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Agradecimientos ........................................................................................... 5
de un caso creíble y otro increíble, por María Paz Ruíz Tejedor 107
Las autoras de este informe quieren destacar la labor de todo el equipo de profesionales del Centro
Reina Sofía para el Estudio de la Violencia en la revisión y maquetación de este texto, bajo la siempre
atenta dirección de doña Helen Blundell. A todos/as los que han intervenido, con su esfuerzo, paciencia
y sugerencias, gracias.
Al profesor Sanmartín, al que admiramos, y quien desde el principio se interesó por nuestro trabajo,
queremos trasmitirle nuestro afecto.
El doctor Francisco Javier Pera Bajo, director de la Clínica Médico-Forense de Madrid, puso a nuestra
disposición, además de su autorización, un despacho, ficheros, material y apoyo del personal de la
Secretaría de la Clínica Médico-Forense. Sin la ayuda desinteresada y la comprensión de todas estas
personas, auxiliares y agentes, este trabajo no se hubiera realizado.
Finalmente debemos reconocer la disposición favorable de los Jueces Decanos de los Juzgados de
Madrid, don Fernando Fernández Martín y don José Luis González Armengol que también aportaron su
aprobación a la investigación y a la realización de ésta en la Sede de los Juzgados de Madrid mientras se
recogió la muestra, entre los años 2000-2002.
Hace unos años me presentaron a Blanca Vázquez. Quedé muy impresionado por la sensatez de sus
opiniones y por la firme decisión con que las sustentaba. Me habló de Javier Rosado (el asesino del rol),
a quien había diagnosticado como psicópata. Creo que su diagnóstico, defendido con valentía frente a
otros forenses de larga tradición, era correcto.
Hoy es para mí un honor y un placer prologar este Informe sobre Abuso sexual Infantil: Evaluación
de la credibilidad del testimonio, coordinado por Blanca. Contiene, entre otros trabajos, un estudio
pionero en su género en España: una investigación de campo con una muestra amplia (100 casos) que
tiende a contrastar una hipótesis de gran relevancia, a saber es muy difícil inventar una mentira que pase
como verdad y, sobre todo, lo es cuando se trata del abuso sexual infantil. A este respecto conviene
señalar que, en los relatos, suelen aparecer ciertos rasgos que permiten identificar cuándo se trata de una
invención y cuándo, en cambio, se están contando hechos reales.
Pues bien, en esta investigación se han utilizado, de forma novedosa, algunos de los instrumentos
más contrastados a escala internacional para evaluar la credibilidad de testimonios de abuso sexual
infantil. Se han aplicado a 100 casos, para cada uno de los cuales se ha realizado, finalmente, una
evaluación interjueces. Y se ha podido mostrar que, aunque se tiende a pensar que los niños mienten
cuando dicen haber sufrido abuso sexual, casi ocho de cada diez testimonios pueden considerarse
creíbles.
Estos resultados hacen que el Centro Reina Sofía se enorgullezca de haber colaborado con la Clínica
Forense de Madrid y con sus tres psicólogas (Blanca Vázquez, María Paz Ruiz Tejedor y Concepción de la
Peña) en la realización de este estudio sistemático y riguroso, cuyas investigadoras de campo (Alma María
Casado y Rosa María Romera) fueron becadas por nuestra institución.
Además de esta investigación de campo, el presente Informe incluye unos magníficos análisis del
concepto de abuso sexual y de sus repercusiones psicológicas a corto y largo plazo. Creo que, por eso
mismo, está llamado a convertirse en una herramienta imprescindible para los profesionales de la
psicología, el trabajo social o el derecho, que tengan la responsabilidad de evaluar, tratar o decidir sobre
el futuro de un menor que puede haber sufrido este tipo de maltrato.
José Sanmartín
CAPÍTULO 1
1. Introducción
El abuso sexual infantil es un problema que cada día está más presente en nuestra sociedad. Así,
tanto en el ámbito general como en el profesional, se demanda una preparación más específica y se
plantea la necesidad de una colaboración multidisciplinar que permita mejorar la calidad de la
intervención con los menores.
En esta línea de especialización se enmarca este informe. El presente capítulo pretende ser una
recopilación de las nociones básicas relativas al abuso sexual infantil. En él se abordará la definición,
algunos datos estadísticos sobre su incidencia y prevalencia, las falsas creencias existentes sobre el tema,
los indicadores que suelen acompañar a este tipo de maltrato y que ayudan a su detección, las
repercusiones psicopatológicas, los modelos explicativos, los trastornos a corto y largo plazo, etc.
En definitiva, el presente capítulo servirá para analizar este tipo de maltrato a través de la recopilación
de los datos publicados por otros autores en España relacionados con el abuso sexual infantil (Vázquez,
1995; López y Del Campo, 1997; Cantón y Cortés, 1997 y 2000; Echeburúa y Guerricaecheverría, 2000;
Horno, Santos y Molino, 2001; Lameiras Fernández, 2002; Centro Reina Sofía, 2002).
2.1 Encuadre
En ocasiones el abuso sexual infantil se produce en combinación con otros tipos de maltrato. El
informe Maltrato Infantil en la Familia, editado en 2002 por el Centro Reina Sofía para el Estudio de la
Violencia, mostró que casi todos los tipos de maltrato aparecen combinados entre sí.
El maltrato infantil se define como toda acción, omisión o trato negligente, no accidental, que priva
al niño de sus derechos y su bienestar, que amenaza y/o interfiere su ordenado desarrollo físico, psíquico
o social, y cuyos autores pueden ser personas, instituciones o la propia sociedad.
Maltrato físico: Cualquier acción, no accidental, realizada por parte de los cuidadores o padres, que
provoque daño físico o enfermedad en el niño o le coloque en grave riesgo de padecerlo.
Negligencia y abandono físico: Situación en la que las necesidades físicas básicas del menor
(alimentación, vestido, higiene, protección y vigilancia, educación y/o cuidados de salud) no son
atendidas, temporal o permanentemente, por ningún miembro del grupo que convive con el niño
(Arraubarrena y De Paúl, 1999). Esta definición pone el énfasis en las necesidades del niño no
cubiertas y no tanto en el comportamiento de los padres.
Abandono emocional: Falta persistente de respuesta a las señales (llanto, sonrisa, etc.), expresiones
emocionales y conductas procuradoras de proximidad e interacción iniciadas por el niño; y falta de
iniciativa de interacción y contacto por parte de una figura adulta estable.
Maltrato institucional: Cualquier legislación, programa o procedimiento, ya sea por acción o por
omisión, procedente de los poderes públicos o privados, y de la actuación de los profesionales al
amparo de la institución, que vulnere los derechos básicos del menor, con o sin contacto directo con
él. Se incluye la falta de agilidad en la adopción de medidas de protección o recursos.
Una cuestión trascendente en la definición de abuso sexual infantil es que sus distintas
conceptualizaciones dificultan el estudio y la estimación de la incidencia del problema. Entre todas estas
aproximaciones teóricas, sin embargo, se produce consenso a la hora de considerar que el abuso sexual
supone una grave interferencia en el desarrollo evolutivo del niño, aunque se producen divergencias
respecto a la delimitación de la edad de la víctima y el agresor, al tipo de conductas que se incluyen en
el comportamiento abusivo, etc.
Existen también divergencias en cuanto a las estrategias empleadas para llevar a cabo la relación de
abuso. Para algunos la mera conducta sexual entre un niño y un adulto es siempre inapropiada. En
cambio, según otros autores, se requiere el criterio de coacción (mediante fuerza física, presión o engaño)
o de sorpresa –además de la asimetría de edad– para calificar una conducta de abuso sexual. En la
mayoría de los casos la forma de presión utilizada es un sutil pacto de secreto.
Horno y otros (2001) señalan que las estrategias utilizadas por el agresor para conseguir el silencio
del menor, suelen ser de tres tipos:
Agresiva: Está asociada a la violencia física o verbal, y produce ansiedad y reacciones de temor en
el menor.
Atención privilegiada: El agresor hace sentir al menor que es un ser especial para él, y le genera
profundos sentimientos de culpa.
Hipercontrol: El agresor controla cualquier movimiento y comentario del menor, lo que dificulta el
proceso de socialización del niño o adolescente.
2.2 Concepto
A pesar de las divergencias mencionadas, sí que existe consenso en los dos criterios necesarios para
que se dé abuso sexual infantil: una relación de desigualdad –ya sea en cuanto a edad, madurez o
poder1– entre agresor y víctima, y la utilización del menor como objeto sexual. Este último punto incluye
aquellos contactos e interacciones con un niño en los que se le utiliza para la estimulación sexual del
agresor o de otras personas (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000).
Se parte del supuesto de que un niño dependiente e inmaduro desde un punto de vista evolutivo no
debe implicarse en actividades sexuales que no comprende plenamente o para las que no está capacitado
para dar su consentimiento. Esta perspectiva ética tiene la ventaja de no hacer necesaria la demostración
del daño resultante del abuso (Cantón y Cortés, 2000).
Estos dos criterios ya aparecían específicamente recogidos en la definición propuesta por el National
Center on Child Abuse and Neglect (NCCAN) en 1978. Según esta agencia federal norteamericana se da
abuso sexual: “En los contactos e interacciones entre un niño y un adulto, cuando el adulto (agresor) usa
al niño para estimularse sexualmente él mismo, al niño o a otra persona. El abuso sexual también puede
ser cometido por una persona menor de 18 años cuando ésta es significativamente mayor que el niño (la
víctima) o cuando (el agresor) está en una posición de poder o control sobre otro menor”.
Dentro de esta concepción del abuso sexual, suelen distinguirse las siguientes categorías:
Abuso sexual: Cualquier forma de contacto físico, con o sin acceso carnal, realizado sin violencia o
intimidación y sin consentimiento, y que puede incluir la penetración vaginal, oral y anal, digital,
caricias o proposiciones verbales explícitas.
Agresión sexual: Cualquier forma de contacto físico, con o sin acceso carnal, con violencia o
intimidación y sin consentimiento.
Explotación sexual infantil: Categoría de abuso sexual infantil en la que el abusador persigue un
beneficio económico y que engloba la prostitución y la pornografía infantil.
Alrededor del abuso sexual infantil se han construido y mantenido una serie de ideas erróneas
relativas a la frecuencia de los actos y las características de las personas implicadas en los hechos (víctima,
abusador y familia). De este modo, el abuso sexual infantil sigue siendo un tema tabú sobre el que existen
falsas creencias que contribuyen a ocultar el problema y también a tranquilizar a quienes no desean
1 Una persona tiene poder sobre otra cuando le obliga a realizar algo que ésta no desea, sea cual sea el medio que utilice para ello: la
amenaza, la fuerza física, el chantaje, etc. La persona con poder está en una situación de superioridad sobre la víctima que impide a ésta el
uso y disfrute de su libertad. El poder no siempre viene dado por la diferencia de edad, sino por otro tipo de factores, por lo que no debemos
obviar la existencia de abuso sexual entre iguales.
Tabla 1. Errores y verdades sobre el abuso sexual (López, 1997; en Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000, ampliada por aportaciones
recogidas en Alonso y Val, 1999)
Falso Verdadero
Los abusos sexuales son poco En España, el 23% de las mujeres y el 15% de los hombres han
frecuentes sido víctimas de algún tipo de abuso sexual en la infancia
Sólo los sufren las niñas El 40% de las víctimas de abuso sexual son niños
Quienes los cometen están locos; son Los abusadores son personas con apariencia normal, de estilo
personas conflictivas y extrañas; o convencional, de inteligencia media y no psicóticos, siendo
han sufrido abuso en su infancia imposible detectar una tendencia desviada a simple vista
Sólo se dan en determinadas clases El abuso sexual puede darse en cualquier nivel socioeconómico
sociales o cultural, aunque se detecta con más frecuencia en ambientes
socio-culturales bajos
Los niños no dicen la verdad Los niños no suelen mentir cuando realizan una denuncia de
abuso sexual. Según señalan diferentes estudios sólo el 7% de
las declaraciones resultan ser falsas. Este caso se produce en
ocasiones como una forma de apartar una figura no deseada
del entorno del menor, o como justificación del fracaso escolar
o del absentismo académico
Los menores son responsables de los La responsabilidad única de los abusos es del agresor
abusos
Los menores pueden evitarlo Los niños pueden aprender a evitarlo, pero generalmente
cuando les sucede les coge por sorpresa, les engañan o les
amenazan y no saben reaccionar adecuadamente
Si ocurriera a un niño cercano, nos Sólo un 2% de los casos de abuso sexual familiar se conocen al
enteraríamos tiempo en que ocurren
Los agresores frecuentemente son Los agresores pueden ser tanto familiares o conocidos de la
personas ajenas al entorno del menor víctima (65-85%) como personas desconocidas (15-35%),
aunque predomina el primer grupo
Los abusos van acompañados de Sólo en un 10% de los casos los abusos vienen asociados a
violencia física violencia física
Los efectos son casi siempre muy Un 70% de las víctimas presentan un cuadro clínico a corto
graves plazo y un 30% a largo plazo. No obstante, la gravedad de los
efectos depende de muchos factores y, en ocasiones, algunos
actúan como amortiguadores del impacto
En la actualidad se producen con Ahora se conocen mejor, antes no se estudiaban ni se
mayor frecuencia denunciaban. Han existido en todas las épocas. Hoy sí existe
una mayor conciencia y sensibilización al respecto
Un comportamiento hipersexuado es En ocasiones este comportamiento se da porque el menor
siempre indicio de la existencia de presencia escenas sexuales protagonizadas por sus adultos de
abuso referencia (padres y hermanos mayores, principalmente).
También se presenta como forma de demanda de atención o
como compensación de carencias afectivas
2.4 Prevalencia
Las tasas de prevalencia señaladas en relación con el abuso sexual en la infancia, en los estudios
retrospectivos de la población adulta llevados a cabo en España y Estados Unidos, oscilan entre el 15% y
el 30% de la muestra estudiada. Estas cifras se refieren a un concepto muy amplio de abuso (cualquier
conducta no consentida con una finalidad explícitamente sexual: desde un roce intencionado hasta una
penetración anal o vaginal). Sin embargo, desde una perspectiva clínica, lo que interesa especialmente es
el abuso sexual percibido, es decir, el tipo de conductas sexuales impuestas que generan un grado de
Según un informe elaborado por Finkelhor y otros (1990) –primera encuesta nacional de Estados
Unidos, llevada a cabo con adultos, sobre su historia de abuso sexual–, el 27% de las mujeres y el 16%
de los hombres reconocían retrospectivamente haber sido víctimas de agresiones sexuales en la infancia.
En 1998 se celebró en Valencia el seminario europeo Rompiendo silencios, dedicado a debatir sobre
la prevención de los abusos sexuales a menores. En sus conclusiones finales se recordó que el 23% de las
niñas y el 15% de los niños de España sufren abusos sexuales antes de los 17 años (el 19% de la
población). Félix López (1994) ya había apuntado estos datos. De los menores víctimas de abuso sexual,
el 60% no recibe ayuda (Save the Children, Horno y otros, 2001), y el 46% son víctimas que han sufrido
abuso sexual más de una vez.
Las víctimas de abuso sexual suelen ser más frecuentemente mujeres (59,9%) que hombres (40,1%)
y se sitúan en un franja de edad entre los 6 y 12 años. Hay, asimismo, un mayor número de niñas en el
abuso intrafamiliar (incesto), con una edad de inicio inferior a la mencionada (7-8 años) y un mayor
número de niños en el extrafamiliar (pedofilia), con una edad de inicio posterior (11-12 años) (Echeburúa
y Guerricaechevarría, 2000).
La mayoría de las investigaciones coinciden en señalar que el agresor suele ser un conocido de la
víctima. Se constata que un 20% de los casos denunciados de incesto son contactos padre-hija (este tipo
de abuso es el más traumático porque supone la disolución de los vínculos familiares más básicos). El
incesto entre padrastro e hija tiene lugar entre el 15%-20% de los casos. El 65% restante implica a
hermanos, tíos, hermanastros, abuelos y novios que viven en el mismo hogar. La inmensa mayoría de los
agresores son varones, oscilando los porcentajes entre un 80 y un 92%. López y otros (1995) llegaron a
la conclusión de que los agresores son varones en el 86,1% de los casos, situando la tasa de mujeres
autoras de abuso sexual infantil en el 13,9% (casos relacionados en general con situaciones de relaciones
sexuales entre adolescentes y mujeres adultas).
Debemos destacar igualmente la prevalencia mayor del abuso sexual infantil entre los niños con
discapacidad física o psíquica. Un niño con este tipo de características tiene tres veces más probabilidades
de sufrir un abuso sexual que cualquier otro niño. El estudio llevado a cabo por el Centro Reina Sofía
(2002) mostró que las víctimas con minusvalías psíquicas tienen porcentajes superiores a los de la
población global en todos los tipos de maltratos. También se puso de manifiesto una asociación
significativa en el caso del abuso sexual.
A pesar de las cifras ofrecidas existe poca unificación en los criterios de investigación. Muchos de los
estudios utilizan para su muestra sólo casos denunciados, que suponen un porcentaje mínimo de los
casos de abuso sexual. En otras no se especifica si los datos se refieren a casos detectados aunque no
denunciados o a casos conocidos aunque no evaluados, etc. Esto hace que muchas veces se trabaje con
estimaciones de las cifras de incidencia.
Los estudios desarrollados sobre abuso sexual infantil han seguido fundamentalmente tres
metodologías:
– Estudios retrospectivos en los que se pregunta a los adultos si sufrieron abuso sexual en la infancia.
– Estudios sobre casos detectados por servicios sociales, y las denuncias presentadas.
Estas metodologías conllevan una limitación de acceso a los datos reales, pero constituyen, por
ahora, el único modo válido de acceso a los mismos.
