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¿Qué estudia la economía ambiental y cuál es su diferencia con la

economía ecológica?

Por Román Svartzman* 24 de agosto de 2015 © Ambiente y Comercio.

La Economía Ambiental es la rama del análisis económico que aplica los instrumentos de la
economía al área del medio ambiente. La Economía Ecológica, en cambio, no es estrictamente una
rama de la teoría económica, sino un campo transdisciplinario que estudia la relación entre los
ecosistemas naturales y el sistema económico.

Más específicamente, la Economía Ambiental proporciona la información necesaria para la toma de


decisiones correspondiente al campo de la Política Ambiental y ofrece información relevante en tres
campos:

 Identifica las causas económicas de un problema ambiental: trata de determinar, por


ejemplo, en qué medida la contaminación atmosférica observada científicamente en una
ciudad puede atribuirse a su sistema de transportes (según el mayor o menor uso de
vehículos individuales, de los carburantes usados, de sus horarios del tráfico, etc.).
 Evalúa los costes que supone la pérdida de recursos naturales o ambientales, como por
ejemplo los del impacto de la contaminación atmosférica sobre los habitantes de una
concentración urbana. Como veremos, existen diversos métodos de evaluación,
combinables además entre sí, para asignar un determinado valor económico a los recursos
de la biosfera.
 Analiza económicamente las medidas que podrían tomarse para revertir el proceso de
degradación ambiental. Por ejemplo, cuál es la eficacia y la eficiencia de cada medida
posible para mejorar la calidad atmosférica (desarrollo del transporte público, impuestos al
transporte en auto, peajes urbanos, uso de la bicicleta, etc.) y cuáles son sus implicaciones
sobre otras variables económicas (empleo, competitividad, equidad, etc.).

Es importante diferenciar la Economía Ambiental de la Economía Ecológica. La primera, como lo


vimos, analiza las problemáticas ambientales con herramientas económicas. Reconoce las fallas del
mercado pero no cuestiona los fundamentos de la economía de mercado, sino que busca corregir las
externalidades ambientales negativas al asignarles un valor económico. La Economía Ambiental
busca optimizar la explotación de los recursos naturales para alcanzar un estado de “contaminación
óptima”.

La Economía Ecológica, en cambio, no es estrictamente una rama de la teoría económica, sino un


campo transdisciplinario que estudia la relación entre los ecosistemas naturales y el sistema
económico. Considera que la economía es parte de un sistema mayor, el ecosistema Tierra (o la
biosfera), cuyos recursos naturales y capacidad para asimilar desechos son limitados. Partiendo de
esta consideración, la Economía Ecológica cuestiona tanto el objetivo como la viabilidad del
crecimiento económico ilimitado. Los economistas ecológicos suelen oponer la “sostenibilidad
fuerte” que ellos buscan a la “sostenibilidad débil” de la Economía Ambiental. A pesar de estas
diferencias, la Economía Ambiental y la Economía Ecológica suelen usar herramientas similares
como la valoración económica de los servicios ambientales. Los académicos de cada una de esas
disciplinas suelen además publicar artículos en las revistas de la otra.
Algunos de los principales autores de cada disciplina son: Partha Dasgupta Karl-Goran Mälher,
David Pearce y Michael Haneman (para la Economía Ambiental); y Kenneth Boulding, Herman
Daly, Robert Constanza y Joan Martínez-Alier (para la Economía Ecológica).

Las principales revistas de la Economía Ambiental son el Journal of the Association of


Environmental and Resource Economists (JAERE) y Environmental and Resource Economics
(ERE). La principal revista de la Economía Ecológica es Ecological Economics (publicada por el
International Society of Ecological Economics).

Otra manera de enfocar las diferencias entre Economía Ambiental y Economía Ecológica consiste en
entender en qué medida surgen de posiciones éticas distintas. Diego Azqueta Oyazún insiste en que
la Economía Ambiental suscribe a una “ética antropocéntrica ampliada”. Ésta, a diferencia del
antropocentrismo “puro”, reconoce que los seres vivos y la naturaleza poseen valores no
instrumentales, por ejemplo a través de la consideración por un animal de compañía o la
admiración ante un paisaje. Pero esta visión no llega hasta la ética de la Tierra desarrollada por Aldo
Leopold (“El almanaque del condado arenoso”, en 1948), que apunta a preservar la integridad de la
biosfera y que tiene una influencia mayor sobre la Economía Ecológica.

