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Iglesias Gonzalo
INTRODUCCIÓN
1.
¿Por qué tenemos en filosofía problemas para definir el ser de nuestra disciplina?
Pero, además, ¿Por qué, de forma más latente que en otros ámbitos, tenemos la
necesidad, si no de responder, si al menos de plantearnos esta pregunta? Para comenzar
a responder estas preguntas, tomaré un camino indirecto: en lugar de responder en
forma positiva, delimitare su espacio de trabajo por la negativa. Esto es, analizare como
la filosofía se diferencia de otro ámbito disciplinario con los que está en íntima relación
y eventualmente, podría confundirse: la ciencia.
Tomemos entonces la ciencia como punto de inicio. Podemos empezar a
plantear si efectivamente aquello que resulta problemático en la filosofía, no lo es del
mismo modo en la ciencia. ¿No se plantea un físico cual es el ser de la ciencia en que se
desempeña? En principio, habría que decir que sí. De no saber qué es lo que va a
estudiar, ni siquiera comenzaría a estudiarlo. En términos heideggerianos, algún grado
de pre-compresión debe existir, siquiera para sustentar la elección de vocación. Pero,
incluso si en un curso introductorio de física, apareciera la pregunta: ¿qué es la física?
Seguramente el profesor daría alguna definición no demasiado problemática sobre ella.
¿Implicaría ello que, con dicha respuesta, la pregunta quede agotada? No, pues toda
ciencia descansa en última instancia en fundamentos que pueden ser puestos a prueba.
Sin embargo, la ciencia opera, en mayor medida, mediante ciertas nociones que no son
puestas en entredicho. Entre ellas, la naturaleza de la misma ciencia.
Los científicos, en todo caso, no tienen tantos problemas en definir el ser de su
disciplina, pues saben identificar con bastante certeza cuál es el objeto que han de
estudiar. Así la pregunta: ¿qué es la física? podría responderse haciendo referencia a su
objeto de estudio. No de otra manera suelen definirla las enciclopedias. Leemos, pues,
en Wikipedia, que la física es:
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Queremos cerrar esta sección con una última consideración. Existe una razón de
peso que puede hacer pensar a la filosofía como una disciplina estrictamente
formal/metódica: la existencia de estudios filosóficos sobre diversos ámbitos de la
experiencia humana. De este modo, dentro de la carrera vemos como a las áreas de
estudio consideradas estrictamente filosóficos como metafísica o gnoseología, se unen
todo otro abanico de materias donde se acompaña la palabra filosofía por un ‘de x’
(filosofía de la ciencia, filosofía del derecho o filosofía de la historia son algunos de los
ejemplos de ello). Motivado por esto, y en la ausencia de un objeto de estudio definido,
quizás se pudiera considerar a la filosofía como un método de análisis pasible de
aplicarse a cualquier objeto que le pueda ser otorgado externamente. La unidad de las
ciencias, que está dada por la determinación de un objeto de estudio, en el caso de la
filosofía, estaría dada por el método de estudio.
Pero si vemos la forma en que se analizan las distintas áreas, el panorama es
otro: la unidad metodológica está más bien ausente. Los filósofos de la ciencia aplican
métodos bastante diferentes a aquellos usados en la filosofía de la historia e incluso no
se puede hablar de unidad de método dentro de una misma área de estudios. Por
ejemplo, algunos filósofos de la historia usan metodologías y conceptos de la así llamada
tradición analítica, otros de la fenomenología husserliana o combinaciones de ellos.
Decimos por ello que la unidad no es metódica sino, motivado por el movimiento
esencialmente reflexivo que la filosofía realiza, que se encuentra en una cierta manera
o mirada que ella es capaz de otorgar al conjunto de la experiencia humana.
Si el físico, parte de presupuestos, para luego descender a conclusiones que de
allí se desprenden; la filosofía tiene por tarea ascender mediante el examen y la
interrogación, hacia los presupuestos fundamentales para ver sus límites, alcances,
efectos y consecuencias ético/políticas. En este sentido, la tarea de la filosofía, cuando
ella se aplica en otros ámbitos ajenos a los que ella posee por sí misma, es la de ubicarse
en un nivel meta-discursivo. No para operar desde dentro de esa disciplina, sino para
ubicarse dentro y fuera de la misma. El filosofó coloca un pie dentro de la disciplina,
pues si no lo hiciese no estaría propiamente pensándola, pero manteniendo uno por
fuera de ella, pues si hiciese ello, estaría ejerciendo dicha disciplina. En este sentido, la
misión filosófica, como apunta Walter Kohan sobre la figura de Sócrates es la de:
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el mundo. Así, un físico, en tanto realiza su tarea de físico, puede ponerse anteojeras y
realizar todo cuanto requiera su disciplina, evitando considerar cuales son las
consecuencias de éticas que ello conlleva. Los problemas de un científico, son en gran
medida, problemas de carácter técnico. En cuanto un científico busca pensar los dilemas
ético/políticos que su disciplina conlleva, entonces ha traspasado la frontera de su área
de estudios. Ha comenzado a pensar en forma filosófica. Por ello, señala Mondolfo
respecto a la filosofía que:
Por ello, la filosofía es un pensamiento que invita a romper los limites en que se
encuentran encerradas las distintas disciplinas e implica siempre un compromiso
ético/político; la filosofía es esencialmente una disposición ética. Y esto está fundado en
que no es posible para la filosofía tomar una actitud que sea estrictamente teórica.