Cabe destacar, en la línea de los estudios realizados entre los casos detectados por Servicios Sociales,
el trabajo realizado por el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia. Este trabajo se enmarca
dentro de un ambicioso Programa Nacional de Epidemiología del Maltrato en el Ámbito Familiar. En la
investigación se analizaron 32.741 expedientes abiertos en los servicios de protección de menores de toda
España en los años 1997 y 1998. De los expedientes analizados se encontraron 10.777 con maltrato
confirmado, con un total de 11.148 víctimas, resultando una prevalencia de 7,16 por 10.000 menores.
Los datos sobre abuso sexual infantil señalan que la incidencia es de 396 casos (el 3,6% de las víctimas,
con una prevalencia de 0,25 por 10.000 menores). En la muestra analizada del número total de víctimas
que ha padecido abuso sexual el 18,69 % son chicos y el 81,06% chicas.
Dentro del análisis de los agresores se encuentran 385 agresores que han causado abuso sexual (el
3,9% del total de agresores). De ellos, el 86% son hombres y el 13,8 % mujeres. En cuanto al análisis de
parentesco, el número más alto de agresores se encuentra entre los padres biológicos, siendo dignos de
mención los casos encontrados de padre no biológico, hermanastro y sobre todo tío.
En el estudio de las características del agresor aparece una asociación significativa con el abuso de
alcohol, siendo inferior el porcentaje de agresores que sufren trastorno psiquiátricos dentro del abuso
sexual con respecto al resto de los abusos.
En un estudio de similares características (Wang y Daro, 1998), elaborado por el National Commitee
to Prevent Child Abuse detectó, en 1997 en Estados Unidos, un total de 3.195.000 denuncias relativas a
maltrato infantil. De ellas se confirmaron 1.054.000 casos, lo que representa una tasa de prevalencia de
15 menores por cada 1.000 (esta prevalencia resulta 20 veces mayor a la obtenida en España). En este
estudio los casos de abuso sexual representaban el 8% del total de los maltratos confirmados.
Hay que insistir en que ni todos los abusos son iguales ni afectan de la misma manera a la integridad
psicológica de la víctima (Vázquez y Calle, 1997). En cuanto al agresor, en unos casos el abuso sexual
infantil puede ser cometido por familiares (es el incesto propiamente dicho) o por personas relacionadas
con la víctima (profesores, entrenadores, monitores, etc.). En uno y otro caso, que abarcan del 65 al 85%
del total y que son las situaciones más duraderas, no suelen darse conductas violentas asociadas.
En otros casos los agresores son desconocidos. Este tipo de abuso se limita a ocasiones aisladas que,
sin embargo, pueden estar ligadas a conductas violentas y amenazas. Al margen de ciertas características
psicopatológicas de los agresores, lo que suele generar violencia es la resistencia física de la víctima y la
posible identificación del agresor. Se pone de manifiesto que los niños no ofrecen resistencia
habitualmente y tienen dificultades para identificar a los agresores (Echeburúa y Guerricaechevarría,
2000).
Por lo que se refiere al acto abusivo en sí, puede ser sin contacto físico (exhibicionismo, masturbación
delante del niño, observación del niño desnudo, relato de historias sexuales, proyección de imágenes o
películas pornográficas, etc.) o con contacto físico (tocamientos, masturbación, contactos bucogenitales
o penetración anal o vaginal). El coito es mucho menos frecuente que el resto de actos abusivos (Saldaña,
Jiménez y Oliva, 1995). La penetración, cuando tiene lugar en niños muy pequeños, suele resultar
traumática por la desproporción anatómica de los genitales, y producir lesiones.
Tabla 3. Diferentes tipos de abuso sufridos por las víctimas. Sólo se contempla la conducta más grave (López y otros, 1994).
Factores de riesgo son aquellas circunstancias que favorecen que el menor sea víctima de abuso
sexual. No puede establecerse una relación directa causa-efecto, pero sí una asociación indicativa de un
mayor riesgo o probabilidad de sufrir abusos sexuales. Siguiendo a Echeburúa y Guerricaechevarría
(2000), nos encontramos los siguientes elementos:
En cuanto al sexo, los diferentes estudios coinciden en señalar la mayor incidencia de agresiones
sexuales en niñas (2-3 niñas por cada niño), especialmente en los casos de abuso sexual intrafamiliar. Esta
asociación puede deberse principalmente al hecho de que la mayoría de los agresores son varones,
predominantemente heterosexuales.
Las edades de mayor riesgo son las comprendidas entre los 6 y 7 años y los 10. Parece que más del
doble de casos de abusos sexuales a menores se dan en la prepubertad. Esta es una etapa en la que
comienzan a aparecer las muestras del desarrollo sexual, pero los menores siguen siendo aún niños y
pueden ser fácilmente dominados.
Por lo que se refiere a determinadas situaciones familiares, los niños víctimas de malos tratos –en
cualquiera de sus formas– son más fácilmente susceptibles de convertirse también en objeto de abusos
sexuales. Desde la perspectiva de los adultos, cuando éstos han roto sus inhibiciones para maltratar a un
niño y muestran un incumplimiento de sus funciones parentales, se hace más fácil hacer extensivo este
maltrato al ámbito sexual. Desde la perspectiva de los niños, el abandono y rechazo físico y emocional
por parte de sus cuidadores les hacen vulnerables a la manipulación de los mayores, con ofrecimientos
interesados de afecto, atención y recompensas a cambio de sexo y secreto.
Tabla 4. Características del abusador y de la familia en que se produce el abuso sexual (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000)
Como veíamos en la tabla 1, sólo un 2% de los casos de abuso sexual familiar se conocen al mismo
tiempo en que ocurren. Según nos explican Echeburúa y Guerricaechevarría (2000), existen diferentes
factores que pueden explicar los motivos de esta ocultación por parte de la víctima, por ejemplo, el hecho
de obtener ciertas ventajas adicionales; el temor a no ser creída o a ser acusada de seducción; el miedo
a que la familia se desintegre o a que el agresor cumpla sus amenazas; etc. Por parte del abusador las
razones del ocultamiento son obvias, y entre ellas encontramos la pérdida de actividad sexual, la posible
ruptura del matrimonio y de la familia, el rechazo social, y las consecuencias legales del abuso.
A veces la madre conoce lo sucedido y tampoco lo denuncia. En ocasiones calla por temor al marido
o el miedo a perderlo; porque se siente incapaz de sacar adelante; o por la desestructuración familiar a
la que se enfrenta.
El descubrimiento del abuso suele tener lugar bastante tiempo después (meses o años) de los
primeros incidentes (Vázquez y Calle, 1997). Habitualmente, el proceso de revelación por parte del menor
suele seguir cuatro momentos progresivos: a) fase de negación; b) fase de revelación, al principio
mediante un reconocimiento vago o parcial; al final mediante la admisión explícita de la actividad sexual
En general se ha encontrado que los varones tienen más dificultades para reconocer que han sido
agredidos sexualmente. A ello contribuye principalmente las dudas y miedos que les surgen en torno a
su identidad sexual en el caso de que el agresor sea también varón y la creencia socialmente aceptada de
que sólo las niñas son víctimas de abuso sexual.
Asimismo, son muy pocos los casos que se denuncian formalmente. Según datos recogidos en el
Teléfono del Menor (Fundación ANAR, 1999), sólo en el 11% de los casos registrados se habían
presentado denuncias. Este porcentaje es significativamente menor que el detectado en otros tipos de
maltrato, donde se denuncia un 24% de los casos. El ocultamiento y secretismo que caracterizan las
historias de abuso sexual, junto con la dificultad de probar legalmente lo ocurrido y la falta de confianza
en el sistema judicial, constituyen las principales razones de este bajo índice de denuncias.
En relación con esta dificultad de probar lo ocurrido nos encontramos que, en general, no se dan
manifestaciones físicas inequívocas de la existencia de abuso sexual. De ahí que el interés en la detección
de signos e indicios de la existencia de abuso sexual vaya en aumento.
Sin embargo, tenemos que tener claro que no hay síntomas vinculados exclusivamente al abuso,
aunque sí ciertos síntomas asociados a su existencia, y que por ello deberemos valorar de una manera
global y conjunta cada caso, ya que no se puede establecer una relación directa entre un solo síntoma y
el abuso. A la hora de interpretar estos indicadores, debemos descartar cualquier otra causa antes de
pensar en el abuso sexual (López y Del Campo, 1997).
INDICADORES FÍSICOS
• Enuresis o encopresis
• Embarazo en adolescentes
INDICADORES COMPORTAMENTALES
• Pérdida de apetito
• Tendencia al secretismo
• Conducta seductora
3.1 Encuadre
La agresión sexual es un acontecimiento traumático para el menor, ante el que puede reaccionar con
una serie de efectos psicológicos negativos a corto plazo (si su aparición es anterior a los dos años
siguientes del abuso) y a largo plazo (si se producen con posterioridad). Los niños y adolescentes víctimas
de abuso sexual tienen, asimismo, un mayor riesgo de desarrollar problemas interpersonales y
psicológicos.
Como apuntábamos anteriormente, se calcula que la tasa de prevalencia de abusos sexuales con
implicaciones clínicas para los menores afectados se encuentra entre el 4% y el 8% de la población.
También se ha señalado que no todos los menores presentan alteraciones psicológicas como
consecuencia del abuso, ya que en la respuesta del menor intervienen una serie de factores que
amortiguan o agravan el impacto emocional.
Entre los modelos explicativos desarrollados en torno a la sintomatología asociada a los abusos
sexuales en la infancia destacan el modelo traumatogénico y el modelo del trastorno de estrés
postraumático.
Algunos autores (Wolfe, Gentile y Wolfe, 1989) consideran las consecuencias del abuso sexual como
una forma de estrés postraumático. El abuso sexual en la infancia cumple los requisitos de trauma
exigidos por el DSM-IV-TR para el diagnóstico de este cuadro clínico y genera, al menos en una mayoría
de las víctimas, los síntomas característicos de dicho trastorno: pensamientos intrusivos, evitación de
estímulos relacionados con la agresión, alteraciones del sueño, irritabilidad, dificultades de concentración,
etc. Puede ir acompañado también de un comportamiento desestructurado o agitado y presentarse con
síntomas físicos (dolores de estómago, jaquecas, etc.), o en forma de sueños terroríficos.
Entre las ventajas de ese modelo hay que señalar que facilita una descripción operativa de los
síntomas derivados del abuso, y permite por ello un diagnóstico conocido por todos los profesionales.
Para otros estudiosos del tema este modelo presenta algunas limitaciones en el ámbito del abuso
sexual infantil (Finkelhor, 1997; Vázquez y Calle, 1996), ya que sólo puede ser aplicado a algunas
víctimas, no recoge las diferentes etapas del desarrollo evolutivo y no incluye algunos de los síntomas,
como por ejemplo el miedo, la depresión o la culpa, los problemas sexuales derivados, la distorsión en las
creencias sobre uno mismo y los demás, etc.
b) Modelo traumatogénico
• Los sentimientos de traición hacia el agresor que desencadena el abuso, y la generalización que
se hace a otros adultos, pueden interferir en el adecuado desarrollo de las relaciones
interpersonales.
Según señala Blanca Vázquez: “Una de las cosas que han de quedar claras es que no todas las
personas que sufren abuso sexual en su infancia quedan ‘marcadas’ o ‘traumatizadas’. La elaboración de
una vivencia como ésta es individual, y como tal, el curso puede variar enormemente de una persona a
otra. Hay factores que juegan un papel esencial en la asunción del abuso por parte de quien lo vive: tener
o no una red de apoyo psicosocial; la actitud de esta red psicosocial ante la revelación del abuso; recibir
o no un apoyo psicológico; la identidad del abusador; el verse obligado o no a seguir conviviendo con el
abusador; la prontitud y efectividad de las medidas sociales y judiciales tomadas por el entorno del
menor; la revictimización secundaria que puede vivir durante el procedimiento penal, etc.”.
Algunos estudios indican que sólo el 8% de las víctimas y sus familias reciben tratamiento. Expertos
como Félix López se muestran totalmente contrarios a la idea de que todas las víctimas reciban
tratamiento terapéutico, ya que la postura intervencionista puede sobredimensionar los efectos de los
abusos. Lo que sí precisan todas las víctimas es de ayuda, una ayuda que el 60% no recibe. En este
sentido resulta fundamental la actitud que adopte la persona o personas a las que la víctima comunique
la experiencia (Horno, Santos y Molino, 2001).
Centrándonos en las secuelas negativas de la víctima, no existe un cuadro diferencial del abuso sexual
infantil. De hecho, del abuso se derivan consecuencias que permanecen e, incluso se agudizan con el
paso del tiempo, que pueden llegar a configurar patologías definidas. Por ello la atención que se le
dispensa a un niño víctima de abuso sexual no debe centrarse únicamente en el cuidado de sus lesiones,
sino que debe estar coordinada por los distintos profesionales implicados –prestando atención
psicológica, manteniendo un seguimiento a corto y medio plazo, y proporcionando atención y apoyo al
menor y a la familia– (Horno, Santos y Molino, 2001).
a) A corto plazo
Todos los autores coinciden en apuntar que las consecuencias más graves están vinculadas al nivel de
contacto físico; la frecuencia y duración del abuso; a que este sea cometido por algún familiar o persona
próxima afectivamente al menor; y al empleo de la fuerza o violencia. El peor pronóstico de recuperación
es aquel en el que nos encontramos con un menor apoyo y mayor conflicto intrafamiliar.
Un resumen de los principales síntomas a corto y largo plazo viene recogido en la tabla 5, donde se
pueden comprobar las notables diferencias que se producen en las reacciones de los menores,
Entre las consecuencias a corto plazo, Horno, Santos y Molino (2001) destacan el Síndrome de
Acomodación al abuso sexual infantil, que tiene muchos paralelismos con el Síndrome de Estocolmo, y
que incluye cinco fases:
Impotencia. Los niños víctimas de abuso sexual generan un fenómeno de indefensión aprendida,
puesto que sus intentos por evitar el abuso resultan vanos. Poco a poco dejarán de intentarlo
siquiera.
Mantenimiento del secreto. La manipulación y la amenaza a la que son sometidos les obliga a
mantener, especialmente en los casos de abuso intrafamiliar, una doble vida para preservar el secreto
y evitar la revelación.
Revelación espontánea o forzada. Cuando se llega a la revelación esta suele darse con un igual,
de manera espontánea, o forzada por un adulto al valorar los indicios.
b) A largo plazo
Todos los estudiosos del tema indican que los efectos a largo plazo del abuso sexual en la infancia
tienden a disminuir con el paso del tiempo, aunque también se ha comprobado que en otros el mero
paso del tiempo no implica la resolución del trauma, sino el tránsito de un tipo de sintomatología a otra,
en función del momento evolutivo en que se realice la evaluación. Lameiras (2002) aporta resultados de
estudios recientes; a través del meta-análisis realizado por Rind, Tomovitch y Bauserma (1998) se
comprobó que alrededor de 2/3 de los hombres y 1/3 de las mujeres que habían mantenido actividad
sexual con otros adolescentes y/o adultos durante la infancia no mostraban sintomatología clínica en la
edad adulta.
Desde el punto de vista del trauma en sí mismo lo que predice una peor evolución a largo plazo es
la duración prolongada de la exposición a los estímulos traumáticos, la alta intensidad de los síntomas
experimentados inmediatamente y la presencia de síntomas disociativos en las horas y días posteriores al
suceso. Ciertas condiciones y características personales agravan la sintomatología.
Los problemas de una víctima en la vida adulta (depresión, ansiedad, abuso de sustancias, etc.)
surgen en un contexto de vulnerabilidad generado por el abuso sexual en la infancia, pero provocados
directamente por circunstancias próximas en el tiempo (conflictos de pareja, aislamiento social, problemas
en el trabajo, etc.). De no darse estas circunstancias adversas pueden no darse problemas
psicopatológicos en la edad adulta (Finkelhor, 1997), aun habiendo sufrido abuso sexual en la infancia.
Tabla 5. Sintomatología asociada a la experiencia de abusos sexuales durante la infancia, a corto y largo plazo (adaptado de Lameiras, 2002)
Los efectos psicológicos del abuso sexual infantil (a corto, medio y largo plazo) dependen de las
variables que condicionan el impacto sufrido por la víctima y explican las diferentes respuestas dadas por
cada individuo. Por ello es interesante analizar, por una parte, los factores que resultan amortiguadores
del impacto del abuso sexual en el desarrollo emocional posterior y contribuyen a metabolizarlo, y por
otra, aquellos que propician una mayor vulnerabilidad psicológica y favorecen el desarrollo de
consecuencias psicopatológicas.
Echeburúa y Guerricaechevarría (2000) distinguen tres grupos de variables entre los factores que
modulan el impacto de la agresión: el perfil individual de la víctima, las características del acto y las
consecuencias asociadas al descubrimiento del abuso.
a) Perfil de la víctima
Existen grandes divergencias en los resultados de los estudios en cuanto a si resultan más afectados
los niños más pequeños o los que tienen más edad: algunos estudios señalan que cuanto más joven es
el niño más vulnerable resulta frente a la experiencia de abusos y mayor es la probabilidad de desarrollar
síntomas disociativos; en otros se apunta que precisamente la ingenuidad y la falta de entendimiento
protegen al niño pequeño y minimizan el impacto. Además, a mayor edad, mayor probabilidad de que
se lleve a cabo la penetración y de que se emplee para ello la violencia física, ya que existe una mayor
capacidad de resistencia en la víctima, siendo estos factores concomitantes de peor pronóstico.
Respecto al sexo de la víctima, los estudios realizados no han permitido llegar a una conclusión
definitiva sobre si los niños y niñas se diferencian en la gravedad de la sintomatología experimentada.
Las características de personalidad del niño, variables como su asertividad o sus habilidades sociales
y cognitivas modulan a su vez los efectos de la vivencia del abuso sobre el niño.
Según recogen Cantón y Cortés (2000) recientes formulaciones teóricas han propuesto que los
efectos del abuso sexual infantil se encuentran mediatizados por la formación de valoraciones cognitivas.
