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De manera preliminar al aporte que procuraremos hacer a lo largo del trabajo que introducimos,
podemos ahora de modo global volcar algunas consideraciones generales que nos darán una
primera visión de la complejidad de los temas que hemos tratado, y que ocupan hoy, y desde hace
algún tiempo, un importante lugar en el centro de la mirada crítica de distintos representantes de
sectores sociales diversos, mostrando a las claras no sólo la algidez de las cuestiones, sino
también la resistencia a su debate por algunas parcialidades opinantes.
Es necesario inicialmente un acuerdo conceptual básico, objetivo. Recién superado este aspecto
podrá pasarse al tratamiento sociológico y técnico específico, valorativo o no, de las instituciones
y conductas involucradas en la delimitación del objeto de estudio de trabajos como el que se
prologa.
Haciendo referencia específicamente a temas bioéticos como el aborto, la eutanasia, etcétera,
diremos que han sido por mucho tiempo tratado como tabú, lo que ha arrojado como resultado
una resistencia hacia ellos por parte de algunas orientaciones; actitudes de apelación a los
sentimientos por parte de otros sectores, fundamentalmente los religiosos, evitándose así el
ingreso de los aportes racionales-objetivos; y por otro lado el continuo llamado a debate por parte
del tercer sector social, fundamentalmente integrado por juristas y médicos laicos, agnósticos y
también de católicos, que, apartándose, según ellos, de las falsas morales, procuran fines
pacíficos para vidas humanas que en determinadas circunstancias consideran no son tales en su
sentido integral; o que se encuentran rodeadas de una serie de circunstancias especialísimas que
empujan hacia decisiones también especialísimas y que deben tener acogida en los tiempos que
corren. Este encontronazo inicial divide desde el vamos las posturas, posicionando a cada una en
polos opuestos, y otras en intermedios, discutiendo en torno a la vida y a la muerte -ni más ni
menos-, y sobre las potestades de las personas vinculadas a tales conceptos, tratamiento que
involucra además otros derechos fundamentales como la libertad, en algunas de sus variantes, la
autonomía de la voluntad, y la disposición del propio cuerpo, por ejemplo.
En el ámbito médico la disciplina encargada de emitir las opiniones autorizadas es la Bioética,
dentro de la cual se cuenta con eximios autores que se pronuncian hacia uno u otro de los
extremos de los debates. Los galenos en no pocos casos, y en distintos países, han sido quienes
dieron el puntapié inicial para una posterior regulación legal de estos temas, normativas que han
autorizado intervenciones eutanásicas, por ejemplo, o abortivas, o han prohibido lisa y llanamente
tales acciones, puniendo a sus autores. Estos profesionales se encuentran muchas veces ante casos
que por involucrar múltiples aspectos técnicos –médicos, jurídicos, éticos- que sólo conocen en
parcialidad, no saben cómo abordar, y proceder en consecuencia; y se muestran más
desorientados aún ante la ausencia normativa a su respecto. Por su fundamental intervención,
suelen ser responsabilizados por delitos comunes, creados por doctrinarios y legisladores que no
han podido siquiera prever en lo más mínimo situaciones como las que a ellos le plantea su
profesión en la actualidad.
Esta parte del conflicto ya plantea ab initio la necesidad de una profunda evaluación técnica,
ética, y sociológica de la situación de los galenos, y de su culpabilidad o inculpación.
En el ámbito jurídico, la relevancia de los opinantes no es menos importante que la de los
médicos, amén de tratarse de cuestiones que involucran directamente a la actividad de estos
últimos, ya que en todos los casos se involucran de fondo derechos fundamentales de los seres
humanos. Institutos jurídicos éstos que son protegidos, bienes preciados de manera sublime por
todos los ordenamientos jurídicos de las naciones civilizadas, y a nivel internacional por
organizaciones de gran estirpe e importancia, como la UNESCO, por ejemplo, que precisan de su
delimitación técnica y del análisis de las consecuencias legales dentro de cada bloque normativo,
y del internacional de tratados, convenciones, etc..
