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NACIDOS PARA MULTIPLICAR

Por Dawson Trotman

PROLOGO

En el verano de 1955, tuve el privilegio de conocer a Dawson Trotman, director de “Los


Navegantes”. Mi corazón se conmovió, no sólo ante la visión que tenía de ganar almas para Cristo, sino
también ante la manera en que Dios se valió de este hombre para fomentar un método que consistía en
ganar primero a un individuo, enseñándole luego cómo ganar primero a un individuo, enseñándole
luego cómo ganar y enseñar a sus vez a otros. De este modo, se multiplica el ministerio evangélico y se
complementa la predicación a las multitudes.

Andando el tiempo, encontré a “Navegantes” que fueron formados bien por Dawson Trotman, bien
por uno de sus discípulos y, por lo general, me di cuenta que se trata de creyentes con una verdadera
pasión por las almas, un buen conocimiento de la Palabra de Dios y con algo que los hizo destacar
como cristianos individuales.

Desde el día en que conocí a Dawson Trotman, nuestra amistad y comunión crecieron por momentos.
Pasamos muchas horas juntos en diversas ocasiones hasta que, de la noche a la mañana, brotó una
amistad semejante a la que unió David y Jonatán.

Conforme iba conociendo mejor a Dawson, no tardé en descubrir el secreto de su vida cristiana, él y
otro joven amigo se pusieron de acuerdo para orar juntos cada mañana, durante seis semanas, con el fin
de saber cuál era la voluntad d Dios respecto a determinado asunto. Este espíritu de devoción llevado a
la práctica se convirtió en una regla para toda su vida: madrugaba para orar, leer y meditar la Palabra de
Dios. De no haber tenido esa profunda devoción hacia Dios, nunca hubiera tenido tanto éxito en sus
servicio para Cristo.

La generosidad del Sr. Trotman se manifestaba a cada paso. Nunca intentó guardar para sí la menor
información o el más leve conocimiento logrado durante sus veintidós años de experiencia, sino que,
por el contrario, siempre estuvo dispuesto a compartir y a colaborar con nosotros en la redacción de un
sistema de ayuda y enseñanza bíblica mucho más completo y destinado a nuestra emisora “Retorno a la
Biblia” (Back to the Bible Broadcast).

De dicha colaboración nacieron los “Cursos de Estudios Bíblicos en el Hogar”, emisión nuestra
destinada a la formación de jóvenes cristianos. Buen número de nuestros colaboradores dedicaron gran
parte de su tiempo para llevar este trabajo a buen fin y el propio Sr. Trotman supervisó cada fase del
mismo.

Cabe que una de las mayores realizaciones de este hermano fue ese incansable esfuerzo que desplegó
para que dicho curso bíblico fuese una realidad. Para ello, aunó su experiencia y su conocimiento, por
lo que creemos que dicho curso será particularmente fructífero.

El hermano Trotman pasó a la presencia del Señor el 18 de junio de 1956, tras rescatar a un
desconocido que se ahogaba en el Lago Schroon, cerca de Nueva York. ¡Qué característica más notable
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de lo que fue el ministerio de toda su vida! Alguien lo resumió con estas palabras: “Creo que Dawson
alcanzó y transformó más vidas que cualquier otro que haya conocido en esta tierra.”

La obra de “Los Navegantes” prosigue bajo la dirección de personas competentes. Fue firmemente
establecida sobre el principio de que cada uno debe enseñar a otro, en vez de esperar que una sola
persona sea el maestro de todas. Toda mi vida tiende a un mayor esfuerzo de los que desplegué
anteriormente para llevar continuamente a cabo este gran principio de memorizar porciones bíblicas y
de evangelizar personalmente uno a uno.

Los siguientes mensajes fueron dados por el hermano Trotman en la conferencia de nuestra emisora
“Retorno a la Biblia”, en Lincoln, estado de Nebraska, y han sido condensados para publicarlos en este
librito.

TEODORO H. EPP.

CONVERTIDO MEDIANTE LA ORACION Y LA MEMORIZACION DE PORCIONES


BIBLICAS

Pasé veinte años de mi vida del lado erróneo de la Cruz, y veintinueve los viví de este lado con
Cristo. Puedo afirmar con sinceridad que el gozo y placer experimentados durante cualquier semana de
estos veintinueve años sobrepasan cualquier placer que haya podido sacar a lo largo de esos primeros
veinte años.

Ya de niño, intenté gozar de algunos placeres mundanales. Recuerdo la primera vez que codicié algo
que nunca hubiera podido conseguir. Mi padre nos había abandonado y mi madre trabajaba en los
grandes almacenes “Woolworth” para hacer frente a nuestras necesidades. Acostumbraba a guardar su
dinero en una pequeña hucha que tenía encima del tocador. Recuerdo las veces que examiné esa hucha
sin poder dar con la forma de sacar algunas monedas de allí. Al observar que mi madre añadía nuevas
monedas de vez en cuando, me figuré que nunca se daría cuenta caso de que desaparecieran unas
cuantas. Así es que, un día empecé a hurgar con un alambre en la cerradura y, de repente, cayó el
dinero. En seguida volví a meterlo dentro, reservándome una moneda de plata.

Fui corriendo a una tienda donde compré diez dulces redondos, recubiertos de chocolate, cada uno de
los cuales contenía una figurita de plomo. Los diez caramelos no tardaron mucho en desaparecer, pero
no sabía qué hacer con los correspondientes premios de plomo, ya que mi madre podría verlos y
preguntarme cómo los había conseguido. Evidentemente, me puse malo por comer tanto dulce, pero
también enfermé en mi corazón al pensar que había robado dinero a mi madre.

¡Cómo hubiera querido ser descubierto en aquel entonces! Pero no ocurrió hasta diez años más tarde,
a los veinte años cumplidos. En el transcurso de esos diez años, robé cientos de dólares al jefe de la
casa donde trabajaba. En el Instituto de Segunda Enseñanza, fui presidente del cuerpo estudiantil y me
designaron para preparar, desarrollar y leer el discurso que suelen hacer al final de curso. Escogí como
tema: “La moralidad frente a la legalidad” y, sin embargo, ¡estaba robando de los fondos de la escuela!
Así de engañoso es el corazón humano.
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En el corazón de cada ser humano, anida un doble anhelo: un profundo deseo de felicidad y el anhelo
de ser alguien y de hacer algo. A veces, concedemos mucha importancia a esos deseos.

Intenté salir de ese atolladero e ingresé en un cuerpo de “Boy Scouts” o Exploradores; juré
solemnemente ser “digno, leal cooperador, amable, cortés”, etc., prometiendo hacer cada día “una
buena acción”. Me puse el uniforme de Explorador y me sentí un hombre nuevo. Pero, sólo fue un
cambio superficial, una modificación exterior. No experimenté transformación alguna, ni me volví
mejor. A los 14 años, me hice miembro de una iglesia cristiana, pero ¡desconocía totalmente a Cristo! A
los 17, empecé a salir con una joven cristiana y, para complacerla, empecé a asistir a las reuniones de
jóvenes. Fuimos allí muchas veces, hasta que me convertí en el presidente del grupo juvenil. Más tarde,
la noche de final de curso, dejé “plantada” a aquella muchacha y me marché con una bella joven
inconversa.

LA SENDA DEL PECADO

Después de aquello pensé: “Dawson, no vales para nada: me parece que eres uno de esos “tíos”
fracasados que abundan por doquier...” Parecía que cuanto más vivía, más débil me volvía y más me
iba deslizando cuesta abajo. Al fin, me di por vencido. Hasta entonces, nunca había probado una sola
gota de licor, pero a la semana de haber terminado el bachillerato me emborraché lamentablemente,
siguiendo en esto los consejos de unos conocidos míos. Me dijeron que lo pasaría “fenómeno”; ¡qué
solemne mentira!

Al día siguiente, me desperté a las dos de la tarde. Tenía el traje roto, había perdido mi chaqueta, mi
cerebro estaba en blanco y no sabía dónde había estado.

Pensaréis que aquella aventura hubiera tenido que bastarme, pero sólo se trataba del principio.
Cuando tenía veinte años, me recogieron cuatro veces tirado en la acera y tuvieron que llevarme en
ambulancia y en otras tantas ocasiones, tuve a la policía detrás de mí. Dos meses después de cumplir
los veinte años, fui arrestado y mientras me llevaban a la cárcel, me acordé de mi madre. Enferma de
cáncer, tenía que guardar cama. Ella tuvo que imaginarse lo que me pasaría porque aquella misma
semana me había dicho: “Hijo, me estás destrozando el corazón. Estoy orando por ti, pero ¿sabes?
Tengo miedo. Si algún día oigo que estás en la cárcel, moriré. Eso me matará.”

Camino de la cárcel, a pesar de que estaba bajo la influencia del alcohol, hice lo que hace cada cual
cuando se halla en un grave aprieto: clamé a Dios. Le dije: -“¡Señor!, si me sacas de apuro esta noche,
si me libras de la cárcel, haré lo que Tú quieras”.

Yo mismo me asusté al pronunciar esas palabras, porque sólo un mes antes estuve a punto de
ahogarme. La muchacha con la que estaba cruzando el lago a nado aquella tarde no podía llegar a la
orilla. Yo padecía del corazón y a duras penas podía valerme por mí mismo. Ella gritó y la agarré, pero
nos hundimos bajo el agua. En aquel apuro, sólo acerté a decir: -“Dios, ¡sálvame! ¡Haré lo que Tú
quieras!” Salimos a flote en un segundo; lo suficiente para que una pareja que venía en un bote (y que
no nos había visto hasta ese mismo momento) nos sacara y pusiera a salvo.

Ya me había olvidado de aquella promesa que hice al Señor, pero esta vez pensé” –“Oh Dios, si Tú
me salvas ahora, haré lo que Tú quieras”. En aquellos momentos, un enorme policía me sujetaba del
brazo y recuerdo muy bien que estaba muy enfadado conmigo, por cuanto yo había hecho algo que él,
con sobrado motivo, odiaba. Mas cuando empecé a llorar, me miró sorprendido y me preguntó: -“¿Te
gusta esa clase de vida?”
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Contesté: -“Señor, ¡la odio!”


