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El valor y papel de la experiencia

espiritual en Charles de Foucauld

P. ANTONIO FURIOLI, M.C.C.J.

“Silenciosamente, secretamente como Jesús en Nazaret,


oscuramente, como El, pasar desconocido en la tierra como un via-
jero en la noche […] pobremente, trabajosamente, […] desar-
mado y mudo ante la injusticia como Él, dejándome esquilar e in-
molar, como el Cordero divino, sin oponer resistencia y sin hablar,
imitando en todo a Jesús en Nazaret y a Jesús en la Cruz”1.

INTRODUCCIÓN

Hoy en día todos nosotros nos vemos agradablemente sorpren-


didos por el creciente interés y aprecio tanto de la experiencia en ge-
neral, como de la espiritual en particular. No nos basta ya la sola for-
ma racional del conocer, al contrario, necesitamos otras formas, mo-
dos o medios de conocimiento, que pueden ser incluso más pro-
fundos y humanamente más convincentes y saciables. Pablo VI en la
encíclica Evangelii nuntiandi (8/XII/1975) afirma que el Evangelio
debe ser proclamado, sobre todo, con el testimonio personal, que im-
plica presencia, participación y solidaridad, todos ellos compo-
nentes fundamentales en la obra de evangelización de la Iglesia.
También el testimonio silencioso, sin palabras u obras externas de ca-

1
Carnet, 103-104.

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ridad, es ya una proclamación fuerte y eficaz del Evangelio2. Por me-


dio de un testimonio coherente de vida, los cristianos “disponen poco
a poco los corazones de todos a la acción de la gracia que salva”3 y
“atraen a los hombres a la fe y a Cristo”4. En esto está toda la poten-
cia inicial de la evangelización, de hecho no hay evangelización
auténtica si falta el testimonio, perseverante en el tiempo, de los
mismos evangelizadores5. Para la Iglesia el testimonio de una vida
auténticamente cristiana es el medio primero e insustituible de evan-
gelización: “El hombre contemporáneo escucha mejor a los testigos
que a los maestros, (…) o si escucha a los maestros es porque son
testigos”6. Y Juan Pablo II retomando esta idea y extendiéndola afir-
ma: “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los ma-
estros, más a la experiencia que a la doctrina, más a la vida y a los
hechos que a las teorías. El testimonio de la vida cristiana es la pri-
mera e insustituible forma de la misión”7. O con las palabras equi-
valentes de un conocido teólogo moderno: “Al hombre contempo-
ráneo le gusta más escuchar a los testigos que a los maestros”8. El
'signum' apodíctico o la prueba que en el curso de los siglos la Iglesia
ofrece a todos los pueblos es el testimonio de los cristianos (cf. Rm.
1, 7; 1 Ts. 4, 7; 2 Ts. 2, 13; 1 Cor. 1, 2).
En los santos es donde “se descubre la evidencia de un amor que
no necesita extensos argumentos para ser convincente, por el hecho
de que habla a cada uno de lo que él mismo vive en lo más hondo de
su ser lo percibe ya como verdadero y buscado durante mucho tiem-
po.”9 La auténtica experiencia religiosa no es el resultado de metodo-
2
Elocuente y emblemática la de los siete Trapenses a quienes primero se
les sacó de su monasterio de Tiberine en Argelia y después masacrados
bárbaramente en mayo de 1996.
3
Apostolicam Actuositatem, 13.
4
Ibid., 4; 6.
5
Cf. Evangelii Nuntiandi, 21.
6
Ibid., 41; es una cita del discurso de PABLO VI a un grupo de laicos:
Sermo habitus ad sodales «Consilii de Laicis» 2/X/1974, en Acta Apostolicae
Sedis, 66 (1974) 568.
7
Redemptoris missio, (7/XII/1990), 42.
8
E. BARBOTIN, Le témoignage spirituel, Bruxelles 21995, 5
9
JUAN PABLO II, Fides et ratio, (14 septiembre 1998), 32.

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logías o de técnicas paranormales o exotéricas. No puede darse expe-


