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JAQUE A LA RAZÓN
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JAQUE A LA RAZÓN
Germán Bielefeldt Van Oosterwijk
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Jaque a la razón Germán Bielefeldt V.
@JAQUE A LA RAZON
2005 Germán Bielefeldt Van Oosterwijk
Primera edición: agosto 2005
Impreso en los talleres de
Imprenta Austral Temuco
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Dedicado a mí esposa
Nora por su inagotable
capacidad de lucha
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Jaque
Astral Mesalina
de mis sienes alfileres
Palacio de licor.
Juega, Dios!
MAURICIO OTERO A.
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tenebrosas, tuvo mucho que ver en esto, más de algún jugador creyó ser
Barnabás Collins o su ayudante Willy Lumis. Ya dentro del salón, un par
de estufas a parafina que parecen provenir de la segunda guerra mundial,
antiguos estantes que contienen los más inverosímiles archivos de la
historia de la institución y diez mesas con sus respectivas veinte sillas,
aguardan a los jugadores del milenario juego. Las clásicas figuras modelo
Staunton oficial en blanco y negro, perfectamente alineadas en los
tableros finamente tallados de las mesas, esperan cobrar vida en manos
de los hábiles jugadores. Los antiguos y firmes cronómetros Gardex, con
sus corazas de elegante madera, resistentes a los fulminantes golpes que
le asestan al dispositivo los infaltables apostadores de partidas relámpago
de tres minutos por jugador, completan el panorama. Cinco pequeñas
ventanas, con sus vidrios pintados de blanco, es el único contacto con el
mundo exterior. De la calle, nada se ve hacia ese “sótano mágico” -el que
da la impresión que prefiere seguir en el anonimato-, ya que muy pocos
saben que allí funciona una institución de larga tradición.
Doce maestros de ajedrez provenientes de Santiago hasta Punta
Arenas, conformaban la plantilla del torneo. Personalidades de las más
variadas expresiones, estudiantes universitarios, profesionales, padres de
familia, comerciantes y revolucionarios, parecían dejar al margen sus
creencias y formas de vida para crear un todo armónico y homogéneo en
torno a los escaques y trebejos, en un mundo de fantasía y arte creado
casi exclusivamente para la especie masculina. “Las mujeres no juegan
ajedrez porque no pueden mantener la boca cerrada por mucho tiempo”
-afirman los jugadores más viejos y mañosos con aire de autoridad y en
tono sarcástico-. La ronda final del torneo era atrayente, si bien es cierto,
se jugaban seis partidas, sólo una era la que acaparaba la atención de la
afición. El talentoso campeón osornino Aliro González, debía empatar su
juego para ocupar el tercer cupo a la final que se jugaría en la capital de
la república al mes siguiente. Sin embargo, al frente tenía un rival de
fuste, nada menos que el campeón universitario chileno y representante
de la Federación de Ajedrez, Galvarino Cienfuegos. El santiaguino no
estaba rindiendo bien y debía ganar con negras al sorprendente Chapulín,
a quién le llamaban así, por su calva al más puro estilo del Pequeño
Saltamontes, un místico personaje de la serie de televisión Kung Fu,
protagonizada por David Carradine.
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desconcertado.
-¡Plutarco! no Pluto –corrigió Román-. Es el campeón del Club
Las Condes.
-¿Acaso no es el primo de Julio Salas? –consultó Madrid.
-Sí, el primo menor de Julio Salas Romo –replicó el Italiano-,
nuestro ex campeón nacional.
-El ruso – chileno también entró –dijo Eyzaguirre- seguro que ese
huevón es “upeliento.”
-¿Y qué te importa?, juega bien ajedrez y está reconocido por la
Federación –intervino Costagliola– acá nunca ha hablado de política.
-Bueno, bueno, decía no más –aclaró el director, dando una gran
carcajada.
A Sergio Costagliola le era difícil controlar la situación en su
directorio. Los problemas políticos del país dividían a las personas en dos
bandos, Derecha e Izquierda y evidentemente que la Federación no
estaba ajeno a ello. El ambiente estaba tenso, pero debía mantener la
calma. Él trataba de quedarse en el medio, ya que lo más conveniente
para el ajedrez nacional, era sacar partido de ambos lados. De las blancas
y de las negras como se dice en la jerga.
-Bien, ¿quién está de reserva? –dijo el presidente.
-Carlitos Jaúregui –acotó Román-. Era el favorito pero se metió
Romo.
