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EL TPP: o cómo ceder

soberanía por secretaría


Por : José Gabriel Palma en OpiniónPublicado: 03.11.2015

La tesis de los negociadores del Tratado Transpacífico es que


los consumidores deben ser protegidos del gobierno y no de
las corporaciones, señala el economista José Gabriel Palma en
esta columna. Los países suscriptores, dice, restringirán su
autonomía al aceptar que cortes supranacionales juzguen los
reclamos de las multinacionales. ¿Qué pasará si el gobierno
decide subir significativamente el salario mínimo, rechazar un
proyecto por su daño ambiental o crear una AFP estatal? La
respuesta, señala, es simple: “Las multinacionales podrán
recurrir a las nuevas cortes Mickey Mouse para pedir
compensación”.
Después de cinco años de negociación y siete desde que la idea fue
planteada por primera vez, 12 países, incluido Chile, acaban de llegar a
acuerdo sobre el Tratado Transpacífico o TPP (Trans-Pacific
Partnership). De aprobarse, sería el mayor acuerdo de este tipo desde el
pacto multilateral de Uruguay de 1994. Entre los muchos objetivos que se
han destacado está liberalizar el comercio y armonizar la regulación en una
amplia gama de sectores, incluyendo los aranceles agrícolas, y las patentes
y los derechos de autor. También, y como objetivo estratégico fundamental,
el TPP busca crear una instancia supranacional para que las
corporaciones (especialmente las internacionales) puedan demandar a los
gobiernos en cortes especialmente diseñadas para dicho fin, si sienten que
han sido tratadas de forma que las perjudica.

José Gabriel Palma (Foto de Rafael Palma)

Al reconocer esta nueva institucionalidad, los Estados miembros aceptan


que en el futuro parte de sus atribuciones queden limitadas por estas
instancias supranacionales, las cuales pasan a estar por sobre sus
parlamentos y sistemas judiciales. Por ello, sorprende que hasta ahora este
tratado haya sido presentado como si fuese fundamentalmente algo
comercial, cuando este otro aspecto es de una envergadura mucho mayor.
Entre otros cosas, con ello se acepta, ni más ni menos, que corporaciones
multinacionales y dichas cortes tenga el derecho a restringir
significativamente la libertad de acción de gobiernos elegidos
democráticamente en una amplia gama de materias fundamentales para el
desarrollo, como el bienestar, el crecimiento y su sustentabilidad.

Proponentes del tratado dicen que ya era tiempo de desbloquear La Ronda


de Doha, estancada por 14 años. El TPP podría re-estimular la globalización
y el crecimiento, en especial en sectores cuyo acceso ha estado limitado,
como la agricultura. Sin embargo, sus propias estimaciones sugieren que el
PIB de los países en cuestión podría aumentar en promedio apenas un 0,5%
en los próximos cinco años. ¿Tanto ruido por tan pocas nueces? Incluso
medios normalmente muy favorables a este tipo de tratados, como
el Financial Times, han dicho que es poco probable que dicho tratado
revierta la reciente desaceleración del comercio mundial.
Críticos del TPP enfatizan que el acuerdo va a colocar un techo muy bajo a
los salarios, en especial en países de ingreso medio, como
Chile, perpetuando en ellos la desigualdad. A su vez, limitaría la posibilidad
de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores (pues incentivará
el race to the bottom).
¿Qué pasaría mañana, en la era del TPP, si un gobierno decide
hacer algo de verdad respecto de nuestros salarios de
ineficiencia, y resuelve, por ejemplo, subir en forma ordenada
(pero significativa) el salario mínimo? Muy simple: ahora las
multinacionales podrán recurrir a las nuevas cortes Mickey
Mouse, para pedir compensación.
También, como se mencionó, preocupa de sobremanera eso de ceder
soberanía en una amplia gama de materias, en términos del nuevo espacio
que permitirá a lo posible. Esté o no uno de acuerdo con la racionalidad,
efectividad y justicia de las nuevas (y muy limitadas) coordenadas de lo
posible, el sentido común indica que una decisión de esta naturaleza
debería tener carácter constitucional. Ya tenemos el precedente de ceder
soberanía por secretaria en el TLC con EE.UU., donde Chile aceptó
emascular su política macroeconómica en materias de control de cambio. La
diferencia es que ahora con el TPP eso ocurre con una gama inmensamente
mayor de materias fundamentales para nuestro desarrollo, tanto humano,
económico, social como político. Lo más probable es que como eso es
impresentable, los spin doctors tiendan a enfatizar otros aspectos del
tratado (igual pasó con el TLC).
Otro aspecto altamente controversial del tratado es que las farmacéuticas
ganaron concesiones asombrosas, las que les permitirá restringir y retardar
nuestro acceso a medicamentos genéricos. Incluso se limitará el acceso a la
información que proviene de la investigación al respecto, la cual es
fundamental para la innovación en dicha materia. Todo esto va a costar
vidas.

