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(Versión Preliminar)
*
Ponencia preparada para la conferencia “Colombia in Context”, organized by the Center for Latin
American Studies and the Colombia Working Group at the University of California, Berkeley, March 2,
2001.
CONFLICTO Y PAZ EN COLOMBIA: CUATRO TESIS CON IMPLICACIONES
PARA LA NEGOCIACION EN CURSO
*
Ponencia preparada para la conferencia “Colombia in Context”, organized by the Center for Latin
American Studies and the Colombia Working Group at the University of California, Berkeley, March 2,
2001.
§
Politóloga, Investigadora Visitante, Kellogg Institute, Universidad de Notre Dame.
1
La conformación de las diversas comisiones convocadas por el ejecutivo (otras veces conformadas
por iniciativa de algunos sectores dentro de la sociedad civil), hablan del carácter mismo del conflicto
colombiano: se trata de representar allí los diversos sectores político-ideológicos en pugna, no se trata de
una representación de carácter social (digamos obreros, campesinos, estudiantes, mujeres, etc.), ni de
diversos grupos étnicos, ni raciales, ni religiosos, ni lingüísticos, ni nacionales. Siempre se incluyen
algunos empresarios, ante todo directores gremiales (los ganaderos, los comerciantes, la SAC) y algunos
miembros de las confederaciones sindicales más importantes (la CUT, por ejemplo), como indicación del
trasfondo social que subyace al conflicto, ante todo un conflicto social rural, que gira en torno a la
distribución y uso de la tierra. Pero la mayoría de los miembros de estas comisiones realmente son
representantes de los partidos, de los diversos movimientos políticos, de las agrupaciones de izquierda, de
los académicos, de la Iglesia como institución, algunas veces generales en retiro, ex-guerrilleros, en fin:
representantes de los sectores político-ideológicos que están en la base de la violencia política en
Colombia. Las reflexiones que aquí se presentan acerca del proceso de paz se basan fundamentalmente en
Ana María Bejarano et al., “La fragmentación interna del estado y su impacto sobre la formulación de una
política estatal de paz y convivencia ciudadana”, Informe Final de Investigación, presentado a
COLCIENCIAS, Bogotá, diciembre de 2000.
y antagonismo se definen predominantemente de manera político-ideológica.2 Es decir
que se trata de un conflicto originado ante todo y principalmente en la exclusión política.3
No debe extrañarnos, por lo tanto, que la historia del proceso de paz colombiano corra
paralela con la historia de la reforma política. Desde 1982 hasta 1991 la política de paz
estuvo inevitablemente ligada a la necesidad de llevar a cabo una profunda reforma del
régimen político colombiano.4 La agenda de la reforma política ha incluído, entre otros,
el desmonte de las restricciones del régimen político, la apertura de la competencia, la
ampliación y mejoramiento del sistema de representación, la entrada de nuevas fuerzas, el
ensanchamiento de los mecanismos de participación política, etc. Es notorio que incluso
en las propuestas lanzadas durante las negociaciones con la guerrilla de las FARC (que no
sólo es la más grande, sino la que más se ufana de tener una amplia base social
campesina), la reforma política ha ocupado siempre un lugar preponderante y sólo en
segundo lugar aparecen propuestas de reforma agraria o desarrollo regional, además de
una serie de vagas referencias al tema de la pobreza y la desigualdad. 5 Esto parece
reconfirmar mi hipótesis sobre el carácter puramente político del conflicto colombiano.
5
De una lectura de los acuerdos firmados a lo largo de estos dieciseis años, así como de las
demandas presentadas por las FARC y el ELN en las conversaciones que con ellos han tenido lugar, se
desprende lo siguiente: a excepción de las FARC y su petición de reforma agraria, todas las demandas de la
guerrilla son fundamentalmente políticas. Todos los grupos guerrilleros, sin excepción, hacen expreso que
desearían “que la sociedad sea más justa y equitativa”, deseo que compartimos el 90% de los colombianos.
En concreto, esos deseos de mayor justicia y equidad, aparecen en los acuerdos como demandas para
avanzar en la formulación de programas de desarrollo regional por parte del EPL, el MAQL, el PRT y la
CRS. El MAQL, adicionalmente, presenta una serie de reivindicaciones étnicas que lo diferencian de las
demás guerrillas. Con estas pequeñas excepciones, entonces, es posible afirmar que las peticiones de
reforma formuladas por la guerrilla realmente se concentran en el ámbito de la reforma política.
partidos y el sistema electoral se logró en la década que va de principios de los
80s a comienzos de los 90s. Esto le plantea un reto inmenso al futuro de la
negociación con las guerrillas que permanecen activas: políticamente hablando,
¿qué queda por reformar? ¿Qué más se puede negociar?