Al respecto, se pone el acento en la importancia de variables cognitivas tales como las evaluaciones,
atribuciones o estrategias de afrontamiento, que se supone actúan como mediadoras entre la experiencia
abusiva y sus consecuencias psicológicas o comportamentales. En este sentido, las estrategias de
afrontamiento pueden ser un objetivo importante a conseguir en la intervención en terapias cognitivas
de abuso sexual.
– tienden a autoinculparse
– perciben el abuso sexual como una mayor amenaza para su seguridad física o imagen corporal
• Los adolescentes víctimas de incesto que realizaban atribuciones internas sobre el abuso se
encontraban significativamente más deprimidos y tenían una menor autoestima que las otras
víctimas que realizaban atribuciones externas.
• La sensación de tener escaso poder sobre el ambiente que rodea a la víctima se relaciona con la
formación de síntomas después de producirse la revelación.
• En cuanto al efecto del tratamiento, se ha encontrado que los niños que tienen más dificultades
para recuperarse son los que presentan unos patrones de negación y evitación.
Por lo que respecta a las características del acto abusivo, los resultados de las investigaciones son
concluyentes: la severidad de las secuelas está en función de la frecuencia y duración de la experiencia,
así como del empleo de la fuerza y amenazas, y de la gravedad de los actos. De este modo, cuanto más
crónico e intenso es el abuso, mayor es el desarrollo de un sentimiento de indefensión y vulnerabilidad y
más probable resulta la aparición de síntomas (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000; Cantón y Cortés,
2000).
Respecto a la relación de la víctima con el agresor, lo que importa no es tanto el grado de parentesco
entre ambos, sino el nivel de intimidad emocional existente. Así, a mayor grado de intimidad, mayor será
el impacto psicológico, que se puede agravar si la víctima no recibe apoyo de la familia o se ve obligada
a abandonar el hogar.
Por otro lado, por lo que se refiere a la edad del agresor, los abusos sexuales cometidos por
adolescentes resultan, en general, menos traumáticos para las víctimas que los efectuados por adultos.
En principio, la diferencia de edad es un agravante, porque acrecienta el abuso de poder y dificultan la
revelación.
En cuanto a las consecuencias derivadas de la revelación del abuso, el apoyo parental –creer al menor
y protegerlo–, especialmente por parte de la madre, es un elemento clave para que las víctimas
mantengan o recuperen su nivel de adaptación general. Probablemente la sensación de ser creídos es uno
de los mejores mecanismos para predecir la evolución hacia la normalidad de los niños víctimas de abuso
sexual.
Por el contrario, una inadecuada respuesta del entorno del menor entorpece el proceso de
recuperación. La evolución psicológica negativa de la víctima, que afecta especialmente a la autoestima,
En ocasiones, los sentimientos de vergüenza y culpa, de cólera y pena, de miedo y ansiedad pueden
afectar a los padres de tal manera que se muestran incapaces de proteger al niño adecuadamente. La
adaptación psicológica de las propias madres de las víctimas es importante. Son reacciones comunes la
autoinculpación y los sentimientos ambivalentes en relación a la víctima y el agresor (Cantón y Cortés,
2000). Al respecto, diversas investigaciones revelan que los padres se sentían solos y desbordados por los
problemas que, en su día, debieron afrontar. La mayoría de los padres manifestó que habría necesitado
ayuda durante la fase inmediata a la revelación, sobre todo en los aspectos relativos al cuidado del niño.
Evidentemente, la adaptación emocional de los padres y sus consiguientes actitudes y reacciones influyen
en la recuperación de las víctimas.
Por otro lado, se ha encontrado que el apoyo de la madre depende del tipo de abuso que sufra el
niño, su edad y, especialmente, de los sentimientos de la madre hacia el agresor. En este sentido, las
madres de familias incestuosas se sienten atrapadas en una situación conflictiva en la que su deseo de
proteger al niño choca con otras necesidades, lealtades y sentimientos. Y cuanto más intenso es el
conflicto de lealtades más difícil les resulta tomar medidas para proteger a los hijos.
También interfieren las situaciones de estrés adicionales y, en concreto, la posible ruptura de la pareja,
la salida del agresor o de la víctima del hogar (única vía que existe a veces para garantizar su seguridad,
pero que supone un coste emocional y de adaptación importante) y la implicación en un proceso judicial.
Respecto al proceso judicial, los juicios largos, las testificaciones reiteradas y los testimonios puestos
en entredicho suponen una victimización secundaria y ofrecen un peor pronóstico para la víctima. En este
punto Lameiras (2002) recalca que la experiencia más nociva de la judicialización es la sobreexposición
del menor a un rosario de evaluaciones-entrevistas. Los efectos negativos de este peregrinaje evaluativo
vienen dados por dos razones principalmente: en primer lugar, por el efecto negativo derivado de la
repetición del relato, que fuerza al menor a tener que revivir y reexperimentar las emociones negativas
asociadas, y que dificulta la resolución no traumática de dicha experiencia; y, en segundo, el
cuestionamiento de su credibilidad al comprobar que ha de repetir su declaración ante distintos
profesionales, en su mayoría desconocidos, lo que supone de por sí una fuente de estrés que hace
disminuir la autoestima del menor. En los estudios revisados por Cantón y Cortés (2000) se ha encontrado
una relación significativa y positiva entre el número de entrevistas y el nivel de trauma. Exigirle a un niño
que repita una y otra vez los incidentes abusivos supone que tenga que recordar hechos dolorosos, lo que
puede reforzar sus sentimientos de culpa y vergüenza, y consolidar la estigmatización y disociación de los
recuerdos y los afectos.
Por otro lado están los efectos negativos del juicio en sí, especialmente cuando se prolonga y el
menor ha de testificar en varias ocasiones, y sus declaraciones son rebatidas por el abogado de la
defensa. En general, el menor sufre un absoluto desconocimiento del medio en el que declara y la forma
en la que tiene que hacerlo. Al respecto, si se le prepara adecuadamente para la comparecencia
experimenta menos estrés psicológico. En sus revisiones, Cantón y Cortés (2000) han encontrado que,
aunque el ambiente del juzgado puede despertar temores en el niño, sus efectos se pueden reducir en
gran parte a través de una relación de confianza con un profesional y una adecuada preparación de su
comparecencia. De ahí la importancia de que los profesionales del sistema establezcan una relación cálida
con la víctima.
En esta misma línea se encuentra el modelo ecológico del abuso sexual infantil (Horno y otros, 2001).
El marco ecológico integra los contextos de desarrollo del niño (microsistema, macrosistema y
exosistemas), y estructura los factores que intervienen en la etiología del maltrato:
Microsistema. Es el entorno más cercano al niño, en el que desenvuelve su vida diaria y con el que
está en contacto permanente, y del que depende. El núcleo socializador prioritario en este nivel es la
familia e influyen factores como la composición de ésta, el ajuste marital o las características del niño.
Exosistema. Está compuesto por los sistemas sociales que rodean al sistema familiar (escuela,
trabajo, vecindario, amistades, etc.) cuyos valores y creencias configuran los del niño, puesto que
limitan o enriquecen sus propias vivencias y conforman su mundo relacional.
Macrosistema. Son los valores de la cultura en la que se desarrolla el individuo. En la crianza de los
niños influyen los conceptos sobre la paternidad y los roles de género, la concepción de los derechos
de la infancia, etc. Todos estos valores configuran a su vez el enfoque de la vida individual, por
ejemplo, a través de los medios de comunicación.
MACROSISTEMA –Alta criminalidad –Alta movilidad –Políticas igualitarias. –Puesta en marcha de:
a) Sociales –Baja cobertura de los Servicios geográfica –Aplicación adecuada programas de
Sociales –Fácil acceso a las de las penas a los prevención, de
–Desempleo víctimas agresores tratamiento de víctimas y
–Marginalidad –Aplicación de las –Procedimiento penal agresores, de mejora de
–Inhibición social a la hora de la penas mínimas a los protector de la víctima redes de apoyo e
denuncia agresores integración social de
–Fácil acceso a la pornografía –Ausencia de control familias con mayor
infantil prenatal y perinatal riesgo, programas
–Políticas discriminatorias –Conflictos bélicos sanitarios y de
–Falta de relación afectiva entre investigación
los hombres y los niños durante –Registro unificado de
la crianza casos
–Procedimiento penal –Constitución de redes de
exclusivamente protector de los trabajo interdisciplinar
derechos del agresor
b) Culturales –Aceptación del castigo corporal –Fracaso de los –Actitud positiva hacia –Éxito de los programas
–Valoración del niño como programas de la infancia, la mujer y de sensibilización social
propiedad de los padres sensibilización social la paternidad –Asunción de la
–La familia como un ámbito de –Sensacionalismo en –Concepción del niño protección eficaz de la
privacidad aislado los medios de como persona infancia por parte de la
–Concepción del niño como comunicación independiente y con sociedad
proyecto de persona, no como derechos –Implementación de la
persona –La familia como un Convención sobre los
–Tolerancia con todas las formas ámbito social integrado Derechos del Niño de
de maltrato infantil –Consideración del niño Naciones Unidas
–Negación de la sexualidad como miembro de la –Cambio de modelos de
infantil familia, no como crianza y familiares
–Mito de la familia feliz propiedad de los –Actitud respetuosa y
–Sexismo: fomento de la idea de padres protectora hacia los
poder y discriminación niños de los medios de
–Subcultura patriarcal comunicación
La pedofilia es una perversión en la que un adulto siente interés sexual por un menor prepúber.
Aunque en principio estas personas pueden excitarse con ambos sexos, suele ser más frecuente su
atracción por las niñas. En ocasiones los pedófilos son personas con una orientación sexual hacia los
adultos que, movidos por unas circunstancias especiales, realizan actividades sexuales con niños en un
momento dado.
Aunque no existe un prototipo de abusador, sí que se han encontrado algunos elementos comunes
a todos ellos:
La edad más comúnmente encontrada es entre los 30 y los 50 años, aunque la mayoría de los
agresores cometió su primer abuso antes de los 16 años, y cada vez son más frecuentes las
agresiones por parte de adolescentes.
Suelen ser reincidentes y actúan más en las ciudades que en las zonas rurales.
Tienen una escasa capacidad para ponerse en el lugar de otros y compartir sus sentimientos
(empatizar).
Los agresores suelen estar casados y ser, o miembros de la familia nuclear o extensa de la víctima
o personas de su entorno (educadores o vecinos), lo que les permite un fácil acceso al niño, con
quien suelen tener una relación de confianza anterior al incidente sexual.
Sólo en un 10% de los casos emplean la violencia. Habitualmente recurren al engaño; tratan de
ganarse la confianza de las víctimas; se aprovechan de la confianza de la familia; o les amenazan
o dan premios y privilegios de diferentes tipos. Los agresores de menores tienden a recurrir al
engaño y la seducción y se valen de su posición de superioridad sobre una víctima conocida.
Las distorsiones cognitivas en relación con el sexo suelen ser intensas y específicas, y tienden a
justificar lo ocurrido y a negar la comisión del delito.
Las distorsiones cognitivas se han detectado como elementos desinhibidores importantes en las
agresiones sexuales a niños. Las más frecuentes son:
• Las caricias sexuales no son realmente sexo y, por ello, no se hace ningún mal a nadie.
• Cuando los niños preguntan sobre el sexo significa que desean experimentarlo.
Primarios
Se trata de sujetos con una orientación sexual dirigida principalmente a los niños, sin apenas
interés por los adultos, y con conductas compulsivas no mediatizadas por situaciones de estrés.
Generalmente poseen un campo limitado de intereses y actividades, lo que les lleva a menudo a
una existencia solitaria.
Consideran sus conductas sexuales apropiadas y las planifican con antelación. Con frecuencia
poseen distorsiones cognitivas y no presentan sentimientos reales de culpa o vergüenza por estas
actividades sexuales.
Secundarios o situacionales
Son personas que tienen contactos sexuales aislados con niños como reflejo de una situación de
soledad o estrés. El consumo excesivo de alcohol u otras drogas puede actuar de desinhibidor de
estas conductas. Normalmente se relacionan con adultos heterosexuales (relaciones en las que
suelen darse alteraciones tales como impotencia ocasional, falta de deseo y algún tipo de tensión
o conflicto).
A nivel cognitivo, suelen percibir este tipo de conductas como anómalas y las ejecutan de forma
episódica e impulsiva más que de un modo premeditado y persistente. Por ello, pueden aparecer
posteriormente intensos sentimientos de culpa y vergüenza.
Factores causales
El origen de esta anomalía puede estar relacionado con el aprendizaje de actitudes negativas
extremas sobre la sexualidad, con el abuso sexual sufrido en la infancia, con sentimientos de
inferioridad o con la incapacidad para establecer relaciones sociales de tipo heterosexual.
También suelen encontrarse en estos individuos trastornos de personalidad, sobre todo referidos
al control de los impulsos y al desarrollo de una autoimagen deficiente. A su vez, la repetición de
masturbaciones acompañadas de fantasías pedofílicas ayuda a mantener el trastorno.
Los agresores sexuales presentan un cierto grado de vulnerabilidad psicológica, que arranca
frecuentemente de la ruptura de lazos entre padres e hijos. Los vínculos paternofiliales inseguros
generan en el niño una visión negativa sobre sí mismo y sobre los demás, y facilitan la aparición
de una serie de efectos negativos: a) falta de autoestima; b) habilidades sociales inadecuadas; c)
dificultades en la resolución de problemas; d) estrategias de afrontamiento inapropiadas; e)
escaso control de la ira, y f) egoísmo y ausencia de empatía. En último término, el fracaso en
establecer relaciones íntimas –más acusado si el agresor ha sido víctima de abuso sexual– genera
soledad crónica, egocentrismo y agresividad, así como una tendencia a abusar del alcohol.
Factores precipitantes
El abuso sexual se produce cuando coinciden una serie de factores (Finkelhor, 1984):
• Gratificación sexual.
• Superación de las inhibiciones internas para cometer el abuso sexual. Los desinhibidores
externos (alcohol) o internos (distorsiones cognitivas) contribuyen a conseguir este objetivo.
• Eliminación de las inhibiciones externas, lo cual se consigue debido al alejamiento del niño
de la madre o de otras figuras protectoras.
5. El incesto
El incesto se produce cuando se dan relaciones sexuales entre miembros de la familia. Estas relaciones
están prohibidas de forma expresa por las costumbres sociales, el tabú y las leyes. A continuación vamos
a exponer las características de los miembros de las familias incestuosas en las que las relaciones sexuales
se producen entre el padre y la hija (Vázquez Mezquita, 1995):
Se cree que esta cohesión es una necesidad para la pervivencia del incesto sobre el que, a su vez, se
fundamenta la familia. En el momento en el que los hijos salgan al exterior, el mantenimiento del
“secreto” se hace menos seguro. En esta familia la negación del incesto es muy fuerte y afecta a todos
sus miembros. El hecho de que la hija denuncie el incesto no garantiza que vaya a ser asumido. En
muchos casos se aparta a la hija del sistema familiar y la familia sigue negándolo y se mantiene
cohesionada. Se habla de que a menudo los hermanos/as de la víctima pueden presentar reacciones
emocionales aún más graves que la hermana afectada.
Diversos estudios realizados al respecto muestran una serie de conclusiones en torno a la familia
incestuosa:
Existencia de roles difusos e invasivos entre unos miembros y otros, posibilitando la imposición de
lo que los otros deben decir o pensar.
Las habilidades para la negociación aparecen muy disminuidas. Los miembros son poco claros en
la comunicación y se encuentran poco dispuestos a aceptar la responsabilidad por sus acciones,
pensamientos y sentimientos.
Enmascaran y constriñen sus sentimientos, evitando su expresión cuando de esto se derive algún
grado de sufrimiento.
El tono vital de sus miembros tiende a ser “cínico y desesperado”, evitando y oscureciendo el
conflicto.
Aparece una coalición destructiva entre los padres que revierte en un doble mensaje:
rechazo/sobreimplicación en los hijos.
5.2 El padre
El retrato robot del padre incestuoso es un hombre de entre 30 y 40 años cuando se inicia la relación
abusiva, con una inteligencia normal, sin antecedentes penales y que no presenta una psicopatología
grave. El inicio del abuso suele coincidir con la etapa prepuberal de la niña (8 a 12 años).
En muchas familias incestuosas es precisamente la figura del padre quien realiza a la vez las funciones
de apoyo y maternaje eludidas por la madre, por lo que si eliminamos al padre del sistema familiar, éste
se hunde automáticamente.
5.3 La madre
Entre las hipótesis causales que se barajan para explicar esta situación se encuentra la de que ella
misma ha podido sufrir abuso en su infancia, lo que explicaría su aparente tolerancia ante el incesto.
También se argumenta una situación de depresión crónica, que provoca la pérdida de facultades para
proteger a sus hijos.
En todo caso, se señala que la madre tiene una fuerte dependencia emocional del padre, con quien
por otra parte, mantiene una relación marital muy defectuosa, con unas relaciones personales y sexuales
nulas o muy insatisfactorias.
Por otra parte, es habitual que la madre conozca el incesto aunque prefiera ignorarlo para mantener
a la familia unida y continuar creyendo que sus necesidades básicas de dependencia respecto a su marido
siguen estando cubiertas.
Con la hija víctima mantiene una conducta ambivalente, pues al mismo tiempo que está aliada con
ella en la unión de la familia, también la considera competidora. Madre e hija no hablan jamás del incesto.
Cuando se descubre, la madre se suele mostrar incrédula y/o punitiva con la menor. Esta reacción de la
madre tendrá una repercusión negativa muy importante en la hija de cara a su recuperación emocional
tal y como hemos indicado anteriormente.
5.4 La hija
Cuando comienza a producirse el incesto, la niña (que suele tener una edad de entre 8 y 12 años)
reacciona con confusión. Esta reacción primitiva va transformándose a lo largo del tiempo en un
sentimiento de miedo, angustia y culpa, a medida que crece y empieza a entender la verdadera
naturaleza del incesto. Las consecuencias emocionales suelen ser devastadoras ya que no se produce un
franco rechazo del padre, sino que este sentimiento se entremezcla con el afecto.
