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1
Papa
Francisco
PADRE
NUESTRO
Una
conversación
con
Marco
Pozza
2
Padre
nuestro
3
Índice
•Rezar
al
Padre
•Padre
nuestro
•“No
os
dejaré
huérfanos”
•Que
estás
en
los
cielos
•Los
padres
y
el
Padre
nuestro
•Santificado
sea
tu
nombre
•Participar
con
la
oración
en
la
obra
de
la
salvación
•Venga
a
nosotros
tu
reino
•El
reino
de
Dios
exige
nuestra
colaboración
•Hágase
tu
voluntad
en
la
tierra
como
en
el
cielo
•El
si
pleno
de
María
a
la
voluntad
de
Dios
•Danos
hoy
nuestro
pan
de
cada
día
•Dar
de
comer
al
hambrientos
•Perdona
nuestras
ofensas,
como
también
nosotros
perdonamos
a
los
que
nos
ofenden
•El
entrenamiento
para
el
don
y
perdón
•No
nos
dejes
caer
en
la
tentación
•El
fundamento
de
nuestra
esperanza
•Y
líbranos
del
mal
•La
cizaña
entre
el
trigo
bueno
•La
oración
del
Señor
•La
oración
de
los
abuelos
es
una
riqueza
•Fuentes
4
Rezar
al
Padre
“Padre”:
sin
decir,
sin
sentir
esta
palabra
no
se
puede
orar.
¿A
quién
rezo?
¿Al
Dios
Omnipotente?
Demasiado
lejano,
no
logro
sentirlo
cercano:
ni
siquiera
Jesús
lo
sentía.
¿A
quién
rezo?
¿Al
Dios
cósmico?
Está
de
moda,
en
estos
días,
rezar
al
Dios
cósmico:
es
la
modalidad
politeísta
típica
de
una
cultura
light...
¡Tú
debes
orar
al
Padre!
Es
una
palabra
fuerte
,
“padre”.
Debes
rezar
a
quien
te
ha
engendrado,
a
quien
te
ha
dado
la
vida.
Se
la
ha
dado
a
todos,
ciertamente;
pero
“todos”
es
demasiado
anónimo.
Te
la
ha
dado
a
ti,
me
la
ha
dado
a
mí.
Y
es
también
aquel
que
te
acompaña
en
tu
camino:
conoce
toda
tu
vida,
lo
que
es
bueno
y
lo
que
no
es
tan
bueno.
Si
no
comenzamos
la
oración
con
esta
palabra,
dicha
no
con
los
labios,
sino
desde
el
corazón,
no
podemos
rezar
en
“cristiano”.
Tenemos
un
Padre.
Muy
cercano,
que
nos
5
abraza.
Todos
estos
afanes,
todas
las
preocupaciones
que
podemos
tener,
dejésmoslas
al
Padre:
Él
sabe
que
necesitamos.
Pero,
¿en
que
sentido
”Padre”?
¿Mi
Padre?
No:
¡Padre
Nuestro!
Porque
yo
no
soy
hijo
único,
ninguno
de
nosotros
lo
es,
y
si
no
puedo
ser
hermano,
difícilmente
podré
llegar
a
ser
hijo
de
este
Padre,
porque
es
un
padre
de
todos.
Mío,
ciertamente,
pero
también
de
los
demás,
de
mis
hermanos.
Y
si
no
estoy
en
paz
con
mis
hermanos,
no
puedo
decirle
“Padre”.
No
se
puede
rezar
teniendo
enemigos
en
el
corazón.
No
es
fácil,
lo
sé.
«“Padre”,
yo
no
puedo
decir
”Padre”,
no
me
viene».
Es
verdad,
lo
entiendo.
«No
puedo
decir
“nuestro”
porque
mi
hermano,
mi
enemigo,
me
ha
hecho
esto,
aquello
y...
¡Deben
ir
al
infierno,
no
son
de
los
míos!»
Es
verdad,
no
es
fácil.
Pero
Jesús
nos
ha
prometido
al
Espíritu
santo:
es
él
quien
nos
enseña,
desde
dentro,
desde
el
corazón,
cómo
decir
“Padre”
y
cómo
decir
“nuestro”.
Pidamos
al
Espíritu
Santo
que
nos
enseñe
a
decir
“Padre”
y
a
poder
decir
“nuestro”,
haciendo
la
paz
con
todos
nuestros
enemigos.
6
Este
libro
contiene
mi
diálogo
con
Don
Marco
Pozza
sobre
el
Padre
Nuestro.
Jesús
no
nos
ha
entregado
esta
oración
para
que
sea
simplemente
una
fórmula
con
la
que
dirigirse
a
Dios:
con
ella
nos
invita
a
dirigirnos
al
Padre
para
descubrirnos
y
vivir
como
verdaderos
hijos
suyos
y
como
hermanos
entre
nosotros.
Jesús
nos
hace
ver
qué
quiere
decir
ser
amados
por
el
Padre
y
nos
revela
que
el
Padre
desea
derramar
sobre
nosotros
el
mismo
amor
que
tiene
desde
la
eternidad
para
con
su
Hijo.
Espero
que
cada
uno
de
nosotros,
mientras
dice
“Padre
nuestro”,
se
descubra
cada
vez
más
amado,
perdonado,
bañado
por
el
rocío
del
Espíritu
Santo
y
así
sea
capaz
de
amar
y
perdonar
a
su
vez
a
cualquier
otro
hermano,
a
cualquier
otra
hermana.
Así
tendremos
una
idea
de
lo
que
es
el
paraíso.
Francisco
7
8
Padre
Nuestro
Santo
Padre,
el
13
de
marzo
de
2013
fue
una
tarde
extraña
para
mi.
Estaba
frente
al
televisor,
había
acabado
de
rezar
las
Vísperas
y,
por
tanto,
para
la
liturgia
de
la
Iglesia,
estaba
ya
en
el
14
de
marzo,
que
es
el
cumpleaños
de
mi
madre.
El
13
de
marzo
usted
salió
al
balcón
de
la
Basílica
vaticana
y
supimos,
con
gran
asombro,
que
se
llamaría
Francisco,
el
papa
Francisco...
Aquella
tarde
tuve
la
sensación
de
tener
a
Dios
mas
cerca
que
nunca.
Por
eso
quiero
empezar
llamándole
Santo
Padre.
Por
dos
motivos:
en
primer
lugar,
porque
el
término
Padre
evoca
la
filiación,
y
además
Santo,
porque
usted
es
un
padre
que
proclama
la
santidad
de
Dios.
Querría
comenzar
por
aquí,
por
el
concepto
de
“Padre”,
pues
en
la
oración
que
me
enseñó
mi
padre
cuando
yo
era
niño,
el
Padre
nuestro,
está
presente
el
asombro
ante
un
Dios
que
se
deja
tutear
por
sus
criaturas.
Me
gustaría
saber
que
emoción
experimenta
usted
al
rezar
el
Padre
nuestro,
tuteando
a
Dios,
también
hoy
como
Papa.
9
Me
da
seguridad.
Comienzo
por
aquí:
el
Padre
nuestro
me
da
seguridad,
no
me
siento
desarraigado,
no
me
siento
huérfano.
Tengo
un
padre,
un
padre
que
me
trasmite
la
historia,
me
hace
ver
la
raíz,
me
custodia,
me
guía,
y
también
un
padre
ante
el
cual
yo
siempre
me
siento
niño,
porque
Él
es
grande,
es
Dios,
y
Jesús
pidió
eso,
sentirse
niño.
Dios
ofrece
la
seguridad
de
un
padre,
un
padre
que
te
acompaña,
te
espera.
Pensemos
en
las
parábolas
del
capítulo
15
del
evangelio
de
Lucas:
la
oveja
perdida,
el
hijo
pródigo...
Un
padre
que,
cuando
te
has
arrepentido
de
los
malos
caminos,
de
los
caminos
tortuosos
que
has
emprendido,
y
te
preparas
lo
que
vas
a
decir,
no
te
deja
hablar,
te
abraza,
te
celebra
una
fiesta.
Un
padre
que
amonesta
-‐
«Atento,
ten
en
cuenta
esto...»
-‐
pero
te
deja
libre.
Creo
que
hoy
el
mundo
ha
perdido
un
poco
el
sentido
de
paternidad.
Es
un
mundo
enfermo
de
orfandad.
Decir
y
sentir
el
término
“nuestro”
del
Padre
nuestro
significa
comprender
que
no
soy
hijo
único.
Es
un
peligro
10
que
corremos
los
cristianos:
sentirnos
hijos
únicos.
No,
no:
todos,
también
los
despreciados,
son
hijos
del
mismo
Padre.
Jesús
nos
dice:
los
pecadores,
las
prostitutas,
los
excluidos
entrarán
en
el
reino
de
los
cielos
antes
que
vosotros,
todos.
Efectivamente,
pienso
que,
si
pudiésemos,
colocaríamos
el
cartel
de
“Propiedad
privada”,
sólo
mía:
esta
es
la
tentación.
Sería
fácil
rezar
a
un
Dios
que
tiene
sólo
un
hijo
y
ese
hijo
soy
yo.
En
cambio,
saber
que
el
Padre
es
“nuestro”,
quizás
nos
haga
sentirnos
un
poco
menos
solos,
tanto
en
los
momentos
difíciles
como
en
los
momentos
de
despreocupación.
11
“No
os
dejaré
huérfanos”
Hay
una
palabra
que
es
la
más
querida
para
nosotros,
cristianos,
porque
es
el
nombre
con
el
que
Jesús
nos
ha
enseñado
a
llamar
a
Dios:
“padre”.
Dicho
nombre
ha
recibido
un
sentido
y
una
profundidad
nuevos
precisamente
por
el
modo
en
que
Jesús
lo
usaba
para
dirigirse
a
Dios
y
expresar
su
relación
especial
con
Él.
El
misterio
sagrado
de
la
intimidad
de
Dios,
Padre,
Hijo
y
Espíritu,
revelado
por
Jesús,
es
el
corazón
de
nuestra
fe
cristiana.
“Padre”
es
una
palabra
conocida
por
todos,
una
palabra
universal.
Indica
una
relación
fundamental
cuya
realidad
es
tan
antigua
como
la
historia
del
hombre.
Hoy,
sin
embargo,
se
ha
llegado
a
afirmar
que
nuestra
sociedad
es
una
“sociedad
sin
padres”.
En
otros
términos,
12
especialmente
en
la
cultura
occidental,
la
figura
del
padre
estaría
simbólicamente
ausente,
desvanecida,
eliminada.
En
un
primer
momento
esto
se
percibió
como
una
liberación:
liberación
del
padre-‐patrón,
del
padre
como
representante
de
la
ley
que
se
impone
desde
fuera,
del
padre
como
censor
de
la
felicidad
de
los
hijos
y
obstáculo
a
la
emancipación
y
autonomía
de
los
jóvenes.
A
veces
en
algunas
casas,
en
el
pasado,
reinaba
el
autoritarismo,
en
ciertos
casos
nada
menos
que
el
maltrato:
padres
que
trataban
a
sus
hijos
como
siervos,
sin
respetar
las
exigencias
personales
de
su
crecimiento;
padres
que
no
les
ayudaban
a
seguir
su
camino
con
libertad
-‐si
bien
no
es
fácil
educar
a
un
hijo
en
libertad-‐
;
padres
que
nos
les
ayudaban
a
asumir
las
propias
responsabilidades
para
construir
su
futuro
y
el
de
la
sociedad.
Esta,
ciertamente,
no
es
una
actitud
buena.
Y,
como
sucede
con
frecuencia,
se
pasa
de
un
extremo
a
otro.
El
problema
de
nuestros
días
no
parece
ser
ya
tanto
la
presencia
entrometida
de
los
padres,
sino
mas
bien
su
ausencia,
el
hecho
de
no
estar
presentes.
Los
padres
están
algunas
13
veces
tan
concentrados
en
sí
mismos
y
en
su
trabajo,
y
a
veces
en
sus
propias
realizaciones
individuales,
que
olvidan
incluso
a
la
familia.
Y
dejan
solos
a
los
pequeños
y
a
los
jóvenes.
Siendo
obispo
de
Buenos
Aires
percibía
el
sentido
de
orfandad
que
viven
hoy
los
chicos;
y
a
menudo
preguntaba
a
los
papás
si
jugaban
con
sus
hijos,
si
tenían
el
valor
y
el
amor
de
perder
tiempo
con
los
hijos.