Me interesa plantear como hipótesis que, dado que durante las últimas dos
décadas se ha avanzado grandemente en la reforma política (entendida como
reforma de las organizaciones y de los canales de acceso al poder del estado), 6
ésta ya no constituye uno de los nudos centrales de la negociación presente y por
venir. Sin embargo, el conflicto político continúa. Lo que parece surgir entonces
como tema central de la negociación en materia política, no es ya el acceso al
estado, sino la conformación y ejercicio del poder político. Lo cual quiere decir
que avanzamos en niveles de profundidad que van más allá de las instituciones
formales del régimen y tienen que ver más directamente con el estado mismo, con
su estructura interna (tanto horizontal como vertical) y su relación con la
sociedad.7
La larga duración - .
En América Latina, sólo el caso de Guatemala (donde el conflicto duró más de tres
décadas), se acerca al caso colombiano donde el conflicto armado contemporáneo (es
decir, sin contar la época llamada de “La Violencia”), tiene más o menos 36 años de
duración (1965 – 2001). En El Salvador y en el Perú el conflicto armado duró doce años;
en Venezuela cinco. La duración del conflicto tiene un efecto importante sobre las
posibilidades futuras de una reinserción exitosa y duradera; independientemente de las
condiciones jurídicas, políticas y socio-económicas en que se dé esta última, un conflicto
corto tiene un menor impacto sobre el tejido social, sobre el régimen político y sobre el
estado mismo, que un conflicto largo.
La destrucción del tejido social es menos grave y menos honda en un conflicto corto que
en uno largo, y por lo tanto su reconstrucción debe ser más rápida y más fácil. Las
heridas de la guerra son menos profundas, de allí que sea viable la reconstrucción a corto
y mediano plazo de relaciones de mutua confianza entre los actores anteriormente
enfrentados. Esto tiene a su vez un impacto jurídico: entre más corto y menos degradado
sea el conflicto, más viables políticamente son las medidas jurídicas tendientes a la
reconciliación (las amnistías o los indultos, por ejemplo). Por el contrario, los conflictos
largos tienden a degradarse y a producir heridas irreparables en la sociedad; por eso las
medidas tendientes al perdón y la reconciliación tienden a ser a la vez más drásticas y
menos susceptibles de ser aceptadas por todos los actores del conflicto (véase por
ejemplo la controversia en torno a las amnistías y las comisiones de la verdad tanto en El
Salvador como en Guatemala). Los conflictos largos tienden a ahondar y a reafirmar los
6
Apropósito ver Ana María Bejarano y Eduardo Pizarro, “Reforma Política y Paz: lo que queda
por negociar en materia de reforma política”, Borrador inédito, Ponencia preparada para la Conferencia
“Democracy, Human Rights and Peace in Colombia”, organizada por el Instituto Kellogg de la Universidad
de Notre Dame, Notre Dame, marzo 26 y 27 de 2001.
7
Esta idea se encuentra desarrollada en el último punto de este documento.
rasgos autoritarios de los regímenes políticos, de tal manera que al final, el régimen
puede ser más difícil de modificar en un sentido democrático si el conflicto ha sido
demasiado prolongado. Finalmente, en cuanto al estado, los conflictos largos tienden a
deteriorar aún más aquellos aparatos del estado claves para la construcción de la paz y la
consolidación democrática (el aparato de justicia, por ejemplo).
De tal manera que, independientemente de las demás condiciones, la larga duración del
conflicto armado debe ser contada en sí misma como una de las características propias
del conflicto colombiano que entorpecen la negociación y la reinserción de la guerrilla en
el caso colombiano.
8
La anotación entre [paréntesis] es mía.
ejecutiva del poder (como fue el caso durante el gobierno de Samper), entonces se ven
afectadas todas las políticas que de él dependen, incluída por supuesto la política de paz.
Ahora bien: es cierto que el Congreso coopera en ciertas coyunturas, como cuando
aprobó la ley de amnistía de 1982. Pese a que el Presidente Betancur no tenía una clara
mayoría en el Congreso, logró la aprobación de una ley que tenía, claramente, un interés
nacional. El Congreso se hubiera mostrado innecesariamente contrario a la voluntad
nacional de paz si en esa coyuntura no hubiera apoyado, como lo hizo, los esfuerzos
presidenciales para abrirle camino al proceso de paz con las guerrillas.
