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Jacques Philippe Aprender a orar para aprender a amar Jacques PHILIPPE Aprender a orar para aprender a amar SAN PABLO. Introducci6n Hay muchos y excelentes libros sobre el tema de la oracién!. Es necesario otro? No, sin duda. Escribi ya un libro sobre este tema hace algunos aiios, y no estaba dentro de mis proyectos escribir otro. Pese al riesgo de resultar repetitivo en ciertos aspectos, me he sentido movido a escribir este pequefto libro, pensando que podra servir de ayuda a algunas personas para que puedan perseverar en el camino de la oracién personal oO emprenderlo. He tenido la ocasién de viajar con fre- Cuencia a muchos paises, para predicar retiros, y me he quedado admirado al constatar la sed tan actual de oracion en muchas personas, de diversas edades y vo- caciones. Pero también se ve la necesidad de sefalar ciertos aspectos de la oracién, a fin de asegurar la per- severancia y la fecundidad en la vida de oracién. El mundo actual lo que mas necesita es la oracién. De ella surgiran las renovaciones, las curaciones, las transformaciones profundas y fecundas, que todos de- seamos para nuestra sociedad. Nuestro mundo esté muy enfermo, y tinicamente el contacto con el cielo podra sanarlo. Lo mas util para la Iglesia hoy es comunicar a los hombres esa sed de oraci6n y ensenarles a orar. Ofrecer a alguien el gusto por la oracién, ayudarlo a que persevere en ese camino no siempre facil, es el me- jor regalo que se le puede hacer. Quien ora lo tiene todo, ' CE. El tiempo para Dios. SAN PABLO, Buenos Aires, 2 ues, a través de la oracién, Dios puede entrar y ac- tuar libremente en su vida y obrar las maravillas de su cia, Estoy cada vez mas convencido de que todo vie~ Be de la oracién y de que, entre las llamadas del Espiri- tu Santo, esa es ia primera y a la que con mayor urgen- cia debemos responder. Renovarnos en la oracion significa renovarnos en todos los aspectos de muestra vida, significa rejuvenecernos. Hoy mas que nunca, el Padre quiere adoradores en Espiritu y en verdad (cf. Jn. 4, 24). En este Ambito, no todos tenemos, evidentemente, ni el mismo Hamado ni las mismas posibilidades. Pero hagamos lo que podamos, que Dios es fiel. Conozco lai: cos muy ocupados con sus compromisos familiares y profesionales, que, con veinte minutos de oracién coti- diana, reciben tantas gracias como los monjes que de- dican cinco horas diarias a la oracion. Asi quiere Dios revelar y manifestar su rostro de Padre a todos los po- bres y pequeitos, para ser él nuestra luz, el que nos cure, nuestra felicidad. Mas atin, cuando vivimos en un mun- do tan dificil eg ScmPre es provechoso hablar dela oracin, ya que al recordar los aspectos mas im- portantes de la vida espiritual y, por | tencia humana, parc tante, det Quiero, en este libro, imples y al alcance de la exis- es la finali- ‘contrat, en su fideli. ‘ ay la paz que neces tan, y su vida fructifique en abundancia, tal como el Seftor lo quiere. Me referiré esencialmente a la oraci6n personal. La oracién comunitaria, en particular la participacion en la liturgia de la Iglesia, es una dimensién fundamental de la vida cristiana que no dejo de tener en cuenta. No obstante, hablaré de la oraci6n personal, ya que es la que creo que presenta mayores dificultades. Ademés, sin la oracién personal, la oracién comunitaria corre el riesgo de quedar en la superficie y de no profundizar en toda su belleza y su valor. Una vida litirgica y sa- cramental que no se alimenta con un encuentro perso- nal con Dios y que no est4 a su servicio, puede volverse pesada y estéril. El mundo vive y vivird, cada vez mas, momentos di- ficiles. Por eso, es cada vez mas necesario arraigar en la oracién, como nos invita a hacerlo Jestis, en el evange- lio Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de acurrir. Asi podran comparecer seguros ante el Hijo del hombre (Le 21, 36). Carituto I Los motivos de la oracié6n Nuestra vida valdré lo que valga nuestra oracién (Marta Rosin). La fidelidad y la perseverancia en la oracién (eso es Jo fundamental que hay que asegurar, y el objeto prin- cipal de la lucha de la oracién) suponen una fuerte motivacién. Hay que estar bien convencido de que, aun cuando el camino no es siempre facil, vale la pena em- prenderlo, y de que los aspectos positivos de esa fideli- dad no se pueden comparar con las penas y las dificul- tades que incvitablemente se encuentran. En este primer capitulo, quiero recordar las principales razones por las que es necesario “orar siempre sin desanimarse”, como Jestis nos invita a hacerlo (cf. Le 18, 1). Primeramente, presento una cita de san Pedro de Alcantara, un franciscano del siglo XVI, que apoy6 mucho a Teresa de Avila en su obra como fundadora. Esta tomada de su Tratado de la oracién y de la medita- cin: “En la oracion el alma se purifica del pecado, la fe se arraiga, a esperanza se fortalece, el espfritu se se funde en la ternura, el corazon alegra, el alma finado, se descubre la verdad, la se hace mas ret tentacién es vencida, huye la tristeza, los senti- dos se renuevan, desaparece la tibieza, se consu- me la herrumbre de los vicios; de ese trato nacen también vivos destellos, deseos ardientes de cie- lo, y en medio de esos resplandores, arde la Ia- ma del divino amor” No pretendo comentar el texto, simplemente lo ofrezco como un testimonio que nos estimula de una experiencia en