Y
la
respuesta,
en
la
mayoría
de
los
casos,
no
era
buena:
«Es
que
no
puedo
porque
tengo
mucho
trabajo...».
Y
el
padre
estaba
ausente
para
ese
hijo
que
crecía,
no
jugaba
con
él,
no,
no
perdía
tiempo
con
él.
Querría
decir
a
todas
las
comunidades
cristianas
que
hemos
de
estar
más
atentos:
la
ausencia
de
la
figura
paterna
en
la
vida
de
los
niños
y
jóvenes
provoca
lagunas
y
heridas
que
pueden
llegar
a
ser
muy
graves.
De
hecho,
muchas
desviaciones
de
niños
y
adolescentes
están
relacionadas
con
esta
carencia,
con
la
falta
de
ejemplos
y
guías
autorizados
en
su
vida
de
cada
día,
falta
de
cercanía,
falta
de
amor
por
parte
de
los
padres.
El
sentimiento
de
orfandad
que
viven
muchos
jóvenes
es
más
profundo
de
lo
14
que
pensamos.
Son
huérfanos
en
la
familia,
porque
los
padres
a
menudo
están
ausentes,
incluso
físicamente,
de
la
casa,
pero
sobre
todo
porque,
cuando
están,
no
se
comportan
como
padres,
no
dialogan
con
sus
hijos,
no
cumplen
con
su
tarea
educativa,
no
dan
a
los
hijos,
con
su
ejemplo
acompañado
por
las
palabras,
los
principios,
los
valores,
las
reglas
de
vida
que
necesitan
tanto
como
el
pan.
La
calidad
educativa
de
la
presencia
paterna
es
mucho
es
mucho
más
necesaria
cuando
el
papá
se
ve
obligado
por
el
trabajo
a
estar
lejos
de
casa.
A
veces
parece
que
los
padres
no
sepan
muy
bien
cual
es
el
sitio
que
ocupan
en
la
familia
y
cómo
educar
a
los
hijos.
Y,
entonces,
en
la
duda,
se
abstienen,
se
retiran
y
descuidan
sus
responsabilidades,
tal
vez
refugiándose
en
una
cierta
relación
“de
igual
a
igual”
con
sus
hijos.
Es
verdad
que
tú
debes
ser
“compañero”
de
tu
hijo,
pero
sin
olvidar
que
tú
eres
el
padre.
Si
te
comportas
sólo
como
un
compañero
de
tu
hijo,
esto
no
le
hará
bien
a
él.
Este
problema
lo
vemos
también
en
la
comunidad
civil.
La
comunidad
civil,
con
sus
15
instituciones,
tiene
una
cierta
responsabilidad
–
podemos
decir
paternal
–
hacia
los
jóvenes,
una
responsabilidad
que
a
veces
descuida
o
ejerce
mal.
También
ella
a
menudo
los
deja
huérfanos
y
no
les
propone
una
perspectiva
verdadera.
Los
jóvenes
se
quedan,
de
este
modo,
huérfanos
de
caminos
seguros
que
recorrer,
huérfanos
de
maestros
de
quien
fiarse,
huérfanos
de
ideales
que
caldeen
el
corazón,
huérfanos
de
valores
y
esperanzas
que
los
sostengan
cada
día.
Los
llenan,
en
cambio,
de
ídolos
pero
les
roban
el
corazón;
les
impulsan
a
soñar
con
diversiones
y
placeres,
pero
no
se
les
da
trabajo;
se
les
ilusiona
con
el
dinero,
negándoles
la
verdadera
riqueza.
Y
entonces
nos
hará
bien
a
todos,
a
los
padres
y
a
los
hijos,
volver
a
escuchar
la
promesa
que
Jesús
hizo
a
sus
discípulos:
«No
os
dejaré
huérfanos»
(Jn
14,
18).
Es
Él,
en
efecto,
el
Camino
que
recorrer,
el
Maestro
que
escuchar,
la
Esperanza
de
que
el
mundo
puede
cambiar,
de
que
el
amor
vence
al
odio,
que
puede
existir
un
futuro
de
fraternidad
y
de
paz
para
todos.
16
Que
estás
en
el
cielo
Esta
localización,
“en
el
cielo”:
me
choca
la
gran
cercanía
de
quien
dice
“padre”,
pero
también
la
distancia.
Las
religiones
nacen
entre
esa
cercanía
y
esa
distancia.
Quizás
lo
más
bello
de
la
nuestra
es
que
no
es
el
hombre
quien
busca
a
Dios,
sino
Dios
el
que
sale
al
encuentro
del
hombre.
¿Qué
es
el
“cielo”?
El
“cielo”
significa
la
grandeza
de
Dios,
la
omnipotencia.
Él
es
el
primero,
es
grande,
es
el
que
nos
ha
creado.
El
“cielo”
indica
la
inmensidad
de
su
poder,
de
su
amor,
de
su
belleza.
Pensemos
en
el
Dios
de
Abrahán,
que
se
acerca
y
le
dice:
”Yo
soy
Dios
todopoderoso,
camina
en
mi
presencia
y
sé
íntegro”
(Gén
17,1).
17
Mira,
sigue
adelante,
cree,
espera,
no
defallezcas.
Un
Dios
muy
cercano,
por
tanto;
pero
pensemos
también
en
el
Dios
que
se
revela
en
el
Sinaí:
«hubo
truenos
y
relámpagos
y
una
densa
nube
sobre
la
montaña;
se
oía
un
fuerte
sonido
de
trompeta»,
leemos
en
el
libro
del
Éxodo
(19,16);
«La
montaña
del
Sinaí
humeaba,
porque
el
Señor
había
descendido
sobre
ella
en
medio
del
fuego.
Su
humo
se
elevaba
como
el
de
un
horno»
(Éx
19,18).
Dios
se
revela
en
la
gloria,
en
la
luz,
en
el
humo,
en
la
nube,
muestra
su
tremenda
majestad,
y
esto
es
difícil
de
entender.
Tú
debes,
yo
debo,
nosotros
debemos
decir
«Padre
nuestro
que
estás
en
los
cielos»,
pero
no
con
un
sentimiento
de
humillación.
Me
viene
a
la
mente
un
episodio
sucedido
cuando
tenía
cinco
o
seis
años
y
me
operaron
de
la
garganta
para
quitarme
las...
Las
amígdalas...
Entonces
se
hacía
sin
anestesia:
te
enseñaban
el
helado
que
te
darían
después,
te
ponían
algo
en
la
boca
abierta
y
la
enfermera
te
18
sujetaba,
tú
no
podías
cerrar
la
boca
abierta
y
la
enfermera
te
sujetaba,
tú
no
podías
cerrar
la
boca
y
el
médico,
con
unas
tijeras,
te
cortaba
las
dos
amígdalas
sin
anestesia.
Luego
te
daban
el
helado,
y
allí
acababa
todo.
Después
de
la
operación
no
podía
hablar
por
el
dolor.
Mi
padre
llamó
un
taxi
y
volvimos
a
casa.
Cuando
llegamos,
mi
padre
pagó,
y
yo
me
quedé
sorprendido:
¿por
qué
le
paga
mi
padre
a
este
señor?
Dos
días
después,
cuando
pude
hablar
de
nuevo,
le
pregunté
a
mi
padre:
«¿Por
qué
le
pagaste
a
aquel
señor
del
coche?».
El
me
explicó
que
era
un
taxi.
«
¿Cómo,
no
era
tuyo
el
coche?,
le
respondí».
¡Pensaba
que
mi
padre
era
el
dueño
de
todas
los
coches
de
la
ciudad!
El
recuerdo
de
esta
experiencia
infantil
ante
un
padre
que
enseña
y
explica
nos
da
una
idea
de
nuestra
relación
con
Dios,
de
su
grandeza
y
también
de
su
cercanía.
Es
el
Dios
inmenso,
el
Dios
de
la
Gloria,
pero
camina
contigo
y,
cuando
es
necesario,
te
da
también
el
helado.
19
Me
choca
este
término,
“orfandad”.
Tengo
un
amigo
que
una
vez
me
dijo:
«A
mí
no
me
interesa
saber
si
existe
un
padre;
si
existe,
es
un
problema
suyo».
Otra
vez
le
pregunté
a
una
persona
encarcelada
(uno
de
mis
parroquianos,
pues
mi
parroquia
es
la
cárcel):
«¿Por
qué
te
fuiste
de
casa
de
joven?».
Me
respondió:
«Porque,
con
mi
padre,
el
aire
se
había
vuelto
irrespirable».
Y
sin
embargo
los
dos,
cuando
su
padre
estaba
muriendo,
volvieron
junto
a
su
cabecera
para
despedirse
de
él.
Quizás
sea
casi
una
versión
actualizada
de
la
parábola
del
capítulo
15
de
Lucas:
se
vuelve
a
casa
no
porque
se
tiene
hambre,
sino
porque
se
sabe
que
hay
un
padre
que
nos
espera.
Sí,
está
siempre
ahí,
esperándonos.
Y
«en
el
cielo»
es
poderoso,
inmenso
y
majestuoso
–
eso
significa
la
expresión
«que
estás
en
el
cielo»
-‐
pero
es
un
Dios
cercano
que
camina
con
nosotros.
20
Los
padres
y
el
Padre
Nuestro
La
primera
necesidad
es
precisamente,
esta:
que
el
padre
esté
presente
en
la
familia.
Que
sea
cercano
a
su
esposa,
para
compartir
todo,
alegrías
y
dolores,
fatigas
y
esperanzas.
Y
que
esté
cerca
de
los
hijos
en
su
crecimiento:
cuando
juegan
y
cuando
tienen
tareas,
cuando
están
despreocupados
y
cuando
están
angustiados,
cuando
se
expresan
y
cuando
están
taciturnos,
cuando
se
atreven
y
cuando
tienen
miedo,
cuando
dan
un
paso
equivocado
y
cuando
encuentran
el
camino;
el
padre
presente,
siempre.
¡Decir
presente
no
es
lo
mismo
que
decir
controlador!
Porque
los
padres
demasiado
controladores
anulan
a
los
hijos,
no
les
dejan
crecer.
El
evangelio
nos
habla
de
la
ejemplaridad
del
Padre
que
está
en
el
cielo,
el
único,
dice
Jesús
que
puede
ser
llamado
verdaderamente
“Padre
21
bueno”
(cfr.
Mc
10,18).
Todos
conocen
esa
extraordinaria
parábola
llamada
del
“hijo
pródigo”,
o
mejor
dicho
del
“padre
misericordioso”,
que
se
encuentra
en
el
evangelio
de
Lucas
en
el
capítulo
15
(cfr.15,11-‐
32).
¡Cuánta
dignidad
y
cuánta
ternura
en
la
espera
de
ese
padre
que
está
a
la
puerta
de
casa
esperando
que
el
hijo
vuelva!
Los
padres
deben
ser
pacientes.
Muchas
veces
no
hay
otra
cosa
que
hacer
que
esperar
con
paciencia,
dulzura,
magnanimidad,
misericordia.
Un
buen
padre
sabe
esperar
y
sabe
perdonar,
desde
lo
profundo
del
corazón.
Ciertamente,
también
sabe
corregir
con
firmeza:
no
es
un
padre
débil,
condescendiente,
sentimental.
El
padre
que
sabe
corregir
sin
humillar
es
el
mismo
que
sabe
proteger
sin
reservas.
Una
vez
oí
en
una
reunión
de
matrimonios
a
un
papá
decir:
«Yo
algunas
veces
debo
pegar
un
poco
a
mis
hijos...
pero
nunca
en
la
cara
para
no
humillarles».
¡Que
hermoso!
Tiene
sentido
de
la
dignidad.
Debe
castigar,
lo
hace
de
forma
justa,
y
va
adelante.
Por
tanto,
si
hay
alguien
que
puede
explicar
22
hasta
el
fondo
la
oración
del
Padre
nuestro,
enseñada
por
Jesús,
es
precisamente
quien
vive
en
primera
persona
la
paternidad.
Sin
la
gracia
que
viene
del
Padre
que
estás
en
los
cielos,
los
padres
pierden
valor,
y
abandonan
el
campo.
Pero
los
hijos
necesitan
encontrar
un
padre
que
los
espera
cuando
regresan
de
sus
fracasos.
Harán
todo
para
no
admitirlo,
para
no
hacerlo
ver,
pero
lo
necesitan;
y
el
no
encontrarlo
abre
en
ellos
heridas
difíciles
de
cicatrizar.