Entonces me llevó a un parque cercano y me hizo estar allí sentado, por espacio de tres horas, hasta
que me espabilé. Después me dejó marchar con la promesa de que me portaría mejor.

EL PRINCIPIO DE COSAS MEJORES

Esto ocurrió un viernes por la noche, y el domingo por la tarde fui a la iglesia. Vivía en una pequeña
ciudad de 5.000 habitantes, donde había cuatro congregaciones con sus respectivos grupos de jóvenes.
Pero, aunque había algunos chicos de mi edad entre ellos, no había nadie en quien Dios pudiera poner
Su mano sobre él y decirle: -“Tengo un trabajo para ti”. Ninguno había que fuese creyente y a quien
Dios pudiera guiar hacia Dawson Trotman para contarle la historia de la redención.

Dios escogió a dos maestras de la escuela, las señoritas Mills y Thomas, para que tuvieran un papel
importante en mi conversión a Cristo. La señorita Mills enseñaba Ciencias, y yo había sido uno de los
alumnos que más quebraderos de cabeza le había causado. Apuntó mi nombre en su lista de personas
por las que oraba, intercediendo por mí diariamente por más de seis años.

El mismo viernes por la noche en que fui arrestado, ella estaba en casa con la señorita Thomas
escogiendo diez versículos bíblicos referentes a la salvación. Iban destinados al grupo de jóvenes, para
que éstos los aprendieran de memoria. Poco se figuraba ella que el muchacho por el que había estado
orando durante seis años consecutivos, iba a aprender aquellos mismos versículos. Llegado el domingo,
decidí asistir a la reunión de jóvenes. La sala donde acostumbraba yo jugar al billar y a apostar dinero
en toda clase de juegos sólo distaba media manzana de la iglesia. Así que miré a mi alrededor para
cerciorarme de que no era visto por mis compañeros de juego, y me deslicé calle abajo hasta el local
anexo a la iglesia para reunirme con los jóvenes.

Una pareja de novios, que me conocía por ir juntos al colegio, estaba a la entrada del templo. Me
reconocieron y me dieron una calurosa y cariñosa bienvenida:

-“Anímate, Dawson, vamos a empezar un concurso esta noche”.


-“Anda, ponte en mi grupo”, me dijo Juanito.
-“No, ponte en el mío”, insistió Alicia. Me puse de parte de mi antigua compañera. Me dio una tira
de papel y me dijo: -“Guárdate eso”.

Entramos y los jóvenes tuvieron los preliminares de la reunión, como de costumbre. No recuerdo lo
que allí se dijo, salvo que discutieron acerca de una fiesta y un concurso en el que se iba a dar puntos
por diferentes motivos, entre ellos por aprenderse porciones de la Biblia de memoria.

-“ Y ¿Qué hago con este papel?”


-“ ¿Ves esos números?”, me dijo Alicia. “Indican un capítulo y versículo de la Biblia. Si logras
aprender un versículo, te dan cinco puntos, y si diez, ganas cincuenta”.

Volví a casa, sacudí el polvo que se había amontonado sobre mi Nuevo Testamento, y en el
transcurso de la semana, me aprendí los diez versículos. Ahí me tenían, un inconverso, aprendiendo
pasajes como éstos:

-“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). –“La paga del
pecado es muerte” (Rom. 6:23). – “De cierto, de cierto te digo: el que oye mi palabra y cree al que me
ha enviado, tiene vida eterna, y no vendrá a condenación mas pasó de muerte a vida” (Juan 4:24). Y ese
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pasaje de Juan 1:12 figuraba también entre los diez versículos: “Mas a todos los que le recibieron, ...les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios””.

El siguiente Domingo, mi grupo se colocó en cabeza, gracias a mis cincuenta puntos y Alicia me
señaló otros diez versículos para memorizar. Las señoritas Mills y Thomas pensaron que si alguien era
capaz de aprender los diez primeros versículos, podría aprenderse otros tantos; pero esta segunda
decena tendría que ser para recién convertidos, a fin de ayudarles en su vida cristiana. ¡Con cuanta
intensidad no oraron ellas por mí, aquella primera semana!

Entre esa nueva lista de versículos, se encontraban los siguientes: -“Por tanto, si alguno está en
Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas” ( II Cor. 5:17).
–“Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del mal” (II Tesal. 3:3). –“Si confesamos nuestros
pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan
1:9).
Volví al Domingo siguiente y conseguí otros cincuenta puntos para el grupo “colorado”. Así, con mi
ayuda, los “colorados” adelantaron a los “azules” y ganamos el concurso.

COMO DIOS OBRA EN UN ALMA

Ya llevaba tres semanas de asistir a aquellas reuniones de jóvenes cuando ocurrió algo inolvidable.
Iba caminando con aquellos veinte versículos bíblicos almacenados en un rincón de mi memoria, yendo
a mi trabajo, pensando en mis propios negocios y con el paquete del bocadillo en la mano. Tenía honda
conciencia de mi pecado y de que esa promesa que hice a Dios aquella tarde en que el policía me
llevaba a la cárcel, no había cambiado mi vida. El ir a las reuniones de jóvenes los domingos, tampoco
me había cambiado. Sabía que era el mismo. Pasaba las noches del lunes, martes, miércoles, jueves,
viernes y sábado en las tabernas y cervecerías... e iba cada domingo a la iglesia. Intentaba engañarme a
mí mismo, pensando: “Soy un poco mejor, y supongo que el asistir a las reuniones no me hará daño”.

Pero la señorita Mills seguía orando y la Palabra de Dios obraba en mi conciencia. Aquella mañana,
mientras iba caminando, el Espíritu Santo me trajo de repente, uno de aquellos versículos a mi mente:
-“De cierto, de cierto, te digo, el que oye mi Palabra y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna”.
(Juan 5:24).

Aquellas palabras: “tiene vida eterna” se clavaron en mi mente. Dije: -“Oh, Dios, ¡eso es
maravilloso! ¡Vida eterna!” Saqué mi Nuevo Testamento del bolsillo y busqué afanosamente el pasaje:
efectivamente, allí estaba “...tiene vida eterna, y no vendrá a condenación; mas pasó de muerte a vida”.

Recuerdo que fue allí donde de mayor, oré por primera vez fuera de toda sensación de peligro. Hasta
entonces, sólo había orado cuando me encontraba en apuro, o cuando tenía dificultades con la policía;
pero ahora era muy distinto. Dije: -“Oh, Dios, sea cual fuere el sentido de este pasaje, quiero tener vida
eterna”. E inmediatamente, el Espíritu Santo trajo a mi mente Juan 1:12; “Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Volví a hojear
mi Nuevo Testamento y encontré que estaba escrito del mismo modo que lo recordaba. Clamé
nuevamente al Señor: -“Oh, Dios”, le dije, “cualquiera que sea el significado de aceptar a Jesús, con
todo lo que implica, yo lo hago ahora mismo”. Este fue mi nuevo nacimiento.

¿Sabes por qué lo supe? Desconocía aún el siguiente versículo que habla del nuevo nacimiento: “a
todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de
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Dios” (Juan 1:12,13); pero un cambio manifiesto se había verificado en mí. Ya no pude disfrutar por
más tiempo escuchando chistes soeces, ni tomando el nombre del Señor en vano. Anteriormente, me
divertía soltando “tacos” y palabras obscenas cuando me enfadaba, pero aquello se me hizo
desagradable. Cuando clamé al Señor, pidiéndole ayuda, el Espíritu Santo trajo a mi mente uno de
aquellos veinte versículos: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados”. Por lo tanto, clamé fervientemente: -“Sí, Señor; ¡perdóname!”

La Biblia nos enseña que si un hombre puede refrenar su lengua, puede refrenar todo su cuerpo. Esa
fue una de las primeras lecciones que aprendí al iniciar mi vida cristiana; es, asimismo, una de las
razones pro las que me entusiasma ver a un cristiano recién convertido empezar a grabar la Palabra de
Dios en su corazón. Si no hubiera sido por aquellos veinte versículos aprendidos de memoria, hubiera
vuelto al baile y a las tabernas.

Inmediatamente después de mi conversión, empecé a estudiar un versículo diario por espacio de tres
años, al final de los cuales había memorizado mis primeros mil versículos.

Cuando fui a ver al pastor de mi iglesia, para que me ayudara a llevar a otros a los pies de Cristo, me
dijo: -“Muchacho, en la Biblia hay una respuesta a cada excusa que puede presentar el ser humano para
no acudir a Cristo”. Asentí plenamente a sus palabras. Luego me fui a orar a sola, y dije: -“Señor, si hay
una respuesta para cada excusa que pueda presentar el hombre, te prometo que jamás me agarrarán con
la misma excusa dos veces”.

Era una pequeña promesa, fácil de guardar por cuanto sólo hay un reducido número de excusas, pero
cambió el curso de mi vida. Estos principios fueron como la semilla de donde nació y creció la obra de
“Los Navegantes”.

HAY QUE PEDIR A DIOS GRANDES COSAS

Un día dije a mi segunda hija, que tendría entonces unos siete años: -“Si terminas todo tu trabajo
para el viernes por la noche, te prometo un paseo a caballo”. Luego oí a mi hijo Bruce, algo mayor que
ella, susurrándole al oído: -“A lo mejor, no lo tendrás; a mí me prometió lo mismo una vez, y no
cumplió su promesa...”

Era verdad; había hecho aquella misma promesa al chico, pero luego se me fue por completo de la
memoria. Como es natural, tan pronto como me enteré de lo que decía a su hermana, cuidé de que no
pasaran veinticuatro horas sin que tuviera su paseo a caballo. No hubiera tenido muy buena opinión del
hombre que, tras prometer algo a su hijo, luego se negara a cumplirlo.

Dios dice en Su libro: -“Qué hombre hay de vosotros, a quien si su hijo pidiera pan, le dará una
serpiente? Pues si vosotros, siendo malos sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuándo más
vuestro Padre que está en los cielos, dará buenas cosas a los que le piden? (Mateo 7:9-11).

