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Carta abierta a la dirección del PCE

Armando López Salinas – año 1985


Los hechos, los datos, son conocidos por todos.
Están ahí, con toda su crudeza: Va sonando, viene sonando desde hace tiempo, la hora
de la verdad para todos nosotros. La interminable historia de las sucesivas crisis que
venimos atravesando está poniendo en cuestión, si las cosas no se atajan, la viabilidad,
por mucho tiempo, de la opción comunista en nuestro país. El PCE está saltando hecho
añicos.
Miles de comunistas, no importa donde estén, mayoría, minoría o en su casa,
sumergidos en la ceremonia de la confusión, se preguntan, y yo con ellos, si es posible
la unidad, si hay salida a la actual situación. Amplios sectores populares, obreros
fundamentalmente, se hacen las mismas preguntas. ¿Qué ocurre en las filas
comunistas? ¿Qué ocurre en un partido que fue el alma de la resistencia antifascista?
Y hay que responder a esas preguntas. Y hay que responder afirmativamente. Si. Hay
salida. Si. Es posible la Unidad de los Comunistas. Problemas parecidos a los que hoy
vivimos han sido resueltos en el movimiento obrero y comunista de otros países en base
a la clarificación ideológica, en acuerdo con los principios de la teoría marxista-leninista,
en la práctica concreta de la lucha de clases.
Y que nadie se llame a engaño, que la derecha no se frote las manos. Aprendiendo de
nuestros errores, rectificando, seremos capaces de crear la fuerza ideológica, política y
organizativa necesaria para el ajuste de cuentas con la sociedad capitalista.
Camaradas. En la cuestión comunista planteada en nuestro país, en la crisis, y así se ha
señalado en alguna ocasión han influido, influyen, causas diversas sin las cuales no sería
posible comprender el actual panorama político español y una parte de los problemas
que nos aquejan.
Una crisis ideológica
Partiendo de la base, al menos en mi opinión, de que el origen de la crisis comunista es
de orden ideológico, de pérdida de identidad, conviene señalar algunas de estas causas.
La transición se inició, ciertamente en medio de una crisis económica sin precedentes,
que ha ido profundizándose y a la que no se ve salida hoy por hoy. Sin una ruptura clara
con el régimen anterior y bajo la hegemonía de fuerzas evolucionistas procedentes del
franquismo. Y con la tutela de los EE.UU.
No se logró, dada la correlación de fuerzas existentes, imponer la formación de un
gobierno provisional en el que estuvieran representadas, sin excepciones, las fuerzas
políticas fundamentales de tendencia democrática. De otra parte, el sistema
democrático creado ha estado en vilo, amenazado por el golpismo. En este sentido es
necesario valorar en toda su dimensión el impacto creado en la opinión pública por el
intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1.981. Lo ocurrido dicho día, junto a
nuestra crisis, está en la base de la derrota electoral comunista en octubre del 82 y del
triunfo del partido socialista.
Pero lo anteriormente dicho, y más elementos objetivos que podrían añadirse, no
pueden servir como tapadera para ocultar los problemas internos ya sean de orden
ideológico, político u organizativo que venimos padeciendo. Porque, entre otras cosas,
también el PCE es un elemento objetivo en la vida cultural, social y política de nuestro
país.
Tres congresos se han celebrado desde nuestra legalización en 1.977. Y los tres, cada
uno con su significación política e ideológica concretas, se saldaron, no con el
reforzamiento de la unidad partidaria, sino con marginaciones y rupturas. Difícilmente
las cosas podrían haber sucedido de otro modo. Los debates habidos, amén de mostrar
una cierta inadaptación del Partido al contexto real de la situación española e
internacional, fueron la expresión clara de la existencia de divergencias profundas entre
nosotros, no sólo en el Comité Central, sino también entre los militantes, ya fuera en
torno a la supresión del concepto marxismo-leninismo, del proclamado eurocomunismo
y sus diversas lecturas, de la llamada línea renovadora.
Cuestiones que se referían no sólo a la práctica política concreta, a los pactos concluidos,
a las movilizaciones, sino también, y ello a mi juicio es lo esencial, a nuestra teoría
marxista, a la propia concepción del Partido Comunista. La posición eurocomunista se
ancla, en gran medida, en el practicismo, en la ilusión de que la política lo es todo o casi
todo, rompiendo así la relación entre teoría y revolucionaria y práctica revolucionaria.
