie agrega al
mismo tiempo la com prensión de la negación, de la ruina necesaria del estado
de cosas existen tes; porque concibe cada form a en el flu jo del m ovim iento y,
por lo tanto, en su aspecto transitorio; porque no se inclina an te n ad ie y es, por
esencia, crítica y revolucionaria". (P refa cio a la segunda edición de 151 C a p ita l),
Por lo que se refiere a la ley hegeliana de la transformación, de la s d ife ­
rencias cu an titativas en cualitativas, Marx habla de ella en. el capítulo sobre “ la
norma y la m asa de la p lu s-v a lía " , cuando exam ina las condiciones en que el ar­
tesano m edioeval se transform a realm ente en capitalista. ‘ ‘ E l propietario de fo n ­
dos o de m ercancías solo se transform a realm ente en capitalista cuando la suma
m ínima invertida para la producción sobrepasa en mucho la m áxim a medioeval.
En este dominio, como en las ciencias n aturales y físicas, se confirm a la verdad
de la ley que H egel ha descubierto en su L ógica, y según la cual ios cam bios pura­
m ente cuantitativos al llegar a cierto grado se transform an en. diferencias cua­
lita tiv a s" .
Señalando las contradicciones en que incurre John Stuart Mili, al tratar de
conciliar la teoría del provecho de Ricardo con la teoría de la abstinencia de Segnor,
M arx observa adem ás: “ L as contradicciones vulgares le son tan fam iliares como
extraña le es la “ con trad icción " hegeliana, fuente de toda d ialéctica" .
Observa Marx en TSl C apital que las propiedades de una cosa no nacen, de sus
relaciones con otras, sino que no hacen m is que ‘m an ifestarse en estas relaciones,
■i La carta que Marx dirigía el 30 de octubre de 1843, a Feuerbaeh, tien e una
gran im portancia para caracterizar la evolución de sus concepciones filosóficas. A l
invitar a Feuerbaeh a tomar posición contra Schelling, M arx escribía: “ Sois por
ello el hombre m ejor colocado del mundo, puesto que sois Schelling al revés. L a
id ea 'perfectam ente ju sta que Schelling había form ulado en su juventud — debemos
reconocer lo que existe de bueno a\m entre nuestros adversarios— y para cuya rea­
lización carecía de toda cualidad, excepto la im aginación, de toda energía que no
fuera la vanidad, de todo estim ulante fuera del opio, de todo órgano fuera de la
irritabilidad y una intuición muy fem enina — esta idea, ju sta de su juventud, que
había quedado en él como una visión juvenil fan tástica, se ha transformado en
vos en verdad, en realidad, en seriedad viril. E s por eso que Schelling es vuestra
anticipación d esfigu rada , y desde el momento en que la realidad se opone a seme­
ja n te desfigu ración , ésta debe disiparse como un vapor, como una nube. Yo os
considero por esta razón como el adversario de Schelling, necesario, natural, envia­
do por Sus M ajestades la N aturaleza y la H istoria. V uestra lucha contra él, es la
lucha de la filo so fía mism a contra su propia d esfigu ración ” . (K . Gran: Ludw ig
Feuerbaeh en su Carlas y escritos, L eip zig, 1874, t. X, p ág. 361). Como so ve, M arx
comprendía, con toda verosim ilitud, la “ idea de juventud de S ch ellin g" en el sen­
tido del monismo m aterialista. Pero Feuerbaeh no participaba de esta manera de
ver de Marx, como lo dem uestra la respuesta que le dio. Encuentra que y a Schelling
en sus primeros escritos, “ no hace m ás que transform ar el idealism o del pen sa­
m iento en idealism o de la im aginación, y atribuye tan poca realidad a las eosaa
como al yo, con la sola d iferen cia de quo ello tien e otra; apariencia, porque en lugar
EL M ATERIALISMO M ILITANTE 423

del yo determ in ado, ha puesto el “ ab solu to’ ’ indeterminado, dando así al idealis­
mo un m atiz p a n teísta ” . (Ib id ., pág. 4 0 2 ).
5 E ngels escribía: “ L a evolución de Feuerbaeh es la tii/ansíorniacin de un
hegeliano (a decir verdad, nunca liabía sido un hegeliano perfectam ente ortodoxo)
en m aterialista. E n un momento determ inado de esta evolución, Feuerbaeh llegó a
la ruptura com pleta con el sistem a id ealista de su predecesor. Finalm ente ae es­
tablece con él, eon fuerza irresistible, la conciencia de que la vida preexistente de
la “ idea ab so lu ta ” y de las “ categorías ló g ic a s" , cuya existencia, según H egel,
liabía precedido la del Universo, no es m ás que un extraño rezago, de la creencia
en un Creador supraterrestre; que el mundo sensible, accesible a nuestros sentidos
exteriores, al que pertenecem os nosotros, es el único mundo real y que nuestra con­
cien cia y nuestro razonam iento son engrendrados por un órgano m aterial, por una
p arte de nuestro cuerpo — el cerebro— , aunque la una y el otro pertenezcan v isi­
blem ente al mundo inm aterial. N o es la m ateria la engendrada por el espíritu, es
el espíritu el engendrado por la m ateria. E sto, evidentem ente, es m aterialism o
p u ro .” (Luclwig Feuerbaeh, Stufctgart, 1907, págs. 17-18).
6 F . L ange escribe: “ E l verdadero m aterialism o estará siempre inclinado a
mirar el conjunto de la naturaleza exterior y a no considerar al hombre m ás que
como una onda en el océano del m ovim iento entero de la m ateria. L a naturaleza del
hombre no representa para el m aterialism o sino un caso especial de la fisiología
general, así como el pensam iento no es m ás que un caso especial en la cadena de
los procesos psíquicos v ita le s " . (H istoria del materialismo, t. I I , pág. 74, L eipzig,
1902). Pero Teodoro Dezam y, en su Qódigo de la Comunidad (P arís, 1843) tom a
tam bién por punto de partida la naturaleza humana ( “ el organismo hum ano” ) y ,
sin embargo, nadie podrá dudar de que p articipa de la manera de ver del m ateria­
lism o francés del siglo X V I II . D esde luego, L ange no m enciona para nada a De-
zam y, en tanto que M arx le coloca en el número de los com unistas franceses, cuyo
comunismo era m ás científico que el de Cabet, por ejem plo. “ Dezarny, Gay y los
otros com unistas franceses de la m isma orientación, dice Marx, desarrollan la doc­
trina m aterialista como doctrina del humanismo real y base lógica del comunismo ’ \
(L a Sagrada Fam ilia). En la época en que M arx y E n gels escribían este libro, d i­
vergían todavía en la apreciación de la filo so fía de Feuerbaeh, Marx le llam aba
un “ materialismo que coincide coa el hum anism o” (a sí como Feuerbaeh lo es en la
teoría, el socialismo y el comunismo francés e in glés son en la práctica m aterialism os
com eidentes eon el hum anism o). M arx consideraba en general el m aterialism o como la
base teórica necesaria del comunismo y del socialism o. Engels, por lo contrario, era
de opinión de que Feuerbaeh había acabado de una vez por todas con la v ieja opo­
sición entre eí esplritualism o y el m aterialism o (L a Sagrada Fam ilia). Más tarde,
como y a lo hemos visto, señala tam bién en la evolución de Feuerbaeh, la que éste
realiza del idealism o al m aterialismo.
7 Y a en esta época Feuerbacli escribía estas notables líneas: “ Por opuestos
que sean, de un lado el realismo práctico propio al sensualismo y materialismo de
in gleses y franceses, realismo que repudia toda especulación, y de otro, el esplri­
tualism o de Spinoza, tienen estos sistem as su b ase últim a en aquella concepción de
la m ateria que Spinoza ha expresado como m etafísico en su célebre fórm ula: “ L a
m ateria es la negación, de D io s ” . (K . Grün: Feuerbacr, t. I, págs. 324-325).
8 “ ¿Cómo aprehendemos el mundo exterior? ¿Cómo el mundo interior? |E s
evidente que no disponemos para nosotros de otros m edios que para los otros! ¿P ue­
do saber algo sobre mí sin el interm ediario de los sentidos? §Es que yo existo si no
existo fuera de mí, es decir, fuera de m í pensam iento? ¿Pero de dónde sé que yo
existo? ¿Cómo sé que existo, no en nú im aginación, sino de u n a m anera accesi­
b le a los sentidos, real, si no me percibo yo mism o por medio de loa sen tid os?”
(A forism os póstumos de Feuerbaeh, en el libro de Grün, t. I I , pág. 311).
9 Recomendamos particularm ente, en este punto, a la atención del lector aquel
pensam iento de Engels, según el cual la s leyes de la naturaleza exterior y last que
rigen la vida corporal y espiritual del hombre son “ dos grupos de leyes que poda­
m os todávía séparar con :'todo Tigor e n 'la imágí¿"ación, pero' nunca en. la realid ad ”
(Anti-J)-ühririg). E s ¡a Doctrina de la unidad del ser y del pensar, del objeto y del
sujeto, de que hemos hablado m ás arriba. P or lo que se refiere al espacio y al
424 G. PLEJANOV

tiempo, ver capítulo V, primera p arte de la obra indicada. Según se ve en él, el


espacio y el tiempo eran para E ngels, como para Feuerbaeh, no solam ente form as de
la intuición, sino también form as deí ser.
10 Feuerbaeh ha dicho de su filo so fía : “ Mi filo so fía no puede ser agotada
por la plum a: no hay lugar para ella sobre el p a p el.” Pero esta frase no ten ía
para él más que un sentido teórico. Más lejos declara: “ Puesto que para ella (para
su filo s o fía ), lo verdadero no es lo que ha sido pensado, sino lo qne ha sido, al
mismo tiempo que pensado, visto, oído y sen tid o” . ( A forism os pósiwm os, en el libro
de G-rün, t. I I , pág. 30 6 ).
Aún m ás: de regreso de su deportación, Tchernychevsky publicó su articu­
lo titulado: “ Carácter del conocim iento hum ano” . E n él demuestra con ingenio,
que un hombre que duda de la existen cia del mundo exterior debe poner en duda
su propia existencia. Tchernychevsky había permanecido y permaneció f ie l a Feuer-
bach. La idea fundam ental de su artículo puede ser resum ida por estas palabras de
F euerbaeh: “ Yo soy distinto de la s cosas y de los seres que existen fuera d'e mí,
no porque me d istin ga yo mismo de ellos, sino que yo me distingo porque d ifiero
de ellos física , orgánica, efectivam ente. L a conciencia presupone el ser; ella no es
otra cosa que el ser del cual se está consciente; qne la cosa real de la que se fíen e
conciencia, que se representa. *’ {Aforism os pósiwmos, en el libro de K . Grün,
t. I I , pág. 306).
12 Ernesto Mach y sus adeptos proceden de la m isma manera. Transform an
primero la sensación en entidad autónom a, independientem ente del cuerpo sensible
y a la cual llam an elemento, y después proclaman que ella contiene la solución de
la contradicción entre el ser y el pensar, entre el sujeto y el objeto. Puede verse por
esto cuán gTande es el error de los que afirm an que Mach se acerca a Marx.
1-3 E s así como se explican la s reservas que form ula Feuerbaeh, siempre que
habla del m aterialism o. Dice, por ejem plo: “ Más acá de este punto estoy comple­
tam ente de acuerdo con los m aterialistas; más alllá, me separo de ellos ’ (A fo rism o s
p ó stw n o s). Lo quo Feuerbaeh quería decir queda explicado de manera precisa en
las siguientes palabras: “ Yo tam bién reconozco la idea, pero solam ente en el domi­
nio de la humanidad, de la p olítica, de la moral, de la filo s o fía ” . (Grün, t. I I ,
pág. 30 7 ). ¿Pero de dónde viene la idea de la p olítica y de la moral? T al eu-estión
no queda resuelta por el solo hecho de que “ reconozcamos” la idea.
14 D esde luego, según Feuerbaeh igualm ente, el “ ser hum ano5’ está form ado
por la historia. A sí dice: “ Yo pienso solam ente como un sujeto educado por la
historia, generalizado, unido al todo, a la especie, al espíritu de la historia uni­
versal. Mis pensam ientos no tien en su principio y su fundam ento directam ente en
m i subjetividad particular, sino que son sus resultados; su principio y su fu n d a­
mento son los de la historia u n iversal.” (K . Grün, t. I I , pág, 3 0 9 ). De este modo
encontramos ya, en Feuerbaeh los gérm enes de la concepción m aterialista de la h is­
toria. Pero en este punto F euerbaeh no va más allá que H egel (ver nuestro artículo
“ En ocasión del 60.® aniversario de la muerte de H e g e l” , en la recopilación titu ­
lada Veinte años, Obras, t. V I I I ) . E stá aún más retrasado que él. Como H egel, él
subraya la importancia de lo qne el gran filósofo id ealista alemán llam aba la *‘ base
geográfica de la historia u n iversal” . D ice así: “ E l camino que sigu e la historia
de la Humanidad le está evidentem ente preseripto, ya que el hombre sigu e el ca­
mino de la N aturaleza, como se ve al seguir el curso de las aguas. Los hombres
tratan de ir hacía donde encuentran m ejor sitio. Se detienen en un lugar y sufren
la influencia de éste. L a esencia de la In d ia es la esencia del hindú. Lo que él es,
lo que él ha devenido, no es sino el producto del sol, del agua, del aire, de las plan­
ta s y animales hindúes. ¿Cómo habría podido, pues, el hombre dejar de surgir pri­
m itivam ente de la Naturaleza? Los hombres que se adaptan a todo género de natu­
raleza han salido de ésta, pues ella no tolera ningún extrem o” . ( Aforism os postu­
mos, K. Grün, t. I , pág, 3 3 0 ).
15 Ver la Miseria de la filosofía, segunda parte, primera y segunda notas.
H ay que observar- sin embargo,' que Féuerbaeh había criticado tam bién la dialéc­
tica hegeliana desde el punto de v ista m aterialista. “ ¿Qué puede decirse — se
preguntaba— de una dialéctica que está en contradicción con el origen y la evolu­
ción de la Naturaleza? ¿Cuál es, pues, su “ necesidad” ? ¿Cuál la “ ob jetivid ad ”
EL MATERIALISMO M ILITANTE 425

de una psicología, de una filo so fía que hace abstracción de la única objetividad
categórica e im perativa, fundam ental y sólida, la objetividad de la naturaleza f í­
sica, y que va hasta situar la verdad absoluta, la perfección del espíritu, el fin
de los fin es de la filo so fía en el alejam iento com pleto d*e la naturaleza fí,
sica, en la subjetividad absoluta y no lim itada por ningún. ‘ ‘ no y o ” de Fichte, por
ninguna “ cosa en s í " de K a n t." (K . Grim, I, pág. 39 9 ).
i<> “ A pesar de su gradualidad, el paso de una form a de m ovimiento a otra
resulta siempre un salto, un cambio decisivo. Tal, por ejem plo, el paso de la me­
cánica de los cuerpos celestes a la de las m asas más pequeñas sobre un solo astro
y el paso de la mecánica de. las m asas a la de las moléculas, la cual comprende
los m ovim ientos que estudiamos en Ja física : calor, luz, electricidad, m agnetismo.
Asim ism o, el paso de la física de las m oléculas a la de los átomos — a la quími­
ca— se produce igualm ente por medio de un salto decisivo, y es más cierto toda­
vía en lo que se refiere al paso de la acción química ordinaria, a la acción quí­
m ica de la albúmina, que llamamos la vida. N o es sino después, en la esfera lim i­
tada a la vida, que los ¡resultados se hacen cada vez más raros y menos percepti­
bles. ” (E n gels, Ánti-Dii'hring).
17 Napoleón I d ijo: “ L a naturaleza de las armas decide de la composición
de los ejércitos, de los sitios de campaña, de las marchas, posiciones, órdenes de
batalla, trazados y p erfiles de la s plazas fuertes, lo que establece una posición
constante entre el sistem a de guerras de los antiguos y la de los hombres moder­
n o s" . (Frecis des Guerrea de César, París, 1836, págs. 87-88).
is Mili decía ya, repitiendo las palabras de “ uno de los más grandes pensa­
dores de nuestra ép o ca " : “ De todos los modos vulgares de sustraerse al estudio
de la acción ejercida sobre el espíritu humano por las influencias sociales y mora­
les, el m ás vulgar es aquel que consiste en atribuir las diferen cias de actitud y de
carácter a diferencias naturales in n a ta s." {Principies of political Economy, t. I,
pág. 390}.
10 N o s permitimos señalar nuestro artículo, aparecido en la revista Sovrc-
mionny M w ( “ Las pretendidas corrientes religiosas en R usia” ), 1908, setietnbre
y noviem bre (Obras, t, X V I I ) . E n este artículo, hemos examinado igualm ente la
im portancia de la técnica para la evolución de las ideas religiosas.
20 Como se sabe, en el otoño de 1905 algunos m arxistas no eran de esta opi­
nión. Consideraban posible en E usia la revolución socialista, como si las fuerzas
productoras de este país hubieran estado ya lo suficientem ente desarrolladas para
la revolución.
21 E n gels dice, en su obra sobre el origen de la fam ilia, que los pueblos
puramente cazadores no existen sino en la im aginación de los sabios. Las tribus
de cazadores se entregan habitualm ente a la recoleccin de frutos y plantas. Pero,
como lo hemos visto, la caza ejerce una in flu en cia considerable sobre la evolución
de las ideas y gustos de estas razas.
22 “ Decir que el arte — lo mismo que la literatura—° es un reflejo de 3a vida,
es expresar un pensamiento que, no obstante la verdad que encierra, es sin embargo,
muy vago. P ara comprender de qué manera el arte refleja la vida, es necesario com­
prender la m ecánica de ésta. Pero es cierto que en pueblos civilizados, la lucha de
clases es uno de los más im portante resortes de esta mecánica. Y no es sino después
de haber examinado este resorte, de haber tomado en consideración la lucha de cla­
ses y estudiado las peripecias en todas sus m últiples variedades, que estaremos
en condiciones de explicarnos de una manera un tanto satisfactoria la historia
‘ ' espiritual ’ ’ de la sociedad civilizada. L a marcha de la s ' ‘ ideas ’ ' de esta socie­
dad refleja la historia de las clases de que se compone y los combates que estas
clases libran entre s í ." (Veinte años, págs. 323-324). (Obras, t. X I V ) .
23 Con m otivo de su polém ica con los hermanos Bauer, Marx escribió: “ La
filo so fía francesa avanzada y particularm ente el m aterialism o francés del siglo
X V I II , representaban una lucha, no solam ente contra la religión y la teología rei­
nantes, sino también contra la m etafísica del siglo X V I I (y contra toda m etafí­
sic a ), contra la de Descartes, M alebranche, Spinoza y L eibnitz, y, al mismo tiem ­
po, *' contra las instituciones políticas ex isten tes' E ste es un hecho reconocido uni­
versalm ente al presente.
426 G. PLEJA NOV

24 Y a Spinoza había dicho (E tic a , tercera parte, segundo teorem a, n ota) que
muchos creen actuar librem ente, porque conocen, sus actos, pero ignoran las causas
de los mismos. “ A sí, el niño cree que quiere leche por su propia voluntad; el pe*
queño irritado, que quiere vengarse; el pusilánim e, que quiere h u ir.” E l mismo
pensam iento ha sido expresado por Diderot, en el cual la doctrina m aterialista era
un spinozismo desprendido de su envoltura teológica.
EL PAPEL DEL IN D IV ID U O EN LA HISTORIA
G. Plejanov, cuyo trabajo “ Eí papel del individuo en la Historia”
ofrecemos a la atención del lector, ocupa uno de los primeros puestos
entre los más destacados representantes del pensamiento ruso del siglo
X IX . En el primer período de m actividad (1883-1903) Plejanov
—fundador del primer grupo marxista ruso, el grupo “ Emancipa­
ción del TrabajoT’— fue un brillante representante del marxismo, un
luchador contra el populismo ruso, contra el bernsteianÁsmo y sus
partidarios rusos, contra el idealismo filosófico.
Después de la escisión que tuvo lugar en el I I Congreso del Par­
tido Obrero Bocialdemócrata de Rusia (P.O.S.D.'R.) en 1903, Plejá-
nov se pasó al mcnchevismo. Buen teórico, Plejanov, en el terreno
práctico de la labor de organización, no demostró poseer las cuali­
dades que distinguen a un jefe proletario.
“ Jefes como Plejanov, ha dicho Stalin, gozan de popularidad
únicamente entre la capa superior del proletariado, y eso hasta cierto
momento; pero cuando llega una época revolucionaria y se exige de
los jefes consignas revolucionarias prácticas, los teóricos abandonan
el escenario, dejando el puesto a hombres nuevos**.
Plejanov no comprendió las nuevas tareas que se planteaban ante
el partido obrero en, una época nueva, la época del imperialismo y
las revoluciones proletarias. Por esta razón, en la segunda etapa de su
actividad (1903-1918), Plejanov no se mantuvo fiel al marxismo re­
volucionario.
P,ero los anteriores trabajos de Plejanov, escritos por él en el
mejor período de su actividad, conservaran aún hoy su importancia.
Entre los otros trabajos de Plejánov, destinados a fundamentar
y defender el marxismo y a propagar la teoría marxista del desarrro-
llo de la sociedad el folleto “ E l papel del individuo en la Historia”
es uno de los mejores. Escrito con gran talento, imaginación e inge­
nio, sigue hasta hoy estusiasmando al lector y contribuye a la com­
prensión exacta del papel del individuo en el desarrollo de la sociedad.
Además de¡ contener una brillante exposición de la concepción
marxista del papel del individuo en la Historia, este trabajo asestó
430 O- P LEJA N O V

un golpe aplastante a la teoría populista sobre los “ héroes” y la


“ m u ltitud”, según la cual la historia de la humanidad no se desarro­
lla como un proceso regular, conforme a las leyes determinadas, sino
que discurre por “ caminos casuales’\ según las recetas y la fanta­
sía de “ los espíritus críticos”, y es propulsada únicamente por los
“ héroes”, a los que ciegamente la masa del pueblo, la “ m ultitud” .
■En este trabajo, Plejánov destruye al mismo tiempo los argumen­
tos de los apologistas abiertos del capitalismo, los cuales, invocando
el carácter regular del desarrrollo de la sociedad, trataban de razo­
nar “ teóricamente” la necesidad de que los obreros renuncien a la
lucha contra el capitalismo y, de eso modo, eliminar del movimiento
histórico su principal fuerza motriz: la clase revolucionaria y los je­
fes de dicha clase.
Los enemigos del marxismo trataban insistentemente de atribuir
a los partidarios de Marx el silogismo siguiente: puesto que el desa­
rrollo de la sociedad es un proceso regxdar, “ el individuo nada pue­
de”. Plejanov desenmascara también este intento. La historia de la,
humanidad es un proceso regular, pero éste no tiene lugar indepen­
dientemente de los hombres, sino que son los hombres los q%ce lo llevan
a cabo, formulando las tareas propias de este movimiento y resolvién­
dolas de acuerdo con las condiciones históricas, por lo que la activi­
dad de los hombres no puede dejar de tener una importancia enorme
en la Historia. Plejanov pone de relieve brillantemente el papel ex­
cepcional que en la historia puede jugar una personalidad destacada.
E l folleto de Plejanov “ E l papel del individuo en la Histeria”
sigue conservando toda su enorme importancia, contribuyendo tanto
a la comprensión de la doctrina marxista sobre el papel del indivi­
duo en la Historia, como a la destrucción de las concepciones pse-u-
docientíficas respecto a este papel.
Lenin señalaba que los trabajos filosóficos de Plejanov debían
convertirse en manuales de estudio obligatorios, que “ uno no puede
convertirse en un comunista consciente, en un verdadero comunista,
sin estudiar, precisamente estudiar, iodo lo qne tiene escrito Pleja­
nov sobre filosofía, puesto que es lo mejor que existe en toda la lite­
ratura internacional marxista” *.

En la segunda mitad de la década del 70, el finado Kablitz 1 es­


cribió un artículo bajo el título ‘‘La Inteligencia y el Sentimiento como
Factores de Progreso” , en el que. invocando a Spencer, demostraba
que el principal papel en el movimiento ascendente de la humanidad
correspondía al sentimiento, mientras que la inteligencia desempeñaba
un papel secundario, un papel completamente subordinado. Ün “ hono­
rable sociólogo” 2 refutó a Kablitz, revelando una sorpresa burlona
EL PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA

respecto a la teoría que relegaba la inteligencia a un segundo plano.


El “ honorable sociólogo” tenía razón, naturalícente, cuando defendía
la inteligencia. Pero la hubiera tenido en mayor grado todavía si, no
entrando en la esencia de la cuestión planteada por Kablitz, hubiera
señalado hasta qué punto era imposible e inadmisible su planteamiento
mismo. Y, en realidad, la teoría de los “ factores” es de por sí incon­
sistente,. porque, destaca arbitrariamente los diferentes aspectos de la
vida social y los hipostasia, convirtiéndolos en fuerza independientes,
que desde distintos puntos y con éxito desigual, arrastran al ser social
por la senda del progreso. Pero esta teoría es más infundada aun en
la forma que ha adquirido en el artículo de Kablitz, el cual convirtió
en hipóstasis sociológicas especiales, no ya éstos o Jos otros aspectos
de la actividad del ser social, sino los diferentes dominios de la concien­
cia individual. Son verdaderas columnas de Hércules de la abstracción;
no se puede ir más lejos, porque más allá comienza el reino grotesco
del más claro de los absurdos. Es en eso sobre lo csue el “ honorable
sociólogo” debería llamar la atención a Kablitz y sus lectores. Al mos­
trar el laberinto de abstracciones a que condujo a Kablitz su aspira­
ción de encontrar un “ factor” dominante en la Historia, el “ honorable
sociólogo” , impensadamente, quizá, también hubiera hecho algo por
la crítica de la teoría misma de los factores. Esto hubiera sido muy
provechoso para todos nosotros en aquel tiempo. Pero no pudo estar a
la altura de esa misión. E l mismo participaba de aquella teoría, dife­
renciándose de Kablitz únicamente por su inclinación hacia el eclec­
ticismo. gracias al cual todos los “ factores” le parecían de igual
importancia. Ivas propiedades eclécticas de su espíritu se manifestaron
luego con mayor claridad en sus ataques contra el materialismo dia­
léctico, en el cual veía una doctrina que sacrificaba al “ factor” econó­
mico todos los demás y que reduce a cero el papel del individuo en la
Historia. A nuestro “ honorable sociólogo” ni siquiera se le ha ocurrido
que el punto de vista de los “ factores” resulta extraño al materialisr
mo dialéctico y que, únicamente la falta absoluta de capacidad de
pensar lógicamente, permite ver en él una justificación del llamado
quietismo. Hay que hacer notar, sin embargo, qne esta falta del “ hono­
rable sociólogo” no tiene nada de original: la cometían, la cometen
y, seguramente, la seguirán cometiendo muchos otros. . .
A los materialistas se Ies empezó ya a reprochar su inclinación al
quietismo cuando no tenían aún formada su concepción dialéctica de
la naturaleza y la historia. Sin internarnos en la “ lejanía de los
tiempos” , hemos de recordar la controversia del conocido sabio inglés
Priestley con Priee. Analizando la doctrina de Priestley, Price
demostraba, entre otras cosas, que el materialismo es incompatible con
el concepto de libertad y elimina toda iniciativa individual. En res-
puesta a esto, Priestley, invocó la experiencia diaria, “ No hablo de
mí mismo, aunque, naturalmente, a mí tampoco se me puede calificar
como al más inerte de los animales (am not the nwsi torpid and liféless
of all animals), pero yo les pregunto: §dónde encontraran más energía
mental, más actividad, más fuerza y tenacidad en la consecución de los
432 G. P LEJA N O V

objetivos principales si 110 es entre los partidarios de la doctrina del


determinismoT’ Priestley. se refería a la secta religiosa democrática
que entonces se llamaba christian 7iecce$serians 3.
Desconocemos si en realidad esta secta era tan activa como pen­
saba su adepto Priestley. Pero esto no tiene importancia. Está fuera
de toda duda que la concepción materialista de la voluntad del hom­
bre concuerda perfectamente con la más enérgica actividad práctica.
Lanson, hace notar que “ todas las doctrinas que más exigencias formula­
ban a la voluntad humana, afirmaban en principio la impotencia de
la voluntad; ellas negaban la libertad y subordinaban, el mundo a la
fatalidad ’’4 Lanson, no tiene razón cuando piensa que toda negación del
llamado libre albedrío conduce al fatalismo; pero esto no le ha im­
pedido notar un hecho histórico de sumo interés: en efecto, la historia
demuestra que incluso el fatalismo, no sólo no ha impedido siempre
la acción enérgica en la actividad práctica, sino, por el contrarío, en
determinadas épocas ha sido la base psicológica indispensable de dicha
acción. Recordemos, por ejemplo, que los puritanos, por su energía,
superaron a los otros partidos de la Inglaterra del siglo X V II, y que
los adeptos de Mahoma sometieron a su poder en un corto plazo un
enorme territorio desde la India hasta España, Se equivocan de
medio a medio aquéllos que piensan qne es suficiente estar convencidos
del advenimiento inevitable de una serie de acontecimientos, para que
desaparezca toda nuestra posibilidad psicológica de contribuir a ellos o
contrarrestarlos 5.
Aquí todo depende de si mi propia actividad constituye el eslabón
indispensable en la cadena de los acontecimientos necesarios. Si la res­
puesta es afirmativa, tanto menores serán mis vacilaciones y tanto más
enérgicos mis actos. En esto no hay nada de sorprendente: cuando de­
cimos de un determinado individuo que él considera que su actividad
es un eslabón necesario, en la cadena de los acontecimientos necesarios,
eso significa, entre otras cosas, que la falta de libre albedrío equivale
para él a la total incapacidad de permanecer inactivo y qne esa falta
de libre albedrío se refleja en su conciencia en forma de imposibilidad
de obrar de un modo diferente al que obra. Es, precisamente, el estado
psicológico que puede ser expresado con la famosa frase de Irutero:
<<Hie-r siche ioh, ich harm nicht anders?’ (así soy y así seré) y gracias al
cual los hombres revelan la energía más indomable y realizan las ha­
zañas más prodigiosas. A Hamlet. le era desconocido este estado de
espíritu: por eso no fue capaz más que de gemir y dudar. Y por eso
mismo, Hamlet, jamás hubiera admitido una filosofía, según la cual
la libertad no es más que la necesidad hecha conciencia. Con razón
decía Fichte: “ tal como e$ el hombre, así es su filosofía
EL PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 433

II

Algunos de entre nosotros tomaron en serio la observación de


Stammler, respecto a la pretendida contradicción insoluble al parecer
propia de una determinada doctrina político-social de Occidente. Nos
referimos al conocido ejemplo del eclipse de luna. Eín realidad, es un
ejemplo archiabsurdo. Entre las condiciones cuya conjunción es in­
dispensable para que se produzca un eclipse de luna, la actividad
humana no interviene, ni puede intervenir de ningún modo, y, por ese
solo hecho, únicamente en un manicomio podría formarse un partido
que se propusiese contribuir al eclipse de la luna. Pero, aunque la
actividad humana fuese una de esas condiciones, ninguno de los que
deseando ver im eclipse de luna, estuviesen al mismo tiempo conven­
cidos de qne fatalmente se producirá incluso sin su participación, se
adheriría a dicho partido. En este caso, su “ quietismo” no sería más
que la abstención de una acción superfina, es decir, inútil, y no tendría
nada que ver con el verdadero quietismo. Para que el ejemplo del
eclipse dejara de ser absurdo en el caso arriba mencionado habría que
cambiar totalmente su naturaleza. Habría que imaginarse que la luna
está dotada de conciencia y que la situación que ocupa en el espacio,
gracias a la cual tiene lugar su eclipse, se le aparece como el fruto de
su libre albedrío y no sólo 3e produce un enorme placer, sino que es
absolutamente indispensable para su tranquilidad moral, por lo que
tiende siempre apasionadamente a ocupar esta posición6. Después de
imaginarnos todo eso, deberíamos preguntarnos: ¿Qué experimentaría
la lima si descubriera al fin qne, en realidad, no es la voluntad ni son
los “ ideales” suyos los que determinan <su movimiento en el espacio,
sino que por el contrario, es un movimiento el que determina su volun­
tad y sus “ ideales” ? Según Stammler, ese descubrimiento la haría in­
capaz, con toda seguridad, de moverse, si es que no lograba salir del
enredo gracias a alguna contradicción lógica. Pero esta hipótesis carece
de toda base. Este descubrimiento podría constituir uno de los fun­
damentos formules del malestar de la luna, de su desacuerdo moral
consigo misma, de la contradicción entre sus “ ideales” y la realidad
mecánica. Pero como nosotros suponemos que, en general, el “ estado
síquico de la lu n a” está condicionado, en fin de cuentas, por su movi­
miento, es en el movimiento donde habría que buscar el origen de su
malestar espiritual. Examinando atentamente la cuestión resultaría, a
lo mejor, que cuando se encuentra en su apogeo,, la luna sufre porque
su voluntad no está libre, y encontrándose en el perigeo, la misma
circunstancia constituye para ella una nueva fuente formal de goce
y elevado estado moral. También podría resultar al revés: que fuera
en su apogeo y no en el perigeo cuando encontraba los medios de
conciliar la libertad con .la necesidad. Pero, de cualquier manera, está
fuera de dudas que tal conciliación es absolutamente posible: que la
conciencia de la necesidad concuerda perfectamente eon la más enérgica
434 G. .PLEJAN OV

acción en la práctica. En todo caso, así sucedía hasta ahora en la His­


toria. Los hombres, que negaban el libre albedrío superaban frecuente­
mente a todos los contemporáneos por la fuerza de su propia voluntad,
a la que formulaban mayores exigencias. Los ejemplos son numerosos
y bien conocidos. Unicamente es posible olvidarlos, como, por lo visto,
hace Stammler, cuando de propio intento, no quiere ver la realidad
histórica tal como es. Semejante falta de deseo se manifiesta muy pode­
rosamente, por ejemplo, entre nuestros subjetivistas y entre algunos
filisteos alemanes. Pero los filisteos y los subjetivistas no son hombres,
sino simples fantasmas, como diría Bielunski7.
Examinaremos, no obstante, más de cerca el caso cuando las ac­
ciones propias del hombre —pasadas, presentes o futuras—, se le apa­
recen claramente bajo la forma de la necesidad. Ya sabemos qne, en este
caso, el hombre —considerándose a sí mismo un enviado ds Dios, como
Mahoma, o un elegido por el destino ineluctable, como Napoleón, o un
portador de la fuerza invencible del movimiento histórico, como algu­
nos hombres públicos del siglo XXX— pone de manifiesto una fuerza
de voluntad casi ciega, destruyendo como castillos de naipes todos los
obstáculos levantados en su cambio por los H am lets8 grandes y
pequeños de toda comarca 9. Pero ahora este caso nos interesa bajo otro
aspecto, que es el qne vamos a analizar. Cuando la conciencia de la
falta de libertad de mi voluntad se me presente únicamente bajo la
forma de una imposibilidad total, subjetiva y objetiva, de proceder de
modo distinto a como lo hago, y cuando mis acciones se me aparecen,
al mismo tiempo, como las acciones más deseables entre todas las posi­
bles, en tal caso la necesidad se identifica en mi conciencia eon la
libertad, y la libertad eon la necesidad, y entonces yo no soy libre
únicamente en el sentido de que no puedo destruir esta identidad entre
la libertad y la necesidad; no puedo oponer la una a la otra; no puedo
sentirme trabado por la necesidad. Pero esta falta de libertad es al
mismo tiempo la manifestación más completa de libertad,
Simmel, dice que la libertad es siempre la libertad respecto a
algo, y allí donde la libertad no se concibe como algo opuesto a una
traba, deja de tener sentido. Esto, naturalmente, es cierto. Pero no es
posible, fundándose en esta pequeña verdad elemental, refutar la tesis
de que la libertad es la necesidad hecha conciencia, tesis que constituyo
uno d-e los descubrimientos más geniales del pensamiento filosófico.
La definición de Simmel es muy estrecha-, se refiere únicamente a
la libertad no sujeta a trabas exteriores. Mientras se traté solamente
de tales trabas, la identificación de la libertad con la necesidad sería
en extremo ridicula: el ladrón no es libre de robarnos ni siquiera el
pañuelo del bolsillo si se lo impedimos y, en tanto, que no ha vencido,
de uno u otro modo, nuestra resistencia. Pero, además de esta noción
elemental y superficial de la libertad, existe otra, incomparablemente
más profunda. Para las personas incapaces de pensar de un modo filo­
sófico, esta noción 110 existe- en absoluto, y la gente cápáz de pensar
así, alcanza esta noción únicamente cuando consigue desprenderse del
E L PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 435

dualismo y comprender que entre el sujeto, por mi lado, y el objeto,


por otro, no existe en realidad el abismo qne suponen los dualistas.
EH subjetivista ruso opone sus ideales utópicos a nuestra realidad
capitalista y no va más allá. Los subjetivistas se han quedado enchar­
cados en el dualismo. Los ideales de los llamados “ discípulos” 10 rusos
se parecen a la realidad capitalista incomparablemente menos que los
ideales de los subjetivistas. A pesar de esto, los “ discípulos" han
sabido hallar un puente para unir los ideales con la realidad. “ Los
discípulos” se han elevado hasta el monismo. Según ellos, el capita­
lismo, en su desarrollo, conducirá a su propia negación y a la realiza­
ción de los ideales de los “ discípulos” rusos, y no sólo de los rusos.
Es una- necesidad histórica. E l “ discípulo” es un instrumento de esta
necesidad y no puede dejar de serlo, tanto por su situación social como
por su carácter intelectual y moral, creado por esta situación. Esto
también es un aspecto de la necesidad. Pero, desde el momento en que
su situación social ha formado en él precisamente este carácter y no
otro, él no sólo sirve de instrumento a la necesidad, y no sólo no puede
no servirle, sino que apasionadamente quiere y no puede dejar de querer
servirle. Este es un aspecto de la libertad, una libertad surgida de la
necesidad, o más exactamente, una libertad que se ha identificado con
la necesidad, es la necesidad hecha libertadu . Semejante libertad tam­
bién es una libertad respecto a alguna traba; ella también se opone a
una restricción de libertad: las definiciones profundas no refutan a
las superficiales, sino que, completándolas, las abarcan. Pero ¿de qué
trabas, de qué restricción ele libertad, puede, pues, tratarse en este caso?
La cosa es clara; de las trabas morales que frenan la energía de los
hombres que no se han despojado del dualismo; de las restricciones que
constituyen un motivo de sufrimiento para aquéllos que no han sabido
tender un puente a través del abismo que separa los ideales de la rea­
lidad, En tanto, que el individuo no ha conquistado esta libertad me­
diante un esfuerzo viril del pensamiento filosófico, no es aún plenamente
dueño de sí mismo y con sus propios sufrimientos morales paga un tri­
buto vergonzoso a la necesidad exterior con la que se enfrenta. Pero,
en cambio, apenas este mismo individuo se libera del yugo de las trabas
abrumadoras y opi'obiosas, nace a una vicia nueva, plena, desconocida
hasta entonces, y su Ubre actividad se convierte en una expresión
consciente y libre de la necesidadx". El individuo se convierte en unn
fran fuerza social y ningún obstáculo podrá ya impedirle lanzarse con
la furia de los dioses sobre la pérfida iniquidad,

III

Lo repetimos una vez más: la conciencia de ía necesidad absoluta


de un determinado fenómeno, sólo puede acrecentar la energía del hom­
bre que simpatiza con él y que se considera a sí mismo una dé las
fuerzas que originan dicho fenómeno. Si este hombre (consciente de
436 o . PUS-JANOV

la necesidad de tal fenómeno, se cruzara de brazos, demostraría con


ello que conoce mal la aritmética. Supongamos, en efecto, que el fenó­
meno A tiene que producirse necesariamente si existe una determinada
suma de condiciones. Ustedes me han demostrado que esta suma en
parte, existe ya y la otra parte será asegurada en un determinado
momento T. Convencido de eso, yo, hombre que simpatiza con el fenó­
meno A, exclamo: “ ¡Muy bien!” , y me echo a dormir hasta el día
feliz en que se produzca el acontecimiento predicho por ustedes. ¿ Qué
resultará de ello?
Lo siguiente: según los cálculos de ustedes, la suma necesaria para
que se produzca el fenómeno A comprendía también mi actividad} igual
por ejemplo, a a. Pero como yo me eché a dormir, en. el momento T la
suma de condiciones favorables para el advenimiento de dicho fenó­
meno ya no será 8, sino S-a, lo que altera la situación. Mi lugar
será probablemente ocupado por otro hombre, que también se hallaba
próximo a la inactividad, pero sobre quien ha ejercido una influencia
saludable el ejemplo de mi apatía, que le pareció muy repulsiva. En
este caso, la fuerza a será sustituida por la fuerza b, y si a es igual a b
(&=&), la suma de condiciones que favorecen el advenimiento de Á
quedará igual a 8 y el fenómeno Á se producirá en el mismo
momento T.
Pero si la fuerza mía no es igual a cero, si soy un militante hábil
y capaz y nadie me puede sustituir, entonces la suma 8 no será com­
pleta y el fenómeno A o se producirá más tarde de lo que habíamos
calculado o no se producirá tal como lo esperábamos o no se producirá
de ningún modo. Esto es claro como la luz del día, y si yo no lo
comprendo, si yo pienso qne 8 continuará siendo 8 después de ser yo
reemplazado, se debe únicamente al hecho de que yo no sé contar. Pero
¿•soy yo acaso el único que no sabe contar? Ustedes que me han antici­
pado que la suma 8 se producirá necesariamente en el momento T,
no han previsto que yo me echaría a dormir inmediatamente después
de nuestra eonvei'sación: estaban seguros de que yo continuaría siendo
hasta el fin un buen militante; han tomado ustedes una fuerza menos
segura, por una fuerza más segura. Por consiguiente, también ustedes
han calculado mal. Pero supongamos que han acertado en todo, que lo
tuvieron todo en cuenta. En tal caso, los cálculos de ustedes adquirirán
el siguiente aspecto: dicen que en el momento T tendremos una suma
8. En esta suma de condiciones entrará mi substitución como un volor
negativo; entrará asimismo como un valor positivo la acción estimu­
lante que en los hombres de espíritu fuerte produce la seguridad de
que sus aspiraciones e ideales son una expresión subjetiva de la necesi­
dad objetiva. E&i este caso, tendremos la suma 8 en el momento calcu­
lado y el fenómeno A se producirá. Todo parece claro. Pero, siendo así,
¿por qué me ha desconcertado la idea de la inevitabilidad del
fenómeno A f ¿Por qué me ha parecido que ella me condenaba a la
inactividad? ¿Por qué reflexionando sobre ella, me he olvidado de las
más simples reglas de la aritmética? Probablemente porque mi educa­
E L PAPEL- DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 437

ción ha sido tal, que ya antes la inactividad con fuerza me atraía


y nuestra conversación no ha sido más que la gota que ha he­
cho desbordar el vaso de esta inspiración tan loable. Esto es todo.
Sólo en este sentido, en el sentido de un 'pretexto para revelar mi debi­
lidad é inutilidad moral, figuraba aguí la conciencia de la necesidad.
Pero ésta no puede de ninguna manera ser considerada como causa de
mi debilidad. La causa no reside en ella, sino en las condiciones de mi
educación. Por consiguiente. . . , por consiguiente, la aritmética es una
ciencia extraordinariamente útil y respetable, cuyas reglas no deben
olvidar incluso los señores filósofos, y precisamente, de un modo espe­
cial los señores filósofos.
¿Y cómo actúa la conciencia de la necesidad de un fenómeno deter­
minado sobre el hombre fuerte que no simpatiza con el mismo y se opo­
ne a su advenimiento? Aquí las cosas cambian un poco. Es muy proba­
ble que la conciencia debilitará la energía de su resistencia, Pero
¿cuándo los enemigos de un fenómeno determinado se convencen de su
inev itab ilid ad C u an d o las circunstancias que lo favorecen se hacen
muy numerosas y muy fuertes. La conciencia que los enemigos de ese
fenómeno adquieren de su inevitabilidad y el debilitamiento de sus
energías no son más que la manifestación de la fuerza de las condicio­
nes que le son favorables. Tales manifestaciones forman parte, a su vez,
de estas condiciones favorables.
Pero la energía de la resistencia no disminuirá :en todos los adver­
sarios; en algunos se acrecentará como consecuencia del reconocimien­
to de su inevitahilidad, transformándose en la energía de la desespera­
ción. La Historia en general y la Historia de Rusia en particular, nos
brinda muchos ejemplos instructivos de energías de este género.
Confiamos en que el lector los tendrá presentes sin nuestra ayuda.
Aquí nos interrumpe el señor Karéiev 1S, que si bien, naturalmente,
no participa de nuestro punto de vista sobre la libertad y la necesidad
y, además, no aprueba nuestro apasionamiento por los “ excesos” de
los hombres fuertes, ve, no obstante, con simpatía la idea que sostiene
nuestra revista, de que el individuo puede convertirse en una gran
fuerza social. E l respetable profesor exclama satisfecho: “ Yo siempre
lo he dicho” . Es verdad. El señor Karéiev y todos los subjetivistas han
atribuido siempre al individuo un papel muy importante en la Histo­
ria. Hubo un tiempo en que esto despertaba grandes simpatías entre
la juventud avanzada, que aspiraba a llevar a cabo nobles empresas
por el bien común y que, por lo mismo, estaba, naturalmente, inclinada
a estimar en alto grado la importancia de la iniciativa personal. Pero,
en el fondo, los subjetivistas nunca han sabido no ya resolver, sí no ni
siquiera plantear con acierto la cuestión sobre ei papel del individuo en
la Historia, Ellos oponían la “ actividad de los espíritus críticos” a
la influencia de las leyes del movimiento histórico -de la sociedad,
creando así una nueva variedad de la teoría de los factores; los “ espí­
ritus-críticos ”.cconstituían, uno <$,e los factores siendo el otro las leyes
propias de dicho movimiento. Como resultado de eso se ha llegado a
una doble incongruencia, que podía satisfacer solamente mientras la
438 G. PLEJA NO V

atención de los “ individuos” activos estuviese concentrada sobre los


problemas prácticos del día, mientras no les restase tiempo para ocupar­
se de los problemas filosóficos. Pero desde el momento en que la
calma que sobrevino en la década del 80 brindó a aquéllos que poseían
la capacidad de pensar un momento de descanso forzado para entre­
garse a reflexiones filosóficas, la doctrina subjetivista comenzó a res­
quebrajarse por todas las junturas e incluso a caerse en pedazos, como
el famoso capote de Akaki Akákievich u . Los remiendos para nada ser­
vían y los hombres de pensamiento, comenzaron, uno tras otro a renun­
ciar al subjetivismo- como a una doctrina perfecta y evidentemente
inconsistente. Mas, como sucede con frecuencia en tales casos, la reac­
ción contra el subjetivismo condujo a algunos de sus adversarios al
extremo opuesto. Mientras algunos de los subjetivistas, tratando de
atribuir al “ individuo’' un papel en la Historia lo más amplio posible,
se negaban a reconocer el movimiento histórico de la humanidad como
un proceso regular, algunos de sus novísimos adversarios, tratando de
recalcar lo mejor posible ese carácter regular del movimiento, estaban
prontos, por lo visto, a olvidar qne la Historia la hacen los hombres
V {l ue' Por 1° tanto, la actividad de los individuos no cleja de tener
m importancia. Consideraban al individuo como una qucmtiíé negli-
gealle (una magnitud despreciable). Teóricamente, este extremismo es
tan inadmisible como aquel al que llegaron los más furibundos subje­
tivistas. Tan inconsistente es sacrificar la tesis a la antítesis como
olvidarse de la antítesis en aras de la tesis. Unicamente será encontrado
el punto de vista certero, cuando sepamos reunir en la síntesis las partes
de verdad contenidos en aquéllas lñ.

IV

Nos interesa desde hace mucho este problema y hace ya mucho


tiempo qne queríamos invitar al lector a abordarlo junto con nosotros.
Pero nos retenían ciertos escrúpulos: pensábamos que tal vea nuestros
lectores lo habrían ya resuelto por sí mismos y que nuestra proposición
resultase tardía. Ahora, nuestras aprensiones han desaparecido. Nos
han descargado de ellas los historiadores alemanes. Hablamos completa­
mente en serio. Resulta que, en estos últimos tiempos, los historiadores
alemanes han sostenido una polémica muy viva acerca de las grandes
figuras históricas. Unos se inclinaban a ver en la actividad política
de estos hombres el resorte principal y casi exclusivo del desarrollo
histórico, mientras que otros afirmaban que semejante punto de vista
es unilateral y que la ciencia histórica debe tener presente, no sólo la
actividad de los grandes hombres, y no ■sólo la historia política, sino
todo el conjunto de la vida histórica en general {das Ganze des
gescjiicht lidien Leber'.s)-: Uno-de los representantes de esta última
corriente es Carlos Lamprecht, el autor de la “ Historia del pueblo
EL PA P E L DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 439

alemán". Los adversarios de Lamprecht lo acusaban de “ colectivismo”


y de materialismo, y lo colocaban — horrible dictu (terrible sentencia) —
en un mismo plano que los “ ateos socialdemócratas", según la expre­
sión que él ha empleado al final de la discusión. Al conocer nosotros
sus puntos de vista, nos dimos cuenta de que las acusaciones lanzadas
contra el pobry sabio eran completamente infundadas. Al mismo tiempo
nos convencimos de que los historiadores alemanes contemporáneos, no
son capaces de resolver la cuestión del papel del individuo en la His­
toria. Fue entonces cuando nos consideramos con derecho a suponer
que el problema continuaba todavía sin resolver, incluso para algunos
lectores rusos, y que, en relación con él, aún ahora pueden decirse
cosas no del todo desprovistas de interés teórico y práctico.
Lamprecht reunió toda una colección de opiniones (eine artige
Sammhing, según su expresión) de destacados hombres de Estado res­
pecto a su actividad en relación con el ambiente histórico en la que
ésta se desarrolló; pero en su polémica se ha limitado hasta ahora a
citar algunos discursos y opiniones de Bismarclc. Cita las siguientes
palabras pronunciadas por el canciller de hierro en el Beichstag de la
Alemania del Norte el día 16 de abril de 1869: “ No podemos señores,
ni ignorar la historia del pasado ni crear el futuro. Quisiera preve­
nirles contra el error que lleva a algunos a adelantar ¡el reloj ima­
ginándose qne con ello aceleran la marcha del tiempo. Generalmente
se exagera mucho mi influencia sobre los acontecimientos en los que
me he apoyado, pero, a pesar de todo, a nadie se le ocurrirá exigirme
que yo haga la Historia. Esto me habría sido imposible incluso con el
concurso de ustedes, aunque, yendo unidos, habríamos podido hacer
frente a todo im mundo. Pero nosotros no podemos hacer la Historia:
debemos esperar hasta que ella se haga. No aceleraremos el sazona-
miento de los frutos con exponerlos al calor de una lámpara, y arran­
carlos verdes no es otra eosa que impedir su crecimiento y echarlos a
perder". Fundándose en el testimonio de Joly, Lamprecht cita tam­
bién las opiniones que Bismarck ha expresado en más de una ocasión
durante la guerra francopnisiana. Su sentido general es siempre el
mismo: “ No podemos suscitar los grandes acontecimientos históricos,
sino que debemos atenernos a la marcha natural de las cosas y limi­
tarnos a asegurarnos aquello que ya ha m adurado". En estas palabras
Lamprecht ve una verdad profunda y completa. El historiador no
puede, según él, pensar de otro modo si es que sabe mirar al fondo de
los a.contecimientos y no limitar su campo visual a un corto período
de tiempo. ¿Podría acaso Bismarefe hacer retroceder a Alemania a la
economía natural? Esto le habría sido imposible incluso cuando se
hallaba en el apogeo de su poder. Las condiciones históricas generales
son más poderosas que las personalidades más fuertes. El carácter
general de su época es para el gran hombre “ una necesidad dada
enipíricamen te”.
Así opina Lamprecht, llamando universal a su concepción, No
es difícil observar el lado débil de esta concepción “ universal". Las
citadas opiniones de Bismarclc son muy interesantes como documento
440 G. P LEJA N O V

psicológico. Se puede no simpatizar con la actividad del antiguo can­


ciller alemán, pero no se puede afirm ar que ésta careciera de importan­
cia, ni que Bismarek se distinguiera por su “ quietismo” . Es de él de
quien decía Lasalle: “ Los servidores de la reacción no son elocuentes,
pero quiera Dios que la causa del progreso disponga de un mayor
número de servidores como esos” . Y es así como este hombre, que ha
dado más de una vez pruebas de una energía verdaderamente de
hierro, se consideraba en absoluto impotente ante el curso natural de
las cosas; es evidente que él se consideraba como un simple instru­
mento del desarrollo histórico: esto demuestra una vez más que se
puede enfocar los fenómenos a la luz de la necesidad y ser al mismo
tiempo un hombre de acción muy enérgico. Pero sólo bajo este aspecto
son interesantes las opiniones de Bismarek; no podemos considerarlas
como una solución al problema del papel del individuo en la Historia.
Según Bismarek, los acontecimientos sobrevienen por sí mismos, y no­
sotros no podemos garantizarnos más que lo que ellos preparan. Pero
cada acto de “ garantía” representa en sí un acontecimiento histórico
también; ¿en qué se diferencian, pues, estos acontecimientos de los
que sobrevienen por sí mismos? En realidad, casi todo acontecimiento
histórico es, al mismo tiempo, también algo que “ garantiza” a alguien
los frutos ya maduros del desarrollo anterior y uno de loe eslabones
de la cadena de acontecimientos que preparan los frutos del porvenir.
&Cómo pueden, pues, oponerse los actos de “ garantía” a la marcha
natural de los acontecimientos? Por lo visto, Bismarek ha querido decir
que los individuos y grupos que actúan en la Historia jamás han sido
ni serán omnipotentes. Esto, naturalmente, está fuera de toda duda.
Pero nosotros quisiéramos saber, sin embargo, de qué depende su
fuerza, que dista, evidentemente, de ser omnipotente; en qué condicio­
nes aumenta o disminuye. Ni Bismarek ni el sabio defensor de la con­
cepción “ universal” de la Historia, que cita sus palabras, nos dan la
solución del problema.
Bs verdad que en los escritos de Lamprecht encontramos citas
más explícitas1C. Por ejemplo, él transcribe las siguientes palabras de
Mono el, uno de los representantes más destacados de la ciencia histórica
moderna de Francia: “ Los historiadores se han acostumbrado de­
masiado a prestar atención exclusivamente a las manifestaciones
brillantes, ruidosas y efímeras de la actividad humana, a los grandes
acontecimientos y a los grandes hombres, en lugar de presentar los
grandes y lentos movimientos de las condiciones económicas y de las
instituciones sociales que constituyen la parte realmente interesante
y permanente del desarrollo de la humanidad, la parte que, en cierta
medida, puede ser sintetizada en leyes y sometidas hasta cierto grado
a un análisis exacto. E n efecto, los grandes acontecimientos y las gran­
des personalidades lo son precisamente como signos y símbolos de dife­
rentes etapas de dicho desarrollo. E n cambio, la mayoría de los llamados
acontecimientos históricos son, a la verdadera historia, lo que al movi­
miento profundo y constante del'flujo y reflujo las olas que nacen en
la superficie del mar y que brillan un momento con su luz viva para ir
E L PAPEL DEL INDIVIDUO EN LA HISTORIA 441

a estrellarse luego contra la costa arenosa, sin dejar rastros” .


Lamprecht declara su conformidad absoluta con cada una de estas
palabras de Monod. Es sabido que a los sabios alemanes no les gusta
estar de acuerdo con los sabios franceses, ni a éstos con los alemanes.
Por esta razón, el historiador belga Pirenne hace resaltar con particular
satisfacción, en. la “ Revue ííistorique” esta coincidencia de las
concepciones históricas de Monod con las de Lamprecht. “ Esta
coincidencia es muy significativa, observa Pirenne, ella demuestra,
evidentemente, que el futuro pertenece a las nuevas concepciones
históricas’\

No participamos de las gratas esperanzas de Pirenne. El futuro


no puede pertenecer a concepciones confusas e indefinidas; tales, pre­
cisamente, son las de Monod. y, sobre todo, las de Lamprecht. No es
posible, naturalmente, dejar de saludar la tendencia que proclama
que la tarea primordial de la ciencia histórica es el estudio de las
instituciones sociales y de las condiciones económicas. Esta ciencia, irá
lejos cuando dicha tendencia arraigue en ella definitivamente. Pero,
en primer término, Pirenne se equivoca considerando que esta tenden­
cia es nueva. l í a surgido en la ciencia histórica ya en la segunda
década del siglo X IX : sus representantes más destacados y consecuen­
tes fueron Guizot, Mignet, Agustín Thierry y, más tarde, Tocqueville
y otros. Las ideas de Monod y Lamprecht no son más que una copia
pálida de nn original viejo, pero muy notable. En segundo término,
por profundas que hayan sido para su época las concepciones de
Guizot, Mignet y otros historiadores franceses, muchos puntos han
quedado sin esclarecer. No dan una solución precisa y completa a' la
cuestión, del papel del individuo en la Historia. Ahora bien, la ciencia
histórica debe resolver de una manera efectiva esta cuestión, si es que
sus representantes quieren librarse de una concepción unilateral del
objeto de su ciencia. El futuro pertenece a la escuela que mejor
resuelva este problema.
Las ideas de Guizot, Mignet y oíros historiadores pertenecientes a
esta tendencia, eran como una reacción frente a las ideas históricas
del siglo X V III y son su antítesis. Los hombres que en aquel siglo se
ocupaban de la filosofía de la Historia lo reducían todo a la actividad
consciente de los individtws. Ciertamente, existían también entonces
algunas excepciones a la regla general: el campo visual histórico-filo-
sófico, por ejemplo, de Vico, Montesquieu y Herdsr era mucho más
amplio. Pero nosotros no nos referimos a las excepciones, la enorme
mayoría ,;de los pensadores del siglo X V III interpretaban la Historia
tal como lo hemos expuesto. Es muy interesante a este respecto volver
a leer hoy. las obras históricas de Mably. Según este autor, fue Minos el
442 G. PLEJA N O V

qne organizó la vida social y política y las costumbres de los cretenses,


mientras Licurgo prestó el mismo servicio a Esparta. Si los espartanos
“ despreciaban” los bienes materiales, esto es debido a Licurgo, que
“ penetró, por decirlo así, hasta el corazón mismo de sus conciudadanos
y ahogó en ellos todo germen de pasión por las riquezas” (decencia
pour ainsi dire juegue dans le fond du coeur des citoyens} etc.)17. Y
si más tarde los espartanos abandonaron la senda señalada por el
sabio Licurgo la culpa es de Lisandro, que les había convencido de
que “ los tiempos nuevos y las nuevas circunstancias exigen nuevas
leyes y una política nueva” 18. Las obras escritas partiendo de este
punto de vista, no tenían nada que ver con la ciencia y se escribían,
como sermones, fínicamente con vistas a las “ lecciones” morales que
de ellos se desprenden. Contra estas concepciones fue contra, las que
se levantaron los historiadores franceses de la época de la Restaura­
ción. Después de las convulsiones de fines del siglo X V III, era ya en
absoluto imposible considerar a la Historia como obra de personalidades
más o menos eminentes, más o menos nobles e ilustradas, que arbitra­
riamente inculcaran a una masa ignorante, pero sumisa, éstos o los
otros sentimientos e ideas. Contra tal filosofía de la Historia se rebe­
laba además el orgullo plebeyo de los teóricos burgueses. E ran los
mismos sentimientos que todavía en el siglo XVIXI se pusieron de ma­
nifiesto en la naciente dramaturgia burguesa. En la lucha contra las
viejas concepciones históricas, Thierry empleaba, entre otros, los mis­
mos argumentos que fueron empleados por Beaumarchais y otros contra
la vieja estética1S>. Por último, las tempestades que poco tiempo antes
habían estallado en Francia, demostraban claramente qne la marcha
de los acontecimientos históricos estaba lejos de ser determinada ex­
clusivamente por la actividad consciente de los hombres; esta sola cir­
cunstancia debía ya sugerir la idea de que los acontecimientos tienen
lugar bajo la influencia de cierta necesidad latente que actúa de ma­
nera ciega, como las fuerzas de la naturaleza, pero conforme a deter­
minadas leyes inexorables. Es interesante —aunque hasta ahora, que
nosotros sepamos, nadie lo ha señalado— el hecho de que la nueva
concepción de la Historia, como proceso qne obedece a determinadas le­
yes, fue defendido de la manera más consecuente por los historiado­
res franceses de ia época de la Restauración, y precisamente en las
obras dedicadas a la Revolución Francesa. Tale* er'?n, ^.itre otras,
las obras de Mignet. Chateaubriand dio el nombre de fatalista a la nue­
va escuela histórica. He aquí cómo él definía las tareas que esta escue­
la planteaba ante los investigadores.- “ Este sistema exige que el his­
toriador relate sin indignación las ferocidades más atroces, que hable
sin amor de las más altas virtudes y con su fría mirada no vea en la
vida social más que la manifestación de las leyes ineluctables, en vir­
tud de las cuales todo fenómeno se produce precisamente como inevi­
tablemente debía producirse” 20. Esto, naturalmente, es inexacto. La
nueva escuela no exigía de ningún modo la impasibilidad del histo­
riador-;-Agustín Thierry incluso declaró abiertamente que las pasio­
nes políticas, aguzando el espíritu del investigador, pueden ser un arma
-EL PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 443

potente para el descubrimiento de la verdad 'n . Y basta repasar las obras


históricas de Guizot, Thierry o Mignet, para ver que ellos estaban anima­
dos de la simpatía más viva hacia la burguesía, tanto en su lucha contra
la aristocracia y el clero, como en su tendencia a ahogar las reivindica­
ciones, del proletariado naciente, Pero lo que es indiscutible es que la
nueva escuela histórica ha surgido entre XS20 y 1830, es decir, en una
época en que la aristocracia estaba ya vencida por la burguesía, aunque
aquélla trataba aún de restablecer algunos de sus viejos previlegios.
El orgullo que les infundía la conciencia del triunfo de su clase se re­
flejaba en todos los razonamientos de los historiadores de la nueva
escuela. Y como la burguesía no se ha distinguido nunca por una deli­
cadeza caballeresca de sentimientos, es natural que en los argumentos
de sus sabios representantes, asomara a veces la crueldad hacia el ven­
cido. “ Le plus fort absorbe le plus f ai-ble, et ü est de droit" (el más
inerte absorbe al más débil, lo cual es legitimo), dice C4uizot en uno de
sus panfletos. No menos cruel es su actitud hacia la clase obrera. Esta
crueldad que en determinadas épocas adquiría la forma de una impasibi­
lidad tranquila indujo a error a Chataeubriand. Además, entonces no se
veía claramente aún cómo debía concebirse la regularidad del movimien­
to histórico. Por ríltimo, 3a nueva escuela podía parecer fatalista precisa­
mente porque, tratando de apoyarse con decisión sobre la regularidad,
se ocupaba poco ele las grandes personalidades históricas -2. Esto es
lo que no podían comprender fácilmente gente formada en las ideas
históricas del siglo X V III. Sobre los nuevos historiadores se volcaron
las refutaciones procedentes de todos lados, y fue entonces cuando se
entabló la discusión que, como hemos visto, continúa en nuestros
días.
En enero de 1826, Sainte-Beuve, escribió en “ Globe” , con motivo
de la aparición de los tomos V y Víl de la “ Historia ele la Revolución
Francesa” , do Mignet: “ En cada momento dado, el hombre puede,
por una decisión súbita de su voluntad, introducir en la marcha de los
acontecimientos u*ia fuerza nueva, inesperada y variable, capaz de im­
primirle otra dirección, pero que, no obstante, sola no se presta a ser
medida a causa de su variabilidad” . No hay que pensar que Saint-
Beuve, suponía que las “ decisiones súbitas” de la voluntad del hom­
bre aparecen sin razón alguna. No. Sería muy ingenuo. El no ha
hecho más que afirmar que las cualidades intelectuales y morales del
hombre, que desempeña un papel más o menos importante en la vida
social,- su talento, sus conocimientos, su decisión o indecisión, su valor,
o cobardía, etc., no podían dejar de ejercer una influencia notable
sobre el curso y el desenlace de los acontecimientos, y, sin embargo,
estas cualidades no se explican solamente por las leyes generales del
desenvolvimiento de los pueblos, sino que se forman siempre y en alto
grado, bajo la influencia de lo que podríamos llamar casualidades de la
vida privada. Citaremos unos cuantos ejemplos para aclarar este pen­
samiento, que, por otra parte, nos parece suficientemente claro.
E n la Guerra de Sucesión de Austria, las tropas francesas obtu­
vieron unas cuantas victorias brillantes y Francia hubiera podido, in­
444 G. PLEJANOV

dudablemente, lograr de A ustria la cesión, de un territorio bastante


extenso en lo que hoy es Bélgica; pero Luis XV, no exigía esta anexión
porque él, según decía, no peleaba como mercader, sino como rey; así,
la paz de Aquisgrán, no ha dado nada a los franceses. Pero si el carác­
ter de Luis XV hubiese sido otro, el territorio de Francia, tal vez
hubiera aumentado, por cuyo motivo hubiera variado un. tanto el curso
de su desarrollo económico y político.
Como es sabido, la Guerra de los Siete Años, Francia la llevó a
cabo en alianza con Austria. Se dice que en la concentración de esta
alianza influyó grandemente Madame de Pompadour, a quien, había
halagado extraordinariamente el hecho de que la orgiúlosa María
Teresa, la llamara, en una carta, su prima o su querida amiga (bien
bonne amie). Puede decirse, por tanto, que si Luis XV hubiese poseído
una moral más austera y se hubiese dejado influir menos por sus
favoritas, Madame de Pompadour no habría ejercido esa influencia
sobre los acontecimientos y éstos habrían tomado otro giro.
B,n la Guerra de los Siete Años, los franceses no tuvieron éxito.
Sus generales sufrieron varias derrotas vergonzosas. En general, la
conducta observada por ellos ha sido más que extraña. Bíchelieu se
dedicaba a la rapiña, mientras que Soúbise y Broglie, siempre se estor­
baban mutuamente. Así, cuando Broglie atacó al enemigo en "Wil-
Hnghausen, Soubise, que había oído los disparos de cañón, no acudió
en ayuda de su compañero, como estaba convenido y como, indudable­
mente, debía haber hecho y Broglie, se vio obligado a retirarse Ahora
bien, a Soubise, inepto en extremo, le protegía Madame de Pompadour.
T puede decirse una vez más que si Luis XV hubiese sido menos
voluptuoso o si su favorita no hubiese intervenido en política, los
acontecimientos no habrían sido tan desfavorables para Francia.
Los historiadores franceses afirman que Francia no debía en
absoluto pelear en. el continente europeo, sino que debía concentrar
todos sus esfuerzos en el mar para defender sus colonias de la codicia
de Inglaterra. Ahora bien, si Francia, obró de otra manera, la culpa
es una vez más de la inevitable Madame de Pompadour, que aspiraba a
complacer a su “ querida am iga” , María Teresa. A causa de la
Guerra de los Siete Años, Francia perdió sus mejores colonias, lo que,
sin duda, influyó fuertemente sobre el desarrollo de sus relaciones
económicas. La vanidad femenina aparece aquí ante nosotros como un
“ facto r” influyente del desarrollo económico.
¿Hacen falta otros ejemplos? Citaremos uno más, quizá el más
sorprendente, E'n agosto de 1761, durante la misma Guerra de los
Siete Años, las tropas austríacas, después de unirse con las rusas en la
Silesia cercaron a Federico cerca de Striegau. La situación de Federico
era desesperada, pero los aliados no se apresuraron a atacar y el
general Buturlm, después de permanecer veinte días inactivo frente
al enemigo, se retiró de la Silesia, dejando únicamente una parte de-
las tropas como refuerzo de las' del general Lauden. Este ocupó
Scínveidnitz. cerca del cual se encontraba Federico. Pero este éxito
EL PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 445

había sido de poca importancia. En cambio,* ¿qué habría sucedido si


Buturlm, hubiese poseído un carácter más enérgico, si los aliados
hubiesen atacado a Federico, sin darle tiempo a fortificarse 1 Es posible
que hubiese sido derrotado por completo y que hubiera tenido que so­
meterse a la voluntad de sus vencedores. Esto sucedió unos cuantos
meses antes de que un nuevo hecho fortuito, la muerte de la empera­
triz Elisabeth, modificara súbita y radicalmente la situación en favor
de Federico. Cabe preguntar: ¿qué hubiera sucedido sí Buturlín
hubiera sido más enérgico o si en su lugar hubiera habido un
Suvorov ?
En sus análisis de la concepción de los historiadores “ fatalistas” ,
¡Saint-Beuve, formuló también otro razonamiento que conviene tener
en cuenta. En el ya citado artículo sobre la “ Historia de la Revolu­
ción Francesa” , de B'Xignet, él demuestra que el curso y el desenlace
de la .Revolución Francesa no sólo fueron condicionados por las causas
generales que la originaron y por las pasiones que ella a su vez desen­
cadenó, sino también por numerosos pequeños fenómenos que se es­
capan a la atención del investigador y que, incluso, no forman parte
siquiera de los fenómenos sociales propiamente dichos. “ En el
momento en que obran estas pasiones (provocadas por los fenómenos
sociales) —escribía él—, las fuerzas físicas y fisiológicas de la natu­
raleza tampoco estaban inactivas: la piedra seguía sometida a la
fuerza de la gravedad, la sangre no cesaba de circular por las venas.
¿Es posible que el curso de los acontecimientos no habría cambiado
si Mirabeau, poi- ejemplo, no hubiese muerto atacado por unas fiebres,
si la caída inesperada de un ladrillo o la apoplejía hubiese ocasionado
la muerte de Robespierre, si una bala hubiese matado a Bonapartel
¿Se atreverían ustedes a afirm ar qué el resultado de los aconteci­
mientos habría sido el mismo? Ante un número suficientemente grande
de casualidades como las sugeridas por mí, el resultado habría podido
ser completamente opuesto al que, según ustedes, era inevitable. Ahora
bien, yo tengo derecho a suponer tales contigencias, porque no las ex­
cluyen ni las causas generales de la revolución ni las pasiones, engen­
dradas por estas causas generales” , Más adelante cita la conocida
observación de que la Historia habría seguido completamente otro
rumbo si la nariz de Cleopatra hubiera sido un poco más coi*ta, y, en
su conclusión, reconociendo que se pueden decir muchas cosas en de­
fensa de la concepción de Mignet, señala una vez más en qué consiste
el error de ese autor. Mignet, atribuye únicamente a la acción de las
causas generales, aquellos resultados a cuyo nacimiento han contri­
buido también numerosas causas pequeñas, oscuras, imperceptibles: su
espíritu rígido parece resistirse a reconocer la existencia de aquello que
no obedece a un orden y a unas leyes determinadas.
446 G. PLEJANOV

VI

¿Son fundadas las objeciones de Saint-Beuve? Parece que con­


tienen cierta parte de verdad. Pero ¿cuál, precisamente? Rara deter­
minarla, examinemos primero la idea según la cual el hombre,
mediante ¿ilas decisiones súbitas de su voluntad", puede introducir
en la marcha de los acontecimientos una fuerza nueva, capaz de mo­
dificarla sensiblemente. Hemos citado varios ejemplos que, en nuestra
opinión, lo explican muy bien. Reflexionemos sobre estos ejemplos.
De todos es sabido que durante el reinado de Luis XV, el arte
m ilitar en Francia decaía cada vez más. Según hace notar Henri Martin,
durante la Guerra, de los Siete Años, las tropas francesas, tras las cua­
les marchaban numerosas prostitutas, mercaderes y lacayos y que
tenían más caballos de tiro que fuerzas montadas, recordaba más las
huestes de Darío y Jer.ies que los ejércitos de Turenne y de Gustavo
A dolfo24.
E n su “ H istoria’7, Archnholz, escribe, refiriéndose a la Guerra de
los Siete Años, que los oficiales franceses que estaban de guardia
abandonaban con frecuencia sus puestos para ir a bailar a alguna
parte de los alrededores y que tínicamente cumplían las órdenes de
sus mandos, cuando lo consideraban necesario y cómodo. Este deplo­
rable estado de los asuntos militares .era condicionado por la decaden­
cia de la nobleza, que, no obstante, continuaba ocupando todos los altos
puestos en el ejército, y por el desbarajuste general de todo el “ viejo
■orden” , que marchaba rápidamente hacia su destrucción. Estas solas
causas generales eran más que suficientes para hacer que la Guerra de
los Siete Años tuviera un desenlace desfavorable para Francia. Pero no
cabe duda que la ineptitud, de generales como Sonbise, aumentaron, aún
más las probabilidades de fracaso del ejército francés, condicionadas
por las causas generales. Y como Soubise, se mantenía en su puesto
gracias a Madame de Pompadour, hay que reconocer que la vanidosa
marquesa fue uno de los ‘'factores" que acentuaron considerablemente
la influencia desfavorable de las caiisas generales sobre la situación de
Francia, durante la Guerra de los Siete Años.
La fuerza de la marquesa de Pompadour, no residía en ella misma
sino en el poder del rey, el cual estaba sometido a su voluntad. ¿Puede
acaso, afirmarse que el carácter de Luis XV era tal como necesaria­
mente tenía que ser dado el curso general del desarrollo de las relacio­
nes sociales de Francia? No. E n idénticas condiciones de dicho desa­
rrollo, el lugar del rey pudo ser ocupado por otro cuya actitud hacia
las mujeres fuese diferente. Saint-Beuve, diría que para eso hubiera
bastado la acción de causas fisiológicas oscuras e imperceptibles. Y
tendría razón, Pero no es así, resulta que estas causas fisiológicas os­
curas al influir en la marcha, y el desarollo de la Guerra de los Siete
Años, ha influido también sobre el desarrollo ulterior de Francia, que
habría seguido otro rumbo si la mencionada guerra no le hubiera hecho
E L PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA

perder la mayor parte de sus colonias. Cabe preguntar si no contradice


esta conclusión a la idea del desarrollo de la sociedad conforme a de­
terminadas leyes.
De ningún modo. Por indudable que fuese en los casos indicados
la acción de las particularidades individuales, no es menos cierto que
ello podía tener lugar únicamente bajo determinadas condiciones soda-
l&s. Después de la batalla d-e Rossbach, los franceses estaban terrible­
mente indignados contra la protectora de Soubise, que cada día recibía
un gran número de cartas anónimas, llenas de amenazas e insultos. Ma­
dame de Pompadour estaba atormentada; comenzó a sufrir de insom­
nio'23. Sin embargo, continuó protegiendo a Soubise. En 1762, en una
de las cartas a él dirigidas, después de decirle que no ha justificado las
esperanzas que en él había cifrado, añadió: “ A pesar de eso, no temáis
nada, tomaré bajo mi cuidado vuestros intereses y me esforzaré en
reconciliaros con el re y ” 26. Como se ve, ella no había cedido ante la
opinión pública. ¿Por qué no lo ha hecho? Indudablemente, porque la
sociedad francesa de entonces no estaba en condiciones de obligarla a
ceder. Pero ¿por qué la sociedad de entonces no estaba en condiciones
de hacerlo? ¿Impedía hacerlo su organización, que, a su vez, dependía
de la correlación de las fuerzas sociales de la Francia de aquella época.
Por consiguiente, es la correlación de estas fuerzas la que, en última
instancia , explica el hecho de que el carácter de Luis XV y los capri­
chos de sus favoritas pudieran ejercer una influencia tan nefasta sobre
los destinos de Francia. Si no hubiese sido el rey el aue se habría
caracterizado por su debilidad hacia el sexo femenino, sino uno cual­
quiera de sus cocineros o de sus mozos de cuadra, ésta no habría tenido
ninguna importancia histórica. E's evidente que no se tra ta aquí de
dicha debilidad, sino de la situación social del individuo que padece
de ella. El lector comprenderá que estos razonamientos pueden ser
aplicados a todos los ejemplos arriba citados. Basta cambiar los nom­
bres; colocar, por ejemplo, Rusia en lugar de Francia, B uturlín en
lugar d-e Soubise, etc. Por eso nos abstendremos de repetirlos.
Resulta, pues, que, gracias a las peculiaridades de su carácter, los
individuos pueden influir en los destinos de la sociedad. A veces, la
influencia es, incluso, bastante considerable, pero tanto la posibilidad
misma de esta influencia como sus proporciones son determinadas por
la organización de la sociedad, por la correlación de las fuerzas que
en ella actúan. El carácter del individuo constituye el “ factor” del
desarrollo social sólo allí, sólo entonces, y sólo en -el grado en que lo
permiten las relaciones sociales.
Se nos puede objetar que el grado de la influencia personal,
depende asimismo del talento del individuo. Estamos de acuerdo. Pero
el individuo constituye el “ factor” del desarrollo social cuando ocupa
en la sociedad la situación necesaria a este efecto. ¿Por qué pudo el
destino de Francia hallarse en manos de un..hombr.e_ privado en abso­
luto de capacidad y deseo de servir al bien público ? Porque tal era la
organización de la sociedad. Es esta organización la que determina en
448 G. PLEJANOV

cada época el papel y, por consiguiente, la importancia social que pue­


de corresponder a los individuos dotados de talento o que carecen de él.
Ahora bien, si el papel de los individuos está determinado por la
organización de la sociedad, ¿cómo su influencia social, condicionada
por este papel, puede estar en contradicción con la idea del desarrollo
de la sociedad conforme a leyes determinadas? B'sta influencia no sólo
no está en contradicción con tal idea sino que es una de sus ilustracio­
nes más brillantes.
Pero aquí hay que hacer notar lo siguiente, La posibilidad de la
influencia social elel individuo, condicionada por la organización de la
sociedad, abre las puertas a la influencia de las llamadas casualidades
sobre el destino histórico délos pueblos. La l u d r i a de Luis XV era una
consecuencia necesaria del estado de su organismo. Pero, en lo que se
refiere al curso del desarrollo de Francia, este estado ei’a casual. Mas,
como ya hemos dicho, no dejó de ejercer su influencia sobre el destino
ulterior de Francia y, por lo mismo, figura entre las causas que han
condicionado este destino. La muerte de Mirabeau, obedeció, natural-
mente, a procesos patológicos perfectamente regulares. Pero la necesi­
dad de estos procesos no surgía en absoluto del curso general del
desarrollo de Francia, sino de algunas propiedades particulares del
organismo del famoso orador y de las condiciones físicas en que se
produjo el contagio. En lo que se refiere al curso general del
desarrollo de Francia, estas particularidades y estas condiciones son
casuales. Y, sin embargo, la muerte de Mirabeau ha influido en la
marcha ulterior de la revolución y forma parte de las causas que la
han condicionado.
Más sorprendente aún es la obra de la casualidad en el ejemplo de
Federico II, citado antes, el cual se libró de una situación embarazosa
gracias únicamente a la indecisión de Buturlín. El nombramiento de
Buturlín, incluso al curso general del desarrollo de Rusia, podía ser
casual en el sentido que nosotros atribuimos a esta palabra y nada
tenía que ver con el curso general del desarrollo de Prusia. En cambio,
no es infundada la hipótesis de que la indecisión de B uturlín salvó a
Federico de una situación desesperada. Si. en. el lugar de Buturlín,
hubiese estado Suvorov, la historia de Prusia habría tal vez tomado
otro rumbo. Resulta, pues, que la suerte de los Estados depende a
veces de casualidades que podríamos llamar casualidades de segundo
grado. Hegel, decía: “ In allem Endliehen ist ein Elem des ZufalUgenr>.
(En todo lo finito hay un elemento casual). E n la ciencia no tenemos
que ver únicamente con lo “ f i n i t o ; por eso puede decirse que en todos
los procesos que ella estudia existe un elemento casual. ¿ Excluye esto la
posibilidad del conocimiento científico de los fenómenos? No. La casua­
lidad es algo relativo. No aparece más que en el punto de intersección
de los procesos necesarios. La aparición de los europeos en América, fue
para los habitantes de Méjico y Perú, una casualidad en el sentido de
que ella no surgía del desarrollo social de dichos países. Pero no era
una casualidad la pasión por la navegación que se había apoderado
EL PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 449

de los europeos del Occidente a fines de la Edad Media; ni fue casual el


hecho de qne la fuerza de los europeos venciera fácilmente la resisten­
cia de los indígenas. Las consecuencias de la conquista de Méjico y
Perú por los europeos no eran tampoco debido a la casualidad; en fin
de cuentas, estas consecuencias eran la resultante de dos fuerzas; la
situación económica de los países conquistados, por un lado, y la
situación económica de los conquistadores, por el otro. Y estas fuerzas,
así como su resultante, pueden muy bien ser objeto de un estudio
científico riguroso.
Las contingencias de la {-hierra de los Siete Años ejercieron una
gran influencia en la historia ulterior de Prusia. Pero esta influencia
habría sido completamente otra si la hubieran sorprendido en otra
fase de su desarrollo. Las consecuencias de las casualidades también
aquí fueron definidas por la resultante de dos fuerzas: el estado
político y social de Prusia. por un lado, y el estado político y social
de los Estados europeos que ejercían su influencia sobre ella, por el
otro. E n consecuencia Tampoco aquí la casualidad impide en absoluto
el estudio científico de los fenómenos.
Sabemos ahora que los individuos ejercen con frecuencia una gran
influencia sobre el destino áe la sociedad, pero que esta influencia
está determinada por la estructura interna de aquélla y por su rela­
ción eon otras sociedades. Pero con esto no queda agotada la cuestión
del papel del individuo en la Historia. Debemos abordarlo todavía en
otro de sus aspectos.
Saint-Beuve pensaba que bajo un número suficiente de causas
pequeñas y oscuras del género de las por él indicadas, la Revolución
Francesa, hubiera podido tener un desenlace contrario al que conoce­
mos. Esto es un gran error. Cualquiera que hubiese sido la combinación
ele pequeñas causas psicológicas y fisiológicas, en ningún caso habrían
eliminado las grandes necesidades sociales que engendraron la Revolu­
ción Francesa; y mientras estas necesidades no hubiesen sido satisfe­
chas, no habría cesado en Francia, el movimiento revolucionario. Para
que el resultado hubiese sido contrario al que fue en realidad, habría
habido que sustituir esas necesidades por otras opuestas, lo- que natu­
ralmente, jamás habría estado en condiciones de hacerlo ninguna
combinación de pequeñas causas.
Las causas de la. Revolución Francesa residían en la naturaleza
de las relaciones sociales, y las pequeñas causas supuestas por Saint-
Beuve, podían residir únicamente en las particularidades individuales
de diferentes personas. La causa última de las relaciones sociales reside
en el estado de las fuerzas productivas. Depende de las particulari­
dades individuales de diferentes personas únicamente en el sentido de
una mayor o menor capacidad de tales individuos para impulsar los
perfeccionamientos técnicos, descubrimientos e inventos. Saint-Beuve,
no tuyo en cuenta las- particularidades de este género. Pero ninguna
otra particularidad garantiza a personas determinadas el ejercicio de
una influencia directa sobre el estado de las fuerzas productivas y,
450 G. P LEJA N O V

por consiguiente, sobre las relaciones sociales por ellas determinadas,


es decir, sobre las relaciones económicas. Cualesquiera qne sean las par­
ticularidades de un determinado individuo, éste no puede eliminar
unas determinadas relaciones económicas cuando éstas corresponden a
un determinado estado de las fu m a s productivas. Pero las particulari­
dades individuales de la personalidad la hacen más o menos apta para
satisfacer las necesidades sociales que surgen en virtud de las rela­
ciones económicas existentes o para oponerse a esta satisfacción. La
necesidad social más urgente de la Francia de fines del siglo X V III,
consistía en la sustitución de las viejas instituciones políticas por otras
qu-e armonizaran más con el nuevo régimen económico. Los hombres
públicos más eminentes y titiles de aquella época fueron, precisa­
mente, aquéllos más capaces de contribuir a la satisfacción de esa
necesidad urgente. Supongamos qne estos hombres fueron Mirabeau,
Robespierre y Bonaparte. ¿Qué hubiera ocurrido si la muerte prema­
tu ra no hubiese eliminado a Mirabeau de la escena política? E l partido
de la monarquía constitucional habría conservado por más tiempo a
esta destacada personalidad; y, por la misma razón, su resistencia
frente a los republicanos habría sido más enérgica. Pero nada más.
Ningún Mirabeau estaba entonces en condiciones de impedir el
triunfo de los republicanos. La fuerza de Mirabeau. se basaba ínte­
gramente sobre la simpatía y la confianza del pueblo, y éste anhelaba
la República porque la corte le irritaba por su obstinada defensa del
viejo régimen. En cuanto el pueblo se hubiera convencido de que
Mirabeau, 110 simpatizaba con sus ideales republicanos, habría dejado
de simpatizar con Mirabeau, y entonces, el gran orador habría perdido
' casi toda su influencia y, más tarde, habría caído víctima del movi­
miento que él se 'empeñaba inútilmente en detener. Lo mismo, apro­
ximadamente, puede decirse de Robespierre. Admitamos qne él represen­
taba en su partido una fuerza insustituible en absoluto. Pero él, en
todo caso, no era su única fuerza. Si la caída casual de un ladrillo le
hubiera matado, supongamos, en enero de 1793, su puesto habría sido
ocupado, naturalmente, por otro, y aunque este otro hubiera sido infe­
rior a él en todos los sentidos, los acontecimientos, a pesar de? todo,
habrían tomado el mismo giro que tomaron con Robespierre. Así, por
ejemplo, los girondinos, incluso en este caso, no habrían evitado, segu­
ramente, la derrota; pero es posible que el partido de Robespierre,
hubiera perdido el Poder un poco antes, de modo que ahora no habla-
' riamos de la reacción termidoriana, sino de la florialiana, prerialiana
o mesidoriana. Algunos objetarán, quizá, que con su despiadado
terrorismo, Robespierre aceleró, en vez de retardar la caída de su
partido. No examinaremos aquí esta hipótesis, la admitiremos como si
fuera completamente fundada. En tal easo, habrá que suponer que la
caída del partido de Robespierre no se habría producido en termidor,
sino en fructidor, vendimarío o brumarío. E n una palabra, se habría
-producido tal vez. antes o después, pero en todo easo se habría producido
infaliblemente, porque la capa del pueblo sobre la que se apoyaba este
partido, no estaba preparada en ob,soluto para mantenerse en el Poder
E L PAPEL, DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA .45X

por largo tiempo. En todo caso, no puede hablarse de resultados ‘ ‘con­


trarios” a los que se obtuvieron gracias a la cooperación enérgica de
Robespierre.
Tampoco hubieran podido ser “ contrarios” los resultados si una
bala hubiera matado a Bonaparte, por ejemplo, en la batalla de Arcóle.
Lo que éste hizo en las campañas de Italia y en las demás expediciones
lo hubieran podido hacer otros generales. Estos quizá no habrían mos­
trado tanto talento como aquél, ni obtenido victorias tan brillantes.
Pero, a pesar de eso, la República Francesa hubiera salido victoriosa
en sus guerras, porque sus soldados eran en aquel entonces incompa­
rablemente mejores que todos los soldados europeos. Por lo que se
refiere al 18 bramado y a su influencia sobre la vida interior de
Francia, también aquí la marcha general y el desenlace de los acon­
tecimientos habrían sido en el fondo los mismos, probablemente, que
bajo Napoleón. La República, herida de muerte el 9 termiclor, agonizaba
lentamente. El directorio no podía restablecer el orden que era a lo
que por encima de todo aspiraba ahora la burguesía, una vez libre de
la dominación de los estados superiores. P ara restablecer el orden hacía
falta una “ buena espada” , según la expresión de Siéyes. En un
principio se pensó que este papel bienhechor lo desempeñaría el gene­
ral Jourdán, pero cuando éste encontró la muerte cerca de Novi,
comenzaron a sonar los nombres de Moreau. Mac Donald y Berna-
dotte 2\ De Bonaparte empezó a hablarse má.s tarde, y si él hubiera
muerto como Jourdán, ni siquiera se habría hablado de él, y habríase
recurrido a cualquier otra “ espada” . De suyo se comprende que el
hombre llamado por los acontecimientos a jugar el papel de dictador,
por su parte, tuvo que abrirse camino infatigablemente hacia el P'oder,
echando a un lado y aplastando implacablemente, a cuantos eran para
él un estorbo. Bonaparte poseía una energía de hierro y no se detenía
ante nada con tal de alcanzar el fin propuesto. P'ero él no era entonces
el único egoísta lleno de energía, de talento y de ambición. E l puesto
que llegó a ocupar no habría quedado vacío. Supongamos, ahora, que
otro general que hubiese alcanzado este puesto, hubiera sido más pací­
fico que Napoleón que no hubiera llegado a levantar contra él a toda
Europa, y por lo tanto, hubiera muerto en las T’u llerías y no en la
isla de Santa Elena. En este caso los Borbones no habrían vuelto jamás
a Francia; para ellos naturalmente semejante resultado habría sido
“ contrario,f al que se obtuvo en realidad. Pero por lo que se refiere a la
vida interior de Francia se habría diferenciado poco del resultado efec­
tivo. Una “ buena espada” , después de restablecer el orden y de asegurar
el dominio de la burguesía, no habría tardado en fastidiarla con sus
costumbres cuarteleras y su despotismo. Habríase iniciado un movi­
miento liberal semejante al que se produjo durante la Restauración; la
lucha poco a poco, se habría extendido y como las “ buenas espadas” no
se distinguen por su carácter conciliador, es posible que el virtuoso Luis
Felipe habría escalado el trono de'sus entrañablemente queridos pa­
rientes no en 1830. sino en 1820 o en 1825. Todos estos cambios en el
452 G. PLEJANOV.

curso de los acontecimientos habrían podido influir en parte sobre la


vida política ulterior y., a través de ella, sobre la ulterior vida econó­
mica de Europa. Pero no obstante, el resultado final del movimiento
revolucionario 110 habría sido de ningún modo “ contrario” al resul­
tado efectivo. Gracias a las particularidades de su inteligencia y de su
carácter, las personalidades influyentes pueden hacer variar el aspecto
individual de los acontecimientos y algunas de sus consecuencias par­
ticulares, pero no pueden hacer variar su orientación general, que está
determinada por otros fuerzas.

