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EL REINO DE JESUS
EN LAS ALMAS
CRISTIANAS
Donde se con t i e n e lo q ue debemos
hace r en toda n u estra v i d a , para vi v i r
crist i a n a m e n t e , y para forma r , hacer
v i v i r y rei n a r a J esús en nosotros
Serie
Grandes Maestros
N.03
APOSTOLADO MARIANO
Recaredo, 44
41003 SEVILLA
-
Con licencia eclesiástica
ISBN: 84-7770-214-5
Depósito legal: B-23.644-91
Printed in Spain
Impreso en España
PROLOGO
3
samente: «Estando, por consiguiente, unidos a É l con la
más íntima unión que puede darse, como es la de los
miembros con su cabeza; unidos a É l espiritualmente por
la fe y por la gracia que se nos ha dado en el Santo Bau
tismo, y corporalmente por la unión de su Santísimo
Cuerpo con el nuestro en la Sagrada Eucaristía, síguese de
aquí necesariamente que, así como los miembros están
animados del espíritu de su cabeza y viven de su vida, de
igual manera debemos nosotros vivir la vida de Jesús y
estar animados de su espíritu, caminar tras sus huellas,
revestirnos de sus sentimientos e inclinaciones, realizar
todas nuestras acciones con las mismas disposiciones e
intenciones con que Jesús realizaba las suyas; en una pa
labra, continuar, haciendo nuestra la vida, religión y de
voción que É l practicó en la tierra».
Y amplificando estas preciosas ideas, dice en el capí
tulo siguiente: «Por aquí veis lo que es la vida cristiana:
una continuación y complemento de la vida de Jesús. Es
decir, que nuestras acciones deben ser la continuación de
las acciones de Jesús; que debemos ser otros tantos Jesús
para continuar en la tierra su vida y sus obras y para ha
cerlo y sufrirlo todo santa y divinamente con el espíritu
de Jesús; o sea, con las disposiciones e intenciones santas
y divinas con que el mismo Jesús se conducía en todas
sus acciones y sentimientos ...».
«Estas son las grandes verdades, las importantes ver
dades y dignas de toda nuestra consideración, que nos
obligan a algo grande y que deben ser constantemente
meditadas por cuantos desean vivir cristianamente.
»Pensad, por lo tanto, en ellas muchas veces y con
atención, y aprended de aquí que la vida, la religión, la
devoción y piedad cristianas consisten propia y verdade
ramente en continuar la vida, devoción y religión de Je
sús en la tierra; y que por ello no solamente los religiosos
y religiosas sino también todos los cristianos están obliga-
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dos a l l evar una vida completa mente santa y divina y a
practicar todas sus obras santa y divinamente. Lo cual no
es imposible, n i siquiera tan d ifici l como muchos se l o
i magi nan , antes m u y dulce y fác i l para l o s q ue tienen cui
dado de elevar con frecuencia su espíri tu y su corazón a
Jesús y de entregarse y unirse a É l en todo l o q ue ha
cen» .
Es de notar que en el lenguaj e de San Pablo «cuerpo
místico» no q u iere dec ir algo tan recóndito y elevado que
sea medio enigmático e inasequible, sino cuerpo no mate
rial, sino moral. U n colegio, una fami l ia , i era forma un
cuerpo místico, moral.
De l a i mportancia de esta preci osa obra de San J uan
Eudes decía el Padre Lebrún, doctor en T eología, después
de haber hecho largos estudios sobre ella: «El Venerable
(ahora Santo) ha condensado en ella con l uminosa preci
sión sus ideas sobre l a vida cristiana, su naturaleza , sus
fundamentos y su expansión completa en la práctica de
l as virtudes . Con piedad tan ardiente como penetrante ha
formulado los actos y ejercicios que deben ali mentarla y
desenvolverl a. N inguna otra de sus obras presenta seme
jantes ventaj as» . Así pensaba de e l la su mismo i lustre au
tor.
El Reino de Jesús lo publ icó en Caen el año 1 6 3 7 ,
cuando contaba 3 6 años de edad , en p l ena j uventud . Tan
favorable fue la acogida que el pueblo fiel le di spensó,
que hubo de hacer su autor en Caen y Rouen , París y
Lyon , siete copi osas ediciones en solo treinta y tres años.
Los H ij os del Santo autor fueron naturalmente los q ue
pri mero y más constantemente l o l eyeron . A éstos s iguie
ron muchos M onasterios de Benedicti nos , Carmelitas ,
U rsul inas . M uchas al mas piadosas del siglo hici eron de él
su libro preferido y alcanzaron una e levada santidad con
formando con sus enseñanzas su vida cotidiana. U na de
las más célebres Comunidades de Francia, al decir de al-
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guno, decidió no ad mitir a ni nguna postulante q ue no l l e
vara consigo el precioso libro. En el pasado sigl o el Car
denal Merm i l l od lo tenía en tanta esti ma q ue pensó pu
bl icar una n ueva edici ón.
«Uno de l os más excel entes l ibros que se han publ ica
do» lo l l ama el P. Herambourg y añade: «Merece el nom
bre de emanación del cielo que han dado l os fi l ósofos a la
miel , este l icor del ici oso q ue ali menta y da sa l ud . Es en
verad un libro q ue conviene a peq ueños y grandes , a sen
cillos y sabios , a j ustos y pecadores . Los unos aprenderán
en él el modo de hacer que mazca Jesús en sus al mas y
l os otros el de hacer q ue crezca y se afirme de día en día.
Parece su doctri na común y vulgar a l os que l o l een dis
traídamen te, pero l os que pi ensan en él un poco y lo me
ditan , lo encuentran ll eno de los mi steri os de la teol ogía
mística, expl icados y descubiertos con una sencil lez ase
quible a todas las i ntel igencias. Leyéndolo se aprende en
poco ti empo a sant(ficar a N uestro Señor en el fondo de
su propio Corazón , como lo desea el Apóstol . Sin rebajar
en nada el mérito de tantos y tantos l i bros excel entes cada
uno en su género, se puede aseverar q ue no hay uno solo
q ue enseñe con tanta claridad y brevedad el secreto de la
vida interi or como e l Reino de Jesús e n las a lm as cristia
nas».
* * *
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flu ida, corri ente, q ue se l ee con ta nto gu sto como prove
cho.
¿os extrañaréis q u izás, pi adosos l ectores, de no en
con tra r en sus pági nas e l nombre bend it ísi mo del Sagrado
Cora zón de J e s ú s'? No está, es cierto, expresamente con
signado, pero sí está i m pl íci to en todas e l l as. En e l Reino
de Jesús e n las almas cristianas está ya en germen lo q ue
e l gran Santo escri bi ría sobre e l Di v i no Corazón. De est e
l i bro al d e l «Corazón ad m i rabl e» no hay más q ue u n
paso. Leed Corazón de Jesús donde é l d ice s ó l o Jesús y
tendréis u n l i bro m u y sól ido y devoto d e la gran d e voci ón
de n uestros d ías.
¿No había dicho el Apóstol de l a s Gen tes en q u ien
con p referenci a se i n spi ra San J uan E udes: Fomentad en
vuestros corazon es los m ism os sentim ientos que Jes ucris
to fomentó en el suyo? ¿pues qué es esto sino decir: Amad ,
hon rad, i m i tad a l Corazón de l Sal vador'? ¿No d i rá poco
después Santa M a rgari ta M aría q ue l a preciosísi ma de
voción ha de ser ante todo imitación de las virt udes y sen
t i mi e n tos de l m i smo a mant ísi mo Corazón?
Por otra parte, «no d i fie ren esenci a l mente», ha p roba
do el a utori zado P . Ba i n vel, S. J. , la de voci ó n eudista y l a
ma rgarita n a . l l am é mosl as a s í, al D i v ino Corazón . Ci erto
q ue la Vi rgen de Paray fue la evange l i sta y l a a póstol ofi
cial de esta de voci ón: pero ta mbién lo es q ue San J uan
E udes fue «su auxiliar y precursor». «No sin algún modo
de i n s p i ración d i v i n a tuvo el pri mero l a i dea de un cu l to
p úbl ico en su honor>> asegura e l Breve de Beatificaci ón.
H agamos q u e sea una verdad cada d ía más e x acta el
Reinado de Jesús en nuestras almas: q u e e n tonces re ina
rá pl e n a m e n te en nosotros e l aman t í si mo Corazón. E st e
re i n ado entero, absol uto, a moroso, será e l más espléndido
mon u mento q u e l e pod e mos e ri g i r.
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PRIMERA PARTE
CAPITULO I
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por la fe y por la gracia q ue se nos da en el santo bauti s
mo, y corporal mente por la u n ión de su santísimo c uerpo
con el n uestro en la sagrada E ucari st ía, síguese de aq u í
necesari amente q ue, así como los miembros está n anima
dos del espírit u de su cabeza, y viven de su vida, de igua l
manera debemos nosotros vivir la vida de Jesús y estar
ani mados de su espírit u , caminar tras sus huellas, reves
ti rnos de sus senti mi entos e incl inaci ones, real izar todas
nuestras acci ones con las mismas disposiciones e i nten
ci ones c o n q ue Jesús real izaba las suyas; e n una pa labra ,
conti nuar, hacer nuestra la vida, religi ón y devoción que
É l practicó en la tierra .
Esta afi rmaci ón es muy fundada , porq ue tiene en su
apoyo no pocos l ugares de las sagradas páginas, donde
habla Aq uél q ue es la mi sma verdad. ¿No l e oís cómo
dice en di versos l ugares del evange l i o? «Yo soy la vida» .
«Yo he ven ido para que tengáis v ida» . «Yo vivo y voso
tros viviréis. Entonces conoceréis vosotros que yo estoy
en mi Padre , que vosotros está is en mí, y yo en vosotros»
(2 ). Es decir, que como yo estoy en mi Padre, vi viendo de
la vida q ue É l de conti nuo me comun ica , así vosotros es
tai s en mí y vi vís mi prop ia vida, y yo vivo en vosotros , y
vosotros conmigo y en m í viviréis.
Y su amado discípulo ¿no nos dice a voces «que Dios
nos ha dado una vida eterna y q ue esta vida está en su
H ijo, y que quien tiene al H ij o de Di os tiene la vida»; y,
por el contrari o, «que q u ien no ti ene al H ijo, no tiene la
vida» y «que Dios envi ó a su Hij o un i génito al m undo,
para q ue por É l tengamos la vida , y q ue «somos n osotros
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en este mundo como É l lo fue durante s u vida (3); es de
cir. que aq uí nosotros oc upamos su l ugar y debemos vivir
en este mundo como É l vivió.
Y en su apocal ipsis lno nos declara el mismo apóstol
q ue el esposo amado de n uestras al mas , q ue es Jesús, cla
ma si n cesar, diciéndonos: «Venid , ven id a mí. El q ue tie
ne sed que venga; y el q ue q u iera , tome de balde el agua
de vida (4); es decir, que pueda dar dentro de mí con el
agua de vida verdadera?». Lo cual está conforme con lo
q ue cuenta el santo Evangelio, que un día el H ij o de
Dios, puesto en pie en medio de una gran m uchedu mbre ,
decía en alta voz : «Si alguno tiene sed , venga a mí y
beba» (5 ).
Y lqué es lo q ue a todas horas nos predica el apóstol
San Pablo? «Que estamos m uertos y q ue n uestra v ida está
escondida con Jesucri sto en Dios» (6 ). «Que el Padre
Eterno nos dio vida j untamente en Cri sto y con Cri sto»
(7); es deci r. q ue no solamente nos ha hecho vivir con su
Hij o , si no tambi én en su H ij o y de la vida de su H ij o»;
q ue la vida de Jesús debe man i festarse también en nues
tros c uerpos (8); que «Jesucri sto es nuestra vida» (9 ); que
É l está y vive en nosotros. «Vivo yo, dice de sí el Apóstol ,
3. «Vitam aeternam dedit nodis Deus. Et haec v ita in Filio ejus est. Qui
habet Filium, habet vita m ; qui non habet Fi l i u m , vitan non habet>> . 1 Joan . ,
V, 11, 1 2 . - «Filium suum unigenitum misit i n mundum, u t vivamus per
eum» . 1 Joan I v, 9. - S icut ille est, et nos sumus im h oc mundo. ibid . , 1 7 .
..
4 . «Ven i .. ven i . Et q u i sitit ven i at : et qui vult. accipiat aquam vitae gra
ti s». Apoc . , X X I I . 1 7 .
5. «Si q u is si ti t. ven iat ad me et bibat>>. Joan, V I I . 3 7 .
6. « M ortui est is e t vita vestra abscondita est cum Cristo i n Deo» . Col . ,
I I I, 3 .
7 . « Deus autem . . con vivificavit nos i n Cristo». E p h . , 1 1, 5 . «Et vos . . con
vi vificavit cum i l lo». Col . , 11, 1 3 .
8 . «Et vita Jesu manifestetur in corporibus nostriS>>. 1 1 Cor., I V, 1 0 , 1 1 .
9. «Cum Cri stus apparueri t, vita vestra>>. Col . , I I I, 4 .
1 1
o más bien , no soy yo el q ue vive, sino que Cri sto vive en
m í» (10). Y, si bien meditais todo el capítulo en que él
expone estas palabras, os convenceréis de que no habla
solamente de sí mi smo y en su nombre , sino en el nom
bre y persona de todo cri stiano. Y, finalmente, hablando
en otro l ugar a los cristianos, dice : «que ora sin cesar por
ellos , para que Dios les haga dignos del estado a que les
ha l lamado, y cumplan todos l os designios que su bondad
tiene sobre ellos y hagan con su poder fecunda su fe en
buenas obras, a fin de que sea glorificado en ellos el nom
bre de N. S. Jesucristo y e l l os en É l» (11).
Todos estos sagrados textos nos demuestran con toda
evidencia que Jesucri sto debe vivir en nosotros , que noso
tros no debemos vivir sino en É l , y q ue su vida debe ser
nuestra vida, q ue nuestra vida debe ser una conti nuación
y expresión de su vida; y que para ninguna otra cosa tene
mos derecho a vivir en la tierra, si no es para llevar, santi
ficar, glori ficar y hacer vivir y reinar en n osotros, el nom
bre, la vida, l as cual idades y perfecciones , l as disposicio
nes e i ncl inaci ones, las virtudes y acci ones de Jesús.
CAPITULO I I
12
de la vida , rel igión y devoción cri stianas, tened a bien re
parar y considerar q ue N . S . Jesucri sto tiene dos clases de
cuerpos y dos clases de vidas: Su pri mer cuerpo es el
cuerpo natural que tomó de la Santísi ma V irgen ; y su pri
mera vida es l a vida que tuvo en este mi smo cuerpo,
mientras estuvo en la tierra. Su segundo cuerpo es su
cuerpo místico, l a Igl esia , a l a que San Pablo l lama «cor
pus Christi» ( 1 ), el cuerpo de Jesucristo; y su segunda
vida , la vida q ue tiene en este c uerpo y en todos l os ver
daderos cristianos , q ue son mi embros de este cuerpo.
La vida pasible y temporal q ue Jesús tuvo en su cuer
po natural, terminó por completo en el momento de su
muerte; pero quiere É l conti nuar esta mi sma vida en su
cuerpo místico, hasta la consumaci ón de l os siglos , para
gl ori ficar a su Padre , con las acciones y sufrimientos de
una vida mortal , l abori osa y pasible, no sol amente duran
te el espacio de trei nta y cuatro años (2 ) sino hasta el fin
del mundo. Esta vida de Jesús en su cuerpo místico, esto
es, en l os cristi anos, si bien es verdad que no l l ega aún a
su total cump l i m iento, l lénase, no obstante, de día en día,
y se compl etará con entera perfección al fin de l os tiem
pos.
Por eso dice San Pablo: que «él está compl etando en
su carne l o que queda por padecer a Cri sto en sus mi em
bros, sufri endo trabaj os en pro de su cuerpo místico, que
es la Iglesia» (3). Y lo que San Pablo dice de sí mismo,
puede decirse de cada cri stiano verdadero, cuando sufre
algo con espírit u de sumisión y de amor a Dios . Y l o que
San Pablo dice de l os sufri mi entos, puede decirse de todas
1 . 1 Cor. , X I I, 27.
2 . Más común es la opi nión de l os que creen que Jesucristo N . S. vivió
en este m undo treinta y tres años. Nota del traductor.
3 . «Adimpleo ea, q uae desunt passionum Christi , in carne mea pro cor
pore ej us, quod est Eccl esia>>. Col . , 1 , 2 4 .
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l as demás acciones que un cri stiano real iza en la tierra.
Porque así como San Pablo nos asegura que él completa
l os sufri mientos de Jesucristo, de igual manera puede de
cirse con toda verdad q ue un cri stiano verdadero, por ser
miembro de Jesucristo y por estar unido a É l por la gra
cia, conti nua y completa con l as acci ones que real iza ani
mado del espíritu de Jesucri sto, las acciones que el mis
mo Jesucri sto ej ecutó, durante el ti empo de su vida pasi
ble en l a tierra.
De suerte que, cuando un cri stiano ora , conti núa y
completa la oración q ue Jesucri sto hizo en l a tierra; cuan
do trabaja, conti núa y completa la vida l aboriosa de Jesu
cri sto; cuando trata con el prój i mo con espíritu de cari
dad , continúa y completa la vida de comunicación de Je
sucristo; cuando come o reposa cristianamente, conti núa
y completa l a suj eción q ue Jesucri sto quiso tener a estas
necesidades; y así podríamos decir de todas l as demás ac
ciones cri stianamente practicadas.
En este sentido nos man i fi esta San Pablo que «la Igle
sia es el complemento o l a perfecci ón de Jesucri sto, en
cuanto É l es su míst ica cabeza y l o l lena todo en todos ,
formando un todo cump l ido y perfecto y comunicando a
todos sus miembros el ser y l a vida» (4). Y en otro l ugar
nos da a entender q ue «todos n osotros trabajamos en la
edi ficación del cuerpo místico de Jesucristo, hasta q ue
l l eguemos a l a medida de l a edad perfecta de Jesucri sto
(5); es decir a la edad según la cual Jesucristo se ha de for
mar m ísticamente en nosotros, lo cual no se cumpl irá
en toda su perfección si no en el día del j uicio.
4 . « E t ipsum dedit caput supra omnem Eccl esia m . q uae est corpus ip
sius, et plenitudo ej us, q ui omnia in omnibus adi mpletuo>. Eph., 1 , 22, 2 3 .
5. «Et ipse dedit q uosdam apostolos . . . i n aedi ficationem corporis C hristi ;
donec occurramus omnes in unitatem fidei , et agn i tionis Filii Dei , in virum
perfectum, in mensuram aetati s plenitudinis Christi». Eph . , IV, 1 1 - 1 3 .
L1
Porque siendo este divino Jesús n uestra cabeza y no
sotros sus miembros . unidos a É l con una unión incom
parabl emente más estrecha, más n oble y el evada q ue la
unión que existe entre la cabeza y l os mi embros de un
cuerpo natural , síguese forzosamente que debemos estar
ani mados de su espíritu y vi vir de su vida, más part icular
y perfectamente q ue l os miembros de un cuerpo natural
están ani mados y vi ven de su cabeza.
Estas son las grandes verdades � las i mportantes verda
des y dignas de toda nuestra consideración , que nos obl i
gan a algo grande y que deben ser constantemente medi
tadas por cuantos desean vivir cri stianamente.
Pensad , por lo tanto, en e l l as muchas veces y con
atención y aprended de aq uí: q ue la vida, la religión, l a
devoción y piedad cristianas consisten propia y verdade
ramente en conti nuar la vida, devoción y religi ón de Je
sús en la tierra , y q ue por el l o , no solamente los rel igiosos
y religi osas, si no también todos los cri stianos están obl i
gados a l l evar una vida compl etamente santa y di vina y a
practicar todas sus obras santa y di vi namente. Lo cual no
es imposible, ni siq uiera tan di fici l como muchos se lo
i magi nan , antes muy dulce y fácil para l os q ue tienen cui
dado de el evar con frecuencia su espíritu y su corazón a
Jesús y de entregarse y unirse a É l en todo l o q ue hacen .
CAPITULO I I I
15
nuestra cabeza, que es Jesús , cuatro cosas debemos consi
derar frecuentemente, adorar en l a vida que Jesús tuvo en
la tierra y esforzarnos, cuanto nos sea dado con la ayuda
de su gracia, por expresarlas y conti nuarlas en n uestra
vida, cuatro cosas q ue son como otros tantos fundamen
tos de l a vida cristiana, y sin l as cuales, por consigu iente,
es i mposible ser verdadero cri sti ano. Por esto, es necesa
ri o deci ros aq uí algo de cada una de el las en particular.
El pri mer fundame n to de la vida cristiana es la fe .
Porq ue San Pablo nos man i fi esta «que si queremos ir a
Dios y l l egarnos a su divi na Majestad , el pri mer paso que
hemos de dar es creer» ( 1 ) y que «si n fe es i mposible agra
dar a Dios» (2 ). «La fe, dice el mismo apóstol , es el fun
damento de las cosas q ue esperamos» ( 3 ) . Es l a piedra
fundamental de la casa y del reino de Jesucristo. Es una
l uz celestial y divina, una participación de la l uz eterna e
inaccesible, un rayo del rostro de Dios; o, para hablar un
l enguaj e más conforme a l a Escritura , la fe es como un di
vino sel l o por e l cual l a l uz del rostro de Dios q ueda im
presa en n uestras al mas (4).
Es una comunicación y una como extensión de la l uz
y c iencia divina q ue fue i n fundida en el a l ma santa de Je
sús, en e l momento de su Encarnación. Es la ciencia de la
sal vación, l a ciencia de l os santos , l a ciencia de Dios q ue
Jesucristo ha sacado del seno de su Padre y nos la ha traí
do a la tierra, para di sipar nuestras tinieblas , para il umi
nar n uestros corazones, para darnos l os conocimientos
necesarios a fin de servir y amar a Dios perfectamente,
para someter y subyugar nuestros esp íri tus a l as verdades
que É l nos enseñó y nos enseña aún por É l m ismo y por
16
medio de su Iglesia , y así e xpresar, conti n uar y compl etar
en nosotros la sumisión, la docil idad y el rendi miento vo-
1 untari o y sin sombras que su esp íritu humano tuvo con
respecto a las l uces q ue su Eterno Padre le comunicó
y a l as verdades que le fueron enseñadas� toda vez que la
fe , que nos ha sido dada para suj etar y hacer cautivo
nuestro espíritu a la creenci a de las verdades que se n os
mani fi estan de parte de Dios , es una conti nuación y com
plemento de la sumi sión amorosa y perfectísima q ue el
espíritu humano de Jesucri sto tuvo a l as verdades q ue su
Padre Eterno le mani festó.
Esta l uz y ciencia di vina nos da un perfecto conoci
miento, en la med ida q ue se puede tener en este mundo,
de todas l as cosas que están en D ios y fuera de Dios.
La razón y l a ciencia humana las más de las veces nos
engañan ; ya porq ue son débiles y l i mitadas en sus l uces
para alcanzar el conocimiento de l as cosas de Dios , i nfi
nitas e i ncomprensibles; como también , porque la ciencia
y l a razón humana están envueltas en t inieblas y osc uri
dades, como consecuencia de la corrupción del pecado,
para poder tener siquiera un conoci miento verdadero de
las cosas que están fuera de Dios. Pero l a l uz de l a fe ,
siendo, como es, una participaci ón de la verdad y l uz de
Dios, no nos puede engañar, sino q ue n os hace ver l as co
sas como Dios las ve, es decir, en su propia verdad y
como son a los oj os de Dios.
De suerte , que si miramos a Dios con l os oj os de la fe ,
le veremos en su propia verdad , tal como É l es , y en cier
ta manera como cara a cara. Porq ue, aunque bien es ver
dad q ue la fe va unida a la oscuridad y nos hace ver a
Dios, no con la c laridad con que se le ve en el cielo, sino
oscuramente y como a través de una nube, sin embargo,
no humi l la su suprema grandeza , como hace l a ciencia,
entregándose al a lcance de nuestro espírit u , sino que, a
través de sus sombras y oscuridades penetra hasta la i nfi-
17
nitud de sus perfecci ones y nos le hace conocer tal como
É l es: i n fi n ito en su ser y en todas sus di vinas perfeccio
nes .
E l l a nos d a a conocer que todo l o que hay e n Dios y
en Jesucristo, H ombre-Dios , es i n fi n itamente grande y
admirable, i n fi n itamente adorable y amable, e i n fi n ita
mente digno de ser gl ori ficado y amado por sí mismo.
Ella nos hace ver que Dios es veracísi mo y fide l ísimo en
sus pal abras y promesas, q ue es todo bondad , todo dulzu
ra y todo amor para con l os que le buscan y ponen en É l
su confianza, así como todo rigor, espanto y severidad
para con los q ue le abandonan , siendo cosa espantosa
mente terri ble caer en las manos de su j usticia. E l l a nos
da a conocer con compl eta seguridad que la divina Provi
dencia guía y gobierna , santa y sapientísi mamente y del
mej or modo posible, todo cuanto ocurre en el mundo;
providencia que merece ser i n fi n itamente adorada y ama
da por todos l os seres que e l l a ordena , sea en su j usticia,
sea en su mi sericordia, en el cielo, en la tierra y en el in
fierno;
Si miramos a la Igl esia de Dios a la l uz de la fe , vere
mos que teniendo a Jesucri sto por su cabeza y al Espírit u
Santo por su gu ía , es i mposible que pueda en cosa alguna
apartarse de la verdad ni en cal lar a la mentira; y q ue, por
consiguiente, todas las ceremonias , usos y funciones de la
Iglesia han sido santamente instituidos , q ue cuanto ella
prohíbe y manda , muy legíti mamente queda prohibido y
mandado. que tod o l o que enseña es i n falibl emente ver
dadero, que hemos de estar dispuestos a morir mil veces
antes que apartarnos lo más mínimo del mundo de verda
des q ue nos comun ica , y, que en fi n , estamos obl igados a
hon rar y reverenciar de una manera particular todas l as
cosas que están en la Iglesia , como cosas santas y sagra
das.
Si n os vemos a nosotros mi smos y a todas las cosas del
18
mundo con los oj os de l a fe , veremos con toda claridad
que, de nosotros m ismos , no somos más que nada, peca
do y abominación, y q ue todo l o que hay en el mundo,
no es sino humo, ilusi ón y vanidad .
Así hemos de mirar todas l as cosas, no en la vanidad
de nuestros sent idos, ni con l os oj os de la carne y de la
sangre , ni con l a pobre y engañosa vista de la razón y de
la ciencia humana, si no en la verdad de Dios , y con los
oj os de Jesucri sto, con aquel la l uz que É l sacó del seno de
su Padre, con l a que mira y conoce todas l as cosas , l uz di
vina que É l nos ha comunicado, a fin de que mirásemos y
conoci ésemos todas l as cosas como É l las mira y conoce.
CAPITULO IV
10
Para ello, debemos esforzarnos, con toda cl ase de me
di os, por aprender bien esta divina ciencia y por no em
prender nada q ue se desvíe de esta santa norma. A este
efecto, al comenzar nuestras acciones, sobre todo las más
i mportantes , pongámonos a l os pies del H ijo de Di os ,
adorémosle como autor y consumador d e la fe y como a
quien es Padre de l as l uces , l uz verdadera q ue ilumina a
todo hombre que viene a este mundo.
Reconozcamos que, de nosotros mismos, no somos
más q ue t inieblas y que todas l as l uces de la razón , de l a
ciencia y hasta de la experiencia h u mana no son , con har
ta frecuencia, más que oscuridades e i l usiones, en las que
no debemos tener confianza alguna. Renunci emos a la
prudencia de la carne y a la sabiduría del mundo; pida
mos a Jesús que l as destruya en nosotros como a verdade
ros enemigos, que no permi ta que sigamos sus l eyes, sus
máxi mas y consej os; antes , por el contrari o, q ue nos ilu
mine con su l uz cel estial , q ue nos guíe con su divina sabi
duría, que nos dé a conocer lo que l e es más grato, q ue
nos conceda gracia y fortaleza para asenti r inquebranta
bl emente a sus palabras y promesas, para cerrar constan
temente los oídos a toda consideración , y para preferi r
con valentía las verdades y máxi mas de la fe que É l nos
enseña por su Evangel io y por la Iglesia , a todas las razo
nes y di scursos de l os hombres que se conducen según las
máxi mas del mundo.
A este fin, muy bu�o sería, contando con el permi so
de quienes lo puedan dar, leer todos l os d ías de rodillas
un capítulo de la vida de Jesús contenida en el N uevo
Testamento, a fin de aprender cuál ha sido la vida de
n uestro Padre y de advertir cuidadosamente, consideran
do las acciones que É l obró, las virtudes q ue ejercitó y las
pal abras que profiri ó, las reglas y máxi mas por las q ue É l
se condujo y quiere q ue nosotros nos cond uzcamos . Por
que la prudencia cri stiana consiste en ren unciar a las má-
20
ximas de l a prudencia h umana, en invocar el esp íritu de
Jesucristo, a fin de q u e nos ilumine, nos cond uzca según
sus máximas y nos gobiene, conforme a las verdades q ue
É l nos ha enseñado y l as acci ones y virtudes que É l prac
t icó. Esto es conducirse según el espíritu de la fe .
CAPITULO V
1 . Phil i p . , 2 , 5 .
21
torosos , y ha sacri ficado su vida soberanamente preciosa
por la gl ori a de su Padre y por nuestro amor.
Por el contrari o, es tal el horror que tiene al pecado,
que baj ó del cielo a la tierra , se anonadó a sí mismo to
mando la forma de siervo, vivió trei nta y cuatro años (2 )
en la tierra una vida l l ena de trabaj os, de desprecios y su
fri mientos , derramó hasta la últi ma gota de su sangre, y
murió con la más afrentosa y cruel de todas l as muertes;
todo ello, por el odio que tiene al pecado y por el deseo
supremo q ue alberga en su corazón de destruirl o en noso
tros .
Debemos, por l o tanto, conti nuar en nosotros estos
mismos senti m ientos q ue Jesús tuvo para con su Padre y
en orden al pecado, declarándol e l a guerra que É l l e de
claró mientras estuvo en la tierra; porque, si estamos
obl igados a amar a Dios sobre todas las cosas y con todas
nuestras fuerzas, tambi én lo estamos a od iar i n fi n itamen
te, o cuanto podamos, al pecado.
Para l l egar a esto, mirad desde ahora al pecado, no
como lo miran l os hombres, con oj os carnales y cegados,
si no como lo mira Di os , con oj os esclarecidos con su l uz
di vina , con los oj os de la fe.
Veréis a esta l uz y con estos oj os, q ue si endo el pecado
en cierta manera i n fi n itamente contrario y opuesto a
Dios y a todas sus divinas perfecciones y supon iendo la
pri vación de un bien i n fi n ito, como es Di os, entraña en sí
una mal icia, una locura , una fealdad , una miseria tan
grande como Di os , i n fi n ito en bondad , en sabiduría, en
hermosura y en santidad (3 ); y que debe ser, por consi
gu iente, en algún modo tan od iado y perseguido como
Dios merece ser buscado y amado. Veré is que el pecado
es cosa tan horrible que no puede ser borrado si no con
la sangre de un Dios; tan detestable q ue no puede ser des-
2?
truido sino por la muerte y destrucc ión de un Hombre
Dios; tan abomi nable que no puede dej ar de existir sin o
por el anonadamiento del Hij o único de Di os; tan execra
ble ante Dios, a causa de la inj uri a y des honor in fi n ito
q ue le infiere, q ue tal inj uria y deshonor no puede ser dig
namente reparado sino con los trabaj os, sufrimientos,
agon ías , con la m uerte y méritos i n fi n itos de un Dios.
Veréis q ue el pecado es un cruel homicida , un deicida
espantoso, y la más horrible destrucción de todas las co
sas. Es un homicida , puesto q ue es la única ca usa en el
hombre de la muerte de su cuerpo y de su a l ma j unta
mente. Es un deicida , porq ue el pecado, el pecador hizo
morir a Jesucristo en la cruz y todavía le cruci fica cada
día en sí mismo. Es además, la destrucción de la naturale
za, de la gracia, de la gloria y de todas las cosas , porq ue
destruyendo, en cuanto en él está , al autor de l a naturale
za, de la gracia y de la gloria, destruye en cierta manera
todas estas cosas.
Veréis también , que el pecado es tan destestabl e ante
Dios , que la pri mera, la más noble y q uerida de sus cria
turas , el ángel , así q ue cayó en un sol o pecado. y él nada
más de pensamiento, un pecado de un momento, le prec i
pitó desde lo más alto del cielo a lo más profundo de l os
infiernos, sin darle un solo momento de tiempo para ha
cer peni tencia, por indigno e incapaz (4) de el la; y cuando
se enc uen tra a u n alma a la hora de l a m uerte con un pe
cado mortal , a pesar de ser todo bondad y amor para con
su criatura, no obstante el deseo supremo q ue tiene de
sal var a todo el m undo, y a este efecto haber derramado
su sangre y dado su vida, se ve obligado por su j usti-
23
cia a pronunciar una sentenc ia de eterna condenación
contra esta alma desventurada . Pero, l o más asombroso
de todo esto es: Que el Padre Eterno, viendo a su propio
Hijo, a su Hij o único amadísimo, santísi mo e inocentísi
mo, cargado de pecados aj enos, «no le ha perdonado, dice
San Pablo, sino q ue l e ha entregado por nosotros a la cruz
y a la m uerte» ( 5 ) .
i T a n abomi nable y execrable ante É l e s e l pecado!
Veréis además que el pecado está tan l l eno de mal ic ia
q ue transforma a l os servidores de Dios en esc lavos del
diablo, a l os h ij os de Dios en h ij os del diablo, a los miem
bros de Jesucristo en miembros de Satanás y hasta a l os
q ue son dioses por gracia y por participación en diablos
por semej anza e imitación , según la palabra del que es l a
misma verdad , q uien hablando de u n pecador, le l lama
diablo: «unus ex vobis diabol us est>> (6 ) .