En este mismo sentido, lee lo que Dios promete en Jeremías 33:3; “Clama a mí, y yo te responderé, y
te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. Este versículo viene a decir que si tú le pides a
Dios cosas grandes, El te contestará, y te mostrará lo que ni siquiera hubieras podido imaginar.

Cabe que alguien diga: -“Bueno, puede que esto haya ocurrido en aquella época, pero lo que es
ahora...” Para esto también existe la contestación en el Nuevo Testamento: -“Y a Aquel que es poderoso
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para hacer las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que
actúa en nosotros...” (Efesios 3:20).

Todo aquel que conoce realmente a Jesucristo tiene una garantía en los cielos; sabe que tiene allí
entrada, que Dios le escucha.

Cuando dices: -“Padre que estás en los cielos”, hablas a Dios Padre, Hacedor del Universo y de
cuanto existe, al que sostiene los mundos en Sus manos. Y ¿Qué le pides? ¿Chucherías? ¿Juguetes? ¿O
la conversión de continentes enteros? Es trágico pensar en las ñoñeces o en las cosas insignificantes
que pedimos al Todopoderoso. Cuando Él nos dice: -“Clama a mí y te responderé, y te enseñaré cosas
grandes y ocultas que tú no sabes” debemos creer que sus palabras expresan realmente Su voluntad,
que son veraces en todo.

UNA REUNION DE ORACION DE SEIS SEMANAS

Pedí a un amigo mío –a quien llamaré Ricardo- si quería unirse conmigo en oración, basándonos en
aquella gran promesa; y asintió gustosamente. Pensamos que lo mejor sería no aventurarse.
Escudriñamos algunos pasajes de la Escritura que tratan de la inoportunidad en la oración; luego leímos
que el mismo Señor madrugaba para orar en los lugares desiertos, y así decidimos reunirnos cada
mañana en la cumbre de una colina, lejos de los ruidos y de las cosas que podían distraernos.
Convenimos encontrarnos con Dios cada mañana, de 5 a 7, domingos inclusive.

Ricardo era fontanero y yo conductor de camiones; ambos teníamos que ir a trabajar a otra ciudad y
estar allí alas 8 de la mañana. Decidimos reunirnos durante dos, tres, cinco o diez semanas; durante un
año inclusive, si fuese necesario; pero no cejaríamos hasta que, de algún modo, desde lo más hondo de
nuestro ser, pudiéramos decir a Dios: -“Creemos que Tú nos has oído; creemos que Tú nos concederás
lo que te hemos pedido.”

Decidimos empezar a orar por lo que estábamos haciendo, por la gente que nos rodeaba diariamente,
y para que tuviésemos corazones abiertos, a fin de que Dios pudiera ensanchar nuestra visión espiritual
hasta el máximo.

Nos sentimos desafiados por un pasaje como Hechos 1:8: “...y me seréis testigos en Jerusalem, en
toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Ibamos a dejar que Dios nos guiara por su
Espíritu Santo para pedirle las mayores cosas que cabe suplicar.

EL PRINCIPIO DE LA OBRA DE DIOS

El Señor ya obró de modo señalado en nuestra ciudad natal. Aunque hacía poco que era cristiano, me
habían encargado una clase de escuela dominical con seis niños. Antes de que diera mi primera clase, el
superintendente de la escuela dominical me dijo: -“Mira, Dawson; vamos a confiarte esta clase y amos
a orar mucho por ti, porque esta clase ha desacreditado ya a dos de sus profesores”.

-“Qué quiere usted decir?”, le pregunté

-“Muy sencillo: ya hay dos monitores que se dieron por vencidos; no lograron que estos chiquillos
les escucharan”. Yo ya había orado sobre este particular, y el Señor me había dado los corazones de tres
de estos niños.
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El primer domingo, no me escucharon, por supuesto; pero lo presenté al Señor en oración: -“Oh,
Dios, preparé cuidadosamente la lección y estos niños no me hicieron el menor caso. ¿Cómo podría
ganarlos para Ti? Tú los hiciste, ilumíname; dame alguna idea”.

El mismo Señor me ayudó. Fui a ver a Jorge. El jefe de la pandilla, y allí mismo, ya aprendí algo. Un
niño se muestra diferente cuando le hablas a solas; Jorge cesó en sus travesuras cuando le miré a los
ojos.

-“Sabes qué, Jorge?” (yo ya había leído el capítulo 4 de Marcos, donde dice que el sembrador salió a
sembrar y Satanás se llevó la simiente) “el Diablo no tenía que haber estado el pasado domingo en la
escuela dominical, pero lo hizo valiéndose de ti. Mientras yo intentaba dar y explicar la Palabra del
Señor a los demás niños, tú estabas distrayendo su atención. Por tu culpa, los otros cinco no
entendieron lo que Dios quería que oyesen”.

Jorge pareció conmovido.

-“Oh”, me dijo, “¿Qué debo hacer?” Y, aunque esto no sea muy buena teología, le contesté lo
siguiente: -“Mira, vuelve el domingo que viene y pórtate como un buen chico, como un verdadero
ángel, ¿me oyes? Puede ser que así quizás te perdone el Señor. Cuanto más bueno seas, más
posibilidades habrá de que Dios te perdone”.

El no estar muy ducho en teología no fue impedimento alguno para que mi reprimenda surtiera
efecto. Desde aquel entonces, la clase estuvo atento y Jorge llegó a ser salvo, al igual que lo fueron
Jaime y sus demás compañeros. Hubo tanto interés que no pudimos acabar con nuestras lecciones; nos
dimos cuenta que debíamos reunirnos entre semana; y aquella pequeña clase de seis chicos creció hasta
convertirse en una de 225 niños que habían aceptado al Señor. En total, aquella escuela dominical
aumentó de 100 a 400 alumnos.

Tanto Ricardo como yo habíamos presenciado esa victoria, y él estaba ayudándome con los
pequeños. Allá arriba, en la cumbre del monte, empezamos a orar por cada uno de estos niños,
nombrándolos ante el Señor uno por uno.

Por aquel entonces nos llamaron de otras ciudades para ir a ayudarles en el trabajo de evangelización
entre los niños; en vista de lo cual, empezamos a interceder también por todos aquellos sitios. Así
oramos por Pasadena y por Redondo Beach; pero, a medida que pasaban las semanas, nos hallamos
casi sin darnos cuenta, que estábamos orando también por Los Angeles, San Francisco, Sacramento y
San Diego. Al iniciar estas reuniones de oración por las mañanas, nos parecía algo tremendo interceder
a favor de esas grandes ciudades, pero pronto ya no nos pareció que fuese así, y pedimos a Dios que El
nos usara en aquellos lugares.

ORACION AMPLIADA

Al cabo de la cuarta semana, deje a mi compañero:


-“Ricardo, ¿estarías dispuesto a pedir a Dios que nos utilice en cualquier estado de los Estados
Unidos?”

-“Por cierto; El es Todopoderoso”, me contestó


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Así hicimos una lista de los 48 estados y empezamos a orar por cada uno de ellos. Mañana tras
mañana, en nuestras pequeñas reuniones de oración mirábamos nuestra lista y pedíamos al Señor que
nos usara, a nosotros y a otros jóvenes, en Washington, Oregon, California y en los demás estados de la
Unión. Pasaron cinco semanas sin que faltásemos a las cuatro de la madrugada y pasábamos tres horas
en oración Durante la sexta semana, el Señor nos indujo a conseguir un mapa del mundo entero, y lo
llevamos con nosotros en nuestro pequeño refugio en la cumbre del monte. Así, comenzamos a apuntar
con el dedo los siguientes países: Alemania, Francia e Italia. Luego empezamos interceder por Turquía
y por Grecia. Aún me recuerdo cuando me fijé en una isleta cerca de la costa de China (había que mirar
el mapa muy cerca para saber lo que era), y oramos para Dios nos utilizara en las vidas de los hombres
de Formosa.

Nos hubiera sido imposible orar de este modo durante la primera semana; no es que el factor tiempo
tenga algo que ver en cuanto a si Dios no oye o no; lo que sí creo es que el tiempo desempeña un papel
importante en cuanto al crecimiento de nuestra fe, a medida que vamos orando y suplicando al Señor.
No creo que Dios conceda muchas cosas a aquellos que hacen una breve oración, (y cuanto más corta,
mejor para ellos) por las mañanas y por las noches, a fin de acallar sus conciencias. Si no puedes
reservar media hora diaria para estar a solas con tu poderoso Dios y Rey, dudo muchísimo que El vaya
a utilizarte para hacer grandes cosas.

GANAR ALMAS EN EL HOGAR

Mi esposa y yo, leímos en Isaías 60:11: “Tus puertas estarán abiertas de continuo; no se cerrarán de
día ni de noche”, y lo tomamos como lema para nuestro hogar. Nos casamos un domingo, y abrimos
nuestra casa el miércoles siguiente. En aquel entonces, vivíamos en la costa del Pacífico. No pasó
mucho tiempo hasta que el primer marinero que habíamos acogido en casa aceptó al Señor. Desde
entonces, hombres de cada uno de los 48 estados han encontrado al Señor en nuestra casa. Hubo un
período de seis meses durante el cual rara vez tomamos solos nuestro desayuno o cena, ya que siempre
había marineros para acompañarnos. Yo creo con todo mi corazón que para alcanzar con el Evangelio a
personas en 48 estados, debes haberlas alcanzado en un solo estado. Y antes de que puedas alcanzarlas
en un estado, debes haber llegado a ellas en una sola ciudad. Y antes de que puedas alcanzarlas en toda
una ciudad, debes haberlo hecho en una sola calle. Cualquier persona que sepa cómo ser salvo, y lo es,
tiene suficiente conocimiento, si lo comunica a otra para llevar a esta persona a los pies de Cristo.

EL TEMOR DE GANAR ALMAS

A veces, casi temo pedir al Señor que me otorgue la conversión de un alma, porque sé que si se lo
pido, implicará más trabajo para mí. Hace 29 años que soy creyente, y aún me asusta hablar a un
hombre acerca de la imperiosa necesidad de su salvación.