Otro aspecto interesante es que la hija adquiere un poder especial dentro de la familia, pues del
mantenimiento del secreto de su incesto depende a su vez la subsistencia del sistema familiar. La fuerza
del secreto es tan grande, que incluso cuando el incesto afecta a varias hijas, se mantiene el secreto
incluso entre las propias hijas.
A consecuencia de esta situación, la hija tiene unas relaciones problemáticas con la madre, que ha
fallado en su protección frente al padre y que además la rechaza pasivamente. Estas relaciones suelen
estar marcadas por los celos, el resentimiento y la ambivalencia.
La víctima es forzada a adoptar el sistema de creencias distorsionado de la familia y este hecho dará
origen al empleo de un tipo de defensas individuales no adaptativas como, por ejemplo, la disociación,
la negación, la disonancia cognoscitiva o la distorsión de la realidad y del yo.
1. Introducción
Las ciencias sociales han experimentado un cambio trascendental en lo que se refiere al estudio de
los trastornos de la conducta humana. Si el siglo XIX se definió por el triunfo de la ciencia positivista, y
en este sentido, todas las enfermedades y alteraciones psicológicas se consideraban producto de causas
endógenas, el siglo XX dio paso a un enfoque ambientalista, en el que conductismo y psicoanálisis eran,
sólo aparentemente, corrientes antagónicas que buscaban fuera del organismo el origen de lo que
socialmente se consideraba desviado.
De este modo, si hace un siglo se hubiera llevado a cabo una investigación sobre las consecuencias
del abuso sexual infantil, con toda probabilidad no se habrían tenido en cuenta las variables ambientales
que influyen en el organismo (la crianza, la reacción familiar al descubrimiento del abuso sexual, la
influencia del grupo social o factores tales como la nutrición) y sí, en cambio, la herencia genética, la
vulnerabilidad individual y la estructura corporal. Es más, ni siquiera se habría tenido en cuenta el abuso
sexual para explicar determinadas psicopatologías que desarrollan algunas personas adultas.
Prueba de ello es que Freud es quien tiene en cuenta por primera vez el abuso sexual infantil, aunque
minimiza su importancia real para centrarse en el problema de las imaginaciones de sus pacientes. Y, en
cierto modo, Freud tenía razón. Como veremos más adelante, por lo que sabemos sobre cómo las
vivencias traumáticas influyen en el organismo, no son los hechos en sí mismos sino la forma en la que
el organismo los integra, lo que conforma lo que llamamos trauma.
Así, hasta hace poco el abuso sexual infantil se resolvía negándolo. Y, aún hoy en día, los peritos nos
enfrentamos a la pregunta de los tribunales: “¿Se trata de un niño fabulador?; ¿dice la verdad?”.
Algunos tribunales, al menos los españoles, esperan que el experto certifique que la víctima de un
determinado delito –la supuesta víctima ya que no hay víctima sin delito declarado en una sentencia– no
forma parte del grupo de fabuladores, cuya existencia viene avalada por una leyenda social sin base
científica. Por oscuros motivos se suele creer que los niños mienten más que los mayores, aunque no hay
un solo estudio que avale tal suposición, y sí la contraria: los adultos saben y pueden mentir mejor que
los niños. Otra cosa es que un niño –dependiendo de su nivel de desarrollo moral– entienda
defectuosamente, o no entienda en absoluto, las posibles consecuencias de una mentira, e incluso que
determinados menores en edad preescolar sean fácilmente inducidos a creer que sucesos sugeridos por
terceras personas les han ocurrido. Pero lo bien cierto es que, en lo que respecta al abuso sexual infantil,
a los adultos les resulta mucho más fácil inventar sucesos que a los niños. Al respecto, y anticipándonos
a lo que se pondrá de manifiesto a lo largo de nuestro estudio de cien casos extraídos de una población
forense, los niños pequeños (de 10 años o menos) poseen una tasa de invención nula.
De hecho, cuando se produce una invención, ésta viene inducida o impuesta por los adultos del
entorno, y tiene su propia dinámica, donde hay que tener en cuenta los beneficios colaterales que se
Se define al abuso sexual como un acto violento ya que comparte características con otros delitos
violentos, y esta conceptualización nos sirve para entender sus efectos dentro del modelo de estrés
postraumático.
Sin embargo, la violencia en el abuso sexual infantil raramente se expresa abiertamente, ya sea física
o verbalmente. Su naturaleza violenta radica en que interfiere en el desarrollo psicoevolutivo del menor,
ya que altera su normal desarrollo sexual, y al hacerlo, puede influir en el desarrollo de su personalidad.
El desarrollo psicosexual está relacionado con conceptos tan importantes como la construcción de la
propia identidad, la autoestima, el autoconcepto, la confianza en los demás, la capacidad para la
intimidad y, en general, con muchos de los constructos psicológicos que conforman los cimientos sobre
los que se construye la personalidad futura del menor.
Hasta la fecha se ha considerado el abuso sexual infantil como un suceso traumático, sin que se
conociera muy bien cómo influía este trauma en la personalidad. La palabra trauma posee connotaciones
que van más allá de lo psicológico e invaden el campo del juicio social.
El perito psicólogo experto en temas de abuso sexual debe tener en cuenta, por tanto, el contexto
en el que se mueve, y asumir que en un juicio penal siempre se le van a pedir pruebas de aquello que
señala en su dictamen y en su ratificación oral.
El conocimiento actual sobre el abuso sexual infantil no se debe, no obstante, a los estudios que se
han llevado a cabo sobre él, sino al avance en la comprensión de la conducta violenta en general, es decir,
a los acusados. Si queremos comprender a la víctima, tendremos que entender la violencia no sólo en su
sentido clásico de fuerza o coacción, sino en un sentido más amplio, es decir, como aquella conducta que
no respeta la individualidad y los derechos de una persona concreta, tal y como indica Corsi (2000),
cuando explica la génesis y el mantenimiento del maltrato en la pareja adulta.
En cuanto a la definición de maltrato, hoy en día sigue vigente la aportada por Kempe (1978) que
indica que abuso sexual infantil es toda conducta sexual entre personas cuyo desigual estatus
psicoevolutivo provoca que al menos una de ellas no posea la capacidad de consentimiento necesaria.
Por otra parte, el hecho de conceptualizar el abuso sexual como una conducta violenta, significa que
automáticamente el menor víctima comparte las secuelas, actitudes y prejuicios con el propio abusador y
con otras víctimas de violencia interpersonal.
Pese a lo expuesto anteriormente, en realidad sabemos muy poco sobre el impacto del abuso sexual
infantil en las víctimas, ya que la mayoría de estudios realizados hasta la fecha sólo aportan
especulaciones o datos estadísticos parciales que poco ayudan a la comprensión de un caso concreto. El
motivo principal de este desconocimiento es que el abuso sexual infantil contiene en su propia dinámica,
como toda conducta abusiva, un componente de secretismo que, unido a otros factores –intimidad;
dificultad para la investigación retrospectiva; y escaso índice de denuncias, sólo uno de cada cinco casos
de agresión contra la libertad sexual es denunciado (Redondo, 1994/2000)–, conforma un panorama
donde lo menos conocido son las secuelas emocionales (a corto y largo plazo) verbalizadas por las
víctimas e interpretadas desde diferentes contextos clínicos.
También sabemos muy poco sobre las causas que hacen del abuso sexual una experiencia crítica, que
de alguna forma puede mediatizar el desarrollo psicoafectivo y comprometer el grado de vulnerabilidad
de una persona a desarrollar síntomas clínicos en la edad adulta asociados a los trastornos de ansiedad y
sus complicaciones, como el abuso de sustancias –principalmente alcohol–, o los trastornos de
personalidad.
Al respecto cabe señalar que no todas las personas que han sufrido abuso sexual infantil desarrollan
secuelas a largo plazo. Echeburúa y Guerricaechevarría (2000) aporta las cifras de un 70% de niños con
secuelas a corto plazo, y un 30% de adultos que fueron víctimas de abuso sexual durante su infancia.
Existen cuatro factores asociados a la gravedad de las secuelas emocionales a corto y largo plazo,
independientes de las variables propias del menor (edad, sexo, personalidad previa, antecedentes
psicopatológicos, etc.). Estos factores son:
Aunque la implicación negativa de estos cuatro factores se sabía desde hace tiempo, hasta ahora no
existían estudios en los que esta relación causa–efecto estuviese tan claramente definida (Vázquez y Calle,
1997).
Desde este punto de vista, el presente estudio se centra, no ya en las características externas del
abuso (autor, cronicidad, severidad, grado de violencia, etc.), sino en cómo se ha producido éste, ya que
el abuso sexual siempre se da en el seno de una relación personal entre la víctima y el agresor.
De este modo, hay que afrontar la conducta abusiva como una relación entre un adulto y un menor
fundamentada en creencias culturales aceptadas por ambos. Entre ellas, cabe destacar las siguientes: el
adulto sabe más que el niño incluso sobre el propio niño; el adulto quiere el bien del niño; el adulto
siempre tiene razón, etc. De hecho, el agresor suele jugar con todas estas creencias –en principio válidas
para cualquier menor– en su propio beneficio. Así, cuando el adulto castiga, o se impone a un menor, se
da por sentado que lo hace por el bien del menor.
De lo anteriormente expuesto se desprende que el ser humano funciona a partir de una serie de
creencias que articulan su organización social. Estas creencias son, casi siempre, funcionales. Nuestro
sistema educativo, por ejemplo, se cimienta precisamente en esa disimetría niño/adulto, y el proceso de
socialización y culturización consiste, precisamente, en aplicar esa disimetría a la obtención de la máxima
uniformidad. A ese grado de adaptación a la normativa social lo llamamos adaptación social. Sin
embargo, ese proceso de socialización implica el uso de la violencia en mayor o menor medida.
Supongamos, por ejemplo, que todos los niños de siete años tienen que saber leer, aunque no todos los
niños de esa edad estén emocional o intelectualmente preparados para ello (algunos lo pueden hacer
mucho antes, otros después, y otros, dejados a su libre albedrío, quizá no lo hagan nunca), pero a todos
ellos, sin distinción, se les exigirá un rendimiento y una conducta iguales según su edad cronológica.
El anterior ejemplo pretende ilustrar cómo para que un menor se adapte a su entorno social debe
asumir los mismos valores y creencias que los adultos de su entorno sociocultural. Pero además de estas
obligaciones arbitrarias que le impone el entorno cultural, el niño necesita obtener la aceptación
incondicional afectiva por parte de aquellos adultos que son importantes en su vida y con los que se
identifica activamente. Y la cuestión de la aceptación incondicional es de vital importancia para entender
la génesis del trauma.
Cuando el menor es sometido a una experiencia abusiva en la que su individualidad y sus necesidades
no son respetadas, aprende en espejo a no respetarse, e incluso a identificarse con su agresor. De ahí la
extrema dificultad a la que nos enfrentamos cuando trabajamos con adultos que de niños fueron víctimas
de abuso sexual al tratar de construir una autoestima adecuada que impida la aparición de conductas
autodestructivas.
El principal problema psicoterapeútico es que algunas víctimas poseen una imagen tan devaluada de
sí mismas que harán todo lo necesario para mantener esta identidad negativa –pero segura y conocida–,
aunque se les ofrezcan posibilidades vitales más positivas. Al respecto, algunos menores tienden a
entablar relaciones abusivas destructivas con los demás. Lo más sorprendente es que, pese a que estas
personas ya adultas se den cuenta de lo anómalo de su conducta, no pueden evitar repetirla una y otra
vez. De alguna manera se han quedado ancladas en esa fase crítica del abuso.
El abuso sexual se compone de dos efectos psicopatológicos principalmente. El primero tiene que ver
con el trauma que supone sufrirlo y sus consecuencias emocionales directas: vergüenza, culpa,
aislamiento social, estigmatización, autoestima negativa y una sensación vaga de ser “diferente”,
directamente derivada de la dinámica abusiva y el secreto impuesto. El segundo efecto está relacionado
con los mantenedores de la situación anterior, entre los que cabe destacar la memoria y su cohorte de
signos asimilables al estrés postraumático: reexperimentación, evitación e hiperalerta, que mantienen los
síntomas clínicos que refuerzan la autoestima negativa de la víctima. De hecho, si el abuso no actuara de
alguna forma sobre la memoria, no dejaría huella ni influiría en la personalidad.
Según el diccionario, trauma es un choque o impresión emocional que deja una huella subconsciente
duradera. Esto es lo que, de una forma más intuitiva que clínica o experimental, se ha observado en
personas que han vivido experiencias traumáticas como, por ejemplo, la reclusión en un campo de
concentración. Por definición, estas experiencias tienen en común el hecho de que la persona implicada
ha sentido en peligro su integridad física o moral, y no ha tenido ningún control sobre ese riesgo. Además,
los traumas son experiencias anómalas e infrecuentes dentro de la historia natural del ser humano.
La palabra trauma expresa, asimismo, la posibilidad de que la persona afectada no sea consciente del
todo, o no lo sea en absoluto, de la vivencia de ese trauma, lo que genera el interesante fenómeno de la
disociación en la memoria. Este mecanismo de defensa, unido a la represión, pueden explicar el olvido
involuntario de ciertos hechos.
Cuando observamos las consecuencias del abuso sexual y de otros delitos violentos crónicos, los
expertos coinciden en señalar que la disociación es uno de los efectos inmediatos en la víctima. Se
produce una disociación –y no represión– cuando en la víctima sí permanece el afecto negativo que
acompaña al recuerdo. Más adelante se explicará en qué consiste esta disociación, cuáles son sus bases
neurobiológicas y sus efectos en la memoria y, en consecuencia, qué influencia tiene en la conformación
de los síntomas clínicos que se dan a largo plazo.
Los síntomas del trauma relacionados con la vergüenza –la sensación de ser diferentes, malos, o de
merecer lo ocurrido–, son en ocasiones comunes en los agresores y sus víctimas. La presencia de una
figura paterna hostil, ambivalente y con tendencia a avergonzar al menor en privado y en público parece
ser la causa de esta fijación infantil. Además, algunos estudios sostienen que una parte de los niños
víctimas de abuso sexual se convierten en agresores, en la llamada recapitulación de la experiencia
abusiva. Algunos estudios realizados en Inglaterra sitúan la tasa de este fenómeno en un 13%, aunque
son cifras de difícil constatación.
En cuanto a la culpa como factor que afecta al normal desarrollo de la personalidad, cabe destacar
que la actitud conciliadora –melancólica– de muchas niñas víctimas de abuso sexual interfiere en el
desarrollo de su personalidad. Es cierto que poseer rasgos dependientes, o melancólicos, no supone en
sí mismo un defecto estructural de la personalidad, sino una forma de ser que está más extendida entre
la población femenina por razones culturales. Sin embargo, no debemos pasar por alto el riesgo que esta
actitud implica a la hora de sufrir procesos victimizadores o revictimizadores (Hirigoyen, 1998).
En relación a esto último, lo perverso de la relación abusiva es que normalmente el agresor se las
ingenia para convencer a la víctima de que ella ha buscado, propiciado o deseado el abuso. Y la visión
negativa que ésta asume de sí misma –y el autodesprecio por su implicación– es lo que a la larga influye
tan poderosamente en su autoestima. De hecho, muchos agresores sexuales pagan a la víctima con
regalos, atenciones, o con un supuesto afecto. Así, los maltratadores menos generosos y más
abiertamente hostiles son, a la larga, menos perjudiciales.
En el momento en que la víctima acepta los regalos, el afecto o la atención del agresor, queda
enredada en el marasmo de la culpa, que imposibilita su recuperación a través de la conciencia. Como
nos encontramos inmersos en una cultura donde la noción de pecado y culpa es trascendental, es muy
difícil para la víctima, aun comprendiendo racionalmente que no es la responsable del suceso, librarse de
este sentimiento. El constructo de culpa ofrece además la ventaja de devolver el control a las personas,
haciendo comprensible un mundo en el que, desde un punto de vista filosófico profundamente
voluntarista, premio y castigo son las consecuencias de nuestras acciones.
Si además tenemos en cuenta que el concepto de sexo siempre ha estado ligado a lo prohibido y
pecaminoso, cualquier relación donde el menor haya sentido la más mínima sensación de agrado físico
se hará inexpugnable para cualquier abordaje terapéutico del problema.
Antes de proseguir conviene establecer de la forma más precisa posible a qué nos referimos cuando
hablamos de disociación. Para ello, adoptaremos el modelo de Brenmer (2000), quien tomando para su
estudio una serie de investigaciones, definió la disociación como una disfunción de la memoria normal,
consciencia o identidad.
Otros autores (Keane, Kaufman y Kimble, 2000) señalan que el interés por la disociación como
síntoma se intensifica durante los años 80, cuando la comunidad científica reconoce y acepta la realidad
del abuso infantil y sus secuelas psicológicas. Las dos ideas clave sobre las que gira la investigación parten
de este concepto.
De hecho, las alteraciones de la memoria están relacionadas con daños cerebrales, demencias y otros
procesos orgánico-cerebrales, en los que se manifiesta algún tipo de déficit fisiológico estructural y/o
funcional. La diferencia entre estas alteraciones de la memoria con síntomas orgánicos, y los trastornos
de origen disociativo se debe a la alteración selectiva del recuerdo disociativo.
Para poder hablar de amnesia u olvido disociativo, se debe tener en cuenta que existan en el
individuo lagunas en la memoria no debidas a olvidos normales (Bremner, 2000). Por olvidos normales se
entiende el decaimiento de la huella mnémica producto del tiempo transcurrido desde el suceso; el olvido
de los detalles periféricos y sensoriales; y todos aquellos procesos cognitivos relacionados con este olvido.