Conocida es la máxima socialdemócrata de que el movimiento, más que los fines es lo
determinante. Abrir caminos, maniobrar, llevar a cabo compromisos es el abecé de la
lucha política. Pero hay que hacerlo sin renunciar a lo esencial de nuestra teoría
revolucionaria, sin mercadear con los principios.
Las desviaciones o el menosprecio tanto de la teoría como de la práctica conducen a
callejones sin salida. Todos sabemos que las relaciones entre una y otra son, a la vez,
armoniosas y contradictorias. Pero, si la comprobación en la práctica es el criterio de la
verdad, el método científico es por el valor de analizar y decir públicamente lo que
estaba sucediendo en nuestras filas, donde estaba el origen, la causa por la que miles y
miles de comunistas estaban ejerciendo la más alta forma de crítica que puede realizarse
a un partido: la de irse de sus filas.
Cerramos los ojos a la realidad, sin ir a la raíz del problema por más que hubiera
discusiones políticas sobre temas más o menos coyunturales. Y no solo cerramos los ojos
frente a nuestra propia realidad, sino que adoptamos actitudes prepotentes respecto al
movimiento obrero y comunista internacional en el que solo veíamos defectos y al que
solo pretendíamos dar lecciones. Si es cierto que todas las cosas no marchan bien en los
países socialistas, también lo es que han acabado con el capitalismo, con la explotación
de hombre por el hombre, que la enseñanza y la sanidad están al alcance de todos sin
discriminaciones clasistas, que la plaga del paro no los azota, etc. Queríamos barrer la
casa de los amigos cuando la nuestra, además de un barrido, necesita un fregado.
Validez del marxismo-leninismo
Mucho de vosotros conocéis mis opiniones al respecto. Ya en la preparación del IX
Congreso manifesté ser contrario a la supresión del concepto marxista-leninista como
definitorio del carácter de nuestro partido. Y sabéis, también, que en diversas ocasiones
y desde la tribuna del Comité Central he expresado mi rechazo al eurocomunismo. Y no
se trataba entonces y no se trata ahora de cerrar los ojos a la realidad, tanto a los viejos
problemas de la sociedad española que quedan por resolver como a los nuevos que
plantea el desarrollo social. Es así que entiendo, en consonancia con mi ideología
marxista-leninista, que una u otra conclusión de cualquier teórico, ya sea del propio
Marx, de Engels o de Lenin, a través del desarrollo histórico concreto de la lucha de
clases puede perder su validez general.
Claro está que las cosas han cambiado desde la época del Manifiesto Comunista, desde
la Revolución de Octubre y la segunda guerra mundial. Si en el siglo pasado Marx y
Engels hablaban del fantasma del comunismo que recorría Europa y de la Santa Alianza
formada para combatirle, en nuestros días cabe afirmar que la capacidad revolucionaria
del comunismo está presente de manera directa o indirecta, en cuantas
transformaciones se han producido y se producen en el mundo. Existe un campo
socialista, existen partidos comunistas en los países capitalistas y existen movimientos
de liberación nacional que están influidos, en mayor o menor grado, por el pensamiento
y la práctica marxista-leninista.
El comunismo, desde la revolución de octubre de 1.917 se ha encarnado en la historia.
Y también hoy como ayer la Santa Alianza combate contra él. Si entonces, en 1.848, eran
el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes,
hoy cabría cambiar el nombre de Pio IX por el de Juan Pablo II, el del Zar por el de Reagan,
y los de Metternich, Guizot y los radicales franceses por los de los dirigentes europeos
de la OTAN, por los Pinochet, Stroessner y compañía. Y la Central Americana de
Inteligencia sustituirla, con ventaja, a los polizontes alemanes.
Se ha creado una nueva situación en el mundo. Una situación que genera problemas
anteriormente desconocidos tanto en el plano de la lucha teórica como en la de la lucha
política. Posibilidades nuevas se han abierto a los revolucionarios, a los comunistas de
los países capitalistas, por la existencia del campo socialista, por el desarrollo del
movimiento obrero y comunista internacional. Y al tiempo, camaradas, la humanidad
entera se ve enfrentada a la posibilidad de una catástrofe termonuclear, a la crisis
energética de materias primas, alimentaria, ecológica.