Tiempo hubo cuando me molestaba sentir ese temor después de llevar tantos años haciendo obra de
evangelización personal, Pero, de pronto, entendí que semejante temor era como una luz roja
intermitente destinada a recordarme que no era “con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dijo el
Señor”. Nunca llegas al punto en que lo puedes hacer por ti mismo: no podemos prescindir nunca del
Señor. Le necesitamos en todo tiempo.

Un día pedí al Señor la conversión de un alma, y luego empecé a buscarla. En aquel entonces,
conducía un viejo Ford, modelo T. Yendo por la carretera, vi a un hombre haciendo auto-stop. Miré
hacia delante y, como había llegado a un cruce, vi encenderse el disco rojo que me obligaba a parar.
Observé al hombre con el rabillo del ojo y me di cuenta que era alto y fornido. No se por qué, pero
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pensé que no era el hombre apropiado. Mientras esperaba el cambio de luces, me pareció que ocurría
algo, porque tardaba mucho en cambiar. Pensé que el auto-stopista se había marchado, pero cuando
miré hacia él, estaba cerca del coche y me devolvió la mirada. Le invité a subir y, en seguida, puse un
tratado evangélico en sus manos. Lo leyó con atención y me lo devolvió.
-“¿Qué le ha parecido?”, le pregunté
-“Me parece maravillosos”, me contestó.

Su respuesta me sorprendió y exclamé:

-“Oh, usted es cristiano!”


-“No - me contestó con un suspiro -, no lo soy.

Durante dos semanas, he asistido a las reuniones al aire libre que se celebraban por estos alrededores,
pero no pude dar un paso hacia delante, no pude hacer algo”.

-“¿Hacer qué?” –Le pregunté


-“Acaso, ¿no hay que hacer algo?”

Detuve el coche cerca de la cuneta, y le dije:

-“Amigo, tengo buenas noticias para usted. Alguien ha llevado a cabo lo que usted nunca hubiera
podido hacer para salvarse”. En vez de hablarle acerca de los requisitos que tenía que cumplir, lo que
este hombre necesitaba era el sencillo Evangelio de la gracia de Dios. Y después de explicárselo
llanamente, él aceptó a Cristo; dejó que penetrara en su vida y fuese dueño de su corazón.

¿Sabes lo que había estado haciendo? Cuando vi a ese hombre tan fornido, un poco “brutote”, pensé:
“Ese no se arrepentirá; no creerá”. Pero esto no era de mi incumbencia. No tenía el menor derecho a
decidir si un hombre aceptaría o no al Señor. Mi obligación era de contarle la historia del Calvario;
indicarle el camino de salvación y dejar que él decidiera.

HACE FALTA ALCANZAR A VECINOS Y FAMILIARES

“De manera que, cada uno de nosotros dará a Dios razón de sí” (Romanos 14:12). Todos tendremos
que comparecer ante el Tribual de Cristo para que cada cual reciba lo que hizo por medio del cuerpo,
ora sea bueno o malo. Y quiero recordarte que aquel que sabe hacer el bien y no lo hace, peca. No
conozco mayor pecado que el de permitir que tu vecino o vecina, que vive en el piso de enfrente o al
lado de tu puerta, se pierda y vaya a l infierno por tu culpa. Tú sabes que la Biblia habla de perdón, de
paz y de vida eterna; pero ellos están muertos aún en sus delitos y pecados, y nunca han abierto el
Libro de Dios, ni tú jamás les hablaste de su maravilloso mensaje.

Volvamos a leer este pasaje de Proverbios: “Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que
están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá El
que pesa los corazones? El que mira por tu alma. El la conocerá, y dará al hombre según sus obras”.
(Prov. 24:11-12).
Al principio de mi conversión, hablé del Salvador; de mi Salvador personal, a mi hermano. Se rió de
mi y me dijo:

-“No me interesa. No me hables más de ese asunto”.


11

Si alguien me dice que no le hable más de Cristo, le hago caso; pero en cambio, hablo de él al Señor.
Tres años más tarde, dije a mi hermano:
-“Rolando, ¿puedo hablarte de Cristo por unos momentos?”

Sonrió y me contestó afirmativamente. El Señor acababa de atraerle a sí. Durante ese tiempo, mi
hermano había podido ver cosas que hicieron mella en su corazón. Tres semanas después, podía leerse
el siguiente titular en el periódico “Los Angeles Examiner”: “UN HEROE ENTREGA SU VIDA PARA
SALVAR A UNA NIÑA”. ¿Podéis imaginar mi estado de ánimo al enterarme que mi hermano ya no
estaba en este mundo? ¿Qué habría ocurrido si yo no le hubiera hablado de Cristo?

El primer viaje que hice en un avión de las “United Airlines”, fue en un “Boeing” de doce plazas. El
trayecto duraba unas tres horas y yo quería testificar de Cristo, más no tuve sosiego hasta cuando sólo
faltaba media hora para llegar. Durante ese breve tiempo, pude hablar a la azafata. Oía con creciente
interés. “¿Sabe usted una cosa?”, me dijo. “nunca había oído esta historia”.

Era miembro de una iglesia cristiana, ¡Pero ignoraba que Cristo había muerto para salvarla! Me dio
las gracias por haberle manifestado que necesitaba ser salva. Evelyn Sandino aceptó al Señor cuando
estábamos llegando a la ciudad de Burbank.

Quince días más tarde, mientras viajaba en tren, abrí un periódico y leí: “UN AVION DE LA
UNITED AIRLINES SE ESTRELLA EN LAS MONTAÑAS DE UTAH, a 40 millas del aeropuerto”.
Allí estaba la fotografía de Evelyn. ¡Era la azafata de aquel fatídico avión! Nadie sabe si una persona
morirá pronto o no.

Ante la necesidad que tenemos de proclamar el mensaje de salvación ahora, no sé lo que Dios hará
p[ara despertar a su pueblo. Pero cuando echo una mirada retrospectiva sobre estos últimos veintinueve
años y veo como Dios se valió de cosas insignificantes para convertirlas en cosas grandes, deseo que
todo el pueblo de Dios haga las mismas benditas experiencias.

POR QUE ALGUNOS SE APARTAN DE DIOS

Ya he contado como Ricardo fue mi compañero de oración en aquella primera época de mi vida
cristiana. ¿Sabes lo que me confesó hace tres años?

-“He logrado que se formara mi séptima iglesia, pero no tengo a nadie en ella que esté enteramente
consagrado a Jesucristo, y no conozco a nadie, entre los que llevé al Señor en los últimos seis meses,
que se haya consagrado plenamente en la forma que tú describes”.

Luego añadió: “Quizá es porque yo mismo nunca me consagré enteramente a Cristo...” Para tan
trascendental asunto, ¡No hay “quizás” que valgan!

Aún recuerdo el hecho que torció su carrera. Ocurrió cuando vivíamos en Long Beach, en el litoral
de California. La banda municipal solía tocar para el público que acudía a la playa los domingos por la
tarde. El Círculo de Pescadores, del cual Ricardo y yo éramos miembros, tenía el derecho de anunciar
al final del programa de la banda, que íbamos a predicar el Evangelio. Cerca del diez por ciento del
auditorio se quedaba a escuchar y entonces los jóvenes se levantaban para testificar de Cristo. Esto lo
hacíamos en el mes de junio, cuando más apetecía tomarse un buen baño; por lo que debíamos escoger
entre dedicar el domingo por la tarde a nadar o consagrarlo a la Obra del Señor. Tanto Ricardo como yo
decidimos reunirnos frente al kiosco de la banda municipal.
12

Un par de semanas después de haber dejado de reunirnos en la cumbre del monte a orar, Ricardo no
apareció por el kiosco. El domingo siguiente ocurrió lo mismo; aquel día, cuando volvía a casa después
de haber dado mi testimonio, adelanté un coche en el que iban Ricardo y su novia, los cuales llevaban
puestos todavía sus trajes de baño. Puede que haya cristianos que hagan esto sin que les atraiga
mayores consecuencias, pero esto era del todo imposible en el caso de Ricardo, por cuanto él había
hecho un solemne pacto con Dios.
No le dije nada, así que no supo que yo le había visto. Cuando le encontré en el Círculo de
Pescadores, el martes siguiente, le di una tira de papel en la que había escrito: “Isaías 58:13-14”.

-“No lo mires ahora”, le dije, “ve, busca a Nancy. Entonces leedlo juntos y orad sobre el particular.
Pero, prométeme que no lo vas a leer tú solo”. Me lo prometió formalmente.
Salí del Círculo y fui a tomar el autobús, pero mientras esperaba en la parada me entró mucha sed y
volví para beber un poco de agua. Allí en un pasillo vi a Ricardo leyendo el papelito que acababa de
entregarle. ¡Había roto su promesa!

He aquí los versículos que hubiera querido que Ricardo y Nancy leyeran juntos: -“Si retrajeres del
día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de
Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus
propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre;
porque la boca de Jehová lo ha hablado”.

Le señalé ese pasaje para que recordara que, el ir a nadar en vez de testificar para Cristo en el día del
Señor, no era tal vez lo mejor para él; pero, desde aquel entonces, no acudió más al kiosco de la banda
municipal.

DIOS TIENE UN PLAN PARA TI

Supongamos que Ricardo hubiese aceptado aquellas palabras de exhortación y hubiera pedido
perdón al Señor. ¿Crees que el Señor le hubiera permitido seguir adelante en la senda que El le había
trazado? No sólo es posible, sino casi seguro.

“Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados y nos
limpie de toda maldad (I Juan 1:9). Creo firmemente que este versículo estará en vigor hasta que
exhales tu último aliento. Si te hubieras alejado del Señor y del camino que trazó para ti, regresa ahora
mismo. Si lo haces, creo que El te permitirá seguir adelante según el plan que El señaló para ti.

NACIDO PARA MULTIPLICARSE

Hace unos años, estando en Escocia, de visita en Edimburgo, me paré unos instantes en la “High
Street”, un poco más abajo del Castillo. Me fijé en un matrimonio que venía en mi dirección,
empujando un cochecito de niño. Parecían muy felices, iban bien vestidos y daban la impresión de ser
gente rica. Mientras pasaban delante de mí, hice ademán de mirar al niño, y ellos al ver mi interés,
pararon y me dejaron contemplar al más pequeño miembro de su familia, mofletudo y sonrosado.