Costagliola apagó el puro y dijo:
-Tenemos nueve jugadores y debemos agregar a los tres primeros
de la final del año pasado, o sea, el campeón René Letelier, el
subcampeón Pedro Donoso y César Velázquez.
-Será un buen torneo –acotó Guzmán-. Hay dos debutantes;
Cienfuegos y Romo.
-Entonces hay que afinar todos los detalles –dijo el Italiano-.
Debemos cursar las invitaciones a los jugadores, no hay tiempo que
perder.
-Honorindo, ¿cuánto hay para premios? –pregunto Costagliola.
-Disponemos de 150 mil Escudos –señaló el tesorero–, se ve
bonito, pero la plata se desvaloriza muy rápido en este país –agregó.
-Eyzaguirre y Cía. podría aportar otros 50 mil –dijo el empresario-
si es que antes no me la expropian los del gobierno -agregó en tono de
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broma.
-Con doscientas “lucas”, el premio es más que bueno –dijo el
presidente.
-Claro que para este año no habrían cupos para las Olimpiadas
–agregó Gho.
-¡Honorindo!, define lo del premio con Cristían y tú Wilobaldo,
cursa las invitaciones oficiales a los clasificados –dijo Costagliola-. No
olvides poner una fecha para que confirmen, el que falle será
reemplazado por uno de las reservas –agregó.
-Antes debemos confeccionar las bases y definir el local –señaló
Guzmán-, como queriendo asegurarse para que lo designen arbitro
principal del torneo.
-Se jugará en nuestro club. El protocolo deberá cumplirse como
siempre –dijo el Italiano-. Deben invitar a la inauguración a las
autoridades de gobierno, incluido el Presidente de la República.
Salvador Allende, era amante del ajedrez, no jugaba torneos, pero
constantemente apoyaba la labor de los maestros y una vez hizo las
gestiones para que el equipo chileno represente al país en el extranjero.
-¿Para qué lo invitan? –preguntó Eyzaguirre.
-¡Siempre se invita a Su Excelencia, te guste o no! –respondió
enérgicamente Costagliola, en actitud desafiante.
-Entonces pensaré seriamente en retirar mi parte del premio
–replicó el empresario.
-Cristián, no confundamos las cosas. Deja tus aprehensiones
políticas fuera de la Federación -señaló Madrid.
-En todo caso, no creo que Allende asista, así como están las cosas,
de seguro que no tiene tiempo para andar inaugurando torneos de
ajedrez- señaló el Italiano.
Por un instante reinó el silencio hasta que finalmente Eyzaguirre
habló:
-De acuerdo ustedes ganan. ¿Cuándo será la ceremonia inaugural?
Costagliola se levanto, apoyó los nudillos en la mesa, miró a todos
como diciendo “la sesión se acabó” y contestó:
-El 11 de septiembre a las diecinueve horas en el Salón de Honor
del Club Chile.
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quedará la grande.
El 23 de agosto, el Presidente de la Cámara de Diputados, Luis
Pareto, había enviado a Allende, el acuerdo suscrito por el órgano
legislativo, representando al gobierno, el grave quebrantamiento del
orden constitucional y legal del país. En cierta forma, este documento era
un ultimátum a la Unidad Popular.
-Parece que tú sabes más que yo sobre un posible golpe de Estado.
-No sé cuando será, pero de que algo va a haber, habrá –agregó
Segovia.
-¿Y si así fuera, entonces mejor me voy de Osorno, juego el torneo
y luego me fondeo? –dijo González, mientras consumía su trago-.
Además, no he cometido delito alguno, sólo busco la libertad política del
pueblo, los derechos laborales de los trabajadores, igualdad y justicia
social.
El detective encendió un Hilton y lo observó detenidamente:
-Eso ya lo sé, no eres delincuente, pero tú ideología es lo que aquí
importa, estás en la lista de los comunistas y eso es grave para algunos.
No puedo obligarte a nada, pero yo que tú, me escondo lo más luego
posible. Vende tu empresa o coloca un Palo blanco. La cosa está
complicada.
-Agradezco tus consejos y los tendré en cuenta, pero quiero jugar
el torneo -dijo Aliro-. Además, ya hablé con Belisario y es probable que
me asignen funciones más clandestinas.
-Bueno, es tu decisión. Cuídate mucho y suerte en la competencia.
