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TRANSCRIPCION MENSAJES

MANUAL DEL GUIA


Indice Pág.

Reunión de Apertura . 2

Primera Sesión . 6


EL DIOS DE LA TERNURA
Segunda Sesión . 11
SI CONOCIERAN AL PADRE
Tercera Sesión . 18
PEREGRINOS DE LA FE
Cuarta Sesión . 26
MUJER DE FE Y POBRE DE DIOS
Quinta Sesión . 34
POR EL ABANDONO A LA PAZ
Sexta Sesión . 42
PERDÓN – AMOR
Octava Sesión . 50
ENCUENTRO
Novena Sesión . 57
EN SILENCIO EN LA PRESENCIA
Décima Sesión . 65
PRINCIPIO, CENTRO, META
Undécima Sesión . 72
LIBRES PARA AMAR
Duodécima Sesión . 80
AMAR COMO JESÚS AMÓ
Decimotercera Sesión . 87
POBRES Y HUMILDES
Decimocuarta Sesión . 93
Y DEJANDO LAS REDES

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SESION PREVIA

REUNIÓN DE APERTURA

Un Taller de Oración y Vida es:

Primero. Ante todo un método para aprender a orar. Pero no un método teórico
sino práctico, igual que en un Taller en que, trabajando, se aprende a trabajar,
aquí, orando, se aprende a orar. Por eso se llama Taller porque aquí hay un
aprendizaje, ensayo, práctica de la oración.

Paso a paso se aprende a entrar en una relación personal con el Señor, desde los
primeros pasos hasta la profundidad de la contemplación. De esta manera los
talleristas se transforman en amigos y discípulos del Señor.

Segundo. Pero también es un Taller de vida. Por la práctica de la fe y del


abandono, y como consecuencia de la práctica de la oración, casi sin pretenderlo,
el tallerista va sanando las heridas del corazón, sofocando las angustias del alma,
ahuyentando los miedos hasta lograr el control de nervios y una gran serenidad. Y
por este camino los espacios interiores del tallerista se van poblando de una paz
nunca imaginada. Desaparece la tristeza y se recupera definitivamente la alegría
de vivir.

Tercero. Pero no todo acaba aquí, Contemplando la figura de Jesús y copiando


sus rasgos, lentamente el tallerista va transformándose en una persona paciente
como Jesús, humilde como Jesús, comprensivo como Jesús, manso, suave y
bondadoso como Jesús. Y esto causa al tallerista la máxima satisfacción que se
puede sentir en este mundo: la de superarse a sí mismo, la de trascender sus
propios límites.

Y la gente acaba diciendo: ¡Cómo ha cambiado nuestra madre! Y por este


camino, en millares de hogares reina por fin la concordia y la paz. Millares de
matrimonios recuperaron la unidad. Centenares de personas han abandonado el
consultorio psiquiátrico y han recuperado la estabilidad emocional y la alegría del
vivir. En resumen, ¡ha llegado la felicidad a sus vidas! Y todo esto por obra de los
Talleres cuando son vividos completamente.

Ahora bien, tanta maravilla no se nos dará como un regalo de Navidad. Hay que
pagar un precio; y el precio es el vivir en serio un Taller; es decir, asistencia
completa desde la primera hasta la última sesión; asistencia con puntualidad,
practicando la Sagrada Media Hora diaria.
4´58
2
Orar no es fácil

Rezar un Padre Nuestro es fácil. Rezar una Salve es fácil. Inclusive rezar un
Rosario es fácil. Pero eso no es orar; eso es rezar.

Pero establecer un trato de amistad estando verdaderamente a solas con Aquel


que sabemos nos ama> eso no es fácil.

Orar no es un intercambio de palabras sino de interioridades: es la experiencia del


“estás conmigo”; “estoy contigo”> sentir profundamente, eso no es fácil.

Pero para orar no siempre necesitamos de la boca o de la garganta, aunque es


obvio que también podemos orar con las oraciones tradicionales.

Porque concentrar mi atención en un Tú, sentir que Dios me acompaña día y


noche, como una presencia amorosa, como un Alguien todo cariñoso y vivir así
en la Presencia de Dios> eso no es fácil. Hay que ejercitarse y a eso se llama
orar,

Decir y sentir por ejemplo: Dios mío, Tú me envuelves, me compenetras y me


amas; y quedarse quieto y en silencio sintiendo a Dios por dentro y fuera de mí
como una Presencia maravillosa> eso no es fácil.

El Taller quiere llevar paso a paso al tallerista a orar en profundidad y hacerse


gran amigo de Dios

2´34

Necesidad de orar

La enfermedad de la Humanidad desde siempre y para siempre es la soledad


existencial. Es lo que a veces se oye decir a la gente: lo tengo todo pero me falta
todo.

Miles de personas me han dicho: tengo un buen marido, una bella familia, una
economía holgada, salud lo tengo todo; pero a veces me parece que me falta
todo. A veces siento que soy como un pozo infinito que todas las criaturas del
mundo, todas las dichas de la tierra no lo podrán llenar. Y sospecho que solo un
Infinito acabará por llenarlo.

Estas mismas personas, cuando terminan el Taller, acaban diciendo: encontré lo


que buscaba; llegó Aquel que yo sospechaba; se llenaron todos mis vacíos; hallé
el tesoro de mi vida, no lo soltaré: aquí me quedo para siempre.
3
Y al final acaban preguntando: ¿y cómo se consigue eso? Respondemos: orando,
tratando con Dios; de ahí la necesidad de la oración. Y nos preguntan: ¿y cómo
se ora? Y respondemos: para eso ofrecemos el Taller de Oración, para aprender
a relacionarse con Dios.

2´25

Contenidos de un Taller

Primero. Son quince Sesiones, Sesión por semana. Cada Sesión con duración
aproximada de dos horas.

En las dos primeras Sesiones experimentamos el amor tierno y gratuito de


Dios Padre.
En la tercera Sesión colocamos el fundamento de la fe
En la cuarta contemplamos a María como “Mujer de fe”
En la quinta y sexta trabajamos en la sanación integral
En la Sesión octava y novena entramos resueltamente en el trato personal
con el Señor.
Desde la décima Sesión iniciamos la transformación vital según el modelo
de Cristo Jesús.
Finalmente acabamos con el gran día del Desierto.

Segundo. La novedad esencial de los Talleres son las Modalidades, es decir,


diferentes maneras de relacionarse con Dios o distintos modos de orar, El tallerista
va experimentando los distintos modos de relacionarse con Dios, y se queda con
aquellas modalidades que mejor se adaptan a su modo de ser.

Tercero. A lo largo de las Sesiones vamos a practicar pequeños silenciamientos.


Algunos piensan que se trata de prácticas orientales. Nada que ver. Son sencillos
ejercicios para eliminar tensiones, adquirir serenidad y conseguir aquel clima
interior para entrar en la intimidad con Dios. Pero ¡cuidado!, el silenciamiento no
es oración sino una preparación para la oración.

La mente humana es una masa confusa de emociones, recuerdos, imágenes,


proyectos, sentimientos, presentimientos, ansiedades, temores> Evidentemente
en esa masa confusa, imposible la intimidad con el Señor, imposible la
concentración. Dios naufraga en ese mar turbulento y agitado.
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Imágenes de televisión, ruidos de la calle, disgustos de la vida, perturban el sueño,
debilitan los nervios, agitan las palpitaciones cardíacas. Así vive la mayoría de la
gente. Imposible una serena intimidad con el Dios de la Paz. Necesitamos
previamente sosegar los nervios, soltar las tensiones, silenciar los clamores para,
en la última soledad del ser, acoger el misterio infinito de Dios y, adorar. Para
logar este estado interior son los silenciamientos. Pero no lo olviden: el
silenciamiento no es oración.

Hermanas y hermanos: en la vida, de repente, Dios puede hacerse presente,


ofreciéndonos una oportunidad única, un nuevo destino, un golpe de timón para
emprender nuevos rumbos de dicha y santidad ¿qué sabemos nosotros?

A centenares de personas, en una terrible prueba de la vida, yo les he oído decir:


si yo no hubiera hecho los Talleres, yo me habría quitado la vida. Millares de
personas en el mundo han confesado abiertamente: mi vida se parte en dos
mitades: antes del Taller y después del Taller. ¿Quién sabe si muchos de los aquí
presentes podrán repetir, un día, semejantes palabras? ¿Qué sabemos de los
planes de Dios?

El hecho es que Jesús ha llegado a su puerta y le llama.

Yo tengo una evidencia: Si ustedes realizan el esfuerzo de vivir paso a paso este
Taller que se les ofrece, al final, igual que millones de personas, van a exclamar
de esta manera: Valió la pena. Será la mejor recompensa. Y yo en este momento
les invito con las palabras del Señor: “entren en el banquete”.

Dios les bendiga.

6´37

5
PRIMERA SESION

EL DIOS DE LA TERNURA

Para entender bien lo que vamos a meditar a continuación, en primer lugar


necesitamos tener presente lo que dice Lucas. ¿Qué dice? El joven Jesús crecía
en las experiencias humanas y también en las divinas. Jesús pues, siendo un
muchacho de doce, quince, veinte años, fue navegando en las inmensidades de
Dios; viviendo experiencias religiosas por nadie experimentadas; descubriendo
horizontes completamente desconocidos en el misterio infinito de Dios. En
segundo lugar, Jesús era un hombre muy sensible. Los Evangelios dicen muchas
veces: Jesús se compadeció. En una oportunidad dijo Jesús: Me dan pena estas
gentes. Aquel día, cuando le informaron que aquella viuda que se le había muerto
el único hijo que tenía y lo llevaban a enterrar, Jesús se estremeció casi hasta las
lágrimas. Delante de la tumba de su amigo Lázaro, Jesús lloraba
indisimuladamente y sus propios enemigos lo fiscalizaban de lejos y comentaban
entre sí: ¡Qué sensible es este hombre!, ¡cómo lo amaba!, ¡qué buen amigo era!
Sintió desilusión por la ingratitud de los nueve leprosos. Fue atento con los
amigos, caballeroso con las mujeres, cariñoso con los niños, era muy sensible.

Hay que suponer que cuando Jesús tenía cuatro, cinco años, María, como piadosa
madre israelita, habría infundido en el alma de su pequeño, al Dios Admirable de
los profetas y salmistas; el Absoluto, el Eterno, el Incomparable. Y hay que
suponer que en su infancia y adolescencia Jesús habría vivido, como verdadero
israelita que era, aquel trato de adoración y asombro espiritual, según la teología
del pueblo en cuyo seno Jesús nació y creció. Pero a partir de cierta edad, no
sabemos cuándo, el joven Jesús, en aquel crecer de las experiencias divinas de
que nos habla Lucas, habría comenzado a tratar a Dios de una manera
completamente diferente; de una manera que ningún profeta de Israel había
intuido ni vivido. El joven Jesús superó aquella etapa del suspenso y de la
adoración espiritual, entró resueltamente en un clima de confianza y comenzó a
tratar con Dios como si fuera el Padre más querido y amante de la tierra.

Hubo pues en estos años de su juventud una transformación progresiva de grande


importancia en la historia de la humanidad. Por otra parte, debemos tener
presente este dato: los Evangelios nos trasmiten en más de veinte ocasiones, que
Jesús se retiraba siempre solo, casi siempre de noche, a veces de madrugada,
generalmente a una montaña o lugar retirado. De este hecho nosotros,
razonablemente pensando, podemos deducir que Jesús, en los días de su
juventud, ya tenía la costumbre de retirarse a los cerros y colinas que rodean a
Nazaret para estar a solas con el Padre. Hay que imaginar pues, al joven Jesús,
frecuentemente recluido en la soledad y en el silencio.

6
Jesús era un muchacho normal pero diferente. Cualquier observador sensible
podría distinguir en su rostro como un destello de misterio, y en sus ojos, cualquier
extraño resplandor de eternidad, Era como los demás pero no era como los
demás. No sabríamos cómo decir. Como que cualquiera presencia inefable y
misteriosa habitara en Él; como si una lumbre velada se trasluciera en su rostro,
sus ojos, sus manos; era un joven diferente. No era como los demás. ¿Cuántos
años tenía? Podrían ser dieciocho, diecinueve, veinte años. De sol a sol, noche a
noche, avanzaba mar adentro, hacia el centro de los abismos infinitos de Dios. En
su alma crecía la intimidad y crecía el amor. Y cuanto más alta era la intimidad
más alto era el amor. Y cuanto más profundo era el amor más profunda era la
intimidad. Como dice el poeta: el amor nace de una mirada, es un momento de
olvidarse, crece con deseos de darse, y se consuma en el olvido total de un gozo
recíproco.

En este proceso de profundización en el misterio del amor, la confianza fue


creciendo en el alma del joven Jesús como un árbol frondoso, que con su sombra
fue cubriendo los impulsos juveniles de este muchacho, normal y diferente. Y el
muchacho era todo cariño, apertura, ternura, confianza, para con su Dios y Señor.
¡Oh!, aquellas noches de Jesús en las montañas solitarias que rodean a Nazaret,
cobijado en el manto envolvente de la Presencia Amorosa de Dios. ¡Había tantas
estrellas en aquellas noches, y tantas estrellas en el alma de Jesús! El muchacho,
con aquel temperamento tan sensible, da un paso y otro paso, cada vez más
adentro, cada vez más allá, en la Presencia Amorosa de su Dios, experimenta
diferentes vivencias y progresivamente va llegando a la conclusión y a la
convicción de que Dios no es exactamente como le habían enseñado en la
sinagoga, el Temible del Sinaí, el Incomparable. Y así el joven Jesús comenzó a
sentirse, ¿cómo? Es difícil expresarse. Necesitaríamos echar mano de la
imaginación.

Comenzó a sentirse como una playa inundada por una pleamar de ternura; como
si diez mil brazos convergieran sobre Él para envolverlo, cobijarlo, abrazarlo,
amarlo; como si Dios fuera un océano infinito y el joven navegando a velamen
desplegado por esa inmensidad; como si el mundo y la vida fueran seguridad,
certeza, júbilo y libertad.

Y así el joven Jesús llegó a tener progresivamente la sensación definitiva,


inconfundible, inolvidable; la sensación deslumbradora de que el Señor Dios es
como el Padre más querido y amante de la tierra. Fue un mundo nuevo. Como
dice el Salmo 36: ¡Oh Dios!, tu amor toca el vértice del cielo y tu fidelidad las
nubes del firmamento, ¡qué inapreciable es tu ternura, Dios mío! Tus hijos se
cobijan bajo la sombra de tus alas, se alimentan de la dulzura de tus colmenas, y
se embriagan en el torrente de tus delicias.

7
En estos años de la juventud de Jesús, se produce pues, la más revolucionaria
transformación interior de todos los tiempos. Jesús experimentó en su propia
carne que el Padre no es ante todo Temor, ¡es Amor!; que el Padre no es ante
todo Justicia, ¡es misericordia!; que el Padre ni siquiera es ante todo su Santidad,
su Excelencia, su Majestad, el Tres veces Santo, como afirma Isaías, sino
Ternura, Perdón, Cuidado, Cariño, Desvelo.

Y el joven Jesús llegó a la convicción definitiva de que el primer mandamiento ya


había caducado para siempre. Que de ahora en adelante no consistiría en amar a
Dios, sino en dejarse amar por Dios. Fue un mundo nuevo; mundo de sorpresa y
de éxtasis, mundo de alegría y de embriaguez, mundo descubierto y vivido por
este muchacho normal y diferente, y que se puede resumir todo diciendo: ¡todo es
Amor! Jesús se sintió vivamente amado y por eso completamente liberado, porque
donde hay amor no hay temor. Solo los amados aman, decimos siempre. Los
amados aman siempre, los amados no pueden dejar de amar. Y Dios ya tiene un
nuevo nombre. En adelante no se llamará Yahvé, Adonaí, como le llamaban los
israelitas. En adelante se llamará Padre; porque tiene lo que tiene, siente lo que
siente, y hace lo que hace el papá ideal de este mundo. Está cerca, protege,
cuida, comprende perdona. De noche vela mi sueño, de día me acompaña a
donde quiera que yo vaya. En adelante el nuevo nombre de Dios es Padre.
Desde ahora Dios se llama Padre. Porque en la Biblia nombre, contenido del
nombre y persona a quien se refiere el nombre, todo eso se identifica.

De ahora en adelante, adorar no consistirá en cubrir la cara con las manos,


inclinando profundamente la cabeza ante las cuatro letras de la palabra Yahvé,
sino en abandonarse con confianza infinita e incondicional, en las manos
Todopoderosas y Todocariñosas de Aquel, que de ahora en adelante y para
siempre es y se llamará nuestro querido Padre. Como dice Bergson: ¡Oh, Padre!
Tú que vives en el amor y en la dicha, mientras en la tierra aúllan las tormentas y
gimen las pasiones. Tú que dices que debo compartirlo todo, sintiendo plenamente
el sufrimiento de tus hijos, muéstrame tu paz. Guíame hasta aquella zona más
profunda, donde el dolor no llega, donde brotan la palabra la sonrisa y la paz,
donde todo es alegría porque todo es alegría. ¡Oh Amor del cual yo nací!

13´55

8
CONTINUACION (con música)

¿Cuántos años tendría Jesús? Yo no lo sé. Quizás veintisiete, veintiocho años;


es un joven adulto y maduro. Parecía, ¿qué parecía? Un abismo colmado, un
pozo de paz, como que la sustancia divina se asomara y se derramara a través de
Él.

Pero no acaba aquí el crecimiento de Jesús en las experiencias interiores. Jesús,


con aquel temperamento tan sensible, sumergido cada vez más profunda y
frecuentemente en los encuentros solitarios con el Padre, navegando por los
mares de la ternura, la confianza para con ese Padre pierde fronteras y controles.
Da unos pasos, otros pasos más, cada vez más adentro, cada vez más allá, hacia
la profundidad total en el amor. Y así un día, que yo no sé si era una noche, en el
colmo del delirio por Aquel que es el torrente de todas las delicias, salió de su
boca una palabra completamente extraña para la teología y la opinión pública de
Israel; la palabra Abbá, que quiere decir: ¡oh mi querido Papá! Con esto, hemos
tocado la cumbre más alta de la experiencia religiosa de todos los tiempos.

Un autor dice: era algo nuevo, algo único e inaudito el que Jesús se atreviera a
dar este paso hablando con Dios como un niño habla con su padre, con
simplicidad, intimidad, confianza, seguridad.

No cabe duda entonces, de que, Abbá, que Jesús utiliza para dirigirse a Dios,
revela la base real de su comunión con Dios.

Y aún hoy día, los entendidos en materia de idiomas, dicen que no tendríamos en
el lenguaje moderno una palabra que agotara los contenidos de esa bendita
palabra que salía de la boca de los niños pequeños, y salía también de la boca de
Jesús para dirigirse a Dios, Abbá; y que para traducirla exactamente tendríamos
que utilizar las palabras que usan hoy día los niños pequeños, como papacito,
papito, papi, o alguna cosa semejante.

Pues bien, si Jesús, que es el único que conoce a Dios, el único que viene de Dios
y el único que conoce por dentro a Dios, si Jesús trata de esa manera a Dios, de
ahora en adelante ya sabemos quién es Dios, ya sabemos cómo es Dios.

Jesús ya tiene treinta años, Y ahora sí, ahora sí que puede lanzarse sobre los
caminos, montañas y valles para gritar, aclamar y proclamar, una noticia de última
hora. Una noticia además espléndida de última hora, descubierta y vivida por Él
en los años de su juventud: que Aquel al que Israel llamó de mil formas y
maneras, le llamó el Magnífico, el Incomparable, el Formidable, el Excelso, el
Eterno, el Sin Nombre, sin dejar de ser todo eso, es ante todo y sobre todo mi
querido Papá.

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Y el hecho de que tenga millones de hijos en el mundo, eso no impide que a mí
me mire y me mime como si yo fuese su único hijo que anduviera por este mundo.
Y si Él es Todopoderoso es también Todocariñoso. Y si con esas Manos sostiene
los universos, en esas Manos lleva escrito mi nombre como señal de predilección,
de hijo único. De noche queda velando mi sueño cariñosamente y de día me
acompaña a dondequiera que yo vaya.

Cuando la gente se queja diciendo: estoy solo en el mundo; el Padre responde


por el profeta: Yo estoy contigo y no tengas miedo. Cuando la gente se queja
diciendo: no sé si desde que murió mi madre, alguien me quiere de verdad en este
mundo el Padre responde por el profeta: Yo te amo mucho, eres un encanto, eres
precioso para mí. Está más cerca de mí que mi propia sombra, y me cuida mejor
que la madre más solícita de este mundo.

Además y sobretodo, es un amor gratuito, que quiere decir, el hecho de que me


quiera no depende de que yo merezca o desmerezca, de que yo sea santo o
pecador; me ama porque me ama, porque Él es mi Papá y yo soy su hijo; porque
Él es así, esencialmente Amor, y no puede tratarme de otra manera sino por el
camino del Amor.

Me ama sin un por qué, sin un para qué; ni porque yo sea bueno ni para que sea
bueno. Me ama sin ningún interés, sin ninguna utilidad, sin ninguna finalidad, sin
ninguna condición: me ama gratuitamente, porque Él es así, esencialmente Amor.
No tiene razones para amarme. Y hay en los Evangelios un dato del que no nos
hemos dado cuenta suficientemente, y es que, los alejados de toda religión, los
expulsados y excomulgados de la sinagoga, los pecadores públicos, estos son los
que se llevan los mejores cuidados y preferencias del Padre. Esto nos extraña
porque hemos aplicado a Dios nuestros criterios que dicen así: si te portas bien te
premiaré, si te portas mal te castigaré. Mil veces hemos oído: ¿pecaste?, eres
enemigo de Dios, no mereces vivir, eres peor que un gusano, haz penitencia, a ver
si de esa manera calmas la ira de Dios. Nosotros no hemos creído en el Amor.
Hemos creído en el temor. Y todavía creemos que el temor es un arma más
eficaz para mantener a raya a los pecadores. Pero Dios, Dios es Amor. Jesús cree
que la manera de atraer a los pecadores no es con amenazas, sino con la
seducción irresistible del Amor.

Y se fue, entre ellos, los pecadores, para decirles que el Padre los esperaba en la
Casa, y no con un tribunal para juzgarlos y condenarlos, sino con fiestas y regalos
y un abrazo que nunca lo olvidarán. ¿Quién es Jesús de Nazaret?, preguntaban
los fariseos. Y ellos mismos se respondían: pues es un amigo de publicanos y
pecadores. Es aquel que se sienta a la mesa con pecadores y come con ellos. Y
Jesús les respondió: pues claro, naturalmente, así tiene que ser ¿Quién necesita
del médico, los sanos? No, los enfermos. Y acabó diciéndoles solemnemente: He
venido para las ovejas heridas de Israel. Y les dijo una cosa increíble: que los
últimos serán los primeros.
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Es una manera gráfica, llamativa y estridente de decir que el Amor es gratuito;
que el Paraíso no se merece, se recibe. Y así el primero en entrar en el Paraíso
es un ladrón, es un asesino; para que se sepa que Dios ha apostado por los
pobres y por los pecadores. Y por encima de todo para que se sepa que Dios no
necesita razones para amar. Su Amor es gratuito. Y nosotros, cualquiera que sea
la historia de nuestra vida, somos amados incondicionalmente. Hago gracia de
quien hago gracia, tengo misericordia de quien tengo misericordia. El niño recién
nacido, ¿necesita hacer méritos para ser amado por su madre? La madre lo ama
sin un por qué, simplemente por ser hijo de sus entrañas. Ahora bien, donde hay
amor no hay temor. El mal del fracaso no es el fracaso sino el temor del fracaso.
El mal de la muerte no es la muerte, es el miedo de la muerte. El mal de la
enfermedad no es la enfermedad misma sino el miedo de la enfermedad.

El fracaso llegará, la enfermedad llegará, la muerte llegará, el Amor no los podrá


evitar; pero cuando el hijo amado sea inundado por el Amor, desaparecerá el
temor, y el hijo se sentirá tan libre, como si el fracaso no existiera, como si la
enfermedad no existiera, como si la muerte no existiera.

Eso, cuando se experimenta el Amor del Padre. Desde la eternidad mi Padre me


llevó en su corazón como un sueño de oro. Y llegada la plenitud de los tiempos, en
la exacta hora de mi existencia Dios se colocó en el seno de mi madre y fue
tejiéndome con manos delicadas, desde las células más primitivas hasta la
complejidad de mi cerebro. ¡Soy una maravilla de los dedos de mi Dios! Dios es
mi Papá y Dios es mi Mamá. Y desde siempre y para siempre soy gratuitamente
amado por mi Padre.

Después de esto, respóndanme señores: miedo, ¿a qué?, angustia, ¿de qué?,


tristeza, ¿por qué motivo? La angustia ya fue enterrada, las tristezas ya fueron
desterradas, los miedos se los llevó el viento y sobre los horizontes de la vida de
todos ustedes comienzan a hondear las banderas inmortales de la alegría, de la
libertad y de la paz. ¡Shalom para todos ustedes! ¡Albricias y aleluya para todos!
porque hayan hecho lo que hayan hecho, haya sido como haya sido la historia de
su vida, son tiernamente amados por su Padre. Duerman felices. Vivan felices. Y
ámense unos a otros porque Dios es Amor.

13’38

11
SEGUNDA SESION

SI CONOCIERAN AL PADRE

Los amados aman, sólo los amados aman. Los amados aman siempre y no
pueden dejar de amar. ¿A quién se le ocurre pedir a la luz que ilumine? La luz es
aquella cosa que por su propia naturaleza se difunde e ilumina, todo lo que ilumina
se llama luz. A nadie se le ocurre pedir a una persona feliz que haga felices a los
demás. Los felices, automáticamente hacen felices a los demás. Los libres,
libertan. Los descontentos, meten descontento. Los que tienen conflicto, meten
conflictos. Los que tienen paz, irradian paz. Los que tienen dulzura, inundan todo
de dulzura. Son mecanismos automáticos de la condición humana. Esta lógica
reactiva la expresa Jesús con estas preciosas palabras: Así como el padre me
amó a mí, de la misma manera yo los he amado a ustedes. Ahora ustedes
ámense unos a otros.

Aquí está el misterio de Jesús: Jesús es Aquel que en los días de su juventud se
sintió embriagado por la infinita y cálida ternura del Padre; y como efecto de esa
experiencia supo qué significa ser libre y feliz. Después de eso, le fue imposible
permanecer en Nazaret. Necesitaba salir, y sin poder contenerse salió al mundo
para gritar a los cuatro vientos la feliz noticia del Amor eterno y gratuito del Padre,
que hace libres y felices a los hijos.

Y ahora Jesús, se dispone a revelar a los hombres aquella maravilla del Amor del
Padre que Él había experimentado. ¡Cómo debió ser aquello! Lo vemos con
dificultades para transmitir aquella enormidad que Él había vivido; y lo vemos
echando mano de parábolas, comparaciones, cuentitos, historietas; cualquier
medio que pudiera servir como vehículo de trasmisión de aquella novedad. Pero
¡qué va!, es imposible. Total, la experiencia había sido tan alta, tan ancha, tan
larga>y las palabras humanas son tan cortas. Mejor quedarse en silencio, o a lo
sumo, unos puntos suspensivos, como aquel que dice: si ustedes conocieran al
Padre.

Vieron alguna vez que un niño pida a su padre un pedazo de pan y que éste le dé
una piedra para que le rompa los dientes. Unos con otros hasta son capaces de
esas cosas, pero con sus hijos, ¡ah! con sus hijos son incansablemente cariño y
ternura. Vieron alguna vez que un niño pida a su padre un pedazo de pescado
para merendar, y que éste deposite en sus manos un escorpión para que le pique,
lo envenene y lo mate. Ustedes nunca hacen estas cosas con sus hijos. Si
ustedes en cuyo corazón no existe buena levadura, no son capaces de hacer
estas cosas por sus hijos, ya pensaron cómo será aquel Padre?.

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¿Qué no hará por sus hijos? ¡Si ustedes lo conocieran! Yo lo conozco saben, lo
conozco muy bien, y por eso puedo garantizarles: pidan, insistan, llamen, toquen
las puertas, las puertas se abrirán, encontrarán lo que buscan, recibirán lo que
necesitan. Antes de abrir ustedes la boca para pedir algo, Él ya está inquieto de
lo que ustedes necesitan. Antes de salir ustedes al encuentro de Él, hace tiempo
que Él salió al encuentro de ustedes. ¡Oh si conocieran!

No sean como los pagamos que llenos de angustia andan gritando todo el día por
ahí: ¿qué comeremos, cómo nos vestiremos, dónde dormiremos? Oigan, son
necesidades primarias, hay que comer, hay que vestirse, dormir. Para eso
naturalmente hay que trabajar. Trabajo sí, pero angustia no. Ocupación sí,
preocupación no. Trabajo con paz. Ocupación con alegría. Las espinas negras, las
inquietudes punzantes, las preocupaciones angustiosas, todo eso, sáquenselo de
la cabeza y arrójenlo en las manos del Padre. Él se inquietará por ustedes, pero
ustedes, pero ustedes trabajen alegremente porque sus espaldas están
aseguradas.

Miren esos pajaritos, que despreocupadamente vuelan por los aires. Esos
pajaritos no son como nosotros que para comer un pedazo de pan, hemos tenido
que sembrar, segar, trillar ¡cuántas operaciones! Esos pajaritos ni siembran, ni
siegan, ni trillan y sin embargo ninguno de ellos muere de hambre, ¿Quién los
alimenta? Él Padre mismo los alimenta todos los días. ¿Cuánto creen ustedes
que vale uno de esos pajaritos ahí en el mercado? Nunca más de dos centavos.
Ahora, si el Padre se preocupa de alimentar diariamente los pájaros que vuelan
alegremente por los aires, ya pensaron que no hará con ustedes mujeres y
hombres de poca fe. ¿No valen ustedes más que un gorrión?

Y esas margaritas del campo en la primavera, qué bonitas son. ¿Saben cómo se
llamó el rey de las elegancias? Se llamó Salomón. Puedo garantizarles que ni
Salomón en el esplendor de su gloria pudo vestirse tan primorosamente como una
de estas ingenuas margaritas. Y ellas no son como nosotros que para vestirnos
necesitamos de fábricas, talleres, hilar, trabajar. Ellas ni tejen, ni hilan, ni trabajan.
¿Quién las viste, pues, tan primorosamente? EL Padre mismo las viste todas las
mañanas tan bonitamente. Ahora, si el Padre se preocupa de vestir unas
margaritas, que a la mañana brillan y a la tarde mueren, ya pensaron qué no hará
con ustedes mujeres y hombres de poca fe. ¿No valen ustedes más que una
margarita del campo en la primavera? ¿Acaso no son hijos inmortales de un papá
inmortal? ¡Oh, sí lo conocieran!

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Saben, había una vez un muchacho tan loco como petulante, que se aproximó a
su papá que era un noble señor, entrado ya en edad, diciéndole: Papá, luchando
como un héroe levantaste estos castillos, multiplicaste esas haciendas y
prácticamente eres un rey en todos estos territorios; pero tan infeliz, papá mío,
que ni un solo día de tu vida disfrutaste como le corresponde al hombre disfrutar,
ahora, ¡eh!, no esperes nada para después de la muerte que ahí no hay nada.
Dame, pues, la parte de la herencia que me corresponde que quiero vivir los
mejores años de mi vida donde nadie me conozca; ahora que soy joven.

Aquel noble señor se le quedo mirando y le dijo: hijo mío, un instante, cierra la
boca y mírame atentamente a la cara. Ya soy un hombre entrado en edad, no me
restan muchos años de vida. Si me permites, voy a arrodillarme ahora mismo
delante de ti para suplicarte una sola cosa: quédate conmigo hasta el día de mi
muerte. Aquel día cierra mis ojos, dale a este cuerpo sepultura sagrada y después
toma la parte de la herencia que te corresponde y haz lo que quieras y vive como
quieras, y si quieres, me levantare desde la sepultura para darte la autorización y
también la bendición. Pero mientras tanto, por favor, quédate conmigo, hijo mío. El
muchacho, ingrato y cruel, se fue a tierras lejanas y vivió disolutamente durante
largos años, y cuando experimentó en su propia carne que debajo de toda las
satisfacciones arde una tremenda insatisfacción; que las compensaciones de la
vida para nada son capaces de recompensar el gozo de sentirse en hogar cálido
presidido por un papá potente y cariñoso y cuando la pobreza y la nostalgia se
abatieron sobre él; ¿saben ustedes lo que hizo aquel muchacho? Aprendió de
memoria una serie de justificaciones y tranquilamente regreso a su casa. ¿Saben
por qué? Pues porque conocía bien a su padre. Por eso. Y no se equivocó.