Conoceréis , e n fi n , q ue el pecado e s el mal de l os ma
les y la desgracia de l as desgracias; el manantial de todos
los males y desgracias q ue cunden por la tierra y col man
el i n fi erno. En verdad q ue no hay sino este solo mal en el
m undo q ue p ueda ser l lamado mal , entre todas l as cosas
terribles y espantosas, la más terrible y espantosa; más
horrible q ue la muerte, más espantable que el diablo, más
pasmoso q ue el infierno, puesto q ue todo lo q ue hay de
horrible, espantable y pasmoso en la m uerte, en el diablo
y en el infiern o, procede del pecado.
iOh pecado, q ué detestabl e eres! iAh si los hombres te
conociesen! Es preci so decir bien claro que hay a lgo en ti ,
i n fi n itamente más horrible q ue cuanto se puede decir y
pensar, porq ue el alma manc hada con tu corrupción no
puede q uedar l i mpia y puri ficada sino con la sangre de un
24
Dios, y tú no puedes ser destruido y aniq uilado sino por
la muerte y anonadamiento de un Hombre-Dios.
iOh gran Dios! no me asombra q ue tanto odi eis a este
monstruo i nfernal y q ue le castiguéis con tanto rigor.
Asómbrense los q ue no os conocen y l os q ue no conocen
la inj uria q ue se os hace con el pecado. En verdad , ioh
Dios mío! q ue no seríais Dios si no odiaseis in fi n itamente
la i n iquidad . Porq ue, viéndoos fel izmente necesitado de
amaros a Vos mi smo, como a bondad i n fi n ita q ue sois ,
con i n fin ito amor; estais igual santamente obligado a abo
rrecer infinitamente lo q ue os es, en cierto modo, i n fi n ita
mente contrari o.
iOh cri stianos q ue léeis estas cosas, fundadas todas
ellas en la palabra de la eterna Verdad ! , si aún os q ueda
alguna centel l ita de amor y de celo por el Dios q ue ado
ráis , aborreced lo que É l tanto aborrece y le es tan contra
rio. Temed al pecado y huid de él más q ue de l a peste ,
más q ue la muerte, más que de todos l os males imagina
bles. Conservad siempre en vosotros una inq uebratable
resolución de sufrir mil m uertes con toda cl ase de tor
mentos, antes que separaros j amás de Dios por un pecado
mortal .
Y, a fi n de q ue Dios os preserve de semenj ante desgra
cia, cuidad también de evitar, cuanto podáis , el pecado
venia l . Porq ue debéis recordar, q ue fue preciso q ue Nues
tro Señor derramase su sangre y sacri ficase su vida para
borrar tanto el pecado mortal como el venial ; y q ue el
que descuida el pecado venial , caerá pronto en el morta l .
S i no sentís e n vosotros estas resol uci ones rogad a Nues
tro Señor que os l as i mprima en vuestra al ma, y no ten
gais un momento de reposo hasta q ue os encontreis con
el las . Porque, m ien tras no esteis en la d isposición de mo
rir y de sufrir toda clase de desprecios y tormentos antes
q ue cometer pecado alguno, sabed que no sois verdadera
mente cristiano; que si por desgraci a acontece q ue caye-
25
rais en alguna falta, esforzaos por levantaros cuanto an
tes, por medio de la contrición y confesión y vol ved nue
vamente a vuestras pri meras disposici ones.
CAPITULO VI
26
pulo de Jesucri sto, si deseáis conti nuar y reprod uci r en
vosotros su vida santa y desprendida de todas l as cosas ,
es preci so que os esforcéis por manteneros en este des
prendi m iento absol uto y uni versal del m undo y de todas
l as cosas del mundo.
Para ello, debéi s considerar con frecuencia; q ue el
mundo ha sido y será siempre contrari o a Jesús, q ue
siempre l e ha perseguido y cruci ficado y l e perseguirá y
cruci ficará sin cesar hasta la consumación de l os sigl os,
q ue l os senti mi entos e incl inaciones, las leyes y máximas,
la vida y el espíritu del mundo, de tal manera son opues
tos a l os sentimi entos e incl inaci ones, a las leyes y máxi
mas , a la vida y esp íritu de Jesús , q ue es i mposible pue
dan subsistir j untamente. Porq ue todos l os senti mientos e
incli naciones de Jesús no se encaminan si no a la gloria de
su Padre y a nuestra santi ficaci ón , y l os sentimientos e in
cl inaciones del mundo no tienden más q ue al pecado y a
la perdición.
Las l eyes y máximas de Jesús son dulcísi mas , muy
santas y razonabl es; las l eyes y máxi mas del mundo son
l eyes y máxi mas de i n fi erno, compl etamente di aból icas,
tiranas e insoportables . ¿puede haber nada más diabólico
y ti ran o q ue l as l eyes execrables de esos mártires del
m undo q ue se obligan , según sus reprobables máxi mas, a
sacri ficar su bienestar, su al ma y su sal vaci ón a Satanás ,
por un maldito punt i l l o de honor? Y l o q ue es más horri
ble aún, es que están obligados por la tiran ía rabiosa de
las leyes abomi nables del m undo, si se les llama por se
gunda vez , a batirse a veces a sangre fría , si n obj eto y
sin razón , por la pasión y l ocura de un i mpertinente, que
l es es indi ferente, con el mayor de sus enemigos y cl avarle
a menudo la espada en su seno, dándole muerte, arran
cando el alma del cuerpo para entregarla a Satanás en las
l l amas eternas. iQué rabia y crueldad ! iOh Dios mío!
¿Pude verse nada más duro y tirán ico?
27
La vida de Jesús es una vida santa y adornada de toda
clase de virtudes; l a vida del m undo es una vida deprava
da, l lena de desórdenes y de toda clase de vicios. El espí
ritu de Jesús en orden a Dios, es espíritu de l uz , de ver
dad , de piedad , de amor, de confianza, de cel o y de reve
rencia; el esp íritu del mundo es un espíritu de error, de
incredu l idad , de tinieblas, de ceguera, de desconfianza, de
alboroto, de imp iedad , de irreverencia y de d ureza para
con Dios y las cosas de Dios.
El espíritu de Jesús es un esp íritu de humildad , de
modestia, de desconfianza de uno mismo, de mortifica
ción y abnegación , de constancia y firmeza, con relación
a nosotros mismos; por el contrari o, el espíritu del mun
do, es un espíritu de orgullo, de presunción, de amor de
sordenado de sí mismo, de l igereza e inconstancia. El es
píritu de Jesús, con relación al prój i m o , es un esp íritu de
misericordia, de caridad , de paciencia, de dulzura y de
un ión; el espíritu del mundo es un espíri tu de venganza,
de envidia, de impaciencia, de cólera, de murmuración y
de di visión.
En fin, el esp íritu de Jesús es el espíritu de Dios, espí
ritu santo y divi no, espíritu de toda clase de gracias , de
virt ud y de bendici ón, espíri tu de paz y de tranquilidad ,
espíritu q ue no busca más que los i ntereses de Dios y de
su gloria; por el contrario, el espíritu del mundo es el es
píritu de Lucifer; porq ue siendo Luci fer príncipe y cabeza
del m undo, síguese necesariamente q ue el mundo está
animado y regido de su espíritu ; espíritu terreno, carnal y
animal , esp íritu de maldición y de toda clase de pecados,
espíritu de turbación y de inquietud , espíritu de borrasca
y tempestad , «spi ritus procel l arum» ( l ), espíritu q ue no
busca más que su propia comod idad , sus gustos e i nte
reses. J uzgad ahora si es posible q ue el espíritu y la vida
l . Ps., X , 7 .
28
del m undo pueda compartir con el espíritu y l a vida cri s
tiana, q ue no es otra cosa q ue el espírit u y la vida de Jesu
cristo.
Por todo lo dicho, si deseáis ser verdaderamente cris
tianos , es dec ir, si deseáis pertenecer perfectamente a Je
sucristo, vivir su vida , estar animados de su espíritu y
conduciros según sus máxi mas, es de todo punto necesa
rio q ue os propongáis ren unciar enteramente y dar un
eterno adi ós al m undo. No q u iero decir q ue sea necesari o
q ue abandonéis el mundo para encerraros entre cuatro
paredes, si Dios no os l l ama a ello; pero sí q ue os esfor
céis por vivir en el m undo, como si no fuerais del mundo,
esto es , q ue hagáis profesión públ ica generosa y constante
de no vivir más la vida del mundo y de no conduciros en
adelante por su espíritu y por sus l eyes; q ue no os aver
goncéis, antes por el contrario, q ue os gloriéis santamente
de ser cristianos, de pertenecer a Jesucristo y de preferir
l as santas máximas y verdades q ue É l nos ha dej ado en su
Evangelio a las pern iciosas máxi mas y falsedades q ue el
mundo enseña a sus discípulos ; y que, a l o menos, tengáis
tanto ánimo y firmeza para renunciar a l as l eyes, senti
mientos e incl inaciones del mundo y para despreciar por
virt ud todos sus vanos d iscursos y engañosas opiniones ,
como temeridad e i mpiedad él alardea tener en despreciar
perversamente l as l eyes y máxi mas crist ianas y en enojar
se impertinentemente con l os q ue las siguen .
Porq ue en esto consiste el verdadero valor y la perfec
ta generosidad ; y lo q ue el m undo l l ama val or y espíritu
fuerte, no es más q ue cobard ía y debilidad de corazón.
He aq uí lo q ue yo l l amo desprenderse del mundo y vi
vir en el m undo como si en él no se estuvi ese.
29
CAPITULO VII
30
N os asegura , fi nal mente , <<q ue el m undo está ya juzga
do, q ue el príncipe de este mundo ha sido lanzado fuera»
( 5 ) . En efecto, tan pronto como el mundo cayó en la co
rrupción causada por el pecado, l a divina justicia l o j uzgó
y condenó a ser abrasad o y consumido por el fuego. Y,
aunq ue el efecto de esta sentencia se di late, se resol verá,
no obstante , en la consu mación de l os siglos. En conse
cuencia de lo cua l , Jesucristo m ira al mundo como el ob
jeto de su odio y de su maldici ón , como cosa q ue intenta
y desea pasarlo por el fuego el día de su furor.
Penetrad , pues, en estos senti mi entos y afectos de Je
sús con respecto al m undo y a todas las cosas del mundo.
M irad en adelante al mundo como Jesús l o mira , como el
objeto de su odi o y maldición. Mirad l e como cosa q ue É l
os prohíbe amar, bajo pena de incurrir en su enemi stad ;
como cosa que É l ha condenado y maldito por su propia
boca , con el q ue, por consiguiente, no nos es permitido
comun icarnos si n part ic ipar de su maldición ; miradle
como cosa q ue É l q uiere abrasar y red ucir a cen izas. Mi
rad todas las cosas que el m undo tanto ama y esti ma: l os
placeres, l os honores , las riq uezas , las ami stades y aficio
nes m undanas y demás cosas semejantes , como cosas de
puro paso, según el orác ulo divino: «M undus transit et
concupiscentia ejus» (6), el m undo pasa, y pasan también
con él todos sus atract ivos; cosas q ue no son más q ue
nada y humo, engaño e i l usión, van idad y afl icc ión de es
p íritu. Leed m uchas veces y considerad atentamente estas
verdades; pedid todos l os días a N uestro Señor q ue os las
impri ma en vuestro corazón .
Y , a fin de disponeros a e l l o , tomad todos l os d ías al
gún ti empo para adorar a Jesucri sto en el perfect o des-
5. « N unc j udicium est mundi: n unc princeps huj us m und i ej icietur fo
ras» . Joan . X I I, 3 1 .
.
6 . 1 Joan J I. 1 7 .
. .
31
prendimiento q ue tuvo del mundo y supl icadle que os
desprenda de él por completo e i mpri ma en vuestro cora
zón , odi o y aborrecimiento a todas las cosas del m undo.
Guardaos, por vuestra parte , de no comprometeros
con las vi si tas y conversaci ones i n útiles q ue se estilan en
el m undo. Si estáis l igados a ellas, romped ipor Dios! a
cualq uier precio vuestros compromisos y huid más que
de la peste, de l ugares, personas y compañías en l as q ue
no se habla más que del m undo y de l as cosas del mundo.
Porq ue, como de estas cosas se habla con aprecio y consi
deración, es muy dificil q ue l as conversaci ones que en el
mundo se tienen no dej en alguna mala impresión en
vuestro espíritu . Y fuera de esto, no ganaréis más q ue una
pel igrosa pérdida de tiempo; no encontraréis más q ue una
triste di sipación y aflicción de espíritu ; no reportaréis
más q ue amargura de corazón , enfriamiento de l a pie
dad , apartamiento de Dios y mil otras faltas q ue comete
réis.
Y mientras busq uéis y améis l a conversación del mun
do, Aquél que tiene sus delicias en estar con l os hij os de
los hombres, no l as tendrá en vosotros y no os hará gustar
l as d ulzuras q ue comunica a l os q ue ponen todas sus del i
cias en conversar con É l .
Huid, pues, del mundo, os l o digo una vez más; huid
de él y aborreced su vida, su espíritu y sus máxi mas, y no
hagáis ami stad ni tengáis comunicaci ón , en cuanto os sea
posible, sino con l as personas q ue podéis o que os pueden
ayudar y ani mar, con su ej emplo y su palabra, a amar a
nuestro amabi l ísi mo Jesús , a vivir de su espíritu y a detes
tar cuanto le es contrario.
32
CAPITULO VIII
33
ta l desprend i m iento de sí m is m o y con ta l anonadamien
to de s u esp íri t u h u ma n o . de s u prop i a vol u ntad y del
amor de s í m is m o . que j a más h izo nada por su prop i o es
p í ri t u y h u ma n o senti m i ento. sino guiado del esp í ri t u de
su Pad re: n unca sigu i ó su prop i a vol u n tad . si no la de su
Pad re : se cond ujo cons igo m i s m o como q u ien n o se t iene
amor a l guno. antes od i o extremad o. p ri vánd ose en est e
m u ndo de una glori a y fe l icidad i n fi n itas y de todos l os
placeres y conten tam ien t os h u manos . y buscando y abra
zando todo aq uel l o q ue pod ía proporci onarl e s u fri m i ento
en su c uerpo y en su a l ma.
Por esta razón . si somos con verdad sus m i e m bros.
debemos penetra rn os de sus senti m ientos y d isposic i ones .
y toma r una fi rme resol ución de v i v i r en l o suces i \o con
un completo desprend i m iento y od i o d e nosot ros m i s
mos.
A este e fect o . tened c u idado de adorar frec uente mente
a Jesús en este desprend i m iento de s í m ismo y de ent rega
ros a É l . s u p l icá ndol e q ue os despegue entera mente de
vosotros m is mos . d e v uestro prop i o espírit u . d e v uestra
propi a vol u n tad y de vuestro a m or prop i o . pa ra u n i ros
perfectamente a É l y regiros en t odas l as cosas. segú n su
esp íri t u . según s u vol u n tad y s u p u ro a mor.
Al dar comienzo a v uestras obras. e l evad a J esús vues
tro corazón de este m odo: iOh J esús. yo ren uncio con to
das m is fuerzas a m í m is m o . a mi propi o esp írit u . a m i
propi a vol u n tad y a m i amor propi o y m e entrego tota l
mente a V os . a v uestro santo esp í rit u y a vuest ro di vi no
a mor: sacadme fuera de m í m i smo y gu iad me en esta
obra según vuestra santa vol u n ta d .
En las ocasiones de d i sc u t i r. q ue s e o s presentará n
dada la d i versidad d e op i n i ones q ue a cada hora se nos
ponen delante . a u nq ue os pa rezca tener razón y q ue l a
verdad está de v uestra pa rte. a l egraos . con ta l q ue no
vayan en e l l o l os i ntereses de l a di v i na gl ori a . de tener
34
ocasión de ren unciar a v uestro propi o pa recer y ceder a la
op i n i ón aj ena.
En l os deseos e incl inaci ones q ue hac i a cualq u ier cosa
sintáis. des haceos ensegu ida de e l l o a l os p i es de J esús. y
protestad l e q ue n o q ueré is tener más vol u ntad e incl ina
ci ones q ue las suyas.
Tan pronto como os aperc i báis q ue tenéis algu'na ter
n ura o afición sensi ble haci a a l go. en e l m ismo momento
d i ri gid a Jesús vuestro corazón y v uestros a fectos. de esta
manera : iOh mi q uerido J esús. os hago entrega completa
de mi corazón con tod os sus a fectos! iO h ú n ico obj eto de
m is a mores . haced q u e j a más ame nada s i n o en V os y por
V os!
C uando se os prod i gue alguna al abanza . re fe ri d l a a
Aq ué l q ue es e l ú n ico d i gno d e todo honor. d iciendo: iO h
gl ori a m ía. no q u iero yo n u nca más gl ori a q ue l a v u estra :
porq ue a V os sól o es debido tod o h onor. toda a l aban za y
toda gl ori a y a m í toda abyección . despreci o y h u m i l l a
ción !
C uando se os presenten moti vos de mort i ficaci ón pa ra
e l c ue rpo o pa ra e l espí rit u . u ocasi ones de pri varos de a l
g ú n contentami ento ( l o q ue acontece a cada paso) abra
zad l as de buena gana por amor de N uestro Señor y ben
decid l e porq ue o s conceda l a gracia d e tener ocasión de
morti ficar v uestro amor propi o y de hon rar las morti fica
ci ones y p ri vaci ones q ue Él soportó en l a t ierra .
C uando sintá i s a l gú n gozo o consolaci ó n . devol védse
lo al q ue es mana n t i a l de todo consuelo y decid l e as í : i A h
Señor. bastante gozo e s pa ra m í saber q ue sois Di os y q ue
sois m i Dios! iOh Jesús. sed sie m pre J esús: es dec i r. siem
pre l l eno de glori a . de grandeza y de fe l ic idad y yo esta ré
siempre contento! iO h Jesús m ío. j a más perm i tá is q ue me
goce en cosas del m undo. si no sól o en V os . y haced q ue
35
pueda deciros con la santa rei na Ester: «Sabes q ue j amás
he tenido contento sino en ti» (2 ).
CAPITULO IX
2. «Tu seis . . . q uod n unquam l aetata sit anc i l l a tua, ex quo h uc translata
sum usq ue in praesentem diem, nisi in te, Domine Deus An raha m». Est h . ,
XIV. 1 8 .
36
ner de vernos l ibres de la cárcel de este c uerpo, para ver a
Dios , para estar un idos " É l con toda perfección y para
a marle p ura y eternamente. Por lo que, c uando Dios n o s·
hace sentir l as dulzuras de su bondad en nuestros ejerc i
cios d e piedad , debemos guardarnos m ucho d e no l i mitar
nos a descansar en e l las y tomarlas afición, si no h u m il lar
nos al momento, creyéndonos i ndignos de todo consuel o
y tomarlas a É l , estando dispuestos a ser despojados de
el las, y protestando que deseamos servirl e y amarl e . no
por la consolación q ue É l da, sea en este m undo, sea en el
otro, a los que l e aman y l e si rven, sino por el a mor de sí
m ismo y por su propia fel ic idad .
Cuando concebi mos algún buen propósito o rea l iza
mos alguna acción santa por l a gloria de Dios , aunq ue
hayamos de poner todos los medios posibles para l l egar a
su cumpli m iento, debemos , no obstante, cuidarnos de a fi
ci onamos demasi ado a el l o ; de tal suerte, q ue si por algún
moti vo nos vemos obligados a i nterrumpir o abandonar
enteramente esta acción o propósito, no perda mos l a paz
y quiet ud de nuestro espírit u , si no q ue nos mantengamos
contentos, en vista de la vol untad y permisión divinas
q ue todas las cosas gobierna, y para q ui en todas ellas son
igual mente amables» .
D e igual manera , aunque debemos poner c uanto está
de nuestra parte para vencer n uestras pasi ones, vici os e
imperfecci ones y para practicar con perfección toda cl ase
de virtudes , debemos , no obstante, trabajar en e l l o , si n
apego y si n excesiva complacencia; de suerte , q ue cuando
no nos encontramos con tanta virt ud y amor de Dios
como desearíamos, permanezcamos en paz y sin i nqu ie
tud , confundiéndonos porq ue ponemos en ello n u estro
propi o obstáculo, amando n uestra propia abyección , con
tentándonos con l o q ue al Señor pl ugu iere concedernos ,
perseverando siempre en el deseo de ir adelantando, y te
niendo confianza en la bondad de Nuestro Señor q ue nos
37
dará las gracias q ue necesitamos pa ra se rv i rl e con forme a
l a perfecci ón q ue pide de n osotros.
A si m ismo. a u n q u e d ebemos vi v i r con cierta espera n
za , con ci erto deseo y conti n uo des fa l l eci m i ento. ten i endo
de lante la hora y el momento fe l iz q ue nos aparta rá de
una vez de l a t ie rra . del pecad o y de toda i mperfecc i ón y
nos u n i rá perfectamente a D i os y a su p u ro amor: y a u n
q ue debamos t rabaj a r c o n todas n u estras fuerzas pa ra q ue
se consuma la obra de Di os en nosotros . a fi n d e q ue . per
tecci onada su obra c uanto antes en nosotros, n os recoj a
É l pron to den tro d e s í . h a de ser. n o obstante. este n ues
tro deseo sin a pego ni i nq u iet ud : de suerte q ue si es del
agrado de N . Señor q ue estemos a ú n m uc h os a ñ o s pri va
dos de la v i s i ón d u l c ísi ma de su d i v i n o rostro . nos q uede
mos contentos . en v i sta de su amab i l ísi ma vol u n tad . aún
c uando a É l l e p l ugiera hacernos soportar ta n d u ra pri va
c i ón hast a el d ía del j u ic i o .
H e aq u í l o q ue y o l l amo esta r desprendido de Dios y
en q u é consi ste e l perfect o despren d i m iento q ue t odos l os
cristi anos deben tener del m u ndo. de e l l os m i smos y de
t odas l as cosas . iü h . qué d u lce cosa es . vi v i r de esta ma
nera l i bre y desprendido de todo!
Se p e n sará . acaso . q ue es muy d i fic i l l l ega r a est o :
todo s e n os h a rá fáci l . si n o s e n t rega m os entera mente y
s i n rese rva a l H ij o de Dios y s i ponemos n uestro apoyo y
con fi a n za . no en n uestras fuerzas y resol uci ones. sino en
l o i n m e n so de su bondad . en e l poder de su grac ia y de su
amor. Porq ue, donde este d i v i n o amor se encuentra . todo
se hace s u m a mente d u lce. Es verdad q ue hay q ue hacer
n os m uc h a v i o l e n c i a a n osotros m i smos y pasa r m uchas
pen as. amarguras. osc uridades y mori ti ficaci ones: si n em
bargo . en l os ca m i nos del amor d i v i n o hay más m i el q ue
h ie L más d u l z ura q ue rigor.
iüh Sa l vador m ío. q ué gl ori a pa ra V os! iQué sati sfac
ci ón más í n ti ma os p roporcionan estas a l mas en q u ienes
38
tan grandes cosas ohrá is . c uando ava nzan l l enas de v a l or
y ent usias mo por esos ca m i nos . abandonándol o t od o y
desprendi éndose de todo. hasta en c i e rta manera de V os!
iCon q ué san t idad os adueñá i s de e l l as! iC uán ad m i rba le
mente l a s t ra n s formáis en V os m i smo. re v isti éndolas de
v uestras c ua l idades . de v u estro esp írit u y de v uestro
a mor!
iQué contento y suav idad experi menta el a l ma q ue
p uede dec i r con t oda verdad : Dios m í o. heme aq u í l i bre y
desembarazado de todo! ¿Q u ié n pod rá a hora estorbarme
amaros con toda perfecci ón'? H e m e tota l mente desprend i
da d e todo l o terre n o : atraed me y a e n p o s de V os. i o h J e
sús m í o! «Trahe me post te. c urem u s i n odorem u ngue n
toru m t uorum». De q ué gran consuel o d i sfruta e l a l ma
q u e p uede dec i r con la esposa : « M i A mado es t odo pa ra
m í . y yo soy toda de mi a mado» ( 1 ) y con J esús: « T odas
mis cosas son t u yas . ioh Sa l vador m ío! como l as t u yas
son m ías» (2 ) .
E n t remos. p ues. en grand ísi mos deseos d e este sa nto
desprend i m iento. démonos enteramente y sin rese rva a
J esús y s u p l iq uémosl e q ue haga u n a l a rde del poder de su
brazo para romper n uestras l i ga d u ras y desasi rnos t ota l
mente del m undo. de nosotros mi smos y de todas l a s co
sas . a fin de q u e p ueda Él obra r en nosotros sin i m ped i
mento a l gu n o . c uanto É l deséc para s u gl ori a .
39
CAPITULO X
40
sus pecados e ingrat itudes , l e supl ica que tenga con él m i
sericordia, aprende a hacerse semej ante a É l i mi tando sus
divinas virtudes y perfecciones; y , en fi n , le pide c uan to
necesita para servirle y amarl e.
La oración es una participación de l a vida de l os ánge
les y de l os santos , de la vida de Jesucristo y de su santísi
ma M adre , de l a vida del mismo Dios y de l as tres di vinas
Personas. Porq ue l a vida de l os ángeles, de l os santos, de
Jesucri sto y de su santísi ma Madre no es otra cosa que un
conti nuo ejerc icio de oración y de contemplaci ón, estan
do, como está n , sin cesar oc upados en contemplar, gl ori
ficar y amar a Dios, y en pedirle para nosotros las cosas
que necesita mos. Y la vida de l as tres Personas di vinas es
una vida empleada eternamente en contemplarse, gl ori fi
carse y amarse l as unas a l as otras , q ue es l o que pri mera
y principa l mente se hace en la oración .
La oración es l a fel icidad perfecta, l a dicha sobera na y
el verdadero paraíso que cabe en la tierra; toda vez que
por este divino ej ercicio el al ma cristiana se une a Dios,
que es su centro, su fin y su soberano bien. En la oraci ón
el alma posee a D ios y es de É l poseída ; en ella l e da
cuenta de sus deberes, l e rinde sus homenajes , sus adora
ciones, sus amores, recibe de É l sus l uces, sus bendici ones
y mil testi monios del excesivo amor que por ella tiene.
En ella, en fin, tiene Dios en n osotros sus del icias, según
ésta su palabra: «Mis del icias son estar con l os hij os de
los hombres» (2 ) , y nos hace conocer por experi encia
que las verdaderas del icias y l os perfectos goces están en
Dios y que cien y aun mil años de l os falsos placeres del
mundo no eq uivalen a un momento de l as verdaderas
dulzuras q ue Dios hace gustar a las al mas que ponen todo
su contento en tratar con É l , por medio de l a santa ora
ción .
2. « Del iciae mae esse cum filiis homin um». Prov., VIII, 3 1 .
41
Es. en fi n . l a oraci ó n la acc i ó n y oc upación más d i gn a .
n o b l e y e l evada . la m á s grande e i m portante en l a q ue po
déis e m p i caros. p uesto q ue es oc upaci ó n y e m p l eo con t i
n uo de á nge les y san t os . de l a San t ísi ma V i rgen . de Jesu
cri sto y de l as tres san tas Personas d u ran t e toda la et ern i
dad . oc u paci ón q ue h a de ser n uestro ejerc i c i o perpet uo
en el cielo. M ás a ú n . es l a verdadera y prop i a función del
hom bre y del cri sti an ismo. p u esto que e l hom bre no ha
sido c read o si no pa ra Dios. pa ra esta r en co m pa ñ í a de Él
y e l cri sti ano no está en la t ierra si no pa ra conti n ua r l o
q ue Jesucri sto h izo. m i en tras est uvo en el l a .
Por todo esto. yo o s e x h ort o c ua n t o p uedo y o s re
q u iero con tod o enca rec i m i ento a cuan tos l eá i s estas l í
neas . q ue . ya q ue n uestro amab i l ísi mo J esús se d i gna t e
ner sus del icias en esta r y conversar con n osotros por me
d i o de la san ta oraci ó n . no l e pri véi s de este s u con t e n ta
m i ento: probad . más bien . cuánta verdad enci erra l o q u e
d ice e l Espírit u Sa n t o : « N i en su con versac i ón t i e n e rastro
de a m a rgura . ni ca usa t ed i o su trato. s i n o a n tes bien con
sue l o y a l egría» ( 3 ).
M i rad este negoc i o de l a orac i ón c o m o el pri mero y
pri n c i pa l . como e l más necesari o. u rge n te e i m po rt a n te
de tod os v ue s t ros negoc i os. y l i b raos c ua n to pod á i s de
ot ros n e goc i os m e n os necesa ri os . pa ra q ue pod á i s ded ica r
a él el ma yor t i e m po pos i b l e , espec i a l m en te por l a maña
na, por la tarde y un poco an tes d e la com ida . con a l gu
nos d e l os m odos de ora r que a con t i n uac i ón se e xponen .
42
CAPIT U LO XI
43
CAPITULO XII
44
amor, a l a devoci ón y atención con q ue ellos practicaron
este divino ejercici o.
CAPITULO XII I
CAPITULO XIV
45
tad a m e n te , si no d espaci o y con l a debida a p l icac i ón d e l a
men t e a l o q ue l eé i s , det e n ié ndoos a con sidera r , r u m i ar,
pond era r y gustar las verdades q ue m ás os con m ueva n . a
fi n de i mp ri m irl as e n v uestro esp íri t u y sacar de e l l as d i
versos actos y afectos , como s e d ij o en e l ca p ít u l o d e l a
orac i ón m e n ta l .
E s este u n ej erc i ci o i m port a n t ísi m o y obra e n e l a l ma
l os m i s m os e fectos q ue l a orac i ón m e n ta l . Por eso, u n a de
las cosas q ue m á s os rec o m iendo es q ue n o dej é is pasar
n i ngún d ía si n l eer med ia hora un l i bro santo. M a s , p ro
c u rad , al com enzar v uestra l ect ura , entregar v uestro esp í
ri tu y v uestro corazón a l Señor, s up l icándol e q ue o s con
ceda l a grac i a d e sacar d e e l l a e l fruto q ue É l os p i d a y
q ue obre en n osotros por e l l a c ua n t o d esee para su gl ori a .
CAPITULO XV
46
Porq u e , p uesto q ue somos h ij os de D i os, debemos go
za rnos en h a b l a r el l e nguaj e de n u estro Pad re , q u e es u n
l en guaj e sa n t í s i m o , cel est i a l y t od o d i v i n o : y , y a q ue so
m os c reados para el c i e l o , debe m os comenza r desde l a
t ie rra a h a b l a r e l l e nguaj e del c i e l o . i O h q ué sa nto y del i
c i oso l e nguaj e ! i Q u é d u lce cosa e s para un a l m a q ue a m a
a D i os sobre todas l as cosas, h a b l a r y o í r ha b l a r d e l o q ue
e l l a más a m a en e l m u ndo! i O h q ué gratos son estos sa n
tos entrete n i m ien tos a Aq uél q ue h a d i c h o , q ue «donde
d os o tres se h a l l e n congregados e n s u nom bre, a l l í se
h a l l a É l en med i o de el l os!» (2 ). iQué d i fe ren te es este l en
guaj e d e l l enguaj e ord i n a r i o del m u n d o ! i Q ué t i e m po más
san ta mente e m p l ead o, s i e m p re q ue se re ú n a n l as debidas
d isposici ones!
A este efecto, debemos seg u i r el ej e m p l o y l as reglas
q ue sobre esta materi a n os d a San Pab l o , en estas pa l a
bras: « H ab l a m os, c o m o de part e de Dios. en l a presencia
de D ios, y sel(lÍ n el esp írit u de Je.H tcri.,·to» (3 ) : pal abras
q ue n os señ a l a n l a s t res c osas q ue h e m os de observar pa ra
h ab l a r sa n ta mente de D i os.
La pri mera es, q ue h e m os de hablar «co m o de pa rte
de Di os» , es dec i r , q ue h e m os de saca r del corazón de
D i os l as cosas y pa l abras q u e ten e m os q ue dec i r , e n t re
gán d on os al H ij o de D i os , a l dar com ienzo a n uestras
con versac i ones esp i ri t ual es, a fin de q ue Él ponga en
n u estra men te y e n n uestra boca l as ideas y pa l ab ras q ue
h e m os de dec i r , para así p oder dec i r l e l o q u e É l d ij o a s u
Pad re : « Y o l es d i l as pal abra s , o d oc t ri na q ue t ú me d i s
te» (4).
L a segunda cosa e s , q ue h e m os de h a b l a r « e n l a pre-
47
sencia de Dios», es decir, con atenc ión y aplicaci ón a
Di os q ue está presente en todas partes , y con esp íritu de
oración y recogimiento, entregándonos a Dios para hacer
n uestros l os efectos de las cosas que deci mos, o que oímos
decir, haci endo de e l l o todo el uso q ue É l espera de noso
tros .
La tercera es, que debemos hablar «en Jesucri sto», es
decir con l as i n tenciones y disposici ones de Jesucri sto, y
como Jesucristo hablaba cuando estaba en l a tierra , o
como É l hablaría, si estuvi ese en nuestro l ugar. Para esto,
hemos de entregarnos a É l , y unirnos a las intenc iones
con q ue É l hablaba, cuando estaba en e l mundo, que no
se encami naban a otro fin q ue a la pura gl oria de su Pa
dre, así como también a sus disposici ones q ue no eran
otras q ue : humi ldad consigo mi smo, dulzura y caridad
para con l os que hablaba, y amor y un ión para con su
Padre.
Si así lo h acemos, nuestros discursos y conversaciones
le serán m u y gratos , É l estará en medio de nosotros, ten
drá entre n osotros sus del icias, y el tiempo q ue emplee
mos en estos santos entreteni mi entos, será tiempo de ora
ción.
CAPITULO XVI
48
nos lo concederá» . De aq uí q ue para orar santa mente y
para alcanzar de Dios t odo l o que l e pedi mos , haya q ue
orar en el n ombre de Jesucri sto.