10
Ver el informe final de la investigación “¿Por qué las viejas formas del ejercicio de la
política no murieron? Un análisis del sistema electoral”, presentado a COLCIENCIAS por Felipe
Botero, Laura
Zambrano y Francisco Quiroz, bajo la dirección de Ana María Bejarano, Bogotá, CIJUS, agosto
de 2000,
En síntesis: la formulación e implementación de las políticas de paz a lo largo de los
últimos 18 años han estado, predominantemente, en manos del poder ejecutivo. Esto ha
conducido a una proliferación de instancias especializadas en los temas relativos a la paz
y a la complejización del aparato institucional de la Presidencia de la República, en
ocasiones en abierto conflicto con los Ministros del Gabinete.
11
Denunciada por primera vez por el Procurador General de la Nación de ese entonces,
Carlos Jiménez Gómez quien acusó a 57 oficiales de tener nexos con el entonces pionero “Muerte
A Secuestradores” MAS.
del poder ejecutivo, sino que ha conducido al país en una espiral creciente de degradación
del conflicto hasta una verdadera crisis humanitaria
La fragmentación de la guerrilla
12
Ver Eduardo Pizarro, Insurgencia sin Revolución (1996).
conflicto13, es claro que está muy lejos de constituír una política satisfactoria a los fines
de conseguir una paz firme y duradera.
Comenzaron a surgir a principios de los años ochenta como resultado de dos factores: por
un lado, surgieron los grupos que a iniciativa de los narcotraficantes, buscaban defender a
los grandes capos, sus familias y sus fortunas emergentes, del secuestro y la extorsión
ejercidas por las guerrillas. El caso de los orígenes del MAS es un claro ejemplo. Por el
otro, a partir de 1982, básicamente a raíz de la formulación de una política de paz por
parte del Presidente Betancur, algunos sectores dentro del ejército manifestaron su
oposición a la política de negociación iniciada por el gobierno civil mediante la
formación de escuadrones encargados de combatir clandestinamente a la guerrilla con la
cual se había entablado una negociación a sus ojos ilegítima. De estas dos fuentes, el
narcotráfico y la oposición militar a la política de paz, se nutrieron los primeros
experimentos paramilitares.
13
De los ocho grupos mencionados más arriba solo quedan dos: las FARC y el ELN. Pero a su vez,
al interior de cada uno de estos, subsisten fracciones e intensas divisiones: al menos dos dentro del ELN
(moderados versus radicales) y quizás más dentro de las FARC. El problema adicional con las FARC es
que aparentemente su estructura interna se ido haciendo cada vez más descentralizada — una especie de
federación de bloques y frentes guerrilleros.
El inusitado crecimiento de éstos a lo largo de las dos últimas décadas 14 tiene que ver, en
mi opinión, con la creciente erosión del estado colombiano y su incapacidad para
monopolizar el uso legítimo de la fuerza, lo cual ha sido llamado por algunos el “colapso
parcial” del estado colombiano.
La creciente autonomía
14
Si a principios de la década de los 80 se calculaba su tamaño en algunos cientos, para finales de la
década de los noventa se calcula que se acercan a los 8,000. Las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)
reclaman tener 6,800 hombres en 28 frentes de guerra.
Las transformaciones de los actores y del conflicto en los años 80 y 90 están sin duda
estrechamente relacionadas con la bonanza del narcotráfico. El impacto del narcotráfico
cambia la magnitud del conflicto en los años 80. No solo porque le da alientos a los
paramilitares, sino que también se convierte en fuente inagotable de recursos para la
guerrilla mientras que, simultáneamente, contribuye a la espiral de debilitamiento del
Estado. Agudiza la fragmentación de los actores, aumenta los grados de autonomía de
los aparatos de guerra y agrava el debilitamiento del estado; en suma, profundiza la
guerra y hace más difícil la consecución de la paz.
Como resultado del tipo de conflicto y del tipo de actores que se han descrito
sintéticamente en los dos puntos anteriores, Colombia ha vivido a lo largo de los últimos
dieciocho años un proceso de paz también “prolongado”. Además de prolongado ha sido
“parcelado”, escalonado en el tiempo, parcial e incompleto.
Entre sus consecuencias positivas, está, sin duda, la negociación exitosa con cinco grupos
guerrilleros significativos (M-19, PRT, EPL, MAQL y CRS) y la reincorporación a la
vida civil de unos 4,000 combatientes. La reducción de la diversidad en la gama de
grupos guerrilleros activos es también un resultado derivado de lo anterior que favorece
las negociaciones futuras.
15
Ver Pizarro (1996).