González pagó la cuenta y se encaminó a su departamento. Afuera
comenzó a llover a raudales.
Al día siguiente, y tras dejar resueltos sus asuntos más importantes,
el Chapulín tomó una decisión definitiva, ¡jugaría el torneo! A la hora
acordada marcó el número de la Federación y se contactó con Wilobaldo
Gho.
-Señor secretario, habla Aliro González, le informo que mi
respuesta es afirmativa, cuenten conmigo.
-¡Perfecto! ¿Cuándo llegará para que estemos atentos?
-Estaré llegando un día antes del inicio del campeonato, es decir, el
10 de septiembre.
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El edificio era antiguo, con una pequeña galería que lo separa en dos
naves. En su interior existe un aire como a hotel francés clásico. La pieza
era más bien modesta, de esas con bidet en el baño y piso de azulejos
claros y oscuros, como un gran tablero de ajedrez. En el dormitorio, un
ropero de madera grande con un firme televisor Motorola de 16 pulgadas.
Tras la ducha somnolienta, Aliro González bajó al restaurante, un lugar
pequeño que colinda con un patio interior de donde se puede apreciar
parte de la gigantesca catedral de Santiago. Entre la penumbra los
pasajeros tomaban su desayuno calladamente.
-No pude pegar un ojo –le dijo González al camarero del
restaurante del City Hotel-. Lo de ayer fue demasiado fuerte.
-¿Y a mi qué me dice?, ni siquiera pude volver a mi casa, pero sé
que mi mujer e hijos se encuentran bien –respondió el mozo con cierto
aire de tristeza-. Tuve que alojar acá y con esto del toque permanente,
deberé quedarme otro día –agregó, mientras servia el típico desayuno
Continental de los hoteles del centro.
-¿Hay diarios disponibles?
-Sólo La Tercera y El Mercurio –respondió el garzón-. La Junta
prohibió el resto. ¿O acaso pensaba el caballero que hoy circularía El
Clarín?
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Eyzaguirre.
-¡Muchachos!, los he citado aquí porque tenemos algo pendiente
en la Federación –dijo Costagliola-. El Campeonato de Chile.
-¿Pero no será imprudente hacerlo en estos tiempos? –preguntó
Madrid-. ¿Por qué mejor no lo suspendemos en forma indefinida?
-Es una alternativa valedera –dijo Sabino Guzmán-, pero el país
debe retomar la normalidad. Opino que se haga el intento de jugarlo lo
más luego posible.
El Italiano encendió unos de sus Montecristo y bebió de la copa de
vino:
-Hay que hacerlo ahora y demostrar al mundo que Chile puede
funcionar sin problemas.
-¡Así se habla presidente! –dijo Eyzaguirre-. ¡Salud!
Al parecer el trago mañanero bebido entre Costagliola y
Eyzaguirre había puesto muy contento al empresario. Hace varios días
que andaba alegre.
-Wilobaldo, no has dicho nada –dijo el italiano.
-Es que estoy pensando como hacerlo.
-Explícate hombre –dijo Guzmán.
-Pues bien –comenzó a decir Gho-, el toque de queda comienza
todos los días a las 21 horas ¿verdad?, eso significa que las partidas
deberían comenzar temprano, después de almuerzo. No olviden que es la
final de Chile y cada juego debería durar unas cinco horas ¿cierto?
-¡Cierto! respondieron los otros cuatro.
-Bien prosigo entonces. Muchos jugadores trabajan y les sería
difícil jugar el torneo, por lo que habría que hacer correr la lista de
reservas y así el torneo se chacrearía, es decir, no jugarían los mejores
ajedrecistas, a menos que …
-¡A menos que se jugara solamente los sábados y domingos!
–interrumpió Eyzaguirre-. ¿Qué tal Pascual?
-No es mala idea –dijo Costagliola.
-Verdad, ¿pero los jugadores de provincia estarán dispuestos a
viajar cada fin de semana o permanecer en la capital? –acotó un escéptico
Gho.
-¡Pamplinas! –dijo el presidente-, sólo hay dos jugadores de
provincia, Carlos Silva y el desconocido Aliro González. El Huaso puede
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-En las librerías “pitucas” del centro, señor. En la Feria del libro,
en la Andrés Bello o en la Chilena. Le aconsejo que vaya a la Chilena, las
otras son cariocas.
-¿Cariocas? –preguntó el Chapulín con cara de interrogación.
