plumaje negro y vuelo torpe que habita en lagunas esteros y bañados.
Como su nombre lo indica su
característica es su grito, que emite casi toda la noche o ante la proximidad de algún extraño a la comunidad en que vive.
Cuenta la leyenda que Carau era un
muchacho apuesto, muy buen bailarín, guitarrero y cantor que vivía en compañía de su madre, para quien eran todos sus cuidados y desvelos. Pero cierta vez en que ella enfermó seriamente, Carau agotó sus esfuerzos para atenderla con medicación casera y al no obtener mejoría decidió marchar al atardecer hacia el pueblo más próximo, distante a varias leguas del rancho. En el camino encontró un baile donde se acercó por casualidad atraído por una muchacha muy agraciada que a su vez coqueteaba con él, teniendo en cuenta que sobresalía entre todos por su postura y elegancia.
Olvidando por completo la enfermedad de
su madre, bailó toda la noche hasta que ya de madrugada un amigo le trajo la noticia de que su madre había muerto.
No importa mi buen amigo, respondió
Carau, hay tiempo para llorar.
Sin embargo atormentado por el
remordimiento salió del baile para hacerse cargo de su madre muerta; y cuenta la leyenda que durante mucho tiempo peregrinó por el pago sin hallar consuelo.
La ropa oscura que usaba, desgastada y
desteñida por el tiempo y la intemperie, se hizo trizas transformándose después en plumas.
Los brazos se volvieron alas y el cuerpo
adquirió la forma de un ave.
Se largó a vivir y a llorar por los esteros y
cuentan que la muchacha que lo retuvo en el baile también se convirtió en ave tomando la forma de la pollona, que acompaña al carau en su constante peregrinar. La leyenda del mono carayá
Cuenta la leyenda guaraní que Carayá era
un indio que vivía en las inmediaciones del Iberá. Le gustaba recorrer el monte todo el día, pero sufría mucho el miedo extraordinario que tenía a fieras como el yaguareté, el gato montés, el aguará y otros habitantes del monte. Quería superar ese inconveniente, y un día le comunicó al hechicero, que quería que lo convirtiera en un animal parecido a ellos. -Quiero ser alguien al que nada le puedan hacer los yaguaretés, ni las víboras y los zorros. Quiero vivir en el monte como ellos, trepando a los árboles, saltando de rama en rama, comiendo las frutas que estén a mi alcance, sin que nadie me diga nada. Dicen que exclamó frente al hechicero “ah, si pudiera trepar siempre a los árboles. ¡Esa será mi mayor ventura!”. -Bueno le respondió el hechicero. ¡Será lo que deseas! Y comenzó a pronunciar palabras entre dientes y quemó algunas hojas secas de una Hierba del lugar mezclada con hojas secas de tabaco. De esa manera, y casi sin darse cuenta, el indio comenzó a transformarse paulatinamente en un mono. La piel se le volvió dura, con pelo y muy negra. Cambió la forma de su cabeza, la nariz, las manos adoptaron una forma especial, se le acortaron las piernas y le nació una larga cola. Y como si todo el mundo sabía lo que había pasado, en cuando vieron a ese extraño animal trepando por los árboles, los miembros de la tribu lo llamaron “Carayá”, el gran mono aullador de los esteros.