Pero ¿q ué es orar en el nombre de Jesucri sto? Es l o
que hemos y a dicho como d e pasada y l o que n u nca dire
mos lo bastante, a fin de grabarl o bien en vuestra alma,
como verdad i mportantísi ma y que os hará gran servici o
en todos vuestros ejercici os . Es conti n uar la oraci ón que
Jesús h izo en la ti erra . Porq ue , siendo l os cristianos
miembros de Jesucristo, siendo su cuerpo, como habla
San Pablo, ocupan en l a tierra el l ugar de Jesucri sto, re
presentan a su persona, y, por consiguiente, cuanto ha
cen , deben hacerl o en su nombre , esto es, con espíritu,
como é l mi mso l o hizo cuando estaba en el mundo, y
como l o haría si estuviese actual mente en n uestro l ugar;
enteramente l o mismo que el embajador que representa
l a persona del rey y hace sus veces, debe obrar y hablar
en nombre del rey , esto es, i nformado de su mismo espíri
tu, con l as mi smas disposiciones e i n tenciones que obra
ría y hablaría el mismo rey si estuviera presente. Así es
como deben orar los cri stianos. Para conseguirl o, acor
dáos cuando vais a orar, q ue vai s a continuar l a oraci ón
de Jesucri sto y que l a debéis conti nuar, orando como
É l haría su oración, si estuviese en vuestro l ugar, es decir,
con aquell as disposiciones con que oró y continúa orando
en el cielo y en nuestros altares , en los q ue está presente
con un conti nuo ej ercicio de oraci ón a su Padre . A este
fi n , uníos a l amor, a la humildad , a l a pureza y santidad ,
a l a atención y a todas l as disposiciones e intenciones san
tas con que É l ora.
A hora bien , entre estas disposiciones hay sobre todo
cuatro, con l as q ue É l oró y nosotros debemos orar, si de
seamos dar gloria a Dios con nuestra oraci ón y al can zar
de Di os lo que le pedi mos .
1 . L a pri mera disposición para la oraci ón e s : q ue
49
debemos p rese n ta rnos de l a n t e d e Di os con pro fu nda h u
m i ldad . reco n oc i énd o n os i n d i gn ísi m os d e c o m pa rece r
a n te s u p resen c i a . de m i ra rl e y de se r m i rados y esc u c h a
d os p o r É l y q u e no-sotros m i smos n o pod e m os te ner
p e n sa m i e n t o a l g u n o bueno. ni rea l i za r n i n g ú n acto q u e le
sea agrada b l e .
Por esta razón . h e m os d e a n onad a rn os a s u s p i es . en
trega rnos a N u est ro Señor J esucri st o y roga rl e q u e É l n os
a n onade y perman ezca e n t re n osot ros. a fi n de q u e sea É l
q u i en r u egue y haga ora c i ó n e n nosot ros . porq u e É l sól o
es d i gn o de prese n t a rse a n t e s u Pad re , pa ra gl ori fi ca r l e y
a ma rl e y pa ra obte n e r d e É l c ua n t o l e p id e .
Debe mos, p o r consigu i e n t e , ped i r a l Pad re Eterno con
c o m p l eta con fi a n z a . t od o lo q ue l e ped i m os en nom bre
de su H ij o , por l os méri tos de su H ij o , por su H ij o J es ú s
q ue est á con nosotros .
2 . La segu nda d i sposic i ó n con q ue h e m os de orar es:
una respe t u osa y a m orosa c o n fi a n z a ; creye n d o , si n n i n
g ú n gén ero d e d uda . q u e c ua n to pida m os pa ra l a gl ori a de
Di os y n u estra sa l va c i ón i n fa l i b l e men t e lo a l ca n za re m os;
y l as más de l a s veces con mayor res u l tad o de l o q ue pre
tend e m os , p uest o q ue l e ped i mos , no a fi a n zá n d o nos en
n ue stros méri tos o e n l a e fi cac i a de n uestra p l egari a . s i n o
en e l n o m bre d e J esucri st o , p o r l os méritos y s ú p l icas d e
J esucri sto, p o r J esucri sto m i smo, a poyados e n s u p u ra
bondad y en l a verdad de estas sus pa l abras: « Ped id y se
os da rá ; c ua n t o p i d i ére i s a l Pad re e n mi nom bre os l o
concederá » ; y: «todas c ua n tas cosas p i d i é re i s en l a ora
c i ó n , tened v i va fe de con segu i rl a s y s e os concederá n s i n
fa l ta» ( 1 ). Porq u e . rea l m e n t e , si Di os n os tratase con for
m e a n uestros méritos. nos a rroj aría de s u presenc i a y n os
50
h u nd i ría en e l abismo. al presentarn os ante É l . Por esto.
c uando nos concede a l gu n a graci a , no hemos de pen sa r
q ue s e nos concede a n osotros o p o r n uestras súpl ica . s i n o
q ue tod o c uanto É l da. l o d a a su H ij o Jesucristo y por la
e fi cacia de su méri tos y oraci ones.
3 . La tercera d i sposicón es: l a p u reza de i ntenci ón ,
protestando ante N uestro Señor, al comenzar l a orac i ó n ,
q ue ren u nci amos a toda c u ri osidad de esp írit u . a t odo
a mor propi o y q ue q uere m os pract ica r l a oración , no por
n uestra prop ia sat isfacción y consue l o , si no buscando ex
cl usivamente su gl ori a y su agrado, ya q ue Él se ha d i gna
do, del m ismo modo. ci frar sus del icias en trata r y nm
versar con nosotros: protesta ndo asi m i smo q ue e n c uanto
le ped i mos q ueremos q ue todo ello vaya enca m i nado a
este m i smo fi n .
4 . La c uarta d i sposici ón q ue h a d e acom pañar a l a
perfecta orac ión d ebe se r: l a persevera n c i a . S i d eseá is gl o
ri ficar a D ios con la oraci ón . y alcanzar de su bondad
c uanto l e ped ís, es preci so perseverar con fidel idad en
este d i v i n o ej ercicio. Son m uc has l as cosas q ue ped i mos a
Dios y no l as a l canzamos . n i con una n i con tres pet ici o
nes: y es q ue q u ie re q ue l e pida mos m uc has veces b u sca n
do É l p o r este medi o q ue nos mantengamos en la h u m i l
dad , en e l despreci o d e nosotros mi smos. y e n e l apreci o
d e sus grac ias y agradándose e n abandonarnos largo tiem
po en un asun to q ue nos obl igue a i r a Él, pa ra . de este
modo, poder esta r frec uentemei:i te, nosotros con Él y É l
c o n n osotros. i H asta tal p u nto n os a m a . y tan cierta cosa
es q ue t iene sus del icias en esta r con n osotros!
Fi nal mente. y como compl emento de toda san ta d i s
posición . c uando comencéis v uestra orac i ó n . entregad ge
nerosamente v uestro espíri t u y v u estro corazón a J esús y
a su d i vi no Espírit u , rogándole q ue ponga en v uestra
mente y en vuestro corazón l os pen sa m i en tos. senti m i en
t os y afectos q u e É l desee. abandonándoos completamen-
51
te a su santa dirección, para q ue os dirij a como a Él l e pa
rezca en este divino ej ercicio y esperando confiadamente
en su inmensa bondad q ue os diri girá como más os con
venga y q u e o s concederá cuanto le pidáis, o e n la medida
que le ped ís , o sobre todos esos vuestros deseos .
52
SEGU NDA PARTE
Virtudes cristianas
53
CAPITULO 1
54
por su prop i a gl ori a . i n te rés y sati sfacc i ón y para pasar
por más exce l e n tes y pe rfectos . q ue es e l modo q ue t ienen
l os paganos. h erej es y pol íti cos de desear y buscar l a v i r
t ud . Los demon i os m i smos l a desean d e esta manera . por
q ue . encontrá nd ose l l enos de orgu l l o . a mbicionan todo
aq ue l l o q ue p uede hacerl es más hon rad os y d i sti ngu idos .
Por esto q uerrían tener l a v i rt ud , por ser cosa m u y n o
b l e y exce l e n t e : pe ro no pa ra se r agrad able a Di os . si n o
p o r esp í ri t u de orgu l l o y de prop i a e xce l en c i a .
P o r e l con t ra ri o . l os q u e s e cond uce n seg ú n e l esp írit u
y l a gra c i a de J esucri sto. en l a práct ica de l a v i rt ud :
1 . La m i ra n . n o sól o e n s í m isma, sino e n s u origen y
manant ia l . en J esucri sto q ue es l a fu e n te de t oda grac i a .
q ue c o n t i e n e d e u n m od o e m i n e n te y e n s u m o grado t od a
clase de v i rt udes y en q u ien a l ca n za l a v i rt ud u n m éri to y
u n a exce l en c i a i n fi n i t os . Porq u e . siendo san t o . d i v i n o y
adora b l e todo l o q ue h a y en J es ú s , l a v i rt ud en É l se sa n
t i fica y dei fica , siendo. p o r l o ta n t o . d i gn a de a l aba n za y
adora c i ó n i n fi n itas. Por esta razó n . si considera mos l a
v i rt ud e n J esucri st o , est a considerac i ó n se rá i n fi n i tamen t e
m á s pode rosa pa ra l l evarnos a esti marl a . a m a r l a y bus
ca rl a . q ue si sól o la m i rá se m os según l a exce l e n c i a q ue
t i ene en s í m i sma y ate n d i endo a l a est i ma q ue l e dan
l a razón y e l esp í r i t u h u m a n os .
2. Los q ue e n l a práct ica d e l a s v i rt udes s e gu ían po r
e l esp í rit u del cri sti a n i s m o . saben m u y b i e n q u e . por e l l os
m i smos n o p ueden p ract ica r el menor act o de v i rt ud : q u e .
si D i os s e a pa rt ase u n m o m e n t o de e l l os . cae rían a l m o
mento en el a b i s m o de toda c l ase de v i c i os: q ue . siendo l a
v i rt ud p u ro don de l a m i sericord i a d e D i os , es p rec i so pe
d í rse l a con con fi anza y perseveranc i a . Por esto p iden i n s
t a n te y co n t i n u a men te a Di os l a s v i rt udes q u e necesi ta n ,
si n cansarse j a más d e ped írselas: y. h ec h o esto, ponen d e
su parte c ua n t o c u idad o . v i gi l a n c i a y t rabaj o l es e s pos i
b l e pa ra ej erc i ta rse en e l l as.
55
Así y todo, guárdanse mucho de con fiar y afianzarse
en manera alguna en sus cu idados y vigilancias, en sus
ejercici os y prácticas , en sus deseos y resol uciones, como
tampoco en la oración, que por esta causa di rigen a Dios;
el los l o esperan todo de la pura bondad de Dios y para
nada se i nquietan cuando no ven en el los las virtudes que
desean . . . Y, en vez de turbarse y desani marse, permane
cen en paz y h umi ldad delante de D ios, reconoci endo:
que de ellos es la falta e i n fidel idad y q ue, si Dios les tra
tase como lo merecen , no sólo no les concedería nada de
lo q ue le piden , si no que l es despojaría de las incesantes
graci as hasta el presente concedidas; reconociendo asi
mismo, q ue harto favor les hace con no desec harles y
abandonarles por compl eto. Todo l o cual , enciende en
e l l os nuevo fuego de amor y una n ueva confianza en tan
in fi n ita bondad , j unta mente con un ardientísi mo deseo
de buscar por toda suerte de medios las virtudes q ue ne
cesitan para servirle y glori ficarle.
3. Desean éstos la virt ud y se esfuerzan por practicar
con frecuencia actos i ntern os y externos de amor a Dios,
de caridad para con el prój i mo, de paciencia , de obedien
cia, de humildad , de mortificación y demás virtudes cris
tianas, no por ellos , por su propio interés , satisfacción o
recompensa, sino por el agrado e interés de Dios, para
hacerse semejantes a su cabeza que es Jesucri sto, para
glorificarle y para conti n uar el ej ercicio de l as virtudes
que É l practicó en la tierra, en lo c ual , propiamente con
siste l a virtud cri stiana. Porque, como la vida cristiana no
es otra cosa que una conti n uación de la vida de Jesúcri s
to, así las virtudes cri stianas son una conti nuación y com
pl emento de las virtudes de Jesucristo.
Y es preciso practicar l as virt udes cri stianas con el
mismo espíritu , por l os mismos moti vos e i n tenciones
con q ue Jesucri sto las practicó, de suerte que la humi ldad
cristiana sea real mente una conti n uación de la humildad
56
de Jesucri sto, la caridad cri sti ana una conti nuación de la
caridad de Jesucri sto y así en todas las demás virtudes .
J uzgad por aq u í c uánto más santas y excelentes son
las virtudes cri stianas que l as virtudes l l amadas morales
( 1 ) , virt udes propias de paganos, herej es y fa l sos catól icos.
Porque estas virt udes morales no son si no virtudes h u ma
nas y naturales, virtudes fi ngidas y aparentes, faltas de
base y de sol idez , puesto que no se apoyan más que en l a
fragil idad del espíritu y de la razón h u mana y sobre l a
arena movediza d e l amor propio y de la van idad . M as las
virtudes cri sti anas son verdaderas y sól idas virtudes . vir
t udes divinas y sobrenaturales; son , en una pal abra, las
virtudes mi smas de Jesucri sto , de las que necesita mos vi
vir revestidos y las que Jesucristo com un ica a los que se
unen a É l , a cuantos se l as piden con humi ldad y confian
za y se esfuerzan , a l a vez , por practicarlas como É l las
pract icó.
CAPITULO II
57
ros bien , con t oda seri edad , en l a h u m i ldad cri sti a n a : por
q ue no hay v i rt ud más necesaria e i mportante q ue ést a .
Es l a v i rt ud q ue N uestro Señor m á s i n stante y c u ida
d osamente nos recom iend a , en aq uel l as d i v i nas y a moro
sas pal abras q ue debemos recordarlas con frec uenc i a y re
pet i rl as con t od o a m or y respeto : «Aprended de m í , q ue
soy manso y h um i lde de corazón : y hal l aré is el reposo
para vuestras a l mas». Es l a v i rt ud q ue San Pabl o l l ama l a
v i rt ud de Jesucri sto p o r exce l enc i a . E s l a v i rt ud propia y
pec u l iar de l os cristianos , sin l a c ua l es i m posi ble ser ver
dadera mente tal cri sti ano. Es el fu nda mento de la v ida y
san tidad cri sti ana. Es la guarda de l as demás vi rt udes. Es
el l a , la q ue obt i ene para n u estras al mas toda cl ase de ben
d ici ones: porq ue e l gl oriosísi mo y h u m i l d ísi mo Jesús ha
c i frado su descanso y sus del ic ias en l as a l mas h u m i ldes ,
según esta su pa l abra: «¿En q u ién pondré yo m i s oj os
( pa ra h acer en él mi morada y mi descanso) sino en el po
breci to y contrito d e corazó n , y q ue oye con respet uoso
temor m i s pal abras?» ( 1 ) .
Esta e s l a v i rt ud , q ue a u n a c o n el amor d i v i n o , hace
san tos, y grandes san t os: porq ue la verdadera med ida de
la sant idad es l a h u m i ldad . Dad me u n a l ma q ue sea ver
d adera mente h u m i lde y d i ré de e l l a q ue es verdaderamen
te m u y santa: si es m u y h u m i lde , la l l a ma ré m u y santa : si
es h u m i ld ísi ma, d i ré q ue es sant ísi ma, q ue está adornada
de toda c l ase de v i rt udes, q ue es Dios m u y gl ori fi cado en
e l l a , q ue Jesús mora en semejante a l ma como en su teso
ro y en el para í so de s us del ic i as, y, añad i ré , q ue e l l a será
m u y grande y a gran a l t u ra e l evada en e l rei n o d e Di os ,
p u esto q ue e s pa l abra d e l a Eterna Verdad «q ue q u ien se
h u m i l l a será e nsal zado» (2 ).
58
Por e l contrari o. a l ma s i n h u m i ldad es al ma s i n v i r
t ud . es u n i n fierno. es l a morada de l os demon i os , y el
abismo de t oda cl ase de v i c i os.
Puede. en fin. dec i rse, en cierta manera, q ue la h u m i l
dad e s l a mad re d e Jesús , y a q ue por el l a l a Sant ís i m a
V i rge n s e ha hec h o d i gna de l l evarl e en su sen o. También
por esta v i rt ud n os hare m os n osotros d i gn os d e formarl e
en n uestras a l mas de hacerl e v i v i r y re inar en n uestros
corazones. Por esto, debemos, c ueste lo q ue c ueste , a mar,
desea r y b usca r esta santa v i rt ud .
E n v ista d e l o d i c ho, m e e xte nderé e n esta materi a u n
poco m á s q ue en l as demás.
CAPI T U LO I I I
De l a humildad d e espíritu
59
rra, pol vo, corrupción y nada; que nada tenemos , pode
mos, ni somos por nosotros mi smos. Porque, como quie
ra que la criat ura ha sal ido de la nada, no es nada, n i por
el la mi sma puede ni tiene nada .
2 . Que, como h ijos de Adán y como pecadores , nac i
dos en pecado origina l , somos enemigos de Dios, esclavos
del demonio, objeto de abom inación del cielo y de la tie
rra , de nosotros mismos y por n uestra virtud incapaces de
hacer bien alguno y de evi tar n ingún mal ; que no ten e
mos más camino, si queremos sal varnos, que el de ren un
ciar a Adán y a todo lo q ue de él traemos , a nosotros mi s
mos, a n uestro propio esp íritu, a nuestras propias fuerzas,
para entregarnos a Jesucristo y hacernos con su espírit u y
su virtud .
Div ina certeza entraña lo que É l nos dice: «que n o
podemos l ibrarnos d e l a esclavitud del pecado sino por É l
(1 ) ; q ue sin É l nada podemos hacer (2 ); que después que
hubiéremos hec ho todas l as cosas, hemos de decir con
toda verdad , q ue somos si ervos i núti l es» (3 ). Y l o que n os
dice San Pabl o: «q ue no somos capaces por nosotros mi s
mos para concebir algún buen pensami ento, como de no
sotros mismos , sino q ue toda nuestra suficiencia o capaci
dad viene de DioS>> (4); y «q ue no pode mos confesar que
Jesús es el Señor si no por el Espírit u Santo» ( 5 ) . Lo cual
proviene no sól o de la cri atura q ue de sí misma nada
60
es y nada puede , sino de la atadura q ue tenemos al peca
do; porq ue somos nacidos de Adán q ue nos ha engendra
do, sí, pero en su condenaci ón; q ue ci ertamente nos ha
dado l a naturaleza y la vida, pero con ella el i mperio y la
tiranía del pecado, como él mismo l o tuvo desp ués de su
culpa; no pudiéndonos engendrar l ibres , siendo él escla
vo; n i damos l a gracia y ami stad de Dios, habiéndola él
perd ido. De suerte q ue, por j ustísi mo j u icio de Dios , l l e
vamos todos este yugo de iniquidad q ue la Escri tura l la
ma «el reinado de la m uerte» (6 ), q ue no nos deja practi
car obras de l ibertad y de vida , es deci r, obras de verdade
ra libertad y vida, cua l es la de los h ij os de Dios, sino tan
solo obras de esclavitud y de muerte, obras pri vadas de la
gracia de Dios , de su j usticia y santidad .
iüh q ué grande es n uestra mi seria e i ndign idad . que el
más peq ueño pensamiento de servir a Dios y hasta el
mero poder presentarnos ante Dios, fue preci so q ue el
H ij o de Dios nos comprara con su sangre!
Pero, no es esto todo: Si bien nos miramos a la l uz de
Di os , veremos q ue, como pecadores e hijos de Adán , no
merecemos existir n i vivir, n i q ue l a t ierra nos so:;tenga,
n i que Dios pi ense en nosotros , ni aun de que se tome el
cuidado de ej ercitar su j usticia en nosotros, como, con
tanta razón como ad miración, lo dice el santo Job: «lY tú
te dignas abri r tus oj os sobre un ser semej ante, y citarle a
j u icio contigo?» ( 7 ) .
Veremos, si así nos miramos, q ue es gran favor el que
Dios nos hace con soportarnos en su presencia y permitir
que l a tierra nos sostenga; y que, si É l n o h iciera un mi la
gro, todo contribuiría a nuestra ruina y perdición. Porque
el pecado tiene eso de suyo propio. q ue apartándonos a
6 . «Regna vit mors ab Ada m usq ue ad M oyse m . . . U n i us del icto mors reg
navit>>. Rom V , 1 4- 1 7 .
. .
7.
61
nosotros de l a obed iencia de D i os . nos pri va de t od os
n u est ros derec hos : por consigu ie n t e . ser y v id a . c u erpo y
a l m a . sen t idos y pote n c i a s . por d ob l e razón . n o nos pe rte
n ecen : e l sol no nos debe ya s u l uz . ni l os astros su i n
fl ue n c i a . n i l a t ie rra s u sosten i m ie n t o . n i e l a i re l a resp i ra
c i ón . n i l os d e m á s e l e m e n t os s u s c u a l idades . n i l a s p l a ntas
sus frutos . n i l os a n i m a l es su se rv i c i o : si n o . más b i e n . to
das l as c ri at u ras deberían h acern os l a guerra y e m p l ear
t od a s sus fuerzas contra nosotros . p u est o q ue nosotros
e m p l ea m os l a s n u estras c o n t ra Dios. a fi n de venga r la i n
j u ri a q ue hac e m os a su C riador: l a venga n z a q ue e l m u n
do e n t ero a l ti n de l os s i g l os despl egará contra l os pecado
res . debiera desca rga rse a d ia ri o con t ra nosotros . c uan d o
comet e m os n u evos pecados: D i os pod ría muy j u sta me n
t e . e n casti go d e u n o sol o de n uestros pecados. despoj a r
nos d e l ser y de l a v ida . de c u a n tas gra c i a s t e m pora l es y
esp i rit u a l es nos ha con ced ido y desca rga r sobre nosot ros
t oda c l ase de cas t i gos.
V ere m os t a m b ié n . q ue . de nostros m i s m os. en c ua n to
pecadore s . so mos ot ros ta ntos d e m on i os enca rnados .
otros t a n tos A n t icri stos ( 8 ) . n o ten iendo n ada e n n osotros.
de nosot ros m i s m os . q u e n o sea c o n t ra r i o a J esucri st o :
q u e l l evamos con nosot ros u n d e m o n i o . u n L uc i fe r . u n
A n t i c ri st o . a sabe r . n u estra p ropia vol u n tad . n u estro or
g u l l o y n u estro a m or prop i o , q u e son peores q u e t odos l os
d e m on i os . q u e L uc i fe r y q u e e l A n t icri st o . porq u e t od o l o
q u e t ienen d e m a l i c i a l os d e m o n ios. L uc i fe r y el A n t i c ri s
t o l o sacan de p restado d e l a propia vol u n tad . del orgu l l o
y del a m or p rop i o : vere mos q u e d e nosot ros m i smos n o
so m os otra cosa q u e u n i n fierno con t oda cl ase d e ma l
d i c i ones. pecados y a b o m i nac i o n es : q ue t e n e mos en noso
t ros . como en p r i n c i p i o y se m i l l a . t odos l os pecados de la
t ie rra y de l i n fi ern o: s i e n d o . co mo es . la corrupc i ó n q u e e l
8.
62
pecado original nos ha transmi tido. ra íz y manantial de
toda clase de pecados . según estas pa l abras del Profeta
Re y : « M i ra , p ues, q ue fu i concebido en i n i q u idad . y q ue
m i madre me con c i b i ó en pecado» (9 ): q ue. en su conse
c uenci a . si Dios no nos l l evase cont i n uamente en l os bra
zos de su m i sericord i a , y no h ic i ese como un conti n uo
m i l agro para l ibrarnos de caer en el pecado, nos prec i p i
taríamos a cada i nstante en u n abismo de toda c l ase de
i n iq uidades; vería mos, en fi n . q ue somos cosa tan horri
b l e y espantosa , q ue si p ud iéramos vernos como Dios nos
ve, n o nos podríamos soportar a nosotros m i smos. Así
l eemos de una santa. q ue p id iendo a Dios le d iese e l co
n oci m i ento de el l a m i sma y siendo por Él esc uc hada . se
v i o tan horri ble q ue excl amó: « Basta. Señ or, q ue de l o
contrario desfa l l ezco» . Y e l Padre M aestro A v i l a d i c e ha
ber conoc ido a una persona q ue , habi endo hec ho a Dios
esta m i sma oración . se vio tan abom inable q ue comenzó
a exc l a ma r a grandes gritos: «Señor, yo os supl ico con
t oda i n stancia por v uestra m i sericord ia q ue me q u itéis
este espej o d e m is oj os: ya no tengo c uriosidad de ver
mi i magen».
Y, después de tod o esto, itener al ta esti ma de nosotros
m ismos, pensar q ue somos y merecemos a l go!
Y , desp ués de esto, iamar l a grandeza y buscar l a vani
dad y complacerse en el aprec i o y a l abanzas de l os hom
bres!
iOh singul ar fen ómeno, ver q ue cri aturas tan mezq u i
n a s y m i serabl es c o m o nosotros q u iera n encumbrarse y
enorgu l l ecerse! i O h con cuánta razón el Esp í ri t u Santo
nos atestigua, hablándonos por e l Ecl esi ást ico: «q ue abo-
63
rrece y l e es sumamente enfadoso el proceder del pobre
soberb io»! (1 0).
Porque, si es insoportable el orgu l l o en cualq uiera ,
lcómo l o deberá ser e n aquél a quien s u pobreza le obliga
a una extrema h umi ldad? Es , sin embargo , vicio común a
todos l os hombres , q uienes , por grandes prendas que apa
rezcan tener a los oj os del mundo, l l evan con el l os mis
mos el estigma de su i n famia, esto es , l a condici ón de pe
cadores q ue debe mantenerl es en grand ísi mo abati mi ento
ante Dios y ante todas las criaturas .
Y , sin embargo, ioh depl orable desgraci a! transfórma
nos el pecado en tan viles e i n fames y no q ueremos reco
n ocer nuestra miseria, semej antes en esto a Satanás q ue,
por el pecado que le dom i na, es la más indigna de l as
c riaturas, y es, con todo, tan sobebrio q ue re husa aceptar
su ignominia. Esto es lo q ue hace q ue Dios aborrezca tan
to el orgu l l o y la van idad : hácesele extremamente inso
portabl e ver q ue cosa tan baj a e indigna quiera encum
brarse. Y , particularmente, recordando que É l , que es el
todo y la misma grandeza, se abatió hasta la nada, y vien
do que, después de esto, la nada qu iere ensalzarse . . . iAh ,
esto le es más que i n soportable!
Si deseáis, pues, agradar a D i o s y servirle con perfec
ción , est udiad con empeño esta di vina ciencia del propi o
conoci miento; grabad bien e n vuestro esp íri tu l as verda
des arri ba d ichas , meditadlas frec uentemente del ante de
Dios y pedid todos l os días a Nuestro Señor que os las
i mpri ma bien en vuestras al mas .
Notad con todo, que si bien es verdad q ue como hom-
10. «Tres spec ies odi v it a n i ma mea . et aggravor valde animae i l l orum:
paupere m s uperbum: divitem mendace m : senem fat u u m et insensat u m . T res
especies de personas aborrece mi alma. y su proceder me es suma mente en
fadoso. El pobre soberbio. el rico ment iroso, el viej o fatuo e i mprudente» .
Eccl i . , X X V . 3 -4 .
64
bre , hij o de Adán y pecador, sois tal como os acabo de
describir, si n embargo, considerado como h ij o de Dios y
miembro de Jesucristo, si está is en su gracia, tenéis en vo
sotros un ser y una vida nobil ísi ma y subli me y poseéis
un tesoro i n fi n itamente rico y preci oso. Notad , asimismo,
q ue aunque la h u m ildad de esp íritu deba haceros conocer
lo que sois por vosotros mi smos y en Adá n , no debe ocul
taros l o que sois en Jesucri sto y por Jesucri sto, y no os
obl iga a ignorar l as gracias q ue Dios os ha hecho por su
Hijo; lo contrari o sería una fa l sa h u m il dad ; aunq ue sí os
obliga a reconocer que todo lo que tenéis de bueno os
viene de la purísi ma misericord ia de Dios, si n q ue l o
hayáis vosotros merecido. He aq uí en qué consiste la hu
m ildad de espírit u .
CAPITULO I V
D e la humildad de corazón
65
die, teniendo bien presente q ue l l evando en nosotros el
manantial de todo mal , merecemos toda clase de reproba
ción y malos tratos, en amar y abrazarnos de todo cora
.
zón a l os despreci os, humi l l aciones y oprobios y a cuanto
pueda rebajarnos . Y esto, por dos razones:
1 . Porq ue a nosotros n os toca toda cl ase de despre
cios y desesti mas y q ue todas l as criaturas nos persigan y
pisoteen ; sin q ue merezca l a pena de q ue se molesten por
nosotros.
2 . Porq ue debemos amar l o q ue tanto amó el Hij o
d e Dios , y poner nuestro centro y nuestro paraíso, e n esta
vida , en l as cosas que É l escogió para gl ori ficar a su Pa
dre, a saber, en l os despreci os y humil laci ones de q ue es
tuvo l l ena toda su vida .
La humildad de corazón, además, no consiste sol a
mente en amar las humil laciones, si no en od iar y abom i
nar toda grandeza y vanidad , según este divino orác ulo
sal ido de la boca sagrada del H ij o de Dios , q ue os supl ico
lo medi téis bien y lo grabéis fuertemente en vuestro espí
ritu: «Lo que parece subli me a los oj os humanos , a l os de
Dios es abomi nable» (1 ) . He dicho toda grandeza , porque
no basta despreciar las grandezas temporales y aborrecer
la vanidad y esti ma de las h u manas alabanzas, sin o q ue
debemos aborrecer más aún la vanidad q ue puede proce
der de l as cosas espiri tuales y temer y huir de todo lo q ue
sobresale y se presenta extraordinari o a los oj os de los
hombres en l a práctica de l a piedad , como visi ones éxta
sis , revelaciones, don de hacer milagros y cosas semejan
tes . Y, no sól o no hemos de desear, ni pedi r a Dios estas
gracias extraord inarias, más aún, si el a l ma reconoci ese
que el Señor le bri nda con alguna de estas cosas extraor
dinarias , debería retirarse al fondo de su alma, j uzgándose
66
harto indigno de estos favores y supl icarle q ue, en l ugar
de esa, le otorgase alguna otra gracia menos ostentosa y
más conforme a l a vida ocu l ta y de despreci os q ue É l l le
vó en la tierra. Porque N uestro Señor se agrada en col
marnos, en un exceso de su bondad , de sus gracias ordi
·
narias y extraordinarias, mas, se place sobremanera, en
q ue nosotros, por un verdadero sentimiento de n uestra
indignidad, y por el deseo de hacernos semej antes a É l en
su humildad , huyamos de todo aq uel l o que es grande a
l os oj os de los hombres . Y , q uien no se encuentre en esta
disposición, dará l ugar a m uc hos engaños e il usiones del
espíritu de vanidad .
Notad , no obstante, que hablo aq u í de cosas extraor
d inarias , y no de las acci ones com unes y ordinari as de to
dos l os verdaderos servidores y siervos de Dios, como co
mulgar con frecuencia, postrarse ante Dios mañana y tar
de para ofrecerl e los trabaj os, acompañar al Santísimo
Sacramento por la cal le, c uando se l l eva a un enfermo,
mortificar la carne por medio del ayuno, de la discipl ina
o de alguna otra peni tencia, rezar el rosari o, hacer ora
ción en la igl esia , en casa o por el camino, visitar y servir
a los pobres y encarcelados , o hacer c ualquiera otra obra
de piedad .
Guardaos bien de q uerer omitir el ej ercicio de tales
acci ones baj o el pretexto de una fa l sa humildad ; no sea
q ue lo omitáis, por verdadera fl oj edad .
Si el respeto h u mano o el descrédito del mundo se
oponen a lo que debéis a Dios, debéis dominarl os, acor
dándoos de q ue no habéis de avergonzaros , si no tener a
m ucha gloria el ser cristianos, real izar acciones de cristia
no y servir y glori ficar a vuestro Dios ante l os hombres y
a la faz de todo el mundo. Pero, si es el temor de la vani
dad y de la vana apariencia de una humildad postiza lo
q ue q u iere i mpediros practicar l as s usodichas acci ones,
debéis rec hazarlo, protestando a N uestro Señor q ue nada
67
q ueréis hacer sino por su pura glori a y considerando q ue
todas estas obras son tan comunes a todos l os verdaderos
siervos de Dios y que deberían ser tan frecuentes en todos
l os cri stianos q ue no hay l ugar a vanidad en cosa q ue
tantos practican y q ue todo el mundo debiera practicar.
Yo bien sé q ue N uestro Señor Jesucri sto nos enseña a
ayunar, a dar l i mosna y a orar en secreto; pero San Gre
gorio el Grande nos declara q ue esto se enti ende de la in
tención y no de la acción (2 ) ; es decir: que Nuestro Se
ñor Jesucristo no exige q ue no hagamos esas acciones u
otras semej antes , en públ ico y ante l os hombres, porq ue
dice en otra parte: «Bri l l e así vuestra l uz ante los hombres
de manera q ue vean vuestras buenas obras y glori fiq uen a
vuestro Padre que está en l os cielos» ( 3 ); l o que q uiere es
que n uestra intención sea secreta y oc ulta , es decir: q ue
en las acciones exteri ores y públ icas q ue hacemos, tenga
mos en nuestro corazón la intenci ón de hacerlas , no por
agradar a l os hombres o para captarnos su vano aplauso,
sino para agradar a Dios y buscar su gl oria.
En fin, la verdadera humi ldad de corazón q ue N uestro
Señor Jesucri sto quiere q ue aprendamos de É l y q ue es la
perfecta humildad cri stiana, consiste en ser h umilde
como Jesucri sto lo fue en l a tierra; es decir: en aborrecer
todo espíri tu de grandeza y de vanidad , en amar l os des
preci os y la abyección, en escoger siempre en todas las
cosas l o más vil y humi l l ante , y en estar en disposición de
ser humillados hasta el punto en q ue Jesucristo se humi
l l ó , en su encarnación, en su vida , en su pasión y en su
muerte.
En su encarnación, «se anonadó a sí mismo, como ha-
2. «Hoc autem dico, non ut prox i m i . Opera n ostra bona non videant. . .
sed u t per h oc q uod agi mus, l a udes exteri us non q uareamus». H om i l . X I i n
Evang.