-¡Caro señor!, eso significa carioca.
-Ya entendí. ¿Dónde queda la Chilena?
-Cerquita, en Alameda con Serrano, al lado de Crediclán.
Aliro dio las gracias y se fue en busca de la picada. Volvió a la
principal arteria de Santiago, pasó frente a la Universidad de Chile y
pronto dio con el lugar. “Este es el edificio de la Federación” –se dijo-.
Alzó la vista y vio luces encendidas a través de la ventana. “Hay gente,
¿estará abierto? Entraré”. En un par de pasos ya estaba en Serrano 14 y
subió al entre piso. La puerta del Club de Ajedrez Chile se encontraba
abierta.
-¡Buenos días, adelante señor! –le dijo amablemente Luis
Ampuero, un hombre regordete de bigotito y gruesos anteojos y que
desde hace muchos años es el portero del club-. Pase está en su casa.
-Me llamo Aliro González y vengo a jugar el Campeonato de
Chile.
-¿González, González? ¡Claro!, usted es la persona de Osorno que
reemplaza a Carmona.
-Así es. ¿Qué se sabe del torneo?
-Comprenderá que con todo esto no se ha hecho nada. Sólo hoy
reabrimos, pero sé que el jueves se reúne la directiva para ver lo del
torneo. Parece que lo quieren jugar –le dijo don Luis-. El señor Gho está
en la oficina. ¿Por qué no pasa a verlo?
El Chapulín se contentó con la noticia y conversó con el secretario.
Hablaron largo rato y comprendió que si no pasaba nada extraordinario,
el torneo comenzaría el 29 de septiembre. “Al menos ya tengo algo en
claro. ¿Qué haré en estas dos semanas?” -pensó González y bajó a
comprar los libros de ajedrez-. “Ahora los necesitaré.”
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olviden eso.
-¡Mis militares queridos darán el pase! –señaló Eyzaguirre muy
sonriente y sobrio-. Yo me encargo de mover ese asunto. Tengo amigos
muy influyentes allí. Además, mi grupo de empresas es auspiciador.
Tengo arreglado lo del premio. A mediados de octubre estará el depósito
en la cuenta de la Federación.
Dando una gran bocanada de humo y evidentemente satisfecho con
el resultado de las gestiones, el Italiano penso: “Menos mal que éste
recobró la compostura y ya celebró lo suficiente, más que mal, bastante
fea la vio antes del golpe militar”. Luego llamó a Wilobaldo y le dijo:
-Gho, toma nota a lo siguiente y mañana temprano llevas el
documento al Ministerio de Defensa.
-Tomo nota Sergio.
El Secretario comenzó a escribir lo dictado por el presidente:
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El Chapulín estaba inquieto, ya que hace varios días que no sabía nada de
Osorno y la llamada de Romeni lo había dejado muy preocupado. Llamó
a la conserjería del Santa Lucía y solicitó comunicación con Emigdio
Segovia.
-¿Qué te sucede, tu voz parece llorosa? –dijo González al Sabueso.
-Me mandan a Santiago, el lunes ya debo estar allá.
-¿Tan rápido?
-¡Sí!, trabajos especiales –respondió el detective.
-Déjame hasta ahí no más. Entiendo.
No había que ser adivino para saber que clase de ocupación tendría
desde ahora el detective de Investigaciones de Chile, Emigdio Segovia.
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del golpe de Estado frente a los militares. Cualquier cosa que digan
respecto a eso, podría ser mal interpretado.
“Militares con metralleta en el Club de Ajedrez Chile, es una falta
de respeto. El ajedrez es un juego de guerra pero sin guerra. Armas de
verdad custodiando a los maestros. ¡Qué ridículo! ¿Custodiando qué?”
–se repetía una y otra vez el Italiano, mientras bebía el cafecito que le
llevaron del pequeño y pintoresco local existente al interior del club, el
que era propiedad de la señora Ruth, una esforzada mujer, viuda de un
ajedrecista fallecido en extrañas circunstancias-. “Ojalá no se metan en la
biblioteca. Capaz que quemen todo lo que en la tapa diga ruso o Unión
Soviética.”
* * *
-Me toca una partida muy difícil –le dijo Galvarino a su polola
Pérsida-. Mi rival es don David Godoy, fue campeón de Chile en 1968.
Con blancas juega siempre el peón rey.
-Pero mi amor, yo no entiendo nada de lo que dices, ¿para qué me
comentas? –protestó fuertemente su agraciada compañera.