V II

Además, es necesario hacer notar lo siguiente: discurriendo sobró


el papel de las grandes personalidades en la Historia, somos víctimas
casi siempre de cierta ilusión óptica, que convendrá indicar al lector.
Al ejecutar su papel de “ buena espada” destinada a salvar el
orden social, Napoleón apartó de dicho papel a todos los otros generales,
algunos de los cuales quizá lo habrían desempeñado tan bien o casi
tan bien como él. Una vez satisfecha la necesidad social de un gober­
nante militar enérgico, la organización social cerró el camino hacia el
puesto de gobernante militar a todos los demás talentos militares. Su
fuerza se convirtió en una fuerza desfavorable para la revelación de
otros talentos de este género. Gracias a ello se tiene la ilusión óptica a
que antes nos referíamos. La fuerza personal de Napoleón se nos pre­
senta bajo una forma en extremo exagerada, puesto que le atribuimos
toda la fuerza social que la elevó a un primer plano y la apoyaba. Esa
fuerza se nos presenta como algo absolutamente excepcional, porque
las demás fuerzas idénticas a ella 110 se transformaron de potenciales
en reales. Y cuando se nos pregunta qué habría ocurrido si no hubiese
existido Napoleón, nuestra imaginación se embrolla y nos parece que
sin él no hubiera podido producirse todo el movimiento social sobre
el que se apoyaba su fuerza y su influencia.
E n la historia del desarrollo intelectual de la humanidad es muy
raro el caso en que el éxito de un individuo impide el éxito de otro.
Pero incluso en este caso, no estamos libres de la citada ilusión óptica.
Cuando una situación determinada de la sociedad plantea ante sus re­
presentantes espirituales ciertas tareas, éstas atraen hacia sí la aten­
ción de los espíritus eminentes hasta tanto que consigan resolverlas.
Una vez logrado esto, su atención se orienta hacia otros objetos. Des­
pués de resolver un problema, el hombre de talento A, con lo mismo,
dirige la atención del hombre de talento B de este problema ya resuelto
hacia otro problema. Y cuando se nos pregunta que habría sucedido
si A hubiese muerto antes de lograr resolver el problema X , nos imagi­
namos que el hilo del desarrollo intelectual de la sociedad se habría
roto. Olvidamos que, en caso de m orir A, de la solución del problema
EL PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 453

se habrían encargado B o (7 o D y que, de este modo, el hilo del desa­


rrollo intelectual no se habría cortado a pesar de la muerte prematura
de A.
Dos condiciones son necesarias para que el hombre dotado de
cierto talento ejerza gracias a él una gran influencia sobre el curso de
los acontecimientos. Es preciso, en primer término, que su talento
corresponda mejor que los demás a las necesidades sociales de una
época determinada; si Napoleón en vez de su genio militar, hubiese
poseído el genio musical de Beethoven, no habría llegado, naturalmente,
a ser emperador, líh segundo término, el régimen social vigente no debe
cerrar el camino al individuo dotado de un determinado talento, nece­
sario y útil justamente en el momento de que se trate. El mismo
Napoleón habría muerto como un general poco conocido o eon el
nombre de coronel Buonüparte si el viejo régimen hubiese durado en
Francia setenta y cinco años más 2S. En 1789 Davout, Desaix, Marmont
y Mac Donald eran subtenientes; Bemadotte, sargento-mayor; Hoche,
Marcean, Lefevre, Piehegru, Ney, Massena, Murat, Soult, suboficiales;
Angcre.au, maestro de esgrima; larnies, tintorero; Gauvion-Saint-Oyr,
ador; Jourdán, repartidor; Bessieres, peluquero; Brunne, tipógrafo;
Joubert y Junot eran estudiantes de la Facultad de 2}erecho; Kleber
era arquitecto; Mortier no ingresó en el ejército hasta la revolución29.
Si el viejo régimen hubiese continuado existiendo hasta hoy, a nadie
de nosotros se nos habría ocurrido pensar que, a filies del siglo pasado,
en Francia, algunos actores, tipógrafos, peluqueros, tintoreros, abo­
gados. repartidores y maestros de esgrima eran genios militares en
potencia30.
Stendhal hace notar que un hombre nacido el mismo año que
Ticiano, es decir, en 1477. habría podido ser contemporáneo de Rafael
(muerto en 1520) y de Leonardo de Yinci (muerto en 1519) durante
cuarenta años; habría podido pasar largos años en Goragio, muerto
en 1534, y con Miguel Angel, que llegó a vivir hasta 1563; no habría
tenido más que treinta y cuatro años cuando murió Giorgione; habría
podido conocer a Tintoreto, Bassano, Veronés. Julio Romano y Andrea
del Síu’t o : en una palabra habría sido contemporáneo de todos los fa­
mosos pintores, a excepción de los que pertencían a. la escuela de
Bolonia, que apareció un siglo después 31. Del mismo modo puede decirse
que el hombre nacido el mismo año que ‘W onwerman, habría podido
conocer personalmente a casi todos los grandes pintores de H olanda32,
y oue un hombre de la misma edad que Shakespeare habría sido con­
temporáneo de toda una pléyade de notables dramaturgos53.
Hace tiempo que se ha hecho la observación de que los talentos
aparecen siempre y en todas partes, allá donde existen condiciones fa­
vorables para su desarrollo. Ésto significa que todo talento que se ha
manifestado efectivamente, es decir, todo talento convertido en fuerza
social es fruto de las relaciones sociales. Pero si esto es así, se compren­
de por qué los hombres de talento, como hemos dicho, sólo pueden
454 G. P LEJA N O V

hacer variar el aspecto individual y no la orientación general de los


aconteeimentos; ellos mismos existen gracias únicamente a esta orienta­
ción; si no fuera por aso nunca habrían podido cruzar el umbral que
separa lo potencial de lo real.
De suyo se comprende qne hay talentos y talentos. i*Cuando una
nueva etapa en el desarrollo de la civilización da vida a un nuevo
género de arte —dice con razón Taine—, aparecen decenas de talentos
que expresan solo a medias el pensamiento social, en torno a uno o dos
genios que lo expresan a la perfección” 34. Si causas mecánicas o
fisiológicas desvinculadas del curso general del desarrollo social, político
e intelectual de Italia hubieran causado la muerte de Rafael, Miguel
Angel y Leonardo de Vinci en su infancia, el arte pictórico italiano
sería menos perfecto, pero ía orientación general de su desarrollo en
la época del Renacimiento seguiría siendo la misma. No fueron Rafael,
Leonardo de Yinci ni Miguel Angel los que crearon esa orientación:
ellos sólo fueron sus mejores representantes. Es verdad que en torno
de un hombre genial se forma generalmente toda una escuela, cuyos
discípulos trata n de imitar hasta los menores procedimientos; por eso,
la laguna que habrían dejado en el arte italiano de la época del R em ­
am iento eon su muerte prematura Rafael, Miguel Angel yLeonardo de
Yinci habría ejercido una gran influencia sobre muchas particulari­
dades secundarias de su historia futura. Pero tampoco esta historia
habría cambiado en cuanto al fondo, si debido a ciertas causas generales,
no se hubiera producido un cambio fundamental en el curso general
del desarrollo intelectual de Italia.
Es sabido, sin embargo, que las diferencias cuantitativas se trans­
forman, en fin de cuentas, en cualitativas. Esto es cierto siempre, y
por lo tanto, también lo es aplicado a la Historia. Una determinada
corriente artística puede no haber alcanzado ninguna manifestación
notable si una combinación de circunstancias desfavorables hace que
desaparezcan uno tras otro los hombres de talento que habrían podido
convertirse en sus representantes. Pero la muerte prematura de estos
hombres no impide la manifestación artística de dicha corriente, sino
cuando no es lo suficientemente profunda para destacar nuevos talen­
tos. Y como la profundidad de cualquier corriente dada, tanto en la lite­
ratura como en el arte, está determinada por la importancia qne tiene
para la clase o capa social cuyos gustos expresa y por el papel social
de esta clase o capa, aquí también todo depende, en última instancia,
del curso de desarrollo social y de la correlación de las fuerzas sociales.

V III

Así, pues, las particularidades individuales de las personalidades


eminentes determinan el aspecto individual de los acontecimientos
históricos, y el elemento casual, en el sentido indicado por nosotros,
desempeña siempre cierto papel en el curso de estos acontecimientos,
' '' Eli PAPEL DEL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 455

cuya orientación está determinada en última instancia por las llamadas


causas generales, es decir, de hecho, por el desarrollo de las fuerzas
productivas y las relaciones mutuas entre los hombres en el proceso
económico-social de la producción. Los fenómenos casuales y las par­
ticularidades individuales de las personalidades destacadas son incom­
parablemente más patentes que las causas generales profundamente
arraigadas. Los hombres del siglo X V III pensaban poco en estas cau­
sas generales, explicando la Historia como resultado de los actos cons­
cientes y las “ pasiones1’ de las personalidades históricas. Los filósofos
de este siglo afirmaban que la Historia podría marchar por caminos
totalmente diferentes bajo la influencia de las más insignificantes
causas, por ejemplo, a consecuencia de que en la cabeza de cualquier
gobernante comenzara a hacer de las suyas un “ átomo” cualquiera.
(Opinión que aparece expresada más de una vez en el “ Systéme de la
Nature” ).
Los defensores de la nueva orientación en la ciencia histórica se
dedicaron a demostrar que la Historia no podía seguir otro rumbo
distinto al que en realidad ha seguido, a pesar de todos los “ átomos” .
Tratando de hacer resaltar lo mejor posible la acción de las causas
generales, ellos pasaban por alto la importancia de las particularidades
individuales de los personajes históricos. Y resultaba qne la sustitución
de una personalidad por otra mas o menos capaz, no modificaba en
nada los acontecimientos históricos53. Pero una vez admitida semejante
hipótesis nos vemos obligados a reconocer que el elemento individual
no tiene absolutamente ninguna importancia en la Historia y que todo
en ella se reduce a la acción de las causas generales, de las leyes ge­
nerales del movimiento histórico. E ra una exageración que no dejaba •
lugar a la partícula de verdad que contenía la concepción opuesta. Por
esta razón, precisamente., la concepción opuesta seguía conservando
cierto derecho a la existencia. E l choque de estas dos concepciones ad­
quirió la forma de una antinomia, una de cuyas partes eran las leyes ge­
nerales. y la otra, la acción de las personalidades. Desde el punto de
vista de la segunda parte de la antinomia la Historia aparecía como una
simple concatenación de casualidades; desde el punto de vista de la
otra parte, parecía que incluso los rasgos individuales de los aconteci­
mientos históricos obedecían a la acción de las causas generales. Pero si
los rasgos individuales de los acontecimientos se deben a la influencia
de las causas generales y no dependen de las particularidades indivi­
duales de las personalidades históricas, resulta que estos rasgos se deter­
minan por las causas generales y no pueden ser modificados por más
que cambien estos personajes. La teoría adquiere así un carácter
fatalista.
Esto no escapó a la atención de sus adversarios. Saint-Beuve ha
comparado las concepciones históricas de Mignet con las de Bossuet.
Este pensaba que la fuerza que engendra los acontecimientos históricos
emana del cielo, que los acontecimientos son una expresión de la volun­
tad divina. Mignet buscaba esta fuerza en las pasiones humanas, que
456 G. P LE JA N O V

se manifiesta en !os acontecimientos históricos con toda la inexorabili­


dad de las fuerzas de la naturaleza. Pero el uno como el otro
interpretaban la Historia como una cadena de fenómenos que en ningún
caso habrían podido ser diferentes de lo que han sido: los dos eran
fatalistas; en este sentido? el filósofo se acerca al sacerdote (le philoso-
pke se raproche dupretre).
Este reproche seguía siendo fundado hasta tanto que la concep­
ción de la regularidad de los acontecimientos históricos considerase
nula la influencia sobre ellos de las particularidades individuales de
las personalidades históricas. Y este reproche debía producir una im­
presión tanto más fuerte cuanto que los historiadores de la nueva
escuela, al igual que los historiadores y filósofos del siglo X V III, con­
sideraban que la naturaleza humano, era la fuente suprema de la que
partían y a la que obedecían todas las causas generales del movimiento
histórico. Como la Revolución Francesa había demostrado que los
acontecimientos históricos, no están condicionados únicamente por las
acciones conscientes de los hombres, Mignet, Guizot y otros sabios de
la misma orientación, destacaban al primer plano la acción de las
pasiones, las cuales con frecuencia rechazaban todo control de la con­
ciencia. Pero si las pasiones son la causa última y más general de los
acontecimientos históricos, ¿por qué no tiene razón Sainte-Beuve
cuando afirma que la Revolución Francesa habría podido tener un
desenlace contrario al qne conocemos, si se hubieran encontrado hom­
bres capaces de inculcar al pueblo francés pasiones diferentes a las
que lo agitaban? Mignet contestaría: porque dadas las propiedades de
la naturaleza humana no podían agitar entonces a los franceses otras
pasiones. E n cierto sentido, sería verdad. Más esta verdad tendría un
pronunciado carácter fatalista, ya que equivaldría a la tesis según la
cual la Historia de la humanidad, en todos sus detalles, está predeter­
minada por las propiedades generales de la naturaleza humana. El
fatalismo sería la consecuencia de la dilución de lo individual en lo
general. Por lo común, el fatalismo es siempre la consecuencia de di­
cha dilución. Se dice que (ísi todos los fenómenos sociales son nece­
sarios nuestra activiad no puede tener ninguna importancia” . Esta
es una formulación errónea de un pensamiento certero. Debe decirse:
si todo se hace mediante lo general, entonces lo individual, incluso
mis propios esfuerzos, no tienen ninguna importancia. Semejante con­
clusión es exacta, pero la utilizan desacertadamente. No tiene ningún
sentido aplicada a la moderna interpretación materialista de la His­
toria, en la que cabe también lo individual, Pero era fundada en
la aplicación a las concepciones de los historiadores franceses de la
época de la Restauración.
Actualmente ya no es posible considerar a la naturaleza humana
como la causa última y más general del movimiento histórico; si es
constante, no puede explicar el curso, variable en extremo, de la His­
toria, y si cambia, es evidente que sus cambios están condicionados
por el movimiento histórico. Actualmente hay que reconocer que la
EL PAPEL DEL INDIVIDUO EN LA HISTORIA 457

causa última y más general del movimiento histórico es el desarro­


llo de las fuerzas productivas, que son las que determinan los cam­
bios sucesivos en las relaciones sociales de los hombres. Al lado de esta
causa general obran causas particulares, es decir, la situación histórica
bajo la cual tiene lugar el desarrollo de las fuerzas productivas de un
pueblo y que. a su vez, y en última instancia, ha sido creada por el de­
sarrollo de estas mismas fuerzas en otros pueblos, es decir, por la mis­
ma causa, general.
Por último, la influencia de las causas particulares es completa­
da por causas singulares, es decir, por las particularidades individua­
les de los hdjmbres públicos y por otras “ casualidades” , en virtud de
las cuales los', acontecimientos adquieren, en fin de cuentas, su aspecto
individual. Las causas singulares no pueden originar cambios radica­
les en la a ceion de las cansas generales y 'particulares, que, por otra
parte, condicionan la orientación y los límites de la influencia de las
causas singulares. Pero, no obstante, es indudable que la Historia to­
maría otro aspecto si las causas singulares, que ejercen influencia so­
bre ella, fuesen sustituidas por otras causas del mismo orden.
Monod y Lamprecht continúan manteniéndose en el punto de
vista de la naturaleza humana. Más de una vez Lamprecht ha decla­
rado categóricamente que, según su opinión, la sicología social consti­
tuye la cansa principal de los fenómenos históricos. Es un grave error,
en virtud del cual, el deseo, loable en sí, de tener en cuenta todo el
conjunto de la vida social no puede conducir más que a un eclecticismo
sin contenido aunque hinchado, o —entre los más consecuentes— a
los razonamientos de Kablitz sobre la importancia relativa de la inte­
ligencia y del sentimiento.
Pero volvamos a nuestro tema. El gran hombre lo es, no porque
sus particularidades individuales imprimen una fisonomía individual
a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado.de
particularidades que le hacen más capaz de servir a las grandes nece­
sidades sociales de su época, que han surgido bajo la influencia de cau­
sas generales y particulares. Oarlyle, en su conocida obra sobre los
héroes les aplica el nombre de iniciadores (Beginners). Ete un nombre
muy acertado. El gran hombre es. precisamente, un iniciador, porciue ve
más lejos que otros y desea más fuertemente que otros. Resuelve los
problemas científicos planteados a su vez por el curso anterior del desa­
rrollo intelectual de la sociedad; señala las nuevas necesidades sociales,
creadas por el anterior desarrollo de las relaciones sociales; toma la
iniciativa de satisfacer estas necesidades. Es un héroe. No en el sentido
de que puede detener o modificar el curso natural de las cosas, sino
en el sentido de que su actividad constituye una expresión consciente
y libre de este curso necesario e inconsciente. En esto reside toda su im­
portancia y toda su fuerza. Pero esta importancia es colosal y esta
fuerza es tremenda.
Bismarck decía que nosotros no podemos hacer la Historia, sino
que debemos esperar a que se haga. Pero ¿quiénes hacen la Historia?
458 G. PLEJANOV

Ella es hecha por el ser social, que es su “ factor” único. El ser social
crea él mismo sus relaciones, es decir, las relaciones sociales. Pero si
en un momento dado, él crea precisamente tales relaciones y no otras,
esto no se hará, naturalmente, sin su causa y razón; se debe al estado
de las fuerzas productivas. Ningún gran hombre puede imponer a la
sociedad relaciones que ya no corresponden al estado de dichas fuer­
zas o que todavía no corresponden a él. E¿n este sentido, él no puede,
efectivamente, hacer la Historia y, en este caso, sería inútil que ade­
lantara las agujas de su re lo j: no aceleraría la marcha del tiempo, ni
lo haría retroceder. E n esto tiene plena razón Lamprecht: incluso
cuando se encontraba en el apogeo de su poderío, Bismarek no hubiera
podido hacer retroceder a Alemania a la economía natural.
Las relaciones sociales tienen su lógica: en tanto que los hombres
se encuentran en determinadas relaciones mutuas, ellos necesariamente
sentirán, pensarán y obrarán así y no de un modo diferente. Sería
inútil que la personalidad eminente se empeñara en luchar contra esta
lógica: la marcha natural de las cosas (es decir, la misma lógica de las
relaciones sociales) reduciría a' la nada sus esfuerzos. Pero si yo sé en
qué sentido se modifican las relaciones sociales en virtud de determina­
dos cambios en el proceso social y económico de la producción, sé tam­
bién en qué sentido se modificará a su vez la sicología social
por consiguiente, tengo la posibilidad de influencia sobre ella. Influir
sobre la sicología social es influir sobre los acontecimientos históricos.
Se puede afirmar, por lo tanto, que en cierto sentido, yo puedo, a pesar
de todo, hacer la Historia, y no tengo necesidad de esperar hasta que
la Historia “ se haga” .
Monod supone que los acontecimientos e individuos verdadera­
mente importantes en la Historia, lo son únicamente como signos y
símbolos del desarrollo de las instituciones y de las condiciones econó­
micas. Es un pensamiento acertado, aunque está expresado en forma
muy imprecisa. Pero precisamente porque es un pensamiento acertada,
no hay justificación para oponer la actividad de los grandes hombres
“ al movimiento lento” de dichas condiciones e instituciones. L a modi­
ficación más o menos lenta de las “ condiciones económicas” coloca
periódicamente a la sociedad ante la necesidad de reformar con mayor
o menor rapidez sus instituciones. E:s ta reforma jamás se produce
“ espontáneamente” ; exige siempre la intervención de los hombres,
ante los cuales surgen, de este modo, grandes problemas sociales. T son
llamados grandes hombres precisamente aquéllos que, más que nadie,
contribuyen a la solución de estos problemas. Ahora bien, resolver un
problema no significa ser tínicamente “ símbolo” y “ signo” de lo que
ha sido resuelto.
Nos parece que Monod, ha opuesto estos dos puntos de vista, sobre
todo porque le ha gustado la simpática palabreja “ lentos” . Es una
palabreja preferida por muchos evolucionistas contemporáneos. Desde
el punto■de vista sicológico, esta preferencia se comprende: nace nece­
sariamente en el ambiente bien intencionado de ía moderación y de
' E L PAPEL DÉL INDIVIDUO E N LA HISTORIA 459

la p u n tu alid ad ... Pero, d<Lde el punió de visía de la lógica, no resiste


a la crítica, como lo ha demostrado Hegel.
Y no son tan sólo los “ iniciadores” , los “ grandes” hombres, los
que tienen abierto ante sí un ancho campo de acción, sino todos los que
tienen ojos para ver. oídos para oír y corazón para amar a su prójimo.
E l concepto de grande es relativo. En sentido moral, es grande todo
aquél que. como dice la expresión evangélica “ sacrifica su vida por
el prójimo” .
NOTAS

*Lenin,- O bras completas, t. X X V I, pág. 1, ed. rusa.


1 K ab litz (1848-1893), escritor y m ilitante del m ovimiento populista de Ru­
sia. (N . de la R.}«
2 Léase: M ijailovski. (N . de la R .).
a T a l conjugación clel materialismo eon el dogmatismo religioso sorprende­
ría nruclio a un francés del siglo X V III. Pero en Inglaterra no extrañaba a nadie.
P riestley mismo era muy religioso: cada pueblo, con sus costumbres.
4 Lanson, H istoria de la literatura francesa.
5 E s sabido que, según la doctrina de Oalvino,todos los hechos delos hombres
son determ inados por Dios. '' F raedestin ation em vocamur aeternum Dei decretum,
quo apu d se con stitu tu m iuibuit, qu id de v/aoquodque h o m iw f ie r i v a le t.” (Tosti-
tutio, lib. I I I , eap. 5 ). Según esta doctrina, D ios elige a algunos de sus servidores
para que liberen a los pueblos injustam ente oprimidos. Tal era Moisés, el libertador
del pueblo israelita. Todo indica que Cromwell se consideraba un instrumento de
D ios; él decía siempre, y seguramente con. sincera convicción, que sus acciones eran
fru to de la voluntad de Dios. Todas esas acciones tenían p o r an ticipado para él el
carácter de una necesidad. E ste no sólo no le im pedía aspirar a una victoria tras
otra, sino que infu n d ía a esta aspiración una fuerza indomable.
<5 “ O’est comme si I'aigu iü e aim antée prenait plaisir de se tourner vers le
morci car elle croirait ourner tindépendam ment de quelque autres cause, ne s ’aperee-
vant pas des mouvements insensibles de la m atiere m agnétique’ '. Leibnitz, Théodi-
cée, Lansannef 1760, pág. 598.
7 B elm ski (1811-1848), gran escritor y crítico ruso. (N . de la R .).
8 Alusión al relato de Turgéníev, E l E a m let de la comarca de Chigrov.
(N . de la B .).
9 Citaremos un ejemplo más que demuestra con evidencia la fuerza de los
sentim ientos de gente de esta categoría. L a duquesa de Ferrara, Renée (de la
casa reinante de Luis X I I ) , dice en una carta dirigida a Calvino, su maestro: 11 No,
310 lie olvidado lo que me ha escrito: D avid odiaba a muerte a los enemigos de
D ios: y yo mism a jam ás dejaré de obrar en form a idéntica, pues si yo supiera
que el rey, mi padre, y la reina, m i madre, y mi difunto señor marido ( fe% monsi&uv
mon m ar i) j todos mis hijos están, m aldecidos por Dios, los odiaría con odio mor­
ta l y desearla que fuesen a parar al in fier n o 7', etc. ¡D e qué energía incontenible
es capaz gente animada de tales pensam ientos! Ahora bien, esas gentes negaban
e l libre albedrío.
10 Nom bre con que los m arxistas figuraban en la literatura legal rusa de fines
del siglo X I X , pues la censura zarista no perm itía el uso de las palabras: m arxis­
mo, socialism o, etc. (N . de la R .}.
n ‘ ‘ D ie N otw endigkeit wird nieht dadureh zur F reiheit, dass sie vreschwindet,
sondern dans nur ihre noch innere Identitafc m anifestirt w ird. !> H egel, La, ciencia
de la lógica,, 1816.
12 E l mismo H egel dice en otro lugar: ' 1D ie Freiheit íts dies, N ients zu wollen
ais s ic h ” .
13 Profesor de H istoria de la Universidad de Petersburgo. (N , de la R .).
14 Personaje, del cuento de Gógol: E l capote. (N . de la R .).
15 E l mismo Kareiev se nos ha adelantado en la aspiración a la síntesis. Pero,
desgraciadam ente, no ha ido más allá del reconocimiento de la verdad de que el
hombre se compone de cuerpo y alma.
462 G. P LEJA N O V

ig Teníamos y tendremos en. cuenta su artículo IJer Á usgang des geschicJttsiois-


senschaftlichen K a m p fes, ‘ 1D ie Zukunft ’ 1897, núm. 41, sin. referirnos a otros
artículos histrieo-filosóficos de Lam precht.
i? V éase Oeuvres com plétes de Vabbé de M ably, Londres, 1783, t. V, págs. 3,
14-22, 24 y 192.
18 Lug. d t., pág. 10.
10 Compárese la primera carta sobre la ‘ ‘ H istoria de F rancia ’ ’ coa el F ssai
szir le genere dram atique serieux, insertado en el primer tomo de las Obras comple­
ta s de Beaum archais.
20 Chateaubriand, O bras com pletas, t. V II, pág, 5S, P arís, 1840. Recomendamos
tam bién al lector la lectura aten ta de la p ágin a siguiente; podría pensarse que
lia sido escrita por el señor N . M ijailovski.
21 Véase C onsidérations sur l ’h istoire de F rance, suplemento de " R e e its des
tem ps M'erovingiens ’ P arís, 1S40, p ág. 72.
22 E n el artículo dedicado a la tercera edición de la H isto ire de la S evolu tion
Francesa, de M iguel Saínte-Beuve caracterizaba de la siguiente manera la actitud
de este historiador hacia las personalid ad es: *‘ A la vue des vastes et pro fondea émo-
tions populaires qu 'il avait á déerime, au spectacle de 1’im puissance et du neant ou
tom bent les plus sublimes génies, les verfcus les plus caintes, alors que les masse3
se soulévent, il s ’est pris de p itié pour les in dividas, n ’a vu en eux pris insolem ent
que faib lesse et ne leur a reconnu d 'action effiea e e, que dans leur unión avec la
m ultitude *\
23 Otros dicen que la culpa no fue de Soubise, sino de Broglie, quien no es­
peró a su compañero por no com partir con él los laureles de la victoria, Pero esto
no tien e para nosotros ninguna im portancia, ya que en nada cambia el fondo de
la cuestión.
2-1 H isto ire de F rance, cuarta edición, t. X V , págs. 520-521,
25 V éase: M ém ories de m adcm e du E a lif f e t, P arís, 1824, pág. 181.
20 Véase: L e ttr e s de la, w arqu ise de P om padour, t. I, Londres, 1772.
27 Véase: L a vie en France so-us le prem ier E m pire, par le vicom te de Broo.
págs. 35-36 y sig. P arís, 1895.
2S E s posible que entonces N apoleón hubiera venido a Busia, adonde unos
años a n tes de la revolución ten ía la in ten ción de dirigirse. Aquí hubiera hecho
m éritos, seguram ente, combatiendo contra los turcos o los m ontañeses del Gáucaso,
pero a nadie se le hubiera ocurrido que este o ficia l pobre, pero de talento, en
circunstancias favorables, podría llegar a ser dueño del mundo.
2© V éase H istoire de F rance, par V, Duruy, t. I I , págs, 524-525, P arís, 1893.
30 D urante el reinado de L u is X V sólo uno de los representantes del Tercer
E stado, Chevert, pudo llegar h asta el grado de teniente general; b ajo el reinado
de L uis X V I, la carrera m ilitar era más inaccesible aíim para dicho estado. V er:
Bam beaud, H isto ire de la eivilisa tio n fran gaise, sexta edición, t. I I , pág. 226.
31 H isto ire de la P ein tu re en I ta lie , págs. 23-25, P arís, 1899.
32 E n 1608 nacieron Terburg, Brawer y Eem brandt; en 1610, A driano Van
Ostade y Ferdinand B o íl; en 1815, V an-der-Iiolst y Gerar D ovj en 1620, Wouwer-
m an; en 1621, Werniks, Everclingen y P ain ak er; en 1624, Berhen; en 1629, P aul
P o tter; en 1626, Jean Steen; en 1630, Buisdael y M etsu ; en 1637, V an-der-H aiden;
en 1638, Hobbem a; en 1638, A drián V an den Velde.
33 Shakespeare, Beaum ont, P letcher, Johnson, W ebster, Mseasanger, Ford,
M iddlton y Heywood, aparecidos al m ism o tiem po o uno tras otro, representan la
nueva generación que gracias a su situación favorable floreció m agníficam ente
sobre el terreno preparado por los esfuerzos de la generación anterior. Taine,
H isto ire d e la littera tu ra an glaise, t. I, pág. 468, P arís, 1863.
S4 Taine, H isto ire de la 'L ittérature anglaise, t. I, pág. 5, Paría, 1863.
35 A sí era cuando se ponían a discurrir sobre la regularidad de los aconte­
cim ientos históricos. E n cambio, cuando algunos de ellos relataban sim plem ente
estos acontecimientos, ocixrría con frecuencia que atribuían al elemento personal
incluso una im portancia exagerada. Pero lo que a nosotros nos in teresa ahora,
no son sus relatos, sino sus juicios.
LA CONCEPCION MATERIALISTA DE LA*HISTORIA
'El presente trabajo sobre “ La concepción materialista de la
historia” fue escrito por Plejanov (1856-1918), que fue guien inició
en Busia la propaganda y la defensa de las ideas marxistas. E n sus
trabajos “ E l socialismo y la lucha política”, “ Nuestras discrepan­
cias”, “ Contribución al problema del desarrollo de la concepción
monista de la historia” y otros, Plejanov hizo una crítica brillante de
los conceptos erróneos de los populistas rusos que afirmaban que en
Rusia el capitalismo constituía un fenómeno “ casual”, que no segui­
ría desarrollándose ni, por consiguiente, seguiría creciendo y desarro­
llándose el proletariado ; que soñaban con lograr el socialismo sin el
proletariado, considerando que la principal fuerza revolucionaria er<m
los campesinos, dirigidos por los intelectuales, y que la comunidad
agraria era la base del socialismo.
Sin embargo, al asestar golpes demoledores al populismo y dar
muestras de una gran maestría en la exposición de la teoría marxista
y de su aplicación a la realidad rusa, Plejanov no pudo comprender la
necesidad de la creación de, un partido de nuevo tipo capaz de ponerse
al frente de la lucha revolucionaria del proletariado en la época del
imperialismo y de las revoluciones proletarias. Plejanov no se elevó a
la altura de los problemas de la época contemporánea. Después de
1903f Plejanov se deslizó hacia la charca, menchevique y oportunista
y propagaba ideas propias de los ideólogos de la Segunda Internacio­
nal y del menchevismo ruso.
Pero esto no significa que debamos ignorar sus primeros trabajos.
Lenin, refiriéndose a Plejanov. escribió: “ Sus méritos personales en
el pasado son enormes. É n el transcurso de veinte años, desde 1883
hasta 1903, ha escrío muchas obras m a g n í f i c a s ¥, en verdad, traba­
jos como “ Contribución al problema del desarrollo de la concepción
monista de la historia”, “ E l papel del individuo en la historia”, “ La
concepción materialista de la historia”, siguen conservando toda su
importancia.
A l lector contemporáneo es necesario decirle que muchas de sus
obras Plejanov las escribió para las ediciones sujetas a la censura y,
466 G. P LE JA N O V

por eso, tenía que recurrir al lenguaje esópico. No podía emplear el


término “ marxistas” y d\ecía “ los discípulos” . No siéndole posible
nombrar a Marx, se veía obligado a decir: “ el conocido economista
alemán”, Incluso a su trabajo teórico principal sobre el materialismo
histórico, y a fin de desviar la vigilancia de la censura, Plejanov le
tuvo que poner por título: “ Contribución al problema del desarrollo
de la concepción monista de la historia”. E n las observaciones darnos
la explicación de las frases convencionales.
(Essais sur la conception matérialiste ele
1’histoire, par Antonio Labriola, professeur á 1’üni-
versité de Rome, avec un préface ele G. Sorel.
París, 1897).

Reconocemos que cogimos el libro del profesor ele la Universidad


de Boma, con no poca prevención: estábamos amedrentados por las
obras de algunos compatriotas suyos, por ejemplo, A. Loria (ver
principalmente su libro “ La teoría económica della constituzione poli-
tic a ” ) Pero ya las primeras páginas del libro nos convencieron de que
no teníamos razón, que una cosa era Loria, y otra Antonio Labriola. Y
cuando llegábamos al final, nos embargó el deseo de hablar de él con el
lector ruso. Confiamos en que éste no se quejará de nosotros por esto.
¡Son tan raros los libros buenos!
La obra de Labriola apareció primero en italiano. La traducción
francesa es pesada y, a veces, francamente mala. Lo decimos con plena
seguridad, aunque no tenemos a mano el original italiano. Pero el autor
italiano no puede responder por el traductor francés. En todo caso,
las ideas de Labriola son claras, incluso en la pesada traducción
francesa. Veamos que tal son.
E l señor Kareiev, que como es sabido, lee con el mayor empeño
y tergiversa con extraordinario éxito toda “ obra” que tenga la menor
relación con la concepción materialista de la historia, situará a nuestro
autor, con toda seguridad, en el campo del “ materialismo económico
Esto no será exacto. Labriola se mantiene fírme y bastante consecuente
en la concepción materialista de la historia; pero no se considera
“ materialista economista” . El cree que semejante título es más apli­
cable a escritores como el conocido T. Eogers, que a él y a los como
él piensan. Y esto es mucho más exacto, aunque a primera vista, qui-
zást no sea del todo comprensible.
Preguntad a cualquier populista o subjetívista qué es un mate­
rialista economista. Responderá que es un hombre que en la vida social
atribuye al factor económico 'una importancia predominante. Así
entienden el materialismo económico nuestros populistas y subjetivistas.
Y es preciso reconocer que hay indudablemente quienes atribuyen al
“ factor” económico un papel predominante en la vida de las sociedades
humanas. El señor Mijailovski. ha mencionado más de una vez a Luis
468 G. P LEJA N O V

Blanc, el cual hablaba sobre el predominio de dicho factor mucho antes


■que el conocido maestro 1 de los conocidos discípulos rusos2. Una cosa
no comprendemos: por qué nuestro venerable sociólogo subjetivista
h a parado su atención en Luis Blanc. E l debería saber que7 en el as­
pecto que nos interesa, Lilis Blanc, tenía muchos precursores. Guizot,
Mignet, Augustin Thierry y Tocqueville reconocían el papel predo­
minante del “ factor” económico, por lo menos, en la historia de la
Edad Media y de los tiempos modernos. Por tanto, todos esos historia­
dores eran materialistas economistas. E n nuestros tiempos también,
T. Rogers, antes mencionado, en su libro “ The economic interpretation
of history” se ha declarado materialista economista convencido; tam­
bién ha reconocido la importancia predominante del “ factor” econó­
mico. De eso, naturalmente, no se deduce aún que las concepciones
político-sociales de T. Rogers, sean idénticas a las concepciones de Luis
Blanc. Por ejemplo, Rogers, se ha mantenido en el punto de vista de
la economía burguesa, mientras que Luis Blanc, fue en otro tiempo,
uno de los representantes del socialismo utópico. Si ustedes pregun­
tarán a Rogers, qué es lo que é). piensa del régimen económico burgués,
les respondería que la base de este régimen son las cualidades inherentes
a la naturaleza humana, y que, por eso, la historia de la aparición de
este régimen consiste en una eliminación gradual de los obstáculos que
anteriormente dificultaban la manifestación de dichas cualidades o que,
incluso, la hacían imposible. En cambio, Luis Blanc, declararía que
el propio capitalismo' es uno de los obstáculos levantados por la
ignorancia y 1.a violencia en el camino de la creación de un. régimen
económico, que corresponda, por fin, realmente a la naturaleza humana.
Esto, como ven, es una divergencia fundamental. ¿Quién resultaría
estar más cerca de la verdad? Hablando con franqueza, creemos que
los dos escritores estaban por igual lejos de ella; pero nosotros aquí no
queremos, ni podemos detenernos en esto. Lo que por el momento nos
importa es otra cosa muy distinta. Rogamos al lector tomar nota de que
tanto para Luis Blanc, como para Rogers, el factor económico, predo­
minante en la vida social, era de por sí, como se diría en términos
matemáticos, función de la naturaleza humana y principalmente, de la
inteligencia y del conocimiento humano. Lo mismo cabe decir de los
historiadores franceses de la época de la Restauración antes citados.
Ahora bien, ¿cómo calificar la concepción histórica de quienes aún
afirmando que el factor económico domina en la vida social, al mismo
tiempo están convencidos de que este factor, es decir, la economía de la
sociedad, constituye, a s« vea, el fruto del pensamiento y del conoci­
miento humanof Una concepción tal no puede ser calificada de otro
modo que de concepción idealista. De lo que se deduce que el materia­
lismo económico por sí solo no excluye al idealismo histórico. Incluso
esto no es todavía del todo exacto; decimos: por sí solo no excluye al
idealismo, pero habría que decir: es posible que hasta hoy no haya sido
con frecuencia más que una variedad del idealismo. Después de lo ex­
puesto se comprende que hombres como Antonio Lab rióla, rechacen el
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 469

calificativo de materialistas economistas: precisamente porque son mate­


rialistas consecuentes y precisamente porque, desde el punto de
vista histórico, su concepción es diametralmente opuesta, al idealismo
histórico.

II

“ Sin embargo, —nos dirá, quizá, el señor Kudrin—, ustedes,


siguiendo la costumbre propia de un gran número de “ discípulos5’,
recurren a paradojas, a juegos de palabras, a ardides, a malabarismos.
Para ustedes, los idealistas resultaron ser materialistas economistas.
Pero, en ese caso, ¿cómo llamarían a los materialistas verdaderos y
consecuentes? ¿Es posible que ellos rechacen la idea del predominio
del factor económico ? ¿ Es posible que ellos reconozcan que al lado de
éste, actúan en la historia otros factores también y que sería inútil que
nos pusiéramos a indagar cuál de ellos domina sobre los otros? Si los
materialistas verdaderos y consecuentes no se sienten inclinados, real­
mente, a introducir en todas partes el factor económico, no podemos
menos de alegrarnos de esto” .
Nosotros responderemos al señor Kudrin, que los materialistas
verdaderos y consecuentes no están, en realidad, inclinados a introdu­
cir en todas partes el factor económico. Incluso la misma cuestión de
saber qué factor predomina en la vida social, les parece una cuestión
desprovista do fundamento. Pero que no se apresure a regocijarse el
señor Kudrin. Los materialistas verdaderos y consecuentes no llegaron a
esa conclusión influenciados por los señores populistas y subjetivistas.
Los materialistas verdaderos y consecuentes no pueden menos de
reírse de las refutaciones que esos señores hacen de la idea del predomi­
nio del factor económico. Además, los señores populistas y subjetivistas
han llegado tarde con sus refutaciones. Ya a p artir de Hegel, era del
todo patente la inoportunidad de la cuestión del saber qué factor pre­
domina en la vida social. E l idealismo hegeliano excluía la posibilidad
misma de semejantes cuestiones. Con tanta mayor razón la excluye el
materialismo dialéctico contemporáneo. Desde que apareció la “ Crí­
tica de la crítica’' y, especialmente, desde la aparición del conocido
libro “ Zur K ritik der politischen Oekonomie” (Contribución a la
crítica de la economía política) sólo gente rezagada en el terreno teó­
rico, podía ponerse a discutir respecto a la importancia relativa de los
diversos factores históricos. Sabemos que nuestras palabras no sorpren­
derán sólo al señor Kudrin y por eso nos apresuramos a explicarnos.
¿Qué son los factores histórico-sociales? ¿Cómo surge la idea de
éstos factores1?
Acudamos a un ejemplo. Los hermanos Gracos, aspiran a detener
un proceso desastroso para Roma: el acaparamiento de las tierras
470 G. PUEJAN OV

públicas por los romanos ricos. Estos resisten a los Gracos. Se entabla
la luelia. Cada bando combate con ardor por sus objetivos. Si yo qui­
siera describir esa lucha, podría presentarla como una lucha de las
pasiones humanas. Estas aparecerían, de ese modo, como “ factores”
de la historia interior de Roma. Pero tanto los Gracos como sus adver­
sarios, recurrían en su lucha a los medios que les proporcionaba el
derecho público. Yo, naturalmente, no me olvidaré de ello en mi rela­
to y, de ese modo, el derecho público romano resultará tamíbién un
factor del desarrollo interior de la República romana.
Hay más, los hombres que luchaban contra los Gracos estaban
materialmente interesados en que persistieran los abusos, que habían
arraigado profundamente.
Los que apoyaban a los Gracos, estaban materialmente interesados
en la supresión de estos abusos. También señalaré esta circunstancia,
merced a la cual la lucha descrita por mí aparecerá como una lucha de
intereses materiales, una lucha de clases, una lucha de pobres contra
ricos. Por consiguiente, ya tengo un tercer factor, y esta vez el más
interesante: el famoso factor económico. Si tiene tiempo y lo desea,
querido lector, puede discurrir largamente sobre el siguiente tema:
¿cuál de los factores del desarrollo interior de Roma dominaba, preci­
samente, sobre todos los otros? En mi relato histórico, encontrarán sufi­
cientes datos para apoyar cualquier opinión a este respecto.
Por lo que a mí se refiere, no iré por el momento más allá de mi
papel de simple narrador. No voy a acalorarme a cuenta de los factores.
Su importancia relativa no me interesa. Como narrador, no necesito más
que una sola cosa: presentar los acontecimientos de la forma más viva y
exacta posible. Para eso debo establecer cierta filiación entre ellos* aunque
sólo sea externa, y disponerlos en una perspectiva determinada. Si men­
ciono las pasiones que agitaban a ambas partes en lucha o el orden im­
perante entonces en Roma o, por último, la desigualdad patrimonial
reinante en ese régimen, lo hago únicamente en interés de una exposi­
ción viva e hilvanada de los acontecimientos. Logrado este fin, me sentiré
completamente satisfecho, e, indiferente, dejaré que los filósofos resuel­
van si son las pasiones las que predominan sobre la economía o ésta so­
bre aquéllas, o. por último, si nada predomina sobre nada, ya que cada
“ factor” sigue esta sabia ley. “ Vive y deja vivir a los demás” .
Será así, siempre que yo no me aparte del papel de simple narra­
dor, ajeno a toda inclinación de “ sutilezas” . Pero ¿qué sucederá si no
me limito a ese papel, si me pongo a filosofar a propósito de los aconteci­
mientos que describo? En tal caso, ya no me limitaré a la simple
hilación exterior de los acontecimientos; en tal caso, desearé descubrir
sus cansas interiores, y esos mismos factores —las pasiones humanas,
el derecho público, la economía— que antes yo subrayaba y destacaba,
guiado casi únicamente por el instinto artístico, adquirirán ante mis
ojos lina nueva y enorme importancia. Se presentarán ante mí, preci­
samente como esas causas internas que yo buscaba precisamente como
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 471

las £‘fuerzas ocultas ’’ a cuya influencia se atribuyen los acontecimien­


tos. Creáré la teoría de los factores.
Una u otra variedad de esa teoría debe surgir, en efecto, allá
donde las gentes que se interesan por los fenómenos sociales pasan de
una simple contemplación y descripción de los mismos, al estudio de
la hiíación existente entre ellos.
Además la teoría de los factores se desarrolla a medida que aumen­
ta la división del trabajo en la ciencia social. Todas las ramas de esta
ciencia —la ética, la política, el derecho, la economía política, etc.—
se ocupan de una misma cosa: de la actividad del ser social, pero abor­
dada por cada una de ellas desde su punto de vista particular. El
señor Mijailovski, diría que cada una de ellas hace “ vibrar” una
“ cuerda” especial. Cada “ cuerda” puede ser considerada como un
factor del desarrollo social. Y, en efecto, hoy podemos contar casi tanto
factores como “ disciplinas” hay en la ciencia social.
Después de lo dicho, confiamos en que se comprenderá lo que son
los factores histórico-sociales y cómo surge la idea de ellos.
E l factor histórico-social es una abstracción, la idea de este factor
se forma por abstracción, Gracias al proceso de abstracción, los diver­
sos aspectos del todo social adquieren la forma de categorías aisladas,
y las diferentes manifestaciones y expresiones de la actividad del ser
humano —Ja moral, el derecho, las formas económicas, etc.— se
transforman en nuestra mente en fuerzas independientes, como si ellas
fueran las que despertaran las causas finales. Una vez formada la
teoría de los factores, necesariamente deben comenzar las discusiones
«obre qué factor debe ser reconocido como preponderante.

II I

E ntre los “ factores” existe una Influencia recíproca: cada uno


■de ellos influye sobre todos los otros y a su vez experimenta la influen­
cia de estos últimos. De ahí resulta tal embrollo de influencias- mutuas,
de acciones directas y reacciones, qtie el hombre que se propone expli­
carse el curso del desarrollo social comienza a sentir el vértigo y la
necesidad irresistible de hallar un hilo cualquiera para salir de ese
laberinto. Como una amarga experiencia le ha convencido de que el
punto de vista de las influencias recíprocas no conduce más que al
vértigo, empieza a buscar otro punto de vista; tra ta de simplificar su
tarea. Se pregunta si no será uno de los factores histórico-sociales, .la
primera causa fundamental de la aparición de todos los demás, si con­
siguiera resolver en un sentido positivo este problema esencial, su tarea
sería entonces,, en efecto, incomparablemente más sencilla. Supongamos
que se ha convencido de que todas las relaciones sociales de cada país
se condicionan en su aparición y desarrollo por el curso del desenvolví-
472 G. PLEJANOV

miento intelectual del país, que, por su parte, está determinado por las
propiedades de la naturaleza humana (punto de vista idealista). E n­
tonces sale fácilmente del círculo vicioso de la influencia recíproca y
crea una teoría más o menos ordenada y consecuente del desenvolvi­
miento social. Más tarde, gracias a estudios ulteriores, es posible que él
vea que se ha equivocado, que no debe considerar el desarrollo intelec­
tual de los hombres como causa prim aria de todo el movimiento social.
Al mismo tiempo que reconoce su error, advertirá probablemente que
le ha sido útil su convicción temporal del predominio del factor intelec­
tual sobre todos los demás pues sin ese convencimiento no hubiera podido
salir del punto muerto de la influencia recíproca y no habría adelan­
tado un paso hacia la comprensión de los fenómenos sociales.
Sería injusto condenar semejante intento de establecer tal o cual
jerarquía entre los factores del desarrollo histórico-social. A su debido
tiempo, era tan necesaria como inevitable la apaiición de la teoría
misma de los factores. Tiene razón Antonio Labriola, el cual analizó
esta teoría de un modo más completo y mejor que todos los demás
escritores materialistas, cuando dice que “ los factores históricos cons­
tituyen algo muy inferior a una ciencia y muy superior a un craso
extravío” . La teoría de los factores ha contribuido por su parte al
progreso de la ciencia. “ El estudio especial de los factores histórico-
sociales ha servido —como todo estudio empírico que no va más allá
del movimiento aparente de las cosas— para perfeccionar nuestros
medios de observación y ha permitido encontrar en los fenómenos mis­
mos, aislados artificialmente por la abstracción, el hilo que los une al
todo social” . Hoy., quien desee restablecer una parte cualquiera del
pasado de la humanidad, necesita conocer las ciencias especiales. La
ciencia histórica no iría muy lejos sin la filología. ¿ Es que los. romanistas
exclusivistas, que consideraban que el derecho romano era la razón
escrita no han prestado servicios a la ciencia?
Pero, por legítima y útil que en su tiempo haya sido la teoría de
los factores, hoy no resiste a la crítica. Fragm enta la actividad social
del hombre, convirtiendo sus diferentes aspectos y manifestaciones en
fuerzas particulares, como si ellas fuesen las que -determánanasen el
movimiento histórico de la sociedad. En la historia del desarrollo de la
ciencia social, esta teoría ha desempeñado el mismo papel que en las
ciencias naturales, la teoría de las fuerzas físicas aisladas. Los éxitos
de las ciencias naturales han conducido a la teoría de la unidad de esas
fuerzas, a la teoría moderna de la energía. Del mismo modo, los éxitos
de la ciencia social tenían que conducir a la sustitución de la teoría
de los factores, fruto del análisis social, por la concepción sintética de
la vida social.
La concepción sintética de la vida social no es algo exclusivo
del materialismo dialéctico de nuestros días. La encontramos ya en
Hegel, para quien la tarea consistía en la explicación científica de todo
el proceso histórico-social considerado en su conjunto, es decir, con
todos los aspectos y manifestaciones de la actividad del ser social, que
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 473

aparecían como factores aislados ante quienes tenían, una manera de


pensar abstracta. Pero Hegel, en su calidad de “ idealista absoluto”
explicaba la actividad social del hombre por las propiedades del
espíritu universal. Desde el momento en que están dadas esas propie­
dades, está dada “ en s í” toda la historia de la humanidad, están dados
todos sus resultados finales. La concepción sintética de Hegel, era al
mismo tiempo una concepción ideológica. El materialismo dialéctico mo­
derno ha eliminado definitivamente a la teleología de la ciencia social.
E l materialismo dialéctico moderno ha demostrado que los hom­
bres no hacen su propia historia con el propósito de marchar por un
camino de progreso previamente trazado, y no porque deben subor­
dinarse a las leyes de no se sabe qué evolución abstracta (metafísica,
según la expresión de Labriola). La hacen aspirando a satisfacer sus
necesidades, y la ciencia debe explicarnos cómo influyen los diferentes
modos de satisfacción de esas necesidades sobre las relaciones sociales
de los hombres y sobre su actividad espiritual.
Los modos de satisfacción de las necesidades del ser social, y en
gran medida esas mismas necesidades, están determinadas por las
propiedades de los instrumentos con los cuales el hombre, en mayor
o menor escala, domina a la naturaleza; en otras palabras, están
determinadas por el estado de sus fuerzas productivas. Todo cambio
importante en el estado de esas fuerzas se refleja también sobre las
relaciones sociales de los hombres, es decir, entre otras cosas, sobre sus
relaciones económicas. Para los idealistas de toda especie, las relacio­
nes económicas eran función de la naturaleza humana; los materialistas
dialécticos consideran esas relaciones como función de las fuerzas
productivas de la sociedad.
De aquí resulta que si los materialistas dialécticos consideraran
permisible hablar de los factores del desarrollo social con otro objeto
que no fuese el de criticar esas viejas ficciones, deberían, ante todo,
hacer ver a los llamados materialistas economistas que su factor “ pre­
dominante” es cambiante; los materialistas modernos no conocen un
orden económico que de por sí corresponda a la naturaleza humana,
mientras que todas las demás formas de organización económica de
la sociedad serían la consecuencia de una mayor o menor violencia
ejercida contra esta naturaleza. Según la doctrina de los materialistas
modernos, todo orden económico que corresponde al estado de las
fuerzas productivas del momento de que se trate, corresponde a la na­
turaleza humana. Y, a la inversa, un orden económico cualquiera
comienza a estar en contradicción con las exigencias de esta natura­
leza, en cuanto entra en contradicción con el estado de las fuerzas
productivas. D-e ese modo, dicho factor “ predominante” resulta a su
vez surbordinado a otro “ factor” . Ahora bien, después de eso, ¿cómo
un factor así puede ser factor “ predominante” "?
Si es así, resulta claro que hay todo un abismo entre los materia­
listas dialécticos y los que no sin fundamento pueden calificarse d^e ma­
terialistas economistas. ¿A qué corriente pertenecen esos discípulos
474 G. P LEJA N O V

perfectamente desagradables del maestro no del todo agradable a


quienes los señores Karéiev, N. Mijailovski, S. Krivenko y demás
hombres inteligentes y sabios combatían hace poco tan apasionada­
mente, aunque sin mayor éxito? Si no nos equivocamos, los “ discípulos”
mantenían íntegramente el pnnto de vista del materialismo dialéctico.
¿Por qué, pues, los señores Karéiev, N. Mijailovski, S. Krivenko y
demás hombres inteligentes y sabios les atribuían las ideas de los
materialistas economistas y los atacaban, achacándoles, precisamente,
ser ellos los que concedían una importancia exagerada al factor econó­
mico? Cabe suponer que los hombres inteligentes y sabios procedían
así porque era más fácil refutar los argumentos de los materialistas
economistas de grata memoria que los argumentos de los materialistas
dialécticos. También cabe suponer que nuestros sabios adversarios de
los discípulos han asimilado mal las concepciones de estos últimos.
Esta suposición, es quizás, la más probable.
Se nos replicará, tal vez, que los “ discípulos” mismos se llamaban
■a veces materialistas economistas y que la denominación de “ materia­
lismo económico” fue empleada por vez primera por uno de los
discípulos” franceses. Es verdad. Pero ni los “ discípulos” franceses
ni los rusos, relacionaban jamás con las palabras “ materialismo eco­
nómico” la idea que con ellas relacionan nuestros populistas y súbje-
tivistas. Baste recordar el hecho de que, segíin el señor 3ST. Mijailovski,
Luis Blanc y el señor Shukovisld eran “ materialistas economistas”
idénticos a nuestros actuales partidarios de la concepción materialista
de la historia.
No es posible mayor confusión de ideas.

IV

Eliminando de la ciencia social todo vestigio de teleología y


•explicando la actividad del ser social por sus necesidades y por los
medios y modos de satisfacer las existentes hoy, el materialismo dia­
léctico3 por vez primera confiere a dicha ciencia el “ rig o r” del que
tan frecuentemente se vanagloriaba su hermana, la ciencia de la
naturaleza. Puede decirse que la ciencia social se convierte a su vez
en una ciencia natural; “ nuestra doctrina naturalista de la historia” ,
dice con razón Labriola. Pero eso no significa que para él, el dominio
de la biología se confunda con el de la ciencia social. Labriola es un
enemigo ardiente del ‘‘danoinismo político y social”, que, desde hace
ya tiempo, “ ha contagiado, como una epidemia, los cerebros de mu­
chos pensadores, particularmente de los abogados y declamadores de
la sociología ’ ’ y que, como una costumbre de moda, ha influido incluso
sobre el lenguaje de los políticos prácticos.
Indudablemente, el hombre es un animal vinculado por lazos de
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE L A HISTORIA 475

parentesco con otros animales. Por su origen, no es de ningún modo un


ser privilegiado; la fisiología de su organismo po es más que un caso
particular de la fisiología general. E n un principio, él, igual que otros
animales, estaba sometido totalmente a la influencia del medio geo­
gráfico que le rodeaba, medio que entonces aún no había experimentado
la influencia transformadora que sobre él ejerce el hombre; tenía
que adaptarse al medio, en la lucha por la existencia. Según Labriola,
-el resultado de esta adaptación directa al medio geográfico son las
razas, por cuanto ellas se diferencian una de otra por su rasgos físicos,
por ejemplo:-la raza blanca, negra, amarilla, y no representan forma­
ciones histérico-sociales secundarias, es decir, naciones y pueblos. Los
instintos sociales primitivos y los gérmenes de la selección sexual,
provienen igualmente de la adaptación al medio geográfico en la
lucha por la existencia.
Pero nosotros sólo podemos imaginarnos cómo era el "hombre
primitivo ’\ Los hombres que ahora pueblan la tierra así como los que
•antes fueron observados por investigadores dignos de confianza, están
y a bastante alejados del momento en que la vida animal, en el verdadero
sentido de la palabra, cesó para la humanidad. Así por ejemplo, los iro-
-queses, con sus gens materna estudiada y descripta por Morgan, han
•avanzado relativamente mucho por el camino del desarrollo social.
Los mismos australianos de hoy no sólo tienen su lenguaje —que
puede llamarse condición e instrumento, causa y efecto de la vida
social— y 110 sólo conocen el empleo del fuego, sino que viven en socie­
dades con un régimen determinado, con unas costumbres e institucio­
nes determinadas. La tribu australiana posee su territorio, sus procedi­
mientos de caza, dispone de ciertas armas para la defensa y el ataque,
tiene utensilios para guardar las provisiones, conoce el arte de adornar
el cuerpo, en una palabra, el australiano vive ya en un determinado
medio artificial, ciertamente muy rudimentario, al que se va adaptando
desde la más temprana edad. Este medio artificial-social es condición
necesaria de todo nuevo progreso. E l grado de su desarrollo determina
-el grado de salvajismo o de barbarie de toda otra tribu.
Esta formación social primitiva corresponde a la llamada existencia
prehistórica de la humanidad. E l comienzo de la vida histórica supone
un desarrollo todavía mayor del medio artificial y un poder mucho
mayor del hombre sobre la naturaleza. Las complejas relaciones inter­
nas de las sociedades que entran en la vía del desenvolvimiento
histórico no se determinan de ningún modo, propiamente hablando,
por la influencia directa del medio geográfico. Implican la invención
de determinados instrumentos de trabajo, la domesticación de algunos
animales, la capacidad de extraer algunos metales, ete. Estos instru­
mentos y métodos de producción, han experimentado, según, las
circunstancias, cambios muy diversos: podían acusar progreso, estan­
camiento e incluso un regreso, pero jam ás esos cambios han hecho
retroceder a los hombres a una vida puramente animal, es decir, a una
vida sometida a la influencia directa del medio geográfico.
476 G. PLEJANOV

“ La, primera y más importante tarea de la ciencia histórica, es la


determinación y el estudio de este medio artificial, de su origen y sus
cambios. Decir que esto constituye una parte de la naturaleza, significa
expresar una idea que no tiene ningún sentido definido, precisamente
por su carácter demasiado.general y abstracto” 4.
No menos que “ al darwinismo político y social” Labriola, se
opone a los esfuerzos de algunos “ encantadores diletantes” de rela­
cionar la concepción materialista de la historia, con la teoría general
de la evolución, la cual, según su observación severa, pero certera, ha
sido convertida por muchos en una simple metáfora metafísica. Ridi­
culiza también la ingenua amabilidad de los “ encantadores diletantes”
que tratan de colocar la concepción materialista de la historia bajo
la égida de la filosofía de Augusto Comte o de la de Spencer: “ esto,
dice él, significa hacer pasar por aliados a nuestros más decididos
adversarios ’\
La observación sobre los diletantes se refiere por lo visto, entre
otros, al profesor Enrique Ferri, autor de una obra muy superficial:
“ Spencer, Darwin y M arx” , aparecida en la traducción francesa
bajo el título de “ Socialismo y ciencia positiva

De modo que los hombres hacen su historia, al tratar de satisfacer


sus necesidades. Es evidente que estas necesidades, en su origen, son
suscitadas por la naturaleza; pero luego varían sensiblemente en can­
tidad y en calidad, bajo la influencia del medio artificial. Las fuerzas
productivas, que se hallan a disposición de los hombres, determinan
todas sus relaciones sociales. Ante todo, el estado de las fuerzas
productivas determina las relaciones que se establecen entre los hom­
bres en el proceso social de la producción, es decir, las relaciones
económicas. Estas relaciones crean naturalmente ciertos intereses que
encuentran su expresión en el derecho. “ Cada norma jurídica defiende
un interés determinado” , dice Labriola. E l desarrollo de las fuerzas
productivas origina la división de la sociedad en clases, cuyos intereses
no sólo difieren, sino que en muchos aspectos, y además fundamen­
tales, son diametralmente opuestos. Estos intereses antagónicos engen­
dran los choques hostiles entre las clases sociales, engendran la lucha
entre ellas. La lucha conduce al reemplazamiento de la organización
de la gens por la del Estado, cuya tarea consiste en salvaguardar los
intereses dominantes. Por último, sobre la base de las relaciones
sociales, condicionadas por un estado determinado de las fuerzas
productivas, nace la moral corriente, es decir, la moral que gnía a los
hombres en su vida práctica habitual.
De ese modo, el derecho, el régimen, estatal y la moral de un
pueblo están condicionados inmediata y directamente por las relaciones
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 477

económicas que le son propias. Estas relaciones condicionan igual­


mente, pero de un modo ya indirecto y mediato, todas las creaciones del
pensamiento y de la imaginación: el arte, la ciencia, etc.
P ara comprender la historia del pensamiento científico o la
historia del arte de un país no basta conocer su economía. Es necesario
saber pasar de la economía a la sicología social, sin cuya comprensión
y estudio atento no es posible la explicación, materialista de la historia
de las ideologías. Esto no significa, naturalmente, que exista un alma
social o un “ espíritu” popular colectivo, que se desarrolla siguiendo
sus leyes propias y se manifiesta en la vida social. “ Esto es misticismo
pu ro ” dice Labriola. En el presente caso, para el materialista puede
tratarse sólo del estado predominante de los sentimientos e ideas en
una clase social dada de un país y en un tiempo dado. Tal estado de
sentimientos e ideas es el resultado de las relaciones sociales. Labriola
está firmemente convencida de que no son las formas de la conciencia
de los hombres las que determinan las formas de su ser social, sino
que, por el contrario, son las formas de su ser social, las que determinan
las formas de su conciencia, Pero, una vez surgidas sobre la base del
ser social, las formas de su conciencia constituyen una parte de la
historia. La ciencia histórica no puede limjitarse a la simple anatomía
de la sociedad; ella tiene presente todo el conjunto de los fenómenos
que directa o indirectamente están condicionados por la economía so­
cial, incluso el trabajo de la imaginación. No existe ningún hecho his­
tórico que no deba su origen a la economía social; pero no es menos
exacto que no existe ningún hecho histórico al que no haya precedido,
acompañado y seguido un determinado estado de conciencia. De aquí
la importancia enorme de la sicología social. Si es necesario tenerla en
cuenta al tratarse la historia del derecho y de las instituciones polí­
ticas, no es posible dar un solo paso sin ella en la historia de la lite­
ratura, del arte, de la filosofía, etc.
Cuando decimos que tal obra traduce fielmente el espíritu, por
ejemplo, de la. época del Renacimiento, esto significa que dicha obra
corresponde por completo al estado del espíritu de las clases que en
esa época daban el tono a la vida social. Mientras no cambian las rela­
ciones sociales, tampoco cambian la sicología social Los hombres se ha­
bitúan a determinadas creencias, ideas, modos de pensar, a determina­
dos métodos de satisfacer determinadas necesidades estéticas. Pero si
el desarrollo de las fuerzas productivas conduce a ciertos cambios de
importancia en la estructura económica de la sociedad y, por consiguien­
te, en las relaciones recíprocas de las clases sociales, entonces cambia
también la sicología de estas clases, y con ella el “ espíritu del tiempo” y
el “ carácter del pueblo” . Este cambio se manifiesta en la aparición de
nuevas creencias religiosas o de nuevas concepciones filosóficas, de
nuevas orientaciones en el arte o de nuevas necesidades estéticas.
Según Labriola, también es necesario tener en cuenta que en las
ideologías desempeñan frecuentemente un papel muy grande las 'su­
pervivencias de ideas y corrientes heredadas de los predecesores y
478 G. PLEJANOV

mantenidas únicamente por tradición. Además, en las ideologías se


refleja también el influjo de la naturaleza.
Como ya es sabido, el medio artificial transforma extraordinaria­
mente la influencia de la naturaleza sobre el ser social. Esa influen­
cia directa se convierte en indirecta, pero no deja de existir. E l tem­
peramento de cada pueblo conserva algunas particularidades, crea­
das por la influencia del medio geográfico, que basta cierto grado se
transforman, pero jamás son destruidas del todo por la adaptación al
medio social. Estas particularidades del temperamento de los pueblos
constituyen lo que se llama la raza. Esta ejerce una influencia indu­
dable sobre la historia de algunas ideologías, por ejemplo, el arte. Esta
circunstancia dificulta su ya de por sí nada fácil explicación cien­
tífica.

VI

Hemos expuesto de un modo bastante detallado, y confiamos que


bastante preciso, las concepciones de Labriola sobre la dependencia en
que los fenómenos sociales se encuentran respecto a la estructura eco­
nómica de la sociedad, condicionada a su vez por el estado de sus fuer­
zas productivas. La mayor parte de las veces, estamos completamente
de acuerdo con él. Pero en algunos puntos, sus concepciones despiertan
en nosotros algunas dudas en relación con las cuales queremos hacer
algunas observaciones.
Señalemos, ante todo, lo siguiente. Según Labriola, el Estado es
la organización del dominio de una clase social sobre otra u otras. Es
verdad. Pero eso apenas si expresa toda la verdad. En Estados co­
mo China o el Egipto antiguo, donde la vida civilizada era imposi­
ble sin trabajos muy amplios y complejos de regulación dei curso y
de las crecidas de los grandes ríos y de organización de los x'iegos, la
aparición del Estado puede; ser explicada en gran parte por la influen­
cia directa de las necesidades del proceso social de la producción. Sin
duda, la desigualdad existía ya allí desde los tiempos prehistóricos,,
y, en una u otra escala, tanto en el seno de las tribus que entraban
a formar parte del Estado, con frecuencia absolutamente diferentes
por su origen ético, como entre las tribus. Pero las clases dominantes
con las que nos encontramos en la historia de esos países conquistaron
su posición social más o menos elevada, gracias, precisamente, a la orga­
nización del Estado, engendrada por las necesidades del proceso so­
cial de la producción. Apenas si cabe duda de que la casta de los sa­
cerdotes egipcios debe su dominación a la enorme importancia que sus
embrionarios conocimientos científicos tenían para todo el sistema agrí­
cola egipcio 5.
En el Occidente, en el que, desde luego, hay que incluir también a
Grecia, no observamos la influencia directa de las necesidades del
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA

proceso social de la producción —que allí no supone una organización


social relativamente amplia— sobre el nacimiento del Estado. Pero
también allí esta aparición debe atribuirse, en gran parte, a la necesi­
dad de la división social del trabajo, originada por el desarrollo de las
fuerzas productivas de la sociedad. Esta circunstancia no impedía
naturalmente, al Estado ser al mismo tiempo la organización del domi­
nio de la minoría ‘p rivilegiada sobre la mayoría más o menos esclavi­
za d a6. Pero esta circunstancia no debe perderse de vista en ningún
caso para evitar las concepciones erróneas y unilaterales del papel his­
tórico del Estado.
Pasemos ahora a las concepciones de Labriola sobre el desarro­
llo histórico de las ideologías. Hemos visto, que, según su opinión, ese
desarrollo se complica por la acción de las peculiaridades raciales y,
en general, por la influencia que sobre los hombres ejerce el medio
geográfico circundante. Es de sentir que el autor no haya, estimado
necesario confirmar y aclarar esta opinión con algunos ejemplos, así
nos sería más fácil comprenderle. En todo caso, es indudable que no
puede ser aceptada en la forma en que está expresada.
Las tribus de pieles rojas de América no pertenecen, naturalmen­
te, a la misma raza a la que pertenecían las tribus que en los tiempos
prehistóricos habitan el archipiélago griego o las costas del mar Bál­
tico. No cabe duda de que en cada una de estas regiones el hombre p ri­
mitivo ha experimentado influencias muy peculiares del medio geo­
gráfico. E ra de esperar que la diferencia de estas influencias se refle­
jara sobre las obras de arte rudimentarias de los primitivos habitantes
de las regiones citadas. Sin embargo, no lo observamos. Efa todas las
partes del mundo, por diferentes que sean, al mismo estado de desarro­
llo del hombre primitivo corresponde el mismo grado de desarrollo
del arte. Conocemos el arte de la edad de piedra, de la edad de hie­
rro; pero no conocemos el arte de las difrentes razas: de la blanca,
amarilla, etc. El estado de las fuerzas productivas se refleja incluso
en los detalles. Primero, en los objetos de alfarería, por ejemplo, en­
contramos solamente líneas rectas y quebradas: cuadrados, cruces, zig­
zags. etc. Estos elementos decorativos del arte primitivo los toma de
oficios más primitivos aún; el tejido y el trenzado. En la edad de
bronce, junto con la elaboración de metales, capaces de adoptar en el
proceso de elaboración diversas formas geométricas, aparecen los
adornos de líneas curvas: por último, con la domesticación de los
animales, aparecen sus figuras y, en primer término, la figura del
caballo7.
Ciertamente que, al dibujar la imagen del hombre, la influen­
cia de las particularidades raciales 110 puede menos de dejarse sentir
sobre el “ ideal de belleza” de los artistas primitivos. Es sabido que
cada raza, sobre todo en las primeras fases del desarrollo social, se
considera la más hermosa y apreciada en alto grado precisamente
aquellos rasgos que la distinguen de otras razas 8. Pero, en primer térmi­
no, estas peculiaridades de la estética racial, por cuanto son constan­
480 G. PLEJANOV

tes, no pueden, modificar con su influencia el curso del desarrollo


del arte, y en segundo término, esas particularidades mismas se man­
tienen sólo hasta un determinado momento, es decir, únicamente bajo
ciertas condiciones. En los casos en que una tribu se ve obligada
a reconocer la superioridad de otra tribu m,ás desarrollada, su presun­
ción racial desaparece, siendo reemplazada por la imitación de gustos
ajenos, considerados antes ridículos y, a veces, incluso como deshonrosos
y repugnantes. En esto, ocurre con el salvaje lo mismo que con el
campesino de la sociedad civilizada, que al principio ridiculiza las
costumbres y la manera de vestir de los habitantes de la ciudad, pero
luego, con la aparición y el aumento del dominio de la ciudad sobre el
campo, trata de asimilarlos en la medida de lo posible.
E n cuanto a los pueblos históricos, señalemos ante todo que la
palabra raza no puede ni debe, en general, emplearse a propósito de
ellos. No conocemos ni un solo pueblo histórico del que se pueda decir
que es un pueblo de raza p u ra ; cada uno de ellos es el resultado de un
proceso extraordinariamente largo e intenso de cruzamiento y mezcla
de diferentes elementos étnicos.
¡Prueben, después de eso, a determinar la influencia de la “ raza”
sobre la historia de las ideologías de tal o cual pueblo!
A primera vista parece que no hay cosa más simple y acertada
que la idea de la influencia del medio geográfico sobre el temperamento
de los pueblos y a través del temperamento, sobre la historia de su
desarrollo intelectual y estético. Pero a Labriola, le hubiera bastado
recordar la historia de su propio país para convencerse de lo erróneo
de esta idea. Los italianos de hoy viven en el mismo medio geográfico
en que vivían los antiguos romanos y, sin embargo, ¡qué poco se
asemeja el ‘' temperamento ’’ de los tributarios contemporáneos de
Menelik, al temperamento de los rudos conquistadores de Cartago!
Si se nos ocurriera explicar por el temperamento de los italianos
la historia del arte italiano, por ejemplo, nos detendríamos muy pronto
perplejos ante la cuestión de conocer las causas a que obedecen los
cambios profundos que el temperamento, por su parte, ha experimen­
tado en diferentes épocas y en distintas partes de la península de los
Apeninos.

V II

En una de sus observaciones al primer libro de economía política


de J, S. Mili, dice el autor de los “ Ensayos sobre el período de (xogol
en la literatura rusa” ®:
"No diremos que la raza no tiene absolutamente ninguna impor­
tancia; el desarrollo de las ciencias naturales e históricas no ha llegado
todavía a una precisión analítica suficiente para que pueda decirse
en la mayoría de los casos categóricamente: tal elemento no existe en
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE L A HÍSTORIA 4S1

absoluto. No puede negarse en absoluto que esta pluma de acero con­


tenga una partícula de platino. Lo fínico que cabe decir es que, según
el análisis químico, hay indudablemente en esta pluma un número tan
considerable de partículas de acero, que la parte de platino que pudiera
contener sería completamente insignificante: y si esta parte existiese,
no sería posible tenerla en cuenta partiendo de un punto de vista
práctico. . . Si se trata de una acción práctica, hay que proceder con
esta pluma como se debe proceder en general con las plumas de acero.
De la misma manera, en las acciones prácticas, no presten atención a
la raza de los hombres, procedan con ellos simplemente como con hom­
b re s ... Es posible que la raza de un pueblo haya ejercido cierta
influencia sobre el hecho de que determinado pueblo se encuentra hoy
en tal estado y no en otro; es imposible negarlo categóricamente, el
análisis histórico no ha alcanzado todavía una exactitud matemática,
absoluta; después de él, como después del análisis químico actual, queda
todavía un residum, un resto pequeño, muy pequeño, para el que hacen
falta métodos de investigaciones más precisos, inaccesibles todavía al
estado presente de la ciencia. Pero ese residuo es muy pequeño. En
la formación del listado actual de cada pueblo, a la acción de circuns­
tancias independientes de las propiedades innatas de las tribus corres­
ponde una parte tan grande, que incluso si esas peculiares cualidades,
diferentes en general de la naturaleza humana, existiesen, quedaría para
su acción un lugar xmiy pequeño, un lugar microscópico” .
Hemos recordado estas palabras al leer las consideraciones hechas
por Labriola en torno a la influencia de la raza sobre la historia del
desarrollo espiritual de la humanidad. El autor de los “ Ensayos sobre
el período de Gogol” se interesaba por el problema de la importancia
de la raza, principalmente desde el punto de vista práctico; pero lo
dicho por él deberían también tenerlo constantemente en cuenta todos
aquéllos que se dedican a investigaciones puramente teóricas. La ciencia
social ganaría enormemente sí abandonáramos, por fin, la mala cos­
tumbre de achacar a la raza todo lo que nos parece incomprensible en
la historia intelectual de un pueblo. Es posible que también los rasgos
distintivos de las tribus hayan tenido cierta influencia sobre dicha
historia. ■Pero esta influencia hipotética era, seguramente, tan insig­
nificante, que en interés de la investigación vale más admitir que es
nula y estudiar las particularidades: observadas en el desarrollo de tal
o cual pueblo como producto de unas condiciones históricas especiales
de dicho desarrollo y no como resultado de ía influencia de la raza.
Se comprende que nos encontraremos con no pocos casos en los que
no estaremos en condiciones de indicar cuáles han sido, precisamente,
las condiciones que han originado las particularidades que nos inte­
resan. Pero lo que hoy no es accesible <i la investigación científica,
mañana puede serlo. lia invocación de las particularidades raciales no
es cómoda por el hecho de que da por terminada la investigación ahí
precisamente donde debe comenzar. %Por ..qué la historia de la poesía
francesa no se parece a la historia de la poesía alemana? Por una
razón muy sencilla: el temperamento del pueblo francés era tal, que
482 <3. FLEJA N O V

de su seno no podía surgir ni un Leasing, ni un Schiller, ni un Goethe.