La
Iglesia,
nuestra
madre,
está
comprometida
en
apoyar
con
todas
sus
fuerzas
la
presencia
buena
y
generosa
de
los
padres
en
las
familias,
porque
ellos
son
para
las
nuevas
generaciones,
custodios
y
mediadores
insustituibles
de
la
fe
en
la
bondad,
la
fe
en
la
justicia
y
en
la
protección
de
Dios,
como
san
José.
23
Santificado
sea
tu
nombre
La
oración
del
Padre
Nuestro
continúa
en
una
forma
quizás
incluso
embarazosa.
Se
dice
«santificado
sea
tu
nombre».
Cuando
oigo
la
palabra
“nombre”
me
viene
a
la
mente
una
frase
que
siempre
dicen
en
mi
pueblo:
«Hacer
honor
al
buen
nombre»,
hace
honor
a
la
reputación
de
su
nombre.
¿Cómo
traduce
un
Papa
la
santificación
del
nombre
de
Dios,
que
de
por
sí
ya
es
santo?
¿Quizás
alguien
ha
tomado
esta
santidad,
la
ha
profanado
y
nosotros
pedimos
a
Dios
que
la
limpie
de
nuevo
con
su
gracia?
«Santificado
sea
tu
nombre»
en
nosotros,
en
mí.
Porque
muchas
veces
nosotros
creyentes,
nosotros
cristianos,
decimos
que
tenemos
un
24
padre,
pero
vivimos
como,
no
digo
como
animales,
sino
como
personas
que
no
creen
ni
en
Dios
ni
en
el
hombre,
sin
fe,
y
vivimos
también
haciendo
el
mal,
vivimos
no
en
el
amor,
sino
en
el
odio,
en
la
pugna,
en
las
guerras.
¿Es
santificado
en
los
cristianos
que
luchan
entre
sí
por
el
poder?
¿Es
santificado
en
la
vida
de
los
que
contratan
a
un
sicario
para
librarse
de
un
enemigo?
¿Es
santificado
en
la
vida
de
aquellos
que
no
cuidan
de
sus
hijos?
No,
así
no
se
santifica
el
nombre
de
Dios.
Una
experiencia
que
estoy
viviendo
en
la
cárcel
me
trae
a
la
memoria
una
predicación
suya.
Conozco
un
preso
que
cada
vez
que
entra
en
la
iglesia
se
duerme
completamente.
Una
vez
probé
a
decirle:
«Mira,
quizás
no
es
una
buena
costumbre
dormir
en
la
iglesia».
Él
me
dio
una
respuesta
maravillosa:
«Mira,
yo
no
estoy
bien
de
la
cabeza,
no
logro
conciliar
el
sueño
en
ninguna
parte,
el
único
momento
en
que
estoy
sin
pensamientos
es
cuando
estoy
en
la
iglesia».
Me
vino
a
la
mente
cuando
un
día,
respondiendo
25
a
un
chico
que
había
confesado:
«Yo
de
vez
en
cuando
echo
una
cabezada
cuando
hago
la
adoración»,
usted
respondió:
«No
importa,
él
continúa
mirándote
de
todas
maneras».
Este
preso
me
enseña
lo
que
significa
santificar
el
nombre,
es
decir
como
hacer
la
adoración.
Dejarse
mirar
por
Él.
También
yo,
cuando
voy
a
rezar,
algunas
veces
me
duermo,
y
santa
Teresita
del
Niño
Jesús
decía
que
también
a
ella
le
sucedía
y
al
Señor,
a
Dios,
al
Padre
le
gusta
cuando
uno
se
duerme.
Dice
el
salmo
130
–
o
131,
según
la
numeración-‐
el
breve:
«acallo
y
modero
mis
deseos,
como
un
niño
en
brazos
de
su
madre».
Esta
es
una
de
las
muchas
maneras
para
santificar
el
nombre
de
Dios:
sentirme
niño
en
sus
manos.
Pero
el
nombre
de
Dios
es
misericordia.
Es
misericordia,
esto
es
cierto.
Perdona
todo,
perdona
todo.
Una
vez
vino
a
Buenos
Aires
la
imagen
de
la
Virgen
de
Fátima
y
había
una
Misa
26
para
los
enfermos,
en
un
gran
estadio
lleno
de
gente.
Yo
era
ya
obispo,
fui
a
confesar
y
confesé
y
confesé
antes
y
durante
la
Misa.
Al
final
ya
no
había
casi
gente
y
me
levanté
para
irme,
porque
me
esperaba
una
confirmación
en
otra
parte.
Sin
embargo,
llegó
una
señora
pequeñita,
simple,
toda
vestida
de
negro
como
las
campesinas
del
sur
de
Italia
cuando
están
de
luto,
pero
sus
espléndidos
ojos
le
iluminaban
el
rostro.
«Usted
quiere
confesarse»
le
dije,
«pero
no
tiene
pecados».
La
señora
era
portuguesa
y
me
contestó:
«Todos
tenemos
pecados...
».«Esté
atenta,
entonces:
quizás
Dios
no
perdona».«Dios
perdona
todo»,
sostuvo
con
seguridad.
«Y
usted
¿cómo
lo
sabe?».«Si
Dios
no
perdonara
todo»
fue
su
respuesta,
«el
mundo
no
existiría».
Habría
querido
decirle
yo:
«¡Usted
ha
estudiado
en
la
Gregoriana!».
Es
la
sabiduría
de
los
sencillos,
que
saben
que
tienen
un
padre
que
siempre
le
espera:
Dios
no
espera
a
que
tú
llames
a
su
puerta,
es
Él
quien
llama
a
la
tuya,
a
inquietarte
el
corazón.
Él
es
el
primero
que
te
espera.
A
mí
me
gusta
decirlo
en
español:
Dios
nos
primerea.
27
Juega
con
antelación,
casi.
Juega
con
antelación.
Esta
es
la
misericordia.
Un
sacerdote
de
mi
diócesis
ha
traducido
así
la
misericordia,
hablando
en
la
cárcel:
“Jesús
nos
dice:
“¿Os
habéis
equivocado
vosotros?
No
importa,
pagaré
yo”.
Hermoso
este
Dios
que
juega
con
antelación.
28
Participar
con
la
oración
en
la
obra
de
salvación
En
el
Evangelio
de
Lucas,
en
el
capítulo
11,
Jesús
ora
solo,
apartado;
cuando
termina,
los
discípulos
le
preguntan:
«Señor,
enséñanos
a
orar»
(v.
1);
y
el
responde:
«Cuando
oréis,
decid:
“Padre...”»
(v.
2).
Esta
palabra
es
el
secreto
de
la
oración
de
Jesús,
es
la
clave
que
Él
mismo
nos
da
para
que
podamos
entrar
también
nosotros
en
esa
relación
de
diálogo
confidencial
con
el
Padre
que
acompañó
y
sostuvo
toda
su
vida.
Al
apelativo
“Padre”
Jesús
le
asocia
dos
peticiones:
«Santificado
sea
tu
nombre,
venga
tu
reino»
(v.
2).
La
oración
de
Jesús,
y
por
tanto
la
oración
cristiana,
es
ante
todo
un
hacer
sitio
a
Dios,
dejándole
manifestar
su
santidad
en
nosotros
y
haciendo
avanzar
su
reino,
a
partir
de
la
posibilidad
de
ejercer
su
señorío
de
amor
en
nuestra
vida.
Otras
tres
peticiones
completan
esta
oración
que
Jesús
enseña,
el
Padre
nuestro.
Son
tres
súplicas
que
expresan
nuestras
necesidades
29
fundamentales;
el
pan,
el
perdón
y
la
ayuda
en
las
tentaciones.
El
pan
que
Jesús
nos
hace
pedir
es
el
necesario,
no
el
superfluo;
es
el
pan
de
los
peregrinos,
el
justo,
un
pan
que
no
se
acumula
y
no
se
desperdicia,
que
no
estorba
nuestra
ruta.
El
perdón
es,
ante
todo,
lo
que
nosotros
mismos
recibimos
de
Dios:
sólo
la
conciencia
de
ser
pecadores
perdonados
por
la
infinita
misericordia
divina
puede
hacernos
capaces
de
realizar
gestos
concretos
de
reconciliación
fraterna.
Si
una
persona
no
se
siente
pecadora
perdonada,
nunca
podrá
hacer
un
gesto
de
perdón
o
reconciliación.
Se
comienza
desde
el
corazón
donde
uno
se
siente
pecador
perdonado.
La
última
petición,
«no
nos
dejes
caer
en
la
tentación»,
expresa
la
conciencia
de
nuestra
condición,
siempre
expuesta
a
las
insidias
del
mal
y
a
la
corrupción.
¡Todos
conocemos
lo
que
es
una
tentación!
La
enseñanza
de
Jesús
sobre
la
oración
prosigue
con
dos
parábolas,
con
las
cuales
toma
como
modelo
la
actitud
de
un
amigo
respecto
de
otro
amigo
y
la
de
un
padre
respecto
de
su
hijo
(cfr.
vv.
5-‐12).
Ambas
nos
quieren
enseñar
a
30
tener
plena
confianza
en
Dios,
que
es
Padre.
Él
conoce
nuestras
necesidades
mejor
que
nosotros
mismos,
pero
quiere
que
se
las
presentemos
con
audacia
y
con
insistencia,
porque
este
es
nuestro
modo
de
participar
en
su
obra
de
salvación.
¡La
oración
es
el
primer
y
principal
«instrumento
de
trabajo»
en
nuestras
manos!
Insistir
con
Dios
no
sirve
para
convencerlo,
sino
para
robustecer
nuestra
fe
y
nuestra
paciencia,
es
decir,
nuestra
capacidad
de
luchar
junto
a
Dios
por
las
cosas
realmente
importantes
y
necesarias.
En
la
oración
somos
dos:
Dios
y
yo
que
luchamos
juntos
por
las
cosas
importantes.
Entre
estas
hay
una,
la
gran
cosa
importante
que
Jesús
dice
hoy
en
el
evangelio,
pero
que
casi
nunca
pedimos,
y
es
el
Espíritu
Santo.«!Dame
el
Espíritu
Santo!»
Y
Jesús
dice:
«Si
vosotros
que
sois
malos,
sabéis
dar
cosas
buenas
a
vuestros
hijos,
¡cuánto
mas
vuestro
Padre
del
cielo
dará
el
Espíritu
Santo
a
los
que
se
lo
pidan!»
(v.
13)
.
¡El
Espíritu
Santo!
Debemos
pedir
que
el
Espíritu
Santo
venga
a
nosotros.
Pero,
¿para
qué
sirve
el
Espíritu
Santo?
Sirve
para
vivir
bien,
para
vivir
con
sabiduría
y
amor,
haciendo
la
voluntad
de
31
Dios.
¡Que
bella
oración
sería,
esta
semana,
que
cada
uno
de
nosotros
pidiera
al
Padre:
«Padre,
dame
el
Espíritu
Santo!».
La
Virgen
nos
lo
demuestra
con
su
existencia,
toda
ella
animada
por
el
Espíritu
de
Dios.
Que
nos
ayude
a
orar
al
Padre
unidos
a
Jesús,
para
vivir,
no
de
manera
mundana,
sino
según
el
Evangelio,
guiados
por
el
Espíritu
Santo.
32
Venga
a
nosotros
tu
reino
Llegamos
al
tercer
versículo,
“venga
a
nosotros
tu
reino”.
De
por
sí,
Jesús
ya
ha
venido,
la
encarnación
fue,
aquella
vez
en
Belén,
el
gran
asombro
de
la
humanidad.
Sin
embargo,
todavía
hoy,
me
parece
escuchar
aquel
bonito
canto
resonando,
esa
invocación
que
la
esposa
hace
al
esposo:
“Maranatha
-‐
¡Ven
Señor
Jesús!”.
Muchas
veces
en
el
evangelio
se
dice
que
el
“el
reino
de
Dios
está
aquí”.
Es
casi
una
urgencia:
“¡Convertíos,
creed
en
el
Evangelio!”
En
cambio,
en
la
oración
parece
que
cambia
el
verbo
a
“venga”,
es
decir,
una
exhortación
dirigida
al
futuro.
Sé
que
llegará,
tarde
o
temprano,
pero
me
suscita
una
curiosidad:
¿cómo
podemos
ver
el
reino
de
Dios
que
nace?
33
El
reino
de
Dios
está
ya,
el
reino
de
Dios
vendrá.