La pareja se encontraba en la habitación del Comandante, rodeado
de libros, revistas y el infaltable tablero y piezas de ajedrez. “Las mujeres
entienden muy poco de esto y debo preparar mi partida” –se dijo
Galvarino un tanto molesto con la interrupción.
-Está bien, no te hablaré del asunto y me paquetearé más tarde
–contestó.
-¡Paquetearte! ¿Qué es eso? Yo te veo el paquete super bien –
replicó Pérsida, con una sonrisa muy sugerente y acercando sus labios al
rostro de Galvarino.
-Eso significa preparar una variante de antemano. Es aprovechar
los conocimientos sobre el juego del rival y así estudiar las primeras
movidas para tratar de sorprenderlo. ¿Captas?
-Bien, bien. ¿Y por qué mejor no te paqueteas con otra cosa?
Tienes tiempo de sobra para estudiar tus jugadas.
Galvarino no era tonto y captó el mensaje. Aprovechando que no
había nadie más en casa, cerró las cortinas, preparó una piscola, encendió
un Monza, puso música suave y se entregó a la pasión.
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capela”. Su juego inicial era bastante complicado, con negras ante Carlos
Silva, campeón nacional de los años 1969 y 1971. Su jefe, Seferino
Contreras, era implacable, había mucha gente que interrogar. “Deben
revelar la información que sepan cueste lo que cueste, sin importar la
forma que usen para que hablen”. El Guatón apelaba a diferentes
técnicas, entre ellas, “El Teléfono”, “El Pau de Arará”, “El Submarino”,
“La Parrilla”, golpes eléctricos y los simulacros de falsas ejecuciones,
para conseguir los objetivos propuestos por sus superiores. Precisamente
no gozaba con lo que hacía, pero era su trabajo y lo ejecutaba muy bien.
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La sonrisa del Chapulín era amplia, estaba feliz con las noticias del
diario; la selección de fútbol de Chile había logrado un valioso empate 0
a 0 contra el poderoso cuadro de la Unión Soviética en Moscú, en partido
disputado en el Estadio Lenin ante unos 60 mil espectadores. La
información era bien escueta y señalaba que el equipo nacional apenas
había cruzado la mitad de la cancha, la dupla de centrales Figueroa y
Quintano estuvo impecable, que el arbitraje de un juez brasileño -el señor
Armando Marques- fue bastante favorable al conjunto sudamericano y
que Chile estuvo formado como sigue: Juan Olivares, Juan Machuca,
Alberto Quintano, Elías Figueroa, Antonio Arias, Guillermo Páez, Juan
Rodríguez, Sergio Ahumada, Francisco Valdés, Leonardo Véliz (Julio
Crisosto) y Carlos Caszely. “Este resultado seguramente se tomará como
un triunfo político, por parte de la Junta” –pensó González- “pero que
importa, se puede decir que vamos al mundial de Alemania.”
Faltando un día para el inicio del gran torneo, González disfrutaba
de un abundante almuerzo en el restaurante La Baquedano, enclavado en
la Plaza Italia, donde comienza el parque Bustamante y muy cerca de su
pensión. Las ansias por comenzar a jugar eran grandes y poco a poco fue
olvidando su soledad. Estaba tranquilo con las noticias del Sabueso, él no
era un hombre importante para las fuerzas del Emperador y ese miedo
inicial tras el golpe militar, cada día se disipaba más y más.
Mientras se servía el postre, un hombre de refinados modales se
acercó y le entregó un poema en una servilleta de papel. El Chapulín no
entendía de qué se trataba y tras leerla lo comprendió todo. El atlético
varón lo miraba fijamente al rostro y con una leve sonrisa le guiñó un
ojo: Se trataba de una declaración de amor. “Lo único que me faltaba,
pinché con un maricón” –se dijo, respondiendo gentilmente:
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tono autoritario.
-¡Romo, me acompaña al centro de reclusión! –fue la orden de su
superior.
El Guatón miró la hora y con tono de fastidia contestó:
-Pero mi general, usted me prometió que el sábado y domingo en
la tarde, tengo libre. Recuerde que debo representar al glorioso Ejército
de Chile en el torneo de ajedrez.
Contreras lo había olvidado por completo, pero su palabra era su
palabra. A regañadientes autorizó la salida del agente.