Cuando a aquel noble señor le informaron que el muchacho regresaba a la casa,


dio un salto de alegría, bajó corriendo las escaleras, tomo el caballo más rápido,
salió al encuentro de él, lo abrazó, lo besó. Se dirigió a los trabajadores
diciéndoles: servidores fieles, que habéis trabajado conmigo de sol a sol, con alta
fidelidad durante veinticinco años, es bueno que se enteren de que este es el día
más feliz de vida, porque tenía un hijo que había muerto y acaba de resucitar; lo
había perdido y acabo de encontrarlo. Preparen el banquete más esplendido que
haya recuerdo en mi vida, anillo de oro sobre su dedo y vestido de príncipe sobre
su desnudez. Salgan a los caminos y traigan a todos los hambrientos para que
todos participen de esta fiesta, porque este es el día más feliz de mi vida. No sé de
qué otra manera decirles. Él es así. ¡Si ustedes lo conocieran!

Si se extravía una oveja, digamos una hija, entre los matorrales de la vida, ¿creen
ustedes que el Padre se va a quedar tranquilo en el confort, de su palacio
imperial? El padre se muere de nostalgia por su hija, perdida será, pero querida
también.

14
Y antes que una mujer pública es una hija querida y favorita de su corazón. Y se
muere de nostalgia por su hija y no se aguanta lejos de ella y salta al mundo
detrás de ella, y sube las cordilleras y desciende las hondonadas, recorre los
valles, se asoma a los precipicios, arriesga su vida> hasta que encuentra a su
hija perdida y querida y cuando la encuentra, la toma con infinita ternura en sus
brazos y vuelve a su casa cantando y silbando y diciendo que aquella hija le daba
más alegría que el mundo entero. No sé de qué otra manera decirles. Él es así. ¡Si
ustedes lo conocieran!

14´53

CONTINUACION (con música)

¿Se acuerdan de aquella viejecita que tenía diez monedas de oro? Perdió una de
ellas. Fue tanta su pena que se fue debajo de las camas y de las sillas y nada.
Agarró la escoba, barrió toda la casa y por fin la encontró. Y fue tanta su alegría
que se salió corriendo a la calle gritando: Amigas, vecinas, felicítenme. Aquí está
la moneda que se me había perdido. Vengan a mi casa, hagamos una fiestita, que
se me revienta el corazón de alegría. El padre es así mismo dice Jesús.

Cuando una hija perdida en las diversiones y distracciones de la vida, se decide


regresar a la casa paterna, y regresa y toca la puerta, y sale el Padre, ¿creen
ustedes que el Padre va a comenzar con reconvenciones y amenazas y castigos,
da cuenta de tus pasos día tras día y aquellas cosas? No. Igual que aquella
viejecita, se le enternece el corazón, se le humedecen los ojos y sale corriendo por
todos los espacios de los paraísos gritando: Ángeles, arcángeles, querubines y
serafines y cortes celestiales, vengan todos a mi casa y hagamos una gran fiesta
porque la hija llegó a la casa. Y en vez de amenazas, castigos, pues nada;
orquestas, banquetes, música, fiesta por todo lo grande. No sé de qué otra
manera decirles. Él es así. ¡Si ustedes lo conocieran!

Miren ese sol. ¿Creen que ese sol inunda y fecunda tan solo los campos de los
buenitos y piadosos? Ese sol da vida y esplendor a los campos de los traidores,
mentirosos, sibaritas, vividores, blasfemos. El Padre es así mismo. Los hombres
no se cansan de disparar contra Él blasfemias y dardos envenenados y Él a
cambio les da un sol de oro para llenar de alegría el mundo y para dorar los
trigales y frutales de los campos de los ingratos. Ojo por ojo y diente por diente.
Pecaste y me las tiene que pagar. ¿De qué montaña salvaje sacaron a ese Dios
vengativo, y cruel? Hagan una prueba, dice Jesucristo, disparen contra el Padre
blasfemias y flechas envenenadas, y a cambio recibirán un sol de oro. Palabra de
Jesucristo. En lugar de castigar devuelve bien por mal. Él es así.

15
A todos ustedes los van a tomar presos y los van a llevar a los tribunales. En el
momento ese no se estrujen la cabeza diciendo: “¿Qué palabras diremos, que
argumentos sacaremos, cómo nos defenderemos?. “No tenemos estudios
universitarios, no tenemos abogados, que será de nosotros”. En ese momento no
se preocupen menos que nunca, porque mi Padre colocará en sus bocas unas
palabras tan precisas, tan preciosas y tan magistrales, que confundirán a todos los
magistrados y gobernadores de este mundo. Es verdad que son ignorantes en las
ciencias humanas, pero son hijos de la sabiduría mi Padre. Y ustedes, los últimos,
los eternamente pisoteados por la bota de los poderosos; los eternamente
olvidados y arrinconados, levanten la cabeza para escuchar lo que les vengo a
decir: ustedes serán los primeros en el Reino de mi Padre. Y alégrense porque
sus nombres están escritos con letras de oro en el libro de la vida. ¡Oh, si
ustedes conocieran al Padre! Así habló Jesucristo.

Un día me levantarán entre el cielo y la tierra, crucificado, abandonado, exiliado de


todas las patrias; no importa. El Padre siempre estará conmigo. Llegó la hora,
todos ustedes se dispersarán como palomas espantadas, precipitadamente y en
todas direcciones, y yo quedaré solo y abandonado a merced de los lobos
voraces; pero no importa. No quedaré solo. El Padre estará conmigo. No me
abandonará, ni un instante. Esta es la permanente temperatura interior, siempre
de cara a su amado Padre. El Hijo mira al Padre y el Padre mira al Hijo y esa
mirada mutua es como un manto que envuelve a los dos en cálido abrazo de
ternura. ¿Fracaso, agonía, desolación? Ya pueden rugir las tormentas en el
exterior, no hay peligro; sus embates no llegarán al lago interior. Por eso vemos a
Jesús cruzar la travesía de la pasión vestido de dignidad y de silencio.

En el Cenáculo, en la noche de la despedida, debió estar más inspirado que


nunca. Fue una noche iluminada. Jesús abrió de par en par las puertas de su
intimidad y allá no se vio otra cosa sino un espacio infinito de soledad poblada
por un solo habitante: el Padre. De ahora en adelante les llamaré amigos, les dijo,
¿saben por qué? Porque un hombre es amigo de otro hombre cuando el primero
descubre al segundo todos los secretos de su corazón y yo les abrí a ustedes las
puertas de mis intimidades más recónditas y ahora ustedes saben muy bien cuál
es el único y gran secreto de mi vida: el Padre. Y como persona poseída de una
obsesión sagrada, Jesús repite y repite obsesivamente el nombre del Padre: En la
casa de mi Padre hay muchas mansiones. Me voy al Padre. Nadie va al Padre si
no es por Mí. El Padre es más que Yo. Yo soy la vid y el Padre es el viñador. Salí
del Padre y al Padre vuelvo. Padre mío, llegó la hora. Padre santo, ahora vengo a
Ti. Padre justo, glorifica tu Nombre. Nunca nadie pronunció ni pronunciará este
nombre con tanta veneración, tanta ternura, tanta confianza, tanta admiración y
tanto amor como Jesús en aquella noche.

16
¿Qué contemplador habrá en el mundo que nos pueda decir algo de lo que
vibraba en el corazón de Jesucristo cuando tantas veces repetía esa bendita
palabra en aquella noche? ¿Quién podrá describir la expresividad de aquella
mirada echa de admiración y cariño, cuando al principio del capítulo 17 de Juan,
Jesús levanta los ojos para pronunciar la oración de despedida? Los apóstoles
debieron contemplarlo en ese momento tan radiante, tan iluminado, que Felipe,
asumiendo y resumiendo el estado de ánimo de los demás viene a decirle:
Maestro, basta de palabras. Nos morimos de nostalgia. De una vez, muéstranos
a ese Padre que queremos abrazarlo.

En los días de evangelización, al hablar del Padre con tanta inspiración, levantó
en el corazón del mundo una irresistible nostalgia, un anhelo profundo hacia el
Padre. Por eso los hermanos de las primitivas comunidades se sienten como
peregrinos, arrastrados por la nostalgia de la casa paterna, lejos del Señor, como
desterrados para siempre. Sueñan en la patria añorada, hasta que en el gran día
de la liberación aparezca en todo su esplendor, ese bendito Rostro del Padre.
¿Salvación?, vivir perpetuamente en la casa del Padre. ¿Condenación? Quedar
para siempre fuera de la casa del Padre. ¿Infierno? Ausencia del Padre, soledad,
vacío, nostalgia sempiterna. Estos conceptos tan elevados nunca hubieran
comprendido aquellos discípulos, si anteriormente Jesús no hubiera infundido en
sus corazones una inmensa nostalgia por el Padre.

¿El Cielo? No existe el cielo. El Cielo es el Padre, el Padre mismo es el Cielo, ¿la
vida eterna?, la vida eterna que te conozcan a Ti, conocer en el sentido posesivo y
experimental. ¿La patria? No existe patria alguna. La patria es el Padre mismo. ¿Y
la casa del Padre? Tampoco existe la casa del Padre. La casa del Padre es el
Padre mismo. Él es el hogar cálido y la patria entera. Todo el problema de la
salvación o de la condenación gira pues, en torno de la ausencia o presencia del
Padre. ¿Qué es la muerte? ¿Aniquilación, la nada? No. La muerte es entrar en el
gozo del Padre ¿y Jesucristo quién es? Jesucristo es aquel hijo enviado a este
mundo para revelarnos el rostro mil veces bendito de su Padre y nuestro Padre, y
para abrir pozos de nostalgia en nuestros corazones, que serán cubiertos en la
eternidad. Eternidad que no será otra cosa sino la posesión simultánea y total del
Amor interminable. Todas las expectativas de los corazones serán saciadas. El
mal supremo del hombre que es la soledad existencial, de millones de huérfanos,
de millones de ancianos abandonados y de esposas traicionadas> todo será
cubierto y saciado; y el Amor, como una marea irremediable irá avanzando e
inundando todo hasta que al final todo será Amor.

Para terminar, dos conclusiones. Primera: dejarse amar y segunda: responder al


Amor con amor por que la santidad no es otra cosa sino una respuesta de amor al
anuncio del Amor.
15´13

17
TERCERA SESION

PEREGRINOS DE LA FE

La fe no es sentir sino saber. No es evidencia, sino certeza. No es emoción sino


convicción. Creer: es entregarse. Entregarse significa caminar incansablemente en
pos del Rostro del Señor. Creer es un siempre de nuevo partir. Levantarse todas
las mañanas y de nuevo ponerse en camino, en busca del Rostro del Señor.
Peregrinos pues, caminantes, no turistas. Un turista sabe en donde dormirá hoy,
qué museos visitará mañana, que ciudad recorrerá al día siguiente. Un peregrino
no sabe nada: donde dormirá hoy, que comerá mañana. La fatiga, la
incertidumbre, la inseguridad, son las características de cualquier peregrino.

Sabemos que a la palabra de Dios corresponde una sustancia. Y a las fórmulas de


la fe un contenido. Pero nunca mientras estemos en este mundo tendremos la
evidencia sensible de poseer experimentalmente, vitalmente, la sustancia que
corresponde a la palabra Dios.

Abraham había vivido setenta y cinco años en Ur de Caldea. Tenía prestigio,


propiedades, en fin una magnífica instalación vital. Un día se le presentó el Señor
diciéndole: Abraham deja todo y ven conmigo a una tierra que ya te indicaré. Y a
sus setenta y cinco años, Abraham se pone en camino detrás de Dios en dirección
de un mundo incierto, sin saber a dónde lo llevaba. De parecida manera nosotros
presentimos que Alguien está con nosotros, pero no lo sentimos. Lo presentimos
como los ciegos, tanteando, palpando; pero cara a cara ya pueden despedirse,
nunca, nadie. Estamos de noche. En la noche de la Fe.

Dicen por ahí: ¿sabe qué?, que alguien pasó esta noche por aquí y le
preguntamos: ¿pero tú lo viste?, no; ¿te lo dijeron?, no; entonces cómo sabes que
alguien pasó esta noche por aquí? Miren aquí al suelo, aquí están las huellas,
¿no las ven? Es verdad, nadie lo ha visto, y todos sabemos que alguien pasó esta
noche por aquí. He aquí las dos fuerzas antitéticas que sostienen el acto de la fe
en pie: oscuridad y certeza. Nadie lo ha visto, oscuridad; todos sabemos, certeza;
creer en lo que no se ha visto. Saben que más, que aquel que pasó esta noche
por aquí además era un niño.

¿Lo viste tú? No, no lo vi. ¿Te lo dijeron? No. Cómo sabes entonces que era un
niño? Miren de nuevo aquí al suelo, miren estas huellas ¿las ven? Son las huellas
de los zapatos de un niño. Es verdad, nadie lo vio y todos sabemos que un niño
pasó esta noche por aquí. Completa oscuridad y completa certeza, certeza en la
oscuridad. Eso es la fe.

18
Y así vamos caminando hacia las grandes certezas por el camino de las
analogías, deducciones, aunque nadie lo haya visto a El cara a cara. Decimos: si
hay una sed, tiene que haber una fuente de agua. La sed sería incomprensible si
anteriormente no existiera la fuente de agua. Si arde dentro de nosotros la
nostalgia de Dios, del Eterno y del Infinito es señal de que antes de mi nostalgia
por Él, El existía. Solo un Infinito ha podido colocar en nuestra alma la sed del
infinito. Antes que mis ansias por Él, existía Él.

Nos metemos en un bosque cerrado. De pronto se filtra un rayo de sol y gritan


todos: es el sol, salió el sol, y todos responden: no es el sol, es un pequeño
destello del sol. Pero de ahora en adelante todos sabemos que aunque nadie haya
visto brillar en el firmamento ese disco de fuego, todos sabemos que el sol está
brillando en el firmamento. ¿Por dónde lo sabemos? Por este pequeño rayo de luz
que se filtró furtivamente aquí.

Si no es posible explicar el mecanismo de un reloj sin un relojero, ¿cómo se podría


explicar ese universo infinito de galaxias, metagalaxias, con millones de estrellas
de geometría milimétrica, si detrás de todo no existiera un gran geómetra, un gran
matemático? Y así vamos avanzando lentamente, fatigosamente, hacia las
grandes certezas de la fe. Pero cara a cara ya pueden despedirse. Estamos de
noche, en la noche de la fe.

Una oración de profundidad no es otra cosa sino un intento de poseer a Dios, un


preludio de la eternidad, eternidad que no será otra cosa sino la posesión
simultánea y total de la vida interminable. Y en esa oración de profundidad,
cuando parecía que ese Dios estaba al alcance de la mano, Dios se desvanece
como un sueño y se torna en ausencia y silencio. Y parece un Rostro
perpetuamente fugitivo; como que aparece y desaparece; se concretiza y se
desvanece; se aproxima y se aleja; tornándose así, no raramente, la aventura de
la fe en una desventura y la fe misma en un verdadero drama. El drama de una
persona a quien le damos un aperitivo y lo dejamos sin banquete. Ya se pueden
imaginar qué tensión, qué contradicción en su interior. Es lo que dice el Evangelio:
el Reino ya está entre ustedes, pero todavía no. Las primicias sí, el Reino no. La
figura sí, la presencia no. Las espaldas si, dirá Dios a Moisés, la cara no. Ahora
bien, el que busca, camina. El que siempre busca y nunca encuentra, encontrar en
el sentido de posesividad, entonces la fe es un eterno buscar, una eterna
peregrinación; un siempre buscar. Y San Agustín acabará diciendo que encontrar
consiste en buscar.

Al final se trata del drama de la fe, lleno de aparentes contradicciones. ¿Cómo?


Si yo soy el eco y tú eres la Voz y la Voz está en silencio, y el eco sigue vibrando,
¿cómo se entiende esta contrariedad? Si yo soy la sed y Tú eres el Agua,
¿cuándo vas a apagar mi sed? Si yo soy el rio y Tú eres el Mar, ¿cuándo voy a
descansar en Ti? Te aclamo y te reclamo. Te exijo y te necesito. Te añoro y te
ansío y te anhelo. ¿Dónde estás?

19
Eso es la fe, brazos en alto, pies en movimiento, caminar, suspirar, aspirar,
buscar. Cuando acabe la peregrinación en la muerte, acabarán también la fe y la
esperanza. La fe era como un pequeño farol, una pequeña lámpara. Resulta que
hemos viajado esta noche en una noche sin estrellas por un bosque cerrado,
alumbrando tenuamente tan solo con la luz de un pequeño farol, para no darnos
de cabeza contra los árboles, para no caernos por un barranco abajo>.y así
durante toda la noche hemos caminado.

Pero ahora, ahora señores ya salió el sol, ¿para qué sirve el farol?, ¿la lámpara?
Si este sol nunca se pondrá. La fe ya no tiene sentido ni valor, caducará. La
esperanza era como un navío esbelto que nos trajo entre océanos, tempestades y
tormentas. Pero ahora, ahora señores ya hemos llegado al puerto, y un puerto
definitivo y sin retorno; nunca regresaremos al mar, hemos llegado a la patria final.
Si nunca vamos a regresar al mar, ¿para qué sirve el navío? La esperanza
caducará también, y al final sólo quedará el amor, la posesión, la eternidad, la
patria final. La vida eterna.

Hablamos de fe adulta y de fe infantil. Infante en la vida es aquel ser


esencialmente dependiente para comer, andar, vivir, el niño necesita del otro, es
un ser apoyado esencialmente. Adulto es aquel que se basta a sí mismo, no se
apoya en nadie. Fe infantil es aquella que para evitar el susto del salto, necesita
calmantes, pruebas, garantías, señales. Fe adulta: es aquella que da el salto sin
apoyos. Modelo de esto: María frente a Zacarías. Zacarías dice: Arcángel Gabriel,
qué noticia más esplendida me has traído. La vida entera estuvimos soñando en
tener un hijo y ahora que somos de edad avanzada, ¿conque ahora vamos a tener
un hijo? Cómo me gustaría creer en esto. Dame una señal de que esto es verdad.
Fe infantil. Para creer en el imposible de que para Dios no existen imposibles,
necesitaba tocar, ver, sentir un fuego, una cosa. A María en cambio se le había
hecho una proposición mucha más extraña; y sin pedir garantías, pruebas ni
señales dice: Bueno, según tu palabra, hágase en mí. De acuerdo. Fe adulta.

Nuestra fe había sido infantil; como si nos dijeran. oye, dicen que lo que tú crees
está en contra de la razón y del sentido común. Tranquilízate, te voy a demostrar
con este libro en la mano, cómo aquel que colocó las leyes las puede descolocar.
Y en un orden lógico entre los principios y las conclusiones, vamos a llegar a la
conclusión de que lo que tú crees no está en contra de la razón, sino que es
razonable; así que ya puedes creer tranquilamente. Ya pueden despedirse
señores, no hay tranquilizantes. En la retaguardia del creyente siempre quedará
flotando un algo que sin preguntar, pregunte: ¿y si no fuese así? Ya basta. Esta
sola pregunta transforma el acto de la fe en una apuesta, que quiere decir: hay
que creer sin ver las cartas; hay que correr todos los riesgos.

20
Y con esto queremos decir que las verdades de fe no son empíricamente
comprobables, con los medios de comprobación que tenemos para todas las
demás evidencias de nuestra mente. Una apuesta significa en cada caso, que hay
que renunciar a todas las seguridades de retaguardia. Si nosotros vamos a la
conquista de una isla, dejamos el navío en el puerto y nos encontramos con un
número inesperado y feroz de indígenas, y tenemos el peligro de ser aniquilados
todos juntos vamos corriendo al navío, y así salimos a altamar y nos salvamos.
Tenemos una seguridad de retaguardia.

Pero si al llegar al puerto, ahí mismo quemamos los navíos, ¿qué sucede?
Sucede que la conquista de la isla será una aventura. Lo ganamos todo o lo
perdemos todo. Una apuesta, porque hemos quemado las naves. Hay que
renunciar a las seguridades de retaguardia. Hay que quemar las naves.

Igual que en el caso de Abraham, hay que dejar de lado las reglas de sentido
común, dejar a un lado las explicaciones que a la hora de la verdad no explican,
demostraciones que a la hora de la verdad no demuestran; y atados de pies y
manos, de ojos cerrados y corazón abierto, dar el gran salto en el Absolutamente
Otro con un amén, con un hágase, como María, como Abraham. La única razón
es la sin razón, de que para El no existen imposibles.

La fe adulta no es pues, ante todo, una adhesión intelectual a las verdades,


dogmas y doctrinas, en que la mente descubre la lógica interna de los principios y
las conclusiones, y la mente de consiguiente queda quieta y satisfecha, sino que
es un compromiso vital, comprometido y comprometedor, con una Persona: El
Señor Jesús. Nosotros podríamos responder a Abraham: Abraham no puede ser.
Una mujer a los noventa años no puede tener un hijo. Está en contra de las leyes
de la naturaleza, constantes bilógicas, en contra del sentido común. Eso nunca
sucedió, nunca sucederá, no puede ser. Abraham nos responderá: Yo sé que para
nosotros todo eso es imposible y también para la naturaleza. Pero para Él, el
Señor Dios ¡ah!, para El todo es posible. Y Abraham salta por encima de las
constantes biológicas y de las leyes fisiológicas, y de las coordenadas del sentido
común, y apuesta por su Dios, porque Él es capaz de resucitar a un muerto y de
transformar esas piedras en hijos palpitantes.

Si Abraham cree que una mujer a los noventa años puede tener un hijo, nosotros
creemos en cosas mucho más ridículas y minúsculas. Que en una hostia
consagrada esté nuestro Señor Jesucristo en cuerpo y alma, y al mismo tiempo en
tantas partes del mundo, es mucho más disparate que el decir que una mujer va a
concebir a los noventa años. Pero ¿quién dice ese disparate? dice Jesucristo.
Entonces amigo, no me diga nada más, en primer lugar porque sus explicaciones
no me explican nada a la hora de la verdad.
21
En segundo lugar porque estas cosas ni se demuestran ni se defienden: como en
una apuesta, esto se toma o se deja. Y en tercer lugar porque ya aposté mi vida
entera por ese tal de Jesucristo. Y para mi hay una evidencia más radiante que la
luz del medio día, y es que el cielo y la tierra y las montañas y las galaxias se irán
al fondo del mar, pero las palabras de mi Señor Jesucristo no pasaran.

Aposté mi vida entera por Él, mantengo la apuesta y para mí todo está claro como
la luz de este medio día. Y aquí tengo una cosa importante que comunicarles, mis
hermanos: las dudas intelectuales de fe comienzan ahí donde comienza a
debilitarse la adhesión vital a Jesucristo, eso es todo.

Cuando el corazón mantiene la apuesta por Jesucristo, cuando el corazón está


enteramente poblado por la presencia del Señor Jesús, cuando Jesucristo es el
único y verdadero Señor del corazón, no hay dudas ni vacilaciones en la fe.

Pero cuando Jesucristo no es el verdadero Señor del corazón, sino que ese
corazón está habitado por otros señores de la tierra, no interesa que Jesucristo
sea el Señor, porque ya no es el Señor de mi corazón, y viene la necesidad de
dudar, inventar razones contra la fe. Conclusión: la fe es cuestión de vida. Cuando
la vida va bien, la fe va bien, y a la inversa igual.

19´55

CONTINUACION (con música)

Es bueno que nuestra fe sea ilustrada con conocimientos teológicos. Pero nadie
podrá evitar que bajando las escaleras, peldaño tras peldaño, al final nos
encontremos con un precipicio en el cual es necesario saltar. Y el precipicio es
este: me dijiste que apostaste la vida por un alguien; y yo te digo: oye, ¿y si
pierdes la apuesta? Me dices que hiciste de tu vida un holocausto renunciado a las
cosas más soñadoras, y yo te digo: oye, se vive una sola vez y esta sola vez está
por demostrarse si acertaste o te equivocaste. Te lo jugaste todo por un Alguien y
está por demostrarse si ese alguien es quimera o es realidad. Todo queda al aire.
Que tu vida sea absurda o sublime, aventura o desventura, depende de que ese
alguien sea solidez, concretez. ¿A ver cómo me lo pruebas? Y tú me dices que lo
prueba la Palabra de Dios. Y yo te digo: ¿y si esa Palabra de Dios fuese una
falacia humana y nada más? Y tú me respondes: no es una falacia; en el tribunal
de Dios te convencerás de la realidad de la vida eterna, sólida como esa pared
que ven tus ojos. Y yo te respondo: oye, oye, ¿y si eso de la vida eterna fuese otra
falacia más, la última y la peor? que, este es el precipicio. Ahora nada valen las

22
explicaciones y los argumentos. Llegado este momento o se salta en el vacío o se
echa atrás.

Llegado este momento no queda ningún agarradero sólido, ninguna prueba


empírica, ninguna explicación que explique verdaderamente, ninguna evidencia
que verdaderamente tranquilice. Este es el precipicio donde hay que saltar o
apostar, no una sino muchas veces. Y este es el gran momento de la fe. Y este es
el momento que transforma el acto de la fe en el máximo acto de amor. Que solo
es bonito creer en la luz cuando estamos de noche. Qué gracia tiene en este
momento de día, creer en la luz. Creo que detrás del silencio respiras Tú Dios mío.
Aunque todo me salga mal, aunque caigan infortunios sobre mi vida, yo creo mi
Señor. Aunque todo parezca fatalidad, aunque parezca que el mundo está
gobernado por el absurdo, la irracionalidad y la injusticia, yo creo en ti Señor.
Aunque veo a los hombres odiar, y a los niños llorar, y a los malos triunfar, y a los
buenos fracasar, yo creo en ti Señor. Aunque la tristeza reine en los corazones y
haya sido degollada la paloma de la paz, yo creo en ti Señor. Aunque las flores
vayan al basurero y las campanas doblen a muerto, a los asesinos, a los
asesinatos, y el suicidio parezca la única salida, y la crueldad y la deslealtad
parezcan las únicas reinas del mundo, yo creo en el Amor. Creo en Ti Señor y me
entrego a Tí.

Esa es la fe que traslada montañas, y da los creyentes una consistencia


indestructible. Es un salto; y un salto en el vacío. Y así se comprende que la fe sea
un obsequio. Sin duda la fe es un don, el primer don de Dios. Pero de parte del
creyente es un hermoso acto de gratuidad. Es gratuito de parte del hombre porque
para dar esa adhesión vital, usted no dispone de motivos empíricos ni de razones
aquietantes. Y hace el disparate filosófico de creer en la Palabra. Y en plena
oscuridad se lanza en los brazos del Padre a quien no ve, sin tener otro motivo ni
otra seguridad más, que Él mismo y su Palabra.

Por eso digo que hay mucha gratuidad y de consiguiente mucho mérito en el acto
de la fe. Por eso decimos que el acto de fe es el acto máximo de amor. Y de todo
esto se desprende que la fe adulta es ante todo una adhesión vital, comprometida
y comprometedora de una persona, al final se trata de asumir una persona que se
llama Jesucristo. Y al asumir esa persona se asume toda su Palabra. Y al asumir
su Palabra se asumen sus criterios de vida y juicios de valor que irán
transfigurando y cristificando al que se le entregó por el acto de la fe, en una
palabra. En la fe está contenido todo el misterio cristiano.

23
Sin embargo en la vivencia de la fe lo más difícil es el silencio Dios. Dios es aquel
que siempre calla. Usted tuvo una tentación sucumbe. Dios calla. Usted tiene otra
tentación, lucha, vence, Dios queda igual, callado. Ni reprocha ni felicita. Usted
sale al jardín, hablan los pájaros, habla el viento, hablan las estrellas. Dios calla.
Usted va abandonando los compromisos con Dios hasta que llega un momento en
que vive como si Dios no existiera y Dios calla. Usted vive con una tenacidad
heroica sus compromisos de fe hasta el día de su muerte y Dios calla. La familia
entera desecha en un accidente de carretera, en una tarde de verano, y Dios calla.
Caen brutalmente sobre usted calumnias, medias verdades, altas traiciones y
usted queda aturdido, sin saber a dónde mirar, y en qué dirección caminar. Y Dios
calla. Es un silencio que va demoliendo todas las resistencias, y comienzan a
surgir voces, usted no sabe de dónde, si desde debajo del mar, desde debajo de
la tierra, desde debajo de la conciencia, o desde ninguna parte, que le dicen
aquella pregunta del salmo 42: “Oye, ¿dónde está tu Dios?”. No se trata del
sarcasmo de un volteriano. Se trata de aquella perplejidad que queda flotando en
la retaguardia de la conciencia que le dice y no le dice nada; le sugiere y no le
sugiere nada; aquella pregunta que ni siquiera es pregunta y que dice: ¿y si todo
esto no fuese así? Ya está usted metido en una crisis de fe. ¿Quién se libra de
esto? De estos momentos de confusión casi nadie se libra a lo largo de la vida. No
se libraron los profetas, Elías, Jeremías. ¿Qué le pasó a Jesús en el Calvario? Fue
una momentánea noche oscura del espíritu debido al silencio de Dios.

Para entender esto tenemos que tener en consideración que la travesía de la


Pasión y Muerte, la realizó Jesús con una elegancia impresionante. Pero al final,
tuvo una recaída emocional. Para entender esto, tenemos que tener en
consideración que Jesús estaba metido en ese momento en una profunda agonía.
Habiendo perdido gran parte de su sangre, deshidratación total, fiebre altísima,
situación físicamente exasperante.

A nivel humano aquello se parecía a un holocausto. Los apóstoles, todos


abandonándolo, huyeron. Uno de ellos lo traicionó, otro lo renegó. Lo que nunca
sucede sucedió en aquella oportunidad, es decir, que los que nunca se sientan en
una misma mesa se sentaron en aquella oportunidad todos juntos: Israel y Roma,
Herodes, Pilatos y Caifás, el pueblo y las autoridades, enemigos irreconciliables
entre sí que nunca se miran a la cara y nunca se sientan juntos, esta vez se
sentaron a una misma mesa para decidir sobre este hombre y concluir que no
merecía vivir y que debía ser expulsado de la tierra de los vivientes, Cabe
imaginar catástrofe mayor. Fracaso mayor en los anales de la historia del mundo.

24
Pero si el Padre estaba con Él, lo tenía todo, quien a Dios tiene nada le falta. Pero
de pronto, comenzó a sentir en su interior una sensación confusa de vacío,
ausencia; como si el Padre hubiese pasado también al bando de los enemigos;
como si el Padre lo desautorizara también para existir, como si el Padre hubiese
desaparecido y se hubiese tornado en distancia sideral, vacío cósmico, vapor de
agua, simplemente en la nada. ¿Por qué me has abandonado? ¿Dónde estás? En
este momento supo Jesús distinguir el sentir y el saber de la fe; y vino a decir:
Padre mío, contra toda esta confusión y oscuridad que reina dentro de mí, yo sé
Padre querido, que tú estás aquí, ahora, conmigo, contra todas las apariencias y
contra todas las sensaciones y en tus manos ahora mismo entrego mi vida. Y
reclinando la cabeza, murió.

Nunca Jesús estuvo tan grande como en el último minuto. Nunca la fe escaló tan
alta montaña como en este momento. Aquello fue como si el Padre desde el fondo
de un precipicio profundísimo, poblado de densas tinieblas le hubiese gritado: ¡Hijo
mío, aquí estoy, y salta! Y el Hijo sin pensar dos veces, dio el salto mortal y cayó,
y naturalmente despertó en los brazos de su Padre. Fue un final de gloria.