Existe al respecto una controversia sobre si se pueden recuperar los sucesos olvidados y sobre el problema
de la falsa memoria. Es poco defendible que sucesos olvidados puedan recuperarse mucho tiempo
después de sucedidos ya que no existe ninguna prueba de que queden huellas en la memoria a escala
3. El suceso supone una amenaza subjetivamente percibida para la integridad física o moral de la
víctima.
El que se cumplan estas cuatro condiciones a la vez puede significar que cualquier acto violento,
cuando tiene lugar en el seno de la familia o entorno inmediato, puede generar procesos disociativos.
Este hecho explicaría por qué las víctimas de abuso intrafamiliar suelen manifestar más secuelas
psicológicas a largo plazo y por qué la severidad del abuso y su frecuencia son también factores de riesgo.
Es difícil que una víctima pueda escapar del suceso si éste ocurre en la familia. El grado de amenaza
reiterada percibida por el menor es lo que subyace al posible incremento en el proceso de disociación.
En definitiva, un proceso disociativo es algo más que un trastorno selectivo en la memoria. Para
Bremner (2000), las experiencias disociativas vienen acompañadas asimismo de:
Para entender cómo la disociación en la memoria acarrea la aparición de síntomas clínicos de estrés
postraumático, hay que explicar asimismo el modo en que el estrés traumático afecta a la química y la
estructura cerebral, dado que el estrés tiene efectos a largo plazo en las áreas cerebrales que intervienen
en la memoria y en los sistemas neurohormonales y neurotransmisores que median en sus respuestas.
Existen dos áreas cerebrales directamente implicadas en lo que llamamos trastorno de estrés
postraumático: el hipocampo y la corteza media prefrontal. El hipocampo juega un importante papel en
la función de la memoria. El daño inducido al hipocampo debido al estrés podría jugar un papel
determinante en los síntomas de disociación que tienen que ver con la memoria.
Por su parte, la corteza media prefrontal interviene en la modulación del valor atribuido a
determinados recuerdos, a través de la inhibición de la amígdala (que media las respuestas de miedo). Se
han observado disfunciones cerebrales en el cortex medio prefrontal en pacientes afectados de trastorno
de estrés postraumático, lo que explicaría la imposibilidad de acabar con determinadas conductas de
miedo ante ciertos estímulos en estos mismos pacientes.
Como explica Yehuda (2002), los estudios más recientes identifican la existencia de alteraciones
neuroanatómicas en la amígdala y el hipocampo en pacientes con trastorno de estrés postraumático. La
Esta misma autora ha encontrado también diferencias en el funcionamiento del hipocampo, lo que
sugiere la existencia de un substrato anatómico para los recuerdos intrusivos y otros problemas cognitivos
típicos del trastorno de estrés postraumático. Algunos estudios aportan datos que parecen apoyar la
hipótesis de que el trastorno de estrés postraumático ocurre por un fallo en la reducción del impacto
biológico cuando ocurre el suceso. De ese fracaso inicial se deriva una cascada de alteraciones que
provocan una reviviscencia intrusiva del trauma y síntomas de hiperalerta. En estudios prospectivos
(Yehuda, 2002), se ha comprobado que pacientes con trastorno de estrés postraumático desarrollan
niveles más bajos de cortisol en los momentos inmediatamente posteriores al trauma. Este efecto podría
explicarse por la posible exposición anterior al hecho traumático. Las víctimas también poseen tasas
cardíacas más altas en los momentos inmediatos al suceso y una semana después.
Además de la mayor activación del sistema nervioso autónomo, los niveles más bajos de cortisol
pueden influir positivamente en el efecto de la norepinefrina, tanto a nivel cerebral como periférico, lo
que, a su vez, consolidaría el recuerdo del incidente traumático.
Brenmer (2000) lanza la hipótesis de que la disociación en el momento del trauma representa la
sensación subjetiva de las personas, provocada por el deterioro del hipocampo en el momento del trauma
(dado el papel que juega el hipocampo en la codificación y en la recuperación del recuerdo).
En conclusión, se podría decir que la corteza media prefrontal es incapaz de controlar la irrupción de
recuerdos traumáticos fragmentarios en la consciencia. Estos recuerdos vienen mediados por estímulos
de la amígdala y del tálamo, de forma retroalimentaria. La amígdala, a su vez, revive el estado disociativo
en conexión con el tálamo, el hipotálamo y la corteza, influyendo en estas estructuras.
Lo anteriormente expuesto, unido al hecho paradójico de que en el momento del trauma el nivel de
cortisol circulante es menor precisamente en aquellas personas que después van a desarrollar el trastorno
de estrés postraumático (Yehuda, 2002), plantea la existencia de una posible regulación biológica
anómala de la capacidad de hacer frente a los estímulos estresantes en personas previamente expuestas
a ellos.
Como la propia Yehuda (2002) sugiere, la habituación es el motivo de que aquellos que van a
desarrollar trastorno de estrés segreguen menos cortisol en el momento del suceso estresante, es decir,
aquellos que más cantidad de estrés han sufrido tienen menos capacidad para afrontarlo. Esto es un
hecho clínicamente constatado en pacientes psiquiátricos con antecedentes de abuso sexual infantil.
Es difícil saber, y no existen estudios al respecto, el impacto biológico que el abuso sexual infantil
tiene en las víctimas en el momento del suceso: ¿existe algún tipo de daño cerebral como se sugiere en
estudios retrospectivos realizados con adultos?; ¿hay algún equivalente biológico entre estas víctimas y
las que padecen el llamado “síndrome del zarandeo”?
5. Conclusiones
La primera conclusión que se puede extraer de lo anteriormente expuesto es la necesidad de reducir
las conductas violentas que los adultos infligen a los niños. Entre estas conductas violentas, el abuso
sexual es una de las más negativas por muchas razones, entre ellas porque los agresores suelen ser
individuos investidos de un poder social importante para el niño. El hecho de que personas que deberían
apoyar incondicionalmente el desarrollo adecuado del menor adopten una doble posición y lo
estigmaticen, provoca unos efectos de difícil superación en la autoestima y la autoimagen del menor,
alterando el normal desarrollo de su personalidad. En esta situación, la víctima se ve obligada a crecer con
una rémora impuesta desde el exterior de una forma injusta. Además, el hecho de que un niño sea
sometido a abuso sexual en la infancia aumenta su vulnerabilidad al estrés, es decir, de alguna manera
sus defensas biológicas merman, ya que el estrés postraumático implica una alteración de las estructuras
cerebrales y del funcionamiento de los neurotransmisores.
1.1 Introducción
Tradicionalmente se ha dudado de la veracidad del testimonio de un niño que declara haber sufrido
abusos sexuales. Este cuestionamiento se debe, en gran medida, a determinados aspectos como la
incompetencia cognitiva del menor, la alta susceptibilidad de éste a la sugestión (Ceci y Bruck, 1993) y la
incapacidad que manifiesta a la hora de diferenciar entre realidad y fantasía. Sin embargo, existen datos
que ponen en duda la validez de estos puntos de vista (Bull, 1998). Algunos autores (Poole y Lamb, 1998)
subrayan que las declaraciones falsas o inexactas no son consecuencia de los posibles déficit cognitivos
de los menores, sino del modo en que se realizan las entrevistas (cuyas respuestas pueden estar inducidas)
o de determinadas sugerencias realizadas por los adultos.
La mayoría de los menores prefiere revelar los abusos sufridos a algún adulto de su familia antes que
a un extraño. En ese momento, el adulto puede –intencionalmente, o no– introducir información sobre
algún detalle que pueda distorsionar los recuerdos del menor. Si éste no recuerda el origen de ese detalle,
podría estar convencido de haberlo experimentado realmente (Poole y Lamb, 1998).
Es evidente que los niños tienen la capacidad de mentir y de ocultar información. Bussey, Lee y
Grimbeek (1993) ponen de manifiesto la disposición de los menores a mentir cuando se lo solicita un
adulto, bien para que acuse falsamente a otro sobre un abuso sexual o bien para que oculte un abuso
que ha tenido lugar. Junto a la capacidad de los menores para mentir, hay que señalar la escasa capacidad
de los adultos para detectar esa mentira. De hecho, se puede afirmar que la capacidad de detectar el
engaño a partir de indicadores no verbales es bastante imprecisa en los adultos (Masip y Garrido, 2001).
Aunque en el caso de los contenidos verbales se supone que la precisión aumenta. Sin embargo, un
estudio de Jackson y Granhag (1997) prueba lo contrario. En él se indica que la probabilidad de que
abogados y estudiantes sean capaces de diferenciar entre las declaraciones verdaderas y las falsas
realizadas por menores no supera las meras probabilidades del azar. En este estudio se puso de manifiesto
que la precisión en la detección de declaraciones verdaderas y falsas no aumentó cuando las
declaraciones se presentaban en vídeo en vez hacerlo por escrito.
El verdadero origen del CBCA hay que situarlo a mediados del siglo pasado. Tras la Segunda Guerra
Mundial, se produjo en Alemania una reforma del Sistema de Administración de Justicia que incluyó,
entre otros aspectos, la creación de tribunales especiales para los casos en los que la víctima y/o el agresor
fuese menor de 21 años. En aquella época se consultó a un psicólogo alemán, Udo Undeustch, sobre los
recursos existentes para evaluar la credibilidad de un testigo menor de edad. Undeustch señaló la
conveniencia de entrevistar al testigo fuera del entorno judicial, grabar esa entrevista y analizarla después.
Estas indicaciones abrieron las puertas de los tribunales a los psicólogos jurídicos alemanes. A partir de la
experiencia acumulada entrevistando testigos menores de edad, se fueron elaborando una serie de
criterios de realidad que eran indicadores de la veracidad de la declaración en los casos de abuso sexual
infantil. Undeustch fue el primero en resaltar que las declaraciones basadas en algo ocurrido realmente
diferían sustancialmente de aquéllas fruto de la imaginación (Hipótesis de Undeustch). En 1957 se
publicaron por primera vez los criterios del primero de los procedimientos: Análisis de la realidad de las
declaraciones (SRA). Este procedimiento se basa en dos conjuntos de datos: los obtenidos a través de la
entrevista en la que el menor hace su declaración formal y los de las declaraciones realizadas previamente.
Sin embargo, esta técnica no empezó a gozar de prestigio hasta los años 80, cuando Undeustch publicó
sus trabajos en inglés, y las líneas de investigación de Köhnken y Steller se unificaron con el fin de integrar
en un único sistema los diferentes criterios. A las aportaciones de estos investigadores hay que añadir las
de psicólogos forenses alemanes como Arntzen y Szewczyk, quienes recogieron información sobre casos
reales a lo largo de 30 años de investigación. De este modo, se creó el citado sistema CBCA. Steller
contactó con Raskin en Estados Unidos, quien se encargó de introducir el CBCA en aquel país. Todas estas
investigaciones confluyeron en el desarrollo del protocolo de análisis conocido como Sistema de análisis
de la validez de las declaraciones (SVA).
El planteamiento central de este protocolo es considerar que una declaración será veraz si muestra
criterios que indiquen que está basada en hechos experimentados directamente por el que declara,
independientemente de la mayor o menor precisión de tal declaración. Una declaración no será válida si
se basa en invenciones (mentiras); o si obedece a la influencia de otras personas, ya sea directa e
intencionalmente (instruyendo para que realice una declaración falsa) o indirecta y no intencionalmente
(a través de la sugestión). El SVA incluye:
• La aplicación de los 19 criterios del CBCA a la transcripción de la entrevista. Cuantos más criterios
se den, más veraz puede considerarse la declaración.
1.2 La entrevista
El objetivo de la entrevista es obtener la mayor cantidad de información posible sin sesgar las
respuestas del menor. En la medida en que las circunstancias lo permitan, es aconsejable que entre el
momento de la entrevista y los hechos relatados transcurra el menor tiempo posible. Aunque los
elementos centrales del incidente de abuso se suelen recordar durante mucho tiempo, los elementos
periféricos tienden a olvidarse. Por otro lado, cuanto mayor sea la demora, mayor será la probabilidad de
que el menor haya sido entrevistado con anterioridad (por padres, policías, abogados, psicoterapeutas,
etc.) y, en consecuencia, será más posible que éstos, con sus preguntas, hayan sesgado el recuerdo
infantil.
Así, el procedimiento más efectivo es provocar la narración libre del menor para posteriormente
clarificar, a través de preguntas lo más abiertas posibles, determinados aspectos que precisen ser
aclarados. Este procedimiento es muy efectivo porque se puede obtener una mayor cantidad de
información con una menor interferencia del entrevistador.
• La hipótesis principal (la validez de las alegaciones) y las alternativas (por ejemplo; se ha
fantaseado; la alegación se debe a la venganza; las alegaciones son válidas pero hay elementos
adicionales inventados, etc.).
• Contrastar lo que dice el menor con la información adicional que se tiene del caso (se confirma;
hay elementos contradictorios; omisiones, etc.).
1. Preguntas que supongan una invitación a la narración libre. Se pretende que el menor facilite
toda la información posible sobre el suceso. En los casos en los que el abuso haya sido
continuado es posible que la narración sea poco detallada. En estos casos conviene sugerirle que
aporte detalles de un episodio concreto. El entrevistador no debe referirse explícitamente al
abuso sexual ni al presunto perpetrador.
3. Preguntas directas. Se orientan hacia algún hecho específico de un episodio. Suelen utilizarse
cuando la declaración es ambigua o inconsistente.
4. Preguntas para el contraste de hipótesis alternativas. No deben realizarse este tipo de preguntas
si la hipótesis principal tiene suficiente consistencia. Sí son útiles, sin embargo, cuando la
información que facilita el menor entra en contradicción con otras informaciones de las que ya
se dispone; cuando se ha relatado algo improbable o si se sospecha que la declaración está
5. Preguntas sugerentes. Si se introducen debe ser al final de la entrevista, ya que es fácil que
contaminen las respuestas. Su objetivo es averiguar hasta qué punto el niño es sugestionable
sobre algún aspecto o situación específica. Este tipo de preguntas hacen referencia a hechos no
creíbles o que se sabe que no han sucedido. Sin embargo, no se puede ser muy concluyente al
respecto. Puede ser que se haya dado cuenta de que el hecho no es creíble y negarlo o puede
que indique que no acepta una sugestión. Si acepta el hecho, hay que formular una pregunta
abierta. Pero con esa aceptación se tiene simplemente una información orientativa. Puede que
un menor acepte esa sugestión y que sus alegaciones sean válidas.
Lamb, Sternberg, Esplin, Hershkowitz y Orbach (1997) valoraron positivamente la efectividad de los
procedimientos explicados anteriormente en los casos en que estaban implicados menores de 15 años,
ya fuera como testigos, víctimas o agresores. En su estudio analizaron las grabaciones en audio de dichas
entrevistas y observaron que la conducta del entrevistador podía describirse según cinco categorías:
5. Intervenciones sugerentes: Aquellas en las que el entrevistador guía la respuesta del menor o
asume detalles que no se han mencionado.
Del estudio de estas entrevistas los investigadores concluyeron que las preguntas abiertas y las
invitaciones producían respuestas más largas y con más información que las preguntas directas, directivas
o sugerentes. Además, cuando en la entrevista se utilizan invitaciones por parte del entrevistador, es más
probable encontrar criterios del CBCA que cuando se utilizan facilitadores, preguntas directas, directivas
o sugerentes (Hershkowitz, Sternberg y Esplin, 1997). Dicho de otro modo, cuanto más abiertas sean las
entrevistas, mayor será la posibilidad de aplicar los criterios al contenido a fin de discriminar entre
declaraciones verdaderas y falsas. Ahora bien, esto puede llevar a cuestionarse, tal y como hacen Lamb y
otros (1997), que si la estrategia del entrevistador de utilizar invitaciones es la que provoca respuestas
ricas en los criterios, utilizar ese procedimiento en una entrevista realizada a un menor que describe
hechos falsos, daría lugar a respuestas cuyo contenido sería interpretado como válido. Los datos de
algunas investigaciones que han comparado declaraciones creíbles con declaraciones no creíbles parecen
indicar que ese peligro no existe. Por ejemplo, Orbach y Lamb (1999) señalaron que se cumplen más
criterios del CBCA en las declaraciones creíbles y que las intervenciones abiertas, directas y directivas
generaban narraciones en las que se cumplían más criterios pero sólo en el caso de los menores cuyas
declaraciones eran plausibles.
Raskin y Esplin (1991), por su parte, señalan que el rango de edad en que los niños pueden ser
entrevistados siguiendo las pautas del SVA se sitúa entre los 2 y los 17 años, aunque advierten de la
dificultad que representa las limitadas habilidades cognitivas, sociales, verbales y atencionales de los niños
menores de 4 años, así como el amplio conocimiento sexual de los adolescentes. En cualquier caso, el
listado de criterios de validez también tiene en cuenta las características individuales del entrevistado.
En cuanto a la utilización de accesorios tales como los muñecos anatómicos existe bastante
controversia. En general, se desaconseja su uso (Yuille, 1988), aunque sí pueden utilizarse como último
recurso en casos en los que la corta edad y el nivel de desarrollo del niño no permitan la comunicación
verbal, o también con el fin de superar los problemas de timidez y vergüenza (Katz, Schonfeld, Carter,
Leventhal y Cicchetti, 1995). Los reparos existentes a la utilización de muñecos anatómicos se deben a
que se considera que estos accesorios son sexualmente sugestivos e, incluso, provocativos, y que pueden
alterar la memoria del menor. Algunos estudios consideran que los muñecos favorecían las declaraciones
inexactas en niños menores de tres años, y sugerirían la realización de juegos sexualizados que podían
interpretarse erróneamente como prueba de que el abuso había tenido lugar (Bruck, Ceci y Hembrooke,
1998). Por tanto, al carecer de la fiabilidad y validez necesarias, no existe modo alguno de llegar a una
conclusión válida a partir de cómo juega el menor con los muñecos.