-Apenas termine se va al interrogatorio. ¡Apúrese o llegará
atrasado! –dijo haciéndole la típica señal con el pulgar en alto, como
deseándole suerte.
-Ya voy atrasado general –respondió Romo y se fue raudo al Club
Chile-. Estaba a unos cuatro kilómetros en línea recta, derecho por la
Alameda Bernardo O’Higgins.
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Eran las diez de la noche con siete minutos cuando sonó el teléfono de la
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-Bien, gané una por fin. Claro que perdí con el sobrino del mayor
Cienfuegos. ¿Se acuerda de él?
-Te dije que apenas conozco a ese militar.
Al cabo de una hora de viaje, el helicóptero arribó a Carriel Sur
para reabastecimiento de combustible y luego de otra hora, se posó en el
patio del Regimiento de Ingenieros Nº 4 Arauco de Osorno. Con la
cabeza gacha los cuatro tripulantes corrieron raudamente hasta el
despacho del coronel a cargo de la guarnición. Un fuerte aguacero
empapaba toda la ciudad.
La reunión fue más bien breve, pero muy fructífera. Los agentes de
la DINA se informaron acerca de los detenidos que estaban recluidos en
el recinto militar y a la vez comunicaron las novedades de la capital.
Todo el aparato de seguridad interna se puso en marcha. Tras abordar un
vehículo institucional, la comitiva enfiló sus pasos al cuartel de la Policía
de Investigaciones. Necesitaban nuevos nombres de integrantes de las
fuerzas de la Unidad Popular y posibles contactos con los terroristas
detenidos en Lota. Tras revisar los nombres de la gente importante de las
colectividades del sur, el silencio fue interrumpido:
-¡Aliro González! –exclamó Plutarco Romo-. Ese es el jugador de
ajedrez, pertenece al MAPU, el muy comunista.
-Así es –dijo el prefecto a cargo del cuartel osornino-. Su nombre
político es Juan Carlos Morales.
-¿Y por qué no lo incluyen en la lista negra entonces? preguntó
Contreras.
-No tenemos ninguna prueba de su participación en hechos
violentos. Es un tipo tranquilo, pero comunista al fin y al cabo.
-¡Entonces lo agarramos y punto! –dijo Plutarco-. Y tan suelto de
cuerpo que anda paseándose por Santiago.
-No tan rápido Romo –señaló Contreras-. Recuerde que el que
nada hace, nada teme.
-Eso es correcto pero póngase en su lugar –señaló el agente
Heredia.
Rubén Heredia era uno de los agentes de la DINA que acompañaba
a Contreras y Romo, al que trajeron por destacarse en hilvanar ideas
dispersas. Su actuar era como el de los grandes investigadores de las
novelas policiacas.
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El cuerpo del Chapulín estaba exhausto, tras 15 horas arriba del Vía Sur,
concluyó que la elección de viajar a Osorno en bus, no fue la más
acertada. Su cabeza estaba apunto de estallar y aunque, aveces le gustaba
fumar, no lograba entender como era posible que permitiesen el tabaco al
interior de las máquinas. La mañana estaba soleada y tras el arribo a la
plazuela Yungay, Aliro prefirió caminar las cinco cuadras que separaban
ese tradicional lugar, de su departamento. Necesitaba estirar las piernas y
respirar el aire puro del sur del país.
Ya en terreno conocido, se dio un duchazo y sin avisarle a nadie,
enfiló rumbo a su negocio de calle Manuel Bulnes. No pisaba aquel lugar
hacia más de un mes y todo se encontraba en el mismo sitio. Tras breve
reunión con su gente de confianza, se enteró de lo que ya sabía; el
negocio estaba repuntando, aunque el combustible subía y subía todas las
semanas, pero al menos, el abastecimiento se había normalizado. Desde
su oficina comenzó a ejecutar la acción que le había motivado el viaje y
acordó reunirse a las cuatro de la tarde, en una de las casas escondite,
ubicada en la población García Hurtado de Mendoza del populoso sector
de Rahue Alto, con algunos compañeros que le reportarían información
sobre el paradero de los camaradas que estaban más complicados.
Igualmente se enteró con más detalle, acerca del crimen de Patricio
Romeni e intentó afanosa pero infructuosamente, contactarse con los
líderes de los otros partidos, en especial con Pancho Pistolas y Miguel
Hermosilla. Según le habían informado, ambos no estaban detenidos y
planeaban una acción bélica para liberar a los camaradas privados de
libertad por el régimen. Para González no había duda, a Romeni lo
asesinaron por oponerse a las medidas de fuerza.