la que podemos confiar, No tendremos siempre la misma constatacién sensible, pero, si so- mos fieles, experimentaremos, poco a poco, que todo cuanto se promete en ese preciso texto es absoluta- mente cierto, Ahora doy la palabra al santo papa Juan Pablo II, citando un pasaje de la carta apostélica Novo Millennio ineunte, Esta carta, dirigida a todos los fieles, fue publi- cada el 6 de enero de 2001, como conclusién del afio jubilar, por el que el Papa quiso preparar a la Iglesia para la entrada en el tercer milenio, exhorténdola a “na- vegar mar adentro” (cf. Le 5, 4). Enesta carta, el Papa, haciendo un balance del aio jubilar, nos invita luego a contemplar el rostro de Cris. to, “tesoro y gozo de la Iglesia”, proponiendo una pre- ciosa y rica meditacién sobre el misterio de Jestis, que debe iluminar el caminar de cada fiel. En Ia tercera parte, exhorta a “caminar desde Cristo” para afront los desafios del tercer milenio, Confiando si da erceeios del tercer milenio, Confiando siempre a cada de definir sus orientaciones pasto- rales, Propone algunos puntos fundamentales que vac ten para toda la Iglesia. El recuerda que cualquier pro. grama pastoral debe, ese te, permitir que cada debe, esencialmente, permi d; . ir cristiano responda a su llamado a la santidad, que con- F lleva la vocacién bautismal, recordando las palabras del Vaticano IL “Todos los cristianos, de cualquier clase 0 condi ci6n, estan lamados a la plenitud de la vida cris- tiana ya la perfeccién del amor” (Lumen Gentium, 40). Lo primero que se necesita para dar paso, en la vida de la Iglesia, a una “pedagogia de la santidad”, es la “educacién a la oracién”. Escuchemos a Juan Pablo II: “Para esta pedagogia de la santidad ,es necesa- rio un cristianismo que se distinga ante todo en cl “arte de la oracién”. El aito jubilar ha sido un aii de oracién personal y comunitaria mas in- tensa, Pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discipulos: Seftor, enséitanos a orar (Le 11, 1), En la plegaria se desarrolla ese dialogo con Cristo que nos convierte en sus inti- mos: Permanezcan en mi, como yo permanezco en uste- des (Jn 15, 4). Esta reciprocidad es el fundamen- to mismo, el alma de la vida cristiana y una condicion para toda vida pastoral auténtica. Rea- lizada en nosotros por el Espiritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplacién del rostro del Padre. Aprender esta légica trinitaria de la oraci6n cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial, pero también de la experiencia per~ sonal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas”?. En este precioso texto, Juan Pablo II nos recuerda aspectos esenciales: la oraci6n es el alma de la vida a tiana y la condicién de toda auténtica vida pastoral La oraci6n nos convierte en amigos de Dios, nos permi- te permanecer en él y que él esté en nosotros. Sin esta reciprocidad, sin este intercambio de amor que realiza la oraci6n, la religi6n cristiana no es mas que un forma- lismo vacio, el anuncio del evangelio queda en propa- ganda, el compromiso caritativo es una obra mas de beneficencia que no cambia nada fundamental en la condicién humana. Considero muy exacta y muy importante también esa afirmaci6n del Papa segtin la cual la oracin es “el secreto de un cristianismo verdaderamente vital, que no tiene motivos para temer el futuro”. La oracion nos facilita tener en Dios una vida siempre nueva, hace posible que nos dejemos regenerar y renovar perma nentemente. Aunque haya pruebas, desilusiones, situa. ciones agobiantes, fracasos y faltas, la oracién nos per. mite reencontrar nuevamente la fuerza y la esperanza Para asumir la vida con plena confianza en lo que ven- dra. [Algo que es muy necesario hoy dia! Un poco mas adelante, Juan Pablo II se refiere a la sed de espiritualidad, tan presente en el mundo actual, con frecuencia ambiguo, que es también una oportuni. dad, y sefiala cémo Ia tradicién de la Iglesia responde de manera auténtica a esa sed: ‘Nove Millennio Inewnte, 32. “La gran tradicién mistica de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede ensenar mu- cho a este respecto. Muestra cémo la oracién puede avanzar, como verdadero y propio dilo- go de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseida totalmente por el divino Amado, sen- sible al impulso del Espiritu y abandonada filial- mente en el coraz6n del Padre. Entonces se r liza la experiencia viva de la promesa de Cristo: El que me ame serd amado de mi Padre; y Yo lo amaré y me manifestaré a él (Jn 14, 21)", Jontintia nndo cudin importante es que toda co- munidad cristiana (familia, parroquia, grupo carismatico, grupo de accién catélica, etc.) sea, ante todo, un espacio de educacién para la oracién. En el mo ntimero citado y en el siguiente, se expresa del siguiente modo: Si, queridos hermanos y hermanas, nuestras co- munidades cristianas tienen que llegar a ser au- ténticas ‘escuelas de oracién’, donde el encuen- tro con Cristo no se exprese solamente en peticion de ayuda, sino también en accién de gracias, ala- banza, adoracién, contemplacién, escucha y vivo afecto, hasta el ‘arrebato del coraz6n’, Una ora- cidn intensa que, sin embargo, no aparta del com- promiso en la historia: abriendo el corazon al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la his- toria seguin cl designio de Dios”, m Nova Millennio Inewnte, 33. 