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Como articulo de formación prm’legiamos este análisis bíblico que nos ofrece, una
vez más. Manuel Díaz Mateos. La recuperación de la dignidad en (memo pais y L1

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la pasión de Dios por el hombre. En resumen el lema de h. dignidad del hombre
descubre como upanm’o’n de la misma dignidad de Dios.

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Dignidad humana ¿signo de los tiempos?


El ser humano es algo misterioso y pa-
radójico, capaz de lo mejor y de lo peor; de
construir campos de concentración o es-
trellar aviones contra las torres y de mo-
rir matando en nombre de Dios; capaz
también de rezar en los campos de concen-
tración y ofrecer su vida por otros como
Maximiliano Kolbe. ¿Podemos hablar de
dignidad humana a pesar de 1a paradoja?

Iniciar un nuevo milenio bajo el signo


de la barbarie no invita precisamente a
pensar en la dignidad humana como un
“signo de los tiempos”. El siglo XX, con sus
dos guerras mundiales vividas bajo el sig-
no del exterminio, y el que iniciamos con
más de 30 conflictos armados en el mun-
do invitan mas al escepticismo que a la es-
peranza. El 11 de setiembre del 2001
quedará marcado para siempre como signo de la capacidad
de violencia y de desprecio por la vida y la dignidad de las
personas en el mundo que estamos creando. La historia hu—
mana, marcada por los múltiples atropellos al ser huma-
no, a su vida y a su dignidad, nos recuerda la antigua
acusación del profeta Isaias a los hombres de su tiempo:
“no hay consideración por el ser humano” (ls 33,8).

Sin embargo, por desalentador que pueda parecer el


horizonte, debemos recordar que “signos de los tiempos” es
una expresión evangélica y creyente y es desde ahí desde
donde debemos mirar la realidad. Hablar de “signos” no nos
remite a lo evidente que nos entra por los ojos, sino a lo
imperceptible pero real y seguro como el crecimiento de la
semilla y el fermento de la masa. Es en estos tiempos de
bombas atómicas, de guerras, de refugiados y de hambrien-
tos donde se ha podido hacer una audaz y reverente profe-
sión de fe en el ser humano: “hay más cosas dignas de
admiración que de desprecio en el hombre”, nos dice
Camus. Es también el tiempo en que se ha podido firmar
la Declaración Universal de los Derechos Humanos como
expresion de una larga aventura por la conquista de la dig-
nidad humana. En la lenta y tortuosa historia del progreso
humano ha ido madurando la conciencia de una respon-
sabilidad que nos compromete a todos en la defensa de la
intangible dignidad humana.

Por remitimos solamente a la historia reciente, nadie se


hace hoy la pregunta que el dominico Fray Antonio de
Montesinos formulara poco tiempo después del descubri-
miento de América: “estos indios ¿acaso no son hombres?”.
A la pregunta se dio una respuesta oficial en la bula
“Sublimis Deus” de Pablo III (1537): “los indios son hombres
8 y tienen su dignidad y derechos en cuanto hombres”. La
pregunta del dominico fue entonces una voz discordante en
la sociedad cristiana que mantuvo relegados a los indios y
en esclavitud a los negros durante tres siglos más. Desde
entonces los pasos han sido lentos pero significativos. De-
bemos admitir que algo hemos progresado porque a casi
todos nos parece hoy normal la condena del colonialismo y
de la esclavitud y damos por evidente el reconocimiento de
la libertad religiosa, de la igualdad de la mujer y de los
Derechos humanos de todas las personas. Aunque, a decir
verdad, éstos últimos son más conocidos por las frecuen-
tes violaciones que por el respeto que se merecen. Pero au‘n
así, el reconocerlos como problema y como tarea ya es un
"paso adelante. '

Es verdad también que la Declaración Universal de los


Derechos Humanos de 1948, firmada por 48 países a fa—
vor y 8 abstenciones, nace más del miedo al fantasma de
la guerra y a la vulnerabilidad humana que de la convic-
ción y entusiasmo por la defensa de la dignidad. Por eso la
Declaración nació entre la desconfianza y el escepticismo.
La Santa Sede negó su firma porque no se mencionaba en
ella el fundamento divino de los derechos.

