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‘Raymond Thornton Chandler (1888-1959) eel gran razsro dela novela negra american, Naci6 en Chicago, eo pasb la mayor part desu ifanay juvertd en Ingle tera, donde exten ef Dulwich College yacab trae Jando com periods relnce en The Wisnister Gaete 1 The Spectator. Duratl Primera Overs Mani al tGenla Primera Divisién analonse, que servis n Francia, _ymis adelante entré a formar parte dela Royal Air Force (RAF). En 1919 represé a Estados Unids y se instalé en California, donde ej como dretiva de varias compa fia pewoleras independiente. Sin embargo, la Gran De- presén terminé con su caera en dicho sector en 1933, (Candie ea cuarenta y cnco aos cuando emperd ace cribir relatos detectvescos para evistas baat de géero ‘cro, més eanoeidas como pulps: Black Mast, Dime De- rective. Sus novelas destacen por ua resliemo duo uns ‘mirada social erton En El sei eterno (1939), supine novel, presente sociedad a impemoe pero noble Pilip ‘Marlowe, Pronto lasiguero Ads, mace (1940), Laven- {ena ala(1942), La daa de lago (1943), Lather menor (1989), £1 largo adi (1983) y Playback (1958). Mantevo tuna relacénestrecha y twbulenta com Hollywood, donde sas novelas fueron Hevadas el gran pantalla ypara cay Industria cinematograficatrabajé de guionista entre 1943, ‘y 1950. 1958 fu elegido presidente de a orgnizaién ‘Mystery Wits of America, Muri en La ola, Califorsia, 126 de marzn de 1959, Raymond Chandler El simple arte de matar Relatos 1 “Traducidn de Joan Manuel Ibeas DEBOLSILLO Las perlas son una molestia 1 Es muy cierto que aquella mafiana no estaba haciendo nada aparte de mirar una hoja de papel en blanco en mi maquina de escribir y pensar en escribir una carta. También es muy cierto ‘que ninguna mafiana tengo gran cosa que hacer. Pero eso no es motivo para salir a buscar el collar de perla de la vieja se- fiora Penruddock. No soy ningén policta La que me llamé fue Ellen Macintosh y, claro, eo es muy distinto, —¢Cémo estis,carfio? —pregunté—. {Muy ocupado? —Siy no —respondi—. Mas bien no. Estoy muy bien £Qué pasa ahora? —Creo que no me quieres, Walter. ¥ de todos modos, de- berias tener algo de trabajo que hacer. Tienes demasiado dine- +o. Alguien ha robado las perlas dela sefiora Penruddock y quiero que las encuentres. —Puede que ereas que has llamado al Departamento de Policia respond! friamente—. Pero eta es la residencia dde Walter Gage. Al habla el senior Gage. ___ —Muy bien, pues dle al seior Gage, de parte de la seo rita Ellen Macintosh, que si no esté aqui antes de media hora, ‘sbi por correo cerfcado un paquetito con un anillo de compromiso con un diamante. 170 —Para lo que me ha servido... —dije—. Esa vieja cacatia vivid cineuentaafios mis. ‘Pero ella ya habia colgado, de modo que me puse el som- brero, bajéy me puse en marcha en el Packard. Era una bo- nita mafana de finales de abril, sia uno le interesan esa clase de cosss. La sefiora Penruddock vivia en una ealle ancha y tranquila de Carondelet Park. Probablemente la casa habia tenido exactamente el mismo aspecto durante los ltimos tincuenta afos, pero eso no hacfa que me sintiera mejor al pensar que Ellen Macintosh podia seguir viviendo en ella ‘tos cincuenta afos, hasta que la vieja sefiora Penruddock muriera ydejara de necesitar una enfermera. El sefior Penru- dock habia fllecido pocos afos antes, sin dejar testamento, ‘pero sf un patrimonio absolutamente enrevesado y una lista de beneficiarios tan larga como el brazo de un huésped mi- mado. ‘Llamé al timbre de la puerta y esta seabri6, no muy pron- to, de mano de una ancianita con delantal de doncella y un ‘estrangulado mofo de cabello gris en lo alto de la cabeza. Me ‘mird como si no me hubiera visto nunca y no quisiera verme en aquel momento. La sefiorita Ellen Macintosh, por favor —dije—. De parte del sefior Walter Gage. Sorbié por la narz, dio media vuelta sin mediar palabra, y la segut por los mohosos recovecos dela casa, hata una gale- tia aeristalada lena de muebles de mimbre y de olor a tumbas cegipcias. La anciana se marché, con otro sorbido. ‘Un momento después, la puerta se volvis a abrir y entré Ellen Macintosh, Puede que a ustedes no les guste las chicas altas con el pelo color de mil y a piel como el primer melo- cotén, que el frutero saca a hurtadillas dela caja para quedar- selo, Sies ast lo siento por ustedes. Cari, has venido! —exclamé—. Qué amable por tu parte, Siéntate y te lo contaré todo. 1Nos sentamos. i —Han robado el collar de perlas de la sefora Penru- dock, Walter. —Eso ya me lo has dicho por telefono, Mi temperatura sigue siendo normal ie ie —Si me permites una conjetura profesional —dijo ella, probablemente esti por debajo de lo normal... de manera permanente. El collar es una sarta de cuarenta y nueve perlas rosas que hacen juego, que el seior Penruddock le regal ala seflora por sus bodas de oro. Ultimamente easi nunca se las ponia, excepto tal vez por Navidad o cuando tenfa un par de viejos amigos invtados a comer y estaba lo bastante bien para estar sentada. Y todos los aos, por Accién de Gracias, da ‘una comida para todos fos pensionistas, amigos y antiguos cempleados, y entonces también se las pons. —Estés mezclando un poco los tiempos de los verbos —ije—, pero Ia idea general es lar. Sigue. —Bueno, Walter —dijo Ellen con lo que alguna gente la- ‘ma una mirada traviesa—. Las perlas han sido robadas. Si, ya sé que es a tercera vez que te lo digo, pero aqui hay un extra- ‘ao misterio. Se guardaban en un estuche de euero dentro de ‘una vieja caja de seguridad que estaba abierta la mitad del tiempo y que yo dirfa que un hombre fuerte podifa abrir con los dedos siestuviera cerrada. Esta maiiana tenfa que buscar alli unos papeles y he mirado las perlas solo para saludarlas... —Espero que no sigas con la sefora Penruddock por ia esperanza de que te deje ese collar en herencia —dije muy tieso—. Las perlas estan muy bien para las viejas y para las rubias gordas, pero para las mujeres alas y juncales. —Ay, cllte, carifio—interrumpi6 Ellen—. Desde luego, no tengo ninguna esperanza puesta en esas perls... porque ran floes ae oe “Tragué saliva y la miréfjamente, —Vaya —dije con una sontisa malévola—, Habia ofdo que el viejo Penruddock sacaba de vez en cuando algén co- nejo bizco de su sombrero, pero regalarle a su esposa un im collar de perlas falsas por sus bodas de oro me parece el colmo. —Ay, no seas tonto, Walter. Aquellas eran de verdad. Lo {que pasa ex que la sefiora Penruddock las vendi y encargé que Ie hicieran unas de imitacién. Uno de sus viejos amigos, el seflor Lansing Gallemore, de Joyerfas Gallemore, se encargé de ello con mucha diserecién, porque, naturalmente, ella no queria que nadie se enterara. ¥ por eso todavia no se ha la- mado ala polifa, Ti se las encontrarss, verdad, Walter? —zCémo? z¥ por qué las vendi6? —Porque el seior Penruddock murié de repente sin de- jar nada previsto para toda esa gente que dependia de €, Des- pués vino la Gran Depresin, y apenas habia dinero. Solo lo justo para mantener la casa y pagar alos sirvientes, y todos ‘ellos levan tanto tiempo con la sefiors Penruddock que esta preferria moriese de hambre antes que desprenderse de algu- no de ellos. "—Bso es diferente —dije—. Me quito el sombrero ante alla, Pero geémo diablos voy a encontrarlas,y de todas mane- ras qué importa, si son fasas? —Bueno, las perlas... las imitaciones, quiero decir, costa- ron doscientos délaresy se hicieron especialmente en