3 . «Sic l uceat lux vestra coram hominibus. ut videant opera vestra bona,
et glori ficent Patrem vestrum qui in coeli s est». Math . V, 1 6 .
.
68
bla San Pablo, tomando l a natural eza de siervo» (4) ; qui
so nacer en un establo, se sujetó a las debil idades y nece
sidades de la in fancia, y se red uj o a mil otras humi l l aci o
nes. En su pasión, É l m ismo d ice «q ue es un gusano y no
un hombre ; el oprobio de l os hombres y el desec ho de la
plebe» ( 5 ) ; carga con l a cólera y el j uicio de su Padre,
cuya severidad es tan grande q ue l e hace sudar sangre , y
en tal abundancia que q ueda con e l l a regada l a tierra del
H uerto de l os O l i vos. Como É l mismo lo asegura (6 ) , se
entrega al poder de l as tin ieblas , es dec ir, de l os diablos,
q uienes, por med i o de l os j udíos por e l l os poseídos y
de Pilato y Herodes cond ucidos por el i n fierno, le hacen
sufrir todos l os vil ipendios del mundo. La sabid uría in
creada es tratada por l os soldados y por Herodes como un
maniq u í . Es azotado y p uesto en cruz como un escl avo y
un ladrón . Di os , que debiera ser su rec urso, le abandona
y le mira como si É l sól o h ubiera cometido todos l os crí
menes del mundo. Y en fin, para hablar el lenguaj e de su
Apóstol , «se ha hecho por nosotros obj eto de maldici ón»
(7 ) , más aún ioh extraño y espantoso envileci miento! ha
sido hec ho pecado por el poder y la j usticia de Dios; por
que mirad cómo habla San Pablo: «Dios le hizo pecado
por nosotros» ( 8 ) ; es decir, q ue no sól o cargó con l as
confusiones y abati mientos q ue merecen los pecadores,
sino también con todas las ignomin ias e i n famias q ue son
debidas al pecado m ismo, const it u yénd ose en el estado
más vil e ignomi n ioso a q ue Dios puede red uci r al mayor
69
de sus enem igos . iQué humil laci ón para un Dios , para el
H ij o único de Dios y soberano Señor del universo, verse
reducido a semej ante estado! iOh Jesús , les posible q ue
améis tanto al hombre, que por su amor, hasta este punto
os anonadéis? iOh hombre! lcómo p uede ser q ue todavía
te envanezcas, viendo a tu Dios tan abatido por tu amor?
iOh Salvador mío, sea yo humil lado y anonadado con
Vos, entienda yo de una vez l os senti mientos de vuestra
profundísi ma humildad y esté disp uesto a soportar todas
las confusiones y abatim ientos que son debidas al pecador
y al pecado mismo!
En esto consiste la perfecta humi ldad cri stiana, en es
tar d ispuesto no sólo a q uerer ser tratado como lo merece
un pecador, sino a soportar, además, todas las ignominias
y vil ipendios debidas al pecado mismo, p uesto q ue Jesu
cri sto, n uestra cabeza, el Santo de l os Santos, la misma
santidad , l os soportó y nosotros no merecemos otra cosa,
no siendo de nosotros mi smos más que pecado y maldi
ción. Si estas verdades q uedaran bien grabadas en n uestro
espíritu, esti maríamos que tenemos sobrado moti vo para
exclamar y decir con frecuencia con Santa Gertrudi s:
«Señ or, uno de los mayores milagros que hacéis en el
m undo, es permitir q ue la tierra me sostenga».
CAPITULO V
70
A este fi n , os ruego n uevamente que leáis y releáis con
frecuencia y q ue consideréis y ponderéi s con toda aten
ci ón las verdades que acabo de proponeros, hablando de
la hum ildad de espíritu y de la humildad de corazón, y
las q ue, además, trato de proponeros aq u í ; q ue pidáis asi
mismo a N uestro Señor q ue os las i mpri ma en vuestro es
píritu, y q ue lleve a vuestros corazones l os efectos y senti
mientos de tan necesaria virt ud .
Porq ue n o se trata sólo d e q ue conozcáis d e u n a ma
nera general y superficial q ue soi s nada, q ue no tenéis po
der alguno para obrar el bien y evitar el mal , que «todo
don perfecto viene de arri ba, del Padre de l as l uces» ( 1 ), y
q ue toda buena obra nos viene de Dios por su H ij o ; es ne
cesari o, además, que os fundéi s con toda sol idez en un
profundo conoci mi ento y vivo senti mi ento de vuestra es
clavitud baj o l a ley del pecado, de vuestra inutil idad , in
capacidad e indignidad para el servicio de Dios, de vues
tra insuficiencia para todo bien, de vuestra nada, de vues
tra extrema indigencia y de la apremi ante necesidad q ue
tenéi s de Jesucristo y de su gracia.
Por esta razón , debéis in vocar incesantemente a vues
tro Libertador y rec urrir, a cada instante, a su gracia,
afianzándoos tan sólo en su virt ud y bondad .
Permite Dios a veces q ue trabaj emos largo ti empo por
vencer alguna pasión y aseguramos en alguna virt ud , y
q ue no avancemos m ucho en l o q ue pretendemos , para
q ue reconozcamos por propia experi encia l o q ue por no
sotros mismos somos y podemos , y para ello nos obl igue
a buscar fuera de nosotros, en N uestro Señor Jesucritso,
el poder servir a Dios . Di os no q uiso dar al m undo a su
H ijo, sin o después q ue el m undo lo deseó d urante c uatro
m i l años , y experi mentó, por espacio de dos mil , q ue no
71
pod ía observar su ley. n i l i brarse del pecado, y que sentía
la necesidad de un espíri tu y de una fuerza n ueva para re
si stir el ma l y pract icar el bien; haciéndonos ver bien con
esto, que para darnos su gracia, q u iere q ue, antes, reco
nozcamos mucho nuestra miseria (2 ).
Siguiendo esta verdad , debéis cada d ía reconocer ante
Di os vuestra miseria, ta l como Dios la ve, y ren unciar a
Adán y a vosotros mi smos, ya que n o sól o él sino ta m
bi én vosotros habéis pecado, pactando con el diablo y
con el pecado. Ren unciad , pues, enteramente a vosotros
mismos , a vuestro propio espírit u , a todo el poder y capa
cidad que podá is sentir dentro de vosotros. Porq ue todo
el poder q ue Adán ha dejado en la naturaleza de l hom
bre , no es más q ue i mpotencia; el senti mi ento q ue de el l o
pudiéramos tener no e s si no i l usión, presunción y falsa
opi nión de nosotros mismos; y j amás n osotros tendremos
verdadero poder y l i bertad perfecta para el bi e n , si no es
ren unciando a nosotros mi smos y sal iendo de n osotros
mismos y de todo lo q ue es n uestro, para vi vir en el espí
ri tu y en la virtud de Jesucri sto.
Como consecuenc ia de esta ren unci a, adorad a Jesu
cri sto, entregáos enteramente a É l y rogad le q ue, puesto
q u e con su sangre y por su muerte ha adq ui rido l os dere
chos de los pecadores , tome en vosotros l os de Adá n , que
son l os vuestros, y q ue q u iera vi vir en vosotros en l ugar
de Adá n , desposeyéndoos de vuestra natural eza para
·
apropiarse É l de cuanto sois y de todos vuestros actos .
Protestad que q ueré is poner en sus manos todo lo q ue
sois y que deseáis sal i r de vuestro prop i o esp írit u, q ue es
espíritu de orgul l o y van idad , y de todas vuestras inten
ciones , incli naci ones y disposiciones , para no vivir más
que de su esp íritu, con sus i ntenciones, i ncli naci ones y
disposiciones di vinas y adorables.
2 . C f. S. T hom . 3 .•: 1 . 5 .
.
72
Supl icadle q m por su grand ísima mi sericordia, os sa
que de vosotros m is mos como de un i n fierno, y ponga en
El vuestro l ugar, afi rmá ndoos b ien en el espíri t u de hu
mildad , y esto no por vuestro i nterés o sat isfacción, si no
por su agrado y para su glori a . Pedidle también q ue des
pliegue todo su divi n o poder para destru ir en vosotros
vuestro orgu l l o , y q ue no cuente con vuestra fl aq ueza
para establecer en vosotros su gl oria por med i o de una
perfecta h u mi ldad . Y acordándoos de que de vosotros
mismos, en cuanto pecador sois un demonio encarnado,
un Lucifer y un Ant icri sto, por razón del pecado, del or
gul l o y del amor propio que q ueda sie mpre en cada uno
de nosotros, como arri ba se dij o , ponéos con frec uencia,
especial mente al comenzar el día , a l os pies de Jesús y de
María , dici endo así:
iOh Jesús, oh Madre de Jesús! sujetad bien a este mi
serabl e demonio debaj o de vuestros pies, aplastad a esta
serpi ente, haced morir a este Anticri sto con el al iento de
vuestra boca, atad a este Luci fer, para que nada haga con
tra vuestra santa gl oria.
No pretendo, sin embargo, q ue todos l os días digáis
delante de Dios estas cosas tal como aq uí q uedan expues
tas, sino un día de una manera y otro de otra , según al Se
ñor pi uguiere dárosl o a gustar.
Cuando concibáis deseos y resol uci ones de ser h u m i l
des, forma l izad l os , entregándoos a l H ij o d e Dios para po
der cumpl irl os, diciendo:
«Yo me entrego a Vos, oh Jesús, para hacerme con
vuestro esp íritu de h u m i ldad ; q u iero pasar con Vos todos
l os días de mi vida en esta santa virt ud . I n voco sobre mí
el poder de vuestro esp íritu de humi ldad , a fin de q ue mi
orgu l l o sea destruido y me ma ntenga yo con Vos en hu
mildad . Os ofrezco las ocasi ones de humildad q ue se me
presenten en la vida ; bendec idlas, si os place . Ren unci o a
73
mí mismo y a c uantas cosas puedan estorbarme partici
par de la gracia de vuestra h umi ldad» .
Mas no confiéis en vuestras resol uci ones . ni en esta
súpl ica que acabáis de practicar; esperadl o solamente de
la pura bondad de N uestro Señor Jesucri sto.
Lo mismo podéis practicar en todas las demás virtu
des y santas intenci ones q ue abrigáis para presentarlas a
Dios. De esta manera, todas ellas irán fundadas, no en
vosotros mismos , si no en N uestro Señor J esucristo y en la
gracia y mi sericordia de Dios sobre vosotros.
C uando presentemos a Di os n uestros deseos e i nten
ci ones de servirle, debemos hacerlo con la profunda con
vicción de que no l o podemos ni lo merecemos; que si
Dios h ici ese j usticia, no nos permi tiría ni pensar en ello,
y q ue si Dios nos sufre en su presencia y nos permite es
perar de É l la gracia de servirl e , es por su in mensa bon
dad y por los méritos y la sangre de su H ijo.
C uando faltamos a n uestros propósitos. no debemos
admirarnos de ello; porque somos pecadores y Dios no
nos debe su gracia. «Bien conozco, dice San Pablo, q ue
nada de bueno hay en m í , q u iero decir en mi carne. Pues
aunque hal l o en mí la vol untad para hacer el bien , no ha
l l o cómo cumpl irlar» (3 ).
Por esto, debemos tender a la virt ud con sumisión a
Dios; debemos desear su gracia y pedírsela, pero adm irar
nos de q ue nos la conceda ; cuando caemos, adorar su j u i
cio sobre nosotros . sin desani marnos , antes humil lándo
nos y perseverando siempre en entregamos a É l , porq ue
nos aguanta en su presencia y nos concede el pensamien
to de q uererle servir. Y , aún cuando después de mucho
trabajo, Dios no nos conced iera sino un sol o pensamiento
3. «Scio enim q u ia non habitat i n me, hoc est in carne mea , bon u m .
Nam vel le, adjacet m i h i : perficere aute m bon u m . n o n invenio». Rom . , V I I ,
1 8.
74
bueno, deberíamos reconocer que ni aún eso l o merece
mos, y esti marlo en tanto q ue con ello nos diéramos por
bien recompensados por todo n uestro senti mi ento. iAy, si
los condenados , después de mil años de infierno, p udie
ran tener un sol o pensami ento de Dios de buena gana lo
t uvieran!
El diablo rabia porque j amás l o tendrá ; mira él el bien
como cosa excelente que su orgu l l o desea, pero se ve pri
vado de él porque l l eva consigo la maldici ón. Nosotros
somos pecadores como l os condenados y no hay otra cosa
que de ello nos separe sino la mi sericordia que Dios nos
tuvo, la cual nos obliga a esti mar sus dones y a darnos
por contentos con l os que Dios n os dé ; porque, por pe
queños que ellos sean , siempre son más de lo que merece
mos. Penetremos con todo cuidado y hasta lo más íntimo
en este espíritu de humilde reconoci miento de nuestra in·
dignidad , q ue por este medio n os haremos con mil bendi
ciones de Dios para nuestras al mas , y É l será muy gl ori fi
cado en nosotros.
Cuando Dios os conceda algún favor para vosotros o
para el prój i mo, no lo atribuyáis a la virtud de vuestras
pl egarias, sino a su pura mi sericordia.
Si , en las obras buenas q ue Di os os concede la gracia
de practicar, sentís ci erta vana complacencia o algún es
píritu de van idad , humillaos delante de Di os , acordán
doos de q ue todo bien viene de sól o Dios y que de voso
tros no puede sal i r si no toda clase de mal es; y q ue tenéi s
muchos más moti vos para temer y humillaros, en vista de
las muc has fal tas e imperfecciones con que practicáis
vuestras obras , q ue no para ensoberbeceros y enc umbra
ros ante el poco bien que obrais, que ni siqu iera es vues
tro.
Si se os desprecia y vitupera , tomadlo como cosa que
bien os pertenece y en honor de los despreci os y cal um
nias del Hij o de Dios. Si se os confi ere algún honor, o si
75
se os tributan al abanzas y bendici ones, referídsel o a Dios,
guardándoos mucho de apropiárosl o o descansar en ello,
te mi endo no sea ésta la recompensa de vuestras buenas
acciones y q ue caiga sobre vosotros el efecto de estas pa
labras del H ij o de Dios: «iAy de vosotros cuando los
hombres m undanos os apl audieren ! que así lo hac ían sus
padres con l os falsos profetas» (4 ). Pal abras que nos ense
ñan a mirar y a temer l as alabanzas y bendiciones del
mundo, no sól o como cosa q ue no es más que viento,
h umo e il usión, si no además como verdadera desgracia y
maldición .
Ej ercitáos de buena gana en acci ones baj as y humi ldes
y que os proporci onan alguna abyección , a fin de morti fi
car vuestro orgullo; mas c uidad de hacerlas con esp íritu
de humildad y con l os senti mientos y disposici ones inte
riores q ue pide la acción que real izáis.
En suma, grabad bien en vuestra a l ma estas palabras
del Esp íri tu Santo, y l l evad l as a la práct ica con todo cui
dado y diligenci a: «C uando fueres más grande, tanto más
debes humillarte en todas las cosas, y hal larás gracia en el
acatamiento de Dios; porq ue Dios es É l solo grande en
poder, y É l es honrado de l os humi ldes» ( 5 ).
76
CAPITULO VI
77
el Señor» (3 ). «El Señ or me pastorea, nada me faltará. É l
me ha col ocado en l ugar de pastos» (4) . «He aq uí l os oj os
del Señor p uestos en l os q ue l e temen , y en l os que con
fían en su mi sericord ia» ( 5 ) . « Bueno es el Señor para l os
q ue esperan en É l» (6 ). «Al que tiene puesta en el Señ or
su esperanza, la mi sericord ia le servirá de muralla» (7).
«El Señ or estará a tu lado, y guiará tus pasos a fi n de
q ue no seas presa de l os impíos» ( 8 ) . «Dios es mi defensa,
en É l esperaré; es mi esc udo y el apoyo de mi sal vación;
escudo es de todos l os q ue en É l esperan» (9 ) . «Es el pro
tector de c uantos ponen en É l su esperanza» ( 1 0). «Tú l os
esconderás donde está escondido t u rostro; preservándo
los de l os alborotos de l os hombres. Pondrásl o en tu ta
bernáculo, a c ubierto de las lenguas maldicientes» ( 1 1 ).
«Ya que ha esperado en m í yo l e l ibraré : yo l e protegeré ,
p ues ha conoc ido, o adorado, mi nombre» ( 1 2 ) . «iüh
c uán grande es, Señor, la abundancia de la d ulz ura que
tienes reservada para l os q ue te temen ! T ú la has com uni-
78
cado abundantemente , a vista de l os hij os de l os hom
bres, a aq uél los q ue tienen p uesta en ti su esperanza»
( 1 3 ) . «Al égrense todos aq uel l os que ponen en ti su espe
ranza: se regocijarán eternamente, y tú morarás en ellos»
( 1 4). «Venga, oh Señor, tu misericordia sobre nosotros,
conforme esperamos en t i» ( 1 5 ) . «Los q ue confían en É l ,
entenderán l a verdad» ( 1 6 ) . «No perecerán l os q ue en É l
esperan» ( 1 7 ) . «Quien tiene tal esperanza en É l , se santi fi
cará a sí mismo, así como É l es también santo» ( 1 8 ) .
«Ninguno q ue confió e n el Señor, q uedó burlado» ( 1 9 ) .
«Todo c uanto pidiéreis e n la oración, como tengáis fe , l o
alcanzaréis» (20). « S i tú puedes creer, todo e s posible
para el q ue cree» (2 1 ).
Si tratara de traer aq uí todos los demás textos de la di
vina Palabra, en l os q ue Dios nos recomienda la virtud de
la confianza, ardua y prol ij a sería l a tarea . Parece no po
der satisfacerse Dios n unca de testi moniamos, en mil l u
gares de la Escritura Santa, c uán q uerida y grata l e es esta
santa virtud , y c uánto ama y favorece a l os q ue se confian
y abandonan por compl eto al paternal cuidado de su di
vina providencia.
Leemos en el l ibro tercero de las « Insin uaci ones de la
1 8 . «Et omnis q u i habet hanc spe m i n eo, sancti ficat se, sicut e t i l l e sanc
tus est». 1 Joan, I I I , 3 .
1 9 . « N ul l us speravit i n Dom ino e t confusus est». Ecc l i . , 2 , 11.
20. «Et omnia q uaecunque petieritis in oratione credentes, accipietis».
Math . , X X I , 2 2 .
2 1 . «Si potes credere, omnia possib i l ia sunt credenti». Mar . , I X , 2 2 .
79
divina piedad», de Santa Gertrudis, que Nuestro Señor
Jesucristo dijo un día a esta gran santa, que la con fianza
fi lial es el ojo de la esposa, del que habla el Esposo divi no
en el «Cantar de los Cantares»: «Heri ste mi corazón, oh
hermana m ía, Esposa amada, heriste mi corazón con uno
de tus ojos, es deci r, con u na sola mi rada tuya» (2 2). Dice
a este propósito Santa Gertrudis: «Aquél me traspasa el
corazón con una flecha de amor, dice Jesús, que tiene en
mí segura confianza; a quien puedo, sé y quiero asistirle
fielmente en todo; confianza que hace tal violencia en mi
piedad que de n inguna manera puedo ausentarm e de
el la» (2 3 ).
Y , en el «Libro de la Gracia Especial», de Santa Ma
ti lde, encontramos que el m i smo Jesús le hab ló de esta
manera: «Me agrada sob remanera que los hombres con
fíen en m i bondad y se apoyen en mí. Porque a quien
m ucho confía en m í l leno de humi ldad, en esta vida le fa
voreceré y en la otra le premiaré más de lo que merece.
Cuanto más uno se fíe de mí y se valga de m i bondad,
tanto más consegui rá; porque es imposible que el hombre
no perciba todo aquello que cree y espera. Es, por lo tan
to, sumam ente úti l al homb re confiar en m í , e n espera
de grandes cosas». Y a la m isma Santa Mati lde, que
pregu ntó a Dios qué debería creer pri nci palmente de su
i nefab le bondad, le respondió: «Debes creer con segura
esperanza que después de la m uerte te recibi ré como u n
padre a su hijo amadísimo, y q u e jamás padre alguno con
más afecto y fidelidad ha distribuido sus b ienes a su único
hijo, como yo te entregaré a mí m ismo y todos m is bie
nes»
22. «Vulneratis cor meum soror mea sponsa, vu lnerasti cor meum in uno
ocu lorim tuorum». IV, 9 .
2 3 . «Legatus divina e pietati s». L . 3 c 7 .
80
CAPITULO VII
1 . «Cui ( Deo) cura est de omnibus». Sap . , X I I , 1 3 . « lpsi ( Deo) cura est
-
de vobis». 1 Pet . , V , 7 .
2 . «Audite me, domus Jacob, qui porta m ini a meo utero. q u i gestamini a
mea vulva. U sq ue ad senectam ego ipse, et usq ue ad canos ego portabo: ego
feci et ego feram: ego portabo et sal vabo». I sa i . , X V V I , 3 -4 .
81
tenernos siempre delante de sus oj os ( 3 ) ; q ue q uien nos
toca a nosotros , toca en l as n iñas de sus oj os (4) ; q ue no
andemos acongoj ados por el al i mento y el vestido, que
bien sabe É l la necesidad q ue de esas cosas tenemos (5 ) ;
q ue hasta l os cabel l os d e nuestra cabeza están todos con
tados y q ue ni uno de ellos se perderá (6 ) ; que como É l
ama a su Padre , su Padre n os ama , y q ue É l nos ama,
como su Padre a É l le ama (7); q ue donde É l está, q u iere
q ue n osotros estemos, es decir, q ue descansemos con É l
en el seno y en el corazón de su Padre (8 ) ; que q uiere sen
tarnos con É l en su trono (9 ); y , en una palabra , q ue to
dos seamos una misma cosa hasta ser consumados en la
unidad con É l y con su Padre ( 1 0).
Si le hemos ofendido, nos promete q ue vol viendo a É l
con humildad , arrepentimi ento, confianza en su bondad
y resol uci ón de apartarnos del pecado, nos recibirá, nos
abrazará , ol vidará todos n uestros pecados y nos revestirá
de la vest idura de su gracia y de su amor, de l a q ue había
mos sido despoj ados por culpa n uestra .
Por consiguiente, lquién no tendrá confianza y no se
3 . «N umquid obl ivisci potest mul ier infantem suum, ut non m isereatur
filio uteri sui , et si illa obl i ta fuerit, ego tamen non obliviscar tui. Ecce in
manibus meis descripsi te». Is. , X L I X , 1 5 - 1 7 .
4 . «Qui eni m estigeri t vos, tangit pupillam oculi mei». Zac h . , 2 -8 .
5 . «Nolite ergo soll iciti essem dicentes : quid mand ucabimus, aut q u id bi
bemus, aut quo operiemur Scit eni m Pater vester, q uia his omnibus indige
tis». Math. , V I , 3 1 -3 3 .
6 . «Vestri autem capil l i capitis omnes n umeral sunt>> . , Marth . , X , 3 0 .
« E t capil l us de capite vestro n o n peribit>>. Luc . , X X I , 1 8 .
7 . « Pater j uste . . . d i l ectio q ua d i lexisti me, in ipsis sit». Joan , X V I I , 2 6 .
«Sicut dilexit m e pater et ego dilexi vos». Joan, X V , 9 .
8 . « Pater, q uos dedisti m i h i , voto u t ubi s u m ego e t i l l i sint mecum».
Joan, X V I I , 2 4 .
9 . «Qui vicerit , dabo e i sedere mecum i n throno meo». Apoc . , I I I , 2 1 .
1 O . «Ut omnes unum sint, sicut t u pater in me et ego in te, ut et ipsi in
nobis unum si nt. . . sint unum sicut et nos unum sumus. Ego i n eis, et tu i n
m e ; u t sint consum mati i n unum». Joan , X V I I . 2 1 -2 3 .
82
abandonará enteramente al cuidado y dirección de un
amigo, de un hermano, de un padre, de un esposo que
cuenta con una sabid uría i n fi nita para conocer l o q ue nos
es más ventaj oso, para prever todo l o q ue p ueda aconte
cernos, y para escoger l os medios más conducentes a
nuestra verdadera fel icidad ; así como con bondad extre
ma para proporci onarn os toda c lase de bienes, j unto con
un inmenso poder para desviar el mal q ue nos puede l l e
gar y hacernos el bien q ue É l q uiere proc urarnos?
Y, para q ue no penséis q ue sus palabras y sus prome
sas q uedan sin efecto, ved algo de lo que É l hizo y sufri ó
por vosotros, e n s u encarnación, e n s u vida, e n su pasi ón
y en su muerte; y l o q ue todos l os días sigue haci endo en
el Santísimo Sacramento de la Eucari stía; cómo, por
vuestro amor baj ó del cielo a l a tierra ; cómo se humi l l ó y
anonadó hasta q uerer ser niño, nacer en un establo, suj e
tarse a todas l as mi serias y necesidades de una vida hu
mana, pasi ble y mortal ; cómo empl eó por vosotros todo
su tiempo, todos sus pensamientos, palabras y obras;
cómo entregó su santísimo cuerpo a Pilato, a los verd ugos
y a la cruz ; cómo dio su vida y derramó hasta la última
gota de su sangre; cómo os entrega, y con tanta frecuen
cia, en la sagrada Eucari stía , su cuerpo, su sangre , su
alma, su divinidad , todos sus tesoros , todo l o que É l es y
c uanto de más caro y preci oso É l posee. iOh bondad , oh
amor, oh buenísi mo y amab il ísi mo Jesús! «Confíen en ti ,
l os que conocen y adoran tu d ulcísimo y santísi mo nom
bre» ( 1 1 ) , q ue no es sino amor y bondad , porque vos soi s
todo amor, todo bondad y todo mi sericordia. Mas, no me
extraña que haya pocos q ue confien total mente en vos ,
porque son pocos l os q ue se dedican a conocer y ponde
rar l os efectos de vuestra infi nita bondad . iOh Sal vador
mío, hay q ue con fesar que somos unos mi serabl es, si n o
83
confiamos en vuestra bondad , desp ués de habern os hecho
conocer tantos testi monios de vuestro amor. Porque, si
tanto habéis hecho y sufrido y cosas tan grandes nos ha
béis dado, a pesar de nuestra desconfianza, lq ué haríais y
q ué n os daríais , si fuésemos a Vos con humildad y con
fianza?
Entremos, p ues, en grandes deseos de afianzarnos bien
en esta di vina virt ud ; nada temamos , antes cobremos mu
cho ánimo para formar grandes proyectos de servir y
amar perfecta y santamente a nuestro adorabil ísi mo y
amad ísi mo Jesús, y para emprender grandes cosas por su
di vina gl oria, conforme al poder y la gracia que de É l nos
vendrá . Porq ue, si bien es verdad q ue nada podemos de
nosotros mismos , todo lo podemos en É l y n unca nos fal
tará su ayuda si confiamos en su bondad .
Pongamos en sus manos y abandonemos tota l mente a
l os paternales c uidados de su di vina Providencia todo lo
concerniente al c uerpo, al al ma, a l as cosas temporales y
espi ri tuales, a n uestra sal ud , a n uestra rep utación , a n ues
tros bienes y negocios, a l as personas q ue nos guían , a
n uestros pecados pasados, al adelantamiento de n uestras
al mas en los caminos de la virtud y de su amor, lo tocan
te a n uestra vida , a n uestra m uerte, a n uestra mi sma sal
vaci ón y a nuestra eternidad , y en general , todas l as cosas,
confiando en su p ura bondad q ue É l tendrá cuidado par
ticular de todo, y d ispondrá de todas l as cosas de la mej or
manera posible.
G uardémonos bien de confiar, ni en el poder o favor
de n uestros amigos , ni en n uestros b ienes , ni en n uestro
espíritu, ni en n uestra ciencia, ni en n uestras fuerzas , ni
en nuestros buenos deseos y resol uciones , ni en n uestras
oraciones, ni aun en la confianza que sentimos tener en
Di os, ni en medios h umanos o en cosa alguna creada,
sino en la sol a mi sericordia de Dios. No es q ue no haya
mos de poner en j uego todas estas cosas d ic has , y aportar
R4
de nuestra parte todo cuanto podamos para vencer los vi
cios , para ejercitarnos en la virtud y para prosegu ir y per
feccionar los asuntos q ue Dios ha puesto en nuestras ma
nos y c umpl ir las obligaci ones propias de nuestra condi
ción y estado; mas debemos ren u nciar a todo apoyo y a
toda confianza que p udiéramos tener en esas cosas, y des
cansar sól o en la pura bondad de Nuestro Señor. De suer
te q ue, de nuestra parte, debemos poner tanto c uidado y
trabaj ar de tal manera , como si nada esperáramos de par
te de Dios; y, por el contrari o, de tal manera desconfiar
de n uestro cuidado y trabaj o , como si nada en absol uto
hiciéramos; esperándolo todo de la pura misericordia de
Dios.
A esto nos exhorta el Espíritu Santo c uando dice por
boca del Profeta Rey: expón al Señor t u situación , y con
fía en É l ; y É l obrará» ( 1 2 ) . Y en otro 1 ugar: «Arroj a en el
seno del Señor t us ansiedades , y É l te sustentará» ( 1 3 ). Y
hablando por el Príncipe de l os apóstol es nos advierte:
«que descarguemos en su amoroso seno todas nuestras so
l icitudes , pues É l tiene cuidado de nosotros» ( 1 4 ); q ue es
lo q ue N. Señor d ij o a Santa Cata l i na de Sena. «Hija mía,
olvídate de ti y pi ensa en mí, y yo pensaré contin uamente
en ti».
Tornad esta enseñanza para vosotros. Poned vuestro
cuidado principal en evitar todo lo q ue desagrada a N .
Señ or, e n servirle y amarl e con perfección , y É l l o con
vert irá todo, hasta vuestras faltas, en provecho vuestro.
Acostumbraos a hacer frec uentes actos de confianza
en Di os , pero, particularmente, c uando os veáis acometí-
1 2 . «Revela Domino viam tuam , et spera i n eo, et ipse fac iet». Ps.
XXXVI, 5 .
1 3 . «Jacta super Dom inum curam tuam, et ipse te en utriet». Ps. L I V , 2 3 .
1 4 . «Omnem soll icitudinem vestra m proj icientes i n eum, q uoniam ipsi
cura este de vobis». 1 Pet . V, 7 .
dos de pensamientos o sentimientos de temor y descon
fianza, sea por vuestros pecados pasados , sea por c ual
q uier otro motivo. Elevad prontamente vuestro corazón a
Jesús y decidle con el Real Profeta: «En ti , oh Dios mío,
tengo p uesta mi confianza : no quedaré avergonzado».
«Ni se burlarán de mí mis enemigos; porque ninguno que
espere en ti q uedará confundido». «Oh Señor, en Ti tengo
p uesta mi esperanza: no q uede yo para si empre confundi
do». «Tú eres el Dios mío en q uien esperaré». «El Señor
es mi sostén, no temo nada de c uanto p uede hacerme el
hombre». «El Señor está de mi parte ; yo despreciaré a
mis enemigos». «Mej or es confiar en el Señor, que confiar
en el hombre» . «Aunq ue cami nase yo por medio de la
somrba de la m uerte, no temeré n i ngún desastre; porq ue
tú estás conmigo» ( 1 5 ). Y, con el profeta lsaías: «He aqu í
q ue Dios e s el Sal vador m í o : vi viré l l eno de confianza, y
no temeré ( 1 6 ) .
Otras veces c o n el Santo Job : «Aún dado que el Señ or
me q ui tara la vida, en É l esperaré» (1 7 ) .
Y , con aq uel pobrecito del evangel io: «Oh Señ or, yo
creo; ayuda tú mi incredul idad : fortalece mi confianza»
( 1 8).
86
O también con l os santos Apóstol es: «Señor, aumén
tanos la fe» ( 1 9 ) .
O bien , decid así : i O h buen Jesús, e n vos sól o h e pues
to toda mi confianza! iOh fortaleza m ía y mi único refu
gio, haced de mí lo q ue os p l azca , q ue me entrego y aban
dono enteramente a vos! iOh mi dulce amor y mi amada
esperanza , pongo en vuestras manos y os sacri fico mi ser,
mi vida, mi al ma, y todo lo q ue me pertenece, a fin de
que di spongáis de e l l o, en el tiempo y en la eternidad ,
como más os agarade para vuestra gl oria!
En fin, l a confianza es u n don de Dios que sigue a la
humildad y al amor; por l o que debéis pedírsela a Dios y
É l os l a concederá . Esforzaos por practicar todas vuestras
acciones con espíritu de humi ldad y puramente por amor
de Dios, y pronto gustaréis l a dulzura y l a paz que acom
pañan a la virt ud de l a confianza.
CAPITULO VIII
87
te necesarias las podamos faci l ísimamente encontrar. Por
ej emplo: el sol . el aire, el agua y demás elementos son ab
sol utamente necesari os para la vida natural del hombre;
·
por eso l os vemos q ue son para todos y q ue están al al
cance de todo el mundo. De igual manera , p uestos por
Dios en este m undo únicamente para hacer su vol untad ,
y mediante esto, salvarn os, es de todo p unto necesari o
que p odamos conocer fáci l mente la vol untad de Di os en
todas las cosas q ue hemos de hacer. Por eso É l nos la ha
p uesto tan fác il de ser conocida, man i festándonosla por
cinco medios pri ncipales, muy seguros y evidentes: 1 ) Por
sus mandamientos . 2 ) Por sus consej os. 3 ) Por las leyes,
reglas y obl igaciones de cada estado. 4 ) Por l as personas
q ue tienen autoridad para dirigirnos . 5) Por l os acontec i
mi entos; p uesto q ue c uantas cosas acontecen en la vida
l l evan la señal inconfundible de q ue Dios así lo q u iere, o
con vol untad absol uta o con vol untad de permisión. De
suerte q ue, a poco q ue abramos los oj os de la fe , nos será
muy fácil a cada instante y en toda ocasión, conocer la
santísi ma vol untad de Di os, conocimiento q ue nos con
d ucirá a amarla y a someternos a el la.