El de Belisario Betancur es el primer gobierno que propone y lleva a cabo un cambio
fundamental en la manera de percibir el conflicto armado y en la forma de concebir las
salidas para el mismo. Se trata no sólamente de un cambio en el discurso:
definitivamente, se trata también de un cambio de actitud liderado por la Presidencia de
la República, que se traduce lenta pero progresivamente en un cambio en la manera de
enfrentar, desde el Estado, tanto el conflicto como la búsqueda de la paz. Para bien o
para mal, Belisario Betancur inaugura un nuevo período en la historia de Colombia, y
todo lo que ha sucedido en este país en materia de paz desde entonces está
necesariamente referido a ese cambio, simbólico y discursivo, pero también real, en la
forma de percibir y de tratar el problema del conflicto armado interno. De Betancur para
acá han pasado ya 18 años y ha corrido “mucha agua (más bien podríamos decir sangre)
debajo del puente”; cada gobierno se ha esforzado por plantear el dilema de la paz
(negociación versus pacificación a la fuerza) de diversa manera y ha luchado por
diferenciarse frente a sus antecesores introduciendo nuevas figuras burocráticas o
haciendo uso de nuevas herramientas jurídicas o políticas. En lo fundamental, sin
embargo, todos, sin excepción, se han mantenido dentro del marco fijado por Betancur: el
conflicto armado es fruto de condiciones internas (políticas, sociales y económicas) que
deben ser enfrentadas a la par con la búsqueda de una salida negociada con los grupos
guerrilleros. El legado de Betancur en este sentido es tan fuerte que, ni siquiera en los
peores momentos de crisis del modelo de paz negociada (1985-1986, 1992-1994, 1996-
1998), ninguno de los gobiernos siguientes se ha atrevido siquiera a cuestionar la
deseabilidad, viabilidad o conveniencia de una salida negociada y a plantear que la
solución puede ser otra, la militar tout court, tal como fue planteado por el antecesor de
Betancur.16
Es indudable que todos los gobiernos desde 1982 han mantenido un hilo de continuidad
que se extiende desde Betancur hasta nuestros días, quizás en respuesta a una opinión
pública que rechaza sistemáticamente a los proponentes de salidas por la fuerza
(Landazábal, Maza Márquez, Bedoya) y premia electoralmente a los más decididos y
audaces proponentes de la paz negociada (incluído nuestro actual presidente, Andrés
Pastrana).Lo cual no deja de ser curioso dados los niveles de violencia y el grado de
exasperación de la población con los niveles de violencia y deterioro institucional. La
pregunta central que surge al realizar este balance es: existe una salida alternativa al
modelo de paz Belisarista?
Puestas en perspectiva, las condiciones para alcanzar una reinserción exitosa pueden
dividirse en dos subgrupos o categorías. Se trata de dos subconjuntos de condiciones que
hacen posible no sólo la desmovilización de la guerrilla y su conversión en movimiento o
partido político, sino ante todo su perduración en el tiempo y su consolidación en tanto
16
Aquí valdría la pena quizás introducir un leve matiz: solamente a partir de 1992, con el
planteamiento de la “guerra integral” por parte del gobierno de Cesar Gaviria, parece formularse
un distanciamiento claro frente a la “doctrina Betancur”.
oposición política legítima, viable y duradera. Las primeras, absolutamente necesarias
para garantizar la desmovilización y la transición en el corto plazo, son reformas
constitucionales y legales que están directa y explícitamente relacionadas con el régimen
político, el sistema electoral y el sistema de partidos. Se trata de ampliar el sistema y
bajar las barreras de entrada al mismo para hacer atractiva la transformación del aparato
armado en movimiento o partido político legal. En segundo lugar, existe otro conjunto de
condiciones, más del largo plazo, que tienen que ver con la reforma del Estado
(particularmente con la reforma de la justicia y de las fuerzas de seguridad) que pueden
afectar profundamente las posibilidades de consolidación de una oposición de izquierda
duradera y significativa dentro de la sociedad política de estas naciones post-conflicto.
Mientras que las primeras se refieren a la democratización del régimen, las segundas se
refieren a la reconstrucción del Estado que resulta indispensable para la consolidación
tanto de la oposición como de la democracia. Ambas, por supuesto, son condiciones
políticas en el sentido más amplio. Pero mientras que las primeras están directamente
relacionadas con la reforma del sistema político-electoral, las segundas se refieren a la
reforma y reestructuración del aparato del Estado.
En todos los casos donde ha habido reinserciones exitosas resulta evidente que hay una
relación “simbiótica” entre la solución del conflicto armado, por un lado, y la transición y
consolidación de la democracia, por el otro (Arnson, 1999: 2). Por supuesto que las
demandas específicas y los acuerdos negociados a lo largo del proceso de paz, tienen un
contenido particular en cada caso dada la historia del conflicto armado en cada país y las
razones hipotéticas o reales que llevaron a ciertos actores políticos a tomar el camino de
la insurgencia armada. Pero en general sigue siendo válido afirmar que la liberalización y
la democratización del régimen político es requisito sine qua non para garantizar el éxito
de los acuerdos y el inicio de la reinserción de los actores armados rebeldes.