Puede apreciarse que los temas que nos propusimos abordar cuentan con suficientes elementos y
aristas como para que se escriban tratados a su respecto, los que, además, deberían ser
interdisciplinarios. No obstante, procuraremos realizar un aporte sociológico y jurídico al
respecto, tratando de no perder de vista el marco social que obliga a la regulación legal de
diferentes cuestiones que actualmente vagan en grandes lagunas legales.
Si bien en relación a todo esto puede cada uno enrolarse en la corriente que considere más lúcida
y sólida, o que más le convenga de acuerdo a la posición que ocupa, no debe dejarse de pensar en
los afectados en cuestión, ya sean médicos, personal no médico, enfermos terminales,
accidentados con lesiones cerebrales severas e irreversibles, víctimas de violaciones embarazadas
a causa de ellas, embarazadas cuyos fetos con hidrocefalia carecen de viabilidad, etcétera; pues
son estos seres humanos los únicos que padecen, ya sea por la enfermedad, el sufrimiento o la
incapacidad, o por el rigor jurídico de un derecho penal que recae de manera vertical y severa sin
comprender lo que realmente sucede en el caso concreto, por carecer de elementos. Es a ellos a
quienes se debe solucionar los problemas con celeridad y respeto por los derechos personalísimos
y fundamentales de acuerdo a las consideraciones jurídicas modernas.
A modo de cierre de esta introducción, nos resulta moralmente obligatorio dejar expresado que
los temas planteados en este trabajo, y específicamente el instituto de la eutanasia, son
merecedores de un profundo debate en todos los niveles y sectores de la sociedad argentina -y
mundial-, sin dilaciones; ya que tras las problemáticas conceptuales, morales, políticas, jurídicas,
y hasta económicas, que surgen inexorablemente de sus tratamientos, hay seres humanos
profunda y manifiestamente afectados en su integralidad, personas que deben necesariamente ser
acogidas dentro del ordenamiento jurídico que impere; y que, bajo ningún punto de vista, pueden
permanecer en lagunas jurídicas, o interpretaciones forzadas de las normas vigentes, destinadas a
otros problemas, con el afán de ser encuadradas en una u otra de las anacrónicas figuras ya
existentes.
Consideramos necesario resaltar en el mismo orden de cosas, que la realidad corriente y sonante
reclama a voz alzada el debate y pronta regulación de estos temas. No lo pide, no lo ruega, lo está
obligando desde hace algún tiempo, lo está ordenando imperativamente.
Como se ha visto hasta aquí, todos los conceptos descriptos precedentemente tienen un
denominador común, la vida, pues permanentemente se gira en torno a ella (a su terminación,
acotamiento, protección, prolongación, etc, etc…), ahora ¿De qué se habla? ¿Qué es vida?
Según la definición de la Real Academia Española, la palabra vida proviene del latín vita, y
comprende una gran cantidad -y variedad- de significaciones, de entre las cuales sólo
transcribiremos las que pueden tener relación con el tema que nos convoca. Así, tenemos que
vida es 1. Fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee. || 2.
Estado de actividad de los seres orgánicos. || 3. Unión del alma y del cuerpo. || 4. Espacio de
tiempo que transcurre desde el nacimiento de un animal o un vegetal hasta su muerte. || 5.
Duración de las cosas. || 6. Alimento necesario para vivir o mantener la existencia. || 9. Conducta
o método de vivir con relación a las acciones de los seres racionales. || 10. Ser humano. || 11.
Cosa que contribuye o sirve al ser o conservación de otra. || 16. ~ animal. f. Aquella cuyas tres
funciones principales son la nutrición, la relación y la reproducción. || 17. ~ de relación. f. Biol.