Finalmente, se ha criticado el secreto que ha envuelto la negociación, ya


que aún después de haberse llegado a acuerdo en Atlanta (el 5 de octubre),
ocasión en la cual los 12 miembros pusieron su firma al tratado, lo único que
se sabe con exactitud -al momento de escribir esta columna- es gracias
a WikiLeaks. Y si bien el secreto se ha extendido incluso a nuestros
parlamentarios, no ha sido así para un sinnúmero de multinacionales, las
cuales no sólo pudieron ser parte activa de las negociaciones, sino que se
les permitió a más de 500 de sus lobbystas y abogados participar en lo que
eufemísticamente se llamó “colaborar” en la redacción de los acuerdos.
Varios de los negociadores oficiales (delegados de países) ya se están
reencarnando como representantes de las multinacionales en las distintas
instancias del TPP.

LAS CRÍTICAS EN EL CONGRESO DE EE.UU.


Se estima que en algunos países no va a ser fácil ratificar el tratado. Lo
clave es lo que va a pasar en los congresos de EE.UU. y Japón, los dos
pilares del acuerdo. En el Congreso de Estados Unidos los demócratas ya
han criticado su aspecto laboral (lo cual −salvo por WikiLeaks− hasta ahora
sólo conocen (en espera del texto oficial) por resúmenes disponibles en
salas protegidas de lectura). Según un senador demócrata, para las
multinacionales el TPP “es como una gran vasija al final del arco iris, llena
de monedas de oro”. Hasta Hillary Clinton criticó su aspecto laboral, pues
“no pasa ni la vara mínima al respecto”. También criticó la falta de interés
por regular la manipulación cambiaria. Si bien el Presidente Obama ya tiene
el “fast-track”, la nueva alianza (poco santa) entre Clinton, Sanders y Trump
no le va a ayudar.
¿Y si un gobierno decide colocarle un royalty de verdad a las
multinacionales del cobre, para recuperar la renta minera que
aún en la actual Constitución pertenece a todos los chilenos?
La ira de Voldemort caerá como un relámpago
Pero la alianza (aún menos santa, particularmente entre industrias del ayer),
como las tabacaleras, los grandes contaminantes (como los del petróleo y
carbón), Wall Street, Hollywood y los medios de comunicación, junto a las
farmacéuticas no ha escatimado esfuerzo (y gasto) en su apoyo. En
definitiva, la única opción que va a tener Obama para poder aprobarlo en el
Congreso es apoyarse en los republicanos −a riesgo de que cuando los que
mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto- (¿suena
conocido?).

En el caso japonés, Shinzo Abe, el primer líder nacido después del fin de la
Segunda Guerra Mundial, y ex-ejecutivo de una gran acería, es conocido por
su lejanía con los intereses agrícolas que podrían ser afectados. De hecho,
llegó a ser presidente de su partido (PLD) derrotando a quien era entonces
el ministro de Agricultura. Su cercanía a sectores potencialmente
beneficiarios prácticamente asegura su ratificación. Sin embargo, el reciente
cambio político en Canadá es una complicación inesperada, aunque el
fuerte apoyo de Australia y Nueva Zelandia, los que tienen más que ganar
por su gran potencial agrícola y ubicación geográfica, lo compensa.

Hay sectores, como el lobby agrícola en los EE.UU., que están


entusiasmados con la apertura del mercado japonés, aunque no están
igualmente contentos por el mayor acceso australiano a su mercado del
azúcar. La industria automotriz japonesa también ve bien la apertura parcial
del NAFTA en términos de las reglas de origen del sector automotor. El FMI y
el Banco Mundial tienen los dedos cruzados para que el tratado dé un
impulso al debilitado comercio mundial. Pero, a excepción de pocos
productos -como los mencionados- el nivel actual de las tarifas ya es
bastante bajo; y Chile ya tiene tratados comerciales con todos los países del
TPP, incluido con aquellos que se rumorea pueden sumarse más adelante,
como Corea del Sur.