Debemos reconocer, sin embargo, el mérito de la Decla-


ración de fundar los derechos en “la dignidad inherente a
todos los miembros de la familia humana”. Desde enton-
ces, muchos paises incorporarán en sus Constituciones el
tema de la dignidad como preocupación y razón primera de
los gobiernos a lo que la encíclica “Pacem in terris” de Juan
XXIII añadirá que los derechos, “por brotar inmediatamen-
te de la dignidad humana, son universales, inviolables e
inmutables (145). La Declaración, finalmente, ha encontrado
un decidido defensor en el Papa Juan Pablo ll porque en
los derechos y en la dignidad que los funda encontramos
una esperanza para la humanización de nuestro mundo y
de nuestra historia de inhumanidad. La Declaración de
1948 y todas las otras que han seguido sobre la discrimi-
nación racial (1965), sobre los derechos económicos, socia-
les y culturales (1966), sobre la discriminación de la mujer
(¡979) y sobre los derechos del niño (1989) son hitos en el
camino de la lucha por la dignidad que movilizan y com-
prometen. Detrás de todas estas declaraciones oficiales cstú
__g__.__el
esiritu de tantos luchadores y servidores dc lu dignidad
humana que han tomado en serlo el sufrimiento (lr aun
semejantes por la conciencia de per-
Ante esta legión de
tenecer a una familia común, la fa—
testigos que, con su
rnilia humana. Son miles de personas
rompromiso proclaman su
que trabajan en ONGs o en diversas
fe en Ia dignidad
maneras de voluntariados pero que
humana, podemos decir
son capaces de indignarse ante el
que la dignidad humana
sufrimiento de sus hermanos y de
se ha convertido en un
hacer suya la causa de los excluidos
'signo de los tiempos” que
abre nuestra humanidady marginados en nuestra sociedad
porque comparten la misma dignidad
a la esperanza.
con todos nosotros. Ante esta legión
de testigos que, con su compromiso
proclaman su fe en la dignidad humana, podemos decir que
la dignidad humana se ha convertido en un “signo de los
tiempos” que abre nuestra humanidad a la esperanza.

De las dignidades a la dignidad


Debemos reconocer, a pesar de todo, que hablar hoy de
dignidad de la persona es una conquista moral de nuestros
tiempos, aunque no todos nos pongamos de acuerdo a Ia hora
de definir en qué consiste esa dignidad. Se trata, como vere-
mos, de un verdadero progreso sobre la visión normal de la
sociedad basada en el tener más que en el ser. Nos referimos
a la visión piramidal de la sociedad, basada en la acumula-
ción de cosas, títulos, cargos, cualidades, más que en el ser
persona. Según esta visión, el rey estaba en la cu'Spide de la
piram'ide, ¡a gente pobre y plebeya en la ancha base. Los de
arriba tenian cargos y dignidad(es) y por eso eran dignos. Los
que más tenian eran más dignos según el adagio “el que tie-
ne, es". Esta visión parece reflejada en una frase de santo
Tomás que a más de uno puede extrañar: “se acostumbra en
la Iglesia llamar personas a quienes tienen alguna dignidad”
(ST I, 29, 3 ad 3). ¿A los demás no se les llama personas y no
participan de la misma dignidad? Es evidente que en esta
concepción la dignidad viene por el cargo, no por la naturale-
za; es de algunos, no de todos. Aún no estar'i los tiempos
maduros como para pasar de las dignidades a la dignidad.
Esta visión piramidal de la sociedad es la más antigua y
la más arraigada en la historia de la humanidad. La socie»
dad es jerárquica y en lo más alto de la piramide esta" el
soberano (civil o religioso), mientras la base la ocupa el
pueblo y entre ambos un grupo de personas distinguidas y
dignas llamados “caballeros”. Esta gradualidad en dignidad
es lo que reflejan expresiones como “promover a tan alta
dignidad" o el titulo de “Alteza” para referirse a los princi-
pes o “Eminencia” al que sobresale sobre el resto. Se pue-
de subir o bajar en la escala de “dignidades” porque todavia
no se ha descubierto la dignidad. En estos casos la digni-
dad depende del tener. Por ejemplo, la palabra “caballero”
viene del simple hecho de tener un caballo, que le daba
ventaja al poseedor sobre la plebe, gente de a pie. “Todo un
caballero” significará después un modo de comportarse que
es “más digno” que los otros. Las dignidades estan de pie o
sentadas, el resto de los seres se inclinan delante de ellas
o se prosternan, reconociendo con este gesto que los otros
tienen “mas dignidad” que ellos. En todos estos casos esta-
mos siempre ante la cantidad de algo, no ante una cuali-
dad intrinseca al ser humano y, por eso mismo, la dignidad
depende de las cosas y no es de todos sino de los que “tie-
nen” el poder, el dinero, la sabiduria, la virtud.