El Padre no evitó que su Hijo cayera en las garras de la muerte, pero conmovido el
Padre por la fidelidad de este su Hijo; este su Hijo que cuando todo le decía que
no, Él dijo que sí. Cuando tenía todo los motivos para pensar que se había
equivocado, que había sido víctima de una alucinación o que el Padre
efectivamente lo había abandonado; a pesar de todo y contra todo, supo mantener
su apuesta hasta las últimas consecuencias. Conmovido, digo, el Padre por tanta
fidelidad heroica, entra en el reino de la muerte, lo rescata a la vida, le da la
resurrección y la inmortalidad, y determina que el universo entero debe doblar las
rodillas para gritar hasta el fin del mundo, que Jesucristo es el Señor. Por su
fidelidad.

Por eso nos dirá el Apocalipsis que Jesús es el Amén. Y Pablo escribiendo a los
Corintios les dirá que Jesús no es un sí y un no; sí cuando sopla la brisa, no
cuando sopla el viento. Es un sí incondicional, absoluto, universal. Y la carta a los
Hebreos dirá que Jesús sufriendo mucho aprendió a obedecer. Quiere decir: que
le costó mucho ser fiel.

Al frente de ésta peregrinación de la que nosotros participamos, camina pues, un


peregrino, hermano nuestro. Jesús, aquel que le costó mucho ser fiel. Él es desde
siempre y para siempre nuestra garantía, nuestra seguridad y nuestra certeza.

15´47

25
CUARTA SESION

MUJER DE FE Y POBRE DE DIOS

El Concilio dice que María avanzó en la peregrinación de la fe. María fue pues, ella
también, peregrina, caminante; que recorrió los caminos de la vida con las típicas
características de toda peregrinación: oscuridad, confusión, perplejidad, miedo,
fatiga, sorpresas y sobre todo muchos interrogantes. ¿Cómo se enteró Herodes
del nacimiento de este Niño? ¿Por qué intenta aniquilarlo? ¿Hasta cuándo
tendremos que estar en Egipto? Hasta que se te diga otra cosa. Y este Niño
perdido en el templo, ¿lo encontraremos alguna vez? Y este desastre del Calvario,
horror de horrores, Dios mío, ¿qué significa esto? No veo nada, ¿dónde está
Dios? Interrogantes, interrogantes. ¿Qué hará la Madre ante este terrible silencio?
¿Espantarse?, no. ¿Desesperarse?, no.

En tres oportunidades presentan los evangelistas a la Madre, meditando en su


corazón, confrontando las palabras antiguas con los hechos recientes y dolientes;
y buscando el rostro de Dios entre silencios, penumbras y oscuridades.

Ahora bien, el que busca, camina. Y la Madre fue caminante porque buscaba. Y
buscaba porque no sabía todo. Si la Madre hubiese estado en conocimiento de
cuanto nosotros sabemos, no habría necesitado buscar. Buscaba porque no se le
dieron hechas las cosas. Ella misma tuvo que guardar cuidadosamente los
acontecimientos, las palabras y las emergencias de la vida; y luego tenía que
meditarlas diligentemente en su mente, y en su corazón, ponderándolas, dándole
vueltas en su mente. Hizo pues el camino de la vida como nosotros: buscando los
designios de Dios entre confusas contrariedades de la vida. Ahora, el que busca,
camina, y la Madre por eso es que fue peregrina o caminante.

De consiguiente, no es cierto que la Madre desde pequeñita supiera, por


revelaciones infusas, todo cuanto nosotros sabemos acerca de la Historia de la
Salvación o acerca de la naturaleza trascendente del Hijo de sus entrañas. Mucha
gente no siente simpatía alguna por una mujer aureolada, mágica, tan distante de
nuestra pobre condición humana. La colocaron tan lejos, allá en el azul del
firmamento, coronada de estrellas, la luna debajo de sus pies, rodeada de
ángeles y arcángeles, visiones y revelaciones, revestida como de una mágica
mitología, como si se tratara de una semi-diosa; mucha gente no siente simpatía
alguna por una mujer así, que de entrada, ni siquiera es mujer, sino una semi-
diosa.

26
Tenemos que decir desde el primer momento que la Madre no fue nada eso. Fue
una mujer humilde de un pueblo subdesarrollado, Madre de un obrero y esposa de
un obrero. Mujer que para comer un pedazo de pan, necesita tener dos piedras
para batirlas una contra la otra, y así moler rudimentariamente aquel trigo. Luego
tiene que tomar un cántaro sobre su cabeza, e ir a la fuente de Nazaret, traer el
agua para amasar aquella harina. Y luego tiene que subir a los cerros, ella solita y
con sus manos cortar ramas y arbustos, y cargar todo eso a hombros, acarreando
todo a la casa; mientras se preocupa de cuidar unos cabritos, y dar de comer a
unas gallinas. Eso fue la vida de la Madre. Nada de princesa de manos delicadas
y finas. No va por ahí la grandeza de la Madre. Nunca fue una soberana, siempre
fue una servidora, de Dios y de sus hermanos. Nunca fue una semi-diosa, fue una
mujer de fe y una pobre de Dios. Nunca fue una meta deslumbrante a la cual se
dirigen las miradas de la humanidad; fue un camino silencioso, que
silenciosamente va conduciendo a las personas hacia el espíritu de las
Bienaventuranzas. Y nunca fue la todo-poderosa, fue una intercesora bien
humilde, bien moderada, como la vemos en las bodas de Caná.

Los documentos conciliares presentan a María como peregrina de la fe. Y yo


agrego: fue peregrina de la fe porque no sabía todo. Aquel día, el anciano Simeón,
sacudido por el Espíritu Santo se aproximó a la Madre, le arrebató de sus brazos
al bebé, y mirando al pueblo dice: Adoradores de Yahvé, peregrinos de Israel, aquí
está el esperado de Israel. Puedo morir en paz porque todas las expectativas de
mi corazón se han cumplido. He aquí la luz que iluminará por encima de todos los
imperios y bandera de contradicción. En torno a esta criatura habrá muerte y vida,
destrucción y restauración. Y tú, mujer, prepárate, porque también para ti existe
una espada. Palabras misteriosas, enigmáticas, desconcertantes ¿Cuál fue la
reacción de la Madre? La Madre quedó admirada, dice el Evangelio. Estaba
admirada, señal de que algo importante ignoraba de aquel hijo de sus entrañas;
porque la admiración es una reacción de sorpresa ante algo imprevisto,
desconocido o ignorado.

Señal evidente de que la Madre no sabía todo lo que nosotros sabemos acerca de
aquel hijo de sus entrañas. No se le dieron hechas las cosas. Ella tuvo que
guardar cuidadosamente en su corazón los hechos y las cosas, ponderarlas,
meditarlas; y así buscar los designios del Señor. Igualmente que todos nosotros,
porque el que busca, camina. Y por eso fue peregrina de la fe.

En otra oportunidad el evangelista dice que la Madre no entendió nada. En la


caravana de los hombres no estaba el niño, en la caravana de las mujeres no
estaba el niño, lo habían perdido. Imagínense la situación de una madre, y que
madre, que pierde un hijo, y que hijo. Lo primero que se le clava en el corazón a
una madre en estas circunstancias es la espada de la incertidumbre. ¿Estará
vivo? ¿Lo habrán secuestrado? ¿Lo encontraremos alguna vez? ¿Qué ha
pasado?

27
La Madre tomó la primera caravana y regresó a Jerusalén. Y anduvo buscándolo
angustiosamente durante tres días. ¿Creen ustedes que la Madre se alimentó
convenientemente durante esos días? ¿Creen ustedes que descansó
suficientemente en esas noches? ¿Creen ustedes que desapareció de su alma
aquella espada de la incertidumbre?

Ahí la tienen a la Madre. Perdida entre las multitudes, entre las caravanas que
entran y salen del Templo, mirando ansiosamente por aquí y por allí, recorriendo
todos los rincones, todos los atrios del Templo, preguntando a los sacerdotes, y
nada.

Luego se lanza a las calles repletas de gentes, recorre las plazas, camina dentro
de las murallas, fuera de las murallas, y nada. Vuelve al Templo, mira, pregunta
una y otra vez; recorre los mismos lugares, innumerables veces, preguntando
ansiosamente, y todo inútil. Pasaron tantas horas, pasó el día, y cayó la noche. Ya
se pueden imaginar qué noche cayó sobre el alma de aquella Madre. ¿Creen
ustedes que la Madre descansó suficientemente en aquella noche? ¿Quién de
ustedes podrá decirme el grado de angustia, incertidumbre que marcaba el
termómetro de la Madre? ¿Y Dios? Como de costumbre en silencio. ¿Y la Madre?
como de costumbre, abandonada a su condición normal: peregrina dolorosa; la
que busca y no encuentra. Metida en la encrucijada de una densa y terrible
oscuridad, como si las cosas sucedieran por azar, como si todo sucediera por la
fatalidad ciega de la historia, como si detrás de los hechos no hubiese una Mano
Providente, una mente Rectora... La noche oscura de la fe.

Igual que en nuestra vida. Todo marchaba normal, cuando de repente cae una
cadena de tribulaciones, traiciones de personas que nunca hubiésemos
imaginado, incomprensiones de los mismos familiares, accidentes de carretera en
que desaparece toda la familia, la muerte que nos arrebata al ser más querido de
la familia, catástrofes financieras, calumnias, medias verdades> He ahí la noche
oscura de la fe, envueltos en el silencio de Dios. ¿Quién se libra a lo largo de la
vida de estos terribles momentos?

Y la Madre, después de tres días de ansiosa búsqueda, por fin lo encontró.


¿Creen ustedes que la Madre se llevó una gran alegría? Hay que suponer que sí,
claro está. Sus primeras palabras, sin embargo, suenan a reproche: ¿Por qué te
has portado así con nosotros, Hijo mío? Nosotros buscándote angustiosamente
durante tres días por todas partes, y Tú tan tranquilo ahí, como si nada tuvieses
que ver con nosotros. A algo de eso suenan las palabras de la Madre. Un
desahogo emocional. La respuesta del preadolescente fue extraña, misteriosa y
distante; como si dijera: y no tengo nada que ver con ustedes y de ahora en
adelante mi Padre es mi Madre. Él es el único que ocupa todo mi corazón. A Él
debo dar cuenta de mis pasos y de mis días. ¿No sabían esto? ¿Por qué se
extrañan? ¿Por qué me buscaban?

28
El evangelista dice que la Madre no entendió nada. ¿Qué es lo que no entendió,
las palabras? Las palabras estaban bien claras. Lo que no entendió fue la actitud
del Niño; señal evidente de que aquella Madre no sabía todo lo que nosotros
sabemos acerca de aquel Hijo de sus entrañas. Pero he aquí la grandeza de la
Madre. Como de costumbre, también en estas circunstancias, se retira
humildemente, y llena de paz, comienza a meditar en su corazón, a dar vueltas en
su mente: ¿qué querrán decir estas palabras?, ¿cómo habrá que interpretar todo
esto? ¿dónde está la voluntad de Dios?, ¿qué pasa aquí?

Si el evangelio no nos lo dijera yo no podría creer nunca que pudiera haber en


este mundo una mujer, en las circunstancias descritas en que ella estaba,
devorada durante tres días y tres noches por la incertidumbre y la angustia;
corporalmente agotada, sin alimentarse ni descansar convenientemente, habiendo
recibido aquella respuesta que la dejó desconcertada, y en medio de todo eso,
retirarse, y llena de serenidad, silencio y dignidad, dar vueltas en su mente
buscando el significado de las palabras y de las actitudes.

Si el Evangelio no nos lo dijera, yo nunca podría creer en eso. Sencillamente el


corazón de esta mujer estaba muerto. Esta es la única explicación de esta
estabilidad envidiable y admirable de la Madre. Sencillamente el corazón de ésta
mujer estaba muerto; muerto al amor propio. Aquel corazón era como un tronco
seco, ustedes toman el hacha, dan un terrible hachazo, y el tronco no responde.
Está muerto. Así era el corazón de la Madre.

15’11

CONTINUACION (con música)


Ya saben de dónde nos vienen a nosotros nuestras reacciones infantiles y
actitudes desproporcionadas. Del hecho de estar, nosotros, morbosamente
adheridos a esta tirana de la casa que se llama la imagen de sí mismo. Esa
imagen artificial y aureolada que desde niños nos hacemos de nosotros mismos;
que no es la imagen objetiva de mí mismo, sino un fuego fatuo, ilusión inflada, una
mentira dorada por la cual nos desvivimos, luchamos y sufrimos; según los
vaivenes de la vida, según sea esa imagen, aplaudida o rechazada, así suben y
bajan nuestras euforias y depresiones. Y así surgen nuestras grandes
inestabilidades emocionales. Nosotros sí. La Madre no.

La Madre no tenía “yo”; esa imagen aureolada y artificial. La Madre era una mujer
despojada, desapropiada, desnudada, vacía; esencialmente pobre y humilde. Ya
saben qué significa en la Biblia una pobre de Dios. Una pobre de Dios es aquella
mujer que no se siente con derechos. Y si la ofensa es la lesión de un derecho, a
una mujer que no se siente con derechos, ¿qué la pueden ofender? Aquella que
nada tiene y nada quiere tener, ¿qué la puede perturbar?

29
Por eso digo que no habrá en el mundo emergencias dolorosas, situaciones
imprevisibles que puedan herir, golpear, desconcertar, la estabilidad psíquica de
una pobre de Dios como María. En resumen, diré, que una pobre de Dios es una
mujer invencible. No habrá nada en el mundo, nada que pueda perturbar la
fortaleza de la Madre.

Esa criatura excepcional que aparece en los Evangelios con control absoluto de
sus nervios, señora de sí misma antes de ser Señora nuestra; indestructible ante
las adversidades; esa figura es hija de una espiritualidad: La espiritualidad de los
anawin, es decir los pobres y humildes de Dios, el pequeño resto de Israel.
Arcángel Gabriel, yo no soy sino una sierva del Señor. Que Él haga de mí lo que
quiera. Si de María no supiéramos otra cosa que estas palabras, sabríamos el
comportamiento general de la Madre, sus actitudes, reacciones y modales; de
alguna manera su vida entera. No son pues, esas palabras, cualesquiera palabras.
Por ellas la Madre se declara, se califica y se clasifica en el pueblo de los pobres y
humildes de Dios de la Biblia. Declara su identidad. Y con ellas la Madre repito se
identifica, declara pertenecer al pequeño resto de los pobres y humildes de Dios.
Arcángel Gabriel, no soy sino una sierva del Señor. Que Él haga de mí lo que
quiera. Así comprendemos aquella serenidad y elegancia de la Madre, aquel
mantenerse digna e indestructible frente a los vaivenes, a veces furiosos, entre los
que le tocó vivir.

Impresionante por otra parte el paralelismo entre la espiritualidad de la Madre y la


espiritualidad del Hijo. La misma palabra que utiliza la Madre para resolver su
destino, el de la maternidad divina, la misma palabra utiliza el Hijo para decidir su
destino de redentor del mundo: la palabra hágase. La madre en la Anunciación y
el Hijo en Getsemaní. La misma identidad personal que se da a la Madre se da
también el Hijo. La Madre dice: Ángel Gabriel, yo no soy sino una sierva del Señor.
Y el Hijo dice: aprendan de mí que soy, qué soy: pobre y humilde de corazón.

Sensible y observador como era, Jesús cuando tenía cinco, siete, ocho, años,
debió quedar impresionado una y otra vez al observar a aquella mujer, su propia
Madre, dueña de sus nervios; enteramente estable ante las emergencias de la
vida; silenciosa, digna en todo momento. Para mí es indiscutible que Jesús mamó
esta espiritualidad, hecho cuerpo y vida en su propia Madre.

Las raíces de Jesucristo como Hijo del hombre, sus ancestros inconscientes,
están alimentados de aquella espiritualidad tan intensamente vivida por su Madre
y observada por su Hijo pequeño, desde pequeño, porque una espiritualidad no
solo es una actitud espiritual, sino un estilo personal que compromete toda la
conducta y toda la personalidad.

30
Dándose cuenta o sin darse cuenta, Jesús fotografió a su Madre en el sermón de
la montaña. ¿Por qué digo esto? Porque todas las características existenciales de
las Bienaventuranzas, coinciden asombrosamente con las modalidades y
conducta general con las que la Madre aparece revestida en todo momento.

Para mí es indiscutible que el Evangelio nació en el corazón de María, pasando


naturalmente por el corazón de Jesús; pero las raíces del Evangelio están en el
corazón de María.

El acto de fe más alto que se ha hecho en la Historia de la Salvación lo realizó la


Madre al pie de la cruz. El Concilio dice así: María mantuvo resueltamente el
hágase en el Calvario. Como queriendo decir que dónde más le costó a María
decir el hágase fue en el Calvario, como queriendo decir, que si hubo un serio
tropiezo para la estabilidad de la fe de María estuvo efectivamente en el Calvario.
Para entender esto nos vamos a hacer unas preguntas. ¿Sabía la Madre todo lo
que nosotros sabemos acerca del significado mesiánico de lo que estaba
sucediendo en esa tarde, ante sus ojos? Aquel significado trascendente, teológico,
que el Espíritu Santo nos enseñó a partir de Pentecostés, es decir, aquel cuerpo
retorcido, con la boca abierta, sin poder respirar; un cuerpo negro por los coágulos
de sangre; una tarde prematuramente oscura y aparentemente siniestra> total,
parecía que todo acababa en esta catástrofe, en este desastre.

Nosotros sabemos que aquí comenzaba todo. ¿Sabía esto la Madre? Y otra
pregunta: Y si María sabía todo esto ¿su mérito era mayor o menor? Si María
sabía que cada gota de sangre era sangre redentora, que si perdía al Hijo lo
recuperaría resucitado al tercer día, no era difícil aceptar todo aquello. ¿Por qué
lloraba aquel grupito de mujeres cerca de la cruz? Porque creían que aquí
acababa todo. Para todo el mundo, amigos y enemigos de Jesús, lo que estaba
sucediendo en el calvario era la última escena de una tragedia griega; aquí
acababa todo. ¿Sería tan evidente para María que allí comenzaba todo?

María no era un robot insensible; era una persona normal, sensible a lo que
sucede a su derredor. ¿Qué veía la Madre con sus ojos a su derredor en ese
momento? A todos los enemigos de Jesús, ahí los veía radiantes; felicitándose
porque habían aniquilado a su peor enemigo. Y los discípulos, ahí andaban
fugitivos, espantados, escondidos. Y el grupito de mujeres llorando
inconsolablemente. Y peor que todo eso, una sensación ambiental deprimente de
tragedia y horror por todas partes, eso es lo que se respiraba; tantos lindos
sueños, proyectos del Hijo, todo había acabado en una catástrofe. Y en medio de
aquel ambiente de horror, ahí está la Madre. No eran circunstancias para soñar en
grandezas.

31
Pues bien, fue en este contexto donde la Madre, realizó el acto más grande de fe
que jamás se ha hecho en la Historia de la Salvación; más alto inclusive que
Abraham en el Monte Moriá y consistió en lo siguiente.

Presentándose pues la Madre delante de aquel escenario de horror y tinieblas vino


a decir: Mi Señor. Un día me dijiste que este mi Hijo sería grande pero aquí acaba
como un criminal. Un día me dijiste que su reino no tendría fin, pero aquí, delante
de mis ojos, lo han aniquilado al primer golpe. Un día me dijiste que se llamaría
Hijo del Altísimo y aquí lo han comparado con Barrabás, y lo han encontrado más
detestable que Barrabás. Todas las palabras que me dijiste un día, han sido
desmentidas, una por una, por la barbarie de esta tarde. Tengo todos los motivos
para pensar que yo fui siempre una víctima que se creyó en sus propios sueños y
alucinaciones. No veo nada. Todo es horror y tiniebla a mi derredor. Pero en
medio de esta tiniebla mi Señor, brilla para mí, una estrella y es el yo saber que
para Ti no existen imposibles, mi Señor. Tú pudiste haber evitado todo esto. Si Tú
pudiste haber evitado todo esto, y no lo has evitado es señal de que lo has
permitido. Ahora bien, mi Señor. Si tu Voluntad anda entre los pliegues de esta
barbarie, porque lo has querido, dispuesto o permitido; he aquí a tu pobre Sierva
que no tiene derechos, ni siquiera para protestar de tanta injusticia. He aquí a tu
pobre sierva para decirte en esta tarde, mi Señor, no veo nada, pero todo está
bien. Esto es un horror para todos, pero si Tú lo has permitido, estoy de acuerdo
con todo. Hágase tu voluntad, hágase tu voluntad.

María mantuvo resueltamente el hágase en el Calvario. Está evidente y estridente


ante la opinión pública y ante los ojos de María también, que todo lo que estaba
sucediendo era una confabulación miserable de todos los miserables de la tierra.
A los romanos les interesaba agradar a los judíos; a los judíos les interesaba
acabar con Jesús; eran las reacciones psicológicas de un tipo resentido como
Caifás, de un tipo timorato como Pilatos. Intereses políticos, combinaciones
imperiales, reacciones psicológicas; todo se confabuló para expulsar al justo de la
tierra de los vivientes. Esta era la única explicación que estaba evidente y
estridente, ante la opinión pública y ante los ojos de María también.

La Madre cerró los ojos ante aquellas evidencias, trascendió todo. Clavó sus ojos
de fe en Aquel que está detrás de los acontecimientos y en cuyas manos están los
hilos de la historia. Depositó en esas manos un cheque en blanco, un voto de
confianza. En esas manos reclinó también su cabeza. Repitió una y otra vez la
palabra santa y mágica de los pobres de Dios, la palabra Hágase y quedó más
Grande y más Reina que nunca, según las palabras de Juan en el cuarto
Evangelio, cuando dice: “Junto a la Cruz de Jesús estaba de pie su Madre”.

32
Ni gritos, ni histerias, ni desmayos, ni contorsiones, nada. Mater dolorosa sí señor,
Mater lacrimosa con todos aquellos desmayos y llantos, no lo creo de ninguna
manera. Primero porque conocemos su personalidad emergente de su
espiritualidad. Y en seguida porque las palabras de Juan no dan pie para imaginar
esos teatros, desmayos e histerias. Junto a la cruz de Jesús estaba de pie su
Madre.

Nunca tan grande, porque nunca tan pobre. Y en medio de la furiosa


tempestad, supo mantener en alto la antorcha de la fe, su hágase. Por eso la
Madre puede presentarse ante nosotros diciéndonos: Hijos míos, vengan detrás
de mí. Yo recorrí esos caminos en noches oscuras y noches sin estrellas y hagan
también ustedes lo que yo hice. Abandónense en silencio al silencio de Dios, y
habrán derrotado el miedo, la oscuridad y la noche. Y bienaventurados aquellos
que en medio de la oscuridad, creyeron en la luz. María avanzó en la
peregrinación de la fe. María mantuvo resueltamente el hágase en el calvario. He
ahí la mujer de fe.

16’08

33
QUINTA SESION

POR EL ABANDONO A LA PAZ

A nadie le gusta estar enfermo, ser víctima de incomprensión, fracasar, morir.


Pero estas cosas las podemos asumir, no con emoción, que esto no causa
ninguna emoción, sino como quien deposita en las manos del Padre, una ofrenda
doliente pero fragante, con silencio y paz.

Por eso hablamos de experiencia oblativa y no emotiva. Oblativa porque hay un


morir a impulsos muy vivos, pero muy negativos. Nosotros utilizaremos la palabra
abandono, palabra muy equívoca. Siempre que la pronunciamos, surgen en los
oyentes una serie de desinteligencias. Para algunos abandonarse equivale a
pasividad, resignación, fatalismo, cruzarse de brazos. Tenemos que decir desde
el primer momento que no se trata de un abandono pasivo sino dinámico. No solo
eso. La vivencia del abandono coloca a la persona en su máximo nivel de
productividad, eficacia y potencialidad. Dicho esto así, de entrada, puede chocar.
Pero ya se pueden comprender e imaginar que si se trata de abandonar lo más
negativo del corazón, el resultado será eminentemente positivo.

En todo acto de abandono existe un no y un sí. Porque existe un no, por eso
hablamos de experiencia oblativa porque hay un morir a impulsos muy
destructivos del corazón. No a lo que yo quería o hubiese querido. ¿Qué hubiese
querido? Venganza señores contra ese tipo que me ofendió de aquella manera.
No a esa venganza. Resentimiento porque todo me está saliendo mal en la vida.
No a ese resentimiento. Vergüenza por ser yo tan poca cosa física e
intelectualmente. No a esa vergüenza. Lástima que hubiese sucedido aquello,
aquello ya sucedió, es un hecho consumado, no podemos volver atrás. No a esa
lástima. Y así, en el abanico general de la vida, vamos diciendo no, no, vamos
muriendo, muriendo a todo brote agresivo y negativo del corazón. Ya pueden
imaginar que el resultado será eminentemente positivo.

Comencemos diciendo que todo lo que nosotros resistimos lo transformamos en


enemigo. Si rechazo estas manos son mis enemigas. Si rechazo esta nariz, ella
es mi enemiga. Si me molesta el modo de ser de esta persona, o su manera de
hablar, la transformo en enemiga. Aquel ruido, esa tos, el triunfo de tal partido
político, aquel suceso; todo lo que resistimos lo transformamos en enemigo. Los
enemigos están pues, dentro de nosotros. O los enemigos están y existen, tanto
cuanto nosotros le damos vida con nuestras resistencias mentales. Los enemigos
los creamos nosotros.

34
El temor es otra manera de resistir y por eso el temor también engendra
enemigos. El mal de la muerte no es la muerte, sino el temor de la muerte porque
al resistirla ferozmente la transformamos en la suprema enemiga de la humanidad.
El mal del fracaso no es el fracaso sino el miedo del fracaso. El mal de que no me
quieran no es eso sino el temor de que no me quieran. Al final, el enemigo del
hombre es el temor y éste está dentro de nosotros. Y el temor es una resistencia
mental y emocional. Es necesario despertar. Porque de otra manera podemos
comenzar a vivir sombríos, suspicaces, miedosos.

Si lo que nos disgusta tiene remedio, pongámosle remedio. Si no hay nada que
hacer ¿qué se consigue con resistir realidades que uno no puede cambiar?
Abandonar toda resistencia, reclinar la cabeza en las manos del Padre y
descansar. Descansar significa paz. Es locura resistir realidades que uno no
puede cambiar, porque se vive en sorda guerra consigo y con los demás.

Si los enemigos están dentro de nosotros, los amigos también están dentro de
nosotros; en la medida que abandonamos la resistencia y aceptamos con paz
aquellas cosas o hechos que hasta ahora nos disgustaban. Si acepto estas
manos, son mis amigas. Si acepto esta figura, esta figura es mi amiga. Y el
capítulo primero de la liberación consiste en hacerse amigo de sí mismo. Si
acepto este frío, es el hermano frío. Si acepto este viento es el hermano viento.
Si acepto la enfermedad es la hermana enfermedad. Si acepto la muerte es la
hermana muerte. En nuestras manos está la capacidad de transformar los
enemigos en amigos; los males en bienes. Todo consiste en no resistir las cosas,
como si fueran enemigas, sino en acogerlas como si fueran hermanas y amigas.
A este abandonar la resistencia contra las cosas que nos disgustan y hacernos
hermanos y amigos de ellas, llamamos reconciliación. Y en este momento la
angustia de transforma en paz.

Siempre tiene que haber una pregunta: esto que tanto nos disgusta o molesta,
esta injusticia, esta barbaridad, ¿podemos cambiar?, ¿podemos hacer algo para
alterar esta situación? Si hay algo que se pueda hacer, no es la hora de
abandonarse sino de luchar y combatir con todas las armas. Por ejemplo,
decimos: estamos ante una situación casi imposible. Pero, si cada uno de
nosotros pone el ciento por ciento y juntamos todos los esfuerzos, podríamos
alterar esta situación en un cinco por ciento, por ejemplo.

Pues bien, vamos a colocar el ciento por ciento de nuestros esfuerzos, sabiduría
de la vida, colaboración de los demás, para alterar el cinco por ciento. Mientras
las posibilidades están dadas, mientras los horizontes están abiertos, hay que
luchar al máximo para cambiar todo lo que se pueda cambiar.

35
La otra respuesta es: Amigo, no llore, no se queje, no hay nada que hacer, la
realidad fatalmente es así, es una situación límite, es una frontera absoluta, es un
hecho consumado. La existencia, no me la propusieron, me la impusieron. En la
vida ni entramos ni salimos. Nos empujan y nos sacan y no precisamente cuando
nosotros queremos. Yo no escogí a mis padres; no escogí esta figura física; estas
limitaciones intelectuales; tendencias morales, este temperamento. No escogí a
mi familia; la suerte de la vida; la hora de la muerte; el rumbo de mis actividades.
Todo lo que sucedió de este minuto para atrás son hechos consumados que no
serán alterados un milímetro por los siglos de los siglos.

La gente puede vivir irritada, avergonzada, resentida, porque aquello le salió mal;
porque no hubo suerte en aquello otro; por aquel accidente desgraciado; por
aquella lamentable equivocación. Hechos que no serán alterados jamás un
milímetro. Así pues, si no hay nada que hacer, ¿qué conseguimos con hacer
preguntas que nunca recibirán respuestas? ¿Qué se consigue con resistir
mentalmente realidades que uno no puede cambiar? Se consigue una sola cosa:
angustiarse.

Las cosas que tienen solución se solucionan combatiéndolas, y las cosas que no
tienen solución se solucionan dejándolas en las manos del Padre. No es que las
cosas que no tienen solución se solucionen, porque estamos diciendo de entrada
que no tienen solución; sino que, cuando decimos que las cosas que no tienen
solución se solucionan, queremos decir que aquello deja de ser para mí, una
fuente de angustia y amargura, y entonces habrá paz. Al final, ante situaciones
imposibles, o usted se entrega en las manos del Padre, o se revienta, o se entrega
o se revienta.

Así pues, ante hechos y cosas que no tienen solución, doblar las rodillas, reclinar
la cabeza en Sus manos y decir: Padre, en tus manos me pongo, haz de mí lo que
quieras. Por todo lo que hayas hecho o permitido de mí en mi vida entera, estoy
de acuerdo con todo. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, con tal de que tu
voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Dios mío.
Te confío mi alma, te la doy con todo el ardor de mi corazón porque te amo. Y es
para mí una necesidad de amor, el darme, el entregarme entre tus manos sin
medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. Y la paz ya está tocando
las puertas de su corazón.

Lo que tiene solución, se soluciona luchando. Lo otro se abandona en Sus


manos; se deja en Sus manos. Dejar, he ahí la palabra. ¿Qué significa dejar?
Dejo este libro en la mesa, quiere decir que mi mano no lo toca, yo me desligo del
libro. ¿Qué quiere decir: en Tus manos dejo este disgusto, este fracaso? Quiere
decir que mi mente se desliga de ese disgusto. Ya lo he dejado en Tus manos y
mi mente queda en silencio. Eso es el abandono.

36
Y desde el momento en que mi mente queda en silencio, automáticamente mi
corazón queda en paz. En la medida en que mi mente resiste el disgusto, mi
corazón está angustiado; pero si suelto el disgusto en Sus manos: lo que Tú has
querido o permitido, Dios mío, hágase Tu Voluntad y lo dejo en Tus manos; al
quedar mi mente en silencio, automáticamente el corazón entra en paz. En
resumen, el abandono es, silencio en la mente y paz en el corazón.

Vamos a suponer que hace tres meses aquellas personas le hicieron a usted
aquella infamia. Si usted fuese tan sabio, tomando esa infamia y depositándola en
las manos del Padre como una ofrenda, dolorosa pero amorosa: si Tú lo has
permitido, Padre querido, aunque sea llorando y con lágrimas en los ojos, vengo a
decirte que se haga Tu Voluntad. Y así queda la mente en silencio. Es como si
aquella infamia nunca hubiese existido. Y usted queda en la paz. Pero, ¿qué
puede suceder?, ¿qué sucede normalmente? Pues todo lo contrario. Que es
usted, es usted el que toma aquella infamia y comienza a recordarla, revivirla,
reactualizarla; que quiere decir, lo que sucedió hace tres meses, lo está haciendo
actual, lo está viviendo como si hubiera sucedido ahora mismo. En resumen, el
que crea el disgusto es usted, no aquellas personas; y ahora, no hace tres meses.

Si, los disgustos los creamos nosotros en la medida en que vamos dando vueltas
en la mente a las cosas, resistiéndolas; recreando y haciendo vivamente
presentes a hechos que están ya consumados y no serán alterados jamás, ni un
milímetro, mientras nosotros nos vamos quemando y amargándonos. Locura
señores, locura hermanos, despierten.