Operar de esa manera, es no ejercer verdaderamente la tarea auto-reflexiva que la
filosofía exige. Pensar el valor y significado profundo que nuestras relaciones y las de
aquellas actividades que realizamos tienen con el mundo es pensar cual es la manera
que tenemos que insertarnos en él. En resumen, incluso cuando la filosofía parece estar
volcándose sobre diversos ámbitos de la vida humana, en el fondo nunca deja de ejercer
su tarea reflexiva. Nunca deja de interrogarse sobre lo que ella verdaderamente es.
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Pensar que un individuo está superando los prejuicios heredados, solo porque
parte desde su propia subjetividad, es, más que filosofar, ser soberbio y vanidoso. Pero
Hegel no quiere irse para el otro lado, no se trata de sujetarse a la autoridad de los textos
de los grandes filósofos. El pensamiento verdaderamente filosófico, si bien necesita de
la actividad subjetiva del individuo, no puede quedar encerrada en ella. El filosofar en
mayúsculas pide la presencia de otro para entablar un dialogo, poner a prueba las
convicciones propias y mover a pensamientos más meditados y sopesados.
Si esta crítica apunta a la deficiencia que implica sujetarse las convicciones
subjetivas por su mera condición de subjetivas, una crítica más profunda es considerar
que existe un grado cero del pensamiento o un pensar puro. Es decir, un punto donde
el pensamiento podría iniciar sus investigaciones sin estar inoculado por virus o
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bacterias que entorpecerían su actividad. Ello supondría que este podría separarse
radicalmente del lenguaje en que es articulado, de la cultura en la que es formulado y
del objeto sobre la que se aplica. Señala Hegel:
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docente y los alumnos establecen entre sí, como en el que se ha de sostener sobre una
tradición filosófica asentada.
El aprendizaje filosófico no puede desligarse del aprendizaje histórico filosófico.
No porque el segundo pueda reducirse simplemente al segundo. El riesgo de tal visión,
es que se confunda la enseñanza de la filosofía con la mera transmisión de un conjunto
de sistemas o pensamientos históricos. El opuesto, al querer desligar el aprendizaje
filosófico de los contenidos históricos filosóficos, es el de pensar que somos capaces,
por un mero esfuerzo de nuestra voluntad, de pensar y tematizar cualquier aspecto de
nuestra experiencia con la mayor profundidad.
Una clase de filosofía debe bucear entre dos escollos, de un parte, el
academicismo filológico; de otra, el vaciamiento de sus contenidos, en el nombre de,
como lo denomina Obiols, un imperio de la pedagogía formalista1. Estos escollos, son
inevitables, pues son consecuencia de un énfasis demasiado fuerte sobre uno de los dos
elementos básicos que todo aprendizaje necesita. Por un lado, la necesidad de una
tradición filosófica desde donde el pensamiento pueda iniciar su actividad, por otra la
actividad subjetiva que el individuo debe realizar al interrogar y examinar dicha
tradición. Con mayor claridad, dice Cerletti:
‘los contenidos filosóficos históricos, sus saberes y sus prácticas, no son el fin ni
la garantía del aprendizaje filosófico, pero sí su condición de posibilidad. Son necesarios,
pero no suficientes para que se aprenda filosofía filosóficamente. Son necesarios (ya que
de ellos se sigue una caracterización posible de la filosofía) pero no suficientes para que
se aprenda filosofía filosóficamente. No puede haber clinamen sin monotonía de átomos’
(Cerletti, 2015)
CONCLUSIÓN
Llegado a este punto, resta formalizar que tipo de proyecto filosófico pedagógico
es el que, en principio, propongo. No hace falta recalcar demasiado que todo proyecto
pedagógico debe estar pensado en función de qué tipo de público esta apuntado, en
qué tipo de instituciones ha de ser dictado, etc. Pensar una fundamentación filosófico-
pedagógico para un curso de sexto año de secundario, presenta al menos dos
particularidades que me interesara recalcar. Por empezar, se está pensando un
alumnado que, quizás se encuentre por primera vez en contacto formalmente con esta
disciplina que denominamos filosofía. Segundo, que lo hacen en condiciones tales en
que no lo han hecho por voluntad propia.
Ya dijimos que la filosofía es una actividad básicamente auto-reflexiva, por lo
cual, cabe decir que, sin el aporte de los alumnos, resulta imposible articular una clase
propiamente de filosofía. En todo caso, cuanto se pueda lograr es recaer en una mera
transmisión de un contenido dictado de forma acrítica. Razón por la cual, la tarea del
docente, y en esto seguimos básicamente la línea trazada por Mondolfo, debe
comenzar, con mayor énfasis que en el dictado de una serie de contenidos, incitando y
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Cfr. Pág 52. Obiols
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Bibliografía
Cerletti, A. (2008). La enseñanza de filosofía como problema filosófico. Buenos Aires: Libros del
Zorzal.
Cerletti, A., Obiols, G., & Ranovsky, A. (s.f.). La enseñanza, el estudio y el aprendizaje filosófico
en los textos de los filósofos: breve antología y algunas conclusiones.
Hegel, G. (2009). Fenomenología del Espíritu. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económico.
Kohan, W. (2008). Filosofía, la paradoja de aprender y enseñar. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
Obiols, G. (2008). Una introducción a la enseñanza de la filosofía. Buenos Aires: Libros del
Zorzal.