Conjunto de actividades que establecen la conexión del organismo vivo con el ambiente, por
oposición a la vida vegetativa. || 18.~ espiritual. f. Modo de vivir arreglado a los ejercicios de
perfección y aprovechamiento en el espíritu. || 19. a ~ o muerte. loc. adv. Denota el peligro de
muerte que existe por la aplicación de un medicamento o por una intervención quirúrgica. || 20.
dar algo la ~ a alguien. fr. Sanarlo, aliviarlo, fortalecerlo. || 21. entre la ~ y la muerte. loc. adj. En
peligro inminente de muerte. Estuvo, se encontró entre la vida y la muerte. U. t. c. loc. adv. || 22.
partir, o partirse, alguien de esta ~. frs. morir (llegar al término de la vida). || 23 perder alguien la
~. fr. Morir, particularmente de forma violenta. || 24. salir alguien de esta ~. fr. morir (llegar al
término de la vida).
a) ORIGEN. ASPECTOS FILOSOFICOS. BREVE RESEÑA HISTORICA.
La Historia nos muestra que el problema del origen de la vida ha atraído la atención de la
humanidad ya desde los tiempos más remotos. No existe un sólo sistema filosófico o religioso, ni
un solo pensador de talla, que no haya dedicado su máxima atención a este problema. En cada
época diferente y durante cada una de las distintas fases del desarrollo de la cultura, esta cuestión
ha sido resuelta con arreglo a normas diversas. Sin embargo, en todos los casos ha constituido el
centro de una eterna lucha entre las dos filosofías irreconciliables del idealismo y el materialismo.
Hacia comienzos del siglo pasado, esta lucha no solamente no amaina, sino que adquiere
renovado vigor; ello debido a que las Ciencias Naturales de entonces eran incapaces de encontrar
una solución racional y científica al problema del origen de la vida, a pesar de que en otros
terrenos se habían logrado brillantes éxitos. Se había entrado, por así decirlo, en un callejón sin
salida. Pero tal estado de cosas no era fortuito. Su causa residía en el hecho de que hasta la
segunda mitad del siglo pasado todos, casi sin excepción, se habían obstinado en resolver este
problema basándose en el principio de la generación espontánea. Es decir, con arreglo al
principio según el cual, los seres vivos podrían generarse no solamente a partir de los semejantes
suyos, sino también de una manera primaria, súbitamente, a partir de objetos pertenecientes a la
Naturaleza inorgánica, disponiendo además, ya desde el primer instante, de una organización
compleja y perfectamente acabada.
Este punto de vista era defendido tanto por los idealistas como por los materialistas, limitándose
las discrepancias exclusivamente a las causas o fuerzas que condicionaban aquella génesis.
Con arreglo a los idealistas, todos los seres vivientes, incluyendo al hombre, habrían surgido
primariamente dotados de una estructura poco más o menos igual a la que hoy en día poseen
gracias a la acción de fuerzas anímicas supramateriales, como resultado de un acto creador de la
Divinidad; por la acción “conformadora” del alma, de la fuerza vital o de la entelequia, etc. En
otras palabras, sería siempre el resultado de aquel principio espiritual que, según los conceptos
idealistas, constituye la esencia de la vida.
Por el contrario, los naturalistas y filósofos de fibra materialista partían de la tesis, según la cual,
la vida, lo mismo que todo el universo restante, es de naturaleza material, no siendo necesaria la
existencia de principio espiritual alguno para explicarla. En consecuencia, al ser la generación
espontánea un hecho autoevidente para la mayoría de ellos, la cuestión se limitaba a interpretar
este último fenómeno como el resultado de leyes naturales, rechazando toda ingerencia por parte
de fuerzas sobrenaturales. Creían así que la manera correcta de resolver el problema del origen de
la vida consistía en estudiar, con todos los medios al alcance de la Ciencia, aquellos casos de
generación espontánea descubribles en el medio natural o inducidos experimentalmente.