Bohe- ‘mia. Tardaron vatios meses y, tal como estin las cosas por all, es posible que nunca pueda conseguir otra buena imitaci6n. Y le aterra que alguien averigie que eran flsas, 0 que el la~ drén le haga chantaje cuando descubra que lo son. Verés,ca- rlffo, sé quién las ha robado. Se me excapé un «Eh? una palabra que casi nunca ui- lizo porque no la considero parte del voeabulario de un caba- lero. EI chéfer que hemos tenido aqui los dltimos meses, ‘Walter, una bestia enorme y horrible que se Iama Henry Ei- chelberger. Se marché de repente anteayer, sin motivo algu- no. Nadie deja nunea a la sefiora Penruddock. Su anterior chafer era un hombre muy viejo, y se murié. Pero Henry 1m EEichelberger se marché sin decir una palabra y estoy segura ddequc ha robado las perlas. Una vez intenté besarme, Walter. —Conque si, ch? —dlije con una voz diferente. Inten- 16 besarte, seh? Dénde esté ese montén de earne, querida? Tienes alguna idea? Parece poco probable que extérondando porla esquina, esperando que yo le atce en la nariz Ellen baj6 sus largas y sedosas pestafias para mirarme... y cuando lo hace me quedo tan blando como los pelos del co- ote de una fregons. Y.que puede chantajear ala sefiora Penruddock sin peligro. He llamado a la ageneia que nos lo mando, y ha estado ali, apuntindose otra vez para encontrar empleo. Pero me han dicho que va contra sus reglas dirme su direccién. —ePor qué no pudo ser otro el que se llevé las pera {Un ladrén de casas, por ejemplo? —No hay nadie més. El servicio esté por encima de toda sospecha, y por las noches la casa esta cerrada tan hermética- ‘mente como una nevera. Adem, no haba seals de que na- dic hubiera entrado por la fuerza. Y Henry Eichelberger sa- bia dénde se guardaban las perlas, porque me vio devolverlas Ia hima vez que la sefiora se las puso... que fue cuando nieron a comer dos amigas intimas con motivo del aniverss- Fo dela mere del senor Penraddock —Tuvo que ser una fiesta salvaje —dije—. Muy bien, ir ala agencia y les obligaréa que me den su direccién, :Dénde es? —Se llama Agencia Ada Twomey de Empleo Doméstico, y estden el 200 de la Segunda Este, un vecindario muy desa- sradable, Nila mitad de desagradable de lo que seré mi vecindad pars Henry Eichelberger —dije—, Congue tats de besarte ech? —Las perlas, Walter —me recordé Ellen con suavidad—. so es lo que importa. Espero que todavia no haya descu- Bierto que son falsas y as haya tirado al mat. 4 Silo ha hecho, le obligaré a bucear hasta que las saque. —Mide uno noventa y es muy grande y fuerte, Walter —dijo Ellen con coqueterfs—. Pero no es guapo como ti, claro. ‘Justo el tamafio que me va —dije—. Sera un placer. Adi6s,cariio. Ella me agarr6 de la manga. = Solo tna cosa, Walter. No me importa un poco de pe~ lea porque es cosa de hombres, pero no causes un alboroto aque haga venir a la policia, vale? Y aunque eres muy grande ¥ fuerte y jugaste de defensa derecho en le universidad, eres ‘un poco débil en una cosa. ¢Me prometes que no beberis nada de whisky? ‘—Ese Bichelberger es la tinica bebida que quiero —dije. 2 ‘La Agencia Ada Twomey de Empleo Doméstico dela Segun- da Este result ser todo lo que el nombre y la direccién sage- tian, El olor de a anesala, en la que me vi obligado a esperar alggin tiempo, no era nada agradable. La agencia estaba presi- dida por una mujer madura de expresién severa que me dijo ‘que Henry Eichelberger estaba registrado con ellos para en- contra trabajo de cher, y que podia hacer que se pusiera en contacto conmigo, o citarlo en la oficina para una entrevista. Sin embargo, cuando deposité un billete de diez d6lares en su rmesay le indiqué que no era més que una muestra de buena fe, sin ninguna repercusin en a comisiGn que pudiera deber- lea su agencia, se abland6 y me dio su direcci6n, que estaba al ‘este, en Santa Monica Boulevard, cerea de la parte de la ciu- ddad que antes se llamaba Sherman, ui all en coche sin perder tiempo, temiendo que Henry Bichelbergertelefoneara y le dijeran que iba averlo. La diree- cién result6 ser un hotel mugriento, convenientemente proxi- us ‘mo a las vis del tranvia con la entrada junto a una lavanderia china. Al hotel se llegaba subiendo unos escalones cubiertos, cen algunos sitios, por tiras de alfombra de goma podrida, storilladas con fragmentosirregulares de latén suco. El olor de la lavanderia china cesaba aproximadamente a mitad de la escalera, siendo sustituido por un olor a queroseno, colilas de puro, aie rancio y bolss de papel grasients. Al final ba- ba un registro en un estante de madera, La lima entrada estaba escitaalipiz, tres semanas atrs,y la habia escrito al- guien con una mano muy temblorosa. De esto deduje que la direccién no era particularmente exigente. ‘Al lado del libro habia un timbre y un lerero que decta . Llamé y esperé. Pasado algin tiempo, se abrié tuna puerta al final del pasillo y unos pies se arrastraron hacia imi sin pris. Aparecié un hombre con zapatillas de cuero raf- das y pantalones de un color indefinido, con los dos botones superiores desabrochados para permitir mis libertad a los su- brbios de su extenso est6mago. También levabatirantes r0- jos, su camise estaba sudada en las axilas yen todos los demés sitios, y su cara necesitaba urgentemente un lavado y una ppoda completos. —Estilleno, colega —dijo en tono de burla. —No buseo habitacién —dije yo—. Estoy buscando a un tal Bichelberger, que segsin me han informado vive aqui, un- que veo que no esta registrado en su libro. Y esto, eomo sin luda sabe, va en contra dela ley. —Un listillo—volvié a burlarse el gordo—. Al final del pasillo, amigo. 218. —Sefal6 con un dedo del color, y casi el tamafio, de una patata al horno quemada, —Tenga la bondad de ensedarme el camino —dije. —Joder con el vicegobernador —refunfuBié, y le empez6 4 temblar el estémago. Sus ojillos desaparecieron entre plie- ‘gues de grasa amarilla—. Vale, colega. Sigueme. Penetramos en las sombrias profundidades del pasillotra~ sero y llegamos a una puerta al final del todo, con un mon- 76 tante de madera cerrado encima. El hombre golpes la puerta ‘con una mano gords. No ocurrié nada. Ha salido —ajo. —Tenga la bondad de abrir a puerta—dije—. Quiero en- trar y esperar a Fichelberges. —Y¥ un huevo —respondis el gordo en tono desagrada~ ble—. .Quién demonios te has ereido que eres, pardillo? ‘Aquello me irrt6, Era un hombre de buen tamafio, como de un metro ochenta, pero demasiado lleno de recuerdos de cervezs. Miré aun lado y 2 otro del oscuro pasillo. El lugar parecfa completamente desierto. Golpeé al gordo en el est6mago. Cay6 de culo en el suelo. Eructd y su roilla derecha en- 126 en violento contacto con su mandibula.Tosié y le brota- zon ligrimas en los ojos. —Joder, io —gimié—. Me lleva veinte afios de ventaja. Noes justo. —Abre la puerta —pedi—. No tengo tiempo para discu~ ticcontgo, —Un pavo —dijo, secéndose los ojos con la camiss—. Dos pavos y me quedo callado. ‘Saqueé dos délares de bolsillo y ayudé al hombre a poner- se de pic. El doblé los dos délares y sacé una llave maestra corrient, que yo podria haber comprado por cinco céntimos. ‘—Hermano, cémo pegas —dijo—. 