Y , a fi n de asegurarnos bien en esta sumisión, es nece
sa ri o grabar indeleblemente en n uestras almas cuatro ver
dades q ue nos enseña la fe:
1 . Que la mi sma fe que nos enseña q ue no hay más
q ue un sol o Di os q ue ha creado todas las cosas , nos obl i
ga a creer q ue este gran Dios las ordena y gobierna a to
das sin excepción, sea con vol untad absol uta, sea con vo
l untad de permi sión ; q ue nada se hace en el mundo que
no vaya suj eto al orden de su divina dirección y no pase
por las man os de su vol untad absoluta o por las de su
permi si ón , que son como dos brazos de su Providencia,
con l os q ue todas l as cosas gobierna ( 1 ).
88
2.Q u e Dios nada q u i e re n i pe rm it e si no para su
mayor g l o ri a ; y q u e , de h ec h o , saca É l s u mayor g l o ria de
todas las cosas. Es cosa m u y evidente que, si endo Dios el
creado r y gob ern ador del m u ndo, habi endo h ec h o todas
las cosas para sí m i s mo, ten iendo por su g l o ria u n celo i n
fi n i to , y si endo i n fi n i ta m ente sab i o y poderoso para saber
y poder e n cam i n a r todas las cosas a este fin, no q u i e ra n i
perm ita q u e n ada de cuanto ocu rre en e l m u n do tenga
otro fin que su m ayor g l o ri a; así com o el b i en de los que
l e aman y se som eten a sus divi nas o raciones, porq u e nos
dice su A pósto l que «todas las cosas contribuyen al b i e n
de los q u e aman a D ios» (2). De s u e rte, que si q u i s i éra
mos amar a Dios y , en toda ocasión , adora r s u santísi m a
v o l untad, todas las cosas redundarían en n uest ro mayor
bien; que esto se h aga só l o depende de nosotros.
89
enviado» (4). Y jamás la hizo; antes por santa, deífica y
adorab le que fuese su voluntad, la abandonó y, en cierto
sentido, la anonadó, para segui r la de su Padre, diciéndo
le incesantem ente y en todas las cosas, lo que le dijo la
víspera de su muerte, en el Huerto de los Olivos: «Padre,
no se haga mi voluntad sino la tuya» (5).
Si meditamos bien estas verdades, encontraremos una
gran faci li dad para sometemos en todas las cosas a la
adorab i l ísima voluntad de Dios. Porque, si consideramos
que Dios ordena y di spone todo lo que acontece en el
mundo; que todas las cosas las dispone para su gloria y
para n uestro mayor b ien , y que su di sposición es justísi
ma y amab i l ísima, no atribui remos nosotros las cosas que
pasan, ni a la suerte o al azar, ni a la mali cia del diab lo o
de los hombres, si no a la o rdenación de Dios que amare
mos y ab razaremos con todo afecto, sabiendo, con toda
segu ridad, que siendo santísima y amabi lísima nada orde
na o perm i te que no sea para nuestro mayor b ien y para
la mayor gloria de nuestro buen Dios, la que debemos
amar por encima de todas las cosas, puesto que no esta
mos en este mundo sino para amar y procu rar la gloria de
Dios.
Y, si consideramos con la debida atención que Jesús,
nuestra cabeza, ha abandonado y como aniqui lado una
voluntad tan santa y divina como la suya, para seguir la
rigu rosísima y m u y severa vo l untad de su Padre, el cual
quiso que su Hijo sufriera cosas tan extrañas, y que mu
ri era con muerte tan cruel y vergonzosa, y ello por sus
enem igos; lnos afligi remos por abandonar una voluntad
como la n uestra toda depravada y corrom pida por el pe-
90
cado, para hacer vivir y reinar, en su l ugar, a la santísima,
dulcísima y amabi lísima voluntad de Dios?
En esto consi ste la sum isión y obediencia cristiana, a
saber: en continuar la sum isión y obediencia perfectísima
que Jesucristo prestó, no sólo a las voluntades que su Pa
dre por É l mismo le declaró, sino tamb ién a las que le
fueron manifestadas por su santa Madre, por San José,
por el ángel que le condujo a Egi pto, por los judíos, por
Herodes, po r Pi lato. Porque no sólo se sometió a su Pa
dre, sino se suj etó a todas las cri aturas por la gloria de su
Padre y por nuestro amor.
CAPITULO IX
91
voluntad de Jesucristo, siem pre que no sea manifiesta
mente contraria a lo que Dios manda y prohíbe.
El príncipe de los apóstoles, San Pedro, va más al lá:
nos exhorta a someternos a toda humana cri atura, por
amor de Dios: «Estad sumisos a toda humana criatu ra: y
esto por respeto a Dios» ( l ) Y San Pab lo qui ere que nos
.
92
Jesús, sea la mía destruida y aniqui lada por siempre ja
más, y que la suya se cumpla y reine eternamente, en la
tierra y en el cielo.
CAPITU LO X
93
cabeza, debemos, no so lamente som eternos a Dios en to
das las cosas por amor de Dios, sino poner en ello todo
nuestro contento, nuestra felicidad y n uestro paraíso. En
esto consiste la suma perfección de la sum isión cristiana.
Esto es lo que todos los días pedimos a Dios: «Hágase tu
vo luntad así en la tierra como en el cielo» (3). Ahora
bien, en el cie lo los santos, hasta tal punto ponen su feli
cidad y su paraíso en el cumplimiento de la voluntad de
Dios, que, muchos de el los, ven a sus padres y madres, a
sus hermanos y hermanas, a sus muj eres o hijos en el in
fierno y se regocijan de los efectos que la j usticia de Dios
ob ra en el los, porque, siendo los Santos una cosa con
Dios, tienen con É l un solo sentim iento y una so la vo lun
tad. Dios qui ere desplegar su j usticia sob re estos m isera
b les que lo tienen bien merecido, y gózase infinitamente
en los efectos de su j usticia lo mismo que en los de su mi
sericordia. Por esto los Santos ponen también en e l lo su
gozo y su contento. «A legrarse ha el j usto al ver la ven
ganza; y lavará sus manos en la sangre de los pecadores»
(4). De semejante manera, debemos poner nosotros n ues
tro gozo en los efectos de la divina voluntad, puesto que
hemos de procu rar que se cumpla la voluntad de Dios en
la tierra como se cumple en el cielo.
Dos razones nos ob ligan a el lo:
l . Siendo nosotros creados excl usivamente para glo
rificar a Dios, esto es, si endo la gloria de Dios n uestro ú l
timo fi n , síguese q u e hemos d e poner n uestra felicidad en
la gloria de Dios, y consiguientemente, en todos los efec
tos de su divina vo luntad, puesto que todos el los son para
su mayor gloria.
2. Habién donos declarado Jesucristo que quiere que
94
seamos una misma cosa con É l y con su Padre, dedúcese
que no debemos tener con É l sino un m i smo espíritu y
sentim iento, como se ha dicho de los que están en e l cie
lo, y , por consiguiente, que hemos de poner n uestro gozo,
n uestra felicidad y n uestro paraíso en aqu e l lo mismo en
que lo hacen consisti r los Santos, la Santísima V i rgen , el
Hijo de Dios y el Eterno Padre.
Ahora b ien , los Santos y la Santísima Virgen , en todo
encuentran su feli cidad y su paraíso; porque, viendo en
todas las cosas la voluntad de Dios, en todas el las ponen
su contento. El Hijo de Dios y el Padre celestia l , gózanse
infin itamente en todas sus ob ras, en todas sus voluntades
y perm isiones: «Com placerse ha el Señor en sus criatu
ras». Y , tan cierto es que Dios se complace en los efec
tos de su j ust icia, cuando ésta exige el castigo del pecador
obsti nado como en los efectos de su bondad cuando ob ra
en los bi enaventu rados, que leemos en el lib ro sagrado
del Deuteronomio estas palab ras: «Así como en otros
tiem pos se com plació el Señor en haceros bien, así se go
zará en abati ros y arrastraros» (6). He ahí porqué debe
mos también nosotros poner nuestra feli cidad en todas las
voluntades, perm isiones y ob ras de Dios, y, en térm inos
generales, en todas las cosas, excepto en el pecado que de
bemos detestar y abo rrecer, adorando, no obstante, y ben
diciendo la perm isión de Dios y la disposi ción de su j usti
cia qu e p o r justo j u i cio, perm ite q u e , en castigo d e u n
,
6 . « E t sicut ante laetatus est Dominus super vos, bene vobis faciens . . . , sic
laetabitur disperdens vos atque subvertens». X X V I I I 6 3 .
-
95
nes no tanto se regocijan por la grandísima gloria que po
seen, como por el cumplimiento de la voluntad de Dios
en el los; es decir: porque Dios se com place en glorificar
les. Y, a la verdad, no tendremos motivo de quejamos
por encontramos en el paraíso de la Madre de Dios, del
Hijo de Dios y del Padre Eterno.
Practi cándolo así, com enzaréis vuestro paraíso en este
m undo, gozaréis de una continua paz, realizaréis vuestras
ob ras, como N uestro Señor Jesucristo realizaba las suyas
cuando estaba en la tierra, con espíri tu de agrado y ale
gría; que esto É l lo desea y pide a su Padre para nosotros
la víspera de su muerte, con estas palabras: «Que ten
gan e l los en sí m ismos el gozo cumplido que tengo yo»
(7).
CAPITULO XI
De la caridad cristiana
96
no son dos amores . sino un sol o y ún ico amor: y hemos
de amar a nuestro prój i mo con el mismo amor con que
amamos a Dios, porq ue debemos a marle, no en él ni por
é l , si no en Di os y por Dios: o, por mej or dec ir, a Dios
mi smo es a q u ien debemos a mar en el prój i mo.
Así es como J esús nos ama: nos ama en su Padre y
por su Padre . o más bien, ama a su Padre en nosotros y
q u iere que nos amemos unos a otros , como É l nos ama.
«El precepto mío es: q ue os améis unos a otros , como yo
os he a mado a vosotros» (2 ).
En esto consiste la caridad cri stiana, en amarnos unos
a otros como Jesús nos ama. A manos É l tanto, que nos
entrega todos sus bienes, todos sus tesoros, a sí mismo; y
emplea todo su poder, todos los resortes de su sabid uría y
su bondad para hacernos b ien . Su caridad para con noso
tros es tan excesiva q ue aguanta nuestros defectos largo
tiempo y con una dulz ura y paciencia grandísimas; que es
el pri mero en buscarnos . cuando le hemos ofendido; É l ,
q ue n o nos hace sino toda cl ase de bienes y q ue parece
preferir, en cierta manera, nuestras comodidades, gustos e
intereses a los suyos, suj etándose durante su vida mortal a
toda clase de incomodidades , miserias y tormentos para
l ibrarnos a nosotros de e l l os y hacernos fel ices. En una
palabra, nos ama tanto que emplea por nosotros toda
su vida , su cuerpo, su al ma y su humanidad , todo l o que
es , tiene y p uede; todo caridad y amor hacia nosotros , en
sus pensami entos, pal abras y acci ones.
He aq uí la regl a y el model o de la caridad cristiana.
V ed lo q ue reclama de nosotros, cuando nos manda
1 . «Dil iges Dom inum Deum tuum ex toto corde tuo. et in tota anima
t ua , et in tota mente tua. Hoc est maximun et pri m u m mandat u m . Secun
dum autem si mile est huic: Dil iges proxi m un tuum sicut te ipsum). M atthe.
X X I I : 3 7-39 .
2 . «Hoc est praeceptum meu m , ut dil igatis in vicem. sicut dilexi vos» .
Joan . , X V . 1 2 .
97
amamos unos a otros, como É l nos ama. Debemos mú
tuamente amarnos , haciendo l os unos por l os otros lo q ue
Jesucri sto h izo con nosotros, según el poder que de É l
mismo recibamos .
98
des, qué caridad , q ué respeto, q ué reverencia n os tendría
mos l os unos a l os otros! iQué temor tendríamos de l asti
mar l a unión y caridad cri sti ana , con nuestros pensa
mientos, pal abras o acciones! iCómo nos aguantaríamos
l os unos a l os otros! iCon qué caridad y paciencia excusa
ríamos l os defectos del prój i mo! iCon q ué dulzura, mo
destia y discreción nos trataríamos! iQué cuidado pon
dríamos, como habla San Pablo, «en procurar dar gusto
al prój imo en lo que es bueno y puede edificarle»! (2 ).
iOh Jesús , Dios de amor y de caridad , impri mid estas di s
posici ones y estas grandes verdades en nuestros corazo
nes!
CAPITULO XII
3 . «Amen dico vobis, q uand i u fecistis uni ex his fratribus meis minimis,
mihi fecistiS>>. Matt h . , XXV, 40.
4 . «Un usquisque vestrum proxi mo suo placeat in bonum ad aedi ficatio
nem» . Rom . , X V . 3 .
99
É l por vosotros a su Padre su caridad. Entregaos a É l y
suplicadle que destruya en vosotros, pensami entos, pala
bras, acciones, todo lo que sea contrario a la caridad y
que haga v ivi r y rei nar en vosotros su caridad.
Leed repetidas vece s y meditad estas plab ras de San
Pab lo: «La caridad es sufri da, es du lce y bien h echora: la
caridad no tiene envidia, no ob ra precipitada ni temera
riam ente, no se ensoberbece; no es ambi ciosa, no busca
sus intereses, no se i rrita, no piensa mal, no se hue lga de
la injusticia, com plácese sí en la verdad; a todo se acomo
da, cree todo el bien del prój i mo, todo lo espera y lo so
po rta todo. La caridad nuca fenece» ( l ).
Adorad a Jesucristo, pronun ciando estas sagradas pa
lab ras, entregáos a É l, suplicaándo le que os dé su santa
gracia para poder l levarlas a la práctica. En los servicios y
en todas las acciones que realicéis con el prój imo, sea po r
ob ligación, sea por caridad, e levad a Jesús vuest ro cora
zón , diciéndo le de esta manera: «iOh Jesús, quiero reali
zar esta obra, si es de vuestro agrado, en reverencia y
u n ión de la cari dad que Vos tenéis con esta persona, y
por Vos m ismo, a quien deseo ver y serv i r en e l la!».
Cuando necesitéis alimentar o dar algún descanso y
refrigerio a vuestro cue rpo, hacedlo con la m isma i nten -·
ción, m i rando vuestra salud, vuest ra vida y vuestro cuer
po, no como cosa vuestra, si no como uno de los m iem
bros de Jesús, como cosa que pertenece a Jesús, segú n el
testimonio de la palab ra divi na.
Cuando saludéis u obsequ iéis a alguno, saludadle y
hon radle como a templo e imagen de Dios y m iembro de
Jesucristo.
1 . «Charilas pat iens esl. ben igna est : cha ri tas non aem u latur. non agil
perperam . nom inflatur. non est amit iosa. non quaeri t quae sua sunl. non
i rri tatur. non cogitat ma lum. non gaudel super iniquitate. congaudet a utem
veritati: omnia suffe rt. omnia credit, omnia sperat. omnia sustinet. Chari tas
nunquam excidit». 1 Cor .. X I I I . 4-8 .
1 00
En l os tratos y cumpl idos que se os presenten, no per
mitais a vuestra l engua proferir pal abras de deferencia
que n o estén en vuestro corazón; porq ue existe esta d i fe
rencia entre l as al mas santas y cri st ianas y las al mas m un
danas: que unas y otras emplean las mismas fórmulas de
educación , la misma manera de hablar y que acost umbra
a usarse en relaci ones y visitas; aq uél l as lo hacen de cora
zón y con esp írit u de verdad y caridad cri st ianas , mas és
tas sol amente con la boca y con esp íritu de mentira y
vana complacencia.
No digo yo q ue sea necesario que os actúeis en estos
pensamientos e i ntenci ones cada vez q ue sal udáis a algu
no, o q ue profi ráis alguna palabra de edi ficación o q ue
practiq uéi s alguna obra buena en favor del prój i mo a
cada paso, que aunque así fuera, cosa buen ísi ma haríais;
pero sí q ue, por l o menos , forméis en vuestro corazón
una i ntención general de hacer todas las cosas con el espí
ritu de la caridad de Jesús, esforzándoos por renovar ante
Dios esta intención, siempre q ue É l os la s ugiera. C uando
sintáis alguna repugnancia, aversi ón o senti miento de en
vidia para con el prój imo, procurad ren unciar a él con
toda energía, desde sus comienzos , y destruirlo a l os pies
de N uestro Señ or, supl icándole q ue os l l ene de su divina
caridad .
Si se os ha ofendido, o si habés vosotros ofendido a al
guno, no esperéis q ue vengan a buscaros; acordaos de lo
q ue N uestro Señor ha dicho: «Si , al tiempo de presentar
t u ofrenda en el altar, a l l í te acuerdas que tu hermano tie
ne alguna quej a contra ti , déj ate al l í mi smo tu ofrenda de
lante de tu altar, y ve primero a reconcil iarte con tu her
mano» (3). Para obedecer a estas pal abras del Salvador y
en su honra y al abanza, puesto que É l es el pri mero en
3. «Si ergo ofTers munus tuum ad altare, et ibi recordatus fueri s quia fra
ter tuus habet aliq uid advers u m te: rel inque ibi m u n us tuum ante altare , et
vade prius reconcil iari fratri tuo». Matth . . V. 2 3 -2 4 .
101
buscarnos a nosotros, É l , que no nos hace sino toda cl ase
de favores y q ue no recibe de nosotros si no toda cl ase de
ofensas, id a buscar a q uien habéis ofendido o a q u ien os
ha ofendido, para reconcil iaros con é l , d ispuestos a ha
blarle con toda dulzura , paz y humi ldad .
Si en vuestra presencia se sostienen conversaciones
con perj uicio del prój i mo, desviadlas , si podéis, con pru
dencia y dulzura, haciéndol o de suerte q ue no déis con
ello ocasión a que se hable más; porque en este caso, val
dría más cal l ar y contentarse con no man i festar atención
ni complacencia en l o que se dice .
Rogad a N uestro Señor que i mpri ma en vuestro cora
zón una caridad y un tierno afecto, pri ncipal mente hacia
los pobres , vi udas , huérfanos y a c uantos os son extraños .
M iradles como seres q ue os son recomendados por el
mayor de vuestros amigos , que es Jesús , quien os l os reco
mienda frecuente e i nsistentemente y como a sí mismo,
en sus santas Escrituras; y en vista de esto, habladles con
dulzura , tratadl es con caridad y prestadl es toda la asi sten
cia q ue podáis.
CAPITULO XIII
1 02
peor que un infiel» ( l ). Acordaos que un alma ha costado
trabajos y sufrimientos de treinta y cuatro años (2), la
sangre y la vida de un Dios, y que la ob ra más grande,
más divina y agradab le a Jesús que podáis hacer en el
mundo es, trabajar con É l en la sa lvación de las almas
que le son tan queridas y preciosas. Daos, por tanto, a É l
para trabajar en e l lo, de cuantos modos se os pida. Juz
gaos i ndign ísimos de emplearos en tan gran ob ra; pero,
cuando se os presente alguna ocasión de ayudar en su sal
vación a alguna pobre a l m a ( lo q u e o s ocu rri rá con fre
cuencia si prestái s atención y ponéis cuidado en e l lo), por
nada la dejéis pasar; pedid en primer lugar a Nuestro Se
ñor su santa gracia, y empleaos en ello, según vuestra
condición y los m edios que É l os conceda, con cuanto
cuidado, diligencia e i nterés podáis, como si se tratase de
un asunto de mayores consecuencias que si os fuese en
e l lo todos los bi enes tem porales y hasta la vida corporal
de todos los hombres que ex isten en el mundo. Hacedlo
puram ente por amor de Jesús y a fin de que Dios sea
amado y glorificado eternamente en las almas, ten i endo a
mucha hon ra y como un especial favor el consum ir todo
vuestro tiempo, toda vuestra salud, vuestra vida, y sob re
todos los tesoros del m undo si los poseyéseis, para ayudar
en su salvación a una so la alma por la que Jesucristo dio
su sangre y em pleó y agotó todo su tiem po, su vi da y sus
fuerzas.
iüh Jesús, celador de las almas y amador de la salva
ción de los hombres, im primid en los corazones de todos
los cristianos los sentim ientos y disposiciones de vuestro
celo y ardentísima caridad por las almas.
1 03
CAPITULO XI V
1 04
pl eto a la gloria de su Padre , habiendo q uerido tomar el
estado de vícti ma y de hostia y pasar en esta condición
por toda cl ase de desprecios, hum i l l aci ones, pri vaci ones,
morti ficaci ones interi ores y exteri ores , y , final mente, por
una cruel y vergonzosa muerte , por l a gloria de su Padre .
H izo Jesús desde el momento de su Encarnación tres
como profesiones sol emnes y votos que l os cumplió a la
perfección en su vida y en su muerte.
l. Hizo profesión de obedi enci a a su Padre , es decir:
profesión de no hacer nunca su vol untad si no de obedecer
siempre con toda perfección a la vol untad de su Padre , y ,
como antes se dij o , de poner en e l l o todo su gozo y fel ici
dad .
2 . H izo profesión de esclavit ud . Es l a c ual idad y
cond ici ón q ue su Padre le ha dado hablando por un pro
feta: «Siervo mío eres tú, oh I srael ( 1 ) en ti seré yo glori
,
1 05
un en lace y unión muy ínti mo y estrecho y una adhesión
y aplicación muy perfectas, en toda n uestra vida, en todos
nuestros ejercicios y en todas n uestras acciones.
Ese es el voto solem ne y la profesión púb lica primera
y pri ncipal que nosotros hacemos en el bautismo a la faz
de toda la Iglesia. Porque entonces -hab lando según San
Agustín, Santo Tomás en su Suma y el Catecismo del
Conci lio de Trento-, entonces hacemos voto y profesión
so lemne de renunciar a Satanás y a sus ob ras, y de adhe
ri rnos a Jesucristo como los m iembros con su cabeza, de
entregamos y consagrarnos enteramente a É l y de morar
en É l. Y , hacer profesión de adherirnos a Jesucristo y de
morar en É l, es profesar su devoción , sus disposiciones,
su espíritu y su di rección , su vida, sus cualidades y vi rtu
des, y todo lo que É l h i zo y sufrió.
Por eso, haciendo voto y profesión de adheri rnos a
Jesucristo y de morar en É l, que es el mayor de todos los
votos, dice San Agustín (4), hacemos tres grandes profe
siones, muy santas y divi nas y que debemos meditarlas
con frecuencia.
1 . Hacemos profesión con Jesucristo de no hacer ja
más n uestra propia voluntad; sino de someternos en todo
a la voluntad de Dios, y de obedecer a toda clase de per
sonas, en lo que no es contrario a Dios, poni endo en esto
nuestra alegría y nuestro paraíso.
2 . Hacemos profesión de esclavitu d a Dios y a su
Hijo Jesucristo, y a todos los m iembros de Jesucristo, se
gún estas palabras de San Pab lo: «haciéndonos siervos
vuestros por amor de Jesús» ( 5 ) . Como corolario de esta
profesión , los cristianos todos lo m i smo que los esclavos,
nada poseen para e l los m ismos; no tienen derecho a ha
cer uso alguno, ni de el los m i smos, ni de los m iembros y
1 06
sentidos de sus cuerpos, ni de las potencias de sus almas,
n i de su vida, ni de su tiempo, n i de los b ienes tem porales
que poseen, si no es por Jesucristo y por los m iembros de
Jesucristo, que son todos los que creen en É l .
3 . Hacemos profesión d e ser hostias y vícti mas con
tinuamente sacrificadas a la gloria de Dios, «víctimas es
pirituales, que dice el príncipe de los Apósto les, agrada
b l es a Dios por Jesucristo». «Os ruego encarecidamente,
dice San Pab lo, por la m isericordia de Dios, que le ofrez
cáis vuestros cuerpos como una hostia o víctima vivas,
santa y agradab le a sus ojos» (6). Y lo que aquí se dice de
nuestros cuerpos, lo mismo debe deci rse de nuestras al
m as. Por esta razón estamos ob ligados a glorificar y a
amar a Dios, con todas las facu ltades de n uestros cuerpos
y de n uestras almas, a hacer cuanto podamos para que É l
sea amado y glorificado, a no b u scar en todas nuestras ac
ciones y en todas las cosas sino puramente su gloria y su
amor, a vivi r de suerte que n uestra vida sea un continuo
sacrificio de alabanza y de amor a É l, a estar dispuestos a
ser inmolados, consumidos y aniqui lados por su divina
gloria.
En una palabra, «el cristian ismo, dice San Gregorio
N iseno, es una profesión de la vida de Jesucristo» (7). Y
San Bernardo nos asegu ra que «Jesús jamás coloca en el
rango de profesos de su rel igión a los que no viven de su
v i da» ( 8 ) . He aqu í po rqué en el santo bautismo hacemos
profesión de Jesucristo, es deci r: profesión de la vida de
Jesucristo, de la devoción de Jesucri sto, de sus disposicio
nes e intenciones, de sus vi rtudes, de su perfecto despren
dim iento de todas las cosas. Hacemos profesión de creer
1 07
fi rmemente todo lo que por É l mismo y por su Iglesia nos
enseña, de mori r antes que apartamos una ti lde del mun
do de estas nuestras creencias. Hacemos profesión de de
clarar, con É l , guerra mortal al pecado, de vivir, con espí
ritu de continua oración como É l vivió, de l levar con É l
su cruz y su mortifi cación en n uestros cuerpos y en nues
tras almas, de continuar el ejercicio de su humi ldad, de su
confianza en Dios, de su sum isión y obedi encia, de su ca
ridad, de su celo por la gloria de su Padre y la sa lvación
de las almas, y de todas las demás virtudes. Hacemos, en
fin , profesión de no vivi r en la tierra y en el cielo sino
para ser de Jesús, y para amarle y honrarle en todos los
estados y m isterios de su vida, y en todo lo que É l es, en
É l mismo, y fuera de sí m i smo� y de estar siem pre dis
puestos a sufrir toda clase de supli cios, y a morir m i l
muertes y a ser aniqui lados m i l veces, s i fuera posible,
por su amor y por su gloria.
He aquí el voto y la profesión que todos los crist ianos
hacen en el bauti smo. He aquí en qué consiste la verdade
ra devoción cristiana� y toda otra devoción (si cabe decir
otra), no es más que engaño y perdi ción.
CAPITULO XV
1 09
CAPITULO XVI
1 . «Filio li. quos iterum part u rio, donec fonnetur C h ri stus in vobis».
Gal . , IV, 1 9 .
1 10
cuando le fo rma en los corazones de sus hijos; no tenien
do más fi n la Iglesia en todas sus funciones que fo rmar a
Jesús en las almas de todos los cristianos.
Este también debe ser nuestro deseo. nuestro cuidado
y nuestra principal ocupación : fo rmar a Jesús en noso
tros, es deci r: hacerle v ivi r y reinar en nosotros, hacer que
en nosotros viva y reine su espíritu, su devoción , sus vir
tudes, sus sentimientos, sus i ncli naciones y di sposiciones.
A este fin han de tender todos nuestros ejercicios de pie
dad. Esta es la obra que Dios pone en n uestras manos,
para que incesantemente trabajemos en e l la.
Dos razones muy poderosas deben animamos a traba
jar con toda energía en la realización de esta ob ra:
1 . A fin de que se realice cumplidamente el ideal y
el deseo grandísi mo que el Padre Eterno tiene de ver vivir
y rei nar a su Hijo en nosotros. Porque, desde que su h ijo
se anonadó por su gloria y por nuestro amor, quiere que,
en recom pensa de su anonadamiento se asegure y reine
en todas las cosas. Ama É l tanto a su amabi lísimo Hijo,
que no quiere ver sino a É l , n i tener otro objeto de su m i
rada, d e su comp lacencia y d e su amor e n todas las cosas.
Por esto quiere que sea su Hijo, el todo en todas las cosas.
2. A fin de que Jesús, form ado y asegu rado en noso
tros, ame y glorifique dignamente en nosotros a su Padre
Eterno y a sí m ismo, confo rme a estas palabras de San
Pedro: «A fin de que en todo cuanto hagái s sea glorifi ca
do Dios por Jesucristo» ( 1 ). É l sólo es capaz de amar y
glorificar dignamente a su Padre Eterno y a sí mismo.
Estas dos razones deben encender en nosotros un ar
dentísimo deseo de fo rmar y estab lecer en nosotros a Je
sucri sto y de buscar cuantos medios puedan servi mos a
este fin, algunos de los cuales os voy a proponer.
111
CAPITU LO XVII
1 12
m ue rte a todas las criatu ras en n uest ro espíritu y en n ues
t ro co razón , y n o m i rarlas n i a m arlas ya m ás en e l las m is
m as, sino en Jesús y a Jesús en e l las. Es p reciso que nos
asegu remos en esta i dea: que e l m u ndo y todo cuanto hay
en e l m u ndo ha sido dest ru i do para nosotros, que en e l
m u ndo para nosot ro s n o h a y m á s q u e Jesús, q u e n o tene
mos q u e con tentar m ás q u e a É l , ni m i ra r y amar más
que a Él .
Es preciso además t rabaj a r para dest ru i rnos a nosotros
m i smos, es deci r: n u estro p ro p i o j u i c i o , n uest ra p ropia
v o l u n tad, n uest ro a m o r p ro p i o , nuest ro o rgu l lo y va n i
dad, todas n uest ras i nc l i n a c i o n es y h áb i tos perv e rsos, to
dos los deseos e i n st i ntos de n u estra n at u ra leza deprava
da, y todo Jo q u e h a y de n osot ros m i smos . Porq u e de no
sot ros m i smos, n o h a b i endo en n osotros nada q u e no est é
depravado y corro m p i do por el pecado, y q u e n o sea , po r
consigu i ente, con t rario a Jesucristo, y o puesto a su g l o ria
y a su a m o r, es p reciso que todo esto sea dest ru i do y an i
q u i lado, a fi n d e q u e Jesu c ri sto v i v a y rei n e en nosot ros
con toda perfección .
A q u í tenemos e l fu n da m ento p ri n c i p a l , e l primer
p ri n c i p i o y e l p ri m e r paso de la v i da c rist iana. Es l o q u e
s e l la m a , en e l lenguaje de la palab ra d i v i na y en l o s l i
b ros d e Jos Santos Padres, perderse a s í m i sm o , m o ri r a
u n o m i s mo , perecer a sí m is m o , ren u n c i a r a sí m is m o . Es
u n o de los p ri nci pales c u i dados que debemos tener, uno
de los p r i n c i pales eje rci cios en que debemos eje rcitarnos,
por l a p rácti ca de l a abn egac ión , de Ja h u m i l l ación , de l a
m o rti fi cación i n te ri o r y exteri o r, y u n o de l o s m edios más
poderosos de que debemos serv i mos para fo rm a r y asegu
rar a Jesús en nosotros.
1 13
ser recurri r al poder de la divina gracia y a las oraciones
de la Santísima V i rgen y de los Santos.
Así pues, roguemos frecuentemente a la Santísima
V i rgen , a todos los ángeles y santos, que con sus súplicas
nos ayuden. Encomendémonos al poder del Padre Eter
no, y al amor y celo ardentísimo que tiene por su Hijo,
suplicándole que nos destru ya por com pleto para hacer
vivir y rei nar a su Hijo en nosotros.
Ofrezcámonos también al Espíritu Santo con la m is
ma intención , y hagámosle la m i sma sú plica.
Anonadémonos con frecuencia a los pies de Jesús, con
todo lo que hay de nosotros, y supliquémosle por aqu e l
ardentísimo a m o r con q u e a sí m ismo s e anonadó que
emplee su divino poder para anonadarnos y asentar É l su
realeza en nosotros, diciéndole a este fin:
«!Oh buen Jesús, os adoro en vuestro divino anonada
m iento, recal cado en estas palabras de vuestro Apóstol :
..s e anonadó a s í m i smo tom ando l a forma d e si ervo" ( l ) .
Adoro ese amor grandísimo a vuestro Padre y a nosotros
que tanto os ha anonadado. Me entrego y abandono por
com pleto al poder de este divino amor, a fin de que total
mente m e anonade ! i O h poderosísimo y buenísimo Jesús,
desplegad todo vuestro poder e infinita bondad para ano
nadarme, y, para que, entronizado Vos en mí, reduzca a
la nada, a m i amor propio, a m i propia voluntad, a m i
propio espíritu, a m i orgu llo y a todas m is pasiones, sen
tim ientos e incli naciones, a fin de a fi rmar y hacer reinar
en su l ugar, a vuestro santo amor, vuestra sagrada vo
l untad, vuestro divino espíritu , vuestra profundísima hu
m i l dad, y todas vuestras v i rtudes, sentimi entos e i nclina
ciones.
«Destruid y anonadad también en mí a todas las cria
tu ras y a mí mismo con el las; ponéos en mi lugar y en el
1 14
de el las, a fin de que estab lecido y asegu rado Vos en todas
las cosas, no se vea ya, ni se est ime, ni se desee, ni se bus
que, ni se ame otra cosa sino a Vos, no se hab le más que
de Vos, no se haga nada sino por Vos; y seáis Vos, por
este medio, quien lo es y lo hace todo en todos y quien
ame y glorifique a vuestro Padre y a Vos mismo en noso
tros y por nosotros, con un amor y una gloria digna de É l
y de Vos».
CAPITULO XVIII
1 15
Señor en todo tiempo: no cesarán m is labios de pron un
ciar sus alabanzas» ( 1 ) .
Por eso, ponemos aquí nosotros el uso que hay que
hacer de conso laciones y desolaciones, para ser fiel a Dios
y glorificarle en tiem po de gozo y en tiem po de tristeza.
En cuanto a lo primero, todos los que tratan de esta
materia nos enseñan que no hemos de hacer gran hi nca
pié en las conso laciones, cualesquiera que el las sean, i nte
riores o exteriores, ni desea rlas y ped irlas, cuando no las
tenemos; ni temer perderlas, cuando las tenemos; ni pen
sa r que son más a propósito que las deso laciones para po
der tener hermosos pensami entos, grandes luces, muchos
sentim ientos y afectos sensib les de devoción , o ternuras,
lágrimas o cosas semejantes; porque no estamos en este
mundo para gozar. si no para sufri r, quedando reservado
para el cielo el estado de gozo y para la tierra el de sufri
m iento, como homenaje a los sufrim ientos que aquí so
portó el Dios de cielos y tierra .