Y China, el mayor socio comercial de la mayoría de los países del tratado, ha


sido excluida deliberadamente del TPP, con el peligro de que el efecto del
tratado, aún en lo comercial, sea negativo, pues sin China el efecto
“desviación de comercio” puede perfectamente dominar al de “creación”.

El tratado también tiene una serie de cláusulas que limitan fuertemente el


campo de acción de empresas estatales, aspecto que domina el modelo
chino, en favor de las multinacionales. Pero con el pragmatismo que las
caracteriza, muchas empresas chinas (incluida estatales) ya están
instalando plantas de ensamblaje en Vietnam para aprovechar las nuevas
ventajas de acceso de ese país al mercado norteamericano.

LAS NUEVAS CORTES “MICKEY MOUSE”


¿Y Chile? Como decíamos, nuestro país ya tiene tratados comerciales con
todos estos países, y el TPP no innova en materias relacionadas a nuestros
principales productos de exportación. Por tanto, poco puede cambiar en esa
dirección. ¿Por qué entonces es tan fuerte el apoyo de la derecha, y tantas
las loas de los viejos estandartes de la Concertación? Una pista: sólo cinco
de los 30 capítulos del tratado dicen relación con comercio internacional.
Otra: nuestro ex-presidente, “the trader’s trader”, fue uno de sus
instigadores. ¿Sería tan arriesgado pensar que el TPP también tiene relación
con la marea político-social que comienza a complicar al modelo neo-liberal
en tantas partes del mundo? ¿Busca el TPP crear un dique de contención al
respecto? En jerga de economista: ya que este modelo pierde su semblanza
a un equilibrio Nash, nuevas instituciones supranacionales, creadas
específicamente para ello, pueden fortificarlo −como cuando un equipo cae
en la tabla, es hora de salir al exterior a buscar refuerzos-.
¿Qué pasaría mañana, en la era del TPP, si un gobierno decide hacer algo de
verdad respecto de nuestros salarios de ineficiencia, y resuelve, por
ejemplo, subir en forma ordenada (pero significativa) el salario mínimo? Muy
simple: ahora las multinacionales podrán recurrir a las nuevas cortes Mickey
Mouse, para pedir compensación.

¿Y si se decide hacer algo radical contra el tabaco? Las corporaciones del


rubro (las únicas que pueden elaborar un producto que se puede vender en
forma legal, y que mata al usuario si éste hace exactamente lo que se le
dice debe hacer con el producto) podrán hacer lo mismo. Y si a una
multinacional se le niega el permiso para llevar adelante un proyecto por
sus daños medioambientales, ésta podrá hacer lo mismo, pero esta vez para
pedir compensación por todas las utilidades que podría haber ganado si se
le hubiese autorizado seguir adelante.

¿Y qué pasaría si un gobierno decide colocar un techo a la tasa de interés


máxima efectiva anual que puedan cobrar las instituciones financieras no
mayor a (digamos) 20 puntos porcentuales sobre la tasa de referencia del
Banco Central? ¿Y si al mismo tiempo transforma al Banco Estado (empresa
estatal, aunque les de vergüenza colocar el “del” en el nombre) en una
fuente realmente efectiva de acceso al crédito barato para personas de
ingreso bajo y PYMES? ¿O si un gobierno decide crear una AFP estatal como
remedio paliativo al actual sistema? (la Comisión Bravo estima que entre los
años 2025 y 2035 la mitad de los pensionados recibirá una jubilación que no
superará el 15% de su sueldo). En estos casos, la compensación a las
corporaciones afectadas podría ser mucho más sustancial por la osadía de
querer usar empresas estatales para interferir en el así llamado mercado
(¿habrá alguien en Chile que todavía crea que lo que existe se asemeja a un
“mercado”?). Si Adam Smith supiera en lo que terminó su quimera…

La hipótesis de trabajo del TPP, como predicaba Milton


Friedman, es que hay que proteger a los consumidores de las
interferencias del gobierno, y no de los abusos de las grandes
corporaciones
¿Y si una futura superintendenta de pensiones, a diferencia de la actual, no
aprueba (y menos en forma express) la creación de una AFP fantasma, sin
infraestructura ni afiliados, cuyo único fin aparente es realizar un “goodwill
tributario”, que permite a la AFP matriz una rebaja tributaria de $ 80 mil
millones? ¿Y si un gobierno decide colocarle un royalty de verdad a las
multinacionales del cobre, para recuperar la renta minera que aún en la
actual Constitución pertenece a todos los chilenos? La ira
de Voldemort caerá como un relámpago.
Lo mismo si el gobierno decide recuperar y licitar las aguas de las lluvias y
las del derretimiento de las nieves, regaladas (¿auto-regaladas?)
deshonestamente por los iluminados de la dictadura; o si se decide hacer
igual cosa con los derechos de pesca, regalados deshonestamente por
nuestra (boleteada) democracia. La nueva institucionalidad supranacional,
en lugar de crear espacios para reparar fraudes sistémicos, los va a
legitimar, pues será mucho más difícil (caro) repararlos.