Asimismo, es imprescindible que la entrevista se grabe y, a ser posible, en vídeo. Esto permite
examinar posteriormente si se ha realizado correctamente, así como registrar literalmente su contenido y
redactar su transcripción. Además, también se evita que el menor sea sometido a interrogatorios
posteriores, reduciendo así una victimización secundaria. Cabe, no obstante, tener en cuenta que la
presencia del equipo de grabación no debe ser intrusiva. Así, si se cree necesario que otros expertos sigan
el desarrollo de la entrevista, deben hacerlo mediante un espejo unidireccional o a través de un circuito
cerrado de televisión.
2. Solicitar todos los detalles posibles (que no elimine nada en su relato, incluso cosas que crea que
no son importantes).
3. Solicitar que recuerde los hechos en un orden diferente (que repase los hechos en orden inverso,
o que empiece por el elemento que más le impresionó del suceso y de ahí prosiga hacia adelante
o hacia atrás).
4. Solicitar cambios de perspectiva (que adopte la perspectiva de otras personas presentes y piense
qué deben haber visto esas personas).
Habitualmente, el punto 1 y 2 se solicitan antes de que el sujeto narre lo ocurrido y los dos últimos
una vez el testigo ha finalizado su relato. Además de esas técnicas generales, se puede solicitar
posteriormente información más concreta sobre la apariencia física del agresor o las características de su
habla y algún dato relevante como nombres (que intente recordar un nombre repasando el alfabeto), o
números (que intente recordar cuántos dígitos, etc.).
Steller y Wellershaus (1996), por su parte, llaman la atención sobre el hecho de que la entrevista
cognitiva puede incrementar artificialmente la presencia de algunos de los criterios del CBCA. El problema
del estudio llevado a cabo por estos investigadores es que, como advierten Garrido y Masip (2001), no
comparan los resultados de las declaraciones obtenidas mediante entrevista estándar con los obtenidos
con entrevista cognitiva (comparan los resultados de la entrevista estándar con la suma de los resultados
de la entrevista estándar y la cognitiva). Por tanto, es más lógico encontrar más criterios cuando se
analizan dos declaraciones que cuando se analiza exclusivamente una. Köhnken, Schimossek,
Aschermannn y Höfer (1995) compararon las declaraciones obtenidas mediante entrevista estructurada
con las obtenidas a través de una entrevista cognitiva y concluyeron que la entrevista cognitiva no afecta
negativamente a la precisión de las clasificaciones del CBCA. Estos investigadores admiten, sin embargo,
la posibilidad de que exista un sesgo en las evaluaciones, dado que algunos criterios estaban más
presentes en las declaraciones realizadas a través de una entrevista cognitiva: “detalles
malinterpretados”, “admisión de falta de memoria”, “dudas sobre el propio testimonio”, “detalles
inusuales” y “detalles superfluos”.
1. Estructura lógica. Este criterio se cumple cuando el testimonio tiene sentido global, es decir,
lógica y coherencia interna, y sus diferentes partes no son contradictorias sino que se combinan
en un todo. Hay que tener en cuenta que ni el criterio 7 “complicaciones inesperadas durante el
incidente” ni el criterio 8 “detalles inusuales” tienen por qué interferir necesariamente en la
estructura lógica. Hay que señalar que una declaración basada en un esquema y no en lo
directamente experimentado suele presentar también una estructura lógica. Las variables que
influyen en la estructura lógica son: el tiempo que transcurre entre el momento en que el
episodio ocurre y el momento de la declaración, el número de veces que el menor lo ha relatado
y la complejidad del suceso.
6. Reproducción de conversaciones. Este criterio difiere del anterior en que, para que se cumpla,
es necesario no sólo mencionar una interacción verbal, sino también reproducir alguna parte de
esa interacción verbal (en forma de diálogo en estilo directo). En ocasiones este criterio puede
resultar muy revelador porque el menor reproduce el lenguaje del agresor, incluye razonamientos
utilizados por éste así como expresiones o palabras de uso poco común en un menor. No es
Los criterios incluidos en la Categoría 3 Peculiaridades del contenido hacen referencia a aspectos
cualitativos de la descripción que, a juicio de Steller y Köhnken (1989/1994), están más acentuados en
las declaraciones que estén basadas en experiencias vividas. Son aquellas características que aumentan la
concreción, viveza y calidad del contenido verbal, y que pueden aparecer en distintos puntos de la
declaración.
8. Detalles inusuales. En acusaciones inventadas es poco probable que se mencionen este tipo de
detalles: aspectos concretos mencionados por el menor en relación con el agresor, referencia a
objetos, etc., que puedan resultar sorprendentes o extraños, aunque no irreales. Este criterio
puntúa cuando el menor es capaz de aportar un dato sobre el abuso que parece poco frecuente
y que se considera muy por encima de la capacidad de invención del menor, sobre todo en el
caso de los niños pequeños.
9. Detalles superfluos. Este criterio se refiere a la mención de elementos que no forman parte del
curso de los acontecimientos abusivos, sino que son periféricos y poco relevantes para apoyar la
acusación. Normalmente, al mentir no se inventan detalles irrelevantes que no contribuyan a
afirmar el suceso.
10. Detalles descritos con precisión e inadecuadamente interpretados. Este criterio se cumple
cuando el menor da detalles del episodio que están más allá de su comprensión debido, por
ejemplo, a sus escasos conocimientos sexuales (en su declaración puede confundir los gemidos
del agresor con dolor o el semen con orina).
13. Atribuciones al estado mental del agresor. Este criterio es similar al anterior, pero referido a
los pensamientos, sentimientos y motivos que el menor atribuye al supuesto autor del abuso. El
estado mental, así como las reacciones afectivas y fisiológicas del agresor suelen aparecer en el
testimonio con las siguientes expresiones: “estaba nervioso”, “le temblaban las manos”,
“respiraba muy fuerte”, etc.
Los criterios adscritos a la Categoría 4 Contenidos relacionados con la motivación se basan en las
causas que llevan al menor a hacer la declaración. De este modo, si el testimonio es falso se omitirán
determinados elementos que lo debiliten. Sin embargo, cabe tener en cuenta (Bekerian y Dennet, 1992)
que un menor que dice la verdad puede también obviar ciertos detalles del relato que, a su juicio,
indiquen falta de seguridad en lo que narra. Los criterios de este grupo, como se mencionará más
adelante, tienen una baja fiabilidad interjueces, quizá debido a que se pasen por alto en el transcurso de
la entrevista, más que a la falta de claridad de las definiciones. Se denominan “criterios de credibilidad”
porque se evalúan exclusivamente con el contenido verbal de las declaraciones del testigo.
14. Correcciones espontáneas. Son las rectificaciones o apostillas que el menor realiza de forma
espontánea durante la entrevista. De producirse se pone en duda que el relato sea
completamente ficticio o que esté influido por una tercera persona ya que, normalmente, una
persona que miente no varía su testimonio, ni siquiera para mejorarlo. Este criterio no se aplica
cuando una corrección o añadido no es espontáneo, sino que es consecuencia de la influencia o
de las sugerencias del entrevistador.
15. Admisión de falta de memoria. Este criterio es muy similar al anterior (Steller y Köhnken,
1989/1994). Las personas que aportan deliberadamente testimonios falsos responden
íntegramente a las preguntas y no admiten el olvido de ciertos detalles. Por tanto, si un testigo
confiesa no recordar algún dato es una prueba de la credibilidad del testimonio.
16. Plantear dudas sobre el propio testimonio. Steller y Köhnken (1989/94) toman como
referencia la idea de Undeutsch de que plantear dudas sobre la exactitud del propio testimonio
es un indicio de su veracidad. Es lógico pensar que una persona que está intentando ser creíble
cuando miente no planteará dudas sobre la credibilidad de su declaración.
18. Perdonar al autor del delito. Si una declaración tiende a favorecer al acusado (se añaden
explicaciones o exoneraciones de su conducta), o si el testigo no hace uso de su posibilidad de
incriminarlo en otras acciones, debe considerarse como una indicación de la veracidad de la
declaración.
19. Detalles característicos. Este criterio hace referencia al contenido de detalles que son
especialmente relevantes desde un punto de vista criminal. Por ejemplo, una descripción de una
relación incestuosa en la que la víctima no opone resistencia, que se describe como larga y
continuada y que comenzó con conductas sexuales inocuas (elementos habituales en este tipo
de abuso), puede parecer poco veraz a las personas que no están familiarizadas con los datos
empíricos existentes sobre este tipo de delito sexual, pero para los expertos constituye un signo
de credibilidad. Otros detalles característicos son, por ejemplo, el secretismo impuesto al niño;
los intentos por implicarlo en la acción a cambio de regalos, atención y afecto; la sustitución de
las figuras paternas por parte del abusador; las argumentaciones sobre lo inocuo y normal del
abuso sexual, etc.
1.3.2 Aplicación
El análisis de la veracidad del suceso debe realizarse sobre la transcripción de la entrevista. Se deben
tener en cuenta solamente los contenidos referidos al incidente sexual. Las informaciones que se repiten
sólo se contabilizan una vez. También hay que tener en cuenta que una misma información puede
aplicarse a más de un criterio (por ejemplo, es habitual que la información que sirve para el criterio
“descripción de interacciones” se ajuste también al criterio “reproducción de conversaciones”).
Steller y Köhnken (1989/1994) señalaron la existencia de dos opciones para evaluar los resultados de
la entrevista: la primera consiste en tomar decisiones dicotómicas sobre la presencia o ausencia de los
criterios; la segunda en valorar el grado en que se considera que cada criterio está presente.
Habitualmente se diferencia la ausencia (0 puntos), la presencia (1 punto) o la fuerte presencia (2 puntos)
del criterio. Obviamente, este segundo procedimiento hace más difícil la aplicación y merma la fiabilidad
interjueces. Ahora bien, facilita la interpretación ya que cuantos más criterios y con más fuerza aparezcan,
mayor veracidad tendrá la declaración.
En cualquier caso, la evaluación de la entrevista deben llevarla a cabo dos psicólogos expertos que
analizarán rigurosa e independientemente cada uno de los criterios para tomar una decisión global de la
validez del testimonio. Posteriormente ambos psicólogos deben hacer una puesta en común de las
evaluaciones y conclusiones. El informe final es producto del acuerdo interjueces.
A la hora de llevar a cabo el análisis global, Steller y Köhnken (1989/94) advierten que la calidad del
contenido de la declaración depende de las capacidades cognitivas del testigo y de la naturaleza del
suceso. Cuanto mayores sean las capacidades cognitivas y menor sea la complejidad del suceso, más
difícil será el análisis de la declaración basado en criterios. Un resultado positivo derivado de la presencia
de varios criterios puede ser irrelevante si las capacidades cognitivas y verbales del testigo están altamente
desarrolladas. Del mismo modo, un resultado negativo debido a la ausencia de determinados criterios es
poco significativo si el suceso es muy breve y poco complejo. Por otra parte, la cantidad de criterios que
se cumplen depende de la extensión de la declaración, lo cual indica de nuevo la importancia de que la
entrevista se realice adecuadamente.
Garrido y Masip (2001) han analizado las diferentes investigaciones que desde los años 80 se han
venido realizando sobre los criterios del CBCA. Estos autores han clasificado los estudios dependiendo de
si eran experimentos de laboratorio o estudios de campo con casos reales. En el caso de los experimentos
de laboratorio, se cuenta con la certeza de la autenticidad o falsedad de la declaración, sin embargo,
presentan el inconveniente de que los casos carecen de realismo. En el segundo tipo, el problema
principal es que se carece de la certeza de si la declaración es verdadera o falsa. Este hecho implica la
necesidad de incluir casos en los que hay otras pruebas que confirman inequívocamente la declaración
(por ejemplo, informes médicos, confesiones, declaración incriminatoria de otro testigo, etc.). Por otro
lado, en muchos casos reales se carece de grabación de la entrevista o, si existe, no es accesible. Por
último, también puede darse la circunstancia de que la entrevista no se haya conducido correctamente;
en ese caso no se podrían aplicar los criterios.
Los autores también diferencian los estudios que han revisado en función de si el objetivo era analizar
la fiabilidad, la validez u otros aspectos. Este capítulo se referirá únicamente a los estudios que han
aportado resultados relevantes y, dadas las características de la investigación, se centrará exclusivamente
en los estudios con casos reales.
2. Esplin, Boychuk y Raskin (1988) también analizaron la validez del CBCA en casos reales, que
diferenciaron en confirmados y no confirmados. Para ello utilizaron un método que les permitió evitar el
procedimiento circular del estudio anterior (Litman y Szewczyk diferencian las declaraciones sinceras de
las engañosas aplicando el CBCA y posteriormente analizan la presencia de los criterios). Esplin y otros
(1988), sin embargo, consideran que el caso está confirmado cuando existe algún criterio como la
confesión del agresor, informes médicos o la declaración incriminatoria de otros testigos. Los casos que
se consideraron no confirmados presentaban características como: ausencia de informes médicos,
desestimación judicial, informe psicológico sobre la baja probabilidad de que se hubiera dado el abuso y
resultados de polígrafo indicando la inocencia del agresor. De este modo, aplicaron el CBCA a 20 casos
considerados confirmados y a 20 considerados no confirmados, puntuando los criterios como ausentes
(0 puntos), presentes (1 punto) o fuertemente presentes (2 puntos). La media para los casos confirmados
fue del 24,8 y para los no confirmados de 3,6. Los criterios que tenían un mayor poder de discriminación
fueron: “detalles inusuales” y “detalles superfluos”, “correcciones espontáneas”, “elaboración no
estructurada”, en primer lugar, y “descripción de interacciones”, “reproducción de conversaciones” y
“complicaciones inesperadas durante el incidente”, en segundo. Los menos discriminatorios, por
presentarse con baja frecuencia incluso en las declaraciones confirmadas, fueron la “incomprensión de
detalles narrados con precisión”, “asociaciones externas relacionadas”, “levantar dudas sobre el propio
testimonio” y “autodesaprobación”. Wells y Loftus (1991) señalaron que entre sus limitaciones se
encontraban, por ejemplo, la posible influencia de las diferencias de edad entre los casos confirmados y
3. Boychuk (1991), por su parte, clasificó los casos en tres grupos: “claramente confirmados”
(confesión, evidencia médica y condena), “fuertemente confirmados” (confesión y condena) y “muy
dudosos” (ausencia de evidencia médica, resultado de inocencia en el test del polígrafo, ausencia de
confesión, evaluación de expertos indicando que el abuso probablemente no había ocurrido y
desestimación del caso en los tribunales). Posteriormente, agrupó a los dos primeros y descubrió que 13
de los 19 criterios del CBCA estaban más presentes en éstos dos que en el grupo dudoso. Estos 13
criterios fueron: los tres de características generales, los cuatro de contenidos específicos, cinco de los
criterios referidos a particularidades del contenido (“detalles inusuales”, “detalles superfluos”,
“asociaciones externas relacionadas”, “alusiones al estado mental subjetivo del menor” y “atribuciones
al estado mental del agresor”) y los criterios “correcciones espontáneas” y “perdón al agresor”, del grupo
de contenidos referentes a la motivación.
4. Anson, Golding y Gully (1993) examinaron la fiabilidad interjueces mediante un estudio de campo
de las declaraciones realizadas en 23 casos reales de abuso sexual en los que se consideraba confirmada
la culpabilidad del acusado. De 2 a 4 evaluadores familiarizados con la aplicación del CBCA analizaban
las grabaciones de las declaraciones. Cada evaluador analizaba aproximadamente la mitad de las
grabaciones. Utilizaron tres procedimientos para medir la fiabilidad: proporción de acuerdo, índice Kappa
de Cohen y coeficiente de acuerdo del error aleatorio de Maxwell (RE). Este último estadístico asume que
los aciertos debidos al azar pueden darse por igual en las decisiones de presencia y en las de ausencia.
En función de este coeficiente, los autores agruparon los criterios en tres grupos. El primero estaba
formado por aquellos que presentaban una fiabilidad adecuada (RE>.50), “perdón al agresor”, “dudas
sobre el propio testimonio”, “atribuciones al estado mental del agresor”, “incomprensión de detalles
relatados con precisión”, “autodesaprobación”, “reproducción de conversaciones”, “cantidad de
detalles”, “estructura lógica” y “complicaciones inesperadas durante el incidente”; el segundo, por los
criterios que presentaban una fiabilidad marginal (.30>RE <.50), “detalles superfluos”, “incardinación en
contexto”, “detalles inusuales” y “correcciones espontáneas”; y el tercero por los que presentaban una
fiabilidad inadecuada (RE<.30), “admisión de faltas de memoria”, “asociaciones externas relacionadas”,
“descripción de interacciones”, “alusiones al estado mental subjetivo del menor”, “producción no
estructurada” y “detalles característicos”. Estos investigadores también encontraron que la edad en el
momento de la entrevista correlaciona con seis de los criterios: “estructura lógica”, “adecuación
contextual”, “descripción de interacciones”, “reproducción de conversaciones”, “perdonar al agresor “y
“detalles característicos”. Uno de los problemas del estudio es que aplican el CBCA a los vídeos y no a
las transcripciones, como suele hacerse en casos reales.
5. Lamers-Winkelman y Buffing (1996), por su parte, estudiaron el efecto de la edad del menor en
la presencia de los criterios del CBCA. Para ello, trabajaron con las declaraciones de niños con edades
comprendidas entre los 2-3 años hasta los 9-11 y hallaron que, en los casos de niños más pequeños, se
presentaban con menor frecuencia los criterios: “incardinación en contexto”, “descripción de
interacciones”, “reproducción de conversaciones”, “detalles superfluos”, “admisión de falta de
memoria” y “detalles característicos”. Los datos encajan con los estudios sobre el desarrollo cognitivo,
aunque podrían estar contaminados por el hecho de no diferenciar declaraciones verdaderas de las falsas.