Pero no obstante, cuando a Dios le place enviarnos
conso laciones, no hay que rechazarlas ni despreciarlas.
por temor al orgu l lo o a la presunción ; sino, vengan de
donde vengan, de Dios, de la naturaleza, o de otras par
tes, hemos de poner sumo cuidado en aprovecharnos bien
de ellas, haciendo que las cosas, de cualquier parte
que ellas vengan , sirvan todas a Dios, de la siguiente ma
nera:
l . Es preciso que nos h u m i l lemos m ucho delante de
Dios, reconociéndonos i ndignísimos de toda gracia y con
solación y pensando que nos trata como a seres débi les e
im perfectos, como a hijos pequeños que no pu eden toda
vía comer manjares só lidos, ni sostenerse po r su propio
pie, a qu ienes por el contrario, hay que alimentarles con
1 16
leche y l levarles en los brazos: de otro modo caerían por
tierra y mori rían.
2. No hay que perm itir a nuestro amor propio a l i
mentarse con estos gustos y sentimi entos espirituales, ni a
n uestro espíritu em paparse y reposar en e l los, sin rem itir
los a su manantial, a aquél que nos los ha dado, es deci r:
sin referirlo a Dios que es el principio de toda conso lida
ción y el solo digno de todo gozo y sati sfacción ; protes
tándo le que no queremos ot ro contentam iento que el
suyo, y que mediante su gracia estamos di spuestos a ser
vi rle eternamente por el amor de sí m ismo, sin buscar ni
pretender recom pensa ni conso lación alguna.
3 . Hay que poner e n las manos de N . S . Jesucristo
todos los buenos pensamientos, sentimi entos y consola
ciones que se nos ofrezcan y pedirle que haga É l de el los
por nosotros todo el uso que qui ere que hagamos noso
tros por su gloria; por lo demás, hacerles se rvir a Dios,
animándonos a amar más ardientem ente y a servir con
más án imo y fidelidad a l que nos trata tan du lce y amoro
samente, después de haber merecido tantas veces ser des
pojados por com pleto de todas sus gracias, y ser total
mente abandonados de É l.
CAPITULO XIX
1 17
por otro camino del que Jesús anduvo. Hácenos É l una
gran gracia y no tenemos motivo de quejarnos, cuando
nos da, lo que para sí m ismo É l tomó, y nos hace dignos
de beber con É l en el cáliz que su Padre le dio con tanto
amor, poni éndonoslo delante con el m ismo amor con que
su Padre a É l se lo puso.
En este punto es donde É l nos atestiguará más su
amor y donde nos da las más seguras señales de que nues
tros pequeños servicios le son agradab les. lNo oís, ade
más, a su apóstol que clama que: «todos los que quieren
vivi r vi rtuosamente según Jesucristo, han de padecer per
secución»? ( 1 ) ; y al ángel Rafael que dice al santo Tobías:
«Por lo m ismo que eras acepto a Dios fue necesa rio (ad
vertid b ien esta palabra) que la tentación , o aflicción , te
probase» (2); y al Espíritu Santo que nos hab la de esta
manera por el Eclesiástico: «Hijo, entrando en el servicio
de Dios, persevera firme en la justicia y en el temor, y
prepara tu alma para la tentación .
Hum i l la tu corazón, y ten paciencia: inclina tus oídos
y recibe los consejos prudentes, y no agites tu espíritu en
tiem po de la oscu ridad, o tribu lación. Aguarda con pa
ci encia lo que esperas de Dios.
Estréchate con Dios, y ten paciencia, a fin de que en
adelante sea más próspera tu vida. Acepta gustoso todo
cuanto te enviare, y en medio de los dolores sufre con
constancia, y l leva con paci encia tu abatimi ento: Pues al
modo que en el fuego se prueban el oro y la plata, así los
hombres aceptos a Dios se prueban en la fragua de la tri
bu lación>> (3).
1 18
Palab ras todo divi nas, que nos enseñan que la verda
dera piedad y devoción van siem pre acom pañadas de al
guna prueba o aflicción , bien por parte del m undo o del
diab lo, b ien por parte del m i smo Dios, quien parece a ve
ces reti rarse de las almas a quienes ama, para probar y
ejercitar su fidelidad.
Por lo tanto, no os engañéi s, pensando que no hay
más que rosas y delicias en los cam inos de Dios. Encon
traréi s en el los m uchas espinas y trabajos, mas, ocurra lo
que ocurra, amad siem pre a N. Señor con fidelidad, y su
amor trocará la hiel en m ie l , y la amargu ra en dulzura.
Haced más: tom ad la reso lución de h acer cons isti r vues
tro paraíso y felicidad, m ientras estais en esta vi da, en m
cruz y en las penas, como en cosa con la que podéis glori
ficar más a Dios y com probarle vuestro amor, y e n l a que
vuestro padre, vuest ro Esposo, y vuestra Cabeza, que es
Jesús, puso su gozo y su paraíso m ientras estuvo en e l
m u ndo, pues el Espíri tu Santo l lama al día d e s u pasión
«el día de la alegría de su corazón» (4).
He aqu í el uso que debéi s hacer de toda clase de aflic
ciones, corporales y espi rituales. No es, sin embargo, m i
plan , hab laros aquí de las aflicciones corporales y exterio
res. Sólo he de poroponeros aquí el uso que debéi s hacer
de las aflicciones interiores y espirituales, como son se
quedades, tristezas, tedios, temores y turbaciones interio
res, hastío de las cosas de Dios y demás penas de espíri
tu que suelen sob reven i r a las almas que si rven a Dios.
Porque es sumamente i m portante saber hacer el debi-
tuam, e t suspice verba i ntel lectus: e t n e festines in tem pore obductiones. Sus
tine sustentationes Dei; conjungere Deo, et susti ne. ut crescat in novissimo
vita tua, Omne quod tibi applicitum fuerit. accope: et in do lore susti ne, et in
h i m i l i tate tua patientiam habe. Quoniam in igne probatur auru m et argen
tum homi nes vero receptibi les in cam i no hum i liationi s». Ecc l i . 2. 1 -6 .
4. « I n d i e laeti tiae cord is ej us». Cant. 1 1 1 1 1 .
1 19
do uso de todas estas cosas y se r fiel a Dios en este estado.
Ved, a este fin, la conducta que debéis observar:
l . Adorad a Jesús en los sufrim ientos, privaciones,
humi l laciones, temores, tristezas y abandonos que sopor
tó en su santa alma, según estas sus palab ras: «Mi alma
está harta de males. M i alma se ha contu rbado. M i alma
siente angustias morta les» ( 5 ). Adorad las disposiciones
de su divina alma en este estado, y el b uen uso que de él
h i zo por la gloria de su Padre. Entregaos a É l para conse
gu ir estas m i smas di sposiciones, y para hacer de vuestras
penas el buen uso que É l h i zo de las suyas. Ofrecédselas
en honor de las suyas. Rogad le que las una a las suyas,
que las bendiga y santifique por las suyas, que su pla vues
tras faltas y que haga por vosotros el uso que É l hizo
de sus propias penas, para la gloria de su Padre.
2 . N o o s entretengáis demasiado e n buscar e n parti
cular la causa del estado en que os encont rái s, ni en exa
mi nar vuestros pecados; humi l laos a la v ista de todas
vuestras faltas e infidelidades en gene ral; adorad la divina
j usti cia, ofreciéndoos a Dios, di spuestos a abrazaros a
cuantas penas É l se digne enviaros en homenaje de su j us
ticia juzgándoos además muy i ndignos de que esta su j us
t icia se tome la mo lest ia de actuar sob re vosotros. Po rque
debemos reconocer que el menor de nuest ros pecados
merece que seamos enteramente abandonados de Dios.
Y, cuando nos encontremos en este estado de sequedad,
de hastío de las cosas de Dios y que apenas podemos
rogar a Dios y pensar en É l, sino con m i l distracciones,
debemos recordar que somos indign ísi mos de toda gracia
y conso lación ; que N uest ro Señor nos h ace todavía un
gran favor con to lerar que la tierra nos sostenga, y que
1 20
hemos merecido tantas veces el lugar de los condenados,
quienes por toda la etern idad no podrán tener más que
pensam ientos de odio y de b lasfemia para con Dios. Así
es como hemos de humi l lamos profu ndam ente ante Dios
en este estado.
Esto es lo que en estas circunstancias espera Dios de
nosotros� éste es entonces su divino plan . Quiere que re
conozcamos lo que de nosotros m ismos somos y que nos
fundamentemos b ien en un profundo conocimiento y
sentim iento de n uestra nada a fin de que, cuando É l nos
conceda algún buen pensamiento y sentimi ento de piedad
u otra gracia cualqui era, no se lo apropie nuestro orgu llo
y n uestro amor propio, atrib uyéndolo a nuestro cuidado,
vigi lancia y cooperación , sino que se lo di rijamos todo a
É l , reconociendo que no es nuestro, si no solam ente de su
m isericordia, y poni endo toda nuestra con fian za en su
pura bondad.
3. Cuidaos mucho de no dejaros l levar de la tristeza
o del desali ento, antes regocijaos pensando estas tres co
sas:
121
3.ªA legraos, sabi endo que entonces es cuando po
déi s servir más puramente a N uest ro Señor y demostrarle
que le amáis con toda verdad por sí m ismo y no por las
conso laciones que antes os daba. Y, para probar con las
ob ras la fidelidad y pu reza de vuestro amor, poned cuida
do en hacer todas vuestras acciones y ejercicios ordinarios
con toda la pureza y perfección que podáis. Y, cuanto
más frío, cobardía y debi lidad sintái s en vosotros, recu
rrid más al que es vuestra fuerza y vuestro todo, entregáos
a É l con más fervor, y elevad con más frecuenci a a É l
vuestro espíritu. N o dejéis de hacer m uchas veces actos
de amor, sin inqu ietaros porque no los hacéis con el fer
vor y consuelo ordinarios. Porque, lqué os impo rta a vo
sotros estar o no contentos, si vuestro Jesús está contento?
Ahora bien, muchas veces, lo que hacemos en este estado
de sequedad y desolación espi ritual le contenta y agrada
más -con tal que tratemos de hacerlo con la i ntención
pura de honrarle-que lo que hacemos con m ucho fervor y
devoción sensible; porque esto va acom pañado m uchas
veces de amor propio, m ientras que lo primero está de or
dinario más depu rado. En fi n , no os desaniméis por las
faltas y deb i lidades que cometáis, m ientras estáis en este
estado; h u m i l laos a los pies de Nuestro Señor, rogándole
que las repare É l por su grandísima m isericordia, y con
fiad en su bondad que así lo hará; y , sob re todo, conser
vad siempre en vosotros u n gran deseo y fi rme resolución
de serv i rle y amarle perfectam ente, a pesar de cuanto
pueda aconteceros y de serle fiel hasta el último aliento
de vuestra vida, confiando siempre que, a pesar de todas
vuestras infideli dades, os concederá esta gracia, por su
grandísima benignidad.
1 22
CAPITU LO XX
1 23
les tiene rese rvado un lugar distingu ido en el reino de su
Padre (2 ).
2 . Les prom ete que «les dará a comer del árbol de la
vida que está en medio del paraíso de su Dios» (3 ), es de
cir: A É l m ismo, como explican los santos Doctores. De
suerte que es como si les dijera: Habéis perdido por mí
una vida hu mana y tem poral; yo os daré po r e l la una di
vina y eterna. Po rque os haré vivi r de m i vida y yo m is
mo seré vuestra vida en la eternidad.
3. Les declara que les dará un maná escondido: «Da
ré le yo a comer un maná recóndito» (4). lQué maná es
condido es éste sino el amor divino que rei na perfecta
mente en el corazón de los santos Mártires, que cambia
aquí en la tierra la amargu ra de los suplicios y el infi erno
de los torm entos en un paraíso de du lzu ras y deli cias in
creíb les, y que les colma en el ci elo de gozos y alegrías
eternas e inenarrab les por las penas pasajeras que han so
portado en este m u ndo?
4. Les asegura que «les dará autoridad sob re las na
ciones y un poder tan grande que las regi rá con vara de
hierro y las desm enuzará como vaso de a lfarero, confor
me al poder que É l ha recibido de su Padre» ( 5 ) . Es deci r:
que les hará rei nar y dom inar como É l en todo e l univer
so; que les constitu i rá jueces de todo el m u ndo con É l (6)
y que juzgarán y condenarán con É l a los im píos en e l día
del ju icio.
5. Les prom ete que les revesti rá de sus colores; a sa
ber, b lanco y rojo, que son los co lores del Rey de los
2 . «Dabo sanctis meis locum nomi natum i n regno Patris mei». Brev.
rom . Com mart. 2 . noct.
3. «Vincenti dabo edere de ligno vitae, quod est in paradiso Dei mei».
A poc. 1 -7 .
5 . «Qui vicerit. . . dabo i l l i potestatem super gentes; e t reget eas, tanquam
vas figu l i confringentur, sicut et ego accepi a Patre meo». Apoc. 2. 2 6 -2 8 .
6 . <d udicabunt nationes et dom inabuntur popu li s». Sap. I I I , 3 .
1 24
Márti res, según estas palab ras de la Esposa: «Mi Amado
es rub io y b lanco» (7). Estos son tamb ién los co lores de
los márti res: l levan las libreas de su martirio. Van vesti
dos de b l anco. Dice la div ina palabra: «Lavaron sus vesti
duras y las b lanquearon en la sangre del Cordero» (8). Y
Jesús dice: «Andarán conm igo en el cielo vestidos de
b lanco. E l que venciere será vestido de ropas b lancas» (9),
porque el marti rio es u n bautismo que borra toda clase de
pecados, y reviste las almas de los santos Mártires de
glori a y luz inmortal . Están además vestidos de rojo, que
signi fica la sangre que han derramado, así como también
el amor ardentísimo con que la han derramado.
6 . Les anuncia «que escribi rá sob re e l los el nombre
de su Dios y de su Padre y el nombre de la ciudad de su
Dios» ( 1 0)� que es como si dijera, según la explicación del
piadoso y docto Ruperto: Serán mi padre y mi madre: yo
les m i rare, amaré y trataré como tales. Porque también
en otra parte ha dicho el m i smo Señor que «cualquiera
que hiciere la voluntad de su Padre que está en los cie los,
ése es su hermano y su hermana y su madre» ( 1 1 ). Ahora
bien, no haya nada en que tan perfectamente se cum pla
la vol untad de Dios como en el marti rio. Por esto el Hijo
de Dios, hab lando de su Padre y de sus santos Márti res,
di ce que «ha cumplido maravi l losamente todos sus de
seos, en los santos que moran en la ti erra» ( 1 2 ). Les dice
1 25
además «que escribirá sob re el los su nombre nuevo, que
es Jesús» ( 1 3); porque, habi endo los santos Márti res imi
tado perfectamente a Jesús, m ientras estuvieron en la tie
rra, se asemejarán a É l en e l cielo de modo tan adm i rab le,
que serán l lamados Jesús, y en realidad lo serán de cierta
y admi rab le manera, a saber, m ediante una perfectísima
semejanza y maravi l losa transformación .
7 . Les da palabra de que «les hará sentar con É l en
su trono, como É l se sentó con su Padre en su trono»
( 1 4). Y la santa Iglesia en la fiesta de cada márti r, nos lo
presenta hab lando así a su Padre: «Quiero, oh Padre mío,
que m i servidor esté donde yo estoy» ( 1 5 ). Es deci r: que
esté morando y descansando conm igo, en vuestro seno y
en vuestro paternal corazón.
No se me ocu lta que la mayor parte de estas promesas
hechas a los márti res, se di rigen también a los demás San
tos; no obstante, aplícanse a los márti res de una manera
m ucho más especial y ventajosa porque éstos son los San
tos de Jesús, que l levan su se l lo y divino carácter, a quie
nes ama con particular amor y distingue con privi legios
extraordinarios.
iOh bondad, oh amor, oh exceso de bondad y de amor
de Jesús para con sus santos M árti res! iQué dichosos son
los que l levan en sí la imagen perfecta de vuestra santísi
ma vida y de vuestra amorosísima muerte! iQué felices los
que lavan sus vestiduras en la sangre del Cordero! ( 1 6).
Tanto, que, para hab lar el lenguaje del sagrado evange l io:
aquí está el fin de toda perfección y la consumación final
y perfecta de toda santi dad; puesto que el hombre nada
1 26
más grande puede hacer que sacrificarle lo que le es más
queri do, su sangre y su vida, mori r po r É l ( 1 7); en lo cual
consi ste el verdadero y perfecto marti rio.
Hay diversas clases de marti rios y de márti res. U nos
son márti res en cierta manera, ante Dios; dispuestos y
animados de una verdadera voluntad a mori r por Nuestro
Señor, aunque en realidad, no den por É l su vida. Otros
son también, en cierta m anera márti res, dice San Cipri a
no, porque prefieren morir antes que ofenderle ( 1 8). Mor
tificar su carne y sus pasiones, resisti r a sus desarreglados
apetitos, y perseverar así hasta el fin por amor de Nuestro
Señor, es una especie de marti rio, dice San Isidoro ( 1 9).
Sufrir con paciencia por este m ismo motivo las necesida
des y m iserias de la pob reza, o cualquier otra aflicción ,
aguantar con dulzura las inj u rias, calumnias y persecu
ciones, no volver mal por mal, antes, bendeci r a los que
nos odian , es otra clase de martirio, dice San Gregorio el
G rande.
Pero e l verdadero y perfecto marti rio no consiste sola
mente en sufri r sino en mori r. De suerte que la muerte es
de esencia el verdadero y perfecto marti rio. Esto qui ere
deci r que, para ser verdadera y perfectamente márti r, en
el sentido que la Iglesia toma la palab ra mártir, es necesa
rio mori r, y mori r por Jesucristo.
Es, por lo tanto, cierto que si a lguno realiza a lguna ac
ción por amor de Nuestro Señor Jesucristo, o sufre alguna
pena por este motivo, que, según el cu rso ordinario de las
cosas debería acarrearle la muerte, y por un favor ex
traordina rio y m i lagroso de Dios, se ve preservado de
ella; aunque después v iva largo tiem po y m uera al fin de
muerte com ún y ordinaria, sin embargo, Dios que le ha
1 7 . Joa n, XV. 1 3 y S. T h . , 2 -2 , 1 24 - 3 .
1 8 . De Exhortatione martiri i . C. 1 2 .
1 9 . Etymol. 1 - V I I , C. 1 1 .
1 27
l ibrado mil agrosamente de la muerte q ue estaba dispuesto
a sufrir por ÉL no le pri vará de la corona del marti ri o,
con tal que persevere hasta el fin en s u gracia y en su
amor. Testigos: San J uan Evange l i sta (20), Santa Tecla,
la pri mera de su sexo q ue sufrió el martirio por Jesucri sto
(2 1 ). San Fél i x , sacerdote de Nola (22 ) , y otros q ue la igle
sia honra como verdaderos mártires, aunq ue no hayan
m uerto en las manos de l os tiran os o en l os tormentos
que sufri eron por N uestro Señ or.
Pero fuera de esto, fuera del m i l agro q ue estorba el
efecto de l a m uerte , para ser verdaderamente márti r, es
necesari o morir, y morir por Jesucri sto. Es dec ir: morir, o
por su mi sma persona, o por man tener el honor de algu
nos de sus mi steri os y sacramentos , o por la defensa de su
Igl esia, o por sostener alguna verdad que Jesús enseñó, o
alguna virt ud q ue É l practicó, o por evitar algún pecado
baj o el p unto de vista de q ue le es desagradable, o por
amarle tan ardientemente q ue la violencia sagrada de su
divino amor nos haga mori r, o por real izar alguna acción
q ue se refiera a su gl oria.
Porq ue el doctor angél ico nos asegura q ue cualquiera
acción, aunq ue sea humana y nat ural , referida a la gl oria
de Dios y hec ha por su amor, puede hacern os mártires, y
de hec ho nos hace, si viene a ser causa de n uestra m uerte
(2 3 ).
Por esto os aconsej o y exhorto q ue tengáis un gran de-
20. «Joannes Evangel ista senio confectus q uievit, sed tanq uam martyr
celebratur ab Ecc l esia, die 6 maii , propter cruciat um q uem Romae passus
est. I n ferven tis ete n i m olei dol ium conj ectus, di vina protegente eum gratia,
i l laesus evasit». Ben . X I V , l e beati fic.
2 1 . «Sancta Thecla Protomartyr a Patribus appel latur, c u m prima fuerit
ex feminis, q uae martyri um pro Christo subierit . Fuit nempe ad bestias
damnata, sed incol umnis evasit. non sine speciale ope div ina». Bened . X I V
( 2 3 Sep.).
22. Mart. Rom . 14 Jan .
2 3 . 2 -2 - 1 24 5 ad 3 .
1 28
seo de el evar vuestro corazón a Jesús, al comenzar vues
tras obras , a fin de ofrecérselas y protestar que l as q ueréis
hacer puramente por amor y por su gloria. Porq ue , si por
ej emp l o , la asi stencia corporal o espiritual que prestái s a
un enfermo, o cualq uiera otra cosa semej ante , os propor
ciona un mal q ue sea causa de vuestra m uerte, y habéis
pract icado real mente esta acción por amor de N uestro
Señor Jesucri sto, seréis reputado ante É l como mártir y
tendréis parte en l a gloria de los santos Mártires q ue está n
e n e l c i e l o (24 ) . Y mucho m á s s i l a amáis t a n fuerte
y ardiente mente q ue el esfuerzo y el poder del amor divi
no destruya en vosotros la vida corporal . Porque esta
m uerte es un martirio eminente , es el más noble y santo
de todos los martirios . Es el martirio de la Madre del
amor, la Santísima Virgen. Es el martiri o del gran San
José, de San J uan Evange l i sta, de Santa Magdalena, de
Santa Teresa, de Santa Catal ina de Génova, y de m uchos
otros Santos y Santas. Es hasta el martirio de Jesús q ue
murió, no sólo en el a mor y por el amor, sino por el exce
so y fuerza de este mismo amor.
1 29
CAPITULO XXI
1 30
corazón, con toda nuestra al ma y con todas nuestras fuer
zas; es decir: con el más perfecto amor q ue podamos .
Ahora b ien , para amarle de esta manera , debemos a marle
hasta el punto de derramar nuestra sangre y dar n uestra
vida por É l . Porq ue en esto consiste el sumo grado del
amor, visto lo q ue d ice el H ij o de Di os: «Nadi e tiene
amor más grande q ue el q ue da su vida por sus amigos»
(2 ).
4. Nuestro Señ or . Jesucri sto, así como tuvo desde el
momento de su Encamación una sed ardentísima y un in
menso deseo de derramar su sangre y de m ori r por la glo
ria de su Padre y por nuestro amor, y no p udiendo por
entonces cump l ir este deseo por É l mismo, porq ue toda
vía no había l legado el tiempo señalado para ello por la
ordenación de su Padre , escogió a l os Santos Inocentes
Mártires para satisfacer por medio de el l os este su deseo y
mori r de alguna manera en ell os: del mismo modo, des
pués que resuc itó y subi ó a l os cielos , conserva si empre
este mi smo deseo de sufri r y de morir por la gl oria de su
Padre y por nuestro amor. Pero, no pud iendo sufrir n i
morir por É l mi smo, q uiere sufrir y morir e n sus miem
bros , y b usca por todas partes personas en las q ue É l pue
da efectuar este deseo. Por esto, si tenemos algún cel o por
q ue se cumplan estos deseos de Jesús , debemos ofrecernos
a É l , a fin de que refresq ue, si es l ícito hab l ar así , esta sed
en nosotros y l ogre este su i nmenso deseo de derramar su
sangre y de mori r por el amor de su Padre.
5 . Como ya se d ijo, hemos profesado en el bautismo
unimos a Jesucri sto, seguirlo e imitarl e ; ser, por consi
guiente, vícti mas consagradas y sacri ficadas a su gl oria, y
a estar siempre di spuestos a sacrificarle n uestra vida y
cuanto hay en nosotros , según estas santas pal abras: « Por
2. « Majorem hac d i l ecti onem nemo habet , ut animam suam ponat q uis
pro amicis suis». Joan , X V . 1 3 .
131
amor de ti , estamos todos l os d ías destinados a l a muerte :
somos reputados como ovej as para el matadero» (3 ).
6. Siendo Jesucristo nuestra cabeza y nosotros sus
miembros, conio debemos vivir de su misma vida, así es
tamos obl igados a morir con su m uerte; p uesto que es
evidente que l os miembros deben vi vir y morir la vida y
l a m uerte de su cabeza , conforme a este texto sagrado de
San Pablo: «Traemos siempre representada en nuestro
cuerpo por todas partes la mortificación de Jesús, a fin de
q ue la vida de Jesús se man i fieste también en nuestros
c uerpos. Porq ue n osotros, bien que vivimos, somos conti
nuamente entregados en manos de la m uerte por amor de
Jesús: para q ue la vida de Jesús se man i fieste asimismo en
nuestra carne mortal» (4).
Pero, sobre todo, l a razón más poderosa y apremiante
q ue nos obliga al martiri o es , el martirio sangriento y la
muerte dolorosísima q ue Jesucristo Nuestro Señ or sufri ó
en l a cruz por nuestro amor.
Porque este amabilís i mo Sal vador no se contentó con
emplear por nosotros toda su vida; quiso también morir
por nuestro amor, y , en efecto, m urió con la muerte más
cruel e ignominiosa q ue ha habido ni habrá jamá�. Dio
una vida , de l a q ue un sol o momento val e más q ue todas
las vidas de l os hombres y de l os ángeles , y estaría dis
p uesto, si fuera preciso, a darla hasta m i l veces. Y , en
efecto, está conti nuamente en estado de hostia y vícti ma
en n uestros altares, donde es y será inmolado todos l os
días y a todas horas hasta e l día del j uicio, c uantas veces
el divino sacrificio incruento y sin dol or del altar es y
3 . « Propter te mortificamur toda die: aest imati sumus sicut oves occisio
nis». Ps. X L I I I , 22 .
4 . «Semper morti ficationem Jesu in corpore nostro circunferentes , ut et
vita Jesu mani festetur in corporibus nostris. Semper en i m nos q u i vivimus.
in mortem trad i m ur propter Jesum, ut et vita Jesu mani festet ur i n carne nos
tra mortali». 2 Cor. IV, 1 0- 1 1 .
1 32
será celebrado hasta el fi n del mu ndo� atestiguándonos
con e l l o , que está dispuesto, si h ubiera necesidad , a ser
sacri ficado otras tantas veces por nuestro a m or, con sacri
ficio sangriento y dol oroso como el del cal vario.
iOh q ué bondad , oh q ué amor! Ya no me ad miro de
ver cien , dosc ientos , cuatroc ientos , m i l , diez m i l , veinte
mi l , treinta m i l , tresci entos mil márti res q ue derraman su
sangre y dan su vida por Jesucri sto. Porque, habiendo
m uerto Jesucristo por todos l os hombres, ci ertamente, to
dos l os hombres deberían morir por É l . No me extraña ya
q ue l os Santos M árti res y todos aq uel l os a q u ienes Jesús
ha hec ho conocer y sentir l os santos ardores de ese divi no
amor q ue l e clavó en la cruz , tengan una sed tan ardiente
y un deseo tan i n fl amado de sufrir y morir por su amor.
No me extrañ a q ue m uchos hayan , en efecto, sufrido tor
mentos tan atroces, y con tanto gozo y a legría, q ue antes
se cansaban l os verd ugos de atormentar q ue el l os de
aguantar; y que todo cuanto de más cruel sufrían , no
l es pareci era nada , en rel ación con el deseo insaciable que
tenían de sufrir por Jesucri sto. Pero, sí me admiro de ver
nos ahora tan fríos en el amor de un Sal vador tan amable,
tan cobardes para sufrir las menores cosas , tan apegados a
una vida tan mi serable y despreciable como la vida de l a
tierra, y t a n lej os de q uerer sacri ficarl a por q uien sacri ficó
por nosotros la suya tan digna y tan preci osa.
iQué falsedad ! dec irse cristiano, y adorar a un Di os
cruci ficado, a un Dios agonizante y m uerto en una cruz , a
un Dios q ue pierde por nuestro amor una vida tan noble
y excelente , a un Dios q ue se sacri fica todos l os d ías ante
nuestros oj os en nuestros altares por el mismo fi n , y no
estar di spuestos a sacri ficarl e cuanto podemos tener de
más q uerido en el mundo, nuestra m isma vida q ue, por
otra parte, por tantas razones le pertenece . Ci ertamente
no somos de verdad cristianos si no nos encontramos en
esta disposición . Por esto os digo, y es cosa cl ara para
1 33
q u ien considere bien las precedentes verdades, q ue todos
los cristianos deben ser mártires, sino por el efecto, s í , al
menos, por la disposición y por la vol untad . Cosa verda
dera es que si no somos mártires de Jesús lo seremos de
Satanás. Escoged de ambas cosas la que más q ueráis. Si
vi vís baj o la tiranía del pecado, seréis mártir de vuestro
amor propio y de vuestras pasiones, y por consiguiente,
mártir del diablo. Pero, si deseáis ser mártir de Jesucri sto,
procurad vivir con el espíritu del martirio.
lCuál es el espíritu del mart iri o? Es un espíritu que
t iene ci nco cual idades muy excel entes:
1 . Es un espíritu de forta leza y de constancia q ue no
puede ser debil itado ni vencido con promesas n i con
amenazas , con dulzuras n i con rigor, y q ue no teme nada,
más q ue a Dios y al pecado.
2. Es un espíritu de profund ísi ma humildad q ue
aborrece la vanidad y la gloria del m undo y q ue ama l os
despreci os y humi l l aciones.
3 . Es un espíri tu de desconfianza de sí m i smo y de
absol uta confianza en N uestro Señor, como en q u ien está
n uestra fuerza y en cuya virtud lo podemos todo.
4. Es un espíritu de desprendim iento el más perfecto
del mundo y de todas l as cosas del mundo. Porq ue han
sacrificado su vida a Dios, deben tambi én sacri ficarl e to
das las demás cosas.
5 . Es un esp íri tu de amor ardentísimo a Nuestro Se
ñor Jesucri sto q ue conduce a l os q ue están ani mados de
este espíritu, a hacerlo y sufrirlo todo por amor de q uien
todo lo hizo y lo sufri ó por e l l os , y q ue de tal modo l es
abrasa y embri aga, q ue miran , buscan y desean por su
amor, las morti ficaciones y sufri m ientos como un paraíso
y huyen y aborrecen l os p l aceres y del icias de este mundo
como un i nfierno.
He aq uí el espíri tu del martiri o . Rogad a N uestro Se
ñor, Rey de los Mártires , q ue os l lene de este esp íritu.
1 34
Rogad a l a Reina de los M ártires y a todos los Mártires
que con sus oraciones os obtengan este espírit u del Hij o
d e Dios. Tened devoción especial a todos los santos már
tires . Rogad también a Dios por todos los que tienen q ue
sufrir el martirio, a fi n de que l es dé la gracia y el espíritu
del martirio; pero especial mente, por l os q ue lo tendrán
que sufrir en el tiempo de la persecuci ón del Anticri sto,
q ue será la más cruel de todas las persecuciones.
En fin, procurad i mpri mir en vosotros, por medio de
la imitación, una i magen perfecta de la vida de l os santos
Mártires, y l o q ue es más: de la vida del Rey y de la Rei
na de l os Mártires , Jesús y María, a fi n d e que o s haga
dignos de ser semej antes a e l l os en vuestra m uerte .
1 35
TERCERA PARTE
CAPITULO 1
J e s ú s , H ij o ú n i c o de D i o s , H ij o ú n i c o de M ar í a , sien
d o . según el l en guaj e de su A p óstol , el a ut or y cons u ma
dor de la .fe y d e l a p i edad crist ian a , y segú n E l m i s m o ,
siendo e l a(fa .\ ' el omel.[a , e l primero _1 · el último, e l p rinci
p io y e l . fin de todas las cosas. es j u sto q ue sea e l pri nci p i o
y e l fi n de t oda n uestra v i d a , de t od os n uestros a ñ os , d e
todos n u estros meses, de todas n uestras sema n a s , d e todos
n u estros d ías y de t odos n u estros ej erc ic i os . Por esta ra -
1 36
zón, del mi smo modo q ue hubiéramos debido consagrarl e
el comienzo de nuestra vida, si por entonces h ubiéramos
tenido uso de razón, y del mismo modo que deseamos
termi narl a en su gracia y en el ejercici o de su amor, así
tambié n , si deseamos obtener este favor de su bondad , de
bemos poner cu idado en consagrarl e, por medio de algún
ej ercicio de pi edad y amor hacia él , el comienzo y el fi n
d e cada año, d e cada mes , d e cada semana, y especial
mente d e cada d ía. Porq ue e s cosa d e gran i mportancia
empezar y concluir bien cada d ía, pero particularmente
empeza rlo bien , l lenando n uestro espíritu desde la maña
na con algún buen pensamiento, y ofrec iendo a N uestro
Señor nuestras prime·ras acci ones, porq ue de esto depen
de la bendición de todo el resto de l a j ornada .
Por ello, tan pronto os despertéis por l a mañana , ele
vad vuestro oj os hacia el cielo, y vuestro corazón hacia
Jesús, a fin de consagrarle por este medio el pri mer em
pleo de vuestros sentidos y l os pri meros pensamientos y
afectos de vuestro espíritu y vuestro corazón .
Que la pri mera pal abra q ue pron unciéis sea el santo
nombre de Jesús y de María, de este modo: Jes ús. María.
iOh Jesús! iOh María, Madre de Jesús! iOh buen Jesús , os
entrego mi corazón para siempre! iO h M aría, Madre de
Jesús , os entrego mi corazón; os ruego que lo en treguéis a
vuestro H ijo! Ven i. D o m i n e Jes u. venid Señor Jesús, ve
nid a mi espíritu y a mi corazón , para l lenarl o y poseerlo
por compl eto: iOh Jesús, permaneced conmigo!
Que la pri mera acción exterior q ue hagáis sea la señal
de la cruz diciendo con la boca : En el nombre del Padre ,
y del H ij o , y del Espírit u Santo, y entregándoos de cora
zón al Padre , al Hij o , y al Esp íritu Santo, a fin de q ue os
posean perfectamente.