riencia de Dios, si no es por una iniciativa suya. Una de las caracterís-
ticas de la experiencia espiritual es la gratuidad del don10, y eso hace
de la experiencia espiritual su 'unicum'. Esta es la peculiaridad que se
desarrolla en cualquier experiencia religiosa, sea ella cristiana o per-
tenezca a las religiones de la humanidad, especialmente las monoteís-
tas o las grandes religiones del libro.
Trabajo específico de la búsqueda teológica es el de reflexionar
sobre la experiencia espiritual, porque existe una perfecta coinci-
dencia entre teología y biografía del creyente. Por su naturaleza la
experiencia espiritual es una experiencia limitada y personal. Por este
motivo la experiencia de Dios no es igual para siempre y para todos.
En ella el testigo cuenta lo que le ha pasado, mientras la experiencia
se fortalece de su límite y de su inevitable subjetividad en la medida
de la validez objetiva de sus contenidos. En la experiencia la realidad
está mediatizada por experiencias de hombres y mujeres tanto más
significativas cuanto más son capaces de favorecer una seria reflexión
sobre el valor, sus contenidos y sobre la aplicabilidad de la expe-
riencia a otras personas. Esta reflexión en profundidad sobre las expe-
riencias personales confiere fuerza argumentativa y gran autoridad a
la experiencia misma.
La vuelta frecuente a la experiencia ha caracterizado durante si-
glos la reflexión teológica de la Iglesia, sobre todo en los momentos
oscuros de la prueba, de las persecuciones y del martirio de sus mejo-
res hijos. Las más diversas y diversificadas experiencias son di-
ferentes entre ellas según los campos de competencia y según la per-
sona que las vive.
Junto a las experiencias genéricas, tenemos las sectoriales tales
como las religiosas, las experiencias existenciales como las del ám-
bito relacional, las experiencias profesionales, las cognoscitivas etc…
dependiendo del individuo que las tiene.

10
Según un feliz neologismo del filosofo francés JEAN-LUC MARION, el
hombre es el adonado por antonomasia (Cf. ID., Dato che. Saggio per una
fenomenologia della donazione, SEI, Torino 2001, 3-85; 304-390).

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UNA SINGULAR EXPERIENCIA DE LA TERNURA DE DIOS

Charles de Foucauld (1858-1916) durante su vida11 buscó seguir e


imitar a Jesús de Nazaret, que un buen día (a finales de octubre de
1886) le había robado el corazón (cf. Ct. 4, 9). El encuentro con él
transforma la vida y los proyectos de cualquiera que cruce su mirada
penetrante e indagadora12. No es posible encontrar a Cristo sin “tomar
posición” ante él, Palabra de Dios viviente (cf. Lc. 2, 34-35). La con-
versión de Charles de Foucauld fue una voltereta radical y señaló el
inicio de su misión para testimoniar a los hombres-hermanos lo que le
había sucedido. Precisamente por eso él deseó seguirlo en la imita-
ción más fiel y literal posible, ofreciéndole de esa manera la prueba
suprema del amor. Eligió la imitación de Jesús: “¡Jesús, Jesús solo!”,
porque la imitación es por su naturaleza amor. Se hizo pobre entre los
pobres por fidelidad a su vocación de imitar la vida escondida de
Jesús en Nazaret, donde el estar con El implicaba compartir su vida,
llevando a la oración la intercesión por todos los hombres-hermanos.
Servir como pobre a Jesús pobre, conformándose con el último pues-
to. Jesús en el misterio de la encarnación se hizo el último de los
hombres. Él, testimoniándonos el amor del Padre en el suyo de her-
mano, nos restituye a nuestra verdad de hijos de Dios, capaces de
amar como somos amados por él. Quien excluye a alguien de su fra-
ternidad no es hijo de Dios: excluye a Jesús que es el último de todos
y va contra el Padre que ama a todos como a hijos suyos. Donde hay
solidaridad, sin embargo, el cielo se rompe y se vuelca sobre la tierra,
mientras Dios se hace presente en el mundo, donde los hombres viven
como hermanos, amándose con el mismo amor con el que el Padre
sigue amándoles. Los pobres, para Charles de Foucauld, eran los que
vivían en la miseria material, pero aún más en la moral; en este últi-
11
Para quien no tuviese posibilidad o tiempo para leer una larga biograf-
ía, vea una breve pero completa ficha biográfica contextualizada: A. FURIOLI,
Charles de Foucauld. «La sua vocazione: predicare il Vangelo in silenzio»,
en Rivista di Vita Spirituale, 38 (1984), 354-372.
12
En la iglesia del monasterio ortodoxo de Sta. Catalina del Monte Sinaí,
se conserva un icono “belleza de toda belleza” conocido como el icono de
Cristo del ojo penetrante (cf. Nm. 24, 3.15), donde se enfatiza la diversidad
de los ojos (uno más grande del otro) El Apocalipsis habla del “Hijo de Dios,
como el que tiene los ojos llameantes como fuego” (2, 18; cf. también 1, 14).

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mo caso se trataba de los más alejados de Dios, los más despreciados