Y, como decíamos, si se decide implementar nuevamente controles de


cambio, como los del ’90 (tan efectivos en su época, a pesar de su timidez)
−para así poder tener un tipo de cambio más estable y competitivo− no
sólo habría que saltar la vara artificial del TLC, sino que ahora habría
también que compensar a cuanto especulador le de una pataleta. Y
olvídense de la posibilidad de hacer política industrial “vertical”, como en
Asia, pues dicha política es por definición, un mecanismo que interfiere en la
asignación de recursos (con ganadores y perdedores; un ejemplo sería un
royalty diferenciado a la minería del cobre para incentivar su
industrialización).

¿Y si un gobierno decide (¡por fin!) actuar en defensa de los consumidores,


para acabar con tanto abuso? No se sorprendan si en el futuro un gobierno
tenga que ir a pedir permiso a las nuevas cortes para poder mirar dentro de
una salchicha. La hipótesis de trabajo del TPP, como predicaba Milton
Friedman, es que hay que proteger a los consumidores de las interferencias
del gobierno, y no de los abusos de las grandes corporaciones.

EL NOCIVO EFECTO EN EL ACCESO A LOS


FÁRMACOS
Entre los pocos temas en los que ha habido algo de debate, está el de los
efectos del TPP en el precio y en el acceso a fármacos, en especial a los
genéricos. Como en tantas otras áreas, salvo por lo publicado en WikiLeaks,
poco se sabe del detalle del acuerdo, en especial su letra chica. La
preocupación es obvia, dado el abuso sistémico de las farmacéuticas. Por
ejemplo, según un informe de la revista Journal of National Cancer Institute,
11 de los 12 nuevos medicamentos contra el cáncer aprobados
recientemente por la Administración de Alimentos y Medicamentos de
EE.UU. se comercializan a un precio de más de US$100.000 al año ($70
millones, en algunos casos mucho más). Esa cifra es el doble del ingreso
promedio anual de los hogares norteamericanos; y para qué decir de los
otros países del TPP.
Un signo de los tiempos que se nos vienen encima es que hace un mes un
conocido hedge fundmanager compró los derechos de un remedio esencial
para combatir el VIH, e inmediatamente multiplicó su precio por 55 (de
US$13,5 a US$750; o del ya caro $9.300, a más de $500.000 por pastilla).
Todo, por supuesto, en nombre de la ciencia y del progreso. Nuestro
emprendedor ya había sido acusado de ganar plata ilegalmente vía short-
selling acciones de empresas biotecnológicas usando información
privilegiada (que obtenía pagando a funcionarios públicos), y difundiendo
informaciones falsas sobre dichas empresas. ¿Velarán las nuevas cortes por
el juramento hipocrático “En cualquier casa donde entre, no llevaré otro
objetivo que el bien de los enfermos”; o ayudarán al camello a pasar por el
ojo de la aguja?
Cuesta creerlo, pero como explicaba un conocido premio Nobel de Medicina,
“se han dejado de investigar antibióticos porque eran demasiado efectivos y
curaban del todo”. Estas son las farmacéuticas y los especuladores que
ganaron por goleada en la negociación del TPP. A diferencia de un naufragio,
¡sálvense quien pueda (pagar)! Si un nuevo gobierno decide poner orden en
este negocio, la irritación de dichos jueces será bíblica.
Hasta para el New York Times lo que pone en evidencia esta
cláusula es evidente: ‘la prioridad [en el TPP] es la protección
de los intereses corporativos, y no el promover el libre
comercio, la competencia, o lo que beneficia a los
consumidores
Como si todo ese abuso no fuese suficiente, en Chile hay que sumar la
posición prácticamente impune de las cadenas farmacéuticas −tres de ellas
controlan el 90% del “mercado”- que les permite rentar sistemáticamente (a
veces en forma legal, en otras no) de su posición oligopólica. Ello emana de
que el TDLC, que debería velar por la competencia, no es más que un
buldog sin dientes.
Y para qué decir el escarmiento si a un gobierno se le ocurre la herejía de
crear una empresa estatal que produzca masivamente genéricos; o una que
se encargue de velar por una distribución equilibrada; o si decide masificar
el experimento de Daniel Jadue en Recoleta (quien, como buen ciudadano
de origen Palestino, parece tener una genialidad especial para enfrentar
fallas de mercado).

