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Imponer la moral

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¿Por qué la prohibición legal del aborto voluntario entraña una imposición moral, y su
legalización, no?

El todavía presidente del Gobierno ha afirmado que “nadie puede imponer ni fe, ni
moral, ni costumbres, sólo respeto a las leyes”.

Lo leo en la Prensa, con la salvedad de que acaso el entrecomillado pudiera no ser


exacto, pero el estilo y el fondo dejan poco lugar a dudas. Es puro zapaterismo. Sobre
todo si se añade lo que, al parecer, dijo a continuación: “ése es el ADN de la
democracia”. Allá él y sus asesores. Lo malo es que, todavía, nos gobierna. Y no es que
me parezca del todo mal (desde luego, lo del ADN de la democracia está destinado o al
olvido o a la risa). Nadie puede imponer ni fe, ni moral, ni costumbres. Cierto.

En el caso de la fe y de la moral es, de suyo, imposible. Se puede intentar, mas no se


puede lograr. Pero a uno le queda la duda de si el presidente del Gobierno incluye en ese
categórico “nadie” también al Gobierno y a la mayoría parlamentaria que lo sustenta.
Porque, veamos, aceptando su liberal teoría, cosa que no me cuesta mucho trabajo, si el
próximo Gobierno derogara, por ejemplo, la legislación sobre el aborto o sobre el
matrimonio entre personas del mismo sexo, la nueva legislación debería ser tan
respetada como la que ha promovido él. Entonces, no hay nada en sí mismo respetable,
salvo el hecho del eventual y cambiante apoyo popular.

Lo respetable hoy, dejará de serlo mañana y no lo fue ayer. Así, en 2003, no era
respetable el matrimonio entre personas del mismo sexo (en realidad la ley no obliga a
que se trate de homosexuales, basta con que declaren que quieren casarse, y, desde
luego, la voluntad de tener hijos y educarlos, resulta más bien imposible); hoy, sí lo es.
Mañana puede volver a dejar de serlo. En esto, ya me es más difícil seguir al presidente.
Claro que es posible que él tampoco esté de acuerdo con las consecuencias lógicas de
sus propias teorías. Si Dios no le ha llamado por el camino de la acción, parece que aún
menos por el de la teoría.

Por lo demás, tampoco acabo de entender por qué la prohibición legal del aborto
voluntario entraña la imposición de una moral, y su legalización, no. Se diría que sólo
una parte es moral; la otra debe ser amoral o inmoral. Tampoco acabo de entender que
quienes proscriben la pena de muerte, entre los que me encuentro, no asuman ninguna
posición moral. ¿Acaso sus partidarios sí lo hacen?

La verdad es que aclara bastante el panorama (bueno, dentro de lo poco que cabe) el
presidente del Gobierno cuando esgrime “la supremacía de las leyes democráticas”. Lo
que se parece mucho a la pretensión de que lo que decide el Gobierno que presido tiene
supremacía frente a todo. Eso sí se entiende. Lo malo es que no es posible compartirlo.
Por lo demás, no veo a Zapatero aplicando su teoría a la legislación de los Gobiernos de
Aznar. ¿O es que sólo tienen supremacía las leyes socialistas y no las demás?

Y, para terminar, eso de que la democracia (en su ADN) impide la imposición de una fe
y una moral es verdad, si se entiende de cierta manera, pero también puede ser una
patente falsedad. Porque, ya que estamos en esta faena, la democracia no es un sistema
neutro moralmente. Es un sistema político, y, por lo tanto, sólo puede aspirar a una
supremacía política, pero no moral ni religiosa ni filosófica, que, a su vez, se
fundamenta en unos principios morales. Salvo que la democracia se fundamente en sí
misma, lo que es lo mismo que carecer de fundamento.

La supremacía de las leyes democráticas de Zapatero dura tanto como dure la mayoría
parlamentaria que lo apoya o, quizá, hasta marzo. Y se trata sólo de una supremacía
política. En algo sí tiene razón: nadie puede imponer la moral, ni siquiera el Gobierno.

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