A l l l egar la hora de l evantaros, acordaos del in menso
amor por e l q ue el H ijo de Di os . en el momento de su
Encarnación , sal i ó del sen o de su Padre , l ugar (si se puede
1 37
usar esta palabra) l l eno de del icias, de reposo y de glori a
para e l , y vi no a l a tierra para estar sometido a n uestras
mi serias, y para cargar con nuestros dolores y tristezas . Y
en honor y uni ón con este mismo amor, l evantaos rápida
y val ientemente de la cama diciendo: Surgam et quaeram
q uem diligit anima mea: «Me l evantaré y buscaré a q uien
mi a l ma ama». Y al pronunciar estas palabras quem dili
git anima mea, «a q uien mi al ma ama» , desead pronun
c iarlas , en la medida que sea posible, con todo el amor
que es dirigido a Jesús en el ciel o y en la tierra.
Desp ués, postrándoos en tierra, adorad a este mismo
Jesús, diciendo: Adoramis te. Domine Jesu, et benedici
m us tibi, et diligim us te ex toto corde nostro, ex tota ani
ma nostra, et ex totis virib us nostris: «Üs adoramos, oh
Señor Jesús, os bendecimos , y os amamos con todo nues
tro corazón, con toda n uestra al ma y con todas n uestras
fuerzas». Y diciendo estas palabras, desead decirlas, en la
medida q ue se p uede , con toda l a humi ldad , devoción y
amor del cielo y de l a tierra, y por todas l as criat uras q ue
están en el universo.
CAPITULO II
1 38
de vestidos como vosotros, y todo esto por amor a voso
tros; y después el evad vuestro corazón hacia él y decidle
así :
«Oh Señ or, sed por siempre bendecido y exal tado, por
haber sido humil lado por amor hacia m í . Oh Jesús , os
ofrezco la acción q ue ahora real izo, en honor de la acción
que real izásteis cuando revestísteis vuestra divi n idad con
n uestra humildad , y cuando revestísteis esta misma hu
manidad con ropas parecidas a éstas con las q ue nos re
vesti mos n osotros, y deseo hacer esta acción con las mis
mas d isposiciones e i ntenci ones con l as q ue Vos la hicis
tei s».
Pensad también c uántos pobres hay completamente
desnudos, y sin nada con que c ubrirse, q ue no han ofen
dido a Dios tanto como vosotros, y que al menos N uestro
Señor, en un exceso de bondad , os ha dado con que reves
tiros más q ue a el l os; y con este pensamientos, elevad
vuestro espírit u hacia él de este modo:
«Oh Dios mio, os bendigo m i l veces por todas l as mi
sericordias q ue me dispensais . Os supl ico q ue veléis por
l as necesidades de todos l os pobres; y que del mi smo
modo q ue me habéis dado con q ue revestir mi c uerpo, re
vistais también mi al ma con Vos mismo, es decir con
vuestro espírit u , con vuestro amor, con vuestra caridad ,
humi ldad , dulz ura , paci encia, obediencia, y vuestras
otras virt udes».
1 39
CAPITULO 1 1 1
1 40
Porq ue no sol amente nos ha adq uirido por su sangre to
das las graci as q ue son necesarias para la santi ficaci ón de
nuestras al mas , sino también todas l as cosas q ue req uie
ren para la conservaci ón de nuestros c uerpos . Por nues
tros pecados no tendríamos ni ngún derecho ni a andar so
bre la t ierra, ni a respirar el aire, ni a comer un trozo de
pan , ni a beber una gota de agua, ni a servirnos de ningu
na cosa de l as q ue hay en el mundo, si Jesucristo no nos
hubiera adq uirido este derec ho por su sangre y por su
muerte. Por ello, todas las cosas q ue hay en nosotros , per
tenecen a Jesucri sto y no deben ser empl eadas más que
para él , como cosas q ue ha adq uirido con el preci o de su
sangre y de su vida .
5 . Porq ue nos ha dado todo l o que tiene y todo l o que
es . Nos ha dado a su Padre para q ue sea nuestro padre,
haci éndonos h ij os del mi smo Padre del q ue él es H ijo.
Nos ha dado a su Espírit u Santo para q ue sea n uestro
propio espíritu, y para enseñarnos, guiarnos y conducir
nos en todas l as cosas. Nos ha dado a su santa Madre
para q ue sea nuestra madre . Nos ha dado a sus Angeles y
sus Santos para q ue sean nuestros protectores e i nterceso
res . N os ha dado todas l as otras cosas q ue está n en el cie
l o y en l a tierra, para nuestros usos y necesidades. Nos ha
dado su propia persona en su Encarnación. Nos ha dado
toda su vida, no habiendo pasado ni un sol o momento
q ue no haya empleado para nosotros: no habiendo tenido
un pensamiento, dicho una palabra, hecho una acci ón n i
un sol o paso, q u e n o l o haya consagrado a n uestra sal va
ción. Por último nos ha dado en la santa Eucari stía su
cuerpo y su sangre, y además su alma y su divinidad y en
su humanidad , y esto todos l os días o al menos tantas ve
ces como q ueramos disponernos a recibirle.
Siendo esto así , lcuánto estamos obl i gados a entregar
nos enteramente a él y a ofrecerle y consagrarle todas las
funcione� y ejerc icios de n uestra vida? Ciertamente si tu-
141
viéramos todas l as vidas de todos los Angeles y de todos
l os hombres q ue han sido, son y serán, deberíamos consu
mirlos en su servicio, aún c uando él n o hubiera empleado
más q ue un momento de su v ida para nosotros , ya q ue un
sol o momento de su vida val e más q ue mil eternidades,
por así decirlo, de todas las vidas de l os Angeles y de l os
hombres q ue ha habido, hay y habrá. lCuánto, pues, esta
mos obligados a consagrar y emplear el poco de vida y de
tiempo q ue tenemos q ue estar sobre l a tierra? A tal efec
to, la pri mera y principal cosa que debéis hacer, es con
servaros c u idadosamente en s u graci a y amistad , temien
do y h uyendo de todo l o que pueda haceros perderl a, es
decir todo ti po de pecado, más que la muerte y más q ue
todas l as cosas más temibles del m undo. Si por desgrac ia
sucede q ue caéis en algún pecado, l evantaos de in mediato
por medio de la santa confesión y de la contrición, de l o
q ue se hablará m á s adel ante . Pues igual q ue las ramas , las
hoj as , las fl ores , l os frutos y todo l o q ue hay en un árbol ,
es de aquél a q uien el tronco del árbol pertenece , así
también, mientras q ue pertenezcais a Jesucri sto y estéi s
unidos a é l por s u gracia, toda vuestra vida con todas sus
dependenc ias, y todas l as acciones q ue real iceis, q ue por
si mismas no sean malas, le pertenecerá n . Pero, además
de esto, voy a proponeros otros tres medios , de uso muy
dulce y fácil , por medio de los cuales toda nuestra vida
será m ucho más perfecta y santamente empleada en e l
amor y en l a gloria d e Jesús.
1 42
CAPITULO IV
1 43
con el Padre y el Espíritu Santo, y l a Santísi ma Tri n idad ,
o como dice San Pablo, toda la pl enitud de la d i vi n idad
habita en Jesucri sto, hay q ue concl uir necesariamente
q ue adorar y glori ficar a Jesús es adorar y glorificar al Pa
dre y al Espíritu Santo; ofrecer a Jesús toda la gl oria q ue
se le ofrece en el cielo y en l a tierra, es ofrecer esta m isma
gl oria al Padre y al Esp íritu Santo; y pedir al Padre y al
Espíritu Santo q ue glorifiquen a Jesús , es pedirles q ue se
glori fiquen a si mi smos. Siguiendo esta verdad, he aq u í l a
segunda cosa q u e debéis hacer por l a mañana, s i deseáis
que toda vuestra vida sea un perpetuo ej ercicio de glori fi
cación y de amor hacia Jesús , y por consiguiente hacia el
Padre , el H ij o y el Espíritu Santo.
2 . Ofreced a este m ismo Jesús todo el amor y toda la
gl oria q ue l e serán rendidos ese m ismo día en el cielo y
en la tierra y q ue os unís a todas l as alabanzas q ue le se
rán dadas ese mismo día por su Padre eterno, por él mis
mo, por su Espíritu Santo, por su bi enaventurada Madre,
por todos sus Angeles y Santos, y por todas l as cri aturas ;
y de este modo estaréis asociados al amor y a l as alaban
zas q ue se l e harán conti nuamente d urante ese día.
3 . Pedid a todos l os Angeles, a todos l os Santos, a la
Santísima Virgen, al Espíritu - Santo y al Padre Eterno,
q ue gl ori fiquen y amen a Jesús por vosotros durante ese
d ía , y con toda seguridad lo harán; porq ue es la oración
más agradabl e q ue se l es p ueda hacer, y l a que escuchan y
atienden con más gusto. Y así tendréis parte especial en
el amor y la gloria q ue Jesús recibe continuamente de es
tas santas y divinas personas; y recibirá este amor y esta
gloria, como si en c ierto modo le fuesen ofrecidos por vo
sotros, p uesto q ue serán ofrecidos a vuestra petición y sú
pl ica.
H aciendo un uso fiel de estas tres prácticas todas l as
mañanas , cada día de vuestra vida y toda vuestra vida
j unta mente será un perpet uo ej ercicio de amor y de gloria
1 44
hacia Jesús. Si hubiera un hombre en el m undo tan exe
crable, q ue q uisiera q ue todas sus acci ones y respiracio
nes fuesen otras tantas bl asfemias contra Dios, y además
de esto tuviera la intención de unirse a todas las blasfe
mias q ue se cometen en la tierra y en el in fi erno, y no
contento con esta i mp iedad invitara y exci tara a todos los
demonios y a los hombres mal vados a bl asfemar por él ,
lno es c ierto q ue por su i n tención detestable, todas sus
acci ones y respiraciones serían otras tantas bl asfemias, y
todas l as q ue se h icieran en la t ierra y en el infierno le se.
rían imputadas a é l ? Por el contrario si ej ercitais esas tres
prácticas anteriormente propuestas, es m u y cierto q ue en
virtud de la santa i n tención q ue tendréis, todas l as accio
nes de vuestra vida serán otros tantos actos de alabanza a
Dios, y q ue seréis asociados de una manera especial a
todo e l honor que se l e rinde incesantemente en l a t ierra
y en el cielo.
Además de esto, es b ueno también q ue hagáis todas l as
mañanas un acto de aceptación, por amor a N uestro Se
ñor, de todas las mol estias q ue os sobrevendrán d urante el
día; así como también un acto de ren uncia a todas las ten
taci ones del espíri t u del mal , y todos l os senti mi entos de
amor propio y de l as otras pasi ones, q ue os podrán acome
ter durante el día. Estos dos actos son i mportantes ; porque
suceden m i l peq ueños disgustos durante el día, q ue si m
plemente pasan y no ponemos c u idado en ofrecerlos a
Dios; así como también m uc has tentaci ones y movi mien
tos de amor propio, q ue se desl izan i n sensiblemente en
nuestras acciones. Así p ues, en virt ud del pri mer acto,
Dios será glori ficado en todas l as penas, ya sean del cuerpo
o del espíritu , q ue experi mentéis d urante el d ía, al haberlas
aceptado desde la mañana por amor a é l ; y en virt ud del
segundo, os dará la fuerza para resi st ir más fácil mente a las
tentaciones mal ignas, y para destruir con mayor faci l idad
l os efectos del amor propio y de l os otros vicios.
1 45
Estos dos actos, con l as tres prácticas precedentes, son
contenidas en la el evación siguiente.
CAPITULO V
1 46
que esto sea así , a fi n de q ue todo lo q ue hay en mí os ri n
da honor y homenaj e conti nuo.
Os ofrezco también, oh amable Jesús, y por Vos a l a
santísi ma Trinidad , todo el amor y la gloria q ue o s serán
rendidos hoy y torda la etern idad en el cielo y en la tierra .
Me u n o a todas l as al abanzas q ue han sido, son y serán
hechas por siempre al Padre , al Hijo y al Espíri tu Santo;
al Hij o y al Espíritu Santo por el Padre; y al Padre, al
H ij o y al Espíritu Santo por la Santísi ma Virgen , por to
dos l os Angeles, por todos los Santos y por todas l as cria
turas.
Oh Jesús, adorad y amad al Padre y al Esp íritu Santo
por m í .
O h Padre d e Jesús, amad y gl ori ficad a vuestro H ij o
Jesús por m í .
Oh Espíritu Santo d e Jesús, amad y gl ori ficad a Jesús
por mí.
O h Madre de Jesús, bendecid y amad a vuestro Hij o
Jesús por m í .
O h bienaventurado San José, oh Angeles d e Jesús, o h
Santos y Santas de Jesús , adorad y amad a mi Salvador
por m í .
Además d e esto, acepto desde ahora p o r amor a V os,
oh mi Señor Jesús , todos l os disgustos , reveses y afl iccio
nes, del cuerpo o del espíritu, que me sucedan hoy y toda
mi vida, ofreciéndome a Vos para sufrir t odo l o q ue os
plazca , por vuestra gl oria y contentamiento.
Igual mente también declaro q ue renuncio desde ahora
a todas l as sugestiones y tentaci ones del espíri tu mal igno�
y q ue repruebo y detesto todos l os movi mientos , senti
mientos y efectos de orgullo, del amor propio, y de todas
las otras pasiones e incl inaciones malas q ue hay en m í .
Os supl ico, o h m i Sal vador, q ue impri mai s e n mi co
razón , un on i 0 . �n horror v un tem or al pecado, mayor
q ue todos l os mal es del mundo; que hagáis q ue muera an-
1 47
tes q ue ofenderos vol untari amente; y me dei s la gracia de
q ue os sirva, hoy y todo el resto de mi vida, con fidel idad
y amor, y q ue me comporte respecto a mi prój imo con
toda caridad , d ulzura, pac iencia, obed iencia y humildad .
CAPITULO VI
1 48
a mí mi smo de la manera q ue os es más agradable ( l o q ue
tengo i ntenci ón de hacer en cada una de mis acciones);
sino q ue tambié n , en estas mi smas acci ones, os ofrezco y
dedico todas las acciones de otras criaturas, espec ial men
te l as q ue no os son ofrecidas . Os ofrezco l a perfección de
todos l os Angeles, la virt ud de l os Patriarcas, de l os Profe
tas, y de los santos Apóstol es, l os sufri mi entos de l os
Márt ires , las pen itencias de los Con fesores, la p ureza de
las Vírgenes, la santidad de todos l os bienaventurados, y
final mente a Vos a Vos mismo; y todo esto no para obte
ner algo de Vos, ni siq uiera el Paraíso, sino sól o para
agradaros más y rendiros más glori a.
Además de esto tengo la intención de ofreceros desde
ahora, en este estado de libertad , todos l os actos de amor
por l os q ue yo os amaré necesari amente en l a bienaventu
rada eternidad , así como l o espero de vuestra bondad . Lo
mismo hago con todos los actos de las otras virt udes q ue
haré, y q ue todos los bi enaventurados harán en la gl ori a.
Y porq ue cualq u ier cosa es tanto más excel ente cuanto
más os agrada y es más con forme a vuestr· . vina vol un
tad , en todo l o q ue haga, no sól o deseo aj ustar mi vol un
tad a la vuestra, si no q ue también deseo hacer sól o l o q ue
os sea más agradabl e, deseando que vuestra santa vol un
tad , no la mía, se cumpla en todas l as cosas; y dic ie· lo
siempre con la boca y con el corazón, y en todas l as ac
ci ones de mi vida : Fiat, Domine, va/un tas tua sicut in
caeló et in terra: «Señor, hágase vuestra vol untad así en la
tierra como en el cielo».
Conceded me, Dios mio, esta gracia, a fi n de q ue pue
da si empre amaros más ard ientemente, serviros más per
fectamente y actuar más p uramente para vuestra gloria, y
q ue me transforme tanto en Vos, q ue vi va sólo en V os, y
para Vos sól o, y q ue todo mi paraíso, en el t iempo y en l a
eternidad , sea daros contentamiento.
1 4Q
A LA SANTISIMA V I RGEN
OH SAN JOSE
1 50
PARA PED I R LA BEN DICION A NUESTRO SE Ñ OR
Y A SU SANTA MADRE
CAPITULO VII
151
A i m i tación de est€ Padre cel esti al , que debemos se
guir e i m i tar como nuestro padre, Jesús debe ser el único
obj eto de nuestro esp íritu y de nuestro corazón . Debemos
contemplar y amar todas l as cosas. Debemos real izar to
das nuestras acci ones en él y por él . Debemos poner todo
n uestro contentamiento y n uestro paraíso en él ; porque,
así como él es el paraíso del Padre eterno, en el q ue se
complace, así también este Padre santo nos l o ha dado, y
se nos ha dado a si mismo para ser nuestro para íso. Por
el l o nos manda q ue pongamos n uestra morada en él : Ma
nete in me: « Permaneced en mí». Y su discípulo predilec
to n os reitera este mandato por dos veces : Permaneced en
él -dice- h(jitos, permaneced en él. Y San Pablo nos ase
gura q ue no hay condena alguna para aq uellos q ue per
manecen en Jesucristo. Por el contrari o se p uede decir
q ue fuera de e l l o no hay más que perdición . maldición e
infierno.
Pero daos c uenta aq u í por favor. q ue c uando digo que
Jesús debe ser nuestro ún ico objeto, esto no excl uye al
Padre y al Espíritu Santo. Pues al asegurarnos Jesús que
qu ien lo ve, ve a su Padre, se deduce q ue q uien habla de
él habla también de su Padre y de su Espíritu Santo; que
q uien lo honra y l o ama , honra y ama igual mente a su
Padre y a su Espíritu Santo; y q ue q uien lo contempla
como su ún ico obj eto, contemp l a conj untamente a su Es
píritu Santo.
Contemplad , p ues, a este amab i l ísimo Sal vador como
el único objeto de vuestros pensam ientos , deseos y afec
tos; como el único fin de todas vuestras acci ones; como
vuestro centro, vuestro paraíso y vuestro todo. Desde to
das partes retiraos hacia él como un l ugar de refugio, por
medio de l a el evación del espírit u y del corazón hasta é l .
Permaneced siempre e n él , e s decir q ue vuestro espíritu y
vuestro corazón, todos v uestros pensamientos, deseos y
afectos estén en él , y q ue todas vuestras acci ones sean he-
1 52
c has en él y por él , del modo q ue se expl icará más deta
lladamente en la sexta parte de este l i bro.
Considerad a men udo en vuestro espíritu esta pal abra
suya: Un wn est n ecessa ri u m : «U na sola cosa es necesa
ria», a saber, servir, amar y gl ori fü�ar a Jesús . Con siderad
q ue fuera de el l o todo el re_s t o n o es más q ue loc ura , enga
ñ o. ilus ión. pérdida de tiemp o. aflicción del c uerp o y del
esp íritu. nada . va n idad y va n idad de va n idades : q ue no
estáis en l a tierra más que para esta única cosa, q ue es la
pri ncipal , la más i mportante , la más necesari a, l a más ur
gente, incl uso el principal asunto q ue tenéis en el mundo;
q ue esto debe ser vuestro único y pri ncipal cuidado; que
todos vuestros pensam ientos , palabras y acci ones deben
tender a este fi n . Por esta razón debéis poner cuidado, al
comienzo de vuestras acciones, especial mente l as princi
pales, en ofrecerlas a Nuestro Señor, decl arándole q ue las
deseáis hacer para su p ura gl oria.
Si caé is en alguna falta , n o os desan iméis, aunque
cayerais varias veces; si no q ue h u m i l l aos profundamente
ante Dios en vuestro propio espíritu, e i ncl uso a veces, si
el l ugar y el tiempo os lo permiten , retiraos a algún l ugar
para poneros de rod i l las y pedirle perdón, intentando ha
cer algún acto de contricción, y supl icando a Nuestro Se
ñ or Jesucristo q ue repare vuestra falta , q ue él os de n ueva
gracia y fuerza para i mped iros caer en el l o de nuevo y
q ue impri ma n uevamente en vosotros la resol ución de
morir antes que ofenderl e.
Acordaos de vez en c uando, q ue estáis ante Dios y
dentro de Di os mismo; q ue N uestsro Señor Jesucri sto, se
gún su divin idad , os rodea por todas partes, i ncl uso os
i mpregna y os l l ena tanto q ue está más en vosotros que
vosotros mi smos; q ue pi ensa conti n uamente en vosotros,
y q ue ti ene siempre l os oj os y el corazón vueltos hacia
vosotros. Que esto os mueva a pensar también en él , si no
si empre, al menos no dejar pasar una hora entera si n ele-
1 53
var vuestro esp íritu y vuestro corazón hacia él por medio
de alguna de las siguientes elevaciones , u otras si m ilares
que su Espíritu Santo quiera inspiraros.
CAPITULO VIII
1 54
formadme todo en una pura l lama de amor hacia mi Je
sús!
iOh Jesús, Vos sois todo fuego y todo l lama de amor
hacia mí! iAy! lPor q ué no soy yo todo l lama y todo fue
go de amor hacia V os?
iOh Jesús, Vos sois todo para m í ! iQue yo sea todo
para Vos para siempre!
iOh Dios de mi corazón ! iOh única herencia de mi
alma! lQué quiero yo en el ciel o y en la tierra si no a Vos?
O u n u m necessariu m ! Un um quaero. u n u m desidero.
u n u m vo/o, u n u m mihi est necessarium, Jesus meus, et
omnia ! iOh lo único necesari o, a q uien busco, a quien de
seo, a q u ien quiero, lo único q ue necesito, mi Jesús , q ue
es todas las cosas y fuera del c ual todo es nada !
Ven i, Domine Ies u ! iVenid , Señor Jesús, venid a mi
corazón y a mi alma para q ue en él os améis a Vos mis
mo perfectamente!
iOh Jesús, lcuándo será q ue no haya nada más en mí
q ue sea contrari o a vuestro santo amor?
iOh Madre de Jesús, mostrad me que Vos sois la Ma
dre de Jesús , formándolo y haciéndolo vivir en mi alma!
iOh madre del amor, amad a vuestro Hij o por m í !
i O h buen Jesús , daos a Vos mismo al cént uplo todo e l
amor q ue habría debido daros e n toda mi vida y q ue to
das vuestras criaturas os deberían rendir!
iOh Jesús, os ofrezco tod o mi amor del ciel o y de la
tierra!
iOh Jesús, os doy mi corazón , l lenadlo de vuestro san
to amor!
iOh Jesús, que todos mis pasos rindan homenaj e a los
pasos q ue V os habéis dado en la tierra!
iOh Jesús, que todos mis pensamientos sean consagra
dos al honor de vuestros santos pensamientos!
iOh Jesús, que todas mis acci ones den gloria a vues
tras divinas acciones!
1 55
iOh mi Gl oria, q ue sea yo sacrificado por entero a
vuestra gl oria eternamente!
Oh mi Todo, yo ren uncio a todo lo q ue no sea Vos, y
me entrego todo a Vos para siempre.
CAPITULO IX
1 56
han procedido siempre de Vos, especial mente en este d ía,
en l a tierra y en el cielo.
Os bendigo y os doy in fi n itas gracias por todo lo q ue
Vos sois en Vos mismo, y por todos l os efectos de bondad
q ue habéis operado por siempre, especial mente en este
día, hacia todas vuestras criaturas; pero más particular
mente por l os q ue habéis operado en m í , l a más mísera
de vuestras criaturas , y q ue tenéi s el design i o de operar en
mí desde l a etern idad .
Os ofrezco todo el amor y las al abanzas q ue os han
sido dados por siempre, pero espec ial mente l os q ue os
han sido dados hoy en el cielo y en la tierra. Que todos
vuestros A ngeles, todos vuestros Santos , todas vuestras
criaturas y todas las potencias de vuestra divin idad y de
vuestra humanidad os bendigan eternamente.
CAPITULO X
1 57
toda la j ornada , para ver en q ué habéis ofendido a Dios; y
habiendo reconocido l os pecados q ue habéis cometido,
acusaos ante él , pidiéndol e perdón, haciendo l os actos de
contrición de esta manera.
CAPITULO XI
1 58
arrepent1m1 ento, como e l l os l l oraron l as suyas? iOh!
lQuién hará q ue yo od ie tanto mis iniquidades , como l os
Angeles y l os Santos l as odian?
iOh, si fuera posible, Dios mio, q ue yo tuviera tanto
horror de mis pecados, como Vos mismo tenéis! Mi Se
ñor, q ue yo l os deteste como Vos los detestáis , q ue yo me
horrorice de e l l os como Vos os horrorizáis , q ue yo l os
abomine como Vos l os abomi nais.
Oh amabil ísi mo Señor, q ue yo m uera mil veces antes
q ue ofenderos en adelante mortal mente, inc l uso antes de
ofenderos de cualq uier modo con vol untad deliberada .
Declaro q ue con vuestra gracia me acusaré de todos mis
pecados en l a pri mera confesión que haga, y que tengo l a
firme resol ución d e apartarme de e l l os e n l o sucesivo por
amor a Vos. Dios mio, sí, con todo mi corazón, renuncio
para siempre a cualq uier tipo de pecado, y me ofrezco a
Vos para hacer y sufrir todo l o q ue os agrade en sati sfac
ci ón de mis ofensas; aceptando de buen grado desde aho
ra , en homenaj e a vuestra di vina j usticia, todas l as penas
y pen itenc ias q ue q ueráis imponerme, ya sea en este
m undo o en el otro, en expiación de mis faltas, y ofre
ciéndoos, en satisfacción del deshonor q ue os he hecho
con mis pecados, toda l a glori a q ue os ha sido rendida
hoy por Vos mismo, por vuestra santa Madre, por vues
tros A ngeles, por vuestros Santos y por todas l as al mas
santas q ue hay en la tierra.
Oh buen Jesús, me entrego por entero a Vos: anulad
en mí todo l o q ue os desagrada; reparad por mí las ofen
sas q ue he cometido respecto a vuestro Padre eterno, a
Vos, a vuestro Espíritu Santo, a vuestra bi enaventurada
Madre , a vuestros Angeles, a vuestros Santos y todas
vuestras criaturas; y dadme la fuerza y la gracia para no
ofenderos j amás.
Oh Angeles de Jesús, Santos y Santas de Jesús, M adre
de Jesús , reparad por favor, mis defectos; reparad por mí
1 59
el deshonor que he hec ho a Dios por mis pecados, y dad l e
al céntuplo todo el amor y la gl oria que habría debido
rendirle este día y toda mi vida .
Oh Madre de Jesús , Madre de misericordia, ped id a
vuestro Hij o q ue se apiade de mí. M adre de gracia, pedid
a vuestro H ij o q ue me dé la gracia de no ofenderl o más , y
para servirl e y amarl e fiel mente.
Oh bi enaventurado San José, oh santo Angel de mi
guarda , oh bienaventurado San Juan , bienaventurada
Santa M agdalena, interceded por mí a fin de q ue obtenga
mi sericordia y gracia para ser más fi el a Dios. Pater, A ve,
Credo.
CAPITULO XII
1 60
de l a cruz ; y una vez acostados. decid la última oración
q ue Jesús hizo a su Padre en el último momento de su
vida . a saber: Pa te r. in m a n us l ltas. com mendo sp iri t u m
m e u m : «Oh Padre , en vuestras man os encomi endo mi es
p íri tu»: y habl ando a Jesús: i n man us t z tas. Domine Ies u.
com mendo sp irit um meum: «Oh Señ or Jesús, en vuestras
manos entrego mi espírit u». Hay q ue decir esta oración
por la últi ma hora de vuestra vida , e i ntentar decirla con
la m isma devoc i ón con l a que q uerríais decirla en esa ú l
tima hora . Y a tal efecto, h a y q ue decirla, e n J a medida de
lo posible, con el amor, la humi ldad , la confianza y todas
las disposiciones santas y divinas con l as que Jesús la
d ij o ; uniéndoos desde ahora para la últi ma hora de vues
tra m uerte a estas últi mas di sposici ones con l as q ue Jesús
terminó su vida d iciendo esta oración, y p idiéndole que
l as i mprima en Vos, y q ue os las conserve para la últi ma
hora de vuestra vida, a fin de q ue por este med i o muráis
en Jesús, es decir en las d i sposiciones santas y di vinas en
las q ue Jesús m uri ó, y q ue así seáis de aq uel l os de l os q ue
se ha escrito: Bea t i moriui q u i in Domino mori u n tur.
«Bi enavent urados l os m uertos q ue m ueren en el Señor».
Por último, cuidad q ue la últi ma acción que hagáis
antes de dormiros sera la señal de l a cruz : que el último
pensamiento q ue tengáis sea Jesús; q ue el últi mo acto in
teri or q ue hagáis sea un acto de amor hacia Jesús: y q ue
la últi ma pal abra q ue digáis sea el santo n ombre de Jesús
y de María, a fi n de merecer por e l l o q ue las últi mas pala
bras q ue digáis en vuestra vida sean estas: 1Jesús. María !
i Vi va Jesús y María ! iOh b ue n Jesús. sed mi Jesús! iOh
María, Madre de Jesús. s ed la Madre de mi alma !
161
PARA LA CONFESION
CAPITULO XIII
1 62
odiarlos y detestarlos tanto como él l o desea , de converti
ros perfectamente a é l , ren unciando a todas las ocasiones
de pecado, y sirviéndoos de l os remedi os necesarios para
la curación de las heridas de vuestra alma. A tal fin po
dréis serviros de la oración siguiente o de alguna otra pa
recida.
Oh amadísi mo Jesús, contempl ándoos en el h uerto de
l os Oli vos , al i nicio de vuestra santa Pasión, os veo pros
ternado contra la tierra ante el rostro de vuestro Padre , en
nombre de todos l os pecadores, como cargándoos con to
dos los pecados del mundo y de l os míos en particular,
q ue hicisteis vuestros en cierto modo. Veo q ue por vues
tra di vina l uz ponéis todos estos mi smos pecados ante l os
oj os , para confesarlos a vuestro Padre en nombre de todos
l os pecadores , para l l evar ante él la humil l ación y la con
trición, y para ofreceros a él a fin de darl e la satisfacción
y la penitencia q ue l e agraden . A la vista del horror de
mis crímenes , y del deshonor q ue por e l l os se hace a
vuestro Padre , os veo red ucido, oh buen Jesús, en una ex
traña agonía, en una horrible tristeza, y en un dolor y una
contrición tan extremas q ue la viol encia del dolor entris
tece vuestra bend ita alma hasta la m uerte, y os hace sudar
hasta sangre con tal abundancia q ue la tierra se empapó
toda.
Oh mi Sal vador, os adoro, os amo y os gl ori fico en
este estado y en este espíritu de peni tencia al q ue os han
l levado vuestro amor y mis ofensas. M e entrego a Vos
para entrar ahora con Vos en este espírit u . Hacedme par
tícipe , os ruego, de esta l uz por la q ue Vos habéis conoci
do mis faltas , a fin de q ue yo las conozca para acusarme
de el l as y detestarlas. Hacedme part ícipe de la humil la
ción y la contricci ón q ue l l evasteis ante vuestro Padre,
como también del amor con el que os habéis ofrecido a él
para hacer pen itencia y del odi o y del horror q ue tenéis
del pecado, y dadme l a gracia de hacer esta confesión con
1 63
una perfecta humildad , sinceridad y arrepent1m1ento, y
con una firme y fuerte resol ución de no ofenderos más en
el futuro.
Oh M adre de Jesús, obtened para m í , os ruego, estas
gracias de vuestro Hijo.
Oh santo Angel de la guardia, pedid a N uestro Señ or
para mí q ue me conceda l a grac ia de conocer mis peca
dos, de confesarl os bien , de tener una verdadera contri
ción de e l l os, y de convertirme perfectamente.
2 . Desp ués de hacer esta oración , debéis exami naros
cuidadosamente, e intentar acordaros de los pecados co
metidos desde vuestra últi ma confesi ón; después, habién
dol os reconocido, intentar formar en vuestro corazón un
verdadero dolor, un perfecto arrepentimiento y contri
ción de haber ofendido a un Dios tan bueno, pidiéndole
perdón de vuestros pecados, detestándol os y ren unciando
a e l l os porq ue le desagradan, tomando la firme resol uci ón
de apartaros de ellos en l o sucesivo, con su gracia, huir de
todas las ocasi ones y serviros de todos l os medios propi os
y eficaces para l l egar a una verdadera con versi ón: q ue es
lo q ue constituye la contrición.
Pero porq ue esta mi sma contrición es extremadamen
te necesaria e i mportante, no sólo en la confesi ón, si no
también en muchas otras ocasiones, deseo haceros ver
más particularmente en q ué consi ste, cuándo y cómo hay
que hacer actos de contrición; esto será después de habe
ros expl icado el tercer req uisito para la perfección de la
confesión, y l o q ue hay q ue hacer después de haberse
confesado.
3 . La tercera cosa q ue hay que efect uar para hacer
una confesi ón perfecta es ir l os pies del sacerdote, como
q uien representa l a persona y oc upa el l ugar de Jesucri s
to; e ir en cal idad de cri m inal de l esa maj estad divina,
con un gran deseo de humi l l aros y confundi ros, de tomar
el puesto de Dios contra vosotros mismos, como si se tra-
1 64
tara de su enemigo, como pecador q ue sois, y de revesti
ros del cel o de su j usticia contra el pecado, y del odi o in
fi nito q ue él tiene; así como también con la fi rme resol u
ción de confesar humildemente, enteramente y claramen
te todos vuestros pecados, sin disimularlos, excusarlos, ni
ac hacarl os a otro, sino de acusaros como si estuvieseis en
el punto de la muerte . Porq ue debéis considerar q ue más
val e dec ir l os pecados al oído de un sacerdote, q ue sufrir
la vergüenza en el d ía del j uicio ante todo el mundo, y ser
condenado para siempre; y, por otra parte, debemos abra
zar de buen grado la pena y con fusión q ue prod ucen el
confesar nuestros pecados , para rendir homenaje a l a con
fusión y a l os tormentos q ue N uestro Señ or Jesucri sto su
frió en la cruz por estos mismos pecados, así como tam
bién para gl ori ficar al Señor por esta humi l l ación, recor
dando q ue cuanto más nos humil l emos , tanto más es
exaltado él en nosotros.