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duras partidas.
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Aliro estaba un poco triste, no había rastro alguno del Sabueso. Su sexto
sentido decía que algo malo había sucedido. Además, la recepcionista de
la pensión le informó que una persona, la que no se identificó, había
consultado por él. “Si preguntaron por mí, significa que Emigdio está en
peligro y entonces me están siguiendo. Si es así, ¿por qué no me
detienen?” –se dijo-. Su cabeza daba mil vueltas imaginado teorías. “No
saco nada con irme a otro lugar. Las fuerzas de seguridad intuyen que
algo pasará en Osorno”, fue su conclusión.
Un poco cansado, fue a almorzar a La Terraza –uno de los tantos
locales de comida del sector Plaza Italia- y tras una reparadora siesta, se
abocó a ultimar los detalles de sus partidas contra David Godoy y Carlos
Silva, ambos rivales muy fuertes y ex campeones chilenos. Como se
suponía que con Quevedo sólo hablaría por teléfono, no era necesario
escribir un informe de la situación de Osorno.
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Aliro González se despertó agitado, tuvo una mala noche tras enterarse
por Televisión Nacional de Chile, acerca de los sangrientos sucesos
acaecidos en Osorno. Sus temores eran fundados y la masacre de los
miembros de la Unidad Popular, era el corolario lógico de tan suicida
acción. Se sintió, de cierta manera, agradecido de no haberse involucrado
en los hechos de sangre, pero a la vez, sentía tremenda pena por los
compañeros aniquilados y la suerte de los detenidos. No quedaba
demasiada esperanza para ellos.
Bajó al comedor y desayunó las clásicas tostadas con mantequilla
y un café con leche –el menú de la pensión no presentaba otra opción-.
La semana estaba resultando bastante aburrida y la búsqueda de
información sobre el paradero del Sabueso, no resultó fructífera. Sin
embargo, la fuerte noticia cambió su estado de ánimo. Antes de sumirse
en el tedio de terminar de preparar los juegos del fin de semana, estimó
prudente comprar el diario y conocer con más detalles, las alterativas del
enfrentamiento. Se enteró que los líderes del movimiento armado se
encontraban detenidos y varios compañeros mapucistas resultaron
muertos o gravemente heridos.
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La posición sobre el tablero era muy cómoda para el Chapulín, con sólido
peón de ventaja, sólo debía imponer la técnica en el final de alfiles de
igual color y luego celebrar el título. “Si esto fuera una partida informal,
ganarla sería juego de niños” –pensaba-. Sin embargo, la situación era
distinta, en una partida de torneo, la tensión nerviosa es máxima y aveces
ganar lo fácil, se torna muy difícil.
-Cienfuegos no tiene por donde sacar el empate –comentó
Eyzaguirre al secretario Who.
-Cierto, el peladito será el campeón –respondió muy bajito, casi
imperceptible-. Una sorpresa ¿verdad?
González estaba dando un golpe a la cátedra. En unas diez o
quince movidas más, podría ser el nuevo campeón de Chile.
“No tengo nada de nada, estoy perdido –se dijo a sí mismo el
Comandante-. Seguiré, tal vez haya otro milagro.”
Y el milagro se produjo. En medio del gentío, cuatro militares
armados con metralleta dan la orden:
-¡Señor González! Queda usted detenido. Acompáñenos.
-Pero debe haber un error –protestó el Chapulín-. ¡Yo no he hecho
nada!
-¡Mira huevón! eso se lo tendrás que decir a la Policía Militar. Se
te acusa de terrorismo, comunista hijo de puta.
El caos fue total y los alegatos no se hicieron esperar. Primera vez
que ocurría algo así en la historia del campeonato de Chile.
-¡Cómo se lo van a llevar ahora! –señaló el arbitro Guzmán-. Está
disputando la partida decisiva. ¿No pueden esperar que termine?
-¡No sea imbécil señor! Éste hombre está detenido. ¿No se da
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cuenta acaso? –dijo el militar bajo su casco verde, al tiempo que con la
culata de su arma de fuego, tiraba todas las piezas del tablero-. Su gesto
indicaba que la partida se había acabado para González.
-Si pues, no sea impertinente con los militares –señaló Cristian
Eyzaguirre-. González es upeliento.