Por otro lado, el estado debe también fortalecerse con el fin de respaldar, mediante la
aplicación efectiva de la ley, un orden normativo colectivo predecible. La capacidad de
las organizaciones estatales para garantizar los derechos y libertades constitucionales y
poner en vigencia la ley resulta absolutamente indispensable para el ejercicio de la
ciudadanía y la democracia. Por ello resulta tan importante fortalecer el aparato de
justicia y garantizar su independencia y eficacia.
Este fortalecimiento de lo que Michael Mann llama el “poder infraestructural” del Estado
resulta crucial para el cumplimiento de las tareas de largo plazo contenidas en el proceso
tanto de reinserción como de democratización. En suma, el proceso debe apuntar hacia la
construcción/reconstrucción de un estado liviano pero eficaz, “capaz de crear sólidas
raíces para las reglas del juego democrático, de resolver en forma progresiva las
principales cuestiones de equidad social, y de generar condiciones para tasas de
crecimiento económico apropiadas con el fin de sostener los avances en las áreas tanto de
la democracia como de la equidad social”.23
22
La cita es de Michael Mann, “The Autonomous Power of the State”, en Archives Européenes de
Sociologie, Tomo XXV, No. 2, 1984, pg. 189.
23
Guillermo O’Donnell, “On the State, Various Crises and Problematic Democratizations”,
preliminary draft, Helen Kellogg Institute for International Studies, University of Notre Dame and
CEBRAP, March 1992, pg. 6.
un estado democrático, como parte del proceso de consolidación tanto de la paz como de
la democracia. Sin duda la segunda es la fase más difícil, la que está previsiblemente más
llena de dificultades, la más amenazada. Paradójicamente, también es a la que se presta
menos atención, tanto en el análisis, como en los programas de asistencia y cooperación
internacional. El énfasis de estos no debería estar puesto solamente en las condiciones
necesarias para asegurar una finalización del conflicto armado, sino en garantizar las
condiciones para el establecimiento y mantenimiento de una paz firme y duradera. Eso
implica un esfuerzo consistente y prolongado en tareas de largo aliento que están
asociadas a la construcción/reconstrucción de los estados en naciones post-conflicto.
En Colombia, una vez culminada la parte más importante de la reforma política y luego
de la reinserción de cinco grupos guerrilleros significativos (M-19, EPL, PRT, MAQL y
CRS), se hace evidente la insuficiencia de tal reforma para dar fin al conflicto armado: lo
que surge a la luz luego de la reforma del régimen es la necesidad urgente de dar paso a
las reformas del segundo tipo, es decir aquellas que conducen a la reestructuración,
democratización y fortalecimiento del estado de derecho. En este punto coinciden los
casos de Colombia con los de El Salvador y Guatemala. Aunque se podría argumentar
que éstos últimos le llevan una ventaja a Colombia: en el sentido de que emprenden estas
reformas en un contexto post-conflicto, cuando ya hay desmovilización de la guerrilla y
se ha iniciado el proceso hacia su reinserción. Por el contrario, Colombia debe iniciar tal
proceso en medio de las negociaciones con la guerrilla; de tal suerte que el proceso de
negociación incluye como parte sustancial de la agenda, la realización de esas reformas.
En síntesis, mientras que las luchas armadas en Centroamérica tienen como principal
objetivo obligar a la transformación de regímenes militares autoritarios y garantizar la
transición a la democracia por primera vez en la historia de estos países, en Colombia las
luchas guerrilleras se dan en el marco de un régimen que ya ha transitado hacia la
democracia, y tienen como principal objetivo la eliminación de las herencias autoritarias
y los elementos que impiden la consolidación de esa democracia Lo prolongado del
conflicto colombiano atestigua, por el contrario, los enormes vacíos y problemas del
régimen colombiano y la larga marcha a la consolidacion democrática.
Pese a haber culminado su transición democrática hace más de cuatro décadas, Colombia
comparte con los casos centroamericanos el desafío de llevar a cabo las reformas de
segundo tipo: es decir, reconstruir un estado capaz de garantizar tanto una paz duradera
como la consolidación de la democracia. Sin necesidad de entrar en detalles de tipo
histórico, es posible afirmar que si bien el proceso de formación del estado colombiano
ha sido muy diferente al de los estados centroamericanos 24, Colombia enfrenta a
comienzos del siglo XXI tareas similares a las que enfrentan los incipientes estados
centroamericanos; entre ellas se cuentan la diferenciación entre fuerzas militares y de
policía, la reorientación del ejército hacia tareas de defensa externa, la civilización de los
cuerpos de policía, la eliminación de cualquier organismo de seguridad autónomo del
poder civil, la reconstrucción del aparato de justicia, el fortalecimiento de su capacidad
para resolver los conflictos entre ciudadanos así como para proteger a éstos últimos frente
a los potenciales abusos por parte de los agentes del Estado, la racionalización y
humanización del sistema carcelario, etc.