Sin embargo, diversas observaciones y experiencias cuidadosamente efectuadas y, muy en
particular, las investigaciones de L. Pasteur, demostraron definitivamente lo ilusorio que era el
propio “hecho” de un surgimiento súbito de los seres vivos, aun los más elementales, a partir de
materiales inertes. Quedó establecido con absoluta certeza que todos los hallazgos previos de
casos de generación espontánea habían sido simplemente el fruto de errores metodológicos, de un
planteamiento incorrecto de los experimentos o de una interpretación superficial de los mismos.
El mérito enorme de Ch. Darwin ante la Biología estriba en haber roto con el método tradicional,
metafísico, utilizado para resolver la cuestión del origen de las actuales especies animales y
vegetales. Puso en claro que los seres vivos elevadamente organizados han podido surgir
solamente como resultado de un prolongado desarrollo; gracias a un proceso de evolución de los
organismos, en cuyo transcurso las formas más primitivas se convierten en otras más elevadas
con el correr del tiempo. La aparición del hombre o de cualquier otro organismo altamente
organizado resulta inconcebible fuera de este proceso de evolución, a menos que se recurra a la
intervención de factores sobrenaturales o espirituales de uno u otro tipo.
Ante nosotros se abren perspectivas por completo diferentes si planteamos este problema en
términos dialécticos y no de una manera metafísica; basándonos para ello en el estudio de aquella
evolución gradual de la materia que precedió a la aparición de la vida y condujo a su nacimiento.
La materia jamás permanece en reposo, sino que se halla en constante movimiento, se desarrolla
y, a través de este desarrollo, pasa de una forma de movimiento a otras nuevas, cada vez más
perfectas y complejas. La vida, concretamente, representaría una forma especial, muy
complicada, de movimiento de la materia, que habría surgido como propiedad nueva en una
determinada etapa del desarrollo general de la materia.
Ya hacia finales del siglo pasado, F. Engels había considerado el estudio histórico del desarrollo
de la materia como el método más adecuado para resolver el problema del origen de la vida. Sin
embargo, sus ideas no obtuvieron un eco suficientemente amplio en los ámbitos científicos de la
época.
Ha sido tan sólo en nuestra época, partiendo de una generalización del abundante material
acumulado por las Ciencias Naturales durante el siglo XX, cuando se ha logrado trazar un
bosquejo del desarrollo evolutivo de la materia, llegándose incluso a precisar las etapas probables
que este proceso ha seguido hasta la aparición de la vida. A consecuencia de ello, han quedado
abiertas grandes posibilidades para el estudio experimental del problema de la biogénesis. Pero
actualmente ya no se trata de tentativas desesperadas para sorprender o descubrir casos de
generación espontánea de organismos sino de estudiar y reproducir en el laboratorio los
fenómenos que tienen lugar durante el desarrollo evolutivo de la materia.
b) PRINCIPIO Y FIN DE LA VIDA HUMANA.
Es la discusión sobre el principio y fin de la vida de un ser humano sobre el punto en que se han
centrado las discusiones filosóficas en el transcurso de los dos últimos siglos, encontrándonos,
entre muchas otras, con dos posiciones claramente encontradas, las que de acuerdo al objeto y fin
de este trabajo resumiremos, sin entrar a discurrir todos y cada uno de los puntos que han
ocasionado controversias:
Así, podemos decir con G. Sartori que “vida” no equivale a “vida humana”. También el resto de
las animales, insectos, árboles, hongos, bacterias, etcétera, etcétera…, son seres vivientes y sin
embargo son exterminados, y todo el mundo los mata tranquilamente sin que a nadie se le ocurra
pensar que ello es un pecado, o que esté mal hacerlo. En cambio la vida humana es inviolable y
sagrada ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia?