CUANDO EL PASADO NI SIQUIERA HA PASADO


Alguien podría decir, y con razón, que las futuras compensaciones tipo TPP
no tienen nada de original. Cuando en 1834 Inglaterra decidió abolir la
esclavitud, pagó 17 mil millones de libras esterlinas −o US$26 mil millones
(en moneda actual)− como compensación a los dueños de esclavos, incluido
miembros insignes de la House of Lords, muchos de los cuales habían
comprado sus títulos de nobleza con lo obtenido en el comercio de esclavos
(algunos de sus descendientes aún se sientan en dicha ilustre Cámara). Esa
generosidad no se extendió a los esclavos por lo sufrido en tamaña falla de
mercado.
El TPP revela que el pasado ni siquiera ha pasado. Adam Smith ya
condenaba a las elites de su época, por creerse “los dueños del universo”;
por comportarse de acuerdo a lo que él llamaba “su vil máxima: todo para
nosotros y nada para los demás”. Jorge Bergoglio, en su discurso
sorprendentemente directo para un Pontífice, toca el mismo tema:
“Mientras que el ingreso de una minoría aumenta exponencialmente, el de
la mayoría se desmorona. Este desequilibrio es el resultado de ideologías
que defienden la autonomía absoluta del mercado y de la especulación
financiera, negando el rol verdadero del Estado en la economía, que es el
de velar por el bien común. De esta forma, se instaura una nueva forma de
tiranía, aunque a veces ella sea poco visible o virtual, la cual impone sus
propias leyes y reglas en forma unilateral e irremediable”.
Y como en toda tiranía, cortinas de hierro (ahora algo más sofisticadas, del
tipo TPP) son muy prácticas. El objetivo evidente de la nueva
institucionalidad jurídica supranacional que intenta crear el TPP es limitar
(como en el pasado) el campo de maniobra de los gobiernos al área que las
grandes corporaciones consideran “tolerable” en materias que van de lo
salarial a lo tributario, de la regulación financiera a los derechos de los
consumidores, del acceso al Internet a varias libertades individuales, y del
medioambiente a la salud pública. Y ahora nada mejor que cooptar a los
representantes de los agobiados para vender esta pomada.

Una de las cosas que ya se sabe (nuevamente gracias a WikiLeaks) es que


lo que va a primar por sobretodo son “las expectativas de retorno
razonables de las multinacionales” (¿?). Todo esto dentro de un
contexto garcíamarqueano, típico de TLC “moderno” (esto es, uno que
tenga poco que ver con el comercio), llamado “expropiación indirecta”, bajo
la idea de que también se considerará como expropiación “la medida en la
cual la acción del gobierno interfiere con expectativas inequívocas
yrazonables en la inversión“.
Aquí hay tres palabras clave; la primera se refiere a la “interferencia” del
gobierno. ¿Cuál va a ser la diferencia, por ejemplo, entre una interferencia, y
una acción de orientación keynesiana de un gobierno democrático que,
representando la voluntad popular, busque la defensa del medioambiente,
de los derechos de los consumidores, del acceso a la salud, a la educación,
o de la estabilidad macroeconómica? Segundo, ¿quien va a definir qué es lo
“razonable”? Por decir lo obvio, no hay área más relativa que esta. Para mí
seria lo más razonable del mundo que a Jorge Valdivia se le otorgara La
Orden al Mérito, grado Comendador, por su contribución a la genialidad del
mediocampo. Y tercero: ¿qué es una inversión? A diferencia de, por ejemplo,
actividades puramente especulativas, movimiento de capitales golondrinas,
y actividades de traders que sólo buscan beneficiarse explotando fallas de
mercado (muchas veces en el área gris de lo legal).
Con el TPP, a la mayoría de los chilenos también se nos
declara incapaces de decidir en un amplia gama de materias
de política económica, y se nos designa un nuevo curador ad
hoc (cortes títeres supranacionales) para que, otra vez − para
nuestra propia protección y la de nuestros bienes− decida por
nosotros…
¿Son cortes Mickey Mouse, pobladas de jueces que parecen la imagen
popular del juez Griesa, las más indicadas para definir estos temas? No nos
olvidemos que hace muy poco, a pesar de que el gobierno de Chile le había
anunciado a los cuatro vientos que lo que pedía Bolivia era erosionar un
tratado existente, una corte internacional (y una que es de verdad) decidió,
y por gran mayoría, declararse competente en esta materia limítrofe.

