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JULIO CORTAZAR
OBRAS COMPLETAS I

Cuentos
Edición e introducción general de Saúl Yurkievich
Con la colaboración de Gladis Anch ieri

Prólogo de Jaime Alazraki

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GALAX I A GUTENBERG
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CÍRCULO DE LECTORES
168 /Jcsliariri Carla n u11n seiloritn c11 l'arís r69 )

a trás. Los ru idos se oían m ás fu erte pero siempre sordos, a es-


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oponerse, aun aceptan e o o con entera sum1s1on e propio
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pa ldas nuestras. Cerré ele un golpe la cancel y nos quedamos ser, a l orden minucioso que una muj er instaura en su li viana
en el zaguán. Ahora no se o ía nada. residencia. Cuán culpable tomar una tacita de meta l y poner-
- Han tomado esta parte -dijo Irene. El tej ido le colgaba ele la al otro extremo ele la mesa, ponerla a llí sim plemente por-
las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían deba- que uno ha traído sus diccionarios ingleses y es ele este lado,
jo. C uando vio que los ovillos habían quedado del otro lacio al alca nce ele la mano, donde habrán ele estar. Mover esa ta-
soltó e l tejido sin mirarlo. cita vale por un horrible rojo inesperado en medio ele una
-¿Tuviste tiempo ele traer a lguna cosa? -le pregunté inútil- modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de to-
mente. cios los contra bajos se rompieran al mismo tiempo con el mis-
-No, nada. mo espantoso chicotazo en el instante más ca llado ele una sin-
Estábam os con lo puesto. Me acordé ele los quince mil pe- fonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego ele relaciones
sos en el a rmario ele mi dormitorio. Ya era tarde ahora. de toda la casa, de cada objeto con otro, ele cada momento de
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de s u alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana.
la noche. Rodeé con mi brazo la c intura ele Iren e (yo creo que Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el
ella estaba llorando) y salimos a la ca lle. Antes ele a lejarnos cono de luz de una lámpara, destap ar la caja de ml'1sica , sin
tuve lástima, cerré bien la puerta ele entrada y tiré la llave a la que un sentimiento de ultraje y desafío me pase por los ojos
alcantarilla. No fuese que a algún pobre diab lo se Je ocurri e- como un bando de gorriones.
ra robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa to- Usted sa be por qué vine a su casa, a su quieto salón solici-
mada. tado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre
que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me que-
dé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un
Carta a una señori ta en París simple y satisfactorio plan de mutua conveniencia h asta que
septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires)' me lance a mí
a a lguna otra casa do nde quizá ... Pero no le escri bo por eso,
Andrée, yo no quería venirme a vivir a s u depa rtamento ele la esta carta se la envío a causa ele los conejitos, me parece jus-
calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque to enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y ta l vez por-
me duele ingresar en un orde1~ cerrado, construido ya hasta que 11 ueve.
en las m ás finas mallas del aire, esas que en s u casa preservan Me mudé el jueves pasado, a las cinco ele la tarde, entre nie-
la música de la lavanda, el a letear de un cisne con polvos, el bla y hastío. He cerrad o ta ntas maletas en mi vicia, rne he pa-
juego del violín y la viola en el cua rteto ele Rará. Me es amar- sado tan tas h oras h aciendo equipajes que no llevaban a nin-
go entrar en un á mbito donde a lguien que vive bellamente lo guna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas,
ha dispuesto todo como una reiteració n visible ele su alma, porque cuando yo veo las correas de las va lijas es com o si
aquí los libros (de un lado en español, del otro en fra ncés e in- viera sombras, elementos de un látigo que me azota in direc-
glés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la tamente, de la manera más s util y más horrible. Pero hice las
mesita el cenicero de crista l que parece el corte ele una pom- ma letas, avisé a su mucama que vendría a insta la rme, y subí
pa ele jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de en el ascensor.J usto entre el primero y segundo piso sentí que
plantas, una fotografía del am igo muerto, ritual de bandejas iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había exp licado antes,
con ~é y tenacillas de az(1car ... Ah, querida Andrée, qué difícil no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a