Métodos de valoración:

Las cuestiones teóricas y éticas presentadas anteriormente explican porque el precio de un bien o de
un servicio no es igual a su valor económico total (VET), ya que éste también incluye: (i) los valores
de uso del bien o servicio, que evalúan el bienestar proporcionado: por ejemplo, un parque natural
puede no tener precio pero tiene un valor para quienes lo usan o piensan usarlo (valor de opción);
(ii) los valores de no uso, basados en el valor simbólico y en el reconocimiento de derechos
fundamentales: el mismo parque natural también tiene un valor por su simple existencia.

Para determinar el VET, se pueden recurrir a los siguientes métodos de valoración:

1) Los métodos indirectos, o de preferencias reveladas, analizan cómo se revelan las preferencias
ambientales de las personas. Estos incluyen métodos basados en:

 Los costes de reposición: gastos necesarios para reponer en su estado original todos
aquellos activos afectados negativamente por un cambio en la calidad de un recurso
ambiental o natural;
 La función de producción: se calcula el valor presente neto de las pérdidas/ganancias
económicas inducidas por el impacto ambiental (por ejemplo, el impacto de la
contaminación de un acuífero sobre la producción de un agricultor);
 El coste de viaje: valora los servicios recreativos proporcionados por la naturaleza, al
calcular todos los gastos en los que incurren los visitantes para disfrutar de un bien
ambiental (por ejemplo, los gastos de desplazamiento para visitar un parque);
 Los precios hedónicos: desglosan los factores ambientales en el precio de un bien (el precio
de una vivienda, por ejemplo, depende de su superficie y del barrio en que se sitúa, pero
también de la calidad del aire o de la proximidad de zonas verdes).

2) Los métodos directos, que incluyen:

 La valoración contingente: las personas indican directamente en cuánto valoran un activo


ambiental;
 La ordenación contingente: las personas clasifican y relacionan varias alternativas (por
ejemplo, diferentes niveles de limpieza de un río con el costo derivado de cada nivel),
indicando de esa forma cuánto están dispuestos a pagar.

Cada uno de estos métodos presenta límites y es aplicable en circunstancias específicas.


Por ejemplo, la función de producción suele ser muy difícil de calcular. Basta con tratar de pensar
en cómo la tecnología de la fracturación hidráulica (al contaminar un acuífero o al tener un
consumo de agua muy elevado) puede impactar las ganancias de un agricultor. Para calcular
estos impactos se necesitaría un nivel de conocimiento muy elevado en cuanto a los impactos de
esta tecnología relativamente nueva.

El método de los precios hedónicos puede resultar muy adaptado para calcular el impacto de un
proyecto (como un aeropuerto) sobre el precio de las viviendas en su periferia (por el nivel de
ruido ocasionado, entre otras cosas). Pero este mismo método no resultaría muy útil para calcular
el impacto de una central hidroeléctrica sobre las viviendas de poblaciones indígenas.

Por eso, cada situación dará lugar a una evaluación basada en diferentes métodos. Éstos pueden dar
resultados muy diferentes debido a sus particularidades y al hecho de que analizan un problema
desde perspectivas diferentes. En cualquier caso, es importante evitar la doble contabilización en el
momento de juntar los diferentes métodos.

Por ejemplo, el valor recreativo de una playa queda cubierto tanto por el método de los precios
hedónicos como por el método de los costos de viaje.

Cabe destacar que la valoración monetaria del medio ambiente ha sido criticada por los economistas
ecológicos. Estos no descartan totalmente la valoración monetaria; por ejemplo, un importante
estudio dentro de la disciplina (Constanza et al, 1997) estimó el valor total proporcionado por los
servicios ecosistémicos y el capital natural en el mundo. Sin embargo, la Economía Ecológica
considera que no se puede considerar un bien ambiental como cualquier otro bien intercambiable, y
que tampoco se puede recurrir a un simple análisis costo-beneficio cuando lo que está en juego es la
finitud de un recurso natural o un impacto ambiental superior a la capacidad de carga de la biosfera.
Por esta razón, la Economía Ecológica prefiere analizar los flujos y los stocks físicos de un activo
ambiental (en vez de monetizarlo) para determinar si su uso es (in)sostenible. El indicador más
usado en este sentido es el de huella ecológica. Este evalúa el impacto de la actividad humana en los
ecosistemas, relacionándolo con la capacidad ecológica de la Tierra de regenerar sus recursos. Esto
permite determinar si la actividad humana en una región determinada supera los límites de la
biosfera.