7. Lamb, Sternberg, Esplin, Hershkowitz, Orbach y Hovav (1997) realizaron un estudio de campo con
98 entrevistas a víctimas de abuso sexual provenientes de archivos legales de Israel. En función de la
información disponible, clasificaron los casos en un continuo: desde muy probable hasta bastante
probable, cuestionable, bastante improbable y muy improbable. Es su estudio sólo utilizaron 14 criterios
del CBCA. Las mayores puntuaciones se obtuvieron en el grupo de declaraciones “muy probables”. Los
criterios que diferenciaban las declaraciones plausibles (muy probables y probables) de las no plausibles
(bastante improbables y muy improbables) fueron “elaboración no estructurada”, “cantidad de detalles”,
“incardinación en el contexto”, “descripción de interacciones” y “reproducción de conversaciones”.
Como principales conclusiones de estos estudios cabe señalar que los criterios que tienen más poder
discriminatorio son: “cantidad de detalles”, “incardinación en el contexto”, “reproducción de
conversaciones” y “elaboración no estructurada”, ya que estos criterios estaban más presentes en las
declaraciones verdaderas que en las falsas (Esplin y otros, 1988; Boychuk, 1991; Lamb y otros, 1997). Por
el contrario, entre los criterios menos discriminatorios estaba la “autodesaprobación”. Otros criterios
poco útiles a la hora de dar por verdadera una declaración son: “atribuciones al estado mental del
agresor” y “dudas sobre el propio testimonio”.
No obstante, en general, el sistema presenta una fiabilidad interjueces adecuada (Horowitz y otros,
1997). También los estudios confirman que las declaraciones de los menores de más edad son más ricas
en criterios (Boychuk, 1991; Horowitz y otros, 1997).
De esta línea de investigación también hay que destacar que se incrementa la precisión al utilizar el
CBCA para evaluar la credibilidad cuando se analizan las transcripciones en lugar de la información
audiovisual. Como señalan Garrido y Masip (2001), el CBCA fue creado para aplicarse a transcripciones
y el uso del vídeo supone un riesgo de contaminación de los evaluadores, ya que pueden verse influidos
por la información no verbal.
A pesar de que en algunos estudios sólo se emplean los 19 criterios del CBCA, para completar la
valoración del testimonio es necesario tener en cuenta otros criterios que constituyen el denominado
“Listado de criterios de validez”. Su aplicación supone valorar 11 aspectos diferenciados en 4 categorías:
Características de la entrevista
04. Preguntas sugestivas, directas o coercitivas
05. Adecuación global de la entrevista
Cuestiones de la investigación
09. Consistencia con las leyes de la naturaleza
10. Consistencia con otras declaraciones
11. Consistencia con otras pruebas
Estas cuatro categorías pretenden valorar los resultados obtenidos al aplicar el CBCA con el fin de
alcanzar una conclusión definitiva respecto a la validez, o no, de la alegación (Raskin y Esplin, 1991). El
primer grupo de criterios hace referencia a las características psicológicas del menor:
1. Lenguaje y conocimientos adecuados. Hay que tener en cuenta si las habilidades cognitivas
del entrevistado, sus expresiones y el conocimiento que muestra, encajan con lo habitual para su
edad y experiencia. Para valorar adecuadamente este aspecto, se debería llevar a cabo una
evaluación de las capacidades cognitivas del menor con el fin de averiguar si ha tenido acceso a
informaciones de naturaleza sexual.
2. Adecuación del afecto. Este apartado tiene en cuenta si las expresiones emocionales durante
la entrevista son las predecibles en esta situación. Este aspecto es problemático. Garrido y Masip
(2001) señalan que no siempre está claro cuál es la reacción emocional que cabe esperar. En
ocasiones se considera que las víctimas deben presentar una alta expresividad emocional, aunque
también es adecuado un estilo inhibido. Por otro lado, hay que tener en cuenta la dificultad para
detectar una expresión emocional simulada.
4. Preguntas directivas, sugestivas o coercitivas. La razón para tener en cuenta este aspecto es
que las preguntas de este tipo pueden influir sobre el contenido de la declaración.
Respecto a la motivación para informar en falso, hay que tener en cuenta los siguientes criterios:
6. Motivos para declarar. Valorar si con la información que se tiene del caso puede pensarse que
hay razones que justifiquen una acusación falsa.
8. Presiones para informar en falso. Valorar la posible influencia ejercida sobre el menor (a través
de la sugestión, la inducción o la presión psicológica) para que realice la declaración.
9. Consistencia con las leyes de la naturaleza. Si los acontecimientos descritos son realistas o
si, al ser contrarios a las leyes de la naturaleza, indican que son producto de la fantasía.
10. Consistencia con otras declaraciones. Si algún elemento central contradice otras
declaraciones del menor o de otros testigos. Al respecto, hay que advertir que si el menor ha
aprendido de memoria una historia falsa, sus declaraciones pueden ser idénticas. Por otra parte,
cuando un menor relata en más de una ocasión hechos que realmente ha vivido, tampoco hay
que esperar que la consistencia sea total, pero al menos, se darán puntos en común en el
acontecimiento central, el papel que desempeñó el menor y el lugar de los hechos.
1.5 Conclusiones
Antes de emitir una valoración final sobre el testimonio, hay que tener en cuenta, además de la
información obtenida a través del CBCA y del listado de criterios de validez, toda la información adicional
del caso: documentación, valoración del estado psicológico y emocional, observaciones conductuales,
gestos que acompañan a la descripción del acto, historia familiar, etc. Una vez se hayan tenido en cuenta
los datos, se debe determinar la credibilidad global del testimonio. Las posibilidades para expresar esa
valoración final se ajustan a las siguientes cinco categorías: muy probablemente creíble, probablemente
creíble, indeterminado, probablemente increíble, muy probablemente increíble.
Como puede observarse, para aplicar el Sistema de análisis de la validez de las declaraciones es
necesario disponer de la suficiente cantidad de información al respecto aunque, en situaciones reales de
abuso, esto no siempre es posible. A este respecto cabe señalar que existen algunos impedimentos con
los que puede encontrarse el evaluador, como por ejemplo, las imposibilidad legal para desarrollar
adecuadamente el procedimiento de la entrevista o para acceder a más información sobre el caso.
A pesar de todo ello, las ventajas del sistema son claras. El CBCA integra aproximaciones diferentes
a la hora de valorar el testimonio: en una primera fase se considera el testimonio en su totalidad y,
Por último, hay que recordar que este sistema es un medio para analizar el testimonio, no un detector
de mentiras. Así, este método permite evaluar si un determinado caso se ajusta a los criterios que se han
dado en casos reales de abuso sexual. Además, hay que tener en cuenta que el concepto de “verdad”
en esta técnica se concibe de diferentes formas al igual que en otras que se basan en el análisis de
contenidos. Una de estas formas, es diferenciar los relatos que provienen de hechos reales de los que
provienen de hechos imaginarios. Otro modo es considerar la intención de decir la verdad y la intención
de mentir del entrevistado y un tercero se centra en distinguir entre los relatos que contienen información
correcta y aquéllos que contienen errores. Estos planteamientos no son mutuamente excluyentes, pero si
se pone el énfasis en la coherencia entre lo narrado y los hechos reales, es posible que determinados
errores, intencionados o no, se asocien a testimonios ficticios o falsos. Esto implicaría que el testimonio
de un menor que intencionalmente declara en falso no se diferenciaría de aquel en el que,
espontáneamente, se aporta una información falsa (Bekerian y Dennet, 1992).
De todos modos, como advierten Raskin y Seller (1989), a medida que las habilidades cognitivas de
un testigo se incrementan debido a su edad, nivel educativo, factores sociodemográficos, etc., y la
complejidad de los hechos disminuye, la aplicación del sistema produce resultados menos concluyentes.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que la fase de la entrevista es fundamental ya que el número de
criterios que se cumplen depende de la cantidad de información que aporte el menor, y ésta, a su vez,
de la técnica empleada en la entrevista. Por último, como ya se ha señalado, existen criterios que plantean
dificultades por su baja fiabilidad interjueces. Como señala Sporer (1997), la validez de los criterios
también se ve amenazada por el hecho de que el evaluador puede verse inclinado a apreciar la presencia
de uno de los criterios al haber observado la presencia de otro. Por ejemplo, si aparece el criterio
“cantidad de detalles” es más fácil para el evaluador apreciar el criterio “detalles superfluos”, lo que
sugiere que algunos criterios covarían entre sí más que otros. Este mismo autor señala que algunos
criterios presentan dificultades a la hora de contabilizarlos. Por ejemplo, el criterio “incardinación en
contexto” hace referencia a si el menor menciona o no elementos espaciales y temporales relacionados
con la vida cotidiana. Al no diferenciar, en la clasificación, las referencias espaciales de las temporales, no
queda claro si el criterio debe codificarse si aparecen los dos aspectos o si con mencionar uno sólo es
suficiente. Esto apunta a la necesidad de una definición más precisa de los criterios del CBCA. Bekerian
y Dennet (1992), por su parte, cuestionan la validez teórica de algún criterio del CBCA. Por ejemplo,
esperar una elaboración desestructurada en una declaración veraz, supone pensar que las
intencionalmente falsas están basadas en esquemas rígidos y son más lineales. Sin embargo, si un suceso
se experimenta con cierta regularidad, convirtiéndose incluso en un ritual, puede narrarse de forma
estructurada y esquemática, ajustándose a lo que los expertos llaman memoria re-episódica. Asimismo,
Lamb, Sternberg y Esplin (1994) señalan que el paso del tiempo entre lo experimentado y el recuerdo
aumenta la tendencia a basarse en guiones. En conclusión, estos aspectos deberían investigarse más, a
fin de conocer bajo qué circunstancias el criterio de “elaboración no estructurada” es un buen indicador
de la veracidad.
A pesar de esas dificultades, se considera que el Sistema análisis de la validez de las declaraciones es
útil aunque sea necesario continuar desarrollando investigaciones. Raskin y Steller (1989) aconsejan que
se lleven a cabo estudios que evalúen la fiabilidad interjueces de los criterios de fiabilidad, así como la
realización de análisis de múltiples variantes para determinar la importancia relativa de los diferentes
Johnson y Ray (1981) proponen tener en cuenta cuatro aspectos (contextuales, sensoriales,
semánticos y cognitivos) para distinguir la información almacenada en la memoria de origen interno
(recuerdos autogenerados o imaginados) de la de origen externo (percepciones). Los recuerdos de origen
externo tienen más atributos contextuales (espacio-temporales), sensoriales (colores, ruidos, iluminación,
etc.) y más detalles semánticos que los de origen interno. Estos últimos, sin embargo, presentan más
atributos cognitivos (referencias a procesos cognitivos, menciones idiosincrásicas como “pensé”, “sentí”,
“estaba asustado”, etc.).
Alonso-Quecuty (1990), al aplicar este modelo, comprobó que los relatos verdaderos tienen más
información contextual y sensorial. El autor consiguió discriminar entre las declaraciones reales y las
sugeridas a través de un procedimiento similar al empleado en el estudio de Schooler y otros (1986), con
información post-evento. El estudio no confirmó, sin embargo, que los relatos falsos-sugeridos tuvieran
más referencias idiosincrásicas que los verdaderos, aunque sí subrayó la influencia de la demora, que
dificulta distinguir entre ambos tipos de recuerdos (con el paso del tiempo, las declaraciones verdaderas
tienen más información idiosincrásica, mientras que las falsas presentan más detalles contextuales y
sensoriales). De este modo, el sujeto que engaña y tiene tiempo para elaborar su relato, no puede ser
detectado a través de la aplicación de la técnica de Johnson y Ray.
Sin embargo, Alonso-Quecuty (1995) señala la dificultad que supone la aplicación del modelo de
control de la realidad de los recuerdos a las declaraciones de menores de entre ocho y diez años, ya que
los niños tienen menos problemas que los adultos para generar fantasías que tengan un carácter vívido.
En estos casos las declaraciones falsas son más ricas en información semántica y contextual, lo que
dificulta diferenciar entre los relatos generados externamente y los que lo son internamente.
Sporer (1997), por su parte, utiliza los planteamientos de la técnica del Reality Monitoring (RM) y los
criterios del CBCA con el fin de evaluar la validez discriminatoria de estos dos instrumentos y comprobar
si el uso conjunto de ambas técnicas ayuda a diferenciar con mayor precisión entre las declaraciones que
provienen de hechos experimentados y las que son fruto de la fantasía del sujeto. El estudio evalúa las
transcripciones de declaraciones llevadas a cabo por estudiantes universitarios y se aparta, por tanto, de
nuestra investigación sobre abuso sexual infantil. Sin embargo, los resultados son interesantes ya que
ponen de manifiesto la utilidad de complementar el CBCA con otras técnicas que también se basen en
el análisis del contenido de las declaraciones. En el citado estudio se emplean únicamente 13 criterios del
CBCA, dado que los criterios del 14 al 19 (contenidos relacionados con la motivación y elementos
específicos de la agresión) no se consideran relevantes porque los sujetos del estudio no relatan ninguna
agresión. Además, se pide a los evaluadores que juzguen el carácter positivo o negativo de la experiencia
relatada, el grado de implicación y la sensación de pérdida de control experimentada. Pese a que estos
aspectos no constituyen criterios de credibilidad, Sporer (1997) los incluye para valorar la adecuación del
Aplicando un análisis factorial a los criterios de ambos instrumentos, a fin de conocer las dimensiones
del CBCA y del RM, obtiene cinco factores que se interpretan del siguiente modo:
4) Claridad. Al margen de la alta presencia del criterio “claridad” del RM, en este factor satura
altamente el criterio de “reconstrucción”, lo que hace difícil considerarlo como un criterio del
factor “consistencia lógica” o como un criterio de este factor de claridad.
5) Interacciones verbales y no verbales. Ninguno de los criterios del Reality Monitoring satura en
este factor y sí los tres del CBCA (“descripción de interacciones”, “reproducción de
conversaciones” y “atribuciones al estado mental del agresor”).
Este análisis factorial podría contribuir a la formulación de una teoría socio-cognitiva de la detección
de mentiras que unificara ambas aproximaciones. Sin embargo, existen algunas dimensiones que sólo
están presentes en el CBCA y no en el Reality Monitoring, por ejemplo, el criterio “descripción de
interacciones”. Lógicamente, cada técnica tiene un origen distinto. La primera proviene del ámbito
forense, donde cobra relevancia la interacción entre la víctima y el agresor. La segunda, sin embargo,
proviene de la investigación cognitiva.
Sporer (1997) señala en sus conclusiones que, dado que los evaluadores aplican ambas técnicas a las
declaraciones (los criterios del RM después de los del CBCA), no es de extrañar que las valoraciones que
éstos realizan de las declaraciones no sean independientes, es decir, que cabe esperar que haya un efecto
de contaminación. Por ejemplo, es lógico que si se identifican pocos criterios del CBCA en una
declaración, al aplicar los criterios del RM a la misma declaración, las clasificaciones sean también bajas.
De todos modos, utilizando los criterios del CBCA también pueden darse estos efectos de contaminación.
De cualquier forma, si se emplean dos técnicas, es adecuado trabajar también con dos grupos de
evaluadores: uno de ellos entrenado en el CBCA y el otro en los criterios del RM. De esta forma se podría
evaluar independientemente la presencia de cada conjunto de criterios y establecer la fiabilidad
interjueces para cada grupo. El problema es que para los objetivos del estudio (comparar la validez de las
dos técnicas) las diferencias en los resultados podrían atribuirse a las diferencias en sensibilidad y a otras
características personales de los respectivos evaluadores.
2.2 Escala para evaluar la credibilidad de las partes (Sexual Abuse Legitimacy)
El objetivo de esta escala desarrollada por Gardner (1987) es ayudar a los entrevistadores a objetivar
su informe para que la declaración presente ciertas garantías. La escala es útil en los casos en lo que
puede entrevistarse al presunto agresor. Las preguntas se formulan de modo que, cuantas más sean las
respuestas afirmativas, mayor es la probabilidad de que el abuso se haya cometido. Se evalúan las
declaraciones del menor, una serie de criterios aplicables al acusador (especialmente cuando es la madre)
y una serie de criterios aplicables al acusado (especialmente cuando es el padre). Vemos, por tanto, que
la escala Sexual Abuse Legitimacy (SAL) está pensada especialmente para aquellos casos en los que el
agresor es el padre y la denuncia ha sido presentada por la madre.
1. Indecisión en la revelación del abuso, debido a que las víctimas reales pueden sentirse
avergonzadas o amenazadas, lo que provoca que no sean espontáneas cuando exponen el
abuso.
2. Miedo a la venganza. Cuando el menor dice sentir temor por haber recibido amenazas, contra
él o contra su madre, o el agresor amenaza con suicidarse.
6. Descripción creíble del abuso. La declaración debe ajustarse a lo que se considera “razonable”
en un episodio de abuso.
10. Juego de desensibilización en el hogar o durante la entrevista. Los menores traumatizados por
el abuso se suelen enfrentar al trauma reviviendo la experiencia de una manera manifiesta o
bien simbólica.
11. Amenazas o soborno para que no revele el abuso formuladas por el supuesto agresor.
12. Ausencia del síndrome de alienación parental. La no existencia de este síndrome incrementa
las posibilidades de que la declaración se haya realizado de buena fe.
13. No hay disputa por la custodia del menor, lo que elimina posibles motivaciones a declarar en
falso.
14. La descripción no es una letanía ensayada. Sin embargo, hay que tener en cuenta que es
posible que una declaración real parezca un discurso ensayado tras explicarla varias veces.
15. La descripción no está tomada de otras personas o fuentes. Para ello, hay que tener en cuenta
la terminología utilizada. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo transcurrido desde la
denuncia hasta la entrevista, mayor es la probabilidad de que una víctima real incorpore
terminología empleada por los adultos.
16. Presencia de síntomas depresivos. Hay que considerar, no obstante, que esos síntomas son
consecuencia del abuso y no de otros conflictos familiares como, por ejemplo, de decisiones
sobre la custodia.
17. Retraimiento, que puede darse durante la entrevista o en el hogar. Hay que evaluar cuáles son
las causas de ese retraimiento.
18. Personalidad sumisa. En ocasiones la víctima puede desarrollar ese tipo de personalidad,
mientras que los menores que han sido entrenados, suelen mostrarse más asertivos y coléricos
durante la declaración.