; Gracias por la explicación; ahora todo está claro!
Labriola diría, naturalmente, que él está más lejos que nadie
de semejantes explicaciones que nada explican. Y sería exacto.
Hablando en términos generales, Labriola comprende perfectamente
toda la inutilidad de esas explicaciones y sabe bien desde qué punto
hay que abordar la solución de problemas como el citado por nosotros
como ejemplo. Pero al reconocer que el desarrollo intelectual de los
pueblos se complica por sus particularidades raciales, ha corrido el
riesgo de incidir a sus lectores a un grave error y ha demostrado estar
dispuesto a hacer, si bien es cierto que en algunos puntos de poca
importancia, algunas concesiones a las viejas formas de pensar perju­
diciales para la ciencia social. Contra tales concesiones van dirigidas
nuestras observaciones.
No sin fundamento calificamos de vieja la concepción por nosotros
refutada sobre el papel de la raza en la historia de las ideologías. Esta
concepción no es más que una variedad de la teoría, muy difundida
en el siglo pasado, según la cual todo el curso de la historia se explica
por las propiedades de la naturaleza humana. La concepción materia­
lista de la historia es completamente incompatible con esta teoría.
Según la nueva concepción, la naturaleza del ser social cambia junto
con las relaciones ■sociales. Por lo tanto, las propiedades generales de
la naturaleza humana no pueden explicar la historia. Partidario ar­
diente y convencido de la concepción materialista de la historia,
Labriola ha reconocido, sin embargo, en cierta medida, aunque muy
pequeña, la exactitud también de la vieja concepción, Pero por algo
dicen los alemanes: ‘cqxiien dice A, también tiene que decir B ’\ Labriola,
al reconocer la exactitud de la vieja concepción en un easo, se ha
visto obligado a reconocerla también en algunos otros. ¿Es que hace
falta decir que la unión de dos puntos de vista opuestos ha tenido que
dañar a la cohesión del conjunto de sus concepciones?

V III

La organización de toda sociedad es determinada por el estado de


sus fuerzas productivas. Al cambiar dicho estado, tarde o temprano
debe cambiar también la organización social. Por lo tanto, ésta se
encuentra en un equilibrio inestable por todas partes donde las fuer­
zas productivas de la sociedad se desarrollan. Labriola observa con
mucha razón que precisamente esta inestabilidad, junto con los movi­
mientos sociales y la lucha de las clases sociales que ella engendra, es
la que preserva a los hombres del estancamiento intelectual. E l anta­
gonismo es la causa principal del progreso, dice él, repitiendo el pen­
samiento de un economista alemáh'raay conocido 10. Pero inmediatamen­
te hace una reserva. A su entender sería muy equivocado imaginar que
LA. CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 483

los hombres, siempre y en todos los casos, comprenden bien su situación


y ven claramente las tareas sociales que ella les plantea. “ Pensar así,
dice Labriola, significa suponer algo inverosímil, algo que jamás ha
existido” .
Rogamos al lector examinar con la mayor atención esta reserva.
Labriola desarrolla su pensamiento del siguiente modo:
“ Las formas jurídicas, las acciones políticas y los ensayos de or­
ganización social han sido y son, a veces, acertados y, a veces,
equivocados, es decir, no adecuados a la situación, desproporcionados
en cuanto a ésta. La historia está plagada de errores. Esto significa
que si todo en ella había sido necesario en relación con el desarrollo
intelectual de aquéllos a quienes correspondía vencer ciertas dificulta­
des o resolver determinados problemas, y si todo en ella tiene su causa
justificada, no quiere decir que todo era razonable en el sentido como
entienden esa palabra los optimistas. Transcurrido cierto tiempo, las
causas fundamentales de todos los cambios sociales, es decir, las condi­
ciones económicas nuevas, conducían y conducen, por caminos a veces,
muy retorcidos, a las formas jurídicas, a la estructura política y a la
organización social que corresponden a la nueva situación. Pero no
debe pensarse que la sabiduría instintiva del animal pensante se
manifestaba y se manifiesta, sic et simplicit&r u , en una total y clara
comprensión de todas las situaciones y que, una vez dada la estructura
económica, podemos, por una vía lógica muy simple, deducir de ella
todo el resto. La ignorancia —que a su vez tiene explicación— es lo
que explica en gran parte por qué la historia ha seguido tal rumbo
y no tal otro. A la ignorancia hay que añadir los instintos brutales
heredados por el hombre de sus antepasados, los animales, y que están
lejos de haber sido vencidos, así como todas las pasiones, las injusti­
cias y todas las otras formas de corrupción —la mentira, la hipocresía,
la insolencia—, que inevitablemente debían surgir y que surgen en
una sociedad basada en la sumisión del hombre al hombre. Sin caer
en la utopía, podemos prever y, en efecto, prevemos,, la aparición en
el futuro de xuia sociedad que, habiendo surgido del régimen social
contemporáneo —y precisamente de las contradicciones de este
régimen— . según las leyes del movimiento histórico, no conocerá ya
los antagonismos ele cíase. . . Pero esto será obra del futuro y no del
presente o del pasado. Con el tiempo, y con la producción social bien
organizada, la vida se verá libre del dominio de la casualidad ciega,
mientras que ahora la casualidad es el origen multiforme de todo
género de sucesos inesperados y de un encadenamiento imprevisto de
acontecimientos?J12.
E n todo esto hay mucho de verdad. Pero, entrelazándose capricho­
samente con el error, la verdad misma reviste aquí la forma de una
paradoja no muy feliz.
Labriola tiene absoluta razón al decir que los hombres no siempre
comprenden claramente su situación social y no siempre tienen una
noción exacta de las tareas sociales que de ella surgen. P'ero cuando,
484 G. P LE JA N O V

basándose en ello, invoca la ignorancia o la superstición como causa


histórica de la aparición de muchas formas de convivencia y de muchos
hábitos, Labriola, sin darse cuenta, él mismo, vuelve al punto de vista
de los enciclopedistas del siglo X V III. Antes de invocar la ignorancia
como una de las cansas importantes que nos explican “ por qué la
historia ha seguido tal rumbo y no tal otro” , habría que determinar
en qué sentido precisamente, se puede emplear aquí esta palabra. Sería
un gran error pensar que esto se comprende de por sí. No, esto no es
tan claro ni tan sencillo como parece. Observad a la Francia del siglo
X V III. Todos los representantes ideológicos del Tercer Estado aspi­
raban ardientemente a la libertad y a la igualdad. Para alcanzar esta
finalidad exigían la supresión de un gran número de instituciones
sociales caducas. Pero la supresión ele esas instituciones significaba la
victoria del capitalismo, que, como lo sabemos muy bien ahora, es difícil
llamar el reinado de la libertad y de la igualdad. Por eso puede afirmarse
que el noble propósito de los filósofos del siglo pasado no fue logrado.
Puede afirmarse también que los filósofos no supieron indicar los me­
dios necesarios para lograrlo, razón por la cual se les puede acusar de
ignorancia, como lo han hecho precisamente muchos socialistas utópicos.
E l mismo Labriola está extrañado de la contradicción existente entre la
verdadera tendencia económica de la Francia de entonces y los ideales de
sus pensadores. “ ¡Espectáculo extraño, contraste extraño!” , exclama.
Pero ¿qué hay de extraño en eso? ¿En qué consistía la “ ignorancia” de
los enciclopedistas franceses? Bn qué ellos concebían los medios para lo­
grar el bienestar universal de un modo diferente a como los interpre­
tamos nosotros hoy? Es que, entonces, no se podía hablar aún de esos
medios: todavía no estaban creados por el movimiento histórico de la
humanidad, es decir, y hablando con más precisión, por el desarrollo
de sus fuerzas productivas. Lean las “ Doutes, proposés aux philoso-
phes économistes” de Mably, lean “ Code de la n atu re” de Morelly, y
verán el grado en que esos escritores discrepaban de la enorme mayoría
de los enciclopedistas a propósito de las condiciones del bienestar de la
humanidad, en el grado en que soñaban con la supresión de la pro­
piedad privada, en ese mismo grado se colocaban, primero, en una
contradicción patente y flagrante con las necesidades más fundamen­
tales, más elementales y más generales de su época; y segundo, com­
prendiéndolo confusamente, ellos mismos consideraban que sus sueños
eran absolutamente irrealizables. Preguntamos, pues, una vez más:
¿en qué consistía la ignorancia de los enciclopedistas? ¿En qué, com­
prendiendo las necesidades sociales de su tiempo & indicando acertada­
mente los medios de su satisfacción (supresión de los viejos privilegios,
etcétera), atribuían a esos medios una importancia excesivamente
exagerada, considerándolos como un camino que conduce hacia la feli­
cidad general? Esto no es una ignorancia tan crasa que digamos; en
cambio, desde el punto de vista práctico, es necesario incluso recono­
cerla útil, pues cuanto mayor era la...fe que los enciclopedistas tenían
en la importancia universal de las 'reform as que reclamaban, tanto
más enérgicamente debían luchar por ellas.
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 485

Los enciclopedistas dieron pruebas de una ignorancia indudable


en el sentido de que no supieron encontrar el hilo que ligara sus ideas
y sus aspiraciones con la situación económica de la Francia de entonces,
e incluso no sospechaban siquiera la existencia de ese hilo. Se conside­
r a b a n los portavoces de la verdad absoluta. Ahora sabemos que no
existe una verdad absoluta, que todo es relativo, todo depende de las
condiciones de lugar y tiempo, pero precisamente por esta razón debe­
mos juzgar con sumo cuidado la “'ignorancia’7 de las diferentes
épocas históricas. Su ignorancia, en cuanto se manifiesta en los mo­
vimientos sociales, aspiraciones e ideales propios de dichas épocas, es
también relativa.

IX

¿ Cómo surgen las normas jurídicas? Puede decirse que cada una
de ellas representa la supresión o la modificación de alguna norma
vieja o de algún viejo hábito. ¿Por qué son suprimidos los viejos
hábitos? Porque cesan de corresponder a las nuevas “ condiciones” , es
decir, a las nuevas relaciones efectivas que se establecen entre los
hombres en el proceso social de la producción. E l comunismo primitivo
desapareció a consecuencia del incremento de las fuerzas productivas.
Pero estas fuerzas se desarrollan sólo gradualmente. Por eso se desa­
rrollan también gradualmente las nuevas relaciones efectivas entre
los hombres en el proceso social de la producción. Por eso aumenta sólo
gradualmente la constricción de las normas y de las costumbres viejas
y, consiguientemente, la necesidad de aplicar la correspondiente expre­
sión jurídica a las nuevas relaciones efectivas (económicas) entre los
hombres. La sabiduría instintiva del animal pensante sigue habitual­
mente a estos cambios efectivos. Cuando estas viejas norm;as jurídicas
estorban a cierta parte de la sociedad para lograr sus finalidades en
la vida diaria, a satisfacer sus necesidades urgentes, esta parte de la
sociedad llegará con toda seguridad y de un modo fácil a la concien­
cia de esa constricción: para esto hace falta un poco más de sabiduría
que para darse cuenta de que es incómodo llevar un zapato muy
estrecho o un arma demasiado pesada. Pero de la conciencia del
constreñimiento de una determinada forma jurídica a la aspiración
consciente a suprimirla, hay todavía, naturalmente, una gran distan­
cia. Al principio, los hombres tratan simplemente de evitar aquélla en
cada caso particular. Recuerden lo que sucedía entre nosotros en las
grandes familias campesinas, cuando, bajo la influencia del capitalismo
naciente, surgían nuevas fuentes de ingreso que variaban para los
diferentes miembros de la familia. El derecho familiar consuetudina­
rio se hacía constrictivo entonces para los afortunados que ganaban
más que los otros. Pero esos afortunados no se decidían tan fácil y
rápidamente a rebelarse contra las viejas costumbres. Durante largo
486 G. PLEJA NOV

tiempo recurrían a ardides, ocultaban al jefe de la familia una parte


del dinero ganado. Pero el nuevo orden económico se afianzaba paula­
tinamente, la vieja forma de existencia familiar iba siendo poco a poco
minada; los miembros de la familia interesados en la supresión de ese
orden alzaban cada vez más la voz; los repartos familiares se hacían
cada vez más frecuentes y, por iiltiino, la vieja costumbre desaparecía,
cediendo el lugar a una nueva, originada por las nuevas condiciones,
por las nuevas relaciones efectivas, por la nueva teconomía de la
sociedad.
Por lo general, los hombres adquieren conciencia de su situación
con un retraso más o menos grande respecto a las nuevas relaciones
efectivas que modifican esta situación. Pero, en todo caso, la conciencia
sigue a las relaciones efectivas. Allí donde la aspiración consciente de
los hombres hacia la supresión de las viejas instituciones e instauración
de un nuevo orden jurídico es débil, este nuevo orden no está plena­
mente preparado por la economía social. En otras palabras la falta de
claridad en la conciencia —“ los yerros del pensamiento no m aduro” ,
“ la ignorancia’’— no indica frecuentemente en la historia más que
una cosa, a saber: que el objeto del que se debe adquirir conciencia, es
decir, los nuevos objetos que se van formando están insuficientemente
desarrollados aún. Eli cuanto a la ignorancia de este género (el des­
conocimiento y la incomprensión de lo que aún no existe, de lo que
se encuentra aún en proceso de formación) no es, por lo visto, más
que una ignorancia relativa.
Hay otra clase de ignorancia; la ignorancia respecto a la natura­
leza. Se la puede llamar absoluta. Su medida la constituye el poder
de la naturaleza sobre el hombre. Como el desarrollo de las fuerzas
productivas significa el aumento del poder del hombre sobre la natura­
leza, es evidente que el incremento de las fuerzas productivas significa
la disminución de la ignorancia absoluta. Los fenómenos de la natura­
leza, no comprendidos por los hombres y, por lo mismo, no subordi­
nados a su poder, originan las diversas supersticiones. En cierta fase
del desarrollo social, las concepciones supersticiosas se entrelazan
estrechamente con las concepciones morales y políticas de los hom­
bres, a las que imprimen, entonces, un matiz peculiar13. En el
curso de la lucha provocada por el desarrollo de las nuevas relaciones
efectivas entre los hombres en el proceso social de la producción, las
concepciones religiosas juegan muchas veces un papel muy importante.
Los innovadores, como los conservadores invocan la ayuda de los
dioses, poniendo bajo su protección tales o cuales instituciones e incluso
explican la existencia de dichas instituciones como expresión de la vo­
luntad divina, Se comprende que las Euménides, consideradas por los
griegos partidarios del matriarcado, contribuyeron tan poco a la defensa
de éste, como Minerva al triunfo del poder paterno aparentemente grato
para ella. Llamando en su ayuda a los dioses y fetiches, la gente gastaba
inútilmente su tiempo y esfuerzo, pero la ignorancia que permitía
creer en las Euménides no impedía a los conservadores griegos de
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 487

entonces comprender que el viejo orden jurídico (o, más exactamente,'el


antiguo derecho consuetudinario) garantizaba mejor sus intereses. Del
mismo modo, la superstición, que permitía fundar las esperanzas en
Minerva, no impedía a los innovadores reconocer los inconvenientes
del viejo orden de cosas.
Los dayaks de la isla de Borneo no conocían el uso de la cuña para
partir leña. Cuando los europeos la llevaron allí, las autoridades indí­
genas prohibieron terminantemente su uso u . Esto, claro es, testimoniaba
su ignorancia: ¿ puede haber algo más absurdo que negarse a usar una
herramienta que facilita el trabajo 1? No obstante, si reflexionan dirán,
tal vez, que pueden encontrarse circunstancias atenuantes. La prohibición
del uso de instrumentos de trabajo europeos constituía, seguramente,
una de las manifestaciones de la lucha contra la influencia europea,
que comenzaba a socavar el viejo orden de cosas indígena. Las autori­
dades indígenas comprendían confusamente que, introduciendo las
costumbres europeas, de su orden 110 quedarían ni restos. La cuña, más
que otra herramienta europea, les sugería la idea del carácter destruc­
tor de la influencia europea. Y ésta es la razón de que prohíban solem­
nemente su uso. ¿Por qué para ellos es la cuña el símbolo de las inno­
vaciones peligrosas ? Podemos contestar a esta pregunta de una manera
satisfactoria: no conocemos la causa por la cual la imágen de la cuña
se asociaba en el cerebro de los indígenas con el símbolo del peligro
que amenazaba a su viejo orden de cosas. Pero podemos decir con cer­
tidumbre que los indígenas no se equivocaban al temer por la firmeza
de su viejo orden establecido: en efecto, la influencia europea defor­
maba muy pronto y activamente, cuando no las destruía, las costum­
bres de los salvajes y bárbaros que se sometían a ella.
Taylor dice que los dayaks condenaban públicamente el uso de la
cuña, pero recurrían a ella cuando lo podían hacer a escondidas de los
otros. Ahí tienen la “ hipocresía” añadida a la ignorancia. Pero ¿cuál
es su origen? Por lo visto el reconocimiento de las ventajas del nuevo
método de partir la leña, a la vez que el temor a la opinión pública o
a las persecuciones de las autoridades. De este modo, la sabiduría
instintiva del animal pensante criticaba la medida que ella misma
había adoptado. Y esa crítica era certera: prohibir el uso de las herra­
mientas europeas no significaba, de modo alguno, eliminar la influen­
cia europea,
Recurriendo a la expresión de Labriola, podríamos decir que en el
presente caso los dayaks adoptaron una medida que no correspondía a
su situación, una medida desproporcionada. Tendríamos completa
razón. A esa observación de Labriola podríamos agregar que los
hombres inventan frecuentemente semejantes medidas desproporcio­
nado.?, medidas que no corresponden a la situación, ¿Qué se de­
duce de ésto? Unicamente que nosotros debemos esforzarnos por ave­
riguar si no habrá alguna dependencia entre este género de errores
de los hombres, por un lado, y el carácter o grado de desarrollo de sus
relaciones sociales, por otro. Tal dependencia existe, ciertamente. La-
488 G. PLEJANOV

briola dice que la ignorancia puede a su vez tener una explicación.


Nosotros decimos: no sólo 'puede, sino que debe ser explicada, siempre
que la ciencia social se convierta, en una verdadera ciencia. Si la igno­
rancia puede ser explicada por las causas sociales, no hay por qué
invocarla, ni decir que es ella la que descubre por qué la historia ha
seguido tal rumbo y no tal otro. E l secreto no reside en la ignorancia,
sino en las causas sociales que la originan y que le imprimen un aspec­
to, un carácter determinado. ¿,For qué, pues, limitar, la investigación a
simples invocaciones a la ignorancia que nada explican? Cuando &e trate
de la concepción científica de la historia, la invocación de la ignorancia
no testimonia sino la ignorancia del investigador.

Toda norma de derecho positivo defiende un determinado interés.


¿Be dónde provienen los intereses? ¿Son el producto de la voluntad y
de la conciencia humanas? No, son creados por las relaciones econó­
micas que se establecen entre los hombres. ITna vez surgidos, los inte­
reses se reflejan en la conciencia de los hombres. P ara defender un
determinado interés, se precisa adquirir conciencia del mismo. Por eso,
todo sistema de derecho positivo puede y debe per «’orisidejado como
un producto de la conciencia 15. No es la conciencia de los hombres la
que crea los intereses defendidos por el derecho, y por consiguiente, no
es la conciencia la que determina el contenido del derecho: pero el
estado de la conciencia social (de la sicología social) de una época de­
terminada, es el que determina la forma que adoptará en los cerebros
humanos el reflejo de un interés determinado. Sin tener en cuenta el
estado de la conciencia social, es absolutamente imposible explicar la
historia del derecho.
En esta historia es necesario distinguir siempre y de una manera
concienzuda la forma y el contenido. Desde el punto de vista formal, el
derecho al igual que' todas las demás ideologías, siente la influencia de
todas o, por lo menos, ds una parte de las otras ideologías: creencias
religiosas, concepciones filosóficas, etc. Esta sola circunstancia ya difi­
culta en cierto grado, a veces en un grado muy importante, el descu­
brimiento de la dependencia existente entre las concepciones jurídicas
de los hombres y sus relaciones recíprocas en el proceso social de la pro­
ducción. Pero esto no es más que un mal a m edias10, El verdadero mal
reside en que en las diversas fases del desarrollo social, cada ideología
siente en un grado muy desigual la influencia de las otras ideologías.
Así, el antiguo derecho egipcio y, en particular, el romano estaban
subordinados a la religión; en la historia moderna, el derecho se ha
desarrollado (repetimos, y rogamosstenerlo presente que esto es así
desde el punto de vista formal) bajo una fuerte influencia de la
filosofía. Para eliminar la influencia de la religión sobre el derecho
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 489

y reemplazarla por su propia influencia, la filosofía hubo de sostener


un lucha encarnizada. Efeta lucha no era más que el reflejo ideológico
de la lucha social del Tercer Estado contra el clero, pero, no obstante,
ha dificultado enormemente la elaboración de las verdaderas concep­
ciones sobre el origen de las instituciones jurídicas, puesto- que,
gracias a esta lucha, dichas instituciones aparecerían como un producto
evidente, indudable de la lucha de concepciones abstractas. No cabe
duda de que Labriola, hablando en términos generales, comprende per­
fectamente, qué género de relaciones efectivas se ocultan tras esa lucha
de concepciones. Mas, cuando se trata de particularidades, él depone
sus armas materialistas ante la dificultad del problema y considera
posible, como hemos visto, limitarse a invocar la ignorancia o la
fuerza de la tradición. Además, se remite al “ simbolismo” como causa
última de muchas costumbres.
Es cieno que el simbolismo no es un factor” despreciable en la
historia de algunas ideologías. Pero no puede ser incluido entre las
causas últimas de las costumbres. Veamos el siguiente ejemplo: Eta la
tribu caucasiana de los ichaves, la m ujer se corta la trenza cuando
muere un hermano, pero no lo hace cuando muere su marido. Es un
rito simbólico que ha sustituido a una costumbre más antigua, la de
ofrendar la vida sobre la tumba del difunto. Pero ¿por qué cumple la
mujer ese ritual simbólico sobre la tumba del hermano y no sobre la
del marido? Según Kovalevslri, en este rasgo “ no se puede dejar de
advertir una supervivencia de épocas lejanas, en las que al pariente
de más edad por 3a línea materna, el pariente más próximo, era el
jefe del clan unido por el hecho verdadero o imaginario de proceder
de la mujer fundadora de la gens” 17.
De aquí se deduce que las acciones simbólicas no se hacen compren­
sibles sino cuando conocemos el sentido y el origen de las relaciones
que ellas señalan. ¿Cuál es el origen de esas relaciones? La respuesta
no hay que buscarla, naturalmente, en las acciones simbólicas, aunque
éstas pueden darnos a veces algunas sugerencias útiles. El origen de
esta costumbre simbólica se explica por la historia de la familia, y la
explicación de la historia de la familia debe buscarse en la historia
del desarrollo económico.
En el caso que líos interesa, este rito ha sobrevivido a la forma de
relaciones familiares a las que debe su origen. Es este un ejemplo de
la influencia de la tradición, invocada por Labriola en su libro. Pero
la tradición puede conservar únicamente lo que ya existe. Ella no sólo
no explica el origen de un determinado rito o, en general, de una
determinada forma, sino ni siquiera su conservación. Lia fuerza de
la tradición, es la fuerza de la inercia. E n la historia de las ideologías,
se plantea frecuentemente la cuestión de saber porqué se ha conser­
vado tal rito o tal costumíbre, a pesar de haber desaparecido no sólo
las relaciones que lo han originado, sino las demás costumbres o ritos
afines, engendrados por esas mismas relaciones. Esta cuestión equivale
a la de saber por qué la acción destructora de las nuevas relaciones no
490 G. P LEJA N O V

ha acabado con este rito o esta costumbre, habiendo suprimido los


otros. Responder a esta pregunta invocando la fuerza de la tradición
significaría limitarse a repetirla de un modo afirmativo. ¿Cómo, pues,
resolver esto? H a y que remitirse a la sicología social.
Desaparecen las viejas costumbres y los viejos ritos cuando entre
los hombres se establecen nuevas relaciones mutuas. La lucha de los
intereses sociales encuentra su expresión en la lucha de los nuevos
hábitos y ritos contra ios viejos. Ningún rito o hábito simbólico por sí
solo puede ejercer una influencia positiva o negativa sobre el desa­
rrollo de las nuevas relaciones. Si los conservadores defienden caluro­
samente las viejas costumbres, es porque en su cerebro la idea de un
régimen social ventajoso, familiar y querido se asocia fuertemente a
la idea de estas costumbres. Si los innovadores odian esas costumbres
y se burlan de ellas, es porque en su cerebro la noción de estas costum­
bres se asocia a la noción de relaciones sociales incómodas, inconvenien­
tes y desagradables para ellos. Por consiguiente, se trata aquí esencial­
mente de la asociación de ideas. Cuando observamos que cierto rito ha
sobrevivido no sólo a las relaciones que lo han engendrado, sino tam ­
bién a los ritos afines originados por esas mismas relaciones, debemos
deducir que en el cerebro de los innovadores, la idea de este rito no
estaba tari fuertemente vinculada a la idea del pasado odioso como la
idea que se había formado de otras costumbres. Pero ¿por qué no tan
fuertemente? A veces es fácil y otras veces completamente imposible
responder a esta pregunta, por falta de los datos sicológicos necesarios.
Pero incluso en los casos en qne nos vemos obligados a reconocer
insoluble este problema, por lo menos, dado el nivel actual de nuestros
conocimientos debemos, no obstante, recordar que no se trata solamente
de la fuerza de la tradición, sino de. determinadas asociaciones de ideas
provocadas por determinadas relaciones efectivas entre los hombres
en la sociedad.
La historia de las ideologías se explica en gran parte por la
formación, modificación y destrucción de asociaciones de ideas i ajo
la influencia de Ja formación, modificación y destrucción de determi­
nadas combinaciones de fuerzas sociales. Labriola no ha prestado a este
aspecto del problema toda la atención que se merecía. Esto se pone
claramente de relieve en su concepción de la filosofía.

XI

Según Labriola, la filosofía, en su desarrollo histórico, se confunde


en parte con la teología y en parte representa el desarrollo del pensa­
miento humano en su relación con los objetos que entran en el círculo
de nuestra experiencia. E n tanto, en cuanto se distingue de la teología,
ella se ocupa de los mismos problemas a cuya solución va dirigida la
investigación científica, propiamente dicha. Al hacerlo, la filosofía o
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 491

tiende a adelantarse a la ciencia dando sus propias hipótesis, o sintetiza


simplemente y somete a una elaboración lógica ulterior las soluciones
halladas ya por la ciencia. Y esto, naturalmente, es exacto. Pero esto
por sí solo, no es toda la verdad. Tenemos la filosofía moderna. P'ara
Descartes y Bacón, la tarea más importante de la filosofía consiste en
la multiplicación de los conocimientos de las ciencias naturales con
el fin de acrecentar el poder del hombre sobre la naturaleza. Por
consiguiente, en aquella época, la filosofía se ocupa precisamente de
los mismos problemas que constituyen el objeto de las ciencias natu­
rales. Podría pensarse, por lo tanto, que sus soluciones están determina­
das por el estado de las ciencias naturales. Sin embargo, no es del todo
así. El estado de las ciencias naturales en aquella época no nos puede
dar una explicación de la actitud de Descartes, ante algunos problemas
filosóficos, por ejemplo, el problema del alma, etcétera, pero esta ac­
titud se explica muy bien por el estado social de la Francia de entonces.
Descartes, separa rigurosamente el dominio de la fe, del dominio de
la razón. Su filosofía no se opone al catolicismo, sino que, por el
contrario, trata de confirmar algunos de sus dogmas con nuevos argu­
mentos. En este caso, ella expresa muy bien el estado de espíritu de
los franceses de aquella época. Después de las prolongadas y san­
grientas conmociones del siglo XVI, en Francia aparece la tendencia
general hacia la paz y el orden. Etn el terreno de la política, esta
tendencia encuentra su expresión en la simpatía por la monarquía
absoluta; en el terreno del pensamiento, se expresa por cierta toleran­
cia religiosa y por el deseo de evitar las cuestiones litigiosas que recor­
daran la guerra civil reciente. Tales eran las cuestiones religiosas. Para
evitarlas había que separar el dominio de la fe, del dominio de la
razón. Esto es lo que hizo, como hemos dicho, Descartes. Pero tal deli­
mitación era insuficiente. En interés de la paz social, la filosofía hubo
de reconocer solemnemente que los dogmas religiosos eran verdaderos.
Y también esto lo hizo en la persona de Descartes. Por esto es •por
lo que el sistema de este pensador, sistema materialista en sus tres
cuartas partes por lo menos, fue acogido con simpatía por muchos
eclesiásticos.
El materialismo de La Mettrie, desciende lógicamente de la
filosofía de Descartes. Pero con el mismo derecho podrían hacerse
deducciones idealistas. Si los franceses no las han hecho, ha sido por
una causa social bien definida: la actitud negativa del Tercer Estado
de la Francia del siglo X V III hacia el clero. Y si la filosofía de
Descartes ha nacido de la aspiración a la paz social, el materialismo
del siglo X V III anunciaba, en cambio, nuevas conmociones sociales.
Con esto vemos que el desarrollo del pensamiento filosófico, en
Francia, no se explica sólo por el desarrollo de la ciencia natural, sino
también por la influencia directa que sobre ella han ejercido las rela­
ciones -sociales en desarrollo.. Esto se pone aún -más- de -manifiesto
cuando analizamos atentamente la historia de la filosofía francesa
desde otro punto de vista.
492 G. PLEJANOV

Sabemos ya qne Descartes consideraba que la tarea principal de


la filosofía era acrecentar el poder del hombre sobre la naturaleza. El
materialismo francés del siglo X V III considera como su principal deber
sustituir ciertas viejas ideas por otras nuevas, sobre cuya base podrían
establecerse relaciones sociales normales. Los materialistas franceses
no dicen casi nada sobre el incremento de las fuerzas productivas de la
sociedad. Es una diferencia esencial. ¿De dónde proviene?
El desarrollo de las fuerzas productivas en el siglo X V III, en
Francia, se veía extraordinariamente trabado por relaciones sociales
de producción caducas, por instituciones sociales arcaicas. E ra absolu­
tamente necesario suprim ir estas instituciones en interés del desarrollo
ulterior de las fuerzas productivas. Todo el sentido del movimiento
social de aquella época, en Francia consistía en la supresión de dichas
instituciones. Ein la filosofía, la necesidad de esta supresión encontró
su expresión en la lucha contra las caducas concepciones abstractas,
surgidas de las anticuadas relaciones de producción.
En la época de Descartes, esas relaciones distaban mucho de ser-
viejas; junto con otras instituciones sociales, surgidas de esas relacio­
nes, no impedían el desarrollo de las fuerzas productivas, sino que lo
favorecían. Por eso nadie pensó entonces en suprimirlas. Por esta
razón la filosofía se planteaba directamente el problema de aum entar
las fuerzas productivas, el problema práctico más importante de la
naciente sociedad burguesa.
Esto lo decimos refutando a Labriola. ¿Es qiié nuestras objecio­
nes están de más? ¿Es que se ha equivocado él en la expresión, pero,
en el fondo está de acuerdo con nosotros? Nos alegraría mucho que
esto fuera así; a todo el mundo le agrada comprobar que hay personas
inteligentes que están de acuerdo con la opinión de uno mismo.
Pero si él no estuviera de acuerdo con nosotros, repetiríamos,
lamentándolo, que este hombre se ha equivocado. Con esto quizá diéra­
mos motivo a nuestros vejestorios subjetivistas para burlarse una vez
más respecto a que entre los partidarios de la concepción materialista
de la historia, es difícil distinguir a los “ auténticos” de los “ no
auténticos” . Pero nosotros les replicaríamos que “ se ríen de sí
m i s m o s Un hombre que por sí mismo ha comprendido bien el sentido
de un sistema filosófico puede fácilmente distinguir a sus verdaderos
partidarios de los falsos. Si los señores subjetivistas se tomaran el
trabajo de analizar la interpretación materialista de la historia, sabrían
donde están los verdaderos “ discípulos” y dónde los usurpadores que
en vano se apropian de ese gran nombre. Pero como no se han tomado
ni se tomarán ese trabajo, quedarán necesariamente sumidos en la
perplejidad. Es el destino común de todos los elementos retardatarios, de
todos los que han abandonado las filas del. ejército activo del progreso.
A' propósito de progreso. ¿Recuerda, lector, los tiempos en qué los
“ metafísieos ” eran profanados, la-filosofía era estudiada siguiendo el
“ Lewis” y, en parte, por el “ Manual de Derecho Criminal” del señor
Spasóvich, y en que para los lectores “ progresistas” fueron inventadas
LA. CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA 493

“ fórmulas” especiales, en extremo simples y comprensibles incluso


para los niños de corta edad? ¡Tiempos felices aquéllos! Esos tiempos
han pasado, se han disipado como el humo. Otra vez comienza la “ meta­
física 77 a atraer a los espíritus rusos, el ‘ ‘Lewis ’7 se pasa de moda y las
consabidas fórmulas del progreso son olvidadas por todos. Hoy, incluso
Jos mismos sociólogos subjetivistas —convertidos en hombres “ venera­
bles’7y “ honorables”—, rara vez se acuerdan de esas fórmulas. Es nota­
ble, por ejemplo, que nadie se haya acordado de ellas precisamente en un
momento en el que parecía que eran muy necesarias, es decir, cuando
se entabló entre nosotros la discusión de si podemos desviarnos del
camino del capitalismo, al camino de la utopía. Nuestros utopistas se
escondieron tras un hombre que, defendiendo una fantástica “ produc­
ción popular” , aparentaba ser, al mismo tiempo, partidario del mate­
rialismo dialéctico moderno. E l materialismo dialéctico sofisticado
resultó así la única arma digna de atención en manos de los utopistas.
E'n vista de ello, sería muy útil ver cómo interpretan el “ progreso”
los partidarios de la concepción materialista de la historia. Es cierto
que se ha hablado ya mucho de esto en nuestra prensa. Pero primero,
la concepción materialista moderna del progreso es aún poco clara
para muchos y, segundo, Labriola, la ilustra con unos cuantos ejem­
plos muy apropiados y la aclara con unas cuantas consideraciones muy
acertadas, aunque, desgraciadamente, no lo hace de un modo sistemático
y en toda su amplitud. Las consideraciones de Labriola deben ser com­
pletadas. Confiamos en que podremos hacerlo en un momento más
propicio, porque ahora es preciso terminar.
Antes de dejar la pluma, rogamos una vez más al lector que tenga
presente que el llamado materialismo económico, al que refutan ■ —en
una forma poco convincente, desde luego—• nuestros señores populistas
y subjetivistas, tiene muy poco de común con la moderna concepción
materialista de la historia. Desde el punto de vista de la teoría de
los factores, la sociedad humana es una carga pesada a la que diversas
“ fuerzas” —la moral, el derecho, la economía, etc.—, arrastran, cada
una de su lado, por el camino histórico. Desde el punto de vista de la
moderna concepción materialista de la historia, las cosas toman un
aspecto completamente distinto. Los “ factores” históricos resultan
simples abstracciones y cuando la niebla que ellas forman desaparece,
resulta evidente que los hombres no hacen varias historias, diferentes
las unas de las o tras: la historia del derecho, la historia de la moral,
de la filosofía, etc., sino una sola historia de sus propias relaciones
sociales, condicionadas por el estado de las fuerzas productivas de la
época de que se trate. Lo que llamamos ideologías no son otra cosa
que reflejos diversos en el espíritu de los hombres de esta historia
única e indivisible.
1
NO TAS

1 Carlos M a n .
2 M arxistas rusos.
3 Labriola lo llam a como Engels, materialismo lústórico.
4 L abriola, obra citada, pág. 144.
5 Uno do los reyes caldeos dice, hablando de sí m ism o: “ He estudiado los
m isterios de los ríos para el bien de los h o m b re s.. . l í e llevado el agua de los
ríos al desierto; he llenado con ella las acequias se ca s. . . H e regado las llanuras
desiertas; he llevado a ellas la fertilid ad y la abundancia. Las he convertido en el
p aís de la fe lic id a d ” . E n form a exacta, aunque jactanciosa, se describe aquí el
papel del Estado oriental en la organización del proceso social de la producción.
® Como tampoco le impide ser, en algunos casos, el fruto de la conquista
de un pueblo por otro. En la sustitución de unas instituciones por otras, desempeña
un papel muy acusado la violencia. Pero ésta no explica en modo alguno la posi­
bilidad de semejante sustitución, ni sus resultados sociales.
7 V éase la introducción a la H isto ria del A r te de Guillermo Liibke.
8 Y éase M origen del hom bre, de Darwin.
9 N . Chernishevsld (1828-1889), gran hombre de ciencia y crítico ruso.
10 Léase i G. M arx. (N . de la R ) .
11 P ura y simplemente. (N , de la B .).
12 E n sayos, pág. 183-185.
13 M, K ovalevslú, en su libro L eyes y costum bres del Cávcaao, dice “ El
análisis de la s creencias religiosas y supersticiones de los ichaves nos hace llegar
a la conclusión de que b ajo el m anto oficia l de la religión ortodoxa, este pueblo
se encuentra hasta hoy en un estado de desarrollo que Tylor llama muy acertada­
m ente animismo. Dicho estado va acompañado por lo general, como es sabido, por
una subordinación a la religión tanto de la moral social como del d e r e c h o ( T o m o
segundo, pág. 8 2 ). Pero la eosa está en que, según Tylor el animismo prim itivo
no ejerce ninguna in flu en cia n i sobre la m oral n i sobre el derecho. En esta fase
del desarrollo no hay relación recíproca “ entre la moral y el derecho, o esta
relación permanece en estado em brionarioJ El animismo salvaje carece casi por
completo del elemento m oral que a los ojos del hombre civilizado constituye la
esencia de toda religión p ráctica. . . , la s leyes m orales tienen su base particular,
etc. {L a oiviH sation pri-m itíve, P arís, 1876, tomo segundo^ páginas 483-464). Por
eso sería m ás exacto decir que las supersticiones religiosas se entrelazan con las
nociones morales y jurídicas sólo en una escala determ inada del desarrollo social,
relativam ente b astan te elevada. Lam entamos mucho que el espacio de que dispo­
nemos no nos perm ita exponer aquí la explicación dada a esto por el materialismo
moderno.
i^ E . B . Tylor, L a c iv ilú a tio n p rim itiv a , P a r ís , 1S76, h X, pág. 82.
15 “ E l derecho no es, como las llam adas fuerzas física s naturales, algo oí1''
exista al margen de la acción dei hombre. Por el contrario, es un orden establecido
por los hombres para sí. E n el presente caso es in d iferente que el hombre, en su
actividad, obedezca ,a la le y .d e la casualidad o que obre librem ente, arbitraria­
m ente. Sea'"como sea, el derecho, según Iá ley de la casualidad y según la ley de
la libertad, no se crea el m argen de la actividad del hombre, sino, por el contrario,
496 G. P LEJA N O V

sólo a través de su actividad, por su in term ed io" . (N . M. Korkunov, Conferencias


sobre la teoría general del derecho, Petersburgo, 1894, pág. 279). E sto es p erfec­
tam ente exacto, aunque está muy m al formulado. Pero el señor Korkunov ha olvi­
dado añadir que los intereses que el derecho defiende no son creados por los hombres
para sí, sino que están determ inados por sus relaciones recíprocas en el proceso
social de la producción.
16 Aunque también esto se refleja muy desfavorablem ente incluso sobre obras
como, por ejemplo, L eyes y costum bres del Cáucaso, del señor K ovalevski. Con
frecuencia, el señor K ovalevsld interpreta allí el derecho como producto de las
concepciones .religiosas. E l verdadero camino para la investigación es otro: el señor
K ovalevski debía haber analizado tam bién las creencias religiosas y las instituciones
jurídicas de los pueblos caucasianos como producto de sus relaciones sociales en
el proceso de la producción y, después de descubrir la influencia de una ideología
sobre otra, tratar do descubrir la causa única de esa influencia. E l señor Kovalevski,
debería evidentemente haberse inclinado a este m étodo de investigación con tanta
mayor razón cuanto que él mismo en otras obras suyas reconoce categóricam ente
la dependencia causal en que las normas jurídicas se encuentran respecto a los
modos de producción.
xt L eyes y costum bres del Cáucaso, t . XI, pág. 75.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO

HOLBACH - HELVECIO - MARX


P R O L O G O

Con los tres estudios que someto aquí a la crítica del lector alemán
quisiera contribuir a la comprensión y a la explicación de la concepción
materialista de la historia de Carlos Marx, una de las más grandes
conquistas del pensamiento teórico del siglo X IX .
Tengo plena conciencia de la modestia de mi contribución. S i se
quisiera demostrar el valor total y la importancia de esta concepción
de la historia, estaríamos obligados a escribir una historia completa del
materialismo. Como me es imposible hacerlo, debo limitarme a com­
parar, con ayuda de monografías especiales, el materialismo francés
del siglo X V I I I con el materialismo moderno.
Entre los representantes del materialismo francés he elegido a
Holbach y a Helvecio, a quienes considero, por muchas razones, pen­
sadores muy importantes, que hasta nuestros días no han sido suficien­
temente apreciados.
Helvecio ha sido con frecuencia refutado y calumniado, pero no
se han tomado el trabajo de entenderlo. E n la exposición y crítica de
sus obras he trabajado, si así'puede decirse, en terreno virgen. Sólo
algunas vagas y fugitivas frases encontradas en Hegel y en Marx han
podido servirme de guía. No depende de mí juzgar si he sabido sacar
provecho de lo que estos dos grandes maestros me han legado en el te­
rreno ele la filosofía.
Holbach como lógico era menos audaz, como pensador menos re­
volucionario que Helvecio. Ya en su tiempo, fue considerado menos
(tchocante’f que el autor de T)e l ’esprit. Asustaba menos que éste últim o:
era juzgado más favorablemente y se le rendía con frecuencia justicia.
Pese a esto, también él fue comprendido a medias.
I'na filosofía materialista debe, como todo sistema filosófico mo­
derno, proponer una interpretación en dos terrenos: por una parte,
el terreno de la naturaleza; por el otro, el del desenvolvimiento histó­
rico de la humanidad. Los filósofos materialistas del siglo X V II I, por
lo menos los que se vinculan a Locke, poseían por igual una filosofía
de la historia y una filosofía de la naturaleza. Para convencerse basta
leer sus obras con mayor atención. La tarea indiscutible de los histo­
riadores de la filosofía consistiría, por lo tanto, en exponer y en criticar
las ideas históricas de los materialistas franceses, así como expusieron y
500 G. P LE JA N O V

criticaron su concepción de la naturaleza. Esta tarea no se cumplió ja­


más. Cuando un historiador de la filosofía habla, por ejemplo, de Hol-
bach, no toma en cuenta, por lo general nada más que a su Systeme de la
Nature y lo que toma en cuenta de esta obra en sus consideraciones se
refiere únicamente a la filosofía de la naturaleza y de la moral. No se
presta aquí ninguna atención a las concepciones históricas de Eolbach,
amplio,mente dispersas en el ñystéme de la Nature y en otras obras. No
es pues sorprendente que el gran público no tenga conocimiento
de Eolbach, y que se haga de él tina idea incompleta y falsa. Si con­
sideramos por otra parte que la ética de los materialistas franceses fue
siempre interpretada a contrapelo, debemos admitir que hay mucho
que aprender en la historia del materialismo francés del siglo X V III.
Tampoco debemos olvidar que el extraño procediviiento descripto
más arriba no se encuentra sólo en las historias generales de filosofía,
sino también en las historias consagradas especialmente al materialis­
mo, aunque, en verdad sean poco numerosas hasta el presente; por
ejemplo, en el trabajo, considerado clásico, del alemán E. A. Lange,
como también en el libro del francés Jules Soury *.
E n lo que se refiere a Marx, basta recordar que ni los historia­
dores de la filosofía en general, ni los del materialismo en particular,
se dignan mencionar siquiera su concepción materialista de la historia.
Cuando un palo está curvado en un sentido es necesario, para
enderezarlo, curvarlo en sentido contrario. E n las <(Contribuciones”
que siguen me he visto obligado a hacer lo mismo. Debía, sobre todo,
tomar en cuenta las ideas de los filósofos mencionados,
Desde el punto de vista de la escuela a la que considero un honor
pertenecer, 3a idea no es otra cosa que la materia trasladada y traducida
en el cerebro humano. Aquél que quiera considerar, a partir de este
punto de vista, la historia de las ideas, debe esforzarse por explicar
cómo y en qué medida las ideas de tal época kan sido producidas por
las condiciones sociales, es decir, en última -instancia, por los contactos
económicos. Explicar esto es una tarea enorme y magnífica, cuya rea­
lización renovará completamente la historia de las ideologías. E n los
estudios que siguen no he eludido esta tarea. Pero no me ha sido po­
sible prestarle la atención que merece, y esto por un motivo bien simple:
antes de discutir el porqué del desarrollo de las ideas, debe conocerse
de antemano el cómo de ese desarrollo. Aplicado al tema de estas con­
tribuciones esto significa que no puede explicarse porqué la filosofía
materialista se ha desarrollarlo tal como la encontramos en Holbach y
en Helvecio en el siglo XVJTJ y en Marx en el siglo X IX , hasta que
se haya demostrado qué era en realidad esta filosofía, con frecuencia
mal comprendida o completamente desfigurada Antes de construir hay
que despejar el terreno.

* F . A. Lange, Gcsohichte des M aterialism os (H istoria del M aterialism o),


segunda edición, Iserlohn, 1873. J. Soury: lírém a ire de V M stoire du m aterialism e,
París, 1883. (N . R .).
ESBOZOS DE HISTORIA DEL; MATERIALISMO 501

Todavía una palabra. Tal vez se piense que yo no he tratado su­


ficientemente a fondo la teoría del conocimiento de los filósofos en
cuestión, Responderé que no he omitido nada para transmitir con toda,
precisión stis puntos de vista sobre el tema. Pero como no figuro entre
los adeptos de la teoría escolástica del conocimiento, tan de moda en
nuestros días, no ha sido mi intención ocuparme detalladamente de
una cuestión secundaria.

G. Plejanov.
Ginebra, í.° de enero ele 1896.
HOLBACH

Vamos a hablar de un materialista. Pero, ¿qué es el materialismo?


Consultemos al más grande de los materialistas contemporáneos:
La gran cuestión fundamental de toda filosofía, y especialmente,
de la filosofía moderna, es la de la relación entre el pensamiento y
el s e r x, dice Federico Engels en su notable librito Ludwig Feuerbaeh
y el fin de la filosofía clásica alemana, Stuttgart, 1888.
Pero esta cuestión no pudo ser presentada en todo su rigor y no,
podía adquirir todo su sentido mientras la sociedad europea no des­
pertó del largo sueño invernal de la Edad Media cristian-a. La cuestión
de la posición del pensamiento con respecto al ser, que ha jugado tam­
bién un gran papel en la escolástica de la Edad Media, la cuestión que
consiste en saber cual es el elemento primordial, el espíritu o la natu­
raleza. . . esta cuestión se presentó en forma aguda para la iglesia: el
mundo, ¿ha sido creado por Dios o ha existido desde toda la eternidad?
Según contestan en una u otra forma a este interrogante, los filó­
sofos se dividen en dos grandes campos: los que afirman el carácter
pHmordial del espíritu en relación a la naturaleza y que admiten, como
consecuencia, en última instancia, una creación del m/imdo de cual­
quier tipo que sea. . . y que forman el campo de los idealistas. Los otros,
que consideran a la naturaleza como el elemento primordial, y que
pertenecen a diversas escuelas del materialismo 2.
Por lo tanto, para Federico Engels es materialista quien ve en
la naturaleza el elemento primordial; Holbach hubiera aceptado de
buen grado esta definición. Lo que nosotros llamamos la vida psíquica
del animal no era para él más que un fenómeno “ natu ral” y, según
él, no era necesario salir de la naturaleza para encontrar la solución
de los problemas psicológicos que ésta nos propone 3, Esto está muy
alejado de las afirmaciones dogmáticas que se atribuyen con tanta
frecuencia, y equivocadamente, a todos los materialistas. De todos mo­
dos, Holbach no veía en la naturaleza más que la materia, o *1diferentes
m aterias” ; reconocía todavía los cuatro elementos fundamentales de
los antiguos: el aire, el fuego, lat tierra, el agua 4; no hay que olvidar
que escribía en 1781 5.
De la misma manera Holbach no reconocía en la naturaleza más
que a la materia, o las materias, el movimiento o los movimientos diver­
sos. Es aquí que críticos como Damiron creen poder confundir nuestro
materialismo. Le imputan su concepción de la materia y, partiendo de
504 G. PLEJA NOV

esta concepción, demuestran triunfalmente que la naturaleza sola no


basta a explicar todos los fenómenos de la naturaleza6. El juego es
fácil, pero carece de originalidad. Los críticos de este calibre no com­
prenden, o fingen no comprender, que puede haber otra concepción
de la naturaleza que no sea la de ellos.
Si por naturaleza, dice Holbach, entendemos1un conjunto de mate­
rias muertas, desprovistas de todas sus propiedades, puramente pasivas,
estaremos obligados, sin duda, a buscar fuera de esta naturaleza el
principio de sus movimientos; pero, $i por naturaleza entendemos que
ésta es realmente un todo, en el cual las partes diversas tienen sus
propiedades, en acción y reacción perpetua las unas sobre las otras, que
pesanf que gravitan hacia un centro común, mientras otras se alejan y
van hacia la circunferencia, se atraen o se rechazan, se unen o se
separan, y que por sus choques y sus acercamientos continuos producen
y descomponen todos los cuerpos que vemos, entonces nada nos obligará
a recurrir a formas sobrenaturales para, darnos cuenta de la formación
de las cosas y de los fenómenos que vemos 7.
Locke admitía ya que la naturaleza bien podía estar dotada de la
facultad de pensar. Para Holbach esto representaba 1a- eventualidad
más verosímil, “ en la hipótesis misma de la teología, es decir, supo­
niendo un motor todopoderoso de la m ateria” 8. La conclusión de Bol-
bach es muy simple y muy convincente:
Puesto que el hombre. que es materia y sólo tiene ideas de la mate­
ria, disfruta de la facultad de pensar, la materia puede pensar o es
susceptible de la modificación particular que llamamos pensamiento 9.
¿De qué depende esta modificación? Aquí Holbach propone dos
hipótesis y las dos le parecen probables. Es posible pensar que la sen­
sibilidad de la materia es resultado de un arreglo, de una covibinación
propia al animal, de modo que una. materia bruta e insensible deja de
ser bruta para convertirse en sensible “ animalizándose”, es decir,
combinándose e identificándose- con el animal.
¿ No vemos acaso todos los días que la leche, el pan y el vino se
transforman en sustancia de un ser humano sensible? Por lo tanto estas
materias inanimadas se vuelven sensibles al unirse a otra dotada de
sensibilidad. La otra hipótesis es la expuesta por Diderot en su notable
Bntretien entre d'Alembert ef Diderot: algunos filósofos piensan que
la sensibilidad es una cualidad universal de la m ateria; en este caso es
inútil buscar de donde le viene esta propiedad, que conocemos por
sus efectos. Si se admite esta hipótesis, del mismo modo que se distin­
guen en la naturaleza dos tipos de movimientos, el uno conocido bajo
el nombre de fuerza viva y el otro bajo el nombre de fuerza muerta, se
distinguirá)) dos tipos de sensibilidad, la una activa o viva, la otra
inerte o m uerta; por lo tanto, animalizar una sustancia será destruir
los obstáculos que le impiden ser sensible y activa.
Sea como fuere y cuál , fuere la hipótesis sobre la sensibilidad,
dice Holbach, “ un ser inextenso, como se supone que es el alma hu­
mana. no puede ser el sujeto de ella” 10.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 505

El lector dirá quizás qne ni La una ni la otra, de estas hipótesis


tiene claridad suficiente. Lo sabemos muy bien, Holbach lo sabía tan
bien como nosotros. La cualidad de la materia que llamamos sensibili­
dad es un enigma difícil de resolver,
Pero, dice Holbach, los movimientos más simples de nuestros cuer­
pos son, para todo hombre que los medite, enigmas tan difíciles de
adivinar como el pensamiento u .
E n una entrevista con Lessing, Jacobi decía:
Yo no menosprecio a Spinoza y , sin embargo, es una mediocre
salvación la que nos brinda.
Y Leasing contestaba: “ Sí, si usted g-nsta... pero, ¿conoce usted
algo m ejor” ? ]2.
Los materialistas como Holbach podrían contestar lo mismo
a todos los reproches de sus adversarios: ¿“ Conocen algo m ejor” ?
¿Dónde buscar algo mejor? ¿En el idealismo subjetivo de Berkeley?
¿E n el idealismo absoluto de Hegel! ¿En el agnosticismo o el neokan-
tismo contemporáneo?
‘'E l materialismo —afirma Lange— toma con obstinación el
mundo de las apariencias sensibles por el mundo de las realidades” n .
Esto fue escrito a propósito de la argumentación de Holbach contra
Berkeley, Lange quiere crear la impresión de que Holbach ignora di­
ferentes cosas, por otra parte fáciles de conocer. Dejemos a nuestro
filósofo contestar por sí mismo:
“ No conocemos la esencia de ningún ser si por la palabra esencia
se entiende eso que constituye la naturaleza que le es propia; sólo co­
nocemos la materia por las percepciones, las sensaciones y las ideas
que ella nos da; de acuerdo a esto juzgamos bien o mal, según la dis­
posición particular de nuestros órganos u .
No conocemos ni la esencia ni la verdadera naturaleza ele la mate­
ria aunque seamos capaces de conocer algunas de sus propiedades y
cualidades por la manera en que actúan sobre nosotros 15.
Así, en relación a nosotros, la materia en general es todo lo que
afecta nuestros sentidos de cualquier manera; y las cualidades que
atribuimos a diferentes materias se fundan en las impresiones diferen­
tes o en los diversos cambios que ellas producen en nosotros” 16.
Esto es extraño, ¿verdad*? Aquí nuestro viejo amigo Holbach habla
como si fuera un. defensor de la teoría moderna “ del conocimiento” .
¿Cómo ha podido Lange desconocer en él a un colega en filosofía?
Lange sitúa en Kant el punto de partida de toda la filosofía mo­
derna y ve, como Maleta-anche, todas las cosas en Dios, No puede
imaginar que, antes de la aparición de la Crítica de la Razón Pura,
existieron gentes y, sobre todo materialistas, que conocían ciertas ver­
dades, en el fondo muy antiguas, pero que a él le parecían los más
grandes descubrimientos de la filosofía moderna. Leyó a Holbach con
ideas preconcebidas.
Pero ésto no es todo. Evidentemente existe entre Lange y Holbach
una diferencia enorme. Para Lange, como para todos los kantianos,
“ la cosa en s í” era perfectamente incognoscible. Para Holbach, como
506 G. P LEJA N O V

para todos los materialistas., nuestro razonamiento, es decir, nuestra


ciencia, era perfectamente capaz de descubrir por lo menos ciertas cua­
lidades de la “ cosa en s í” . E n esto no se equivocaba el autor de
Systeme de la Nature 17,
Hagamos el siguiente razonamiento: construimos un ferrocarril.
En el lenguaje de los kantianos esto se llama crear ciertos fenómenos.
Pero, ¿qué es un fenómeno’? Es el resultado del efecto que “ la
cosa en sí” produce sobre nosotros. Por lo tanto, al construir un ferro­
carril forzamos a la “ cosa en s í” a actuar sobre nosotros> de la manera
deseada por nosotros. Pero, ¿qué es lo que nos da el medio de actuar
en este sentido sobre la “ cosa en sí” ? El conocimiento de sus propie­
dades y nada más que este conocimiento.
Es ima dicha para nosotros adquirir un conocimiento suficiente­
mente exacto de la “ cosa en sí” . En el caso contrario no podríamos
existir aquí abajo y, según todo lo indica, deberíamos privarnos del
placer de cultivar la metafísica.
Los kantianos se aferran a la incognoscibilidad de la “ cosa en s í” .
Esta incognoscibilidad da a Lange y a todos los filisteos el derecho de
poseer un dios más o menos “ poético” , o “ ideal” . Holbach no ve la
cosa a s í:
Se repite sin cesar —dice— que miestros sentidos no nos mues­
tran más que la superficie de las cosas, que nuestros espíritus limitados
no pueden concebir un dios; de acuerdo. Pero esos sentidos no nos
muestran siguiera la piel de la divinidad. .. Constituidos como es­
tamos, aquello de lo que no tenemos idea no existe para nosotros 18.
La debilidad indiscutible de Holbach, como la de todo el materia­
lismo francés del siglo X V III y, en general la de todo el materialismo
antes de Marx, radica en la ausencia casi completa de toda idea de
evolución. Hombres como Diderot tenían a veces puntos de vista ge­
niales, que hubieran honrado a los más célebres de nuestros evolucionis­
tas modernos pero estos puntos de vista no estaban ligados a la esencia
misma de la doctrina, no eran m,4s que excepciones y: como tales, con­
firmaban la regla Ya se tra ta ra de la naturalezas de la moral o de
la historia, los “ filósofos” del siglo X Y III se acercaban a ellas de
la misma manera y con la misma carencia de método dialéctico, par­
tiendo del mismo punto de vista metafísieo. Es interesante comprobar
como se esfuerza Holbach para encontrar una hipótesis plausible sobre
el origen de nuestro planeta y de nuestra especie. Los problemas, hoy
en día resueltos de manera definitiva por la ciencia natural evolucio­
nista, parecen insolubles al filósofo del siglo X V I I I 19.
La tierra no ha sido siempre lo que es hoy en día. ¿Se ha formado
progresivamente, mediante una lenta evolución? No. Según Holbach,
este proceso habría podido realizarse de la siguiente manera:
Quizás esta tierra sea una masa desprendida en el tiempo de otro
cuerpo celeste; quizás sea el resultado de esas manchas o de esas cos­
tras que los astrónomos perciben en el disco solar y que, desde allí,
se extendieron por nuestro sistema planetario; quizás este globo es un
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 50-7

cometa apagado y desplazado, que ocupaba antes otro lugar en las regio­
nes del espacio 20.
Veamos ahora las consideraciones de Holbach sobre los orígenes
del hombre. Quizás la diferencia sea mayor entre el hombre primitivo
y el hombre actual que entre el cuadrúpedo y el insecto. Se pnede con­
cebir al hombre, a todo lo que existe sobre nuestro planta y a todos
los otros cuerpos celestes como en evolución permanente. “ No existe
ninguna contradicción en la creencia de que las especies varían sin
cesar ” 21.
Esto tiene un estilo completamente evolucionista, Pero no debemos
olvidar que ésta hipótesis parece plausible a condición de que se admi­
tan “ variaciones en la posición de nuestro glo'bo”, y que Holbach no
alude aquí al movimiento alrededor del sol, sino a un abandono de la
esfera del sistema solar actual.
Quien no admita esta condición, está obligado a considerar al
hombre como “ un producto de la naturaleza súbitamente aparecido
Folbach está lejos de sostener la hipótesis de la evolución de las
especies. : II
Si rechazamos todas las conjeturas precedentes, si se pretende
que la naturaleza actúa en virtud de -cierto número de leyes inmutables
y generales; si se cree que el hombre, el cuadrúpedo, el pez, el insecto,
la planta, e t c h a n existido toda la eternidad y han sido eternamente
lo que son; si se quiere que durante toda la eternidad los asiros hayan
brillado en el firmamento (según H-olbacK “ cierta suma de leyes inmu­
tables y generales” excluyen toda evolución, (?. P.) ; si se dice que no
hay que preguntar porqué la naturaleza es tal como la vemos, o porqué
el mundo existe, no nos oponemos. Sea cual fuere el sistema que se
adopte, posiblemente responderá igualmente bien a las dificultades que
nos embarazan y que, consideradas de cerca, no afectan a las verdades
que hemos formulado de acuerdo a la experiencia. El hombre no puede
saberlo iodo; no puede conocer su origen; no le ha sido dado penetrar
en la esencia de las cosas ni remontarse a los primeros principios. . . '22.
Estas palabras de tm “ m aterialista” , ¿no podrían ser citadas con
alegría por algunos de los “ espiritualistas” más modernos?
Entre los problemas irresolubles por el hombre, Holbach incluye
este: “ ¿El animal ha sido anterior al huevo, o el huevo ha precedido
al anim alV ’ ¡Una advertencia a los sabios que gustan de extenderse
más allá de los límites infranqueables de la ciencia!
Todo esto nos parece casi increíble hoy. Pero no debemos olvidar
la historia de las ciencias naturales, Recordemos que largo tiempo
después de la publicación de Systems de la Nature, el gran sabio Cuvier
combatía con pasión toda idea evolucionista en las ciencias de la
naturaleza.
Hablemos de la moral de Holbach. En una de sus comedias, Palis-
sot. un escritor completamente olvidado hoy en día; pero que logró
notable éxito el siglo ptasado, hacía decir a uno de sus personajes
(V alere): “ E n el globo en que vivimos, déspota universal, no existe
508 ó'. p l e j a x o v

más que un resorte: el interés personal” . Otro personaje (Carondas)


le contesta: “ Yo tenía.< cierto remordimiento por engañar a Cydalisa,
pero veo claramente que la cosa está permitida”.
De esta manera .Palissot procuraba clavar en la picota las ideas
de los filósofos. “ Se trata de ser feliz, sea como fuere”, este aforismo
de Valere expresaba, según él, la moral de esas gentes25. Palissot no
era más que un “ miserable escriba”. Pero, ¿existen acaso muchas per­
sonas entre las numerosas que han escrito una historia de la filosofía,
que nos trasmitan un juicio diferente sobre la ética materialista del
siglo X V II11 Con raras excepciones, esta ética ha pasado por í( cho­
cante” durante todo nuestro siglo, como una doctrina indigna de un
sabio o de un filósofo que se respete, y hombres como La Mettrie,
Holbach y Helvecio pasaban por sofistas peligro-sos que “ predicaban
únicamente el placer de los sentidos y el egoísmo ’'
Sin embargo, ninguno de estos escritores ha enseñado una cosa
semejante. Basta leer .sus libros con un mínimo de atención para con­
vencerse totalmente.
Hacer el bien; contribuir al bienestar de los otros; ayudarlos, esto
es ser virtuoso. La virtud sólo puede ser lo que contribuye a- la utilidad,
a la dicha, a la seguridad de la sociedad.
La primera de las virtudes sociales es la “ humanidad”. BUct es
el compendio de todas las demás. Tomada en su mayor amplitud,, es el
sentimiento que da a iodos los seres de nuestra especie derechos sobre
nuestro corazón. Basada en una sensibilidad cultivada, nos predispone
a hacer todo el bien que nos permitan- nuestras facultades. Sus efec­
tos son el amor, la buena voluntad, la liberalidad, la indulgencia, la
piedad, por nuestros semejantes 23.
Así se expresa Holbach.
¿Cuál es pues el motivo de esta acusación tan poco fundada, y
cómo ha podido ser creída en tocias partes, y casi por todo el mundo 1
En primer lugar hay que hacer responsable a la ignorancia. Se
habla mucho de los materialistas franceses del siglo X V III, pero no
se los lee. Por lo tanto, no es sorprendente que el prejuicio, bien an­
clado persista hasta nuestros días. Y este prejuicio ha tenido dos fuen­
tes, tan abundantes la una como la otra.
La filosofía materialista del siglo X V III era una filosofía revo­
lucionaria. Era la expresión ideológica de la lucha de la burguesía
revolucionaria contra el clero, la nobleza y la monarquía absoluta. En
su lucha contra un régimen envejecido, la burguesía, evidentemente,
no podía respetar un concepto del mundo heredado del pasado y que
santificaba el régimen detestado. “ Otros tiempos, otras circunstancias,
otras filosofías”, como dice muy bien Diderot en su artículo sobre
Hobbes en la Encyclopédie Los filósofos del buen tiempo antiguo,
que habían intentado vivir en paz con la Iglesia, no tenían nada que
objetar a una moral que se basaba en la religión que llamaban reve­
lada. Los filósofos de los tiempos modernos querían una moral liberada
de toda alianza con la “ superstición” .
ESBOZOS DE HISTORIA DEL, MATERIALISMO 509

Nada hay más desfavorable — dice Holbach— para la moral


humana. que combinarla con la moral divina. E l asociar tina moral
racional, basada en la razón y la experiencia, a una religión mística,
irracional, fundada en la imaginación y la autoridad, no hace más
que confundir, debilitar y hasta destruir a la primera 27.
Esta separación entre la moral y la religión no podía s-er del gusto
de todo el m undo: ella -sola bastaba para que se denigrara la ética
de los materialistas. Pero ésto no es todo. La “ moral religiosa” enseñaba
la sumisión, la mortificación de la carne, la destrucción de las pasiones.
Prometía una recompensa en la vida futura a todcs los que sufrían
aquí abajo. La nueva moral rehabilitaba la carne, restablecía las pa­
siones en sus derechos y volvía a la sociedad responsable de la desdicha
de sus miembros. Quería, como quería también Heme, “ establecer el
cielo sobre la tierra” . Era éste su aspecto revolucionario, pero también
su defecto a los ojos de los partidarios del orden social establecido en
la época.
Las pasiones — dice el autor de “ Systeme de la Nature”— , son
los verdaderos contrapesos de las pasiones. No busquemos, pues, des­
truirlas: tratemos de dirigirlas; equilibremos las perjudiciales con
las que son útiles a la sociedad. La razón, fruto de la experiencia, no
es más que el arte de elegir las pasiones que debemos escuchar para
lograr nuestra, propia dicha 28.
Sobre la responsabilidad de la sociedad en la desdicha de los
individuos. Holbach dice, por ejemplo, lo siguiente:
Que no se diga que ningún gobierno puede volver felices a todos
sus súbditos. Evidentemente, no puede vanagloriarse de satifacer las
fantasías insaciables de algunos ciudadanos ociosos, que no saben qué
imaginar para calmar su aburrimiento. Pero el gobierno puede y debe
ocuparse de satisfacer las necesidades reales de la multitud. Una so­
ciedad disfruta de la mayor dicha de que es susceptible cuando el ma­
yor número de sus miembros está bien alimentado, bien vestido, con
casa, en una palabra, cuando puede, sin trabajo excesivo, procurarse las
cosas que la naturaleza ha vuelto necesarias... Por una serie de lo­
curas humanas, naciones enteras están obligadas a trabajar, a su­
dar, a regar la tierra de lágrimas, para mantener el lujo, las fanta­
sías. ¡a corrupción de un pequeño 'número de insensatos, de algunos
hombres inútil ós, cuya dicha se ha vuelto ya imposible, porque su
imaginación desbordada no conoce límites
Grimm cuenta en su Oorrespondence liltéraire, eme después de
la publicación del libro de Helvecio Ve Vesprit, circuló en París un
poema satírico que expresaba el terror de la “ gente honesta” :
Admiremos todos al autor — que ha titulado “ Be Vesprit” — a
un libro que es sólo materia.
Sí: toda la moral materialista no era más que “ m ateria” para
aquellos que no la comprendían, y también para los que la compren­
dían demasiado bien, pero qne preferían “ beber el vino a escondidas
y predicar el agua en público
510 O. PLEJA NOV

Esto basta para explicar cómo y porqué, hasta nuestros días, la


moral materialista hace poner los pelos de punta en. la cabeza de los
filisteos de todas las naciones “ civilizadas” .
Pero entre los adversarios de la moral de Holbach se contaban
filósofos, y no por cierto menores. Su moral fue condenada por Yol-
taire y por Rousseau. ¿Acaso estaban también ellos con los filisteos?
Evidentemente no es este el caso de Rousseau; en lo que concierne al
“ patriarca de F erney” bay que reconocer que aportó al debate bue­
na dosis de filisteismo. Examinemos de cerca los puntos en litigio.
Según Holbach el hombre sólo trae, a su entrada al mundo, la
facultad de sentir. A partir de esta facultad se desarrollan todas las
facultades llamadas “ intelectuales” . El hombre recibe de los objetos
impresiones o sensaciones: linas lé agradan, otras le molestan. Aprue­
ba las primeras: desea que se prolonguen o que se renueven en él;
desaprueba las otras y las evita dentro de lo posible. Dicho de otra
manera, ama a unas y a los objetos que las han provocado; detesta a
las otras y a los objetos que las han producido. Pero, el hombre vive en
sociedad y está rodeado de seres que se le parecen, sensibles como él.
Todos estos seres buscan el placer y temen el dolor. Llaman hceno a
todo lo que les procura el primero, malo a lo que provoca el segundo.
Llaman virtud a lo que les es constantemente ú til; vicio a todo lo que
les molesta en el carácter de sus semejantes. Un hombre que hace bien
a su prójimo es bueno, un hombre que lo daña es malo. E sta implica,
en primer término, que el hombre no tiene ninguna necesidad de la
ayuda divina para distinguir la virtud del vicio; en segundo término,
para que los hombres sean virtuosos, la práctica de la virtud debe dar­
les alegría, debe serles agradable. Si el vicio hace feliz al hombre, el
hombre amará al vicio. El hombre sólo es malo porque tiene interés
en serlo. Los viciosos y los malvados son tan frecuentes sobre la tierra
porque no existe un gobierno que les permita conocer las ventajas de
practicar la justicia, la honestidad., de hacer el bien; por el contrario:
en todas partes los intereses más poderosos los llevan hacia, la injus­
ticia, la maldad, el crimen. “ Por lo tanto, no es la naturaleza quien
hace a los malos: son nuestras instituciones quienes determinan a la
maldad” 80.
Este es el lado formal de la moral materialista de Holbach. La
hemos expuesto easi textualmente. Las ideas carecen muchas veces de
claridad. Así, es una tautología decir: “ Si el vicio hace feliz al hombre
él hombre amará al vicio” ; puesto que si el vicio lo hace feliz, el hombre
ama ya al vicio. Esta carencia de precisión lleva muchas veces a Hol­
bach a consecuencias enojosas. Así. dice por una parte que 11el interés
es el único móvil de las acciones humanas” .
Pero, luego define la palabra “ interés” de la siguiente manera:
Llaman “ interés” al objeto en que cada hombre, según s-u tem­
peramento y las ideas que le son propias, cifra su dicha. Be .aquí pro­
viene que el “ interés” no sea más que lo que cada uno de nosotros
considera necesario a la felicidad 31.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 511

La definición es tan amplia que ya no se puede reconocer en qué


la moral materialista difiere de la moral religiosa 52; un partidario de
esta última podría decir que sus adversarios no han hecho más que
inventar una nueva terminología, que prefiere llamar interesados a
los actos que antes de ellos se llamaban “ desinteresados” . Sea como
fuere se comprenderá fácilmente lo que Holbach quiere decir con estas
palabras: “ Si el vicio hace feliz al hombre, el hombre amará al vicio”.
Vuelve así a la sociedad responsable de los vicios de sus miembros 33.
Voltaire tronaba contra Holbach, como si éste aconsejara al hom­
bre entregarse al vicio todas las veces que le conviniera. Esto recuerda
al abate de Lignae, quien ante la pregunta: “ ¿Estamos obligados a
amar el interés de la patria f ”, hace contestar a un partidario de la nue­
va m oral: “ Siempre que nos convenga” . Pero Voltaire sabía más que de
Lignac. El conocía muy bien a Loche, y no podía ignorar que la “ mo­
ral m aterialista” no hacía más que continuar la obra del filósofo in­
glés. E l mismo ha dicho en su Traité de metapliysique cosas mucho
más audaces que las que nunca dijo Holbach. Pero el patriarca empe­
zaba a tener miedo: temía que el pueblo, convertido en ateo y utilitario
se mostrara demasiado insolente. “ Considerándolo iodo •—escribió a
la señora Necker (26 de setiembre de 1770)—, el siglo de “ Fedra” y del
“ Misántropo” valía más que éste”. Sin duda: ¡el pueblo estaba en­
tonces a rienda más corta!
Lo más cómico es que Voltaire opone a la moral de Holbach el
siguiente razonamiento: la sociedad no puede vivir sin la noción de
justicia y de injusticia. Dios nos ha mostrado el camino por el cual
debemos adquirirla. Así. el bienestar de la sociedad para todos los
hombres, desde Pekín a Tslandia, está fijado como regla inmutable de
virtud.
i Qué revelación para el filósofo ateo!
Kousseau sacaba otras conclusiones. E l creía que la moral utili­
taria no podía explicar las acciones más Virtuosas del hombre, “ ¿Qué
quiere decir ir a la muerte por su propio interés?”, pregunta. T añadía
que era una filosofía detestable la que colocaba a los actos virtuosos
en una situación de la que no se podía salir más que inventando bajas
intenciones a las acciones virtuosas, y móviles sin virtud; una filosofía,
que “ se veía obligada a denigrar a Sócrates y calumniar a Régulo”.
P ara comprender bien la importancia de esta objección, debemos refle­
xionar en lo siguiente:
E n su lucha contra la “ moral religiosa” , Holbach y su escuela
ensayaban, sobre todo, demostrar que los hombres eran capaces, sin
ayuda del cielo, de saber qué era la “ v irtu d ” .
¿Fue necesaria tina, revelación sobrenatural a los hombres — escribe
Holbach— para que supieran que la justicia es necesaria para man­
tener la sociedad, y que la injusticia no haría más que acercar « los
enemigos dispuestos a destruirse entre sí? ¿Fue necesario que un Dios
hablara para'mostrar que los seres unidos tienen necesidad de amarse
y de prestarse mutuo auxilio f ¿Fueron necesarios los recursos de
512 G. PLEJANOV

arriba para descubrir que la venganza es un mal, que es un ultraje a


las leyes del país y que, cuando estas leyes son justas, se encargan ellas
de vengar a los ciudadanosf. . . ¿Acaso todo hombre que desea su pre­
servación no sabe- que los vicios, la intemperancia, la voluptuosidad,
ponen en peligro s-u vida f En fin, iacaso la experiencia no ha mostrado
a todo ser pensante, que el crimen es objeto del odio de sus semejantes
(es decir, de su prójimo, (?. P.), que el vicio es nocivo para los que
están infectados por él. que la virtud atrae la estima y el amor a quie­
nes la cultivan? Por poco que los hombres reflexionen sobre lo que
son, sobre sus verdaderos intereses, sobre el fin de la sociedad, sentirán
lo que se deben los unos o, los otros,.. 4‘La razón basta para enseñar­
nos nuestro deber hacia los seres de nuestra especie” (Subrayado
por G .P ).
Así, ya que la razón basta para enseñarnos nuestros deberes, el
sentido de la “ filosofía” se vuelve claro. Ella debe mostear qne la
virtud reside en nuestro propio interés bien comprendido. Debe probar
que los héroes más célebres de la humanidad habrían actuado de la
misma manera si sólo hubieran tenido ante los ojos su propia dicha.
Se desarrolla así un análisis psicológico que, en efecto, parece denigrar
a Sócrates y calumniar a Régulo. La frase de Rousseau no carecía de
fundamento. E l “ ciudadano de Ginebra” olvidaba únicamente que el
“ calumniado” Sócrates cometió con mucha frecuencia la falta repro­
chada a los materialistas.
Y, sin embargo, si se comparan los amigos con las otras posesiones
[sie], un amigo sincero, ¿no parece de lejos preferible? ¿Qué caballo,
qué yunta de bueyes, es tan útil como un amigo devotof ¿Que esclavo
es más sumiso, más fie lf ¿Qué otra posesión vale igualmente desde
cualquier punto de vistaf (Jenofonte: Memorables, V, cap. 5).
Los materialistas franceses no han dicho jamás nada más “ cínico” .
Sócrates, ¿no se habrá calumniado a sí mismo?
En Grecia, en Francia, en Alemania o en Rusia (Chernishevski y
sus discípulos), en todas partes los filósofas de las luces han cometido
el mismo error. Querían demostrar lo qne no se demuestra, lo que
quizás sólo sea enseñado por la vida social. En el siglo X V III esto
estaba al gusto del día. En este punto los discípulos de la “ moral
religiosa” no cedían en nada a los materialistas, “ Demostraban” a
veces de manera muy cómica. He aquí un ejemplo curioso: Helvecio
cuenta que, en 1750, por pedido de las jesuitas, se dio un baile en
Roiien:
. . . cuyo objeto era mostrar que el placer ayuda a atraer a la juven­
tud a las verdaderas virtudes, es decir, en primer lugar a las virtudes
civiles; en segundo lugar, a las virtudes guerreras: en tercer lugar,
a las virtudes propias de la religión. En este baile todais las verdades
se probaban por medio de la danza. La religión personificada bailaba
un pas de deux con el placer .y-, para que el placer fuera más picante,
decían los jansenistas, los jesuitas lo habían vestido con calzones.
Helvecio no se sorprende en modo alguno de esta extraña manera
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 513

de “ demostrar” la verdad- Sólo reprocha a los jesuítas- su inconse­


cuencia.
S i el •placer, según ellos, puede todo sobre él hombre, ¿qué puede
hacer el interés? ¿Acaso todo interés no se reduce en nosotros a la
búsqueda del placer ? u .
E n cierto sentido, el interés forma realmente la base de la moral.
El desarrollo moral de la humanidad sigue paso a paso la necesidad
económica: se adapta ajustadamente a las necesidades reales de la so­
ciedad. Pero el proceso histórico de esta adaptación se realiza a espal­
das del hombre, independiente de la voluntad y de la razón de Los
individuos. La línea de conducta dictada por el interés está presentada
como una prescripción de los “ dioses”, de la “ conciencia innata’ de
la “ razón” o de la “ naturaleza” . E n gran número de casos, se trata
simplemente del interés personal, pero no siempre. Cuando se trata de
actos “ virtuosos” es el interés de la colectividad, el interés social el
que los prescribe. La dialéctica del movimiento histórico no nos lleva
solamente al hecho de que (ila razón se convierte en falta de sentido,
en caridad, en calamidad” , sino también al hecho de que los intereses
egoístas de una sociedad o de una clase se transforman frecuentemente,
en el corazón de los individuos, en movimientos plenos de desinterés
y de heroísmo. E l secreto de esta transformación reside en la influen­
cia del medio social. Los materialistas franceses del siglo X V III sabían
muy bien apreciar esta influencia. Repetían sin cesar que la educación
lo es todo, que no hemos nacido como somos, sino que llegamos a serlo.
Y, sin embargo, consideraban y presentaban este proceso del deve­
nir moral como una serie de razonamientos que se repiten a cada
instante en la cabeza de todo individuo, y que se modifican directa­
mente siguiendo las circunstancias relativas ¡al interés personal de
quien se ve obligado a actuar. Desde este punto de vista, como acaba­
mos de verlo, quedaba trazada por sí sola la tarea de un moralista.
Había que preservar de errores el razonamiento del individuo, mos­
trarle la “ verdad” moral. Pero, ¿qué quiere decir de hecho mostrar
una verdad moral? Significa mostrar de qué lado se encuentra el
interés personal mejor comprendido, acentuar tal o cual disposición
del corazón que provoque tal o cual acción loable. De este modo nació
el análisis psicológico, contra el cual se indignaba Rousseau. De esta
manera surgían también los interminables elogios a la virtud, que
Grimm llamaba “ capuchinadas” . Algunos materialistas franceses del
siglo X V III se caracterizaban por sus “ eapuchinadas ” ; otros por el
falso análisis de los móviles de sus acciones. Pero la ausencia del mé­
todo dialéctico salta a los ojos en la obra de todos, dañando a todos
por igual.
En su polémica contra la moral materialista. Rousseau hacía un fre­
cuente llamado a la “ conciencia” , al “ instinto divino” , o “ sentimiento
innato ’ \ etc. Nada hubiera sido más fácil para los materialistas que pro­
clamar que este sentimiento era fruto de la educación y de la costumbre.
Pero preferían describirlo, a su vez, como una serie de razonamientos
que tenían por base el interés personal bien comprendido. Según Hol-
514 G. PLEJANOV

bach, se puede definir la conciencia en el hombre como “ el conoci­


miento de los efectos que sus acciones deben producir sobre los oíros y,
‘p or contragolpey sobre tino mismo'335.
El remordimiento es el temor que produce en nosotros la iclea de
que nuestros actos son capaces de provocar el odio o la cólera de nuestro
prójimo 36,
Es claro que Rousseau no podía quedarse tranquilo con esta “ de­
finición” . Pero también, es claro que los materialistas no podían ad­
m itir su punto de vista. Un solo “ sentimiento innato” hubiera hecho
trastabillar en las bases su filosofía. El materialismo moderno no se
apoya sobre una base tan frágil: sabe muy bien hacer salir la parte
de verdad que se encuentra en las afirmaciones de los unos y de los
otros, y no tienen ni la sombra de un motivo para rechazar, por ejem­
plo, los instintos y los sentimientos que son la consecuencia de la
herencia fisiológica.
Por lo tanto, según Holbach, todas las leyes morales* surgen de la
“ razón” . Pero: ¿en qué se apoya la razón para descubrir astas leyes?
En la naturaleza, contesta sin vacilar Holbach. “ E l hombre es un ser
sensible, inteligente, razonable•” 57. La razón no necesita saber más
para ofrecernos la dicha de una “ moral universal” .
La psicología de este llamado a la “ naturaleza” es fácil de adivi­
nar. Por otra parte, lo explica el mismo Holbach:
Para imponernos deberes —dice— para prescribir leyes que nos
obliguen, se necesita sin duda una autoridad que tenga derecho a
mandarnos 38,
Los filósofos del siglo X V III estaban en guerra con todas las auto­
ridades tradicionales. Para salir de este atolladero se dirigían a la
naturaleza.
¿Puede rehusarse este, derecho a la necesidadf ¿Se pueden discu­
tir los títulos de la naturaleza, que manda como soberana sobre todo
lo que existe?29.
Esto era entonces muy “ n a tu ra l” . Pero debemos señalar que Hol­
bach, como la mayoría de sus contemporáneos, tomaba en cuenta úni­
camente la naturaleza del “ hombre” , que es totalmente distinta de
la naturaleza contra la cual todos luchamos para obtener nuestra sub­
sistencia.
Montesquieu había afirmado que, a climas distintos, correspondían
leyes “ naturales distintas” . Explicaba estas relaciones recíprocas de
manera totalmente insuficiente y los filósofos materialistas se lo de­
mostraron sin gran dificultad.
4Se puede decir acaso — pregunta Holbach— que el sol que calen­
taba a los griegos y a los romanos, antes tan celosos de su libertad, no
lanza ya los mismos rayos sobre sus degenerados descendientes
Pero el fondo de las ideas de Montesquieu no era del todo falso.
Sabemos hoy la importancia que ha tenido el medio geográfico para
la historia de la humanidad. Y si Montesquieu se ha equivocado, esto
•no quiere decir que quienes lo combaten, en este punto tenían nn con­
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 515

cepto mejor de lo que Hegel llamó más tarde “ la "base geográfica de la


historia universal” . Ellos no tenían ' ‘ninguna” idea sobre el asunto,
ni buena ni mala. La naturaleza humana era la clave con que pensaban
abrir todas las puertas de la moral, de la política, de la historia. Hoy­
es difícil comprender esta manera de pensar, aunque no sea más que
por un instante, para sesruir el movimiento ideológico que era familiar
a los autores del siglo X V III.
“ E l reino de las artes —dice Suard— está sometido a las mismas
gradaciones que percibimos en el desarrollo de la especie hum ana” .
La gente se apoderaba ávidamente de esta idea: se creía que el autor
iba a hablar de las causas ocultas del desarrollo humano que, sin depen­
der de la voluntad de los hombres, dan a su espíritu y a sus “ luces”
tal o cual dirección, imaginaban, junto con Suard, que se iba a abando­
nar el círeído vicioso en que estaba encerrada la filosofía de la historia
del siglo XVTII. Marcharon demasiado velozmente y se engañaron
burdamente. Las causas a que estaba sometido el desarrollo de las
“ artes” no dependían sólo de la naturaleza del “ hombre” .
E n la infancia, el liomi) re no tiene más que sentidlos, imaginación
y memoria; tiene necesidad de que lo diviertan y sólo requiere can­
ciones y fábulas. Viene luego la edad de las pasiones, y el alma quiere
ser conmovida y agitada; el espíritu se amplia después y se fortifica
la razón; éstas dos facultades piden a su vez ser ejercidas y se lanzan
sobre todo aquéllo que interesa a la curiosidad, a los gustos, a los -senti­
mientos y a las necesidades del hombre41.
Así jmzga Suard. Hoy todos los naturalistas reconocen que el
“ desarrollo del orgonismo del individuo” , a partir del huevo hasta su
desenvolvimiento total es, en cierta medida, una repetición del desa­
rrollo de la especie; e1 embrión pasa por fases sucesivas que se parecen
a los estados de los diferentes antepasados del organismo del individuo
en cuestión. Se puede hacer ana afirmación parecida en lo concernien­
te id desarrollo del espíritu; el desarrollo psíquico de todo ser humano
puede considerarse como tm esbozo sumario de la evolución por la cual
han atravesado sus antepasados en la historia. Es evidente que la adap­
tación al medio, y sobre todo al medio social, impone rectificaciones
esenciales a esta ley que, por otra parte, hasta en biología, no está
considerada como expresión de una analogía absoluta Be todos mo­
dos el desarrollo del embrión es, hasta cierto grado; la repetición del
desarrollo de la especie. Pero, ¿ qué pensaríamos de un naturalista que,
tras estudiar las leyes embriológicas, viera en ellas razones suficientes
para explicar toda la historia de la especie? Esta manera de razonar
es precisamente la de Suard y la de los “ filósofos” del siglo X V III,
quienes tenían un vago presentimiento de una ley que presidía la evo­
lución de la humanidad.
Aquí Grimm está completamente de acuerdo con Suard. “ ¿Qué
pueblo —-pregunta— no ha empezado siendo poeta para term inar sien­
do filósofo? Solo Helvecio había comprendido que éstos hechos po­
dían tener otros motivos, más profundos que los que creía Suard. Pero
aún no nos ocupamos de Helvecio.
516 G. P LEJA N O V