2Dénde aprendiste? Casi todos los tos grandes son de misculo lento. ‘Abrié la puerta. Si despues oyes alin ruido —adverti—, no hagas caso. Sihay alggin desperfecto, se pagard generosamente, ‘Asintiéy entréen la habitaci6n. El cer6 la puerta detrés de mi y sus pasos se alejaron. Se hizo el silencio. a habitacién era pequeta, srdida y chabacana. Conte- nia un aparador marrén con un espejo pequeiio colgado enci- ‘ma, tna silla recta de madera, una mecedora de madera y una cama de una plaza con el esmaltedeseascarillado y una colcha de algodén muy remendads. Las cortinas de la tnica ventana tenfan huellas de moscas, ya la persiana verde le faltaba una tablilla en la parte de abajo. En un sincén habia un lavabo con, ds toalas finas como un papel colgadas a un lado. Por su- puesto, no habfa cuarto de bafo, y tampoco armario. Un tro- 70 de material estampado y oscuro que colgaba de un estante hhaca las veces de est timo. Detrés encontré un trae gris de [a talla mas grande, que habria podido ser de mi talla si usara ropa de confecci6n, que no es el caso. En el suelo habia un par de zapatos negros, por lo menos del nimero cuarenta ¥ seis. También habia una maleta barata de fibra, que por su- puesto registré al ver que no estaba cerrads. ‘También registeé la cajonera y me sorprendié observar ‘que todo lo que contenia estaba limpio, ordenado y decente. ‘Aunque no habia gran cosa. En particular, no habia perlas. Busqué en todos los demas sitios probables improbables de la habitaci6n, pero no encontré nada de interés. ‘Me senté en un lado de la cama, encendf un cigarsillo y csperé. Pareciaevidente que Henry Eichelberger era muy im- béeil o completamente inocente. Tanto la habitacidn como el rastro que habia dejado atris no parecian propios de un hom- bre que se dedica a actividades como robar collares de perlas. Ya llevaba cuatro cigarillos, mis de los que suelo fumar en todo un dia, cuando se oyeron pasos que se acercaban. Eran pasos ripids y ligeros, pero nada clandestinos. Una ll ve entr6 en la cerradura, gird y la puerta se abri6 descuidada- mente, Un hombre entr6 y me mir6. ‘Mido un metro noventa de estatura y peso més de noven- takilos. Aquel hombre era alto, pero parecfa mis igero. Ves- tfa.un taj de sarga azul del tipo que se llama correcta, a falta de algo mejor que decir. Tenia el pelo bio, espeso y grueso, tun cuello como el de una caricatura de un cabo prusiano, los hhombros muy anchos, as manos grandes y duras, y una cara que habia aguantado muchos golpes en sus tiempos. Sus oj los verdosos brillaron al mirarme con lo que entonces me co parecié mal humor. Vial instante que no era un hombre con tl que se pudiera jugar, pero no me daba miedo. Le igualabe en tamafo y en fuerza, ¥ no me cabia duda de que le superaba cninteligencia, ‘Me levanté con calma de la cama y dij: Estoy buscando aun tal Bichelberger. —,Cémo has entrado aqui, tio? —Era una vor. alegre, bastante gruess, pero no desagradable al ofdo. ‘—La explicacién de eso puede esperar —respondi en tono severo—. Estoy buscando a un tal Bichelberger. ¢Es usted? —Vaya—dijo el hombre—. Un chistoso. Un e6mico, Es- pera a que me afloje el cinturén. ‘Dio un par de pasos hacia el interior de la habitacién y yo diel mismo mtimero hacia é. —Me llamo Walter Gage —dije—. Es usted Eichel- berger? —Dame cinco centavos y te lo digo —se mof6. Pasé aquello por alto —Soy el novio de la sefiorita Ellen Macintosh —expliqué con friadad—. Me han informado de que usted intenté be- sala, Dio otro paso hacia mi, y yo otro hacia él. —yCémo que intenté? —se burl. Laneé répidamente la derecha y le di de leno en la barbi- Ila, A mime parecié un pusietazo bueno y solido, pero apenas se movi6. Entonces le meti dos fuertes directos de izquierda en el cuelo y le coloqué un segundo derechazo al lado de la nariz, que era bastante ancha. El resopl6 y me golpes en el plexo solar. ‘Me doblé, agarré Ia habitacién con las dos manos y Ia hice girar. Cuando ya la tenia girando bien, le di un buen empujén ¥ me pegué en la auca contra cl suelo. Esto me hizo perder el éequilibrio temporalmente, y cuando estaba pensando en ce6mo recuperarlo, una toalla mojada empez6 a golpearme la 9 cara y me obligué «abrir los ojos. La cara de Henry Bichel- berger estaba cerca de la mia y tenia ciertaapariencia de soli- citud. —Colega —Ai que el té de un chino. Brandy! —croé—. ¢Qué ha pasado? —Hias tropezado con un roto de la alfombra, colega. {De verdad necesitas alcohol? —Brandy —volvia eroas,y cerré los ojos. —Espero que esto no me haga empezar —dijo su voz. ‘Una puerta se abriéy se cerr6. Yo me quedé tendido inmévil, procarando evita las ganas de vomitar. El tiempo 1pas6 despacio, como un largo velo gris. Por fn, la puerta de la huabitacin se abri6 y se cerr6 una vez. més, ¥ un momento después algo duro se apret6 contra mis labios. Abrila boca y dl licor me baj6 por la garganta. Tost, pero el ardienteliquido cortié por mis venas y me fortalecié de inmediato. Me incor poré hasta quedar sentado. —Gracias, Henry —dije—. Puedo llamarte Henry? —No cobran impuestos por ello, colega. ‘Me puse de pie y me planté ante. Me miré con curio- sided. —Parece que estés bien —dijo—. gPor qué no me has di- cho que estabas enfermo? = |Maldito seas, Fichelberger! —exclamé; y lo golpeé con toda mi fuerza en un lado de la mandibula, Ei mene6 la cabe- zayy en sus ojos me parecié ver disgusto. Le solté tres golpes més en la ear y la mandibula, mientras él estaba todavia me- neando la cabeza iCongue quires jugar en serot chills, y ag a cama y me la tiré. "Eaquivé a esquina dela cama, pero al hacerlo me movi un poco demasiado répido, perdi el equilibrio y mett a cabeza ‘unos diez eentfmetros dentro del tblero de debajo de la ven tana. su vor, tienes el estémago més flojo 18 ‘Una toalla mojada empez6 a abofetearme a cara. Abrilos ojos. —Escucha, chico. Ya tienes dos strikes y ninguna bola. ‘Allo mejor deberias probar un bate més ligero. —Brandy —croé. —Tomaris whisky de centeno. Apreté un vaso contra mis labios y bebi con sed. Después trep€ otra ver hasta ponerme de pi. La cama, con gran sorpresa por mi parte, no se habia mo- vido. Me senté en ella y Henry Bichelberger hizo otro tanto a ri lado antes de darme unas palmadas en el hombro. —Té y yo podriamos llevarnos bien —dijo—. Nunca he besado a tu chica, aunque no digo que no me gustaria. ¢Es0 es todo lo que te preocupa? Se sivi6 medio vaso del whisky de la botella que habia salido a comprar. Se tragé al licor, pensativo. —No, hay otro asunto —dije. —Dispara. Pero ya basta de guantazos. Lo prometes? Lo hice de bastante mala gana. —gPor qué dejaste de trabajar para la sefiora Penru- ddock? —pregunté. ‘Me mir6 por debajo de sus frondosas cejas rubias. Des- ppués miré la botella que tenia en la mano. —2T8 dirias que soy guapo? —dijo. Bueno, Henry... No te pongas mariquita conmigo —graté. —No, Heney, no dirfa que eres muy guapo. Pero desde luego eres viril “Eseancié otco medio vaso de whisky y melo pas —Tetoca—tijo. Me lo bebi de un trago sin darme mucha cuenta de lo que estaba haciendo. Cuando dejé de toser, Henry me quit6 el vaso y volvié a ilenarlo, Se lo bebié con aire pensativo. La borella estaba ya casi vacia. —Supén que te quedas prendado de una mujer que posee toda la belleza que se puede tener a est lado del cielo, Con un careto como el mio. Un tipo como yo, un tio nacido en tuna cuadra, que se ti6 a si mismo un montén de bolas malas en.una escucla agricola y se dejé el buen aspectoy la educa- cién en el marcador. Un tio que ha peleado con toda clase de cosas, excepto ballenas y locomotoras, y los ha zurrado & to- dos, zunque naturalmente se ha levado algéin que otro mam- porto. Y entonces consigo un trabajo en el que veo a esta pre- ciosidad todos los dias, a todas horas, y sé que no hay nada au haces Qué hast clea? Yo