Les contemplé por unos momentos, mientras se alejaban, y pensé en lo hermoso que es el haber
permitido Dios al hombre escoger a una mujer (que le pareció ser la más hermosa y adorable de todas)
y para la mujer escoger a uno entre todos los hombres que haya conocido, para luego unirse en
matrimonio. Han dejado sus respectivas familias y Dios les ha permitido fundar otra, teniendo hijos que
se les parecen. ¿No es maravilloso que un niño que nazca así de una pareja refleje las características
13

tanto del padre como de la madre? Cada uno de ellos ve en esa nueva criatura un reflejo, un parecido de
la persona a quien ama.

El contemplar a aquel pequeñín avivó la nostalgia que tenía por mis propios hijos, a quienes amo tan
entrañablemente y cuyos rostros no había visto por algún tiempo. Estaba aún allí cuando vi acercarse
otro cochecito de niño, Este era de segunda mano y muy gastado. En seguida se echaba de ver que los
padres eran pobres; ambos no estaban muy bien vestidos, pero cuando hice ademán de interesarme por
su retoño, pararon con el mismo orgullo que la anterior pareja para mostrarme un hermoso chico de
bellísimos ojos azules y carita sonrosada.

Y mientras ellos proseguían su camino, pensé lo siguiente: “Dios ha dado a ese niño de padres
pobres exactamente las mismas cosas que al otro: tiene cinco deditos en cada mano, una boquita para
chupar y dos ojos redondos, Si cuida esas manitas, puede ser que, algún día sean las manos de un pintor
o de un músico”.

Entonces me asaltó otro pensamiento: -“¿No es maravilloso el que Dios no haya escogido solamente
a esa gente acaudalada y de esmerada educación, diciéndoles: -“Vosotros podéis tener hijos”; mientras
que a los pobres y carentes de buena educación les hubiera dicho: -“Mas vosotros no podéis tener
descendencia”? Todo ser humano goza, en principio, de este gran privilegio, El primer mandamiento
que recibió el hombre fue el de “Crecer y multiplicarse” En otras palabras, tenía que reproducir su
propia raza. Dios no dijo a Adán y Eva, nuestros primeros padres, que fuesen espirituales; ya habían
sido creados a Su imagen y semejanza. El pecado no había irrumpido aún en el mundo. Dios sólo dijo:
-“Multiplícate” Quisiera que hubiesen más seres como tú, más criaturas hechas a mi propia imagen”.

Desde luego, dicha imagen quedó desfigurada y mutilada por el pecado. Pero Adán y Eva tuvieron
descendencia; empezaron a multiplicarse. Sin embargo, vino un tiempo cuando, por haberse
corrompido la humanidad, Dios tuvo que destruirla casi por completo. Luego, volvió a repoblar la tierra
con sólo ocho personas. Los 3.356 millones de habitantes que pueblan actualmente la tierra proceden
de aquellos ocho que salieron del arca, porque crecieron y se multiplicaron según el mandamiento
divino.

IMPEDIMENTOS

Hay muy pocas cosas que impiden a los seres humanos procrear; la principal de ellas es el no unirse
en matrimonio. Si no quedan vinculados así no se reproducirán. Esta es una verdad que los cristianos
necesitamos aprender en cuanto a la multiplicación espiritual. Cuando alguien llega a ser un hijo de
Dios, debe darse cuenta de que necesita vivir unido a Cristo Jesús. Si quiere ganar a otros para el
Salvador.

Otro factor que puede impedir la procreación es la enfermedad, que debilita el cuerpo, o la
deficiencia de algún órgano necesario para este fin. En el aspecto espiritual, el pecado –bajo cualquiera
de sus formas- puede ser el impedimento para ganar a las almas perdidas para Cristo.

Otro factor que impide tener hijos, es la falta de madurez. En Su infinita sabiduría, Dios no permitió
que los niños pudiesen tener descendencia. Un niño debe crecer primero hasta llegar al grado suficiente
de madurez como para poder ganar lo suficiente para vivir, y una niña ha de ser lo suficientemente
mayor como para poder cuidar de un bebé.
14

Todos deberían nacer otra vez; ese es el deseo de Dios: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7).
Dios no sólo quiso que el hombre viviera y muriera sobre esta tierra; que sólo fuera un cadáver andante
que más tarde habría de ser sepultado. La inmensa mayoría de la gente sabe que hay algo más allá de la
tumba y, por eso, todos los que hemos nacido dentro de la familia de Dios deberíamos esforzarnos para
que otros también nazcan de nuevo.

Ese nuevo nacimiento se verifica cuando un pecador confiesa sus rebeldías y recibe a l Señor
Jesucristo: “...a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios... los cuales no
son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-
13). Este es el nievo nacimiento. Dios quiere que estas nuevas criaturas en Cristo sigan creciendo. Todo
está dispuesto para que crezcan y se hagan maduros. Después, han de multiplicarse, y esto debe
verificarse, no sólo entre la gente rica y bien educada, sino entre toda clase de personas. Todos los que
nacen en el seno de la familia de Dios deben multiplicarse espiritualmente.

En el aspecto natural, cuando tus hijos tienen descendencia, te conviertes en un abuelo; tus padres
son bisabuelos y tus abuelos tatarabuelos.

NIÑOS ESPIRITUALES

Cuando encuentres a un cristiano que no está llevando hombres y mujeres a los pies de Cristo, piensa
que algo no va bien. Cabe que todavía sea un niño Esto no quiere decir que no sepa mucha doctrina, o
que no esté bien formado moralmente por cuanto no oye buenas predicaciones. Conozco a muchos
cristianos que pueden discutir durante horas acerca de las profecías, unos afirmando que vivimos antes
del Milenio y otros que después, y que saben muchas cosas acerca de las dispensaciones; pero que aún
no han alcanzado la madurez espiritual. Hablando de los tales, dijo el apóstol a los Corintios: “De
manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en
Cristo...” (I Cor. 3:1)

Como eran niños pequeños, aún distaban mucho de la edad madura y, por tanto, eran incapaces de
multiplicarse; o, en otras palabras, no podían testificar a los demás y ayudarles a nacer de nuevo. Y el
apóstol Pablo sigue diciéndoles: -“Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois
capaces todavía, porque aún sois carnales, pues, habiendo entre vosotros celos, contiendas y
disensiones, ¿no sois carnales?...” (o sea, obrando como la gente del mundo) véase I Cor. 3:2-3

Conozco a muchos miembros de iglesias, instructores de escuelas dominicales y miembros de las


sociedades misioneras femeninas que gastan parte de su tiempo en colportar chismes acerca de los
demás. Los tales cometieron algo abominable a los ojos de Dios. ¡Cuán horrible es, para un cristiano, el
que oiga algo en contra de otro creyente (sea verdadero o falso), y vaya repitiendo es historia! El libro
de Dios afirma claramente que : “Seis cosas aborrece Jehová, y aún siete abomina Su alma: ... y la
lengua mentirosa” (Prov. 6:16-17). ¡Cuánto pesar no me producen aquellos cristianos que conozco,
tanto hombres como mujeres, que permiten que la mentira se infiltre en sus vidas!

“...el que enciende rencillas entre los hermanos” (Prov. 6:19), es otra de las cosas que aborrece el
Señor. Obrar así, es actuar como niño, y creo que es una de las principales razones por las que algunos
cristianos nunca pudieron llevar a otras almas a Cristo, permitiendo así que entrasen a formar parte de
la familia de Dios por el nuevo nacimiento. Están espiritualmente enfermos; hay algo que no anda bien
en sus vidas. No han llegado al estado de madurez y carecen de aquella comunión con Cristo, propia de
cada creyente.
15

Pero cuando estas cosas están en orden delante del Señor, cualquiera que sean tus conocimientos
intelectuales desde el punto de vista del mundo, puedes convertirte en un poder espiritual. Y, aunque
parezca extraño, esto puede ocurrir al poco tiempo de tu conversión.

La señorita Patricia Campion trabaja de recepcionista en nuestras oficinas de Colorado Springs. Hace
año y medio, aún estaba estrechamente vinculada con la Liga Juvenil Comunista en Gran Bretaña. Un
día, escuchó al evangelista Billy Graham, se arrepintió y aceptó a Jesucristo como Señor y Salvador.
Muy pronto, ella y dos de sus compañeras de escuela de arte dramático a la que asistían, fueron usadas
por el Señor para ganar a otras jóvenes para Cristo. Empezamos a enseñar a Patricia, y a algunas de las
demás jóvenes, a memorizar pasajes bíblicos y a utilizarlos para testificar eficazmente del Señor. Ellas ,
a su vez , enseñaron lo mismo a las chicas que habían conducido recientemente a los pies de Cristo, y
éstas últimas están llevando también el mensaje del Evangelio, extendiéndolo por doquier.
Figuradamente hablando, Patricia es ya "Tatarabuela" y sólo hace un año y cuatro meses que conoce al
Señor.

Siempre ocurre así; conozco a un marinero que, a los cuatro meses de haber aceptado al Señor, ya era
“bisabuelo”/ Había llevado a algunos marineros a Cristo, los cuales, a su ve, habían ganado a otros para
el Señor, y el testimonio de estos últimos llevó a otras almas al arrepentimiento y al nuevo nacimiento.
Sólo hacía cuatro meses que el primer marinero se había convertido.

¿Cómo pudo ser esto? Dios se valió de la exuberancia de los corazones y del primer amor para Cristo
de estos nuevos convertidos para que la simiente incorruptible de Su Palabra saliese de ellos y fuese
sembrada en otros corazones. Allí prendió la santa semilla; la fe vino por oír la Palabra de Dios.
Nacieron de nuevo por la fe en el Señor Jesucristo. Los recién convertidos observaban las vidas de los
que les habían guiado a Cristo, enseñándoles el gozo, la paz y la entusiasta emoción de su nueva vida y
–en su alegría- quisieron que otros compartiesen tan precioso bien.