Como curtidos vendedores ambulantes, los del TPP agregaron disposiciones


que, aparentemente, atenuaban el impacto de lo anterior, pero todas tienen
sus “normalizadores”. Por ejemplo, un artículo afirma que “no hay nada en
este capítulo que impida a un país miembro regular el medio ambiente, la
salud u otros objetivos de esta naturaleza”. Pero de inmediato agrega: “pero
tal regulación debe ser compatible con las otras restricciones del tratado”.
Monsanto, por ejemplo, no tendrá problema alguno para demandar a
cualquier país que se oponga al uso de sus productos genéticamente
modificados diga lo que diga la regulación existente sobre el medio
ambiente o la salud. Por definición, lo razonable se define como aquello que
quiere Monsanto.

Hasta para el New York Times lo que pone en evidencia esta cláusula es
evidente: “la prioridad [en el TPP] es la protección de los intereses
corporativos, y no el promover el libre comercio, la competencia, o lo que
beneficia a los consumidores”.
En buen castizo, uno va a poder hacer lo que quiera, como quiera y cuando
quiera, siempre que lo que quiera sea lo que el TPP (y sus cortes
versallescas) estipulen como “razonable” (en lugar de “interferencia”), aún
en el caso de que ello se refiera a actividades puramente especulativas (y
muchas veces destructivas).
Cualquiera semejanza con nuestras transiciones a la democracia es pura
coincidencia. En ellas podíamos recuperar nuestra tan deseada libertad de
expresión, siempre que en la práctica no exigiésemos, y finalmente ni
creyésemos, en lo que previamente había estado prohibido decir.
Para decir lo obvio, la modernidad neo-liberal no es más que transformar lo
que Abraham Lincoln llamó “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo”, en el gobierno “del 1%, por el 1% y para el 1%”. Y para consolidar
esta nueva realidad se requiere de muchas cosas, incluida una nueva
jurisprudencia.

EL TPP COMO SEGURO AL INMOVILISMO


El problema fundamental para nuestro modelo neo-liberal es que no hay
muchas formas de ordenar el puzzle para que el resultado sea un modelo
político-económico que le entregue −en democracia, y año tras año− más
del 30% del ingreso al 1% de la población. Cuando comienzan a haber
temblores grado 3, es tiempo de salir a comprar seguros externos que
ayuden la inmovilidad (la alternativa siempre disponible es activar el Exit
Mode, aumentando la inversión externa en el resto de America Latina).
Una forma de comprender el dilema de nuestro modelo neo-liberal criollo, es
mirarlo desde la perspectiva de la teoría del caos: este modelo es como uno
de esos sistemas complejos que son muy sensibles a las variaciones en las
condiciones iniciales. Pequeñas variaciones en dichas condiciones pueden
implicar grandes diferencias en su desarrollo futuro. Esto sucede aunque
estos sistemas son en rigor bastante determinísticos, dado sus condiciones
iniciales. La esencia de un modelo así (a diferencia de lo que nos quiere
hacer creer tanto mandarín del modelo, con sus predicciones apocalípticas a
cualquier cambio, en especial en cuanto al empleo) es que es prácticamente
imposible predecir el resultado de un cambio, por pequeño que sea (siempre
me entretengo tratando de explicar esto a mis alumnos de econometría,
pues cualquier cambio puede generar dinámicas irreplicables).