El hombre es un ser sensible, inteligente y razonable. Asi es, será


y ha sido, pese a todos sus errores. E n este sentido la naturaleza huma­
na es invariable. ¿.Qué tiene pues de extraño que las leyes morales y
políticas, ya que han sido dictadas por la naturaleza, sean a su vez
valedras, inmutables, eternas? Estas leyes todavía no han sido enuncia­
das y debemos reconocer que “ nada es más común que ver las leyes
civiles 'fin contradicción con las de la naturaleza” . Pero, estas leyes
civiles depravadas se deben a la perversidad de las costumbres, a los
errores de las sociedades, o a la tiranía, que fuerza la naturaleza a
plegarse bajo su autoridadu .
Dejad hablar a la naturaleza y conoceréis la verdad de una vez
por todas. Los errores son innumerables, la verdad sólo una.
No existe la moral para los monstruos o los insensatos: la moral
universal sólo está hecha ■para los seres susceptibles de razonamiento
y bien organizados. E n éstos la naturaleza no varia: basta observarlos
para deducir las reglas invariables que deben observar 45.
Después de esto ¿cómo explicarse que el mismo Holbach haya po­
dido escribir las líneas siguientes?
Las sociedades, al igual que todos los cuerpos de la naturaleza,
están sujetas a vicisitudes, a cambios, a revoluciones: se forman, cre­
cen y se disuelven como todos los seres, .has mismas leyes no pueden
adecuarse a estos estadios diferentes: iHiles en un tiempo, se vuelven
inútiles o dañinas en otro 46.
La cosa es muy simple. De todo este razonamiento Holbach saca
una sola conclusión-, las leyes viejas y caducas (piensa en la Francia
de su tiempo), deben ser abolidas. La antigüedad de una ley habla
más bien en su contra que en su favor. El. ejemplo de nuestros abuelos
no prueba nada. Holbach hubiera podido demostrarlo abstractamente,
refiriéndose sólo a la “ razón” . Pero maneja los prejuicios de sus lec­
tores y finge colocarse en un punto de vista histórico. L a misma cosa
puede decirse de la historia de las religiones. Los “ filósofos” se preo­
cupaban imicho por ellas... ¿con qué intención? Para demostrar que
la religión cristiana, que se dice revelada, se parece extraordinaria­
mente a las religiones profanas. Se trata de un golpe contra el detestado
cristianismo. Una vez dado el golpe, ninguno de éstos “ filósofos” se
preocupó de estudiar la historia comparativa de las religiones. Era
período revolucionario y todas las “ verdades” que anunciaban los
filósofos (“ verdades” con frecuencia contradictorias) tenían una fina­
lidad inmediatamente práctica.
Señalemos de paso que la “ naturaleza hum ana” llevaba con fre­
cuencia a los filósofos materialistas mucho más lejos de lo que habían
previsto-.
Se ha abusado visiblemente de la distinción que se ha hecho tan­
tas veces entre el hombre “ físico” y el hombre “ moral” 47.
E l hombre es un ser puramente físico. E,1 hombre moral es, según
Holbach, el mismo ser físico, 'péffi visto desde otro ángulo, es decir,
considerado en relación a ciertas formas de actuar, condicionadas por
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 517

su organización. Por esto “ todos los errores de los hombres son errores
de física” 48.
A la medicina, o más bien a la fisiología, incumbe la tarea de
darnos la clave del corazón humano. La misma ciencia debe explicarnos
los cambios históricos de la humanidad.
E n una naturaleza en que todo está ligado, en que todo actúa y
reacciona, en que todo se cambia y se altera, se compone y se descom­
pone, se forma y se destruye, no existe un átomo que no desempeñe
un papel importante y necesario; no hay molécula imperceptible que,
colocada en circunstancias favorables, no opere efectos prodigiosos...
Demasiada acritud en la bilis de un fanático, una sangre inflamada en el
corazón de un conquistador, una digestión penosa en el estómaao de un
monarca, una fantasía {¿se tm ía también de una molécula$ G-. P.}
que cruza por la viente de una mujer, son cansas suficientes para pro­
vocar guerras, para enviar a millones de hombres a la matanza, para
derribar murallas, para reducir ciudades a cenizas, para propagar la
desolación y las calamidades por una larga serie de siglos sobre la
superficie del globo
Se conoce el famoso aforismo del grano de arena, que alojado en
la vejiga de Cromwell, modificó la faz del mundo. Este aforismo no
contiene ni más ni menos que las reflexiones de Holbach sobre los
"átom os” y las “ moléculas” como causas de acontecimientos histó­
ricos. Con la diferencia, de todos modos, que el hombre a quien debe­
mos el aforismo era piadoso: según él, fue Dios quien hizo penetrar
el granito fatal en el cuerpo del Lord Protector. Holbach no quería
tener nada que ver con Dios. Pero no tenía nada que objetar contra
lo demás.
Los cierto es que hay “ un granito de verdad” en estos aforismos.
Pero esta verdad, con respecto a la realidad total, es lo mfcmo que el
“ granito” o la molécula con respecto a. la cantidad de materia presente
en el universo. Por eso, como es infinitesimal, esta verdad no nos hace
avanzar ni una milgada en nuestro estudio de los fenómenos sociales.
Si en la ciencia histórica no tuviéramos otra cosa que hacer, salvo es­
perar la llegada del genio soñado por I-aplace, que nos revelará con
la ayuda de la mecánica molecular todos los secretos del pasado, del
presente y del porvenir d-e la humanidad, podríamos descansar por
largo tiempo en nuestras camas: ¡por qué este genio maravilloso no
llegará tan pronto I
Escuchemos a Holbach:
S i conociéramos los elementos aue forman la base del tempera­
mento del hombre o. por lo menos, de gran número de los individuos
que componen un pueblo, sabríamos lo que les conviene, las leyes que
les son necesarias, las instituciones que les son útiles 50.
¿En qué se convertirían en este caso la “ moral universal” y la
“ política n atu ra l” ? Holbach no dice nada al respecto, pero comenta
con mayor celo todas las leyes morales, políticas y sociales que se dedu­
cen necesariamente de la naturaleza del hombre considerado como ser
sensible, etc.
518 G. .P LE JA N O V

E ra muy natural que la Madre Naturaleza, en política y en moral,


fuera tenida en los tiempos de Holbach por patrona de las leyes que
la burguesía francesa necesitaba en ese momento en qne estaba a punto
de convertirse en “ iodo
Según Holbach, existe un acuerdo tácito, nn pacto social entre
la sociedad y sus miembros. Este acuerdo se renueva sin cesar: su fin
es la garantía mutua de tos derechos de los ciudanos. E ntre estos de­
rechos. los de 1a. libertad, la propiedad y la seguridad son los más sa­
grados. ¡Más qne sagrados!
La libertad, la propiedad, la seguridad son los tínicos vínculos
que atan a los hombres a la tierra que habitan. No existepatria en
el momento en que desaparecen estas ventajas51.
La propiedad es el alma de esta tríada sagrada. La seguridad y
la libertad son necesarias en la sociedd.
Pero es imposible que el hombre se conserve o vuelva feliz su
existencia si no disfruta de las ventajas que sus afanes y ¡su persona
le han ganado. Así, las leyes de la naturaleza dan a cada hombre un
derecho que se llama p ro p ie d a d ...52.
La sociedad no puede privar al hombre de su propiedad, “ porque
ésta ftie creada para salvaguardarlo”. Por lo tanto la propiedad es
el fin : la libertad y la seguridad son los medios. Ya que esasí,vea­
mos de más cerca este derecho supremo.
¿De dónde proviene%Su base es el vínculo necesario que se crea
entre el hombre y el producto de su trabajo. Así, un campo se con­
vierte. en cierta medida, en parte de quien lo trabaja, puesto que su
voluntad, sus brazos, sus fuerzas, en una palabra, las “ cualidades indi­
viduales, inherentes a su persona” han hecho del campo lo que este es.
Este campo, regado por el sudor del hombre-, se identifica por así
decirlo con él: los frutos que produce le pertenecen, al igual que le
pertenecen sus miembros y síis facultades, porque sin su trabajo, estos
frutos no existirían o, por lo menos> no existirían tales como son ss.
Por lo tanto Holbach se representa la propiedad burguesa como
producto del trabajo del propietario. Esto no le impide estimar alta­
mente a los comerciantes y a los fabricantes, esos seres bienhechores
que, al enriquecerse, dan actividad y vida a toda la sociedad54.
Sin embargo parece tener mía concepción justa; aunque no muy
clara, del origen de las riquezas de los “ fabricantes” : “ E l artesano
—dice— al subsistir por su trabajo, contribuye de hecho a la fortuna
de sus e m p le a d o r e s Esta fortuna ¿fue pues ganada únicamente por
las “ cualidades” “ individuales” “ particulares” del fabricante de cua­
lidades “ inherentes a su persona” ? (¿Qué tscantidad innumerable” de
artesanos de todo tipo “ ponen en movimiento las fábricas” !?) 55. Sin
duda se equivoca. Pero, ¡que importa! Los fabricantes y los comer­
ciantes son muy útiles. Y la sociedad agradecida, ¿no recompensa
acaso aquéllos que la sirven con las riquezas y los honores? El mal
no reside en el hecho indiscutible de que “ el trabajador dé la fábrica”,
es decir, el obrero, contribuye a la fortuna del “ patrón fabricante” ;
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 519

consiste en que, “ por prejuicios góticos y bárbaros”;, el industrial y


el comerciante no son tan respetados como lo merecen.
E l pacífico comerciante aparece como un objeto despreciable ante
los ojos del estúpido guerrero qne.no ve que ese hombre que él desdeña
lo “ viste”, lo “ alimenta”, hace subsistir su ejército (sic) 56,
P ara la propiedad feudal Holbach tiene otro idioma. Los propie­
tarios de este tipo, “ los ricos y los grandes”, son tratados como
“ elementos sociales con frecuencia inútiles o nocivos” y no deja de
atacarlos. Son ellos quienes amenazan “ el fruto del trabajo de sus se­
mejantes”, quienes destruyen la libertad de sus conciudadanos e
insultan a sus personas. “ líe aquí como la propiedad es violada sin
cesar 57.
Sabemos que, según. Holbach, la sociedad fue creada para prote­
ger la propiedad. Pero el acuerdo social tácito no retiene y no debe
retener más que la propiedad burguesa. La propiedad feudal repre­
senta un único deber para la sociedad: su destrucción total. Holbach
está por la abolición de los privilegios de la nobleza; contra los diezmos,
los tributos, el derecho de destierro, etc. Es cierto que no hace ninguna
concesión a favor de las corporaciones y otros ‘‘privilegios” ni a favor
de las “ riquezas de los servidores de Dios” .
S i los nobles a los que un soberano retira sus derechos perniciosos,
quisieran reclamar los derechos sagrados de la propiedad, el sobermo
debería responderles que la propiedad no es más que el derecho de
poseer con justicia; que lo contrario a la felicidad nacional no puede
nunca ser justo; que lo que se opone a la propiedad del trabajador no
puede ser considerado un derecho, sino una usurpación, una violación
del derecho, cuyo mantenimiento es más útil a la nación que las pre­
tensiones de un reducido número de señores que, descontentos de no
hacer ■ nada, se oponen a los trabajos más importantes para ellos mis­
mos y para la sociedad 5S.
Los nobles “ no trabajan ”, no tienen función útil en la sociedad;
esto los condena a los ojos de los filósofos. Antes, los nobles guerrea­
ban por cuenta propia. Disfrutaban, por ello, a justo título, de algu­
nos previlegios. Pero, ¿de qué derecho pueden beneficiarse en una
sociedad en que “ los ejércitos están a sueldo del príncipe” , y en que
“ el noble no está obligado a servir ” f 50.
Pero ha llegado ya el momento en que el proletario pesará los
derechos de los capitalistas en la misma balanza que sirvió hace m¡ás
de un siglo, a los representantes de la burguesía, para pesar los privi­
legios de la nobleza.
No hay que creer que Holbach veía en el antagonismo de la bur­
guesía y la nobleza una oposición entre la propiedad terrateniente
y las diferentes especies de propiedad urbana. En modo alguno.
Holbach no siente preferencia por la propiedad mobiliaria. Al con­
trario. .Para él la propiedad verdadera, la propiedad por excelencia,
es la del suelo. “ La posesión de la tierra constituye al verdadero
ciudadano” e0, dice.
■ .•;- .V - í.^^L E J A N 0 v
520

El estado de la agricultura es la señal característica de la situa­


ción económica de un país en su conjunto. E l “ pobre77 es en. primer
lugar “ el agricultor”; “ proteger a los pobres” quiere decir defen­
der a los campesinos explotados por los “ grandes”, es decir, por la
nobleza. Holbach llega a decir con los fisiócratas que todos los im­
puestos, directa o indirectamente, recaen sobre la tierra, de la misma
manera que recae sobre ella todo lo bueno y lo malo que le ocurre a
una nación.
E s a defender la posesión de la tierra que está destinada la gue­
rra; es para hacer circular los domes que la tierra produce que se
necesita el comercio; es para asegurar la tierra a sus propietarios,
que resulta útil la jurisprudencia 01.
La tierra es la fuente de todas las riquezas de la nación; por eso
es urgente liberarla del yugo que la aplasta: un argumento más en
favor de las tendencias entonces revolucionarias de la burguesía. P ara
un hombre como Holbach la “ igualdad” no tenía nada de seductor.
Por el contrario, le parecía una quimera muy peligrosa. Los hombres
no tienen todos la misma organización: siempre han diferido en cuan­
to a su potencia física, moral e intelectual.
E l hombre débil de cuervo o de espíritu, siempre se ha visto forzado
a reconocer la superioridad del más fuerte, del rriás industrioso, del
más espiritual; el más trabajador debe cultivar un terreno más ex­
tenso y transformarlo en más fértil que lo que haría un hombre a
quien la naturaleza ha dado un cuerpo más débil A si ha sido desde
el principio: desigualdad en las propiedades y en las posesiones 6-,
E l abate Marbly podía objetar tranquilamente a estos argumen­
tos que estaban en contradicción evidente con el punto de partida de
la filosofía política nueva: la igualdad de los derechos del hombre,
tanto del débil como del fuerte 63.
La hora de la “ igualdad” no había sonado todavía y el mismo
Marbly debió reconocer que ninguna fuerza humana podría intentar
hoy establecer la igualdad7 sin provocar desórdenes mucho mayores
que los que se quieren evitar 64.
La lógica objetiva de la evolución social se encontraba del lado
de los teóricos de la burguesía. Holbach fue, hasta la médula de los
huesos, uno de esos teóricos burgueses, y lo fue hasta la pedantería.
Vocifera contra “ el Papa, y los obispos que prescriben las fiestas y' obli­
gan al pueblo a la holgazanería” . Demuestra que el progreso del
Comercio y de la industria es incompatible con la moral de una religión
“ en la cual el fundador lanza un anatema contra los ricos, excluyén­
dolos del reino de los cielos” . El mismo lanza sus baterías contra esa
muchedumbre innumerable de sacerdotes, de cenobitas} de monjes y de
religiosas que no tienen más función que elevar sus manos perezosas
hacia el délo y rogar día y noche. . . 65.
Se rebela contra el ayuno católico, porque las potencias que los
católicos romanos consideran Ji^j^ticas -son -casi lasú/nieas que se bene­
fician con la abstinencia de 'carne; los ingleses les venden bacalao a
los holandeses 66.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL. MATERIALISMO 521

Todo esto 110 es más que “ natural”.


Pero cuando Holbach, como Voltaire y muchos otros, vuelve sobre
la historia de los 2000 cerdos que fueron ahogados por el diablo con
el consentimiento de J e s ú s ... cuando reprocha al fundador mítico del
cristianismo su escaso respeto por la propiedad privada y hace el mis­
mo reproche a los apóstoles, que cosechaban frecuentemente en campos
que no les pertenecían. . aumdo finalmente se reconcilia por un
momento con Cristo porque “ el Hijo de Hombre’! no respetaba el
sábado, entonces se vuelve pedante y absolutamente ridículo 6T. Es aquí
que se revela su falta' total de sentido histórico.
La burguesía, de la que Holbach era representante y defensor,
era para él la parte más honesta, la más trabajadora, la más noble y
la más instruida de la nación. La burguesía, tal como es hoy en día, le
hubiera horrorizado.
La avaricia [en realidad Holbach piensa más bien en “ la sed
de cimero” ], es una pasión innoble, personal, insociable y, desde luego,
incompatible con el verdadero patriotismo, con el amor al bien público
y hasta con la verdadera libertad. Todo está en venta en un pueblo
infectado por esta sórdida epidemia: solo hay que convenir el
precio eí\
Hay aquí como una reminiscencia de Salustio, pero al mismo
tiempo se siente el deseo de afirm ar que nuestro filósofo ha previsto
los escándalos que actualmente se siguen sin interrupción en Francia
(Panamá), en Alemania (Strousberg), en Italia, en todas partes en
donde la burguesía declina hacia su fin.
Nada más cruel en el mundo que el comerciante, excitado por su
propia capacidad, cuando se convierte en el más fuerte, y cuando está
seguro que los crímenes útiles serán aplaudidos por su país70.
í Claro está! ¡Lo sabemos mejor aún que nuestros buenos ‘‘fi­
lósofos’’!
Con frecuencia Holbach considera “ las riquezas” desde un punto
de vista declamatorio: “ Las riquezas corrompen las costumbres” n . V
él, que combate la “ moral religiosa” en nombre de las riquezas, lucha
ahora contra la sed de posesiones en nombre de la “ v irtu d ” :
Solo una vigilancia extrema puede prevenir, o alejar al menos, los
males que acarrea esta pasión r¡2.
El, que se ha pronunciado por la libertad absoluta del comercio
(“ E l comercio exige la libertad más total. Cuanto más libre sea.- el
comercio, más se extenderá. Lo único aue puede el gobierno por él
comerciante es “ dejarlo hacer” .. .) 7:5, demuestra oue la política debe,
en la medida de lo posible, poner un obstáculo al crecimiento de las
necesidades de los ciudadanos (“ terminarán por ser insaciables, si la
prudencia no les 'Done limites” ) 74. Exíp'í la intervención del Estado,
se vuelve proteccionista, casi reaccionario.
Llamámos “ ú til” al “ comercio” qrte procura-a las na,dones las
mercaderías necesarias para su mantenimiento, para sus necesidades
serias y hasta, para su comodidad y bienestar; llamarnos “ inútil y
522 ' : ; :^ ^ o . p l e ja n o v

peligroso” al comercio que procura a los ciudadanos esos objetos su­


perfinos cuya sola característica consiste en satisfacer los deseos ima­
ginarios cñ& la vanidad.
Holbach no hubiera retrocedido ante ningún medio de combatir
esta “ vanidad” que, según él, llegaba por intermedio de los lacayos
hasta las ciudades, no hubiera vacilado en “ luchar contra el lujo que
corrompe las costumbres” y lleva a las naciones más floreciente a la
ru in a 75. Los canales naturales para los productos industriales de un
país son, según Holbach, los mercados interiores que deben ser garan­
tizados. El no concibe “ ese ardor insensato por descubrir nuevas ramas
de negocios”, constata que “ el globo no es bastante amplio para delirio
del comerciante” ; y que “ las naciones están prontas a degollar” por
una isla árida en la cual crean ver tesoros” ™. Ño encuentra expresio­
nes bastantes severas para criticar al pueblo de Albión, al que atribuía
el extravagante proyecto “ de invadir el comercio del mundo y hacerse
propietario de los m ares” 77. Teme una distribución demasiado desi­
gual de las riquezas, lo que sería la fuente de muchos males para la
sociedad. Es defensor de las pequeñas tierras en arrendamiento; las
granjas inglesas le parecen demasiado extensas, hacen que “ con fre­
cuencia los granjeros se conviertan en monovolizadores” TS.
En general, el interés del Estado está siempre ligado a los más:
exige que muchos ciudadanos sean activos, que estén ocupados última­
mente, que disfruten ele una comodidad que les haga contribuir sin
pena a las necesidades de la patria. No existe patria para el hombre
que no posee nada70.
Después de ésto se comprenderá fácilmente que el estado de la
sociedad en Inglaterra, donde la burguesía ya había hecho “ su revolu­
ción gloriosa” , no podía agradar a nuestro filósofo. Habla de ese país
con una profunda antipatía.
No basta ser rico para ser feliz —dice— es necesario saber em­
plear las riquezas de manera adecuada para procurarse, la dicha. No
basta ser libre para ser feliz: es necesrio no abusar de la Uberiad.. ■
no hacer un uso injusto de ello.; so.
En este sentido, es verdad, los ingleses dejan algo que desear.
Un pueblo sin moral. .. un pueblo injusto pa/ra los otros, un pue­
blo que arde de la sed del oro, un pueblo conquistador, un pueblo
enemigo de la libertad de los otros. . . una nación venal, viciosa,
corrompida. .. 81.
Así aparecen los ingleses ante los ojos de Holbach. Les lanza lue­
go una de sus capnchínadas sobre la virtud:
Cultivad, oh, británicos, la sabiduría y la razón: ocupaos de per­
feccionar vuestro gobierno y vuestras leye s... Temed un lujo fatal a
las costumbres y a la libertad. Temed los efectos del fanatismo reli­
gioso y político8a, etc.
Alguna vez el espectáculo de la vida social inglesa le inspiró re­
flexiones más profundas que las citadas más arriba. Demuestra, por
- ' ■-■‘¿^S& Sjj^B O ZO S DE HISTOIÍIi DEL MATERIALISMO " ■" 523 ' •

ejemplo, que los enormes impuestos para la ayuda a los pobres no Vían
podido y no podrán disminuir el número de menesterosos en ese p aís:
/ Verdad es que las naciones en que se encuentra mayor riqueza
son las que guardan un número mucho mayor de desdichados que de
dichosos! ¡Verdad es que el comercio no enriquece más que a algunos
ciudadanos y deja a otros en la miseria! 83.
Todos estos pensamientos pueden parecer —legítimamente— con­
fusos y contradictorios. Pero, lo señalamos una vez más, no hay que
olvidar que Holbach es el teórico de la burguesía revolucionaria y, por
lo tanto, capaz de sentimientos nobles. La burguesía soñaba —mejor
dicho los mejores de sus hijos, aquellos que tenían corazón y espíritu
y “ reflexionaban” , para emplear un término de Holbach— soñaba
con un reino de la Razón, una dicha universal, un paraíso terrestre.
?'No era acaso posible que llegaran a detestar las consecuencias inevita­
bles de sus propias tendencias sociales y, por disgusto de las conse­
cuencias, llegaran a la contradicción con ellos mismos? Basta mostrar
a una muchacha bonita una m ujer vieja, sucia y fea, encorvada por la
vejez y las enfermedades. La muchacha quedará aterrada. Y, sin em­
bargo, se lanzará a vivir, es decir, a envejecer y a ser aterradora a
su vez. Eis un vieja historia, que siempre será nueva.
Aquél que quiera tener una imagen más concreta de los filósofos
franceses del siglo X V III puede interrogar con gran beneficio a los
escritores liberales rusos de la época que se inicia con el fin del reinado
del zar Nicolás. Encontrará allí la misma falta de sentido histórico,
las mismas tonterías, las mismas contradicciones. Es verdad que entre
los escritores rusos de esa época existen socialistas, como Chernishevski.
Por el contrario, hay otros qúe sólo combaten a la burguesía como
resultado de un malentendido, porque no saben valorar el alcance de
sus propias exigencias. Con frecuencia muchos de nuestros escritores
qu’e se creen progresistas no desean más que lo que querían Holbach y
sus amigos. Candorosamente creen que eso es el socialismo. Los gran­
des filósofos franceses hubieran jurado que se trataba de filosofía. En
lo que nos concierne, tenemos 1a. convicción de que tina rosa conserva
siempre el mismo perfume, sea cual fuere el nombre que se le
quiera dar.
Si en los problemas económicos Holbach está siempre de acuerdo
con los fisiócratas, de quienes siempre habla con elogios84, en otro
sentido no comparte la predilección de éstos por el “ despotismo legal” .
Es partidario convencido de un gobierno representativo. Para él,
el despotismo no era una forma de gobierno: no podía considerarlo
más que como “ un combate desigual entre un bandolero, o bandoleros
armados, y una sociedad sin defensa” fir>. V nuestro filósofo se hacía
ciertas “ preguntas naturales”, que hubieran encontrarlo amplia com­
prensión en la Asamblea Constituyente francesa. Estos interrogantes,
muy característicos, son los siguientes:
¿ Deb^et'íoclo ceder ante la partef La voluntad de uñó, ¿debe
:prevalecer sobre la voluntad de todos f $Existe en cada sociedad algún
524 -— P L EJ ANOV

ser privilegiado que pueda ser dispensado de ser útil? ¿Sólo el rey está
Ubre de los brazos que unen a todos los otros f i, Puede un hombre atar
a todos los demás sin estar él atado por ningún lazo?
¿La posesión de un poder injusto en su origen, mantenido por la
fuerza, soportado por la debilidad, ¿es acaso un título que la justicia
la razón y la fuerza no puedan destruir jamás? 8G.
Esto recuerda la célebre frase: í£Cuando nos llegue el turno sere­
mos conquistadores” .
El pasaje siguiente evoca otra escena de la historia de la Revo­
lución Francesa:
E l poder soberano no es más que la guerra de uno contra todos,
a partir del momento en que el monarca franquea el límite que le
prescribe la voluntad de los pueblos 87.
¿Qué se hubiera respondido a esto en la sala del Juego de
Pelota?
Casi todas las obras de Holbach están animadas de un odio irre­
ductible al despotismo. Se siente claramente que 110 hay ninguna teoría
abstracta, sino la triste realidad, en el fondo de lo que dice sobre el
tema. Tampoco es una teoría abstracta, sino una triste realidad, su
invocación a la libertad, “ hija de la honestidad y d<e las leyes”, “ ob­
jeto del amor de todos los corazones”. Muchas veces parece haber te­
nido el presentimiento de la tempestad política que se aproximaba:
“ E l ciudadano —dice— no puede negarse, — (sin negar sus deberes) —
a tomar partido por su país contra la tiranía que lo oprime”. ¿Quién
sabe? Tal vez estas palabras, antes de ser escritas, fueron pronuncia­
das y discutidas en una de esas reuniones de filósofos en casa de
Holbach, donde se decían cosas que. según nos cuenta Morellet, hubie­
ran provocado cien veces la caída del rayo sobre la casa, si las palabras
pudieran atraer el rayo.
Diderot estaba seguramente de acuerdo e iba más lejos. Tal vez
Grixnm. . . el pobre, que debía cambiar de idea cuando la tempestad
estalló, no en un salón ricamente amueblado, sino en el gran esc-enario
de la historia.
El mismo Holbach: ¿se hubiera comportado de otro modo después
del 10 de agosto? ¿Hubiera repetido, ‘en una asamblea de jacobinos,
que ££un tirano es el ser más odioso que pued*e engendrar el
crimen’'? 8S. Francamente, lo ignoramos. Pero lo más posible es que
no hubiera querido tener nada en común con esos republicanos ‘ ‘sal­
va jes” , y que también los hubiera tratado de tiranos y de enemigos
de la patria, de fanáticos y de charlatanes políticos.
Holbach amaba la libertad, pero temía al “ tum ulto” y estaba
convencido ele que, “ en política como en medicina, los medios violentos
son siempre los más peligrosos”. De buena voluntad hubiera transado
con un rey que fuera un poco “ virtuoso” . Es verdad que afirmaba
que los príncipes de est entino eran meteoros muy raros. . . pero soñaba
siempre con “ún'sábio en efíron,o ’ En un momento, durante el minis­
terio Turgot, creyó ver su sueño realizado. Había dedicado su libro
ESBOZOS DE HISTORIA. PKL MATERIALISMO 525

L ’Ethocratie” a Luis XVI, al monarca justo, humano y bondadoso,


al amigo de la verdad, de la simplicidad, al enemigo de la adulación
del vicio, de la magnificiencia, de la tiranía, al restablecedor del or­
den y de las buenas costumbres, al padre de su pueblo, etc.
Es posible que, más adelante, Iiolbach hubiera revisado su opinión
sobre Luis XVI, pero el temor a los movimientos populares “ tumul­
tuosos’7 subsistía. Para Holbach el pueblo eran los “ pobres” , pero,
la, indigencia, tantas veces juego de las pasiones y de los caprichos del
poder, o bien agosta el corazón de los hombres, o bien lo enfurece.
Mientras el “ pobre” soporta silenciosamente su situación, “ el re­
sorte del alma se quiebra enteramente: se desprecia a sí mismo porque
se ve como objeto de desprecio y de rechazo para todo el mundo 8Í).
Es todavía peor cuando se rebela.
Por poco que se recorra la historia de las democracias, tanto an­
tiguas como modernas, se ve que el delirio y la ira presiden general­
mente los consejos del pueblo. . . Dondequiera que el pueblo esté en
posesión del poder, el Estado lleva en sí el germen de su destrucción 90.
Si Holbach hubiera debido elegir entre la monarquía absoluta y la
democracia, habría preferido el absolutismo. Según él, Montesqüieu
comete nn error profundo al designar a la virtud como fuerza motriz
del Estado republicano. La república posee -otro ídolo: la igualdad, esa
igualdad novelesca que, en el fondo, no es más que envidia. De todas
las formas de tiranía, la democracia es la “ más cruel e irrazonable”.
En la lucha de clases que se desarrollaba en Atenas, por ejemplo, Hol­
bach no descubre más que “ el furor del populacho”. La primera revo­
lución inglesa le inspira casi siempre horror a cansa del “ fanatismo
religioso” del pueblo. Este, “ no está hecho para mandar: sería inca­
paz” ; una libertad demasiado amplia degeneraría, según él, rápida­
mente en nna licencia desenfrenada. El pueblo está hecho para “ estar
ocupado”, una pasividad “ demasiado frecuente lo asquea del trabajo
y lo vuelve disoluto” ®1. El pueblo tiene necesidad ele estar sometido y
protegido contra su propia locura.
E l ideal político de nuestro filósofa es la monarquía constitucio­
nal, que dejaría el campo libre a la burguesía cultivada y “ virtuosa” .
Un rey burgués (Holbach usa a menudo esta expresión), elegido por
sus conciudadanos para ser órgano y ejecutante de la voluntad de
“ todos” , y la clase pudiente como intérprete de esta “ voluntad” , he
ahí lo que exige la señora “ naturaleza” , según las palabras de Holbach.
Lange, autor de la “ Historia del Materialismo”, se equívoca completa­
mente cuando le atribuye en política una doctrina “ radical” 92.
Para los filósofos del siglo X V III el radicalismo era psicológica­
mente inconcebible. Ya sabemos qué idea tenían del pueblo (y no podían
tener otra, ya que el pueblo francés, como la materia de los metafísicos
franceses, era todavía una masa inerte y pesada). No quedaba más que
la burguesía, filosófica y liberal. Pero, en primer lugar, un radiealis-'
mo consecuente y decidido a ir hasta el fin no es una doctrina conve­
niente para la burguesía como clase, ni siquiera en los momentos más
526 G. PLEJA NOV

revolucionarios ele su existencia histórica (la Revolución Francesa lo


ha demostrado muy bien) : por otra parte, “ los que pensaban” , ¿eran
tan numerosos en conjunto? ¿Se los podía considerar como una fuerza
política capaz de cambiar una sociedad de arriba abajo? Los filósofos
sabían muy bien que este no era el caso. Es por esto que volvían sin
cesar a su sueño de un “ sabio en el trono” , encargado de' realizar sus
aspiraciones, i Hecho notable y característico! Cuando Turgot fue
ministro, el “ radical” Holbach (Lange lo consideraba como ta l), el
adversario implacable de los déspotas y los tiranos, escribió que “ el
absolutismo” era muy útil cuando se ocupaba de abolir los abusos, de
aniquilar las injusticias, de corregir los vicios, etc. Holbach piensa que,
el despotismo sería el mejor ele los gobiernos, si pudiéramos estar se­
guros gne va a ser siempre ejercicido por los Titos, los Traja/ríos, los
Anioninos; pero frecuentemente cae en manos de aquéllos que no lo
saben ejercer con sabiduría 9S.
Pero Holbach tenía la impresión entonces de que Tito ocupaba el
trono de Francia, y no pedía nada más.
P ara reformar una sociedad hay que disponer de un punto de
apoyo. Donde éste falta, hasta el “ radicalismo” de los descontentos del
régimen existente dista mucho de ser intransigente. Lo hemos visto
en Rusia después del advenimiento de Alejandro IX. Cuando atacó a
“ la servidumbre” , “ radicales” rusos eom.o Hertzen y Bakunin se de­
clararon “ vencidos” por la sabiduría imperial y brindaron a la salud
del Tito ruso. Hasta Chernishevski estuvo dispuesto a reconocer que el
despotismo era la mejor forma de gobierno, “ si abolía los abusos, y
destruía las injusticias” .
Bielinski, el representante más brillante y audaz del “ partido oc­
cidental” en la literatura rusa bajo Nicolás I, deeía dieciocho meses
a,ntes de su muerte, es decir, en Ja época que fue más radical que
nunca, que en Rusia todo progreso viene de arriba. Nicolás I se parecía
a cualquier cosa, menos a “ Tito” o a “ T rajano” . Pero, ¿cómo hubiera
podido razonar de otra manera Bielinski? ¿En qué podía basar sus
esperanzas? Desde el punto de vista de un europeo occidental, el pue­
blo ruso era una masa pesada e inerte, que no era nada sin un demiurgo.
Cuando algunas decenas de años más tarde el movimiento revolucio­
nario empezó a dar frutos en la juventud estudiante, es decir en la
inielliguentsia, la cosa se arregló rompiendo sencillamente con el
“ Oeste”. Se declaró que el pueblo ruso estaba más maduro que ningún
otro para la revolución y el “ socialismo” . De este modo los admirado­
res de Bielinski y de Chernishevski se convirtieron finalmente en revo­
lucionarios eslavófilos.
Holbach pensaba que, si tantos reyes reinaban por medio de la
violencia, era por ignorar la verdad; y odiaban, la verdad porque des­
conocían sus inestimables ventajas. Un príncipe inteligente no puede
guardar celosamente una autoridad ilim itada: sacrificará sin duda una
parte de ésta para disfrutar más seguramente det la parte que mantie­
ne. Esto fue repetido por la señora Tsebrikova en su célebre carta a
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 527

Alejandro III. Y la señora Tsebrikova no pretendía en modo alguno


ser rad ical94.
A mediados de 1890 el Kaiser publicó sus decretos sobre la cues­
tión obrera. La prensa liberal y “ radical” de Báisia quedó convencida
de que Alemania estaba gobernada por “ un hombre inteligente en el
trono” .
“ Un hombre inteligente en el trono” , he aquí el D'<eu$ ex ma­
china95 de la filosofía francesa del siglo X V III. Este “ hombre” debía
resolver sin dificultad todas las complicaciones teóricas, todas las con­
tradicciones provocadas por las actitud metafísica con que los “ filóso­
fos” abordaban los fenómenos sociales. ¿Qué era, pues, la historia para
un racionalista francés? Una serie interminable de acontecimientos muy
tristes en general, sin vínculo interno, sin ninguna certidumbre prove­
niente de ninguna ley. .
Oondillac decía a su discípulo:
Algunas vez verá usted épocas felices, en que los conocimientos,
las leyes y las costumbres hacen la prosperidad de los Estados; pero
con más frecuencia verá usted épocas desdichadas, en que la ignoran­
cia, los prejuicios} los errores y los vicios prepararon las calamidades
de los pueblos y arruinaron los imperios más florecientes96.
¿Por qué era así? Porque las luces faltan a los hombres.
Nacidas en el seno de la barbarie, las artes y las ciencias h m ilu­
minado sucesivamente un pequeño número de naciones privilegiadas.
Es una luz que se oculta para unos a m&dicla que se muestra a 'otros,
y que nunca puede iluminar más que un horizonte muy limitado 07.
Voltaire en su Essai sur les moeurs expresó los mismos pensamien­
tos de manera más lapidaria y vigorosa, diciendo que la razón estaba
apenas en el primer estadio de su desarrollo. Por otra parte, en la
mayoría de los casos no había más que sinrazón y locura; la sinrazón
y la locura no obedecen a ninguna ley y en general no vale la pena
que se las estudie: basta su constatación. “ Su antigüedad —dice el
mismo Voltaire, refiriéndose a los bárbaros del Asia—, no m.erece tona
historia más detallada que la de los lobos y los tigres de esos paises9S.
Y Voltaire era uno de los filósofos que mejor conocía la historia y
que se ocupaba más de ella. Combatía enérgicamente la opinión de su
“ divina Em ilia” , quien jamás había podido leer un libro un poco
detallado sobre la historia de los pueblos modernos " , La gran mayoría
conocía la historia mucho menos bien que Voltaire.
E l hombre — dice Bolbach—, empieza por comer bellotas, por
disputar su alimento a las bestias, y termina midiendo los cielos. Des­
pués de trabajar y sembrar inventa la geometría. Para protegerse del
frío se cubre con la piel de los animales que ha vencido, y algunos siglos
después lo encontramos uniendo el oro a la seda Tina caverna o el
tronco de un árbol es su prim.era vivienda, y después lo encontramos
convertido en arquitecto y construyendo palacios 10().
" ^ S in hablar de Marx y de Engels, podemos ahora citar a Morgan,
que tomaba como punto de partida el desarrollo de las fuerzas produc­
52S 'G. PLEJA NOV

tivas de la humanidad, logrando así penetrar en el secreto de su mo­


vimiento histórico. Holbach estaba lejos de sospechar que estaba enu­
merando casi los hechos capitales en la historia de la humanidad. Al
hacer esto, su intención era únicamente la de mostrar los triunfos de
la “ razón.” y demostrar, contra Rousseau, que la vida civilizada es
preferible a la vida salvaje.
“ Es por haberse equivocado que el género humano se ha hecho
d e s d i c h a d o esta es toda la filosofía de la historia de Holbach101.
Obligado a entrar en detalles, hubiera añadido que la civilización
antigua había sido arruinada por el “ lujo” ; que el feudalismo tenía
origen en “ la piratería, el desorden y la guerra” ; que Carlos I debía
perder inexorablemente la cabeza a cansa de las guerras de religión y
de su intolerancia” ; que Jesús era un ‘ ‘impostor ” , etc. Hubiera que­
dado estupefacto al enterarse de que todo eso que veía no era más
que “ la corteza de los fenómenos” .
Los “ filósofos” veían la historia únicamente como una actividad
consciente del hombre (más o menos “ inteligentes” y, con frecuencia,
muy poco inteligente, como ya hemos v isto ); y no ver en. la historia
sólo las acciones conscientes de los hombres significa, no sólo limitar
al máximo el horizonte, sino ser terriblemente superficial. En todos los
graneles movimientos históricos vemos a hombres que se ponen a la
cabeza de sus contemporáneos y son el portaestandarte de sus tenden­
cias y sus deseos. Y vemos también a otros que se ponen a la cabeza
de la reacción, que combaten las tendencias de los innovadores y desa­
prueban sus aspiraciones. Por eso, si en la historia no existe más que
una actividad humana consciente, “ los grandes hombres” aparecerán
inevitablemente como la causa del movimiento histórico. La religión,
la moral y las costumbres, es decir, todo el carácter de un pueblo, parece
haber sido formado por uno o por varios grandes hombres que han
actuado con una idea determinada. Veamos lo qne Holbach dice sobre
el pueblo judío.
Moisés condujo los judíos al desierto-.
Los acostumbró a la obediencia més ciega, les inculcó la voluntad,
del cielo. la fábula maravillosa de sus antepasados, sus extrañas cere­
monias que satisfacían al Muy Alto; les inspiró, sobre iodo, el odio
más venenoso hacia los dioses de otras naciones y la más estudiada
crueldad contra quienes las adoraban: a fuerza de carnicerías y de
severidad logró esclavos sumisos a su voluntad; dispuestos a secundar
sus pasiones, prontos a sacrificarse para satisfacer sus ambiciones. En
una palabra: hizo de los hebreos monstruos de frenesí y de ferocidad.
Tras haberlos animado con este espíritu destructor, les mostró las tie­
rras y las posesiones de sus vecinos, como la herencia que Dios mismo
le había designado 102.
La historia de Israel no ofrece nada especial desde este punto de
vista. Todos los pueblos han tenido su Moisés, incluso si se reconoce
que este no .ha sido taikr3&82fiM&gao Moisés conocido, ya que, según
Holbach y Voltaire, nunca ha existido un pueblo más maligno que el
pueblo de Israel.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 529' •

Generalmente del seno de las naciones civilizadas surgen todos los


personajes que han creado la sociabilidad, la agricultura, las artes,
las leyes, los dioses, los mitos y las opiniones religiosas en sus familias
o en las hordas todavía dispersas y no unidas en el cuerpo- die la nación
E!stos personajes suavizaron las costumbres, unieron a los hombres y
les enseñaron a sacar partido de sus fuerzas, a ayudarse mutuamente
para, satisfacer sus necesidades más fácilmente. Como la existencia fue
entonces más dichosa. estas personas despertaron amor y veneración, y
adquirieron el derecho de imponer sus opiniones ( O ; hicieron así adop­
tar opiniones inventadas por ellos, o que estaban en vigencia en los
países de los que provenían, La historia nos muestra a los más famosos
legisladores como a hombres enriquecidos con los conocimientos útiles
encontrado en el seno de las naciones civilizadas, conocimientos que
llevaron luego a los salvajes privados de la industria y del auxilio de
las artes hasta, ese momento por ellos ignoradas. Tales fueron los Bacos,
los Orfeos, los Triptolentos, etc. i0s.
¿Es que acaso todos los pueblos que hoy yernos civilizados han
pasado en sus orígenes, por un estadio de salvajismo primitivo? Este
interrogante, al que hoy podemos responder fácilmente, inquietaba bas­
tante a nuestro filósofo. No tenía ideas muy claras sobre el origen de
la especie hum ana: ¿ como hubiera podido imaginar, por lo tanto, su
estadio social primitivo? Todas las naciones civilizadas han conocido
probablemente en sus comienzos el estado de barbarie. Pero: ¿cómo
explicar este estado de barbarie- Es entonces que surgió un nuevo
Deus ex machina: las terribles revoluciones de nuestro planeta. Alguna
vez estas revoluciones han destruido a la mayoría de la especie humana.
Los que lograron escapar no pudieron conservar para la posteridad los
conocimientos y las artes que existían antes de las catástrofes.
Por lo tanto no es imposible que repetidas veces los hombres hayan
vuelto a la ignorancia, tras haber logrado cierto grado de civilización.
Tal vez sea a estas renovaciones constantes del género humano a
las que se debe la ignorancia p'rofunda, en la que lo vemos aún hoy
sumergido, acerca de los objetos para él más interesantes. . . Quizas se
encuentra aquí la verdadera fuente de la imperfección de nuestras
instituciones políticas y religiosas 104.
Ya hemos visto que, segím Holbach, el hombre no puede saber si
el animal precede al huevo o el huevo al animal. Vemos ahora que
H-olbaeh tampoco sabía si la civilización precedía a la barbarie o la
barbarie a la civilización.
Holbach se contentaba con saber que el hombre era desdichado
por haberse equivocado, y que era necesario liberarlo de sus errores.
Berrochó dinero y trabajo ^n esta noble tarea. Dedicó toda su vida a
la lucha contra los ' ‘prejuicios” . E l prejuicio más enraizado, el más
fatal, es la religión, y nuestro filósofo no cesaba de combatirla. E n su
lucha contra “ el infam e” , Voltaire se dirigía al “ Ser Supremo” , in­
tentando únicamente atraerlo a la razón. E ra constitucional en asuntos
religiosos/líiíb'iera' querido ál'poder de Bios atemperado por las leyes-"
eternas de la naturaleza, interpretadas por los “ filósofos” .
530 G. P LEJA N O V

Pero los materialistas franceses eran celosos republicanos en ma­


teria divina. Guillotinaron a Dios mucho antes de la época del buen
doctor Guillotín. Lo odiaban como a un enemigo personal. Gomo dés­
pota caprichoso, vindicativo y cruel, parecido ai Jehová de los judíos,
asqueaba sus nobles sentimientos de hombres y de ciudadanos.
Se indignaban apasionadamente contra esta dominación sangui­
naria, exactamente como víctimas oprimidas por un rey soberano.
Z7.v imposible amar a un ser, cuya idea sólo sirve- para provocar
el terror — escribía Holbach— . ¿Cómo contemplar sin alarma a un
Dios que suponemos lo bastante bárbaro para condenarnost . . , Ningún
hombre sobre la- tierra puede sentir ni un chispazo de amor por un
Dios que reserva castigos infinitos por su dureza, y su violencia al
noventa y nneve por ciento de las criaturas.., Reconoced, teólogos,
qué según vuestros propios principios Dios es infinitamente más malo
que el más malo de los hombres 105.
Los materialistas ingleses contemporáneos de Holbach mantenían
mejores relaciones con el viejo Dios de los judíos. P ara M sólo tenían
sentimientos “ de am or” y “ de respeto” . Pero vivían en mejores con­
diciones sociales. Dos cuerpos compuestos de los mismos elementos, pero
en proporciones diferentes, no poseen las mismas propiedades quími­
cas. Más a ú n : el fósforo amarillo difiere considerablemente* del fósforo
rojo. Este fenómeno no sorprende a ningún químico, quien se limita a
afirm ar que esto depende de la estructura molecular de estos mismos
elementos. Pero siempre es sorprendente constatar que las mismas ideas
pueden no tener el mismo cariz y no conducir a las mismas conclusio­
nes prácticas en países distintos, que presentan, por otra parte, grandes
analogías en su estructura social. El movimiento de las ideas refleja
exclusivamente el movimiento social y los diferentes caminos que este
sigue; los diversos tonos que reviste sin cesar corresponden exacta­
mente a las diferentes agrupaciones de fuerzas que encierra el movi­
miento social. De las modalidades del ser dependen siempre las moda­
lidades del pensamiento 1''e.
No se puede negar — dice el materialista inglés Priestley—, que
los fines generales de la virtud están asegurados por la fe con una
recompensa apropiada, en la vida futura, para todas las buenas y
malas acciones.
El “ deísta” francés Voltaire compartía esta opinión. E,l patriarca
de Ferney escribió buen número de tonterías sobre el tema. El mate­
rialista “ francés” Holbach juzga así:
Casi todos los hombres creen en un Dios vengador y remunerador,
y, sin embargo, en todos tos países el número de los malos excede con
mucho el de los buenos. S i queremos descubrir la verdadera causa de
una corrupción tan general, podemos encontrarla en las nociones teoló­
gicas en sí, y no en las fuentes imaginarias que las diferentes religio­
nes del mundo hay inventado para explicar la depravación humana.
Los hombres--son corrompidos, porque, casi en todas partes, están mal
gobernados; están indignamente gobernados porque la religión ha
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 531

divinizado a los reyes; éstos, seguros de la impunidad y también per­


vertidos, han convertido necesariamente a sus pueblos en malos y
miserables. Someticlos a amos irrazonables, jamás han sido guiados por
la razón. Cegados por sacerdotes impostores, su razón se les ha vuelto
in ú til107.
Resulta de esto que las religiones y su influencia sobre los gobier­
nos han provocado todos los males y forman el contenido de toda la
historia. Esta opinión es, en todas la extensión de la palabra, la de un
Bossuet a la inversa. El autor de Discours sur VHistoire Úniverselle
estada convencido que la religión arreglaba todo, mientras Holbach
creía que, gracias a ella, todo andaba muy mal. Efeta diferencia era
el único progreso que había realizado la filosofía de la historia en
espacio de. un siglo. Sus consecuencias prácticas fueron inmensas, pero
en nada avanzaron la comprensión de los hechos históricos.
Los ‘!filósofos ’’ no llegaron a salir de ese círculo vicioso: por un
lado el hombre es producto del medio social en que vive,
Es en la educación donde debemos buscar la fuente principal de
los vicios y de las virtudes de los hombres, de los errores y de las ver­
dades que llenan sus cabezas, de ¡as costumbres estimables o lamenta­
bles que contraen, de las cualidades o de los talentos que adquieren108.
Por otra parte, la fuente de todo desorden social reside en “ el
desconocimiento de los principios rnás claros de la política” . E l medio
social está formado por “ la opinión pública” , eá decir, por el hombre.
Esta contradicción fundamental vuelve sin cesar y bajo diversas
formas en los escritos de Holbach. Lo mismo ocurre con los trabajos
de los otros “ filósofos” .
l.° E l hombre es producto del medio social. De esto surge lógica­
mente que no es la “ opinión nública” la que rige al mundo. Oigamos
a Holbach :
Los hombres no son más que aquéllo en que los convierte sit orga­
nización, modificada por la- costumbre, por la educación, por el ejemplo,
por él gobierno, por la opinión, por las circunstancias, duraderas o
momentáneas. Sus ideas religiosas y sus sistemas imaginarios se ven
obligados a ceder o a adaptarse a sus temperamentos, a sus tendencias,
a sus intereses10ú.
Si examinamos las cosas a sangre fría, veremos que él nombre de
Dios siempre Iva servido en la Tierra de pretexto a las pasiones de
los hombres 110.
Los objetos presentes, los intereses momentáneos, las costumbres
enraizadas, la opinión pública tienen mucho más poder que los seres
imaginarios o que las especulaciones que — ellas mismas— dependen
de esta organización m .
La fuerza de las “ especulaciones” y de los “ seres imaginarios”
disminuye si se tiene en cuenta que no hay quizas dos hombres entre
100.000 que se hayan preguntado qué entienden por la palabras “ Dios” ,
que es la esencia de su fe y de sus convicciones. No son las condiciones
:'~’^ @ eráles del entendimiento las que hacen actuar a.los hombres, sino
las pasiones, como ya lo ha hecho notar Bayle, y antes que él, Séneca1V¿.
-532 '-•ST^PfeEJANOV

2.° E l hombre es 'producto del medio social. En lo que concierne


a los dioses, el hombre los ha creado a su imagen. “ A l adorar a Dios,
es a sí mismo a guien* adora el hombre” 113 (ver Feuerbaeh), ¿No re­
sulta evidente que un dios versátil, ávido de elogios, perpetuamente
celoso de recibir el homenaje de sus súbditos, ha sido creado según la
imagen de los reyes terrenos ? 1U.
3.° E l hombre es un producto del medio social.
Si reflexionamos un poco sobre lo que sucede ante nuestros ojos,
'podremos reconocer las huellas de la administración (es decir, del “ go­
bierno” ; más adelante veremos cómo y por qué la influencia del medio
social se reducía, en los filósofos, a la influencia del gobierno) en el
carácter, en las opiniones, en las leyes, en las costumbres, en la educa­
ción y en la moral de las naciones 115.
Por lo tanto son los vicios de la sociedad los que pervierten a sus
miembros... Es entonces que el hombre se convierte en un lobo para
el hombre 110.
He aquí la otra parte de la antinomia:
1.° E l medio social está formado por la “ opinión pública, es decir,
por el hombre. Resulta, lógicamente, qne la opinión pública rige al
mundo, y que el gfaiero humano ha sido desdichado únicamente por
haberse equivocado (ver más arriba).
Si consultamos la experiencia — dice Holbach— veremos que es
en las ilusiones y en las opiniones sagradas que debemos buscar la
verdadera fuente de tantos males como los que agobian al género
humano. La ignorancia de las causas naturales creó a los dioses; la
impostura de los sacerdotes los volvió terribles, su idea funesta per­
siguió a los hombres sin mejorarlos, los hizo temblar sin fruto, llenó
sus espíritus de quimeras, se opuso a los progresos de la razón, les
impidió buscar la dicha. Sus temores volvieron al hombre esclavo de
aquéllos que lo engañaban con el pretexto de hacerle bien; hiño el
mal cuando se le dijo que sus dioses pedían crímenes; vivió en la
desdicha, porque se le hizo comprender que sus dioses lo condenaban
a ser miserable; jamás osó resistir a sus dioses ni liberarse de sus
adenas, porque se le hizo comprender que la estupidez, él renun­
ciamiento a la razón, el embrutecimiento mental, la abyección del alma
eran medios seguros de obtener la felicidad eterna nT.
2.° E l medio social está forjado por la opinión pública, es decir,
por el hombre.
Ene necesario nada menos que un delirio consagrado por el cielo
para hacer creer a enamorados ele la libertad, que buscan sin cesar la
dicha, que los depositarios de la autoridad pública habían recibido
de los dioses el derecho de hacerlos desdichados y siervos. “ Fue ne­
cesario crear religiones que pintaran a la divinidad con los rasgos de
un tirano para que los hombres creyeran que los tiranos injustos la
representaban en la Tierra” i18.
' • 3.° E l medio social está forfticto por la opinión pública, es decir,
por el hombre.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 533

¿,Por qué algunas naciones, antes generosas, están ahora aplasta­


das bajo el yugo vergonzoso de un despotismo opresor? Es que en etlas
la opinión ha cambiado. . . Es que la superstición, cómplice de la tira­
nía, ha logrado denigrar las almas y volverlas cobardes, temerosas, in­
sensibles... ¿Por qué las naciones embriagadas por el entusiasmo del
comercio y la pasión de las riquezas le sacrifican a cada momento
imprudentemente su reposo, su 'bienestar presente, su libertadt Es que
la opinión pública las persuade de que sólo el dinero constituye la
verdadera dicha, cuando en realidad es sólo tina imagen engañosa, que
no contribuye en nada a la felicidad pública119.
Las naciones no conocían por lo tanto las verdaderas bases de la
autoridadl: no osaban exigir la dicha a los reyes, encargados de pro­
curarla; creían que los soberanos, disfrazados de dioses, recibían al
nacer el derecho de mandar al resto de los mortales; como consecuencia
necesaria de estas opiniones la política degeneró en el arte fatal de
sacrificar la felicidad de todos al capricho de un malvado■, o de algu­
nos malvados privilegiados 120.
Ya.nos hemos enterado que “ no le ha sido dado al hombre” saber
si el animal ba pi*eeedido al huevo o el huevo al animal. No les ha
sido dado a los materialistas del siglo V X III saber si la “ opinión
pública” ha formado el medio social o si el medio social ha creado
“ la opinión piíblica” . En verdad, nada más difícil que contestar esta
pregunta para aquél que no ha abandonado su punto de vista me-
taf ísico.
Si no existen idftas innatas, como lo ha demostrado Locke, si el
hombre es sólo “ sensibilidad”', como pretenden los materialistas del
siglo X V III, si las sensaciones provocan las ideas, es decir, “ las im á­
genes. las huellas, las impresiones que reciben nuestros sentidos” , si
“ el hombre no es más libre cuando piensa que cuando actúa” , enton­
ces resulta en verdad raro que se busque en las “ opiniones” el secreto
de esta o aquélla acción humana, Nuestras ideas son únicamente aqué­
llo en que las convierten nuestras impresiones. Es decir, no es la na­
turaleza en el estricto sentido de la palabra la que produce esas
impresiones. El medio social influye en el hombre desde su nacimiento
y forma su cerebro, “ que es cera maleable, pronta a recibir todas las
impresiones qne quieran grabarse en ella” m . Por lo tanto, si se quiere
comprender la historia de la “ opinión pública” debemos intentar tener
una idea exacta de la historia del medio social y del desarrollo de la
sociedad. Esta es la conclusión inevitable para el materialista sensua­
lista, La célebre estatua de Condíllac no podía ganar el reposo sin
haber explicado antes los cambios de sus “ opiniones” ele acuerdo a
los cambios de sus vínculos sociales, de las relaciones con sus “ se­
mejantes” .
Por lo tanto, había que investigar la historia. Pero los “ filósofos” ,
•que sólo7advertían eñ los hombres su actividad consciente, no lograban
descubrir más que las “ opiniones” de los hombres.
Debían, pues, chocar con la siguiente antinom ia: las opiniones son
534 G. P LEJA N O V

"pro d u cto" del medio social; e inversamente las opiniones son la


“ causa” de tal o cual propiedad de ese medio. Y esta antinomia em­
brollaba más las ideas de los “ filósofos” , si tenemos en cuenta que
“ efecto” y “ causa” eran para ellos, como para todos los metafísicos,
nociones establecidas, invariables, por así decirlo petrificadas, por lo
menos en lo que respecta a su aplicación a la vida social.
Es sólo en su carácter de metafísico que Grimm puede decir que
la influencia de las opiniones es nula.
Los efectos recíprocos de Jos diversos aspectos de la vida social:
este es el punto de vista supremo, el más “ filosófico” al que podían
elevarse los “ filósofos” . Es el punto de vista de Montesquieu. P’ero el
efecto recíproco, que Hegel llama la expresión más verídica de la re­
lación de causa a efecto, no explica nada en el proceso del movimien­
to histórico.
Si nos detenemos a considerar un contenido dado, tan sólo en
relación al efecto reciproco, tendremos que ponernos de acuerdo en
que ésta es una actihid perfectamente absurda; estamos simplemente
ante un hecho aislado y la exigencia de una mediación que es primor­
dial, cuando se aplica la relación de causalidad, queda insatisfecha122.
Frecuentemente suceden cosas mucho más desagradables que las
señaladas por Hegel.
El hombre es producto del medio social que lo rodea. El carácter
de este medio está determinado por las acciones del “ gobierno” . Las
acciones del gobierno, la legislación —por ejemplo— pertenecen y a al
dominio de la actividad consciente de los hombres. Por su parte, esta
actividad depende de las “ opiniones” de los que actúan. Un miembro
de la antinomia (la tesis) se modifica imperceptiblemente: se identi­
fica enteramente con su viejo adversario, la antítesis. La dificultad
desaparece aparentemente y el “ filósofo” continúa sus “ investigacio­
nes” con la conciencia tranquila. E l punto de vista del efecto recí­
proco ha sido abandonado, juntamente en el momento en que se había
logrado llegar a él.
Y esto no es todo. La disolución aparente de la antinomia no es
más que el divorcio completo con el materialismo, El cerebro del hom­
bre, esa “ cera blanda” , formada por las impresiones del medio cir­
cundante, queda definitivamente transformado en un demiurgo del
medio ambiente, al que debe sus impresiones. Como no sabe nada más,
el sensualismo materialista se vuelve hacia atrás.
En segundo término, el autor de Sysiéme de la Nature nos ase­
gura que es fácil reconocer la influencia del gobierno en el carácter,
las opiniones, las leyes, las costumbres, ete. Por lo tanto, el gobierno
influye sobre las leyes. Esto parece sencillo y muy evidente, pero sig­
nifica que el derecho civil de un pueblo se origina en el derecho, público
de ese mismo pueblo. Un derecho depende de otro derecho, las “ leyes”
de otras “ leyes5?.. .La antinomia desaparece, pero sólo porque uno- de
sus términos, el que debía formular la conclusión definitiva del sen­
sualismo materialista, era una chata tautología.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 535

Para resolver las dificultades con que hubiera tropezado este ma­
terialismo habría sido menester:
1.° Abandonar el punto de vista metafísico que excluye toda idea
de evolución y acarrea una lamentable perturbación en las concepcio­
nes lógicas de los “'filósofos’’. Sólo con esta condición hubieran podido
“ saber” si en la ciencia de la naturaleza, como en la de la historia, el
huevo precede al animal o el animal al huevo.
2.° Llegar a la conclusiión inevitable ele que la “ naturaleza hu­
m ana” , que interesaba a los materialistas del siglo XiVIII, no explica
en modo alguno el desarrollo histórico de la humanidad. Había que
adelantarse un paso al punto de vista de las ciencias naturales-. Había
que colocarse en el punto de vista de la “ ciencia social” . Había que
comprender que el medio social tiene sus propias leyes de desarrollo,
que no dependen del hombre considerado como “ un ser sensible, inte­
ligente y r a z o n a b l e y que estas leyes tuvieron a su vez una influen­
cia decisiva sobre los sentimientos, las ideas y los razonamientos.
Esta tarea iba a ser realizada por el materialismo “ dialéctico”
del siglo XIX. Pero, antes de abordar sus brillantes descubrimientos,
examinemos las ideas de un hombre que, mejor que otro, muestra con
su ejemplo y gracias a su lógica audaz la insuficiencia y la estrechez
del punto de vista del materialismo metafísico. Este hombre es Helvecio.
H E LV E C IO

Helvecio, elegante administrador general, hombre probo, desin­


teresado, benefactor, a quien Voltaire en sus halagadoras reminiscen­
cias históricas había apodado Atico, decidió escribir un libro. Para
ello recogió en las reuniones de los filósofos que convidaba a su mesa
las doctrinas, las apreciaciones, las paradojas. Hábil para provocar
discusiones, sabía suscitar la labia ardiente de Diderot, o la sagacidad
de Suard, o los razonamientos ingeniosos y picantes del abate Galimi.
Fundió después en una doctrina estas opiniones diversas, convirtién­
dose en su vocero fiel. E l resultado de estas conversaciones escuchadas
y analizadas por Helvecio es el libro “ De l ’esprit”, es decir, en meta­
física el materialismo, y en moral el w-terés personal
E l lector conoce ahora la génesis de la obra principal de Helvecio.
Podemos seguir aquí a Demogeot, con la certeza más grande, ya que
este buen narrador se limita a repetir la fábula trasmitida desde hace
más de un siglo de una a otro vieja comadre de la literatura. Demogeot
es una comadre de buena voluntad. No “ dice” nada malo sobre Hel­
vecio, se limita a dejar que el lector lo “ adivine” . Existen otras
comadres menos benévolas, aunque más sinceras. Estas nos cuentan
que el motivo esencial de las investigaciones de nuestro filósofo era
una vanidad desmesurada. A esta vanidad debemos los “ sofismas” de
Helvecio. Esta vanidad le impidió también realizar una obra duradera
y fundamental. Las comadres, siempre y én todas partes, han estado
dotadas de una extrema perspicacia. A ellas pertenece el derecho de
escribir una historia literaria y política. En sus cuadros históricos todo
aparece claro y comprensible. Se las lee con mucho placer, poco esfuerzo
y grandes beneficios. Se las escucha de mejor gana que a esos escritores
que, como el viejo Hegel, pretenden ver más lejos que las comadres en la
historia. Se trata de una compañía aburrida, pero audiatur ei altera
pars 2.
Cuando Hegel habla del papel de los grandes hombres en la
historia abomina de:
.. .la mezquindad de los llamados moralistas, quienes en lugar de
concentrarse en lo que hay de general y de esencial en la naturaleza
humanar .eligen preferentem&Wií&s&omo objeto de sus consideraciones lo
que hay de particular y de accidental en los deseos, pasiones, etc.. . . ,
individuales.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 537

Según él, “ los grandes hombres han querido lo que han hecho} y
han hecho lo que han querido” . Podría afirmarse la misma cosa, sin
duda “ en términos algo distintos” , de todos aquellos que han traba­
jado en uno u otro terreno con mayor o menor éxito para el bien de
la humanidad, tal como ellos lo concebían. Se podría decir que “ este
punto de vista de la envidia” , tan detestado por Hegel, no nos hace
avanzar un paso en la comprensión y la valoración de las diferentes
épocas de la historia. Se podría decir que. . . en fin, se podría decir
muchas cosas, pero ¿seríamos escuchados? Se prefiere oír a las coma­
dres. Se dice, por ejemplo, que Helvecio era un sofista peligroso, un
hombre vano y superficial; lo decimos y quedamos muy satisfechos de
nosotros mismos por la honestidad y la perspicacia qne hemos demos­
trado. Y asunto concluido.
Los historiadores alemanes, en particular, maltratan, a Helvecio.
En Francia se hace alguna vez justicia a su carácter personal 3; en
Alemania se evita una afabilidad fuera de lugar en relación a un “ hom­
bre peligroso” . En Alemania se difama más a Helvecio que a La Mat­
ine. Este último es también bastante “ peligroso” ; pero, después de su
muerte, su majestad Federico el Grande tuvo la deferencia de pronun­
ciar sobre él algunas palabras benévolas. Bueno, voluntas regis su­
prema lex y los eruditos alemanes saben esto mejor que nadie, pre­
cisamente por ser eruditos.
¡ Notable circunstancia! Aunque la tesis de Helvecio habían asus­
tado a los “ filósofos” mismos, y aunque entre sus adversarios se
encontraba gente de la talla de Diderot, fue más combatido en Francia
después que antes de la Revolución. La Harpe reconoce que su refuta­
ción de los “ sofismas” de Helvecio en 1788 estuvo lejos de producir
la misma impresión que nueve años más tarde, en 1797. Se había com­
prendido ya, dice La Harpe, que la filosofía materialista era una
“ doctrina arm ada” , es decir, una doctrina revolucionaria. En 1797
la burguesía no necesitaba ya doctrinas de este tipo, que representaban
una amenaza continua para sus nuevas adquisiciones; había que hacer
tabla rasa del materialismo, y así se hizo, sin preguntarse si las demos­
traciones de los sicofantes del tipo de La Harpe estaban tan bien
fundadas como ellos lo pretendían. Otros tiempos, otras aspiraciones;
otras aspiraciones, otras filosofías s.
En cuanto a las comadres, tienen todo el derecho de quejarse de
Helvecio. Pues raras veces lo comprenden. Y esto no se debe únicamente
a que los pensamientos de él sobrepasen el horizonte de ellas.
Helvecio presentaba sus teorías de una manera muy original y
apropiada para desorientar a las comadres. Menos que ningún otro
escritor de su tiempo respetaba lo que Nordau llama las mentiras
convenidas. Como hombre de mundo y fino observador, conocía muy
bien la “ sociedad” francesa del siglo X V III; como escritor mordaz y
satírico' no dejó pasar ninguna ocasión sin decir a esta sociedad algu­
nas verdades duras de tragar, y qne no tenían nada en común con las
inocentes verdades que se acostumbra a decir “ tan bien” . De ahí una
538 0 . PLEJANOV

cantidad de malentendidos. Lo que él decía de sus contemporáneos


ora confundido con su “ idear*. Madame de Boufflers aseguraba que
Helvecio había descubierto el secreto de todos. Ella creía que este era
todo el valor y la importancia del libro De Vesprit; pero, gracias a
este quiproquo ocurrió lo siguiente. Si se trataba del respeto que merece
la “ v irtu d ” , Helvecio afirmaba que, en los “ reinos despóticos”, sólo
hay desprecio por ella, y que sólo se honra su nombre.
Si se invoca siempre a la virtud y si se la exige siempre a los ciuda­
danos, ocurre con ella lo mismo que con la verdad, que se reclama bajo la
condición de que se sea lo bastante listo para callarla.
Esta frase gozaba de la aprobación de Madame de Boufflers: ella
la proclamó como exacta, ingeniosa, deslumbrante: afirma que esta
frase revela el secreto de cada uno. Helvecio prosigue. Explica porqué
la situación es como él la dice; muestra cómo, en los Estados despó­
ticos, el interés de los hombres les hace detestar la “ v irtu d ” . Madame
de Boufflers aprueba siempre, pero aparece entonces un Lange, que
por lo general es un alemán, aunque a veces haya algún francés, para
decir que Helvecio buscaba el desprecio de la virtud. Si se habla de
amor, Helvecio observa que “ los ricos y los grandes” que no partici­
pan en el gobierno deben entregarse al amor, por ser este el medio
más eficaz contra el aburrimiento. Madame de Boufflers sonríe malicio­
samente : la adorable marisabidilla sabía más que el filósofo sobre estas
cosas. Pero el filósofo no se detiene allí y se pregunta: ¿cómo una
querida puede convertirse en una ocupación? El considera necesario
que el amante esté rodeado de peligros, que los celos vigilantes se
opongan sin cesar a su cleseo y lo ocupen sin cesar en la busca de los
modos de sorprenderla e, y llega a la conclusión de que, en estas con­
diciones, “ una coqueta es una amante deliciosa” .
Madame de Boufflers aprueba siempre. Pero surge entonces una
señora Buchholz que, llena de indignación, acusa a nuestro filósofo de
glorificar la coquetería y atacar la virtud femenina, la probada virtud
de la señora Buchholz, etc. T esto se repite sin cesar y se propaga
siempre. El malentendido se prolonga hasta nuestros días, se fija en
las cabezas de los que no han leído jamás a Helvecio y, naturalmente,
clava hondas raíces en los espíritus. Por otra parte, la lectura no
cambiaría la cosa: se leería siempre con los ojos de la señora Buchholz,
y esta señora es miope, aunque sea virtuosa y muy honorable.
¿Helvecio ha sido lo que rigurosamente podemos llamar un ma­
terialista? Su reputación nos hace dudar de esto con frecuencia.
Buffon estaba lleno de miramientos y de reservas, G'rimm era
taciturno y diplomático, Helvecio vanidoso y superficial —dice el di­
funto Lange—, todos estaban cerca del materialismo sin presentar los
puntos de vista firmes ni el desarrollo consecuente de un pensamiento
fundamental que distinguían a La Mettrie, pese a la frivolidad de
su expresión 7.
Jules Soury, eco francés de este neokantiano alemán, repite pa­
labra por palabra este juicio 8. Examinemos, pues, con nuestros propios
ojos de qué se trata.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 539

La cuestión de saber si hay en el hombre una sustancia inmate­


rial a la cual debe su vida psíquica no entra en el cuadro de las inves­
tigaciones de Helvecio. Roza esta cuestión al pasar, y la trata con ex­
trema prudencia. Por un lado, no quería enfurecer a la censura, y
habla con manifiesto respeto de la Iglesia que “ ha fijada mies ira fe
en este punto” . Por otro lado, a él no le gustaban “ las quimeras filo­
sóficas” . Hay que progresar con la observación, decía, detenerse en el
momento en que nos abandona y tener el valor de no saber lo que
todavía no se puede saber. Esto es más “ reservado” que “ vano y su­
perficial” , por cierto. Lange lo hubiera sentido así, y lo hubiera
mostrado en caso de tratarse de un escritor menos “ peligroso” . Pero
como se trata de Helvecio maneja otra balanza; otra medida: le parece
evidente que el “ vano” y “ superficial” autor del libro De l ’esprit
no podía ser más que “ vano” y “ superficial” 9.
De hec-ho Helvecio en todas las cuestiones fundamentales de la

“ metafísica” (por ejemplo, en el caso de la materia, el espacio, el in­
finito, etc.), compartía los puntos de vista del materialista inglés John
Toland. Para convencerse de esto basta comparar las “ Cartas a
Serena” (Londres, 3704) de este -autor con el cuarto capítulo del
prim er discurso del libro De l ’esprit.
Lange consideraba a Toland un materialista más allá de toda sos­
pecha; sus ideas le parecían “ las más claras posibles” . Respecto de
Helvecio este se “ acercaba” al materialismo porque su “ naturaleza
superficial” le impedía mantener un pensamiento fundamental. “ ¡Y
asi $e escribe la historial” Así es que la influencia de los hombres “ su­
perficiales” es perniciosa a las personas “ más profundas”, se vuelven a
su vez “ superficiales” al leerlos.
¿Posee la m ateria la capacidad de sentir?
Sobre este punto se ha discutido larga y vagamente. Demasiado
tarde se ha preguntado qué se discutía, y se ha fijado una idea pre­
cisa a la palabra “ ma;teria”. Si se hubiera establecido de antemano- el
significado, se hubiera llegada a la conclusión, si me atrevo a decirlo,
■de que los hombres eran los crcad,ores de la materia, que la materia no
era un ser, que solo había en la naturaleza, individuos a los cítales se había
dado el nombre de “ cuerpos”, y que por ese nombre de “ materia” sólo
podía entenderse la cantidad de cualidades comunes a todos los cuerpos.
Determinado así el sentido de esta palabra, sólo quedaba por saber si el
descubrimiento de una fuerza, como por ej&mplo, la atracción, no per­
mitía sospechar que los cuerpos poseían ciertas propiedades descono­
cidas, como la facultad de sentir que, manifiesta sólo en lo« cuerpos
organizados de los animales, podrían de todos modos ser común a, todos
los individuos. S i la cuestión se reduce a esto se percibe que, si bien
es imposible demostrar que todos los cuerpos son absolutamente insen­
sibles, todo hombre no esclarecido en este punto por la “ revelación”
[ya §ab.e?nos lo que significan las reverencias que los filósofos hacen a
la “ revelación”, al iguál qúe a los dogmas religiosos en general,
( G. P.) ] sólo puede decidir la cuestión calculando y comparando las
540 G. PLEJANOV

probabilidades de esta opinión con las probabilidades de la opinión


contraria.
Para terminar esta disputa, no era necesario pues construir dis­
tintos sistemas del mundo, perderse en la combinación de las posibili­
dades y realizar esfuerzos espirituales prodigiosos que han llevado —y
no podía ser de otro modo— a errores más o menos ingeniosos 10
Esta larga cita muestra a la vez el parentesco entre el materia­
lismo de Helvecio y el de Toland 11 y lo que podríamos llamar su es­
cepticismo, su probabilismo.
Sin embargo, para él no son los materialistas sino los idealistas
de las distintas escuelas quienes, venden las "quim eras filosóficas” .
Les recomienda inteligencia, prudencia y el cálculo de probabilida­
des. Esta inteligencia y esta prudencia deberían enseñarles que su
negación de la capacidad cíe sentir de la materia tiene por base un
producto de su imaginación, que no son las propiedades de los
“ cuerpos33 sino la definición que nos lian dado- de la materia, es de­
cir, ima sola palabra, lo que les impide unir el concepto de cuerpo con
el de la capacidad de sentir. E l esceptismo es aquí un arma dirigida
contra los adversarios de los materialistas. Lo mismo ocurre cuando
Helvecio habla de la "existencia de los cuerpos” . ¡La aptitud de la
materia de sentir no es más que mía probabilidad! ¡Nada más ver­
dadero! Pero, ¿qué prueba esto contra los materialistas? La existen­
cia de los cuerpos, por su parte, es también una probabilidad y, sin
embargo, sería absurdo negarla. Este es el camino seguido por el ra­
zonamiento de Helvecio y. si algo prueba, es que, en todo caso, él no
se ha mantenido en la duda escéptica.
Helvecio sabía, al igual que sus contemporáneos, que sólo pode­
mos conocer los cuerpos por las- sensaciones que suscitan en nosotros.
Esto prueba una vez más que Lange se equivocaba cuando pretendía
que "el materialismo toma obstinadamente el mundo de la apariencia
sensible por el. mundo de los objetos reales” 12. Pero esto no impidió
que Helvecio fuera un materialista convencido. Cita a “ un famoso quí­
mico inglés” con quien aparentemente comparte la opinión sobre la
propiedad de sentir de, la materia. He aquí lo que dice, ese químico:
Se reconocen dos clases de propiedades en los cuerpos. Una cuya
existencia es permanente e inalterable, como la impenetrabilidad, el
peso, la movilidad, etc. Estas cualidades pertenecen a la física general.
Existen en esos mismos cuerpos otras propiedades, cuya existen­
cia fugitiva y pasajera es una y otra vez provocada o destruida por
ciertas combinaciones, análisis o movimiento en las partes internas.
Estos tipos de propiedades forman las diferentes ramas de la historia
natural, de la química, etc. Pertenecen a la física particular.
E l hierro, por ejemplo, es un compuesto de flogistico y de una
tierra particular. E n este estadio de composición, está sometido al
poder de o,tracción, d e l p u e d e descomponer el hierro? Está
propiedad queda aniquilada. El imán no ejerse ninguna acción sibre
una tierra ferruginosa desprovista de flogistico.
ESBOZOS "DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 541