En todas nuestras reuniones cristianas, estoy seguro que existen hombres y mujeres que han sido
cristianos durante cinco, diez o veinte años, pero que no conocen a alguien que viva ahora para Cristo,
por medio del testimonio de ellos. Fíjense que no sólo estoy hablando de trabajar para Cristo, sino de
producir para El. Cabe que alguien me diga:

-¡Pero yo he repartido cien mil folletos evangélicos!, ¿Le parece poco?

No cabe duda que está muy bien; pero ¿Cuántas ovejas perdidas has traído al redil?

Hace algún tiempo, hablé con 29 candidatos misioneros. Todos tenían sus diplomas universitarios, o
sus certificados de escuelas bíblicas o de seminarios. Por ser miembro de la Junta misionera, tuve que
entrevistarme con cada uno de ellos durante cinco días, dedicando media hora a una hora entera para
cada candidato. Entre las preguntas que les formulé, había dos que son de suma importancia. La
primera tenía que ver con su vida devocional.

“¿Qué tal va tu vida con el Señor?” , les preguntaba. “¿Cuánto tiempo pasas con El en oración?
¿Crees que el Señor está satisfecho con tu vida de comunión con El?”
De este grupo de 29 candidatos, sólo hubo uno que me contestara:

-“Creo que mi vida devocional es lo que debiera ser.” Para los 28 restantes, la siguiente pregunta que
les hacía era:
16

-“¿Por qué tu vida de comunión con el Señor no es lo que debiera ser?” Lo que solían contestarme
era más o menos, como sigue:

-“Bueno, verá usted: estoy ahora en esta escuela bíblica de verano; tenemos un curso acelerado y
muy recargado: hacemos el trabajo de un año en sólo diez semanas. Estamos tan ocupados que nos falta
el tiempo...”

-“Muy bien; volvamos a la época en que estabas estudiando en el colegio o en la universidad.


¿Tuviste entonces una vida devocional victoriosa?”

”Pues... no precisamente.”

Seguimos retrocediendo y nos dimos cuenta que nunca, desde que llegaron a conocer al Salvador,
habían apartado determinado tiempo para sus devociones diarias. Esta era una de las razones de su
esterilidad espiritual: la falta de comunión con Cristo.

La segunda pregunta que les hice fue la siguiente:

-“Piensas salir al campo misionero en el extranjero, y tienes la firme esperanza de que el Señor se
valdrá de ti para ganar a hombres y a mujeres para Cristo, ¿No es así?”

-“En efecto.”

-“Deseas que ellos perseveren luego y vivan una vida victoriosa en Cristo, ¿No es cierto? ¿No
querrás que ellos hagan una simple decisión para Cristo y luego se vuelvan al mundo?”

-“Desde luego que no.”

-“Entonces, ¿puedo hacerte otra pregunta? ¿Cuántas personas conoces –cuyos nombres puedas
mencionarme -, que han sido ganadas para Cristo por tu testimonio y que están viviendo para El?”

La mayoría de ellos tuvo que admitir que estaban dispuestos a cruzar los mares, a gastar meses y
hasta años en aprender un idioma extranjero, pero aún no habían ganado su primer alma que luego
hubiera continuado viviendo para Jesús. Muchos candidatos me dijeron que habían conseguido que
bastantes personas fueran a la iglesia; otros afirmaron que habían persuadido a algunos a levantarse
cuando el predicador invitaba a los pecadores para que lo hicieran. Les volví a preguntar:

-“Y estos que se levantaron, ¿están viviendo para Cristo, ahora?”

Agacharon la cabeza.

-Les pregunté nuevamente -: “¿Cómo se imaginan que por cruzar un océano y hablar un idioma
extranjero con gente que desconfía de ustedes, cuya cultura y forma de vida no les es familiar, van a
poder hacer algo que no han hecho en vuestro propio país?”

Estas preguntas inquisitivas no van dirigidas solamente a unos misioneros, o a unos candidatos
misioneros, sino a todo el pueblo de Dios. Todos Sus hijos hemos de multiplicarnos espiritualmente.
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Hermano, ¿estás testificando para Cristo? ¿estás produciendo fruto para El, trayendo almas
arrepentidas a Sus pies? Si no es el caso, ¿por qué no? ¿Es por falta de comunión, falta de trato íntimo
con Cristo, tu Señor? O bien ¿es porque eres aún un “niño”? “Porque debiendo ser ya maestros,
después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar... “ (Hebr. 5:12).

COMO MULTIPLICARSE ESPIRITUALMENTE

El motivo por el cual no estamos llevando el Evangelio hasta los confines de la tierra no se debe a l
mensaje divino; éste sigue siendo “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom. 1:16)

Hace veintitrés años, acogimos en nuestra casa a un marinero, nacido de nuevo, y pasamos algunos
meses con él, enseñándole a multiplicarse espiritualmente. Nos llevó tiempo, muchísimo tiempo. No
fue un desafío apresurado, que dura media hora, como los mensajes que se dan en la iglesia; ni un adiós
precipitado, con una invitación para volver la próxima semana. Pasamos mucho tiempo juntos. Nos
ocupamos de sus problemas, y le enseñamos no sólo a oír y a leer la palabra de Dios, sino también a
estudiarla. Asimismo le enseñamos a guardarla en su corazón, cual espada de dos filos, para que el
Espíritu la utilizara en el momento oportuno, alcanzando el alma del hombre a quien quería ganar para
Cristo.

Una vez vuelto a su barco, el marinero trabó amistad con varios cristiano, pero ninguno de ellos era
verdaderamente consagrado al Señor. Iban a la iglesia, eso sí, pero cuando se trataba de dar un claro
testimonio para Cristo, se echaban atrás y desaparecían entre la numerosa tripulación. Al cabo de un
mes, el marinero vino a verme y me dijo, acongojado:

-“Dawson, aún no he conseguido que alguien del barco se consagre plenamente al Señor.” Le dije:

-“Escucha, pide a Dios que te conceda uno; no puedes tener dos sin antes haber tenido uno. Ruega al
Señor que te dé un hombre al que ames como a tu propia alma.”

El marinero empezó a orar. Un día vino y me dijo haber encontrado a alguien, y más tarde vino
acompañado de ese joven. Tres meses después de haber estado yo trabajando con el primer marinero,
había ganado a un hombre para Cristo, un hombre de iguales sentimientos. El no era de esta clase de
hombres a los que hay que dar unos “empujoncitos”, y prometer toda clase de premios y estímulos para
que empiecen a hacer algo. Amaba sinceramente al Señor y estaba dispuesto a pagar el precio para
multiplicarse espiritualmente. Consagró lo mejor de su tiempo en la formación y ayuda de ese recién
convertido y, de este modo, ambos marineros comenzaron a crecer y a multiplicarse. Aquello ocurría
por los años 40 en un buque de la Armada Estadounidense; el testimonio de estos dos marineros fue tan
fehaciente, tan lleno del poder del Espíritu Santo, que 125 (¡ciento veinticinco!) miembros de la
tripulación encontraron al Salvador antes de que su acorazado fuera hundido en Pearl Harbor.

De los convertidos que pertenecieron a ese buque de guerra –y que fueron trasladados a otras
unidades antes de su hundimiento- proceden varios misioneros cristianos esparcidos en cuatro
continentes. Antes de la catástrofe de Pearl Harbor, el testimonio se había extendido de barco en barco;
de tal modo que, cuando el ataque japonés, había marineros multiplicándose espiritualmente en
cincuenta barcos de la Armada de los E.E.U.U.

En 1945, cuando finalizó la guerra, los había testificando (y no me refiero a simples cristianos) en
más de mil barcos, así como en muchos campamentos del Ejército de Tierra y del Aire. Cualquier obra,
18

por magna que sea, tuvo un principio. La táctica del Diablo es de paralizar semejantes actividades
cuanto antes; a ser posible, antes de que empiecen. Así lo hará, si tú le dejas.

Hay cristianos cuyas vidas se desarrollan en círculos concéntricos, pero eso no les impide tener el
deseo de ganar a otros para Cristo. Tomemos un ejemplo característico. Supongamos que encuentras a
uno de esos creyentes por la mañana, yendo al trabajo, y que le preguntas:

-“Hermano, ¿por qué vas a trabajar?”


-“¡Valiente pregunta!, tengo que ganar dinero.”
-“¿Y para qué quieres ganar dinero?”
-“Toma, tengo que comprar comida...”
-“¿Y para qué quieres la comida?”
-“Hombre, para cobrar fuerzas, poder trabajar y ganar más dinero.”

-“Y, ¿para qué quieres más dinero aún?”


-“Tengo que comprar una casa, o pagar la renta del piso donde poder descansar, a fin de que mi
trabajo rinda más y pueda aumentar mi sueldo.”

Y así, sucesivamente. Hay muchos cristianos como éste, cuyas vidas son como grandes círculos.
Pero puedes seguir preguntando y decirle:

-“Y además de todo eso, ¿qué haces?”


-“Oh, me las arreglo para encontrar tiempo para servir al Señor. Predico aquí y allá, según tenga
oportunidad.”

En el fondo eso refleja su anhelo de ser un padre espiritual. Está orando a Dios para que le conceda
un alma a quien llevar a Cristo y enseñar en Su camino. Quizá tarde seis meses en conseguirlo. No
debería tardar tanto tiempo a su vez para que alcance a una tercera persona, la lleve a los pies del Señor,
la inicie en el conocimiento de la Palabra de Dios, y la enseñe cómo alcanzar a otros para obrar del
mismo modo.

De esta manera, al cabo de seis meses, este primer hombre habrá ganado a un segundo; y si ambos
hacen otro tanto, al cabo del año serán cuatro. Para aquel entonces, cabe que cada uno de ellos esté
tomando parte en un estudio bíblico, o ayude en la predicación del Evangelio en la calle, sin que por
ello pierda de vista al que ganó para Cristo. Así, al final del año, pueden reunirse los cuatro para orar
juntos y tomar la siguiente determinación:

-“Ahora, no permitamos que nada nos desvíe. Vamos a anunciar el Evangelio a cuantos podamos,
pero pongamos especial interés en una persona hasta que la veamos convertida y triunfando en todos
los aspectos de su vida cristiana.”