13 Este llamado a la oracién vale para todos y compren- de alos laicos. Si estos tiltimos no oran 0 se contentan con una oracién superficial, se hallan en peligro: “Pero se equivoca quien piensa que el coman de los cristianos se puede conformar con una ora- cin superficial, incapaz de llenar su vida. Espe- cialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no solo serian cris- tianos mediocres, sino también “cristianos en riesgo”. En efecto, correrian el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente y qui acabarian por ceder a la seduccién de los sucedaneos, acogiendo propuestas religiosas al- ternativas y transigiendo incluso con formas ex- travagantes de supersticién” Logicamente, concluye a: “Hace falta que la educaci6n en la oracién se convierta de alguna manera en un punto de- terminante de toda programacién pastoral”, 1. La oracién como respuesta a un llamado Lo primero que nos tiene que motivary animar para entrar en una vida de oraci6n es que es el mismo Dios quien nos invita a ello. El hombre busca a Dios, pero Dios busca primero al hombre. Dios nos llama a eran Pues, desde siempre y mucho mis de lo que imagina, mos, él desea ardientemente entrar en comunién con nosotros. 4 El fundamento més sélido de la vida de oracién no es nuestra buisqueda, nuestra iniciativa personal, nues- tro deseo (que tiene su valor, pero muchas veces tam- bién tiene fallos), sino el llamado de Dios: orar siempre sin desanimarse (Le 18, 1). Estén prevenidos y oren incesan- temente (Le 21, 36). Eleven constantemente toda clase de ora- ciones y siplicas, animados por el Espiritu (Ef 6, 18) Nosotros no oramos en principio porque descamos a Dios o porque esperamos bienes preciados de la vida de oracién, sino, en primer lugar, porque es Dios el que nos lo requiere. El sabe lo que hace cuando noso- tros le pedimos. Su designio sobrepasa infinitamente lo que nosotros podemos entrever, desear o imaginar. Hay en la oracin un misterio que nos sobrepasa ab- solutamente. Lo que mueve la vida de oracién es la fe y la obediencia confiada a lo que Dios nos propo- ne. Nosotros no podemos imaginar las inmensas re- percusiones positivas de esa respuesta humilde y con- fiada a la Hamada de Dios. Como Abraham que se puso en camino sin saber ad6nde irfa y asf Tleg6 a ser padre de una multitud Si se ora por los beneficios que se espera obtener de la oracin, se corre el riesgo de desanimarse en cual- quier momento. Esos beneficios no son ni mediatos ni se pueden medir, Si se ora, en cambio, con una acti tad de humilde sumision a la palabra de Dios, siempre se tendré la gracia de perseverar. Escuchemos las si- guientes palabras de Marta Robin iQuiero ser fie ala oracidn cada dia, pese a las sequedades, los sinsabores, los disgustos que pueda tener... pese a las palabras desagradables, ue me desanimen, a las palabras amenazantes 15, que el demonio me pueda repetir! ... En los dias turbios y de grandes tormentos: iDios lo quiere, mi vocacién lo quiere, eso me basta! Haré la ora- cidn, permaneceré todo el tiempo que se me ha mandado orar, haré mi oracién lo mejor que pue- day cuando Hlegue la hora de retirarme, me ani- maré a decir a Dios: Dios mio, he orado apenas, apenas trabajé, apenas hice nada, pero te he obedecido. He sufrido mucho, pero te he mos- trado que te amo y que quiero amarte” Esa actitud de obediencia amorosa y confiada es la mas fecunda. Nuestra vida de oracién sera més rica y buena cuando esté animada, no por el deseo de obte- ner o de conseguir algo, sino por esta disposicién de la obediencia que confia, de la respuesta a Dios que Ila- ma. Dios sabe lo que es bueno para nosotros, y eso nos debe bastar. Nunca debemos tener una visién utilit rista de la oracién, ni encerrarnos en la légica de la eff cacia, de la rentabilidad; eso pervertiria todo, No tene- mos que justificarnos ante nadie por los tiempos que dedicamos a la oracion. Dios nos invita, se puede decir, a “perder el tiempo” por él, y eso es suficiente. Esa sera una “pérdida fecunda”s, segiin las palabras de Teresa de Lisieux. En la vida de oracién, hay una dimension de gratuidad que es absolutamente fundamental. Ps rad6jicamente, cuanto mas gratuita es la oracion, mas fruto da. Se trata de confiar en Dios a tal punto de hacer lo que él nos pida, sin tener necesidad de otras justificaciones. Hagan todo lo que él les diga (Jn 2, 5), les dijo Marfa a los sirvientes en las bodas de Cana. * Poesia 17, 16 Teniendo siempre en cuenta este fundamento de gra- tuidad, quiero ahora enumerar varias razones que ha- cen legitimo el tiempo dedicado a la oracién. San Juan de la Cruz afirma: “Quien huye de la oracién, huye de todo lo bueno”, Expliquemos el porqué. 2. El primado de Dios en nuestra vida La existencia humana solo encuentra su pleno equi- librio y su belleza cuando Dios es su centro. “iDios sea servido primero!”, decia santa Juana de Arco. La fideli- dad a la oracion permite garantizar, de manera concre- tay efectiva, ese primado de Dios. Sin ella, la prioridad que se da a Dios puede quedar solo en una buena in- tenci6n, incluso en una ilusién. Quien nunca ora, de una forma sutil pero cierta, pondra su “ego” en el cen- tro de su vida, y nunca en el Dios vivo. Estard disperso en diversos deseos, solicitudes, miedos. Al contrario, el que ora, aun cuando deba confrontarse con el peso del ego, esa fuerza de repliegue egoista que todos tenemos, estard siempre buscando descentrarse de si mismo y centrarse en Dios, permitiendo, poco a poco, que Dios tome o retome su justo lugar en la vida, o sea, el primer lugar. También tendra coherencia y unidad en su vida. El que no recoge conmigo, desparrama, dice Jess (Le 11, 23), Cuando el centro es Dios, todo vuelve a su debido lugar. 