En El Salvador, por ejemplo, la reforma más sobresaliente a este respecto tiene que ver
con el acuerdo para reducir el tamaño del ejército, lo cual se logró en más o menos un
año, al pasar de 55,000 hombres a 29,000, es decir una reducción de cerca del 50 % de su
tamaño original. De manera simultánea, además de reducir el tamaño de las Fuerzas
Armadas, se buscaba purgarlas de aquellos oficiales comprometidos en violaciones de
derechos humanos. Esta segunda tarea, estrechamente vinculada con las exigencias
relativas a la defensa de los derechos humanos, resulta mucho más difícil de llevar a cabo
por cuanto implica no sólo un cierto enfrentamiento con el poder militar, sino además la
reconstrucción y el fortalecimiento del aparato de justicia. En todo caso, se trata de
avanzar hacia el logro de subordinar a los militares al poder civil, a la par con la
afirmación de la autoridad por parte de éste último en todos los aspectos de la actividad
militar: desde los asuntos internos meramente administrativos, pasando por la
formulación de políticas, hasta la sanción judicial de los delitos cometidos por sus
miembros.
24
A propósito ver Robert G. Williams, States and Social Evolution. Coffee and the Rise of
National Governments in Central America, Chapel Hill and London, The University of North Carolina
Press, 1994.
Por otra parte, se acordó distinguir las funciones de defensa de aquellas de seguridad
pública, una distinción que lleva implícita la separación institucional de la policía con
respecto a las fuerzas militares25 y la necesidad de desvincular a la policía de cualquier
función que implique su militarización. Así, entonces, se creó una Policía Nacional Civil
independiente de las Fuerzas Armadas y ajena a toda actividad partidista, así como una
Academia Nacional de Seguridad Pública.
Por otro lado están las reformas destinadas a la protección y defensa de los derechos
humanos. Esta area es notoria por su relativo fracaso en cuanto a las condiciones pactadas
en los acuerdos de paz. Pese a haber constituído una Comisión de la Verdad con amplios
poderes para señalar a los responsables de las violaciones de derechos humanos durante
la guerra, en 1993 el partido de gobierno (ARENA) logró la aprobación en la Asamblea
Legislativa de una generosa amnistía que cubre a todos los responsables. En esta medida,
la amnistía logró contrarrestar las recomendaciones hechas por la Comisión de la Verdad.
En lo que respecta a la defensa de los derechos humanos, si bien la amnistía puede ser
una medida que facilite en un principio la reconciliación y la reinserción de la guerrilla,
en el mediano plazo puede convertirse en un nuevo aliciente para reanudar los ciclos de
impunidad y la violencia que viene aparejada con ella. La justicia no puede ser vista
únicamente como un asunto a resolver hacia el futuro; la asignación de responsabilidades
y el castigo de los responsables por los hechos pasados se constituye en la piedra angular
de la lucha contra la impunidad y el fortalecimiento de un aparato judicial credible y
eficaz.
Por otro lado, y para fortalecer las instituciones estatales encargadas de la protección de
los derechos humanos, se acordó la creación de una Procuraduría para la Defensa de los
Derechos Humanos. Finalmente, en un esfuerzo por contrarrestar una previsible oleada
de crímenes en la fase post-conflicto, se acordó instituír algunas medidas para el control
de armas de fuego
Finalmente, y de manera muy interesante, los acuerdos para la reestructuración del estado
salvadoreño le han otorgado una especial importancia a la necesidad de revitalizar y
democratizar la política en el nivel local. Por un lado, por cuanto la reconciliación local
resulta clave para la durabilidad del proceso de consolidación de la paz. Por el otro,
porque el FMLN consideró, acertadamente, que la construcción de un nuevo partido
político necesariamente pasaba por la legalización y reafirmación de sus bases de poder
local. Es así como logró que la prioridad en la entrega de tierras le fuera asignada a sus
combatientes y a la población en las zonas bajo su control; en algunos casos, se logró una
administración local compartida; y finalmente, se hizo énfasis en la legalización y
reconocimiento de las organizaciones locales creadas a lo largo del conflicto.
Es así como, la reforma de las fuerzas armadas y del aparato de seguridad, la reforma y
fortalecimiento de la justicia, y la descentralización del estado, se convierten en el caso
salvadoreño en las tres grandes áreas de reestructuración del Estado que deben respaldar,
necesariamente, el proceso de consolidación democrática en el nivel del régimen político.