simplementedj ele. ajo. Henry, me gustara estrecharte la mano —dije. Me dio la mano sin mucho interés —Me sal del juego —insistié—. ¢Qué otra cosa podia hacer? —Levant6 la botellay la mir6 al trasluz—. Hermano, has cometido un error al hacerme traer esto. Cuando empie~ 20a beber, es un no parar. {Tienes pasta suficiente? —Desde luego —dije—. Si lo que quieres es whisky, ‘Henry tendrés whisky. Tengo un piso muy mono en Franklin Avenue de Hollywood, y aunque no quiero insinuar nada ‘malo sobre tu humilde y sin duda provisional morada, sugic- +o que nos encaminemos a mi apartamento, que es considera- blemente més grande y ofrece més espacio para empinar el odo. —Gesticulé despreocupadamente con una mano. fo, estis borracho —dijo Henry con admiracién en sus ojillos verdes. —Todavia no, Henry, aunque es cierto que ya noto el cfecto, y de manera muy agradable, No debes darle impor- tancia a mi manera de hablar, que es una cuestin personal, como tu conciso y apocopado método discursivo. Pero antes de partir, hay otro detalle bastante insignificante que quisiera discutir contigo. Estoy autorizado a gestionar la devotuci6n de las perlas dela sefiora Penruddock. Tengo entendido que ‘existe alguna posibilidad de que las hayas robado. "—Chaval, te gusta jugértela —dijo Henry en voz baja. Esto es un asunto de negocios, Henry, y hablar con franqueza es la mejor manera de solucionarlo, Las perlas son solo perlas falsas, asi que deberia ser muy facil llegar a un fever No tengo nada conta ty Henry, ye estoy agrdec- x procurarme el whisky, pero los negocios son los nego- cep eaten a eae ie pada de preguntas? Henry solté una rsa breve y sin alegria, pero no parecfa haber animosidad en su vor cuando dij: —zAsi que erees que yo he robado unas cuentas y me {quedo aqui sentado, esperando a que me caiga encima un en- jambre de polis? —No se ha avisado a la policia, Henry, y puede que no a8 que las perlas eran falsas. Pésame el whisky, Henry. ‘Me sirvié casi todo lo que quedaba y me lo bebi con el mejor de los humores. Tié el vaso contra el espejo, pero por desgracia fale. El vaso, que era de vidri6 grueso y barat, ay alsuelo y no se rompié. Henry Fichelberger rio de buena gana. Qué te hace gracia, Henry? Nada —dijo—. Solo estaba pensando que agin tipo std descubriendo que ha sido un primo... por es0 de las —2Quieres decir que tino las robaste, Henry? ‘Volvié a ret, en un tono algo mis sombrio. —Si—dijo—. O sea, no, Deberia sacudirte, pero qué de- monios, a cualquiera se le puede ocurrir una idiowez, No, no robe las perl, colega. Si eran de pega, no me habria molesta- do y si eran lo que parecian ser Ia tnica vez que las vien el cuello de la vieja, desde luego no me habria metido en un in- ‘mundo agujero de Los Angeles a esperar que un par de fur- sgones de sabuesos me siguieran el rastro. ‘Volvi a extender la mano para estrechar la suya. Eso es todo lo que necesitaba saber —comente alegre- mente—. Ya me siento en paz. Y ahora iremos a mi aparta- mento y consideraremos medios y maneras de recuperar esas 183 perls. Ty yo juntos formaremos un equipo capaz de derro- tara cualquier oposiciSn, Henry. —No te estards burlando de mi, ech? Me incorporé y me puse el sombrero... al revés, —No, Henry. Te estoy haciendo una oferta de trabajo, y tengo entendido que lo necesitas, més todo el whisky que puedas beber. En marcha. gPuedes conducir un coche en tu estado? —Demonios, no estoy borracho —dijo Henry, con ex- presiGn sorprendida. Salimos de la habitacin y recorrimos el oscuro pasillo. El cencargado gordo surgié de repente de alguna sombra nebulo- sayy se plant6 delante de nosotros, rascindose el estémago y- mirindome con ojilloscodieiosos ¥ expectantes. {a todo bien? —pregunt6, masticando un paillo de dientes oscurecido por el tiempo. —Dale un pavo —dijo Henry. —sPor qué, Henry? No sé, ti dale un pavo. Saqué del bolsillo un billee de délary se lo dial gordo. Gracias, colega —dijo Henry. Le dio un golpe al gordo debajo de la nuez.y le sacé hébilmente el billete de entre los dedos—. Con esto queda pagada la bebida —aiadié—. Me revienta tener que mendigar dinero. Bajamos las escaleras del brazo, dejando al gerente to- siendo para intentar sacarse el paillo del es6fago. 3 ‘Alas cinco de la tarde desperté y descubri que estaba tumba- do en mi cama, en mi apartamento del Chateau Moraine, en Franklin Avenue, cerca de Ivar Street, en Hollywood. Giré Ia cabera, que me dolia, y vi que Henry Eichelberger estaba rumbado’a mi lado, en camiseta y pantalones. Después me 184 pereaté de que también yo estaba igual de ligeramente vesti- do, En la mesa més cercana habia una botela casi llena de ‘whisky de centeno Old Plantation y en el suelo yaefa una bo- ‘ella completamente vacia de la misma y excelente marca. Ha- bia ropa trada en el suelo por aqui y por alli, y un cigarillo habia hecho un agujero en el brazo con brocados de una de mis butacas. ‘Me palpé con cuidado. Tenia el estmago tieso y dolori- do,y la mandibula parecia un poco hinchada por un lado. Por Jo dems, no estaba del todo mal. Un dolor agudo me atrave- sé las sienes cuando me levanté de la cama, pero no le hice ningin caso, caming con paso firme hacia la botella dela mesa te lallevé a los lbios. Después de un buen trago del a inte liquido, me sentf mucho mejor. Un estado de énimo alegre y cordial se apoderé de mi, y me sent listo para cual- ‘quier aventura. Volvi ala cama y sacudi a Henry con fuerza porun hombro. —Despierta, Henry —dije—. La hora del crepisculo se aproxima, Los petirrojos centan, las ardillas se enfurrufan y Jos dondiegos se enroscan para dormir. ‘Como todos los hombres de accién, Henry Bichelberger se despert6 con el pufio cerrado. Te crecs muy gracioso?—grufié—. Ah, si. Hola, Wal- ter. ,Qué tal te encuentras? Me siento de maravila, Has descansado? Claro. —Puso los pies deseazos en el suelo y se revol- v6 el espeso eabello rubio con los dedos—. fbamos bien has- ta que te caiste redondo —dijo—. Asi que eché una cabeza ta, Nunca bebo solo. Esti bien? i, Henry, me siento muy bien, de verdad. Y tenemos trabajo que hacer. Genial, Fue directo ala botella de whisky y bebié un trago generoso. Se frots el estSmago con la palma de la mano. Sus ojos verdes brilaban apaciblemente—. Soy un pobre en- fermo, Tengo que tomar mi medicina 185 ‘Dejé la botella en la mesa y examiné el apartamento. Vaya —dijo—. Nos pusimos a trasegar con tanta prisa gue casi no pude mirar tu chabola. Tienes un bonito sitio, ‘Walter. Anda, mira, una méquina de eseribir blanca y un telé~ fono blanco. «Qué pass, chico? zAcabas de hacer Ia confir- maci6n? —Es solo un eapricho tonto, Henry —dije, ondeando una mano despreocupada, “Henry se acered a mirar la méquina de escribir y el teléfo- no, que estaban uno junto al otro sobre mi escritorio, y la cscribania con montura de plata y todas las piezas con mis iniciales grabadas, —Estis forrado, geh? —dijo Henry, volviendo hacia mt su mirada verde. "—Tolerablemente, Henry —aduje yo con modest. —Bueno, zy ahora qué, colega? {Tienes alguna ides o be- bemos un poco més? —Si, Henry, tengo una idea. Con un hombre como tt para ayudarme, creo que se puede poner en prictica. Creo que deberiamos sondear los rumores del hamps. Cuando se roba un collar de perlas, todo el mundillo se entera enseguida. Las perlas son dificil de vender, Henry, ya que no se pueden tallr,y los expertos pueden identificarlas, segsin he leido. El hhrviendo de actividad. No tendria que resultar- encontrar alguien que transmita aquien co- rrespondsa el mensaje de que estamos dispuestos a pagar una suma razonable por su devoluciéa. —Hablas bien, para estar borracho —dijo Henry, echan- do mano a la botella—. Pero zno te estés olvidando de que sas cuentas son falsas? —Por motivos sentimentales, estoy més que dispuesto a pagar por su devolucién, de todos modos. Henry bebié un poco, parecié que le gustaba el sabor y bebi6 un poco més. Blandi6 educadamente la botella en mi direceién. 