de los hombres. Charles se hizo pequeño entre los pequeños para re-
velar la ternura de Dios que es Amor (cf. 1 Jn. 4,7-8). “La esencia de
la religión es el amor”. “Nunca amaré los suficiente”. “Que llegue
hasta el fondo en el camino del amor”13. La llamada a ser hijo, se rea-
liza en el hacerse hermano de todos, el hermano universal. Así cual-
quier cristiano se hace Hijo que ama a Dios como a Padre (cf. Mt. 6,
9; Lc. 11, 2). En la medida en que De Foucauld experimentó el amor
de Dios come Padre común de los hombres, pudo amar tal como hab-
ía sido amado por El, haciéndose testigo14 para los otros, para que
también ellos pudieran hacer su misma alegre experiencia en su vida.
Fue este seductor amor de Dios15 lo que lo llevó a imitar la vida
de Nazaret, donde la cotidianidad sigue sus ritmos de siempre y sus
cadencias inmutables en el tiempo. Aquí durante años (1897-1901)
alternó oración y trabajo. Nazaret fue su única escuela y la vida de
Jesús “el modelo único” que imitar. Aquí buscó el anonimato y la vi-
da escondida, a ejemplo del humilde carpintero de Galilea. Charles
fue muy tocado por el hecho de que Jesús hubiera vivido siempre
como y con su pueblo. Eran sus compaisanos de Nazaret los que no
se resignaban a la idea de que uno que desde sus primeros años com-
partió su oscura existencia y su duro trabajo, fuera un profeta. Para
los contemporáneos de Jesús, un verdadero profeta no puede ser un
hombre común: “¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no se
llama María y sus hermanos (…) y sus hermanas no están todos entre
nosotros?” (Mt. 13, 55-56; cf. Jn. 6, 42). Precisamente por esto
Nazaret se impuso a su perspicaz intuición como una palabra clave;
el misterio de la desconcertante inapariencia de Nazaret se le mostró
a Charles de Foucauld como un «monograma» experimentable del
misterio de Dios, que irrumpió en su vida, capturándolo como presa
de amor para siempre (cf. Ct. 6, 3). Fue esta experiencia de la infinita
ternura de Dios, la que lo llevó a querer insistir en el misterio de la

13
Carta de 1913 al amigo JOSEPH HOURS, en Correspondence lyonnaise
Charles de Foucauld, ed. Karthala, París 2005.
14
Ser testigos quiere decir “re-cor-darse” de Él, o sea llevarlo en el co-
razón, haciendo y hablando como hizo El.
15
“Me sedujiste, Seños, y yo me dejé seducir” (Jer. 20, 7).

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encarnación del Verbo y en la humanidad del Hijo de Dios: “Dios


vino a nosotros, se unió a nosotros, vivió con nosotros en el contacto
más familiar y estrecho.”16 “Dios, el Ser infinito, el Omnipotente que
se hizo hombre y el último de los hombres”17. Charles de Foucauld,
como tantos otros autores antes que él, subraya el papel fundamental
de la humanidad de Jesús de Nazaret, que no obstaculiza la expe-
riencia espiritual de Dios, sino que, al contrario, la injerta en Cristo
Señor. En Jesús de Nazaret, el Dios de la Alianza ha asumido un
rostro humano, entrando de hecho en la historia e invitando a los
hombres a su seguimiento. A partir de esta realidad, gracia particular
de revelación que le fue hecha, Charles decidió amar a Jesucristo sin
medida, quererlo imitar en todo, pensar, decir y hacer siempre y solo
lo que Jesús hubiera pensado, dicho y hecho en las circunstancias más
disparatadas de su vida: “La imitación es inseparable del amor: quien
ama quiere imitar. Es el secreto de mi vida: yo he perdido la cabeza
y el corazón por Jesús de Nazaret crucificado hace 1900 años y
dedico mi vida a tratar de imitarlo, en la medida en que mi debilidad
me lo permita”18.
“Estar con Jesús” significa “hacer lo que Jesús quiere de mi”. A
este respecto Charles de Foucauld nos sugiere un medio muy eficaz y
práctico para vivir la experiencia de la profunda unidad con Jesús de
Nazaret: “La mejor manera, me parece, es habituarse a preguntarse
siempre lo que Jesús pensaría, diría o haría en vuestro lugar, y pen-
sar, decir y hacer lo que él haría (…). Para esto es para lo que él vi-

16
Direttorio, art. XXVIII. LOUIS MASSIGNON (1883-1962) consideró
siempre este texto como el “depositum” recibido de su amigo y no cesó de re-
ferirse e él, de defenderlo, recordarlo ante cualquier desviación o resbalón de
la obra foucauldiana. Para Massignon el 'Direttorio' era un vademecum
evangélico para ser usado por todos los bautizados.
17
All’ultimo posto. Ritiri di Terra Santa (1897-1900), Città Nuova, Roma
1974.
18
Carta de marzo de 1902 al amigo del instituto GABRIEL TOURDES. “He
perdido la cabeza y el corazón”: el lenguaje amoroso es atrevido solo para
quien no haya hecho una experiencia que sacie verdaderamente la búsqueda
exigente de felicidad del hombre, pero para los santos y místicos en especial,
es el único lenguaje que logra expresar lo menos inadecuadamente posible su
indecible experiencia de Dios.