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170 Bestiario Carta a u11a se1lorita e11 París I71

ponerse a exp licarle a la gente que de c uando en c uand o vo- cabo de un mes, cuando sos pechaba que de un momento a
mita un conejito. Como siempre me ha suced ido estando a otro ... ento nces regala ba el conejo ya crecido a la señora de
solas, guardaba e l hecho igua l que se guardan tantas cons- Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra mace-
tancias ele lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privada ta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba
total. No me lo reproch e, Andrée, no me lo reproche. De sin preocupación la maña na en que la cosquilla de una pelu-
cuando en cua ndo se me ocurre vomitar un conej ito. No es sa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repe-
ra zón para no vivir en cualquier casa, no es razón para q ue tía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las
uno tenga que avergonzarse y estar a islado y anda r ca llá ndose. costumbres, Anclrée, son formas concretas del ritmo, son la
C uando siento que voy a vomitar un conejito, me pongo cuota de ritmo que nos ay uda a vivir. No era tan terrib le vo-
dos dedos en la boca corno una pinza abierta, y espero a sen- mi tar conej itos una vez que se había entrado en el ciclo inva-
tir en la ga rga nta la pelusa tibia que sube como una eferves- riable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese tra-
cencia de sa l de frutas. Todo es veloz e higién ico, tra nscurre bajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina . Hubiera
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en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría
., traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito usted q ue vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y po-
' . parece contento, es un conejito no rmal y perfecto, sólo que nérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto
muy pequeño, pequeño como un conej ito de chocola te pero mismo, po r el aura inefable ele su proxim idad apenas rota.
bla nco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la pa lma Un mes distancia tanto; un mes es tama ño , largos pelos, sa ltos,
de la ma no, le alzo la pelusa con una ca ricia de los dedos, el ojos salvajes, diferencia absoluta. Andrée, un mes es un cone-
conejito parece sa tisfecho de habe r nacido y bulle y pega el ho- jo, hace de ve ras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando
cico contra mi piel, moviéndo lo con esa tr ituració n silenciosa el copo tibio y bu llente encubre una presencia inajenable ...
y cosguilleante del hocico de un conejo contra la piel de una Como un poema en los primeros minu tos, el fr uto de una no-
ma no. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto che de Idumea: tan de uno q ue uno mismo ... y después tan no
ocurría e n mi casa de las afueras) lo saco conmigo a l balcón uno, tan aislado y distante en su lla no mundo blanco tamaño
y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébo l que a pro- carta.
pósito he sembrado . El conejito alza del todo sus o rejas, en- Me decidí, con todo, a matar a l conejito apenas naciera. Yo
vuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo viviría cuatro meses en su casa : cuatro - q uizá, con suerte,
sé que puedo dejarlo e irme, continuar po r un tiempo una tres - cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la
vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las misericordia perm ite matar instantánea mente a un conejito
gra n1as. dá ndole a beber una cucharada de alco hol? Su carne sa be lue-
Eptre el primero y el segundo piso, Andrée, como un anun- go mejor, dicen, a unque yo .. . Tres o cuatro cucha radas de a l-
cio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar cohol, luego el c uarto de baño o un paquete sumá ndose a los
un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrú1eza ? No, mie- desechos.)
do ele la misma extrañeza, acaso) porgue antes de de jar mi Al cruza r el tercer piso el conejito se movía en mi mano
casa, sólo dos d ías a ntes, había vomitado un conej ito y esta- abie rta. Sara esperaba a rriba, para ayuda rme a en trar las va-
ba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un lijas ... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de ani-
poco de suer te. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el males? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo
problema de los conejitos. Sembraba trébol en el ba lcón de del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo .
mi o tra casa, vom itaba un conejito, lo po nía en el trébol y al Apenas sé movía. Su menuda conciencia debía estarle reve-