¿Tiene solución? Luchen para cambiar todo. ¿No tiene solución? Sean sabios.
Ese recuerdo amargo, transfórmenlo en una ofrenda de amor, y deposítenlo en
Sus manos, y olvídense de todo. Silencio en la mente y paz en el corazón. En las
manos de ustedes está la vida y la muerte. Opten por la vida. La vida es paz.
Muerte es angustia, tristeza.

¿Qué dirían, digamos, de una persona que toma una brasa ardiente en las
manos? Eso es lo que sucede al que se dedica a dar vueltas en su mente a
sucesos desagradables. Es locura pasar días y noches amargándose al recordar
aquella incomprensión, aquel fracaso, aquella equivocación. Aquello no tiene
solución, es un caso acabado. ¿Qué hacer? Abandonar toda resistencia, reclinar
la cabeza en las manos del Padre: si Tú lo has permitido, aunque sea con
lágrimas en los ojos, vengo a decirte Padre mío, que se haga Tu Voluntad y amén,
y hágase. Silencio en la mente y paz en el corazón.

37
¿Qué se consigue con lamentarse? Si nos damos cuenta de que gran parte de las
cosas que disgustan al hombre, lo entristecen y lo avergüenzan; no tienen
absolutamente ninguna solución o la solución no está en nuestras manos; en este
caso, ¿qué se consigue con resistir? Solo angustiarse. Solo conseguimos
quemarnos, destruirnos. A estas alturas, nadie puede hacer nada para que lo que
ya sucedió no hubiese sucedido. Cuando nos encontramos así, con hechos
consumados que no tienen remedio, hay que abandonar toda resistencia, asumir
las cosas como son, reclinar la cabeza en las manos del Padre, diciendo: en Tus
manos me pongo, estoy de acuerdo con todo, hágase Tu Voluntad; y la paz
inundará por completo el alma.

17’26

CONTINUACION (con música)

Cuanto más se resiste un imposible, más oprime. Cuanto más oprime, más se le
resiste, entrando la persona en un círculo de angustia. Angustia significa angosto,
estrecho, apretado. Sensación de estar apretado, eso es angustia. Pero no es
que los fracasos me aprieten a mí, soy yo. Soy yo quien al resistir emocionalmente
un hecho, al rechazarlo, al entristecerme, al avergonzarme de ese hecho, voy
apretándome contra ese hecho y transformándolo en un fracaso, es decir en una
sombra oscura. Y así se generan los estados depresivos, obsesivos y maníacos, y
mucha gente se siente infeliz, porque al rechazar tanta cosa, vive dominada por
las mismas cosas rechazadas que se fijan en la mente.

Repetimos: esto que resistimos, ¿tiene algún remedio? Pues manos a la obra.
Abandonarse no significa cruzarse de brazos, sino agotar todas las posibilidades
ante todo. Ahora, si no hay nada que hacer, entonces cerrar la boca, abandonar
la resistencia mental, reclinar la cabeza en sus manos, haz de mi lo que quieras,
estoy de acuerdo con todo, hágase tu voluntad. Y la paz será tu herencia.

¿Qué dirían ustedes de una persona que se arrima a una pared y comienza a
darse de cabeza contra la pared? Que está loca, ¿verdad? Supongamos que
hace cinco años tuvo usted aquel terrible episodio, lo peor que le ha sucedido en
la vida. ¿Quién de ustedes puede regresar a las seis de esta mañana? Nadie,
¿verdad? No podemos retroceder ni un instante en el tiempo. Si no podemos
regresar a las seis de esta mañana, cuánto menos al día de ayer, y cuánto menos
a hace cinco años. Ahora bien, si usted comienza a recordar aquel terrible
episodio de hace cinco años, a revivirlo, a amargarse recordándolo, a enfurecerse,
a llenarse de ira, a descargar rabia, adrenalina; es usted, es usted el tal loco que
está dándose de cabeza contra las paredes inquebrantables. Díganme dónde
están los locos.

38
Hoy día las paredes de una casa y hasta una casa entera pueden ser removidas
de una parte a otra, con técnicas sofisticadas de mecánica moderna. Pero aquel
terrible episodio de hace cinco años, lo peor que le ha sucedido en la vida, aunque
vierta lágrimas como un mar, aquello no será removido ni un milímetro por los
siglos de los siglos. Y una realidad que no será removida ni un milímetro, estar
dándose de cabeza, amargándose, enrabiándose, enfureciéndose, recordándolo,
reviviéndolo, díganme señores dónde están los locos. Basta de locuras.
Olvídense de todo. Depositen todo en las manos de Dios. Silencio en la mente y
paz en el corazón, basta de sufrir, sean felices.

¿Quién sufre, el que odia o el que es odiado? El que es odiado está bailando feliz
en la vida, no se importa para nada de usted. El por su parte tiene sus problemas
pero de usted no se preocupa para nada. Y usted día y noche recordándolo,
transmitiéndole furias, deseos de venganza, descargas agresivas; todo un mundo
venenoso que aquel, su enemigo, no le llega a tocar ni con él pétalo de una rosa;
mientras que a usted lo está quemando, corroyendo y arrasando>díganme,
díganme dónde están los locos. Basta de locuras, y basta de sufrir
estúpidamente, inútilmente. Todos los recuerdos amargos, deposítenlos
silenciosamente en las manos del Padre y olvídense de todo. Y sean felices. Y
hagan felices a los demás.

Y no echen las culpas a nadie. Esta es la primera característica de los infantiles y


de los neuróticos. Echar las culpas al mundo entero, con una total incapacidad de
autocrítica. Todos son unos verdugos, yo soy una pobre víctima; como que se
sienten felices de pensar eso. Pues para que no vivan echando las culpas a los
demás, les digo esta gran verdad, no esperen nada de nadie. No esperen nada
de sus parientes, de los hijos, de los padres, de los políticos; pero esperen todo de
ustedes mismos. En sus manos está la posibilidad de transformar los enemigos
en amigos, la angustia en paz, la tristeza en alegría, la muerte en vida. En sus
manos están esas posibilidades, distinguiendo siempre lo que se puede o no se
puede cambiar; y en lo que se puede cambiar, luchar por transformarlo, y lo otro
depositarlo en silencio en las manos de Dios, y el resultado será la paz. Basta de
sufrir.

¿Conclusión? Sálvense a sí mismos. No estamos hablando aquí de la salvación


de mi alma que nos consiguió nuestro Señor Jesucristo, sino sálvense de la
angustia, sálvense de los miedos, sálvense de las tristezas, sálvense de los
miedos, sálvense a sí mismos> Con otras palabras, salvarse equivale a: sean
felices. Pero nadie será feliz por completo, pero sí más feliz. Y ser más feliz
significa sufrir menos. En la medida pues, en que vamos sacando del corazón las
espinas, ahuyentando las sombras, calmando las penas, sanando las heridas,
vamos avanzando por el camino del abandono hacia la felicidad, que no se nos
dará como un regalo de Navidad, sino será fruto de la vivencia del abandono. De
lo contrario, ya saben las leyes: los que sufren hacen sufrir; los que están en
conflicto meten conflicto, los que están en guerra siembran vientos de guerra.

39
Así como los amados aman; los felices irradian felicidad; los amargados siembran
amargura; mientras los dulces siembran dulzura; mientras los descontentos meten
descontento. El bien y el mal salen siempre desde dentro hacia afuera. Es utopía
que yo les diga a ustedes: ámense unos a otros. Si la gente está en conflicto
consigo mismo, en forma de conflicto se relacionará con los demás. En la medida
en que vayamos secando las lágrimas, arrancando las espinas, ahuyentando las
sombras, disecando todas las fuentes de tristeza y angustia; sanando las heridas
del corazón. En la medida en que este corazón esté reconciliado, gozoso,
sanado, feliz; a partir de este momento, automáticamente nuestras gentes serán
portadoras e irradiadoras de las fuerzas positivas del Evangelio, como alegría,
esperanza, amor, optimismo; serán mujeres y hombres del Evangelio. Y a eso
queremos llegar y para esa meta no hay otro camino, sino el camino del
abandono.

El Padre organizó el mundo y la vida dentro de un sistema de leyes regulares; las


leyes cósmicas, biológicas, psicológicas. Normalmente el Padre respeta la
creación, y las leyes siguen su curso normal y sobrevienen las desgracias de sus
hijos. Ustedes van caminando por la calle durante una furiosa tempestad se
desprende una teja que va a caer sobre su cabeza y lo va a matar. Naturalmente
el Padre no va a suspender por un instante la ley de la gravitación universal, no.
El Padre respeta las leyes que Él anteriormente las colocó, la teja va a matar a
usted aunque el que más sienta esta situación sea el mismo Padre Dios.

Si un tipo resentido le va a hacer a usted un daño irreparable con una horrible


calumnia, el Padre no le va a enviar un infarto al miocardio para que aquella boca
no se abra. Llegará la calumnia que hará polvo su prestigio, aunque el que más
llorará esta situación sea el Padre mismo. Aquí está la respuesta a tantas
protestas de la gente que dicen siempre: ¿por qué, Señor? ¿por qué Dios mío
permites para nuestra familia tantas desgracias, porqué no evitas estas desgracias
para nuestra familia? Aquí está la respuesta. El Padre es lógico con su propia
obra y habitualmente respeta las leyes generales con las que El estructuró la
creación; y por respetar las leyes, por ser lógico consigo mismo, permite las
desgracias de sus hijos aunque no las quiera.

Hay que distinguir pues, lo que se ve de lo que no se ve. Lo que se ve son las
leyes biológicas, cósmicas, psicológicas; lo que no se ve es el Padre mismo, en
cuyas manos brota todo el dinamismo de la creación. Detrás de los fenómenos
está la realidad. Lo esencial está siempre detrás, oculto, invisible. Los fenómenos
se ven, la realidad no se ve. Los fenómenos se desvanecen, la realidad
permanece. Dios, Su Santa Voluntad, es la realidad esencial. Es en esa esencial
realidad en que nos apoyamos y descansamos cuando al llegar los grandes
golpes de la vida decimos: en Tus manos me pongo, haz de mí lo que quieras. El
abandono pues, es una visión de fe.

40
No me cansaré de repetir, la única ventana de salida, la única consolación y alivio
que queda cuando llegan los golpes fatales de la vida, es la ventana de la fe.
Cuando te enteres de que dispones solamente de un mes de vida, cuando te des
cuenta que tu prestigio se hizo polvo por una miserable calumnia, o de que te
traicionaron los mejores amigos, ¿dónde encontrar consolación?, ¿cómo salir de
ese círculo de angustia? No quedará otra salida sino la ventana de la fe.

En medio de dolor poder decir: Padre, Tu pudiste haber evitado esta lamentable
situación, si Tu lo permitiste, no puedo pedirte cuentas, cierro la boca, me pongo
en tus manos. Haz de mi lo que quieras. Porque Tú me amas, porque Tú eres mi
Padre. La verdad de fondo es el Padre mismo quien conduce todo con mano
potente y amante, más allá de los fenómenos y apariencias, una mano que
organiza y coordina, permite y dispone cuanto sucede a nuestro derredor.

Así pues, yo acepto con paz aquello que mi esfuerzo no puede alcanzar. Acepto
con paz el hecho de querer ser humilde y no poder. Acepto con paz, el hecho de
que los resultados sean más pequeños que mis esfuerzos. Acepto con paz la ley
de la insignificancia humana, que quiere decir, que después de mi muerte las
cosas seguirán igual como si nada hubiese sucedido. Acepto con paz la hora de
mi muerte. Acepto con paz la ley de la mediocridad y del fracaso; la ley del
avance de la vida, de la ancianidad, de la soledad y de la muerte. Acepto con paz
que los ideales sean tan altos y las realidades tan pequeñas. Acepto con paz el
hecho de querer tanto y poder tan poco. Padre, yo no sé nada, Tú sabes todo. En
tus manos me pongo, haz de mí lo que quieras. De todo lo que hayas permitido o
habrás de permitir desde ahora en adelante, desde ahora te digo: Dios mío,
estamos en paz. Estoy de acuerdo con todo. Lo acepto todo. Hágase Tu
voluntad.

Si vives en esta perspectiva de fe y abandono, no habrá en el mundo,


circunstancias imprevisibles ni emergencias dolorosas que puedan destruirte.
Serás fuerte, casi invencible. El cielo de tu vida será siempre azul y en tus noches
habrá muchas estrellas. Bienaventurado el hombre que hace la travesía de la vida
entregado en las manos de Dios. No habrá posible derrota para él y habitará en la
morada de la Paz.

15’38

41
SEXTA SESION

PERDON - AMOR

Fue una noche de luna llena, pero también una noche de sudor, sangre, gritos,
lágrimas; palabras textuales de los Evangelios, allá en el olivar. El problema no
era si Jesús moría o no moría, sino si moría voluntariamente. El Señor de la
historia, el Padre, había permitido que el Hijo fuera eliminado de aquella manera y
a aquella edad. Y el Hijo, después de gritar y llorar, sudando sangre, aceptó
aquella Voluntad, y se entregó sin violencia a la violencia de los hechos,
abandonándose en silencio y paz, en las Manos de quien permitió su martirio. Y
del gran combate surgió la gran victoria.

El combate, había sido entre lo que yo quiero y lo que quieres Tú. Tomó Jesús a
los tres confidentes y delante de ellos, comenzó a sentir horror y angustia, y les
hizo esta terrible confesión: Siento tristeza de muerte o me muero de tristeza. Se
apartó de ellos y caído en tierra decía: Papá querido, todo es posible para Ti, por
favor, aparta de mí este cáliz. Pero, no se haga lo que Yo quiero sino lo que
quieras Tú.

Una noche oscura se había apoderado del alma de Jesús. Le parecía que el
Padre estaba lejos o simplemente no estaba. Como no había consolación divina,
buscó consolación humana. Se levantó, se fue donde estaban ellos, y los
encontró dormidos. “Estén despiertos y oren”, les advirtió.

Los dejó. Regresó a la soledad, y entrando en agonía oraba más


angustiosamente, repitiendo las mismas palabras: Por favor aparta de mí este
cáliz. Pero si no es posible que pase de mí este cáliz sin que yo lo beba, no se
haga lo que Yo quiero sino lo que quieras Tú. La gran crisis estaba en su apogeo.
En su terrible soledad, de nuevo buscó Jesús un poco de consolación, volviendo a
sus tres confidentes. Vana ilusión, seguían dormidos. No les dijo nada, regresó al
lugar de la agonía, repitiendo: Si no es posible que pase este cáliz de mí sin que
yo lo beba, no se haga lo que Yo quiero sino lo que quieras Tú. Volviendo a
repetir las mismas palabras: Hágase, hágase, tu voluntad.

Se levantó por tercera vez y se fue de nuevo donde ellos estaban. Pero esta vez
les dijo resueltamente: Basta ya, llegó la hora. Levántense y vámonos. Como si
dijera: Basta de vacilaciones, basta de reclamos, basta de lágrimas, basta de
miedos, basta de angustias y de protestas, basta de quejas y cobardías; llegó la
hora, la hora de la resolución y de la entrega. Levántense y vámonos. Y
emprendió la peregrinación del dolor y amor hacia la muerte. Y avanzó silenciosa,
pero resueltamente, con la mirada fija en la voluntad del Padre, sin un gesto de
amargura, vestido en todo momento de serenidad y paz, hasta el final.
42
Para ustedes también, llegó también la hora; la hora del basta ya. Ya lloraron
bastante. Ya pasaron demasiadas noches sin dormir. Ya echaron las culpas a
medio mundo. Ya reclamaron demasiado. Ya dieron rienda suelta al rencor, a los
impulsos de venganza. ¡Basta ya! Basta de quejas; basta de llantos; basta de
reproches; basta de echar las culpas a los demás; basta de reclamar contra Dios.
Legó la hora, la hora de callar, de silenciar la mente, reclinar la cabeza, extenderle
un cheque en blanco; y quedarse abandonados en sus manos en silencio y paz.

8’ 07

Vamos a descubrir las fuentes secretas de los conflictos íntimos. No para abrir las
heridas sino para curarlas. Perdonar es abandonar la resistencia en contra de
algo o alguien, y sobre todo en contra de uno mismo. Es más fácil perdonar a los
demás que perdonarse a sí mismo. Pero no basta con abandonar la resistencia.
Además de perdonar hay que amar. Y perdonar-amar equivale a aceptar.

Primero, aceptar a los padres


Los hijos son siempre exigentes para con sus padres como si estos tuvieran
obligación de ser perfectos en todo. Por eso el niño mitifica prontamente a sus
padres. Pasan los años, y el niño, el hijo, comienza a darse cuenta de que sus
padres tienen defectos: la madre carece de belleza, el padre carece de
inteligencia, de éxito económico. El niño sufre desilusión por estas carencias y
comienza a avergonzarse de ellos, incluso a rechazarlos. Otras veces, el niño
comprueba que sus padres tienen defectos reales, o una conducta incorrecta. Y
los hijos difícilmente perdonan e incluso los desprecian. Normalmente los hijos se
sienten con todos los derechos y no rara vez echan a sus padres las culpas de sus
propias frustraciones, transformándose más de una vez y secretamente, en su
intimidad, como enemigos solapados de sus padres. Si ha sucedido algo de esto,
los hijos necesitan aceptar, es decir, perdonar, amar a sus padres. (3’)

Dios mío, si alguna vez sentí vergüenza, aversión por mis padres, en este día yo
los acojo con cariño y amor. Pido perdón por mi ingratitud y de Tus manos yo los
acepto con gratitud y con emoción. Si acaso ellos ya fallecieron, igualmente yo los
acojo, yo los abrazo, yo los amo, yo los acepto profundamente, totalmente en el
misterio de Tu Voluntad. Gracias por el regalo de mis padres y bendita sea su
memoria por siempre jamás

5’36

43
Segundo, aceptar la figura física.
Hay personas que no aceptan a nadie porque no se aceptan a sí mismas,
comenzando por la figura física. Rechazan a todos porque rechazan su físico. Y
viven así, verdaderamente resentidos con frecuencia. Se avergüenzan y se
sienten enemigos de su color, estatura, obesidad, cabello, dientes, su figura
general. Sienten tristeza y vergüenza de ser así. Experimentan inseguridad
general. Atribuyen el fracaso de su vida a la carencia de atributos físicos. Se
trata de una antipatía y enemistad en contra de sí mismos. Ridícula, por artificial,
porque se constituyen en víctimas y verdugos de sí mismos. (2’)

Padre mío, fuente de mi vida. Dame la gracia de hacerme amigo de mí mismo. Si


alguna vez sentí vergüenza de ser como soy, te pido perdón a Tí, autor de mi vida
y de mi ser. Perdona mi insensatez y mi ingratitud Dios mío. Desde ahora quiero
sentirme contento de ser como soy, feliz de ser como soy. Te alabo y te admiro y
te agradezco por estas manos, este rostro, esta figura general. Bendito seas por
haberme hecho tal como me hiciste. En tus manos me entrego feliz de ser como
soy.

3’33

Tercero, aceptación de la enfermedad y la muerte.


El ser humano nace y crece. Vuelan los años, la juventud se esfuma. Aparecen
las canas, se pierde la vista, el organismo se deteriora. Y en el momento menos
pensado nos hallamos en el umbral de la muerte. Lo que comienza, acaba. Lo
que nace, muere. Como el día acaba en la noche, el hombre acaba en la muerte.
Se vive una sola vez y cómo nos gustaría vivir con la sensación de salud y
bienestar. Pero ahí están las enfermedades, desaparece una y aparece otra,
como si esperaran turno. En la medida en que avanzan los años el organismo se
gasta, llegan nuevas enfermedades; y todas ellas juntas, o una sola, acabarán un
día conmigo. ¿Qué hacer? Luchar con todos los medios para eliminar la
enfermedad. Pero si a pesar de todo, ellas persisten, ¿qué hacer? Transformarlas
en hermanas y amigas.

El mal de la enfermedad no es el deterioro biológico, sino la resistencia mental.


Es peor la angustia que la enfermedad. Y es mejor la paz que la salud. La
enfermedad deja de ser enfermedad desde el momento en que se acepta la
enfermedad. La muerte deja de ser muerte desde el momento en que se acepta la
muerte. La resistencia las transforma en enemigas. Si sustituimos la resistencia
por el abandono, podemos hablar de la hermana enfermedad, la hermana muerte.

44
Entonces, dame la mano hermana enfermedad. Y como dos hermanos, como dos
amigos, tomados de la mano, caminemos juntos hasta el abrazo de la hermana
muerte, que nos abrirá las puertas de la vida. (3’)

Padre mío, dueño de la vida y de la muerte. Dame la gracia de aceptar con paz el
misterio doloroso de la vida, las enfermedades, el dolor, la decadencia y la muerte.
Aceptarlas sin lamentos, sin lágrimas, en silencio y paz. Me acuerdo de que Tu
Hijo Jesucristo transformó lo más negativo e inútil de la humanidad, como es el
dolor y la muerte, en fuente de redención y de vida eterna. También yo quiero
desde hoy, que mi dolor y mi muerte sean fuentes fecundas de redención. A partir
de este momento quiero sufrir con Jesús y como Jesús. En Tus manos, Padre
mío, me abandono con mi vida y mi muerte, mi salud y mi enfermedad. Amén.

5’53

Cuarto, aceptar, perdonar- amar, mi persona.


Mucha gente habla, al menos siente, como voy a hablar en este momento. Dicen:
¿Saben qué? Pues se vive una sola vez y cómo me hubiese gustado haber nacido
de otra manera por esta sola vez y única ocasión de la vida. Dicen que soy
antipático para ellos; si supieran lo antipático que soy para mí mismo. Dicen que
no les gusta nada mi modo de ser; si supieran cuánto me gusta a mí. Puedo
cambiar esta camisa por otra; no puedo cambiar esta indumentaria, esta
personalidad que soy yo mismo por otra. Esto acabará conmigo cuando yo acabe
en mi sepultura, conmigo, porque esto es yo mismo. Y pensar que se vive una
sola vez; y que en esta única ocasión me haya tocado este modo de ser que a mí
no me gusta nada, y que yo no lo escogí. Y mucha gente puede caer, y cae, en
una guerra de exterminio psicológico en contra de sí mismos, castigándose a sí
mismos. ¿Y qué quieren que les diga? Aquí es donde nacen los tipos
insoportables, los tipos imposibles que encontramos a veces en las familias y en la
sociedad. Enemigos sordos y ciegos en lo más oscuro y profundo inefable de su
ser; enemigos de la humanidad. Qué necesidad urgente de perdonar, amar, su
persona; de hacerse amigos de sí mismos, en cuántas personas en la sociedad,
en el mundo.

Hubiese querido tener un temperamento alegre y a veces nada le alegra y todo le


entristece. Hubiese querido ser equilibrado, pero con cuánta frecuencia se
apoderan de él reacciones neuróticas y hace lo que no quiere. Hubiese querido
ser suave y nació tan agitado. Hubiese querido ser humilde y nació tan orgulloso.
Hubiese querido ser puro y nació tan sensual. Siente envidias y sufre. Siente
rencores y sufre. Le gustaría ser encantador y no consigue agradar a nadie por
ese su modo de ser. Es tímido y sufre impulsos de fuga y todo le da miedo. Una
desgracia el haber nacido, concluyen algunos.

45
Pues bien, yo voy a gritar. No es una desgracia sino un privilegio. Y voy a decirles
que si tiene treinta defectos tiene trescientas cualidades. Y si es verdad, como
dicen, que ese universo está lleno de maravillas, la maravilla más grande soy yo
mismo. Y admirar y alabar al Altísimo por haber hecho un prodigio de sabiduría
que soy yo mismo. Y a pesar de mis repulsas y reticencias respecto de mí mismo,
soy una maravilla de los dedos de mi Dios y de mi Padre, una obra de artesanía
realizada por mi Dios. (4’)

Padre mío, en tus manos me pongo con lo poco que soy, feliz de ser como soy. Si
alguna vez sentí tristeza y vergüenza de ser como soy, te pido perdón a Ti por
haberme avergonzado de la obra de Tus manos. Te doy gracias por haberme
hecho capaz de pensar que pienso, portador de un aliento divino e inmortal.
Dame la gracia de perdonar, amar, esta extraña personalidad. En Tu Voluntad
perdono y amo tantas cosas, muy mías, que hasta ahora no me gustaban. En tus
manos me pongo con lo poco que soy, feliz de ser como soy, reconciliado y amigo
de mí mismo. Hágase Tu Voluntad.

8’27

Quinto, aceptar la propia historia


Mucha gente está triste porque vive recordando cosas tristes de su vida. Absurdo.
Lo que sucedió está irremediablemente consumado. Ni tus lágrimas, ni tus furias,
podrán en este momento hacer nada para que lo que ya sucedió no hubiese
sucedido. Es locura vivir removiendo y recordando cosas que te llenan de tristeza
y angustia. Como quien se da de cabeza contra los muros irremediables. Muchas
personas viven amargadas porque se dedican a recordar y a revivir cosas
amargas. Es locura. Las páginas muertas es necesario enterrarlas en el olvido
misterioso de la Voluntad del Padre. (5’)

Dios mío, Señor de mi vida. Dame la gracia de transformar el dolor en amor.


Aquellos que nunca me comprendieron, aquellos que nunca me aceptaron, y
siempre me rechazaron. Aquellos que se fueron detrás de mí con infundios,
medias verdades, calumnias enteras, y me hicieron pasar noches de insomnio y
días de lágrimas. Todos esos recuerdos, los dolientes, quiero transformarlos, en
este mismo momento, en una ofrenda de amor y lo deposito en silencio en lo
profundo de Tu Voluntad. Hágase Tu Voluntad. Resistencias del alma,
resentimientos del corazón, rebeldías de la vida, guerras interiores, conflictos
íntimos, memorias dolorosas, recuerdos amargos, aspectos de personalidad no
suficientemente asumidos, heridas de la vida no suficientemente cicatrizadas,
clamores, gritos, lágrimas; quiero reducir todo a silencio, en homenaje de amor, a
tu santa y misteriosa Voluntad. Hágase.
46
Todo aquello que fui y no debía haber sido; todo aquello que hice y no debí
haberlo hecho; todo aquello que dije y no debía haberlo dicho; todo eso, lo
deposito para siempre en el olvido eterno de Tu corazón. Hágase. Aquellas
personas que influyeron negativamente en mi vida; aquellas primeras
enemistades declaradas; aquel primer fracaso y aquel otro que fue el peor de mi
vida; aquella equivocación que tanto lamenté después; aquellos proyectos que se
fueron al suelo ya sabemos por culpa de quien; aquellos ideales que nunca los
pude realizar.

Señor, Señor, esta tremenda masa doliente y sangrante, que se transforme en una
ofrenda fragante de amor, en este mismo momento y quiero depositarlo para
siempre ante el altar de Tu Voluntad. Y sea este el segundo nacimiento de mi
vida. Lo anterior de mi vida, quede para siempre olvidado y borrado. Y como un
niño recién nacido comience yo hoy, a caminar libre y feliz.

9’15

CONTINUACION

Nos hemos perdonado a nosotros mismos. Nos corresponde ahora perdonar a los
hermanos.

La gente es ofendida alguna vez, pero, se siente ofendida muchas veces.


Necesitamos estar perdonando con frecuencia porque el rencor es como un tumor
que envenena la sangre y roba la alegría de vivir. El resentimiento solo destruye
al resentido. El que no quiere perdonar, y en lugar de perdonar se dedica a atizar
la llama del rencor, es un suicida. Sólo él se quema, es locura. ¿Quién sufre, el
que odia o el que es odiado? Con frecuencia el que es odiado está bailando en la
vida, sin acordarse para nada de usted, y usted trasmitiéndole ondas agresivas
que sólo a usted destruyen, es locura. Por no perdonar las gentes viven sombrías
y tristes. Solo ella sufren. El perdón beneficia al que perdona. No existe terapia
tan sanadora como el perdón. Por puro interés de salud mental, valdría la pena de
estar ejercitándose permanentemente en el perdón.

Lo importante es perdonar de verdad y en el corazón. No siempre es necesario


reconciliarse de palabra con el enemigo. De pronto una mirada amable, una
aproximación, un gesto: son mejores signos de perdón que las palabras. Con
frecuencia sucede lo siguiente. Usted perdonó y sintió paz; pero al cabo de tres o
cuatro semanas, otra vez la sensación desabrida de rencor en el corazón. No
asustarse. Una de las palabras más falaces de nuestra boca, ya lo hemos
repetido tantas veces, es la palabra total. No existe nada total. No existe madurez
total, abandono total, perdón total. En la vida todo es lento, evolutivo, y con
muchas contramarchas y retrocesos. Eso es lo normal.

47
Hay que ejercitarse otra vez en el perdón y así, poco a poco, sanarán las heridas y
después de un cierto tiempo la paz definitiva llegará a su corazón.

Perdón en el espíritu de Jesús.

Vamos a hacer todos juntos en este momento, el ejercicio de perdón en el Espíritu


de Jesús. Tomen pues una posición orante. Traigan a la memoria la persona más
desagradable por quien sienten en este momento mayor rechazo.

OH, Espíritu Santo, Poderosa Fuerza de Dios. Haz en este momento el prodigio
de identificar mis sentimientos son los sentimientos de Jesús. Mi Señor
Jesucristo, muerto y resucitado, entra dentro de mí; toma posesión completa de
todo mi ser. Hazte vivamente presente en mi cuerpo, en mi espíritu, y asume
completamente lo que siento, lo que pienso, lo que soy, y lo que tengo. En este
momento Tus sentimientos sean mis sentimientos; Tus emociones, mis
emociones; Tus ojos Jesús, mis ojos; Tus brazos mis brazos. Jesucristo,
poderoso y amoroso Señor, calma dentro de mí ese tumulto de hostilidad y rencor
que siento contra esa persona. Yo quiero sentir por esa persona en este
momento, lo que Tú sientes por ella; lo que Tú sentías al morir en la Cruz por ella.
Perdónale Tú dentro de mí. Y con mis sentimientos, transformados en Tus
sentimientos, perdónale y ámale dentro de mí, conmigo. Quiero perdonarle como
Tú le perdonas; amarle como Tú le amas; sentir por esa persona lo que Tú
sientes. Quiero mirarla con tus ojos, abrazarlo con Tus brazos. Yo lo quiero; yo lo
comprendo; yo lo perdono; yo lo amo; como Tú, como Tú, mi Señor. El, Tú y yo,
hechos los tres una misma unidad. En un estrecho abrazo los tres. El, Tú y yo;
yo, Tú, él; Tú, él y yo; en un abrazo identificante. Más que perdón, yo lo
comprendo, yo lo amo, yo lo quiero. (6’)

11’22

Perdón de comprensión

Nuestro principio general es: si supiéramos comprender, no haría falta perdonar.


Traigan a la memoria aquella persona con la que mantienen serios conflictos y
aplíquenle las siguientes reflexiones:

Fuera de casos excepcionales, nadie actúa con mala intención. ¿No estará usted
atribuyéndole intenciones perversas que él nunca las tuvo? En fin de cuentas,
¿quién es el injusto, él o usted?, ¿quién está equivocado, él o usted? Si él le hace
sufrir tanto a usted, ¿ya pensó cómo usted le hará sufrir a él? ¿Quién sabe si no
dijo lo que le dijeron que dijo?, ¿o lo dijo en otro contexto, en un momento de
ofuscación?

48
En un momento de nerviosismo cualquiera de nosotros es capaz de decir cosas
de las que nos arrepentimos a los pocos minutos. El parece orgulloso, no es
orgulloso, es tímido. La timidez y el orgullo aunque, tan diferentes, tienen la
mismísima cara. Su actitud para conmigo parece obstinación; no es obstinación,
es una necesidad de autoafirmación. Lo suyo parece agresividad en contra de mí,
pero en realidad es una manera de darse seguridad a sí mismo, mecanismo de
defensa. El problema no es conmigo, es consigo. Si él es difícil para mí, más
difícil es para él mismo. Si con ese modo de ser sufro yo, mucho más sufre el
mismo. Si hay una persona interesada en no ser así, esa persona no soy yo, es
él.