186 Bao estd muy bien... hasta cierto punto —coment6— ‘Ya que ese hampa que esté haciendo todo ese hervor del que hablas no va a hervir demasiado por una sarta de cuentas de vidrio, zMe equivoco? —Estaba pensando, Henry, que probablemente el hampa tiene sentido del humor y que las rsas que circulen pueden ser bastante enfaticas. —Podria ser una idea —dijo Henry—. Tenemos a un chorizo que averigua que la sefiora Penruddock tiene un co- lar de frutos de ostra que vale un pastén, se hace un trabajito cenla caja fuerte y va corriendo al persta. Y este se troncha de risa. Yo disfa que una cosa af se comentaria en los billares y daria un poco que hablar. Hasta aqui, perfecto, Pero este re- vientacajas va a trar las cuentas a toda prisa, porque le pue- den caer de tres a diez afios aunque solo valgan cinco centa- ‘vos més impuestos. El marrén es robo con allanamiento, Walter. —Sin embargo, Henry —aduje—, hay otro elemento en Ja ecuacién, Por supuesto, si este ladrén es un idiota, no ten dré mucho peso. Pero si es moderadamente inteligente, i que lo tendré. La sefiora Penruddock es una mujer muy orgullosa y vive ea una zona muy excusiva de la ciudad. Siselegara a Saber que lleva perla de imitacién, y sobre todo, si se llegara tan solo insinuar en la prensa que dichas perlas eran las mis- ras que it marido le regalé por sus bodas de oro... bueno, seguro que te das cuenta, Henry. bs revientacsjar no son demasiado ieeligentes— debajo del nombre. Le enseié la tajeta a Henry y después se Ja entregué a Gandesi. ‘Este ley6 la tarjeta y se mordié un dedo en silencio. De pronto, su cara se iluminé. “—Lo mejor sera que vaydisa ver a Jack Lawler —aj. Henry lo miré de cerca. Los ojos de Gandesiestaban bri- Iando, no parpadeaban y parecian sinceros. —{Quién es? —pregunté Henry. —Lieva el club Penguin. En el Strip. Sunset 8644, o por shf cerca. Si alguien puede enterarse es Gracias —dijo Henry tranquilamente y me miré a Tile crees? —Bueno, Henry —respondi—. La verdad es que no creo {que se crea tan listo como para mentirnos. —Ja! —empezé de pronto Gandesi—. {Un chistoso! Us A callar! —rugi6 Henry—. Esa frase es mia. Va de -veras, Gandesi? Lo de ese Jac Lawler? Gandesiasintié vigorosamente. Es verdad, verdad de la buena. Jack Lawler tiene un edo metido en todo lo que se mueve en circulos de alto co- pete. Pero no es facil vero. —No te preocupes por eso. Gracias, Gandesi Henry tr la cachiporra negra a un rinc6n de la habita- sn, Abrié el tambor del revélver que habia tenido todo ese tiempo en la mano izquicrda, sacé la balas y después se ga- ché y lanz6 el revélver por el suelo hasta que desapareci bajo el esritorio, Hizo salar la balas en la mano un par de ‘veces con gesto indolente y después las desparramé por el suelo. 196 —Hasta la vista, Gandesi —adijo con frialdad—. ¥ man- tén limpio tu hocico, sino quieres tener que buscarlo debajo delacama. ‘Abrié la puerta y los dos salimos deprisa; abandonamos ‘Blue Lagoon sia ninguna interferencia por parte de los em- pleados. 5 Mi coche estaba aparcado a poca distancia, calle abajo. Entrs- mos en é, Henry apoy6 los brazos en el volante y mixé me- lancélico a través del parabrisas. Bueno, 16 qué piensas, Walter? —preguntéal fin. Si quieres saber mi opinién, Henry creo que el seBior Gandesi nos ha contado una trols para librarse de nosotros. ‘Ademas, no creo que se ereyera que somos agentes de se- se Le mismo digo, ¥ raciGn extra —dijo Henry—. No creo que exista ningiin Melachrino ni ningén Jack Lawler, teste Gandesilamé a alg telefono sin Linea y se tiré el rollo fon a. Deberia volver ally arrancarle los brazos y las pier nas, Me eago en ese cerdo gordo. "sta esa mejor idea que se nos habia ocurrido, Henry, yya la hemos llevado lo mas lejos que hemos sido capaces. ‘Ahora sugiero que volvamos a mi apartamento a intentar pensar otra cosa. "AY a emborracharnos —dijo Henry, poniendo en mar- cha el coche y apareindolo de la acera. Tal vez podamos hacer una pequefa concesi6a al lico, Henry. a Ag! —bufé Henry—. Nos ha toreado, Deberfa volver arrasar el gato. 7 Tpend eel erace, aunque en aquel momento no funcio- aba ningin seméforo, y s lev6 una botella de whisky alos 97 labios. Estaba metido de leno en lo de beber euando tin co- che que venia detris chocé contra el nuestro, pero no con mucha fuerza. Henry se atragant6 y bajé la botella, derra- ‘mando parte del whisky sobre su ropa. —Esta ciudad se esté superpoblando —gruné—. Uno ya no pu char un ago sin gue alga mono slo epee ‘Quienguiera que estuviera en el coche detrés de nosotros toc6 el claxon con ciertainsistencia,en vista de que no nos hhabiamos movido hacia delante. Henry abrié la puerta de solpe, salis y fue hacia atris. Oi voces a un considerable vo- amen, siendo la de Henry la ms ruidosa, Volvis al cabo de tun momento, entr6 en el coche y arrancé. —liendria que haberle arancado la lengua —dijo—, Pero ime he ablandado. Condujo a tods velocidad el resto del camino hasta Ho- llysood y el Chateau Moraine, subimos a mi apartamento y ‘nos sentamos con unas buenas copas en las manos. Nos queda algo mis de unlit y medio de combus ble—coment6 Henry, mirando las dos botelas que habfa co- Jocado en la mesa junto a otras que habiamos vaciado tiempo atrés—, Deberia bastar para tener una idea, —Si no fuera sufciente, Henry, hay abundantes provisio- 1c en sto de donde sleron ets, —Vacé mi vaso muy —Pareces un buen tipo —dijo Henry—. Por qué siem- pre hablas tan raro? —Parece que soy incapaz de cambiar mi lengusje, Henry. Mi padre y mi madre eran puristas muy estricts, en la tradi ci6n de Nueva Inglaterra, el habla vernécula nunca ha aci- dido de manera natural a mis labios, ni siquiera cuando estaba cna universidad. Henry hizo un intento de digerir esta explicacin, pero pade notar que se le hacia un poco pesado en el estémago. ‘Hablamos durante un rato acerca de Gandesiy la dudo- 198 sa calidad de sus consejos, y as{transcurrié como media hora. Entonces, de repente, el teléfono blanco de mi mesa ‘empez6 a sonar, Corr hacia él con Ia esperanza de que fuera Ellen Macintosh y de que se le hubiera pasado el mal hu- ‘mor. Pero resulté ser una vor. de hombre, desconocida para ‘mi. Hablé en tono agudo, con un desagradable timbre meté- lic. —2Bs usted Walter Gage? El sefior Gage al habla. —Bueno, sefior Gage, he ofdo que quiere entrar en el mercado de a joyeria. “Apreté el teléfono con fuerza, giré el cuerpo y Ie hice ‘muecas a Henry por encima del aparato. Pero él estaba sir viiéndose con aire melancdlico otra buena dosis de Old Plan- “Ast es —dije por elaparatontentando mantener firme la yor, aunque mi excitacin era casi demasiado para mi—. Si 3 jyeria se refiere a pers. pe Gina sara de curentay ner, hermano. Yel pesio son cinco de os grandes. —jPero eso es completamente absurdo! —exclamé—. Cinco mil délares por esas. TLa-voz me interrumpié con brusquedad. Ya me has ofdo, hermano. Cinco de los grandes. Ex- tiende la mano y euéatate los dedos. Ni mis ni menos. Pién- satelo. Te volveré llamar. — : Se oy6 un chasquido seco a wavés del auricular y yo col- gué el aparato ens horqulla conf mano temblorosa. Et ba temblando, Vole ami butaca, me sentéy me sequé la cara con un patuelo. Henry —dije en vor baja y tenss—. Ha funcionado, Peco de qué manera més ras. ‘Dejé su copa vata en el suelo. Era la primera vez que lo ‘eia soltar una copa vaca y dejarlavacia. Me miré con aten- ‘ign con sus ojos verdes yestrechos que no parpadeaban. 