Es
el
tesoro
escondido
en
el
campo,
es
la
perla
preciosa
que
hace
que
el
mercader
venda
todos
sus
activos
para
obtenerla
(cfr.
Mt
13,44-‐46).
El
reino
es
el
trigo
bueno
que
crece
junto
a
la
cizaña,
y
que
debe
luchar
contra
ella
(cfr.
Mt
13
24-‐40).
El
reino
de
Dios
viene
ya,
pero
al
mismo
tiempo
todavía
no
ha
llegado
del
todo.
El
reino
de
Dios
ha
venido,
Jesús
se
encarnó,
se
hizo
hombre
como
nosotros,
camina
con
nosotros
y
nos
da
la
esperanza
para
el
mañana:
«Yo
estoy
con
vosotros
todos
los
días
hasta
el
fin
del
mundo»
(Mt
28,20).
El
reino
de
Dios
es
una
realidad
que
ya
poseemos;
bueno,
es
mejor
cambiar
la
perspectiva:
dejarnos
poseer
por
la
certeza
de
que
Él
ha
venido.
Pero,
al
mismo
tiempo,
también
tenemos
la
necesidad
de
arrojar
el
ancla
allí
y
aferrarse
a
la
soga
para
que
venga
su
reino.
Estos
dos
movimientos
son
muy
importantes.
Los
dos
tiempos
de
la
salvación:
el
ya
y
el
todavía
no.
No
quisiera
forzar
el
sentido
del
Evangelio,
34
pero
hay
una
imagen
que
asocio
con
el
reino
de
Dios.
Mi
padre,
cuando
yo
era
pequeño,
me
contó
la
historia
de
Don
Lorenzo
Milani,
y
sé
que
usted
ha
estado
hace
poco
tiempo
en
Barbiana.
Para
mí,
Barbiana
es
un
pequeño
fragmento
del
reino
de
Dios.
Yo
me
lo
imagino
así,
cuando
veo
a
pobres
que
se
convierten
en
protagonistas
de
su
historia,
creo
que
el
reino
de
Dios
está
naciendo
allí,
en
Barbiana,
en
Bozzolo,
en
la
cárcel,
incluso
a
veces,
en
mi
casa.
¿Me
equivoco?
No,
no
te
equivocas.
En
Barbiana
me
conmovió
el
lema
“I
care”
(“me
preocupa”,
“me
toca
muy
de
cerca”),
que
va
en
contra
del
“no
me
importa”
de
la
época
fascista.
Nos
tenemos
que
hacer
cargo
de
esto.
Me
viene
a
la
mente
una
frase:
“El
protagonista
de
la
historia
es
el
mendigo”.
La
podría
haber
dicho
Péguy.
La
historia
se
hace
con
los
más
pobres
y
ellos
son
los
protagonistas
de
la
salvación.
Jesús
está
con
ellos
y
con
todos,
pero
cuando
invita
a
la
fiesta
de
aquel
hijo
que
va
a
35
casarse,
dice:
«Que
vengan
todos,
buenos
y
malos,
todos».
Los
pobres
son
sus
preferidos.
El
protagonista
de
la
historia
es
el
mendigo;
pero
no
sólo
el
mendigo
material,
sino
también
nosotros,
mendigos
espirituales:
«Venga
a
nosotros
tu
reino,
Señor,
porque
sin
ti
no
podemos
hacer
nada».
Decir
«venga
tu
reino»
es
mendigar.
¡Muy
bonito!
El
reino
del
mendigo
36
El
reino
de
Dios
requiere
nuestra
colaboración
El
Evangelio
de
hoy
esta
formado
por
dos
parábolas
muy
breves:
la
de
la
semilla
que
germina
y
crece
sola,
y
la
del
grano
de
mostaza
(cfr.
Mc
4,
26-‐34).
A
través
de
estas
imágenes
tomadas
del
mundo
real,
Jesús
presenta
la
eficacia
de
la
Palabra
de
Dios
y
las
exigencias
de
su
reino,
mostrando
razones
de
nuestra
esperanza
y
de
nuestro
compromiso
en
la
historia.
En
la
primera
parábola
la
atención
se
centra
en
el
hecho
de
que
la
semilla,
echada
en
la
tierra,
arraiga
y
se
desarrolla
por
si
misma,
independientemente
de
que
el
campesino
duerma
o
vele.
Él
confía
en
el
poder
interior
de
la
semilla
misma
y
en
la
fertilidad
del
terreno.
En
el
lenguaje
evangélico,
la
semilla
es
símbolo
de
la
Palabra
de
Dios,
cuya
fecundidad
recuerda
esta
37
parábola.
Como
la
humilde
semilla
se
desarrolla
en
la
tierra,
así
la
Palabra
actúa
con
el
poder
de
Dios
en
el
corazón
de
quien
la
escucha.
Dios
ha
confiado
su
Palabra
a
nuestra
tierra,
es
decir,
a
cada
uno
de
nosotros,
con
nuestra
humanidad
concreta.
Podemos
tener
confianza,
porque
la
Palabra
de
Dios
es
palabra
creadora,
destinada
a
convertirse
en
«el
grano
maduro
en
la
espiga»
(v.28).
Esta
Palabra,
si
es
acogida,
da
ciertamente
sus
frutos
,
porque
Dios
mismo
la
hace
germinar
y
madurar
a
través
de
caminos
que
no
siempre
podemos
verificar
y
de
un
modo
que
no
conocemos
(cfr.
v.
27).
Todo
esto
nos
hace
comprender
que
es
siempre
Dios,
es
siempre
Dios
quien
hace
crecer
su
reino
–
por
esto
rezamos
mucho
«venga
a
nosotros
tu
reino»-‐,
es
Él
quien
lo
hace
crecer
,
el
hombre
es
su
humilde
colaborador,
que
contempla
y
se
regocija
por
la
acción
creadora
divina
y
espera
con
paciencia
sus
frutos.
La
Palabra
de
Dios
hace
crecer,
da
vida.
Y
aquí
querría
recordaros
otra
vez
la
importancia
de
tener
el
Evangelio,
la
Biblia,
al
alcance
de
la
mano
-‐el
Evangelio
pequeño
en
el
bolsillo,
en
la
38
cartera-‐
y
alimentarnos
cada
día
con
esta
Palabra
viva
de
Dios:
leer
cada
día
un
pasaje
del
Evangelio,
un
pasaje
de
la
Biblia.
Jamás
olvidéis
esto,
por
favor.
Porque
esta
es
la
fuerza
que
hace
germinar
en
nosotros
la
vida
del
reino
de
Dios.
La
segunda
parábola
utiliza
la
imagen
del
grano
de
mostaza.
Aun
siendo
la
más
pequeña
de
todas
las
semillas,
está
llena
de
vida
y
crece
hasta
hacerse
«más
alta
que
las
demás
hortalizas»
(Mc
4,
32).
Y
así
es
el
reino
de
Dios:
una
realidad
humanamente
pequeña
y
aparentemente
irrelevante.
Para
entrar
a
formar
parte
de
él
es
necesario
ser
pobres
en
el
corazón;
no
confiar
en
las
propias
capacidades,
sino
en
el
poder
del
amor
de
Dios;
no
actuar
para
ser
importantes
ante
los
ojos
del
mundo,
sino
preciosos
a
los
ojos
de
Dios,
que
tiene
predilección
por
los
sencillos
y
humildes.
Cuando
vivimos
así,
irrumpe
a
través
de
nosotros
la
fuerza
de
Cristo
y
trasforma
lo
que
es
pequeño
y
modesto
en
una
realidad
que
fermenta
toda
la
masa
del
mundo
y
de
la
historia.
De
estas
dos
parábolas
nos
llega
una
enseñanza
importante:
el
reino
de
Dios
requiere
39
nuestra
colaboración,
pero
es,
sobre
todo
iniciativa
y
don
del
Señor.
Nuestra
débil
obra,
aparentemente
pequeña
frente
a
la
complejidad
de
los
problemas
del
mundo,
si
la
sitúa
en
la
obra
de
Dios
no
tiene
miedo
de
las
dificultades.
La
victoria
del
Señor
es
segura:
su
amor
hará
brotar
y
hará
crecer
cada
semilla
de
bien
presente
en
la
tierra.
Esto
nos
abre
a
la
confianza
y
a
la
esperanza,
a
pesar
de
los
dramas,
las
injusticias
y
los
sufrimientos
que
encontramos.
La
semilla
del
bien
y
de
la
paz
germina
y
se
desarrolla,
porque
el
amor
misericordioso
de
Dios
hace
que
madure.
Que
la
santísima
Virgen,
que
acogió
como
“tierra
fecunda”
la
semilla
de
la
divina
Palabra,
nos
sostenga
en
esta
esperanza
que
nunca
nos
defrauda.
40
Hágase
tu
voluntad
en
la
tierra
como
en
el
cielo
La
petición
«venga
a
nosotros
tu
reino»
enlaza
muy
bien
con
la
siguiente
«hágase
tu
voluntad».
Le
confieso
papa
Francisco,
que
a
veces
como
sacerdote,
tengo
un
poco
de
confusión
entre
mi
voluntad
y
la
voluntad
de
Dios.
Hago
como
Donna
Prassede
la
del
libro
los
novios
de
Alessandro
Manzoni:
confunde
el
cielo
con
su
cerebro
y
luego
dice:
«
he
hecho
lo
que
el
cielo
quería».
Quizá
resuena
el
eco
de
lo
que
dice
el
mundo
de
hoy.
«Esta
es
la
pasividad
habitual
de
los
cristianos,
aceptan
todo
lo
que
llega».
De
hecho,
me
atrevería
a
decir
que
hacer
la
voluntad
de
Dios
es
casi
lo
contrario:
significa
dejar
espacio
para
que
haya
un
Dios
que
nos
envuelva,
que
nos
atraiga
hacia
sí.
41
Tomemos
los
Diez
Mandamientos
que
Dios
ha
revelado
a
su
pueblo
en
los
primeros
tiempos
de
la
peregrinación
hacia
la
Tierra
Prometida.
Representan
el
núcleo
de
la
voluntad
de
Dios,
y
es
curioso
que
sólo
tres
de
ellos
se
refieran
a
él
en
primera
persona;
los
otros
siete
tienen
que
ver
con
el
hombre:
la
voluntad
de
Dios
es
no
robar,
no
matar,
no
hacer
daño;
no
ser
mentirosos...
La
verdad
significa
avanzar
en
un
camino
que
se
ensancha
a
medida
que
se
profundiza
en
su
sentido.
Se
extiende,
y
a
la
vez
de
vuelve
más
sutil,
por
la
delicadeza
del
alma.
Los
pequeños
gestos
de
la
voluntad
de
Dios,
los
pequeños
gestos...
Si
somos
sinceros
y
abiertos
con
el
Señor,
lograremos
hacer
la
voluntad
de
Dios,
porque
él
no
esconde
su
voluntad,
la
hace
comprender
a
los
que
la
buscan;
no
obliga
en
cambio,
a
aquellos
a
quienes
no
les
interesa,
pero
los
espera.
El
espera
siempre.
La
voluntad
de
Dios
es
que
al
final
no
se
pierda
nada...
42
Que
no
se
pierda
nada
Es
un
Dios
en
espera.
Sé
que
a
usted
le
gusta
Jorge
Luis
Borges,
que
escribió:
«En
las
grietas
está
Dios,
que
acecha».
Si,
el
nuestro
es
precisamente
un
Dios
que
espera.
Por
esto,
cuando
se
da
cuenta
de
que
alguien
está
perdido,
deja
a
los
que
no
lo
están
y
va
en
busca
de
quien
se
ha
extraviado.
43
El
sí
pleno
de
María
a
la
voluntad
de
Dios
Las
lecturas
de
esta
Solemnidad
de
la
Inmaculada
Concepción
de
la
Bienaventurada
Virgen
María
presentan
dos
pasajes
cruciales
en
la
historia
de
las
relaciones
entre
el
hombre
y
Dios:
podríamos
decir
que
nos
conducen
al
origen
del
bien
y
del
mal.
El
libro
del
Génesis
muestra
el
primer
no,
el
no
de
los
orígenes,
el
no
humano,
cuando
el
hombre
prefirió
mirarse
a
sí
mismo
antes
que
a
su
Creador,
cuando
quiso
actuar
por
su
cuenta,
eligió
bastarse
a
sí
mismo
y
comenzó
a
tener
miedo,
a
esconderse
y
acusar
a
quien
estaba
cerca
(
cfr.