A diferencia de la física de Newton, que puede entender con precisión el


movimiento de dos cuerpos que interactúan por medio de la gravedad, si un
modelo complejo de acumulación (como el actual) es sujeto a un shock
múltiple, la dinámica del movimiento es impredecible. Por consiguiente,
todo cambio es muy delicado −y resbaladizo-. Cualquier seguro, al precio
que sea −qué importa si éste conlleva perdida de soberanía a cortes de
dudosa reputación− es muy bienvenido.
Y lo de dudosa reputación es porque estas cortes han sido diseñadas
específicamente para maximizar los conflictos de interés de sus miembros.
Los tribunales que van a dirimir los litigios en el TPP serán integrados por
jueces y abogados que van a alternarse en sus funciones. Esto es, rotarán
entre servir como jueces en los tribunales, y actuar en representación de las
corporaciones que llevan sus causas a dichos tribunales. Si como jueces son
afectuosos con las multinacionales, podrán esperar jugosos contratos como
litigantes cuando se reencarnen en el periodo siguiente como simples
abogados.
Para la senadora demócrata Elizabeth Warren (no se olviden de este
nombre), eso ya es lo que botó la ola, o como diría un romano, el non plus
ultra del TPP. ¡Para el Guiness Book of Records! (sección conflicto de
interés). Si hay algo que la ideología neo-liberal domina a la perfección es la
tecnología del poder (una pena que no pase lo mismo con muchas de las
tecnologías productivas).
Por eso, llamar estas cortes “Mickey Mouse”, como lo hago aquí, es
sobrestimarlas −en el sentido que la Real Academia Española define esta
última palabra−, esto es, estimar algo por encima de su valor.
Otro problema fundamental de nuestro modelo neo-liberal es que necesita
sincronizar dos lógicas distintas: la del desarrollo nacional, y la del capital
globalizado (nacional y extranjero). La sorprendente falta de
industrialización de nuestro sector exportador es el mejor ejemplo del
conflicto entre ambas lógicas: como diría un griego, ahí si que no
hay sinfonía entre los intereses de nuestro desarrollo económico y el de las
multinacionales que se quedan artificialmente en lo puramente extractivo.
China: ¡Qué excusa más manoseada!
El supuesto implícito con que se ha trabajado en Chile desde las reformas,
tanto en dictadura como en democracia, es que ambos intereses −los del
desarrollo nacional y los del capital globalizado− son prácticamente
idénticos (como un diagrama de Venn con dos conjuntos que tiene casi
todos sus elementos comunes). Como cada día es más evidente que eso no
es así, un TPP es muy bienvenido para asegurar la primacía del segundo.

Antes de las reformas, la hipótesis de trabajo en política económica fue que


ambas lógicas eran contradictorias; ahora, que ellas son indistinguibles.
¿Por qué será que en lo ideológico la tradición iberoamericana sólo puede
avanzar multiplicando por menos 1, esto es, con retroexcavadoras?
Hirschman nos decía hace años que la formulación de políticas económicas
tiene un fuerte componente de inercia. Por tanto, a menudo éstas se
continúan implementando rígidamente aunque ya hayan pasado su fecha
de vencimiento y se transformen en contra-productivas. Esto lleva a tal
frustración y desilusión con dichas políticas e instituciones que es frecuente
tener posteriormente un fuerte “efecto rebote”. ¡Tanto se ha hablado de la
famosa retroexcavadora de Quintana!