3 Dichos de luz y amor, 185. Dar a Dios el primado absoluto en cuanto a cual- quier otra realidad (trabajo, relaciones umanas, et¢), vee Gnico modo de instaurar una relaci6n justa con las cosas en su verdadero lugar y una sana distancia que permita resguardar la libertad interior y la unidad de Vida, Si no se cae en la indiferencia, en la negligencia o, por el contrario, en un apego, en un estar continua: mente invadido por inquietudes intitiles. El lazo que sc establece con Dios en la oracién es también un elemento fundamental de estabilidad para nuestra vida. Dios es la Roca, y su amor es inquebran- able: Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinacién (Sant 1, 17). En un mundo tan inestable como el nuestro, que evoluciona a cada paso, donde los aparatos electrénicos caducan en un ano, es muy importante encontrar en Dios nuestro apoyo in- terior. La oracién nos ensefa a arraigarnos en Dios, a permanecer en su amor (ct, Jn 15, 9), aencontrar en él la fuerza y la seguridad, y nos permite también convertir- nos en un apoyo estable para otros. Agreguemos que Dios es la tinica fuente de energia inagotable. Por la oracin, aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando dia a dia (2Cor 4, 16), retomando la expresién de san Eble Recordemos también las palabras del profeta saias: Los jévenes se fatigan y se agotan, los muchachos tro- piezan y caen. Pero los que esperan en el Seiior renue- van sus fuerzas, despliegan alas como las dguilas; co- rren y no se agotun, avanzan y no se fatigan (Is 40. 30-31) . ante Seguramente, atravesaremos en nuestra vida mo- mentos de prueba y de cansancio, ya que tenemos ne- cesidad de experimentar nuestra fragilidad, de saber- nos pobres y pequefios. Sigue siendo verdad, no obstante, que Dios nos dar4 en la oracién la energia que precisamos para servirlo y amarlo, incluso a ve- ces, la fuerza fisica. 3. Amar gratuitamente La fidelidad a la oracién es muy valiosa, nos ayuda a cuidar en nuestra vida el aspecto de la gratuidad. Como dije antes, orar es perder el tiempo por Dios. Funda- mentalmente, se trata de una actitud de amor gratui- to, Ese sentido de la gratuidad, tan amenazado hoy, cuando todo se piensa en términos de rentabilidad, de eficacia, de resultados. Eso es algo que termina des- truyendo la vida humana. El amor verdadero no pue- de quedar encerrado en la categoria de la utilidad. El Evangelio de Marcos, cuando relata la institucin de los Doce, nos dice que Jestis los eligié primeramente para que estuvieran con él (Mc 3, 14). Y para compartir lo que hacfa: predicar, expulsar los demonios, etcéte- ra. No somos solamente servidores, estamos lamados a ser también amigos, en una vida y una intimidad compartida, mas alla de todo utilitarismo. Como al principio, cuando, en la brisa de la tarde, Dios deseaba pasearse, por el jardin del Edén, con Adan y Eva (cf. Gn 3, 8). Me gusta mucho algo que Dios revelé a la hermana Maria de la Trinidad’, Mamindola a una vida hermarion totalmente gratuita, de adoracion ¥ de pura receptividad: “Encuentro con mayor facilidad obreros que trabajen, que hijos que festejen”’”. Orar es pasar gratuitamente el tiempo con Dios, con el gozo de estar juntos. Eso es amar, y2 que dar el tiem- po es dar la vida. El amor, en primer lugar. no & hacer algo por el otro, sino estar presente. La oracién nos educa para estar en la presencia de Dios, con una sencilla aten- cién amorosa. Lo maravilloso es que, aprendiendo a estar presen- tes para Dios, también estamos presentes para los de- mas. En las personas que han mantenido una larga vida de oracién, se percibe una calidad de atencién, de pre- sencia, de escucha, de disponibilidad, de las que no son capaces frecuentemente las personas que siempre tie- nen prisa por la actividad. De la oracién nace una deli cadeza, un respeto, una atencién, que es un precioso regalo para los que encontramos por ¢l camino. No hay escuela mejor y de mayor eficacia para aten- der al prdjimo que la perseverancia en la oraci6n. Pre- tender oponer o hacer competir la oraciGn con el amor al préjimo no tiene sentido. “ ,Ralgiosadominica (1908-1980), favorecda con grandes gra cin tr sve pci rave y profunda depen crit. Ver Christine Sanson, Mabie dl Tmt de ago @ gina on Maric dea Tint, de Vangoissed " Marie de In Tinie, Entre dans ma ger, Artuyen, p74 20 4. Anticipar el Reino La oracin nos hace anticipar el cielo. Nos permite entrever y gustar de una felicidad que no es de este mundo, y que nada de aqui nos la puede dar. A esa felicidad en Dios estamos destinados y para ella fuimos creados. Hay luchas, sufrimientos y arideces en la vida de oracién (hablaremos de eso). Pero, si se persevera con fidelidad, se disfrutan momentos y tiempos de una felicidad indecible, una paz y una saciedad que son como un pregustar el cielo. Verdn el cielo abierto (Jn 1, 51), nos prometié Jestis. La Regla primitiva de la Orden de los hermanos de Nuestra Sefiora del Monte Carmelo, fundada en Tie- rra Santa en el siglo XII, invita a “meditar dia y noche la ley del Seftor”, con este deseo: “Gustar de algun modo en nuestro coraz6n, experimentar en nuestro espiritu Ja fuerza de la