9 81? —dijo suavemente—. ¢Qué es lo que a funciona- do, chaval? —Se lami despacio los labios con la punta de la lengua. —Lo que hemos llevado a cabo en el local de Gandesi, Henry. Un hombre acaba de lamarme por teléfono y me ha preguntado si estaba en el mercado de las perlas. —Vaya. —Henry fruncié los labios y silbé con suavi- dad—. Ese maldito espagueti ha cumplido, después de todo. —Pero el precio son cinco mil délaes, Henry. Eso parece ‘estar fuera de toda explicacidn razonable. —iEh? —Los ojos de Henry saltaron hacia delante, como siestuvieran a punto de salirse de sus érbitas—. Cinco delos grandes por esa falsificacin? Ese to estd mal dela cabeza. Ta dijiste que cost6 doscientos. El tio esté como una cabra, Cinco grandes? Joder, con cinco grandes podria comprarme suficientes peras falsas para cubrir un elefante. Se veia que Henry estaba desconcertado. Volvié allenar las copas sin afadir nada y nos miramos el uno al otro por encima de elas. —Bueno, zqué demonios vas a hacer con eso, Walter? —pregunts tras un largo silencio. —Henry —dije con vor fieme—, solo se puede hacer una cosa. Es cierto que Ellen Macintosh me hablé confidencial- mente, y dado que no tenia permiso expreso de la sefiora Penruddock para contarme lo de las perl, se supone que yo deberfa respetar esa confidencilidad. Pero ahora Ellen esté cenfadada conmigo y no quiere hablarme, alegando que estoy bbebiendo whisky en cantidades considerables, aunque mi dis- curso y mi cerebro sean todavia razonablemente claros. Esto “timo que ha pasado es un giro muy extrafio de los aconteci- creo que, « pesar de todo, deberia consultar a un amigo fntimo de a familia. A poder sr, por supuesto, alguien con amplia experiencia en los negocios y, por affadidura, un hhombre que entienda de joyas. ¥ ese hombre existe, Henry, y ‘maiana por la mafiana iré a visitalo ests —dijo Henry Podsias haber dicho todo eso en ueve palabras, hermano. :Quin es ese tipo? Se llama Lansing Gallemorey eel presidente de Joyerias Gallemore, en Ia calle Set, Es un muy viejo amigo dela sefiora Penruddock, Ellen lo ha mencionado con frecuencia. Y, ade- mis, es la persona que leconsigui las perlas de imitaci6n. * Sper ee norma la pol objets Henry. —No lo creo, Henry. No creo que haga nada que inco- ‘mode en modo alguno a la seiora Penruddock. Else encogié de hombros. Lo falso es falso —dijo—. No se puede sacar nada de ello. Ni siquiera el presidente de una joyeria puede. “No obstant, ene que haber una azn pare qu ida una suma tan elevada, Henry. La nica raz6n que se me beurre ese chantaje y francament, tal vez sea demasiado para que lo maneje yo solo, puesto que no sé lo suficiente sobre la historia de la familia. Vale —dijo Henry suspirando—. Si tienes esa corazo- nada, seré mejor que la sigas, Walter. ¥ yo més vale que me ‘vaya pitando a sumbarme para estar en forma pata el trabajo Sao, gO sc eay? No quieres pasar la noche aqus, Henry Gracias colea pero en el hotl estoy bien. Solo me llevaré esta botlla de sudor de tigre para que me ayude a dor- ats Es posible que me men de a agencia por Iman y tendré que cepllarme los dientese ira ver qué es. Y supongo {que seri mejor que me cambie de ropa para poder volver a ‘mezelarme con la gente cortiente. Dicendo eto se met enelcuarto de bai yal poo rato cemergié con su taje de sarga azul. Insist en que se llevara mi coche, pero dijo que el coche no estaria seguro en su barrio. No obstante, sf que accedié a seguir usando el abrigo que ha bia llevado puesto, y después de meter en él con mucho dado la botella de whisly sin abit, me dio la mano afectuosa- Be —Un momento, Henry —dije,y le entregué un billete de veinte délares que saqué de mi cartera —2¥ esto es en pago de qué? —grus. —Por el momento, esis desempleado, Henry, y esta no- ‘he has hecho un trabajo espléndido, por muy desconcertan- tes que hayan sido los resultados. Mereces una recompenss,y ‘yo puedo permitirme este pequeto dispendio. —Bueno, gracias, colega —dijo Henry—. Pero que cons- te que es solo un préstamo. —Su voz estaba ronca de emo- ién—. (Te doy un toque por la mafiana? —Desde luego. Por cierto, se me ha ocurrido otra cosa, No seria aconsejable que cambiaras de hotel? Supén que, no Dor cals mia lplicase ctr dees rbo No sae, charian de ti, por lo menos? —Jorer, me tendrian botando de eriba abajo durante ho- 28 —dijo Henry—. Pero zde qué les iba a servir? No soy un ‘melocotén maduro. —Eso tienes que decidirlo té, naturalmente, —Si, buenas noches, colega, ¥ que no tengas pesadills. Me des y de pronto me senti muy solo y deprimido. La ‘compafia de Henry me habia resultado estimulante, a pesar de su tosca manera de hablar. Era todo un hombre. Me servi un trago bastante grande de whisky de la botella restante y ame lo bebs deprisa pero con tristeza, El efecto fue tal que sentf un invencible deseo de hablar ‘con Ellen Macintosh a toda costa, Fu al teléfono y marqué su smimero. Después de mucha espera, respondid una doncella ‘medio dormida. Sin embargo, Ellen, al ofr mi nombre, se negé a acudir al telffono, Aquello me deprimié ain mas e hizo que me trminara el resto del whisky cas sin enterarme de lo que estaba haciendo. Después me rumbé en la cama y «af en un suefo con sobresalos. 6 El insistente timbre de telefono me despert6 y vi que el sol ddela mafiana entraba achorros en la habitaci6n, Eran las nu ‘yey todas las limparas estaban atin encendidas. Me levanté Sinténdome un poco rigid y dso, porque todavia tenis esto el esmoquin, Pero soy un hombre sano, de nervios Tay femesy no me sent an ml como habia esperado. Me dirig al aparato y respondi ‘La vor de Henry dio: —yCémo estis, colega? Yo tengo una resaca como la de doce suecos. —No demasiado mal, Henry. —Me han llamado de a agencia para un trabajo. Ser me- jor que vaya al centro ver qué es. {Me paso por ahi después? Si, Henry, ven aqui, por favor. A eso de las once estaré de vuelta de la gestion de la que te hablé anoche. ~gHla habido mds llamadas de quien t sabes? —odavia no, Henry. Sse Neovo. ay mevent Calgs y yo me di una duchafrfa, me afeté y me vest. Me puse un discreto traje marr6n y pedi que me subieran un poco de café de la cafeteria de la planta baja. También hice que el camarero se levara ls botellas vacias de mi apartamen~ to y le di un délar por las molestias. Después de tomar dos tazas de café negro me senti de nuevo duefio de mi mismo y fui en coche al centro, aI gran y brillante tienda de Joyerias Gallemore, en a eale Siete Oeste. ‘Era otra mallana dorada y luminosa, y parecfa que las co- sas tenfan que arreglarse de alguna manera en un dia tan agra~ able. Rew wn poco fel curse con el eior Laing Ga. lemore, de modo que me vi obligado a decirle a su secretaria tered ate eee ardcterconfidencial. En cuanto se le transmis este mensaje 293 seme hizo pasar inediatamente sun gran despacho con p+ Teles de madera en cuyo exremo mis ejano estab el sor Gallemore, detris de un ggantescocsrtorio, Me tendio una mano fina rosada Stir Gage? Creo que no nos conocemos, verdad? Ko, seiorGallemore, creo que no Soy el vio