Entonces, ¿por qué en el reino animal la organización no puede


produci/r fácilmente esta singular cualidad que llamamos facultad de
sentirf Todos los fenómenos de la medicina y de la historia natural
prueban evidentemente que esta facultad en los animales, es el resul­
tado de ¡a estructura de sus cuerpos, que esa facultad comienza con
la formación de los órganos, se conserva mientras estos subsisten y se
pierden al fin por la disolución de los mismos órganos.
S i los metafisicos me preguntan en qué se convierte entonces en
el animal la “facultad de sentir”, les responderé: en lo que se con­
vierte en el hierro descompuesto la cualidad de ser atraído por el imán.
Helvecio no es sólo un materialista, sino entre todos sus contem­
poráneos, quien ha adherido con más consecuencia a las ideas fun­
damentales del materialismo. Tan “ lógico” fue que asustó a los
otros materialistas. Ninguno se atrevió a seguirlo en sus audaces deduc­
ciones. E n este sentido, en efecto, se mantiene sólo en la “ vecindad,”
de hombres como Holbach, pues estos hombres sólo podían acercarse
a él.
E l alma no es en nosotros más que la capacidad de sen tir; el en­
tendimiento es el resultado; todo es sensación en el hombre.
La sensibilidad física es} en consecuencia, el principio de sus ne­
cesidades, de sus pasiones, de su sociabilidad, de sus ideas, de sus juicios,
de su voluntad, de sus acciones. . . El hombre es una máquina que,
puesta en movimiento por la- sensibilidad física, debe realizar todo lo
que ésta ejecuta u .
Así, el punto de partida de Helvecio es absolutamente igual al de
Holbach. Es la base sobre la que construía nuestro “ peligroso sofista” .
Veamos lo que hay de original en la arquitectura de este edificio.
¿Qué es la v irtu d ”? No existe un filósofo del siglo X V III que no
haya discutido esta cuestión a su manera. P ara Helvecio la cosa es
simple. Lía virtud reside en el conocimiento de lo que los hombres se
deben mutuamente, Por lo tanto, supone la formación de una sociedad.
Nacido en una isla desierta, abandonado a mí mism-o, yo viviría
sin vicio y sin virtud. No podría manifestar ni la una ni el otro.
¿Qué debemos, pues,- entender por las palabras “ viciosos” y “ virtuo­
sos” ? Las acciones útiles o dañinas para la sociedad. Esta idea sencilla
y clara es, a mi entender, preferible a toda declamación oscura y ampu­
losa sobre la virtud l5.
“ E l interés general es la medida y también la base de la virtu d ” .
Nuestros actos son tanto más malos cuanto más perniciosos son a la
sociedad. Son tanto más virtuosos cuando más ventajosos sean para
ésta. Salus pop-uli, suprema lex 1G.
“ La v irtu d ” de nuestro filósofo es, ante todo, una virtud “ polí­
tica” . Predicar la moral no conduce a nada: un predicador no será
jamás un héroe. .Es..necesario dar a la sociedad una organización que
pueda enseñar a sus miembros el respeto al interés general. La corrup­
ción de las costumbres no es más que el divorcio entre el interés pú­
542 G. PLEJANOV

blico y el interés privado. El mejor moralista es el legislador que sabe


hacer desaparecer ese divorcio.
Se pretende con fercuencia que el “ utilitarism o” de J. S. Mili es
muy superior como doctrina moral a la ética de los materialistas del
siglo X V III, pues estos querían fundar la moral sobre el interés per­
sonal, mientras que e-1 filósofo inglés colocó en primer plano el prin­
cipio de la mayor dicha para la mayor cantidad. E l lector puede ver
ahora que el mérito de J. S. Mili es más que dudoso. La dicha para la
mayoría es un copia empobrecida y desprovista de sus colores revolu­
cionarios del “ interés general” de los materialistas franceses. Pero
si esto es a sí: ¿ de dónde proviene la opinión que ve en el utilitarismo
de J. S. Mili una modificación feliz de la moral materialista del siglo
X V III?
¿Qué es ese principio de la mayor dicha para la mayor cantidad?
Es la sanción de la conducta humana. Desde este punto de vista, los
materialistas no tenían nada que aprender del célebre libro de Mili.
Pero los materialistas no se contentaban con haber encontrado una
sanción. Tenían ante sí “ un problema científico” que resolver. ¿Por
qué medios puede el hombre, ya que no es más que sensibilidad,
aprender a considerar el bien general? ¿Qué milagro le hace olvidar
las exigencias de su sensibilidad física para llegar a fines que parecen
no tener nada en común con ésta? En el cuadro y los límites de este
problema los materialistas toman, en efecto, como punto de partida,
“ el interés personal de los individuos” . Pero, tomar el interés personal
como punto de partida es, sencillamente, repetir una vez más la
proposición de que el hombre es un ser dotado de sensaciones y nada
más. Ejl interés personal no era un imperativo moral, sino simplemente
un hecho científico 17.
Holbach ha soslayado la dificultad de este problema utilizando
una terminología demasiado vasta.
Cuando decimos que “ el interés es el imico móvil de las acciones
humanas” queremos indicar con esto que cada hombre trabaja a su
manera para su propia dicha, qu,e sitúa en algún objeto, ya sea este
visible o invisible, real o imaginario, y que todo■el sistema de su con­
ducta tiende a lograr dicho objeto 18.
Esto significa, en otros términos, que el interés personal no se
somete a las exigencias de la “ sensibilidad física” . Pero al mismo tiem­
po el hombre no es para Holbach, como para todos los materialistas
del siglo X V III, nada más que sensibilidad. Hay aquí una inconsecuen­
cia y, gracias a ella, la “ ética” de Holbach inspira a los historiadores
de_ la filosofía menos horror que la de Helvecio. Según Lange, “ la
ética de Holbach es seria y pura” 19. Hettner, por su parte, ve en ella
algo esencialmente distinto de la de Helvecio20.
El autor de De Vesprit es, de todos los filósofos del siglo X V III,
el único que se ha atrevido a abordar la cuestión del “ origen” de los
sentimientos morales. Es el único que osó deducirlos de la “ sensibili­
dad física” del hombre.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 543

E l hombre es sensible al placer y al dolor físicos. Huye de éste


y busca a aquél. Esta huida y aspiración continua e inevitable lleva
el nombre de “ amor pro-pio”. Este amor es inseparable del hombre:
es su sensación fundamental.
Be todos los sentimientos es el úmco en su género; le debemos
todos nuestros deseos, todas nuestras pasiones; estas no pueden ser
en nosotros más que el sentimiento de la aplicción del amor de sí
mismo a tal o cual objeto 21,
Abrid la historia: se verá que en iodos los países en que se ha
alentado a determinadas virtudes con la esperanza del placer de los
sentidos, estas virtudes han sido las más comunes y han disfrutado de
esplendor mayor 22.
Los pueblos más aficionados al amor han sido los más valerosos.
“ Es que, en esos países, las mujeres no acordaban sus favores más que
a los valientes” . Entre los samnitas la más grande belleza era el
premio de la más elevada virtud guerrera. E n Esparta el sabio Licurgo
estaba persuadido que “ el placer es el motor único y universal de los
hombres”, e hizo del amor la palanca del coraje, En las grandes fiestas
las más jóvenes y hermosas laeedemonias avanzaban semi-desnudas y
bailaban frente al pueblo reunido. Con sus cantos aguijoneaban a los
cobardes y elogiaban a los bravos. Sólo los valientes podían reinvin-
dicar los favores del bello sexo. Por esto los espartanos se esforzaban
en ser bravos: la pasión del amor despertaba en sus corazones la pasión
del deseo de gloria. Sin embargo, en este punto, el límite extremo de lo
posible no fue todavía logrado por las sabias medidas de licurgo. En
efecto, supongamos que, al igual de esas vírgenes consagradas a Isis o
a Y esta, las más hermosas laeedemonias hubieran sido consagradas al
mérito; que, presentadas desnudas ante las asambleas, hubieran sido
raptadas por los guerreros, como premio a su -valor; y que los jóvenes
héroes hubieran experimentado al mismo tiempo la embriaguez del
amor y de la gloria; por extraña y alejada de nuestras costumbres
que sea esta legislación, lo cierto es que hubiera hecho más virtuosos
y más valientes a los espartanos, pues la fuerza del valor es siempre
proporcionada al grado de placer que se le asigna como recompensa23.
Helvecio acaba de hablar de¡ la “ doble embriaguez del amor y de
la gloria” . No hay que equivocarse. E n la “ pasión” del deseo de gloria
todo puede relacionarse con la sensibilidad física. Amamos la gloria
como amamos las riquezas, a causa del “ poder” que proporcionan. Pero,
¿qué es el poder 1 Es el medio de obligar a los otros a que sirvan a
nuestra dicha. Y la dicha está unida en el fondo al placer de los sentidos.
“ E l hombre no es más que sensibilidad” . Todas las pasiones de este
tipo, es decir, la pasión de la gloria, del poder, de las riquezas, etc., no
son más que “ pasiones ficticias” que derivan de las necesidades físicas.
P ara comprender mejor esta verdad debemos recordar que tanto las
sensaciones de placer como los dolores son de dos tipos: los dolores y
los placeres actuales y los dolores y los placeres de anticipación.
MWéró de hambre: experimento un dolor actual. Preveo que moriré
de hambre pronto: experimento un dolor de anticipación.
544 G. PLEJANOV

¿Un hombre ama las bellas esclavas y los hermosos cuadros? Si


descubre un tesoro, quedará transportado: Sin embargo, se dirá, no
experimentará en esto ningún placer físico. De acuerdo. Pero adquiere,
en ese momento, el medio de procurarse el objeto de sus cíeseos. Esta
antipación de un placer próximo es ya un placer z,’>.
Queda entendido qne esta “ anticipación” no contradice el punto
de partida de Helvecio. Esta anticipación no es xnás que im efecto de la
memoria. Si imagino que Ja falta de alimento me causará dolor, es
porque ya he experimentado este dolor. Pero el carácter original de
la memoria es “ colocar en cierta medida los órganos en el punto” en
qne los pondría el dolor o el placer.
Es por lo tanto evidente que todas las penas y los placeres repu­
tados interiores son sensaciones físicas y que, por las palabras “ exte­
rior” e “ interior” no debe entenderse más que impresiones excitadas
por la memoria o por la presencia misma de los objetos25.
La anticipación, es decir, la sensación física, me hace lamentar la
muerte de un amigo. Con su conversación él alejaba el aburrimiento,
“ este malestar del alma, qne es realmente una pena física” . Hubiera
arriesgado su vida y su fortuna por arrancarme a la muerte y al dolor;
buscaba sin cesar el aumento de mi dicha por medio de placeres de
todo tipo. Al saber que estos placeres me son robados don la muerte de
mi amigo, se me llenan los ojos de lágrimas.
Si descendemos, y hurgamos al fondo del alma no percibimos, en
ÍQdos los sentimientos, otra cosa que los desarrollos del placer y del
dolor físico 26.
Se objetará a Helvecio: sin embargo, su amigo hubiera arriesgado
su vida y su fortuna para evitarle a usted un dolor. Usted mismo lo con­
fiesa. Reconoce usted también al mismo tiempo que cierta gente, para
lograr un fin ideal, hace oídos sordos a la voz de su “ sensibilidad
física ’\
Nuestro filósofo no contesta directamente a la objeción. Pero fá­
cilmente nos damos cuenta de que no se hubiera turbado, ¿Cuál es,
hubiera preguntado, el móvil de los actos heroicos? “ La esperanza de
una recompensa” . En estos actos se corre gran peligro, pero cuanto
mayor es el peligro mayor es ía recompensa. E l interés (la sensación
física) nos dice que vale la pena correr el riesgo. Si ocurre así en los
más grandes y gloriosos hechos de la historia, la abnegación de un
amigo no tiene en sí nada de particular.
Hay personas que aman la ciencia, que se demacran leyendo libros
y soportan toda clase de privaciones para adquirir conocimientos. Se
dirá que el amor a la ciencia no tiene nada en común con el placer
físico. Es un error. ¿Por qué el avaro se priva hoy de lo necesario?
¿Por qué quiere acrecentar para mañana sus medios de placer, para
pasado mañana quizás, para el porvenir? Bueno. Reconozcamos que este
es también el caso del sabio^y tendremos la solución del enigma:
gDesea et avaro un hermoso castillo y el hombre de talento una
hermosa m ujerf Si para adquirir el tino y la otra son necesarios rique­
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 545

zas y una gran reputación, estos dos hombres trabajarán, cada uno por
su lado, el uno para acrecentar su riqueza, el otro su renombre. Pero,
si en el tiempo empleado para adquirir este dinero y este renombre,
envejecen, si han adquirido costumbres que ya no pueden quebrar sin
realizar esfuerzos que la edad ya no les permite, tanto el avaro como
el hombre de talento morirán, el uno sin su castillo, el otro sin su
querida 27.
Esto bastó para llenar de indignación a la “ gente honesta” de
todo el mundo, y explica porqué su mala reputación hizo fracasar a
Helvecio. Pero basta también para mostrar el lado débil de su “ aná­
lisis” . Añadamos otra cita a las precedentes:
A l reconocer que nuestras pasiones tienen su origen en la sensi­
bilidad física, se podría creer que, en el estado actual de las naciones
civilizadas, estas pasiones existen independientemente de la causa que
las ha producido. Por lo tanto, siguiendo la metamorfosis de las penas
y de los placeres físicos en penas y en placeres ficticios, demostraré que,
en las pasiones; como la avaricia, la ambición, el orgullo o la amistad,
cuyo objeto parece pertenecer menos al placer de los sentidos, es siem­
pre el placer físico lo que buscamos o el dolor físico ele lo que
huimos 28.
Por lo tanto, no hay ninguna trasmisión hereditaria. Según Darwin
las aptitudes intelectuales y morales del hombre son variables, “ y
tenemos todos los motivos para creer que estas variaciones tienden a
ser hereditarias” . Según Helvecio las aptitudes del hombre son extre­
madamente variables, pero jas modificaciones no se trasmiten de una
generación a otra, pues su base, la aptitud para la sensación física,
sigue inmutable. La mirada de Helvecio es lo bastante penetrante
para percibir los fenómenos de la evolución. Ve que “ la misma raza
de animales, según la naturaleza y abundancia de la alimentación, se
vuelve más débil o más fuerte, se eleva o retrocede” . Señala también
que ésto es válido para los “ robles” . “ Se ven pequeños, grandes, de­
rechos, torcidos, pero ninguno que sea exactamente igual al otro” . ¿De
dónde proviene éstol “ Tal vez de que ninguno recibe exactamnte los
mismos cuidados, no ocupa el mismo lugar, no es agitado por el mismo
viento, no ha sido plantado en la misma capa de tie rra ” . Nada más
razonable que esta explicación. Pero Helvecio no se detiene aquí. P re­
gunta: £‘ ¿ Lo, diversidad de los seres reside en los gérmenes o en su
desarrollo ?” No es el interrogante de un espíritu lerdo. Pero notemos
bien el sentido del dilem a: o en los gérmenes o en el desarrollo. Nuestro
filósofo no prevé siquiera que la historia de la especie pueda dejar hue­
llas en la estructura de los gérmenes. ¿La historia de la especie? Exis­
tía para él tan poco como para sus contemporáneos. E l sólo tiene en
vista al individuo, no interroga más que a la naturaleza “ individual”.
observa el “ desarrollo” individual. Estamos lejos de satisfacernos con
la opinión de Darwin sobre la trasmisibilidad de las “ disposiciones”
morales e intelectuales. Esta opinión no es más que la primera palabra
de las ciencias naturales evolucionistas. Pero sabemos muy bien qne,
546 G. PLEJANOV

. cualquiera sea el resultado que pueda obtener, 110 logrará éxito si no


emplea el método dialéctico para estudiar fenómenos de naturaleza
esencialmente dialéctica. Helvecio sigue siendo un metafísico, aun
cuando su instinto lo lleva hacia un punto de vista completamente
. opuesto, “ hacia el punto ele vista dialéctico’’. E l reconoce “ no saber”
si la diversidad de los seres “ reside” totalmente en su desarrollo (indi­
vidual). Tal hipótesis le parece, tal vez, muy arriesgada. Y, en efecto,
en tal caso ocurriría lo que Lucrecio, bien conocido por los filósofos
materialistas, consideraba el máximo absurdo:
E x ómnibus regus
Omne gemís nasci posset. . .
. . . Neo fruetus idem arboribus constare solerent
Sed mutarentur: ferre omnes omnict posseni 30.
Pero si se limita el problema, si no se trata más que de una especie,
a saber, “ la especie hum ana” , Helvecio ya no tiene escrúpulos. Preten­
de positivamente y con la máxima certidumbre que toda la “ diver­
sidad” de los hombres reside en su desarrollo y no en sus gérmenes,
no en la trasmisibilidad hereditaria; al nacer todos tenemos las mismas
disposiciones: sólo la educación nos diferencia. Veremos más adelante
que este pensamiento, aunque carezca de base sólida, se vuelve en él
fecundo. Pero llega a esto por un camino falso, y este origen de su
pensamiento se hace sentir dondequiera que lo utilice, dondequiera que
intente demostrarlo. Lo cual muestra que Eiderot tiene razón al juz­
gar que las afirmaciones de Helvecio son mucho más fuertes que sus
pruebas. El método metafísico de los materialistas del siglo X V III se
venga sin cesar del más audaz y más lógica de sus p-artidarios.
Buscamos constantemente el placer físico y huimos constantemen­
te del dolor físico. Una afirmación importante. ¿Cómo demostrarla?
Helvecio toma a un hombre acabado, un adulto con sus “ pasiones” ,
cuyas causas actuante son extremadamente numerosas y complicadas
y tienen su origen indudable en la influencia del medio social, es decir,
en la historia de la especie, y procura hacer derivar esas “ pasiones”
de la sensibilidad física. Lo que surge independientemente de la con­
ciencia nos es presentado como un producto inmediato de esa misma
conciencia. Una costumbre, un instinto toman la forma de una refle­
xión, que hará nacer en el hombre tal o cual sentimiento E n nuestro
estudio sobre Holbach hemos explicado que este error era propio de
todos los *‘filósofos ’ ’ partidarios de la moral utilitaria. Pero en Helve­
cio este error adquiere proporciones verdaderamente lamentables. En
la imagen trazada por Helvecio la reflexión desaparece literalmente
para dejar lugar a una serie de representaciones, todas sin excepción
vinculadas a la “ sensibilidad física” . E sta sensibilidad que, sin duda,
es la causa eficiente muy alejada de nuestras costumbres morales se
transforma en causa final de nuestros actos. Una ficción se sustituye
así a la solución del problema. Pero queda entendido que el problema
no puede resolverse en el ácido de la ficción. Más aún. Con su “ análi­
sis” Helvecio priva a nuestros sentimientos morales de sus cualidades
'ESBOZOS DE HISTORIA ’ DEL MATERIALISMO 547.

específicas y suprime de esta manera precisamente esa x, esa incógnita


cuyo valor trata de determinar; quiere probar que todos nuestros
sentimientos, derivan de la sensibilidad física: por eso se representa
a un hombre que busca constantemente el placer carnal, “ hermosa^
esclavas” , etc. De hecho, su afirmación es más fuerte que sus pruebas.
Tras lo que acabamos de analizar, no es necesario subrayar, como
hiciera La Harpe y muchos otros, que Newton no meditó s-us poderosos
cálculos para poseer una hermosa amante, i Seguramente n o ! Pero esta
verdad no nos hace procesar de modo alguno ni en la ciencia del hom-
bre ni en la historia de la filosofía. Hay cosas más importantes por
hacer que enunciar estas “ verdades”.
¿Se cree seriamente que Helvecio sólo podía imaginar a un hom­
bre como un intelectual voluptuoso? Basta hojear sus obras para con-:
vencerse de que este no es el caso. Helvecio sabe muy bien, por ejemplo,
que hay personas que, “ lanzadas en espíritu hacia el porvenir y sabo­
reando ds antemano los elogios y la estima de la posteridad” sacrifi­
can la gloria y la consideración del momento a la esperanza
con frecuencia muy alejada, de una mayor gloria y una mayor consi­
deración; personas que, en general, “ sólo desean la estima de los más
estimables” 181. Esta gente prevé, sin duda, que no disfrutará de muchas
“ satisfacciones físicas” . Helvecio declara también que hay gente para
quién lo más amado es la. justicia. Y afirma que, en el recuerdo de esta
ííente, la idea de justicia está ligada estrechamente a la idea de la dicha
que las dos ideas no son más que una. sola, imposible de separar.
iBe adquiere la costumbre de recordarlas unidas f Bien pronto ya
no es posible separarlas. TJna vez contraído el hábito, tenemos orgullo
de ser siempre justos y virtuosos, y no hay nada que no se sacrifique a
este noble orgullo 32.
P ara ser justos, estas personas ya no tienen necesidad de llenar
su cabeza con imágenes voluptuosas. Nuestro filósofo declara, por otra
parte, que la educación hace justos e injustos a los hombres, que el
poder de la educación es ilimitado, que “ el hombre moral es todo edu­
cación e imitación” 33. Habla de la mecánica de nuestros sentimientos,
de la fuerza de la asociación de ideas:
Si por la forma de gobierno yo debo temer iodo de los grandes,
respetaré mecánicamente la grandeza hasta en el señor extranjero, que
no tiene poder sobre mí. SÍ asocio en el recuerdo la idea de virtud y
la de dicha, cultivaré la virtud, aunque sea perseguida. Sé que, a la
larga, las dos ideas se separarán, pero esto seré obra del tiempo, de
mucho tiempo probablemente.
Para terminar añade que . . . en la meditación profunda de este
hecho se encontrará la solución de infmidad de problemas morales,
insolubles si no se conoce esta asociación de nuestras ideas 3>l.
Pero, ¿qué es todo esto? Un amasijo de contradicciones, unas más
^llamativas que otras. ¡ Sin d u d a! Los metafisicos son con frecuencia
■víctimas de estas contradicciones. Contradecirse a cada paso es, su mal
profesional, el único medio de conciliar sus alternativas. Helvecio dista
548 G . PLEJANOV

mucho de ser excepción a esta regla general. Por el contrario: como su


espíritu es vivaz y emprendedor paga con más frecuencia que los otros
los errores de su método en esta moneda. Está bien constatar estos erro­
res y demostrar así las ventajas del método dialéctico; pero no creamos
librarnos con una indignación moral perfectamente fuera de lugar y
algunas verdades diminutas que, por otra parte, son tan viejas como el
mundo.
Se percibe al leerlo — dice La Harpe de nuestro filósofo— que su
imaginación sólo se apasiona por las ideas brillantes y voluptuosas; y
nada es menos análogo al espíritu filosófico 34.
Esto significa que Helvecio hablaba de la “ sensibilidad física” y
bacía de ella el punto de partida de sus investigaciones porque se de­
jaba arrastrar fácilmente por sus instintos sensuales. Se ha hablado
mucho de su pasión por las “ hermosas amantes” . Se ha atribuido esta
pasión a su vanidad. Nosotros nos guardaremos mucho de acordar el
menor valor a estos procederes “ críticos” . Pero nos parece aquí inte­
resante comparar Helvecio a Chernichevski. Este gran representante
ruso 4el siglo de las luces era todo menos un (‘ elegante ” , o un “ adminis­
trador general” , o un “ vanidoso” (nadie lo acusó jamás de esta debili­
dad), no era siquiera aficionado a las “ bellas esclavas” . Y, sin embargo,
de todos los filósofos franceses del siglo X V III es Helvecio quien se le
parece más. Tiene la misma intrepidez lógica, el mismo desprecio por el
sentimentalismo, el mismo método, los mismos gustos, las mismas demos­
traciones racionales, las mismas conclusiones —hasta en cuestiones de
detalle— y los mismos ejemplos en apoyo de tal o cual afirmaciónss.
¿Cómo explicar esta identidad de puntos de vista? ¿Debemos ad­
m itir un plagio de parte del escritor ruso? Nadie, hasta ahora, se ha
atrevido a decir esto sobre Chernichevski. Supongamos, pese a todo,
que la acusasión sea fundada. Entonces tendríamos que afirmar que
Chernichevski ha robado a Helvecio las ideas que este debía a su tem­
peramento sensual y a su vanidad desmesurada. Realmente es algo
maravillosamente c la ro ... ! y que revela una profunda filosofía de la
historia del pensamiento hum ano!
Al señalar los defectos de Helvecio no debemos olvidar que él peca­
ba exactamente por el mismo costado que toda la filosofía idealista
(mejor dicho dualista) que combatía el materialismo francés. Spinoza
y Leibniz sabían manejar a veces el arma de la dialéctica (especial­
mente el segundo en sus Nuevos Ensayos Sobre el Entendimiento
Humano), pero sus puntos de vista de conjunto no dejan de ser metafí-
sicos. Por otra parte, Leibniz y Spinoza distaban mucho de ser maestros
de pensamiento para la filosofía francesa del siglo X V III. Reinaba
entonces un cartesianismo más o menos modificado y desleído; y el carte­
sianismo no tiene la menor idea de la evolución '35. La impotencia de este
método fue en cierto modo una *‘herencia'' que legaron al 'materialismo
sus predecesores dualistas. No hay que hacerse ilusiones. Si los materia­
listas están equivocados, esto no quiere decir que sus adversarios tengan
razón. Ein modo alguno. Sus adversarios cometían un doble, un cuá­
druple error, un error incomparablemente más grave.
ESBOZOS DE HISTORIA' DEL MATERIALISMO 549

¿Qué nos dice, por ejemplo, La Harpe sobre el origen, de los


sentimientos morales, él que, sin duda, no se privó de lanzar contra
Helvecio todas las baterías de la antigua filosofía? i Oh, muy poco!
Nos asegura que “ todas nuestras pasiones nos son dadas de inmediato
por la naturaleza” , que son de “ nuestra naturaleza” (subrayado por
el mismo La Harpe), “ aunque sean -susceptibles de una corrupción que
solo puede producirse en las grandes sociedades” ; que “ la sociedad
está en el orden n atu ra l” , y que, por esto, Helvecio “ está en un gran
error al llamar ficticio a lo que está en un orden natural y necesario” ;
que hay en el hombre “ una regla para los juicios que no es la de su
propio interés” , y que “ esta regla es el sentimiento de justicia” ; que
“ el placer y el dolor sólo pueden ser los motores de los viles animales” ,
pero que “ Dios, la conciencia y las leyes que son consecuencia del uno
y de la otra deben regir a los hombres” 36. ¿No es profundo? ¡Todo
queda ahora en claro!
Pero admiremos ahora a otro adversario de nuestro “ sofista” . Esta
vez se trata de un hombre del siglo XXX. Tras leer en De l ’csprit que
el interés general es la medida de la virtud, que toda sociedad conside­
ra virtuosas las acciones que le son útiles y que los juicios de los hom­
bres sobre las acciones del prójimo varían en función de sus intereses,
el hombre lanza con aire triunfante esta verborragia impetuosa:
S i se pretende que los juicios sobre el mérito de las acciones que
emite del mayor número de público tienen derecho a la infalibilidad,
habría que admitir igualmente toda una serie de consecuencias que
se desprenden de este principio y que son cada vez más absurdas, como
por ejemplo: las opiniones de la mayoría son las únicas que están
de acuerdo con la verdad... Una verdad se convierte en un error cuan­
do deja de formar parte de la opinión de la mayoría y pasa a ser la
opinión de la, minoría, y viceversa: un error se convierte en verdad
cuando después de haber formado parte de la opinión de la minoría
se convierte en opinión de la mayoría'S7.
El hombre se muestra ufano: su refutación de Helvecio, cuyas
teorías no han logrado captar es, efectivamente, “ nueva” .
Aun personas de envergadura muy distinta, como Ijange, no ven
en esta doctrina nada más que una apología “ del interés personal” .
Se admite, como si fuera un axioma, que la ética de Aidam Smith no
tiene nada en eomún con la ética de los materialistas franceses. Se
pretende que la una está en los antípodas de la otra. Ijange, que sólo
tiene desprecio por Helvecio, habla con gran respecto del Adam Smith
m oralista:
Las deduciones que Adam Smith ha extraído de la simpatía, dice,
y pese a que la investigación ha sieh llevada a cabo muy mediocre­
mente, aun teniendo en cuenta, la época, nos parecen en la actualidad
la tentativa más adecuada que se haya hecho para encontrar un fun­
damento racional y natural a la moral.
El comentarista francés de la Theory of Moral Seniimenis, 3VI. Bau-
drillart, veía en este punto de vista una reacción saludable “ con­
550 G. PLEJANOV

tra los sistemas del materialismo y del egoísmo” . El mismo Smith. tenía
escasa simpatía por los sistemas morales de los materialistas. La teoría
de Helvecio había de pareeerle “ disoluta” , como la de Mandeville. Y
en realidad, a primera vista, la teoría de S-mith parece oponerse to­
talmente a lo que encontramos en los escritos de Helvecio. Debemos
esperar que el lector no ha olvidado los términos en que este último
explica el pesar que experimentamos al perder un amigo. Leamos ahora
las líneas del célebre inglés:
Experimentamos simpatía inclusive por los m uertos,.. nos da pena
que estén privados de la luz del sol, de la visión y dtel comercio con
los hombres, que estén encerrados en una fría tumba y entregados a los
gusanos y a la descomposición, que estén olvidados del mundo y pier­
dan lentamente el lugar que ocupaban en nuestro afecto, es decir, en
el recuerdo que guardan de ellos sus amigaos y parientes más
queridos. .. .E l hecho de que nuestra simpatía sea incapaz de ayu­
darlos nos parece que aumenta asimismo su desdicha, etc.38.
He aquí, sin duda, algo completamente diferente. Pero conside­
remos el punto más de cerca. ¿Qué es la simpatía de Adam Smith?
Por grande que sea el egoísmo que se puede -suponer en un. hombre,
responde, existen sin duda en su naturaleza ciertos principios que pro-
■vienen del interés que le inspira la suerte de sus semejantes y que con­
vierte a la felicidad dé éstos en una felicidad para sí mismo, aunque no
obtenga de ello nada más que el placer de ser un testigo. . . E l hecho
de sentir uno mismo los dolores de otro es demasiado común para que
sea necesario demostrarlo.
La fuente de esta sensibilidad a los sufrimientos ajenos reside en
la facultad que tenemos de ponernos en el lugar de los otros por medio
de una imaginación, facultad que nos permite comprender o sentir, por
nuestra parte, lo que ellos experimentan39.
¿Es posible creer que no hay nada semejante a esta teoría de la
simpatía en los escritos de Helvecio 1 Eín su libro De Vhomme (sección
II, capítulo V II) Helvecio se pregunta: “ ¿Qué es un hombre huma­
no 1>” Y contesta: “ Es el hombre para quien el ■espectáculo de la mise­
ria ajena es un espectáculo doloroso** Pero ¿de dónde le viene al hom­
bre esta facultad de sentir los sufrimientos del otro? Le viene de la
educación, que nos acostumbra a identificarnos con los otros.
¿Ha adquirido el niño la costumbre de identificarse con los des­
dichados!? Una- vez que se adquiere esta costumbre, el niño se conmue­
ve tanto más ante la, desdicha por el hecho de que, al lamentar la
suerte de estas personas, se conmueve por la humanidad en general y,
en consecuencia, por sí mismo en particular. Una infinidad de sen­
timientos distintos se mezclan a este primer sentimiento y de las
combinaciones surgidas se forma el sentimiento total de placer que expe­
rimenta un alma noble al socorrer a un miserable, sentimiento que no
siempre está en condiciones de analizar !>°.
Se reconocerá que Smith tiene exactamente el mismo> concepto de
la simpatía, punto de partida de sus deducciones. Lo cierto es que Hel-
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 551

vedo asocia la simpatía a otros sentimientos menos “ simpáticos” .


Según él, se auxilia a los desdichados: 1) para evitarse el dolor físico
de ser testigo de su sufrimiento; 2) para gozar del espectáculo del
reconocimiento, el cual produce en nosotros, por lo menos, una espe­
ranza confusa de lejana utilidad; 3} para realizar un acto de poder cuyo
ejercicio siempre nos resulta agradable, dado que evoca en nuestro espí­
ritu la imagen de placeres asociados a este poder; 4) porque la idea de
dicha se asocio siempre — cuando la educación -es buena— a la idea de
beneficencia y que esta, beneficencia al ganarnos la estima y el afecto
de los hombres puede. del mismo modo que las riquezas, ser considerada
como un poder o un medio de sustraerse a los dolores y de obtener
placeres41.
Ya no es más lo que dice Smith, pero esto no cambia en nada la
cosa en lo referente a la simpatía. Ésto nos demuestra qne Helvecio
obtiene resultados totalmente contrarios a los del autor de la <(Teoría
de los Sentimientos M o r a l e s P ara éste la simpatía está en nuestra na­
turaleza; para Helvecio sólo existe en nuestra naturaleza la “ sensibili­
dad física ’\ El autor se ve forzado a analizar lo que Smith no intenta
rozar siquiera. Smith progresa en una de estas direcciones; Helvecio
toma la direceión opuesta. ¿Es sorprendente acaso que se alejen cada
vez más el uno del otro y que finalmente ya no se encuentren?
Sin ninguna duda, Helvecio está lejos de intentar hacer pasar a
todos nneatros sentimientos por la simpatía, como una de las etapas
necesarias de la evolución de éstos. Eat este terreno no es “ parcial” .
Pero no se debe creer que la simpatía ha hecho abandonar totalmente a
Smith su punto de vista utilitario. P ara Smith, como para Helvecio, él
interés de la sociedad es el fundamento y la sanción de la m oral42.
Pero no se le ocurre la idea de establecer este fundamento y esta
sensación a partir de los elementos primeros de la naturaleza humana.
Helvecio no se pregunta qué es en el fondo esta “ sabiduría suprema que
está presente en el sistema de las inclinaciones hum anas” . No ve. en
ello nada más que un hecho, mientras que Helvecio ya ve en lo mismo
un proceso evolutivo. Smith dice que esta explicación de la naturaleza
humana, que ve en el amor propio el origen de todos nuestros sentimien­
tos y pasiones. . . parece provenir de úna idea confusa'y falsa del sistema
de la sim patía43.
También podría haber diebo que este sistema se esfuerza por descu­
brir el origen de nuestras pasiones y de nuestros sentimientos, mientras
que él se contenta simplemente, con describirlos más o menos bien u .
Las contradicciones en que se ha encerrado Helvecio son, cómo lo
hemos dicho ya varias veces, justa consecuencia de su método métá-
físico. Además, se comprueba en él la existencia de numerosas contra­
dicciones qne provienen del hecho de que limita frecuentemente su pun­
to de vista teórico, con el propósito de destacar con ®<ayor claridad la
posibilidad y la facilidad de obtener ciertos fines prácticos. Es lo que
muestra, entre otras cosas, el ejemplo de Régulo, “ calumniado” por
nuestro autor.
552 G. PLEJANOV

Helvecio demuestra que, dada la situación de este general, y


las costumbres de los antiguos romanos, Régulo no hubiera podido
actuar de otro modo si hubiera seguido tan sólo su interés personal.
Es contra esta calumnia que se rebela Jean Jacques. Pero Helvecio
no ha querido decir en. modo alguno que Régulo, en realidad, ha
seguido tan sólo su propio interés. ‘‘La acción de Régulo fue, sin duda,
el efecto del entusiasmo wnpetuoso que lo llevaba a la virtud ” . ¿A qué
quiere llegar pues con su “ calumnia” ? Quiere demostrar que “ un
entusiasmo semejante sólo podía darse en Roma” . La legislación ex­
tremadamente perfeccionada de dicha república había sabido ligar en
forma muy estrecha “ el interés particular al interés piiblico” 45.
De aquí proviene el heroísmo de los antiguos romanos. Conclu­
sión ‘p ráctica: si aprendemos a proceder del mismo modo veremos nac.er
a hombres tan heroicos como Régulo. Con el propósito de volver el pun­
to más evidente a sus lectores, Helvecio sólo muestra un lado del pro­
blema. Pero esto no prueba de todos modos que olvíde la importancia
de la costumbre de 3a asociación de ideas, de la “ sim patía' del entusias­
mo, del noble orgullo, etc. De ningún modo. Pero no sabe encontrar los
hilos que unen esta influencia al interés personal, a la “ sensibilidad
física” , y al mismo tiempo se esfuerza en descubrirlos, pues nunca ol­
vida que el hombre es tan sólo sensación. Si fracasa en esta tarea la
culpa no es suya, sino del carácter metafísico del materialismo de su
tiem po: siempre tendrá el mérito de haber extraído todas las conse­
cuencias que se desprendían de su principio fundamental.
Este mismo predominio de las cuestiones prácticas lo lleva a tratar
apresuradamente el punto que consiste en saber si todos los hombres
nacen con las mismas aptitudes. Helvecio ni siquiera ha sabido plantear
adecuadamente la cuestión. Pero ¿qué quería decir cuando trataba el
punto a la ligera? Grimm, que fue su maestro en la teoría, lo había
comprendido muy bien. En su Correspondencia, dice Grimm al refe­
rirse al libro Be Vlíomme (nov. 177S) :
Tiene como finalidad principal la demostración de que el genio,
las virtudes, los talentos a los cuales deben las naciones su grandeza
y su felicidad no son un efecto de los diferentes modos de alimentación,
temperamentos y órganos de los cinco sentidos, sobre los cuales las leyes
y la administración no tienen ninguna influencia, sino el efecto de 1-a
educación, respecto de la cual las leyes y el gobierno iodo lo pueden !,e\
Sé comprende fácilmente qué valor práctico presentaba esta con­
cepción en aquella época de fermentación revolucionaria.
Si el hombre es sólo una máquina movida por la “ sensibilidad
física” y en la obligación de realizar todo lo que ésta última realiza,
entonces él libre albedrío desempeña un papel tan nulo en la historia
de un pueblo como en la vida de un individuo. Si la “ sensibilidad
física” es el principio de la volición, de las necesidades, de las pasiones,
de la socialibilidad, de los pensamientos, de los juicios y de las acciones
de los hombres, es evidente que no debe buscarse en el hombre, en
su naturaleza, la clave de los destinos históricos de la especie humana j
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 553

si todos los hombres reciben los mismos dones intelectuales en un prin­


cipio, las pretendidas particularidades de las razas y los caracteres
nacionales no explican absolutamente nada sobre las condiciones actua­
les o pasadas de tal o cual nación. Estas tres conclusiones, lógicamente
inevitables, constituyen ya prolegómenos muy importantes para una
filosofía de la historia.
Según Helvecio, todos los pueblos tienen en las mismas posicio­
nes, las mismas leyes, el mismo espíritu, las mismas pasiones. Es por
ello que “ volvemos a encontrar en los americanos 47 las costumbres de
los antigtios germanos; es por ello que “ el Asia, poblada en buena parte
por malayos, está gobernada por nuestras antiguas leyes feudales"; es
por ello que “ el fetichismo fue no sólo la primera de las religionesr sino
que su culto. conservado hasta el día de hoy en casi toda el A frica . ..
fue en otros tiempos el culto universal4S. Es por la misma razón que la
mitología griega presenta una gran analogía con la de los celtas. Tam­
bién es esta la razón por la cual los pueblos más distintos tienen los
mismos proverbios. Eisiste en general una notable analogía: entre los pue­
blos primitivos en lo referente a sus instituciones, su espíritu y sus
creencias. Los pueblos, del mismo modo que los individuos, se parecen
mucho más de lo que generalmente se cree.
E l interés, la necesidad, son las únicas y grandes doctrinas del
género huma no. ¿Por qué es el hambre el principio común de las ac­
ciones humanas? Porque, entre todas las necesidades, es ella la que se
presenta con más frecuencia y se manifiesta de manera más imperiosa.
E l hambre agudiza el ingenio de los animales y nos fuerza a ejercer
nuestras facultades —a nosotros, los hombres, que nos suponemos muy
superiores a los animales—. E l hambre enseña a los salvajes a doblar el
arco, a tejer las redes y a tender celadas a los animales.
También es el hambre que, en los ptieblos civilizados, pone en
movimiento a todos los ciudadanos, les hace cultivar la tierra, apren­
der un oficio y desempeñar un cargo 49.
Es al hambre que debe la humanidad el arte de desmontar los te­
rrenos, abrir los surcos, así como el arte de la construcción, del vestido
y de protegerse contra las, inclemencias de la temperatura. E l hombre -
carente de necesidades también carecería de principio de acción.
Una de las principales razones de la pereza y de la ignorancia
propias de los africanos es la fertilidad del Africa. Esta fertilidad;
satisface todas las necesidades, y hace que la civilización sea casi
prescindible. Para el africano el pensamiento no tiene gran utilidad;
por lo tanto, piensa muy poco. He puede afirmar lo mismo del indio del
Caribe. S i éste es menos laborioso que el indígena de América del Norte,
es porque el último necesita trabajar más.
La necesidad es una medida exacta de los esfuerzos del espíritu
humano. ......
Los habitantes de Kamchatka, de una estupidez sin igual en ciertos
aspectos, demuestran ser dueños d& una maravillosa industria en otros.
554 O. PLEJANOV

¿Se trata de reparar la vestimenta? E n este terreno su habilidad — dice


la historia— es superior a la de los europeos. $Por quéf Porque habitan
una de las regiones terrestres más sometida a las inclemencias del clima
y, en eonsectoencia, la necesidad de estar vestido se hace sentir con más
constancia. Y la necesidad habitual es siempre la más industriosa10.
Si debemos a la necesidad “ el arte de cultivar los campos” , este
arte adquiere, una vez descubierto y practicado, una influencia decisiva
sobre nuestras instituciones, nuestras ideas y nuestros sentimientos.
E l hombre de las selvas, el hombre desnudo y sin lenguaje puede
muy bien adquirir una idea clara y nítida de la fuerza y de la debili­
dad, pero no de la justicia o de la igualdad51.
Estas ideas suponen la existencia de una sociedad y varían en fu n ­
ción de los intereses de ésta. ¿Por qué estaba permitido el robo en
Esparta ? ¿ Por qué se castigaba tan sólo la torpeza del ladrón sorpren­
dido con las manos en la masa ? ¿ Se ha conocido alguna vez una costum­
bre más extravagante?
Sin embargo, si recordamos las leyes de Licurgo y el desprecio que
se tenía entonces por el oro y la plata en una república en la cual las
leyes sólo permitían el curso de una moneda de hierro pesada y molesta,
se comprenderá que tan sólo era posible cometer hurtos de gallinas y
de legumbres. Practicados con habilidad, a menudo negados con fir­
meza, estos robos mantenían a los laeedemonias en el habito d}el valor y
de la vigilancia: la ley que permitía el robo podíaf por lo tanto, ser muy
útil a este pueblo 52.
Consideramos abora, por otra parte, a los escitas. Estos tenían al
robo por el mayor de los delitos. Sus costumbres habían convertido en
una necesidad vital a esta concepción.
E l ganado de los escitas iba de un lada o otro, por las llanuras.
¡Cuán fácil era el hurto! ¡Y que desorden habría sobrevenido en caso
de tolerarse los robos! Así fue, dice Aristóteles, que ellos debieron im­
poner una ley que protegía el ganado ss.
Los pueblos ricos por sus ganados no tienen necesidad de la propie­
dad privada de la tierra; ésta propiedad aparece primeramente entre
los pueblos agrícolas, para quienes es una necesidad casi absoluta. Los
pueblos salvajes, que vagan por las selvas, conocen tan sólo acoplamien­
tos pasajeros y fortuitos entre hombres y mujeres. Son los pueblos
agrícolas y sedentarios que establecen la indisolubilidad del matrimonio.
Mientras que el marido desmonta el terreno y cultiva el campo,
la mujer alimenta las aves de corral, da de beber al ganado, esquila los
corderos, se ocupa de la casa y de la granja, prepara la comida del
marido, de los niños y de los servidores.
I)e tal modo, la insolubilidad del matrimonio, lejos de ser una carga
para los esposos, es para ellos de gran utilidad. Las leyes que reglamen­
tan el matrimonio en los países católicos son estipuladas en función de
condiciones análogas. Estas leyes responden tan sólo, pues, a los intereses
y a la ocupación de los trabajadores de la tierra. Pero representan, por
otra parte, un obstáculo para las personas de otras ocupaciones, en par­
ESBOZOS D E HISTORIA DEL MATERIALISMO 555

ticular para los “ grandes” y los “ ricos” y los “ ociosos”, que no ven en
«1 amor un medio de satisfacer una necesidad realmente imperiosa sino,
al contrario, una distracción, un medio de combatir el hastío. La pintu­
ra de las costumbres conyugales de las clases parásitas de la sociedad,
como la ha hecho el conde León Tolstoi en La sonata a Rrimizer y, antes
de él, Fourier recuerda en 3o escencial lo que dice Helvecio sobre el
matrimonio y el amor de los “ ociosos”.
El carácter de un pueblo agricultor es necesariamente diferente del
de un pueblo nómade.
En cada país existe un cierto número de objetos que la educación
•ofrece por igual a iodos, y es esta impresión uniforme de toles objetos
que produce en los ciudadanos esa semejanza de ideas y de sentimientos
a la cual se le da el nombre ele espíritu y de carácter nacionales.
Pero se concibe fácilmente que estos “ objetos” , cuya influencia es
tan decisiva en el momento de la educación, no son los mismos en pue­
blos situados en condiciones de vida tan diferentes como las creadas
—por ejemplo, por la agricultura y la caza— . También es evidente que el
carácter de un pueblo es variable. Se supone que el carácter de los fran­
ceses es alegre. Pero no siempre lo ha sido. El emperador Juliano decía
que los habitantes de París “ me inspiran amor, pues su carácter,
como el mío} es austero y serio” 55. Consideremos a los romanos.
¡Qué fuerza, qué virtud, qué amor a la libertad, qué horror a la
servidumbre en tiempos de la "República! ¡ Y qué debilidad, qué cobar­
día, qué ruindad a partir del momento en que los césares llegan al
poder! El mismo Tiberio se sentía asqueado de esta ruindad. Además,
el carácter de un pueblo no sólo varía en función de los acontecimientos
históricos. En una época dada, no es un pueblo el mismo en las diferen­
tes profesiones. Los gustos y las costumbres de los guerreros no son los
del sacerdote; los gustos y las costumbres de los ‘‘ociosos ’ ’ no son los de
los agricultores y los artesanos. Todo esto depende de la educación. La
educación convierte a la mujer en un ser inferior al hombre. Y esta infe­
rioridad no se manifiesta del mismo modo en todas las clases de la socie­
dad. El genio de 1as princesas (de mujeres como Isabel I de Inglaterra,
Catalina I I de Rusia, e tc .)5e, no es inferior en nada al de los hombres. Lo
mismo puede decirse de “ las camareras, quienes son tan inteligentes
como sus esposos” . “ La razón de ello es que, en estas situaciones tan
distintas, los dos sexos han recibido una educación igualmente m ala” .
Las diferentes ideas que se tiene sobre la belleza provienen de
impresiones de infancia:
¿Siempre me han alabado el rostro de tal determinada m ujert
Este rostro se graba en mi memoria como un modelo de belleza. Y habré
de juzgar la belleza de las otras mujeres tan sólo de acuerdo al parecido
más o menos grande que tiene con este modelo 57.
Por lo tanto es un problema de costumbre. Pero como las costum­
bres de un pueblo no siguen siendo las mismas, sus gustos y sus juicios
sobre la belleza de 3os objetos que ofrece la naturaleza y el arte se modi­
fican igualmente 5S.
556 0 . PLEJANOV

¿Por qué no nos gustan las novelas de la Edad Media?


¿Por qué el estilo de Comedla, menos apreciado en la actualidad,
era admirado en vida de este ilustre poeta?
La razón es que Corneille provenía de la Fronda, de esos tiempos
tempestuosos en que los espíritus, aún excitados por el fuego de la sedi­
ción son más audaces, estiman más los sentimientos osados y más ambi­
ciosos. Los caracteres que Corneille da a sus héroes, los proyectos que
hace concebir a estos ambiciosos eran, en consecuencia, más análogos
al espíritu del siglo que no lo son ahora, cuando existen pocos héroes,
ciudadanos y ambiciosos, y cuando una tranquilidad feliz ha sucedido
a tantas tempestades, y los volcanes de la sedición se han extinguido en
todas paHes 50.
A fin de comprender mejor las ideas de Helvecio sobre el papel
del <(interés!> en la historia de la humanidad, detengámonos un poco
más en una robinsonada imaginada por é l: su Eobinson está personifica­
do por “ algunas familias’’ que “ se han ido a vivir a una isla” . La
primera preocupación de ellas será la construcción de cabañas y el des­
monte del terreno, en la medida que lo exige la propia conservación.
Si la isla ofrece más tierras cultivables que las estrictamente necesarias
para los primeros colonos, todos serán casi igualmente ricos; los opulen­
tos serán aquellos cuyos brazos sean más robustos y que demuestren más
entusiasmo por el trabajo. Los intereses de estas familias son muy poco
complicados y “ en consecuencia” , “ se conformarán con pocas leyes” .
E n caso de verse en la obligación de elegir un juez, éste seguirá
siendo, de todos modos, agricultor como los otros.
E l único favor que podrá hacerse al juez es dejarle la elección del
terreno; en otros aspectos, el juez no tendrá poder e0,
Pero la población de nuestra isla aumenta gradualmente y llega a
ser muy densa. Ya no existen más tierras que ocupar. ¿ Qué podrán hacer
entonces los que no son dueños de tierras? Para no referirnos al robo, al
hurto o a la emigración, tendi'án que recurrir a nuevos descubrimientos.
Todo el que llegue a inventar un nuevo objeto de uso corriente o de
lujo, que llegue a encontrar un mercado bastante vasto, vivirá del inter­
cambio de su producto por los productos de los cultivadores y los otros
artesanos. Este individuo tal vez llegue a ser el fundador de una manu­
factura que habrá de instalar en un lugar agradable, cómodo y, por lo
general, sobre la ribera de un río, cuyos brazos, al extenderse por tai
región facilitarán el transporte de sus mercaderías 6l.
Por supuesto, este individuo no será el único industrial de la isla.
El continuo crecimiento del número de habitantes tendrá como conse­
cuencia el descubrimiento de otros objetos de lujo o de uso corriente y
se crearán nuevas manufacturas. Varias manufacturas habrán de cons­
tituir un pueblo y después una ciudad importante.
Esta ciudad tendrá muy pronto los ciudadanos más opulentos, pues
las ganancias del comercio son siempre inmensas cuando los comercian­
tes, aún poco numerosos, tienen escasa, competencia °2.
Las riquezas engendrarán placeres de toda clase. Los ricos terrate­
E S B O Z O S D E HISTORIA DEL MATERIALISMO 557

nientes abandonarán su propiedad para residir, por lo menos 'varios


meses del año en la ciudad. Los pobres habrán de seguirlos, con la espe­
ranza de ganarse más fácilmente allí su vida. En una palabra, nuestra
ciudad se convertirá en una capital.
Tenemos, por lo tanto, a ricos y a pobres, a empresarios y a simples
obreros. Ha desaparecido la igualdad original. Bajo un único y mis­
mo nombre nuestro pueblo abarca “ una infinidad de distintos pueblos,
cuyos intereses son más o menos contradictorios” . Tantas clases-tantas-
naciones. Y este proceso de formación ele clases con intereses diferentes,
inclusive opuestos, es inevitable en la historia de los pueblos y se produ­
ce más o menos rápidamente, pero ocurre y ocurrirá siempre.
Es inevitable que el más industrioso gane más, que el más económi­
co tenga más reserva y, con las riquezas adquiridas, adquiera nuevas.
Por otra parte, existen herederos que reciben las grandes sucesiones,
negociantes que, colocando grandes sumas en sus barcos, realizarán
fuertes ganancias, pero en toda clase de comercio es el din,ero quien
llama al dinero. La distribución desigual de éste es, por lo tanto, una
consecuencia necesaria de su introducción en un Estado 63.
Pero esta consecuencia necesaria trae consigo otras no menos nece­
sarias. Los que no tienen nada —y el número de éstos irá aumentando a
causa del crecimiento de la ciudadanía—, encontrarán una competencia
cada vez más árdua en la búsqueda del trabajo. Estos tendrán que redu­
cir cada vez más sus exigencias vitales. En consecuencia, la desigualdad
irá acentuándose y la miseria agravándose: “ el pobre vende y el rico
compra>f y el número de los poseedores disminuirá sin cesar. Es al llegar
a este punto que las leyes tendrán que volverse más severas. Las leyes
indulgentes son adecuadas para regir a un pueblo de propietarios.
“ Entre los germanos, los galos y los escandinavos, las multas más o
menos fuertes eran las únicas penalidades que se imponían a los diversos
delitos” . La cosa se presenta de un modo muy diferente cuando la gran
mayoría de una nación está formada por personas que 110 poseen nada.
El que nada tiene no puede ser castigado en sus bienes; es m-enester que
sea castigado en su persona: de aquí las “ penalidades a f l i c t i v a s Cuan­
do más pobres hay, más robos, hurtos y crímenes habrá. Es menester
recurrir a la violencia para reprimirlos. LTn hombre desprovisto de toda
propiedad cambia fácilmente de domicilio. El culpable puede escapar
así fácilmente a su castigo. Por lo tanto se impone la necesidad de dete­
ner a los ciudadanos con menos formalidades. A menudo, basándose en
una simple sospecha. Pero ‘ ‘la detención es ya un castigo arbitrario que
aplicado muy pronto sobre sus mismos propietarios, reemplaza la liber­
tad por 3a esclavitud. “ Los castigos corporales, en un principio utiliza­
dos contra los pobres, se aplican igualmente a los mismos propietarios.
Todos los ciudadanos se encuentran entonces bajo leyes de sangre, y
todo contribuye a establecerlas” .
El crecimiento del número de los ciudadanos trae la formación de
un gobierno representativo, pues los ciudadanos ya no pueden reunirse
en un solo lugar para discutir los asuntos públicos. Mientras los ciudada­
558 O. PLEJANOV

nos signen siendo iguales, sus representantes ponen en vigencia leyes


que responden al interés general. A mdida que la igualdad prim itiva
desaparece, a medida que los intereses de los ciudadanos se vuelven
más complejos, los representantes tienden a distinguir su interés del
interés de los representados; se vuelven independientes de aquellos a
quien deben defender, y adquieren poco a poco un poder igual'c¿ de
toda la nación.
E n un país vasto y populoso, la división de los intereses de los gober­
nados siempre proporcionará a los gobernantes el medio de abusar de
una autoridad que el amor natural del hombre por el poder siempre le
hace desear u .
En realidad, los propietarios por una parte, preocupados tínica­
mente de su fortuna, “ dejan de ser ciudadanos” ; por otra, los hombres
desprovistos de propiedad son para los primeros unos enemigos ocultos
qne el tirano o los tiranos pueden arm ar a voluntad contra los propieta­
rios. Así es que la pereza de espíritu de los electores, y el deseo activo de
poder en los elegidos anuncian un cambio en el Estado. Todo, ,en este}
momento, favorece la ambición de los últimos 65.
La libertad 66 se extingue, las probabilidades a favor del despotismo
aumentan cada vez más. Efe así que la multiplicación de los ciudadanos
engendra el gobierno representativo. La contradicción de sus intereses
trae el poder arbitrario.
En un pasaje de su libro De Vhomme, del cual nos hemos ocupado
especialmente en la exposición que antecede, Helvecio dice que él razona
de acuerdo a la experiencia y a Jenofonte. Esta es una expresión muy
característica. Helvecio tenía, como Holbach y otros filósofos de sus
tiempos, una visión muy clara sobre el papel de la lucha de clases en la
sociedad humana, pero al efectuar su apreciación, no va más lejos que
“ Jenofonte” , es decir, que los es'critores de la antigüedad. Según él, la
lucha engendra la tiranía, ante todo la tiranía y nada más que la tiranía.
P ara él los hombres “ sin propiedad” son tan sólo un arma peligrosa en
manos de los ambiciosos adinerados: estos hombres sólo pueden —y sólo
tratan de— venderse “ a quien los ciñiere comprar” . No es al proleta­
riado moderno que se refiere Helvecio, sino al antiguo, especialmente al
proletariado romano. Según esto, el movimiento social es tan sólo para
él un callejón sin salida.
¿Se ha enriquecido un hombre mediante el comercio ? E n este casof
dicho hombre ha reunido una infinidad de pequeñas propiedades en la
suya propia.. Entonces el número de propietarios y, por consiguiente,
el de hombre cuyo interés está más estrechamente ligado al interés nacio­
nal, se ve disminuido. Por el contrariof ha aumentado el número de los
hombres sin propiedad y sin interés en la cosa pública. Si estos hombres
se en cen tra n siempre a disposición de quien los quiera pagar, ¿cómo
convencerse de que el hombre poderoso no se sirve de ellos alguna vez
para dominar a sus conciudadanos f Este es el resultado necesario de la
excesiva multiplicación de los seres humanos en un imperio. E n el círcu­
lo vicioso que han recorrido hasta el momento actual todos los gobier­
nos conocidos 67.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 559

Helvecio está muy lejos de m irar a los ingleses con la misma des­
confianza que hacia ellos muestra Holbach. Helvecio pensaba que el
estado social y político de Gran Bretaña deja mucho que desear, pero
Ja respetaba como al país más libre y más esclarecido del mundo. Sin
embargo, esta libertad inglesa, tan amable, que a él tanto le gustaba, no
le parecía muy estable. Helvecio pensaba que la división de los intereses,
tan avanzada en Inglaterra, habría de producir tarde o temprano su
inevitable efecto: la aparición del despotismo. Es menester admitir que,
por lo menos en lo que se refiere a la historia d© Irlanda, no se puede
.contestar a esto con un franco desmentido.
Los puntos de vista de nuestro filósofo sobre " la multiplicación de
los hombres” demuestran una vez más hasta qué punto era poco original
la doctrina de IVfalthus, No deseamos criticar ahora estos puntos de vista,
del mismo modo que no deseamos criticar la doctrina sobre la historia
primitiva de la propiedad y de la familia. Nos bastará indicar aquí el
punto de vista general de Helvecio sobre la historia cs. Pero, en relación
a esto, y para caracterizarlo de un modo completo, hay que examinar
algunas otras consecuencias de la multiplicación de los ciudadanos o,
para decirlo mejor, de la desigualdad de las fortunas, siempre e inevita­
blemente en aumento.
¡Nada hay más peligroso para una sociedad que los hombres sin
propiedad! P ara los hombres de empresa no hay nada más conveniente
que estos individuos, nada que esté más de acuerdo con sus intereses.
Cuantos más indigentes hay menos hay que pagar por el trabajo. Los
empresarios, pues, llegan a constituir a veces una verdadera potencia
en un país de comercio ” , E l interés público se Sacrifica al interés “ pri­
vado” de ellos que es el móvil de sus acciones, el criterio de sus juicios.
Vemos esto en cada sociedad con sus intereses complicados y contradic­
torios. Cada sociedad se divide en pequeñas sociedades que emiten jui­
cios sobre la virtud, la inteligencia y el mérito de los ciudadanos, según
el punto de vista de sus intereses particulares. Al fin de cuentas, el inte­
rés de los más poderosos es la voz más imperiosa y más escuchada en
una nación.
Sabemos ya que la corrupción de las costumbres siempre hace su
aparición cuando el interés privado está apartado del interés público.
La desigualdad siempre creciente de las fortunas debe engendrar y au­
mentar siempre la corrupción de las costumbres. Es lo que ocurre en
realidad. E l dinero, que favorece los progresos de la desigualdad, pro­
duce al mismo tiempo la decadencia de la virtud, En un país en el cual
“ el dinero no tiene curso”, la nación es la única y la justa dispensadora
de las recompensas. La consideración general, este don del reconocimien­
to público, no puede ser acordado aquí nada más que a las ideas y a las
acciones útiles a la nación, y en consecuencia iodo ciudadano encuentra
que la virtud es necesaria
En los países en que el dinero tiene curso, la persona o las personas
que lo tienen pueden obtener y obtienen en general un máximo d'é place­
res. Pero esta persona o estas prsonas no son siempre las más honradas.
560 G. PLEJANOV

Las recompensas serán, por Jo tanto, muchas veces otorgadas a acciones


que, “ personalmente útiles a los grandes, son perjudiciales al público” .
Las recompensas otorgadas al vicio producirán viciosos, y el amor al
dinero, sofocando toda espiritualidad, toda virtud patriótica, sólo produ­
cirá caracteres mezquinos, impostores e intrigantes.
E l amor de las riquezas no se extiende a todas las clases de los ciu­
dadanos sin inspirar a la parte gobernante- el deseo del robo y de las
vejaciones. A l llegar a este 'punto, la construcción de un puerto, un
armamento, una compañía comercial, una guerra que se emprende, por
el honor de la nación, en una, palabra, todo pretexto para robar, es apro­
vechado ávidamente. Es entonces que todos los vicios, hijos de la avidez,
se introducen de golpe en un imperio e infectan sucesivamente a todos
los miembros, precipitándolos finalmente a la ruina w.
Holbach, como lo hemos señalado en nuestro estudio, consideraba
al amor de las riquezas como la madre de todos los vicios y la ruina de
las naciones. Pero Holbach sólo ha sabido declamar en los casos en qiie
Helvecio procuraba comprender las leyes de la evolución social. Holbach
notificaba contra “ el lu jo ” , pero Helvecio señalaba que el lujo es sólo
un efecto de la repartición desigual de las riquezas. Holbach invitaba
al legislador a luchar contra la aficcióa al lujo; Helvecio pensaba
que tal lucha no es útil, sino perjudicial a la sociedad. Eín primer lugar,
las leyes suntuarias, demasiado fáciles de eludir, vuelven demasiado vul­
nerable el derecho de propiedad, “ el más sagrado de los derechos
Kn segundo lugar, para term inar con el lujo, habría que suprimir el
dinero, pero, ningún príncipe puede concebir semejante empresa; y , en
el caso de que la concibiere, ninguna nación en el estado actual de Euro­
pa se prestaría a cumplir sus deseos n .
La realización de un proyecto semejante representaría la ruina
completa de la nación.
El lujo existe tan sólo cuando las fortunas son muy desiguales. En
un imperio en el cual los ciudadanos tienen fortunas aproximadamente
iguales, no puede haber lujo, sea cual fuere el grado de comodidad que
logren o, si preferís,, en este imperio el lujo, en vez de ser una desgracia,
sería un bien público. Pero como las riquezas están repartidas de modo
desigual, la supresión del lujo implicaría suprimir la producción de una
cantidad ds objetos y, en consecuencia, privar de ocupación a una mul­
titud de pobres. El resultado' final sería por lo tanto contrario al pro­
pósito buscado. E l entusiasmo con que la mayor parte de los moralistas
se pronuncia contra el lujo, “ es el efecto de su ignorancia” esta es la
conclusión de Helvecio73.
He aquí una ley constante de la evolución social. Un pueblo pasa de
la pobreza a la riqueza, de la riqueza a la distribución desigual de la
riqueza, a la corrupción de las costumbres, al lujo y a los vicios; de aquí
pasa el despotismo, y del despotismo a la ruina.
E l principio de vida que, ql.desarrollarse en un roble majestuoso,
-eleva sti tallo, extiende sus ramas, ensancha su tronco y lo hace reinar
sobre los bosques, es el mismo principio de su decrepitud.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 561

Y, “ en la forma actual de los gobiernos", los pueblos 110 pueden


abandonar este camino tan peligroso de desarrollo. Inclusive les resul­
ta muy peligroso demorar sus avances, Un estancamiento produciría
penurias innumerables y. tal vez, una pérdida completa de vida.
E l número y especialmente la clase de las manufacturas de un país
depende de las riquezas de ese país y de la forma en que estas son re­
partidas. Si todos los ciudadanos están en buena posición, todos querrán
estar bien vestidos; se establecerá entonces un gran número de manu­
facturas, ni demasiado delicadas ni demasiado groseras. Si, al contrario,
la mayor parte de los ciudadanos son pobres, tan sólo habrá estableci­
mientos que satisfarán las necesidades de la clase opulenta y sólo se
fabricarán telas suntuosas, brillantes y poco duraderas: “ de esta mane­
ra todo se correlaciona en un gobierno” .
Una de las ramas más importante de la industria moderna es la
producción de telas de algodón. Estas telas no están destinadas a los
consumidores ricos. Por lo tanto, la opinión de Helvecio no está de
acuerdo con la realidad '“3. De todos modos no es menos cierto que, en un
gobierno, todo está entrelazado. Hemos visto muchos ejemplos: aún vere­
mos uno más.
Es Ja necesidad que enseña a los hombres a cultivar la tierra, es
la necesidad que engendran las artes y las ciencias. También es la
necesidad que los hace detener o avanzar en tal o cual dirección, Desde
el momento en que existe una gran desigualdad en la distribución de
las riquezas, vemos surgir una serie de artes de agradar, cuya finalidad
es divertir a los ricos, arrancarlos al aburrimiento. El interés nunca
deja de ser el grande y único preceptor del género humano. ¿Cómo
podría ser de otro modo? No olvidéis que “ toda comparación de objetos
entre sí presupone atención y que toda atención presupone un dolor, y
todo dolor una razón de ser experimentado” . Indubitablemente cada
sociedad tiene interés en hacer progresar sus luces. Pero como no es
siempre el interés 'público, como es el interés de los más poderosos, el
que tiene a su disposición las recompensas con que se gratifican a los
hombres de mérito, resulta fácil comprender que las ciencias, las artes
y las letras toman una dirección conforme a esta última clase de interés.
$Cómo no hubieran brillado las ciencias y las artes al máximo en
un país como Grecia, un país en el cual se les rendía un homenaje tan
general y tan constante? 74.
¿Por qué fue Italia tan fecunda en oradores? ¿Se debe esto a la
influencia del clima, “ como lo ha sostenido la sabia imbecilidad de al­
gunos pedantes de “ cátedra” ? Una respuesta incontestable es el hecho
de que Roma perdió simultáneamente su elocuencia y su libertad.
Examinemos la sustancia de los reproches de barbarie y de estu­
pidez que los griegos, los romanos y todos los europeos han formulado
siempre contra los pueblos de Oriente. Veremos entonces que las nacio­
nes tan sólo han dado, el nombre de espíritu al conjunto de ideas que
les eran útiles y , como el' despotismo prohibió en casi tocia el Asia el
estudio de la moral; de la metafísica, de la jurisprudencia, de la política,
562 G. PLEJANOV

al fin de cuentas, de todas las ciencias que interesan a la humanidad, los


orientales han sido necesariamente tratados de bárbaros, de estúpidos por
los pueblos esclarecidos de Europa y merecerán eternamente el despre­
cio de las naciones libres y de la posteridad 75.
Si todos los pueblos en tina misma posición tienen las mismas leyes,
el mismo espíritu, las mismas pasiones, como se ba dicho, ello se debe
entonces a que están sometidos a la influencia de los mismos intereses.
La combinación de los intereses decide la marcha del espíritu humano.
El interés de los Estados, como el de los particulares, como todo lo
humano, está sujeto a mil revoluciones. Las mismas leyes, las mismas
costumbres y las mismas acciones “ se vuelven sucesivamente útiles y
perjudiciales al mismo pueblo” . De aquí se sigue que las leyes “ deben
ser cada vez de nuevo adoptadas y rechazadas” , que la acción de las
mismas debe llevar sucesivamente el calificativo de virtuosas o viciosas;
proposición que no puede rechazarse sin reconocer que existen accio­
nes a la vez virtuosas y perjudiciales al Estado, y que no minan, en
consecuencia, los fundamentos de toda legislación y de toda sociedad 7(5.
Numerosas tribus salvajes tienen la costumbre de exterminar a los
viejos. A primera vista, nada más abominable que este hábito. Pero si
se reflexiona un poco, habrá que admitir que, dada la situación de
estas tribus, se ven forzadas a considerar la masacre de los viejos como
una acción virtuosa, y es el amor a los padres decrépitos que lleva a
actuar de este modo a la joven generación. Los salvajes carecen de víve­
res. Los viejos no pueden obtenerlos por medio de la caza, que implica
una gran fuerza corporal. Los viejos deben soportar, por lo tanto,
una muerte lenta y cruel, o convertirse en una carga para sus hijos o
para la sociedad en conjunto, que no podría, a causa de su pobreza,
soportar semejante peso. Por lo tanto, es mejor evitar los sufrimientos
mediante parricidios rápidos y necesarios.
He aquí el principio de una costumbre execrable; he aquí como
un pueblo vagabundo, al cual la caza y la necesidad de víveres retiene
durante seis meses en dilatadas selvas, justifica, por así decirlo, la
necesidad de esta barbarie y muestra como el parricidio sé'realiza'aquí"
por el mismo principio humanitario que nos lleva a considerarlo con
horror 77.
Holbach se preguntaba por qué las leyes positivas de las pueblos
están tan a menudo en contradicción con las de líla naturaleza” o de
“ la equidad” . La respuesta ya estaba preparada y a mano.
Las leyes depravadas, decía, se deben tanto a la perversidad de las
costumbres como a los errores de las sociedades o a la tiranía que fuerza
a la naturaleza a doblegarse ante su autoridad 78.
Helvecio no se contenta con una respuesta semejante y reconoce
4íla utilidad real o por lo menos aparente” que yace en el fondo de las
leyes y de las costumbres que se atribuyen tan gratuitamente a la
“ perversidad” o a los “ errores” .
Por estúpidos que consideramos a los pueblos, dice, es evidente que,
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 563

esclarecidos por sus propios intereses, no han adoptado sm motivo las


costumbres ridiculas que están arraigadas en algunos de ellos: la extra­
vagancia de estas costumbres depende, por lo tanto, de la diversidad
de los intereses de los pueblos 79.
Las costumbres y leyes realmente odiosas son aquellas que siguen
existiendo después de haber desaparecido las causas de su vigencia, y se
vuelven perjudiciales a la sociedad.
Todas las costumbres que brindan tan sólo ventajas pasajeras son
como andamiajes 80 que es menester derrumbar cuando los palacios se
han construido.
Esta es una teoría que deja poco lugar —si es que lo deja— a la
ley natural, a la equidad absoluta.
Desde el mismo momento de su aparición esta teoi'ía se presentó
como peligrosa aún a los ojos de hombres como Diderot, quien la calificó
de paradójica. En verdad es el interés general y particular, según él,
que transforma la idea de lo justo y de lo injusto; pero su esencia es
independiente de ello.
Pero j?,cuál es entonces la esencia de esta “ idea” ? ¿Y de qué
dependet Diderot no dice nada. Se limita a dar algunos ejemplos que
pretenden demostrar que la justicia es absoluta. ¡Pero estos ejemplos
son insuficientes! Dar de beber a quien muere de sed, ¿no es una
acción encómiable siempre y en todas partes ? Pero esto prueba a lo sumo
que existen intereses propios de la humanidad en todos los lugares, en
todos los siglos y en todas las fases de su evolución. “ Dar de beber ” no
nos lleva más allá del razonamiento de V oltaire:
Si le pido de. inielta a un turco, a un guebro, a un malabar el dinero
que le he prestado .. . estará de acuerdo en que es justo que me lo
devuelva. ""... ....... ...... .
¡ Sin d u d a! ¡ Pero que pobre es vuestra moral absoluta, aunque sea
una diosa honrada! Locke decía: “ Those who maintain innate praetical
principies, tell us uot what they a re ” 81. Helvecio hubiera dicho lo
mismo de los partidarios de “ la moral universal’
Es evidente que en este problema de la moral la opinión (Ansicht)
de Helvecio, se ponía de acuerdo tan sólo con los principios del sensua­
lismo materialista. Por otra parte, Helvecio no ha hecho más que repetir
y desarrollar las ideas de Locke, que era su maestro, del mismo modo
que el de Holbach, de Diderot. y de Voltaire. “ Good and Evil —para el
filósofo inglés—, are nothing but Pleasure or Pain, or that which oc-
casions or procures Pleasure or Pain to us. Moral Good and Evil then is
only the eonformit.y or Disagreement of our volimtary actions to some
Law, whereby Good and Evil is drawn on us from the will and power
of the Law m aker” 82. Mucho tiempo antes de Helvecio, había dicho
Locke:
Virtus generally approved. . . because profitable... He that toÜl
carefully peruse the history of Manhind, and look abroad into the several
Tribes of Men, and with indifference survey their actions, will be able
to satisfy himself, that íhere is scarce that Principie of Morality to be
564 G. PLEJANOV

named, or Ride of Virtue to be thought on ( those only excepted that


are absolutely necessary to hold society together, whick commonly too
are- neglected behvixt societies), lohich is not. somewhere or otther,
slighted and condemned by the general fashion of whole societies of
Men, governed l>y practical opinions and rules of living quite opposite
to othérs 83,
Es exactamente lo que nos dice Helvecio. Pero Helvecio ha puesto
aquí, muy oportunamente los puntos sobre las íes. Partiendo del
" P a in ” (Dolor) y del "P leasu re” (Placer) se impuso la tarea de ex­
plicar por medio del interés las variaciones históricas de la voluntad de
los Laxv-mahers (legisladores). Fue muy lógico, inclusive demasiado
lógico para los ‘ ‘filósofosJ’ franceses del siglo X V III. En efecto, el par­
tido de los filósofos era un partido militante. En su lucha contra el
régimen que existía entonces, Helvecio sentía la necesidad de apoyarse
sobre una autoridad menos discutible que los intereses siempre variados
de los hombres. Esta autoridad se le reconocía a la “ naturaleza”. La
mora] y la política fundadas sobre esta base no eran de todos modos
menos utilitarias: salvs populi (la salud del pueblo) no dejaba de ser
por ello la suprema lex 84 (la ley suprem a). Pero esta salud se aplicaba,
según ellos, indisolublemente a ciertas leyes invariables, ‘‘igualmente
buenas, todos los seres sensibles y r a z o n a b le s Estas leyes deseadas e
invocadas, expresión ideal de las tendencias sociales y políticas dé la
burguesía, eran llamadas leyes naturales y, al no saber nada del origen
psicológico de las ideas que hacían concebir el proyecto, olvidándose
hasta del origen lógico de estas mismas ideas, afirmaba, como lo hizo
Diderot en el artículo ya citado, que su esencia es independiente del
interés. Esto llevaba a los filósofos más o menos a las ideas innatas, tan
atacadas a p artir de Locke.
“ No innaie practical principies” . Ninguna idea ha sido afirmada
especialmente en nuestra alma por la naturaleza, esto es lo que decía
Loche, añadiendo que toda secta consideraba innatos los principios con­
formes a sus creencias. Sobre este punto, los filósofos no pedían nada
mejor. Admitir la existencia de las ideas innatas hubiera equivalido para
ellos a someterse a los "principios” de una secta detestable de parti­
darios del pasado. La naturaleza 110 ha grabado nada en nuestra alma.
Por lo tanto no es a la naturaleza que deben su existencia las institucio­
nes y la moral envejecidas. Pero existe una ley natural, una ley universal
y absoluta que la razón puede descubrir si la ayuda la experiencia. Ahora
bien, la razón está de parte de los filósofos. Por lo tanto es en favor
de sus tendencias que habrá de hablar la naturaleza, De este modo, los
“ principios innatos” representaban el pasado que era menester "aplas­
t a r ” ; la ley natural era el porvenir invocado por los novadores. Nojse
ha abandonado el dogmatismo, tan sólo se han ampliado los límites para
abrir el paso a la burguesía. Los puntos de vista (Ansichten) de Helve­
cio amenazaban esta nueva clase de dogmatismo. Y por esto 110 fueron
admitidos por la mayor parte de los "filósofos” . Pero esto no le impidió
ser el hombre más consecuente entre los discípulos de Locke.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 565

Sus puntos de vista 110 eran por ello menos peligrosos para la
idea —tan difundida en el siglo X V III— de que el mundo está go­
bernado por la opinión. Hemos visto que, según él, las opiniones de
los hombres son dictadas por sus intereses; hemos visto también que
sus intereses no dependen de la voluntad humana (recordad el caso
de los salvajes que matan a los viejos en razón de una necesidad econó­
mica). “ Los progresos de las luces’%mediante los cuales los “ filó­
sofos” creían poder explicar todo el movimiento histórico, lejos de ex­
plicar ninguna cosa, se pusieron a exigir una explicación por su parte.
Encontrar una explicación habría equivalido a una verdadera revo­
lución en -“ filosofía”. Helvecio da la impresión de presentir las con­
secuencias de una revolución semejante y reconoce que, al estudiar el
avance del espíritu humano, muchas veces ha sospechado que iodo en
la naturaleza se prepara y llega por sí mismo a la madurez, y que ‘‘ tal
ves la perfección de las artes y de ios ciencias sea menos la obra del
tiempo que la obra del tiempo y la n e c e s i d a d El progreso “ uniforme”
de las ciencias, en todos los países, confirma a su modo de ver esta opi­
nión.
Efectivamente. si en todas las naciones, como lo observa el señor
Hume, sólo después de haber escrito buenos versos se llega a escribir
buena prosa, una marcha tan constante de la razón humana da la
impresión de ser el efecto de una causa general y sorda m.
El lector conoce y& las ideas históricas de nuestro filósofo y se­
mejante lenguaje le parecerá sin duda demasiado circunspecto y dema­
siado indeciso. Pero justamente (Gerade) este lenguaje, lleno de inde­
cisión, pone de manifiesto a qué punto eran oscuras las nociones que se
formaban en la cabeza de Helvecio con estas palabras, cuyo sentido le
perecía claro y no sujeto a dudas: el interés, las necesidades de los
hombres.
E n el fondo de las leyes y de las costumbres, por extravagantes
que nos parezcan, encontramos siempre “ la utilidad real o, por lo me­
nos aparente”. ¿Qué es una utilidad apárentef ¿A' qué se refiere, cuál
es su origen? Evidentemente proviene de la opinión de los hombres.
Henos aquí de vuelta en este círculo vicioso del cual pensamos haber
salido: la opinión d e p e n d e del interés; el interés depende de la opinión.
Y lo que es aún más curioso, Helvecio no ha, podido dejar de entrar
en el círculo vicioso. Helvecio ha intentado vincular el origen de las le­
yes, de las costumbres y de las opiniones más diversas y más extrañas a
las necesidades reales de las sociedades, pero al terminar su análisis
se encontraba siempre frente a un residuo que sus reactivos de meta--
físico no lograban reducir. Este residuo era, ante iodo? la religión.
Toda religión nace del temor a un poder invisible, de la igno­
rancia de los hombres frente a las fuerzas de la naturaleza. Todas las
religiones primitivas se parecen entre sí. De dónde viene esta uni­
formidad 9 De que en una misma posición los pueblos siempre han te­
nido el mismo espíritu, las mismas leyes, el mismo carácter.
Como los hombres han estado movidos aproximadamente por el
566 G. PLEJANOV

mismo interés y han tenido aproximadamente los mismos objetos para


comparar y el mismo instrumento — es decir, el mismo espíritu para
compararlos— necesariamente han debido llegar a los mismos resulta­
dos, Por el hecho de que — en general— todos son orgullosos, todos
consideran que el hombre es el único favorito del cielo y el objeto prin­
cipal de las atenciones de éste.
Y es este orgullo que hace creer a los hombres en todas las ton­
terías que les presentan los impostores. Abrid el Corán (Helvecio sólo
habla aparentemente “ de las religiones falsas” ). E l Corán admite mil
interpretaciones: es oscuro, inteligible. Pero la ceguera humana es tal
que aún es considerado como divino este libro lleno de mentiras y de
inepcias, esta obra en la cual se presenta a Dios bajo la forma de un
execrable tirano. De tal modo, el interés que engendra la credulidad
religiosa es tan sólo un interés de vanidad, un interés de prejuicio. En
vez de explicarnos de dónde vienen los sentimientos de los hombres, este
libro es en sí mismo la expresión de tales sentimientos. “ La utilidad” de
una religión no es más una “ utilidad” (aparente., ü n filósofo del siglo
X V III no ha sabido añadir nada más a “ la infame” enemiga de la
razón.
Una vez dadas la vanidad y la ignorancia, madre del temor, es
fácil comprender por qué medios los ministros de las religiones aumen­
tan y conservan su autoridad.
E n toda religión, el primer objetivo que se proponen los sacerdo­
tes es el de entumecer la curiosidad del hombre y apartar el ojo del
examen de todo dogma, cuya oscuridad demasiado palpable no dejaría
de ser notada. Para lograr su propósito era menester halagar las pa­
siones de los hombres, lograr que desearan ser ciegos y tuvieran interés
en serlo. Nada más fácil para el homo, etc., etc. Vemos por una parte,
que los dogmas y las costumbres religiosas son inventados deliberada­
mente por algunos astutos, habilidosos, ávidos y temerarios; vemos, por
otra parte, que este interés de los pueblos, que por lo menos debería
explicarnos el éxito asombroso de estos astutos, no es a menudo nada
más que el interés “ aparente” de ciegos que desean seguirla siendo.
Evidentemente no es este interés real, esta necesidad que ha engendrado
todas las artes y las ciencias.
Cuando Helvecio expone sus puntos de vista históricos, hace equi­
librios incesantemente, y sin percatarse, entre estas dos nociones dia­
metralmente opuestas del interés. Esta es la razón por la cual no logra
term inar con la teoría que supone que el mundo está gobernado por la
opinión. En una ocasión nos dice que los hombres deben su espíritu a
la situación en la cual se encuentran; en otra, cree ver con claridad
meridiana que los hombres están en la situación en que están por su
espíritu. A veces no dice que el hambre engendra una cantidad de artes,
que la necesidad habitual es siempre industriosa, lo que equivale a decir
que toda invención más o menos importante no es más que una suma de
invenciones infinitesimales; otra vez nos dice, en la polémica contra
Rousseau, que el arte de la agricultura supone la invención de la reja,
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 567

de la carreta, de la fragua, en consecuencia, una infinidad de cono­


cimientos sobre las minas, el arte de construir hornos, la mecánica, la
hidráulica.
Bs el espíritu, pues, la ciencia, que constituye la fuente de las
invenciones y, en último análisis, es la opinión que determina los pro­
gresos de los hombres. En una ocasión Helvecio nos muestra cómo las
leyes, las costumbres y los gustos de un pueblo derivan de su “ situa­
ción” , es decir, de las “ artes” , de las fuerzas productivas de que dis­
pone y de las relaciones económicas (oekonomisehen Verháltnisse) que
resultan; en otra ocasión declara: las virtudes d.e las ciudadanos de­
penden de la perfección de las leyes; de los progresos de la razón
humana depe7ide la perfección de esas mismas leyes.
E n una ocasión, nos presenta el poder arbitrario como una conti­
nuación inevitable siempre creciente en la repartición de las riquezas;
en otra, razona del siguiente modo:
E l despotismo, ese cruel azote de la humanidad, suele ser por lo
general un producto de la estupidez nacional. Todo pueblo empieza por
Mr libre. ¿A qué causa puede atribuirse la pérdida de la libertadf A
la ignorancia de ese pueblo, a su loca confianza en los ambiciosos. El
ambicioso y el pueblo representan a la muchacha y el león de la fábula.
4 II a logrado ella persuadir a este animal de que debe dejarse cortar
las garras y limar los dientes ? Cuando lo logra, lleva al animal a
maitines 86.
Al haberse presupuesto la búsqueda del interés, en la historia, ese
“ único resorte de los hombres” , Helvecio vuelve a la opinión de que,
como éste hace parecer a los objetos más o menos interesantes, es —al
fin de cuentas— el amo absoluto del mundo. “ El interés aparente” es
el escollo qne le hace fracasar en su empresa realmente grandiosa de
una explicación materialista de la evolución humana. Tanto en la his­
toria como en la moral este problema resultó ser insoluble desde el punto
■de vista metafíisico.
Si en Helvecio el interés aparente toma tantas veces el lugar del
interés real, el único que él deseaba tomar en cuenta, vemos que la misma
desgracia acaece al interés público, que se eclipsa ante el interés de “ los
más poderosos” . Es indiscutible que el interés de los más poderosos
ba sido siempre el dueño de la situación en toda sociedad dividida en
•clases. Pero ¿cómo explica Helvecio este hecho indiscutible? A veces
habla de la fuerza, pero por lo general, presintiendo acertadamente que
la fuerza no explica nada, puesto que en muchos casos —si no siempre—
está del lado de los oprimidos, Helvecio recurre a la opinión. Es la
•estupidez de los pueblos qne los lleva a obedecer a los tiranos, a los
ricos “ ociosos” , a las personas que sólo piensan en sí mismas. Helvecio
no llega a suponer —pese a ser uno de los más brillantes representan­
tes de la burguesía francesa en su época de florecimiento—, que en
la vida histórica de cada clase de los “ poderosos” , existe un período en
que “ el interés privado” -es también el interés del movimiento progre­
sista y, en último término, de la sociedad entera. Helvecio era dema­
568 G. PLEJANOV

siado metafísico para captar esta dialéctica de los intereses. Si bien


repite que en el fondo de cada ley, por extravagante que parezca, hay
o ha habido el interés real de la sociedad, sólo ve en la Edad Media
una época en la cual los hombres habían sido transformados en bestias,
como Nabucodonosor. Las leyes feudales son para él una “ obra maes­
tra del absurdo” ^ .
La necesidad real lleva a inventar las artes útiles. Todo arte,
una vez inventado y aplicado, da nacimiento a “ otros artes” con mayor
o menor rapidez y fecundidad, de acuerdo a los ‘' Produktaiensverhált-
nisse” (relaciones de producción) de la sociedad en la cual ha surgido.
La atención se detiene tan sólo un, momento sobre este fenómeno de las
“ artes" que nacen de las necesidades “ reales” y que engendran nuevas
necesidades no menos reales y nuevas artes no menos titiles. Helvecio
pasa con demasiada rapidez a “ las artes del adorno”, cuya función
consiste en divertir a los ricos y distraerlos del tedio. “ Sin el amor,
¡cuántas artes no habrían sido descubiertas!” , exclama. Btetá bien. Pero
¡ cuántas artes seguirían ignoradas si no existiera la producción capita­
lista de los objetos de primera necesidad!
¿Qué es una necesidad realf P ara nuestro filósofo existe, antes que
nada, la necesidad fisiológica. Pero a fin de satisfacer sus necesidades
fisiológicas los hombres deben producir ciertos objetos, y el proceso de
esta producción engendra otras necesidades tan reales como las primeras,
pero de una naturaleza no fisiológica, sino económica, traídas por el
desarrollo de la producción, y las relaciones recíprocas en que los hom­
bres se ven forzados a actuar en el proceso de la producción. Helvecio
señala algunas de estas necesidades económicas, pero tan sólo algunas:
en la mayoría de los casos estas necesidades no son vistas por él. Por
esta razón, el móvil más fuerte de la evolución histórica de la sociedad
es para la multiplicación de los ciudadanos, es decir, la multiplicación
de los estómagos que hay que llenar, de los cuerpos que hay que vestir.
La multiplicación de los ciudadanos equivale a un aumento de la suma
total de las necesidades fisiológicas. Helvecio no quiere tomar en consi­
deración que “ la multiplicación de los ciudadanos" depende por su
parte del estado económico de la sociedad, si bien hace al respecto algu­
nas observaciones muy lúcidas. Helvecio está lejos de tener al respecto
las ideas claras y nítidas de su contemporáneo Sir James Siewart, quien
en su Inquiry inio the Principies of polüical Economy 88 (Investiga­
ción sobre los principios de la economía política) publicado por primera
vez en Londres en 1767, atribuye la multiplicación de los ciudadanos
a “ causas morales”, es decir, sociales, y comprende que la ley de la
población que rige para una sociedad dada, varía de acuerdo a la
Produldionsweise sn que predomina en un momento dado. Por otra par­
te, los puntos de vista de Helvecio sobre la población no tienen en
modo alguno la chaíura de los de un Malthus.
Todo en la naturaleza se prepara y se engendra a partir de sí mis­
mo. Este es él punto de vista dialéctico. Helvecio tan sólo sospecha que
este punto de vista es el más fecundo y el más legítimo en la ciencia.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 569