Y si él deseando no ser así, haciendo todo lo posible para cambiar, no consigue


cambiar, ¿tendrá tanta culpa como usted le atribuye? Le gustaría agradar a todos
y no consigue agradar a nadie por ese su modo de ser que él no escogió. Le
gustaría estar en paz con todos y siempre está en conflicto con todos. Le gustaría
ser encantador, pero nació tan desabrido. ¿Acaso escogió él su manera de ser?
¿Qué sentido tiene irritarse contra un modo de ser que él nunca escogió? Será
que merece la repulsa o simplemente comprensión y misericordia. Al final, en mi
relación con él, ¿quién es el injusto, él o yo? ¿No seré yo el equivocado en
mantener esa hostilidad y rechazo respecto de él? Si supiéramos comprender, no
haría falta perdonar. (3’)

5’58

49
OCTAVA SESION

ENCUENTRO

San Juan de la Cruz habla así: Descubre tu Presencia y mátenme tu vista y


hermosura. Mira que la dolencia del amor no se cura, sino con la Presencia y la
Figura. Lo que dicen estos versos, eso es lo que queremos conseguir con la
explicación y práctica que vamos a dar a continuación. Ustedes están aquí porque
no pueden vivir sin Dios. Porque buscan ardientemente el Rostro del Señor;
quieren encontrarse verdaderamente con el Señor. A ustedes también los ha
arrastrado aquí aquel ardiente anhelo expresado innumerables veces por los
hombres de Dios y que se expresa con aquel grito: Muéstrame tu Rostro. Rostro
de Dios es un expresión bíblica que significa Presencia Viva del Señor; significa la
Persona misma del Señor; Tú mismo. Y esa Presencia se hace palpable en la fe y
en el amor, cuando la intimidad se hace más profunda e intensa.

Esta Presencia, aunque siempre oscura, se hace más viva; o sea, en la fe y en el


amor, en el encuentro con Él, los rasgos de Dios se perciben, no más claros sino
más vivos. La claridad no se refiere a las formas, que Dios no las tiene; sino a la
densidad y seguridad de su Presencia. Podría yo estar en una noche oscura, con
una persona a la intemperie. No nos vemos, no nos tocamos, estamos en silencio,
mirando las estrellas. Pero yo siento vivamente su presencia; yo sé que él está
aquí conmigo. Uno puede apagar la sed en las aguas frescas del torrente. Pero el
origen de esas aguas está allá, arriba, en el glaciar de las nieves eternas.

De nuevo San Juan de la Cruz dice: No quieras enviarme, de hoy más


mensajeros, que no saben decirme lo que quiero. Más allá de los vestigios, dones
y gracias, el alma ansía no las aguas sino el manantial mismo de las aguas. Aquel
encuentro que es relación directa, yo, Tú; una comunicación de Presencia a
presencia. Pero una vez más, una presencia entre penumbras; igual que cuando
el sol se derrama a través de una espesa enramada. Es el sol pero no es el sol; es
un sol tamizado, derramado a través de una espesura; como si fueran destellos
del sol.

Nosotros utilizaremos la misma palabra que utilizaba Jesús: adorar. En la oración


de intercesión se ruega por los enfermos, los misioneros, los dolientes; entra todo
el mundo. En la oración de alabanza, se alaba por el sol, la luna, las estrellas; en
fin, por todas las criaturas; entra todo el mundo. En la adoración en cambio
desaparece todo el mundo y quedamos solo Tú y yo. Y si no quedamos a solas Tú
y yo no habrá encuentro. Podría yo estar entre cinco mil personas, todos
aclamando, gritando y cantando; si yo, en mi última instancia no quedo a solas
contigo, no habrá verdadero encuentro.

50
Al final, nosotros vamos a llegar a la conclusión de que el encuentro es intimidad;
y la intimidad es el punto donde se juntan dos interioridades. Yo contigo, Tú
conmigo, la experiencia viva del Estás conmigo. Al mismo tiempo la intimidad es
un recinto cerrado, un a solas. Todos los textos bíblicos que hacen referencia al
encuentro con Dios, hacen referencia a un a solas. “Vendremos a él y haremos un
hogar en él”. Un hogar es un recinto cerrado, Estoy a la puerta y llamo. Si alguien
me abre la puerta entraré> Se entra en un recinto cerrado. Y allá adentro no hay
un pueblo, no hay una familia; allá adentro está Él. Y si él me abre la puerta
entraré, y yo cenaré con él y él conmigo. A solas. Jesús todavía es mucho más
categórico. ¿Quieres adorar? Entra en tu cuarto. No se podía hablar con mayor
exactitud. Y aún estando ahí dentro, cierra puertas y ventanas. No cabe mayor
insistencia sobre la idea de un a solas. Aquí está el desafío: ¿de qué manera yo,
despojado de nerviosismos y de tensiones, puedo llegar a concentrarme en una
gran quietud, con el mismísimo Dios?

Si uno de ustedes se levanta aquí, en este momento, para hacerme a mí una


pregunta: si estoy pensando en esa persona no estoy con usted. Si estoy dando
vueltas a los problemas de aquel otro, no estoy con usted, no puedo estar con
usted. Para poder estar yo con usted, en este momento, nadie puede estar
conmigo, es decir, mi mente no puede estar ocupada por diferentes asuntos en un
mismo momento. Esta es la primera verdad acerca de la mente humana es decir,
que la atención humana solo puede estar fija simultáneamente en un solo punto.

Si estoy con los problemas de la familia, estaré con los problemas de la familia,
pero no estoy con Dios. Si estoy preocupado de los conflictos que arrastra la
comunidad, estaré con la comunidad, pero no estoy con Dios. Si al presentarme
ante el Señor, no hago más que angustiarme, por mi salud, por mis finanzas, por
mis conflictos matrimoniales, buscando su solución, no estoy con el Señor, estoy
conmigo mismo. La gente nunca se sale de las fronteras de sí mismo y de sus
intereses. La gente nunca llega a Dios; se queda siempre consigo, por eso sus
problemas no se solucionan. Falta entre nosotros un pueblo de adoradores en
espíritu y en verdad. Dios no está ahí como un financista para poner orden en mi
economía confusa, o como un mago para sanar las enfermedades irremediables.
Más aun, la Biblia viene a decir que el Señor, pues, por decirlo de alguna manera,
no vale para nada; que Dios no sirve para nada; más que para ser servido,
adorado, querido.

Con otras palabras, la Biblia viene a decir que el Señor es tan único, tan
incomparable, tan excelso y tan formidable, que vale la pena de que se le dedique
toda la atención, todas las energías, todos los entusiasmos; por sí mismo, en sí
mismo, para sí mismo; sin otra utilidad, sin otro interés, sin otra finalidad más que
Él mismo, por sí mismo, sólo Él, todo Él, bendito por siempre. Es lo que la Biblia
viene a decir a través de todas las páginas; a eso llamamos: gratuidad absoluta de
Dios o gratuidad absoluta de la adoración. Y los que ponen en práctica una actitud
así de pura, así de desinteresada, son llamados un pueblo de adoradores en
espíritu y en verdad.
51
Si yo en este momento escucho una preciosa melodía y digo: No sé por qué esta
música me despierta a Dios. Está bien. Si en un momento determinado toda mi
alma quedara completamente concentrada en mi Dios, ya desapareció la música.
La música no desapareció, la música está sonando igual, y mis oídos la están
captando. Mis oídos sí, pero yo no. Yo no estoy con la música, estoy contigo, Dios
mío. No puedo estar atento al mismo tiempo a dos motivos. La música me puede
evocar a Dios; pero una vez que el Evocado se hace presente, la evocación
desaparece. Dios mismo es otra cosa que las evocaciones, los conceptos y las
imágenes sobre Él.

Nosotros nos metemos en el seno de una naturaleza exuberante y decimos: “No


sé por qué tanta vitalidad, tantos colores, tanta variedad me despiertan, me hacen
presente al Eterno, al Infinito. Está bien. Pero si en un momento determinado mi
alma quedara enteramente cautivada y concentrada en mi Dios, ya desparecieron
los pájaros, los ríos y las montañas. No desapareció nada, todo está ahí, delante
de mis sentidos. Pero yo no puedo estar atento al perfume de las flores, al canto
de los pájaros; no puedo estar atento a todas estas cosas, porque mi atención
ahora está cautivada y concentrada en Ti, Dios mío. Este universo de las criaturas
puede despertarme a mi Dios. Pero una vez que el Despertado se hace presente,
los despertadores desaparecen, es decir, el encuentro se consuma a solas. Será
bueno subir a Dios por las criaturas, pero en el jardín, mil reflejos distraen, los
sentidos se entretienen. Solo en la fe pura y en el silencio completo refulge la
Presencia Absoluta.

Para que se dé un verdadero encuentro con el Señor, San Juan de la Cruz exige
las siguientes condiciones: La noche sosegada, la música callada, la soledad
sonora y la cena que recrea y enamora. Si queremos pues, tener una cena que
recrea y enamora, es decir, un encuentro que deleita y transfigura; necesitamos
tener una noche sosegada, la música silenciada, en medio de un gran silencio
interior.

14´01

CONTINUACION (con música)


Puestas estas condiciones, nos preguntamos: ¿cómo adorar? Capítulo primero,
dice Jesús: entra en tu cuarto. Entrar en un cuarto es cosa fácil, pero ¿qué nos
hacemos si el mundo turbulento y agitado viene con nosotros? Ese cuarto del que
habla Jesús hay que entenderlo en sentido figurado; es aquella última soledad del
ser. Capítulo segundo, dice, dice Jesús: cierra puertas y ventanas. Cerrar esas
puertas o aquellas ventanas es cosa fácil. Pero ¿qué nos hacemos con que
ustedes hayan dejado las gentes en sus casas, si esas gentes vienen bailando en
sus cabezas? Al consejo de cerrar puertas y ventanas, hoy designamos y
llamamos con una palabra moderna: silenciamiento.

52
No me cansaré de repetir: Para que la Presencia del Dios, en la fe, se haga densa,
consistente y refrescante; es necesario una atención abierta, despojada de gentes
y clamores; una sala de visitas vacía y silenciosa. Cuanto más silencien las
criaturas, tanto más despejada estará el alma, y tanto más puro y profundo será el
encuentro con Dios. Dice San Juan de la Cruz: Aprended a estaros vacíos de
todas vuestras cosas, tanto interiores como exteriores, y veréis como resplandece
Dios.

A mí me parece que la mayoría de los cristianos no llega a las experiencias


profundas con Dios, por no hacer previamente este trabajo de despojo y
silenciamiento. Por eso nosotros entregamos y practicamos en los Talleres,
pequeños silenciamientos como una ayuda útil para todos, y para algunos,
imprescindible, para poder tener encuentros verdaderos con el Señor. Pero no
equivocarse, el silenciamiento no es oración, es una pequeña ayuda previa para
poder orar. Un refrán dice: Cierra los ojos y verás; haz silencio y escucharás.

La mente es una masa confusa en que es difícil distinguir lo que es pensamiento


de lo que es emoción. Todo está entremezclado. Recuerdos, imágenes, proyectos,
presentimientos, sentimientos, pensamientos, criterios, anhelos, obsesiones,
ansiedades: todo está en una confusa mezcla. En ese mar turbulento y agitado,
Dios naufraga inevitablemente. Imposible una intimidad quieta y concentrada en la
fe y en el amor con el Señor Dios. Hay que comenzar por silenciar todo.

Vean por qué insistimos en la necesidad de pequeños silenciamientos y los


practicamos en los Talleres. Aquí también utilizamos el verbo soltar. Te darás
cuenta de que los recuerdos y deseos se te prenden. Suéltalos. Los recuerdos
alegres, tristes, indiferentes; suelta todo. Tu mente es como una pizarra que está
escrita, pero ahora, hemos borrado todo. Lo que hay delante, expectativas,
temores, proyectos, anhelos; suéltalo todo de un golpe. Como quien apaga la luz
de la habitación y todo queda a oscuras, así haz un vacío total; para el motor de la
mente y quede todo en silencio. Hacia adelante no hay nada; hacia atrás no hay
nada; dentro de mí no hay nada; fuera de mí no hay nada: en este momento no
hay nada; fuera de este momento no hay nada. ¿Qué queda? Lo más importante.
La presencia de mí mismo a mí mismo en silencio y paz. El que percibe soy yo; lo
percibido soy yo. Yo soy yo mismo. Soledad, silencio, mismidad. Ahora sí, ahora
estoy en disposición de poder decir auténticamente: Tú eres mi Dios; estás
conmigo.

53
Ya están dadas las condiciones para la cena que recrea y enamora. Ahora viene a
decir Jesús: En este momento te darás cuenta de que el Padre está contigo. El
Padre también antes estaba contigo, pero la polvareda de los ruidos impedía
percibir su Presencia, ocultaba su Rostro. Pero ahora que el polvo se ha
esfumado, ahuyentado por el silencio y la atmósfera ha quedado transparente;
ahora el Rostro del Padre trasparecerá ante ti, nítido, evidente, patente. Tendrás la
conciencia clara de que Tú, Padre mío, estás conmigo. No es exacto decir que
Dios está dentro de mí. Está dentro de mí, pero también está fuera de mí; es
inmanente a mí, pero también es trascendente a mí. Lo correcto y exacto sería
decir que Dios está conmigo, es conmigo; dondequiera que yo vaya. Él va
conmigo.

Ahora bien, si yo me encuentro en la última soledad del ser, en la última intimidad


con mi Padre, ¿qué hacer ahora, cómo adorar? Y Jesús responde: Cuidado con
muchas palabras. Mira, el Padre está contigo, pues quédate con Él. ¿Qué significa
quedarse con Él? Significa establecer una corriente vital de atención y de afecto;
con un Tú. De tal manera que todo yo, todas mis energías mentales y afectivas,
salen de mí, se centran en un Tú y se concentran en un Tú. Y todo yo permanezco
acogedor, concentrado, quieto.

Ahora bien, si el Tú sale hacia mí y yo acojo su salida; y yo a mi vez salgo hacia el


Tú por el camino de la fe y del amor, y Él acoge mi salida; el encuentro viene a ser
un punto donde se juntan dos interioridades; momento consumado en el silencio,
en la fe, en el amor. Y así, yo permanezco quieto, concentrado, compenetrado,
paralizado, prendido, adherido a un Tú, en un Tú, con un Tú. Dos presencias
previamente conocidas y amadas, se hacen mutuamente presentes, y se
establece una corriente circular y alterna de dar y recibir; de amar y de sentirse
amado. Es un círculo vital de denso movimiento que sin embargo, se consuma en
la máxima quietud, Es un diálogo. Pero en este diálogo no necesariamente se
cruzan palabras, ni siquiera mentales. Es un intercambio afectuoso en el que
sabemos que se nos ama y amamos. Es un trato de amistad en el que circula
una corriente cálida y palpitante de persona a persona. Es un estar con; sentirse
recíprocamente presentes. Algo así como un intercambio de miradas. Tú me
miras; yo te miro. Pero mucho más exactamente, es la experiencia del
Estás conmigo.

Tú me sondeas, me conoces, me amas. Estás conmigo.


Tú me compenetras, me envuelves, me amas.
Tú me inundas, me circundas, me transfiguras. Estás conmigo.
Estás substancialmente Presente en mi ser entero.
Tú me comunicas la existencia y la consistencia.

54
En Ti existo, me muevo; en Ti soy.
Tú eres conmigo. Estás conmigo.
Eres la esencia de mi existencia; el fundamento fundante de mi ser.
Estás conmigo. Eres conmigo.
Estoy dentro de Ti. Estás dentro de mí.
Estoy en torno de Ti. Estás en torno de mí.
Con tu Presencia activa, paterna y vivificante, compenetras todo cuanto soy y
todo cuanto tengo. Estás conmigo.
Eres el Alma de mi alma y la Vida de mi vida.
Eres más interior que mi propia intimidad.
Eres más yo que yo mismo.
Eres aquel mar azul profundo, en el cual estoy enteramente sumergido.
Dondequiera que estés Tú estoy yo,
Dondequiera que yo esté, estás Tú.
Soy pues hijo de la Inmensidad. No puedo escaparme por eso mismo de Tu
Presencia. Si intentara escalar las altas estrellas o las altas montañas, ahí
también te encontraré.
No hay piedra en el fondo del río que no esté rodeada de agua como yo lo estoy
de Ti. No hay pez en el mar ni pájaro en el aire que estén rodeados de elementos
como yo lo estoy de Ti.
Si descendiera a las grutas oscuras de la tierra, ahí también te encontraré; me
envolverás, me amarás, me tomarás de la mano y me dirás: Eres hijo de mi amor,
sombra bendita de mi substancia eterna.
Si en un arrebato de locura pidiese prestadas las alas blancas de la luz y fuese
recorriendo trescientos mil kilómetros por segundo y atravesando los espacios
intergalácticos llegara hasta la esquina misma donde termina el mundo; ahí
también te encontraré. Me tomarás de la mano y me dirás: Aquí estoy, contigo
voy; contigo soy.

55
Y si en una insania total yo dijera: pues bien voy a pedir prestadas las alas negras
de las tinieblas, un manto negro a la noche para cubrirme y así desorientar a este
implacable perseguidor, a este cazador divino, si dijera cualesquiera de esas
tonterías; es inútil, es imposible. Para Ti la noche es transparente como el día y
las tinieblas son luminosas como el medio día.
Estás conmigo. Eres conmigo. Tú eres mi fortaleza y mi ternura.
Eres la Inspiración de mi vida y mi Libertad completa.
Eres la Dulzura de mi corazón y mi Seguridad.
Tú eres mi Dios y mi Padre.
La Alegría de mi alma y mi Descanso.
Mi Amigo, mi Dios y mi Todo.

Estás conmigo.

16´07

56
NOVENA SESION

EN SILENCIO EN LA PRESENCIA

Antes de entrar en la explicación y práctica de la oración de contemplación,


ofrecemos aquí unas reflexiones de carácter práctico, que nos guiarán en la vida
general de oración.

1° Orar no es fácil

Hacer una oración de intercesión o cualquier oración vocal es actividad fácil, pero
preparar el alma para el encuentro, silenciar los clamores interiores, sosegar los
nervios y controlar las energías mentales para concentrarlas completamente en un
Tu, y así en la última soledad del ser asumir el misterio infinito y personal del
Señor, todo eso no es tarea fácil.

La oración es un Don, un Don de Dios, y sin duda el primer Don, no lo olvidemos.


Pero también es un arte, en suma, en la oración convergen la Gracia y la
naturaleza, de parte de la naturaleza, para orar bien se necesita orden, método,
disciplina. El método sin la Gracia no conseguirá ningún buen resultado; de
acuerdo; pero la Gracia necesita de la colaboración de la naturaleza, y sin ella,
fuera de casos excepcionales, no producirá buenos efectos.

Hemos conocido en la vida personas dotadas de una sensibilidad Divina fuera de


serie, una tal potencia mística que si la hubiesen cultivado esmeradamente, hoy
serían estrellas de primera magnitud en la Iglesia. Y mientras tanto se las ve, en
una pura mediocridad y descontento. Semillas que tenían la capacidad de llegar a
ser árboles de cuarenta metros de altura, se han quedado en cuatro metros por
falta de orden, disciplina, paciencia, perseverancia.

Bien sabemos que Dios puede saltarse por encima de métodos y normalidades
psicológicas, pero ordinariamente se somete a las normalidades evolutivas de la
naturaleza humana, y no soñemos en llegar a las alturas de la contemplación, sin
esfuerzo, orden y método. Todo es lento, hoy se siembra, después de varias
semanas germina, y después de muchos meses se cosecha.
No hay saltos, hay pasos.

Muchos emprenden la ruta de la oración. Algunos la abandonan casi ya de


entrada diciendo: “yo no nací para esto, es tiempo perdido, no veo los resultados”.
Otros muchos, fatigados, se estacionan en la mediocridad, continúan en la
actividad orante pero sin entusiasmo, con desgana. Finalmente, hay quienes
aunque entre dificultades, avanzan intrépidamente hasta las cumbres más altas.

57
2° Los enemigos principales de la oración son: la falta de paciencia, la falta
de perseverancia, la falta de esperanza.

Comencemos hablando de la condición absoluta y primaria de la oración: la


paciencia.

Digamos para comenzar, que el regalo no se consigue, ni se conquista ni siquiera


se pide, el regalo se recibe. Gratuitamente se da, gratuitamente se recibe.
Y aquí entramos en el capítulo primario de Dios, su esencial Gratuidad. De
consiguiente sus iniciativas para con nosotros serán necesariamente
desconcertantes, imprevisibles, y necesitaremos de mucha paciencia en el trato
con Dios.

Dicen por ahí que la paciencia es el arte de esperar, prefiero pensar que es el arte
de saber, porque lo que se sabe, se espera. ¿Saber qué? Que Dios es
esencialmente gratuidad.

Entre nosotros funcionan las leyes de la proporcionalidad. Te doy tanto, me das


tanto. Te trabajo tantas horas, tú me pagas tal salario. A tal causa, tal efecto. A
tanto acción tanta reacción. Leyes de proporcionalidad, cálculos de probabilidad,
Constantes psicológicas. Así por ahí, a través de esas leyes avanza toda la
actividad y la relación humana entre nosotros.

En la vida con Dios no sucede nada de eso, nadie puede cuestionarlo


preguntándole: Señor, ¿cómo a ese que trabajó dos horas le estás pagando igual
que aquel que trabajó diez horas? Dios responderá: lo que le di a este de las dos
horas, no fue un salario, fue un regalito que yo le hice. Lo que le di al que trabajó
diez horas, no fue un salario fue un regalo que yo le hice. Y de lo mío puedo hacer
lo que considere conveniente. Y es bueno que ustedes sepan que en este mi
reino, nada se paga porque nada se gana. Nada se premia porque nada se
merece.

En este mi reino funciona un solo verbo, el verbo dar. Todo es Don, todo es
dádiva. Y en la órbita de ustedes, un solo verbo, el verbo recibir. Todo es regalo,
todo es Gracia. Y si de entrada no toman conciencia ustedes, y aceptan con paz,
que ustedes y yo estamos en órbitas diferentes, van a sentirse desconcertados
muchas veces por este nuestro Dios.

Inclusive las palabras de Dios en la Biblia suenan a capricho, “Hago gracia de


quien hago gracia. Tengo misericordia de quien tengo misericordia”, palabras sin
sentido. Justamente porque son palabras sin sentidos, son la manera genial de
definir lo gratuito, lo gratuito es así, sin pies ni lógica, ni cabeza. Hago gracia de
quien quiero, a quien quiero, como quiero, cuando quiero. Los que me buscan me
encontrarán, pero no cuando quieran, donde quieran, o de la manera que quieran.

58
Una tarde se retiran ustedes a un lugar tranquilo para estar con Dios, en los treinta
primeros minutos viven una inundación de consolación Divina, y en las restantes
horas, fatiga, aridez, cansancio. Y al revés, en otra oportunidad, cuatro horas de
aridez, y los últimos veinte minutos de resplandeciente presencia de Dios, la gloria
infinita de su poder.

Usted fue a pasar un día con Dios en un bosque lleno de paz y resultó un día
estéril, dispersión, apatía, desgana. Al día siguiente, en el supermercado o en un
tren abarrotado de gente gritona, allí Dios se hace presente con todo el peso de su
gloria. Él es así, desconcertante, imprevisible. Los que lo buscan lo encontrarán,
pero no cuando quieran, como quieran, de la manera que quieran.

Después de dormir admirablemente va usted a la oración, relajado, descansado, y


fueron treinta minutos de distracción completa, un desastre. La noche siguiente se
acostó, con dolor de cabeza, no pudo dormir, amaneció con dolor de cabeza. Se
puso en oración y los treinta minutos fueron un diluvio de consolación, de
presencia, de ternura y de paz. El día que la lógica decía: no hay condiciones para
orar, resultó aquella maravilla. Y el día que la lógica decía: están dadas todas las
circunstancias para una gran oración, resultó aquel desastre. No hay lógica. Todo
es Gracia, y la Gracia por ser Gracia es imprevisible, desconcertante.

Dios toma a una persona y la llevando la vida por las áridas arenas de un desierto.
Toma a otra persona y la va llevando toda la vida por los mares de la ternura.
Toma a otra persona, y en medio de la vida, Dios se le hace presente con una de
esas visitaciones que la dejan marcada para siempre. Toma a otra persona y no le
da ninguna de estas visitaciones extraordinarias sino que le da una sensibilidad
que no puede vivir sin Dios, no puede dejar de buscarlo. Toma a otra persona y no
le da nada de eso, pero le da una tenacidad que la mantiene en la fidelidad por
todos los días de su vida. ¡Él no se repite, Él no se repite!, para cada uno tiene
una pedagogía, y esta pedagogía va variando según unas leyes que las
desconocemos completamente.

Los que quieran tomar en serio a Dios, que se preparen, que se preparen para
sentarse pacientemente ante el umbral de su puerta esperando los silencios,
ausencias, tardanzas.

De ahí viene esa ley por la que la gente abandona toda vida seria con Dios, la ley
de la desproporción entre los esfuerzos y los resultados. Nosotros estamos
acostumbrados a dos leyes típicas de la sociedad tecnológica, la rapidez y la
eficacia. Todo lo queremos rápido, eficaz, casi automático. A tal causa, tal efecto.
A tanta acción, tanta reacción. A tales medios, tales efectos. A tales esfuerzos,
tales resultados. Seguimos en el esfuerzo porque vemos los resultados positivos,
los resultados dinamizan el esfuerzo, el esfuerzo produce los resultados, y en este
circuito vital avanza toda la actividad humana.

59
Pero en la vida con Dios no sucede nada de eso. Más bien nos parecemos a
aquellos pescadores que estuvieron toda la noche con las redes extendidas y a la
mañana siguiente, las redes vacías. Desproporción entre los esfuerzos y los
resultados.

O como decía Santa Teresa, echar el balde en el pozo y, ni una gota de agua.
Otra vez el balde en el pozo y, ni una gota de agua. Desproporción entre los
esfuerzos y los resultados. Y la gente va perdiendo la fe en todo esto diciendo:
¡Oye, pero si esto parece tan irracional, tan desproporcional, pero si estamos
perdiendo el tiempo, pero no vale la pena, oye! Y van abandonando y abandonan
todo, por no saber que no necesariamente a nuestros esfuerzos por buscarlo,
corresponderá la gracia de encontrarlo. Por no saber que no necesariamente los
resultados serán proporcionales a los esfuerzos. Por no saber que Él es así,
esencialmente gratuidad, en suma, por no tener paciencia en la vida de oración.

La vida me ha enseñado que, quizás, la razón principal por la que gente abandona
toda vida de oración es esta: La vida con Dios a muchos les parece tan sin
sentido, tan sin lógica, tan sin proporción, que acaban teniendo la impresión de
que todo es irreal, irracional y abandonan todo. De repente cae Dios con una
presencia tan embriagadora, que la confirma en la fe y la deja vibrando por todos
los días de su vida. Hubo hombres que no buscaron a Dios, pero El les salió al
encuentro con esplendor y gloria, hay quienes pasan la vida en medio de puras
consolaciones, otros, en una eterna noche oscura, otros, entre luces y sombras:
saber y aceptar con paz que Él es así esencialmente gratuidad, la paciencia.
Repetimos, el que quiera tomar en serio a Dios, que se prepare a sentarse
pacientemente ante el umbral de su puerta, aceptando con paz, sus silencios,
ausencias y tardanzas.

De la paciencia nace la perseverancia. Un bebé, para aprender a andar, ¡que


obstinada terquedad! Cae, se lastima la nariz; llorando y sangrando lo levantan y
después de unas horas, otra vez se echa andar. Otra vez en el suelo el bebé y
llorando. Después de unas horas, otra vez corriendo alegremente. Millares de
veces. Y después de tanto caerse y levantarse, ahora sí, tenemos un bebé que es
un espectáculo de vitalidad inagotable. Si tuviéramos esa obstinada perseverancia
para caminar por los caminos del Señor.

En tierras sumamente frías como de Ucrania, por ejemplo siembran un inmenso trigal,
brota el trigal, llega el invierno y caen toneladas de nieves sobre el pobre trigal recién
nacido, que aplastado y todo sobrevive, persevera, no se deja morir. Llegan heladas
hasta de treinta grados bajo cero y el tierno trigal se agarra obstinadamente a la vida y
sobrevive y persevera. Llega la primavera, el trigal comienza a escalar la vida, llega el
verano y ustedes no encontrarán espectáculo semejante en este mundo como un
inmenso trigal dorado cuando es suavemente mecido por la brisa. ¿De dónde proviene
este espectáculo, señores?, ¿qué de dónde proviene? De las noches heladas del
invierno. Por haber perseverado obstinadamente en las noches horribles del invierno,
ahora tenemos este espectáculo que nos hace llorar de emoción.
60
No hay más. Cuando llegan las noches heladas del espíritu, sobrevivir, perseverar.
En la aridez, en la sequedad, cuando llega la sensación de perder el tiempo, ¡de
que no vale la pena! Estén despiertos dirá Jesús a los apóstoles allá en el huerto;
perseveren, no se duerman, póngase de pie. Solo los que perseveren probarán la
miel de la victoria y sólo los que perseveraren serán coronados por la corona de la
victoria.

Finalmente la esperanza, los tres ángeles son interdependientes. La esperanza


engendra la paciencia, la paciencia engendra la perseverancia. Los tres ángeles
van tomados de la mano, paciencia, perseverancia, esperanza.

Hay que distinguir la ilusión de la esperanza. La ilusión acaba siempre en


desilusión, la esperanza en cambio, no muere nunca. No muere nunca porque ella
nació del seno de la muerte, y la muerte nunca la alcanzará. Cuando todo el
mundo pasaba delante de aquel cadáver crucificado y sepultado, Jesucristo
muerto y sepultado. Y todo el mundo sentía, pensaba, le parecía, gritaba y
coreaba aquí se acabó todo, no hay nada que hacer, aquí se acabó todo. Ahí
mismo la esperanza levantó su cabeza por primera vez para gritar ¡aquí comienza
todo señores! Y allí comenzó todo, hasta el fin del mundo. Al final, Jesucristo
resucitado es nuestra única esperanza. Nosotros no seremos derrotados, nosotros
no fracasaremos, porque estamos anclados contra toda esperanza en Jesús,
resucitando de la muerte.

20´41

CONTINUACION

Oración de Contemplación

En la medida en que el alma se va elevando y va profundizando su relaciones con


el Señor, van desapareciendo las palabras, primero las exteriores, luego la
interiores. Las palabras llevan conceptos y los conceptos contienen algo de Dios,
pero solo el silencio puede contener completamente al infinito.

Cuando el encuentro con Dios es cada vez más puro, tiende a ser cada vez más
simple, más profundo, más posesivo. Ya no hay reflexión, ya no hay conocimiento.
Hay un simple darse cuenta. En este momento el trato con Dios es intuición,
posesión, integración, unión. La reflexión ya quedó atrás. Cuando la mente se
pone a reflexionar, queda sometida a inestabilidad, multiplicidad, inquietud y
movimiento, y eso, divide, turba. Por eso cuando el encuentro se va aproximando
a la contemplación, la reflexión tiende a desaparecer y el encuentro viene a ser
más simple, totalizador, quieto. Donde hay posesión, no hay movimiento.

61
Para este momento, el medio de experimentación de Dios, no es la inteligencia
sino la persona total. Por eso se abandonan las palabras y la comunicación se
efectúa de ser a Ser, de persona a Persona. En un acto simple y total, el
contemplador se siente en Dios y con Dios. Yo dentro de Él y El dentro de mí. Se
trata pues, de una especie de intuición, densa y penetrante al mismo tiempo,
sobre todo muy vívida, sin imágenes, sin pensamientos. Los pensamientos, re-
presentan a Dios pero aquí no hace falta hacer presente a nadie, porque Él ya
está presente ahora, conmigo. Es una vivencia inmediata y consciente de la gran
realidad. Vivencia, no inteligencia, inmediata, que quiere decir sin intermediarios
de palabras o ideas. Y con alguien cariñoso, familiar, concreto, queridísimo.

La oración de contemplación es pues, una vivencia inmediata de Dios. Por eso el


contemplador está en silencio, donde, sin palabras, hay, sin embargo, una
corriente cálida y palpitante de comunicación. Es un silencio poblado de asombro
y presencia. Como dice el Salmo 8, ¡Señor, Señor, que admirable es tu Nombre
sobre toda la tierra! Y el Salmo 104, cuando dice: ¡Bendice alma mía al Señor!
¡Dios mío, que grande eres! No se afirma nada, no se explica nada.