Nuestra forma de hablar nos traiciona y refleja una vi-


sión de la dignidad asociada a lo que se posee, el cargo, la
raza, la “sangre azul”, como si la dignidad dependiera de
algún colorante particular, el blanco sobre el negro por ejem-
plo. Se entiende fácilmente que de esta concepción se siga
la lucha por el poder, por subir o por defender privilegios
de los que “depende” la dignidad. Nadie quiere quedarse
atrás ni estar debajo. ¿De donde arranca esta visión de la
dignidad que ha perdurado en el subconsciente colectivo de
la humanidad hasta tiempos recientes?

El origen de tal visión es oscuro por no decir que es de


siempre. Pero podemos remontarnos hasta los griegos (lv
los que hemos heredado palabras sonoras como “nrislm‘i‘u
cia” y “oligarquía” que significan ol ¡mtlvr (le lun nwim'm n
el poder de unos pocos, los selectos y los dignos. Se trata
siempre de una visión desigual de la sociedad donde los
mejores en virtud, en saber o en poder tiene el derecho a
gobernar por ser “mas dignos”, pero deja siempre fuera a
la inmensa mayoria. La misma palabra “democracia” que
literalmente significa “el poder del pueblo” y de la que tan-
to los griegos como nosotros mismos nos
vanagloriamos, es tremendamente ress
Hoy hemos pasado de
trictiva. Para Platón, por ejemplo, del que
las dignidades que
tanto hemos heredado, ese poder del
sancionaban las
pueblo deja fuera, en primer lugar, a la
diferencias a la
plebe que es para Platón “la gran bestia”
dignidad que iguala.
y opta por la comunidad de virtuosos y
selectos para gobernar. No todos los que
componen ese pueblo tienen acceso al poder ni forman la
cacareada “democracia”. Esa sociedad de desiguales que
exalta la dignidad y la libertad de algunos no tiene reparos
en vivir a costa de la inmensa multitud de esclavos a los
que ni siquiera da la categoria de persona. La dignidad asi
entendida divide, privilegia, margina.

Por contraste, en los tiempos modernos la vision es dife-


rente. Hoy podemos decir que hemos progresado en esta
lucha por la dignidad pues hemos pasado de las dignidades
que sancionaban las diferencias a la dignidad que iguala. La
noción moderna de dignidad no está asociada a la cantidad
sino a la calidad. Se trata de una cualidad del ser humano
por el mero hecho de ser hombre, que es de todos y nace
con cada uno de nosotros. Con cierto orgullo podemos pre-
sentar hoy algunos signos de esa conquista que nos digniñca
a todos como es el reconocimiento de la igualdad de la mu-
jer y de todo ser humano, la condena de la discriminación
racial, la libertad de conciencia y la Declaración Universal
de los Derechos Humanos firmada por casi todos los paí-
ses, aunque no respetada por la mayoria de ellos.

Modcrnamente cuando hablamos de dignidad nos esta-


mos refiriendo a lo más profundo y autentico de todo ser
humano que le da derecho a no ser tratado ni como objeto
ni como medio. La dignidad nos viene a todos por el hecho
de ser persona, no por las cosas, y es un don que nadie se
hace a si mismo, se recibe como gracia, nos Viene con la
Vida en la que todos entramos en condiciones de igualdad.
Como dice el libro de la Sabiduría, en el que se supone que
esta hablando Salomón, uno de los grandes y dignos de este
mundo, todos estrenamos la vida llorando (Sab 7.3), pero con
la misma dignidad. Con ella designamos el núcleo de la per-
sona que le hace merecedora de unos derechos de los que
no esta dispuesta a abdicar y que los demás deben recono-
cer y resrietar.