La causa de la marcha “ uniform e” del espíritu humano sigue siendo


para él ‘‘sorda”. Frecuentemente se olvida de ellas, y sólo la invoca
por casualidad.
E n moral, como en física, dice, tan sólo nos Uama la atención lo
grande. Siempre atribuimos grandes causas a grandes efectos. Queremos
que haya en el cielo signos que anuncien la caída o las revoluciones de
los imperios. Pero las cruzadas emprendidas o suspendidas, como las re­
voluciones realizadas o 'prevenidas, las guerras encendidas o apagadas
por las intrigas de un sacerdote, de una mujer o de un ministro, son
legión. Es por falta de memorias secretas que, por lo general, no llega­
mos a encontrar el guante de la duquesa ele Marlborough.
Este punto de vista se opone al otro, según el cual todo “ se pre­
para y se engendra a partir de sí mismo”.
E l principio de vida que, al desarrollarse en un roble majestuoso,
eleva su talle, extiende sus ramas, ensancha su tronco y le hace reinar
en los bosques es el mismo principio de su declinación.
Una ves; más habla aquí Helvecio como un dialéctico que com­
prende el absurdo de la abstracta y absoluta Gogeniiberstellung 90 de
lo útil a lo perjudicial, Una vez más recuerda aquí Helvecio que todo
proceso de evolución tiene sus leyes inmanentes e irresistibles. Partien­
do de este punto de vista, llega a la conclusión de que no existe un
“ específico” contra la desigualdad de las “ fortunas” que, a la larga,
arrum a inevitablemente a toda sociedad. Pero esta no es su conclusión
definitiva. Es tan sólo “ por la forma actual de los gobiernos” , que
no existe aún un específico contra este mal. E n una “ forma” más ra­
cional, sería posible hacer mucho contra él. ¿Cuál es ésta forma pode­
rosa de gobierno t Es la forma que podría descubrir la razón ayudada
por la experiencia, La filosofía puede resolver muy bien “ el problema
de una legislación perfecta y duradera” que, adoptada de una vez por
una nación, sea la fuente de su felicidad. Una legislación perfecta no su­
prim irá la desigualdad de las fortunas, pero impedirá que ésta tenga
efectos perjudiciales. En su condición de “ filósofo” Helvecio, por su
parte, bajo la forma de un “ catecismo m oral” , nos expone los precep­
tos y los principios de una “ equidad cuya experiencia cotidiana nos ha
de p robar” a la vez su utilidad y su verdad” , y que deben servir de
base a una legislación “ excelente” . Y agrega a su catecismo algunos
otros tratados de una legislación semejante.
E l libro De Vesprit asustó a los partidarios del derecho natural,
quienes vieron en su autor a un enemigo de tal derecho. Este temor sólo
estaba a medias fundado. P ara ellos Helvecio fue tan sólo una oveja
extraviada que, tarde o temprano, debía volver al redil de la majada.
El, que no quería dar lugar al derecho natural, al parecer, y que con­
sideraba como razonables las leyes y las costumbres.aparentemente más
absurdas, terminó diciendo que los pueblos se aproximan más o menos
—en sus instituciones— al derecho natural de acuerdo a los progresos
más o menos grandes de su razón. Helvecio se corrige, pues, y regresa
al seno de la iglesia filosófica. La fe, la santa y saludable fe en la razón,
es más fuerte en él que cualquier otra consideración.
570 G. PLEJANOV

Ha llegado él momento en que el hombre, sordo a las contradic­


ciones teológicas, escuche tan sólo las enseñanzas de la sabid%wía,
exclama: hay que evadirse. . . de nuestro amodorramiento; la noche de
la ignorancia queda atrás; ha llegado el día de la ciencia.
Escuchemos un poco la voz de la “ razón”, pasemos las hojas del
catecismo moral” de su intérprete.
P. (Pregunta. N. del A..). Qué vuelve sagrado a este derecho de
propiedad, y porgué motivo — bajo el nombre de Término—, se lo ha
convertido, casi en todas partes, en un dios?
R. (Respuesta N. del A ). La conservación de la propiedad es él
dios moral de los imperios; es ella que mantiene la paz doméstica; es
ella que hace reinar la equidad; los hombres no se han reunido nada
más que para asegurar sus propiedades; la justicia que encierra en sí
a casi todas las virtudes consiste en dar a cada> uno lo que le pertenece
y se rechice, en consecuencia, al mantenimiento de este derecho de pro­
piedad; finalmente, las diversas leyes minea han sido otra cosa que los
diversos meclios de asegurar este derecho a los ciudadanos.
P. Entre las diversas leyes, ¿no existen algunas a las cuales se da
el nombre de leyes naturales?
R. Son las leyes, como ya lo he dicho, que se refieren a la propie­
dad, y que se encuentran establecidas en casi todas las sociedades y las
'naciones civilizadas, pibes las sociedades no pueden formarse si no es
por medio de estas leyes.
P. Suponiendo que un príncipe tiene él deseo de perfeccionar la
■ciencia de las leyes, ¿que debería hacerf
R. Alentar a los hombres de genio a que estudien esta ciencia y en­
cargarles la resolución de los diversos problemas presentados por ella.
P. ¿Qué ocurriría entoncesf
R, Que leyes variables y aún imperfectas dejarían de serlo y se
convertirían en invariables y sagradas.
Esto es suficiente. La utopía de una “ legislación perfecta” es tan
•sólo una utopía burguesa de Helvecio, como lo es de Holbach y en todos
los “ filósofos” del siglo X V III. Algunos rasgos particulares de nues­
tro autor no cambian este rasgo esencial. Indicaremos algunos de ellos
con el solo fin de completar el retrato de este hombre, cuya fisonomía
moral ha sido tantas veces desfigurada por los ideólogos de la ingrata
burguesía.
En su sociedad perfecta, Helvecio no hace trabajar a los obreros
tanto tiempo como trabajan en nuestros días.
Las leyes sabias dice, podrían sin duda operar el prodigio de una.
felicidad ■universal. ¿Todos los ciudadanos tienen alguna propiedadf
Entonces todo se encuentran en situación acomodada y pueden, me­
diante un trabajo de siete u ocho horas 92, proveer abundantemente a sus
necesidades y a las de sus familias. Son tan felices como pueden serlo. . .
S i el trabajo es considerado por lo general como un mal, ello se debe
.a que en la mayoría de los gobiernos tan sólo se obtiene lo necesario
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 571

mediante un trabajo excesivo: por este motivo, la idea de trabajo siem­


pre recuerda, necesariamente, la idea de penuria 03.
E l trabajo atrayente de Fourier es tan sólo un desarrollo de este
pensamiento de Helvecio, del mismo modo que la jornada de ocbo horas
no será más que la solución dada por el proletariado a un problema
planteado por un filósofo burgués. Sólo que el proletariado no se deten­
d rá aquí en su mareba hacia “ la felicidad” . . .
Helvecio es partidario de la educación pública. Según él, existen
muebos motivos que la hacen preferible a la instrucción privada. El
se limita a indicar uno solo, totalmente suficiente.
La instrucción pública es la {mica educación que puede formar
patriotas. Tan sólo ella puede vincular fuertemente en la memoria de
los ciudadanos la idea de la felicidad personal con la de la felicidad
nacional.
He aquí otro pensamiento de un filósofo burgués que el proleta­
riado se encargará de realizar, ampliándola de acuerdo a las necesida­
des de los tiempos.
Pero el mismo Helvecio no esperaba nada del proletariado, como
ya lo sabemos. ¿A quién encargaba, pues, la ejecución de sus planes?
A im príncipe sabio, ni siquiera es necesario decirlo. Pero como el hom­
bre no es más que el producto del medio ambiente y el medio que rodea
a los príncipes es muy vicioso, ¿.cómo puede concebirse una esperanza
razonable en la aparición de un sabio sobre el trono f Nuestro filósofo
se da cuenta de que la respuesta no es fácil. En su perplejidad, recurre
a la teoría de las probabilidades.
Durante un tiempo más o menos largo, — dicen los sabios—, si
ello es necesario, todas las posibilidades no podrán realizarse, ¿por qué
desesperar de la felicidad futura de la humanidad? ¿Quien puede asegu­
rar que las verdades establecidas aquí le serán siempre inútiles? Es
raro, pero también necesario, que en un momento dado nazca un Penn 94
o un Manco Capac 05 (¡ !) para dar sus leyes a las sociedades nacientes.
Ahora bien ( . . . ) si se supone que semejante hombre, ansioso de lograr
una nueva gloria, con el título de amigo de los hombres,decide consagrar
sil nombre a la posteridad y se ocupa más en consecuencia de la composi­
ción de sus leyes y de la felicidad de sus pueblos que del acrecentamiento
de su poder, este hombre habrá querido hombres felices y no esclavos;
nadie d u d a .. . que puede discernir en los principios que acabo de expo­
ner el germen de una legislación nueva y más adecuada a la felicidad
humana 96.
E n cuanto los “ filósofos” encaraban la cuestión de la influencia
del medio social sobre «1 individuo, reducían la acción de este medio a
la acción del “ gobierno” . Helvecio no procede con la misma rapidez
que los otros. Durante cierto tiempo ve y demuestra con toda claridad
que el gobierno es tan sólo un producto del medio social; Helvecio sabe
deducir, con más o menos exactitud, el derecho civil, penal y público
de su isla hipotética, del estado social de esta isla. Pero en cuanto pasa
al estudio del desarrollo de " la s luces” , es decir, de la ciencia y de
572 G. PLEJANOV

la literatura, percibe únicamente la influencia del gobierno, como el


lector puede comprobar de acuerdo a la exposición precedente. Ahora
bien, la fuerza irresistible del gobierno es una especie de impasse de la
cual no se puede salir si no media un milagro, es decir, un gobierno que
se decida de repente a curar todos los males causados por él mismo o
por los gobiernos precedentes. Es así que Helvecio invoca este milagro
y, para reanimar su propia fe y la de sus lectores, se refugia en un
territorio que le parece sin límites: el territorio de las “ posibilidades".
Pero una teoría 110 crea una fe. Menos aún podría hacerlo una
teoría tan poco tranquilizadora como es la de las posibilidades que se
realizan en un plazo más o menos largo. Helvecio sigue siendo, por lo
menos en lo que se refiere a Francia, completamente incrédulo.
Mi patria, dice en el prefacio al libro De Vhomme, ha obtenido
finalmente el yugo del despotismo. Por lo tanto ya no volverá a pro­
ducir escritores célebres.. . Ya no es con el nombre de francés que este
pueblo podrá de nuevo descubrir la celebridad: esta nación envilecida
es hoy despreciada por toda Europa, Ninguna crisis saludable podrá de­
volverle la libertad. .. La conquista es el único remedio para sus des­
dichas.
La felicidad, como las ciencias, es una peregrina en la tierra, se
dice. Es hacia el norte que ha emprendido ahora. su marcha. Grandes
príncipes evocan en estas regiones el genio, y el genio evoca la
felicidad. . .
Es a éstos soberanos que yo dedico mi obra.
Al parecer fue justamente esta incredulidad, poco compensada por
la confianza en los príncipes del norte, que le permitió llevar su análisis
de los fenómenos sociales y morales más lejos que los otros “ filósofos” .
Holbach era, como Voltaire, un propagandista infatigable. Publicó una
cantidad de libros en los cuales repetía siempre la misma cosa, Helvecio
ha escrito tan sólo el libro De Vesprit: su libro De Vhomme no es más
que un largo comentario de la primera obra. E3 autor nunca quiso im­
primirlo en vida.
Quien quiera conocer los verdaderos principios de la moral, dice
nuestro filósofo, debe como yo elevarse hasta el principio de la sensibi­
lidad física y buscar en las necesidades del hambre, de la sed, etc., la
causa que fuerza a los hombres ya multiplicados a cultivar la tierra, a
reunirse en sociedad y a establecer entre ellos convenciones cuya obser­
vación los convierte en justos y cuya infracción los vuelve injustos.
Por lo tanto, Helvecio emprendió su análisis con el propósito de
descubrir los verdaderos principios de ko moral y, a partir de ellos, los
de la política. Al ' ‘elevarse hasta el principio de la sensibilidad física ’’
demostró ser el más consecuente y el más lógico de los materialistas del
siglo X V III. Al buscar en “ la necesidad del hambre, de la sed, etc.” , la
causa del movimiento histórico de la humanidad, se impuso la tarea de
encontrar una explicación materialista de este movimiento. Helvecio en­
trevio muchas verdades que tienen muchísimo más valor que su plan de
una legislación perfecta, que “ esas grandes verdades” inmutables y
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 573

absolutas que dedicaba a los soberanos “ del norte’\ Comprendió que


debía haber “ una causa general” de la "evolución humana” . Pero esta
causa 110 la pudo encontrar por carecer de los datos y del método nece­
sarios. Esta causa siguió siendo oculta, " sorda”, para él. Y esto no lo
afligió excesivamente. El utopista consoló en él al filósofo. La finalidad
principal fue lograda; los principios de una legislación 1‘excelente ’’
fueron elaboradas.
Dos ejemplos serán suficiente para demostrar la forma en que el
principio de la sensibilidad física sirvió a veces a Helvecio en la ela­
boración de sus planes utópicos.
No soy. dice, enemigo de los espectáculos ni participo al respecto de
la opinión del señor Rousseau. Los espectáculos son, sin ninguna duda,
un placer. Ahora bien, no existo ningún placer que, en manos de un
gobierno sabio, no pueda convertirse en un principio productivo de vir­
tud, cuando es la recompensa de ésta 97.
He aquí nn argumento en favor del divorcio.
Por otra parte, si es verdad que el deseo de cambio es tan conforme
a la naturaleza humana como se dice, habría que plantear la posibili­
dad del cambio como un premio al mérito: podríase en tal forma tratar
de volver más valerosos a los guerreros, más justos a los magistrados,
más industriosos a los artesanos y más estudiosos a los hombres de genio.
¡El divorcio como premio a la “ virtud” ! ¿Puede existir algo más
cómico?
Sabemos que, cuando los principios de "u n a excelente legislación”
han .sido realizados, "la s leyes variables, aún imperfectas, dejarán de
ser tales y se volverán invariables” . La sociedad se encontrará entonces
en un estado estacionario. ¿ Cuáles serían las consecuencias de semejante
estado ?
Supongamos que en cada género de ciencia y de arte los hombres
hubieran podido com/parar todos los objetos y todos los hechos conocidos
y que hubieran llegado finalmente a descubrir todas las diversas rela­
ciones de estos: al no tener entonces más nuevas combinaciones que rea­
lizar, lo que se llama, espíritu no existiría más. E n tal caso, todo sería
ciencia y el espíritu humano se vería forzado a descansar hasta que el
descubrimiento de hechos desconocidos le permitiera nuevamente com­
pararlos y combinarlos entre sí. Algo así como una mina agotada que se
deja descansar hasta que se formen nuevos filones 9S.
Es por lo tanto este descanso, este agotamiento del espíritu humano,
por lo menos en ío que se refiere a las relaciones sociales de los hom­
bres, que debe inevitablemente traer la realización de los principios mo­
rales y políticos de Helvecio. El estancamiento: i he aquí el ideal de estos
filósofos, ardientes partidarios del movimiento progresista! E l mate­
rialismo metafísico sólo era revolucionario a medias. La revolución no
fue para él otra cosa que un medio (y aún así, a falta de medios espe­
cíficos) de llegar de una vez por todas a un puerto seguro y tranquilo.
En él ¡ a y ! vivían dos almas, como en Fausto, como en esa burguesía de
la cual los materialistas del siglo X V III fueron los representantes más
avanzados.
MABX

Los materialistas del siglo X V III creían haber terminado con el


idealismo. La antigua metafísica estaba muerta y enterrada; la “ razón”
no quería oír bablar ya más de ella. Sin embargo, las cosas tomaron
muy pronto otro sesgo. Ya en la época de los “ filósofos” la restaura­
ción de la filosofía especulativa comienza en Alemania y, durante los
cuarenta primeros años del .siglo X IX no se quiere saber ya nada más
del materialismo, al cual se considera muerto y enterrado. La doctrina
materialista aparece ante todo el mundo filosófico y literario con el as­
pecto con que se le babía presentado a Goethe: " g ris ” , “ cimérxea” ,
“ cadavérica” . Ante ella se temblaba como “ a la vista de un. fantas­
m a” 1. Por su parte, la filosofía especulativa creía haber triunfado de
una vez por todas sobre sus rivales.
E s menester admitir que tenía sobre ellos una gran ventaja. Esta
filosofía estudiaba las cosas en su desarrollo en su génesis y en su des­
trucción. Pero si se las considera en esta perspectiva, se renuncia jus­
tamente al modo de ver que caracterizaba a los filósofos de “ las luces
quienes vaciaban a los fenómenos de todo movimiento vivo y los
transformaban en objetos petrificados, cuya naturaleza y relaciones no
es posible comprender. Hegel, el titán del idealismo en el siglo X IX ,
no se cansa de combatir este modo de v e r; para él, no era este £4un pen­
samiento libre y objetivo, puesto que no permite al objeto determinarse
libremente, a partir de sí mismo, sino que, por el contrario lo da por
acatado” 2. La filosofía idealista restaurada celebra el método diame­
tralmente opuesto, el método dialéctico, y lo aplica con decidido éxito.
Como nos hemos referido con cierta frecuencia a este método, y como
aún habremos de ocuparnos de élv no es inútil caracterizarlo con los
propios términos de Hegel, el maestro de la dialéctica idealista:
La dialéctica, dice, pasa generalmente por ser un arte exterior, que
produce arbitrariamente confusión en las nociones definidas y, en estas
últimas, una simple apariencia de contradicciones, de manera que no
estas determinaciones sino su apariencia es una nado y . por el contra­
rio, lo que corresponde al entendimiento es lo verdadero. A mentido
la dialéctica no es, de tal modo, otra cosa que un sistema subjetivo de
báscula, en la cual el razonamiento va y viene, en el cual falta el fondo
y en el cual esta insuficiencia se disfraza por medio de la impresión de
sutileza que produce este razonamiento. E n su determinación particu­
ESBOZOS DE HISTORIA DEL» MATERIALISMO 575

lar, la dialéctica es, por el contrario, la naturaleza propia y verdadera


de las determinaciones del entendimiento, de las cosas y de lo acabado en
general. La reflexión consiste, por lo pronto, en superar la determina­
ción concreta aislada y en una relación de ésta, que se encuentra así
condicionada, aunque siempre mantenida en su valor aislado. La dia­
léctica es, por el contrario, una superación inmanente, en la cual la ex­
clusividad y la limitación de las determinaciones del .entendimiento se
presentan tales como son, es decir, como su propia negación. Todo lo
acabado se caracteriza por ponerse a sí mismo de lado (sieh aufheben).
E l factor dialéctico constituye pues el alma motriz del progreso cien­
tífico, y es el principio gracias al cual penetran únicamente en el con­
tenido de la ciencia una relación y una necesidad inmanentes 5.
Todo lo que nos rodea pnede ser utilizado como ejemplo de
dialéctica:
Vn planeta se encuentra actualmente en un lugar dado, pero por
su misma esencia es igual a sí mismo en otro lugar; trae a la existencia
este Ser-Otro que es el suyo por el hecho de moverse. .. En lo que se
refiere a la existencia de la dialéctica en el mundo del espíritu, y más
precisamente en el dominio de la justicia y de la moral, basta recordar
aquí como, según la experiencia común, un estado y un acto falseados
a un grado máximo se transforman habitualmente en sus contrarios,
—idialéctica que se ve frecientemente reconocida en los proverbios—.
Así, se dice summum jus, sumiría, injuria, con lo cual se quiere decir que
el derecho abstracto, llevado a su límite, se transforma en injusticia.
E l método metafísico de los materialistas franceses es, respecto del
método dialéctico del idealismo alemán, algo así como las matemáticas
elementales respecto de las matemáticas superiores. En las matemáticas
elementales los conceptos están rigurosamente limitados y separados unos
de otros por una especie de “ abismo” ; un polígono es un polígono y
nada m ás; un círculo es im círculo y nada más. Pero ya en planime­
tría nos vemos forzados a aplicar los métodos de los límites, que jaquean
nuestros conceptos venerables e inmutables y los acercan unos a otros
extrañadamente. g»Cómo puede probarse que la superficie interior de un
círculo es igual al producto de la circunferencia por la mitad del radio?
Se dice: es posible reducir a voluntad la diferencia entre la superficie
de un polígono regular inscripto en un círculo y la superficie de ese
círculo, suponiendo que se toma un número de lados suficientemente
grande. Si se designa respectivamente la superficie, el perímetro y la
apotema de un polígono regular, inscripto en un círculo, por a, p y r,
tenemos a : a = p X % r ; en donde a y p X r son magnitudes que varían
en función del número de los lados, pero que siguen siendo constante­
mente iguales la una en relación a la otra. E n consecuencia sus límites
son iguales. Si se designa repeetivámente por A, C, R, a la superficie,
circunferencia y el radio del círculo, A es el límite de a, C es el de p ,
R es el. de r y en consecuencia tenemos a : A — C % R- He esta manera,
el polígono se convierte en círculo. Así se considera al círculo en el
proceso de su devenir. Ekto es ya una notable revolución en los con­
576 G. PLEJANOV

ceptos matemáticos. El análisis superior toma a esta revolución como


punto de partida. El cálculo diferencial se ocupa de magnitudes infini­
tamente pequeñas o, como dice Hegel, se ocupa de magnitudes que están
en vías de desaparecer. Pero no antes de su desaparición, pues entonces
son magnitudes acabadas; y no después de su desaparición, pues entonces
no son nada 6.
Por extraño, por paradojal que parezca este procedimiento, pres­
ta inapreciables servicios a las matemáticas y prueba así que es todo lo
contrario de un absurdo, como se tiende a pensar en un principio. Los
“ filósofos'’ del siglo X V JIÍ sabían apreciar estas ventajas perfecta­
mente y estaban muy interesados en el análisis superior. Pero los mis­
mos hombres que, como Condorcet, eran capaces de manejar esta arma
en sus cálculos, se habrían quedado estupefactos si se les hubiera dicho
que este mismo procedimiento dialéctico debía ser aplicado al estudio
de todos los fenómenos que interesan a la ciencia en cualquier campo
de la realidad. A esto habrían respondido que la naturaleza humana,
por lo menos, es tan firme y tan eterna como los derechos y los deberes
de los hombres y de los ciudadanos, que derivan de ella. Los idealistas
alemanes no participaban de este punto de vista. Hegel afirma que ctno
hay absolutamente nada, no hay absolutamente devenir, no hay absoluta­
mente posición intermediaria entre el ser y la nada”.
Mientras se mantenga en geología la teoría de los cataclismos, de
las revoluciones sfibitas, que de golpe han renovado la superficie terres­
tre y han hecho desaparecer antiguas especies de animales y de plantas,
que han sido reemplazadas por nuevas, se piensa de modo metafísico.
Cuando se abandona estas teorías y se las reemplaza por la idea de una
evolución lenta de la corteza terrestre y de la actividad durable de las
fuerzas que siguen actuando aún en nuestros días se ha adoptado el
punto de vista dialéctico.
Mientras se creyó en biología que las especies eran inmutables se
pensó de modo metafísico. Así era la concepción de los materialistas
franceses. Hasta cuando se esforzaban por dejar de lado dicha concep­
ción volvían a ella a pesar de todo. La biología actual la ha rechazado
para siempre. La teoría que lleva el nombre de Darwin es una teoría
esencialmente dialéctica.
Sin embargo, es menester hacer aquí las siguientes observaciones.
Por muy saludable que haya sido la reacción contra las viejas teorías
metafísicas de las ciencias naturales, esta reacción determinó a su vez
en los espíritus una confusión muy deplorable. Se manifestó una ten­
dencia a interpretar las nuevas teorías en el sentido de la vieja senten­
cia : natura non facit salfmn 7 y se cayó en otro extremo: sólo se consi­
deró el proceso del cambio cuantitativo gradual de un fenómeno dado.
Su transformación en otro fenómeno se volvía completamente incom­
prensible. Era la vieja metafísica cabeza abajo. Del mismo modo que
antes, los fenómenos seguían de este modo separados los unos de los
otros por u n abismo infranqueable. Y esta metafísica se instaló tan
sólidamente en el espíritu de los evolucionistas modernos que existe
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 577

actualmente una cantidad de “ sociólogos” que se ven completamente


desconcertados cada vez que en. sus estudios tienen que encararse con
una revolución. Según ellos, una revolución no es compatible con la
evolución: historia non facií saltum s. Si a pesar de esta sabiduría de la
historia se han producido revoluciones, y grandes revoluciones, el hecho
no suscita la curiosidad de ellos: se mantiene la teoría y tanto peor para
las revoluciones que perturban el reposo: se las tiene por “ enfermeda­
dos”. Ya el idealismo dialéctico condenó y combatió esta terrible con­
fusión de ideas. Hegel decía respecto de la fórmula arriba mencionada:
No hay salto en la naturaleza, se dice; y la imaginación corriente,
cuando se ve forzada a concebir una génesis o un proceso ele desapa­
rición, cree haberlos comprendido cuando se los representa como una
aparición o una desaparición progresivas.
Pero la dialéctica muestra del modo más claro que las transforma­
ciones del ser no son solamente el pasaje grosso modo de un quantum
a otro quantum, sino por el contrario, una transición de lo cuantitativo
a lo cualitativo y recíprocamente, un cambio de naturaleza que repre­
senta una ruptura de lo progresivo y un cambio cualitativo en relación
al ser que existía previamente.
Así, el enfriamiento no solidifica el agua progresivamente hacién­
dole tomar una consistencia espesa que poco a poco irá endureciéndose
hasta llegar a la consistencia del hielo, sino que el agua se solidifica,
por el contrario, de golpe. Cuando ya ha alcanzado el grado de con­
gelación y no se encuentra agitada, tiene aún toda su fluidez, y un
sacudimiento insignificante la lleva al estado sólido. E n el fondo del
carácter progresivo de la génesis de un fenómeno existe la idea de
que lo que nace ya está presente de modo sensible, o bien en general, de
modo real. A ún es imperceptible tan sólo en razón de su pequeñez, del
mismo modo que en el fondo del carácter progresivo de la desaparición
de un fenómeno está la idea de que el no ser o el otro toman su lugar
y están igualmente presentes. — aunque no son aún perceptibles— la
palabra “ presente” no se toma ya en el sentido de que lo otro está con­
tenido en sí en lo otro que está presente, sino que está presente en tanto
que existencia y es tan sólo imperceptible 9.
Por lo ta n to : 1;° Lo propio de todo acabado es la negación de sí
mismo, 1a capacidad de transformarse en su contra/rio. Esta transfor­
mación se produce tan sólo con ayuda de la naturaleza peculiar de cada
fenómeno: cada fenómeno contiene las fuerzas que darán nacimiento a
su contrario.
2.° Los cambios cuantitativos progresivos de un contenido dado se
transform an finalmente en diferencias cualitativas. Los momentos de
este proceso son momentos de salto, de ruptura de lo progresivo. Se
comete un grave error si se cree que la naturaleza o la historia no proce­
den por saltos.
Tales son los rasgos característicos de la concepción del mundo que
convenía señalar aquí.
Cuando se aplicó a los fenómenos sociales, para referirnos tan sólo
578 G. PLEJANOV

a ellos, el método dialéctico provocó una revolución total. Puede de­


cirse, sin exagerar, que es al método dialéctico que debemos la concep­
ción de la historia de la humanidad como proceso sometido a leyes.
Los “ filósofos” materialistas no veían en este método nada más que
acciones conscientes de hombres más o menos sabios y virtuosos, en la
mayoría de los casos poco sabios y en modo alguno virtuosos. E l idea­
lismo dialéctico comprendió la existencia de una necesidad allí donde
sólo se veía a primera vista el juego desordenado del azar, una lucha
sin fin de pasiones e intenciones individuales. También Helvecio, que
con su “ hipótesis” de que todo en la historia y en la naturaleza “ se
separa y llega a la madurez de sí mismo” (son sus propios términos)
se aproxima ya al punto de vista dialéctico, explicaba los acontecimien­
tos históricos tan. sólo por las cualidades de los individuos que tienen
en sus manos el poder político. A su modo de ver, Montesquieu en sus
Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los
romanos había cometido el error de desatender los “ azares felices que
habían acudido en ayuda de Roma” . Helvecio decía que Montesquieu
con la locura que tanto abunda entre los investigadores, había querido
dar cuenta de todo, y había cuido al mismo tiempo en los errores de los
doctrinarios de gabinete que, olvidándose de la humanidad, atribuyen
demasiado fácilmente a los cuerpos (Helvecio se refiere aquí a los cuer­
pos políticos, como por ejemplo el Senado de Roma) puntos de vista
constantes, principios uniformes, cuando suele ocurrir que un solo
hombre dirige a su gusto esas asambleas serias que se llaman senados10.
¡ Cuán distinta es la teoría de Schelling, según la cual en la historia
la libertad (es decir, las acciones conscientes de los hombres) se convier­
te en necesidad, y la necesidad se convierte en libertad. Schelling con­
sidera como el problema más grande de la filosofía al siguiente:
¿Cómo es posible que, al mismo tiempo que actuamos de un modo
totalmente libre, es decir, consciente, aparezca inconscientemente entre
nuestras manos una cosa de la cual nunca hemos sabido la intención, y
que la libertad dejada a sí misma nunca habría estado en condiciones
de producir? 11.
Para Hegel, “ la historia del m undo.. . es el progreso en la con­
ciencia de la libertad-, un progreso que debemos reconocer en su carácter
de n e c e s i d a d Según él, del mismo modo que en Schelling, ocurre que
en la historia universal las acciones de los hombres determinan en gene­
ral algo distinto de lo que proyectan y logran, d& lo que saben y quieren
inmediatamente; los hombres realizan sus intereses, pero al mismo
tiempo se produce otra cosa que está encerrada en lo interior, de la cual
la conciencia de ellos no se percata y que no formaba parte de sus pun­
tos de vista 12.
Es claro que, desde esta posición, no son las “ opiniones” de los
hombres “ las que rigen al .mundo” , y que no se debe buscar en ellas
la clave de los acontecimientos históricos. La “ opinión pública” , en su
evolución, está sometida a leyes que la forman con la misma necesidad
con que determinan los movimientos de los cuerpos celestes. Así queda
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 579

resuelta esta antinomia, contra la cual chocaban constantemente los


filósofos:
1.° La opinión pública rige al mundo; determina las relaciones
mutuas de los miembros de tona sociedad; crea el medio social;
2.° E l hombre es un producto del medio social, sus opiniones son
determinadas por las peculiaridades de ese medio 1S.
Es la legislación que hace iodo, repetían continuamente los filó­
sofos” , y estaban firmemente convencidos de que las costumbres de un
pueblo son un producto de su legislación. Por otra parte, repetían, con
igual frecuencia que la corrupción de las costumbres había causado la
ruina de la civilización antigua. Y aquí nos encontramos ante una
nueva antimonia: 1. La legislación crea las costumbres; 2. Las costum­
bres crean la legislación. Y antinomias de esta clase constituían, si así
puede decirse, la esencia y la desdicha del pensamiento filosófico del
siglo X V III, que no sabía ni resolverlas ni librarse de ellas, y tampoco
podía, por otra parte, explicar las causas de la cruel confusión en que
se volvía a caer una y otra vez.
Un metafísico considera y estudia los objetos unos tras otros, e
independientemente unos de otros. Cuando siente la necesidad de ele­
varse a una visión de conjunto, considera los objetos en su acción recí­
proca y ahí se mantiene; no va más lejos y no puede ir más lejos, pues
los objetos siguen para él separados los unos de los otros por una es­
pecie de abismo, dado que no tiene ninguna idea del desarrollo que
explica su origen ni de las relaciones que existen entre ellos. E l idealis­
mo dialéctico franquea esta frontera que para los metafísicos es infran­
queable. Considera que los dos polos de una acción recíproca no “ están
dados inmediatamente’ sino que son “ momentos de un tercer térm ino” ,
de un término superior, que es el concepto” . Hegel toma como ejemplo
las costumbres y la constitución de Esparta.
Consideremos, dice, las costumbres del pueblo de Esparta como un
efecto de su Constitución y, recíprocamente, a ésta como el efecto de
su-s costumbres; semejante modo de ver puede ser justo, pero no nos
dará sin embargo plena satisfacción, pues en realidad no comprende ni
a la Constitución ni a las costumbres del pueblo, comprensión a la cual
no puede llegar mientras o un polo como el otro, y junto a ellos t<odos
los aspectos particulares que presentan la vida y la historia del pueblo
de Esparta, no sean vistos como fundidos en el dicho concepto 14.
Los filósofos franceses sólo tenían desprecio o, más bien, odio por
la Edad Media. El feudalismo es para Helvecio una “ obra maestra del
absurdo”. Hegel, pese a estar muy alejado de la idealización román­
tica de las costumbres y las instituciones de la ©dad Media, considera
este período un elemento necesario en la evolución de la humanidad.
Más aún, él ve que son las contradicciones inmanentes de la vida social
de la Edad Media las que han producido la sociedad moderna.
Los filósofos franceses veían en la religión tan sólo un conjunto de
supersticiones que la humanidad debía a su propia estupidez y a la
ruindad de sacerdotes y profetas. Tan solo sabían combatir a la religión.
5S0 G. P L E JA N O V

Por m uy útil que haya sido en su época este trabajo, en nada hacía
progresar el estudio científico de las religiones. El idealismo, dialéctico
preparó este estudio. Basta comparar la Vida de Jesús de Stranss con. la
Historia crítica de Jesucristo de Holbaeh para apreciar los enormes pro­
gresos efectuados por la filosofía de la religión bajo la influencia be­
néfica del método dialéctico de H egel15.
Guando los “ filósofos” estudiaban la historia de la filosofía, lo
hacían tan sólo para extraer argumentos en favor de sus concepciones,
o para destruir los sistemas de sus antecesores idealistas. Hegel no com­
bate los sistemas de su predecesores; los considera como los distintos
estadios de desarrollo “ de una sola filosofía” . Cada filosofía particu­
lar es la hija de su tiempo y la última en llegar de las filosofías es el
resultado de todas las precedentes y debe contener, en consecuencia, los
principios de todas las otras; si realmente es una filosofía, debe ser la
más desarrollada, la más rica y la más concreta-10.
La “ legislación perfecta” era uno de los temas favoritos de la in­
vestigación de los filósofos. Cada uno de ellos tenía su utopía. El idea­
lismo dialéctico despreció esta clase de investigación.
Un Estado, dice Hegel, es una totalidad individual, en la cual no
es posible separar un aspecto particular, por importante que sea, como
la Constitución, con el propósito de discutirlo y efectuar una selección
después de un examen que sólo tome en cuenta dicho aspecto... El
espíritu del pueblo: del cual todo emana en el Estado, debe ser com­
prendido; se desarrolla para sí y, en su evolución, una Constitución
determinada es necesaria, que no es un punto de elección, sino que debe
adaptarse al espíritu del pueblo... Por otra parte, y para generalizar,
es menester decir que la Constitución no está determinada tan sólo en
el espíritu del pueblo, sino que, por el contrario, este espíritu del pue­
blo es él mismo un eslabón en el desarrollo del espíritu del mundo, del
cual se desprenden las Constituciones particulares1T.
E n una palabra, el idealismo dialéctico consideraba al universo
como una totalidad orgánica que “ se desarrolla a partir de su propio
conceptoJ\ Conocer esta totalidad, descubrir el proceso de su evolución:
ésta es la tarea que se ha planteado la filosofía. {Una tarea noble,
grandiosa, admirable! Una filosofía que se proponía este trabajo no
podía parecer “ g ris” o “ cadavérica” a nadie. Necesariamente era así.
Tal filosofía maravillaba a todo el mundo por la plenitud de su vitalidad,
por la potencia irresistible de su impulso, por la belleza de sus brillan­
tes colores. Y sin embargo, la noble tentativa de la filosofía idealista
dialéctica quedó incompleta: no se llevó a cabo y tampoco podía hacerlo.
Después de prestar inapreciables servicios al espíritu humano, el idea­
lismo alemán pereció, como si quisiera dar una prueba más en favor de
su doctrina y mostrar así, con su ejemplo, que “ lo propio de lo acabado
es negarse a sí mismo, transformarse en su contrario” . Diez años después
de la muerte de Hegel el materialismo reaparece sobre la escena de la
evolución de la filosofía y hasta nuestros días no ha cesado de ganar
victorias sobre su viejo adversario.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 5S1

¿Qué es éste concepto, esta idea absoluta, este espíritu del mundo
del cual hablaba incesantemente la filosofía alemana? ¿Existe un medio
de conocer esta esencia misteriosa que —según se creía— ponía en movi­
miento y animaba todas las cosas"?
¡ Por cierto que s í ! Existe un medio, y es un medio muy sencillo.
Tenemos únicamente que examinarlo con una cierta atención. En tal
caso, se producirá una maravillosa metamorfosis. Esta Idea absoluta.
tan irresistible en su impulso, tan llena de savia y de fecundidad, madre
de todo lo que ha sido, es y será en los siglos venideros, palid-ece, se
inmoviliza, aparece eomo una pura abstracción y nos pide humilde­
mente —lejos de explicar esto o aquello— una pequeña explicación de
sí misma. Bic transit gloria. . . ideae 18.
La idea absoluta, con todas sus leyes inmanentes, es tan sólo una
personificación del proceso de nuestro pensamiento. Cuando se echa
mano a esta idea para explicar los fenómenos de la naturaleza o de la
evolución social, se abandona el terreno real de los hechos y se entra
en el reino de las sombras. Es precisamente lo que ocurrió a los idealis­
tas alemanes.
E n un libro publicado en Francfort del Mein en 1845 y que fue
escrito por dos hombres que llenaron con su renombre la segunda mitad
del siglo XIX, encontramos un notable desenmascaramiento " del secreto
del sistema construido por la especulación”.
Cuando, operando sobre realidades —manzanas, peras, fresas, ave­
llanas— me formo la idea general de fruto ; cuando yendo más lejos, me
imagino que mi idea abstracta " e l fru to ’% extraída de los frutos reales,
es una entidad que- existe fuera de mí y que, más aún, constituye la
verdadera entidad de la pera, de. la manzana, etc., declaro, en- lenguaje
especulativo^ que " el fru to ” es la sustancia de la pera, de la manzana,
ele la avellana, etc. Digo entonces que lo que hay de esencial en la pera-
o en la manzana no es el ser pera o manzana. Lo que es esencial en
ellas no es su ser real, perceptible por los sentidos, sino la entidad que
he extraído abstractamente y que les he atribuido falsamente, la enti­
dad de mi idea "e l fru to ”. Declaro entonces que la manzana, la pera,
la avellana, etc., son simples modos de existencia de " e l fru to ”. Mi en­
tendimiento finito, sostenido por los sentidos, distingue, es cierto, una
manzana de una pera, y una pera de una avellana, pero mi razón espe­
culativa'■declara que esta diferencia sensible es inesencial y sin interés.
Ve en la manzana la misma cosa que en la peraf y en la pera la misma
cosa que en la avellana, es decir "el fru to ”.
Ljüs frutos particulares reales no son más que frutos aparentes, cuya
esencia verdadera es " la sustancia”, " e l fru to ” M.
Pero el punto de vista de la sustancia no era, hablando propia­
mente, el punto de vista de la especulación alemana. La sustancia abso­
luta, dice Hegel, es lo verdadero, pero no es aún todo lo verdadero; es
menester también pensarla como activa en sí misma, viva y, justamente
por esto, debe determinarse en tanto que espíritu.
Veamos cómo se llega a este punto de vista más elevado y más
verdadero.
582 G. PLEJANOV

S i la pera, la manzana, la avellana y la fresa no son, en verdad,


nada más que “ la sustancia”, “ el fruto”, ¿cómo puede ser que “ el
fru to ” se me aparezca tanto como manzana, como pera, como avellana?
¿De dónde viene esta apariencia de pluralidad, tan manifiestamente con­
traria a mí intuición especulativa de la unidad de " la sustancia”,
“ del fru to ” f
La razón consiste. —responde el filósofo especulativo— en que
“ el fru to ” no es una entidad muerta, indiferenciada, inmóvil, sino una
entidad viva, que se diferencia en si y está dotada de movimiento. La
diversidad de los frutos profanos interesa no sólo a mí entendimiento
sensible, sino “ al fru to ” mismo, a la razón especulativa. Los diversos
frutos profanos son diferentes manifestaciones vitales del “ fruto
único”; son cristalizaciones que. forma “ el fru to ” mismo. Así, por ejem­
plo, en la manzana, “ el fru to ” se da una existencia de manzana, en la
pera una existencia de pera. Por lo tanto no se debe decir, adoptando
el punto de vista de la sustancia: la pera es " e l fru to ”, la manzana es
“ el fru to ”, la avellana es "el fru to ”, sino “ el fru to ” se presenta
como pera, " e l fru to ” se presenta como manzana, “ el fruto se presenta
como avellana, y las distinciones que separan a manzanas, peras y ave­
llanas son las diferenciaciones propias de “ el fru to ”, que hacen de los
frutos particulares otras tantas articulaciones diferentes en el proceso
vital “ del fru to ” . . .
Es claro, pues que mientras la religión cristiana sólo conoce una
encarnación de Dios, la filosofía especulativa tiene tantas encarnaciones
como existen cosas; así es que posee aquí, en cada fruto, una encarna­
ción■de la sustancia, del fruto absoluto. Para el filósofo especulativo
el interés principal consiste, por lo tanto, en engendrar la existencia de
los frutos reales profanos y decir con.aire ele misterio que hay manzanas,
peras, avellanas y uvas de Oorinto. . .
E l filósofo especulativa. no es necesario decirlo, no puede llevar a
cabo esta creación continua si no hace intervenir furtivamente, como
determinaciones de su propia invención, las propiedades de la manzana,
de la pera, etc., umversalmente conocidas y dadas en lo concreto real,
atribuyendo los nombres de las cosas reales a lo que sólo puede crear el
entendimiento abstracto, a las fórmulas abstractas del entendimiento;
declarando finalmente que su propia actividad, mediante la cual pasa
de la idea de pera a la idea de manzana, es la actividad propia del su­
jeto absoluto, “ el fru to ” 20.
Esta crítica materialista del idealismo es tan justa como acerada.
La “ Idea absoluta” , el “ espíritu de la especulación alemana” , no era
más que una abstracción. Pero una abstracción a la cual se atribuye
la resolución, en último análisis, de los problemas más graves de la cien­
cia, sólo puede ser perjudicial al progreso de esta riltima, y si los pen­
sadores que acuden a esta abstracción han hecho grandes servicios al
pensamiento humano, no lo han hecho gracias a esta abstracción, sino
a pesar de ella, en la medida en que no les impedía estudiar el movi­
miento real de las cosas. En la filosofía de la naturaleza de Schelling se
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 583

encuentran ideas notables. Los conocimientos de Schelling en materia de


ciencias naturales eran vastos. P ara él, “ el universo material” es tan
sólo “ la expansión dél mundo de las ideas” . Esta opinión no contra­
decía tal vez su afirmación de que ‘‘él magnetismo es la forma universal
del acto de animación, de implantación de la unidad en la multiplica­
ción, del concepto en la diferencia” y “ vemos aquí expresada en el
Ser la misma objeción de lo subjetivo en lo objetivo que, en el Ideal,
es. . . la conciencia de s í?\ Pero, ¿ nos hace avanzar esto un sólo paso en
el conocimiento de los fenómenos del magnetismo o en la concepción de
la naturaleza de los mismos? No sólo no hemos avanzado, sino que
corremos un gran peligro de desconocer los hechos reales en beneficio de
una teoría más o menos penetrante, pero que en todo caso es absoluta­
mente arbitraria.
Lo mismo puede decirse de la historia de la humanidad. Sir Ale-
xander Grant ha dicho que sacar tajada de la filosofía de la Historia
de la Filosofía de Hegel es equivalente a sacar tajada de la poesía de
Shakespeare, es decir, el préstamo es casi inevitable.
E l estudio de la filosofía de la historia de Hegel, como de su
estétiea, de su filosofía del derecho, de su lógica es en muchos sentidos
un deber ineludible en la actualidad. Pero no es la perspectiva idealista
lo que confiere su -valor a estas obras. Esta perspectiva, por el contrario,
es totalmente estéril y sólo se muestra fecunda como fuente de confu­
siones. Así es que Hegel describe, con una perspicacia que bastaría
a asegurar la celebridad de un especialista, la influencia del medio
geográfico sobre el desarrollo de las sociedades humanas. Pero ¿llega a
explicar algo cuando dice que el espíritu de un pueblo, cuando está
determinado, cuando existe realmente y su libertad existe en tanto qyie
naturaleza, existe en función de ésta según una determinación geo­
gráfica y climática determinada?
O —para citar un ejemplo que él mismo usa— ¿adelantamos un
paso en la comprensión de la historia de Esparta cuando Hegel nos
dice que las costumbres de este país, como su Constitución, no son nada
más que momentos en la evolución de la Idea? Sin duda es cierto que
la perspectiva de los “ filósofos franceses, en contra de los cuales pre­
senta este ejemplo (el punto de vista de la acción recíproca, que sigue
siendo el límite infranqueable de sus investigaciones más logradas) es
completamente insuficiente. Pero no basta con abandonar esta perspecti­
va. Es absolutamente necesario mostrar cómo la Idea puede ser el resorte
oculto del movimiento social. Y no sólo Hegel no ha podido contestar
nunca a esta pregunta muy justificada, sino que, al parecer, él mismo
estaba poco satisfecho de las luces que aportaba esta llamada Idea a la
historia de la humanidad. Hegel se ve obligado a bajar a tierra firme y
estudiar atentamente las relaciones sociales. Es así que termina decla­
rándonos categóricamente que “ la decadencia de Lacedemonia fue
motivada, ante todo, por la desigualdad de las propiedades. Esto es
cierto, pero en esta verdad no se descubre la más ligera parcela de
idealismo absoluto 21.
584 G. PLEJA NOV

Un hombre nos explica muchas veces con una admirable claridad


el mecanismo del movimiento de los animales. Luego añade, con una
seriedad no menos admirable, que el principal secreto de todos estos
movimientos se encuentra en la sombra que proyectan estos cuerpos que
se mueven. Este hombre es un idealista absoluto. Acaso participaremos
durante cierto tiempo de la opinión de este idealista; pero yo espero
que finalmente habremos de alcanzar la ciencia de la mecánica y que
diremos “ adiós para siempre” a su “ filosofía de l& mecánica,” .
Por lo menos, esto es lo que hicieron los variados discípulos de
Hegel, que apreciaron debidamente las ventajas del método de este
gran pensador, pero se situaron en un punto de vista materialista. Las
citas de La sagrada familia que hemos hecho bastan para demostrar hasta
qué punto la crítica de estos discípulos de la especulación idealista fue
resuelta y desprovista de miramientos.
El método dialéctico es el rasgo característico del materialismo mo­
derno; es lo que lo diferencia esencialmente del viejo materialismo
metafísico del siglo X V III. Puede juzgarse, en consecuencia, la profun-
didad de las opiniones y la seriedad de los historiadores de la literatura
y la filosofía que no se dignaron notar esta diferencia. E l extinto
Lange dividió su Historia del materialismo en dos partes: el mate­
rialismo anterior a Kant y el materialismo posterior a Kant. Para quien
no esté enceguecido por el espíritu de sistema o la rutina se imponía
otra división: el materialismo posterior a Hegel ya no es lo que era
antes de éste. Pero ¿puede esperarse otra cosa? Para juzgar la influen­
cia que tuvo el idealismo del siglo X V III sobre la evolución del mate­
rialismo se debe ante todo rendir cuentas exactas de su posición en la
actualidad. Y esto es precisamente lo que Lange nunca hizo. A pesar
de que en su libro se ocupa de todo y de todos, incluso de nulidades
como Heinrich Czolbe, no dice una sola palabra sobre el materialismo
dialéctico. El sabio historiador del materialismo no sospechaba en lo
más mínimo que en su época existían materialistas bastantes más dignos
de atención que los señores Vogt, Molesehott y consortes 22. La facilidad
con que triunfó el materialismo dialéctico sobre el idealism-o habrá de
parecer inexplicable a quien no tiene una idea clara sobre el problema
fundamental que separa a los materialistas de. los idealistas. Imbuidos
de prejuicios dualistas, se suele imaginar que en el hombre, por ejemplo,
existen dos sustancias totalmente diferentes: el cuerpo, la materia por
una p a rte ; el alma, el espíritu por la otra. Se ignora —y a menudo ni
siquiera se plantea el interrogante— la forma en que una de estas
sustancias puede actuar sobre la otra, pero se cree saber que tal plantea­
miento implicaría la ' ‘unilateralidad' ’ de explicar los fenómenos me­
diante una sola de estas sustancias. Uno se siente muy satisfecho de sí
mismo al situarse por encima del uno y del otro extremo, y no se es ni
idealista ni materialista. Por respetable que sea esta manera de con­
siderar las cuestiones filosóficas —en vista de su gran antigüedad—
en el fondo sólo es digna de un filisteo. La filosofía nunca ha sabido
conformarse con semejante “ m ultilateralidad” ; la filosofía trataba, por
el contrario, de librarse de este dualismo, al cual tan aficionados son
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 585

los espíritus eclécticos. Los sistemas filosóficos más eminentes siem­


pre fueron monistas, es decir, que, para ellos, el espíritu y la materia
eran tan sólo dos clases de fenómenos, que tenían una sola causa, indi­
visiblemente la misma. Hemos visto que para los materialistas franceses
la “ facultad de sentir” era una de las propiedades de la materia. Para
Hegel la naturaleza era tan sólo “ otro modo de ser,” 2S d<> H TVT¿>a.
absoluta. Este otro modo de ser es, en cierto modo, la “ caída original”
de la Id e a ; la naturaleza es creada por el espíritu y sólo existe como un
efecto de su bondad. Pero esta caída supuesta no excluye de ninguna
manera la identidad sustancial de la naturaleza y el espíritu. Por el
contrario: presupone esta identidad. E l espíritu absoluto de Hegel no
es el espíritu limitado de la filosofía de los espíritus limitados. Hegel
sabía burlarse de quienes convierten a Ja materia y al espíritu en dos
sustancias distintas que son tan impenetrables la una, por lo otra como
es impenetrable toda materia por otra, y no pueden admitirse nada
más que en su no ser reciproco, en sus poros; del mismo modo que
Epicuro asigna a los dioses su morada en. los poros y, en consecuencia,
no les atribuye ninguna rela.ción con los hombres.
A pesar de su hostilidad al materialismo, Hee:el rendía homenaje
a la teendencia monista de éste 24. Pero corresponde entonces a la expe­
riencia —en cuanto nos ponemos en el punto de vista monista— el
decidir cual de las dos teorías, idealismo o materialismo, explica mejor
los fenómenos que debemos atender al estudiar la naturaleza y las socie­
dades humanas. Y es posible convencerse fácilmente que aún en el
terreno de la psicología, —ciencia que se ocupa de esos hechos designa­
dos con el nombre de fenómenos del. espíritu par excellence 2S—, trabaja­
mos con más éxito si admitimos que la naturaleza está en primer término
y tratamos las operaciones del espíritu como consecuencias necesarias del
movimiento de la materia.
Nadie en la actualidad, dice el agnóstico Huxley. aue esté al tanto
de la cuestión. pone en duda ove los fundamentos de la psicología no
sp apoyan sobre la fisiología del sistema, nervioso. Lo aue llamamos las
Cineraciones del esvíriiu son funciones del cerebro y los materiales de
ltt. conciencia■son vr ochidos de la actividad cerebral. Es probable que
f 1dbanifí haya utilizado una fraseoloaía ínrve y errónea cuando diio que
s>l cerebro segrega el pensamiento del mismo modo aue se are aa. bilis el
Mqado: a pesor de lo cual. la idea encerrada en esta, fórmula tan com­
batida es de todos modos mvclw más conforme a la. realidad que la­
vación popular aue convierte al espíritu en una entidad metafísica
situada en la cabeza, pero tan independiente del cerebro como lo es el
telegrafista de su aparato ~8.
En el terreno de las ciencias sociales, tomadas en el sentido más
amplio de la palabra. el idealismo ha sido llevado más de una vez
—como ya lo hemos subrayad»"»— a sentir su incapacidad y refugiarse
en explicaciones puramente materialistas de los hechos históricos.
Para insistir una ve¿ más, la erran revolución filosófica que se pro­
dujo en Alemania en los año? de la sexta década de nuestro siglo 2T, se
586 6. P LEJA N O V

vio facilitada por el carácter esencialmente monista del idealismo


alemán, Robert P lint dice:
E l hegelianismo, pese a ser el más elaborado de todos los sistemas
idealistas; ofrece un obstáculo muy débil al materialismo.
Bs muy justo, y F lint debió haber escrito “ por ser” en vez de
*‘pese a ser' \ E l mismo F lin t tiene toda la razón cuando dice:
Sin duda este sistema (el de Hegel] coloca al espíritu antes de la
materia y concibe a ésta como una fase del desarrollo de un proceso
espiritual; pero como el espíritu que coloca frente a la materia, es un
espíritu inconsciente, un espíritu que no es ni sujeto ni objeto, no es
por lo tanto un espíritu real, no es ni siquiera el fantasma o él espectro
del espíritu: la materia, a pesar de todo, es la realidad primera, la pri­
mera existencia real; y la energía que está en la materia, su tendencia
inherente a sobrepasarse constituyen las raícps y las bases del espíritu
subjetivo, objetivo y absoluto 2S.
Es fácil concebir hasta qué punto esta inconsecuencia, que el idea­
lismo no podía evitar, facilitó la revolución filosófica de la que hablamos.
Es especialmente en la filosofía de la historia que se hace sentir esta
inconsecuencia.
Hegel es ctdpable de una doble insuficiencia. Declara que la filo­
sofía es un Estar-ahí (Dasein) del Espíritu Absoluto, pero al mismo
tiempo se guarda muy bien de presentarnos al individuo filosófico real
como Espíritu absoluto. Por lo tanto, es tan sólo en apariencia que mues­
tra al Espíritu absoluto haciendo la historia en tanto que Espíritu
absoluto. Efectivamente. como él Espíritu absolui-o no llega a la con­
ciencia en tanto que Espíritu creador del mundo, sino después, en él
filósofo, su fabricación de la historia sólo existe en la conciencia, la
opinión y la representación del filósofo están en el reino de la imagi­
nación especulativa.
Estas líneas fueron escritas por el padre del materialismo dialéctico
moderno: K arl M arx29.
El alcance de la revolución filosófica realizada por este hombre
genial ha sido expresado por él mismo en unas pocas palabras:
Mi método dialéctico no sólo difiere por su fundamento del mé­
todo hegéliano, sino que es, en sí mismo, su contrario exacto. Para Hegel
el movimiento del pensamiento, que él personifica con el nombre de
idea, es el demiurgo de la realidad, la cual es tan sólo la forma feno­
ménica de la idea. Para mí, por el contrario, el movimiento■ del
pensamiento es tan sólo el reflejo del movimiento real, transportado y
traspuesto en el cerebro del hombre 80.
Antes de exponer los resultados a los cuales llegó Marx con ayuda
de este método, debemos echar una rápida ojeada a las tendencias que
se hicieron sentir en Francia en la época de la Restauración en las cien­
cias históricas.
Los "filósofos” franceses estaban convencidos de que la opinión
pública dirige al mundo. Cuando recordaban que, de acuerdo a su pro­
pia teoría sensualista, el hombre con todas sus ideas es un producto
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 587

clel medio social, los filósofos aseguraban qne la “ legislación lo explica


todo al fin de cuentas” y creían que la cuestión quedaba resuelta con
esta respuesta corta, pero instructiva. Pero esta “ legislación” era para
ellos, en primer término, el “ derecho público”; el “ gobierno” de cada
uno de los países dados. En las primeras décadas del siglo X IX este
punto de vista ha ido abandonándose cada vez más. Se pregunta uno
si no habría que buscar en el derecho civil las raíces de las institucio­
nes políticasn . Y se contesta afirmativamente.
Ha sido por el estudio de las instituciones políticas, dice G/uizot,
que la mayoría de los escritores, eruditos, historiadores o publicistas,
han procurado conocer el estado de la sociedad, el grado o el género
de su civilización. Habría sido más atinado estudiar primeramente la
sociedad misma para concer y comprender sus instituciones políticas.
Antes de convertirse en causa, las instituciones son un efecto; la so­
ciedad los produce antes de ser a su vez modificada por ellas: y en
vez de buscar en el sistema o en las formas de gobierno el estado del
pueblo, es menester examinar ante todo el estado del pueblo para saber
-cuál ha sido y cuál ha podido ser el gobierno.,. La sociedad, su com­
posición, el modo de ser de los individuos de acuerdo a su situación
socialj las relaciones de las diversas clases de individuos, el estado de
las personas, en fin, esta es, sin duda, la primera cuestión que llama
la atención del historiador que quiere observar la vida de los pueblos
y del publicista que quiere saber cómo han sido gobernados 32.
He aqxtí una negación total de las nociones históricas de los “ filó­
sofos” . Pero Guizot va más lejos aun en su análisis de la “ composición
de la sociedad” . El dice que en todos los pueblos modernos el estado
de las personas está estrechamente vinculado al estado de la propiedad
territorial y que, en consecuencia, “ el estudio del estado de las tierras
debe preceder al estudio del estado de las personas
Para comprender las instituciones políticas es menester conocer
las diversas condiciones sociales y las relaciones entre ellas. Para com­
prender las diversas condiciones sociales hay que conocer la naturaleza
y las relaciones de las propiedades
Desde este punto de vista estudia Guizot la historia de Francia
durante el reinado de los merovingios y los carolingios. En su historia
de la revolución inglesa, Guizot va un paso más allá y considera que
este acontecimiento es un episodio de la lucha de clases de la. sociedad
moderna. Ya no es más “ el estado de la propiedad territorial” sino
las relaciones de propiedad en general que constituyen ahora para é.1
el fundamento de los movimientos políticos.
Agustín Thierry llegó a un punto de vista parecido. En sus estu­
dios sobre la historia de Inglaterra y de Francia, Thierry considera al
movimiento de la sociedad el resorte oculto de los acontecimientos polí­
ticos, y está lejos de creer que la opinión pública dirige al mundo. Eteta
no es para él nada más que la expresión más o menos adecuada de los
intereses sociales. He aquí, como ejemplo, el modo suyo de interpretar
la lucha del parlamento inglés contra Carlos I.
588 G. P L E JA N O V

Todo personaje cuyos abuelos habían sido enrolados en el ejército


de invasión^ abandonaba su castillo y se dirigía al campo real para to­
mar el comando que su título le asignaba, Los habitantes de las ciudades
y los puertos se dirigían en masa al campo opuesto. . . Los descas­
tados, las personas que no admitían otra ocupación que la del goce sin
molestias, de cualquier casta que fueran, se enrolaban en las tropas rea­
les, que defendían intereses concordantes con los propios; mientras que
las familias de la casta de los antiguos vencedores, que la industria
había ganado, se unían al partirlo de las comunas. La guerra se sostenía
de una parte y otra sobre la base de estos intereses positivos. E l
resto no era más que apariencia o pretexto, LjOS que asumían la musa
de los súbditos eran en su mayoría presbiterianos, es decir que, inclu­
sive en religión, no querían ningún yugo. Los que sostenían la causa
contraria eran episcopales o papistas; eran hombres a quienes les gustaba
encontrar, hasta en las formas del culto, la posibilidad de un dominio
a ejercer y de impuestos a imponer ?A.
Es bastante claro, pero parece más claro de lo que es en realidad.
E n efecto, las revoluciones políticas son una consecuencia de la lucha
de clases, en la cual se combate por intereses económicos. Pero ¿que
causa hace adquirir tal o cual forma a los intereses económicos de una
clase dada? ¿ Cuál es la causa que engendra las clases en el seno de una
sociedad? Augusíín Thierry menciona a la industria; pero esta noción
es confusa en él, y para evitar el equívoco se remonta hasta la inva­
sión: la conquista de Inglaterra por los normandos. Es por lo tanto
a la invasión que deben su origen las clases cuya lucha originó la revo­
lución inglesa: “ iodo esto se remonta hasta una conquista, dice; ha.y
una conquista en la base de todo ” Pero ¿qué es una conquista? ¿No
nos lleva la conquista a la actividad del "gobierno” , del cual Justa­
mente tratamos de dar una explicación? Y aún dejando; de lado el he­
cho de que una conquista nunca puede darnos aclaración sobre los
resultados sociales de tal conquista. Antes de que la Galia fuera con­
quistada por los bárbaros, ya lo había sido por los romanos. En el plano
social los resultados de estas conquistas han sido completamente dife­
rentes. ¿Por qué razón? Sin ninguna duda, la situación de los galos en
los tiempos de César era distinta de la situación que tenían en el siglo V.
Hay asimismo razones para dudar de que los conquistadores romanos
no se parecieran de ninguna manera a los conquistadores “ bárbaros” a
los francos y a los borgoñones. Pero ¿ no se explican a su vez todas estas
diferencias por otras conquistas? Podemos enumerar todas las conquis­
tas co?iocidas y todas las conquistas verosímiles y seguiremos dando
vueltas en círculo: siempre llegamos a la inevitable conclusión de que
en la vida de los pueblos existe algo, una x, una incógnita: ¿ de dónde
proviene la fuerza de los pueblos mismos y de las diferentes clases que
existen en su seno? %Qué origen tienen, qué dirección y qué modifica­
ciones se han producido en ellos? E,n una palabra, es claro que existe
algo que constituj’e la base de esta misma fuerza, y se trata de determi­
nar la naturaleza de esta incógnita3S.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 589

Guizot se debate en medio de. las mismas contradicciones. ¿Cuál


es el origen de estas “ relaciones de propiedad” en los pueblos que
Gi-üizot estudia en sus Ensayos? Es el comercio de los conquistadores.
Después de la conquista, los francos se convirtieron en propietarios
[territoriales] ...L a independencia absoluta de su propiedad [territo­
rial] era, un derecho, del mismo modo que el de sus 'personas: esta
independencia no tenía entonces otra garantía que la fuerza del
propietario, pero éste, al utilizar su fuerza para defenderla, creía ejercer
su derecho, etc.Zü.
No es menos notable que para C-íuizot, es tan sólo en los Estados
modernos que el estado de las personas está ligado al de la propiedad
territorial.
Ni Mignet, ni ningún otro historiador francés de la misma época
(y los historiadores franceses de este tiempo son, en muchos sentidos,
notables) pudo resolver la dificultad que había detenido a Gruizot y a
Thierry. Se reconocía francamente ya que era menester buscar las
causas de la evolución de una sociedad en las relaciones económicas. Se
comprendía ya perfectamente que en la base de los movimientos polí­
ticos había intereses económicos que se imponían por medio de ellos. Y
después de la gran Revolución Francesa este combate épico de la bur­
guesía contra la nobleza y el. clero 37, 110 podía dejar de ser entendido.
Pero estos historiadores no estaban en condiciones de explicar 'el origen
de la estructura económica de luía sociedad. Y si hablaban de éste, lo
hacían recurriendo a las conquistas, y volvían al punto de vista del
siglo X V III, pues un conquistador es siempre un “ legislador” , simple­
mente un legislador venido de afuera.
Por lo tanto, Hegel se había visto obligado, contra su voluntad, por
así decirlo, a buscar en el estado social de los pueblos (en la “ propie­
d ad ”') la solución del enigma planteado por su destino histórico. Por
su parte, los historiadores franceses de la época de la Restauración
apelaron deliberadamente “ a los intereses positivos” , a la situación
económica para explicar el origen y el desarrollo de las diferentes for­
mas de “ gobierno”. Pero ni el uno ni la otra, ni el filósofo idealista ni
la investigación histórica positiva llegaron ai resolver el gran problema
que se les planteaba inevitablemente: “ ¿de qué dependen, por su parte,
la estructura de la sociedad, las relaciones de propiedad? Y mientras
este gran problema no estuvo resuelto, las investigaciones emprendi­
das en nombre de la ciencia —que en Francia lleva el nombre de ciencias
morales y políticas— carecieron de una base realmente científica y se
pudo, durante todo este período, oponer con razón a estas pretendidas
"ciencias” las únicas que podían pasar por "exactas” : las matemá­
ticas y las ciencias naturales.
Por lo tanto, la tarea del materialismo dialéctico había sido fijada
de antemano. La filosofía que había prestado, en el curso de los siglos
precedentes, tantos servicios a las ciencias naturales, debía liberar a las
ciencias sociales del laberinto de sus contradicciones. Cumplida esta
tarea, la filosofía podía decir: “ B e cumplido con mi deber y me puedo
590 G. PLEJANOV

retirar, dado que, en el futuro, las ciencias exactas habrían de volver


inútiles las hipótesis de los filósofos 3S.
Los artículos de Marx y de Engels en los Anales Franco-Alemanes
(París, 1844) ; La sagrada familia de los mismos autores; La situación
d€ la clase obrera en Inglaterra de Engels; la Miseria de la filosofía
de Marx; el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Eíngels; E l
trabajo asalariado y el capital de Marx contienen ya los rasgos netos,
y bien formulados de la nueva concepción de la historia. Pero es en
la Crítica de la economía política de Marx (Berlín, 1859) que nos en­
contramos con una exposición sistemática, aunque resumida:
E n la producción social de su existencia los hombres entran en
relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad, re­
laciones de producción que corresponden a un grado de desarrollo
determinado de sus fuerzas de producción material. E l conjunto de
estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la
sociedad, la tase concreta sobre la cual se eleva una superestructura ju ­
rídica y política y a la cual corresponden formas determinadas de con­
ciencia social. E l modo de producción de la vida material condiciona
el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es leu
conciencia de los hombres que determina su ser; por el contrario, es su
ser social que determina su conciencia 39.
¿Qué son estas relaciones de producciónP Son lo que se llama ju rí­
dicamente, las relaciones de propiedad, Ja propiedad a que se refería
Guizot y Hegel. La teoría de Marx responde justamente, cx>n la expli­
cación del origen de estas relaciones, a la pregunta que los hombres
de ciencia y los filósofos no habían podido contestar antes de él.
El hombre, con su “ opinión” y su “ cultura”, es un producto del
medio social, como lo sabían muy-bien los materialistas francesesdel
siglo X V III, aunque a menudo lo olvidaran. La evolución histórica
de la “ opinión pública” , como toda la historia humana, es un proceso
regido por leyes, como lo proclamaron los idealistas alemanes del siglo
X IX . Pero este proceso no está determinado por las propiedades del
“ espíritu universal”, como creían los idealistas, sino por las condiciones-
reales de la existencia humana. Las formas de “ gobierno” , de las cuales
tanto hablan los filósofos, tiene su origen en lo que Guizot llama breve­
mente 3a sociedad y en lo que Hegel llamaba la sociedad civil. Pero la
¡sociedad civil está determinada e3i su desarrollo por el desarrollo de las
fuerzas 'productivas que están a disposición de los hombres. La concep­
ción elaborada por Marx de la historia, que los ignorantes consideran
estrecha, y unilateral es en realidad el producto legítimo de una lara'a
evolución de las ideas históricas. Esta concepción las contiene a todas las
otras, en la medida en que estas tiene un valor real, y les asegura una
base más sólida que la que nunca pudieron tener en la época en que
cada una de ellas predominaba. Es por esto cine, para utilizar la expre­
sión de Hegel ya citada, es la más desarrollada, la más rica, la más
concreta.
Los filósofos del siglo X V III hablaban constantemente de la.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 591

“ naturaleza humana”, a la cual encomendaban la explicación de la


historia de la humanidad y la indicación de las cualidades que debía
tener una “ legislación 'perfecta”. Este pensamiento constituye el fun­
damento de todas las utopías; en su construcción ideal de una sociedad
perfecta, los uto pistas partían siempre de consideraciones sobre la natu­
raleza humana. La “ conquista” de Augustín Thierry y Guizot nos
lleva a sí mismo a la naturaleza humana, es decir, a la “ naturaleza”
más o menos arbitraria de los conquistadores que ellos describen con
mayor o menos acierto 40. Pero si la naturaleza humana, es una constan­
te, es perfectamente absurdo querer utilizarla para explicar los destinos
históricos esencialmente variables de la humanidad. Si esta es variable,
hay que preguntarse de dónde provienen estas variaciones. Los idea­
lista alemanes, maestros de lógica, reconocían que la naturaleza huma­
na es nna ficción poco lograda. Ellos colocaban los resortes ocultos del
movimiento de la historia fuera del hombre que, según ellos, se limita­
ría a obedecer los impulsos irresistibles de estas fuerzas. Pero la fuerza
motriz era el Espíritu universal, es decir, un aspecto de la naturaleza
humana pasado por el filtro de la abstracción. La teoría de Marx
pone fin a todas estas ficciones, a todos estos dédalos, a todas estas
contradicciones. E l hombre, al actuar con su trabajo sobre la natura­
leza, fuera de él provoca la transformación de su propia naturaleza.
La naturaleza humana tiene, por consiguiente, una historia, y para
enterarse de esta historia hay que comprender cómo se realiza la
acción humana sobre la naturaleza que le es exterior.
Helvecio ha intentado explicar la evolución de las sociedades hu­
manas basándola en las necesidades físicas de los hombres. Su tentativa
estaba destinada al fracaso, dado que, hablando con rigor, no había
que considerar las necesidades de los hombres, sino las maneras y los
medios de satisfacerlas.
E l animal tiene sus necesidades físicas, del mismo modo que el hom­
bre. Pero los animales no producen; solamente se apoderan de objetos
cuya producción os una exclusividad de la naturaleza, por así decirlo.
Para apoderarse de estos objetos emplean sus órganos: dientes, lengua,
miembros, ete. La adaptación de un animal al medio ambiente natural
se realiza, pues, mediante la transformación de sus órganos, mediante
transformaciones en estructura anatómica. La eosa no es tan fácil
para el animal nue se llama orsull osa mente homo sapiens.
E l hombre desempeña frente a la naturaleza el papel de una poten­
cia natural. Las fuerzas de su cuerpo, brazos, piernas, cabeza y manos,
se ponen en movimiento para asimilar materias, dándoles una forma
útil a la vida 41.
E l hombre produce y, en el curso de este proceso de producción,
utiliza instrumentos.
S i dejamos de lado la toma de posesión de subsistencias ya en­
contradas — la recolección de frutos, por ejemplo, en la cual los órganos
del hombre sirven de instrumento— vemos que el trabajador se adueña
inmediatamente no del objeto, nno del medio de su trabajo, convirtien­
592 G. PLEJA NOV

do así las cosas exteriores en órganos de su propia actividad, órganos


que avxtde a los suyos de manera de extender, a pesar de la Biblia, su
cverpo natural42.
Es en este sentido que la lucha humana por la existencia se dis­
tingue esencialmente de la lucha de los otros animales: el animal que
fabrica utensilios (the tool making animal) se adapta al medio am­
biente natural modificando sus órganos artificiales. Frente a estas mo­
dificaciones, las modificaciones de su estructura anatómica desaparecen,
como totalmente insignificantes. Darwin dice, por ejemplo, que los
europeos establecidos en América experimentan modificaciones extre­
madamente rápidas. Pero, según el mismo Darwin, estas modificaciones
son ínfimas, absolutamente nulas en comparación con las innumerables
modificaciones que afectan a los órganos artificiales de los americanos.
Por lo tanto, en cuanto el hombre se convierte en un animal que fabrica
instrumentos, entra en una nueva fase de su evolución: termina su evo­
lución zoológica e inicia su carrera histórica.
Darwin se opone a la opinión que pretende que ningún animal
puede utilizar instrumentos y cita varios ejemplos que prueban lo
contrario; en estado natural el chimpancé utiliza una piedra para rom­
per la cáscara demasiado dura de un fruto salvaje; en la India los
elefantes domesticados arrancan ramas de los árboles y las utilizan para
ahuyentar los insectos, etc. Todo esto puede ser verdad. Pero no hay
que olvidar ante todo que los cambio<s cuantitativos se convierten en
diferencias cualitativas. La utilización de instrumentos, que encontra­
mos en los animales, es tan sólo rudimentaria. La influencia de estos
sobre su existencia es ínfim a; en cambio, en la vida de los hombres la
utilización de instrumentos tienen una influencia decisiva. Es en este
sentido que dice Marx:
E l empleo y la creación de medios de trabajo, si bien se encuentran
en germen en algunas especies animales f caracterizan eminentemente
al trabajo humano i3.
Es evidente que los medios mecánicos de trabajo no son los únicos
que utiliza el hombre. Pero Marx los considera como los más caracte­
rísticos. Estos medios constituyen lo que él llama el sistema óseo y
muscular de la producción. Sus vestigios presentan, para quien quiera
juzgar las formas sociales económicas que hoy han desaparecido, el
mismo valor que tienen, los esqueletos fósiles para el estudio de especies
animales desaparecidos.
Lo que distingue a una época económica ele otra no es tanto lo que
se fabrica, sino la manera de fabricarlo} los medios de trabajo tesados
para la fabricación 44.
Imbuidos de prejuicios idealistas, los historiadores y los sociólo­
gos que antecedieron a Marx no suponían siquiera hasta qué punto
era éste, esta tecnología fósil un medio precioso de llegar a descubri­
mientos importantes.
Darwin ha llamado la atención sobre la historia de la tecnología
natural, es decir, sobre la formación de los órganos de las plantas ij
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 593

los animales, considerados como medios de 'producción para su vida.