Tales cambios, tales problemas, no son ajenos a los comunistas españoles, estamos
sumergidos en ellos, en el ojo del huracán. Por eso, asumir el carácter de partido de
vanguardia exige, cada día más, una apropiación creciente y creadora de nuestra teoría
revolucionaria, un moverse como el pez en el agua entre las masas, entre los viejos y los
nuevos movimientos sociales, entre la clase obrera en primer lugar. Conocer, como los
dedos de la mano, lo que ocurre más allá de nuestras fronteras.
Todo esto viene a cuento, camaradas, de que el eurocomunismo se ha presentado como
la opción revolucionaria en los países de capitalismo desarrollado, de que se ha
presentado, a veces, como una especie de tercera vía entre una socialdemocracia
fracasada y un esquema marxista-leninista incapaz de presentar soluciones a los
problemas de hoy.
Pero ¿las cosas son así? Que expliquen los teóricos del eurocomunismo en que consiste
el pretendido esquema. Yo, sinceramente, no lo conozco. Conozco, si, que los
fundadores del socialismo científico no crearon el socialismo alemán, inglés o ruso, el
socialismo para media Europa. El socialismo es la ideología universal de los trabajadores,
afirmaba Marx.
Decía antes que en el terreno político las cosas no son idénticas al ideológico. El
socialismo es universal, para la clase obrera, para combatir, para defender sus intereses,
se organiza como tal clase en su propio país, crea su propio partido comunista. El
Manifiesto dice que la lucha de clases es nacional, no por su contenido, sino por su
forma. Por eso, sobre la base universal de nuestra teoría, ésta debe concretarse con las
condiciones reales de cada país. Hay, pues, sin duda, lo específico, italiano, francés,
español, etc., pero existe también la formación económica capitalista que estudiaron
Marx, Engels y Lenin y que sigue siendo, en lo esencial, la misma. No. No hay terceras
vías en el terreno ideológico, no las hay tampoco en el terreno político, valdría decir que
hay tantas vías como países existen. Ninguna revolución es igual a otra.
Afirmaba antes algunos elementos esenciales de la teoría revolucionaria, elementos de
identidad que confirman la validez del concepto marxista-leninista, no de un pretendido
esquema, como expresión actual del marxismo revolucionario. No. No es posible separar
a Lenin de Marx. Es una operación condenada al fracaso. Se ha dicho, con toda razón,
que en uno y otro se unen tiempos distintos en una sola teoría de la revolución.
Lenin reafirma, en la teoría y en la práctica, la validez del marxismo revolucionario frente
al reformismo de la II Internacional. Desarrolla el socialismo científico en la época del
paso del capitalismo a su fase imperialista, periodo de las revoluciones sociales en el que
hoy nos encontramos inmersos. Dirige la revolución de Octubre. Y Octubre es Lenin,
pero también Marx y Engels.
Gramsci, al que tantas veces interesadamente se ha querido oponer a Lenin, era
partidario de la dictadura del proletariado, era un leninista que desarrolla el marxismo-
leninismo en las condiciones de una sociedad más articulada que la zarista. Y, además,
no tiene duda alguna sobre la precisión teórica del concepto marxista-leninista. Afirma
así:
<< ¿Cuál es el papel de Ilich (Lenin)? ¿Es meramente subordinado o subalterno? La
explicación está en el marxismo mismo, ciencia y acción. El paso de la utopía a la ciencia
y de la ciencia a la acción. La fundación de una clase dirigente (esto es, de un estado)
equivale a la creación de una concepción del mundo >>.
¿Por qué, entonces, el abandono de este concepto por parte del PCE? Es necesario
afirmar aquí que abandonasteis algo más que una frase. No caben los dogmas, la
sacralización de la teoría, ni aun de la práctica, pero tampoco cabe ignorar lo alcanzado,
las verdades descubiertas. Tal ignorancia, por más que se la vista de superadora, no es
otra cosa que una suerte de nuevo dogmatismo. El comunismo es, para Marx, el
movimiento real que pone fin al estado de cosas existente. No es un dogma, sino una
guía para la acción, según Lenin. Por eso, el marxismo-leninismo no es un sistema
cerrado, al modo de la vieja filosofía, sino una teoría y una práctica capaz de integrar el
conocimiento humano de la época que se trate y de abrir así nuevas perspectivas al
desarrollo social.
Madrid, 2 de julio de 1985

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