-¡Vamos andando carajo! Y al que proteste, también lo llevaremos
por defender a estos comunistas –agregó.
Raudos bajaron tres efectivos y González rumbo a un jeep que
esperaba en calle Serrano, en tanto que otro efectivo se quedó
custodiando el lugar.
La tristeza, desolación y el desconcierto se apoderaron de los
dirigentes, jugadores, jueces y público.
-Rápido, a mi oficina –dijo Costagliola.
Los directivos y jueces se reunieron en privado a debatir la
situación. Había que darle un corte al torneo.
-El reglamento es claro –dijo el empresario del Partido Nacional-.
Hay que otorgarle el punto a Cienfuegos, es el nuevo campeón.
-Epa, no tan rápido –señaló el Italiano-. Esto es algo circunstancial.
Yo optaría por suspender la partida y reanudarla cuando se aclare lo de
González.
-Pero señor presidente, y si González queda preso por quizás
cuanto tiempo o no aparece nunca más ¿esperaremos eternamente? –dijo
el director.
-Según el reglamento, hay que dejar que el reloj de González corra
hasta que expire su tiempo de reflexión y tan sólo allí, podremos declarar
campeón a Cienfuegos –dijo Sabino Guzmán-. Esa es mi postura como
arbitro principal. Esa es la única verdad caballeros.
Tras breve votación, la postura del árbitro fue la elegida y se
procedió a la entrega de premios. El ambiente no era el indicado para
tales ceremonias y un tenue aplauso acompañó a Galvarino Cienfuegos
cuando recibió la copa y el cheque por los 200.000 Escudos.
-Este premio no lo merezco –dijo a la asamblea-. Estaba perdido en
la partida final. González debe tenerlo.
-No es culpa suya que su rival sea terrorista –dijo Eyzaguirre-.
Nosotros sólo aplicamos el reglamento. Vamos hombre acéptelo.
Posteriormente, se subieron al estrado a recibir sus trofeos, el sub
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campeón René Letelier y Pedro Donoso por el tercer lugar –el único que
no perdió partida alguna.
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Tras un breve paso por el cuartel de la DINA, González fue subido, con
la vista vendada, a una camioneta Chevrolet y trasladado al sector sur-
oriente de Santiago, al temido Palacio de la Risa.
El Palacio era uno de los peores centros de tortura de las fuerzas
del Emperador y allí destinaban a todos los detenidos considerados como
peligrosos para la naciente dictadura. Aplastado en una celda–ataúd, el
Chapulín pasó sus primeras horas, sin la posibilidad de alimentarse ni
vaciar sus esfínteres. Comenzaba un auténtico infierno para él.
La mañana del lunes pasó sin novedad hasta el momento de su
desencierro. Sin poder ver, con las manos y pies engrillados, fue llevado
a la sala especial para ser interrogado. Las baldosas rojas le daban un
toque especial al lugar, llenando el ambiente como si fuera la antesala de
la casa de Lucifer. Gritos, preguntas, groserías, quejas y aullidos de
dolor, se podían escuchar. La venda era una efectiva arma de los
interrogadores y con ella se protegían para no revelar su identidad. Esta
técnica, dejaba un pequeño espacio para que el detenido pudiera ver, al
menos el suelo, de modo que aprendiera a reconocer el lugar, sólo por los
detalles de este.
En un rincón de la habitación, el Guatón Romo daba indicaciones a
los torturadores, había que hacer cantar al ajedrecista.
Fueron varias las horas en que González soportó estoicamente los
golpes, las torturas, el agua, la electricidad, las preguntas, las burlas y los
vejámenes. Su aplomo era irreprochable y sólo se limitó a responder las
cosas conocidas, aquellas que no podía desmentir, como su viaje a
Osorno, la militancia en el MAPU, su conexión con Romeni, Alfaro,
Hermosilla y los otros, además de su amistad con Emigdio Segovia.
-¡No estás cooperando mal nacido! –contestó el agente,
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el empresario-. Puedo tratar de saber que pasa con él, pero apelar para
que lo traten bien, ¡ni cagando!
-Una moción de orden señores. El reclamo formal lo hará la
Federación y abogaremos por su causa –dijo Costagliola-. Cristián
averiguará sobre su paradero, si es que ya no está muerto. ¿Entendido?
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Epílogo
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FIN
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Penumbra
MAURICIO OTERO A.
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J A Q U E M A T E
(O palabras dichas en el manoteo)
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