La historia de los órganos productivos del hombre social, base material
de toda organización social, ¿no sería digna de semejantes investiga­
ciones ? ¿Y no sería más fácil llevar esta empresa a buen fin, dado que,
como dice Vico, la historia del hombre se distingue de la historia de
la naturaleza en que la primera ha sido hecha por nosotros, y la segun­
da n o ? 45.
En nuestro días, los historiadores de la civilización hablan de
una Edad de Piedra, de Bronce, de Hierro. Esta división de la pre­
historia se basa en los principios materiales que servían a la producción
de armas y de instrumentos. Estas épocas se dividen en distintos pe­
ríodos; por ejemplo, el período de la piedra tallada y el de la piedra
pulida. Los historiadores de la civilización no desprecian, pues, en modo
alguno la tecnología fósil. Desgraciadamente, en este terreno se con­
tentan con generalidades que sólo pueden llevar a lugares comunes. Y
sólo se entra en. este terreno por falta de otros datos, en razón de la falta
de medios más eficaces, apresurándose a abandonarlo en el período de
la historia propiamente dicha, en cuanto se descubren otros datos que
se juzgan más dignos del hombre y de su razón. En este sentido se
sigue casi siempre el ejemplo del siglo X V III, Este comportamiento
fue el de Condoreet cien años atrás.
E n su célebre Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del
espíritu humano Condoreet empieza por describir el desarrollo de las
fuerzas de producción de los hombres primitivos, desde las “ artes”
más rudimentarias hasta los albores de la agricultura. Condoreet llega
hasta declarar que el arte de fabricar armas, de preparar los alimentos,
de procurarse los utensilios necesarios para esta operación, la de con­
servar estos mismos alimentos durante cierto tiempo, y hacer provi­
siones, fueron. . . el primer rasgo que distinguió a la sociedad- humana
de la sociedad de varias especies animales40.
Condoreet comprende al mismo tiempo que un “ a rte ” tan im­
portante como la agricultura debió ejercer una considerable influen­
cia sobre' la estructura, de la sociedad, Pero ya la “ tercera época de la
historia humana abarca para él “ los progresos de los pueblos agri­
cultores hasta la invención de la escritura alfabética’1; la cuarta época
es la del progreso del espíritu humano en Grecia, hasta los tiempos de
la división de las ciencias en el siglo de A lejandro; la quinta se carac­
teriza por los progresos de la ciencia, etc. Sin darse cuenta, Condoreet
modifica enteramente su principio de clasificación y se ve en seguida
que si no habla en los comienzos del desarrollo de las fuerzas produc­
tivas es porque no puede hacerlo. Del mismo modo, se ve que los
“ progresos” realizados por los hombres en el terreno de la producción
y de ía vida material en general no son para Condoreet nada más que
una escala graduada, que le permite aquilatar los progresos del espí­
ritu humano, a los cuales deben los hombres todo.
Para Condoreet los medios de producción eran el efecto y las fa­
cultades intelectuales del hombre, su espíritu, la causa. Y como, sien­
594 G. P UEJAH OV

do buen metafísico,. estaba cerrado a esta dialéctica inmanente a todo


proceso natural o social, por la cual la causa sólo es causa después de
haber sido efecto, y todo efecto, a sti vez, se convierte- en causa; como
no advertía la existencia de esta dialéctica nada más que en los casos
en que se manifestaba en la forma particular de una acción recíproca
prefería naturalmente tomar el toro por las. astas y dirigirse directa­
mente a la causa todas las veces que podía, todas las veces que no
estaba obligado a proceder de otro modo. E l espíritu humano era para
él el gran motor del progreso humano, y Condorcet, como todos los
“ filósofos” atribuye a este espíritu una tendencia natural al progreso.
Esto es muy superficial. Pero seamos justos, ¿los historiadores moder­
nos de la civilización están muy lejos del punto de vista de
Condorcet? 47.
Resulta claro como el día que la utilización de los instrumentos,
por imperfectos que éstos sean, presupone un desarrollo relativamente
considerable de las facultades intelectuales. Mucha agua ha corrido
bajo los puentes antes de que nuestros antepasados antropoidea hayan
podido tener “ espíritu” . ¿Cómo lo adquirieron? No es la historia lo
que se debe interrogar aquí, sino la zoología. Darwin ha dado la res­
puesta de la zoología. Por lo menos, ha demostrado como fue posible
a la evolución zoológica llegar al punto en cuestión. Por cierto, el
“ espíritu” antropoide desempeña, en la hipótesis de Darwin, un papel
bastante pasivo, dado que ya no se trata en esta hipótesis de su pre­
tendida tendencia natural al progreso, pues se sabe que es empujado
hacia adelante por un conjunto de circunstancias cuya naturaleza es
nada menos que sublime. Así es que, según Darwin el hombre jamás
habría obtenido su posición preponderante en el mundo si no hubiera
contado con el uso de sus manos, instrumento tan admirablemente
apropiado para obedecer a su voluntad48.
Es lo que ya afirmaba Helvecio: los progresos de las extremidades
pasan—horribile dictu — 40 por ser la causa de los del cerebro y, lo que
es aún más grave, los progresos de las extremidades no provendrían
del espíritu antropoide: se deberían a la influencia del medio ambiente
natural.
Sea como fuere, la zoología trasmite a la historia su homo ya en
posesión de las actitudes necesarias para la invención y la utilización
de los instrumentos primitivos. La tarea del historiador consiste pues
únicamente en seguir el desarrollo de los Órganos artificiales y revelar
su influencia sobre el desarrollo del espíritu, así como la zoología lo
ha hecho en lo referente a los órganos naturales. Ahora bien, si el desa­
rrollo de éstos últimos fue influido por el medio natural, es fácilmente
concebible que haya ocurrido lo mismo en el caso de los órganos arti­
ficiales.
Los habitantes de un país desprovisto de metales están en la im­
posibilidad de inventar instrumentos superiores a las herramientas de
piedra. Para que el hombre pueda domesticar al caballo, a los cua­
drúpedos de cuernos, al carnero, etc., que han desempeñado un papel
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 595

tan importante; en el desarrollo de sus fuerzas productivas, ha sido


necesario habitar regiones en donde estos últimos, es decir, sus ante­
cesores zoológicos, vivían en estado salvaje. El arte de la navegación
no se ha iniciado en las estepas, etc. E l medio natural, el medio geo­
gráfico, su pobreza o su riqueza, han ejercido por lo tanto una indis­
cutible influencia sobre el desarrollo de la industria. Además, el
carácter del medio geográfico ha desempeñado otro papel mucho más
notable en la historia de la cultura.
No es la fertilidad absoluta del suelo, sino más bien la diver­
sidad de sus cualidades químicas, de su composición geológica, de su
configuración física y la variedad de sus productos naturales, que for­
ma la base natural de la división social del trabajo y que excitan al
hombre en razón de las condiciones multiformes en medio de las cuales
se encuentra, a multiplicar sus necesidades, sus facultades, sus medios
y modos de trabajo.
Es la necesidad de dirigir socialmente una fuerza natural, de ser­
virse de ella, de economizarla, de apropiársela en un plano superior
mediante obras de arte, en una palabra, la necesidad de domeñarla, que
desempeña el papel decisivo en la historia de la industria. Tal ha
sido la necesidad de regular y distribuir el curso de las aguas en
Egipto, en Lombardía, en Holanda, etc. Lo mismo ocurre en la India,
en Persia, etc., en donde la irrigación por medio de canales artificia­
les proporciona al suelo no sólo el agua indispensable sino también los
abonos minerales que absorbe en las montañas y deposita en su
limo 50.
Es así, pues, que el hombre obtiene en el medio natural los ele­
mentos necesarios para la creación de órganos artificiales con los cua­
les combate a la naturaleza. El carácter del medio natural determina
el carácter de su actividad productora, de sus medios de producción.
Pero los medios de producción determinan las relaciones recíprocas de
los hombres en. el proceso de producción tan inevitablemente como el
armamento de un ejército determina toda la organización de éste,
todas las relaciones recíprocas de Los individuos que lo componen. Pero
las relaciones recíprocas de los hombres en el proceso social de
la producción determinan toda la estructura de la sociedad. La influen­
cia del medio natural sobre esta estructura es, por lo tanto, indiscu­
tible. 1SI carácter del medio natural determina el del medio social51.
IJn ejemplo:
Es la necesidad de calcular los períodos de desborde del Nilo lo
que creó la astronomía egipcia y, al mismo tiempo, el dominio de la
casta sacerdotal como directora de la agricultura52.
Pero esto es tan sólo un aspecto del asunto. Es menester conside­
rar aún otro aspecto, si no se quiere llegar a conclusiones totalmente
erróneas.
Las relaciones de producción son el efecto; las fuerzas produc­
tivas son la causa. Pero el efecto, por su parte, se convierte en causa;
las relaciones de producción se convierten en una nueva fuente de
desarrollo de las fuerzas productivas. Esto lleva a un doble resultado:
596 G. P LEJA N O V

1.° La influencia recíproca de las relaciones de producción y de las


fuerzas productivas tiene por efecto un movimiento soc-ial que tiene
su lógica y sus leyes independientemente del medio natural.
Un ejemplo: la propiedad privada es siempre, en la fase primi­
tiva de su desarrollo, el fruto del trabajo del mismo propietario,
—como es muy fácil observarlo en las aldeas rusas. Pero llega necesa­
riamente un momento en que se convierte en lo contrario de lo que
era an tes: presupone el trabajo de otro, se convierte en propiedad
privada capitalista, como podemos verlo todos los días en las aldeas
rusas. Este fenómeno es uno de los efectos de la ley inmanente que
rige la propiedad privada. Todo lo que puede hacer en tal caso el medio
natural es acelerar este movimiento favoreciendo el desarrollo de las
fuerzas productivas.
2.° Como la evolución social tiene su lógica propia, independiente­
mente de toda influencia directa del medio natural, puede ocurrir que
el mismo pueblo, a pesar de habitar el mismo país y de que sus cuali­
dades físicas siguen siendo las mismas, posea en diferentes épocas de
su historia a instituciones sociales y políticas que sean poco semejantes,
cuando no completamente diferentes las unas de las otras. Se ha que­
rido extraer de esto la conclusión, de que el medio geográfico no tiene
ninguna importancia en la historia de la humanidad. Es una conclu­
sión completamente erróneass. Los pueblos que habitaban la isla
británica en los tiempos de César estaban sometidos al mismo medio
geográfico que los ingleses de la época de Cromweli Pero los con­
temporáneos de Cromwell disponían de fuerzas de producción mucho
más poderosas que las poblaciones de la época de César, El medio geo­
gráfico ya no actuaba sobre ellos del mismo modo, puesto que reaccio­
naban ante su medio natural de un'modo completamente distinto. Las
fuerzas productivas de Inglaterra en el siglo XVII eran el resultado
de su historia. Y en el curso de esta historia el medio geográfico nunca
dejó de ejercer su influencia, aunque de modo muy diverso, sobre la
evolución económica del país.
Las relaciones recíprocas entre el hombre social y el medio geo­
gráfico son extremadamente iwriahles. Estas relaciones se modifican
con cada nuevo paso hacia adelante de las fuerzas productoras del
hombre en el curso de su desarrollo. De aquí se desprende que el efecto
ejercido por el medio geográfico sobre el hombre social tiene resultados
diferentes en las diferentes fases del desarrollo de estas fuerzas. Pero'
las modificaciones que sobrevienen en las relaciones que existen entre
el hombre y su lugar de residencia no tienen nada de fortuito. Su suce­
sión constituye un proceso sometido a leyes. Para comprender este
proceso es menester ante todo pensar que el medio natural es un factor
importante en el movimiento histórico de la humanidad, no a causa
de la influencia que ejerce sobre la naturaleza humana, sino a causa, de
su influencia sobre el desarrollo de las fuerzas productivas.
La tem peratura de este país (la referencia es a la zona templada
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 597

de Asia. N. del A .), debe ser, si se tiene en cuenta la -naturaleza de las


estaciones que no presentan variaciones extremas, aproximadamente la
de la primavera. Pero es imposible, que en semejante país, los hom­
bres sean despiertos y de espíritu alerta, que soporten penurias y
trabajos.. . Si los asiáticos son vacilantes, flojos, de carácter menos
belicoso y más blando que los europeos, hay que buscar la causa esen­
cial en la naturaleza de las estaciones. Corno no sufren (¡randes varia­
ciones, estas estaciones son para ellos casi idénticas, y pasan insensible­
mente del calor al frío. En estas condiciones de temperatura, d alma■
ya no experimenta esas emociones vivas, el cuerpo no experimenta
cambios bruscos, unos y otros confieren al hombre, evidentemente, un
carácter más recio. más rudo, m/is violento, aue cuando vive en con­
diciones invariables de temperatura; pues estos pasajes bruscos de un
extremo a otro despiertan el espíritu del hombre y lo hacen salir del
estado de pereza e indolencia.
Hace mucho tiempo eme estas líneas fueron peritas por Hipó­
crates154. Pero aún en nuestros días hay muchos escritores que no han
ido más allá en su manera ele encarar y juzgar la influencia del medio
ideográfico sobre la humanidad. A tal zona, a tal raza. a tal moral, a
tal filosofía corresponden ineluctablemente tales instituciones polí­
ticas y sociales 5{5.
Todo esto parece mny plausible, pero e.s en realidad tan superficial
como todas las otras tentativas que se han hecho para explicar los
fenómenos de la evolución social mediante tal o cual concepto de la
*f n atúrales a /?um ana *\
Buckle ha dicho muy bien: la influencia del clima y del suelo sobre
el hombre no es directa, sino indirecta.
T a n t o la una como la otra han tenido consecuencias capitales sobre
la organización a-enera! de la sociedad y han provocado las grandes y
notables diferencia» aue existen entre las naciones y oue se atribuyen
la diferencia fundamental, de las diverjas razas que componen a la
humanidad 5r\
Buckle suscribe de buen grado la observación de -L S. Mili: entre
todas las maneras de sustraerse a un estudio del efecto ejercido sobre
el espíritu humano -ñor las influencias sociales y morales, hay una. la
más común de todas oue consiste en atribuir las diferencian en el com­
portamiento y el carácter a diferencias inherentes u naturales.
Pero cuando habla de la influencia dp la naturaleza sobre el desa­
rrollo histórico de la humanidad. recae en los mismos errores
que denuncia con tanto ardor v tanta ra^ón en los otros.
Los te^nhlorpc (\n ■Horrr' v l»1; avnr>piones vole^uica13 son thár fre­
cuentes en Italia y en la península hispano-nortuguesa, y tienen allí un
efecto más destructivo que en los otros países [de Europa. N .delA .}
y es anuí precisamente oue la superstición es más fuerte y las clases
supersticiosas son. mns poderosas. Por lo pronto, es en estos países que
el clero ha establecido su dominiones aouí que se ha manifestado la
maro’- pm'-Hirv,iÓTi del v»-n<!tianismo y nue la superstición se ha afian­
zado del. modo más sólido y más durable 57.
598 G. PI.EJASTOV

Así pues, el aspecto general del habitat no influye solamente,


según Buckle, sobre la intensidad del sentimiento religioso de los ha­
bitantes, sino también sobre la posición social del clero, es decir, sobre
el conjunto de la estructura social. Y esto no es todo.
Es un hecho notable que los más grandes pintores y casi todos los
grandes escultores de la época moderna han nacido en Italia o en
España. E n el dominio de las ciencias de la naturaleza, Italia ha pro­
porcionado, sin duda, grandes nombres; pero este número es mucho
más reducido que eJ número de sos artistas y sus poetas58.
Son las particularidades físicas de un país, por lo tanto, que ejer­
cen una influencia decisiva sobre el desarrollo que han tenido en estas
regiones las ciencias y las artes. Los partidarios más ardientes de la
teoría racista, ¿han sostenido alguna vez una teoría más atrevida y
menos fundamentada ?
La historia científica del desarrollo espiritual de la humanidad
está enteramente por escribirse. Al respecto debemos contentarnos pro­
visionalmente con hipótesis más o menos ingeniosas. Pero hay hipótesis
e hipótesis. La de Bnclde sobre la influencia de la naturaleza es in­
consistente.
La Grecia antigua brilló efectivamente tanto por sus pensadores
eorno por sus artistas. Y, sin embargo, la naturaleza de Grecia es
apenas menos majestuosa que la de Italia o la de España. Aún si se
reconoce que su influencia sobre la imaginación humana es más fuerte
en Italia que en la patria de Pericles, basta recordar que la Magna
Grecia comprendía precisamente a la Italia meridional y a las islas
vecinas, y que este hecho 110 le impidió “ producir’' un gran mímero
de pensadores.
E n la Italia y la Etepaña modernas las bellas artes tienen, como
en todas partes, su historia. El apogeo de la pintura italiana se sitúa
en un período determinado de tiempo, que no excede los 50 ó los 60
años5<). E n España la/ pintura conoció sólo un breve florecimiento. No
estamos en absoluto en condiciones de indicar las causas que motiva­
ron el florecimiento de la pintura italiana precisamente en esta época
(desde el último cuarto del siglo XV hasta el primer tercio del siglo
XVI) y no en otra, por ejemplo, un medio siglo más temprano o más
tarde; pero sabemos perfectamente que la naturaleza de la península
italiana nada tuvo que ver en ello: esta naturaleza era en el siglo XV
la misma que en el X III o en el X V II. Pero si la grandeza variable
no siempre es la misma, no es por que la constante sea siempre la
misma.
En contra de lo que dice Buclde sobre la influencia y el poder
del clero en Italia, habremos de objetar que es casi imposible encontrar
un ejemplo que contradiga aún más la tesis que pretende sostener.
P ara empezar, el papel del clero en la Italia católica no se parece en
nada al del clero en la Roma antigua, arinque las características físicas
del país no hayan experimentado modificaciones sensibles. Además,
como la Iglesia Católica era tina organización internacional, fue a cau­
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 599

sas no sólo extrañas a las características físicas del país sino también
a su propia estructura social que el Papa, el jefe de la “ clase supers­
ticiosa” debió la mayor parte de su poderío 00. Numerosas veces expul­
sado por la población romana, “ el santo P adre” no pudo volver a la
ciudad eterna sino con la ayuda de los Estados transalpinos. La
situación absolutamente excepcional de Roma, residencia del jefe de la
Iglesia, debía ejercer una influencia considerable sobre el papel del
clero en toda Italia. Pero no se debe creer que el clero ha sido siempre
más poderoso en Italia que en otros países europeos, en Alemania, por
ejemplo. Esto sería un grave e rro rei.
Los estudiosos que se han dedicado a la historia de las religiones
se inclinan, aún en nuestros días, a mencionar las disposiciones ra­
ciales cada vez que una particularidad les llama la a-tención en la
doctrina religiosa de un pueblo y que resulta difícil descubrir su ori­
gen. Sin embargo, la evidencia los fuerza a admitir la semejanza
original de religiones en vigencia entre los bárbaros y los salvajes que
habitan regiones extremadamente diferentes62. Del mismo.modo, se ven
forzados a reconocer la influencia considerable que ejerce el modo de
vida y los medios de producción de cada pueblo sobre el carácter de
sus creencias63. E l rechazo de toda consideración vaga e “ hipotética”
referente a la influencia directa del medio geográfico sobre tal o cual
característica del “ espíritu humano” sólo puede ser provechoso a la
ciencia si se esfuerza en determinar qué parte toma ese medio en el
desarrollo de las fuerzas productivas —y por intermedio de esas fuer­
zas— en el conjunto del desarrollo social y espiritual, en una palabra,
en el desarrollo histórico de los pueblos.
Continuemos:
En un cierto estadio de su desarrollo, las fuerzas productivas ma­
teriales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de
producción existentes o, lo que es la expresión jurídica de lo mismo,
con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se habían movi­
do hasta ese momento. De formas de desarrollo de las fuerzas produc­
tivas que eran, estas relaciones se convierten en obstáculos. Entonces
se inicia una época de revolución social. El cambio en la base económica
trastorna más o menos rápidamente toda la enorme estructura. Cuando
se considera estos trastornos, se debe distinguir entre el trastorno ma­
terial —que puede constatarse de modo científicamente riguroso— de
las condiciones de producción económica y las formas jurídicas, polí­
ticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas
ideológicas en que los hombres toman conciencia de este conflicto y lo
llevan a término. Del mismo modo que no se juzga a un individuo por
la idea que tiene de sí> mismo, no se debe juzgar a una época de tras­
tornos por la conciencia que tiene de sí misma; es menester, por el
contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida
material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productivas, so­
ciales y las relaciones de producción.c,i.
Todo lo finito tiende a destruirse a sí mismo y a transformarse
600 G. P LEJA N O V

en su contrario. El lector ve que, según Marx, esto se aplica igualmen­


te a las instituciones sociales o políticas. Toda institución social es, por
lo pronto, un "aspecto de la evolución1' de las fuerzas productivas, es
por así decirlo, la belle époque> de su vida. Se consolida, se desarrolla,
alcanza su apogeo. Instintivamente, los hombres se pliegan a ella y la
proclaman “ divina” o “ natural” . Pero, poco a poco, llega la vejez;
se inicia la declinación. Se percibe entonces que en esta institución no
todo es tan hermoso como se creía antes, se inicia la lucha contra ella;
se la tacha de "diabólica” o "an tin a tu ra l” y, finalmente, se la supri­
me. Se llega a este punto porque las fuerzas productivas de la socie­
dad no son ya las que eran, porque han realizado nuevos progresos
gracias a modificaciones sobrevenidas en las relaciones mutuas de los
hombres, en el proceso social de la producción. Los cambios cuantita­
tivos graduales se convierten bruscamente en diferencias cualitativas.
Los momentos de estos pasajes bruscos son momentos de salto hacia
adelante, de ruptura en la evolución gradual. Es la misma dialéctica
que conocemos por haberla descubierto en Hegel; y, sin embargo, no
es la misma. En la filosofía de Marx, se ha convertido en lo contrario
de lo que era en Hegel. Para Hegel, la dialéctica de la vida social
tenía, en último análisis, como toda la dialéctica de lo Finito, una
causa mística: la naturaleza del Infinito, del Espíritu absoluto. En
Marx depende de causas totalmente reales: del desarrollo de los medios
de producción de que dispone la sociedad. Mutatis mutandis G5, Darwin
adoptó el mismo punto de vista para explicar el origen de la especies.
T del mismo modo que ya no se necesita a partir de Darwin —para
explicar la evolución de las especies— recurrir a la "tendencia innata”
de los organismos " a l progreso” (tendencia cuya existencia admitían
Erasmo, Lamarck y Darwin) ya no necesitaremos, en las ciencias socia­
les, recurrir a las "tendencias” místicas del "espíritu humano” para
rendir cuenta de sus "progresos” , El modo de vivir de los hombres nos
basta para explicar su modo de sentir y de pensar.
Pichte se quejaba amargamente de que fuera "m ás fácil a la
mayoría de los hombres tomarse por un pedazo de lava en' la luna que
considerarse como un yo” . Cualquier bravo filisteo de nuestra época,
está tanto más cálidamente inclinado a reconocerse como “ un pedazo
de lava en la luna” que a reconocer la teoría que ve el origen de todas
sus ideas, concepciones y costumbres en las relaciones económicas de
su tiempo. El filisteo recurriría a la libertad humana, a la razón, a una
serie de otras cosas no menos excelentes y respetables. Los bravos filis­
teos se dan cuenta que7 mientras ellos se indignan contra Marx, este
hombre “ limitado” ha resuelto las contradicciones en que se debatía
la ciencia desde hace por lo menos im siglo.
Tomemos un ejemplo. ¿Qué es la literatura? La lite r a tu r a res-
poden en coro los buenos filisteos, es la expresión de la sociedad. He
aquí una excelente definición que no tiene nada más que un defecto:
es tan vaga que no significa nada. ¿ En qué medida la literatura expre­
sa a la sociedad? Y —puesto que la sociedad evoluciona— ¿cómo se
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 601

refleja la evolución social en la literatura? ¿Qué formas literarias co­


rresponden a cada fase del desarrollo histórico de la humanidad? Es­
tas son preguntas inevitables y perfectamente legítimas que la dicha
definición deja no obstante sin respuesta. Además, como la literatura
es una expresión de la sociedad, nos hace falta manifiestamente tener
una misión, clara de las leyes de la evolución social y de las fuerzas
ocultas de las cuales es ella la consecuencia, antes de poder hablar de
la evolución de la literatura, .Ti3 lector ve que la definición mencionada
anteriormente solo tiene valor porque plantea el problema que ya se
planteaba a los "filósofos” de la época de Voltaire, tanto como a los
historiadores y filósofos del siglo XIX. r6 Cuál es la causa profunda de
la evolución social f
Los antiguos sabían ya muy bien que la elocuencia, por ejemplo,
depende en «na medida considerable de las costumbres, y de la cons­
titución política de una sociedad (ver el diálogo “ De oratoribus”
atribuido a Tácito). Los escritores del siglo pasado lo sabían igual­
mente bien. Como ya lo hemos mostrado en nuestro estudio anterior,
Helvecio recurrió muchas veces a los diferentes estados de la sociedad
para explicar el origen de los gustos estéticos de los hombres. Bu el
año 1800 apareció el libro de Madame de Stáel-Holstein, De la litera­
tura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales. Bajo
la restauración y bajo Luis Felipe, Villemain, Sainte-Beuve y muchos
otros proclamaron que las revoluciones literarias sólo podían nacer
de la evolución social. Del otro lado del Rhin, los grandes filósofos
que examinaban la literatura y las bellas artes, como todo lo demás, en
su proceso de devenir, tenían a pesar de su idealismo puntos de vista
ya muy claros sobre los vínculos estrechos que unen toda obra de arte
al medio social que da nacimiento al a rtista 08. Finalmente, para no
alargar desmesuradamente esta enumeración, un eminente crítico e
historiador de la literatura, H. Taine, ha establecido como principio
fundamental de su estética científica la regla general de que “ una
gran modificación que se opera en las relaciones humanas provoca
gradualmente en los pensamientos huma,nos una modificación corres­
pondiente
La cuestión parece estar completamente resuelta: el camino a se­
guir. para una historia científica de la literatura y de bellas artes
parece trazado. T sin embargo, extrañamente, nuestros historiado­
res de la literatura contemporánea no ven más claro en la evolución
intelectual de la humanidad de lo que se veía hace cien años. ¿De don­
de proviene esta curiosa esterilidad filosófica de hombres a quienes
no falta ni celo ni erudición?
No es necesario busea->’ lejos la causa. P-^’o íw-a d esabrirla es
menester ante todo ver claramente en qué radican las ventajas y los
defectos de la estética científica moderna.
Según Taine esta estética “ se distingue de la antigua por ser
histórica y no dogmática, es decir que no hace presiones, sino que,
por el contrario, constata leyes??. Esto es excelente. Pero ¿cómo pue-
602 O- PLEJA NO V

ele la estética ayudarnos en o] estudio de la literatura y de las dife­


rentes artes. ¿ Cómo procede para investigar las leyes f f, Cómo considera
.a la obra de arte?
Dirijámonos al mismo autor y dejemos la palabra para evitar to­
do malentendido.
Despues de haber declarado que una obra de arte está determinar-
<la... por el estado general del espíritu y de las costumbres circun­
dantes, y de haber apoyado esta tesis con algunos ejemplos históri-
•eos, Taine continúa:
E n los diversos casos que hemos examinado, habéis observado de
entrada una situación general, es decir, la presencia universal de cier­
tos bienes y de ciertos males, una condición de servidumbre o de li­
bertad, un estado de pobreza o de riqueza, una cierta forma de so­
ciedad, una cierta clase de religión; la ciudad libre, guerrera y pro­
vista de esclavos en Grecia; la opresión, la invasión, el saqueo feudal,
el cristianismo exaltado de la Edad Media; la corte en el siglo X V I I 7
¡a democracia industrial y sabia del X I X ; en una palabra, un con­
junto de circunstancias ante las cuales se encuentran los hombres so-
metidos y doblegados.
Esta situación desarrolla en ellos necesidades correspondientes,
aptitudes distintas, sentimientos particulares, por ejemplo, la activi­
dad física o la inclinación al ensueño, aquí la rudeza y allá la dulzura,
a veces el instinto de la guerra, a veces el talento para hablar, a veces
el deseo de gozar, cien otras disposiciones infinitamente variadas y
completas: en Grecia la perfección corporal y el equilibrio de las fa ­
cultades que la vida demasiado cerebral o manual no perturba; en lá
Edad Media la intemperancia de la imaginación sobreexcitada y la de­
licadeza de la sensibilidad femenina; en el siglo X V I I > el savoir vivre
del w,undo y la dignidad de los salones aristocráticos; en los tiempos
modernos, la grandeza de las ambiciones desencadenadas y él malestar
■de los deseos insatisfechos.
Ahora bien, este grupo de sentimientos, de necesidades y aptitudes
■constituye, cuando se manifiesta en su totalidad y con esplendor en
una sola alma, el personaje reinante, es decir, el modelo que los contem­
poráneos rodean con su admiración y su simpatía: en Grecia, el hombre
joven, desnudo y de buena raza que es experto en todos los ejercicios
del cuerpo; en la Edad MedAa, el monje estático y el caballero enamo­
rado; en el siglo X V II , él cortesano perfecto; .en rmestr&s días el Fausto
o él ’Werther insaciable y triste.
Pero, como este personaje es entre todos el más interesante, él más
importante y el más conspicuo, es él que los artistas muestran al pú­
blico, a veces concentrado en una figura viviente, cuando su arte, como
la pintura, la escultura, la novela, la epopeya y él teatro, es imitativo,
o disperso en sus elementos, cuando su arte, como la arquitectura o
la música, suscita emociones sin crear personas. Se puede por lo tatito
■expresar iodo él trabajo de estos artistas diciendo que tanto lo repre­
sentan como se dirigen a él: se dirigen a él en las sinfornas de Beetho-
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 603

ven y en las rosetas de las catedrales; lo representan en el Meleagro


y las Nióbides antiguas, en el Agamenón y el Aquiles de Racine, De
tal modo que todo el arte depende de él, dado que el arte en su totali­
dad sólo se aplica a complacerlo o a expresarlo,
Tina situación general que provoca ■ inclinaciones y facultades dis­
tintas, un personaje reinante constituido por el predominio de estas
inclinaciones y de estas facultades; sonidos, formas, colores o palabras
que vuelven sensible a este personaje, o que halagan las inclinaciones y
las facultades qtte lo componen: estos son los cuatro términos de la se­
rie. E l primero implica al segundo, que implica al tercero, y este, a su
vez, al cuarto; de tal modo que la menor alteración de uno de los tér­
minos, al traer una alteración correspondiente en los que siguen y
revelar una alteración correspondiente en los previos, permite descender
o ascender, mediante el razonamiento, de tono a otro. E n la medida en
que puedo juzga,r, esta fórmula no deja nada sin abarcar67.
En realidad esta “ fórm ula” está muy lejos de agotar todas las
posibilidades. Además, se podría hacer algunas observaciones sobre las
consideraciones qne la acompañan. Así, podríamos afirmar con certeza
que en la Edad Media no había sólo, —hablando de “ personajes rei­
nantes” — monjes estáticos y caballeros enamoradosG8. También po-
di'ía afirmarse igualmente que en nuestros días no son únicamente
Fausto y W erther quienes entusiasman a los artistas. Sea como fuere,
la fórmula de Taine nos hace progresar sensiblemente en la compren­
sión de la historia del arte y nos aclara infinitamente esta fórmula
vaga: “ la literatura es la expresión de la sociedad” . Por su utilización
de esta fórmula, Taine ha hecho una meritoria contribución a la his­
toria de las bellas artes y de la literatura, pero léanse sus mejores
obras, su Filosofía del A rte, que acabamos de citar, su estudio sobre
Hacine, su Historia de la Literatura Inglesa y que se diga si son estas
obras satisfactorias o no. ¡ Por cierto que n o ! A pesar de todo su talento,
a pesar de todas las innegables ventajas de su método, el autor solo nos
brinda ensayos que, aún examinados como tales, dejan mucho qne
desear. La Historia de la Literatura Inglesa es más una sucesión de
vislumbres brillantes que una historia. Ló que Taine nos dice de la
antigua Grecia, de la Italia del Renacimiento y de los Países Bajos
nos familiariza con los rasgos esenciales del arte característico de cada
uno de estos países, pero no nos explica en modo alguno —o nos ex­
plica de manera muy mediocre— su origen histórico. Y observemos
que el culpable no es el autor; la deficiencia proviene de su punto
de vista, de su concepción de la historia.
A partir del instante en que se afirma que la historia del arte
está estrechamente ligada a la historia del medio social, en que se de­
clara que todo cambio importante en las relaciones humanas tiene por
efecto una modificación correspondiente de las ideas humanas, se reco­
noce que es necesario establecer las leyes de la evolución del medio social
y se admite que es menester llevar rigurosa cuenta de las causas que
provocan las grandes modificaciones en las relaciones humanas, antes
604 G. PLEJANOV

de poder establecer correctamente las leyes de la evolución del arte.


En una palabra, hay que fundar la “ estética histórica’ sobre una, con­
cepción científica de la historia de las sociedades. ¿Lo ha hecho Taáiip
de manera satisfactoria? No. Materialista en su filosofía del arte, Taine
es idealista en su concepción de la historia.
Del mismo modo que, en el fondo, la astronomía es un problema
de mecánica y la fisiología un problema de química, del mismo modo
la historia, en el fondo, es un problema de psicología Cí>.
El medio social, sobre el cual tiene siempre fijos los ojos de Taine, se
le aparece como un producto del espíritu humano. Encontramos pues en
él la misma contradicción que hemos constatado en los materialistas
franceses del siglo XVIT-T: las ideas del hombre provienen de la si­
tuación del hombre; la situación del hombre proviene, en último análi­
sis de 3os pensamientos humanos. T hacemos un llamado, ahora, al
lector: ¿es fácil utilizar en estética el método histórico cuando se tiene
una concepción de la historia en .general tan confusa y tan contradic­
toria? Por cierto que no: se puede estar asombrosamente dotado, pero
siempre se estará lejos de la finalidad propuesta y habrá que con­
tentarse con una estética que sólo es histórica a media#.
Los filósofos franceses del siglo X V III creían poder explicar la
historia de 1as artes y de la literatura apelando a las cualidades de
la naturaleza humana. La humanidad recorre en su vida las mismas fa­
ses que el individuo: la infancia, la juventud, la edad madura, etc. La
epopeya corresponde a la infancia, la elocuencia y el drama a la ju ­
ventud* la filosofía a la edad madura, etc. 7I). Ya hemos dicho en uno
de nuestros estudios previos que semejante comparación está despro­
vista de todo fundamento. Ahora debemos observar así mismo aquí que
su “ estética histórica” no ha impedido a Taine servirse de la “ natu­
raleza hum ana” como de una llave destinada a abrir todas las puertas
que no se abren inmediatamente al análisis. Pero en Taine, el recurso
a la naturaleza humana ha tomado otras formas. Taine no habla de
las fases de la evolución del individuo humano; en su lugar suele
hablar—■desgraciadamente con demasiada frecuencia— de la raza. “ Lo
que se llama la raza, dice, está dado por las disposiciones innatas y
hereditarias que el hombre trae consigo y manifiesta” 71. Nada más
sencillo que librarse de todas las dificultades atribuyendo a estas dis­
posiciones innatas y hereditarias los fenómenos un poco complicados
que tienen vinculación con la actividad práctica. Pero la estética his­
tórica sufre mucho en. consecuencia.
Henry Sumne.r Mame estaba íntimamente convencido de que,
en todo lo que se refiere a la evolución social, existe una diferencia
profunda entre la raza aria y las “ razas de otro origen” . Sin embai-go,
ha expresado un notable anhelo:
Se puede esperar, dice, que dentro de poco tiempo, el pensamiento
de mientra época habrá de orientar sus esfuerzos en un sentido que
le permitiría liberarse de una ligereza de espíritu que, al parecer, se
ha convertido en una. costumbre y que emplea al aceptar las teorías ra-~
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 605

dales. Muchas ele estas teorías parecen tener poco valor, si se deja
de laclo la facilidad con que se puede extraer deducciones que están
en desacuerdo monstruoso con el trabajo intelecUt-al que han costado
a su creador 7:l.
Sólo se puede desear que este anhelo se realice a la brevedad. Des­
graciadamente, no es tan fácil como parece a primera vista. Mame dice
que “ un gran número y tal ves la mayor parte de las diferencias de
especies qne deben existir entre las razas arias inferiores son efectiva­
mente diferencias de grado en la evolución’'. Esto es indiscutible. Pero
para que la clave principal de la teoría racial se vuelva superflua, es
menester sin duda saber captar correctamente los rasgos característicos
de los diferentes grados de evolución. Y esto es imposible si no media
una concepción de la historia exenta de contradicciones. Taine no la
tenía. Pero, ¿hay muchos historiadores y críticos que puedan hacer
uso de ella?
Tenemos en este momento bajo los ojos la Historia de la Literatura
Nacional Alemana del Dr. Hermann Kluge. Esta historia que, según
nos parece, goza en Alemania de gran popularidad, no tiene absoluta­
mente nada notable en lo que se refiere, a su valor práctico. Pero los
períodos que el autor distingue en la literatura alemana merecen nues­
tra atención. Nos encontramos con los siete períodos siguientes (pági­
nas 1, 8 de la 14.a-edición):
1 . Desde los tiempos más remotos hasta Carlomagno, año 800.
Especialmente la época de los antiguos cantos populares pa­
ganos y el período en el cual se constituyeron las antiguas
leyendas épicas.
2 . De Carlomagno hasta los comienzos del siglo XII, de 800 a.
a 1.100, En este período el viejo paganismo es vencido por
el cristianismo. La literatura está sometida esencialmente a
la influencia del clero.
3. Primer apogeo de la literatura alemana, de 1100 a 1300. La
poesía es cultivada y pi’acticada principalmente por los ca­
balleros.
4. Desarrollo de la poesía por la clase burguesa y los artesanos,
de 1300 a 1500.
5. La literatura alemana de la época de la Reforma, de 1500
a 1624.
6 . La poesía de los eruditos, época de imitación de 1624
a 1748.
7. El segundo apogeo de la literatura alemana a partir de 1748.
E l lector alemán, más competente que nosotros, puede juzgar al
detalle esta periodización. A nosotros nos parece completamente ecléc­
tica, es decir, que no está establecida de acuerdo a un principio, condi­
ción necesaria de una división y de una clasificación científicas, sino
de acuerdo a diversos principios incompatibles entre ellos. Durante
el primer período la literatura parece desarrollarse bajo la influencia
exclusiva de las ideas religiosas. Despues vienen el tercero y el cuarto
606 G. PLEJANOV

períodos, durante los cuales el desarrollo está determinado por la


estructura social, por la situación de las clases que la “ cultivan". A
p artir de 1500. las ideas religiosas vuelven a ser el resorte principal
del desarrollo literario: comienza la época de la Reforma. Pero esta
hegemonía de las ideas religiosas sólo dura un siglo y medio; en 1624,
los sabios asumen el papel ds demiurgos en la literatura alemana, etc.
La periodización señalada es por lo menos tan mediocre como la u ti­
lizada por Condorcet en sw Esbozo de un cuadro de los Progresos del
Espíritu Humano. Y la causa es la m isma: Kluge sabe tan poco como
Condorcet de qué depende la evolución social y la consecuencia de esta
últim a: la evolución intelectual de la humanidad. Tenemos por lo
tanto razón al afirm ar que, en este terreno, los progresos de nuestro
siglo han sido muy modestos.
Volvamos una vez más a Taine: la “ situación general” que ha
presidido el nacimiento de tal o cual obra de arte se expresa a su modo
de ver por la existencia de ciertos bienes y de ciertos males, un estado
de libertad o de servidumbre, de riqueza o de pobreza, una cierta forma
de sociedad, una cierta forma de religión. Pero el estado de libertad o
de servidumbre, de riqueza o de pobrza y, finalmente, la forma de la
sociedad, son rasgos que caracterizan la situación real del hombre “ en
la producción social de su existencia ” La religión es la forma fantás­
tica con que los hombres reflejan cerebralmente su verdadera situación.
Una es la causa y la otra el efecto. Si se es partidario del idealismo
se puede afirmar, por cierto, lo contrario; se puede afirmar que los
hombres deben su situación real a las ideas religiosas y se juzgará en­
tonces como causa lo que para nosotros es un efecto. Pero de todos
modos se admitirá, esperémoslo, que no se puede poner en un mismo
plano al efecto y a la causa cuando se trata de caracterizar la “ situa­
ción general” de una época dada, pues en esta forma sobrevendría
una lamentable confusión: se mezclaría continuamente la situación
real de los hombres y la situación general de sus costumbres y de sus
espíritus o bien, en otros términos, no se sabría ya qué se debe enten­
der por “ situación g e n e ra r’. Y esto es justamente lo que le ocurre a
Taine y, además de él, a un gran número de historiadores del a r te 73.
La concepción materialista de la historia, nos libra finalmente de
todas estas contradicciones. Si bien no nos proporciona una fórmula
mágica —sería insensato esperarlo— que nos permita resolver instan-
t/'ueamente todos los problemas de la historia del espíritu humano, por
lo menos nos saca del atolladero y nos indica un camino seguro a
seguir en nuestras investigaciones científicas.
Estamos seguros de que el lector se sorprenderá sinceramente si
decimos que también para Marx el problema de la historia fue, en cierto
sentido, un problema psicológico. Y. sin embargo, esto es innegable.
Ya en 1845, Marx escribía:
E l defecto principal de todo el materialismo del pasada —incluso
el de Feuerback—- consiste en que el objeto. la realidad, él mundo
sensible, son captados únicamente en forma de objeto o de intuición,
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 607

y no en tanto que actividad humana concreta, en tanto qne práctica,


de manera; subjetiva. Esto es lo que explica que el lado activo fue desa­
rrollado por él idealismo en oposición al materialismo, aunque tan sólo
abstractamente, pues él idealismo no conoce naturalmente la actividad
real, concreta, como tal™.
¿Qué significan estas pocas palabras que contienen, de algún modo,
el programa del materialismo moderno? Significan que el materialis­
mo, si no quiere ser unilateral, como lo ha sido hasta ahora, si no
quiere traicionar sus propios principios volviendo constantemente a
posiciones idealistas, si no quiere reconocer de tal modo la superiori­
dad del idealismo en un cierto terreno, debe dar una explicación mate­
rialista de todos los aspectos de la vida humana. El aspecto subjetivo-
de esta vida es precisamente el aspecto psicológico, el “ espíritu huma­
no ”, los sentimient-os y las ideas del hombre. Considerar este aspeeto
desde el punto de vista materialista significa —en la medida en que
se trata de la especie— explicar las ideas mediante las condiciones ma­
teriales de existencia en que se encuentran los hombres, mediante la
historia económica. Con tanta más razón debió llamar Marx la atención
sobre la solución del “ problema psicológico” por haber visto clara­
mente la manera lamentable en que el idealismo, que se había adue­
ñado de este problema, se esforzaba vanamente por salir de su círculo
vicioso.
Así es que Marx ha dicho aproximadamente lo mismo que Taine,
pero en términos ligeramente diferentes. Veamos cómo se debe modifi­
car la “ fórm ula” de Taine de acuerdo a estos nuevos términos.
Un grado determinado en la evolución de las fuerzas productivas;
las relaciones mutuas de los hombres en el proceso social de produc­
ción determinadas por este grado; una forma de sociedad que es la
expresión de estas relaciones; un cierto estado de espíritu y de cos­
tumbres que corresponden a esta forma de sociedad; la religión, ¡a
filosofía, la literatura, él arte, en armonía con las aptitudes, los gus­
tos y las inclinaciones que crea tal estado; no queremos decir que esta
"fó rm u la” agote todas las posibilidades clel terreno..... qua abarca
—í lejos de ello!— pero la fórmula tiene, al parecer, la ventaja indis­
cutible de explicar óptimamente el encadenamiento causal que existe
entre los distintos “ términos de la serie”. Y en lo que se refiere al
"esp íritu limitado” o “ espíritu parcial.” que se suele reprochar a la
concepción materialista de la historia, el lector no podrá en modo al­
guno descubrir la menor huella de tal eosa.
Ya los grandes idealistas alemanes, enemigos irreconciliables de
todo eclecticismo, consideraban que todos los aspectos de la vida de un
pueblo están regidos por un sólo y único principio. Para Hegel, este
principio era la peculiaridad espiritual del pueblo”, el estilo común de
la religión, la Constitución política, la moralidad, el sistema jurídico,
las costumbres, la ciencia, el arte, y también la habilidad técnica” .
Los materialistas moderno? ven una abstracción en este espíritu del
pueblo, un modo de ver el espíritu que no explica absolutamente nada.
608 G. PLEJANOV

Marx ha dado por tierra coa esta concepción idealista de la historia.


Pero al mismo tiempo 110 ha vuelto al punto de vista de la simple
acción recíproca que explica aún menos el espíritu del pueblo. Su filo­
sofía de la historia es igualmente monista, pero en un sentido diame­
tralmente opuesto al de Hegel, y es precisamente en razón de su ca­
rácter que los espíritus eclécticos sólo ven en ella una teoría limitada y
parcial.
El lector tal vez ha observado que, al modificar la fórmula de
Taine de acuerdo a la concepción, marxista de la historia, hemos elimi­
nado lo que el escritor francés llama “ el personaje reinante” , lo he­
mos eliminado intencionalmente. La estructura de las sociedades civi­
lizadas es tan compleja que no deberíamos —hablando rigurosamente—
emplear la expresión “ estado de espíritu y de las costumbres que
corresponde a una forma dada de la sociedad” . El estado del espíritu
y de las costumbres de los ciudadanos suele ser esencialmente diferente
del de los campesinos; el espíritu y las costumbres de la nobleza tienen
1111 parecido muy lejano con los del proletariado. E l “ personaje rei­
n an te” . que goza de favor en el espíritu de una clase está, en conse­
cuencia, muy lejos de gozar del favor de o tra : el cortesano de la época del
Rey-Sol ¿podía convertirse en el ideal del campesino de esa época1?
Taine objetaría sin duda que no es el campesino sino la sociedad aris­
tocrática la que, en el siglo X V II ha marcado la literatura y, las artes
■en Francia, y tendría toda la razón. El historiador de la literatura
francesa que estudia este siglo puede considerar que el estado del es­
píritu y las costumbres de los campesinos es nna quantité négligeable.
Pero pasemos a otra época: elijamos la Restauración. La (fpersonali­
dad ’’ que “ dominaba” en el espíritu de los aristócratas de entonces,
¿era la misma que “ dominaba” en el espíritu de los burgueses? Por
cierto que no. Por espíritu de contradicción frente a los partidarios
del anden régime, la burgusía repudiaba no sólo los ideales de la aris­
tocracia, sino que llegaba a idealizar el espíritu y las costumbres de
la época imperial, de la época de ese mismo Napoleón al cual había
dejado caer con indiferencia unos pocos años antes'76. Ya antes de
3789, la oposición de la burguesía al espíritu y a las costumbres de
la aristocracia se hizo sentir en las bellas artes a través del drama
burgués.
¿ Qué sentido tienen para mí, subdito pacífico ele un Estado mo­
nárquico del siglo X V I I I las revoluciones de Atenas, y de Roma? ¿ Qué
interés verdadero puedo tener en la muerte de ten tirano del Pelopo-
neso? ¿En el sacrificio de una joven princesa de AuUdet Todo esto
nada tiene que ver conmigio, y no encuentro ninguna moraleja que se
me pueda, aplicar dice Beanmar chais en su Ensaco sobre ¿l género dra­
mático serio. Y lo que dice es tan justo que es posible preguntarse
con sorpresa: ¿cómo los partidarios de la tragedia pseudo-clási-
ea no lo pudieron comprender? ¿Qué “ tenían que ver en todo
esto” ? ¿Qué moraleja encontraban? Y sin embargo, el problema
era simple. En la tragedia pseudo-clásica, tan sólo se trataba en apa­
riencia de “ tiranos del Peloponeso” y “ princesas de Aulide” . E n rea­
ESBOZOS DE HISTORIA DEL, MATERIALISMO 609

lidad. y para usar una expresión de Taine, aquí se daba un cuadro


delicadamente realizado del gran mundo y que despertaba la admira­
ción de éste. El mundo nuevo, el mundo de la burguesía, sólo respe­
taba esta tragedia por tradición, o se rebelaba abiertamente contra
ella porque también se rebelaba contra “ el gran mundo” . Los voceros
de la burguesía veían en las reglas de la antigua estética una ofensa
a la dignidad del “ burgués” . “ ¡Presentar hombres de una condición
media, atribulados y en medio de desdichas, vamos, vamos!” , exclama
Beaumarchais con ironía en su Carta moderada sobre el fracaso y la
crítica de “ E l barbero de S e v i l l a “ Unicamente se los puede mostrar
burlados. Los ciudadanos ridículos y los reyes desdichados se repar­
ten entre ellos todo el teatro existente y posible, y lo he de tener
en cuenta. . . ”
Los ciudadanos7T contemporáneos de Beaumarchais eran, por lo
menos en su mayoría, descendientes de burgueses franceses que imi­
taban a los nobles con un celo digno de mejor causa y que, por esta
razón, fueron ridiculizados por Moliere, Dancourt, Regnard y tantos
otros. Tenemos, pues, en la historia del espíritu y las costumbres de
la burguesía francesa, por lo menos dos épocas distintas: la de imi­
tación de la nobleza y la de su oposición a esta misma nobleza. Cada
una de estas épocas corresponde a una cierta fase del desarrollo de
la burguesía. Las inclinaciones y los gustos de una cíase dependen
pues del grado de su desarrollo y aun más de la posición que toma
en relación a la clase superior, posición que está determinada por
dicho grado de desarrollo.
Esto significa que la lucha de clases desempeña un gran papel
en la historia de la ideología y, efectivamente, este papel es tari im­
portante que no se puede comprender la historia de los gustos y de las
ideas de una sociedad, a excepción de sociedades primitivas, en las
cuales no existen clases sin tomar en consideración la lucha de clases
que en ellas tienen lugar.
-La esencia profunda del desarrollo de la filosofía moderna en su
conjunto, dice Usberweg, no reside solamente en tina dialéctica inma­
nente de principios especulativos, sino en la lucha y las tentativas de
conciliación que se producen entre las convicciones religiosas tradi­
cionales y profundamente afincadas en el espíritu y el alma, por un
lado, y los conocimientos adquiridos gracias <i las investigaciones de
la época moderna en las ciencias de la naturaleza y el espíritu, por
el otro T8.
En caso de poner un poco más de atención, Ueberweg hubiera po­
dido ver que los mismos principios especulativos, en cada instante
dado, no eran nada más que el resultado de la lucha y de las tenta­
tivas de conciliación de las cuales habla. Entonces habría ido más lejos
y se habría preguntado: (1) si las convicciones religiosas tradiciona­
les no son el producto natural de ciertas fases de la evolución social;
(2) si los descubrimientos en el terreno de las ciencias de la natura­
leza y del espíritu no tienen su origen en fases anteriores de esta evo-
610 G. P LE JA N O V

Ilición; (3) finalmente, si no es la misma evolución que, produciéndose


aquí o en tal determinada época a un ritmo más veloz, o en tal otra
a un ritmo más lento, modificándose de acuerdo a circunstancias lo­
cales que se cuentan por millares, ha provocado tanto la lucha entre las
doctrinas religiosas y los puntos de vista nuevos adquiridos por el pen­
samiento moderno, como los armisticios celebrados' entre dos potencias
beligerantes, potencias que en virtud de sus principios especulativos
tradujeron en el “ lenguaje divino” de la filosofía las condiciones de
sus armisticios.
Considerar la historia de la filosofía desde este punto de vista es
equivalente a considerarla desde el punto de vista materialista. Ueber-
weg era sin duda un materialista, pero —pese a sus conocimientos—
parece no haber sabido que era el materialismo dialéctico. Ueberweg
no nos ha dado lo que los historiadores de la filosofía nos suelen dar:
una simple sucesión de sistemas filosóficos. Este sistema engendró a
éste otro, éste, a su vez, a un tercero, etc., etc. Pero la sucesión de
los sistemas filosóficos es un hecho, un dato, como se dice actualmente,
que exige una explicación, y que “ la dialéctica inmanente de los prin­
cipios especulativos” no tiene la capacidad de explicar. P ara los hom­
bres del siglo X V III todo se explicaba merced a la actividad de los
*‘legisladores ” 79> pero sabemos ya que esta ultim a está originada por
la evolución social. ¿Nunca seremos capaces de vincular la historia de
las ideas a la de las sociedades, el mundo de las ideas al de la realidad?
“ La filosofía que elegimos —dice Fichte— depende de la clase de
hombre que somos”. ¿No es ésto igualmente aplicable a toda sociedad
o, más exactamente, a toda clase social dada? ¿No tenemos el derecho
de decir con la misma convicción: la naturaleza de las convicciones
filosóficas de una sociedad o de una clase social depende de la natu­
raleza de la sociedad o de la clase ?
Sin duda, no se debe olvidar que, si las ideas favorecidas por una
clase en una época determinada son —en cuanto a su contenido— de­
terminadas por la situación social de esta clase, también dependen es­
trechamente, en cuanto a su forma, de las ideas favorecidas en la
época precedente por esa misma clase o por la clase superior. “ En
iodos los planos ideológicos, la tradición es una gran fuerza conser­
vadora”. (F. Engels).
Pasemos a examinar el socialismo.
Por su contenido, el socialismo moderno es, ante iodo, el producto
de la toma de conciencia, por una parte, de las oposiciones de clase que
reinan en la sociedad moderna entre poseedores y no poseedores, asa­
lariados y burgueses, y, por otra parte, de la anarquía que reina en
la producción. Pero, por su forma teórica, aparece en un principio
como una continuación —-que se quiere más consecuente— de los prin­
cipios establecidos por los grandes filósofos de las luces en la Francia
del siglo X V I I I . Como toda teoría nueva, el socialismo ha debido em­
pezar por vincularse al fondo de ideas pre-existentes, y tan profun­
damente que sus raíces se internan en los hechos económicos 80.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 611

La importancia formal, aunque decisiva, del fondo de ideas pre­


existente, no sólo se hace sentir en un sentido positivo, es decir, en la
manera en que, por ejemplo, los socialistas franceses de la primera
mitad del siglo X IX apelaron a los principios que habían sustentado
los filósofos de las luces en el siglo anterior. Esta influencia reviste
asimismo un carácter negativo. Si Fourier combate lo que llamaba
irónicamente la facultad de perfeccionamiento susceptible de perfec­
cionamiento. lo hace porque la teoría de la facultad de perfeccionamiento
del hombre había desempeñado un gran papel en las teorías del siglo
de las luces. Si los socialistas utopistas franceses viven la mayor parte
del tiempo en excelentes términos con el buen Dios, lo hacen por oposi­
ción a la burguesía que, en su juventud, había sido muy escéptica en
este sentido. Si los mismos socialistas utopistas llevan a las nubes el
indiferentismo político, es por oponerse a la doctrina de que “ el legis­
lador está en todo ’ \ En una palabra, tanto en el sentido negativo, como
en el positivo, el aspecto formal del socialismo formal está determinado
del mismo modo por las doctrinas de los filósofos de las luces, y de­
bemos conservar bien a estas en la memoria si queremos comprender
bien a los utopistas.
¿Qué relación existía entre la situación económica de la bur­
guesía francesa en la época de la Restauración y el aspecto marcial
que les gustaba adoptar a los pequeños burgueses, a los caballeros
en m iniatura81 de esta época? Ninguna relación directa; el bigote y
las espuelas no modificaban esta situación ni en bien ni en mal. Pero
debemos saber que esta moda grotesca fue creada de modo indirecto
por la situación de la burguesía frente a lia aristocracia. En el te­
rreno de la ideología hay muchos fenómenos que sólo se pueden
explicar indirectamente por la influencia del movimiento econóniico.
Es algo que olvidan frecuentemente no sólo los adversarios, sino tam­
bién los partidarios de la teoría histórica de Marx.
Dado que la evolución de las ideologías está determinada en el
fondo por la evolución económica, los dos procesos se corresponden
todo el tiempo, la ei opinión pública” se adapta a la economía. Esto
no quiere decir que, en nuestro estudio de la historia de la humani­
dad, no podamos elegir como punto de partida, indiferentemente, uno
u otro aspecto: la opinión pública o la economía. Mientras se puede
explicar a grandes líneas y satisfactoriamente la evolución económica
mediante su propia lógica interna, la marcha de la evolución inte­
lectual sólo encuentra su explicación en la economía. Un ejemplo acla­
rará nuestro pensamiento.
En la época de Bacon y de Descartes la filosofía manifestaba mu­
cho interés por el desarrollo de las fuerzas productivas.
E n ves de esta filosofía especulativa que se enseña en las escue­
las, dice Descartes, se puede encontrar una práctica que, enterada
de la fuerza y de la acción del fuego, del agua¡ del aire, de los astros,
de los cielos y todos los otros cuerpos que nos rodean, tam, claramen­
te como conocemos nosotros los diversos oficios de nuestros artesa­
612 G. PLEJA NO V

n os, puede emplearse del mismo modo para todos los u so s apropia­
dos, con vir ti en d onos así en dueños y señores de la naturaleza82.
Toda la filosofía de Descartes lleva la marca de este gran inte­
rés- La finalidad de las investigaciones de la filosofía moderna pa­
rece estar claramente definida a partir de este momento. Pasa un
siglo. El materialismo que, por otra parte, sea dicho de pasada, es
una consecuencia lógica de la doctrina cartesiana, se difunde amplia­
mente en Francia: la fracción, más avanzada de la burguesía fran­
cesa marcha bajo sus banderas, se suscita un violenta polémica, pe­
r o . .. las fuerzas productivas son olvidadas: los filósofos materialis­
tas no hablan casi de ellas ya: tienen otras ideas en la cabeza, la fi­
losofía parece haber descubierto un tarea completamente distinta.
¿Cuál es la causa de esto? Las fuerzas productivas de Francia, ¿ya
estaban suficientemente desarrolladas? Los materialistas franceses,
¿desdeñaron este dominio de la naturaleza por los hombres, dominio
que hacía soñar a Bacon y Descartes? ¡Ni una cosa ni la otra! Pe­
ro en la época de Descartes, para continuar hablando de Francia,
las relaciones de producción del país eran favorables aun al desa­
rrollo de las fuerzas productivas, mientras que un siglo más tarde
se habían convertido en un obstáculo. E'ra menester suprimirlas, y
para suprimirlas había que atacar las ideas que las consagraban. To­
da la energía de los materialistas, esta vanguardia de la burguesía, se
concentró en esta tarea, y toda la doctrina adquirió un carácter mili­
tante. La lucha contra la “ superstición” en nombre de la “ ciencia”
y contra “ la tiranía”, en nombre del “ derecho natural” fue la tarea
más natural, la más “ práctica” (en el sentido cartesiano del término)
de la filosofía. E l estudio directo de la naturaleza, con el propósito de
acrecentar con la mayor velocidad las fuerzas productivas, pasó a un
segundo plano, Cuando se alcanzó el objetivo, cuando las relaciones
de producción arcaicas fueron suprimidas, el pensamiento filosófico se
orientó de otra manera, el materialismo perdió por mucho tiempo su
significación. El movimiento de la filosofía en Francia seguía los cam­
bios que se habían producido en la economía.
A diferencia de otros arquitectos, los sabios no trazan solamente
castillos en el aire, sino que construyen un cierto número de pisos
habitables antes de colocar la primera piedra del edificio ss.
Semejante procedimiento parece ilógico, pero encuentra su jus­
tificación en la lógica de la vida social.
Si los filósofos del siglo X V III recordaban que el hombre es un
producto del medio ambiente social, negaban a la “ opinión pública” ,
la cual, según decían, regía al mundo, toda influencia sobre ese medio.
Su lógica tropezaba a cada paso con uno u otro aspecto de esta anti­
nomia. El materialismo dialéctico la resuelve fácilmente. P ara los ma­
terialistas dialécticos la opinión de los hombres dirige efectivamente el
mundo, puesto que en el hombre, como dice Engels, “ todas las fuerzas
■motrices de sus acciones deben necesariamente pasar por su cerebro,
transformarse en móviles de su voluntad” Si. Esto no impide que la
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 613

“ opinión pública” tenga sus raíces en el medio social y, en último


análisis, en las relaciones económicas ■ asimismo, no impide que toda
“ opinión pública” dada envejezca en cuanto el modo de producción
que la ha creado empieza a envejecer, .La eeonomía forma a la “ opi­
nión pública” que, a su vez, dirige al mundo.
Helvecio, que había intentado analizar el espíritu desde el punto
de vista materialista, fracasó por culpa del vicio fundamental de su
método. A fin de seguir siendo fiel a su principio de qne “ el hombre
es tan sólo sensación” , Helvecio se vio obligado a admitir que los más
célebres gigantes espirituales y los héroes gloriosos por su sacrificio
al bien público sólo habían obrado para satisfacción, de sus sentidos,
exactamente como los egoístas más miserables y los sicofantes más
indignos. Piderot protestó contra esta paradoja, pero no escapó a la
conclusión que había extraído Helvecio sino pasándose al campo idea­
lista. Por interesante que haya sido la tentativa de Helvecio, éste había
comprometido de todos modos la concepción materialista del “ espíritu”
ante los ojos del gran público e incluso a los ojos de muchos “ sabios” .
Siempre se piensa que, al respecto, los materialistas sólo podrán repe­
tir lo que ya había dicho Helvecio. Pero basta comprender el “ espí­
r itu ” del materialismo dialéctico para convencerse de qne está exento
de las faltas cometidas por sus antecesores metafísicos.
E l materialismo dialéctico considera los fenómenos en su evolución.
Ahora bien, es completamente absurdo, desde el punto de vísta evolu­
cionista, decir que los hombres adaptan conscientemente sus ideas y
sentimientos morales a sus relaciones económicas, tan absurdo como
8firm ar que los animales y las plantas adaptan conscientemente sus
órganos a sus condiciones de vida: en los dos casos se trata de un
fenómeno inconsciente del cual debemos dar una explicación mate­
rialista.
E3 hombre que llegó a encontrar la explicación del origen de las
especies se expresa en los siguientes términos respecto del “ sentido
m oral” :
Debo observar de entrada que no intento afirmar que un animal
rigurosamente sociable — admitiendo que sus facultades intelectuales
llegaran a ser tan activas y tan altamente desarrolladas como las del
hombre— , puede adquirir el mismo sentido moral de este. Del mismo
modo que diversos animales poseen un cierto sentido de la belleza, y
que admiran objetos muy diferentes, también podrían tener el sentido
del bien y del mal. y ser llevados por este sentido a adoptar comporta­
mientos muy diferentes. Si por ejemplo, para tom,a.r un caso extremo,
los hom.bres se reprodujeran en condiciones idénticas a las de las abe­
jas, no cabe duda que nuestras hembras solteras, del mismo modo que
las abejas obreras, considerarían un sagrado deber matar a sus her­
manos, y que las madres tratarían de destruir a sus hijas fecundas sin
que nadie soñara en intervenir. De todos modos, me parece que en el
caso que imaginamos la abeja, o cualquier animal sociable, adquiriría
cierto sentimiento del bien y del mal, es decir, una conciencia. Cada
614 G. PLEJA N O V

individuo, en efecto, tendría el sentido íntimo de poseer ciertos instin­


tos más fuertes o más persistentes y otros que lo son menos; en conse­
cuencia, tendría que luchar interiormente para decidirse a seguir tal
o cual impulso; experimentaría un sentimiento de satisfacción, de pena
o incluso de remordimiento a medida que empezara a comparar su con-
d u d a actual con las impresiones pasadas que se presentarían continua­
mente a su espíritu, ISn este caso, un consejero interior indicaría al
animal que hal)ío hecho mejor en seguir un impulso en vez de otro.
E l animal comprendería qtte debió haber seguido tal dirección y no tal
otra, que tina era buena y la otra m ala8S.
Estas líneas valieron a su autor muchos sermones de parte de las
personas “ respetables” . Un cierto Sidgwick escribió a la “ Academia
de Londres” para decir que una abeja superiormente evolucionada
trataría de encontrar una solución más benigna al problema de la
población. Supongámoslo, en nombre de la abeja. Pero que la burguesía
inglesa —y no solamente ella;— no haya descubierto una solución
“ más benigna” puede ser probado en ciertas obras económicas, que
inspiran gran respeto a “personas muy r e s p e ta b le s En junio de 1848
y en mayo de 1871 los burgueses franceses estuvieron muy lejos de
mostrarse tan benignos como una abeja superiormente evolucionada” .
Los burgueses mataron (e hicieron m atar) a “ sus hermanos” los tra ­
bajadores con inaudita ferocidad y, lo que es aún más notable, con
perfecta tranquilidad de conciencia. Sin duda se decían que era, me­
nester absolutamente adoptar este “ camino” y no “ otro” . ¿Por qué?
Porque la moral de los burgueses les es impuesta por su situación so­
cial, por su lucha contra los proletarios, del mismo modo que la “ ma­
nera de actuar” de los animales les es impuesta por sus condiciones
de vida.
Los mismos burgueses franceses consideran que la esclavitud an­
tigua era inmoral, y condenan probablemente las matanzas que se pro­
dujeron en la Roma antigua para reprimir la rebelión de los esclavos,
como indignas de hombres civilizados, y hasta de abejas inteligentes.
Un burgués oomrne il fa u t86 puede muy bien dar muestras de morali­
dad y estar dedicado al bien público; en su concepción de la moral y del
bien público nunca franqueará los limites que les son impuestos inde­
pendientemente de su voluntad y de su conciencia por las condiciones
materiales de su existencia. En esto, el burgués no se distingue en
modo alguno de las otras clases. Al reflejar en sus ideas y sus senti­
mientos las condiciones materiales de su existencia, no hace más que
someterse al destino común de los “ mortales” .
Sobre las diversas formas de propiedad, sobre las condiciones de
existencia social, se eleva toda una superestructura de impresiones, de
ilusiones, de maneras de pensar y de concepciones filosóficas particu­
lares. La clase entera las crea y las forma sobre la base de estas con­
diciones materiales y de las relaciones sociales correspondientes. El
individuo que las recibe por tradición o por educación puede imagi­
narse que constituyen las verdaderas razones determinantes y el punto
de partida de su actividad 87.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 615

Hace muy poco tiempo Jean Jaurés intentó “ una conciliación


fundamental entre el materialismo económico y el idealismo en su apli­
cación a la evolución de la historia” 88.
Este orador brillante ha llegado un poco tarde, pues la concepción
materialista de la historia no deja nada que “ conciliar” . Marx nunca
ha cerrado los ojos ante los sentimientos morales que desempeñan un
papel en la historia: tan sólo ha explicado el origen de estos sentimien­
tos. A fin de que Jaurés pueda comprender mejor el sentido de lo
que él llama la “ fórm ula” de Marx (quien, por otra parte, siempre se
burló de los poseedores de fórmulas) habremos de citar para él otro
pasaje del libro mencionado.
Se trata del partido “ demócrata socialista” , que nació en F ran­
cia en 1849.
E l carácter propio de la ño&ial-cl&moerada se resumía en su re­
clamo de instituciones republicanas democráticas, no como medio de
suprimir los dos extremos. el capital y la clase asalariada, sino de ate­
nuar su antagonismo y transformarlo en armonía. Cualquiera haya
sido la diversidad de medidas que se puede proponer para lograr este
fin , cualquiera sea el carácter más o menos revolucionario de las con­
cepciones de que pueda estar revestidlo, el contenido sigue siendo el
mismo. Es la transformación de la sociedad por vías democráticas. Pero
una transformación dentro del marco pequeño burgués. No se debe ad­
mitir la concepción limitada que atribuye a la pequeña burguesía el
principio de hacer triunfar su interés egoísta de clase. Por el contras-
rio, la pequeña burguesía cree que las condiciones particulares de su
Uberación son las condiciones generales hiera de las cuales la sociedad
moderna no puede salvarse ni la lucha de clases ser evitada. No se
debe pensar, tampoco, que los representantes demócratas son todos
shopkeepers (tenderos) o que se entusiasman por éstos últimos. Por m
cultura y por su situación personal, pueden estar separados por un
abismo de estos últimos. Lo que los convierte en representantes de Id
pequeña burguesía es el hecho de que sus cerebros no pueden superar
los límites que el pequeño burgués no supera en su vida y que, en don-
secuencia, se ven empujados teóricamente a los mismos problemas y
las mismas soluciones a los que empujan sus intereses materiales y su
siUiación social a los pequeños burgueses. Tal es, en términos generales,
la relación que existe entre los representantes políticos y literarios de
una clase y la dase que representan 89.
La excelencia del método dialéctico del materialismo marxista se
manifiesta con la mayor claridad cuando se trata de resolver los pro­
blemas de la “ moral”, ante los cuales el materialismo del siglo X V III
se había mostrado impotente. Pero para comprender adecuadamente
las soluciones, es menester librarse de prejuicios metafísicos.
Es inútil que Jaurés diga: “ NO quiere poner a un lado de la
pared la concepción materialista y al otro la concepción idealista” , de
todos modos vuelve al sistema de la pared, y pone de un lado el espí­
ritu y del otro la m ateria; aquí la necesidad económica y allí los sen­
616 G. PLEJANOV

timientos morales, pronunciando a continuación un sermón en el cual


trata de demostrar que los dos términos tendrían que interpenetrarse,
del mismo modo que “ en la vida orgánica del hombre el mecanismo del
cerebro y la voluntad consciente se -interpenetran ” 90.
Pero Jaures no es sujeto cualquiera. Tiene extensos conocimien­
tos, tiene buena voluntad y está notablemente dotado. Se lo lee con
mucho gusto (nunca hemos tenido el placer de escucharlo, ni siquiera
cuando se equivoca). Desgraciadamente, no es este el caso de nume­
rosos adversarios de Marx, que atacan a éste por pura mala voluntad.
El Dr. Paul B arth ,autor del libro La philosophie de Vhistoire de
Hegel et des hégeliens jusqu’a Marx et Harmann (Leipzig’, 1890) ha
comprendido tan poco a Marx que ha logrado refutarlo. Barth de­
muestra que el autor de E l capital se contradice a cada paso. Veamos
en detalle:
E n lo que se refiere al fvn de la Edad Media, Marx ha proporcio­
nado él mismo los materiales necesarios para su propia refutación al
señalar (ver libro primero, pp. 737 a 750) 91 la expulsión que sufrieron
los campesinos ingleses de parte de los señores feudales, los cuales, en
razón del aumento de los precios de la lana, transformaron al país en
campos de pastoreo que eran cuidados por un número limitado de pas­
tores (lo que se ha llamado los “ enclosur es”) y la transformación de
estos campesinos en proletarios libres que se pusieron al servicio de
las nacientes manufacturas. Estos acontecimientos constituyeron una
de las primeras causas de la “ acumulación” capitalista. Esta revolu­
ción en la agricultura se remonta por cierto, según Marx, al nacimiento
de las manufacturas de la lana, pero de acuerdo a su exposición, las
potencias feudales, los terratenientes ávidos, se convirtieron en el mo­
tivo más poderoso (libro primero, p. 74-4), es decir que una potencia
política se convierte en un eslabón en la cadena de las revoluciones
económicas °2.
Como ya lo hemos demostrado varias veces, los filósofos del siglo
X V III estaban convencidos de que el ‘legislador está detrás de todo” .
Pero si se recuerda que a comienzos de nuestro siglo (s, XIX'1) el
legislador —al cual se lo imaginaba detrás de todo—, era un. producto
del medio social, cuando se comprende que ‘‘la legislación” de todo
país hunde sus raíces en la estructura social, se siente a menudo la
inclinación a caer en el otro extremo: se sub-estima muchas veces el
papel del legislador, que antes se había sobrestimado. Es así que J. B.
Say dice en el prefacio de su Tratadlo de economía poltica:
Durante [mucho tiempo] se ha confundido la política propiamente
dicha, la ciencia del gobierno, con la economía política, que enseña
como se forman, se distribuyen y se consumen las riauezas. .. Las ri­
quezas son independientes de la naturaleza del gobierno. Un Estado
puede prosperar bajo todas las formas de gobierno si está bien admi­
nistrado, Se ha visto que gobiernos absolutistas enriquecen a sus paí­
ses y que consejos populares los arruinanm.
Los socialistas utópicos fueron más lejos, y proclamaron enfática­
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 617

mente qne el reformador de la organización social nada tenía que ver


con la política 94.
Estos dos extremos tenían en común el estar motivados por la
falta de una visión justa de la relación existente entre la organización
política y la organización social de un país. Marx ha descubierto esta
relación y ha demostrado sin dificultad cómo y porqué toda lucha de
clases es una lucha política.
En todo esto, el perspicaz Th\ Barth ha percibido una -sola, cosa:
según Marx, un acto político, un acto legislativo, no puede influir sobre
las relaciones económicas. Según el mismo Marx, todo acto de esta na­
turaleza es Tina pura apariencia; en consecuencia, el primer campesino
inglés qne “ al fin de la Edad Media’’ se vio desposeído por un terrate­
niente de sus tierras, es decir, de la situación económica que había tenido
hasta ese momento, echa a tierra como im castillo de naipes toda la teo­
ría histórica del célebre socialista. ¡El bachiller de Salamanca de Vol­
taire no llegó a presentar pruebas tan sutiles como ésta!
Es así que Marx ha incurrido en contradicción al describir el
“ clearing of estates” inglés. El señor Barth. lógico eminente, utiliza
el mismo clearimj para demostrar que el derecho “ lleva, una existencia
a u t ó n o m a Pero como la finalidad de los actos jurídicos llevados a
cabo por los terratenientes ingleses tenía un poco que ver con sus in­
tereses económicos, el honorable doctor enuncia esta afirmación, real­
mente exenta de toda nnilateralidad: “ El derecho, pues, tiene una
existencia autónoma y propia, aunque no independiente” . ¡Autónoma
pero no independiente! ¡ He aouí algo complejo y oue proteje —lo
cual es aún mejor— a nuestro doctor contra toda posible “ contradic­
ción ! Si se le demuestra que el derecho está condicionado por la econo­
mía. el responderá ¡qne no es independiente!: si se le dice, por el con­
trario, que la economía depende del derecho, exclamará oue esto es
justamente lo oue quería dar a entender con su teoría de la existen­
cia autónoma.
El perspicaz doctor enuncia oráníones semejantes sobre la moral,
la religión y otras ideologías. Todas, sin excepción, son autónomas,
annoue no independientes. Se ve que esta es la vieja historia, siempre
nueva, de la lucha del eclecticismo contra el monismo, la historia
de los “ mni’os de separación” , aquí la materia, allá el esmritu. dos
sustancias con existencia propia, autónoma, aunque no indenendiente.
Pero dejemos los eclécticos y volvamos a la teoría de Marx, Aún
tenemos que hacer algunas observaciones.
Hasta las tribus salvajes mantienen relaciones —pacíficas o gue­
rreras— entre ellas y. en ocasiones, con las poblaciones bárbaras y los Es­
tados civilizados. Estas relaciones influyen naturalmente sobre la es­
tructura económica de toda sociedad.
Diversas comunidades encuentran en su ambiente natural medios
de producción y de subsistencia diferentes. De aquí la diferencia en el
modo de producción, en el género de vida y en los productos. Una vez
que se han establecido relaciones entre comunidades diversas, el ínter-
618 G. P LE JA N O V

cambio de los productos recíprocos se desarrolla rápidamente, y dichos


productos se convierten rápidamente en mercaderías 9S\
El desarrollo de la producción mercantil conduce a la disolución
de la comunidad primitiva. Nuevos intereses surgen en el seno de las
gentes y finalmente engendran una nueva organización política; co­
mienza l,a lucha de clases con todas sus inevitables consecuencias en el
dominio de la evolución política, moral e intelectual de la humanidad.
Las relaciones internacionales se vuelven cada vez más complejas y
engendran nuevos fenómenos que, a primera vista, parecen contrade­
cir la teoría de Marx.
Peclro el Grande realizó en Rusia una verdadera revolución, que tu ­
vo una influencia enorme sobre el desarrollo económico de aquel país. Sin
embargo, no fueron las necesidades de orden económico, sino las de
orden político, las necesidades del Estado, que impulsaron a este hom­
bre de genio a su acción revolucionaria. Análogamente, la derrota de
Crimea forzó al gobierno de Alejandro II a hacer todo lo que estaba
en su poder para favorecer el desarrollo del capitalismo ruso. La his­
toria abunda en ejemplos de este tipo que parecen testimonios a favor
de una existencia autónoma del derecho internacional, público, etc.
pero examinemos el punto más atentamente.
¿A qué tendía esta potencia de los Estados de Europa occidental,
que logró despertar el genio del gran moscovita? A l desarrolla de sus
fuerzas productivas. Pedro lo comprendió muy bien y puso en movi­
miento para acelerar el desarrollo de estas fuerzas en su patria. ¿De
dónde venían los medios con que contaba? %üómo nació esta potencia
de un déspota asiático, que él manejaba con energía tan tremenda?
Esta potencia tuvo su origen en la economía de Eusia y sus medios se
vieron limitados por las relaciones de producción de la Eusia de aque­
llos días. A pesar de su fabulosa fuerza y de su voluntad de hierro,
Pedro no logró y tampoco podía lograr, convertir a San Petersburgo
en una Amsterdam o a Rusia en una potencia marítima, como había
sido su sueño. La reforma de Pedro el Grande hizo surgir un fenóme­
no particular en R usia: Pedro se esforzó por transplantar a Rusia
las manufacturas Europeas. Faltaban obreros. Pedro hizo trab ajar a
los siervos del Estado en las manufacturas. Los siervos fie la industria,
categoría social-económica desconocida en Europa occidental, existie­
ron en Rusia hasta 1861, es decir, hasta la emancipación de los siervos.
Un ejemplo notable es la servidumbre de los campesinos en Prusia
Oriental, en el Brandeburgo, en Pomerania y en Silesia a p artir de
mediados del siglo XVI. E l desarrollo del capitalismo en los países
occidentales minó provisionalmente las formas feudales de la explota­
ción del productor. En las regiones de Europa que acabamos de nom­
brar este desarrollo las consolidó por un tiempo bastante prolongado.
La esclavitud en las colonias europeas es asimismo u n ejemplo,
a primera vista parado jal, del desarrollo capitalista. Este fenómeno,
como los precedentes, no se explica por la lógica de la vida económica
de los países en que surge. P ara explicarlo hay que examinar las rela­
ciones económicas, internacionales.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 619

Henos aquí, por nuestra parte, de vuelta al punió de vi$ta de la


acción recíproca. Sería insensato olvidar que este no es sólo un punto
de vista legítimo, sino que es, además, absolutamente inevitable. Tan
sólo no se debe cometer el error de creer que este punto de vista aclara
algo por sí sólo y no olvidar que necesitamos, para utilizarlo sabiamen­
te, buscar siempre “ el tercer térm ino” , el término superior que, para
Hegel, es “ el concepto” y para nosotros la situación económica il& los.
pueblos y de los países cuya influencia recíproca debe ser comprobada
y comprendida.
La literatura y las bellas artes de todo país civilizado ejercen
una influencia más o menos grande sobre la literatura y las bellas
artes de otros países civilizados. Esta influencia recíproca proviene de
la similitud- de la estructura social de estos países.
Una clase qne lucha contra sus adversarios conquista un puesto
en la literatura de un país. Cuando la misma clase comienza a mover­
se en otro país, se apodera de las ideas y formas creadas por s¡u,
hermana más adelantada. Pero las modifica y las supera o se queda reza­
gada en relación a ellas de acuerdo a la diferencia que existe entre la
situación propia y la situación ele la clase que crea sus modelos.
Hemos visto que el medio geográfico ejerce una gran influencia
sobre el desarrollo histórico de los pueblos. Ahora vemos que las rela­
ciones internacionales tienen una influencia aún más grande sobre
este desarrollo. Los efectos combinados del medio geográfico y de las
relaciones internacionales explican las diferencias considerables que
constatamos en el destino histórico de los pueblos, a pesar de que las
leyes fudamentáles de la evolución social son en todas partes las
mismas.
Es claro, pues, que la concepción marxista de la historia, lejos de
ser “ lim itada” y “ unilateral” abre inmensos horizontes a la investi­
gación. Se requiere mucho trabajo, mucha paciencia y un gran amor
a la verdad para destacar en todo su valor una pequeña parte^ del
campo que se nos ofrece. Pero este campo es nuestro: la adquisición
está hecha. E l trabajo ha sido iniciado por maestros incomparables,
y a nosotros sólo nos corresponde continuarlo. Y debemos hacerlo si no
queremos transformar en nuestras cabezas el pensamiento gemal dé
Marx en una cosa “ grisácea”, “ cimeriana”, “ cadavérica” .
S i el pensamiento se queda en la generalidad de las ideas, dice
muy bien ílegel, —como necesariamente el caso en las primeras filo­
sofías (por ejemplo el ser de 1a escuela eleata, el devenir de Heráclito,
etc.)— se le reprochará con razón su formalismo; pero aún en el caso
de una filos-ofía evolucionada, puede ocurrir que sólo se elaboren pro­
posiciones o determinaciones abstractas, por ejemplo, la de que en el
Absoluto todo es uno y que hay una identidad de lo objetivo y ló
subjetivo : y que estas mismas proposiciones sean tan sólo retomada,§■
en lo que se refiere a lo particular 96.
Con razón se nos podría reprochar nuestro formalismo si sólo
pudiéramos repetir frente a una sociedad dada: la anatomía de esta
620 G. P L E J á In'CV

sociedad está dada por su economía. Esto es indiscutible, pero no es


.suficiente: hay que saber utilizar científicamente una idea científica,,
hay que saber explicar todas las funciones de este organismo, cuya
estructura anatómica está determinada por la economía; es menester
comprender cómo se mueve, cómo se alimenta, cómo los sentimientos
y las ideas que nacen en él se convierten en lo que son por obra de esta
estructura anatómica; el modo en que se modifican de acuerdo a las-
mutaciones sobrevenidas en esta estructura, etc. Tan sólo avanzaremos
si se cumple esta condición. Pero si esta condición'se respeta, el avance
es seguro.
Frecuentemente se ve en la concepción materialista de la historia
una doctrina qeu proclama la sumisión de los hombres al yugo de una
necesidad ciega e implacable. ¡ Nada más erróneo! Es justamente la
concepción materialista de la historia la que indica a los hombres
el camino que habrá de llevarlos desde el reino de la necesidad al
reino de la libertad,.
En el dominio de la moral, un filisteo ecléctico par excettence
siempre es idealista. El filisteo se aferra a su ideal con tanta más te­
nacidad cuanto siente que su razón es impotente ante la triste prosa
de la vida social. Esta razón nunca triunfará sobre la necesidad eco­
nómica ; un ideal siempre será un ideal, y nunca podrá realizarse,
“ pues lleva una existencia autónoma, propia, aunque no independien­
te ”, pues no puede franquear su “ m uro” . Aquí “ espíritu” , “ ideal” ,
“ dignidad hum ana” “ fraternidad” , etc., están por un lado; “ mate­
r ia ” , “ necesidad económica” , “ explotación” , “ competencia” , “ crisis’/
“ bancarrota” , “ engaño mutuo y universal” están por el otro. Entre
estos dos reinos no hay conciliación posible. Los materialistas moder­
nos sólo tienen desprecio hacia un “ idealismo moral” de esta natura­
leza. Ellos tienen una concepción mucho más elevada del poder de la
razón humana; por cierto, es la necesidad económica que constituye
el resorte del desarrollo, pero justamente es la razón por la cual todo
lo que es racional no está forzado en absoluto a seguir permanente­
mente en el “ estado de ideal” . Lo racional también será real, y toda
la irresistible fuerza de la necesidad económica se encarga ele su rea­
lización.
Los “ filósofos” del siglo X V III repitieron hasta el cansancio que
la opinión pública rige al mando y que, en consecuencia, nada puede
resistir a la razón, “ que finalmente siempre tendrá razón” . Pero es­
tos filósofos han dudado muchas veces del poder de la razón, y es la
otra cara de la teoría de los “ filósofos” que provoca lógicamente sus
dudas. Como el “ legislador” da cuenta final de todo, es él amen hace
triunfar la razón o apaga sus antorchas. Por lo tanto, es menester es»
perarlo todo del “ legislador” . En la mayoría de los casos, loa legisla­
dores, los monarcas que disponen del destino de los pueblos, se preo­
cupan muy poco por el triunfo de la razón. Por ello, las oportunidades
que se ofrecían a la razón eran muy precarias. El filósofo puede tan
sólo contar con un azar que tarde o temprano habrá de dar el poder a
un “ príncipe amigo de la razón”. Sabemos ya que Helvecio sólo espe­
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 621

raba un azar feliz. Oigamos ahora lo que dice otro filósofo de la mis­
ma época.
Los principios más evidentes suelen ser los más sometidos a con­
tradicción, pues deben combatir la ignorancia, la credulidad} la cos­
tumbre, la terquedad y la vanidad de los hombres; en una palabra,
los intereses de los grandes y la estupidez del pueblo, que llevan a
aferrarse siempre a los viejos sistemas. E l error defiende su terreno
pulgada- a pulgada; tan sólo a fuerza de combates y de perseverancia
es posible arrancarle una insignificante concesión. No debemos creer
por esto que la verdad es inútil; su germen subsiste cuando ha sido
sembrado fructifica con el tiempo y, como esas semillas que antes de
germinar se mantienen largo tiempo bajo tierra, espera la circunstan­
cia que le dará la posibidael de desarrollarse, . . Citando los soberanos
esclarecidos gobiernan a las naciones; la verdad produce los frutos que
tenemos el derecho de esperar. Por otra parte, cuando las naciones
están fatigadas de las miserias y las innumerables calamidades engen­
dradas por sus errores, la necesidad las fuerzas a recurrir a la ver­
dad, la única que puede ponerlas a salvo de las desgracias que la
mentira y el prejuicio les habían hecho sufrir durante largos años98.
¡Siempre la misma creencia en los “ príncipes esclarecidos! ¡Siem­
pre las mismas dudas sobre el “ poder de la razón.” 1 Compárense estas
esperanzas ■vacuas y timoratas con la convicción vigorosa de Marx,
quien nos dice que no existe y no existirá ningún príncipe que pueda
í-esistir victoriosamente el desarrollo de las fuerzas productivas de
su pueblo y f en consecuencia, la liberación del pueblo del yugo de las
■instituciones arcaicas, y que nos digan quien cree más firmemente en
la fuerza de la razón y en su triunfo final. Por un,a parte, un “ quizá”
reservado; por la otra, una certidumbre tan inquebrantable como la
que puede proporcionar una demostración matemática.
Los materialistas sólo podían creer a medias en su divinidad, la
“ razón” pues esta divinidad, en su teoría, tropezaba con las leyes de
bronce del mundo material, con la ciega necesidad. “ El hombre llega
al termino de sú vida —dice Holbach— sin haber sido libre ni un
sólo instante desde el momento de su nacimiento hasta el de su muer­
te ' ; 90. Un materialista debe formular esta afirmación, pues como dice
Priestley, “ la doctrina de la necesidad es la consecuencia directa de
la doctrina de la materialidad del hombre; pues el mecanismo es la
consecuencia indudable del materialismo ’J l0°. Mientras no se supo cómo
podía ser engendrada la libertad del hombre por esta necesidad, había
que ser inevitablemente fatalista. “ Todos los acontecimientos están li­
gados los unos con los otros —dice Helvecio—. Un bosque talado
en el norte modifica los vientos, las cosechas, las artes de un país, las
costumbres y el gobierno” . Holbach hablaba de las consecuencias in­
calculables que podía tener para el destino de un imperio el movimiento
de un solo átomo en el cerebro del déspota. E l deterninismo de los
“ filósofos” no iba más allá en la concepción del papel de la necesidad
•en la historia: ésta es la razón por la cual, según ellos, el movimiento
histórico estaba sometido al “ azar” , esta “ moneda” de la necesidad.
622 G. P LEJA N O V