El contemplador nada siente ni pretende entender: vive. Está en la posesión


colmada en que los deseos y las palabras callaron. Le basta estar a los pies del
otro sin saber, sin querer saber nada, solo mirar y sentirse mirado, como un
atardecer sereno en que se colmaron las expectativas, donde todo parece una
eternidad quieta, plena. Podríamos decir que el contemplador está mudo,
embriagado, identificado, envuelto y compenetrado de la Presencia y con la
Presencia. Como dice magistralmente San Juan de la Cruz:

Quédeme y olvídeme,
El rostro recliné sobre el amado,
Cesó todo y dejéme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado.

La señal de que ya hemos entrado en la oración de contemplación según San


Juan de la Cruz son: “Cuando el alma gusta de estarse a solas con atención
amorosa y sosegada en Dios”.

La oración de contemplación no es pues un privilegio de los grandes místicos de


los días de san Francisco o de santa Teresa, hay que suponer que muchos de
ustedes, tienen oración de contemplación, al menos por momentos. Usted está
haciendo lectura rezada, supongamos; cuando y puede suceder que de pronto la
presencia de Dios por aquella Gracia, por aquella clase de Gracias que Dios de
repente da. Dios se hace densamente presente, y usted queda sin ganas de decir
nada, simplemente de quedarse en silencio, envuelto en la Presencia. Ya está en
la oración de contemplación.

62
La segunda señal, según San Juan de la Cruz es: “Dejar estar el alma en sosiego
y quietud, aunque le parezca estar perdiendo el tiempo, en quietud y descanso”.
Las personas que tienen oración de contemplación, tienden a abandonarla por su
pasividad, aparente pasividad. Tú me miras, yo te miro, ¿Qué hacemos? No
hacemos nada, pero en este no hacer nada, puede haber una densidad de
comunicación, más que con todas las palabras del diccionario.

La tercera señal según San Juan de la Cruz, es “Dejar el alma descansada de


todo discurso mental, sin preocuparse de pensar o meditar, sólo una atención, una
noticia general, amorosa, eso sí, sin entender sobre qué”. San Juan de la Cruz
utiliza siempre estas tres palabras, noticia, advertencia, atención. Y las tres
palabras se oponen a intelección. Entender es una actividad activa, contemplar es
una actividad pasiva, aparentemente pasiva. Y yo a mi vez, todo el misterio de la
oración de contemplación lo reduzco a dos palabras: Silencio y Presencia o en
silencio en la Presencia.

Primero, Silencio. Hay que cavar un vacío infinito, porque es un infinito el que lo
que lo va a ocupar. Hay que vaciarse completamente hasta quedarse sin sentir,
sin pensar, sin imaginar. Dentro de mí no hay nada, fuera de mí no hay nada. En
este momento no hay nada, fuera de este momento no hay nada. ¿Qué queda? Lo
más importante, una atención de mí mismo a mí mismo purificada por el silencio y
la paz.

Finalmente, Presencia. Hay que abrir esa atención purificada por el silencio, al que
es el absolutamente Absoluto, el totalmente distinto de mí y mis mundos, al
completamente Otro, que yo, mis mundos, mis fronteras e intereses. Como quien
mira sin pensar, como quien ama y se siente amado.

Llegado este momento, Dios pierde toda imagen, forma, figura, concretes,
localidad. Ya no es el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Simplicidad, Trinidad,
Unidad. Ya no, es, ¡qué cosa es! Ya no hay palabras, ya no hay nombres, hay un
pronombre, es Él. Un Él, que no está arriba, abajo, derecha, izquierda, dentro,
fuera. Un Él que por hablar de alguna manera no está en ninguna parte. Mejor,
está en toda parte. Es decir: comprende, abarca, sobrepasa, trasciende todo
tiempo, todo espacio, toda realidad. ¡Él es, y basta!

Al final, pueden quemar todos los libros escritos sobre Dios en toda la historia,
porque todas las palabras son equívocas. Las dos palabras unívocas, propísimas
y que a sólo Dios corresponden, son, el verbo ser y el pronombre personal: Yo soy
Aquel que Soy. El es y me ama. El es la Presencia Pura y Esencial y Amante y
Envolvente y Compenetrante y Omnipresente. ¡El es y me ama!

63
Al final no queda pues, más que un Tú, que no es enorme sino enormidad, que no
es inmenso sino inmensidad, que no es eterno sino eternidad, que no está lejos
sino que es lejanía, que no está dentro de mí sino que es inmanente a mí, que no
está fuera de mí sino que es trascendente a mí.

Y yo ¿Quién soy? En este momento, soy una atención abierta, amorosa y


sosegada. No absorbido por un Tú, sino asumido por un Tú.

Es conveniente comenzar con un ejercicio auditivo, con expresiones que sean


químicamente puras, por ejemplo: “Mi Dios, y mi todo”, por ejemplo las primeras
palabras del Salmo 139: “Tú me sondeas, me conoces y me amas”. O las primeras
palabras del Salmo 63: “Señor, Señor: Tú eres mi Dios”. O simplemente: “Mi Señor
y mi Dios”. Tiene que ser, sin embargo, una sola expresión. Se va repitiendo
intermitentemente, hasta que las palabras, cuando llega la Gracia de la
contemplación, por sí mismas caen y el alma queda, sin decir nada con la boca,
nada con la mente.

Tienen que darse cuenta, de que las palabras son puentes que hacen Presente al
ausente, pero una vez que el ausente se hizo densamente Presente ¿De qué
sirven los puentes y las palabras? Las palabras, cesan por sí mismas, y el alma,
como digo, queda sin decir nada con la boca, nada con la mente. Tú me miras, yo
te miro. Tú me amas, yo te amo. Ni siquiera se dicen estas palabras, pero esa es
la corriente interior, que se establece entre el alma y Dios. Yo soy como una
inmensa playa. El es como el mar. Yo soy como una inmensa pradera, El es como
el sol. Dejarse inundar, dejarse impregnar, dejarse amar. Dejarse amar.

15´29

64
DECIMA SESION

PRINCIPIO, CENTRO, META

Nuestro propósito hasta el momento, ha sido estar con el Señor para hacernos
amigos del Señor. Contemplar al Señor para que su imagen se fije en nuestra
mente y así poder luego caminar a la luz de su figura, con el fin de que nosotros
finalmente lleguemos a ser ante el mundo, y en el mundo, imágenes vivientes del
Señor, de tal manera que los que nos ven, lo vean.

Pablo nos dice que, desde la eternidad, Dios nos había programado para ser
conformes a la figura de su Hijo, predestinados para reproducir su imagen.
Muchos siglos antes, Dios había dicho a Moisés: Harás un santuario conforme al
modelo que te he mostrado. Moisés lo había contemplado en el interior de la nube
y el modelo ahí contemplado, debía reproducirlo cuando bajara al valle: es un
símbolo.

Se supone que el tallerista ha contemplado el modelo Jesús en el trato personal; y


ha quedado deslumbrado por esa figura. Y se supone que ahora al bajar al valle
de la vida, va a tratar de reproducir esa figura en su propia vida. Porque Jesús es
el Rostro del Padre. El que ha visto a Jesús ha visto al Padre. Jesús, es pues, el
resplandor de la gloria del Padre y efigie verdadera de su sustancia.

Ahora, ¿quién es Jesús? Hoy día Jesús es presentado como el hombre para los
hombres. Esto es, un hombre cuya razón de ser es estar abierto a los demás.
Aquel hombre cuya esencia es estar al servicio de los demás. En suma, un
Hombre esencialmente para los demás. Pero, a fin de llegar a ser el Hombre parra
los hombres, Jesús no es primeramente el Hombre con los hombres, sino que es
el Hombre abierto al Padre, es decir, un Hombre de oración. De tal manera que un
teólogo llega a decir, que si Jesús no se hubiera retirado tan frecuente y
profundamente para estar con el Padre, no habría sido capaz de ser como lo fue el
Hombre con los hombres y no habría ido tan lejos en el compromiso de la
comunidad con los hombres>Para poder ser el Hombre para los hombres, Jesús
comienza por ser psicológica y sociológicamente un solitario. Psicológicamente un
célibe; y sociológicamente retirado a la soledad de las montañas.

Cuando Jesús quería entrar en el trato inmediato y personal con el Padre, lo hizo
solo, casi siempre en una montaña o lugar retirado, y generalmente de noche, a
veces de madrugada. Es impresionante la enumeración de los testimonios que
aducen los evangelistas en el sentido de que Jesús oraba a solas, he aquí unos
cuántos textos: Pero Jesús se retiraba a la soledad y ahí hacía su oración.

65
Otro texto: Por la mañana, antes de amanecer, salió fuera a un lugar solitario y ahí
hacía su oración. Otro texto: Dándose cuenta de que intentaban venir a tomarlo
por la fuerza para declararlo rey, huyó Él solo al monte. Otro texto: De madrugada,
cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió, y se fue a un lugar solitario
donde se puso a orar. Otro texto: Unos ocho días después, tomo consigo a Pedro,
Santiago y Juan, y subió al monte a orar.

Es en este terreno de la oración donde vislumbramos a un Jesús humano y frágil;


nuestro verdadero hermano, lo vislumbramos como necesitado de un trato
inmediato con el Padre para sacar de ahí, energía, coraje y alegría. Ya sabemos
cómo es la vida del hombre sobre la tierra: es un combate. Pero la vida de Jesús
fue un combate sin tregua. Desde que comenzó allí en su tierra haciendo todo
bien a los pobres y necesitados, al día siguiente comenzaron los herodianos y
saduceos diciendo que tenía pacto con Belcebú, que sabía artes de magia.
Siguieron pisándole los talones hasta que al fin lo expulsaron ignominiosamente
de la tierra de los vivientes. Mientras tanto ni a sol ni a sombra. Un hombre que no
pretende otra cosa que llevar un vaso de consolación a cada puerta, y que se
encuentra hostigado de esa manera; este hombre, si no sana las heridas todas las
noches, este hombre rápidamente va a comenzar a respirar por las heridas. De
modo que, retirarse todas las noches para estar con el Padre, no solo era para
Jesús una delicia, era una necesidad; para sanarse en la intimidad infinitamente
consoladora de su Padre, y volver al día siguiente a la lucha de la vida sano y
fuerte.

En segundo lugar, Jesús tiene que retirarse tan frecuentemente para recuperar la
unidad interior y la estabilidad emocional. Ya sabemos qué cosa es la vida agitada
con todos sus compromisos, y ¿qué hace?, roba, roba la paz y la unidad interior, y
en el momento menos pensado nos hallamos con los nervios destrozados, tensos,
estresados; necesitamos recomponernos, unificarnos y serenarnos; y no existe
nada tan unificante e integrador, como la intimidad amorosa del Padre. Para ser
ante el mundo el Rostro sereno del Padre, Jesús necesitaba recuperar todas las
noches la serenidad de sus nervios. Y siguen los textos evangélicos y dice: “Y
despedidos éstos, subió solo a orar en la montaña, y entrada la noche se mantuvo
ahí solo en oración”. Otro texto: “Por este tiempo se retiró a orar en una montaña,
pasó toda la noche haciendo oración a Dios. Cuando fue de día escogió a los
discípulos”. Es tan abrumadora la numeración de los testimonios y de los textos
evangélicos, en el sentido de que Jesús oraba con esta frecuencia y esta
profundidad, que amigos míos no hay donde perderse. El que quiera seguir a
Jesús que comience por caminar detrás de El a la soledad de la montaña.

66
Pero Jesús no se quedaba en el monte. Sano y fuerte y colmado de riquezas,
regresaba al pueblo. ¿Y qué hacía? Amaba, amaba de mil formas y maneras. Los
apóstoles quedaron con la impresión de que Jesús en aquellos tres fugaces años,
había sometido a su vida a un ritmo vertiginoso, pero que todo lo que había hecho,
se resumía en un solo verbo: amar. Amó de mil formas y maneras. Los apóstoles
tuvieron la impresión de que Jesús había ejecutado mil cosas, y de que las mil y
una cosas realizadas por Jesús, eran las mil y una caras del Amor.

Cuenta el Evangelista que Jesús recorría pueblos y aldeas, revelando el Rostro


mil veces bendito de su Padre y nuestro Padre; sanando las enfermedades del
cuerpo y las dolencias del alma; consolando a los afligidos; secando las lágrimas;
dejando en fin, en cada puerta un vaso de alegría. Y agrega el evangelista que al
contemplar la inmensa muchedumbre, Jesús sintió una profunda compasión
porque estaban decaídos y tristes; abandonados y a la deriva; como ovejas sin
pastor; y los atendió solícitamente. Y termina diciendo el evangelista, que los que
iban y venían eran tantos, que no le quedaba a Jesús, ni tiempo para comer.
Jesús a pesar de ser sensible hasta derramar lágrimas, nunca lo fue por sí mismo,
siempre por los demás; eternamente salido hacia los demás. Pasó por todas
partes haciendo el bien a todos.

En las escenas de la Pasión en que el crucificado se reduce, física, psíquica y


moralmente al paralelo bajo cero, un montón de ruinas humilladas. Y en que el
crucificado tiene bastante con estar atento a sí mismo para no desmoronarse
psicológicamente; Jesús de Nazareth, en lugar de estar sobre sí mismo, rumiando
su derrota, fue como un radar sensible para detectar y atender todas las
necesidades. Y todos los que necesitaron de Él, lo tuvieron. Unas palabras de
consolación para las piadosas mujeres; una mirada para Pedro; una promesa para
el buen ladrón; una última recomendación para su Madre. Todos los que
necesitaron de Él en esa peregrinación de dolor, horror y amor; estuvo insensible y
olvidado de sí, y vuelto a las necesidades de todos.

El apóstol Juan nos dice que Jesús, toda su vida, no hizo otra cosa que amar;
pero que al final se pasó en el Amor. En efecto, había sembrado infatigablemente
en los días de su peregrinación, derramando a su paso salud y bondad; aunque
nadie pudo comprobar los frutos de su siembra. Después de lanzar la semilla, se
preparó para la suprema prueba de amor, desaparecer; depositando su vida en las
manos del Padre como máxima ofrenda de amor y precio de rescate. Dijo que
nadie le arrebata la vida violentamente; que la entregaba Él voluntariamente; como
la más alta expresión de Amor. Nacido en la cuna del dolor; extranjero en su
propia patria; profeta perseguido por su pueblo; no le correspondía ahora sino ser
arrojado de la vida; exiliado de todos los derechos; hecho el Pobre absoluto, en el
Amor absoluto.

67
En la Pasión llega el gran momento del Amor. El gran momento en que el Pobre
toca el fondo de la nada. Ahí, el silencio y la soledad alcanzan la profundidad
máxima y por eso la disponibilidad de Jesús para con su Padre y para con sus
hermanos, será suprema, transformándose Él mismo en la Cruz, en el gran
Servidor. No quiso ser un espectador compasivo de sus heridas y fracasos.
Cuando al parecer el dolor y la muerte lo derrotaban, ahí mismo estableció el
imperio del Amor, y el reinado de la liberación sobre el dolor y la muerte. Asumió el
dolor de la humanidad en su propio dolor.

Asumió el asesinato de millares y millones de seres inocentes desde el principio


del mundo en su propio asesinato. Cargó las infinitas injusticias de la humanidad
en su propio ajusticiamiento. En esa tarde, el inmenso cúmulo del sufrimiento
humano, una vez transformado en Amor por el dolor de Jesús, adquirió sentido de
redención y valor de expiación, y así el dolor fue santificado para siempre. En
aquella tarde, se abrazaron el Dolor y el Amor, como dos hermanos, para siempre.

Su dolor y muerte fueron el mayor servicio a favor de los hermanos, y el mejor


homenaje de Amor hacia el Padre. Arrastró la pobreza y el pecado de la
humanidad a la nada en que en ese momento Él estaba convertido.

Con la ofrenda de su existencia compartió la suerte de los pobres y solidarizó con


la situación de marginados en que se hallan los excluidos de la sociedad. La
sangre derramada, la muerte del Profeta rechazado y asesinado por los
representantes de Dios. fue depositada en las Manos del Padre. En la Cruz, el
Amor tocó el vértice más alto del mundo.

17’42

CONTINUACION
Una vez resucitado, Cristo Jesús inicia su carrera de incesante crecimiento;
siempre hacia adelante, siempre hacia arriba, hacia la plenitud del Cristo total:
cuando Cristo sea Todo en todos, Jesucristo nace y crece en la medida en que
nosotros encarnamos en nuestra vida sus sentimientos, actitudes, reacciones y
estilo general; en suma, aquel mismo Jesús, tal como vivió, sintió y actuó en su
existencia terrena.

Por medio de nosotros, pues, Jesucristo irá naciendo y creciendo, haciéndose


cada vez más mayor, hasta la estatura completa que le corresponde, y que se
consumará al final de la historia. Mejor dicho, la historia ya no tendrá sentido una
vez que Cristo haya llegado a su madurez, al Cristo total. Todo fue hecho en Él,
por Él, para Él. Él es el principio, el centro y la meta; la razón de ser de la historia y
el sentido de nuestras existencias.

68
Jesucristo irá naciendo y creciendo en la medida en que nosotros seamos
sensibles como Jesús, por todos los necesitados de este mundo. En la medida en
que vivamos como aquel Jesús que se compadecía y se identificaba con la
desgracia ajena, que no podía contemplar una aflicción sin conmoverse. Que no
dejaba de comer ni de descansar para poder atender a un enfermo; que no solo se
emocionaba, sino que solucionaba.

Jesucristo irá naciendo y creciendo en nosotros y a través de nosotros en la


medida en que los pobres sean nuestros predilectos, como lo fueron para Jesús.
Cuando los pobres de este mundo sean atendidos preferentemente, será la señal
de que estamos en la Iglesia verdaderamente mesiánica. Cuando vivamos como
Cristo con las manos abiertas a los marginados, con una simpatía visible para
ellos; compartiendo su condición y solucionando su situación. En la medida en que
nuestra actividad esté preferentemente, más no exclusivamente, dedicada a ellos.
En la medida en que lleguemos a ellos con esperanza y sin resentimientos.

Jesucristo irá naciendo y creciendo en nosotros y a través de nosotros en la


medida en que tratemos de ser como Jesús: pacientes y humildes. En la medida
en que reflejemos aquel estado de ánimo, de paz, de dominio de sí, fortaleza y
seguridad y serenidad. Cuando procedamos como Cristo ante los jueces y
acusadores, con silencio, paciencia y dignidad. Cuando sepamos perdonar como
Él perdonó. Cuando sepamos callar como Él calló. Cuando no nos interese
nuestro propio prestigio sino la gloria del Padre y la felicidad de los hermanos.
Cuando sepamos arriesgar la piel al comportarnos con valentía y audacia como
Cristo, cuando están en juego los intereses del Padre y de los hermanos. Cuando
seamos sinceros y veraces como lo fue Cristo ante amigos y enemigos,
defendiendo la verdad y aún a costa de su vida.

Jesucristo irá naciendo y creciendo en nosotros y a través de nosotros en la


medida en que vivamos como Jesús, despreocupados de nosotros mismos y
preocupados de los demás, como Jesús que nunca se preocupó de sí mismo, sin
tiempo para comer, para dormir o descansar. Como Jesús que se sacrificó a sí
mismo sin quejas, sin lamentos, sin amarguras, sin amenazas, y al mismo tiempo
a los demás, les dio aliento y esperanza. En la medida en que Jesús amó,
inventando mil formas y maneras para expresar ese amor, entregando su vida y
prestigio por sus amigos. En fin, si pasamos por la vida haciendo el bien a todos.

De esta manera, nosotros estamos participando en la tarea trascendental de que


Cristo sea cada vez mayor. Y nuestro paso por la vida será una colaboración, un
pequeño empujón, siempre hacia adelante, siempre hacia arriba, siempre hacia la
plenitud, madurez y totalidad de Cristo Jesús.

69
Y para terminar y a continuación, explicaré la Oración de Acogida y enseguida la
pondremos en práctica inmediatamente después de esta explicación.

Esta modalidad se hace con Jesús, resucitado y presente, aquí, ahora, vivo.
Utilizaremos el verbo sentir, no en el sentido de emocionarse, sino en el sentido de
percibir, percepción.

Sentir que Jesús entra dentro de mí. Sentir que Jesús toma lo más íntimo de mi
ser. Sentir que Jesús asume todo cuanto soy, siento, tengo. Sentir que Jesús
ilumina, con la luz de su Presencia, aquella profundidad desconocida de mí,
adonde no llega mi conciencia, que Jesús ilumina esas profundidades y reviste de
su figura aquellos impulsos originales.

Sentir que Jesús me toca esa llaga y la cura. Una llaga concreta y localizada. Las
penas, los sobresaltos, se sienten sobretodo en la zona gástrica, en la boca del
estómago. Sentir que Jesús con su mano sanadora me toca ahí y me deja
aliviado, sanado. Sentir que Jesús me apaga esas llamas: el rencor, el odio, la
aversión; son fiebre, fuego, llamas, queman. Dejan en el corazón y en las entrañas
una sensación de ardor y de molestia. Sentir que Jesús me apaga esas llamas y
me deja, no un corazón en llamas, sino un corazón apagado, apaciguado.

Sentir que Jesús me ahuyenta esas negras nubes; un sinnúmero de temores sin
fundamento, de aprehensiones sin razón de ser, oscuros presentimientos,
inseguridad general; todo eso forma frecuentemente una atmósfera interior,
confusa como un cielo oscuro, nublado; que hace que muchas personas no vivan,
agonizan. Sentir que Jesús me barre todas esas negras nubes y me deja un cielo
azul como el suyo. Sentir que Jesús me barre el suelo y arrastra y se lleva bien
lejos de mí, tantos escombros que a mí no me gustan nada, pero que son muy
míos y hacen parte integrante de mi personalidad, qué cosas: tendencias
orgullosas, tendencias irascibles, tendencias sensuales, tendencias egoístas,
tendencias rencorosas, códigos genéticos que acompañan a la persona desde el
nacer hasta el morir. Pero Jesús, una vez muerto y resucitado, ha adquirido el
señorío y el poder sobre toda realidad, y es capaz hasta de alterar la
programación genética de una persona. Sentir que Jesús arrasa con todas esas
escamas de mi personalidad y me deja su propio corazón, humilde, puro,
perdonador.

Sentir, en fin, que poco a poco, Jesús va asumiendo y transformando mi


personalidad, va tomando mi lugar, va sustituyendo mi modo de ser; de tal manera
que progresivamente yo ya no soy yo, yo soy Jesús. Es Jesús quien manda,
gobierna en mi lugar. Yo ya no soy yo, es Cristo quien vive, siente, piensa, actúa,
en mí y a través de mí.

70
Y así, ahora yo, que ya no soy yo, que estoy armado por dentro de la figura de
Jesús, ahora que estoy enteramente poblado de la presencia de Jesús, regreso a
la vida, regreso a mi casa. Y al regresar a la casa, todo seguirá igual. Las
dificultades serán las mismas, en la familia, en el trabajo, en el vecindario. Los
intrigantes seguirán intrigando y los chismosos murmurando; todo seguirá igual.
Los únicos que tienen que ser diferentes son ustedes. Y la única diferencia es que
usted ya no es usted; usted es Jesús. Sus ojos son los ojos de Jesús. Su
pensamiento es el pensamiento de Jesús. Sus sentimientos son los sentimientos
de Jesús.

Y ¡atención hermanos! Aquí damos vuelta de hoja al Taller de Oración y vida. El


Taller se divide en dos partes: hasta este momento, y desde este momento. A
partir de esta sesión, todo lo que dijimos y diremos, lo vamos a reducir a una
preguntita: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Si no hiciéramos otra cosa que llevar
esta pregunta clavada en la mente y en el corazón, como una obsesión sagrada, y
formularla en toda circunstancia, emergencia, eventualidad, situación, conflicto,
nuevas personas que se presentan, ¿qué haría Jesús en mi lugar? En esta
situación con esta persona, etc., etc., y etc. Estaríamos ante un programa de
acelerada santificación cristificante. El secreto es este: la eficacia de una
pedagogía está en su simplicidad. Y esta pregunta abarca la vida entera desde
ahora hasta la muerte.

¿Cómo miraría Jesús a esta persona desagradable? ¿Cómo reaccionaría Jesús


ante esta terrible noticia? ¿Qué diría Jesús si le dijeran lo que a mí me dijeron?
¿Qué haría Jesús si le hicieran lo que a mí me hicieron? ¿Cómo se comportaría
Jesús si se viera en el conflicto en que hoy voy a verme? ¿Cómo visitaría a esta
familia atribulada? ¿Qué palabras diría a esta persona abatida? Si desde hoy no
hicieran otra cosa que aplicar esta preguntita a cada momento de su vida, les
garantizo que a la vuelta de dos, o cinco años, ni se reconocerían a sí mismos.
Habrían cambiado tanto, tanto, y tendrían la máxima satisfacción que se puede
tener en este mundo: la de vencer sus propios límites; la de superarse a sí mismo
y sus fronteras.

15’34

71
UNDECIMA SESION

LIBRES PARA AMAR

Hay gente que dice: ¿Para qué rezar? Mira a los que rezan. Mira cómo son
infantiles; cómo se les ve tensos, alterados. Si alguna vez los que rezan son así,
no lo será por rezar. A lo sumo podría ser por no rezar mal o no rezar bien. En
todo caso hay que preguntarse, que si rezando son así, ¿cómo sería si no
rezaran?

No se puede decir tan alegremente rezan y no cambian. Todos sabemos por


experiencia propia que por un arranque agitado que tuvimos, cuántos
vencimientos anteriormente no presenciados por nadie. Para cuando notamos una
mejoría en nuestro carácter, cuántas superaciones anteriormente. Cuántas veces
la gente hace ingentes esfuerzos, pero en silencio, nadie los ve. Toda
transformación es evolutiva y terriblemente lenta. No hay saltos, hay pasos. No se
puede decir tan alegremente: rezan y no cambian.

Así y todo, es bueno y saludable provocar un cuestionamiento entre la oración y la


vida. La oración tiene que desafiar a la vida y la vida, a su vez, tiene que desafiar
a la oración, y ambas tienen que purificarse mutuamente.

Efectivamente hemos conocido personas que a lo largo de sus vidas, no pararon


de rezar rosarios, de recibir sacramentos, sin salirse nunca de las iglesias, y sin
embargo, hasta la muerte, se mantuvieron caprichosas, susceptibles, conflictivas;
al parecer no cambiaron, no mejoraron. Y en contraste, el Dios de la Biblia, es
Aquel que siempre cuestiona, incomoda, desafía. Nunca deja en paz, aunque
siempre deja la Paz. No responde, pregunta. No facilita, dificulta. No explica,
complica. Siempre hay un Egipto de donde salir. Y este nuestro Dios, siempre nos
está obligando a salir de los círculos concéntricos y egocéntricos, poniéndolos de
manera permanente, en marcha hacia una tierra de libertad y madurez. Es un Dios
libertador esencialmente.

Ahora bien, cómo se explica que esta clase de personas piadosas hubiesen
dedicado tantas horas a Dios; y un Dios esencialmente liberador, cómo no las
liberó. Este Dios que nunca deja en paz, ¿cómo las dejó en paz y sin Paz? Un
intento de explicación de este fenómeno sería el siguiente: Estas personas, en
lugar de dar culto a Dios, se dieron culto a sí mismas; y esto sin darse cuenta.
Parecía que buscaban a Dios; se servían de Dios. Aquel Dios a quien tantas horas
dedicaron, no era el Dios verdadero; era una transposición de sí mismos de su yo,
a lo que llamaban Dios.

72
Un refugio de sus temores y deseos. Una identificación de su imagen con la
imagen de Dios; de sus intereses con los intereses de Dios. Aquel Dios nunca fue
el Otro; completamente otro que yo, no lo fue. De alguna manera era él mismo, la
misma persona. El centro de atención y de interés no estaba en Dios, estaba en
uno mismo.

En resumen, estas personas nunca se salieron de sus fronteras, del círculo de sus
intereses. Por esto no crecieron, porque no se salieron de sí mismos; porque se
mantuvieron encerrados en sus círculos egocéntricos. Porque no hubo salida, no
hubo libertad, y por consiguiente no hubo Amor. Solo se amaron a sí mismos.

En la primera parte del sermón de la montaña se nos habla de la pobreza de


espíritu, de la humildad del corazón, de la paciencia, de la mansedumbre, del
perdón. Lo que quiere decir que las exigencias egoístas han sido negadas. Y las
energías egoístas una vez liberadas, quedan disponibles al servicio del Amor. Por
eso, en la segunda parte del sermón de la montaña, se nos habla de hacer el bien
a los que nos hacen el mal; perdonar a los que nos ofenden; corregir al hermano;
hacer el bien sin buscar la gratitud o la recompensa; amar universalmente y no
solo a los que nos aman. En suma, en la primera parte del sermón de la montaña,
se trata de la humildad; y en la segunda parte del Amor, de la humildad al amor.
He ahí el resumen del sermón de la montaña: libres para amar.

Existe pues, un círculo vital, desde la vida hacia Dios; y desde Dios hacia la vida; y
en medio el encuentro.

Se dice por ahí que a Dios hay que buscarlo en la calle, en el fragor de las
multitudes. Sin embargo está constatado en la Biblia que los que combatieron por
la liberación de los pueblos, se retiraron primero a la soledad completa, y de ahí
salieron sanos y fuerte para comprometerse con los intereses del pueblo. Así hizo
Jesús.

He tratado con Dios. He estado con mi Padre. De ahí nace y se hace presente en
mí como un clima interior, como una Presencia Divina que me acompaña durante
el día. Y con Él a mi derecha, como dice el salmo, doy la batalla. Se me presenta
una dificultad, por ejemplo, aceptar a ese tipo difícil, olvidar esa ofensa, o aquella
injusticia. Sin ninguna dificultad supero la prueba, porque la presencia viva de mi
Señor me da fuerza y alegría. Y así crece el Amor, y este Amor despierta en mí
nuevas ganas de estar con el Señor, con lo cual su presencia en mí se hace más
densa. Y de nuevo regreso a la vida, pero con un Jesús más vivo y vibrante en mí.

73
Surge la lucha: ganas de convivir exclusivamente con los que son de mi afinidad;
retirar a este la palabra o la mirada; inhibirme en esta ocasión. Jesús, plantado en
la puerta de mi conciencia, cierra el paso a esos instintos negativos.

Este hermano nació rencoroso. Ante una ofensa le nace violentamente el impulso
de la venganza. Pero ese impulso, antes de trasladarse al campo del
comportamiento, tiene que pasar por la portería de mi conciencia. Si Jesús está
despierto y fuerte en mi conciencia, Jesús tomará con sus manos ese impulso, le
torcerá el cuello; y lo que era impulso de venganza, se habrá transformado en una
actitud de perdón, comprensión y benevolencia.

Este otro hermano nació extremadamente irascible, supongamos. Ante un


estímulo exterior, le sube furiosamente el ímpetu de la ira. Pero este ímpetu, antes
de hacerse presente en el campo de la conducta, tiene que pasar por la portería.
Si Jesús está alerta, vivo y sensible en el umbral de la portería, al intentar la ira
transponer ese umbral, Jesús agarrará con sus manos esa ardiente brasa, le
torcerá el cuello, y así para cuando la ira pase al campo del comportamiento, será
en forma de paciencia, mansedumbre, benignidad.

Supongamos que un hermano nació notablemente egoísta. De esa clase de


personas que solo de sí mismo se preocupan y se despreocupan de los demás.
Se sirven de todo y no sirven a nadie. Cuando en un momento determinado, ese
hermano intente reaccionar egoístamente, Jesús lo atajará en la portería, y la
actuación del hermano será: preocupado de los demás y despreocupado de sí; no
servirse de nada ni de nadie y servir a todos. Amor.

Ese Jesús en Quien y con Quien voy adquiriendo semejantes victorias, se va


haciendo cada vez más vivo y presente en mi intimidad. Y por eso mismo me
cautiva y me arrastra casi irresistiblemente a un encuentro con Él. Acompañado de
Jesús vuelvo nuevamente a la vida, sintiendo que sigilosamente está germinando
en mi corazón la hierba mala de la enemistad contra el hermano, me acuerdo de
Jesús, y sin más la llama se apaga.