CAPITU LO XI V
1 65
nos pueden sobrevenir. Dadle pues gracias de esta mane
ra y pedidle q ue os guarde del pecado en el fut uro.
i Bendito seáis, oh buen Jesús; bendito seáis mil veces!
iQue todos vuestros Angeles, vuestros Santos y vuestra
santa M adre os bendigan ahora y siempre , por haber esta
blecido en vuestra Iglesia el santo sacramento de la Peni
tencia, y por habernos dado un medio tan presente , tan
fácil y tan poderoso para borrar nuestros pecados y re
concil iarn os con Vos! i Bendito seáis por toda la gloria
que os ha s ido y os será dada hasta el fin del mundo por
este sacramento! i Bendito seáis también por toda la gloria
q ue Vos mismo habéis rendido a vuestro Padre por l a
confesión d e nuestros pecados, por así decirlo, que Vos
hicisteis en el h uerto de los Oli vos , y por la humil laci ón,
contrición y penitencia q ue Vos sufri stei s por el l os! iüh
mi Sal vador, i mpri mid, os ruego, dentro de m í un odio,
un horror y un temor del pecado mayores q ue todos l os
demás males q ue hay en la tierra y en el infierno, y haced
q ue muera mil veces antes q ue ofenderos en el futuro.
CAPITULO XV
Lo que es la contrición
1 66
odiar y detestar n uestros pecad os, que nos hemos arre
pentido de haberl os cometido, y que renunci amos a ells,
y tenemos el deseo de apartarnos de e l l os, n o tanto en
consideración a nuestro propio interés, como el de él .
Quiero decir no tanto a causa del mal , del error y del
daño q ue nos hemos hecho a nosotros mismos por nues
tros pecados, como a causa de la i nj uria, del deshonor, de
l os grandes tormentos y de la m uerte cruel ísi ma q ue he
mos hecho sufri r a N uestro Señ or por estos mi smos peca
dos.
Por consiguiente hay que señalar q ue es ci erto q ue l a
menor ofensa hec ha contra una bondad i n fi n ita e s tan de
testable q ue, aunq ue l l oráramos hasta el d ía del j uicio, o
muriéramos de dolor por la más peq ueña de nuestras fal
tas, sería todavía demasiado poco; sin embargo no es ab
sol utamente necesari o, para tener una verdadera contri
ción , derramar lágri mas, ni tener un dolor sensible o un
senti m iento dol oroso de l os pecados: Porq ue, al ser l a
contrición un acto espiritual e interior d e la vol untad ,
q ue es una potencia espiritual y no sensible de nuestra
alma, se p uede hacer un acto de contrición sin tener nin
gún dolor sensible; del mismo modo que es suficiente de
cl arar a Nuestro Señor, con una verdadera vol untad , q ue
q ueremos od iar y detestar nuestros pecados , y apartarnos
de el l os en lo sucesivo, porq ue le desagradan , y q ue tene
mos el deseo de con fesarnos de e l l os en l a p ri mera confe
sión q ue hagamos.
Observad también q ue l a contrición es un don de Dios
y un efecto de la gracia; por l o q ue, aunq ue supierais muy
bien en q ué consiste , y empl earais todas las fuerzas de
vuestro espírit u y de vuestra vol untad para real izar algún
acto de contrición , no l o podríais hacer j amás, si el Espí
ritu Santo no os diera su gracia. Pero l o q ue os debe con
solar es q ue n o os l a rehusará , si se l a pedís con humil
dad , confianza y perseverancia, y no esperáis a la hora de
1 67
l a m uerte para ped írsel a; porq ue general mente no se con
cede, en ese momento, a q uienes l a han desc uidado du
rante su vida .
Tened en cuenta ta mbién q ue para tener una verdade
ra contrición, son necesarias cuatro cosas , siendo la pri
mera el devol ver l o más pronto posible el bien del prój i
mo, c uando uno l o tiene y puede devol verl o, aunq ue sea
incc11.odándose, y resti tuir el buen nombre , c uando uno
l o ha manc hado con alguna cal umnia o maledicencia.
La segunda es hacer todo l o que uno p ueda para re
concil iarse con aq uel l os con q uienes uno está en discor
dia.
La tercera es tener una vol untad fi rme y constante, no
sól o de confesar l os pecados y de ren unciar a e l l os , si no
también de emplear l os remedios y l os medios necesarios
para vencer las malas costumbres y comenzar una vida
verdaderamente cri stiana .
La cuarta es evitar real mente todas l as ocasi ones tanto
activas como pasivas del pecado, es dec ir, tanto aq uel l as
q ue se da a otros para ofender a Dios, como aq uel las
otras por l as q ue uno es movido a defenderlo: como son
para l os concubinos y ad últeros sus amantes; para l os
borrac hos l as tabernas; para l os j ugadores y blasfemos l os
j uegos, c uando en ellos tienen l a costumbre de j urar y
blasfemar, o perder m uc ho tiempo o dinero; para las mu
j eres y l as j óvenes el descubri r sus escotes o el cuidado ex
cesi vo y la van idad en sus cabe l l os y sus vestidos; y para
m uc hos otros l os malos l ibros, l os c uadros feos, l os bai l es,
las danzas, las comedias , la frecuentación de ciertos l uga
res, de ci ertas compañ ías o de ci ertas personas; como
también ciertas profesi ones y oficios q ue no se p ueden
ej ercer sin pecado ( 1 ). Porq ue, cuando el Hij o de Dios
1 . No dice San Juan Eudes nada del cine ni de l a televisión. porq ue natu
ral mente, en aq uel l os tiempos no existían, pero todos debemos saber q ue hoy
son l os culpables y causa de condenación-de l a mayoría de las al mas.
1 68
nos dice: Si tu mano. o tu p ie. o tu <Ho te esca ndalizan .
córtalos. a rrá n ca los. y arrójalos lejos de ti, p orq u e más
vale entrar en el cielo sólo con u na ma n o. o u n pie, o un
qjo. que ser arrqjado al ir1;fierno con las dos manos. los
dos p ies. o los dos qjos, es un mandato absol uto q ue n os
hace baj o pena de l a condena eterna, según la expl icación
de l os santos Padres, de arrancar de nosotros y abandonar
por completo todas l as cosas que son ocasi ón de ruina
para nosotros o para el prój i mo, incl uso l as q ue de por si
no son malas , como ciertas profesi ones y oficios , c uando
n o es posibl e ej ercerlos si n pecado, así come l as q ue n o
son muy fam il iares, q ueridas y preciadas , c uando son
para nosotros ocasión de perdición .
Se pueden hacer actos de contrición en todo tiempo y
ocasi ón , pero espec ial mente se deben hacer:
1 . Cuando uno va a con fesarse, porq ue la contrición
(o al menos la atrición, que es una contrición imperfecta)
es una parte necesari a para la Peni tencia. Por eso he di
cho anteri ormente y repito ahora q ue hay q ue tener mu
cho cuidado antes de confesarse, después de examinarse,
de ped ir a Dios la contrición y desp ués formar actos de
contrición .
2 . Cuando se ha caído en algún pecado, a fi n de le
vantarse de inmed iato por medio de l a contrición.
3 . Por l a mañana y por l a n oche, para que, si se han
cometido algunos pecados durante la noc he y d urante el
d ía , sean borrados por medio de la contrici ón , y así se
conserve uno siempre en gracia de Dios. Para el l o os he
señalado vari os actos de contrición en el ej ercicio de l a
tarde, después d e l examen .
Pero además de esto para faci l itaros más el medi o y l a
manera de practicar algo tan necesari o e i mportante y d e
l o q ue tenemos necesidad e n toda ocasión, he añadido
aq uí vari os actos de contrici ón en di versas maneras, q ue
1 69
podréis util izar sirviéndoos de uno u otro, según el movi
miento y guía del Espírit u de Dios.
Pero no os eq uivoq uéis imaginando que, para tener la
contrición de vuestros pecados es suficiente leer y pro
n unciar con atención los actos q ue se recogen en este l i
bro u otros parecidos; porque además de q ue e s necesari o
q ue la verdadera contrición vaya acompañada d e las con
diciones anteriormente en u meradas , debéis sobre todo
acordaros q ue os es i mposible prod ucir ningún acto, sin
una gracia particular de Di os . Y al empezar, c uando de
seéis entrar en un verdadero arrepentimiento y contrición
de vuestras faltas, acordaos de pedir a Nuestro Señor q ue
os de para el l o la gracia, de la siguiente manera.
CAPITULO XVI
1 70
Después de esto, tratad de expresar actos de contri
ción de alguna de las sigu ientes maneras.
CAPITULO XVII
Actos de contrición
171
odio con el q ue vuestros A ngeles y Santos l os odian.
Oh Dios mio, q u iero od iar y detestar mis pecados
como Vos mismo los odiáis y detestáis.
Podéis tambi én hacer un acto de contrición golpeán
doos el pec ho, como aq uel pobre publ ican o del Evange
l io, dici endo con él : Deus, prop itius esto mihi peccatori:
«Oh Di os sedme propicio a mí pecador», pero deseando
hacer y decir esto con la mi sma contrición con la q ue él
hac ía y dec ía estas mismas cosas , y en virt ud de la cual
vol vió a su casa j usti ficado, según el mi smo testi monio
del Hij o de Dios.
He aq uí di versos actos de contrición de l os q ue el menor
es capaz de borrar todo t ipo de pecados, con tal de q ue
sea pron unciado, con l os l abios, o sólo con el corazón,
con una verdadera vol untad , movido por la operaci ón de
l a gracia, y con la fi rme resol ución de abandonar el peca
do y las ocasi ones del pecado, de confesarse de ellos y l l e
var a cabo l o antes posible l as otras condiciones señ aladas
antes .
1 72
CAPITULO XVIII
1 71
vas a recibirla en tu alma. iQué maravi l l as son éstas!
lcómo? iQue yo reciba en mí a este Sal vador, q ue ascen
dió al cielo gl oriosa y tri unfal mente, q ue está sentado a la
derecha de Dios , y que vendrá con poder y maj estad , al
fi n de l os sigl os, para j uzgar el universo!
Oh grande y admirable Jesús , l os A ngeles más puros
que el sol , no se consideran dignos de contempl aros, de
alabaros y adoraros; y hoy, no sól o me permitís contem
plaros, adoraros y amaros, sino q ue deseáis q ue os aloj e
e n mi corazón y e n m i al ma, y q ue además posea dentro
de mí toda la divinidad , toda la santísi ma Tri nidad , y
todo el Paraíso. iOh Señor, q ué bondad ! lDe dónde me
viene la fel icidad de que el soberano Rey del cielo y de l a
tierra q uiera poner s u morada dentro d e m í , q ue soy u n
infierno de miseras y d e pecados, parra cambiarme e n pa
raíso de gracias y bendici ones? iOh Dios mio, cuán indig
no soy de tan gran favor! De verdad reconozco ante el
cielo y la tierra q ue más bien merezco ser arrojado a lo
más profundo del infierno, q ue no reci biros en mi alma
tan l l ena de vicios e i mperfecciones.
Pero ya que deseáis, oh mi Sal vador, entregaros de
este modo a m í , deseo recibiros con toda la pureza, el
amor y la devoción q ue me sean posibles. Con esta inten
ción os entrego mi al ma, o buen Jesús·; preparadle Vos
mismo, del modo q ue Vos deseeis; destruid en ella todo
l o que es contrari o a Vos y l l enadla de vuestro divino
amor, y de todas l as otras graci as y disposici ones con l as
q ue q ueréis que yo os reciba.
Oh Padre de Jesús, red ucid a l a nada todo l o q ue en
mí desagrada a vuestro H ij o , y hacedme part ícipe del
amor q ue sentís por él , y con el q ue l o recibisteis en vues
tro seno paterno el día de su Ascensi ón.
Oh Esp íri tu Santo de Jesús, os ofrezco mi alma; ador
nadla, os ruego, con todas las gracias y virt udes req ueri
das para recibir en e l l a a su Salvador.
1 74
Oh Madre de mi Dios, hacedme partícipe , os ruego,
de la fe y l a devoción, del amor y la humildad , de l a pure
za y la santidad , con la q ue comulgásteis tantas veces ,
después de la Ascensión de vuestro Hij o .
Oh santos Angel es, o h bienaventurados Santos y San
tas, os ofrezco también m i al ma; ofrecedl a a mi Jesús y
pedidle que él mismo l a prepare y me haga partícipe de
vuestra pureza y santidad , y del grandísimo amor q ue
sentís por él .
Oh mi q uerido Jesús, os ofrezco toda l a humildad y
devoción, toda l a pureza y santidad , todo el amor y todas
l as preparaciones con l as q ue habéis sido recibido en to
das las a lmas santas q ue ha habido y hay en la tierra. De
searía tener en mí todo este amor y esta devoci ón; i ncl u
so, si fuera posibl e, desearía tener en m í todos l os santos
fervores y todos l os di vinos amores de todos l os Angeles,
de todos l os Serafines, de todos los Santos de la tierra y
del cielo, para recibiros más santa y dignamente. Oh mi
dulce Amor, Vos sois todo amor hacia mí en este sacra
mento de amor, y venís a m í con un amor infi n ito. iY yo
no voy a ser también todo amor hacia Vos , para recibiros
en un a l ma transformada toda en amor hacia Vos!
Pero, oh mi Sal vador, no hay ni ngún l ugar digno de
Vos más que Vos mismo; no hay n ingún amor con e l que
podáis ser recibido dignamente, si no el que Vos os tenéis
a Vos mismo. Por el l o , a fin de recibiros no en mí, pues
soy indigno de e l l o , si no en Vos mismo y con el amor que
sentís por Vos mismo, me red uzco a l a nada a vuestros
pies, todo lo q ue puedo y todo lo que hay en mí; me en
trego a Vos y os supl ico q ue me red uzcáis a la nada Vos
mismo, y q ue os establezcáis en m í , y en mí establezcái s
vuestro di vino amor, a fi n de q ue, cuando vengáis a m í en
l a santa comunión, seáis recibido no en m í , si no en Vos
mismo, y con el a mor q ue sentís por Vos mismo.
Observad bien este último artículo, porq ue ahí está la
1 75
verdadera disposición con la q ue hay q ue recibir al H ij o
d e Dios e n la santa com un i ón : e s l a preparaci ón d e l as
preparaciones, q ue comprende todas las otras, y que he
puesto al final de esta el evaci ón, para l as al mas más espi
rituales y el evadas.
Observad también q ue desear tener en nosotros toda
la devoción y amor de las al mas santas . no es cosa i n útil ,
porq ue N uestro Señ or dij o un día a santa Mec hti lde , rel i
gi osa de la santísi ma Orden de San Benito. que c uando
fuera a com ulgar, si no sentía en el l a ni nguna devoc i ón ,
q ue deseara tener toda la devoci ón y todo e l amor d e to
das l as al mas santas que habían com ulgado siempre; y
q ue él l a consideraría como si en efecto la h ubiera tenido.
Y l eemos también de santa Gertrudis, que era de la
misma época. de la misma Orden y del m ismo monaste
ri o q ue santa Mec hti lde . q ue un día, estando a p unto de
comulgar y no sintiendo en ella la preparación y la devo
ción q ue el la deseaba, se dirigió a N uestro Señor, y l e
ofreci ó todas l as preparaci ones y devoci ones de todos l os
Santos y de la santísi ma Virgen . Desp ués de l o cual él se
l e apareció y le dij o estas pal abras: A hora apareces a n te
mí y a los ojos de m is Sa n tos con el aparato _v adorno q ue
has deseado.
iOh, Señor, q ué bondadoso sois tomando n uestros
buenos deseos como rea l idades!
CAPITULO XIX
1 76
de Dios, que reside en vosotros, parra ad orarle y pedirle
perdón de todos vuestros pecados e i ngrat it udes , y de ha
berl o recibido en un l ugar tan i n m undo, y con tan poco
amor y disposición .
2 . Tenéis que darl e graci as por haberse dado a voso
tros, e invitar a todas las cosas q ue están en el cielo y en
la tierra a bendecirlo con vosotros.
3 . Como él se ha dado todo a vosotros, también voso
tros tenéis q ue daros por compl eto a él , y pedirle que des
truya todo lo q ue es contrario a él , y q ue establezca el i m
peri o d e s u amor y d e s u gl oria para si empre. A este fi n
podréis serv iros de l a siguiente elevación .
CAPITULO XX
1 77
q ue todas las potencias de mi a l ma y de mi cuerpo se pos
tren ante vuestra divina Maj estad , para adorarlo y rend ir
le el homenaj e q ue le es debido! iQue el cielo y la tierra y
todas l as criaturas q ue están en l a tierra y en el ciel o, ven
gan a fundirse a vuestros pies, para rendiros conmigo mil
homenajes y mil adoraci ones! i Pero, Dios mío, q ué teme
ridad por mi parte el haberos recibido a Vos q ue sois el
Santo de los santos , en un l ugar tan i n m undo, y con tan
poco amor y preparación ! Perdón , mi Sal vador, os pido
perdón por ello con todo mi corazón , así como también
por todos los demás pecados e ingratit udes de mi vida pa
sada.
iOh d ulcísi mo, q ueridísimo, deseadísimo, amabil ísimo
Jes ús , el único de mi corazón, amado mio de mi al ma, el
obj eto de todos mis amores, oh mi dulce vida , oh mi
al ma q uerida, oh m i q uerid ísimo corazón , oh mi único
amor, oh mi tesoro y mi gloria, oh todo mi contenta
m iento y mi sola esperanza! Jesús mio, lq ué pensaré de
vuestras bondades q ue son tan excesi vas hacia mi? lQué
haré por vuestro amor Vos q ue hacéis tantas maravil las
por mí? lQué acciones de gracias os rendiré? iOh mi Sal
vador, os ofrezco todas las bendiciones q u e os han sido
dadas y os serán dadas por toda la eternidad por vuestro
Padre, por vuestro Esp íritu Santo, por vuestra sagrada
Madre, por todos vuestros Angeles y por todas las al mas
santas q ue os han reci bido en todo tiempo por medio de
la santa comunión! Dios mio, que todo lo q ue hay en mí
sea cambiado en alabanza y en amor hacia Vos! iQue
vuestro Padre , vuestro Esp íri tu Santo, vuestra santa Ma
dre, todos vuestros Santos y todas vuestras criaturas, os
bendigan eternamente por mí! Padre de Jesús, Espíritu
Santo de Jesús , Madre de Jesús , Angeles de Jesús , Santos
y Santas de Jesús, bendecid a Jesús por m í !
O h b u e n Jesús , Vos o s habéis entregado todo a m í , y
con un gran amor. En este mismo amor, yo me entrego
1 78
todo a Vos; os doy mi c uerpo, mi alma, mi vida , mis pen
sam ientos, palabras y acciones, y todo l o q ue depende de
mí; de este modo yo me entrego del todo a Vos, a fin de
que Vos dispongáis de mí y de todo lo q ue me pertenece,
en el t iempo y en la eternidad , de todos l os modos q ue os
plazca, para vuestra pura gl ori a. O h mi Señor, y mi Dios ,
emplead V o s mismo, o s ruego, el p oder d e vuestra mano
para arrebatarme a mí mismo, al mundo y todo lo q ue no
seáis Vos, para poseerme enteramente. Destruid en mi
amor propio, mi propia vol untad , mi orgullo y todos mis
demás vicios e incl inaciones desordenadas: Estableced en
mi alma el rei n o de vuestro amor p uro, de vuestra santa
gloria y de vuestra di vina vol untad , a fin de que en ade
lante os ame perfectamente; q ue no ame nada si no en
Vos y por Vos; q ue todo mi contentami ento sea contenta
ros a Vos , toda mi gloria gl ori ficaros y hacer que os glori
fiquen, y mi soberana fel icidad el cumpl imiento de vues
tras santas vol untades. Oh buen Jesús , haced reinar en mí
vuestra humi ldad , vuestra caridad , vuestra dulzura y pa
cienci a, vuestra obediencia, vuestra modestia, vuestra
castidad , y todas vuestras otras virtudes; revestidme de
vuestro espíritu , de vuestros senti mientos e incl inaci ones ,
a fi n de que no tenga otros senti mi entos, deseos e incl ina
ciones que l os vuestros . Finalmente anulad en mí todo lo
q ue os es contrari o, y amaos y gl ori ficaos en m í Vos mis
mo de todas l as maneras q ue d eseéis.
O h mi Sal vador, os encomi endo a todas las personas
por l as q ue estoy obligado a rezar, espec ialmente os enco
mi endo a N . N . ; anulad en estas personas todo lo que os
es desagradable; l lenad las de vuestro amor; cumpl id todos
l os designios q ue vuestra bondad tenga sobre sus a l mas, y
dadles todo l o q ue os he ped ido por mi parte.
Podéis también, si q ueréis, desp ués de la santa comu
n i ón , serviros de l os tres actos sigui entes .
1 79
CAPITULO XXI
1 80
ahora conmigo, y q ue todo l o q ue está en el cielo y en la
tierra se convierta en adoraci ón y gl ori ficaci ón hacia Vos.
3 . - ACTO DE A M O R A JESUS
18 1
das mis fuerzas. No sól o esto, sino q ue además quiero
amar en Vos toda la extensi ón de vuestra divina vol un
tad , en todas l as fuerzas de vuestro Corazón y en todas las
virtudes y potencias de vuestro amor; porq ue todas estas
cosas son mías, y de el l as p uedo hacer uso como si fueran
mías, puesto que al daros a mí, me habéis dado todo l o
q u e e s vuestro. Oh mi Sal vador, quiero anular e n mí,
cueste l o q ue c ueste, todo l o que es contrario a vuestro
amor. Oh buen Jesús, me entrego a Vos para amaros en
toda la perfecci ón que demandáis de mí.
Anulad Vos mismo en m í todo l o q ue pone obstáculos
a vuestro amor, y amaos Vos mismo dentro de mí en to
das l as maneras q ue l o deseéis, p uesto q ue me entrego a
Vos para hacer y sufrir todo l o q ue os agrade para vuestro
amor.
Oh Jesús, os ofrezco todo el amor q ue os ha sido, es, y
será ofrecido por siempre en el cielo y en la tierra. iOh !
iQue todo el mundo os ame ahora conmigo, y q ue todo l o
q ue hay e n el mundo se convierta e n una p ura l l ama d e
amor hacia Vos! Oh Padre d e Jesús, Espíri tu Santo d e Je
sús , Madre de Jesús , bienaventurado San José, bienaven
turado San Gabriel , Angeles de Jesús, Santos y Santas de
Jesús, amad a Jesús por mí, y dad l e al céntup l o todo el
amor que yo habría debido darle en toda mi vida , y que
todos l os mal os ángeles y todos l os hombres que ha habi
do, hay y habrá , le deben dar.
1 82
CAPITULO XXII
1 83
iüh Virgen y M adre al m i smo tiempo! iüh templo sa
grado de la divi n idad ! iüh maravilla del cielo y de la tie
rra ! Oh M adre de Dios, os pertenezco por el t ítulo general
de vuestras grandezas; pero q uiero además ser vuestro por
el título particular de mi elección y de mi franca vol un
tad . Me entrego pues a Vos y a vuestro H ijo único, Jesu
cri sto N uestro Señ or, y no q u iero pasar ningún d ía si n
rendirl e a él y a Vos algún homenaje particular y algún
testi monio de mi dependencia y servid umbre , en la cual
deseo mori r y vivir para siempre . Así sea. A ve María.
PROFESIONES CRISTIANAS
QUE CONVI ENE RENOVAR CADA DIA
1 84
contiene en l os oc ho artículos siguientes. Pero tened buen
c uidado de no hacerl o de pri sa y corriendo, si no con cal
ma , considerando e impri mi endo en vuestro esp íritu l o
q ue decís. S i n o disponéis d e tiempo, no toméis más q ue
uno o dos artículos cada vez , y dej ad l os otros para otra
hora o incl uso otro dia. Pues si tenéis poco tiempo libre,
sería preferible n o empl ear más q ue un artículo cada d ía
y servirse de él con atenci ón , antes q ue emplearl os todos
a pri sa y sin l a apl icaci ón de espíritu q ue la importancia
de estas cosas demanda.
CAPITULO XXIII
Profesión de fe cristiana
1 85
ma fe: 1 .0 de creer entera y fi rmemente todo lo q ue Vos
nos enseñáis por Vos mismo y por vuestra santa Igl esia;
2 .0 de q uerer dar mi sangre y mi vida , y sufrir todo tipo
de tormentos, antes que apartarme en un sol o punto de
esta creencia y de adherirme , por poco q ue sea, a l os erro
res que le son contrari os; 3 .0 de q uerer vi vir y cond uc irme
en adelante , no según l os sentidos como los animales, o
según la razón h umana, como los fi l ósofos, si no según la
l uz de la fe , como l os verdaderos cri stianos, y según las
máxi mas de esta misma fe q ue Vos nos habéis dejado en
vuestro santo Evangel io. Conservad y acrecentad en m í ,
oh mi Sal vador, estas santas resol uci ones , y dad me la gra
cia de cumpl irlas perfectamente para la gl oria de vuestro
santo nombre.
CAPITULO XXIV
1 86
q ue merezca ser obj eto de n uestras enemistades y suj e
to de n uestras tristezas más que este monstruo i n fernal ;
3 .0 de odiarlo tanto q ue, medi ante vuestra gracia, si viera
todos l os tormentos de la tierra y del i nfierno de un lado,
y un pecado del otro, elegiría más bien el pri mero que el
segundo. Oh Dios mío, conservad y aumentad siempre
cada vez más este odio dentro de mi corazón.
CAPITULO XXV
1 87
l lar por debaj o de todas l as criaturas, contemplándome y
esti mándome, y q ueriendo ser mirado y tratado, como el
últi m o de todos l os hombres; 2 .0 de tener horror a toda
al abanza, honor y gl oria, como veneno y mald ición, si
guiendo vuestras palabras, oh mi Sal vador: iA y de voso
tros. c ua ndo los hombres os bendiga n !; y de abrazar y
amar todo desprecio y humil lación, como cosa debida al
mi serable condenado q ue soy, según l a c ual idad de peca
dor e h ij o de Adán que hay en m í , por la cual , como dice
el Apóstol , soy natura filius irae. hij o de ira y maldición
por mi condición natural ; 3 .0 de q uerer ser anulado ente
ramente en mi esp íritu y en el espíri tu del prój i mo, a fin
de no tener ni nguna contemplaci ón , ni esti ma, ni búsque
da de mí mismo; y que del mi smo modo nadie me mire
ni me esti me, no más que a q uien es nada, y q ue sólo se
os mire y considere a Vos. Buen Jesús, verdad eterna , gra
bad en mí fuertemente estas verdades y senti m ientos , y
haced q ue prod uzcan en m í l os efectos, por vuestra gran
dísima mi sericord ia y para vuestra santa gl ori a.
CAPITULO XXVI
1 88
tres grandes verdades q ue me obl igan poderosamente a
renunciar a mí m ismo y a todas las cosas .
Porq ue veo: 1 .0 q ue sól o Vos sois digno de existir, de
vi vir y de operar y q ue c ualq uier otro ser debe ser reduci
do a la nada ante Vos: 2 .º q ue para existir y vivir en Vos,
según el grand ísi mo d eseo q ue Vos tenéis, debo sal ir de
mí mismo y de todas las cosas, debido a la corrupci ón
q ue el pecado ha puesto en mí y en todas las cosas: 3 .0
q ue he merecido por mis pecados ser despoj ado de todas
l as cosas , incl uso de mi propio ser y de mi propia vida.
Por el l o , en el poder de vuestra gracia, y en unión de
este mismo amor por el q ue Vos quisísteis vivir en el de
sasi mi ento de todas l as cosas de este m undo; así como
también en la virt ud del espírit u divino por el que Vos
pronunciásteis estas terribles pa labras: No oro p or el
m u ndo; y estas otras, hablando de l os vuestros: No son
del m undo, como tamp oco yo soy del m undo, hago profe
sión públ ica y sol emne: 1 .0 de q uerer en adelante conside
rar y aborrecer el m undo como a un excom ulgado, un
condenado, un infierno, y ren unciar enteramente y para
siempre a todos l os honores , riq uezas y placeres del mun
do presente; 2 .0 de no q uerer obtener vol untariamente
ni nguna satisfacción , deleite o reposo de esp íritu en nin
guna de estas cosas; si no hacer uso de el las como si no se
usaran , es decir sin aferrarse ni apegarse a el las de ningún
modo. si no sól o por neces idad , para obedecer a vuestra
santa vol untad q ue l o ordena así, y para vuestra pura gl o
ria; 3 .0 de intentar vivir en este mundo del viej o Adán ,
como si n o estuviera , sino como siendo del otro mundo,
es dec ir el m undo del nuevo Adán , q ue es el cielo; incl uso
viviendo en él como en un in fi erno. es deci r no sólo con
desasi miento. si no con odio, contrariedad y horror hacia
todo lo q ue hay en él; con amor. deseo y añ oranza del si
gl o venidero; y con paciencia hacia éste, y las incl inacio
nes i n fi n itas que tenéis de destru irlo y red ucirlo a cen izas ,
1 89
como haréis el d ía de vuestra ira. iQue yo esté de este
modo en medio de este mundo, de la misma manera q ue
un alma verdaderamente cri stiana, si por orden vuestra
est uviera en medio del i n fierno, estaría a l l í con estas
mencionadas disposiciones. Que yo esté en la tierra como
si no estuviera; si no que mi espírit u , m i corazón y mi
conversación estén en el cielo y en Vos mismo, q ue sois
mi cielo, mi paraíso, mi m undo y mi todo!
Además de esto, mi Señor, quiero tambien ir más allá;
quiero seguir vuestra palabra por l a q ue Vos me declaráis
q ue, si q u iero ir en pos de Vos, debo no sólo ren unciar a
todas las cosas , si no también a mí m ismo. A tal fi n me
entrego al poder de vuestro divino amor por el q ue Vos
os negasteis a Vos mismo; y, en un ión a este m ismo
amor, hago profesi ón: 1 .0 de ren u nciar enteramente y
para si empre a todo l o q ue es de m í y del viej o Adán ; 2 .0
de q uerer anular ante vuestros pies, todo lo q ue me sea
posible, mi espírit u, mi amor propi o, mi propia vol untad ,
mi vida y mi ser; supl icándoos muy humi ldemente que
util icéis vuestro d i vi no poder para red ucirme a l a nada, a
fi n de estableceros en mí, vivir en m í , rei nar en m í , y ac
t uar en mí según todos vuestros design i os; y q ue de este
modo yo no exista más, no viva más, no actúe y no hable
más en m í y por m í , si no en Vos y por Vos . 3 .0 Hago esta
profesi ón , no sól o para ahora , sino para todos l os mo
mentos y todas las acciones de mi vida, y os supl ico con
todo mi corazón que la contempl éis y aceptéis como si la
hiciera en cada momento y en cada acción, y q ue hagáis ,
por vuestro grand ísimo poder y bondad , de manera que
l o l l eve a efecto para vuestra gloria, y q ue p ueda decir
con vuestro santo Apóstol: Ya no vivo en mí, sino q ue Je
sucristo vive en mí.
1 90
CAPITULO XXVII
191
Dios, en adel ante sois mi corazón , mi alma, mi vida , mi
fuerza, mis riq uezas , mis del icias , mis honores , m i coro
na, mi i mperi o y mi soberan o bien . Vivid y rei nad en m í
perfecta y eternamente.
CAPITULO XXVIII
1 92
CAPITULO XXIX
CAPITULO XXX
1 93
a nadie; sino pensar bien , j uzgar bien , hablar bien , hacer
bien a todos; de excusar y soportar los defectos del prój i
mo; d e expl icar todo e n l a mej or parte; d e tener compa
sión de las miserias corporales y espiritual es de mi prój i
mo, y d e comportarme con cada u n o con t od o tipo de
dulzura, bondad y caridad . Oh caridad eterna, me entrego
a Vos, anulad en mí todo lo q ue os es contrario, y estable
ced vuestro rei no en m i corazón y en todos l os corazones
de l os cri stianos.
1 94
INDICE
PROLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
PRIMERA PARTE
1 95
1 0. Cuatro fundamentos de la vida cri stiana: La
oraci ón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
11. Diversas maneras de orar y en pri mer l ugar
de la oraci ón mental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
1 2. Segunda manera de orar: la oración vocal . . . 44
1 3. Tercera manera de orar: pract icar todas l as
obras con espíritu de oración . . . . . . . . . . . . . . 45
1 4. Cuarta manera de orar: la l ectura de l os l i -
bros buenos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
1 5. Quinta manera d e orar, que e s habl ar de
Dios; y cómo hay q ue hablar y oír hablar de
Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
16. De las di sposici ones y cual idades que deben
acompañar a la oraci ón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
Virtudes cristianas
1 96
12. Práctica de l a caridad cristiana . . . . . . . . . . . . . 99
13. Del cel o por la sal vaci ón de las al mas . . . . . . . 1 02
1 4. De la verdadera devoción cri stiana . . . . . . . . . 1 04
1 5. Práctica de la devoción cristiana . . . . . . . . . . . 1 08
1 6. De la formaci ón de Jesús en nosotros . . . . . . . 1 10
1 7. Lo q ue hay q ue hacer para formar a Jesús en
n osotros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 12
1 8. Del buen uso q ue hay q ue hacer de las conso
l aciones espi rituales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 15
19. Del santo uso que hay que h acer de l as seq ue
dades y afl icci ones espirituales . . . . . . . . . . . . . 1 17
20. Q u e la perfecci ón y consumaci ón d e l a vida
cri sti ana es el martiri o ; y en q ué consiste el
verdadero martiri o . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 23
21. Que todos l os cri sti anos deben ser mártires y
vivir con el espírit u de martiri o , y c uál es este
espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 30
TERCERA PARTE
1 97
6. Otra elevación a Dios para santificar todas
nuestras acciones , y hacerlas agradables a su
divina Majestad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 48
Para l a confesi ón
1 98
20. El evación a Jesús desp ués d e la santa Comu-
n i ón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 77
21 . Tres actos de adoración , obl ación y de amor
a Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 80
22 . Oración a l a santísi ma Virgen María M adre
de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 83
1 99