La libertad siguió en contradicción con la necesidad y el materialismo


no supo, como decía Marx, comprender la actividad humana. Los idea­
listas alemanas repararon en este lado débil del materialismo metafí­
sico, pero sólo lograron con la ayuda del Espíritu absoluto, es decir,
con ayuda de una ficción, unir necesidad y libertad. Los materialistas
modernos a la Moleschott se debaten en medio de las contradicciones
de los materialistas del siglo XVIXX. Tan sólo Marx supo, sin abandonar
un instante la doctrina de la “ materialidad del hombre”, conciliar la
razón y la necesidad, considerando “ la actividad práctica h u m m a ”.
La humanidad sólo se plantea, los problemas que puede resolver. Y,
si se considera la cosa más de cerca, se descubrirá que el problema
mismo sólo surge cuando existen las condiciones materiales para re­
solverlo o, por lo menos, citando están a punió de darse101.
Los materialistas metafísicos veían que los hombres están some­
tidos al yugo de la necesidad (“ un bosque ta la d o ...” )-, el materia­
lismo dialéctico muestra como ésta habrá de liberarlos.
Las relaciones burguesas de producción son la última forma con­
tradictoria del proceso de producción social; contradictoria no en el
sentido de una contradicción individual, sino de una contradicción que
nace de las condiciones de existencia social de los individuos; sin em­
bargo, las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la
sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales
para resolver esta contradicción. Con esta formación social termina pues
la prehistoria de la sociedad humana102.
La teoría que se pretende fatalista de Marx es justamente la que
por primera vez en la historia de las ciencias económicas pone fin a
este fetichismo de los economistas que les hacía explicar las categorías
económicas —el valor de cambio, el dinero, el capital— por la natura­
leza de los objetos naturales y no por las relaciones de los hombres en
el proceso de producción103.
No es el momento de explicar aquí la contribución de Marx a la
economía política. Tan sólo deseamos subrayar que Marx se sirve en
esta ciencia del mismo método, que se sitúa para estudiarla en el
mismo punto de vista que ha usado para interpretar la historia: el
punto de vista de las relaciones de los hombres en el proceso de pro­
ducción. Basándose en esto, podemos medir el valor intelectual de los
hombres que. aún numerosos en la Rusia actual, reconocen “ las teorías
económicas de M arx” , pero “ rechazan” sus concepciones históricas.
El que haya comprendido el método dialéctico del materialismo
marxista, puede también juzgar el valor de las discusiones que se han
suscitado de cuando en cuando en torno a la cuestión que consiste en
saber si Marx utilizó en E l capital el método inductivo o el deductivo.
E l método de Marx es a la vez inductivo y deductivo. Además, es el mé­
todo más revolucionario que jamás se haya utilizado.
Bajo su aspecto místico dice Marx, la dialéctica se convirtió en
una moda en Alemania porque daba la impresión de glorificar las cosas
existentes. E n su aspecto racional es una abominación para las clases
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 623

dirigentes y sus ideólogos doctrinarios, pues en la concepción positiva


de las cosas, existentes incluye la inteligencia de su negación fatal, por­
que al captar el movimiento mismo, del cual toda forma acabada es tan
sólo una configuración transitoria, nada puede imponérsele, pues a la
vez es esencialmente crítica y revolucionaria 104.
Holbach, uno de los representantes más revolucionarios de la filoso­
fía francesa del siglo pasado, estaba asustado por la caza del mercado,
sin la cual la burguesía moderna no puede subsistir. Holbach hubiera
querido detener el movimiento histórico en este sentido. Marx saluda
esta misma caza del mercado, esta hambre de ganancias como una fuer­
za destructiva que mina el orden de las cosas existente, como una
condición previa a la de la emancipación de la humanidad.
La burguesía no puede existir sin una revolución constante de los
instrumentos de prodxtcción, es decir, de las condiciones de la produc­
ción} o sea, de todas las relaciones sociales. S I mantenimiento sin cam­
bio del antiguo m.odo de producción ero\, por el contrario, para todas
las clases industriales anteriores, la primera condición de. su existen­
cia propia. Este derrocamiento continuo de la producción, este sacu­
dimiento constante de todo el sistema social, esta agitación y esta in­
seguridad perpetuas distinguen a la época burguesa de todas las
precedentes. Todas las relaciones sociales tradicionales y fijas, con su
cortejo de concepciones e ideas antiguas y venerables, se disuelven; las
que las reemplazan envejecen antes de haber podido osificarse. Todo lo
que tenía solidez y permanencia, se disuelve en humo, todo lo que era
sagrado se ve profanado, y los hombres son forzados finalmente a en­
carar sus condiciones de existencia y stis delaciones recíprocas con
ojos desprovistos de ilusiones.
. . . Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía da
un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
p a íses... En lugar del antiguo aislamiento de las provincias y las
naciones que se bastaban a sí mismas, se desarrollan relaciones univer­
sales, una interdependencia universal de las naciones. Y lo que es verdad
de la producción material no lo es menos de las producciones del es­
píritu. Las obras intelectuales de una nación se convierten en la pro­
piedad com.ún de todas. La estrechez y el exclusivismo nocionales se
vuelven cada día más imposibles; y de la multiplicidad de las literatu­
ras nacionales y locales nace una literatura universal105.
Al combatir la propiedad feudal los materialistas franceses ento­
naban alabanzas a la propiedd burguesa, que era para ellos el alma
profunda de toda sociedad humana. Ellos sólo veían un aspecto de la
cosa. Veían en la propiedad burguesa el fruto del trabajo del propie­
tario mismo. Marx muestra donde term ina la dialéctica inmanente de
la propiedad burguesa.
E l precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es
decir, la suma de los medios de subsistencia necesarios para mantener
en vida al obrero en tanto que obrero. Por consiguiente, lo que el
obrero adquiere con su trabajo es tan sólo suficiente para reproducir
su vida reducida a su más sim.ple expresión. . .
624 G. PLEJANOV

Vosotros os manifestáis horrorizados porgue nosotros queremos


abolir la propiedad privada.
Vero, en vuestra sociedad, la propiedad privada está al)olida para
las nueve décimas partes de sus miembros. Es justamente por wo exis­
tir para nueve décimas de ellos que existe para vosotros 106.
Por revolucionarios que hayan sido, los materialistas franceses se
dirigían tan sólo a la burguesía esclarecida y a la nobleza “ filosofante}>
que se había pasado al campo de la burguesía, Y manifestaban un te n o r
invencible ante la “ plebe” , el “ pueblo” y las “ masas ignorantes
Pero la burguesía sólo era —y no podía ser de otro modo— a medias
revolucionaria. Marx se dirige al proletariado, a la clase revoluciona­
ria en el isleño sentido de la palabra.
Todas las clases que, en el pasado, han tomado el poder, intentaron
consolidar la situación adquirida sometiendo la sociedad a las condi­
ciones que les aseguraban sus propias rentas. Los proletarios no pue­
den hacer suyas ¡as fuerzas productivas sociales sin abolir el modo de
apropiación que el particular a estas y , en consecuencia, a todo el modo
de apropiación que rige hasta nuestros días,
En su lucha contra el orden social de su época, los materialistas
hacían llamados continuos a los “ poderosos” , a los “ soberanos ilus­
trados”. Trataban de demostrar qne sus teorías, en el fondo, no eran
nada peligrosas. Marx y los marxistas adoptan otra actitud frente a
“ los poderosos” .
Los comunistas wo se rebajan a disimular sus opiniones y sus pro­
yectos. Proclaman abiertamente que sus fines no se pueden lograr sino
por medio del derrocamiento violento de todo el orden social del pasado.
¿Qué tiemblen las clases dirigentes ante la idea de una revolución co­
munista! Los proletarios no tienen nad,a que perder en esto, salvo sus
cadenas. Y tienen un mundo que ganar.
Es natural que una teoría semejante no haya obtenido una acogida
favorable por parte de los “ poderosos” . La burguesía se ha convertido
hoy en una clase reaccionaria: se esfuerza por atrasar el reloj de la
historia. Sus ideólogos no están ya en condiciones de concebir el inmen­
so valor científico de los descubrimientos de Marx. Por el contrario, el
proletariado se sirve de esta teoría histórica como del más seguro de
todos los guías.
Esta teoría, que asusta a la burguesía por su pretendido fatalismo,
infunde una incomparable energía a los proletariados. Al defender la
“ teoría de la necesidad” contra los ataques de Price, Priestley dice,
entre otras cosas:
Para no hablar de. mí mismo, que sin duda no soy el más pere­
zoso y el más indolente de todos los animalesf ¿dónde podría encontrar
el mayor entusiasmo, esfuerzos más vigorosos y más incansables, cum­
plimiento más ardiente y m4s constante de las tareas esenciales que
entre los partidarios de la teoría de la necesidad (“ necessariwis” ) .
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 625

Priestley hablaba de les “ necess&rians7' cristianos de la Ingla­


terra de sus tiempos. Poco importa que tenga o no razón al atribuir­
les semejante entusiasmo. Pero basta tener una entrevista —aunque
sólo sea de unos cortos instantes— eon los señores Bismarek, Caprivi,
Crispí o Casimir P érier: ellos sabrán contar maravillas, de la actividad
y la energía de los “ necessarians” , de los “ fatalistas” de nuestro
tiempo: los trabajadores social-demácratas.
í
N O T A S

E0L3J.CE
1 F . E n g e ls: L udw ig Feuerbaeh y el f in de la filo so fía clásica alem ana, en
K . Marx - F , E n gels: E tu d es philosophiqnes, p. 24, Eciitions Sociales, 1951.
2 Ib id ., pp. 25 y 26.
s Y er L e Bon sens pu isé daña la nature, m iv i du testam en t du curé M eslier.
Laa citas de esta obra son tom adas de la edición de Londres, 1777.
4 “ A sí la naturaleza en su sentido m ás extenso es el gran todo que resulta
de la unión de diferentes m aterias, de sus diferentes combinaciones y m ovimientos,
que vemos en el u n iverso" . (S y stém e de la nature, ou B es lois du m onde physique
e t du m onde m oral. E dition N aigeon, P arís 1820, I, p. 75),
s E n realidad H olbach, con el nombre de Mirabaud, publicó su S ystém e de
la nature, en 1770. (3SF. B .) .
# A sí, según Dam iron, la naturaleza no posee la facultad de pensar. ¿Por
qué? *'Porque la m ateria no piensa, no conoce, no a ctú a ’ (M ém ow es pour serví#
a l ’h istoire d e la pM losophie au X V I I I siécle, P aris, 1858, p. 40 9 ). ¡Adm irable
lógica! Por otra parte, V oltaire y Rouseau pecaban en este mismo punto en su
lu d ia contra los m aterialistas. V oltaire ha afirm ado que toda m ateria activa nos
revela una esencia inm aterial que actúa sobre ella. P ara Eousseau la m ateria es
inerte: jam ás pudo concebir una m olécula viva.
7 S y sttm e de la N atu re, I, p. 90.
8 L e to n sens, I , p. 129.
9 Systfhne de la N a tu re, I, p. 165, note 3.
10 S ystém e de la N atu re, I, p. 175. L a M ettrie tiene a estas hipótesis por
legítim as. Lange le im puta, sin m otivo, una opiiúón d iferente; para convencerse
basta leer el capítulo V I de T ra ité de V ám e; L a M ettrie cree incluso que, ‘ ‘ todos
los filó so fo s de todos los s ig lo s' ’ (con excepción evidente de los cartesianos) han
reconocido a la m ateria la “ facu ltad de se n tir” . (V er O em res, Amsfcerdam, 1764,
I, pp. 97-100 y Tesctes Choisis, Col. Classiques du Peuple, p. 71, E d itio n s S ocia­
les, 1954).
i t L e Bon Sens, T, p. 129.
i s Oeuvres, de Jacobi, IV , p. 54.
13 H isto ire du m aterialism e, segunda edición, Iserlohn, 1873, I, p. 378.
14 S ystem e de la N a tu re, I I , p. 112.
15 Ibid., I I , p. 143.
16 Ibid-, I , p. 98.
i? E sta tesis de P lejan ov es errónea. N osotros no podemos considerar como
justo que “ nuestra razón, es decir, nuestra ciencia, sea capaz de descubrir por lo
menos cierta s cualidades de la s cosas en s í ’ \ E l error de Holbach reside en que él
lim itaba la cognoscibilidad del mundo a la posibilidad de no conocer más que al­
gunos de sus aspectos. H olbach y otros m aterialistas franceses no comprendieron,
como m etafísicos que eran, el proceso, del conocimiento como un proceso histórico,
que va desde el no saber h asta el saber y el conocimiento de la esencia de las
cosas. (N . R .).
18 S ystém e de la N atu re, I I , pp. 133-138. Feuerbaeh decía lo mismo: su crítica
de la religión tiene, por otra parte, mucha analogía con la de Holbach. E n cuanto
628 G. PLEJANOV

a la transform ación de f ‘la cosa en s í ” en Dios no es in ú til señalar que los Padres
de la Ig le sia definen a su Dios exactam ente como los kantianos a la “ cosa en s í ” .
A sí, según San A gustín, D ios no entra en ninguna de las categorías: “ u t s%o
tiitelligm m is Dev/m, si possum us, quantum posssum us sine q u alitate boum, sine quan-
t ita te m agnvm , sin e in d ig en tia creatorem , sine situ preaedisen tem , sine loco ubique
to tu m , sine tem pore sem pitern u m ’ ’, etc. (Concibamos a D ios así, si podemos, en la
m edida en la que podam os; bueno sin calidad, grande sin cantidad, creador sin necesi­
dad, reinante sin trono, om nipresente sin espacio y eterno fuera del tiempo-” . (N . K .).
(V er Fr. Uberw eg: M em en ts d ’h istoire de la philosophie, Berlín, 1881, I I , pp. 102-
1 0 3 ). Enviam os a H egel a los lectores que quieran conocer todas las contradicciones
de la “ cosa en s í ” .
io ¡Extraño! Diderot admira la m oral de H eráclito. Pero no dice nada do
su dialéctica o, si se quiere, sólo algunas palabras in sign ifican tes en ocasión de la
discusión sobre su físiea. ( Ouvres de Diderot, Paria, 1818, I I , pp. 625-626, Ency-
clop éd íe).
20 S ystém e de la N atu re, I, p. 150.
21 S ystém e de la N ature, p. 1»4.
22 Ibid., pp. 156-157.
23 Ver la comedia de P a lisso t ‘ 'L e s ph ilosoph es’ ' en Oeuvres, t. I I , pp, 19f>-
91-92, Liege, 1777
24 “ Los sofistas de la moral m aterialista son L a M ettrie y H elvecio”
(H ettn er: H isto ire U tteraire du X V I I I siécle, B runsw idí, 1881, II, p. 3 8 8 ), “ Lo
que hay de n efasto en el m aterialism o es que ayuda, alim enta y excita justamente
los instintos más bajos del hombre y la vulgaridad que los caracteriza” . (F ritz
S ch u ltze: L es idées fondam entales du m aterialism o et leur critique, Leipzig,
1887, p. 5 0 ).
25 L a P olitiqu e naturelle ou Discours sur les vrais prin cipes du gouvernem eni.
Por un antiguo m agistrado (H olb ach ), 1773, pp. 45-46.
26 Tomo V I II , p. 241.
27 S ysté m e social, o un P rin cipes natu rels de la m orale e t de la politique.
A vec un examen de l ’infl-vence du gouvernem ent sur les moeurs. Por el autor de
S ystém e de la Natu^'c, Londres, 1773, I, p, 36. Comparar con el prólogo a la M orale
U niverselle del mismo autor: “ N o hablaremos aquí de la moral religiosa, cuyo
objeto era llevar a los hombres por caminos sobrenaturales, sin reconocer en su
marcha los derechos de la razón ” . (Loe. cit., p. X I ) ,
28 S ystém e de la N ature, I, p. 432.
29 S ystém e de la N atu re, I, p. 425,
so S ystém e de la N ature, I, p. 434.
s i Ibid., p. 388.
32 No es sólo demasiado am plia, es también tautológica, pues expresa tínica­
m ente que el hombre desea lo que desea, como lo señala Turgot altratar la moral
de Helvecio.
33 En las sociedades corrompidas es necesario corromperse para ser feliz.
S ystém e de la N atu re, I I , p. 292.
34 Del Vhomme, I, sección I I , cap, X V I.
35 M orale universelle, sección I I , cap. I.
36 S ystém e social, I, p. 56; ver también L a M orale universelle, I.
3? M orale universelle, sección I, cap. II.
38 P o litiq u e n aturelle, I , p. 14.
39 P o litiq u e naturelle, I, p. 14,
40 Ibid., I I , p. 10 (c f. S ystém e social, I I I , cap. I ) . V oltaire, por su parte,
no se cansaba de com batir la opinión de M ontesquieu que, por otra parte, no dijo
nada nuevo sobre el tema. No hizo más que repetir las opiniones de algunos autores
griegos y romanos. P ara ser justos, digam os que Holbach habla a veces de manera
mucho más superficial que Montesquieu sobre la influencia del clima. “ Pertenece a
la naturaleza de ciertos clim as, dice, ^ t^ S -i/stévie de la N atu re, producir hombres
organizados y desarrollados de tal manera que pueden ser muy útiles o muy nocivos
para la especie” .
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 629

il J. B. A. Suard: Bu, progrés des le tíre s et de la phüosophie dans le X V I I I


siécle, M élanges de littéra tu re , P arís, año X I I (1 8 0 3 ), tomo I I I , p. 383.
42 A sí, la evolución de la oruga, por ejem plo, e s en medida considerable con­
secuencia de la adaptación al medio, independientem ente de los estados que hayan
atravesado los antepasados de la mariposa.
í3 Correspondence littera ire, agosto 1774 (ed. 1812, t. I I I , p. 151).
44 H olbach: P o litiq u e naturelle, I, pp, 37-38.
45 M orale •universelle, prefacio, p. xiv. Condoreet pretende, en su polémica
contra las opiniones volterianas, que sobre este punto son totalm ente opuestas (L e
phüosophe ign oran t- el patriarca cam biaba con frecuencia de opinión), que las
ideas de ju sticia y de derecho nacen “ necesariam ente de la misma manera en
todos los seres sensib les’ ' que son eapaees de adquirir ideas. “ i listas serían, por
lo ta n to , u n ifo rm es" . Sin embargo es verdad que los hombres cambian “ con fre­
cu en cia" . Pero todo ser que juzga con exactitud llegará a las mismas ideas en
moral y en geom etría. F sta es la consecuencia in evitab le de una verdad real. ' ‘ Los
hombres son seres sensibles e in te lig en tes" . (E n una nota relativa a L e phüosophe
ignorant de la edición de K elil de la s Oeuvres de V oltaire).
‘te P olitiqu e n aturelle, Discours, I, cap. X V I, p. 28.
4T Systéme de la Nature , I, pp. 66-68.
48 Ibid., pp. 323-324.
49 Ibid.
so S ystém e de la N atu re, I, p. 193. -Tules Soury dice ingenuamente al res­
pecto: “ É sta idea del barón Holbach ha pasado, en parte, a Tos hechos [ ! ] . De
todos modos es la estad ística moral, m ás que la fisiología, que parece prestar más
servicios a la física de las costum bres", B réviaire de V h istoire du m aterialism e,
P arís, 1SS3, p. 653.
su Politique. naturelle, I. ‘ ‘ E s por esto que los hombres, a l incorporarse a
un Estado y someterse a un gobierno, aspiran esencialm ente a la seguridad de su
propiedad que, en estado de naturaleza, está m uy a le ja d a " (Locke, O f governm ent,
cap ix. “ Of the end o í political soeiety and g overn m en t" ).
« Ibid., X, p. 38.
53 Ibid.
5é M orale universelle, sección iv, c. xi.
53 Ibidem.
56 P olitiq u e naturelle, I, p. 42.
íh P o litiq u e naturelle, I, p. 42.
58 L ’Ethocratie. ou le gouvt'rnem ent fo n d é sur la morale, Amsterdam, 1776,
pp. 50-51.
so Ibid., p. 52,
60 P o litiq u e n atu relle, I, p. 179
61 Ibid., pp. 19-20.
02 " S i m is cualidades física s o morales no me dan ningún derecho sobre un
hombro menos dotado por los dones do la naturaleza, sí no puedo exigirle nada
que él no pueda exigirm e, comprended, os io suplico, por qué razón pretendo que
nuestras condiciones sean desiguales. E s necesario que me d igáis con que títulos
podré establecer mi superioridad" . 7Jout.es proposés aux philosophes économistes sur
l ’ordre n atu rel et esentiel des soeiétés politiquea, La H aya, 1768, p. 21.
03 D ouies proposés, p. 35.
64 Ibid-, p. 12.
05 Ver L e Christianism e devoilé, ou examen des prin cipes e t des e ffe ts de üi
religión chrétienne, Londres 1766 (e. x iíi, p a ssim ).
<56 Ibid.
<57 “ Comprendía, quizás como nosotros — dice— , de que utilidad sería para
el pueblo la abolición de gran número de d ías de f ie s t a " , H istoire critiqu e de
Jésus-Christ ou analyse raisonnée des Bvam-gües. (Sin. fech a ni lugar de im pre­
sió n ), p. 157.
68 “ A v a ricia " en el sentido del idioma clásico: “ avid ez" . (N . R .) .
«9 L ’JSthocratie, p, 124.
to P o litiq u e naturelle, II , p. 148.
630 G. PLEJANOV

71 L ’EtJtocratie. p. 122.
72 P o litiq u e naturelle, I I , p. 145.
73 Ib id ., p . 150 (subrayado por G. P .) .
74 Ib id ., p . 151.
75 L ’E fh ocratie, c, viii, S ysté m e social, 111, p. 73.
76 V oir P o litiq u e N a tu relle. I I , p. 154.
77 Ibid.
78 L ’EthocraPie, p. 122 (n o te).
79 L ’E th ocratie, p. 117.
80 S ystcm e Social, I I , p. 67.
s i S ysté m e S ocial, XI, p. 75.
82 S ysté m e Social, p. 73.
83 L ’E th ocratie, pp. 146-147.
84 “ E scritores celosos y virtu osos” , “ buenos ciudadanos” ; “ nada puede
añadirse a los caminos ú tiles que les ha dictado el amor al bien público ’ L ’Etho-
cratie, pp. 144-145.
85 P o litiq u e N atu relle, I I , p. 44.
86 P o litiq u e N atu relle, I , pp. 117-118.
87 Ib id ., I. p. 120.
88 P o litiq u e N atu relle, I, p. 144. E n las citas sin referencias nos dirigim os
siempre a este libro, cuando se trata de las ideas p olíticas de Holbach.
89 P o litiq u e N atu relle, I I , pp. 238 y 240.
90 P o litiq u e N atu relle, I I .
91 P o litiq u e N atu relle, I , p. 184; Systiim e Social, I I I , p. 84.
Ver p. 380. Por otra parte, L ange no habla m ás que del “ S ystém e de la
N a tu r e ” . P arece que hubiera ignorado “ L a P o litiq u e N a tu re lle ” , ‘ ‘ L ’JSthocravie* ’
y el “ S ystém e S o cia l” o “ L a M oral U n iverselle” .
93 L ’E th ocratie, p. 6.
w La señora Tsebrikova preguntó al zar: “ ¿Qué dirá de usted la historia si
continúa gobernando como gobierna? ” “ Y a usted qué le im porta?' contestó el
zar al margen de la carta de la señora Tsebrikova.
95 Textualm ente: D ios (saliendo) do la máquina: expresión de! teatro antiguo,
en el que los dioses eran transportados sobre ia escena por medio de dispositivos
mecánicos (m áquinas) para desembrollar situaciones complicadas, aparentem ente
inextricables. (N . R .).
06 Cours d ‘etud.es pour l ’in stru ction du prince de P arm a, Ginebra, 1779,
IV , p. 112,
97 Cours d ’etudes pour l ’in stru ction du prin ce de P arm a,Ginebra, 1779.
98 JSssai sur les m oeurs, c. 53.
99 Ver el prefacio de su E ssai sur les m oeurs.
100 S ysté m e Social, I, p. 201,
101 S ysté m e de la N atu re, í , p. 70. Ver tam bién la introducción al S y sté ­
me Social.
102 L e C kn stian ism e dévoilé, p. 18.
103 S ystém e de la N a tu re , IX, p. 29,
io i S ystém e de la N a tu re, I I , p. 31,
105 L e Bon Sens P uisé dans la N a tu re, I, p. 66.
io<) Sucede con frecuencia que la mism a idea en boca de dos personas con
metas prácticam ente d iferentes tiene una sign ificación muy distinta. Según Holbach
la verdadera religión, en todos los p aís, es la religión del verdugo. E n el fondo
Hobbes no dice otra cosa. Pero ¡qué diferen te interpretación comporta este pensa­
m iento en la filo s o fía de los dos hombres!
101 S ysté m e de la N atu re, II, pp. 269-270,
ios S ystém e Social, I, p. 1.6.
100 S ystém e de la N a tu re, IT, p. 368.
no ib id ., I I , pp. 363-364.
ni Ib id ., p. 362.
112 Systh ém e de la N a tu re, I I , pd 306 y p. 364,
113 L e Bon Scns, I, p. 42.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 631

114 L e C kristian ism e D évoilé, p. 176.


u s S ystém e Social, III parte, cap. 1, Grimm, en el m ism o sentido, iba más
lejos, ningún libro, aunque sea inspirado, corrompe la moral, del mismo modo
que, desgraciadamente, no depende de ningún filósofo, por charlatán o elocuente que
pueda ser, perfeccionar la moral. Sólo el gobierno y la legislación tienen este poder,
y es según su acción y reacción que la moral pública oeupa su justo nivel de justicia
o de corrupción: los nbros no valen nada” , (Correspcndence L itté ra ire , enero 1 778).
(A p ro p ó sito d e la m u erte de H elvecio).
lie P o litiq u e N atu relle, I, pp. 11-12.
H7 S ystém e de la N atu re, I, pp. 415-416. Suard definía a la opinión pública
de la manera siguiente: “ Entiendo por opinión el resultado de la cantidad de
verdades y de errores extendidos en una nación; este resultado determina esos
juicios de estima o de desdén, de amor o de odio, que forman las tendencias y
las costumbres, los vicios y las virtudes, en otra palabra, la moral. Podemos decir
que es esta opinión la que gobierna al m u n d o ,,.” (Obra citada, p. 400).
u s P o litiq u e naturelle, II, p, 11 (subrayado por Plejanov).
H9 S ystém e Social, III, pp. 4-5.
120 S ysté m e de la N atu re, I, p. 416,
£2 i L e B on Sens, I, p. 24.
122 E n ciclopedia, primera parte, publicada por Leopold von Henning, pp. 155-6.

H E L V E C IO

1 Demogeoí: H istoire de la litiéra tu re fran gaise depu is V origine ju sq u 'á nos


jo u rs (22 edit.). París, 1886, pp. 493-494. Este libro forma parte de la H istoire
U niverselle, publicado por un grupo de profeso-res bajo la dirección de Víctor Duxuy.
2 La otra parte también debe ser oída. ( N . d e l a E .) .
3 " j Cuán necesario es desconfiar de las ilusiones del espíritu sistemático!
Helvecio era virtuoso, ¡y su libro -es la destrucción de toda virtud! ’' La Harpe:
Ilé fu ta tio u d‘ii Mure ‘ ‘T>e i ’E s p r it” , leído en «1 Liceo Republicano en las sesiones
del 26 y 29 de marzo y del 3 y 5 de abril del año V (1797), p. 54.
4 La voluntad del rey es la ley suprema. ( N .d e l a E .) .
5 También Marat detestaba a Helvecio. Según él, este filósofo era “ un
espíritu falso y superficial” , su sistema era “ absurdo” y su libro "una urdimbre
de sofismas, adornada cuidadosamente con los vanos ornamentos de una vasta eru­
dición” . (Ver D e VHo-mne, ou des prín cipes e t des lois d e l'in flu en ce d e l ’áme
su r le corps e t du coros sur l ’&me, por J . P . Marat, doctor en medicina, Amsterdam,
1775, pág. X V -X V I de los Discursos. Preliminares). Pero este libro de Marat no
fue escrito en el período revolucionario de su vida. Por otra parte, las opiniones
de los revolucionarios no siempre son opiniones revolucionarias. Para Marat, el
hombre “ como todo animal, está compuesto de dos sustancias distintas: el alma,
y el euerpo” . . . “ La sabiduría eterna’ ’ ha ubicado el alma ¡ en las m en in ges!
“ El jugo de los nervios es el nexo de comunicación entre estas dos sustancias di­
versas” . “ En las acciones maquinales, el fluido nervioso es el primer agente. En
las acciones libres está subordinado al alma y se convierte en el instrumento del
cual ésta se sirve para ejecutarlasy ( Ih idem , libro I, pp. 20, 40, 107). Todo esto
es de una chatura, realmente excepcional. Por la manera de tratar a sus predece­
sores y por su amor propio, Marat recuerda mucho a Duliring.
6 D e X’hotMne, sección VIH, cap. VIII.
7 H isto ire du m atérialism e, 2.a edit. Iserlohn, 1873, t. I, p, .360.
8 B révia w e' de V h istoire dn m atérialism e. Paris, 1883, pp. 645-646.
• » Según Helvecio, tan,sólo nuestra existencia propia es evidente, par a nosotros;
la existencia de los objetos es tan sólo una p ro b abilidad “ una probabilidad muy
grande que sin duda, en la vida práctica, equivale casi a nna evidencia, pero que
632 G. P LE JA N O V

es tan sólo «na probabilidad' \ Todo pensador que hubiera expresado algo análogo
habría sido considerado por Lange en el número de los “ espíritus críticos” . Pero
ningún “ sentido crítico" puede rehabilitar a Helvecio y librarlo de esta marca do
“ su p erfic ia lid a d ” que, ante todo, saltaba a los ojos de este profundo historiador
del materialismo.
10 De V E sy r it, diseurs 1, cap. IV.
Ha sido manifiestamente esta semejanza io que llevó a que se atribuyera
a Helvecio L es progrés ele la raison- dans la reeherche &% vrai, obra que se reproduce
de nuevo en la edición parisina de 1808 de sus libros. Ni una sola página de este
trabajo es original. Por una parte constituye la traducción de algunas de las
L e ttr e s a Séréna de Toland, a las cuales se añaden algunos trozos del S ystém e dé­
la N a tu re y otros libros más o menos conocidos de esa época. El todo está mal
compaginado por el “ autor desconocido" y muy mal comprendido. Helvecio nada
podía tener en común con una producción semejante. Existe también otro libro que
se le atribuye: L e vrai sens du S ystém e de la N atu re. Acaso le pertenezca, pero
no estamos seguros y no lo citaremos, dado que tal libro nada agrega a lo qne
se encuentra en L e l ’E s f r it y De l ’homine, [Indicaremos de pasada que Holbach
publicó en 1768, bajo el titulo de L e ttr e s philosophiques sur V origine des p ré j-u g és,.
una adaptación libre del libro de Toland, Cf. Holbach, T sxtes ehoisis, t. I, prefacio
de P. Charbonne!, p. 61, Ed. Sociales, 1957. (N . de la 3 .) j.
12 G eschichte des M aterialism u s (Historia del Materialismo), t. I, p. 37S.
Curiosamente, Lange encuentra en Robinet un elemento “ de la doctrina kantiana".
Pero Robinct dice de la eosa en sí nada más qne lo que dice Holbach y Helvecio.
No es menos extraño que el autor De la, n atu re sea citado por Lange entre los
materialistas, mientras que Helvecio es tan sólo puesto en su vecindad. í Extraño
criterio el de Lsnge!
13 Citado en De l ’homme,, sec. II, cap. 1.1, infinc (en nota). En la edición
de 1773 se dice que esta cita está tomada del TreaUse on the P rin cipies o f Chem istry,
No hemos podido encontrar este tratado. Pero puede agregarse aquí lo que dice
Priestley en su discusión con Pvico: “ A fin de aclarar aún más mí pensamiento
haré la siguiente comparación. La facultad de cortar de una navaja depende de
•una cohesión y una disposición particulares de las partes que la forman. Supon­
gamos que esta navaja se disuelve completamente en un ácido: su facultad de
«ortar se perd erá sin duda o dejará de ser. a pesar de que ninguna de las partículas
del metal que constituía a la navaja han sido suprimidas en el proceso, y que su
fo rm a prim era, así como su fa cu lta d de cortar, pueden restablecerse una vez que
el metal se lia consolidado. Del mismo modo, cuando el cuerpo se disuelve por la
-putrefacción, cesa completamente su facultad de pensar". (A free discussion of
■the doctrin e o f m aterialism , etc. Londres, 1778, pp. 82-83), Este es justamente el
punto de vista del químico, que cita Helvecio. Nada tiene que hacer aquí la idea
religiosa, que Priestley sabía conciliar con su materialismo. Resulta igualmente inútil
■observar que las concepciones químicas de los materialistas del siglo pasado [el
XVIII] no son las de nuestro tiempo.
14 D e l ’honnne, sec. II, cap; X. Helvecio sabe muy bien que estamos dotados
•de memoria. Pero el órgano de la memoria es físico, dice, y su función consiste
en volver actuales las impresiones pasadas. Es por esto que la memoria debe des­
pertar en nosotros sensaciones reales; todo vuelve así a la sensibilidad; todo en el
hombre es sensación.
is De l ’homme, cap. XVI, última observación de este capítulo.
io El bien del pueblo es la ley suprema. ( N . d e l a S . ) .
17 Darwin ha comprendido muy bien algo que los moralistas rara vez han
■comprendido: “ Los filósofos... han empezado por admitir que la moral se basa
en una forma de egoísmo; pero, más recientemente, han proclamado el principio
de la mayor felicidad". De todos modos sería más correcto considerar a este último
principio como la sanción y no como el motivo de la conducta". (L a descendancso
d e l ’homme et la sélection sexuelle. Edit. Sehleicher, Paris, p. 129).
18 S ystém e de la N atu re, t. Xj cap.'XVf'*
15) H isto ire du m aterialism e , i. I. p. 363.
20 H isto ire de la litté ra tu re du X V I I I siécle, Brunswick, t. II, p. 398.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 633

21 De, Vhom-me, sec. IV, cap. l'V.


22 D (? VISsnrií, discurso J.II, cap. XV.
23 Ibidem .
24 D e Vhomme, sec. II, cap. V il.
25 Ib id e vi (en n o ta ).
26 D e Vhomme, sec. II, cap. VII.
-i Ibidem , cap. X (en noto).
28D e l ’B sp rit, discurso X, cap. IX, p. 173,
2oL a desccndancc üe Vhomme, op. cit, p. 138.
so . . . Cualquier especie puede nacer de cualquier cusa... Los árboles no
siempre producen los mismos frutos, sino que éstos varían; cualquier árbol puede
dar cualquier fruto".
D e VJiomme. sec. IV, cap. VI.
32 Ib id em , sec. IV, cap. X (en nota), p. SIS.
33 Ibidem , sec. IV, cap. XXII (ei\ nota).
34 B éfn ta tio n du livre De V B s f r il, p, 5.
'¿5 Helvecio recomienda seguir el ejemplo de los geómetras. ' : Cuando se les
plantea un problema complicado de mecánica ¿qué hacen? Lo simplifican; calculan
la velocidad de los cuerpos en movimiento sin tomar en cuenta su densidad, com­
parándola con la resistencia do los flúidos del medio, el roce con los otros
cuerpos, etc." {D e Vhomme, sec. IX, cap. I). Casi con las mismas palabras reco­
mienda Chenúshevski la simplificación de los problemas de la economía política.
Se ha acusado a Helvecio de haber calumniado a Sóerates y a Régulo. Lo que dice
CiiernisJtóvski sobre el célebre suicidio de la casta Lucrecia, que no quiso sobrevivir
a su vergüenza, recuerda en forma sorprendente las consideraciones de Helvecio
sobre los heroicos prisioneros de los cartagineses. Chernishevslu pensaba que la
economía política no debía preocuparse primordíalmente de lo que es, sino por el
contrario de lo que debe ser. Compárese esto con la opinión de Helvecio expresada
en una carta a Monslequieu: “ ¿Recuerda usted, que durante una conversación, que
tuvimos en La Bréele (sobíe los P rin cipes de Montesquieu), yo admití que éstos
se aplican a laa condiciones objetivas, pero que un escritor que quiere ser útil a
los hombres debe preocuparse ante todo de las máximas verdaderas, de acuerdo a
un orden mejor y futuro de las cosas, y no de la santificación de tales principios,
puesto que estos últimos son efectivamente peligrosos a paTtir del momento
en que el prejuicio se apodera de ellos para utilizarlos y difundirlos!" (Ver
Oeuvres co m flétes de Helvecio, Paris, 181S, III, p. 261). A este notable ejemplo
podrían añadirse otros. Pero preferimos revelar esta identidad de opiniones entre
los dos escritores, separados por más de un siglo, a medida que la ocasión se pre­
sente en nuestro estudio de las teorías de Helvecio.
36 “ Descartes", dice Flini, “ da pruebas repetidas, en sus escritos, de una
observación clara y lúcida de los datos sociales. Lo mismo puede decirse de Male-
branche’\ Pero el mismo ílin t reconoce que “ Descartes no tenía la menor idea
de una ciencia histórica", y : ‘ tan sólo después de la declinación del cartesianismo
adquirió la eiencia histórica todo su verdadero lustre". Ver P hüosophy o f K is to ry
in Franee and Germ ani, Edüiburgo y Londres, 1874, pp. 76-78,
37 N ouvelle ré fu ta tio n du livre D ’c V B sp rit. GSermont-Ferrand, 1S17, p. 4G.
La demostración del autor anónimo de esta obra es análoga a la del sabio —“ i sa­
bio!"— Damiron. Al principio del libro De l ’E sp rit, Helvecio dice que el hombre
debe su superioridad intelectual sobre los animales, entre otras cosas, a la confor­
mación de sus extremidades. “ Creéis — exclam a Damiron — que al dotar al caballo
de manos humanas lo dotaréis de espíritu. No es así en ánodo alguno, sino que lo
reduciréis a la imposibilidad de vivir como caballo". (M em oires pour servir a
l ’h istoire de la ■philosophie au X V I I I siécle, Paria, 1858, p. 406). Un valiente pro­
fesor de teología en Petersburgo combatía del mismo modo la teoría de Danvin:
“ Arrojad una gallina al mar, decía, y —según Danvin— le crecerá una membrana
entre los dedos de las patas. Pues bien, yo os aseguro que el pobre anámalifco habrá
de tener una lamentable muerte".
38 The Theory o f m oral S en tim en ts, Londres, 1873, pp. 12-13.
sí) I b i d e m pp. 9 y 10.
634 G. P LEJA N O V

40 D e l ’homme, sec. II, cap. VII.


4X De l ’hom'me, sec. II, cap. VII.
42 “ Amamos a nuestro país no sólo porque representa una parte de la gran
comunidad del género humano; lo amamos por sí mismo, eindependientemente de
cualquiera otra consideración. La sabiduría suprema, que presidió el sistema de las
inclinaciones humanas, así como de todas las otras partes de la naturaleza, parece
haber estado de acuerdo en que el interés de la comunidad humana se ve favore­
cido al máximo cuando la atención de cada individuo se dedica principalmente al
fragmento particular que está más cerca de sus facultades y su inteligencia".
The Theory o f m oral S en tim en ts, pp. 203-204).
43 Ib id e m , p. 281.
44 Esto es muy simple y, sin embargo, parece difícil. "En todos los casos,
la virtud es ventajosa, dice K u x ley, pero el hombre para quienes los caminos de
la virtud son agradables es realmente digno de envidia: el cálculo de la mayor
felicidad posible no se establece tan fácilmente como una regla de tr e s ... Los
fundamentos de la ley moral son finalmente representaciones in stin tiv a s..."
(S u m e , sa vie, m phüosophie, Paris, 1880, pp. 281-284). Si el gran naturalista
inglés cree así, por medio de tales reflexiones, terminar con la moral materialista
del siglo XVIII, comete un gran error y olvida a Darwin, Por otra parte, es
probable que tan sólo esté pensando en los epígonos, como Bentham y «X. S. Mili,
en cuyo caso tendría razón.
43 De V E sp r ii , discurso III, cap. XXII, p. 145.
46 Holbach nocomparte esta opinión de Helvecio, a quien califica, por otro
lado, “ célebre m o ra lis ta ” . Para él " es un error creer que la educación todo lo
puede: la educación sólo puede emplear los materiales que la naturaleza le pre­
senta; sólo puede sembrar felizmente en un terreno preparado por la naturale­
z a ; ver asimismo en la misma obra la sección I, cap. IV (M orale imiv&rselU,
sec. V, cap. I I I). Holbach tampoco se pregunta qué función desempeña la sociedad
en lo que llama la naturaleza, del in d ivid u o ; por otra parte, Helvecio sabe que su
concepción no puede apoyarse en ninguna demostración rigurosa. El cree tan sólo
que se puede afirmar que “ esta influencia [la de la organización de los hombres
"medianamente bien constituidos’’ sobre sus espíritus] es tan mínima que puede
pasar por tina de esas cantidades prescindibles que se deja de lado en los cálculos
algebraicos, y que explican perfectamente por causas morales [es decir, por la
influencia del medio social. ( N . d e l A . ) ] . Lo que se había atribuido hasta entonces "a"
causas físicas, y que par ende no había podido explicarse' \ Chernishevski se expresa
en términos casi idénticos respecto de la influencia de la raza sobre el destino
histórico de los pueblos.
4? Los indios americanos. (N . de la 12.) .
áS Dí l ’homme, sec. II, cap. X II, X III y XX, t. I, pp. 155, 164, 208.
4» De l ’homme, sec. II, cap. X . p. 144.
30 De l ’homme, sec. IV, cap. XIV. Esto nos lleva al tema de la influencia
del clima. Pero el lector comprueba que no se trata ya de la in flu en cia direata- del
clima sobre la moral humana, a la cual se refiere Montesquieu, Según Helvecio,
esta influencia se ejerce por intermedio de las artes, es decir, por ua desarrollo
más o menos rápido de las fuerzas de producción. Es un punto de vista completa­
mente diferente.
51 D e l ’ko'iwine, sec. II, cap, XVI, nota 12.
52 De V B aprit, discurso II, cap. XIII.
53 IV idem (en nota).
54 De l ’homme, sec. IV, cap. XXIV, observación 88.
55 B e l ’homme, sec. IV, cap. II. En lo que se refiere a losfranceses de sus
tiempos, Helvecio observa que la nación francesa no puede ser alegre, pites " la
desdicha cíe los tiempos ha obligado a los príncipes & implantar impuestos conside­
rables a las campaña; la nación francesa no puede ser feliz porque la clase cam­
pesina, que por ,?í sola compone las dos terceras partes de la nación, se encuentra
en una situaein apurada, y el apuro nunca es alegre'’. Helvecio se burla de la
forma en que se describe el carácter nacional: "Nada más ridículo y más falso
que los retratos del carácter de los diversos pueblos. Unos pintan a su nación de
ESBOZOS DE fllS'i’ORIA V1ÍL MATM-ilÁLlUMO 635

acuerdo a su respectiva sociedad, y la presentan en consecuencia triste o alegre,


grosera o licenciosa. . . Otros copian lo que «liles escritores han dicho antes de
ellos: nunca han examinado el cambio que deben necesariamente producir, en el
carácter de una nación, los cambios sobrevenidos en. su administración y en sus
costumbres’7. (D e V E sp rit , discurso III, cap. XXX, en nota).
56 Catalina II logró engañar a Helvecio, como a tantos otros. Helvecio habla
siempre de ella en términos admirativos. Está convencido de que esta- Mes&lina
del Norte lanzó su ataque contra Polonia para defender la tolerancia.
kt D e l ’hov.tme, sec. IX, cap. XVI, observación 3.
as Lo que Helvecio dice de nuestro juicio de la belleza constituye, en cierto
jnodo, el germ en de la teoría estética de Chernishevski. Pero tan sólo el germen.
El análisis .del escritor ruso en este punto va mucho más lejos y llega a resultados
mucho más importantes.
so D e l ’É s v rít, discurso II, cap. XIX.
tío De l ’homme, sec. VI, cap, VI,
oí De lim a n te , sec. Vr, cap. VIL
02 Ib-uiem.
68 Ibiclem, sec. VI, cap. X.
64 D'c l ’homme. sec. VI, cap. VIII.
60 Tbidcm.
t>6 A partir de aquí y hasta el fin del estudio sobre Helvecio, reproducimos
el texto del manuscrito original de Plejanov, escrito directamente en francés por el
autor, y que ha sido amablemente puesto a nuestra disposición por la Casa Plejánov
de Lenin grado. Nos hemos limitado a hacer algunas insignificantes correccciones
gramaticales ;¡1 texto de Plejánov. (N . de la 12.).
67 D e Uftomme, sec. VI, cap, V III (en nota).
es Nos limitaremos a observar, de pasada, que Holbach consideraba <£la
multiplicación, de los ciudadanos” de un modo completamente opuesto. Para él
esta rmüüpliención significaba tan tolo el aumento de la fuerza y la riqueza de
un Estado. Al respecto, está de acuerdo con la mayoría de los escritores del
siglo XVIII.
60 D e Vhomme, sec. VI, cap. XIII.
70 Ibidcm , cap. XVIL
ti D e l ’fromme, see. VI, cap. X IV ,
72 Esto se clice en el libro D e l ’homme. En D e l ’E sp rit, Helvecio no expresa
su opinión explícitamente, pero deja ya presentir que el problema del lujo no es
tan fácil de resolver como lo pretenden, “ los moralistas” . Diderot ha dicho que
la parte referente al lujo es una de las mayores del libro. Ver Oeuvres, t. I, pri­
mera parte, aít. Sur le Uvre D e V E sp rit.
73 Helvecio conoce sociedades “ en las m a le s tiene curso el dinero ’ ’} y otras
en las cuales esto no se produce. Pero tanto en unas como en ota-as, los productos
adquieren siempre la forma de m ercaderías. Esto le parece tan n atu ral como h¿
propiedad privada. Sus nociones económicas dejan, por lo general, mucho que
desear. Las mejor fundadas de est& nociones y las más meditadas, no van más
allá de las nociones económicas de Hume.
71 D e l ’E sp rit, discurso III, cap. XXX.
73 Ib id em , cap. X X IX ,
76 De l ’E sp rit, discurso II, cap. XIII.
7" Ibidcm .
7S P o litiq u e naturelle, Londres, 1773, t. I, pp. 37 y 38.
7i) D e l ’E sp rit, discurso II, cap. XIII,
so (JUchafauds) en el sentido del siglo XVIII, o sea échafaudages (anda­
miajes).
si E ssa y concerning human n n derstan din g (Ensayo sobre el entendimiento
humano), II, cap, XXVIII, par. S. “ Los que afirman la existencia de principios
prácticos innatos no nos dicen qué son estos principios". ( N . d e l a B .) .
.82 “ El bien-y el mal, para,el filósofo inglés, no son otra cosa que. el placer
o el dolor, o lo que nos causa placer o dolor. E l bien y el m al , diesde un punto de
vista moral, son tan sólo el acuerdo o el desacuerdo de nuestro actos voluptarios
636 G. P LEJA N O V

con una ley por la cual el bien o el m al nos son im puestos por la voluntad y el
poder del leg islad or’ 7. (N . de la R .).
83 “ L a virtud es aprobada en g en eral. . . por ser conveniente. . . Quien pase
una atenta m irada por la historia de la humanidad, y considere las diversas tribus
humanas, y estudie sus actos sin prejuicio, podrá convencerse de que no se puede
nombrar un principio de moral, o pensar en una regla de virtud (salvo únicamente
las necesidades para m antener la sociedad, y que asimismo suelen ser ignoradas
por las diversas sociedades) que no sea, en alguna- parte, despreciada y condenada por
el uso general de sociedades humanas enteras, que se gobiernan por opiniones prác­
ticas y reglas de vida totalm ente op u esta s" , (N . d e la E .) .
8* Por otra parte, el po-p-ulus, cuya salus se buscaba, no siempre era el pueblo
laborioso y productor. Según V oltaire, el género humano no podría existir si no
hubiera “ una in fin id ad de hombres útiles qúe no poseen absolutam ente n a d a '5. . .
“ Se necesitan hombres que tengan tan sólo sus brazos y su buena v o lu n ta d ...
estos hombres son lib ie s para vender su trabajo o quien se los pague m ejor",
V. D iction n aire philosophíque, art. E g a lité y F ropriété.
85 D e Vhomme, sec. I I , cap. X X I I I (en n ota).
se En la fábu la de L a P on íam e “ E l león enam orado" no es la muchacha,
sino el padre de la muchacha, quien hace cortar las garras y limar los dientes
del león. '
87 Ver las “ Pensées et R éflex io n s" en el tercer volumen de su O emires
Com pletes, P aris, 1818, p. 314.
88 In vestigación sobre los prin cipios de la economía p olítica, ( N .d e l a R ,) .
89 E l modo de producción. (A', de l a ü .) .
90 Oposición. (N . d e l a E .) ,
91 D e Vhom m e, sec. X , cap. V II.
92 Subrayado por Plejánov.
93 D e Vhomme, sec. V I I I , cap. I, I I .
94 W illiam Penn, cuáquero em igrado a Am érica del N orte. ( U. de la, M. ) .
95 Manco-Capae, fundador del im perio del Perú hacia el siglo X, Sus des­
cendientes fundaron la dinastía de los Incas. ( N .d e l a R .) .
96 De Vhomme, sec. V I I I , cap. X V I.
97 D e Vhomme, sec. I , cap. X (en n o ta ).
98 D e Vhomme, sec. I I , cap. X V (n o ta ). H elvecio llam a aquí asociación de.
las ideas nuevas a la in teligen cia y “ adquisición delas ideas y a conocidas por la
hum anidad" a la ciencia.

M ARX

1 Ver el libro X I de P oesía y verd a d de Goethe, donde se describe la im ­


presión que le hizo el S istem a de ‘la n atu raleza de Holbach.
2 E n ciclopedia, editada por L. v, H enning, parágrafo 31.
3 Ib id em , parágrafo 81.
4 La suprema ley es la suprema in ju sticia. ( N .d e l a R .) .
5 E nciclopedia, p arágafo 81 y suplemento.
6 Ciencia de la lógica, libro primero, tomo I, p. 42, Nuremberg, 1S12.
7 L a naturaleza no da saltos. (N . de la E .) .
s L a historia no da saltos. ( N .d e l a R .) .
£> L ógica, libro prim ero, t. I, p. 313.
i° Ver Helvecio*. “ Pensam ientos y reflexiones com p letas", en el t, I I I de sus
Oeuvres com pletes, p. 307, P a r is ,' ÍS'JS:'
i¿ S istem a del idealism o trascen den tal, p. 426 y sig., Tubingen, 1SG0.
12 Lecciones sobre la filo so fía de la historia.
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 637

13 Ver nuestro estudio sobre Holbacli.


34 Enciclopedia, primera parte, parágrafo 156, complemento.
iy Por otra parte, en vez de leer la obra de Holbaeii, el lector alemán, puedo
echar una mirada a L a vid a da .Jesús de H. E. G, Paulus (H eidelberg, 1828).
Encontram os aquí el mismo punto de vista. E l filósofo alemán de las luces se
afana tan sólo por glorificar lo que el filósofo francés combate con pasión. Paulus
descubre m aravillas de bondad y sabiduría en la misma personalidad que a H olbac’t
le daba la impresión de ser un rústico ignorante y disipado.
[Ver Holbach, T extes choisis, t. I, textos de crítica religiosa presentados y
comentados por P aulette Charbonnel, Ed. Sociales, 1957. (N . de la II.) ],
ig Enciclopedia, parágrafo 13, p. 38.
n F ilosofía de. la historia.
*8 “ A sí pasa la g lo r ia ... de la id e a ” . ( N .d e l a R ,) .
19 K. Marx y F. E ngels: L a sagrada fam ilia. Cf. MEGA, t. III, p.223.
20 Ibidem .
21 Otros ejem plos de esta ciase puede encontrar el lector en nuestro artículo
“ E n el 60." aniversario de la muerte de H e g e l’ ', Neue Ze.it, 19S1-1S92, N.° 7, S y 9.
22 por otra parte, Lange¡ segura aquí las concepciones y las costumbres da
todos los sabios escritores de 3a “ buena sociedad Hettner, por su parte, compara
repetidas veces la doctrina do Diderot a la de los m ate'rialistas m odernos. Pero,
Iquién es para él el representante de los m aterialistas modernos'? M oleschott.
H ettner está tan poco enterado del estado del materialismo actual que cree decir
algo muy profundo cuando afirm a: “ Aún en nuestros días el m aterialismo no lia
superado, en lo referente a la moral, estos indigentes ensayos [es decir, los ensayos
de los m aterialistas del siglo X V I I I ], Si el m aterialismo quiere dar una prueba
de su vitalidad, esta es su tarea más inm ediata y más im portan te” . (H isto ria de
la litera tu ra del siglo X V I I I , I I , p. 4 0 2 ). ¡Qué atrasado está usted, mi queri­
do señor!
23 Das Andersein, el “ ser-otro” . (N . d e la E .) .
24 P e todos m odos, se debe reconocer al m aterialismo el esfuerzo entusiasta
que realiza para superar ese dualismo que adm ite dos clases de mundos igualm ente
sustanciales y verdaderos, con lo cual quiere suprimir esta ruptura del Uno original
(E nciclopedia, tercera parte, p. 389 y suplem ento). Dicho sea de pasada, H egel en
su H isto ria d e la filo ío fía , ha hecho una apreciación breve y más acertada del
m aterialismo francés y de los hombres como Helvecio, que los historiadores espe­
cializados del m aterialismo.
25 En francés en el texto. (N . d e la iE .) .
26 H um e, por T. H. Huxley, Londres, 1879, p. 80. Se ha dicho m uy bien que
el agnosticism o es tan sólo, al fin de cuentas, un m aterialismo vergonzante que
se esfuerza por salvar las apariencias.
27 E l de P lejánov: el siglo X IX . ( N .d e l a E .) .
28 P hilosophy o f Historia ín Eranoe an d Germany (L a filo so fía de b. H istoria
en F rancia y en A lem an ia), p. 503, Edim burgo y Londres, 1S74,
20 L a sagrada fam ilia, MEGA, prim era parte, libro II.
30 K. M arx: El ca p ita l, libro primero, t. I.
31 Después de los acontecim ientos de fines del siglo pasado y comienzos del
actual ya no era tan fácil creer que la “ opinión p ú b lica” rige al mundo: estos
acontecim ientos han demostrado m ás de una vez la debilidad de dicha opinión.
“ Tantos acontecim ientos decididos por la fuerza, tanto crímenes absueltos
por el éxito, tantas virtudes lesionadas por la acusación, tantos infortunios insul­
tados por el poder, tantos sentim ientos generosos convertidos en objeto de befa,
tantos cálculos viles comentados hipócritam ente: todo hace abandonar su esperanza
a los hombres m ás fieles al culto de la razón ” , escribía Mine, de S tael en el año
V I I I de la Eepública Francesa. (TJe la U ttér atu re considérée dans sea ra p p o rts
avec les instit-utions sociales. Discours p ré lim in a ire ). Sin duda todos los utopistas
de la época de la Restauración y de L uis F elip e estaban firm em ente convencidos
de que la opinión pública regía al mundo. Era el principio fundam ental de su
filo so fía de la historia. Pero aquí no nos interesa la psicología de los utopistas.
638 G. P LEJA N O V

32 Tinna y os sobre la h istoria de 'Francia, 10.® ed., pp. 73-74, P aris, 1860. La
primera edición de estos E n sayos apareció en 1822.
3S Tbid., pp. 75-76.
34 A ugustin Thierry: Oeuvres com plétes, libro V I, 10,° ed., P aris, 1866. El
artículo citado: " I d e a s sobre la s revoluciones de In g la terra ” se publicó en
L e censeur curopéen en 1817, es decir, algunos años antes de la aparición de los
Ensayos de Guizot.
35 A ugustin Thierry debía a S ain t Simón sus puntos de vista históricos más
lúcidos. Saint Simón hizo mucho por esclarecer el movimiento histórico de la hu­
m anidad. Pero no llegó a determ inar la x de la que hablamos en el testo . P ara
él, es en t>l fondo la n atu raleza humana que constituye la causa su ficien te de la
evolución de la humanidad. Thierry com ete el mismo error de los filó so fo s m ateria­
listas del siglo X V I II , Dicho sea de pasada, tenemos la esperanza de poder exponer
en un estudio especial el punto de vísta de S ain t Simón.
fConsultar al respecto: S ain t Simón, T e ste s choisis, presentados y comentados
por .Tean D autriy, Ed. Sociales, 1961. (N . d e l a Ü .) ] .
30 G u iso t: E n s a y o s ..., pp. 81 y 88. (P leján ov cita a Guizot, añadiendo los
adjetivos fo n ciers (territoriales) a las palabras p ro p riéta ires y propriété. (N . de
l a ’R .).
3" Los historiadores libéralos de la época de la ^Restauración suelen hablar
de la lucha d e clases y. m ás aún, la m encionan con mucha simpatía-. N i siquiera
se asustan de las efusiones de sangre. " L o repito, pues — exclam a Thiers en una
nota de su H isto ria de la R evolución F rancesa— , la guerra, es decir, la revolución,
era necesaria. D ios sólo ha concedido la ju sticia a los hombres al precio de los
com bates” . M ientras la burguesía no había term inado su lucha contra la aristo ­
cracia los teóricos de la burguesía nada habían tenido que objetar a la lucha de
clases. L a aparición en la escena histórica del proletariado en lucha contra la
burguesía m odificó sensiblem ente las ideas de esos teóricos que acabamos de m en­
cionar. En la actualidad la lucha de clases es para ellos un punto de vista dem a­
siado “ estrech o ” . T ém pora m u tan tn r et nos m u tam ur in Ülis! [L os tiem pos
cambian y nosotros cam biamos con ellos. (ÍT. de la 2 Í.)],
38 Plejánov dice con razón que la filo so fía , después de haber descubierto las
leyes del desarrollo de la sociedad, cesa de existir en tanto que hipótesis y espe­
cularían. De todos modos ha de precisarse que la filo so fía del marxismo-leninismo
— el m aterialism o dialéctico e histórico—• en- tanto que la única concepción cien­
tífica del mundo y único método crítico revolucionario, es el fundam ento universal
sobre el cual pueden desarrollarse todas la s otras ciencias de la naturaleza y de
la sociedad. ( N . d e l a l ?.).
30 K . Marx - P . E n gels: E stu dios filo só fico s, pp. 72-73, Ed. Soc., 1951.
•10 En los E nsayos ya citados Guizot invoca expresamente “ las necesidades
de la n atu raleza humana.” . Thiers se esfuerza por demostrar en el segundo capítulo
de su libro V e la p ropriété que " l a observación de la naturaleza humana es el
m étodo que ha ele seguirse para descubrir y demostrar los derechos del hombre
en la socied ad ” . N ingún filó so fo del siglo X V I I I habría tenido algo que objetar
a sem ejante " m é to d o ” . M ás aún, los u top istas com unistas y socialistas comba­
tidos por Thiers no hubieran tenido que form ular ninguna observación contraria.
Cada una de estas dos concepciones de ia naturaleza humana servía constantem ente
para fundam entar sus consideraciones sobre la organización social. E n esto el punto
de vista de los u top istas no se distingue del de sus adversarios. N o es necesario
decir que esto no les im pedía " d e d u c ir ” de aquí unos derechos del hombre que
no eran los de Thiers, por ejem plo.
41 K . M arx: E l ca p ita l, libro primero, t. I.
42 Ibidem .
43 Ibidem .
4-1 fb id em . Subrayado por Plejánov. (N . d c la R .) .
45 Ib id em , i. I I .
46 Loo. c it ., Prim era época, ed. del año i l l , pág. 22.
'57 Por otra parte, los econom istas en nada cedían al respecto a los historia­
dores de la civilización. Tomemos por ejem plo lo que escribe Míchel Chevalier
ESBOZOS DE HISTORIA DEL MATERIALISMO 639

sobre los progresos realizados por la fuerza productiva del trabajo. “ El poder
productivo del hombre se desarrolla de manera continua en ei encadenamiento
sucesivo de las edades de la civilización. E sta desarrollo es una de las numerosas
formas que reviste el progreso mismo de la sociedad, y no es la menos im presio­
nante. ( ‘ ‘ Exposición Universal de 1856. Ra-pport du Ju ry InternationoA, Introduc­
ción de Michel Chevalier, p. X I X ) . E n consecuencia, lo que empuja a la humanidad
hacia adelante es el progreso, una esencia m etafísica que, entre muchas otras form as,
reviste también la del desarrollo de las fuerzas productivas. Siempre es la m isma
vieja y eterna historia de la personificación idealista de los objetos del pensa­
miento, de los productos de la abstracción; es siempre la forma arrojada por los
cuerpos en movimiento que debe, explicarnos los m isterios de su movimiento.
4S E l origen del h o m b r e ..., p. 50, cd. Schleicher.
49 E s horrible decirlo. (N . de la i?.).
so JSi capital, libro primero, t. I I , p. 187, Ed. Sociales. (ÍV. delaJR .). “ Es
así que, si los continentes tropicales poseen la s riquezas de la naturaleza, los con­
tinentes templados ¡son los más perfectam ente organizados para el desarrollo dei
hom bre” . Géographie physique com parée considerée dans ses ra p p o rts aveo V h istoire
de i ’hmno/aité, por Arnold Guyot, nueva edición, P aris, 1888, p. 250.
51 Por grande que sea la im portancia del medio geográfico para el desarrollo
de las sociedades, esta im portancia no puede ser determ inante, pues el desarrollo
de las sociedades es mucho m ás rápido que la transform ación del medio geográ­
fico. (N .d e la J R .).
52 S i C apital, libro primero, t, I I , p. 187, nota. ( N .d e l a R .) . En A sia, como
en E gip to, “ las civilizaciones se siguen desarrollando en las llanuras form adas por
aluviones, de cultivo f á c i l . . . y se forman, igualm ente junto a los grandes r í o s .. . ”
Guyot, op. éit., p. 277. (V er Mechnikov: L a civilización y los grandes ríos h istó­
ricos, P aris, 1889).
33 E l mismo V oltaire negaba superficialm ente la influencia del medio geo­
gráfico sobre las sociedades humanas, in flu en cia que, por su parte, era afirm ada
por Montesquieu. Hem os visto que Holbach, envuelto en las contradicciones traídas
por su método m etafísico, a veees la negaba y a veces la adm itía. En líneas gen e­
rales, la confusión que ponen en el estudio de esta cuestión los m etafísicos de todos
los colores es una de la s ilustraciones más elocuentes de la debilidad de este método.
34 Sobre los aires, las aguas y los sitios. Traducción con texto en fren te de
Coray. P aris, 1S00, pp. 76-85.
35 “ A sí como el A sía oriental tiene una naturaleza física propia, también
está ocupada por una raza particular, la raza m ongólica. . . En los m ongoles el
temperamento m elancólico parece predom inar; la inteligencia, de alcance medio,
se ejerce sobre los detalles, pero no se rem onta hasta las ideas generales o hasta
las elevadas especulaciones de la ciencia y la filo so fía . Ingenioso, inventivo, lleno
de sagacidad para la s artes ú tiles y la s comodidades de la vida, el m ongol no
sabe, sin embargo, generalizar su empleo. V uelto enteram ente hacia- las cosas de
la tierra, el mundo de las ideas, el mundo espiritual, está cerrado para él. Toda
su filo so fía y su religión se reducen, a un código de moral social que se lim ita a
expresar los principios y las reglas de convivencia humana que deben observarse
a fin de que pueda existir la socied ad 1’. A. Guyot, op. cit., p. 269.
50 J listo ry o f C im lisation in IPngland. (L eipzig, 1865, Broclchaus, tomo I,
pp. <>6-37). Además, aquí como en todas partes, Buclde no dice nada nuevo. Mucho
antes do él, y mejor, el id ealista absoluto H egel supo valorar el efecto que ejerce
la lia tu r;\lesa sobre el hombre por interm edio de las fuerzas productivas y, espe­
cialm ente, de la organización social. (V er al respecto su Curso de filosofía, d e l>i
]ii:doria). La hipótesis de una in flu en cia directa del medio geográfico sobre la
naíurakza humana o, lo que viene a ser lo mismo, sobre la naturaleza de la raza,
es tan d ifícil de sostener que quienes la utilizan se ven forzados a prescindir de
(‘lia a cada momento. A sí, Guyot añade a la s líneas citadas en la nota precedente;
‘ ‘ La sede principal de la raza mongol es la m eseta central del A sia. L a yida nómade
y las form as patriarcales de estas sociedades [la s constituidas por los m ongoles
(N . á í Ü . j ] , son la consecuencia'de la naturaleza estéril y árida de las regiones
que h a b ita n '’. Del mismo modo H ipócrates concede que la fa lta de valor de los
640 G. P L E J A N O V

asiáticos se debe, por lo menos en parte, a las leyes a las cuales están som etid os”
(op. d i . , p. 8 6 ). E l gobierno de los pueblos asiáticos es m onárquico; ahora bien,
“ se es necesariam ente muy cobarde cuando se está som etido a los rey es” (op. d t
p, 117) ; " u n a sólida prueba en apoyo de lo que sostengo lo da en el A sia misma
la existencia de todos esos griegos y bárbaros que, regidos tan sólo por sus leyes
y no som etidos a nn tirano, trabajan para si y son hombres de prom inentes virtu­
des guerreras” (op. d t . , p. 8 8 ). No es toda la verdad aún, pero nos acerca-
mos a ella.
G7 H isto ry o f C ivilim tio n in Ungí and, p. 113.
58 Ib id e m , p. 114.
5f) ‘ ‘ En este terreno lim itado florecieron consumados artistas ¡ Leonardo da
V inei, Earael, M iguel A ngel, Andrea del Sarto, ÍVa Bartolommeo, Giogione, Tíciano,
Sebastián dei Piom bo, el Correggio. Y este terreno está netam ente lim ita d o : si lo
franqueáis por una lado o por otro encontraréis más allá un arte incom pleto, y
más acá un arte gastado. . . ” H, T aine: F ilo so fía del arte.
00 Sobre la s causas sociales que dieron nacim iento a la organización interna­
cional véase la primera parte del excelente libro de K autski: Thom as More y
su utopia.
61 San Bernardo aconsejaba ya al papa Eugenio XII que abandonara a los
romanos y cambiara a Roma por el mundo (wrhem -pro orbe m u ta ia ),
62 Podríam os citar innumerables d iferencias que provienen de las residencias
y las disposiciones de una raza. Pero no podríamos descubrir ninguna diferencia
de principio. L a religión del hombre no civilizado — que se muestra ridiculam ente
prim itiva, o que m anifiesta un cierto desarrollo poético— es siempre la m ism a.
Naturism o, animismo, creencia en la brujería, fetichism o o idolatría, sacrificios,
presentim iento de una supervivencia después de la muerte [el autor que citam os es
un creyente. (N . del A .) ]. L a hipótesis de la supervivencia de las form as y da
las relaciones de la vida real, el culto de los muertos y el entierro de los d ifu n tos
de acuerdo a ta les creeencias los hemos encontrado en todas p a rtes” . L a religión
des peuples non d vilisés, de A. Béville, t. I I , pp. 221, P aris, 1883.
03 “ En el último peldaño se encuentra la religión de los comedores de raíces
de Australia, que practican la caza, aunque con poca fortuna, y la de los bosqui-
manos, que en buena parte viven del saqueo. Suave en. los hotentotes y en lo s
cafres, que se ocupan principalm ente de las cría de ganado, la religión se m uestra
en cambio sanguinaria y cruel en algunas tribus de negros guerreros, m ientras
que en los pueblos negros dedicados sobre todo a la industria y el comercia — que
por otra parte no descuidan la cría de ganado y el cultivo de la tierra— , el culto
de la divinidad adopta un aspecto mucho m ás humano y civilizado, el espíritu del
negocio se m anifiesta todo el tiempo a través de ciertos ardides en relación, a los
espíritus. Los m itos de los polinesios m anifiestan asimismo a un pueblo de agricul­
tores y pescadores, e t c . . . ” (T iele: M anual de la h istoria de las religiones, P aris,
188 0 ). En una palabra, no se puede discutir que el ciclo de fiestas — que es la
consecuencia tanto de la religión de Jehová como la del Deuteronomio— se apoya,
en la agricultura, fundam ento igual de la vida, y de la relig ió n ” . (J , W ellhausen:
‘ 1Sacrifices et fetes des Isr a é lita s' S evn c de l ’Jástoire des re lig io m , tome II ,
p. 4 3 ). Podríam os acumular a voluntad esta clase de citas, cada una de ellas más
sig n ifica tiv a que la otra.
64 K, M arx: P refacio de la C rítica de la economía política.
Os Realizando los cambios necesarios. ( N . d e l a S . ) .
_ cc Citemos aquí, por ejemplo, lo que dice H egel de la pintura holandesa: " L a
satisfacción que les da la presencia de la vida, aun. en lo que ésta tiene de más
común e ínfim o, proviene de que han debido adquirir m ediante el trabajo, después
de duros combates y con el sudor de su fren te, lo que la naturaleza ofrece directa­
m ente a otros p u eb los. . . Por otra parte, es un pueblo de pescadores, de bateleros,
de burgueses, de cam pesinos, fam iliarizado en consecuencia con el valor del lado
útil y necesario en todas las cosas grandes e in sign ificantes, y que sabe procurár­
selo merced a una industriosa a ctivid ad ” . ( lis té tie a , t. I I ) .
07 F ilo so fía del arte.
os Sin mencionar el arte popular, la poesía de los campesinos y da ios pe-
ESBOZOS DE IIIS T O S IA DEL M ATERIALISM O 641

■qucños burgueses, diremos que los guerreros de la Edad Media no siempre eran
“ caballero?, enam o)ado$” . É l héroe de la célebre Canción de Solando sólo estaba
‘ ‘ enam orado” de su espada “ D u ran d al” .
oí> H istoria de la literau tra inglesa, Introducción.
'0 Mme. de Stael utiliza frecuentem ente esta analogía: “ A l examinar las
tres épocas diferentes de la literatura de los griegos, se percibe muy distintam ente
la marcha natural clel espíritu humano. Los griegos han sido en un principio, en
los tiem pos remotos de su historia conocida, ilustrados por sus poetas. Es Homero
•que car:¡eteriza, la primera época de la literatura griega. Durante el siglo de Pa­
líeles se observan rápidos progresos del arte dramático, de la elocuencia, de la
moral, y ¡os comienzos de la filosofía. En la época de Alejandro un estudio más
profundizado de la ciencia filo só fica se convierte en la ocupación principal de
los hombres superiores en las letra s” (op. cit,, primera parte, cap. I ) . Todo esto
es exacto pero el “ progreso natural del espíritu hum ano” no muestra en absoluto
■el porqué de una evolución semejante.
t i H isto ria de la litera tu ra inglesa, p, X X III.
L ecturas on the early hintory o f in stiíu tion s, pp. 96-97.
T3 H e aquí, por ejem plo, el juicio de Charles Elanc sobre la pintura holan-
-desú: ‘ : En resumen, tres grandes ca u sa s: la independencia nacional, la democracia
y el protestantism o han dado su carácter a la escuela holandesa. U na vez libres
del yugo español las siete provincias tuvieron su pintura que, por su parte, se
liberó del estilo e x tr a n je r o ... La form a republicana una vez reconocida los libró
del arte puramente decorativo que solicitan las cortes y los príncipes, lo que se
llama la pintura, de aparato. Finalm ente, la vida de fam ilia que desarrolla el
protestantism o, en la cual todo padre es un sa c erd o te .. . creó los innumerables y
encantadores cuadros de género que han ilustrado para siempre a la pintura bátava,
pues fue necesario ornamentar los muros de estas íntim as moradas que se habían
convertido en los santuarios de la cu riosid ad ” . ( H istoria de los pin tores de todas
las escuelas. E scuela holandesa, tomo I, Introducción). H egel dice sensiblemente
lo m ism o: “ los holandeses eran — el punto es im portante— de religión protestante,
y tan. sólo el protestantism o pudo dar la capacidad de instalarse cómodamente en
la prosa de la existencia y perm itirle que, por sí misma, adquiriera todo su valor
y se expandiera en una libertad absoluta, independiente de la religión ” . ( 'Estética,
tomo 31). Sería fácil mostrar, con ayu da de cita s tom adas del m ism o H egel, que es
macho más lógica la creencia de que no ha sido el protestantism o que elevó el
nivel de “ la prosa de la ex isten cia ” si no, por el contrario, la “ prosa de la exis­
tencia, burgu esa” que, después de haber alcanzado un cierto grado de desarrollo
y de vigor, dio nacim iento al protestantism o en el eurso de su lucha contra la
“ p ro sa ” — o si se quiere, contra la poesía del régim en feudal— . Si es así, no
debemos li mi taraos al protestantism o, considerándolo como causa suficiente del
desarrollo de la pintura holandesa. Es menester llegar hasta “ el tercer térm ino” ,
hasta el “ término superior” , que también ha dado nacim iento al protestantismo
de los holandeses y a su gobierno (la “ dem ocracia” de la cual habla Blanc)
como a su arte, etc.
tí “ T esis sobre F euerbacli” .
75 En francés en la edición alemana. ( N .d e l a U .) .
76 “ Los empleados, los artesanos, los tenderos, a fin de proclamar más
claramente su liberalism o, se creen obligados a oscurecer sus fisonom ías con. los
bigotes. Por su parte y ciertos detalles de la indum entaria esperan hacer ver
ciertos residuos de nuestro heroico ejército. Los pequeños vendedores de las tiendas
de novedades van más lejos aún y para hacer más com pleta su m etam orfosis, además
de los bigotes, apliean a sus zapatos sonoras espuelas que resuenan militarm ente
sobre los adoquines y las baldosas de los bulevares” . (A . P erlet: T/e l ’influenca
des moeurs sur la com édie, P aris, 1848, pp. 51-52). Tenemos aquí un ejemplo de
la influ en cia que ejerce la lucha de clases en un terreno que parece obedecer al
solo capricho. Sería muy interesante examinar en un estudio especial la historia
de las modas desde el punto de vista de la psicología de las clases.
77 En francés (eitoyens) en la edición alemana. (N . de la R .).
642 G. P L E J A N O V

78 E sbozo de la h istoria de la filo so fía , edición del Dr. M ax H einze, tercera


parte, p. 174. Berlín, 18S0.
79 " P er o ¿po.r qué la s letras descansan, los espíritus no producen, las n a­
ciones parecen estar agotadas por una fecundidad excesiva? E i desaliento suele
ser ocasionado por errores im aginarios, por la debilidad de las personas altam ente
situ a d a s, . . ” ( Tableaux d es révolu tion s de la littéra tu re ancienne e t m oderne,
por el abate de Cournand, p. 25. P arís, 17S6).
so F . E n gels: A nti-D ühring, p. 49, Ed, Sociales, P arís, 1956.
81 E n el texto alem án: B ítter von der Elle. ( jV. de la 11.).
82 Discurso del m étodo, sexta parte.
83 K . M arx: C rítica de la economía, política.
84 ‘ 1Ludwig Eeuerbach ’ \
85 D arwin: E l origen del hombre, pp, 105-108, ed. Schleicher.
86 En francés en la edición alemana. {ISf. de la B.).
87 K . Marx: E l 18 brum ario de L u is Bona'parte.
88 Ver su conferencia sobre " E l idealism o de la h isto ria ” , ("C on feren cia
dada en el Barrio Latino- bajo los auspicios del grupo de estudiantes colectivistas
de P a r ís” , febrero de 1895. También N en e Z e it, Año 13, tomo 2, pp. 555 y sqq.
8» K . Marx: E l 18 de brum ario de L u is B onaparte.
oo E l lector que sea lo su ficientem ente curioso p ara querer saber cómo " la
idea de la ju sticia y del d erecho” se mésela, ín tim am en te con la necesidad econó­
m ica, leerá con mucho placer el artículo de P aul L afargue: " In vestigacion es sobre
los orígenes de la idea de lo bueno y lo j u s to ” en el N.° 9 de la lievu e philosophique
de 1895. N o comprendemos muy bien qué sig n ifica, hablando propiamente, In
in terp reta ció n de la necesidad económica y de la idea en cuestión. S i Jaurés com­
prende por esto que debemos tratar de reorganizar las relaciones económicas do
la sociedad burguesa de acuerdo a nuestros sentim ientos morales, le responderemos:
1.° esto es evidente; pero sería d ifíc il en la historia encontrar un solo partido
que se haya planteado el triu n fo de lo que él mismo considera en contradicción
con su idea " de lo justo y de lo bueno ’ ’ ; 2.a q\ie no se interroga escrupulosamente
sobre el sentido que da a sus palabras; nos liabla de moral que, según la fórm ula
de Taine, proporciona prescripcion es, m ientras que los m arxistas, en lo que podría
llamarse su ética, procuran con statar las leyes. En estas condiciones un m alenten­
dido es absolutamente inevitable.
91 E l C apital, libro primero, t. TIT,- pp. 157-174.
92 Op. cit._ pp. 49-50.
93 Op. d t . , pp. I I I y IV .
í>4 " T enem os todas la s form as de gobierno posible en nuestro mundo civili­
zado. Pero los países occidentales, que se inclinan más o menos a una form a de
E stado dem ocrático, ¿están menos som etidos a la m iseria intelectual, moral y m a­
terial que los países asiáticos, m ás o menos som etidos a una form a de Estado
autocrítica'? ¿O acaso el m onarca de P ru sia ha demostrado tener menos corazón
ante la m iseria de las clases pobres que la Cámara de Diputados o el rey de F ran­
cia. Los hechos nos prueban lo contrario, la reflexión nos convence hasta tal
punto de lo contrarío que todos los esfuerzos políticos liberales se nos han vuelto
algo más que indiferentes: literalm ente nos rep u gn an ” . (M . H ess en L e m iro ir de
la société de 1846).
05 E l C apital, lib io primero, t. II .
M .E nciclopedia, P arís, 1952, p. 37.
07 En francés en la edición alemana. (A", de la IL ).
98 R
’ 'ssai sur les pré p ig és, ou d e l'in fiu en ce de Vopinion sur les m oeurs et sur
le bonkeur des hommes, Londres, 1770, pp, 45-46, Se atribuye este libro a Holbach
o al m aterialista Dum arsais, cuyo nombre figu ra en el título. ( N .d e l A .) . [L a
edicieión original lleva la in dicación (por M. D. M.) y parece probado que Ilolbach
no utilizó el nombre de un m aterialista difunto, como ya lo había hecho varias
veces: la obra sería realm ente de Bum arsais, y este título figu ra en la edición
de sus Oeuvres com pletes (.1797). Cf. Introducción de P . Charbonnel, p. 5flj H olbach,
T c zte s choisis, t. I, ( N . d e l a B .Vj.
90 Le bou xens pm$¿ dans la naíure, t. I, p. 120.
ESBOZOS DE H IST O R IA D EL M A TER IA LISM O 643

100 a f r e s Disc-ussion on th e P rin cipies o f Ma-ierioMsin.. ., p. 241.


ío i P refacio a la C ritica de la economía p olítica. [Subrayado por Plejanov.
(N . d e la H .) j.
102 Ihid&ii, p. 74.
108 “ Lo que demuestra, entre otras cosas, la ilusión que ejerce sobre la m a­
yoría de los econom istas el fetichism o inherente al mundo m ercantil, o la apariencia
m aterial de los atributos sociales del trabajo, os la prolongada e insípida querella
respecto de la función de la naturaleza en la creación del valor de cambio. Como
este valor no es nada más que una manera social particular de contar el trabajo
empleado en la producción de un objeto, ya no puede contener más elementos ma­
teriales que el curso del cambio, por ejem plo.
‘ ¿En nuestra sociedad, la form a económica m ás general y más simple, que
se asocia a los productos del trabajo, la form a de la mercadería, es tan fam iliar
a todo el mundo que nadie ve nada malo en elia. Consideremos otras formas eco­
nómicas más com plejas. ¿De dónde provienen, por ejem plo, las ilusiones del sis­
tem a mercantil? Evidentem ente, del carácter fetich ista que la form a monetaria
imprime a los m etales preciosos. Y la economía moderna, que adopta actitudes
superiores y no se cansa de reiterar sus insípidas brom as contra el fetichism o de
los mereantilista.'j, ¿no es ella misma la víctim a de las apariencias? ¿No es acaso
su primer dogma el de que las eosas, los instrum entos de trabajo, por ejemplo,
son por naturaleza capital y, al querer despojarlas de este carácter puramente social,
se comete un crimen de lesa naturaleza? F inalm ente, los fisiócratas, tan superiores
en muchos sentidos, ¿no han im aginado acaso que la renta territorial no es un
atributo arrancado a los hombres, sino un regalo hecho por la mism a naturaleza
s los propietarios?” (E l C apital, libro primero, t. I ) .
104 Ibidem.
105 K . Marx y F . E n gels: M a n ifiesto del P a rtid o Comuni-nta.
106 Ibidem . La ley del salario, a la cual se refiere aquí Marx, lia sido formu­
lada con mayor precisión por él mismo en E l C apital, donde se demuestra que esta
ley es aCm más desfavorable para el proletario.
i
I N D J O 10

pXg.

L a concepción m on ista de la h i s t o r i a ................................................................. ............. .. 7

M m aterialism o m ilita n te ............................................................................................ ........... 277


Las cuestiones fun dam en tales del m a r x is m o ............................................................... , . S59

Til papel del individuo en la h i s t o r i a ................................................................................. ¿87

La concepción m a teria lista de la h i s t o r i a ........................................................................ 463


Esbozos de historia del m aterialism o .................................................................................. 497
T '-

i
\

G. P L E JA N O V

OBBAS
E S C O G ID A S

Tomo I

Contribución al problem a del desarrollo


de la concepción m onista de la his­
toria.
L a concepción m a teria lista ¿le la his­
toria.
Acerca del papel de la personalidad en
la historia.
Esbozos de historia del m aterialism o
(H olbach, H elvetio, M arx).
Cuestiones fun dam en tales del marxismo.
M aterialism o m ilitan te.

Tomo XI ;

E l socialismo y la lucha política. J


Acerca del “ fa cto r económ ico” . j
Bernstein y el m aterialism o. 1
K a n t contra K a n t, o el legado espiritu al ¡
del señor Bernstein. ¡
C rítica de nuestros críticos. j
C artas sin dirección. j
S I a rte y la -¿ida social. !
E nrique Ibsen. |
E l h ijo del D r. Stocbm ann. !
L a literatu ra dram ática y la pin tu ra ]
fran cesa del siglo X V I I I , desde el '
pu n to ¿le v is ta de la sociología. ;
L a ideología del pequeño burgués de i
•¡vuestros tiem pos. '

EDI TOBI AL QUETZAL


CALLAO 335 - BUENOS AI E E S

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