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no entre nosotros, para que tuviésemos una forma fácil, al alcance de


todos, de practicar la perfección”19.
A finales de 1904, se manifestó en Charles de Foucauld la volun-
tad de dirigirse hacia los demás; de hacerse su próximo. No se trató
simplemente de dejar un estilo de vida por otro, un lugar, algo o al-
guno,… sino de ir hacia alguien, de hacerse disponible al encuentro,
hacerse cercano, hacerse próximo a quienes estaban lejos de Dios. So-
lo yendo hacia los hombres-hermanos llegamos a ser también noso-
tros hijos. Su seguimiento de Jesús de Nazaret se hizo fraternidad con
cada persona, empezando desde la última, desde la más abyecta y ex-
cluida. Fue desde la plenitud de su amor por Cristo Jesús, desde don-
de surgió su amor fraterno hacia todos. Charles de Foucauld se dejó
secuestrar hacia abismos de humildad y de amor inimaginables. Su
vida cotidiana iba envuelta en las huellas incandescentes de una gene-
rosidad contagiosa y heroica.

DEL ENCUENTRO CON DIOS, AL ENCUENTRO CON LOS HOMBRES-


HERMANOS

De Foucauld entendió que como del encuentro con Cristo había


nacido para él una vida nueva, lo mismo podía suceder en el encuen-
tro con los Tuareg, los misteriosos hombres azules que poblaban el
océano inmenso de dunas muertas que es el desierto del Sahara. La
severa austeridad del desierto excavó en profundidad su incontenible
deseo de Dios y la esencialidad de aquel lugar de aspecto gélido lu-
nar, preparó su corazón a la venida del Salvador, cuando el Verbo en
persona completaría su deificación, porque sus esfuerzos, por cuanto
generosos y constantes fuesen, nunca podrían elevarlo hasta la verti-
ginosa transcendencia de Dios Altísimo.
Es una constatación común a todos nosotros, en la cansada expe-
riencia cotidiana de las relaciones interpersonales, que el encuentro
con el otro puede ser ocasión de intercambio, pero al mismo tiempo
también una insidiosa tentación de exclusión, de antagonismo, de ce-
rrazón. De Foucauld sintió que el cristiano no podía ser enemigo de
nadie: “Quiero acostumbrar a todos…cristianos, musulmanes, he-
19
Carta a las Clarisas de Nazaret, abril de 1914.

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breos, a considerarme su hermano, el hermano universal”. Estaba


convencido de la transmisibilidad o de la comunicabilidad de su ex-
periencia de Dios, porque toda experiencia tiene como sujeto una per-
sona que, en cuanto tal, está naturalmente abierta a los otros. Por tan-
to el ágape divino experimentado por Charles, debía transformarse en
amor concreto del prójimo y éste a su vez debía crear fraternidad,
amistad, reciprocidad, don. Se dejó invadir dócilmente por la gracia
de la contemplación, transformándose en un hombre asido, poseído,
habitado por Dios. La experiencia de Dios lleva siempre a olvidarse
de uno mismo por los otros y eso hace posible un testimonio de fe y
de amor más allá de las personas, de los lugares donde vivimos cada
día nuestros empeños profesionales.
Su espiritualidad fue una espiritualidad esencial, austera pero atra-
yente a la vez. Él transmitió a todo el que encontró la alegría de sen-
tirse acogido, amado, respetado, valorizado por ser una persona,...
Charles de Foucauld eligió el mudo desierto del Sahara argelino no
para huir lejos de los hombres, sino por un vivo deseo de comunión,
de encuentro, una ineludible necesidad de fraternidad20. Él se fue al
desierto para despojarse de sus seguridades, para encontrar a los po-
bres, para vivir como uno de ellos, para hacerse su próximo, cercano,
accesible, uno en el que poder contar en caso de necesidad. No se tra-
ta de huir al desierto, sino de descubrir lo cotidiano como lugar posi-
ble y normal de la santidad cristiana. Cada uno de nosotros somos
llamados a descubrir a Cristo como al verdadero amigo, unificando
toda la propia vida alrededor de él, llegando a ser hombres y mujeres
integrales. No existe separación entre la vida concreta, hecha de tra-
bajo, de fatiga, de relaciones, de derrotas, de humillaciones,… y el
camino espiritual. Podemos vivir también nosotros como Charles de
Foucauld en Nazaret y descubrir el rostro de Cristo Jesús en el de los
pobres, surcado en profundidad por el dolor y la fatiga de existir.

20
De Foucauld y sus discípulos están convencidos de que la ‘huida del
mundo’, típica de la vida monástica, no es su carisma. Al contrario: el mun-
do, donde Jesús de Nazaret vivió, es intrínsecamente bueno y hay que reno-
varlo y transformarlo en sus aspectos negativos, como “el grano que cae a
tierra y muere.” (Jn. 12, 24), dando, si hace falta, la vida como una ofrenda
de amor.

