Professional Documents
Culture Documents
James Harrington, un autor inglés interesado en la idea del estado libre en su obra
Commonwealth of Oceana, de 1656, señaló la existencia de dos períodos en la
historia del pensamiento y la práctica de los gobiernos; el primero, iniciado por
Dios mismo con la creación del Commonwealth de Israel, dio lugar a la era “en la
que el concepto de autoridad política fue analizada en términos de libertad cívica e
igualdad”.
1
La traducción, en adelante, es nuestra. Q.Skinner, “Visions of politics”, vol ll, “Renaissance
Virtues”, págs.161-162.
literaria sobre el arte del gobierno. Skinner se propone en el Cap. 5 de “Visions of
Politics”, concentrarse en la teoría política del Renacimiento y en particular en el
análisis de la libertad en los “Discorsi” de Maquiavelo.
Uno de sus objetivos en ese trabajo fue restaurar, revisar y desarrollar la defensa
tradicional de formas comunales de la libertad. En los Cap. 6 y 7 se dedica a
examinar con mayor detalle la teoría de la libertad de Maquiavelo, contrastándola
con el concepto sostenido por los autores contemporáneos del pensamiento
liberal.
“Si nosotros nos preguntamos cómo podemos esperar mantener nuestra libertad
como miembros de asociaciones civiles, los exponentes contemporáneos de las
políticas góticas tienden a responder en eco y endorsando la clásica afirmación de
que esta tarea no es meramente de importancia global sino de excepcional
dificultad”… “Los exponentes contemporáneos de la aproximación gótica se
contentan generalmente con repetir la respuesta dada por Hobbes en el
Leviatán”.2
2
Ob.Cit. pág. 161-162.
Quieren, en particular, ser capaces de disfrutar el beneficio común de una forma
libre de vivir. Skinner cita el cap. I, XVI, y el II, de El Príncipe, para sostener cómo
se vive como hombres libres y no como esclavos, según Maquiavelo. Aquellos
quieren vivir sin temor, conduciendo a su familia sin ansiedad por su honor o
bienestar, estando en una posición libre de poseer su propiedad sin desconfianza.
Estos son los beneficios que nos permiten reconocer y gozar el hecho de que
hemos nacido en la libertad y no como esclavos. Sólo se puede ser libre,
siguiendo este razonamiento, en una comunidad basada en instituciones libres, en
las que todos, como ciudadanos, participen. Nadie, en esas circunstancias, estará
sometido a la voluntad de ningún particular o grupo.
3
Skinner, Ob. Cit. Pág. 163.
4
El Principe, cap. I.
cuando cada persona es capaz de disfrutar igual derecho al más extenso sistema
de libertades básicas compatible con un igual sistema de libertades para todos.
Para la teoría neorromana, en cambio, el problema final es encontrar algunas
formas de trasmutar nuestra tendencia de fin autodestructivo hacia la corrupción
en un virtuoso compromiso con el bien común.
Siguiendo con la comparación con los teóricos góticos, Skinner afirma que para
éstos, como Rawls, la ley debe intervenir para forzar al intolerante a respetar la
libertad de los demás, mientras que para Maquiavelo el problema es cómo
interpretar a la religión desde el punto de vista de la virtú, cómo prevenir que
corrompa la vida pública retaceando nuestra libertad. Una forma es que la ley
reconozca la santidad de los juramentos, que son promesas en las que el nombre
de Dios es la garantía de su cumplimiento.
5
Ibidem, pp. 52-56.
Pero atención: puede haber pérdida de libertad sin que se dé interferencia real de
ningún tipo; puede haber dominación, incluso esclavización, sin interferencia,
como el caso del amo que no interfiriese en la vida del esclavo.6
La segunda razón radica en que las leyes, y en particular las leyes de una
república, crean la libertad de la que disfrutan los ciudadanos.7 En este preciso
sentido la libertad es ciudadanía o civitas (el rasgo capital de la civitas es el
imperio de la ley).
Pero, según Pettit, la idea republicana de que las leyes crean la libertad del pueblo
sólo tiene sentido si la libertad consiste en no-dominación. Las buenas leyes
pueden aliviar al pueblo de la dominación (pueden protegerlo del dominium, de
quienes podrían llegar a ganar poder arbitrario sobre él) y pueden hacerlo sin
introducir una nueva fuerza de dominación (sin la dominación que podría ir de la
mano del imperium estatal).
6
Los hitos reflexivos de esta tradición republicana de la libertad como no-dominación serían, entre
otros, Cicerón, Maquiavelo, Harrington, los autores de las Epístolas a Catón y los hombres de la
commonwealth de comienzos del siglo XVIII. Cf. Ibidem, pp. 48 y ss.
7
Cf. Ibidem, pp. 56-63).