presencia divina y la dulzura de la gloria de lo alto, no solo al morir, sino también en esta vida mortal”’, Santa Teresa de Avila retoma la misma idea en el Castillo interior: “Por eso, hermanas mias, alto a pedir al Senor, que pues en alguna manera podemos gozar del ciclo en la tierra, que nos dé su favor para que no quede por nuestra culpa y nos muestre el Ca- mino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mismas””. TCitada por E, Renault, Ste Thérése d’Avila et Vexperience mystique, Seuil, p. 126 ° Castille interior, VM. 1, 2 21 La oracién nos permite acceder a esas realidades que anuncia san Pablo: Lo que nadie vio ni ay6 y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparé para los que lo aman (1Cor 2, 9). Esto quiere decir también que, en la oracién, el hom- bre aprende ya desde este mundo cual serd su activi- dad y su gozo durante toda la eternidad: extasiarse fren- tea lla belleza divina y a la gloria del Reino. Aprende a realizar aquello para lo que ha sido creado. Pone en acto las mas bellas y profundas facultades de las que dispone como ser humano, facultades que muchas ve- ces no se ejercen: la facultad de adoracién, de admira- cién, de alabanza y de accién de gracias. Recupera el coraz6n y la mirada de nifio para maravillarse ante la Bondad que supera toda bondad, ante el Amor que tras- ciende todo amor. Orar significa realizarnos también como personas humanas, segiin las potencialidades més profundas de nuestra naturaleza y las aspiraciones mas secretas de nuestro coraz6n. Con toda seguridad, esto no se vive a nivel sensible todos los dias, pero toda persona, que se compromete fielmente y con buena voluntad en el ca- mino de la oracién, expérimentard algo de eso al menos en determinados momentos de gracia. Sobre todo en nuestro tiempo; hay tanta fealdad y torpeza en nues- tro mundo que Dios, que es fiel y se nos quiere mani- festar en la esperanza, nunca deja de revelar a los pe- quefios los tesoros de su Reino. San Juan de la Cruz afirma en el siglo XVI: Po eaEte el Senor descubrié los tesoros de su Sa- iduria y su espiritu a los mortales; mas ahora 22 que la malicia va descubriendo mas su cara, mucho [més] los descubre”” iQué diria hoy! Personalmente, me siento maravillado por ciertas gracias en la oracién, que reciben en este tiempo actual muchas personas, por ejemplo, laicos muy sencillos, en la adoraci6n eucaristica semanal de sus parroquias y también en las jornadas; existe una verdadera vida mis- tica en el pueblo de Dios, sobre todo entre los pobres y los pequerios. En aquel momento Jestis se estremecié de gozo, movido por el Espiritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Senor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeiios. St, Padre, porque asi lo has querido” (Le 10, 21) Algo bueno para tener en cuenta: nos ponemos en omunidn con Dios; la oracién nos permite participar de la creatividad de Dios. La contemplacién alimenta muestras facultades creativas y nuestra capacidad de inventar. En particular, en el Ambito de la belleza. El arte contemporaneo carece cruelmente de inspiracién ¥. con frecuencia, solo produce una fealdad que aflige, aun cuando el hombre tiene tanta sed de belleza. Uni- camente a través de la renovaci6n en la fe y en la ora- cién, los artistas podran encontrar nuevamente las fuen- tes de la verdadera creatividad, y poder ofrecer al hombre esa belleza que le es tan necesaria, como lo han "Dichas de lus v amor. 1 hecho un Fra Angelico, un Rembrandt, un Juan Sebas- tian Bach. 5. Conocimiento de Dios y conocimiento de sf Uno de los frutos de la oracién es la entrada progre- siva en el conocimiento de Dios yen el conocimiento propio. Habria mucho para decir sobre esto y hay una Fiquisima tradicion sobre este tema en los autores esPi- rituales, Aquf solo puedo hacer una breve referencia. La oraci6n nos introduce, poco a poco, en un verda- dero conocimiento de Dios. No de un dios abstracto, Iejano, el “gran relojero” de Voltaire 0 el dios de los fil6- sofosy de los sabios. Ni siquicra el de una teologia fria cerebral. Sino el Dios personal, vivo y verdadero, el Dios de Abraham, de Isaacy de Jacob, el Padre de nues- tro Seftor Jesucristo. El Dios que habla al coraz6n, se- gin la expresion de Pascal. No un Dios que nos hace estar contentos porque podemos aferrarnos a ciertas ideas heredadas de nuestra educacién o de nuestra cul- tura, y mucho menos uno que fuera producto de nues- tras proyecciones psicoldgicas, sino el Dios verdadero. La oracién nos permite pasar de las ideas que noso- tros tenemos sobre Dios, de cémo nos lo representamos (algo siempre falso o muy estrecho), a una experiencia de Dios. Es algo muy distinto. En el libro de Job, en- contramos esta hermosa expresi6n: Yo te conocia solo de oidas, pero ahora te han visto mis ajos (Jb 42, 5) El objeto principal de esta manifestacion personal de Dios, fruto esencial de la oracién, es conocerlo a él como Padre. A Cristo, en el Espiritu, Dios se le mani- fiesta como Padre. El pasaje de Lucas que hemos ci do antes, donde Jess exulta de gozo porque Dios se esconde a los sabios y a los prudentes, pero se manifies- taa los pequeftos, continia con estas palabras: Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padve, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Le 10, 22). Ahi queda demostrado que el objeto de esa revela- ci6n es el misterio de Dios como Padre. Dios como fuente inagotable de vida, como origen, como don que nunca acaba, como generosidad, y Dios como bondad, ternu- ra, misericordia infinita. Hay un texto precioso en el libro de Jeremias, en el capitulo 31, que anuncia la Nueva Alianza y termina con estas palabras. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Is- rael, después de aquellos dias ~ordculo del Senor— pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus co- rrazones; yo seré su Dios.y ellos serdn mi pueblo. Y ya no tendrin que ensefarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al Sesior”. Porque todos me conocerdn, del més pequenio al mas grande -ordculo del Seitor~. Porque yo habré perdonado su iniquidad _y no me acordaré mas de su pecado (Jer 31, 33-34) El texto asocia certeramente el conocimiento de Dios que se otorga a todos con la efusién de su misericordia, de su perdén. 25 Dios es conocido en su grandeza, en su trascenden- cia, su majestad y su poder infinito, pero, al mismo tiem- po, en su ternura, su cercania, su dulzura, su misericor- dia inefable. Conocimiento que no consiste en una simple ciencia, sino en una experiencia viva de todo nuestro ser. Este conocimiento de Dios, que se transmite a todos en los tiempos mesianicos, también es anunciado y muy evocado por el profeta Isafas. El conocimiento del Senor llenaré la tierra como las aguas cubren el mar (1s 11, 9). El conocimiento de Dios también nos da acceso al conocimiento propio. El hombre solo puede conocerse verdaderamente a la luz de Dios. Todo lo que pueda conocer de si mismo a través de los medios humanos (experiencia de la vida, psicologia, ciencias humanas) no hay que despreciarlo, si se lo entiende bien. Pero eso solo nos brinda un conocimiento limitado y particular del ser, El acceso a la identidad profunda proviene tini- camente de la luz de Dios, en esa mirada que tiene so- bre el hombre, su Padre del cielo. Este conocimiento consta de dos aspectos: un aspec- to, en primer lugar, negativo, pero que desemboca en- seguida en algo extremadamente positivo. Me referiré a ello ms extensamente, pero quiero decir algunas pa- labras. El aspecto negativo concierne a nuestro pecado, nuestra profunda miseria. Lo conocemos verdaderamen. tea la luz de Dios. De cara a él, ya no hay mentiras Posibles, ni escapatoria ni justificacion, por muy en- mascaradas que estén. Nos vemos obligados a recono- 26 cer lo que somos, con nuestras heridas, fragilidades, incoherencias, egoismos, dureza de coraz6n, complic dades escondidas con el mal, etcétera Nada mejor que exponernos a la Palabra de Dios: Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y mas cor- tante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raiz del alma_y del espiritu, de las articula- ciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del eorazin, Ninguna cosa creada esca- pa.asu vista, sino que todo esta desnudo y descubierto 4 Los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas (Heb 4, 12-13) Para nuestra alegria, Dios es tierno y misericordioso, por eso, debemos ponernos a su luz progresivamente, a medida que somos capaces de soportarla, Dios no nos muestra nuestros pecados, si no es manifestando, al mismo tiempo, su perdén y su misericordia. Descubri- mos la tristeza de nuestra condicién de pecadores, pero también nuestra absoluta pobreza como creaturas, No tenemos nada que no hayamos recibido de Dios y, si lo recibimos, es por pura gracia y no podemos atribuirnos absolutamente nada ni gloriarnos de nada Esta etapa de verdad es necesaria; no hay curacion ino se conoce la enfermedad. Solo la verdad nos hace libres. Felizmente, esto no queda ahi, Todo desemboca en algo mucho més profundo y de una belleza infinita Se trata de descubrir, mas allé de nuestros pecados y miserias, nuestra condicién de hijos de Dios. Dios nos ama como somos, con un amor absolutamente incondi- cional, y este amor constituye nuestra identidad pro- funda.” 27 Mas esencial que nuestros limites humanos y que el mal que nos afecta, es nuestro ndicleo intacto: nuestra condicién de hijos de Dios. Soy un ser manchado, con una urgente necesidad de purificaci6n y de conversi6n. Por lo tanto, hay en mf algo totalmente puro ¢ intacto: el amor que Dios me tiene como Creador y como Padre, fundamento de mi identidad, de mi condicién inaliena- ble de hijo amado. El acceso a ello en la fe es precisa- mente lo que obra y garantiza la posibilidad de un ca- mino de conversi6n y de purificacién, que yo no puedo administrar, ‘Todo hombre, toda mujer, est4 en basqueda de su identidad, de su personalidad profunda. éQuién soy? Aveces, es una pregunta que se hace con angustia en la mitad de la vida. Se pretende construir una personali- dad, realizarse, segiin las aspiraciones intimas y tam- bién segiin los criterios de triunfo que nos propone el contexto cultural en el que se vive. Se invierte en el trabajo, la familia, las relaciones, las diversas responsa- bilidades, etcétera, incluso, hasta el agotamiento... Y después de tanto esfuerzo, queda una parte vacia, in- satisfecha, perpleja: équién soy verdaderamente? Todo lo que he vivido hasta hoy, éexpresa bien quién soy? Hay toda una parte de mi identidad que deriva de mi historia, de lo que heredé, de lo que sufri, de las decisiones que tomé, pero no es eso lo mds profundo. Eso solo se manifestard y se desplegaré en el encuentro Gen Dios. que me limps de todo lo artificial y construi