lo «ra asta anche, del eorta Elen Macintosh que, como Sguramente sabe, ess enfermera de la soe Benreddock. ‘Aeudo sted por un asunto may deiadoy es necesrio que antes de seguir ablando le pids que guarded secret, Era un hombre de unos setentay cinco afios de edad, uy alto y delgado, y coretoy bien conservade, Tent os ojos azlesyfrfos, pero una soarisn amable Veta de un ‘odo bastante juve con un taj de franca gris on cael rojoenia slaps “Eso es algo que tengo por norma no prometer nunca, setior Gage dom Creo qe es cai sempre una peti tmuyinjsta, Aunque ousted me segura que el amano feta tla setora Penruddock y que es de indole delcada y conf densi har una excepiéa De verdad que lo eer Gallemore le asoguré,y a contnacin le cont toda la historia sin ocular mad, Suiere el hecho de que edi anterior haba consume deme Sado whisky, ‘Alconelii mi relat, wi que me estaba mirando con eu Fosdsd. Sa bien moldeada mano tomé usa angus pla bana de ave para escribir yTentamente se hizo eosgullas con ellen orejadeecha —Scfor Gage —aljo> gno puede adivinar por qué i- den cinco mil dleres por carta de petas? Sine pepe cajun te rin deter tan personaly al ves podtis aventurar una expccin,sefior Gallemore, ae Se pa a phuma blanca alrededor de aoe izquierday 304 Adelante hijo. —En realidad, la perlas son auténticas, sefior Gallemore. Usted es un viejo amigo de la seiora Penruddock, tal vez in- cluso un novio dela infancia. Cuando ella e dio sus peas, su regalo de bodas de oro, para venderlas porque estaba urgen- temente necesitada de dinero para un propésito gener0so, us- ted no las vendié, sefior Gallemore. Solo fingié venderlas. Le dio veinte mil délares de su propio dinero y le devolvié las perlas auténtcas, explicéndole que eran una imitacin hecha ‘en Checoslovaquia. —Hijo, piensa usted aun mejor que habla —dijo el sefior Gallemore. Se levantsy se acere6 a una ventana, corri6 un fino visillo 4 miré el bullicio dela calle Siete. Volvié a su escrtorio, se sent6 y sonrié con un poco de melancolia —Esté usted tan en lo cierto que casi resulta embarazoso, seiior Gage —reconoci y suspiré—. La seftora Penruddock es una mujer muy orgullosa. De no ser asi, simplemente le habria ofrecido los veinte mil dlares como préstamo sin g3- rantia, Resulta que yo era el coadministrador del patrimonio del seior Pensuddock y sabia que en las condiciones del mer- ‘ado financiero de aquel momento, iba a ser imposible reunit suficiente dinero en efectivo para atender a tantos parients y ppensionistas sin dafarirreparablemente el grueso del patri~ onio. Por es0 la sefiora Penruddock vendid sus perls, 0 es0 creyé ella inssti6 ca que nadie se enterara de ello. E hice lo ‘que usted ha conjeturado, No tuvo importancia. Podia per mnitirme el gesto. Nunca me he casado, Gage, y se me consi- ddera un hombre rico. A decir verdad, en aquella época las perlas no habrianvalido nila mitad de lo que yo le di, ode lo ue se pagaria hoy por ella. ‘Ba los ojos por temor a que mi mirada directa molestara ‘a aquel viejo y amable caballero. "Por eso ereo que lo mejor seré reunir esos cinco mil, hijo —afiadié a continuacién el seior Gallemore en tono ani- ws smado—. El precio es bastante bajo, aunque la perlas robadas ‘son mucho mis difiiles de comerciar que ls piedra talladas. Si confiara en usted hasta ese punto asi por las buenas, zeree ‘que podria encargarse del asunto? —Setior Gallemore —dije con firmeza pero en vor baja—, soy un completo desconocido para usted y soy solo de came y hueso, Pero le prometo por el recuerdo de mis di- funtos y venerados padres que no me acobardaré —Bueno, veo que tiene una buena cantidad de carne y ‘aco, hijo — dj amabloment el ser Gallemore—. ¥ 20 temo que se quede el dinero, porque puede que sepa més de lo que usted sospecha acerca dela seforta Ellen Macintosh y su novio, Ademés, ls perlas esti aseguradas, ami nombre, ppor supuesto, y en realidad es la compatia de seguros la que tendria que ocuparse de este asunto. Pero usted y ese amigo suyo tan curioso parecen haberlo hecho bastante bien hasta ahora, y ereo que hay que jugar esa baza. Ese Henry debe de sertodo un hombre. —Le estoy tomando mucho aprecio, a pesar de sus mo- dale toscoe contre 8 El sefior Gallemore juguete6 un poco més con la pluma blanca y después sacé un gran talonario y rellené uno, que sec6 cuidadosamente con un secante y me entregé. —Si consigue las perla, haré que la compafifa de seguros sme reembolse esto —dijo—. Si quieren tenerme como client, no habrédificultades en ese sentido, El banco esti en a esqui- sade abajo, estar esperando su llamada. No creo que paguen cl cheque sin telefonearme. Tenga cuidado, hijo, no deje que Te hagan dao. ‘Me estrech6 la mano una vez més y vacilé. —Seiior Gallemore, esti usted depositando més confian- 22a en mi que nadie en mi vida —dije—, a excepcién de mi padre, por supuesto. Estoy portindome como un maldito idiota —recono- i6 con una sonrisa peculiar—. Hace tanto tiempo que no 206 cigo @ alguien hablar como escribe Jane Austen que eso me cestf convirtiendo en un primo. —Gracias,sefior. Sé que mi manera de hablar es un poco pomposa. zPuedo atreverme 2 pedirle un pequeto favor, sefior? —gDe qué se trata, Gage? Be defonear sa sehorita Ellen Macintosh de a que ahora estoy un poco distanciado, y de decile que hoy no he bbebido y que usted me ha confiado una misién muy delicada. Se eché a reir eon fuerza. Lo haré encantado, Walter. Y como sé que se puede confiar en ella le daré una idea de lo que esta pasando. Lo dejéy fui al banco com el cheque. El caro, después de treme con reel urease de a veal drate ma cho tiempo, extrajo por fn la cantidad en billetes de cien lares, con la mala gana que habria sido de esperar si se hubiera tratado de su propio dinero. ‘Me guardé el paquete plano de billetes en el bolsillo y di “Ahora deme un eartucho de monedas de veinticinco centavos, por favor Un carrucho de monedas de un cuarto? —pregunt6 alzando las ecjas. —Exacto, Las uso para propinas.Y, naturalmente,prefie- ro llevarmelas a casa envueltas, —Ah, yalo entiendo. Diez dares, por favor. Recife duto y grueso cartucho de monedas, me lo guar- 4éen un bolillo fu en coche hasta Hollywood. Henry me estaba experando en el vestibulo del Chateau Moraine, dandole vuelta al sombrero entre sus roses y du ras manos, Su cara pareca tener arrugas mis profundas que el dia anteriog y noté que le olia el aliento a whisky. Subimos a mi apartamento y se dirigid a mi con ansiedad. a habido suerte, colega? Henry —dije—, antes de seguir més adelante en esta 207 jornada, quiero dejar bien claro que no estoy bebiendo. Lo coments porque veo que tye has exad dando al bo- —Soto para levantar el nimo, Walter —se excusé un poco contrito—. El tabajo al que he ido ya estaba pillado antes de que legara. {Que noticias hay? ‘Me sent, encend un cigarilloy lo miré a los ojos. —Verés, Henry, no sé si debo decirtelo o no, Pero parece tun poco mezquino no hacerlo después de todo lo que le hi- ciste anoche a Gandesi. —Vacilé un momento més, mientras ery me obtervaba ys eliza los misculos de rao fo—. Las perlas son auténtcas, Henry. Tengo instruc- Clones de spur adelante con el asanto, yen este momento Ilevo cinco mil délares en efectivo en el bolsll. Leconté en pocas palabra lo que habia ocurrido. Estaba mis asombrado de lo que se puede expresar con palabras. increible! —exclamé con la boca muy abierts— :Quie- te dir que le has szado os ico grandee Gallemo- “Bxacto, Henry. —Chieo —dijo con mucha