Lo que se olvida es que las retroexcavadoras son endógenas a los modelos


inmovilistas. Los Chicago Boys no fueron una retroexcavadora exógena, ni
menos original del modelo anterior. Ese modelo, por no adaptarse en su
época al cambio (como lo hicieron procesos similares en Asia), generó las
condiciones para tal retroexcavadora. Los Chicago-Boys, con Sergio de
Castro a la cabeza, fueron sólo los yihadistas encargados de manejarla. Y
por eso la retroexcavadora fue tan burda (El Ladrillo); no hay que olvidar
que el núcleo de la gran “modernidad” chicaguense fue simplemente
transformar lo que antes era vicio en virtud, y lo que antes era virtud en
vicio. No se quejen ahora mis amigos neo-liberales si en el horizonte
comienzan a ver una retroexcavadora marca déjà vu.
En otras palabras, hay pocas formas de organizar nuestra economía para
que unos pocos (nacionales y extranjeros) puedan seguir llevándose la
inmensidad que se llevan. La actual está hecha a la medida: lo que prima es
la especulación financiera, todo tipo de rentas oligopólicas, subsidios del
Estado, y la piñata de los recursos naturales (la diferencia entre nuestra
oligarquía y la de los tiempos del Gran Señor y Rajadiablos es que la actual
cree que su derecho de pernada se refiere a los recursos naturales). Y como
acaba de quedar más que en evidencia en estos días con el último
escándalo de colusión, también prima la peor hipocresía: como nos dice un
conocido dirigente empresarial, refiriéndose a la reacción de la SOFOFA y
otros empresarios, “los lamentos por colusión son [sólo] un show”.
En este modelo neo-liberal, el eje de la acumulación son las fallas de
mercado, los privilegios, la poca competencia, las instituciones tímidas, y
una inteligencia “progresista” llena de conflictos de interés. Sólo un
contexto como este puede premiar tanto a especuladores, rentistas
y traders, a los traficantes de influencias políticas y de información
privilegiada.
No cabe duda que eso castiga a la inversión real, a la diversificación
productiva, a la absorción tecnológica y a la industrialización del sector
exportador (pues así pocos se van a molestar en invertir más allá de lo
necesario para depredar recursos naturales en forma competitiva, y
desarrollar actividades no transables de bajo desafío tecnológico). En un
contexto así, la desigualdad es tan melliza de la ineficiencia como la ley de
la gravedad lo es de la manzana: una economía que es un paraíso para
especuladores, rentistas y traders sólo puede ser un purgatorio para el
sector real y los consumidores (el limited access order de Douglas North
intenta mirar en esta dirección).
Y como en democracia no hay muchas formas para organizar esto, para
continuar asegurando el inmovilismo a la mayoría de nosotros se nos tiene
que declarar “interdictos” en un número creciente de materias. Primero se
nos declaró judicialmente incapacitados para decidir en materias de política
monetaria y de tipo de cambio; por tanto, se nos designó un curador
imparcial (Banco Central “independiente”) para que velara por nuestra
propia protección y la de nuestros bienes. Después se intentó colocar una
camisa de fuerza al gasto público. Finalmente, ahora con el TPP, a la
mayoría de los chilenos también se nos declara incapaces de decidir en un
amplia gama de materias de política económica, y se nos designa un nuevo
curador ad hoc (cortes títeres supranacionales) para que, otra vez −y
también para nuestra propia protección y la de nuestros bienes− decida por
nosotros cuál es el rango de lo “razonable” en dichas materias. Regístrese,
comuníquese, publíquese y archívese.
Falta poco para que en una elección presidencial lo que realmente esté en
juego sean temas tan trascendentales como si cambiamos el horario en
invierno, o si el monumento a Sampaoli (muy merecido) debería estar en el
Estadio Nacional o frente a La Moneda (junto a mi Tío Abuelo). Y seguro que
entonces Conicyt abrirá una convocatoria para estudios que traten de
explicar la sorprendente abstención electoral.

No se quejen tanto mis amigos neo-liberales, entonces, cuando aparezca un


populista con una retroexcavadora tamaño XXXL.

Para Žižek, la última victoria político-ideológica es cuando unos comienzan a


contar las historias de los otros como si fuesen propias. Con el TPP, la nueva
(bueno, ya harto vieja) centro-izquierda da cátedra en eso, sin entender que
las cosas están cambiando. Parece que no entienden la regla deloffside. Lo
más inherente del inmovilismo es su falta de ideas. Y como decía
Maquiavelo, eso no sirve ni para ganar a amigos ni para derrotar enemigos.
Según Darwin, al final, el que sobresale, el que tiene éxito en el largo plazo,
no es el más fuerte, ni siquiera el mas inteligente, sino el que se adapta
mejor al cambio. Ahí esta el Talón de Aquiles fundamental del sistema
actual: no puede, casi por definición, adaptarse al cambio. Cualquier cambio
implica gran incertidumbre. El inmovilismo es la única certeza. ¡Nunca nos
ha hecho tanta falta un Piloto Pardo! (y cómo nos sobran los “Sir”
Shackleton).

En resumen: cuando nos insistan que el TPP es un tratado “comercial”; que


abrirá grandes oportunidades a nuestras exportaciones; que nos dará el tan
necesario impulso para salir del actual pantano; que gracias a él nos
codearemos con la mejor gente, sepa que estarán tratando de pasarnos
gatos por liebre. Pues hoy, la mejor forma de pasar gatos por liebre es
llamar al gato libre comercio. De la misma forma que si alguien le
preguntase a Enrique Correa o Eugenio Tironi cuál es la mejor forma de
vender un auto de segunda mano en mal estado, seguro que dirían: llámelo
libre comercio.

Joan Robinson −la mejor economista mujer de la historia− ya nos decía


hace tiempo que “la razón para estudiar economía no es la de adquirir una
serie de respuestas ya elaboradas a problemas económicos, sino la de
aprender lo necesario para no ser engañados por economistas”. Eso es hoy
más cierto que nunca.

Ya era hora de hacerles un margin call a nuestros vendedores del TPP, pues
es el momento de que pongan más sustancia en sus argumentos. Como
dice la canción: fue tu mejor actuación; pero perdona que no te crea, pues
lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien ensayada. Estudiado simulacro.

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