Sin embargo la dignidad es invisible en si misma. es don


que se hace tarea, es semilla llamada al pleno desarrollo,
por eso debe visualizarse en la forma de vivir pues hay si-
tuaciones indignantes porque ofenden la dignidad de la
persona. De ahi la importancia de los
valores y de los derechos sin los cua-
les no aparece la dignidad. Eso im- El ser humano tiene
plica el reconocimiento y el respeto derecho a ser lo que es y
por parte de los otros y la superación está llamado a ser por
de situaciones que son claramente vocación; ricm dignidad y
ofensivas al ser humano, como la debe mostrarlo viviendo a
esclavitud, el hambre o la injusticia. la altura (le su dignidad.
El ser humano tiene derecho a ser lo Por eso no cualquier estilo
que es y esta llamado a ser por vo- de vida cs expresión de la
cación; tiene dignidad y debe mos- dignidad que llevamos
trarlo viviendo a la altura de su dentro.
dignidad. Por eso no cualquier estilo
de vida es expresión de la dignidad que llevamos dentro.
Por ejemplo, en la decada pasada vivida en el Perú, todos
sentimos que se habia “perdido” la dignidad porque muy
pocas personas renunciaron a sus cargos a pesar de tra-
bajar en un sistema corrupto. Todos nos hemos sentido
ofendidos en nuestra dignidad y urge a todos el recuperar
la construyendo un Perú digno, es decir, donde sv ¡"vs-¡wir
la dignidad de todos. Por eso podemos (li-mr (¡m- lu i-nnqumtu
de la, dignidad es un logro y mm Iurm dc- tmlnn v «Mir mii
vertirse cn un sólido pilar pum ('HHNHHH mi mumlu nu‘m
humano y, por eso mismo, más digno, es decir, más ade‘
cuado a la vocación de dignidad de la que todo ser huma-
no es portador. El ser humano es un valor en sí mismo, y
ese valor no depende del sexo, de la raza o del color de la
piel. Como dice acertadamente A. Machado “por mucho que
valga un hombre, nunca tendrá un valor más alto que el
de ser hombre” (Juan de Mairena XLVIII).

“Lo coronaste de gloria y dignidad" (salmo 8,5)


La dignidad humana es el fundamento de los Derechos
Humanos, afirma explícitamente la Declaración Universal,
pero ¿podemos encontrar nosotros algún fundamento para
la dignidad misma? La pregunta se la hicieron los que re-
dactaron la Declaración pero expresamente no quisieron
responderla aunque se propusieron varios fundamentos como
la razón, la naturaleza humana, los valores, Dios. Los redac-
tores se pusieron de acuerdo en los derechos básicos por-
que no quisieron fundamentarlos en otra cosa que en el
presupuesto de la dignidad humana. Entendemos esta pos-
tura porque si se trata de fundar los derechos en la religión,
hay algunas (el hinduismo, por ejemplo) que no pueden acep-
tar esos derechos porque para ellos la mujer no puede ser
autónoma ni las castas eliminadas. Aunque nos suene a
paradoja, por el fundamento religioso más de cien millones
de intocables quedarían excluidos de la dignidad que iguala
y, en otra religión, la mujer queda sometida al capricho de
los talibanes. Se entiende la lógica de E. Bloch cuando afir-
ma que la dignidad es fundamento de sí misma.

Los creyentes, sin embargo, no renunciamos a buscar un


fundamento. Nosotros afirmamos que la dignidad humana
es el sello divino en el hombre porque, como dice san Pa-
blo citando al poeta pagano Arato, “somos de su linaje” {Hech
17,28) o, en frase del humanista Séneca, “un dios habita en
el interior del hombre”. Por esta presencia de lo divino en
el ser humano se atreve a proclamar su famosa sentencia
“homo res sacra homini” (Ep 37,2 y 95,3). El ser humano es
sagrado para el hombre. Y si esto lo dijo un pagano con
mayor razón lo puede afirmar un cristiano. Eso es lo que
queremos fundamentar en este apartado.