Gén
3,10-‐12).
Estos
son
los
síntomas:
el
miedo
es
siempre
un
síntoma
de
no
a
Dios,
e
indica
que
estoy
diciendo
no
a
Dios;
acusar
a
los
demás
y
no
mirarme
a
mí
mismo
indica
que
me
estoy
alejando
de
Dios.
Y
esto
hace
el
pecado.
Pero
el
Señor
no
deja
al
hombre
a
merced
de
su
44
mal;
inmediatamente
lo
busca
y
le
dirige
una
pregunta
llena
de
preocupación:
“¿Dónde
estás?”
(v.9).
Como
si
dijera:
«Detente,
piensa:¿dónde
estás?».
Es
la
pregunta
de
un
padre
o
una
madre
que
busca
al
hijo
perdido:
«¿Dónde
estás?
¿En
qué
situación
te
has
metido?».
Y
esto
Dios
lo
hace
con
tanta
paciencia
,
hasta
colmar
la
distancia
que
se
creó
en
los
orígenes.
Éste
es
uno
de
los
pasajes.
El
segundo
pasaje
crucial,
que
narra
hoy
el
Evangelio,
es
cuando
Dios
viene
a
habitar
entre
nosotros.
Y
esto
es
posible
por
medio
de
un
gran
sí
–
el
del
pecado
era
el
no;
éste
es
el
sí,
¡es
un
gran
sí!-‐
el
de
María
en
el
momento
de
la
Anunciación.
Por
este
sí
Jesús
comenzó
su
camino
por
los
senderos
de
la
humanidad;
lo
comenzó
en
María,
trascurriendo
los
primeros
meses
de
su
vida
en
el
seno
de
su
madre:
no
apareció
ya
adulto
y
fuerte,
sino
que
siguió
todo
el
itinerario
de
un
ser
humano.
Se
hizo
igual
a
nosotros,
excepto
en
una
cosa:
aquel
no.
Excepto
el
pecado.
Por
eso
eligió
a
María,
la
única
criatura
sin
pecado,
inmaculada.
En
el
Evangelio,
con
una
sola
palabra,
ella
es
denominada
“llena
45
de
gracia”
(Lc
1,28),
es
decir
henchida
de
gracia.
Quiere
decir
que
en
ella,
de
inmediato
llena
de
gracia,
no
hay
espacio
para
el
pecado.
Y
también
nosotros,
cuando
nos
dirigimos
a
ella,
reconocemos
esta
belleza:
la
invocamos
como
“llena
de
gracia”,
sin
sombra
de
mal.
María
responde
a
la
propuesta
de
Dios
diciendo:
«He
aquí
la
esclava
del
Señor»
(v.
38).
No
dice:
«Bueno,
esta
vez
haré
la
voluntad
de
Dios,
me
hago
disponible,
después
veré...».
¡No!
Su
sí
es
un
sí
pleno,
total,
para
toda
la
vida,
sin
condiciones.
Y
así
como
el
no
de
los
orígenes
cerró
el
pasó
del
hombre
a
Dios,
el
mismo
modo
el
sí
de
María
abrió
el
camino
a
Dios
entre
nosotros.
Es
el
sí
mas
importante
de
la
historia,
el
sí
humilde
que
derroca
el
no
soberbio
de
los
orígenes,
el
sí
fiel
que
cura
la
desobediencia,
el
sí
disponible
que
abate
el
egoísmo
del
pecado.
También
para
cada
uno
de
nosotros
hay
una
historia
de
salvación
hecha
de
sí
y
de
no.
Sin
embargo,
a
veces
somos
expertos
en
los
síes
a
medias:
somos
buenos
fingiendo
que
no
entendemos
bien
lo
que
Dios
querría
y
que
la
conciencia
nos
sugiere.
También
somos
astutos
46
y
para
no
decir
un
no
auténtico
a
Dios
decimos:
«Discúlpame,
no
puedo»,
«hoy
no,
pienso
mañana»;
«mañana
seré
mejor,
mañana
rezaré,
haré
el
bien,
pero
mañana».
Y
esta
astucia
nos
aleja
del
sí,
nos
aleja
de
Dios
y
nos
lleva
al
no,
al
no
del
pecado,
al
no
de
la
mediocridad.
El
famoso
“si,
pero...”:
“Sí,
Señor,
pero...“.
Así
cerramos
la
puerta
al
bien,
y
el
mal
se
aprovecha
de
estos
síes
que
faltan.
¡Cada
uno
de
nosotros
tiene
una
colección
de
ellos
dentro!.
Pensemos
sobre
ello,
encontraremos
muchos
síes
que
faltan.
Es
así.
En
cambio
cada
sí
pleno
a
Dios
da
origen
a
una
historia
nueva:
decir
sí
a
Dios
es
verdaderamente
“original”,
es
origen,
no
el
pecado,
que
nos
hace
viejos
por
dentro.
¿Habéis
pensado
esto,
que
el
pecado
nos
envejece
por
dentro?.
¡Nos
envejece
pronto!
Cada
sí
a
Dios
origina
historias
de
salvación
para
nosotros
y
para
los
demás.
Cómo
María
con
su
propio
sí.
En
este
camino
de
Adviento,
Dios
desea
visitarnos
y
espera
nuestro
sí.
Pensemos:
«Yo,
hoy,
¿que
sí
debo
decir
a
Dios?».
Pensemos
sobre
ello,
nos
hará
bien.
Y
encontraremos
la
voz
del
Señor
dentro
de
nosotros,
que
nos
pide
algo,
47
un
paso
adelante.
«Creo
en
ti,
espero
en
ti,
te
amo;
que
se
haga
en
mí
tu
voluntad
de
bien».
Esto
es
el
sí.
Con
generosidad
y
confianza,
como
María,
digamos
hoy,
cada
uno
de
nosotros,
este
sí
personal
a
Dios.
48
Danos
hoy
nuestro
pan
de
cada
día
Ahora
se
abre
la
segunda
parte
de
la
oración
del
Señor.
Mientras
las
primeras
invocaciones
se
referían
al
nombre
de
Dios,
ahora
pedimos
algunas
cosas
también
para
nosotros.
Hemos
pensado
primero
en
Aquel
que
nos
ama,
para
pasar
a
la
esperanza
de
que
Él
piense
en
nosotros:
“Danos
hoy
nuestro
pan
de
cada
día”.
Me
fascina
este
plural,
“danos”.
Ya
que
tú
eres
nuestro
“padre”,
creo
que
tú
piensas
en
mí
hoy,
en
este
día
concreto.
Todo
esto,
en
el
reino
de
Dios
que
se
nos
narra
en
el
Evangelio,
sucede
cuando
nos
sentamos
a
la
mesa.
La
fuerza
de
la
presencia
de
Dios
en
el
mundo
de
hoy
está
en
la
mesa,
en
la
Eucaristía
con
Jesús,
con
Jesús.
Por
eso
pedimos
que
nos
dé
de
comer
a
todos
nosotros.
Danos
para
comer
esa
comida
espiritual
que
nos
fortalece,
en
la
mesa
de
la
Eucaristía,
pero
también
para
dar
de
49
comer
a
todos,
en
este
mundo
donde
es
tan
cruel
el
reino
del
hambre.
Cuando
recemos
el
Padre
nuestro,
nos
hará
mucho
bien
detenernos
en
esta
petición-‐
«danos
hoy
el
pan
de
cada
día»
para
mi
y
para
todos-‐,y
pensar
en
tantas
personas
que
no
tienen
este
pan.
Cuando
era
niño,
en
casa,
cuando
el
pan
se
caía,
nos
enseñaban
a
cogerlo
inmediatamente
y
besarlo;
jamás
se
tiraba
el
pan.
El
pan
es
símbolo
de
esta
unidad
de
toda
la
humanidad,
es
símbolo
de
amor
de
Dios
por
ti,
el
Dios
que
te
da
de
comer.
Cuando
sobraba
las
abuelas
y
las
madres,
¿qué
hacían
(y
siguen
haciendo)?
Lo
remojaban
en
leche
y
hacían
una
tarta,
o
cualquier
otra
cosa,
pero
el
pan
no
se
tira.
Mi
abuela,
en
cambio,
cuando
mi
hermano
y
yo
nos
tirábamos
las
migas
nos
decía:
“Niños,
con
el
pan
no
se
juega”.
Yo,
hoy
en
día,
cuando
como
sacerdote
levanto
la
Eucaristía
escucho
dentro
de
mí
la
frase
de
mi
abuela:
tampoco
con
este
pan,
especialmente
con
este
pan,
se
debe
jugar.
Para
un
cristiano,
el
pan
es
la
Eucaristía.
50
¡Pero
también
el
otro!
No
olvidemos
la
obra
de
misericordia
que
recomienda
dar
de
comer
a
los
hambrientos.
En
la
cárcel,
a
veces,
la
Eucaristía
me
la
planteo
no
tanto
como
un
premio,
sino
como
una
medicina.
Si
me
equivoco,
necesito
que
Dios
no
me
quite
su
pan,
sino
que
me
haga
sentir
que
soy
un
hijo.
Eso
es
algo
muy
cierto.
Si
me
permite
hacerme
publicidad,
es
lo
que
he
escrito
en
Evangelii
gaudium
(n.
47):
la
Eucaristía:
«no
es
un
premio
para
los
perfectos
sino
un
generosos
remedio
y
un
alimento»,
una
medicina
«para
los
débiles».
Esto
me
hace
consciente
de
que,
por
lo
tanto,
estoy
dentro
del
corazón
de
Dios,
aunque
haya
caído.
51
Dar
de
comer
a
los
hambrientos
En
la
Biblia,
un
salmo
dice
que
Dios
es
aquel
que
«da
el
alimento
a
todos
los
vivientes»
(136,25).
La
experiencia
del
hambre
es
dura.
Lo
sabe
quien
ha
vivido
períodos
de
guerra
y
carestía.
Sin
embargo,
esta
experiencia
se
repite
cada
día
y
convive
junto
a
la
abundancia
y
al
derroche.
Son
siempre
actuales
las
palabras
del
apóstol
Santiago:«¿De
qué
le
sirve
a
uno,
hermanos
míos,
decir
que
tiene
fe,
si
no
tiene
obras?
¿Acaso
esa
fe
puede
salvarlo?
¿De
qué
sirve
si
uno
de
vosotros,
al
ver
a
un
hermano
o
una
hermana
desnudos
o
sin
el
alimento
necesario,
les
dice:
”Id
en
paz,
calentaos
y
comed”,
y
no
les
da
lo
que
necesitan
para
su
cuerpo?
Lo
mismo
pasa
con
la
fe:
si
no
va
acompañada
de
las
obras,
está
completamente
muerta»
(2,14-‐17):
es
incapaz
de
hacer
obras,
de
hacer
caridad,
de
dar
amor.
Hay
siempre
alguien
que
tiene
hambre
y
sed
y
tiene
necesidad
de
mí.
No
puedo
delegar
a
ningún
otro.
Este
pobre
necesita
de
mí,
de
mi
ayuda,
de
mi
palabra,
de
mi
compromiso.
52
Estamos
todos
involucrados
en
esto.
Es
también
la
enseñanza
de
esta
página
del
Evangelio
en
la
cual
Jesús,
viendo
a
tanta
gente
que
desde
algunas
horas
les
seguía,
pide
a
sus
discípulos:
«¿Dónde
compraremos
pan
para
darles
de
comer?»
(Jn
6,5).
Y
los
discípulos
responden:
«Es
imposible,
es
mejor
que
los
despidas...».
En
cambio
Jesús
les
dice
a
ellos:
«No.
Dadles
vosotros
mismo
de
comer»
(Mc
6,37).
Hace
que
le
den
los
pocos
panes
y
peces
que
tenían
consigo,
los
bendice,
los
parte
y
los
distribuye
a
todos.
Es
una
lección
muy
importante
para
todos
nosotros.
Nos
dice
que
lo
poco
que
tenemos,
si
lo
ponemos
en
las
manos
de
Jesús
y
lo
compartimos
con
fe,
se
convierte
en
una
riqueza
superabundante.
El
papa
Benedicto
XVI,
en
la
encíclica
Caritas
in
veritate,
afirma:
«Dar
de
comer
a
los
hambrientos
en
un
imperativo
ético
para
la
Iglesia
universal.
[…]
El
derecho
a
la
alimentación
y
al
agua
tiene
un
papel
importante
para
conseguir
otros
derechos.[...]