La filosofía responde que la vida humana es distinta de la vida animal porque el hombre es un ser
capaz de reflexionar sobre sí mismo, caracterizado por la autoconciencia. El animal no sabe que
tiene que morir; el hombre sí. El animal sufre sólo físicamente, el hombre sufre psicológica e
incluso espiritualmente. Y de esta respuesta resultaría que el hombre no es distinto del animal
hasta que llega a ser consciente de sí mismo, hasta que se convierte en un “animal racional”. El
niño recién nacido todavía no lo es. Si muere al nacer, no ha sido consciente de su muerte y no
sufre mentalmente su propia muerte más que cualquier otro animal. Digamos entonces que la
vida humana comienza a ser radicalmente distinta de la de cualquier otro ser vivo, cuando el niño
comienza a “darse cuenta de sí”, y no cuando está en el útero de la madre como sostienen las
posturas que hablan del inicio de la vida humana con la fecundación del espermatozoide al óvulo,
es decir las que dicen que comienza con la concepción en el seno materno. Esta es una respuesta
laica, cuya contrapartida se encuentra en la postura canónica de la Iglesia Católica, que sostiene
que el hombre es tal, y su vida es sagrada, porque es al hombre, y sólo al hombre, a quien Dios
hizo a su imagen y semejanza y lo dotó de alma. La pregunta decisiva es pues, cuándo llega el
alma al cuerpo físico. Primero estamos ante una vida cualquiera (como la de cualquier animal), y
sólo después del ingreso del alma nos encontramos ante un ser humano. El clero medieval y
también el posmedieval se regulaban sobre todo por la necesidad de supervivencia. Ante las
carestías el alma se hacía entrar tarde; a veces no antes de la confirmación, o incluso de la
comunión, otras veces más pronto, en el bautismo; y hasta el final del siglo XVII la opinión
dominante era que el feto en el seno materno no estaba dotado de “alma racional”, por lo tanto no
había persona o ser humano, ergo no se mataba a una persona antes de que ese ser recibiera el
alma. En todo caso el principio era que el alma sobreviene después de un cierto tiempo, porque la
materia todavía no estaba preparada para acogerla. Aún más, durante muchos siglos, hasta la
Edad Media, se sostuvo desde la Iglesia Católica que la mujer no poseía alma.
Las aportaciones científicas de los últimos siglos han desvirtuado algunos de los argumentos
sostenidos de antaño por la Filosofía y la Religión, estipulándose (aunque no unánimemente)
como principio de la vida humana la fecundación del espermatozoide al óvulo, o de diferentes
gametos, o partículas que contengan ADN, ya ocurra este evento en el seno materno, en un
laboratorio, o en otro lugar donde tenga lugar un suceso científico que dé origen a la vida de una
persona. Se hace alusión con esto, tanto a la fecundación natural, como a la asistida, a la in vitro,
a la clonación, etc.. En los días que corren el dominio de las “verdades” respecto del inicio de la
vida lo ostenta la ciencia moderna –o posmoderna-, tanto dándole sustento a las posiciones
eclesiásticas, como a las laicas.
En el mismo orden de cosas, aunque en el otro extremo de la cuerda, respecto al fin de la vida
humana la discusión no es menos álgida. En principio, le está vedado al hombre terminar con
ella, coincidiendo, aunque con diferentes fundamentos, y desde diferentes ópticas, ambas
posturas –laica y religiosa-.
Tradicionalmente se consideraba que el fin de la vida se producía con la muerte orgánica total de
un individuo En la modernidad la ciencia ha creado nuevos conceptos como muerte cerebral,
estado vegetativo, y otros, que han creado confusiones y controversias a las que más adelante
haremos mención un poco más en detalle.