Desde la fe cristiana son muchas las entradas para fun-


dar la dignidad humana pero no porque se añada algo nuevo
al ser humano sino porque, por la fe, somos invitados a
tomarlo mas en serio, como Dios lo hace. La dignidad no
viene por ser creyentes ni somos nosotros los que la des-
cubrimos. Ella viene simplemente por compartir la natura-
leza humana y pertenecer a la misma familia. La fe en el
Dios hecho hombre consagra la persona humana en la que
el creyente descubre el rostro de su Dios. Por eso no puede
ni debe pasar de largo ante ella.

Un ejemplo esclarecedor de esta visión cristiana de la


dignidad de todo ser humano lo encontramos en la carta a
Filemón. En esta carta pide san Pablo a Filemón que acoja
a su criado One’simo que huyó de casa, pero “no ya como
esclavo, más que como esclavo,
como hermano querido... en la car-
Desde Ia fe cristiana son
ne y en. el Señor”. En la visión re-
muchas las entradas para
volucionaria de Pablo y en abierto
fundar la dignidad humana
contraste con el mundo que le ro-
pero no porque se añada
dea, el esclavo ha recuperado su dig- algo nuevo al ser humano
nidad su categoria de persona y de
sino porque, por ia fe, somos
hermano por dos razones: en la
invitados a tomarlo más en
carne y en el Señor. “En la carne”
serio, como Dios lo hace.
era expresión común entre los estoi—
cos (Séneca lo era) para referirse a
la igualdad radical de todos los seres humanos mas allá de
las diferenciaciones entre amo y esclavo. La naturaleza (la
carne) nos hace iguales en la condición; la sociedad nos dis-
crimina y excluye poniendo a unos por encima de los otros. 15
La carne nos une solidariamente en familia de iguales. El
resto va contra la naturaleza y contra la dignidad de todos.

A esa razón humana se junta otra que proviene de la fe,


“en el Señor”. Esta nueva razón no anula la grandeza de la
primera de ser hermano “en la carne", la hace más sagra—
da y la refuerza. Se trata de vivir las exigencias de la nue-
va situación “en el Señor” que nos ha unido en una sola
familia en la que todos invocamos al mismo Padre y ha
querido asumir “nuestra carne” por la encarnación. Siendo
El de “la misma carne y sangre” (Heb 2,14) que nosotros, de
ahora en adelante en la carne humana (en la persona hu-
mana) se venera y se reconoce la misma carne del Señor,
como nos sugiere la parábola del juicio final cuando Jesús
se identifica con los más pequeños de sus hermanos que
sufren hambre, desnudez, enfer-
Jesús se identifica con los más medad, marginación (Mt 25,4045),
pequeños de sus hermanos que es decir, sienten herida su digni-
sufren hambre, desnudez, dad, por la que pasa la dignidad
enfermedad, marginación, es misma de Dios.
decir, sienten herida su Para encontrar el fundamento
dignidad, por la que pasa la religioso de la dignidad humana
dignidad misma de Dios. podemos retomar también el titu-
lo que hemos dado a estas lineas,
tomado del salmo 8, salmo de la dignidad humana. El
salmista proclama la gloria de Dios al contemplar las estre-
llas en el firmamento y el ser humano en la tierra. Por eso
proclama “Señor, dueño nuestro, que admirable es tu nom-
bre en toda la tierra”. Lleno de admiración y de gozo y so—
brecogido por tanta grandeza, la de los cielos y la de la
dignidad humana, pone la pregunta central del salmo: ¿qué
es el hombre? Pero notemos que el salmo es mas respues-
ta que pregunta y ésta no nace de la curiosidad sino de la
admiración y de la gratitud. Es una pregunta gozosa y espe»
ranzada a la que ya se ha encontrado una respuesta. Algo
grande, maravilloso y digno debe ser el hombre pues Dios
mismo cuida y se preocupa por e'l y le guarda “como a las
niñas de sus ojos” (Sal 17(16),8) ¿Tan grande es el ser huma-
no como para ser el centro de la solicitud de Dios? ¿Cual’ es
la razón de esa obsesión divina?