Por
tanto,
es
necesario
que
madure
una
conciencia
solidaria
que
considere
la
alimentación
y
el
acceso
al
agua
53
como
derechos
universales
de
todos
los
seres
humanos,
sin
distinciones
ni
discriminaciones»
(n.27).
No
olvidemos
las
palabras
de
Jesús
«Yo
soy
el
pan
de
Vida»
(Jn
6,35)
y
«El
que
tenga
sed,
venga
a
mí»
(Jn
7,37).
Estas
palabras
son
una
provocación
para
todos
nosotros
creyentes,
una
provocación
para
que
reconozcamos
que,
a
través
de
dar
de
comer
al
hambriento
y
de
beber
al
sediento,
pasa
nuestra
relación
con
Dios,
un
Dios
que
ha
revelado
en
Jesús
su
rostro
de
misericordia.
54
Perdona
nuestras
ofensas,
como
también
nosotros
perdonamos
a
los
que
nos
ofenden
Sigue
una
idea
muy
bonita:«Perdona
nuestras
ofensas
-‐o
nuestros
pecados-‐,
como
también
nosotros
perdonamos
a
los
que
nos
ofenden».
Me
viene
aquí
a
la
mente
un
preso
que
el
año
pasado
en
Nochebuena
estaba
leyendo
la
oración
de
los
fieles,
en
la
que
estaba
escrito:
«Recemos
a
Dios,
el
Salvador».
Él
cometió
un
pequeño
error
y
dijo:
«Recemos
a
Dios,
el
soldador»,
y
me
acordé
de
mi
padre
soldando.
Donde
había
dos
piezas
rotas,
mi
papá
no
las
tiraba,
las
soldaba.
Y
me
he
dicho:
mira
a
los
pobres
cómo
han
traducido
la
misericordia
de
Dios.
Para
mí,
sigue
abierto
el
significado
del
adverbio
“como”.
¿Significa
«para
que
también
nosotros
podamos
hacer
esto»
o
el
sentido
es,
«en
la
medida
en
que
yo
perdono?
¿También
tú,
Señor,
me
perdonas?»
La
perspectiva
cambia.
55
¡Es
una
petición
que
les
gusta
mucho
a
los
banqueros!
Aunque,
les
gusta
hasta
cierto
punto.
No
es
que
les
guste
mucho
perdonar,
no
perdonan
las
deudas
en
este
mundo
donde
en
el
centro
de
todo
está
el
dinero.
El
perdón,
el
perdón,
es
tan
difícil
perdonar...
Sin
embargo,
hay
una
sola
condición
esencial
sin
la
cual
nadie
podrá
perdonar
jamás.
Podrás
perdonar
si
has
tenido
la
gracia
de
sentirte
perdonado.
Solo
la
persona
que
se
siente
perdonada
es
capaz
de
perdonar.
Yo
perdono
porque,
antes,
he
sido
perdonado.
Pensad,
en
cambio,
en
los
doctores
de
la
ley,
esos
que
le
habían
declarado
la
guerra
a
Jesús,
creían
que
eran
perfectos,
justos,
y
que
por
lo
tanto
no
tenían
ninguna
necesidad
de
perdón
y
no
entendían
por
qué
Jesús
perdonaba
a
los
pecadores,
por
qué
comía
con
ellos,
y
curaba
y
se
relacionaba
con
los
leprosos.
Él
perdonaba
a
todos
y
ellos
no
lo
entendían,
porque
se
sentían
tan
justos
que
no
podían
disfrutar
de
aquella
experiencia
tan
hermosa.
También
yo
relataré,
como
cristiano,
como
persona,
aquello
de
lo
que
tengo
experiencia:
56
Una
vez
que
sentí
que
el
Señor
me
había
perdonado
tantas
cosas,
lloré
de
alegría.
Incluso
hoy,
cuando
pienso
en
esas
lágrimas,
y
me
toca
a
mi
perdonar,
me
digo:
«No
hay
proporción,
esto
no
es
nada
en
comparación
con
aquella
vez».
Le
voy
a
hacer
una
confidencia,
papa
Francisco.
Yo
era
de
aquellos
que
pensaba
que
si
alguien
se
equivocaba
debía
pudrirse
en
la
cárcel.
Hoy
Dios
me
está
concediendo
la
gracia
de
ser
el
pastor
para
esa
gente,
de
serlo
junto
a
ellos.
De
nuestros
encuentros,
también
yo
recuerdo
el
día
y
la
hora.
Ese
día
en
el
que
mi
historia
no
volvió
no
volvió
ya
a
ser
la
misma;
avergonzándome,
sentí
los
latidos
del
renacimiento.
Lo
aprendí
leyendo
un
texto
suyo
sobre
la
gracia
de
saberse
avergonzar.
Me
avergüenzo
porque
había
expulsado
a
Dios
de
mi
vida
y
luego
he
vuelto
por
el
camino
de
búsqueda
del
Padre.
Hoy
en
día,
me
toca
mirarme
al
espejo
con
el
corazón
en
la
mano
tras
haber
sentido
el
amor
propio
y
haber
experimentado
una
inmensa
vergüenza
al
estar
lejos
de
Él
,de
nuestra
casa.
57
En
el
relato
de
la
pasión
de
Jesús
hay
tres
episodios
que
hablan
de
la
vergüenza.
Tres
personas
que
se
avergüenzan.
La
primera
es
Pedro.
Pedro
oye
cantar
el
gallo
y,
en
aquel
momento,
siente
algo
dentro
de
sí
y
ve
a
Jesús
que
sale
y
lo
mira.
La
vergüenza
es
tal
que
llora
amargamente
(cfr.
Lc
22,54-‐62).
El
segundo
caso
es
el
del
buen
ladrón:
“Nosotros
estamos
aquí”,
dice
al
otro
compañero
de
desgracias,
“porque
hemos
hecho
cosas
malas
e
injustas,
pero
este
pobre
inocente
no
tiene
ninguna
culpa...”
Se
siente
culpable,
avergonzado,
y
así,
dice
san
Agustín,
con
esta
vergüenza
robo
el
Paraíso
(cfr.
Lc
23,39-‐43).
La
tercera,
la
que
más
me
conmueve,
es
la
vergüenza
de
Judas.
Judas
es
un
personaje
difícil
de
entender,
ha
habido
muchas
interpretaciones
de
su
personalidad.
Sin
embargo,
al
final,
cuando
ve
lo
que
ha
hecho,
va
a
los
“justos”,
a
los
sacerdotes,
y
les
dice:
“He
pecado,
porque
he
entregado
sangre
inocente”.
Y
ellos
le
responden:
“¿A
nosotros
qué?.
Allá
tú”.
(cfr
Mt
27,3-‐10).
Y
se
aleja
embargado
por
la
58
culpa
que
le
sofoca.
Tal
vez
si
hubiera
encontrado
a
la
Virgen
María,
las
cosas
habrían
sido
distintas,
pero
el
pobre
se
va,
no
encuentra
una
salida
y
se
ahorca.
Pero,
hay
una
cosa
que
me
hace
pensar
que
la
historia
de
Judas
no
termina
ahí...
A
lo
mejor
alguno
va
a
pensar:
”Este
Papa
es
un
hereje...”
¡Pero
no!
Os
invito
a
contemplar
un
capitel
medieval
de
la
basílica
de
Santa
María
Magdalena
en
Vézelay,
en
la
Borgoña
(Francia).
Los
hombres
de
la
Edad
Media
hacían
catequesis
a
través
de
las
esculturas
y
las
imágenes.
En
este
capitel,
por
un
lado,
está
Judas
ahorcándose,
pero
en
el
otro
lado
está
el
Buen
Pastor
que
lo
carga
sobre
sus
hombros
y
lo
lleva
con
él.
En
los
labios
del
Buen
Pastor
hay
un
atisbo
de
sonrisa,
no
digo
irónico,
pero
sí
un
poco
cómplice.
Detrás
de
mi
escritorio
tengo
la
fotografía
de
este
capitel
dividido
en
dos
partes,
porque
me
ayuda
a
meditar:
hay
muchas
maneras
de
avergonzarse.
La
desesperación
es
una,
pero
debemos
tratar
de
ayudar
a
las
personas
desesperadas
a
encontrar
el
auténtico
camino
de
la
vergüenza,
y
que
no
acaben
como
lo
hace
Judas.
Estos
tres
personajes
de
la
pasión
59
de
Jesús
me
ayudan
mucho.
La
vergüenza
es
una
gracia.
Para
nosotros,
en
Argentina,
alguien
que
no
sabe
cómo
comportarse
y
actúa
mal
es
un
“sinvergüenza”.
60
El
entrenamiento
para
el
don
y
el
perdón
Hoy
quisiera
destacar
este
aspecto:
que
la
familia
es
un
gran
gimnasio
de
entrenamiento
en
el
don
y
en
el
perdón
recíproco
sin
el
cual
ningún
amor
puede
ser
duradero.
Sin
entregarse
y
sin
perdonarse
el
amor
no
permanece,
no
dura.
En
la
oración
que
Él
mismo
nos
enseñó
–
es
decir
el
Padre
nuestro
-‐
Jesús
nos
hace
pedirle
al
Padre:
«Perdona
nuestras
ofensas,
como
también
nosotros
perdonamos
a
los
que
nos
ofenden».
Y
al
final
comenta:
«Porque
si
perdonáis
a
los
hombres
sus
ofensas,
también
os
perdonará
vuestro
Padre
celestial,
pero
si
no
perdonáis
a
los
hombres,
tampoco
vuestro
Padre
perdonará
vuestras
ofensas
»
(Mt
6,12.14-‐15).
No
se
puede
vivir
sin
perdonarse,
o
al
menos
no
se
puede
vivir
bien,
especialmente
en
la
familia.
Cada
día
nos
ofendemos
unos
a
otros.
Tenemos
que
61
considerar
estos
errores,
debidos
a
nuestra
fragilidad
y
a
nuestro
egoísmo.
Lo
que
se
nos
pide
es
curar
inmediatamente
las
heridas
que
nos
provocamos,
volver
a
tejer
de
inmediato
los
hilos
que
rompemos
en
la
familia.
Si
esperamos
demasiado,
todo
se
hace
más
difícil.
Y
hay
un
secreto
sencillo
para
curar
las
heridas
y
disipar
las
acusaciones.
Es
este:
no
dejar
que
acabe
el
día
sin
pedirse
perdón,
sin
hacer
las
paces
entre
marido
y
mujer,
entre
padres
e
hijos,
entre
hermanos
y
hermanas...
entre
nuera
y
suegra.
Si
aprendemos
a
pedirnos
inmediatamente
perdón
y
a
darnos
el
perdón
recíproco,
se
sanan
las
heridas,
el
matrimonio
se
fortalece
y
la
familia
se
convierte
en
una
casa
cada
vez
más
sólida,
que
resiste
a
las
sacudidas
de
nuestras
pequeñas
y
grandes
maldades.
Y
para
esto
no
es
necesario
dar
un
gran
discurso,
sino
que
es
suficiente
una
caricia
y
todo
se
acaba,
y
se
recomienza.
¡Pero
no
terminar
el
día
en
guerra!
Si
aprendemos
a
vivir
así
en
la
familia,
lo
hacemos
también
fuera,
donde
sea
que
nos
encontremos.
Es
fácil
ser
escépticos
en
esto.
Muchos
-‐también
entre
los
cristianos-‐
piensan
62
que
se
trate
de
una
exageración.
Se
dice:
sí,
son
hermosas
palabras,
pero
es
imposible
ponerlas
en
práctica.
Pero
gracias
a
Dios
no
es
así.
En
efecto,
precisamente
recibiendo
el
perdón
de
Dios,
somos
capaces
de
perdonar
a
los
demás.
Por
eso
Jesús
nos
hace
repetir
estas
palabras
cada
vez
que
rezamos
la
oración
de
Padre
nuestro,
es
decir
cada
día.
Es
indispensable
que,
en
una
sociedad
a
veces
despiadada,
haya
espacios,
como
la
familia,
donde
aprender
a
perdonarse
los
unos
a
los
otros.
63
No
nos
dejes
caer
en
la
tentación
La
desesperación
es
una
tentación.
Y
así
llegamos
a
la
penúltima
invocación,
«nos
no
dejes
caer
en
la
tentación».
Algunos
amigos,
unos
no
creyentes,
otros
sí,
de
vez
en
cuando
me
preguntan:
«Don
Marco,
¿puede
Dios
tentarme?»