En el balance final, es preciso decir que el proceso salvadoreño ha sido exitoso en la
generación de un espacio significativo para el ejercicio de la oposición política y que
también ha logrado una reducción sensible del número de violaciones a los derechos
humanos. Todavía resta mucho camino por andar antes crear las condiciones que
permitan un ejercicio pleno de los derechos políticos y civiles por parte de todos los
salvadoreños. Sin embargo, algo se ha avanzado en este campo.
Ahora veamos qué lecciones se derivan del caso guatemalteco. Una primera gran área de
reforma, clave en situaciones post-conflicto, abarca la recuperación del monopolio de los
medios de coerción, pero además implica la creación de mecanismos para disciplinar y
controlar a sus detentadores. En este sentido, los acuerdos firmados en Guatemala
propusieron una serie de reformas claves: entre ellas, la necesidad de reducir el tamaño
del ejército en un 33% y la proporción de dineros públicos destinados al gasto militar; la
necesidad de reorientar la función de las Fuerzas Militares hacia la defensa nacional 26; la
necesidad de crear una sola Policía Nacional Civil, con funciones diferenciadas frente al
ejército y dependiente del Ministerio de la Gobernación; la necesidad de eliminar todos
los aparatos de seguridad del Estado especializados en funciones puramente represivas
(como el Estado Mayor Presidencial o la Policía Militar Ambulante); la necesidad de
eliminar igualmente todos los aparatos de seguridad privada creados durante la guerra
contra las guerrillas (mediante la derogación del decreto de creación de los Comités
Voluntarios de Defensa Civil) y la regulación de las empresas privadas de seguridad; la
26
En opinión de Luis Pásara, éste, junto con el de la justicia, son los dos únicos temas que ameritan
una reforma constitucional en Guatemala. Entrevista, Notre Dame, 22 de noviembre de 2000.
necesidad de recuperar para el poder civil el manejo de las políticas relacionadas con la
defensa y la seguridad mediante consejos asesores a nivel nacional (Consejo Asesor de
Seguridad y Secretaría de Análisis Estratégico), el nombramiento de un Ministro de
Defensa Civil, y la creación de un servicio de inteligencia civil dependiente también del
Ministerio de la Gobernación; la regulación del porte de armas y, por último, la
promoción de la participación ciudadana en asuntos de seguridad pública a través de
figuras como las Juntas Locales de Seguridad.
Una segunda gran área que requiere la reestructuración democrática del Estado es aquella
que se refiere a la defensa y promoción de los derechos humanos en todo el territorio
nacional. En tal sentido, los acuerdos guatemaltecos contemplaban el fortalecimiento de
algunas instituciones existentes como la Procuraduría de Derechos Humanos,
garantizando su autonomía e independencia, así como la de los demás órganos judiciales
y la del Ministerio Público. Por otro lado, y con el fin de lograr ciertas reformas como la
del código penal, es necesaria además de la acción del ejecutivo, la cooperación con el
poder legislativo. Adicionalmente, y de manera complementaria con el punto anterior,
resulta necesario eliminar todo cuerpo de seguridad paralelo, ilegal o clandestino, además
de todos aquellos que aún oficiales, cumplan meramente funciones represivas.
Finalmente, por supuesto, la regulación del porte y uso de armas se hace imperativo.
Hacia el futuro, se trata de garantizar para todos los ciudadanos, el acceso a y el disfrute
de los derechos y libertades civiles y políticas que constituyen la base del ejercicio de la
ciudadanía y la democracia. Retrospectivamente, sin embargo, y puesto que se trata de
una situación post-conflicto armado, se debe también garantizar la asistencia y el
resarcimiento a las víctimas de la violencia anterior. Con este fin primordial se creó la
Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH). Con un mandato mucho más estrecho
que el de la Comisión de la Verdad salvadoreña 27, sin embargo, el efecto de las
conclusiones de la CEH ha sido mínimo: actualmente sólo se encuentran en marcha 3 o 4
procesos judiciales por masacres. Los demás casos, o bien no se han aireado ante la
justicia, o han sido objeto de alguna de las leyes de amnistía y reconciliación nacional
aprobadas en los últimos años.
Esta es quizás una de las áreas en que se han dado menos avances en el caso
guatemalteco, pese a ser crucial para una reconciliación definitiva y una paz duradera.
Sin embargo, como en tantos otros casos28, la reconciliación en el corto plazo implicó en
Guatemala la necesidad de posponer la resolución de los casos más flagrantes de
violación de los derechos humanos. Ambas partes —tanto el gobierno como la guerrilla
—‚ jugaron un papel en la decisión de enterrar estos casos y dejarlos en el pasado, “un
pasado con el cual no se ha decidido qué hacer”, en palabras de Luis Pásara 29. Más que la
escasez de recursos materiales, humanos y técnicos disponibles para la recolección de
pruebas judiciales (que constituyen un gran obstáculo, sin duda), la falta de capacitación
27
En el sentido en que la CEH podía esclarecer hechos o procesos pero no podía señalar a nadie en
particular como culpable.