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Y la elección de los pobres creó en él aquella hambre y sed de jus-


ticia, que Jesús había definido como la verdadera identidad de los
hijos de Dios: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos. (…) Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, (…) porque serán llamados hijos de Dios.”.
(Mt. 5, 3-12; cf. también Lc. 6, 20-23). Charles vivió en ambientes
señalados por la marginación, la discriminación racial, pero también
por profundas divisiones sociales en un pueblo ya herido en su digni-
dad, olvidado y demasiado alejado de los centros de decisión del po-
der, que hubieran podido si no cambiar, por lo menos mejorar su con-
dición de marginación. Por todo esto él decidió recorrer los ásperos y
solitarios senderos de todas las formas de pobreza y de desespe-
ración humana, gritando a Cristo dentro de los dramas de tantas histo-
rias personales de condenados de la tierra, para infundir en ellos una
esperanza nueva que no muere más y que se hace profecía de un vivir
diferente, del punzante reto por metas difíciles pero realísticamente
posibles. De Foucauld se fue a vivir con los últimos para exaltar con
su compartir, la vida de cada uno, la igualdad y la dignidad funda-
mental de cada persona. A veces los más alejados son los más cerca-
nos a quienes no prestamos atención: aquellos a quienes marginamos
por encima de todo tipo de vida posible. Nosotros hacemos de los
límites humanos un lugar de lucha despiadada. Dios, por el contrario,
hace de cada fragilidad, comprendida la del pecado, un lugar de soli-
daridad y de compañía, ocasión de rehabilitación y de rescate. Esto es
una brecha revolucionaria incluso en los senderos del empeño misio-
nero de por vida de los profesionales de la evangelización. De hecho,
es de capital importancia para la obra de evangelización 'ad Gentes',
aún antes de las tan necesarias obras de promoción social y humana,
amar a las personas por lo que son, sin demonizarlos pero también
sin coartadas, fugas o fáciles idealizaciones. La fuerza testimonial de
Charles de Foucauld, la predicación del Evangelio a través de la fili-
grana de la vida pequeña de cada día, son una provocación saludable
para que la evangelización sea siempre más acorde con el mandato
originario que la Iglesia ha recibido de Jesucristo (cf. Jn. 13, 34-35).

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Contemplación y acción21, corazón a corazón con Dios en la ora-


ción solitaria y dedicación incondicional a los hombres-hermanos,
exigente seguimiento de Cristo crucificado y fuerte calor humano de
amistad, que crea relaciones nuevas de fraternidad: estas son las so-
brias, esenciales características de la vida de Charles de Foucauld en
su fase más llena y fecunda de bien. El vivió en oración y soledad,
pero acogiendo a quien llamaba a su puerta, especialmente a los po-
bres, verdadero sacramento de Cristo para la humanidad (cf. Mt. 25,
35-45): “La fraternidad es una colmena”. “La fraternidad es el techo
del buen pastor.” “Desde las cuatro y media de la mañana hasta las
seis y media de la tarde, no paro nunca de hablar y de ver gente”22.
Para Charles de Foucauld la oración solitaria hecha en el desierto del
Sahara argelino se convirtió en el lugar de experiencia, que confirió a
todas sus acciones la nota calificadora de la gratuidad, de la donación
sin reservas, de la disponibilidad de toda su persona. En sus relacio-
nes de amistad con los Tuareg, él no tenía otra cosa que ofrecer que la
escucha, la sonrisa, el respeto, la atención que mostraba que el otro
era importante, independientemente de su credo religioso y de su ex-
tracción social: “Hay que ser sencillos, afables, buenos, con los Tua-
reg; amarlos, hacerles sentir que se aman para ser amados. (…) ser
caritativos, siempre alegres. Hay que reír siempre, incluso por las co-
sas más sencillas. Yo, como veis, río siempre, muestro siempre mis
dientes blancos. La sonrisa pone de buen humor al vecino, al interlo-
cutor; acerca a los hombres, les permite entenderse mejor, hace alegre
a un carácter arisco; es una forma de caridad. Cuando estéis con los
Tuareg tenéis que reír siempre.”23 Para nosotros hoy es difícil enten-
der este áspero e incómodo caminar con los pobres, sin ninguna vo-
cación directamente apostólica. Su vida fue una vida sepultada en el
desierto “escondido con Cristo en Dios” (Col. 3, 3); una vida de ana-
coreta contemplativo, de pobre peregrino y caminante solitario de la
fe, de silencioso obrero del Evangelio como los 30 años de Jesús en
Nazaret.

21
Es necesario un equilibrio armónico entre el aspecto contemplativo y el
apostólico: sin contemplación a la acción le falta incisividad y profundidad;
por otra parte, sin un empeño real de hacer el bien a los otros, la contem-
plación no es fecunda.
22
Carta del 29 de agosto de 1902 a su prima M.me MARIE DE BONDY.
23
Testimonio de ROBERT HERISON, médico protestante francés.