8
Según PETTIT (Ibidem, pp. 95-96) la libertad como no-dominación contrasta con el ideal
alternativo de la libertad como no interferencia en un punto básico: la libertad como no-dominación
representa la libertad de la ciudad mientras que la libertad como no-interferencia tiende a
representar la libertad del anacoreta montaraz. La libertad cívica no es la libertad natural del
pensamiento dieciochesco.
modo arbitrario (según grados de intensidad) en determinadas elecciones que el
otro pueda realizar (áreas de extensión).9 En esta situación, el miedo, la
deferencia, la discreción táctica y la necesidad de congraciarse estratégicamente
con el poseedor del poder dominador (ejerza o no efectivamente tal capacidad), se
convierten en las marcas de la dominación.10
9
Cf. Ibidem, p. 78.
10
En suma, la dominación o la subyugación como tipo de poder (o el poder de dominación o
subyugación) existe cuando hay: (1) un agente, personal o corporativo, (no un sistema), (2) capaz
(realmente capaz) de ejercer (no que simplemente ejerce), (3) influencia intencional (no «no-
intencional»), (4) de tipo negativo, dañino, (no positivo), (5) para contribuir a modelar lo que
hace(n) otra(s) persona(s) (no para contribuir a la construcción de determinadas formas de
agencia). Cf. Ibidem, pp. 110-111.
11
Cf. Ibidem, p. 99.
12
Ibidem, p. 243.
La simultaneidad de la no-dominación y las instituciones.
El agente encargado de promover esta libertad como no-dominación, a la par que
encomendado de controlar su propio imperium, es el estado. Según Pettit, la
libertad como no-dominación concierne a las instituciones políticas (su promoción
no concierne a los ciudadanos) y es un objetivo institucional que éstas deben
promover: la libertad es un bien que los individuos no pueden perseguir
sirviéndose de medios privados descentralizados.13
13
En nuestra opinión, en la medida en que Pettit (pp. 134-140) defiende explícitamente una versión
consecuencialista (teleológica y no deontológica) del republicanismo, esta versión es una lectura
pragmática del republicanismo.
14
PETTIT (Ibidem, pp. 310-312) cuando, en un alarde de claridad y lucidad empírica, explica el
tedio y el aburrimiento de reflexionar sobre la realidad política de las comisiones (cuerpos de
individuos seleccionados por un tiempo determinado para una tarea determinada), tratando de
articular, pragmáticamente, una institución no-dominadora. Tal sería la tarea «poco fascinante» del
auténtico republicanismo pragmático.
15
Para PETTIT (pp. 94-95) el derecho no representa por sí mismo una forma de dominación.
mejores instituciones para la promoción de la libertad como no-domina-ción.16
Habría una respuesta empírica abierta, sería un asunto sometido al contraste y
cotejo empírico experimental.17 La no-dominación como tal no precede
causalmente a las instituciones que contribuyen a su constitución, sino que viene
simultáneamente18 con la aparición de las instituciones adecuadas.
Según Pettit, sólo existen dos formas de organización estatal que, dadas
simultáneamente, impiden que la interferencia estatal entrañe arbitrariedad: la
16
Ibidem, pp. 136-137.
17
Ibidem, pp. 138-139.
18
Para la dimensión temporal del institucionalismo no-dominador cf. Ibidem, pp. 146-148.
forma constitucional y la forma democrática.19 Por una parte, hay tres condiciones
o tres restricciones constitucionales que un sistema no-manipulable tendrá que
satisfacer: un imperio de la ley (no de los hombres), una dispersión de los poderes
legales, y la resistencia de la ley a la voluntad de la mayoría. El constitucionalismo
se realiza cuando hay modos legalmente establecidos de restringir la voluntad de
los poderosos, aunque esas restricciones no figuren en la constitución formal.20
19
Para la forma constitucional cf. Ibidem, pp. 227-239 y para la forma democrática Ibidem, pp. 239-
267.
20
Cf. Ibidem, p. 228.
21
Cf. Ibidem, pp. 236-239.
22
Este «más», coherente con el republicanismo pragmático, no sólo variará de una jurisdicción a
otra y de un ámbito jurídico a otro, sino que las medidas contramayoritarias que se adopten
dependerán de circunstancias locales, siendo una cuestión debatible en un foro empíricamente
informado. Cf. Ibidem, p. 238, donce cita como medidas contramayoritarias la división bicameral,
las restricciones constitucionales a las leyes, la carta de derechos y la jurisprudencia basada en la
promoción de la no-dominación.
requiere para hacer nuestras tales decisiones no es nuestro consentimiento
(explícito o tácito), sino su disputabilidad.23
Como una gran marea que despierta adhesiones y crea conversos, la fueron
abrazando historiadores, juristas, filósofos y politólogos, pero también políticos a la
búsqueda de nuevas ilusiones con que motivar a sus votantes. Algunos se
23
Cf. Ibidem, pp. 241 y ss.