conviccién—, esa carita tan ‘mona que tienes y esa manera de habla tan florida son algo por lo que muchos tos pagarian una buena pasta. Cinco de Jos grandes, y de un hombre de negocios, asi como asi. ;De~ monios! Es que me quedo turulato, me quedo muerto, me quedo como tna bebda drogada en un club de seforas En aquel preciso momento, como si hubieranextado ob- servando mi lleada al eifcio, son6 de nuevo el telefono y se prem par repens nruna de las votes que estaba experando, pero nola que yoqueriaoirconmésanhelo. " —2Cémo teva la mafians, Gage? —Parece que va mejor —dije—. Si puedo tener alguna sarantia de trate honorable, estoy dspuesto a seguir adelante, aot Quieres deci que tenes a pasta? —En este mismo momento la tengo en el bolsillo. ‘Lavoz parecié exhala lentamente. —Tendrés tus cuentas, puedes estar seguro. cobramos el precio, Gage. Hace mucho tiempo que estamos eneeste negocio y siempre cumplimos. Sino fuera at, se co- rreria la vox y nadie ugarfacon nosotros nunca mis, Si, eo lo puedo entender —dije—. Proceda con las ins- srucciones —afiad friamente. —Eseucha bien, Gage. Esta noche a las ocho en punto cestaris en Pacific Palisades. Sabes dénde es? —Desde luego. Es una pequefia zona residencial al oeste del campo de polo de Sunset Boulevard. —Exacto. El Sunset lo atraviesa de lado @ lado. Alli hay sun drugstore que abre hasta las nueve. Ve lly espera una llamada alas ocho en punto. Solo. ¥ quiero decir solo, Gage Nipolis ni matones. Aquello es un descampado y te veremos llegar y sabremos sivas solo. gLo has entendido todo? No soy un completo idiota —repliqué. --Nada de paquetes de pega, Gage. Comprobaremos la pasta, Nada de pistlas. Se te registrars, y somos bastantes para cubrirte desde todos los éngulos. Conocemos tu coche. Nada de trucos, nada de pasart de listo, nada de jugarretas ¥ ‘asi nadie saldréherido, Es como hacemos los negocios noso- tros. gCémo viene el dinero? En billetes de cien —respondi—. ¥ solo unos pocos Asi me gusta. Entonces las ocho. Sé listo, Gage. Eltcléfono chasques en mi oid y colgué. Casi al instan- te, volvié a sonar. Esta vez era la voz. —iAy, Walter! —exclamé Ellen—. ;Qué mal me he por- tado contigo! Por favor, perdéname, Walter. El sefior Galle sore melo ha contado todo y estoy asustadisima. —No hay ningiin motivo para estarlo—Ie dij cariiosa- rmente—. :Lo sabe la sefiora Penruddock, querida? 209 Pees | No, catiio. El sefior Gallemore me ha dicho que no se lo contara. Estoy telefoneando desde una tienda en la calle Sexta. Ay, Walter, de verdad que estoy asustada.;Va air Hen- syeomtigo? —Me temo que no, querida. Ya esté todo organizado zo lo permien. Tengo que ir solo. reels —iAy, Walter, estoy aterrada! No puedo soportar la an- No hay nada que temer—le aseguré—. Es una simple transaccidn comercial. Y no soy precisimente un enano. —Pero Walter... Ay, procuraré se vliente Walter. Me prometeris solo una cosita chiquitita de nada? _ —Niuna gota, querida —dije con firmeza—, Nina sola y nica gots —iOb, Walter Huubo un poco més de este tipo de cosas, muy agradable para mi dadas las cireunstancis, aunque puede que no tenga mucho inerés para tos. Por fn nos despedinon con mi promesa de telefonear en cuanto se hubiera consumado el en centro entre los maleantesy yo. ito apart lve me enconeés Henry be- endo con frucion de una botlla que habia sacado del bol- silo lateral. . ‘ —jHenry! —exclamé, ‘Me mir6 por encima de la botella con una mirada éspera y decid. = Mira, colega —Entonces recordé que un coche habia chocado con el nuestro por detrs,y que Henry habia slido para centarle as ccarenta al conductor. Por supuesto, el impacto estaba pla neado, y Henry habia dado a propésito la oportunidad de «que ocurrera porque en el otro coche iba su cmplice. De ese ‘modo, Henry, mientras fingia que le echaba una bronea, pudo ‘ansmitirle Is informacién necesara, —Espera, Walter —dijo Ellen, después de escuchar esta caplicacidn con cierta impaciencis—. Eso es una cosilla sin importancia. Lo que quiero saber es c6mo llegaste ala con- clusin de que las perls las tenfa Henry. —Pero si me lo dijste ti —dije—. Estabas segurisima de que las tenga él. Henry es una persona con mucho aguan- te, Habria sido muy propio de él esconder las perlas en al- gin sitio, sin miedo de lo que pudiera hacerle la policia, Buscar otro trabajo y después, puede que al cabo de mucho tiempo, recuperatlas y abandonar discretamente esta parte del pas. Ellen meneé la cabeza on impacienia en la oscuridad del porche. Walter —dijo secamente—, me estés ocultando algo. No podias estar seguro, y sin estar seguro no habrias golpea- do a Henry de un modo tan brutal. Te conozco lo suficiente para saber es. —Bueno, querida —dije con modestia—, sf que habia ‘otro pequeB indicio, una de esas menudencias trviales que hasta los hombres mas intligentes pasan por alto. Como sa- bes, mi teléfono no pasa por la centraita del edificio de apar- tamentos, porque no quiero que me molesten los vendedores y gente por el estilo. El telefono que utilizo es una linea pri- ‘vada y el némero no estéen la gua. Sin embargo, las llamadas aque recbi del ebmplice de Henry llegaron por ese teléfono, y Henry habfa estado en mi apartamento mucho tiempo. Yo aay habia tenido buen cuidado de no darle ese nimero al sefor Gandesi, porque lo cierto es que no esperaba nada de él, ya {que estaba completamente seguro desde el principio de que las perlas la tenfa Henry, y lo que queria era que las sacara de su escondri —Ay, carifio —susurr6 Ellen rodesndome con sus bra~ zos—. Qué valiente eres, y hasta creo que en realidad eres listo, de esa manera tuya tan peculiar. ¢Crees que Henry esta~ ba enamorado de mi? ero aquel era un tema en’ el que no tenia ningéin inte és, Deé ls perls al euidado de Ellen y,« pesar de lo tarde ue era, me dirig inmediatamence ala residencia del sefior Lansing Gallemore, le conté la historia le devolvi el di- ‘Varios meses después, tuve la alegria de recibir una carta con matasellos de Honolulu, eserta en un papel de muy mala calidad. Bueno, colega,aquel puetazo me ders fe coss fina, y no ereia que fuersscapaz de tanto, unque desde luego no exta- ba preparado. Pero fue de campeonato y me hizo pensar enti ‘durante una semana cada vez que me copllab los dienes. Fue una pena que ruviera que pirérmela, porque eres un buen tipo, aunque un poco payaso; ahora mismo me gustarfa estar en trompindome contigo en luge de limpiar vélvula de aceite ‘qui, a varios miles de kilémetros del stio desde donde se ha ‘enviado esta carta. Solo hay dos cosas que me gustaria que sa- pieras,y ls dos son verdad dela buena. Me gustaba un montén quella rubia alta y sa fue la principal razén de que dejara de ‘wabajar paral weja Lode irlar ls perl fue solo una de esas ideas disparatadas que se le ocurren 2 uno cuando exté colada ppor una chica, Ere un erimen la manera en que dejaban las ‘cuentas tiradas por ah en aquella caja de pan, y en otro tiempo ‘uabajé para un francés en Yibui ai que sabia lo suficiente para dlistinguirlas de las bolas de nieve. Pero cuando legs el momen- todela verdad en aquellos matorrales, con nosotros dos alos y ay sin els, me ablandé demasindo par cba luabjo. Dil a SUSE neque ens nolan uche propa por el "Tuyo come sempre, “ o ‘Henny ErcHstsercen (alias) 2S, Por cet, aque chorizo que zo ls Hamada le sic invent saree a mite de scien que me mets ene Sate. Tove que ecru poco my pring “ye, 7 HLE. (alias)

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