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POR AMOR, SOLO POR AMOR

En los últimos años de su vida, Charles de Foucauld se sintió irre-


sistiblemente empujado a establecerse en las montañas desoladas de
Hoggar, donde viven los Tuareg, un pueblo nómada, sospechoso y
difícil de dejarse avecinar. Desde sus primeros contactos con los Tua-
reg se puso a estudiar con pasión su lengua, poniéndose a la escucha
humilde de su cultura ancestral, trascribiendo centenares y centenares
de poemas, cantados al anochecer alrededor de las sinuosas lenguas
del fuego, en las frías noches estrelladas del inmenso Sahara de dunas
suaves como la seda. La relación de De Foucauld con el Islam24 más
que el descubrimiento de otra religión, señaló el encuentro con perso-
nas concretas de carne y hueso y él supo disfrutar sus competencias
lingüísticas y antropológicas adquiridas sobre el terreno, acumuladas
en los años de su celebérrima “Reconnaissance au Maroc”25, para en-
tender su lengua y su cultura atávica. Él recogió de duna en duna, de
tienda en tienda, de oasis en oasis, entre caravanas y largos días de si-
lencio, de calor sofocante y de arena presente un poco por todas par-
tes, los cantos tuareg, densísimas gotas de sabiduría de otros tiem-
pos. Y así, por amor, solo por amor, llegó a ser memoria viviente de
la historia y de la civilización del fascinante y misterioso pueblo Tua-
reg26, los hombres azules del Sahara:
“Gloria a Dios que difunde / calor en el corazón del hijo de Adán;/
penetra en sus atrios y lo inflama. / Quien no es ni tu hermano ni tu
pariente, / que tampoco está contigo, de tu parte, / donde os veis y

24
Cf. A. FURIOLI, Charles de Foucauld e l’Islam, en Rivista di vita
spirituale, 56 (2002), 312-337.
25
Título de una obra que tuvo cuatro ediciones (1888; 21934; 31939 y
4
1998) y que le valió la medalla de oro de la Societé Française de Géogra-
phie (1885).
26
Por esta su notable contribución al conocimiento de la lengua, exacta-
mente hace 40 años, PABLO VI lo ponía como modelo a imitar en la Populo-
rum progressio (26/03/1967): “Baste recordar el ejemplo del padre Carlo de
Foucauld, que fue juzgado digno de ser llamado, por su caridad, el «Herma-
no universal», y al que se debe la recopilación de un precioso diccionario de
la lengua tuareg” (n. 12).

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frecuentáis, / toma descendencia en ti, / niños que tienen gracia y


balbucean sílabas”27.
En más de una ocasión Charles de Foucauld fue protegido por los
musulmanes, en medio a los cuales había decidido pasar el resto de su
vida. Entre finales de 1907 y comienzos del año siguiente, hizo una
experiencia inolvidable, que marcó para siempre su existencia y dio
un giro determinante a su itinerario humano y espiritual.
El desierto siempre fue el lugar donde se lucha duramente por la
supervivencia y en el que se prueba y se revela la capacidad de resis-
tencia de los hombres, templados con todo tipo de privaciones y fati-
gas. En un periodo de gran carestía, después de haber compartido to-
do lo que tenía con los Tuareg, Charles enfermó gravemente. Inde-
fenso y frágil se encontraba en manos de los habitantes del desierto.
En aquellos momentos verdaderamente difíciles, vivió en la fe un
abandono en Dios total y real. Fue la solicitud rápida y discreta de sus
amigos Tuareg, la que lo salvó de la muerte segura. Abandonándose a
ellos total y confiadamente, experimentó, como nunca lo había hecho
antes, ser un verdadero anawin de Jaweh: “Padre mío, me abandono
a Ti, haz de mi lo que Te guste! Hagas de mi lo que sea, Te doy gra-
cias. Estoy dispuesto a todo, acepto todo,(…) Pongo mi alma en Tus
manos,(…) Es para mi una exigencia de amor (…) ponerme en Tus
manos(…), con una confianza infinita, porque Tu eres mi Padre”.
Una oración de abandono completo y confiado, como el de Jesús en
la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23, 46; cf.
Sal. 31, 6; Hech. 7, 59). Casi siempre la fe se vive en la oscuridad.
Nosotros no comprendemos los caminos de Dios, que permanece in-
accesible, incomprensible, misterioso, diverso a nosotros.
Fue la presencia confortadora de Cristo Señor, la que Charles de
Foucauld experimentó en la caridad sobria pero eficaz de quienes lo
socorrieron en los momentos dramáticos de emergencia por sus con-
diciones precarias de salud. Señal de que los esclavos y rústicos Tua-
reg habían empezado a entender y a apreciar su presencia respetuosa
y no querían perder a un amigo precisamente cuando empezaban a

27
Le mariage, dai Chants Tuaregs, ed. Albin Michel, Paris 1997.

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considerarlo como a uno de ellos: el marabut28 del corazón rojo29.