El salmo nos ofrece tres razones que hablan de la alta


dignidad del ser humano. En prim'er lugar, dice el salmo, “lo
L0 más sagrado, lo persona humana. Ser imagen significa que
auténticamente
representa, hace presente a Dios, está en
sagrado es la persona su lugar, es también
el valor supremo des-
humana. Ser imagen pues
de Dios y tiene una responsabilidad
significa que
que es continuar la creación de Dios, pues
representa, hace
también él es cocreador. La dignidad y la
presente a Dios.
gloria de Dios se juegan en la dignidad
humana que es su obra de arte más pre-
ciosa por ser la “obra de sus dedos”. Dios toma tan en se-
rio al ser humano que le hace su imagen, reflejo de su
misma grandeza y dignidad. Todos los que creen en Dios y
quieren darle culto saben ya dónde encontrarlo y venerar-
lo. Su imagen le hace visible y la dignidad de su imagen,
creíble.

Podíarnos añadir todavía que la maio'ma consagración de


la dignidad humana es el misterio de la encarnación por
el que Dios mismo se hace hombre, de nuestra carne y
sangre, y adquiere visibilidad en el rostro humano. A la
pregunta del hombre en el salmo sobre que es el ser hu-
mano, Dios mismo ofrece una respuesta haciéndose uno de
nosotros y no se avergüenza de llamarnos hermanos, como
afirma la carta a los Hebreos (2,11). Realmente por la soli-
daridad de la carne somos familia de Dios y “nobleza obli-
ga”. Lo cual implica el vivir nosotros a la altura de nuestra
dignidad y hacer todo lo posible o lo imposible para que esa
dignidad sea de todos los miembros de la familia humana.
Tiene razón santo Tomas cuando afirma que el misterio de
la encarnación es para que tomemos conciencia de la dig-
nidad del ser humano (ST III, 1, 2}.

Pero debemos añadir algo más importante. El misterio de


la encarnación no es sólo dignificación del ser humano ge-
nerico, que ya es bastante. Lo especifico y maravilloso hasta
18
el escan'dalo es que el Dios, dignificador del ser humano, ha
elegido un camino extraño: el de la solidaridad e identifica-
ción con los últimos y excluidos. Es decrr', el Dios digno de
todo honor y de toda gloria, ha querido despojarse de su
rango (Fil 2,6) y aparecer entre nosotros sin dignidad y sin
gloria, “basura humana y desprecio de los hombres” (ls 53.3},
para proclamar mejor desde alli la dignidad de todos. Con-
tradiciendo las normas básicas de su época, Jesús frecuen-
ta compañías de dudosa reputación (”Jesús en malas
compañías” es el titulo del libro de A. Holl), admite a un
publicano entre sus seguidores predicando con su ejemplo
peligrosas ideas igualitarias. Su compañía preferida eran los
“impuros”, los excluidos y los ignorantes,
es decir
t , lo s desprecrados
‘ por sus contem - prodamo, ¡a sagrada
poraneos, generando con su comporta- . .
. , . . . . drgmdad del ser
miento el escandalo y la indignacmn de la
humano desde la
gente “digna” de la época. Se identificó con
periferia, admitiendo
todos los crucificados por el sistema social
a su mesa y su
o religioso para dignificarlos a todos. De
amistad a todos los
este m ro m' la s rada di nidad -
0do p da o ag , f _ g _ que la soaedad de
del
_ ser humano desde la perreria, admi-
. entonces negaba la
tiendo a su mesa y su amistad a todos los . .
, _ dzgmdad.
que la socredad de entonces negaba la dig-
nidad. Su ejemplo marcó el camino para
todos sus seguidores y para todos los que creen en la digni-
dad del ser humano.