24
Cf. Ibidem, p. 263.
25
Esta cuestión de la democracia entendida disputatoriamente, y no mayoritariamente, tiene tal
importancia en el republicanismo pragmático de Pettit, que éste llega a afirmar que la soberanía
popular no reside en la autorización electoral (consentimiento) sino en la posibilidad de ejercer la
resistencia (disputabilidad). Cf. Ibidem, p. 243.
preguntaron si el republicanismo era el nuevo “fantasma que recorre el mundo” o
simple nostalgia de caducos sesenta y ochentas; si era una modesta “crítica
moral” que perseguía inyectar nueva savia a nuestras somnolientas democracias
liberales, o si, por el contrario, trataba de resucitar la antigua democracia de la
polis tal y como fue soñada por un Rousseau encandilado con los relatos de
Plutarco.
De manera que lo que aquí y ahora se dirime es ni más ni menos que una opción
política a la democracia liberal. Así lo plantean explícitamente sus promotores. El
envite es fuerte y no cabe ignorarlo. Averiguar que encierra la nueva propuesta es,
pues, crucial para decidir si debemos sumarnos a ella.
De ahí que el objetivo de estas páginas sea tratar de desvelar lo que se esconde
tras su atractiva retórica, sus principios y su ideal de sociedad, así como las
instituciones políticas y el modelo que les sirve de punto de referencia, esa
tradición clásica en la que se inspiran.
Pues algunos de sus principales portavoces como Philip Pettit, Quentin Skinner,
John Pocock o Maurizio Viroli, apelan hoy al legado del republicanismo clásico
como banderín de enganche, como referente, como punto de apoyo y de ideal.
Pues a la vez que se apropian de los grandes padres del liberalismo, excluyen sin
explicaciones a eminentes republicanos como Spinoza.27 Así que la selección de
autores del panteón republicano parece de lo más arbitraria e induce a pensar que
cada neo–republicano engloba a quienes mejor cuadran con su particular enfoque.
27
Curiosamente Viroli menciona a nos republicanos de segunda fila que casi nadie conoce, los
hermanos de la Court, propagandistas a sueldo del Gran Pensionario de Holanda Jan de Witt, pero
no cita al más importante autor del siglo xvii holandés, Spinoza, tal vez porque su republicanismo
es demasiado liberal.
28
Maurizio Viroli, Repubblicanismo, Editori Laterza, Roma-Bari, 1999, págs. 45-46-53. Ver también:
From Politics to reason of state, Cambridge Univ. Press, 1992, págs.205-206.
el paradigma tradicional, sino con el de los republicanos romanos, lo que le ha
permitido convertir al republicanismo en un discurso de la libertad, anterior y ajeno
al liberal, que hoy valdría la pena rehabilitar.
Lejos de ser la acepción habitual, sería en todo caso la excepción, pues las
grandes figuras del republicanismo clásico, desde Aristóteles a Cicerón, y desde
Maquiavelo a Rousseau, concebían la libertad esencialmente de manera positiva,
como autogobierno.
29 Michael Zuckert, Natural Rights and the New Republicanism, Princeton University Press,
Princeton, New Jersey, 1998, pág. 175.
30
El concepto de Skinner viene a ser semejante al de Pettit, salvo que engloba también la no
interferencia.
31
Quentin Skinner, Liberty before Liberalism, Cambridge University Press, Cambridge, 2004. pág.
5, nota 6.
(Libertas as a Political idea at Rome during the late Republic and early Principate)
insiste en que la libertas romana tenía un carácter eminentemente cívico y
positivo, es decir asociado con el disfrute de los privilegios de la ciudadanía,
aunque tanto el componente positivo –la posesión de derechos– como el negativo
–la ausencia de sometimiento– estaban entrelazados.
32
Como oportunamente afirma Ángel Rivero en “Republicanismo y neo-republicanismo”, Isegoría
nº 33, diciembre 2005, pág. 9.
33
Con la excepción, como he explicado, de Cicerón cuyo estoicismo suaviza y humaniza su
vertiente aristotélica.
guerra, negadores o desconocedores de los derechos individuales y con
frecuencia excluyentes.
Difícilmente ese pensamiento y esos regímenes políticos pueden servir hoy como
modelo a nuestras democracias liberales. Así lo han entendido algunos neo–
republicanos como el constitucionalista americano Cass Sunstein34, que ha
renunciado expresamente al legado de la tradición clásica. Al tirar por la borda
buena parte de los principios del republicanismo clásico que considera caducos,
inservibles e impresentables, y admitir lo políticamente incorrecto que suenan en
nuestros oídos modernos, Sunstein ha hecho un simple ejercicio de realismo.
34
Cass R. Sunstein, “Más allá del resurgimiento republicano” en Nuevas ideas republicanas, op.,
cit., págs. 137 y ss.