Charles de Foucauld osó ir donde no existía aún una presencia orga-
nizada de la Iglesia, para hacer presente a Jesucristo con su testi-
monio evangélico hecho de amistad30y de bondad sin paternalismos e
ideologías. ¿Qué es la misión sino anunciar el Evangelio poniéndose
en las fronteras que atraviesan a la humanidad? Fronteras que, a su
vez, dividen y unen, separan y acercan, recomponen viejas divisiones
e inevitablemente crean nuevas: “Él está puesto para ruina y resu-
rrección de muchos en Israel, signo de contradicción para que se re-
velen los pensamientos de muchos corazones” (Lc. 2, 34-35).
Charles de Foucauld fue un “testigo de presencia”, un “testigo de
mediación”, libre de fundirse en medio a los demás en los espacios
que estaban abiertos a todos, sin exclusión. Una de las características
que tienen relación con la experiencia en la que se obra una participa-
ción personal e integral de la persona, se refiere precisamente a la pa-
radoja de la libertad, que caracteriza la vida de las personas mismas
con sus experiencias de vida, que se transforman en lugar de elección
y espacio para una asunción de responsabilidad.
Un testimonio en la extrema frontera del cristianismo, la suya,
empeñado de tal forma que los valores del Reino penetrasen discreta-
mente en la sociedad tuareg y que la sensibilidad y las aspiraciones de
la sociedad tuareg penetrasen en la Iglesia. Al principio esta presencia
singular presentó una gran dificultad para hacerse entender y ser
aceptada, pero luego el testimonio de este amor universal tuvo su res-
puesta por parte de los feroces pero perspicaces Tuareg del desierto
argelino.
El sujeto de la experiencia es siempre una determinada persona,
abierta a la trascendencia y, precisamente por eso, llamada a vivir la
reciprocidad del don. Calificando el carácter específico de una rela-

28
Marabut: en árabe quiere decir hombre de fe, santón, guía espiritual;
indica el respeto y el gran prestigio moral que la comunidad islámica le había
reconocido.
29
El símbolo del Sagrado Corazón de Jesús que llevaba cosido, estam-
pado o impreso en su hábito religioso.
30
Cf. A. FURIOLI, Charles de Foucauld. L’amicizia con Gesù, Áncora,
Milán 22002.

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ción como puede ser la que se realiza en la experiencia espiritual, la


persona en cuanto ser histórico y encarnado en el tiempo y en la so-
ciedad, hace experiencia de su límite y de su relatividad. La historia
en la que el hombre vive es una historia en la que el futuro no es una
mera continuación del pasado. El hombre aleja toda tentación dua-
lista, entrando por derecho en cualquier tipo de experiencia. Solo se
realiza un encuentro personal e integral en el hombre, la experiencia
robustece al hombre con los límites intrínsecos a la naturaleza misma
de la experiencia.
Los muchos herederos espirituales31 de Charles de Foucauld si-
guen, con su ejemplo, eligiendo residir en los lugares anónimos y sin
prestigio, donde nadie soñaría ir a vivir, es decir, en lo escondido y en
la aparente banalidad y hasta inutilidad de su presencia. En estos con-
templativos atípicos se da la negación a ponerse en evidencia en rela-
ción al mundo en el que viven y de su sociedad32; existe en ellos una
profunda confianza en el hombre y en su mundo. Según ellos no es el
mundo el que pertenece a la Iglesia, sino la Iglesia la que pertenece al
mundo. Ellos representan a aquellos pocos seres humanos mediante
los cuales, hoy, innumerables personas nacidas y crecidas en tradi-
ciones totalmente diferentes al cristianismo o no familiares con él,
tienen la posibilidad de entrar en contacto con Jesús de Nazaret, su
Evangelio y la Iglesia querida por él. El aspecto inédito e importante
de su testimonio de bajo perfil en la Iglesia, consiste precisamente en
la gratuidad de una auténtica presencia amiga, que no se preocupa pa-
ra nada de la eficacia o de los resultados inmediatos de la propia ac-
ción. La dulce humanidad de su amistad discreta y pacífica, que hace
nacer en los otros confianza y apertura, cualidad entre las más precio-
sas en las relaciones interpersonales, no pretende ni aspira a otra cosa
mas que a hacer pensar en Dios, despertar el deseo, la nostalgia de él.

31
Los 19 grupos que componen esta rica realidad eclesial están organiza-
dos en 11 Institutos religiosos, 2 Institutos seculares y 6 asociaciones públi-
cas y privadas de fieles, que juntos forman la Asociación Espiritual Charles
de Foucauld. Los miembros son en total unos 15.000 (cf. A. FURIOLI, Los
herederos espirituales del Hno. Carlos, en Le grandi scuole della spiritualità
cristiana, de AA. VV., Teresianum-ed. O. R., Roma-Milán 1984, 718-727).
32
Así escribía a un laico de Lión: “Eliminar de nosotros el espíritu mili-
tante.” (Carta a JOSEPH HOURS, 3 de mayo de 1912, en Correspondence lyon-
naise Charles de Foucauld, Karthala, Paris 2005).