Una macroeconomía ambiental:

La contabilidad nacional (representada por el PBI) no toma en cuenta las variables ambientales, y es
incapaz de valorar el hecho de que la economía esté incluida en la biosfera. Sin embargo, es un
hecho que a medida que una economía crece el stock de capital natural disminuye, lo cual reduce la
capacidad de la biosfera. Es decir que las variables ambientales condicionan el crecimiento del PBI
pero también se ven afectadas por la evolución del PBI. Por eso, el cálculo del PBI debería incluir la
depreciación de los activos ambientales así como descontar los gastos negativos (por ejemplo,
aquellos gastos necesarios para limpiar un derrame de petróleo).

Algunos indicadores ambientales ya permiten pensar en esta problemática, como el modelo


“presión-estado-respuesta” desarrollado por la OCDE o el concepto de huella ecológica de la
organización WWF. Este último calcula la superficie de tierra productiva y de agua necesaria para
producir los recursos que la sociedad consume, y para asimilar los residuos que produce. Además,
modelos elaborados por el Banco Mundial o las Naciones Unidas integran la depreciación del capital
natural dentro de la metodología de cálculo del PBI. Pese a estos avances, aún queda mucho camino
por recorrer hasta que los países integren sistemáticamente indicadores ambientales en sus
contabilidades nacionales.

* Román Svartzman (Magíster en Comercio Internacional en Sciences Po Paris), alumno


del Posgrado en Derecho y Economía del Cambio Climático de FLACSO-Argentina, y doctorando en
Economía Ecológica en la Universidad de McGill, Canadá. Ha trabajado como consultor ambiental y
social para el Grupo del Banco Mundial, y como director de inversiones ambientales para un fondo
de capital riesgo especializado en la financiación de start-ups europeas.

** El artículo se basa en el Curso de Introducción a la Economía Ambiental dictado por Diego


Azqueta Oyarzún, de la Universidad de Alcalá, en la Especialización en Derecho y Economía del
Cambio Climático de FLACSO-Argentina en mayo de 2014 y 2015.

Algunas referencias bibliográficas para la Economía Ambiental:

 Arrow, K.J., Dasgupta, P., Goulder, L. H., Mumford, K. J. and Oleson, K. (2013).
Sustainability and the measurement of wealth: further reflections. Environment and
Development Economics.
 Azqueta, D. (2007). Introducción a la Economía Ambiental, 2° Edicion. Mc Graw Hill.
 Azqueta, D. (2004). Contabilidad Nacional y Medio Ambiente. Fundación Cajas Ahorros
Confederada.
 Hardin, G. (1968). The Tragedy of the Commons. Science, New Series, Vol. 162, No. 3859,
pp. 1243-1248.
 Pearce, D.W. y Turner, R.K. (1990). Economics of natural resources and the environment.
The Johns Hopkins University Press.
 Pearce, D.W., Markandya, A., Barbier, E. (1989). Blueprint for a Green Economy.
Earthscan.
 PNUMA (2011). Hacia una economía verde: Guía para el desarrollo sostenible y la
erradicación de la pobreza – Síntesis para los encargados de la formulación de políticas.
 Stern, N. (2007). The Economics of Climate Change: The Stern Review. Cambridge
University Press.

Algunas referencias bibliográficas para la Economía Ecológica:

 Alier, J. y Roca, J. (2001). Economía ecológica y política ambiental. México, D.F. FCE.
 Alier, J. (2004). El rol de la economía ecológica en América Latina. In Globalización y
Desarrollo en América Latina. FLACSO Ecuador.
 Behrens, W., Meadows, D.H., Meadows, D.L. y Randers, J. (1972). Los límites del
crecimiento. México, D.F. FCE.
 Costanza, R., Cumberland, J., Daly, H., Goodland, R. y Norgaard, R., (1999). Introducción a
la economía ecológica. Madrid: AENOR.
 Constanza et al. (1997). The value of the world’s ecosystem services and natural capital. In
Nature, Vol. 387, pp 253-260.
 Daly, H. y Farley, J. (2010). Ecological Economics, Second Edition: Principles and
Applications. Washington, D.C. Island Press.
 Jackson, T. (2011). Prosperity without growth: Economics for a finite planet. Earthscan.

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