Hacer creíble la fe

“Hacer creíble la fe” podria ser la conclusión val"ida para


todos. Para quien no cree en Dios pero cree en la dignidad
humana, se trata de hacer creíble su fe por el compromiso y
la defensa de la dignidad de todos; para los creyentes, hacer
creíble la fe en el Dios que ha sacralizado la dignidad hu-
mana haciéndose hombre como nosotros. Un mimo compro-
miso y una misma tarea nos une a todos. Porque, como ya
hemos dicho, la fe cristiana no anula el valor del ser huma-
no; lo refuerza y le da mayor seriedad porque lo hace objeto 19
del amor preferencial de Dios. Otra cosa es si los creyentes
en Dios lo creemos y lo vivimos. Del Dios majestuoso y su-
blime del AT se dice que tiene una debilidad particular, que
“se abaja para mirar y levantar de la basura al pobre para
sentarlo con los príncipes de su pueblo” (Sal 113,6-8). Es la
mirada de Dios que dignifica y eleva lo que es precioso an'te
sus ojos (Sal 72,14). Pero es un comportamiento extraño que
rompe la lógica de nuestros criterios sobre dignidad y valo-
res. El elige lo necio del mundo, lo débil, lo plebeyo, lo que
no vale ni entra en nuestra categoría de dignidad (lCor 1,27-
30) y en eso consiste su “locura” y su obsesión por el ser
humano. Por eso podemos decir que todos necesitamos que
el Dios de nuestra fe nos contagie a todos un poco de su
locura, para actuar como El y fijamos en lo que, según sus
criterios, es lo mas sagrado, lo más digno, lo más valioso.
De no ser asi, todo lo que llamamos sensatez, sabiduria,
prudencia o “dignidad” nuestras y en las que basamos nues-
tras múltiples diferencias y valoraciones caeran' bajo la con-
dena del Quijote, “¿no es locura, Sancho, tanta cordura?”

La fe en la dignidad humana nos debe hacer entrar en la


lógica de esa dignidad, es decrr', la exigencia de crear condi-
ciones donde la dignidad de todos aparezca en su esplendor.
Es verdad que, en un sentido, la dignidad ni se pierde ni se
devuelve porque se nace con ella, pero también es verdad que
se puede negar o empan'ar de múltiples maneras. Bastaría
pensar en la convicción con la que defendemos el sistema
neoliberal o la globaliz'ación como inevitable, sagrado e m'to-
cable. Nuestro progreso y bienestar han alcanzado un nivel
como nunca antes se había logrado en la historia, pero están
fundados en un sistema económico que deshumamz'a y de-
grada y humill'a a millones de semejantes nuestros. A veces
hasta los utiliz'a como mercancía humana. Pie‘nsese por ejem-
plo en el mundo de la droga o de la prostitución, o en los ni-
n‘os de la calle o en los “niños soldados” o en tantas formas
de lucrar a costa de la dignidad humana. La dignidad de to—
dos los excluidos parece ser el precio del progreso. Por eso,
ante tanta inhumanidad de los sistemas reinantes, los cre-
yentes podiamos rescatar la verdad que otros creyentes que
nos han precedido solían repetir: “el altar de la Iglesia son los
pobres, los huérfanos y las viudas” (Constituciones Aposto’licas ).
El texto nos invita a descubnr' lo sagrado en nuestras calles.
Segun' esta fe que compartimos, lo ma’s sagrado y el lugar pri-
vilegiado del encuentro con Dios, centro y corazón de la Igle-
sia, debe ser la atención a los hermanos más débÜCS y que
sienten su dignidad más amenazada. Sólo nuestra solicitud
por los insignificantes según el mundo, puede hacer creible
nuestra fe en Dios y en la dignidad humana. Sólo la decidida
defensa de la dignidad de todos sera‘ signo convm'cente de
nuestra fidelidad a] Evangelio, ya que el compromiso y el “es—
tupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama
Evangelio, es decir, Buena Nueva” (Redemptor Homm‘zs’ 10). Nues-
tra veneración y servicio a la dignidad de todo ser humano
nos hace testigos del Dios que dignifi'ca al ser humano.

En nuestro mundo se dan au‘n las luchas por las digni-


dades y por los títulos que nos diferencian y distancian. El
compromiso de todos por la dignidad humana puede y debe
ser un punto de apoyo magnifico para igualar, cambiar y
humanizar nuestro mundo. La fe cristiana m'yecta generosi-
dad a esta causa divina en que se juega la dignidad misma
de Dios por aquello de san Ireneo: “la gloria de Dios es que
el hombre viva” y viva plenamente su dignidad. Toca a los
creyentes hacer creíble la fe en el Dios que a todos nos co-
rona de “gloria y dignidad”.

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