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En cada persona, aunque sea inconscientemente33, existe el deseo de


ponerse en contacto con aquel Trascendente de los muchos nombres,
muchos rostros y muchos lugares; el que posee los nombres de todos
los sin nombre, que vive en los lugares de las segregaciones raciales y
de las marginaciones sociales, de los prejuicios religiosos, que tiene
el rostro de todos los sin rostro que viven entre nosotros: desarraiga-
dos de su mundo y descartados del nuestro son los más pobres de los
pobres, los verdaderos anawim de Dios.

CONCLUSIÓN

“Vive como si tuvieses que morir mártir hoy”. El martirio es la


expresión máxima de la imitación de Cristo, el grado supremo del
amor que da la propia vida por el ser amado. El cristiano, decidiendo
seguir a Cristo, se hace vulnerable exponiéndose a sí mismo en las re-
laciones con los otros, dispuesto como está a dar testimonio de la
verdad hasta el martirio. En esta decisión el hombre muestra el cum-
plimiento de la propia libertad, mediante un acto con el que decide
sobre él mismo para la eternidad. Así el cristiano se hace memoria vi-
va de Jesucristo y con su testimonio ofrece a toda persona la verdad,
que ha recibido como don y de la que cada uno de nosotros necesita
para llegar a ser uno mismo.
El 1 de diciembre de 1916 Charles de Foucauld fue asesinado en
su ermita de Tamanrasset, porque la iniquidad de la guerra no conoce
confines34. Finalmente se había realizado el más apremiante anhelo
de su vida: estar para siempre con su Bien amado Señor. El martirio
es la imitación más perfecta de Cristo35. Así escribía muchos años an-
tes, casi como presagiando el alto precio que el seguimiento de Jesús
de Nazaret le comportaría. Su respuesta fue inmediata y nos habla del
intenso clima interior en el que vivía su relación de configuración a
su Modelo Único: “Cualquiera sea el motivo por el que nos maten, si
nosotros, en el alma, recibimos la muerte injusta y cruel como un don

33
“Nos ha hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta
que no repose en ti” (S. AGUSTÍN, Confesiones, 1, 1).
34
Es el primero de diciembre de 1916. En Europa la primera guerra mun-
dial estaba en su auge (1915-1918), y eso tuvo sus nefastas repercusiones in-
cluso en África.
35
“El martirio es considerado por la Iglesia como don eximio y prueba
suprema de caridad” (Lumen Gentium, 42).

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bendito de tu mano, si no oponemos resistencia para obedecer a tu


palabra: «No resistáis al mal» (Mt. 5, 39) y a tu ejemplo, entonces
cualquier motivo tengan para matarnos, moriremos en el puro amor
y nuestra muerte, si no es un martirio en el sentido lato de la palabra
y a los ojos del mundo, lo será a los tuyos y será una perfecta imagen
de tu muerte”. Esta carta suya es la sorprendente anticipación de los
acontecimientos que lo envolverían dramáticamente. Pero ¿quien lo-
grará entender toda la riqueza y fascinación de una aventura interior
entre las más fecundas e interesantes del novecientos? Si nosotros
cristianos hubiésemos experimentado a qué precio se paga la santidad
de la Iglesia, hubiésemos apreciado mucho más los audaces testimo-
nios de la fe y su confesión de pertenencia incondicional a Cristo y a
su santa Iglesia.
En una época en que por muchos aspectos se está convirtiendo
cada vez más en un desierto de Dios, cada vez nos hacemos más sa-
bedores de la urgencia del testimonio evangélico de aquellos herma-
nos y hermanas que en la humildad y en lo escondido han sabido vi-
vir y llevar el Evangelio también a los que viven en situaciones apa-
rentemente extremas y paradójicas. Charles de Foucauld es segu-
ramente un cristiano de una coherencia extraordinaria, que ha inter-
pretado el Evangelio aplicando con una rara sagacidad la gramática
del silencio elocuente, la fuerza vencedora de la debilidad y la sabi-
duría en la estupidez de la Cruz (cf. 1 Cor. 1, 21-25).
Con su beatificación (13 de noviembre de 2005) la herencia espi-
ritual de Charles de Foucauld pertenece ya a la Iglesia y, por tanto, a
todos nosotros; es un bien no solo de los cristianos, sino de toda la
familia humana. El nos mostró que vivir el Evangelio queda, hoy co-
mo ayer, como el secreto de la irradiación del apostolado que trae de
la oración al «Único Bien amado»36 la fuerza de ser un testigo au-
torizado de Dios en el mundo de hoy, que cree solo lo que ve y expe-
rimenta (cf. Jn. 20, 25-27). Si el mundo necesita maestros que sean
testigos, aquí tenemos a uno sorprendente y paradoxal a la vez. A no-
sotros la tarea de revisitar su singular experiencia humana y es-
piritual para apropiárnosla y transmitirla como responsabilidad de co-
herencia cristiana a las generaciones futuras.

36
Carta a su prima M.me Marie de Bondy, Tamanrasset 26 agosto 1905.

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