iy enlace idad, permitiéndome acceder a lo que i Tamente, al centro de mi personalidad. dad gue de baenalidad verdadera no es tanto una reali- Te debemos construir, sino, mas bien, un don que 28 debemos recibir. No se trata de conquistar lo que sea, sino de dejarse engendrar: Ti eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predileccién (Le 3, 22). En el Evangelio de Lucas, esas palabras las dice el Padre a Jestis en el momento de su bautismo, y podemos hacer- las nuestras en virtud de nuestro propio bautismo. La esencia de mi personalidad consiste en dos reali- dades que estoy Hamado a descubrir progresivamente, simples pero de una riqueza inagotable: ¢l amor anico que Dios me tiene, y el amor tinico que yo puedo tener- le por él La oraci6n y el encuentro con Dios me hacen descu- brir su amor Gnico hacia mi. Es la aspiracién profunda de todo hombre (iy cuanto mas de toda mujer!): sen- tirse amado de un modo tinico, No ser amado en forma general, como uno més entre otros de un grupo mas amplio, sino ser apreciado, considerado de una manera inica. La experiencia del amor es tan fascinante por- que nos hace entrever esto: yo adquiero un premio que nadie mas obticne y, a su vez, tengo, ante los ojos del otro, un valor tnico. Esto es lo que realiza el amor del Padre. Bajo su mi- rada, cada uno de nosotros puede experimentar que es amado, elegido por Dios, de un modo totalmente per- sonal. Con frecuencia, sentimos que Dios ama de ma- nera general y que, puesto que ama a todos los hom- bres, entre los que estoy yo, iseguramente se interesard un poquito por mi! Pero ser amados como un elemento de un conjunto no nos puede satisfacer y no correspon. de en absoluto a la realidad del amor del Padre, que es particular, tinico, para cada uno de sus hijos. El amor de Dios es personal y personalizante, Cada uno de no- 29 sotros tiene perfectamente el derecho de decir: Dios ne ama como a ninguna otra persona en el mundo! Dios ‘ho ama a dos personas del mismo modo, puesto que st amor es precisamente el que crea nuestra propia perso- nalidad y es diferente para cada uno. Hay mayor dife- vancia entre las almas que entre los rostros, afirma san- ta Teresa de Avila. Esa personalidad «nica esta simbo- Teada en el “nombre nuevo” del que habla la Escritur ra, Leemos en el libro de Isafas: ¥ tii serds Hamada con un nombre nuevo, puesto por Ia boca del Senor (1s 62, 2) Y enel libro del Apocalipsis: El que pueda entender, que entienda lo que el Espirit dice alas Iglesias: al vencedor, le daré de comer el mand escondido, y también le daré una piedra blanca, en la (que estd escrito un nombre nuevo que nadie conoce fue- ra de aquel que lo recibe (Apoc 2, 17). Ese amor tinico que Dios tiene por cada uno conlle- va el don de una respuesta tinica. Hay muchos santos, y sobre todo santas, en los que encontramos palabras de este tipo: “iJestis, quiero amarte como nadie te haya amado jamés! iHacer por ti locuras que nadie haya hecho!”. - ‘Ante estas palabras, nos sentimos muy pobres, sa~ biendo bien que no podremos sobrepasar en el amor a todos los que nos han precedido. Sin embargo, ese de- seo no es vano y se puede realizar en la vida de toda persona, Aun cuando no soy Teresa de Avila ni Fran- cisco de Asis, yo puedo entregar a Dios (también a mis hermanos y hermanas, a la Iglesia y al mundo) un amor que atin nadie le ha dado. Ese amor que a mi me co- 30 rresponde ofrecer, segiin mi personalidad, en respuesta al amor que él me manifiesta y con la gracia que recibo de él. En el coraz6n de Dios, en el misterio de la Iglesia, vo tengo un lugar Gnico, una misién Unica e irrempla- zable, una fecundidad propia, que no puede asumir nin- guna otra persona, Recibir como fruto de la oracién esta doble certeza -la certeza de ser amado en modo tinico y la certeza de poder (pese a mi debilidad y a mis limites) amar de una manera también tinica~ es un don enormemente valio- so. Tanto que se constituye en el néicleo mas profundo y mas s6lido de nuestra identidad Entendiéndolo bien, se trata de una realidad que permanece en el misterio, incomprensible y, en gran parte, imposible de expresar. No es algo de lo que uno se puede apropiar, o gloriarse de ello, sino que se vive en la humildad y la pobreza. Es objeto de la fe y de la esperanza, mas que una posesién que se pueda adqui- rir, No obstante, es algo bien real y seguro, que nos con- fiere la libertad y la seguridad interior que necesitamos para enfrentar la vida con confianza. Por eso que acabamos de decir y por otras razones nds, el descubrir a Dios como Padre, fruto esencial de la fidelidad a la oraci6n, es lo més valioso del mundo, el mas grande de los doncs del Espiritu ¥ ustedes no han recibido un espiritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espiritu de hijos adop- tivos, que nos hace llamar a Dios iAbbii, es decir iPa- dre! El mismo Espiritu se une a nuestro esplritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (Rom 8, 15-16) 31 La paternidad de Dios para nosotros es 1a realidad mas profunda, la mas rica ¢ inefable, 9 abismo incon- mpible de vida y de misericordia. No hay nada mas Feliz. que ser hijos, vivir en esta paternidad, recibirse & uno mismo y recibir todo de la pondad y de la generosi- dad de Dios. A cada instante de nucsity vida, esperar da iadamente todo de Dios. “iQue dulce es Hamar a Dios Padre nuestro!”!, deeia Teress de Lisieux, derra- mando Lagrimas de alegria. 