28
Aquí se piensa ante todo en el Cono Sur (Chile, Argentina y Uruguay), pero también en la Europa
de la posguerra.
29
Ver entrevista, Notre Dame, Noviembre 22 de 2000.
de los miembros del aparato de justicia (que también es un obstáculo) o la debilidad del
sistema judicial en general, es este supuesto acuerdo para silenciar el pasado el que
amenaza la resolución de los casos de violación de los derechos humanos en Guatemala.
No obstante, y aquí está la amenaza potencial, lo más probable es que el tema vuelva a
resucitar, ocasionando nuevas dificultades para la consolidación de la paz y la
democracia, una o dos décadas más tarde, como también ha sucedido en Chile o
Argentina post-transición.
Colombia comparte con Guatemala y El Salvador buena parte de los retos de las
situaciones post-conflicto, aún a pesar de no haber logrado todavía la solución negociada
del conflicto armado interno. En primer lugar, resulta prioritario el desmonte de todos los
grupos de justicia privada — v.gr. las autodefensas, los paramilitares, los escuadrones de
la muerte, los grupos de limpieza, las bandas de sicarios, etc. — que han proliferado en el
caso colombiano a lo largo de las últimas dos décadas. En segundo lugar, resulta urgente
enfrentar la cuestión de la delincuencia común y el aumento desmedido de las tasas de
criminalidad (El Salvador, Guatemala y Colombia ostentan hoy en día las tasas de
homicidios mas altas del continente). Para el logro de ambos objetivos es fundamental la
reconstrucción de una policía nacional civil, desmilitarizada, independiente del ejército,
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A juicio de Luis Pásara, un experto en reforma judicial, uno de los temas que realmente requiere
de una reforma constitucional en Guatemala es el tema de la inexistencia de una carrera judicial. Según la
constitución actual, todos los jueces deben ser cambiados cada cinco años, con lo cual se impide la
formación de una carrera judicial. Hasta ahora, la ley de carrera judicial ha subsanado hasta donde es
posible este problema, pero su resolución definitivamente requiere de una reforma constitucional.
Entrevista, Notre Dame, 22 de noviembre de 2000.
profesional y dotada de los medios para actuar, así como de la reconstrucción de un
aparato de justicia imparcial y eficaz.
Esta segunda fase del proceso de reinserción resulta más difícil por varias razones: en
primer lugar, porque la sola sedimentación de las reformas políticas logradas en la
primera fase requiere tiempo y maduración. En segundo lugar y de manera más relevante,
porque la segunda fase implica transformaciones “estructurales” de ciertas instituciones
del Estado (como las Fuerzas Armadas, de policía, de seguridad y el aparato Judicial) que
no son tan susceptibles de manipulación a través de la ingeniería institucional como sí lo
puede ser el sistema electoral. Más aún: la “democratización del Estado” no sólo requiere
la eliminación de los elementos perversos heredados del pasado, que lograron sobrevivir
a la transición; también requiere de la construcción/reconstrucción de instituciones aptas
para respaldar el proceso democrático: un ejército subordinado al poder civil, una policía
civil, una justicia eficaz, un régimen carcelario que respete los derechos humanos, una
burocracia despolitizada y eficaz, etc. No se trata, por lo tanto, sólo de remover
obstáculos, eliminar enclaves autoritarios, aniquilar enemigos dentro del Estado mismo;
sino también y fundamentalmente de construir y reconstruir instituciones. Lo cual resulta
tanto más difícil, puesto que requiere tiempo, asistencia y recursos.
Todo proceso de paz exitoso involucra al menos dos fases: una de negociación (cuya
duración es variable) y otra de consolidación de la paz en la situación post-conflicto que
debe tomar al menos una o dos décadas. La mayor parte de los estudios se han
concentrado en la primera y han abandonado la necesidad de reflexionar a fondo sobre
los requerimientos de la segunda, la cual es esencial para evitar una recurrencia del
conflicto. La participación de la comunidad internacional y la ayuda financiera
internacional han sufrido de este mismo tipo de “miopía”. El desafío más grande es, a
nuestro juicio, la necesidad de reconstruir un estado democrático de derecho. Esto no sólo
toma tiempo sino que exige una buena dosis de recursos, quizás mayor que la que exige
la reinserción inmediata de los combatientes y la verificación de los acuerdos de corto
plazo. Hasta ahora, sin embargo, no está claro quiénes ni con cuántos recursos están
dispuestos a acompañar a Colombia en la realización de tamaña tarea.
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