Y
me
gusta
leer
esta
petición
de
esta
manera:
«Puesto
que
Satanás
me
tienta,
ayúdame
a
no
caer
en
las
trampas
de
sus
seducciones».
Yo
no
puedo
creer
que
Dios
me
tiente.
Esta
es
una
buena
traducción.
De
hecho,
si
miramos
el
texto
del
Evangelio
en
la
última
edición
de
la
Conferencia
Episcopal
Italiana,
leemos:
“no
nos
abandones
a
la
tentación”
(cfr
Lc
11,4;
Mt
6,14).
También
los
franceses
han
64
cambiado
el
texto
con
una
nueva
traducción
que
dice:
no
me
dejes
caer
en
la
tentación”.
Soy
yo
el
que
cae,
no
es
Él
quien
me
empuja
a
la
tentación
para
que
pueda
ver
luego
como
he
caído.
Un
padre
no
hace
esto,
un
padre
ayuda
a
levantarse
enseguida.
Quien
nos
tienta
es
Satanás,
este
es
el
oficio
de
Satanás.
El
significado
de
esta
oración
es:
“Cuando
Satanás
me
tiente,
tú,
por
favor,
dame
tu
mano”.
Es
como
ese
cuadro
en
el
que
Jesús
tiende
su
mano
a
Pedro,
quien
le
pide:
“¡Señor,
sálvame,
me
estoy
ahogando,
dame
la
mano!”
(cfr.
Mt
14,30).
En
nuestra
parroquia
de
la
cárcel,
la
mayor
tentación
con
la
que
Satanás
intenta
todas
las
mañanas
seducir
el
corazón
es
susurrando:
«no
lo
intentes,
nada
cambia,
todo
está
perdido».
Para
mí,
desesperar
significa
no
tener
ya
la
mirada
puesta
en
el
rostro
de
Cristo.
Él
es
la
esperanza,
el
ancla.
65
También
es
cierto,
sin
embargo,
que
cuando
me
siento
tentado,
me
doy
cuenta
de
cuánta
gracia
me
ha
dado
Dios
en
mi
corazón.
Quizás
no
me
hubiera
dado
cuenta
si
no
fuera
tentado.
En
mi
pueblo
siempre
dicen
que
nadie
puede
presumir
de
ser
casto
si
nunca
antes
ha
sido
tentado.
Es
cierto,
es
una
buena
forma
de
decirlo
66
El
fundamento
de
nuestra
esperanza
Pensemos
en
la
parábola
del
padre
misericordioso
(cfr.
Lc
15,
11-‐32).
Jesús
habla
de
un
padre
que
sabe
ser
solo
amor
para
sus
hijos.
Un
padre
que
no
castiga
al
hijo
por
su
arrogancia
y
que
es
capaz
incluso
de
confiarle
su
parte
de
herencia
y
dejarle
irse
de
casa.
Dios
es
Padre,
dice
Jesús,
pero
no
a
la
manera
humana,
porque
no
hay
ningún
padre
en
este
mundo
que
se
comportaría
como
el
protagonista
de
esta
parábola.
Dios
es
padre
a
su
manera:
bueno,
indefenso
ante
el
libre
arbitrio
del
hombre,
solo
capaz
de
conjugar
el
verbo
“amar”.
Cuando
el
hijo
rebelde
después
de
haber
despilfarrado
todo,
vuelve
finalmente
a
la
casa
natal,
ese
padre
no
aplica
criterios
de
justicia
humana,
sino
que
siente
sobre
todo
la
necesidad
de
perdonar,
y
con
su
abrazo
hace
entender
al
hijo
que
durante
todo
este
largo
tiempo
de
ausencia
le
ha
echado
67
de
menos,
ha
sido
dolorosamente
echado
de
menos
por
su
amor
de
padre.
¡Qué
misterio
insondable
es
el
de
un
Dios
que
nutre
este
tipo
de
amor
respecto
de
sus
hijos!
Quizás
por
esta
razón,
evocando
el
centro
del
misterio
cristiano,
el
apóstol
Pablo
no
es
capaz
de
traducir
en
griego
una
palabra
que
Jesús,
en
arameo,
pronunciaba
“abbá”.
San
Pablo,
en
su
epistolario
(cfr.
Rom
8,15;
Gál
4,6),
toca
dos
veces
este
tema,
y
en
dos
ocasiones
deja
esa
palabra
sin
traducir,
en
la
misma
forma
en
la
cual
ha
florecido
en
boca
de
Jesús,
“abbá”,
un
término
aún
más
íntimo
respecto
a
“padre”,
y
que
alguno
traduce
como
“papá”.
Queridos
hermanos
y
hermanas,
nunca
estamos
solos.
Podemos
estar
lejano,
hostiles,
podemos
incluso
profesarnos
“sin
Dios”.
Pero
el
Evangelio
de
Jesucristo
nos
revela
que
Dios
no
puede
estar
sin
nosotros:
Él
no
será
nunca
un
Dios
“sin
el
hombre”;
¡es
Él
quien
no
puede
estar
sin
nosotros,
y
esto
es
un
misterio
grande!
Dios
no
puede
ser
Dios
sin
el
hombre:
¡este
es
un
gran
misterio!
Y
esta
certeza
es
el
manantial
de
68
nuestra
esperanza,
que
encontramos
custodiada
en
todas
las
invocaciones
del
Padre
nuestro.
Cuando
necesitamos
ayuda.
Jesús
no
nos
dice
que
nos
resignemos
y
nos
cerremos
en
nosotros
mismo,
sino
que
nos
dirijamos
al
Padre
y
le
pidamos
a
Él
con
confianza.
Todas
nuestras
necesidades,
desde
aquellas
más
evidentes
y
cotidianas,
como
la
comida,
la
salud,
el
trabajo,
hasta
la
de
ser
perdonados
y
apoyados
en
las
tentaciones,
no
son
el
espejo
de
nuestra
soledad:
sin
embargo,
hay
un
Padre
que
siempre
nos
mira
con
amor,
y
que
seguramente
no
nos
abandona.
Ahora
os
hago
una
propuesta:
cada
uno
de
nosotros
tiene
muchos
problemas
y
muchas
necesidades.
Pensemos
un
poco,
en
silencio,
en
estos
problemas
y
necesidades.
Pensemos
también
en
el
Padre,
en
nuestro
Padre,
que
no
puede
estar
sin
nosotros,
y
que
en
estos
momentos
nos
está
mirando.
Y
todos
juntos,
con
confianza
y
esperanza,
recemos:
“Padre
nuestro,
que
estás
en
el
cielo...!”
69
Y
líbranos
del
mal
El
trigo
y
la
cizaña
deberán
madurar
juntos
hasta
el
tiempo
de
la
siega.
¡Está
prohibido
adelantar
los
tiempos
de
la
cosecha!
Sólo
entonces
la
cizaña
será
quemada.
«Y
líbranos
del
mal»:
así
se
concluye
el
Padre
nuestro.
En
la
cárcel
de
menores
que
está
en
la
isla
de
Nisida,
frente
a
Nápoles,
un
chico
me
regaló
una
confidencia
conmovedora:
«Sólo
hay
una
frase
que
yo
por
la
noche
antes
de
dormir
repito
bajo
las
mantas:
Señor,
líbrame
del
mal».
Oír
que
me
lo
decía
un
muchacho
de
dieciséis
años
me
hizo
percibir
toda
la
concreción
del
mal.
En
su
catequesis,
muchísimas
veces,
usted
habla
de
Satanás
y
lo
desenmascara.
Esto
es
el
mal.
El
mal
no
es
algo
impalpable
que
se
difunde
como
la
niebla
de
Milán.
Es
una
70
persona,
Satanás,
que
es
también
muy
astuta.
El
Señor
nos
dice
que
cuando
es
expulsado
se
va,
pero
después
de
un
cierto
tiempo,
cuando
uno
está
distraído,
quizás
tras
algunos
años,
vuelve
peor
que
antes.
Él
no
entra
invadiendo
la
casa.
No,
Satanás
es
muy
educado,
llama
a
la
puerta,
toca
el
timbre,
entra
con
sus
típicas
seducciones
y
sus
compañeros.
Al
final
este
es
el
sentido
del
versículo:
“No
nos
dejes
caer
en
la
tentación”.
Hay
que
ser
astutos
en
el
buen
sentido
de
la
palabra,
ser
despiertos,
tener
la
capacidad
de
discernir
las
mentiras
de
Satanás,
con
el
cual,
estoy
convencido,
no
se
puede
dialogar.
¿Cómo
se
comportaba
Jesús
con
Satanás?
O
lo
echaba,
o
como
hizo
en
el
desierto,
se
servía
de
la
palabra
de
Dios.
Ni
siquiera
Jesús
puso
en
marcha
un
diálogo
con
Satanás,
porque
si
comienzas
a
dialogar
con
él
estás
perdido.
Es
más
inteligente
que
nosotros,
y
te
trastorna,
te
hace
que
des
vueltas
a
la
cabeza
y
al
final
estás
perdido.
No,
”¡vete,
vete!”.
Una
vez
me
entusiasmé
leyendo
un
pasaje
en
el
que
usted
citaba
la
frase
de
un
gran
poeta,
León
71
Bloy:
«Quien
no
reza
a
Dios...».
«...
reza
a
Satanás».
No
hay
alternativa.
Y
por
tanto,
usted
nos
dice
que
el
Mal
se
debe
escribir
con
mayúscula,
«tiene
un
nombre
y
un
apellido».
Exacto
¿También
dentro
de
nuestra
casa?
Sí,
dentro
de
nuestra
casa.
Pero
Satanás
es
astuto
y
finge
que
es
educado
con
nosotros.
Con
nosotros
sacerdotes,
con
nosotros
obispos:
entra
con
delicadeza,
pero
las
cosas
terminan
mal
si
no
te
das
cuenta
a
tiempo.
72
La
cizaña
entre
el
trigo
bueno
La
parábola
del
trigo
bueno
y
de
la
cizaña
afronta
el
problema
del
mal
en
el
mundo
y
pone
de
relieve
la
paciencia
de
Dios
(cf.
Mt
13,24-‐30.
36-‐
43).
La
escena
se
desarrolla
en
un
campo
donde
el
dueño
siembra
trigo;
pero
una
noche
llega
el
enemigo
y
siembra
la
cizaña,
término
que
en
hebreo
deriva
de
la
misma
raíz
del
nombre
de
Satanás
y
evoca
el
concepto
de
división.
Todos
sabemos
que
el
demonio
es
un
“cizañero”,
el
que
siempre
busca
dividir
a
las
personas,
las
familias,
las
naciones
y
los
pueblos.
Los
servidores
querrían
enseguida
arrancar
la
hierba
mala,
pero
el
dueño
lo
impide
con
esta
motivación:
“Para
que
no
suceda
que,
al
recoger
la
cizaña,
con
ella
se
arranque
también
el
trigo”
(Mt
13,29).
Porque
todos
sabemos
que
la
cizaña,
cuando
crece,
se
parece
al
trigo
bueno,
y
existe
el
peligro
que
se
confundan.
La
enseñanza
de
la
parábola
es
doble.
Ante
todo
dice
que
el
mal
que
viene
del
mundo
no
proviene
de
Dios,
sino
de
su
enemigo,
el
73
Maligno.
Es
curioso,
el
Maligno
va
de
noche
a
sembrar
la
cizaña,
en
la
oscuridad,
en
la
confusión;
va
a
donde
no
hay
luz
para
sembrar
la
cizaña.
Este
enemigo
es
astuto:
ha
sembrado
el
mal
en
medio
del
bien,
así
que
es
imposible
para
nosotros
los
hombres
separarlos
claramente;
pero
Dios,
al
final,
podrá
hacerlo.
Y
aquí
llegamos
al
segundo
tema:
la
contraposición
entre
impaciencia
de
los
siervos
y
la
paciente
espera
del
propietario
del
campo,
que
representa
a
Dios.
A
veces
tenemos
una
gran
prisa
por
juzgar,
clasificar,
poner
a
este
lado
los
buenos
y
al
otro
lado
los
malos...
Pero
recordad
la
oración
de
aquel
hombre
soberbio:
“Oh
Dios,
te
doy
gracias
porque
soy
bueno,
no
soy
como
los
demás
hombres,
malos...”
(cfr.
Lc
18,11-‐12).
Dios,
en
cambio,
sabe
esperar.