El encono en cuanto a quién puede ponerle fin a la vida se centra en el poder de disposición -o
no- de las personas para decidir cuándo una vida acaba y cuándo continúa, aún asistida por
mecanismos de avanzada, aparatos tecnológicos o medios extracorporales que así lo permitan. La
doctrina canónica sostiene que es a Dios a quien pertenece la vida, y por ende sólo Él puede
disponer cuándo finaliza, entrando en juego en algunos supuestos en que se evita el fin
(aparentemente inexorable) sin posible explicación científica, la institución del milagro, cuestión
cuyo tratamiento excede el objeto de este trabajo. Para una parte de la ciencia médica, atento la
complejidad y la tecnificación que requiere la cuestión de establecer certeramente cuándo una
persona tiene posibilidades de vivir y cuándo no, es a ellos a quienes le compete la decisión final
(esto se relaciona estrictamente con lo que se ha llamado en Bioética “paternalismo médico”),
aunque generalmente de acuerdo a los ordenamientos jurídicos vigentes se requiere previo a la
decisión final el consentimiento de los familiares del paciente o la autorización judicial, supuesto
éste último que, según algunos autores, traslada el paternalismo desde los médicos hacia los
jueces.
c) PROTECCION CONSTITUCIONAL DE LA VIDA HUMANA. LOS PACTOS
INTERNACIONALES. LA FINALIDAD DEMOGRAFICA. No se prevé en nuestra
Constitución Nacional, de manera expresa, una protección del derecho a la vida, no obstante ello
es implícita y se completa a lo largo de todo el texto. A partir de la reforma de 1994, este derecho
aparece reconocido por estar en los pactos internacionales incorporados.
Clásicamente, en tesis muy discutible. se creía fundamentar su protección en el artículo 33 de
nuestra Constitución, lugar donde el legislador ha introducido la previsión de los derechos no
enumerados como formando parte del ordenamiento jurídico argentino. Esta norma fue
introducida gracias a una visión dinámica del derecho, la cual tiene en cuenta que las relaciones
sociales con el tiempo generan nuevas situaciones que derivan en espacios jurídicos que no
podían preverse ab initio, gravitando en este devenir, de manera importante, la variable
tecnológica, el mutar de las costumbres, y los avances de la cultura en general. Este ambiente
inexorablemente influye de manera directa o indirecta sobre las personas, y sobre las normas, y
los supuestos básicos de la existencia humana que se regulen, como la libertad y la vida, los que
aunque no se encuentren expresamente previstos en la ley, deben considerarse como base
elemental en las relaciones jurídicas, como derechos implícitos.
Diremos con Quiroga Lavié, que en el derecho argentino la vida está protegida desde la
concepción, ello de acuerdo a lo normado por el Código Civil, y lo proveniente del Pacto de San
José de Costa Rica y la reserva hecha por Argentina a la Convención sobre los Derechos del Niño
incorporados al Art. 75 inc. 22 de la Carta Magna. Desde otro ángulo, la cuestión de a quién
pertenece este bien jurídico protegido es ardua, pero como sostiene Molinario puede decirse que
en primer lugar es a cada ser humano interesado en gozar de él.
Por otro lado, hay un interés del Estado en la conservación de la vida humana, como instrumento
para la realización de sus finalidades, entre otras, la demográfica, que explica su propia
subsistencia. Como queda claro, cuando se habla de vida se alude sólo a vida humana, pues la
vida de animales y vegetales cuenta con una regulación normativa diferente, aún específicamente
dentro del Código Penal son contempladas en títulos diferentes (delitos contra la vida, delitos
contra la propiedad, delitos contra la seguridad pública –epizootias-, etc.). Asimismo, ese cuerpo
legal entiende por vida al "funcionamiento vital" de la persona, dado que el delito de su artículo
79 no tutela la actividad autónoma de un órgano, o de un conjunto de ellos, sino el complejo
orgánico que es el ser humano.
Tanto los Pactos Internacionales como la Carta Magna Nacional protegen la vida humana en su
consideración integral y no sólo orgánica, derivándose como consecuencia de ello una serie de
otros derechos de fundamental necesidad para el complexo de protección jurídica del hombre –
individuo y social-, jugando un papel importantísimo en lo que venimos tratando, y
especialmente en relación con el tema eutanásico, la universalmente reconocida autonomía de la
voluntad, aspecto sobre el que mas adelante avanzaremos.
CAPITULO III:
RELACION DE LA EUTANASIA CON EL SUICIDIO