Así que, durante los seis meses siguientes, cada uno de esos cuatro puede ganar a otro para el Señor.
Al cabo de año y medio, ya serán ocho. En la dependencia del Señor, todos salen a su vez para testificar
y ganar cada cual un alma y a los dos años serán dieciséis. A los tres años habrá sesenta y cuatro: los
dieciséis se habrán cuadruplicado. Al cabo de cinco años, habrá 1.048. Al cabo de quince años y medio,
habrá 2.176.000.000, cifra que representa la actual población mundial de personas mayores de tres
años.
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Pero, ¡Un momento! Supongamos que estos tres hombres se llaman A, B y C. “A”, lleva a “B” a los
pies de Cristo y le ayuda a testificar. Pero este, en vez de ganar a “C”, se aparta del camino; por lo
tanto, “C” no llega a ser un creyente multiplicándose espiritualmente. Quince años y medio más tarde,
aquella cifra de 2.176.000.000 habrá quedado reducida en 1.000.000.000, o sea, a menos de la mitad de
la cifra inicial, por el único hecho de que el Diablo consiguiera anular el testimonio de “B”.

Dios prometió a Abraham que “...en Isaac te será llamada descendencia” (Gén 21:12). De modo que
Abraham esperó durante largo tiempo a ese hijo. Cuando Isaac nació, se convirtió en el eje de la vida
familiar; todo giraba alrededor de él. Si Hitler hubiera estado presente en aquel entonces y hubiera
matado a Isaac cuando Abraham empuñaba el cuchillo sobre su hijo en el Monte Moriah, el Fuhrer
hubiera matado a todos los judíos de un solo golpe.

Creo que éste es el motivo por el cual Satanás aúna todos sus esfuerzos para conseguir que los
cristianos trabajen, y estén incluso llenos de una actividad febril..., pero que no produzcan; que no
tengan fruto para Cristo.

Creyentes, ¿dónde está el hombre que han llevado a las plantas del Señor? Mujeres cristianas,
¿dónde está la joven?, ¿dónde está la mujer que han llevado a Cristo y que sigue perseverando en El?
¿dónde está?

Recordemos aquella historia, relatada en I Reyes cap. 20 de un soldado a quien confiaron un


prisionero durante la batalla, del cual tenía que responder con su vida, pero que por ocuparse luego “en
una y otra cosa”, dejó escapar al preso. Hoy día, la maldición aquella recae sobre nosotros, por cuanto
estamos afanados para ganar dinero para nuestras necesidades materiales, como por estarlo en
actividades cristianas. Vivimos en una época de mucha actividad o “agitación” espiritual, en la que se
cosecha escaso fruto. Para que lo haya, para que veamos un resultado positivo, hace falta seguir
cuidando y ayudando a los que hemos llevado a Cristo Jesús.

COMO CONCENTRAR NUESTROS ESFUERZOS PARA MULTIPLICARNOS


ESPIRITUALMENTE.

La primera vez que este pensamiento se grabó en mi mente, ocurrió del siguiente modo. Hace cinco
años, vino a verme Billy Graham y me dijo:

-“Dawson, quisiéramos que nos ayudara en nuestra labor de seguir y de ayudar a los recién
convertidos, he estado estudiando la vida de los grandes evangelistas y los pormenores de los grandes
avivamientos y eché de menos un programa para seguir los pasos de los recién convertidos y ayudarles
en su vida cristiana. Por una campaña de un mes de duración, tenemos un promedio de 6.000 personas
que toman la decisión de entregarse a Cristo, Creo que con el trabajo que tú has hecho, podrías venir y
ayudarnos”. Le contesté:

-“Billy, no puedo ocuparme de 6.000 personas a la vez. Siempre trabajé con individuos o con grupos
reducidos.”

-“Mira, Dawson –me respondió -, en cualquier sitio donde vaya, me encuentro con “Navegantes”.
Los encontré en la Escuela Bíblica de Wheaton; están en la “Northwestern” (de la cual él era
presidente, en aquel entonces). Debe haber algo especial en esto.”

-“Pero, no dispongo de tiempo”, le repliqué.


20

El insistió nuevamente. La tercera vez me suplicó con estas palabras: -“Dawson, no puedo dormir
por las noches pensando en lo que les puede pasar a los nuevos convertidos en cuanto termine la
campaña de evangelización.”

Por aquella época, estaba a punto de marcharme para Formosa, así que le dije:

-“Oraré sobre este particular mientras esté en Formosa.”

Llegado allá, un día paseé de arriba abajo por una playa de Formosa durante dos o tres horas, orando
como sigue: “Señor, ¿cómo podría llevar a cabo esa obra? Ni siquiera puedo hacer el trabajo que Tú me
encargaste; ¿cómo podré dedicar seis meses del año a Billy Graham?” Pero Dios añadió esa nueva
carga sobre mi corazón.

¿Por qué tuvo el gran evangelista que pedirme a mí que hiciera ese trabajo? El día anterior a mi
partida para Formosa, le había dicho:

-“Mira Billy, tendrás que buscarte a otro.”

El me tomó por los hombros, clavó su mirada en la mía y me preguntó:

-“¿A quién? Dime, ¿quién se está especializando en esto?” Yo era el que se había consagrado a esa
clase de trabajo.

¿No tendríamos que pedir al Señor: “¡Dame un joven, una mujer, un hombre a quien pueda ganar
para Cristo; o permíteme encontrar a un recién convertido, alguien que acaba de nacer de nuevo para
que le forme en Tu camino, a fin de que él o ella se multiplique espiritualmente!”

¡Cuánto nos afanamos para que las multitudes llenen los asientos de un local evangélico o los
graderíos de un estadio! Pero, ¿dónde está el hombre que has ganado para Cristo? Preferiría tener un
solo “Isaac” vivo, que cien cristianos “muertos”, estériles o carentes del debido grado de madurez.

SIGUIENDO Y AYUDANDO A LOS CONVERSOS

Un día, hace años conducía mi pequeño Ford, modelo T, cuando vi a un joven que andaba a lo largo
de la carretera y haciendo señales para que alguien le recogiera. Paré y le invité a subir. Mientras se
agachaba para entrar en el auto, soltó un juramento y añadió:

-“¡Vaya si es difícil conseguir que le lleven a uno!”

Siempre que oigo usar el nombre de mi Salvador en vano, siento un profundo dolor de corazón.
Saqué un folleto evangélico de mi bolsillo y dije al joven:

-“Toma, amigo, léete esto.”


Me miró sorprendido, se fijó en mi y me preguntó:

-“Oiga, ¿no le vi a usted un algún sitio antes?”


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Le consideré más detenidamente y, en efecto, sacamos en conclusión que nos habíamos encontrado
el año anterior en esa misma carretera. Cuando le recogí en aquella ocasión, se dirigía a un campo de
golf donde actuaba como “cadi”, o sea, como chico que recoge las pelotas. Entró en mi coche con el
mismo juramento que acababa de soltar ahora. Tuve la misma dolorosa reacción y saqué mi Nuevo
Testamento para leerle varios pasajes y enseñarle así el camino de la salvación. El joven dio muestras
de aceptar al Señor Jesucristo como su Salvador. Luego. Al despedirnos, le leí ese versículo de
Filipenses 1:6 para que lo guardara en su corazón: “estando persuadido de esto, que El que comenzó en
vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.

-“Dios te bendiga, hijo. Lee esto”. Le dije al entregarle un Nuevo Testamento, y seguí mi camino
gozoso.

Ahora, al cabo de un año, no había la más mínima evidencia que aquel joven había experimentado un
nuevo nacimiento; era igual o peor que si nunca hubiera oído hablar del camino de salvación en Cristo
Jesús.

Yo tenía una gran pasión por las almas, para anunciarles el bendito mensaje del Evangelio; pero
después de encontrar a ese joven “cadi” por segunda vez, empecé a mirara hacia atrás para buscar a
algunos de mis “convertidos”, a fin de seguir sus pasos y ayudarles en su vida cristiana. En verdad,
aquel encuentro me partió el corazón; parecía como si ese pasaje de Filipenses 1:6 no había dado
resultado aluno.

Un día, un joven creyente armenio vino a mi oficina para hablarme de as almas que había ganado
para Cristo, todos eran armenios como él, y llevaba una lista para poder probarlo. Examiné su lista, y
empecé a preguntarle: -“Bien, ¿cómo sigue ese primero?”

-”Verá usted, no muy bien: se ha vuelto atrás...”

-“Y ¿Qué pasa con el segundo?” Recorrimos así la lista hasta el final, y no había ni uno solo que
vivía la vida victoriosa. Entonces le dije: -“Dame tu Biblia”. Busqué el capítulo I de Filipenses, puse un
cartón debajo de la hoja donde viene el versículo 6, tomé una cuchilla de afeitar e hice ademán de
cortar a lo largo de la página. Asustado, el joven sujetó mi mano y me preguntó:

-“Pero, ¿qué hace usted?”


-“Ya ves, voy a cortar ese versículo; no da el menor resultado...”

¿Saben lo que en realidad no iba bien? Había sacado ese versículo 6 de su verdadero contexto: los
versículos 3 al 7. Al escribir ese pasaje, el apóstol Pablo no quiso decir: “<uy bien, el Señor ha
comenzado una obra; El la acabará, pues”. Sin embargo, esas palabras reflejan la mente de algunos tras
haber ganado a alguien para Cristo; dicen: “Ahora, le encomiendo al Señor”, y no se cuidan más de
aquel converso.

Imagínense que me encuentre con un padre de familia numerosa y le pregunte: -“¿Quién cuida de tus
hijos?”
-“¿De mi familia?, no tengo la menor preocupación; se los encomiendo al Señor...” Inmediatamente
le contestaría:
-“Hermano, tengo un versículo para ti: “Si alguno no tiene cuidado de los suyos, mayormente de los
de su casa... es peor que un infiel” (I Tim. 5:8).
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El apóstol Pablo dijo a los ancianos de la Iglesia en Efeso: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo
el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la Iglesia del Señor...”
(Hechos 20:28). No puedes obligar a Dios que sea el “obispo” (o sea: el sobreveedor, el que mira por
encima del rebaño con el fin de cuidarlo y protegerlo), sino que tú has de desempeñar ese oficio con los
que has llevado a Cristo.