Y así caminando a la luz de la Presencia gratificante y apasionante de mi Señor


Jesucristo, los impulsos de irritabilidad, caprichos, envidias, venganzas, sed de
prestigio y placer, todo se va superando en Jesús y con Jesús, y crece el Amor. Y
como el Amor es unitivo, crece la atracción y velocidad hacia Él. Cuanto más se
ora, Jesús está más presente en mi conciencia. Y cuando más presente, los
impulsos son neutralizados más fácilmente, transformándose en fuerzas de Amor.
En este largo proceso yo, insensiblemente voy divinizándome, es decir, voy
pasando del egoísmo al Amor, porque Dios es Amor, y así poco a poco voy
dejando de ser yo mismo y voy siendo cada vez más Jesús.

74
Salto a la vida y con Jesús todo es fácil; todo tiene sentido, vivir es un gozo. Cada
superación va acompañada de alegría y plenitud. Crece el amor que me arrastra
otra vez al encuentro, y del encuentro otra vez a la vida, y así sucesivamente. Este
es el círculo vital en que la vida y la oración caminan tomadas de la mano, en un
recíproco crecimiento armónico.
14´04

CONTINUACION (con música)


El Amor, como ya dijimos, es una fuerza unitiva. Pero es imposible que seres tan
dispares Dios y hombre lleguen a ser uno, a no ser que alguno de ellos pierda
resistencia dejando de ser, poco a poco, uno mismo. Una gota de licor para
diluirse en el agua necesita renunciar a ser licor. El hierro, para fundirse en el
agua, abandona la resistencia y renuncia a su naturaleza de hierro. Un pedazo de
pan tiene que someterse a pasividad y dejar de ser pan, si quiere transformarse en
mi vida.

El fuerte, que es Dios, se apodera y asimila al débil que es el hombre, a condición


de que el hombre ceda en su resistencia. La actitud de abandono es la condición
indispensable para toda divinización. Cuanta menos resistencia y mayor
abandono, más aceleradamente Dios y el hombre irán transformándose en uno.
Por este camino la semejanza entre los dos puede llegar a ser tan grande, que el
hombre puede pasar por el mundo como si fuera la imagen de Jesucristo.
Cualquier actividad orante que no conduzca a esta meta, es inequívocamente
evasión y falacia.

A la cristificación total, nunca se llega naturalmente. Ya dijimos que la palabra total


es muy engañosa porque no existe nada total. Todo es un caminar lento, irregular,
vacilante, con retrocesos, no hay saltos sino pasos. La vida de oración conduce a
un proceso de transfiguración: cambio de una figura por otra, dejar de ser poco a
poco, uno mismo para ser Jesús. Para poder mirar como Jesús miraba, sentir
como Jesús sentía, hablar como Jesús hablaba, y sobre todo, amar como Jesús
amaba. Contemplar con la mirada fija en la fotografía viva de Jesús, copiar
pacientemente uno por uno los rasgos de Jesús, para llegar a ser también
nosotros, fotografías vivientes de Jesús en el mundo.

Primero. - Ser misericordiosos y sensibles como Jesús. En cinco


oportunidades constatan los Evangelios que Jesús se compadeció. Al contemplar
una desgracia, no podía aguantar. Se le derretían las entrañas, se estremecía de
emoción. Es que no vivía consigo, siempre estaba salido de sí, siempre estaba
hacia los demás.

75
Este vivir para los demás debió impresionar tan vivamente, que los testigos no lo
pueden olvidar y lo hacen constatar una y otra vez. Dice el Evangelio: Jesús se
compadeció del leproso, le tendió la mano y le tocó diciendo, quiero, sé sano. Otro
texto: Jesús se compadecía de las turbas y de los enfermos. No pudo tomar
alimento hasta sanar aquel hidrópico. En la sinagoga interrumpe la predicación
para sanar al hombre de la mano seca. Misericordiosos y sensibles como Jesús,
que convida a la gran masa de los oprimidos y olvidados, por toda clase de
problemas, prometiéndoles una onda de descanso y de paz para sus corazones.
En una declaración de principios dirá Jesús solemnemente que ha venido para
sanar a los heridos de corazón, anunciar la libertad a los esclavos, a los ciegos la
vista, y a los oprimidos la liberación.

Misericordiosos y sensibles como Jesús, que se entregó a los abandonados con


todo lo que él era: su pensamiento, su oración, su trabajo, su palabra, su
cansancio, su mano, su saliva, la franja de su vestido; y pone las obras de
misericordia como el programa de examen final para el ingreso en el Paraíso. Con
gran sensibilidad se identifica con todos los necesitados de todos los tiempos.
Cuando socorrieron a los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, presos;
conmigo lo hicieron.

En segundo lugar, ser mansos y humildes y pacientes como Jesús.


Fuera de algún pequeño destello de impaciencia, Jesús es una persona que
respira infinita paz, serenidad, dominio de sí, aun cuando lo apretaban, asediaban.
Ofrece todo premio a los mansos, a los que sufren con paciencia la persecución.
Llenos de mansedumbre, paciencia y humildad, como Jesús, que estando en
medio de calumnias e injusticias, ante acusadores y jueces inicuos, procede en
todo momento con humildad, silencio, paciencia y dignidad. Nunca se defendió,
nunca se justificó. Ante las groseras calumnias, invitado Jesús a defenderse,
permaneció mudo como una piedra; lo que impresionó profundamente al
magistrado romano. Llenos de mansedumbre, paciencia y humildad como Jesús,
cuya paciencia fue sometida a duras pruebas en la noche de la Pasión, cuando lo
azotaban, lo escupían, lo vilipendiaban; y por toda respuesta Jesús sufre y calla.

En este capítulo de la paciencia y de la humildad, es donde más deberemos


preguntarnos: ¿qué haría Jesús en mi lugar? Precisamente en la paciencia,
mansedumbre y humildad, es aquí donde nosotros fallamos más, a cada
momento. Unos porque nacieron así, otros porque están atravesando crisis
momentáneas o prolongadas; otros porque tienen que enfrentarse a pequeñas y
diarias contrariedades que les irritan y les hacen perder la paciencia. En fin, por
una razón u otra, todos deberemos estar preguntándonos, cómo sería la paciencia
de Jesús, cómo sería la humildad y la paciencia de Jesús.

76
Debió impresionar tan fuertemente, esta paciencia de Jesús, que Pablo conjura a
los Corintios diciéndoles: Por las entrañas de la mansedumbre de Nuestro Señor
Jesucristo. Y Pedro, en su primera carta escrita después de veinte o treinta años,
después de la muerte de Jesús, se conmueve profundamente al recordar que:
“Siendo injuriado, no devolvía injurias; siendo maltratado no lanzaba amenazas”. Y
eso no se lo contaron a Pedro. Con sus propios ojos horrorizados los había
presenciado en aquella noche de la Pasión.

En tercer lugar, sinceros y veraces como Jesús. Hablar como Jesús hablaba,
con aquella transparencia: sí, sí; no, no. Es decir, sin tener personajes en la
persona, sin ambigüedades.

Uno de los momentos más conmovedores del Evangelio es cuando sus propios
enemigos hacen una fotografía de Jesús diciendo de esta manera:

Maestro, sabemos que eres veraz, que no tienes acepción de personas, que
enseñas con franqueza el camino que conduce a Dios. Que esto nos lo digan los
Evangelios no tendría nada de extraño. Pero que estas palabras hayan salido de
la boca de sus enemigos>es un dato inapreciable.

Sinceros como Jesús, que estuvo valiente y arriesgado cuando unos amigos se le
acercaron para advertirle que su vida corría peligro, porque Herodes lo buscaba
para matarlo. Les respondió comparando a Herodes con un zorro, agregando que
El actuaría donde quería y cuando considerara oportuno.

Sinceros y veraces como Jesús, que defendió la verdad aun a costa de su vida
diciendo: “Yo no he hecho otra cosa que decirles la verdad y ¿por decirles la
verdad pretenden asesinarme? Decirles la verdad aun a costa de perder
discípulos, aun a costa de provocar escándalo y persecución. Una de las
expresiones más hermosas del Evangelio es esta. La verdad os hará libres.

Estando ya Jesús a la vista de la eternidad, resume solemnemente la razón de su


vida con estas palabras: Para esto he nacido yo, y para eso he venido al mundo;
para dar testimonio de la verdad.

Largos años después de la muerte de Jesús, Pedro, en su primera carta, al evocar


la figura de Jesús, lleno de emoción nos deja esta nota gráfica: En su boca nunca
nadie encontró mentira. Claro está, no se trata de mentira de niños sino de
ambigüedad.

Finalmente, como Jesús, tener predilección por los pobres. Siempre volvemos
a lo mismo, porque Jesús volvía también a lo mismo. Vivió con las manos abiertas
a las multitudes desamparadas. No solo siente compasión por las turbas
hambrientas, sino que se preocupa de darles de comer. Como Jesús, para el cual
los favoritos son siempre los pobres; de ellos es el Reino.

77
Cuando los discípulos de Juan se presentaron ante Jesús preguntándole: Maestro,
sácanos de dudas de una vez. ¿Eres Tú el que esperamos o debemos esperar a
otro? Jesús respondió: “Abran los ojos y observen los fenómenos y saquen las
deducciones. Y lo que van a ver con sus ojos abiertos es que: los ciegos ven, los
cojos andan y los pobres son cuidados preferentemente”. Y no les dijo más, pero
la conclusión quedaba flotando en el aire. Si los pobres son atendidos
preferentemente, es señal de que el Mesías ha llegado ya, y de que Yo lo soy
efectivamente.

Ahora, ¿quiénes son los pobres? Son en primer lugar los que carecen de bienes
económicos. Pobres son en segundo lugar, los que carecen de categorías
personales y también aquellos que carecen de amor.

La vida funciona por las categorías personales o polos de atracción. Voy a


explicarme. Esta persona no tiene nada, nada, pero tienen belleza. Esa belleza
hará que esta persona sea querida, buscada, estimada, amada. No tiene belleza,
pero tiene un encanto personal magnífico. Este encanto personal será el polo de
atracción por el cual esta persona será rodeada, estimada, buscada, amada. No
tiene belleza ni encanto, pero tiene una bondad de corazón. Esa bondad de
corazón será el polo de atracción por el cual esta persona será querida, estimada,
buscada, amada. No tiene ni lo uno, ni lo otro, ni lo otro, pero tiene fama, o tiene
dinero. Ello hará que esta persona sea buscada, estimada, amada.

Pero, ¿qué sucederá cuando la persona no tiene ninguna categoría personal?


Será olvidad y abandonada. He ahí dos palabras precisas que definen a los
pobres: los olvidados y abandonados. ¿Quién por gusto se aproximará a una
viejecita de ochenta y cinco años, a un leproso, a un neurótico agresivo? Serán
olvidados y abandonados. ¿Quién buscará por gusto a los paralíticos, lisiados,
deprimidos, enfermos mentales, sidosos, cancerosos terminales? Nadie. Serán
olvidados y abandonados.

No se puede decir tan alegremente que la Iglesia ha estado siempre con los ricos,
como dicen algunos. Lo más genuino y auténtico de la Iglesia son los santos. Y los
santos, en el ciento por ciento de los casos, han estado con los pobres. Todos los
que han tomado en serio a Jesucristo, han tomado en serio a los pobres. Esta es
una tradición nunca desmentida a lo largo de los veinte siglos de cristianismo: que
los que han tomado en serio a Jesucristo, han tomado en serio a los pobres. Antes
de que existiera la sensibilidad social en las entrañas de la humanidad, los santos
se encontraron con un espectáculo, un Jesús comprometido con los marginados,
en una sociedad típicamente clasista. Y en una sociedad farisaica, comprometido
con los pecadores, Y los santos actuaron en consecuencia siguiendo las huellas
de Jesús.

78
Ahora bien, preferencias sí, exclusividades, no. Jesús, a pesar de su simpatía por
los pobres, no rechazó a los ricos. Tuvo delicadas atenciones con Nicodemo. Fue
amigo de José de Arimatea y otros fariseos que eran hombres ricos. A pesar de
estar comprometido a fondo con el pueblo, se relacionó también con los
imperialistas romanos como el centurión de Cafarnaúm, socorrió a Jairo y a la
sirofenicia. De manera que preferencias sí, exclusividades no.

17´38

79
DUODECIMA SESION

AMAR COMO JESÚS AMÓ

Hemos tratado con el Señor, y así nos hemos hecho sus amigos. Pero reiteramos,
este Dios nunca deja en paz, aunque siempre deja la Paz. Siempre hay un Egipto
de donde salir. Y este nuestro Dios es aquel que siempre nos está obligando a
salir del Egipto de nuestros egoísmos, lanzándonos a la patria del amor.

Pero esta palabra, amor, tan bonita, es también tan engañosa; porque gran parte
de las veces en que parece que amamos, en realidad nos amamos. Parecería que
usted amaba a este amigo. Ayer le informaron que este, su amigo, se expresó
diciendo cosas muy negativas de usted. Y usted toma la decisión y dice: nunca
más con él. Y desde hoy le cierra las puertas de la confianza para siempre.
¿Quién amaba a quién? Usted amaba al amigo o se amaba a sí mismo buscando
en el amigo no se qué utilidad. En todo caso, si hasta ayer lo amaba, y desde hoy
no lo ama, es claro que hasta ayer, tampoco lo amaba, se amaba a sí mismo. Y
así podríamos multiplicar los casos.

¿Cómo amar pues? Jesús responde: en esto conocerán si ustedes son discípulos
míos, si se aman unos a otros como Yo los he amado. ¿Y cómo los amó Jesús?
Como el Padre me amó a Mí, así Yo los he amado a ustedes. Ahora hagan otro
tanto entre ustedes.

El amor, es una corriente vital que sale del corazón del Padre; se derrama
profusamente en el corazón de Jesucristo. Pero antes de retornar al Padre, el
amor hace un largo recorrido entre los hermanos, creciendo y madurando
incesantemente, hasta que retorna, pleno y exuberante, a la fuente original que es
el corazón del Padre. Este es el círcuito vital que realiza el verdadero amor.

¿Cómo amó Jesús? En el grupo de los doce, Jesús no fue un jefe, sino un
hermano, que los trató como el Padre lo había tratado a Él. Fue tan sincero con
ellos que les informó que lo iban a crucificar. En otro momento les comunicó que
sentía miedo y tristeza, Les alentó en las dificultades; se alegró de sus éxitos; los
alertó sobre los peligros; fue con ellos exigente y comprensivo a la vez; les corrigió
con infinita paciencia cuando aparecieron las rivalidades entre ellos; fue delicado
con el traidor; misericordioso con Pedro; paciente con todos. Fue un hermano
entre los hermanos, comiendo en la mesa común; durmiendo todos bajo las
estrellas; como una familia itinerante. Les lavó los pies; les sirvió a la mesa
diciéndoles: Ustedes me llaman Maestro y Señor, y lo soy efectivamente. Ahora
bien, si yo, Maestro y Señor, les he lavado los pies, y estoy sirviéndoles en la
mesa, hagan otro tanto entre ustedes, unos con otros.

80
Y les añadió: Un día yo los envié a ustedes, encargándoles que sanaran
enfermos, limpiaran leprosos, anunciaran el Reino. Ahora que me voy les digo: por
encima de todas las tareas que les encomendé, su tarea principal en mi ausencia
y hasta mi regreso, será que se dediquen a amarse unos a otros. Este es mi
mandamiento; mi última voluntad; mi testamento final y mi sueño de oro. Y
levantando los ojos dijo: Padre Santo, sacándolos del mundo los depositaste a
estos, mis discípulos, en mis manos. Yo les expliqué quién eres Tú, y ahora ellos
saben que nací de Tu Amor. Eran tuyos. Tú me los entregaste como hermanos, y
Yo los cuidé como una madre cuida a su hijo pequeño. Ahora cuídalos Tú Padre
mío. Como tú me trataste a mí, así los traté Yo. Como Tú y Yo somos uno,
también ellos sean uno, y su unidad sea consumada en Nuestra Unidad. Así será
la consumación del Amor.

Ahora bien, ¿cómo amar? El cuarto Evangelio nos da la respuesta: Él dio su vida
por nosotros y nosotros debemos dar la vida unos por otros. Dar la vida. He ahí la
definición. Un amor pues, exigente y concreto, dentro de la ley de la renuncia y de
la muerte. Si yo le doy mi reloj, yo no sufro, pero si le doy mi piel, anteriormente
tengo que desprenderme de la piel, y eso sí que duele. Con el simpático, todo el
mundo simpatiza; con el encantador, todo el mundo se entiende; al amable, todo
el mundo ama; ahí no se sufre. Pero para perdonar al ofensor, tengo que morir al
instinto de venganza. Para acoger al tipo que me cae tan mal, tengo que morir al
impulso de repulsa. Para convivir con este antipático tengo que morir a las ganas
que tengo de huir de su presencia. Y así, sucesivamente. Siempre hay un dar la
vida.

Pero por gusto no se perdona. El morir a algo vivo no causa ninguna emoción; no
es un amor emotivo. Causa dolor; es pues un amor oblativo. Hay que dar la vida,
pero nadie muere por gusto, y el instinto primario del hombre es buscar lo
agradable y rehuir lo desagradable. ¿Quién podrá pues provocar semejante
cataclismo y revolución en el corazón humano? Sólo Jesús. Sólo Jesús puede
causar y ser satisfacción compensatoria al hecho de tener que morir para amar.
Sólo Jesús puede causar aquella alegría y satisfacción cuando uno hace un acto
de superación para morir a los instintos primarios.

Sólo Jesús puede invertir las leyes del corazón, poniendo suavidad donde había
violencia; poniendo perdón donde había ofensa; poniendo dulzura donde había
amargura. Conclusión: el secreto esencial de una armoniosa convivencia fraterna,
está en imponer las convicciones de fe sobre las emociones espontáneas.

Debajo de la conciencia vive y palpita un mundo desconocido, un abismo


insondable que llamamos inconsciente. Frecuentemente suelo recordar que el
consciente es como un fósforo encendido, y el inconsciente es como una noche
profunda y oscura. Lo consciente es como una pequeña isla de pocos metros
cuadrados, y lo inconsciente es como un océano dilatadísimo.

81
Lo más importante de nosotros es lo desconocido de nosotros. Desde las
profundidades de ese mundo desconocido, surgen los hijos del egoísmo que nos
asaltan y dominan y nos hacer lo que no queremos, Y esos hijos del egoísmo son:
orgullo, vanidad, envidia odio, rencor, venganza, malevolencia, todo para mí, nada
para ti; resentimientos, agresividad de todo color; en fin, estas son las fuerzas
salvajes que lanzan al hermano contra el hermano, y separan y oscurecen y
obstruyen y destruyen la unidad entre los hermanos. Sólo Jesús puede bajar hasta
las profundidades donde habitan los instintos primitivos, controlarlos y
transformarlos en energías de armonía y acogida. Sólo Jesús puede redimir los
impulsos. Sin Jesús, un Jesús vivo y vibrante en el corazón, no es posible la
vivencia estable en la unidad fraterna. El desafío de Jesucristo como Redentor del
mundo es: ¿cómo redimir el mundo inconsciente del hombre?

El egoísmo quiere acoger al encantador y apartarse del retraído: quiere convivir


exclusivamente con los que son de su mentalidad; quiere y siente necesidad de
tomar venganza por aquel antiguo agravio; mantenerse reticente frente a este tipo
desagradable; minimizar el prestigio de aquel autosuficiente; soltar aquí un grito y
allá un insulto; sobresalir por encima de todo el grupo; reaccionar de mal humor en
esta circunstancia; retirar la palabra a este neurótico; etcétera, etcétera. ¿Qué
hacer para que el hermano no sea un lobo para el otro hermano? Cuando en un
momento asalten inesperadamente esos instintos salvajes, hay que despertar,
darse un toque de atención, cuidado; no es este el estilo de Jesús, no es este su
ejemplo, no es este su precepto. Y formular nuestra pregunta mágica y eterna:
¿Qué haría Jesús en mi lugar? ¿Qué sentiría Jesús aquí, cómo actuaría en este
caso? Cuando el hermano recuerde cómo Jesús supo devolver bien por mal;
cómo supo guardar silencio delante de los acusadores; cómo trató al traidor; cómo
miró a Pedro; cómo perdonó setenta veces siete; cómo fue compasivo con toda la
fragilidad humana. A la pregunta, ¿cómo sería la actitud de Jesús si estuviera en
mi lugar?; habrá respuesta de comprensión, bondad y acogida. A esto llamamos
aceptar a Jesús.

Aceptamos a Jesús cuando, al retirarme un hermano la palabra, en lugar de


reaccionar con la misma actitud, tomamos la iniciativa de saludarlo con palabras
amables, y le damos una mirada benevolente. Aceptamos a Jesús cuando,
dejando a un lado personas agradables, vamos en busca de personas que no nos
caen bien. Aceptamos a Jesús cuando, hablando todos en contra de alguien, yo
trato de quedar en silencio o de decir palabras comprensivas. En suma,
aceptamos a Jesús, cuando cumplimos esa regla de oro: reverenciar a cualquier
hermano como si fuera el propio Jesús; no haciendo diferencia entre el hermano,
con minúscula, y el Hermano, con mayúscula.

82
Como sabemos, las características de los impulsos son: sorpresa y violencia.
Cuando estamos descuidados y nos dejamos llevar de la reacción espontánea
somos capaces de cualquier barbaridad. No importa, no asustarse, no
avergonzarse; comencemos otra vez. La cuestión es tener a Jesús vivo y presente
en la conciencia para detener y atajar, las fuerzas salvajes y transformarlas en
fuerzas de acogida y amor, para de esta manera, poder amar como Jesús amó. La
cuestión final es una sola: que Jesús esté vivo y alerta en mi conciencia. Y lo que
hace que Jesús esté vivo y alerta en mi conciencia es la oración, la verdadera
oración acaba siempre en santidad de vida.

16´06

CONTINUACION (con música)

Respetarse unos a otros.

La primera obligación del amor evangélico, es respetarse. Toda persona es


misterio, es decir, un mundo desconocido. Y la actitud elemental ante lo
desconocido es cuando menos, la del silencio.

Respetar al hermano implica dos actitudes: una interior y otra exterior. En el


interior respetar significa venerar el misterio sagrado y desconocido del hermano
al modo como se venera la persona de Jesús. Y en el exterior, no meterse con el
hermano, no juzgar, no hablar mal. La falta de respeto se llama murmuración. Ella
envenena rápidamente cualquier atmósfera, como una epidemia. Hablaron mal de
ti, tú hablas mal de ellos; la violencia engendra violencia, las palabras sacan
palabras, que como pelotas botan y rebotan; los chismes vuelan, corren de boca
en boca, cada vez más desfigurados, magnificados. En ese clima, nadie se fía de
nadie. Por todas partes se respira suspicacia. No hay seguridad. La confianza ha
huído. Todos están a la defensiva. Cada hermano se refugia en su soledad
interior. Conclusión: la falta de respeto desencadena toda clase de calamidades.

Como dijimos, el capítulo primero del respeto fraterno es el silencio. Silencio


primeramente interior. Las raíces del mal están siempre adentro. Antes de que
alguien hablara mal del hermano, anteriormente ya había sentido aversión contra
el hermano. Habló mal porque había sentido mal. Respetar al otro callando en la
intimidad, no pensar mal, no sentir mal. Pero, ¿cómo se puede respetar a un tipo
francamente repulsivo? dirán ustedes, de una sola manera: haciendo una
transferencia, es decir, transmitiendo a este hermano que está junto a mí, la
veneración que siento por Jesús, proyectando y revistiendo con la figura de Jesús
a este hermano desagradable y antipático.

83
En segundo lugar, silencio exterior. Frecuentemente no se pueden justificar los
comportamientos de los hermanos; son francamente incorrectos y censurables.
Pero siempre podremos cubrir las espaldas del hermano ausente con el manto del
silencio. Al enterarme de la incorrección de un hermano, mi primera y concreta
manera de amarlo consistirá en echar siete llaves al tal secreto, y que el día que
yo baje a la sepultura, lo haga con el secreto archivado. El mejor billete de entrada
en el Paraíso, no es un ramillete de rosas, sino un ramillete de secretos. Porque
en el Paraíso, sólo entran los que amaron, y los que callaron, amaron.

Perdonarse, comprenderse.

Nosotros hemos expuesto ampliamente, en la sexta Sesión, y también hemos


llevado a la práctica intensamente, todo lo referente al perdón fraterno. Dimos
también a conocer nuestras convicciones en el sentido de que, si supiéramos
comprender, no haría falta perdonar. Allá dijimos que el resentimiento solo
destruye al resentido, y perdonar principalmente beneficia al que perdona. Y
agregábamos que por simple interés, por el equilibrio mental, por la salud
emocional, deberíamos estar perdonando incesantemente.

Comunicarse, acogerse.

El misterio principal del amor evangélico está en ese juego recíproco de abrirse y
acogerse. Yo me abro a ti, y tú acoges mi salida; tú te abres a mí, y yo acojo tu
salida; y se da el encuentro, la intimidad, yo contigo, tú conmigo. Esto parece
complicado a la hora de explicar; pero la gente sin grandes explicaciones lo siente
con suma simplicidad, cuando dice: yo sé que tú estás conmigo; yo siento, yo sé
que fulano no está conmigo.

Así pues, por un lado, abrirse, que también llamamos comunicarse, no es


conversación, intercambio de frases, preguntas y respuestas, ni siquiera un
diálogo. Más bien se trata de una revelación interpersonal; un abrir al otro las
puertas de la intimidad. Por el otro lado, acoger quiere decir: yo hago un lugar
dentro de mí para que lo ocupe el otro. Significa dar al otro entrada libre en mi
interior, recoger al otro en mi interior, con brazos de cariño.

De este juego de apertura y acogida, nace la confianza y el gozo fraterno, que es


aquella atmósfera cálida, como un hogar, que el salmista lo expresa con estas
palabras: “Qué cosa más hermosa cuando los hermanos viven unidos bajo un
mismo techo”. Este es también el sueño dorado de Jesús de Nazaret.

84
Ser cariñosos.

Ser cariñosos no significa hacer caricias. Significa conducirse con un corazón


afectuoso en el trato con los demás. Significa ser amables y bondadosos, tanto en
los sentimientos como en las actitudes con todos aquellos que están a nuestro
lado. Lo importante es que el otro, a partir de mi trato con él, perciba claramente
que yo estoy con él. En suma, es una corriente sensible, cálida y profunda que
fluye de mí hacia el otro.

No hay recetas para ser cariñosos. Pero hay gestos y actitudes que
inequívocamente son portadores de cariño y que todo el mundo los entiende y los
siente: una sonrisa, una mirada, una aproximación, unas palmaditas en el hombro,
un saludo cordial, una simple pregunta, ¿cómo te sientes hoy? Es tan fácil hacer
feliz a una persona. Mejor dicho. Nosotros no podemos hacer feliz a nadie; pero sí
podemos dedicarnos a llevar a cada corazón un vaso de felicidad, dejar en cada
puerta una copa de alegría. Basta tomar el teléfono diciendo: ¿cómo va tu salud?;
rezo por ti, cuenta conmigo. No lo ha hecho feliz, pero le ha entregado una copa
de felicidad. Es tan fácil. Basta aproximarse a un hermano atribulado para decirle:
¿cómo van tus proyectos?; todo acabará bien, ya lo verás, no tengas miedo;
mañana será mejor; cuenta con nosotros; estamos contigo. No lo ha hecho feliz,
pero le ha ofrecido un vaso de alivio. Es tan fácil. Basta dedicarle unos minutos a
un hermano sin un por qué, sin ninguna finalidad. Es tan fácil estimular a un
hermano comunicándole buenas noticias: oye, me dijeron que estuviste magnífico
en aquel compromiso; todos están haciendo elogios de tu actuación; te felicito,
hombre. No lo ha hecho feliz, pero le ha entregado un vaso de aliento y
esperanza. Es tan fácil.

Qué formidable profesión evangélica, la de dedicarse a repartir pequeñas


porciones de alegría y felicidad en el mundo. Y que al final de nuestra existencia
se pueda decir lo que se dijo de Jesús: Pasó por todas partes haciendo el bien a
todos. Y así habremos cumplido cabalmente nuestro programa: amar como Jesús
amó.

Finalmente, y para terminar, el deporte de amar.

Vamos a ejercitarnos a continuación, en una práctica extraña, increíble: pero


simple y de efectos milagrosos. Tomen conciencia pues, de que al realizar esta
práctica, están ejercitándose al mismo tiempo en el perdón, en la comprensión, en
la aceptación, en la acogida, todo a la vez. En suma, en el amor evangélico.

85
Una vez recogido y concentrado, traiga a la memoria a la persona que más le ha
molestado, más le ha ofendido o le ha traicionado. Tranquilo y concentrado,
comience a fijar vivamente la atención en esa persona. Comience a transmitirle
sentimientos positivos, ondas amatorias, ondas de cariño, ondas de ternura, de
enorme cariño. Naturalmente en este ejercicio se va a interponer el amor propio, el
orgullo, que al recordar justamente esa persona, encenderá como siempre fuego y
odio en su interior, ya lo sabemos. Pero, no importa. Sin hacer caso al amor propio
herido, siga enviándole fuego de amor, ámelo ciegamente, ámelo
incondicionalmente. Piense en él; ámelo inmensamente, incansablemente;
envolviéndolo en dulzura, bondad, cariño, suavidad. Y así, durante cinco o más
minutos. Si le parece conveniente o necesario, puede pronunciar con la boca las
expresiones amatorias; y si está solo inclusive en voz alta. Vea cómo le va mejor.

Cuando está en su casa o en el trabajo, al recibir una ofensa, retírese a su


habitación y tranquilo y concentrado, dedíquese a amar a ese ofensor, a sentir
amor por él; a transmitirle ondas de ternura, cariño incansablemente. Le han
retirado la palabra, ¿verdad? Lo han traicionado ¿verdad? No importa. Retírese,
concéntrese, envíele fuego de amor, sin hacer caso del amor propio herido.
Envíele su corazón y sus entrañas, las entrañas traspasadas de ternura, sintiendo
cariño por él, por ella; ciegamente, incansablemente.

Este ejercicio puede parecerle utópico, insensato, casi loco. Siga ejercitándose y
de pronto se puede encontrar con resultados milagrosos, con una infinita libertad y
paz en su alma, con la mayor aproximación a la perfecta alegría que se puede
experimentar en este mundo. Y además, acaso por primera vez en su vida, va a
tener inesperadamente, la experiencia de amar al enemigo; la más alta utopía del
Evangelio.

15´20

86
DECIMOTERCERA SESION

POBRES Y HUMILDES

Comencemos diciendo que en este día vamos a ingresar en el Santa Santorum


del Evangelio; en el corazón mismo de las bienaventuranzas que están situadas
allá en la cumbre de la montaña. Tenemos una palabra para resumir el sermón de
la montaña: Humildad. De la humildad nace el amor. Si fuéramos a resumir todo
el Evangelio lo haríamos con estas dos palabras: humildad y amor.

Cuando decimos el adjetivo humilde, se presupone, evangélicamente hablando,


que siempre va acompañado del adjetivo pobre; pobre y humilde. Pero aquí
simplificaremos, hablando de humildad.

El humilde no se avergüenza de sí, ni se entristece. No conoce complejos de


culpa, ni mendiga autocompasión. No se perturba ni se encoleriza, y devuelve
bien por mal. No se busca a sí mismo, sino que vive vuelto a los demás. Es capaz
de perdonar y cierra las puertas al rencor. Un día y otro, el humilde aparece ante
todas la miradas, vestido de dulzura y paciencia, mansedumbre y fortaleza,
suavidad y vigor, madurez y serenidad. Habita permanentemente en la morada de
la paz; y las aguas de sus lagos interiores nunca son agitadas por las olas de los
intereses, ansiedades, pasiones y temores. Las cuerdas de su corazón cantan,
como melodías favoritas, los verbos desaparecer, desinstalarse, desapropiarse,
desinteresarse.

Al humilde le encanta vivir retirado en la región del silencio y del anonimato. El


humilde respeta todo, venera todo. No hay entre sus muros actitudes posesivas ni
agresivas. No juzga. No presupone. Nunca invade el santuario de las intenciones;
y su estilo es de alta cortesía. Día y noche se dedica el humilde a cavar sucesivas
profundidades en el vacío de sí mismo; a apagar las llamas de las satisfacciones;
a cortar las mil cabezas de la vanidad; y por eso siempre duerme en el lecho de la
serenidad.