Él
mira
el
“campo”
de
la
vida
de
cada
persona
con
paciencia
y
misericordia:
ve
mucho
mejor
que
nosotros
la
suciedad
y
el
mal,
pero
también
ve
los
gérmenes
del
bien
y
espera
con
confianza
que
maduren.
Dios
es
paciente,
sabe
esperar.
Qué
hermoso
es
esto:
nuestro
Dios
es
un
padre
paciente,
que
nos
espera
siempre
y
nos
espera
74
con
el
corazón
en
la
mano
para
acogernos,
para
perdonarnos.
Él
siempre
nos
perdona
si
vamos
a
Él.
La
actitud
del
dueño
es
la
de
la
esperanza
fundada
en
la
certeza
de
que
el
mal
no
tiene
ni
la
primera
ni
la
última
palabra.
Y
gracias
a
esta
paciente
esperanza
de
Dios,
la
misma
cizaña,
es
decir,
el
corazón
malo
con
muchos
pecados,
al
final
puede
llegar
a
ser
trigo
bueno.
Pero
atención:
la
paciencia
evangélica
no
es
indiferencia
hacia
el
mal;
¡no
se
puede
confundir
el
bien
con
el
mal!
Frente
a
la
cizaña
presente
en
el
mundo
el
discípulo
del
Señor
está
llamado
a
imitar
la
paciencia
de
Dios,
alimentar
la
esperanza
con
el
apoyo
de
una
confianza
inquebrantable
en
la
victoria
final
del
bien,
es
decir,
de
Dios.
Al
final,
en
efecto,
el
mal
será
quitado
y
eliminado:
en
el
tiempo
de
la
siega,
es
decir,
del
juicio,
los
segadores
ejecutarán
la
orden
del
dueño
separando
la
cizaña
para
quemarla
(Mt
13,30).
En
aquel
día
de
la
siega
final
el
juez
será
Jesús,
Aquel
que
ha
sembrado
el
trigo
bueno
en
el
mundo
y
que
se
ha
convertido
Él
mismo
en
75
”grano
de
trigo”,
ha
muerto
y
ha
resucitado.
Al
final
seremos
juzgados
todos
con
la
misma
medida
con
la
que
hayamos
juzgado:
la
misericordia
que
hayamos
utilizado
con
los
demás
será
utilizada
también
con
nosotros.
Pidamos
a
la
Virgen,
nuestra
Madre,
que
nos
ayude
a
crecer
en
paciencia,
esperanza
y
misericordia
con
todos
los
hermanos.
76
77
La
oración
del
Señor
Hemos
llegado
al
final
de
esta
bellísima
oración,
la
más
bella
de
todas.
Como
advertía
Simone
Weil,
ya
no
se
han
escrito
oraciones
que
no
estuvieran
ya
contenidas
en
el
Pater.
Para
cerrar
el
círculo,
confieso
que
cuando
celebro
la
Eucaristía
me
sorprende
siempre
aquella
frase
temerosa
que
el
sacerdote
pronuncia
antes
de
entonar
la
oración:
«Fieles
a
la
recomendación
del
Salvador
y
siguiendo
su
divina
enseñanza,
nos
atrevemos
a
decir».
Es
maravilloso
ese
«nos
atrevemos»
casi
de
puntillas,
en
voz
baja:
es
como
si
solo
juntos
encontráramos
el
coraje
de
decir
“Padre”.
El
cristianismo
no
puede
existir
en
la
soledad.
78
Hace
falta
valentía
para
rezar
el
Padre
nuestro.
Hace
falta
valentía.
Digo:
poneos
a
decir
“papá”
y
a
creer
realmente
que
Dios
es
el
Padre
que
me
acompaña,
me
perdona,
me
da
el
pan,
está
atento
a
todo
lo
que
pido,
me
viste
aún
mejor
que
las
flores
del
campo.
Creer
es
también
un
gran
riesgo:
¿y
si
no
fuera
verdad?
Atreverse,
atreverse,
pero
todos
juntos.
Por
eso
rezar
juntos
es
tan
bello:
porque
nos
ayudamos
unos
a
otros
a
atrevernos.
En
efecto,
como
dijo
usted
en
una
catequesis
hablando
de
la
figura
de
Moisés,
orar
es
negociar
con
Dios:
si
estoy
junto
al
pueblo
entonces
encuentro
la
valentía
de
negociar
con
Dios,
de
decirle:
«Por
favor,
cálmate,
míranos
a
la
cara;
es
cierto,
somos
infieles,
pero
somos
tu
pueblo».
La
oración
como
negociación.
79
Y
también
Abraham
negoció
con
Dios
que
estaba
a
punto
de
destruir
Sodoma
y
Gomorra
(cfr.
Gén
18,20).
Abraham
intercedió
por
las
personas
justas
de
la
ciudad
contratando
y
negociando
con
Dios
y
Dios
le
respondió
que
no
la
destruirá
si
encontraba
treinta,
veinticinco,
veinte,
diez
personas
justas
en
la
ciudad.
Habría
bastado
una
para
que
Dios,
como
mendigo,
entrara
en
esas
ciudades
con
su
salvación.
Con
todo,
aquel
día
no
había
ni
siquiera
un
justo...
*
*
*
Papa
Francisco,
gracias
por
habernos
contado,
como
un
padre,
el
Padre
nuestro.
¿A
usted
quién
le
enseño
el
Padre
nuestro,
cuando
era
pequeño?
La
abuela.
La
abuela
¿Y
le
sucede
que,
durante
el
día,
reza
el
Padre
nuestro
sin
darse
cuenta
de
ello?
80
No,
sin
darme
cuenta
no,
pero
cuando
me
pongo
a
rezar
viene
enseguida.
Para
concluir
nuestro
encuentro
le
regalo
-‐visto
que
no
poseo
nada
más
que
el
olor
de
mis
ovejas,
de
mi
grey
-‐un
verso
de
Goethe:
«
Lo
que
heredaste
de
los
padres
reconquístalo
si
quieres
poseerlo
de
verdad.
Para
nosotros
el
Padre
nuestro
es
una
herencia.
Pero
no
basta
heredarlo,
debo
reconquistarlo
para
poder
decir
que
lo
poseo.
Por
eso
es
importante
volver
a
las
raíces.
Sobre
todo
en
esta
sociedad
desenraizada,
debemos
volver
a
las
raíces,
reconquistarlas.
Darse
la
vuelta
y
experimentar
que
hay
un
Padre
que
nos
espera.
Por
eso
a
mí
me
gusta
hablar
tanto
de
diálogo
entre
los
chicos
y
los
abuelos,
porque
significa
precisamente
esto:
volver
a
las
raíces.
81
Recemos
juntos
el
Padrenuestro.
Padre
nuestro
que
estás
en
el
cielo,
santificado
sea
tu
nombre,
venga
a
nosotros
tu
reino,
hágase
tu
voluntad
en
la
tierra
como
en
el
cielo.
Damos
hoy
nuestro
pan
de
cada
día.
Perdona
nuestras
ofensas,
como
también
nosotros
perdonamos
a
los
que
nos
ofenden;
no
nos
dejes
caer
en
la
tentación,
y
líbranos
del
mal.
82
La
oración
de
los
abuelos
es
una
riqueza
La
oración
de
los
ancianos
y
de
los
abuelos
es
un
don
para
la
Iglesia,
¡es
una
riqueza!
Una
gran
inyección
de
sabiduría
también
para
toda
la
sociedad
humana:
sobre
todo
para
aquella
que
está
demasiado
ajetreada,
demasiado
enfrascada,
demasiado
distraída.
¡Alguno
debe
incluso
cantar,
también
para
ellos,
cantar
los
signos
de
Dios,
proclamar
los
signos
de
Dios,
rezar
por
ellos!
¡Miremos
a
Benedicto
XVI,
que
ha
escogido
pasar
en
oración
y
escucha
de
Dios
el
último
trecho
de
su
vida!
¡esto
es
hermoso!
Un
gran
creyente
del
siglo
pasado,
de
tradición
ortodoxa,
Olivier
Clément,
decía:
“Una
civilización
donde
ya
no
se
reza
es
una
civilización
donde
la
vejez
ya
no
tiene
sentido.
Y
esto
es
terrorífico;
necesitamos
ante
todo
de
83
ancianos
que
oren
porque
la
vejez
se
nos
da
para
esto.
Necesitamos
de
ancianos
que
recen
porque
la
vejez
se
nos
da
precisamente
para
esto”.
Es
una
cosa
hermosa
la
oración
de
los
ancianos.
Nosotros
podemos
dar
gracias
al
Señor
por
los
bienes
recibidos,
y
llenar
el
vacío
de
la
ingratitud
que
lo
rodea.
Podemos
interceder
por
las
expectativas
de
las
nuevas
generaciones
y
dar
dignidad
a
la
memoria
y
los
sacrificios
de
las
pasadas.
Nosotros
podemos
recordar
a
los
jóvenes
ambiciosos
que
una
vida
sin
amor
es
una
vida
árida.
Podemos
decir
a
los
jóvenes
miedosos
que
la
angustia
del
futuro
puede
ser
vencida.
Podemos
enseñar
a
los
jóvenes
demasiado
enamorados
de
sí
mismos
que
hay
más
alegría
en
dar
que
en
recibir.
Los
abuelos
y
las
abuelas
forman
la
“coral”
permanente
de
un
gran
santuario
espiritual,
donde
la
oración
de
súplica
y
el
canto
de
alabanza
sostiene
a
la
comunidad
que
trabaja
y
lucha
en
el
ámbito
de
la
vida.
La
oración,
finalmente,
purifica
incesantemente
el
corazón.
La
alabanza
y
la
súplica
a
Dios
previenen
el
endurecimiento
del
corazón
en
el
resentimiento
y
en
el
egoísmo.
¡Qué
feo
es
el
84
cinismo
de
un
anciano
que
ha
perdido
el
sentido
de
su
testimonio,
desprecia
a
los
jóvenes
y
no
comunica
una
sabiduría
de
vida!
Es
verdaderamente
la
misión
de
los
abuelos,
la
vocación
de
los
ancianos.
Las
palabras
de
los
abuelos
tienen
algo
especial
para
los
jóvenes.
Y
ellos
lo
saben.
Las
palabras
que
mi
abuela
me
entregó
por
escrito
el
día
de
mi
ordenación
sacerdotal
las
llevo
todavía
conmigo,
siempre
en
el
Breviario
y
a
menudo
las
leo
y
me
hacen
bien.
¡Como
querría
yo
una
Iglesia
que
desafiara
la
cultura
del
descarte
con
la
alegría
desbordante
de
un
nuevo
abrazo
entre
los
jóvenes
y
los
ancianos!
¡Y
esto
es
lo
que
hoy
pido
al
Señor,
este
abrazo!
85
Fuentes
La
entrevista
de
Don
Marco
Pozza
al
papa
Francisco
fue
realizada
en
Santa
Marta
el
4
de
agosto
de
2017
para
TV2000.
El
prólogo
Rezar
al
Padre
recoge
en
parte,
con
variaciones
y
complementos,
la
homilía
de
Santa
Marta
del
20
de
junio
de
2013.
Estas
son
las
fuentes
de
los
pasajes:
“No
os
dejaré
huérfanos”
Audiencia
general,
28
de
enero
de
2015
Los
padres
y
el
Padre
nuestro
Audiencia
general,
4
de
febrero
de
2015
Participar
con
la
oración
en
la
obra
de
salvación
Ángelus,
24
de
julio
de
2016
El
reino
de
Dios
exige
nuestra
colaboración
Ángelus,
14
de
junio
de
2015
86
El
sí
pleno
de
María
a
la
voluntad
de
Dios
Ángelus,
8
de
diciembre
de
2016
Dar
de
comer
a
los
hambrientos
Audiencia
general,
19
de
octubre
de
2016
El
entrenamiento
para
el
don
y
el
perdón
Audiencia
general,
4
de
noviembre
de
2015
El
fundamento
de
nuestra
esperanza
Audiencia
general,
7
de
junio
de
2017
La
cizaña
entre
el
trigo
bueno
Audiencia
general,
20
de
julio
de
2014
La
oración
de
los
abuelos
es
una
riqueza
Audiencia
general,
11
de
marzo
de
2015
87
NOTA:
En
el
libro
original
hay
una
segunda
parte
titulada:
“Un
Padre
nuestro,
entre
los
presos”
por
Marco
Pozza.
Son
13
páginas
escritas
por
este
sacerdote
que
no
hemos
introducido.
Nos
limitamos
a
lo
escrito
por
el
Papa.
88