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!a ndo hechos importa ntes: que la vid a es un movimiento ha- Benny Carter q ue ocupa toda la atmósfera, y corno Sara es
cia arriba con un clic fina l, y que es ta m bién un cielo bajo, también amiga ele saetas y pasodobles, el armario parece si-
bl anco, envolvente y oliendo a lava nda, en el fondo de un lencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre
pozo tibio. ya la noche y el descanso.)
Sa ra no vio nada, le fascina ba dem asia do el a rd uo p roble- Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara
ma de a justar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis pa- se lleva la bandeja con un menudo tintinear ele tenacillas de
peles y mi displ icencia ante sus elaboradas explicaciones donde azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo
abunda la expresión «por ejem plo». Apenas pude me encerré más ama rgo es que me desea las buenas noches- y se encierra
en el ba ño; mata rlo a hora. Una fina zona de ca lo r rodeaba el en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario
pañuelo, el conej ito era blanq uísimo y creo que más lindo q ue condenado, solo con mi deber y mi tr isteza .
los o tros. No me m iraba, solamente bull ía y estaba contento, Los dejo sal ir, lanzarse ágiles a l asalto del sa lón, oliendo vi-
lo q ue era el más horrib le modo de mira rme. Lo encerré en vaces el trébo l que oculta ban m is bolsillos y ahora hace en la
el botiquín vacío y me volví para dese mpaca r, desorientado alfombra efímeras puntill as q ue ellos a ltera n, remueven, aca-
pero no infeliz, no culpa ble, no ja boná ndome las manos para ban en un mo mento . Comen bien, callados y correctos, hasta
q uita rles una última convul sió n. ese ins ta nte nada tengo qu e decir, los miro sola mente desde
Comp rendí que no podía ma ta rlo . Pero esa misma noche el sofá, con un libro inútil en la mano - yo que que ría leer-
vo mité un conejito negro. me todos s us Giraudoux, Andrée, y la his toria argentina de
Y dos días después uno bla nco. Y a la cuarta noche un co- López que tiene usted en el anaquel más bajo- ; y se comen el
nejito gris. trébol.
Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las
Usted ha ele ama r el bello arma rio de su dormi torio, con la lámparas del saló n, los tres soles inmóvi les de su d ía, ellos
gra n p uerta q ue se abre generosa, las tablas vacías a la espera que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni
ele mi ropa. Ahora los tengo a hí. Ahí dentro. Verdad que pa- faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que sal-
rece imposible; n i Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, tan por la alfombra, a las sillas, d iez manchas livianas se tras-
y el que no sos peche nada procede de mi horrible ta rea, una ladan como una moviente constelación de una parte a otra,
tarea que se lleva mis días y n;iis noches en un solo golpe de mientras yo quisiera verlos qu ietos, verlos a mis pies y qu ie-
rastrill o y me va calcina ndo por dentro y endu reciendo com o tos - un poco el sueño de todo dios, And rée, e.l suefio nunca
esa estrella de mar que ha puesto usted so bre la bañera y que cumplido de 1.os d ioses -, no así insinuá ndose detrás del re-
a cada baño parece ll ena rle a un o el cuerpo ele sa l y azotes de trato de Miguel ele Una rnun o, en to rno a l jarró n ve rde claro,
sol y grandes ru mores ele la pro fu nd id a d. por Ja negra cavidad del escritorio, siempre menos ele d iez,
De día du ermen. H ay d iez. De día duermen. Con la p uerta siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde a ndará n los
cerra da, el ar mario es una noche diurna sola mente p a ra ellos, dos que faltan, y si Sara se levantara p or cualquier cosa, y la
a llí d uermen su noche con sosegada obediencia . M e llevo las presiden cia de Rivadav ia q ue yo quería leer en la historia de
ll aves de l dorm itorio a l pa rtir a mi e mpleo. Sa ra debe creer López.
q ue desconfío de su honra dez y me mira dub itati va, se le ve No sé cómo res isto, Andrée. Usted recuerda que vine a des-
tocias las maña nas que es tá por decirme a lgo, pero al final se ca nsar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vo-
ca lla y yo estoy ta n contento. (Cuando ar regla el dormi torio, mito un conej ito, si esta mudanza me alteró también por den-
de nueve a diez, hago ruido en el sa ló n, pongo un disco de tro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas

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no se pueden variar así ele pronto, a veces las cosas viran bru- que camino entredormi do leva nta ndo ca bos de trébol, hoja s
talmente y cuando usted es peraba la bofetada a la derecha-. sueltas, pelusas bla ncas, d á ndome contra los muebles, loco de
Así, Ancl rée, o de otro m odo, pero siempre así. sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido,
Le escribo de noche. Son las tres ele la tarde, pe ro le escribo y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándo-
en la noche de ell os. De día duermen. ¡Qu é a livio esta oficina se ya si ... pa ra qué seguir todo esto, para qué seguir esta car-
cu bierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes ta que escribo entre teléfonos y entrevistas.
y mimeógrafos! ¡Qué a livio, qué paz, qu é horror, And rée! Andrée, q uerida And rée, mi consuelo es que son diez y ya
Ahora me ll ama n por teléfono, son los amigos que se inquie- no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un
tan por mis noches recoletas, es Lui s que me in vi ta a caminar últi mo conej ito, des pués nada, solamente los diez conmigo,
o Jorge que me guarda un concierto . Casi no m e atrevo a de- su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el p elo la r-
cirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias ele go, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, sa ltan-
ma la salud, de traduccio nes atrasadas, de evasión. Y cua ndo do sobre el busto de An tínoo (¿es Antínoo, verdad, ese mu-
regreso y subo en el ascensor -ese tramo , entre el primero y chacho que mi ra ciegamente?) o perdiéndose en el living donde
segundo piso - me formu lo noche a noche irremedia blemente sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto q ue de a ll í
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la vana espera nza de que no sea verda d . debo echarlos po r miedo a que los oiga Sara y se me aparez-
Hago lo que puedo para q ue no destrocen sus cosas. H an ca ho rripilada, ta l vez en camisón - porque Sara ha de ser así,
roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los en- con camisón- y entonces .. . Solamente diez, piense usted esa
con trará d isimul ados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería pequeña a legría que tengo en medio de todo, la creciente ca l-
usted mucho su lá mpara con el vientre ele porcela na lleno de ma co n que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero
mariposas y ca ba lleros antiguos? El trizado apenas se advier- y el segundo piso.
te, toda la noche trabajé con un cemento especial que me ven-
dieron en una casa inglesa - usted sa be q11e las casas inglesas Interrumpí esta ca rta p orque debía asistir a una ta rea de co-
tienen los mejores cementos- y a hora me quedo a l lado para misiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sor-
q ue ninguno la a lcance otra vez con las patas (es casi hermo- da grisalla de ama necer. ¿Es de veras el día sigu iente, Ancl rée?
so ver cómo les gusta pararse, nostalg ia de lo hum a no d istan- Un trozo en blanco de la página será para usted el interva lo,
te, quizá imitació n de su dios a mbu la ndo y mirá ndo los hosco; apenas el puente q ue une mi letra de ayer a mi letra de hoy.
además usted h abrá advertido '-en su in fa ncia, quizá- que se Decirle que en ese intervalo tocio se ha roto, donde mi ra usted
puede deja r a un conejito en penitencia contra la pared, para- el puente fácil o igo yo quebrarse la cintura furiosa del agua,
do, las patitas apoyadas y mu y qu ieto horas y horas). pa ra mí este lado del papel, este lado de mi carta no contin úa
A las cinco de la ma ñana (he dorm ido un poco, tirado en el la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para
sofá verde y despertándo me a cad a ca rrera afelpada, a cada asistir a una ta rea de comisio nes. En su cúbica noche sin tris-
tintineo) los pongo en el arma rio y hago la limpieza. Por eso teza duermen once conej itos; acaso ahora mismo, pero no, no
Sara encuentra todo bien aunqu e a veces le he visto a lgú n ahora . En el ascensor, luego, o a l entra r; ya no importa dón-
asom bro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve de, si el cuá ndo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de
decoloración de la a lfom bra, y de nuevo el deseo de pregun- los que me quedan.
ta rme a lgo, pero yo silba ndo las va riacio nes sin fó nicas de
Fra nck, el e ma nera que no nes. Pa ra qué contarle, Andrée, las Basta ya, he escrito es to porque me importa proba rle que no
minucias desventuradas d e ese a manecer sordo y vegeta l, en fui tan c ul pable e n el destrozo insa lvable ele su casa. Dejaré