6. De la oracion nace la compasion hacia el projimo Uno de los mas bellos frutos de la ose (yun cri- terio de discernimiento de su uutenticidad) es que hace crecer el amor al projime Si nuestra oracion es verdadera ( adelante vere- amos qué significa eso), nos acerca a Dios, nos une a él y hos hace percibir y tomar parte 6h eL amor infinito que tiene por cada una de sus criatuss® La oracién dilata y ablanda el corazon. Cuando falta la oracion, el cora- zon se endurece y Se enfria. Se podria decir mucho so- bre esto-y también se podrian aportar MY nos testimo- pios, Me conformo con citar un buen texto de san Juan de la Cruz. Un maestro de la mistica, pero: también (contrariamente a la imagen que con frecuencia se tie- T Fae eter por sur hermana Celina en Conse Goo) trecogidos por sor Eokoweva, su hermana Celina), Cerf, 1973» P 8 ne de él) uno de los hombres mas tiernos y compasivos del mundo. “Y que es evidente verdad que la compasion de los projimos tanto mas crece cuanto més el alma se junta con Dios por amor; porque cuanto mas ama tanto mis desea que ese mismo Dios sea de todos amado y honrado. Y cuanto mas lo desea, tanto més trabaja por ello, asi en la oraci6n como en todos los otros ejercicios necesarios y a él posi- bles. Y es tanto el fervor y fuerza de su caridad, que los tales poseidos de Dios no se pueden es- trechar ni contentar con su propia y sola ganan- cia; antes pareciéndoles poco el ir solos al cielo procuran con ansias y celestiales afectos y dili- gencias exquisitas llevar muchos al cielo consigo, Lo cual nace del grande amor que tienen a su Dios, y es propio fruto y efecto este de la perfec ta oracién y contemplacion”” 7. La oracién, camino de libertad La fidelidad a la oraci6n es un camino de libertad Nos educa progresivamente para buscar en Dios (y a encontrar pues el que busca encuentra, como afirma el Evangelio de Mt 7, 8), esos bienes esenciales que de- seamos: el amor infinito y eterno, la paz, la seguridad, la felicidad. Juan de la Cruz, Magisterio oral. Dictiimenes de espiritu recogi- dos por Eliseo de los Martires, Dictamen 10. 33 Sino aprendemos a recibir de la mano de Dios esos bienes que nos son tan necesarios, corremos cl grave riesgo de ir a buscarlos a otra parte y de esperar de las realidades de este mundo (riquezas materiales, traba- jo, relaciones...) Jo que esas realidades no pueden con- cedernos. Nuestras relaciones con el projimo, con frecuenci® nos decepeionan porque, aun cuando no siempre Ne Hemos cuenta, esperamos del projimo, lo que no puede “Iarnos, De ciertas relaciones privilegiadas se espera une care cidad, un reconocimiento pleno, una seguridad perfecta. Ninguna realidad creada, ninguna persona Prmana, ninguna actividad puede satisfacernos plena- mente en lo que esperamos, Como esperamos demasiae doy no recibimos, nos amargamos, NOS decepcionamos \ terminamos por resentimnos con quienes no Nes han Jespondido segiin 1o que esperabamos La falta no es de ellos; lo que nosotros pretendiamos cra desmedido; pretendemos obtener de una persons Jos bienes que solo, Dios nos puede asegurar. ‘A decir esto, no pretendo descalificar las relaciones interpersonales ‘ni las diversas actividades humanas: Creo mucho en el amor, en la amistad, en la vida frater- na, en todo lo que podemos mutuamente entregarnos unos a otros en nuestras relaciones. El encuentro con una persona y los lazos que nos unen a ella, a veces, pueden ser un ‘magnifico regalo de Dios. A Dios le agra- d ar su amor a través de la amistad 0 la soli- citud de alguien que él pone en muestro camino, Pero a preciso que Dios sea el centro y que no exijamos de una pobre criatura humana, limitad: a, Himitada e imperfecta, que 1 dé lo que solo Dios pucde dar. Peete eNOS 34 Tampoco digo que los bienes ya presentados (paz, felicidad, seguridad, etc.) nos sean concedidos inmedia tamente después de ponernos en oraci6n. Pero es cierto que la fidelidad a la oracién expresa de una manera concreta que, si esperamos dichos bienes orientandonos hacia Dios, en un movimiento de esperanza y de fe, nos seran concedidos poco a poco. Este es un elemento de fandamental equilibrio en el Ambito de las relaciones hhumanas, para evitar exigir a Jos demas lo que no pue- den darnos, con todas las consecuencias a veces dra- maticas que de alli derivan. Cuanto mas sea Dios el centro de nuestra vida, y mas esperemos todo de él solo de él, nuestras relacio- nes humanas tendran mas posibilidades de ser justas y felices. Esperar de cualquier realidad lo que solamente Dios puede darnos tiene un nombre en la tradicion biblica: idolatria. Sin darse cucnta se puede caer en la idolatria de muchas cosas: personas, un trabajo, conseguir un diploma, desplegar ciertas capacidades, alguna mane- ra de triunfar, el amor, el placer, etcétera. son buenas en si mismas, pero si no les pedimos més de lo que es legitimo, La idolatrfa siempre nos hace perder una parte de nuestra libertad, Los idolos decepcionan: se termina, frecuentemente, odiando lo que se ha ado- rado. Dios, solo él, jams decepciona. Nos Hlevara por caminos inesperados y a veces dolorosos, pero colmara nuestras esperanzas. Sola en Dios descansa mi alma (Sal 62,2). La experiencia lo demuestra. La fidelidad a la ora- cidn, aun cuando pase por etapas dificiles, por momen- tos de aridez y de prueba, nos lleva progresivamente a 35

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