Enfocamos entonces nuestra obra bajo ese nuevo ángulo. Esa búsqueda de los que habían sido
convertidos, para ver si seguían en el camino de Cristo y ayudarles en su nueva vida, continuó durante
dos o tres años antes de que empezara la obra de “Los Navegantes”. Por aquel tiempo, nos ocupábamos
de un número más reducido de conversos, pero les consagrábamos más tiempo. Pronto pude decir lo
que Pablo escribía a los Filipenses: “Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros,
siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, por vuestra comunión en el
evangelio, desde el primer día hasta ahora (Filip. 1:3-5). El apóstol seguía cuidando y ayudando a sus
convertidos mediante la oración y la comunión. Luego, sí podía decir que estaba “confiado o
persuadido de esto, que El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo” (Filip. 1:6). Y en consonancia con esto, leemos en el versículo 7: “como me es justo sentir
esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón...”

Hasta aquel entonces, había descuidado alas personas que Dios había alcanzado por medio de mi
testimonio; había olvidado seguirles en sus primeros pasos. Pero, a partir de entonces, empecé a
consagrarles tiempo y energías. Es por eso que, más adelante, cuando llevé el primer marinero al Señor,
comprendí la utilidad de pasar tres meses enteros con él.
E Isaac engendró a Jacob, y Jacob engendró doce hijos y de ellos nació el pueblo de Dios.

LA OBRA DEL SEÑOR LLEVA TIEMPO

Podemos invertir de veinte minutos a dos horas para llevar un alma a las plantas de Cristo; pero lleva
de veinte semanas a un par de años el iniciarla en el camino de la madurez espiritual; enseñarle cómo
ser victorioso sobre el pecado, y cómo resolver los problemas que irán surgiendo. Debe aprender a
tomar decisiones rectas y adecuadas, y también se le debe poner en guardia contra las falsas enseñanzas
de las diferentes sectas que intentarán atraerle con sus poderosos y múltiples tentáculos.

Pero cuando consigues ganar a alguien para el Señor, has doblado tu ministerio; en realidad, has
hecho más que doblarlo. ¿Sabes por qué? Cuando enseñas a esa persona, ella se fija en la manera en
que lo haces, y te imita.

Si yo fuera la persona encargada de una iglesia, y tuviera ancianos o diáconos para recoger las
colectas y miembros del coro par entonar himnos, les diría: -“Gracias a Dios por vuestra ayuda. Os
necesitamos. Gracias a Dios por todos los trabajos suplementarios que hacen”; pero continuaría
haciendo hincapié sobre la gran obra de crecer y multiplicarse espiritualmente. Todas estas cosas son
secundarias, comparadas con la suprema tarea de ganar a un hombre o a una mujer para Cristo Jesús, y
ayudarle después para que siga creciendo en ese bendito camino.
¿Dónde está el hombre que has llevado a Cristo? ¿Dónde está la mujer a quien ganaste para El? ¿Has
logrado uno solo? Puedes pedir a Dios que te dé a alguien. Escudriñad vuestros corazones. Preguntad al
Señor: “¿Soy yo estéril? Espiritualmente hablando; y si lo soy, ¿por qué?”

Tu falta de conocimientos no debe ser un impedimento mayor en tu camino para ganar a los
perdidos. Al principio de la obra de “Los Navegantes”, a cualquiera de los marineros que estaban
cenando con nosotros en casa se les pedía, al final de la comida, que recitaran un versículo bíblico.
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Lo hacíamos de esta forma: -“Dígannos un versículo que hayan aprendido durante las últimas 48
horas, si lo saben. O si no, citen el primero que les venga a la memoria”. Una noche, mientras
recitábamos los versículos alrededor de la mesa, le tocó el turno a mi hija pequeña, de tres años de
edad. Estaba sentado a su lado un marinero que había venido por vez primera, al que no le pasó por la
imaginación que la chiquilla podía recitar también su versículo; así que, pasándola por alto, abrió la
boca para empezar, cuando ella le lanzó una mirada como diciendo: “¡Yo también soy un ser humano!
¿Sabes?”. Sorprendido, el marinero se calló, y la chiquilla empezó a recitar Juan 3:16 a su manera:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo único, para que todo aquel que en El
cree, no se pierda mas tenga vida eterna”. Ella enfatizó el “todo aquel” porque cuando le habíamos
enseñado aquel versículo, había tenido muchas dificultades en aprender esa expresión. (En inglés es
“whosoever”, que resulta más difícil de pronunciar que nuestro castellano “todo aquel”).

Dos días más tarde, aquel marinero que había estado sentado al lado de mi chiquilla vino a verme y
me dijo: -“Fíjese cómo son las cosas; yo iba a recitar aquel mismo versículo bíblico, porque era el
único que me sabía de memoria. Pero, en realidad, no lo conocía; no supe lo que significaba realmente
hasta que la pequeña Ruth lo recitó. Cuando dijo: “todo aquel”, pensé inmediatamente que esto se
refería a mí también. En aquel preciso momento, acepté al Señor”. Ese joven es hoy misionero en
América del Sur.

Mis suegros no conocieron al Señor hasta varios años después de estar nosotros casados. También en
esta ocasión, Dios se valió de los niños para alcanzar sus corazones sedientos de paz. Cuando Ruth
tenía tres años y su hermanito Bruce cinco, fueron a visitar a sus abuelitos. Mi suegro quiso que le
cantaran unas canciones infantiles. Intentó enseñarles eso de “María tenía un corderito” y “Tengo una
muñeca vestida de azul”, pero los nietos se limitaron a mirar candorosamente al abuelo y a preguntarle:

-“Oye, ¿quién es esa niñita azul?”

El anciano se figuró que aquellos chicos no eran muy despiertos. Entonces intervino mi esposa:

-“Ellos saben unas cuantas cosas. Bruce, recítale al abuelito Romanos 3:23”. Bruce lo hizo sin
titubear. Cuando terminó preguntó –“¿Te digo alguno más abuelo?”

-“¡Claro que sí!” Contestó mi suegro.

Bruce empezó a citar unos quince versículos de la Biblia y la pequeña Ruth intercaló algún otro. El
abuelo estaba encantado. Tomó a los niños por la mano y les llevó a visitar a algunos vecinos, así como
a los tíos que no vivían muy lejos, para mostrarles lo bien que los niños se sabían esas porciones de la
Escritura. Mientras tanto, la Palabra de Dios estaba obrando. Mediante las vocecitas infantiles, el
Espíritu Santo no tardó en plantar la “semilla incorruptible” en los corazones de los abuelos, donde
arraigó y no tardó en crecer. Dice el Salmo octavo: “De la boca de los niños y de los que maman,
fundaste la fortaleza...”

Los que ganan almas, no lo hacen por lo que conocen, sino por Aquel a quien conocen y por lo bien
que le conocen, y por lo mucho que anhelan que otros le conozcan.

-“Sí, pero... tengo miedo de hacerlo”, objetará alguien. Recuerda pues que “El temor del hombre
pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado” (Prov. 29:25). Sólo el pecado, la falta de
madurez espiritual y la falta de comunión con el Señor podrán impedir que te multipliques
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espiritualmente. Además, nada puede impedir que uno que ha nacido de nuevo permanezca adherido al
Señor, si tiene padres espirituales que cuidan de él y le suministran el alimento espiritual que Dios ha
provisto para la nueva criatura.

Las mismas causas producen los mismos efectos. Cuando siembras la semilla de la Palabra de Dios,
obtendrás resultados. No todos los corazones recibirán la Palabra, pero algunos sí lo harán y entonces
experimentarán un nuevo nacimiento. Cuando un alma nace de nuevo, ocúpate de ella con la misma
solicitud que el Apóstol tenía para los nuevos creyentes. Pablo creyó que debía seguir y ayudar a los
que acababan de entregarse a Cristo. Era un evangelista sumamente atareado, pero consagraba parte de
su tiempo a cuidar de sus discípulos. Gran parte del Nuevo Testamento está compuesto por cartas que
el apóstol escribió con este fin.

El apóstol Santiago creía que esa obra era necesaria también: “Pero sed hacedores de la Palabra y no
tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Sant. 1:22). El apóstol Pedro veía igualmente
su importancia, porque dijo: “desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada para
que por ella crezcáis para la salvación” (I Pedro 2:2). Y el apóstol Juan estaba persuadido de su
importancia, según se desprende de sus palabras: “No tengo mayor gozo que éste, el oír que mis hijos
andan en la verdad” (III Juan 4). Todos los escritos de los tres primeros apóstoles citados y gran parte
de los escritos de Juan, son alimento espiritual para cristianos nuevos.

Durante el primer siglo, el Evangelio se propagó con tal rapidez (a pesar de no disponer de radio,
televisión, ni imprenta) por cuanto los que habían nacido de nuevo se multiplicaban sucesivamente.
Pero hoy abundan los cristianos que se limitan a sentarse en los bancos de la capilla, que piensan que si
asisten fielmente a las reuniones, ponen buenas ofrendas en la colecta y logran que la gente de fuera
venga a las reuniones, ya han hecho más que suficiente.

¿Dónde está el hombre que has ganado para Cristo? ¿Dónde está la mujer que llevaste a Sus plantas
puras? ¿Dónde está el joven que nació de nuevo por tu testimonio? ¿Dónde está la muchacha que por
ti conoció el Evangelio de gracia? Todos nosotros, sin considerar nuestra edad, deberíamos ocuparnos
activamente en aprender porciones de la Biblia de memoria. En una clase de estudio bíblico, una señora
de 72 años de edad, juntamente con otra de 78, terminaron el Curso de “Los Navegantes”. Ya habían
almacenado algo que luego podían distribuir con gozo.

Cual si fuere un granero, llena tu corazón con esa preciosa Simiente. Verás como Dios dirigirá tus
pasos hacia aquellas almas sedientas a quienes podrás guiar a Cristo. Ahora, hay muchos corazones
preparados para recibir el Evangelio.

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