Solo los humildes son libres. Solo los humildes son felices. Para el humilde no
existe el ridículo. Nunca el temor llama a su puerta. Le tienen sin cuidado las
opiniones ajenas. Nunca la tristeza asoma a su ventana. Para él vivir es como
soñar. Nada desde dentro, nada desde fuera, logra perturbar la paz del humilde; y
mira el mundo con los ojos limpios. Desprendido de sí y de sus cosas, el humilde
se lanza de cabeza en el seno profundo de la libertad. Por eso, vaciado de sí
mismo, el humilde llega a vivir libre de todo temor, en la estabilidad emocional de
quien está más allá de todo cambio. Solo los pobres y humildes son libres. Solo
los pobres y humildes son felices.

87
¿Quién es Jesús? Es el pobre de Nazaret; pobre y humilde. Comenzó por
renunciar a todas las ventajas de ser Dios, y se sometió a todas las desventajas
de ser hombre. Tan igual a todos que en Nazaret nadie supo que era Hijo de Dios.
No hizo alarde de nada; antes al contrario, escondió celosamente su categoría y
poder. En su porte exterior fue igual que cualquier vecino de Nazaret, viviendo
entre chismes de un vecindario, de una aldea tan insignificante que ni siquiera
aparece ese nombre de Nazaret en las páginas del Antiguo Testamento.

Así vivió sus treinta años en Nazaret. Preocupado, como los demás, de solucionar
las pequeñas necesidades cotidianas, sin aureola de santidad, sin hacer
exhibiciones, sin distinguirse por nada, sin realizar gestos heroicos, sin elevarse
un palmo por encima de los demás paisanos; simplemente como alguien que no
es noticia para nadie. Un cualquiera, un Pobre y Humilde de corazón.

De tal manera fue uno de tantos en la vulgaridad de una aldea, que sus vecinos no
podían creer cuando un día se enteraron que Jesús hacia prodigios y hablaba
maravillas, allá en Cafarnaun. Y asombrados comentaban entre sí: Pero que, ¿no
es éste el hijo del carpintero? ¿Dónde ha aprendido éste tanta sabiduría? Y
agrega el Evangelio que sus paisanos y parientes no creían en El. ¿Por qué?
Porque en Nazaret había sido uno de tantos, sin ninguna distinción.

Trabajó con sus manos la madera y el hierro; y este trabajo, no necesariamente lo


realizó en el taller de su propiedad. Probablemente se iba por los pueblos vecinos
atendiendo las necesidades de cada momento, como arreglar una ventana,
reforzar una puerta, afirmar una pared; alternando con tejedores, carpinteros y
albañiles. Fue un trabajador manual que sabe los problemas del pueblo humilde y
el pueblo con sus problemas le confirió una personalidad peculiar. Un Hombre de
pueblo. Un Hombre Pobre y Humilde.

Humildemente se sometió a Satanás; dejándose tentar y ser manejado por el


repugnante tentador. Sabiendo Jesús de quien se trataba, no sintió asco por él;
sino que, lleno de mansedumbre y dulzura lo siguió hasta el pináculo del Templo
entrando en diálogo con él. Y en el colmo de la humildad, se dejó conducir. Siguió
caminando detrás del tentador hasta la cumbre de la montaña donde,
increíblemente, permitió que Satanás lo tentara, nada menos que insinuándole el
tentador, que lo adorara de rodillas. Uno queda sin saber qué decir, mudo y
espantado, por esta humildad que supera toda imaginación.

88
En las horas de la Pasión, delante de los acusadores y torturadores, en todo
momento reaccionó con humildad, silencio, paciencia y dignidad. Nunca se
justificó, ante las burdas calumnias no abrió la boca. En aquella noche, su
paciencia y humildad fueron sometidas a duras pruebas, cuando lo azotaban, le
colocaban un vestido de loco, una corona de espinas en la cabeza, un cetro de
caña en sus manos; lo golpeaban de nuevo en la cabeza, jugaban con El,
colocándole una venda en los ojos y tantas otras barbaridades que sin duda le
hicieron en aquella noche. Por toda respuesta, Jesús sufre y calla. Y no nos
debemos olvidar que Jesús no era un pedazo de piedra. Era bien sensible.

Ahora bien. Solo un pobre puede servir a los pobres. Un verdadero pobre opta
verdaderamente por los pobres. Por una inclinación instintiva e inevitable de su
corazón, busca a los fracasados, solitarios, carentes de afecto. Pobres son los
traicionados, los olvidados, los marginados, los tristes, los deprimidos, aquellos
cuya vida no tiene sentido alguno. Esta fue la ancha plataforma sobre la que Jesús
extendió sus brazos de misericordia y derramó sin medida consolación, asistencia,
pan y salud.

La primera reacción de un pobre ante el sufrimiento de los pobres es la


compasión. En una auténtica compasión hay un olvidarse de sí mismo, un salirse
de sí mismo y un entrar en el mundo doliente del otro, participando, compartiendo.
Dice el Evangelio estas palabras: “Al ver a la muchedumbre sintió compasión de
ella porque estaban abatidos y desorientados. Y recorría ciudades y aldeas
sanando toda dolencia y toda enfermedad.” Dice también el Evangelio que: “Al
desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión y curó a los enfermos”. Y así
mismo se expresan innumerables textos evangélicos.

El que compadece, sufre con el que sufre. Nunca esta consigo, siempre está
salido hacia los demás. Está con los demás.

12´57

CONTINUACION (con música)


Un día Jesús regresó a Nazaret. El día sábado se fue a la sinagoga. Después de
las oraciones, Jesús se levantó, se dirigió al lugar de la Palabra, desenvolvió el
rollo, buscó el texto que le interesaba y leyó de esta manera: “El Espíritu del Señor
esta sobre mí. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia; a
proclamar la liberación de los cautivos, y la vista a los ciegos; para dar la libertad a
los oprimidos y proclamar un año de gracia”. En medio de la expectación general,
enrolló el volumen, se lo entregó al maestro y dijo: Hoy estas palabras se cumplen
cabalmente en mí. Los pobres son atendidos preferentemente. He deshecho las
cadenas de las prisiones. Los exiliados vuelven a sus patrias. Los ciegos ven, los
que lloran son consolados y la muerte ya no tiene la última palabra.
89
Jesús sometió su vida a un ritmo vertiginoso al servicio de los pobres hasta no
tener en ocasiones, tiempo para dormir, ni tiempo para comer. Fue un espectáculo
contemplar al Mesías de los pobres, rodeado de enfermos y olvidados,
deambulando de comarca en comarca, acercándose a los más necesitados,
hablando a los pequeños grupos, dirigiéndose a las grandes masas, derramando
misericordia y compasión; siempre al aire libre o en el interior de las sinagogas y
de los domicilios particulares, confirmando su mensaje con intervenciones
milagrosas.

Jesús ejerció su misericordia preferentemente entre los leprosos, perseguidos; los


agobiados por todas clase de necesidades y problemas cotidianos; las multitudes
errantes y hambrientas, los ignorantes en materia de ley, los enfermos, los ciegos,
los lisiados, inválidos, cojos y paralíticos; los pecadores, las mujeres de vida
dudosa; los recaudadores de impuestos.

En una sublime síntesis, Jesús se constituye a sí mismo, no solo como un cobijo


para todas las tormentas humanas, sino también como un misterioso sanatorio de
todas las dolencias humanas cuando dice: Vengan a mi todos ustedes que están
fatigados y agobiados y yo los aliviare. Tomen sobre sus hombros mi yugo y
aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para
sus almas; porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

Aquí está el secreto y la raíz que explica todo. Ante todo Jesús es un hombre
pobre y humilde de corazón. Ahora bien, el que nada tiene y nada quiere tener,
¿qué le puede turbar? Nada puede temer. A un hombre pobre y humilde como
Jesús, que ha vivido renunciando a los sueños de grandeza y extirpando sutiles
apropiaciones, ¿qué le puede turbar? Por eso contemplamos a Jesús como un
profeta incorruptible, un testigo insobornable, absolutamente libre frente a los
poderes políticos y autoridades religiosas; frente a los amigos, seguidores y
familiares; incluso frente a los resultados de su propio trabajo.

Ahora, un hombre libre es un hombre disponible, es decir, todas las energías que
normalmente suelen estar enganchadas a la argolla del egoísmo, una vez
desenganchadas, esas energías quedan libres y disponibles al servicio de los
demás, sobre todo de los más necesitados. Ahora bien, para emprender esta
lucha liberadora, para llegar a ser desprendidos, pobres y humildes, no debemos
transformar la lucha misma en un deporte ascético, sino siguiendo nuestra eterna
pedagogía, en un pisar las pisadas de un Jesús pobre y humilde, preguntándonos
a cada momento y en cada nueva circunstancia: ¿Qué haría Jesús en mi lugar?

90
Pensar, imaginar al Pobre de Nazaret, rehuyendo tenazmente cualquiera
popularidad. Jesús da la impresión de tener miedo, como de sentir horror de ser
ladrón; no quiere ser ladrón de la gloria que solo al Padre pertenece. Como
obsesivamente estaba siempre en la boca con El: No lo digas a nadie. Al sanar al
paralítico le dijo: Preséntate a los sacerdotes pero no lo digas a nadie. Al sanar al
ciego, al sanar al cojo: no lo digas a nadie. Al bajar de la montaña de la
transfiguración, cuando los discípulos habían vislumbrado en El un destello de su
divinidad: cuidado, no se lo digan a nadie, lo que han visto y oído.

Me acuerdo de nosotros. Cuando alcanzamos un éxito, nos morimos para que


todo el mundo se entere de nuestra actuación. Que contraste. Pensar e imaginar
al Pobre de Nazaret, que no echó mano de su divinidad y omnipotencia para
librarse de momentos de tristeza, de la ingratitud de las gentes; cosa que le
habría sido muy fácil. Liberarse del cansancio de sus andanzas, de la terrible
agonía del olivar, y finalmente del trago amargo de la muerte. No echó mano en el
bolsillo de su divinidad para sacar de ahí una carta mágica que lo liberara de todo
eso. No, fue fiel al hombre. Como dijimos, siendo uno de tantos en la vulgaridad
de Nazaret, escondiendo celosamente en el anonimato el resplandor de su
divinidad.

¿Qué sentía Jesús al decir: No me importa mi prestigio sino la gloria del Padre?
Una vez más. ¿qué sentía, como se sentía Jesús al permanecer mudo, como una
piedra, delante de Caifás y Pilatos? Silencio que dejó desconcertado, asombrado
al magistrado romano. Simplemente no le importaba nada, ni siquiera la vida. Ya
la había entregado voluntariamente en Getsemaní y la suerte estaba echada; la
ofrenda ya había sido aceptada por el Padre, entonces, ¿para qué hablar? Y no
habló nada. Nunca tan libre porque nunca tan pobre.

¿Qué sentía Jesús? ¿Qué quería significar cuando afirmaba por ejemplo y
solemnemente: ¿Hay que negarse a sí mismo? ¿Qué resonancias había en su
corazón cuando se atrevía a afirmar que quien odia su vida la ganará? ¿Qué
significados y alcances brillaban sobre los horizontes de Jesús cuando decía: Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y
sígame? ¿Qué quiere decir en sus exigencias prácticas: niéguese a sí mismo?
Quiere decir, vaciarse verdaderamente de sí mismo; extinguir la llama del yo; ir
desprendiendo pacientemente las mil apropiaciones; asomarse al mundo de las
intenciones para alumbrar con la lámpara de la autocrítica los motivos de nuestra
conducta de cada momento. Al enterarse de los comentarios desfavorables,
permanecer en silencio como Jesús, sin defenderse. No dar nunca explicaciones
para quedar bien. No buscar disfrazadamente aplausos y elogios. Si así se va
retirando el aceite, la llama acabará por apagarse, y se habrá ganado la batalla de
la libertad.

91
Si nosotros queremos asomarnos a los abismos últimos del misterio viviente de
Jesús; si queremos reducir a una síntesis magistral todo cuanto Jesús era, sentía,
pensaba, soñaba; he aquí el autorretrato: “Aprendan de mí que soy manso y
humilde de corazón y hallarán descanso para sus almas”. He aquí nuestro
quehacer fundamental en la vida: vivir mirando el pozo infinito de Jesús, hecho de
silencio, vacío, humildad y anonadamiento; y suplicar ardientemente, danos tu
corazón pobre y humilde. Entonces, y solo entonces, estaremos en condición de
amar como Jesús amó.

Para respetar y perdonar, para aceptar y acoger, y sobre todo para asumir con
brazos de misericordia y comprensión a los hermanos difíciles; aquellos que
dondequiera que estén surge el conflicto, y por eso mismo en todas partes se les
rechaza y nadie los quiere. Amarlos como Jesús los amó. ¿Cómo trataría Jesús
con misericordia y comprensión, precisamente a esos hermanos difíciles? En
segundo lugar, en el nombre del Mesías de los pobres, también nosotros haremos
objeto de nuestra predilección a los fracasados y marginados. Ofreceremos una
atención preferente a aquellos a quienes la vida los empujó al rincón del olvido.
Ofreciendo también un vaso de consolación a los tristes y deprimidos que no
estarán muy lejos de nuestra casa. Buscaremos con interés a los últimos, con el
mismo interés con que otros buscan a los primeros, haciéndonos presentes allá
donde haya soledad humana, carencia del sentido de la vida, enfermedad o
desesperanza, y con el mismo espíritu con que Jesús lo haría, les llevaremos
presencia, ternura, salud, pan, bondad, afecto.

¿Y por qué no reservar un cierto tiempo para visitar a los ancianos de los asilos?
¿A los enfermos de los hospitales? ¿A los presos de las cárceles? ¿Acaso no fue
esta la recomendación apremiante de Jesús, el Maestro? ¿Y por qué no
solidarizar, por qué no comprometerse con aquellas instituciones sociales que se
preocupan de los niños abandonados, de los jóvenes desorientados, de los
desempleados, cesantes, de los marginados, en fin, de toda clase? Y en el
Tribunal de la Historia tendremos el consuelo de escuchar aquellas palabras de la
boca del Señor: Vengan benditos de mi Padre, reciban en herencia el Reino que
les está preparado, desde la fundación del mundo.

15´14

92
DECIMOCUARTA SESION

Y DEJANDO LAS REDESF

Vivimos en una sociedad especial, caracterizada por el secularismo. Quiere decir:


se prescinde por completo de Dios y, en general, de principios religiosos a la hora
de legislar y organizar la sociedad; un mundo aceleradamente secularizado.

Por otra parte, en esta sociedad prevalece no solo el sistema del mercado libre
sino también su filosofía. Me explico: entre nosotros no sólo corren libremente las
mercancías y capitales, sino también las ideas.

Por tal razón, esta sociedad se caracteriza también por un enorme pluralismo
cultural, por lo cual, entre nosotros funciona sin contrapeso la ley de la oferta y de
la demanda, en medio de una feroz competencia. ¿Consecuencia? El que más
ofrece y grita, se impone.

Nos hallamos aturdidos por la propaganda masiva y enervante de las mil


variedades de sectas de inspiración oriental, y de ideologías políticas y multitud de
filosofías. Recordemos que tan solo unos años atrás, el marxismo predominaba
sin contrapeso en nuestras universidades.

Todas estas corrientes ideológicas sostienen sus convicciones contra viento y


marea, con un proselitismo verdaderamente agresivo y altísimos presupuestos
económicos; y todos ellos ofrecen, al parecer muy convencidos, la “salvación” a
cuantos se ponen delante, afirmando que se trata de la solución de todos los
males.

No podemos quedarnos cohibidos.

En medio de esta atmósfera alborotada y frenética, nosotros no podemos


quedarnos con la boca cerrada y cohibidos. En la Edad Media, en que en la
sociedad prevalecía una sola cultura, la cristiana, los sacerdotes se quedaban
quietos en la sacristía, esperando que la gente llegara al templo; y llegaban todos,
porque no podían optar por otras alternativas: no tenían donde escoger porque no
había otra cultura.

Acostumbrados a estos hábitos del pasado, tenemos el peligro de continuar, por la


fuerza de la inercia, en una especie de pasividad mientras los demás desatan una
tempestad de proselitismo.
93
Y si las cosas fueran a este ritmo, nosotros en la pasividad y ellos en el activismo,
a la vuelta de pocas décadas ellos podrían prevalecer fácilmente sobre nosotros.
Si atendemos a las estadísticas actuales, quedamos absolutamente espantados al
comprobar el terrible trasvasamiento que se está produciendo incesantemente de
nuestra Iglesia a otros grupos. Las cifras asustan. No podemos permanecer
quietos y mudos.

Misioneros del Señor.

A ustedes que están terminando el Taller de Oración y Vida, a ustedes que han
presenciado las maravillas del amor y se han transformado en amigos y discípulos
del Señor, a ustedes les corresponde ahora, y está dirigido, aquel apremiante
mandato de Jesús: “Vayan, vayan por el mundo y anuncien el Evangelio a toda la
Creación.”

Al hacerse discípulos del Señor, hoy son constituidos misioneros o enviados del
Señor. De hoy en adelante, allá donde ustedes se hagan presentes, su deber es
implantar el Reino de Dios con su presencia, su conducta, su palabra y su acción.
Desde hoy son misioneros del Señor.

Este carácter de misioneros les viene a ustedes desde muy lejos, desde su
inserción en el misterio trinitario. Me explico: El Padre no es Padre, sino
paternidad; es decir, proceso nunca acabado de engendrar. El Hijo no es Hijo,
sino filiación; es decir, un proceso nunca acabado de ser engendrado. Los dos se
miran y se proyectan mutuamente y nace la intimidad, que sería el nombre propio
y exacto del Espíritu Santo: intimidad personificada o sustantivada. Las tres
Santas Personas vivían desde la eternidad y hasta la eternidad, en una misteriosa
comunicación en que cada Persona recibía todo y lo daba todo; todo le era propio
y todo era común, en un infinito e inefable diálogo.

En un momento indeterminado del tiempo y de la historia, las tres Santas


Personas, en su inmensa misericordia y amor, decidieron enviar al Verbo, la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad, enviarlo al seno de la humanidad
caída, a fin de que con su vida, muerte y resurrección realizara la salvación; es
decir, la reconciliación de los hombres con Dios.

Jesús, pues es el primer enviado, el primer misionero, el primer evangelizador.


Jesús a su vez, envió a los apóstoles a fin de que pusieran en marcha y llevaran a
cabo hasta su consumación, la salvación operada, e iniciada por El. Y los
apóstoles, a su vez, edificaron la Iglesia para que ella anunciara y prolongara la
salvación de Jesús hasta el fin de los tiempos y hasta el último rincón de la Tierra.

94
Pertenecer a la Iglesia es un compromiso.

De manera que la Iglesia no existe en el mundo y en el tiempo por sí misma o para


sí misma, sino en orden a su misión: la de ser portadora, defensora y operadora
de aquella salvación. Ahora bien, todos ustedes son miembros vivos y parte
integrante de la Iglesia. Y si la Iglesia, por naturaleza y esencia es misionera,
todos sus miembros lo son de la misma manera; por consiguiente, todos ustedes
son misioneros. Concluyamos, pues, que pertenecer a la Iglesia no es un privilegio
sino un compromiso.

Puede suceder que esta palabra, es decir, misionero, suene a sus oídos como a
cosa extraña. Para la mayoría de los cristianos, la palabra “misionero” está
revestida como de una aureola romántica y, al escucharla, imaginan a un fraile con
hábito y sandalias catequizando a los indígenas en la selva tropical. Tal como
estamos repitiendo, “misionero” significa “enviado”; enviado para anunciar y
comunicar la salvación de Jesucristo. A veces sin abrir la boca, por el simple
testimonio de su vida, en la oficina de un banco, en el mostrador de un comercio o
en la cátedra de la universidad, por el testimonio de vida, están anunciando a
Jesucristo.

Son, pues, “enviados” y este envío lo están recibiendo del mismo Jesús una vez
que, meditando en su palabra, se han hecho discípulos suyos y, tratando con El
en la oración, se han hecho sus amigos.

Así pues, la participación de ustedes en la actividad apostólica y misionera de la


Iglesia, no es un acto de generosidad excepcional por el que ustedes arriman el
hombro y comparten las obligaciones y tareas de la autoridad eclesiástica. No.
Ahora que el número de sacerdotes disminuye en la Iglesia, y las obligaciones y
compromisos de ellos van en aumento y ellos no pueden llegar a todo; ustedes,
con su colaboración tratan de ayudarlos en sus urgencias> No. No es esa la
explicación, no es esa la razón de este servicio apostólico, sino otra, la siguiente:
por la vinculación de su bautismo, por ser miembros vivos del cuerpo de Cristo,
ustedes participan directamente de la misión sacerdotal, profética y regia del
mismísimo Jesucristo; y, en última instancia, del mandato misionero que Cristo
recibió del Padre y que, a su vez, transmitió a los apóstoles.

Tomen, pues, conciencia mis amigos, conciencia de su identidad y de su misión:


ustedes no son criaturas que han sido arrojadas a la vida sin rumbo ni destino.
Ustedes no son un caso fortuito de las combinaciones ciegas y fatales de la
biología: un espermatozoide se unió con un óvulo, todo funcionó normalmente y el
resultado, el resultado es usted. No, no es ese el caso.

95
Así como decimos que Jesús es el Hijo Amado del Padre, enviado a este mundo,
las mismas palabras, poniéndolas en minúscula, podemos aplicarlas a ustedes:
ustedes son los hijos amados enviados por el Padre a este mundo para que, a
semejanza de Jesús, colaboren para llevar a cabo el plan de salvación proyectado
por el Padre. Tomen, pues, conciencia de esto: es en la riqueza insondable del
misterio intratrinitario donde se hunden las raíces de su misión apostólica.

Un imperativo categórico

Hay en el capítulo cuarto de Lucas, una sucesiva y dramática cadena de


acontecimientos: Jesús expulsó demonios, limpió leprosos, sanó toda clase de
enfermos, esparció a los cuatro vientos las felices noticias; su fama se extendió
por todas partes. Agrega Lucas que un día, al amanecer, no se hizo presente
Jesús en el poblado, sino que se retiró a un lugar desértico. La gente lo buscó por
todas partes y, por fin, lo encontraron y le pedían insistentemente que no los
abandonara. Jesús les respondió: “Es necesario que también yo anuncie el Reino
de Dios en otras ciudades, pues para eso he sido enviado.”

También Jesús podría repetir las palabras de Pablo: “Ay de mí si no evangelizo”.


Es un imperativo categórico que, al igual que los profetas, Jesús lo dirige a sí
mismo: tengo que, tengo que marchar a otras ciudades, tengo que gritar, tengo
que arriesgar. “Ay de mí si no lo hago; para eso he sido enviado, es mi destino, la
razón de mi existencia.”

Me acuerdo de tantos Guías de Talleres de Oración y Vida, que recorren


distancias considerables, largas horas de autobús para impartir un Taller, y lo
hacen con tanta alegría> No se conforman con dar un Taller cerca de su casa, en
su propia parroquia, no. Igual que Jesús, parecen decir: tengo que ir a otros
barrios, tengo que ir a otros pueblos, tengo que ir a otras ciudades; es un mandato
que he recibido del Señor. Llevo un fuego en las entrañas, que no me deja en
paz. Parece ser que el concepto de misionero presupone, pues, desplazamiento
geográfico, un caminar de un lado para otro, para implantar el Reino de Dios>. y
tantos Guías lo hacen con tanto gozo.

15´41

96
CONTINUACION (con música)

Reino de Dios es una expresión aramea, bastante ambigua por cierto. Promover el
Reino de Dios significa concretamente implantar al Dios viviente y personal, en
cada corazón, lo cual se lleva a cabo mediante el trato personal de la oración. Y
de esta manera, como el amor y el bien son irradiantes y difusivos, va
instalándose el Reino en el corazón de la historia, haciendo del mundo un altar de
fe y de adoración, para que la humanidad llegue lentamente a actuar y
comportarse según la mente y la voluntad de Dios.

Volvemos al texto de Lucas 4. Después de hacer una aparición deslumbrante por


todas las comarcas, Jesús se presentó un día en la aldea donde se había criado,
Nazaret. Llegó el día sábado, acudió a la sinagoga y en el momento oportuno se
levantó para hacer la lectura, Le dieron el rollo del profeta Isaías y leyó: “Me ungió
para evangelizar a los pobres.”

El verbo “ungir” tiene un largo significado en las páginas de la Biblia. Desde que
Samuel, siguiendo los ritos de los imperios del Oriente Medio para consagrar a sus
reyes, “ungió” a Saúl como rey de Israel, derramando sobre su cabeza un cuerno
de aceite. Desde entonces el verbo ungir fue tomando un significado cada vez
más amplio y de gran trascendencia: El ungido era un consagrado, un destinado
para gobernar un pueblo o un imperio, hasta que, el ungido por antonomasia sería
el Mesías.

El texto de Isaías podría traducirse de esta manera: Jesús es el Mesías de los


Pobres, venido a este mundo para evangelizar a los pobres, para notificarles que
el Padre les ama preferentemente. Que cualquiera que sea su situación moral o
personal, tienen sobre sí la predilección divina; que los mejores cuidados y
desvelos son precisamente para ellos; que el Padre los espera, no con un tribunal,
sino con una fiesta inolvidable.

Los pobres son, pues, los primeros destinatarios del mensaje de Jesús; y Jesús
mismo se hizo presente entre ellos de manera preferente, para hacerles sentir la
ternura y la predilección del Padre.

Jesús, pues, es el primero y más grande evangelizador. Ustedes los talleristas se


han reunido por quince semanas seguidas en torno a Jesús, para vivir su
presencia y su palabra. Constituidos de esta manera en amigos y discípulos
suyos, ahora El mismo les va a invitar a seguir edificando el Reino del Amor.

97
Tomen cuidadosamente nota de esto: el carácter misionero y evangelizador de
ustedes, les proviene de su entrega vital al Señor Jesús; y es por medio de esa
relación estrecha e íntima con Cristo Jesús, que su compromiso misionero queda
vitalmente vinculado a la vida trinitaria.

Ustedes deben poder repetir de alguna manera las palabras de Jesús cuando
dice: “Salí del Padre y vine al mundo”. Al volver del monte todas las mañanas,
donde había pasado toda la noche en oración, y presentarse ante las
muchedumbres, Jesús podía afirmar diciendo: “Acabo de salir del Padre y vengo a
ustedes”. Para tener autoridad moral y categoría de testigos, ustedes deben poder
repetir también: “He estado con el Padre, salí del Padre, salgo del Padre y vengo a
ustedes a anunciarles lo que he visto y oído.”

El verdadero estilo de su misión

Dejando aparte las particulares circunstancias históricas los llamados “Discursos


de la misión”, que están en los capítulos nueve y diez de Lucas, les darán a
ustedes el verdadero estilo de su misión a saber:

- No son conquistadores, sino servidores;


- No imponiendo, sino ofreciendo la salvación;
- No polemizando, sino anunciando la novedad con alegría;
- No como doctores, sino como humildes rapsodas.

Qué quiere decir rapsoda: En la sociedad medieval, en que no había todavía reyes
sino señores feudales, en esa sociedad los rapsodas eran cantantes populares
que iban de aldea en aldea anunciando a la gente que existía su señor feudal y
que era muy importante. Así serán ustedes humildes rapsodas del Señor, con
simplicidad y sin pretensiones:

- No como teólogos sino como testigos del Señor y su amor.

Este es el distintivo que dejó Jesús para sus discípulos: “Ustedes serán mis
testigos hasta los confines de la Tierra”. Solo los que presenciaron algo pueden
testificar; sólo ellos tienen autoridad moral para poder afirmar: “Yo, y sólo yo,
estaba allí cuando sucedió aquello; yo lo vi con mis propios ojos. De consiguiente
mi testimonio ofrece veracidad y garantía”. Testigos del Señor son los que ha visto
y oído, los que han estado con el Señor.

98
El mundo moderno está cansado de palabras; primero de los políticos y, después,
de los eclesiásticos. El mundo se resiste a creer en las palabras cuando estas no
van acompañadas por el testimonio de una vida. El pueblo sabe distinguir muy
bien, y desde lejos, a un testigo de un charlatán. El pueblo no sabe hacer
radiografías y psicoanálisis, pero adivina certeramente lo que hay detrás de cada
persona. Y la gente dice: “este tiene algo; aquel no tiene más que palabras
vacías.” Por instinto lo saben.

Los verdaderos testigos son aquellos que hablan sin hablar, tienen aquel “no sé
qué”, aquel perfume que huele a lo divino, y que los transforma en resonadores o
sensibilizadores de Aquel que, por naturaleza y esencia, es el gran Silencioso, el
gran Invisible.

Sin necesidad de hablar mucho, son como signos de interrogación por ser signos
de admiración. El pueblo, al verlos actuar en la vida, acaba preguntándose: Pero,
¿Quién es este? ¿Por qué actúa así? ¿Por qué se le ve tan feliz en todo
momento? ¿Por qué actúa con tanta libertad, tanta seguridad, tan sin miedo? Y
obligan al pueblo a concluir: es un prodigio viviente, es un caso inexplicable que
no entra en los parámetros psicológicos y obligan a concluir ante el mundo entero,
que Jesús vive y sigue operando prodigios; de otra manera no se podría explicar
este caso. Y, sin abrir la boca, están gritando ante el mundo que Jesucristo vive.
Son testigos de Dios porque remiten a Dios, sin necesidad de palabras.

Pero si los testigos hablan, yo no sé qué tienen: transmiten fuego, espíritu y vida.
Sus palabras llevan cualquier cosa como fuerza y convicción. Sin pretensión
alguna, sin acudir a palabras y argumentos altisonantes, el pueblo queda
deslumbrado por un algo evidente, por un algo a primera vista.

Estos son los que han visto y oído algo. Estos son los que saben de Dios, no
porque lo hayan aprendido en los libros o en las aulas, sino porque lo han
aprendido de rodillas, en el silencio y la soledad, en el trato personal; y por eso
tienen aquel conocimiento que supera todo conocimiento y que emana de la
experiencia.

Testigos de Jesucristo

Una cosa es la palabra Dios y otra cosa es Dios mismo. En nuestra cabeza
tenemos la idea de que el fuego quema, por ejemplo, pero otra cosa es saber que
el fuego quema porque hemos metido la mano en el fuego y tenemos la
experiencia de que el fuego quema. Sabemos que el agua apaga la sed, pero otra
cosa es la experiencia de saciar la sed con un vaso de agua fresca en una tarde
de verano. Sabemos que tal sinfonía es sublime, pero otra cosa es estremecerse
hasta las lágrimas al escucharla.

99
Sabemos que Dios existe, que es amor. Pero otra cosa es conmoverse hasta el
delirio al experimentar su presencia arrebatadora, con aquella emoción que
siempre deja la proximidad de la persona amada. Dios no es una idea, no es una
abstracción mental: Dios es una persona y a una persona se la conoce tratándola;
y este trato personal confiere aquel conocimiento experimental que supera todo
conocimiento.

Esa experiencia, ese “ver y oír” a alguien, confiere a su vez la categoría de testigo.
Y los testigos de Jesucristo no transmiten principalmente doctrina, ideas, teorías,
teologías, sino una vida, un mensaje que contiene y entrega la salvación.

La Historia es una fehaciente demostración de que cuando falta el testimonio, la


actividad del evangelizador es campana que resuena, bronce que tañe. De su
intimidad con el Señor Dios, el tallerista apóstol extraerá el resultado de su misión,
la transparencia de la palabra, la iniciativa y la oportunidad.

Ya lo dijo el Maestro: “yo soy la vid, ustedes las ramas.” Si la rama está adherida a
la vid, habrá uva sabrosa, fruto fecundo; pero, si la rama está separada de la vid,
ya saben los frutos: esterilidad, vacío, tristeza, muerte. Del grado, pues, de la
unión vital del evangelizador con el Primer Evangelizador dependerá la fecundidad
y la credibilidad.

También yo en este momento retransmito para ustedes, la orden que el Señor


Jesús entregó a los que convivieron con El:

“Y ahora salgan, salgan al mundo y anuncien las felices noticias a todas las
criaturas.”

15´08”

100

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