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esta ca rta esperándola, sería sórdido que el correo se la entre-


gara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los li-
bros del segundo estante; alcanza ban ya a ellos, pará ndose o Lejana
saltando, royeron los lomos para afi larse los clientes - no por Diario de Ali11a Reyes
hambre, tienen todo el tré bol que les compro y almaceno en
los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los
si llo nes, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron r 2 de enero
de pelos la a lfom bra y también grita ro n, estuvieron en círcu- Anoche fue otra vez, yo tan cansada de pulseras y farándulas,
lo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorán dome y de pink cha111pag11e y la cara de Renato Viñes, oh esa cara de
de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los foca balbuceante, de retrato de Dorian Gray a lo último. Me
cone¡os. acosté con gusto a bombón de menta, al Boogie del Banco
He querido en va no sacar los pelos que estropean la alfom- Rojo, a mamá bostezada y cen icienta (como queda ella a la
bra, a lisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el vuelta de las fiestas, cenicienta y durmiéndose, pescado enor-
armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi mísimo y tan no ella).
extraño que no me importe Sa ra. Es casi extraño que no me N o ra que dice dormirse con luz, con bulla, entre las urgidas
importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta crónicas de su hermana a medio desvestir. Qué felices son, yo
culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos apago las luces y las manos, me desnudo a gri tos de lo diur-
están bien reparados con el cemento que compré en una casa no y movien te, quiero dorm ir y soy una horrible campana re-
inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuan- sonando, una o la, la cadena que Rex arrastra toda la noche
to a mí, del d iez a l once hay como un hueco insupera ble. Us- contra los lig ustros. Now J lay 111e down to sleep ... Tengo que
ted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, repetir versos, o el sistema ele busca r palabras con a, después
c uántas cosas pueden construirse. No ya con once, p o rque con a y e, con las cinco vocales, con cuatro. Con dos y una
decir once es seguramente doce, Andrée, doce que será trece. consonante (ala, ola), con tres consonantes y una vocal (tras,
Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben gris) y otra vez versos, la luna bajó a la fragua con su polisón
la a legría, los recuerdos, usted y acaso ta ntos más. Está este de nardos, el niño la mira mira, el niño la está mirando. Con
balcón sobre Suipac ha lleno de a lba, los primeros sonidos de tres y tres a lternadas, cábala, laguna, animal; Ulises, ráfaga,
la ci udad. No creo q ue les sea difícil junta r once conejitos sal- reposo.
p icados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atarea- Así paso horas: ele cuatro, de tres y dos, y m ás tarde palin-
d os con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, a ntes de dromas. Los fáciles, sa lta Lenín el atlas; a migo, no gima; los
que pasen los prime ros colegia les. más difíciles y hermosos, átale, demoníaco Caín, o me delata;
Anás usó tu auto, Susana . O los preciosos anagramas: Salva-
do r Dalí, Avida D ollars; A li na Reyes, es la reina y... Tan her-
moso, éste, porq ue ab re un camino, porque no concluye. Por-
que la reina y ...
N o, horrible. Horrible porque a bre camino a esta que no es
la reina, y que otra vez odio de noche. A esa que es A lina Re-
yes pero no la rein a del anagra ma; que será cualqui er cosa,
mendiga ·en Budapest, pupila de ma la casa en Juju y o sirvien-

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