20. Conducta regresiva. Como consecuencia del trauma, algunos niños pueden presentar
enuresis, encopresis y ansiedad por la separación.
21. Sentimientos de haber sido traicionados por el agresor, que los explotó y utilizó. En ocasiones
estos sentimientos también pueden dirigirse hacia la madre por no haberle protegido del
abuso.
25. Pseudomadurez en el caso de las niñas. Hace referencia a que, como consecuencia del abuso
por parte del padre, ésta se implique en las tareas del hogar, el cuidado de los hermanos, etc.,
actuando como si fuera la esposa del padre. Parece que este tipo de reacciones son más
probables cuando el abuso se produce con el consentimiento de la madre.
26. Conducta seductora con el acusado en el caso de las niñas. Se aplica el criterio cuando esa
conducta es observada por el propio entrevistador o cuando se considere creíble la descripción
que hace la madre de esta conducta.
Como vemos, algunos criterios se extraen de la declaración del menor y otros de los conocimientos
que el entrevistador tiene sobre el caso o sobre la conducta del menor.
3. Siente vergüenza por la revelación del abuso. El criterio se cumple cuando se sabe que el
abuso se ha mantenido en secreto.
7. Es consciente del trauma que puede suponer para el menor la repetición de las entrevistas.
8. Aprecia la importancia de la relación entre el menor y el acusado. En los casos de las madres
que inducen a mentir, no se manifiesta el deseo de salvar la relación.
9. Poseen un historial de abuso sexual en la infancia. En ocasiones, las madres de los menores
abusados fueron, a su vez, víctimas de abuso.
10. Pasividad y/o inadecuación. En los casos de alegaciones falsas, las madres suelen mostrarse
asertivas y dominantes.
11. Aislamiento social. Es más probable que las madres estén aisladas socialmente en casos reales
de abuso.
8. Baja autoestima. Este criterio se basa en el hecho de que elegir un menor para perpetrar el
abuso es un síntoma de baja autoafirmación y autoestima.
9. Tendencia a experimentar regresiones en períodos de estrés. El padre que abusa de sus hijos
suele tener dificultades para manejar situaciones de estrés en las relaciones igualitarias entre
adultos.
10. Elección de una profesión que le permite estar en estrecho contacto con los menores.
11. Ser moralista. En ocasiones los agresores incestuosos imponen normas de conductas
moralistas en su entorno familiar, compensando así el sentimiento que albergan de ser
personas inmorales.
12. Ser controlador. Conductas dominantes en la familia. El abuso es una muestra más de ese
patrón de conducta.
13. No ser el padre biológico del menor, aunque sí tiene acceso directo al menor. A medida que
se elimina el tabú del incesto, se incrementa la probabilidad de agredir sexualmente.
De Young (1992) propone una guía de pasos a seguir en la investigación de los abusos, señalando el
tipo de información que se debe tener en cada caso antes de emitir un juicio sobre la credibilidad de las
declaraciones.
1. Claridad. Teniendo en cuenta los conocimientos sobre el desarrollo infantil, los niños pequeños (de
2 a 5 años) se caracterizan por un pensamiento preoperatorio que puede influir sobre el relato, de modo
que éste carezca de lógica y resulte poco claro. Por otra parte, un niño mayor puede presentar un relato
confuso debido a las amenazas recibidas o a que alguien lo esté manipulando.
3. Seguridad. Es un criterio difícil de evaluar. No es extraño que el menor víctima de abuso se muestre
durante la entrevista tímido e inseguro. Por el contrario, una alegación apasionada se interpreta como un
intento de compensar la mentira.
4. La consistencia a través del tiempo es un indicador de credibilidad. Sin embargo, una víctima puede
retractarse al observar la reacción de otros. Por tanto, la consistencia no es un criterio suficiente.
La segunda fase del modelo consiste en conseguir que el menor aporte detalles sobre el supuesto
abuso sexual:
1. Detalles específicos. Una cuestión a tener en cuenta sobre este criterio es que se debe investigar
por qué un menor posee conocimientos sexuales inapropiados para su edad. Hay que tener en cuenta,
además, que es difícil que el menor que está inventando el abuso pueda describir adecuadamente cómo
avanzan las distintas actividades sexuales (desde los tocamientos iniciales hasta la penetración vaginal y/o
anal).
2. Detalles contextuales. Información sobre el autor y el lugar en que tuvo lugar el supuesto abuso.
Si no se aportan estos detalles, o son contradictorios, es más probable que se trate de una denuncia falsa.
Hay que tener en cuenta también que los niños más pequeños se pueden sentir desorientados si los
abusos se han producido en distintos lugares y ocasiones.
3. Detalles sobre el secreto. Se debe indagar sobre las posibles estrategias de presión a las que ha
sido sometido el menor que explican por qué no habla libremente (amenazas, abandono, culparle del
abuso, etc.)
4. Detalles afectivos. Tener en cuenta las reacciones emocionales que experimenta la víctima. Cuanto
más se correspondan los sentimientos con las características del abuso, más creíble resultará la
declaración. De todos modos, hay que tener en cuenta que se pueden dar sentimientos ambivalentes,
especialmente si el agresor pertenece al entorno familiar. Es más probable que un menor que inventa el
abuso exprese de forma directa emociones negativas.
5. Pruebas que avalen los detalles aportados. Obtener información sobre si había otras personas
presentes o si conoce a otros menores que también fueran víctimas del supuesto agresor.
1. Vulnerabilidad del menor. Valorar hasta qué punto el menor es vulnerable a la manipulación, el
chantaje o el soborno. Para esta valoración se pueden manejar criterios como el escaso conocimiento
sexual del menor, un vínculo débil con los padres, ausencia de la madre o aislamiento familiar.
O’Donohue y Fanetti (1996) aportan un conjunto de hipótesis relativas a los diferentes modos en que
el menor procesa las informaciones del abuso y de la entrevista, así como los posibles sesgos del
entrevistador:
1. Hipótesis respecto a cómo el menor procesó el abuso: que no lo haya sentido y, por lo tanto, no
tenga un esquema de haber sido abusado (por ejemplo, porque haya sido drogado); que perciba
o codifique inadecuadamente el suceso, asimilando una experiencia abusiva a otro esquema
(estar jugando); que perciba incorrectamente un episodio no abusivo como si lo fuera (por
ejemplo, un enema por prescripción médica); que tenga problemas para distinguir sucesos reales
de sucesos imaginados; que su declaración pueda estar contaminada por alguna fuente externa
(por la intervención de otro profesional o la interferencia de alguna entrevista previa); y que la
cantidad de detalles (ausencia o presencia) sea acorde a las capacidades evolutivas del menor.
2. Hipótesis relativas al procesamiento de la información por parte del menor durante la entrevista:
no comprende el objetivo de la misma; la falta de rapport le hace sentir incómodo; hay una
motivación externa (amenazas) que distorsiona las respuestas; algunas preguntas son coercitivas;
el menor parece preocupado por agradar al entrevistador (figura de autoridad); y algunos
aspectos de la comunicación no verbal (postura o expresión facial) no encajan con la respuesta
verbal.
3. En cuanto a las hipótesis relativas al sesgo confirmatorio del entrevistador hay que señalar la
importancia de no reforzar respuestas que vayan en una determinada dirección, así como no
ignorar los datos contradictorios.
Como vemos, este sistema propone una evaluación de la fase de la entrevista incidiendo en la
necesidad de tener en cuenta ciertos factores, aunque éstos no sean criterios de credibilidad.
Mapes (1995), por su parte, propone analizar la declaración, tener en cuenta la conducta de los
entrevistadores y las técnicas de entrevista, investigar si otras personas significativas han podido influir en
el menor, los factores ambientales y la presencia de síntomas o psicopatologías.
1. La declaración del menor. Contrastar las diversas declaraciones existentes a fin de comprobar si el
menor ha sido expuesto a información post-suceso. Este podría ser el caso de la evolución de
declaraciones iniciales –en las que se describe una conducta relativamente inocua hacia otras
declaraciones posteriores en las que se describen conductas muy abusivas o improbables–.
Asimismo, hay que prestar atención a los detalles aportados en la declaración. Para evaluar este
criterio se hace necesario tener en cuenta el desarrollo cognitivo del menor; a menos edad se incrementa
el número de detalles periféricos en relación a los centrales y, a mayor edad, se incrementa la cantidad
de detalles contextuales y temporales. En cualquier caso, la validez de la declaración aumenta si el menor
menciona complicaciones inesperadas y si informa de que el agresor le ha presionado para que guarde
silencio.
Por otra parte, aunque la declaración en su conjunto debe guardar una estructura lógica, cabe
esperar declaraciones con digresiones y con correcciones espontáneas. También hay que prestar atención
2. Entrevistadores y técnicas de entrevista. Es necesario identificar a las distintas personas que han
hablado con el menor sobre el abuso (familiares, policías, profesores, etc.) con el fin de comprobar si
alguna de ellas ha podido influir en su declaración. Asimismo, hay que analizar si en esas conversaciones
o entrevistas previas se actuó de forma neutral. También se debe indagar sobre el posible uso de técnicas
reconstructivas (preguntas tendenciosas, repetición de preguntas, etc.) y posibles instrumentos de ayuda
(cómo se le presentaron y si el entrevistador sobreinterpretó las reacciones del menor).
3. Análisis de otras personas significativas. También es necesario evaluar hasta qué punto las personas
del entorno habitual del menor han podido influir sobre sus recuerdos y, por tanto, en la declaración.
Frecuentemente los padres del menor se muestran reacios a admitir el abuso. En el caso del incesto
cometido por el padre, la madre puede mostrarse ambivalente respecto a la necesidad de no perder
completamente el contacto con el progenitor. Por otra parte, hay que saber hasta qué punto los padres
son susceptibles de percibir abusos en situaciones de la vida cotidiana que otras personas consideran
normales, ya que estas actitudes podrían habérselas trasmitido a sus hijos e influir en las alegaciones y en
los recuerdos. En esa misma línea es interesante saber si alguno de los padres ha sufrido abusos en la
infancia y, en caso afirmativo, si lo ha superado.
Asimismo, hay que evaluar si la reacción de los padres ha sido la de buscar la verdad de forma
agresiva. Si este fuera el caso, el menor se habría visto expuesto a preguntas tendenciosas y habría
observado la severidad de los padres contra el supuesto agresor. Todo esto influiría en la conducta del
menor.
4. Factores ambientales. Es necesario indagar sobre los conocimientos sexuales que poseía el menor
antes de revelar el abuso, así como sobre el contexto en que se produce la declaración (por ejemplo, si
es en el marco de un proceso de separación o divorcio).
1. Introducción
El objetivo de este capítulo es exponer la investigación desarrollada en la Clínica Médico-Forense de
Madrid sobre cien casos de abuso sexual infantil. Este estudio se ha llevado a cabo gracias al esfuerzo
conjunto de la Clínica Médico-Forense de Madrid –que ha prestado su apoyo material y disponibilidad–,
de las tres psicólogas de la Clínica Médico-Forense: Blanca Vázquez Mezquita, Mª Paz Ruiz Tejedor y
Concepción de la Peña Olivas y de dos investigadoras de campo, patrocinadas durante seis meses por el
Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, durante el periodo en que ha tenido lugar la
investigación (2000-2002): Alma Casado del Pozo y Rosa Mª Romera Sanz.
Las dos investigadoras se han encargado de la recogida de datos de una muestra previamente
seleccionada por las tres psicólogas. Posteriormente, estas investigadoras llevaron a cabo la
protocolización de los datos y el análisis estadístico, tarea que realizaron en colaboración con Marisa
Vecina Jiménez, profesora de la Universidad Complutense de Madrid. En este capítulo se describirán las
variables observadas, los resultados obtenidos y, finalmente, se analizarán y discutirán los resultados. En
la revisión de todo el capítulo colaboró Pilar de Paúl Velasco. La idea original y coordinación de este
estudio es de Blanca Vázquez Mezquita, sobre estudios anteriores de muestras más limitadas (Vázquez y
otros, 1998).
2. Objetivos
• Analizar las variables sociodemográficas y las propias del abuso para, más adelante, estudiar las
relaciones existentes entre ellas.
• Estudiar las relaciones existentes entre las variables propias del abuso y la valoración de la
credibilidad del testimonio realizada dentro del ámbito forense.
• Investigar las frecuencias de aparición y la diferencia de medias de los criterios del CBCA1 y los
criterios incluidos dentro del listado de criterios de validez1 (Método de Steller de valoración de
la credibilidad del testimonio).
• Identificar los criterios predictores de la credibilidad del método de Steller, a través del método
de regresión logística dentro de una muestra forense.
3.1 Muestra
La muestra está compuesta por 100 sujetos (28 varones y 72 mujeres) de edades comprendidas entre
4 y 18 años, con una media de 11,49 años (excluyendo 3 sujetos de 29 y 30 años).
3.2 Instrumento
Se ha diseñado el Protocolo forense Madrid 20022 con el fin de recoger información sobre las variables
sociodemográficas y psicológicas asociadas al abuso sexual infantil. Para escoger las variables relevantes
hemos recurrido a estudios anteriores realizados en la Clínica Médico-Forense de Madrid y a datos
recogidos de la práctica clínica con niños que han sufrido abuso sexual. Así, por ejemplo, hemos incluido
variables como “demora en la interposición de la denuncia” o “informes anteriores”, propios de la
práctica forense y que no se incluían en otros estudios con muestras similares. Aunque estas variables son
ajenas a la práctica en psicología clínica, son útiles para verificar la credibilidad del testimonio del menor.
2 El lector puede encontrar el Protocolo forense Madrid 2002 (Vázquez Mezquita, Ruiz Tejedor, Casado del Pozo y Romera Sanz) en el anexo
de este libro.
– Abusos sin contacto físico: Presenciar el acto sexual entre adultos, exhibicionismo,
proposiciones sexuales, exposición a material pornográfico (mostrar, por parte del
agresor, películas, fotografías o dibujos de carácter sexual).
– Abusos con contacto físico (tocamientos): Caricias con carga sexual llevadas a cabo por
parte del agresor hacia el menor y/o exigidas a éste por parte del agresor.
– Penetración: Esta categoría incluye el coito vaginal y anal, la felación, así como la
penetración digital y con objetos.
– Física: La agresión física puede ser un instrumento para la consecución del abuso o una
pauta habitual de conducta en la dinámica de la relación.
4. Tipo de agresor. Atendiendo al tipo de relación existente entre víctima y agresor, esta variable
incluye:
– Conocido: El agresor forma parte del contexto social del menor. Existen, al respecto,
diferentes grados de confianza; personas del entorno que no ejercen autoridad directa
– Familiar: El agresor forma parte del entorno familiar del menor, ya sea de la familia
nuclear o de la extensa. A este respecto, distinguimos entre: relación incestuosa
endogámica (cuando existen lazos de sangre entre los implicados) y exogámica (no hay
relación genética entre ellos).
5. Eclosión del conflicto. Esta variable se define en función del contexto, momento y personas
implicadas en el descubrimiento de los hechos objeto de la consecuente denuncia.
Atendiendo a la muestra recogida, la eclosión puede darse por:
– Narración espontánea: El menor víctima del abuso cuenta los hechos espontáneamente.
– Evidencia física: Pruebas o indicios físicos compatibles con agresión sexual, entre los que
se incluyen casos de embarazo, enfermedades venéreas, etc.
6. Demora desde que ocurren los hechos hasta que se formula la denuncia. Esta variable
contempla el tiempo transcurrido desde el comienzo del abuso hasta la interposición de la
denuncia. Se divide en las siguientes categorías:
– Inmediata
– Más de un año
7. Demora desde la eclosión hasta la denuncia: Esta variable tiene en cuenta el tiempo
transcurrido desde que eclosiona el conflicto hasta que se interpone la denuncia:
– Inmediata
8. Informes previos: Variable referida a la existencia, o no, de informes elaborados por otros
profesionales, previos al informe sobre la credibilidad del testimonio del niño que se emite
en la Clínica Médico-Forense, siempre que tengan como objeto el abuso en sí, en cualquiera
de sus manifestaciones (informes médicos, de trabajadores sociales, psicológicos, etc.). Estos
informes versan sobre el testimonio del menor, de forma directa o indirecta (verbalizaciones
que ha realizado el niño frente a otros adultos, síntomas referidos al abuso sexual, etc.),
sobre los hechos acaecidos, independientemente de que se haya realizado una valoración de
la credibilidad.
– Sexuales: rechazo a mantener relaciones sexuales con el otro sexo o desinhibición sexual.
3.3 Procedimiento
Los casos incluidos en la muestra han sido obtenidos a partir de la totalidad de las denuncias por
abuso sexual infantil remitidas a la Clínica Médico-Forense para que ésta llevara a cabo la evaluación
psicológica de la credibilidad del testimonio infantil. En este sentido, se solicitó que se evaluaran aspectos
tales como la capacidad de fabulación del menor, la capacidad para distinguir entre fantasía y realidad,
la evaluación psicológica, etc. El objetivo final del tribunal era obtener una valoración sobre la veracidad
del testimonio.
Para llevar a cabo esta valoración existen diversos modelos. En la Clínica Médico-Forense se
emplearon los dos componentes del SVA: el CBCA y el listado de criterios de validez. Así, de la totalidad
de los casos se seleccionó una muestra de cien, en función de si los testimonios eran suficientemente
extensos para que se pudiera aplicar el sistema.
Para interpretar mejor los resultados, se incluyó la muestra en un contexto más amplio, ya que no se
puede pasar por alto que ésta es tan sólo la punta del iceberg, es decir, un extracto de la población. Al
respecto, se considera que sólo en el 50% de los casos el menor revela los abusos; que únicamente el
15% se denuncia ante las autoridades; y que un escaso 5% acaba en proceso judicial. Nuestra muestra
pertenece a ese 5%.
El método de trabajo empleado por el equipo de psicólogas comprende los siguientes pasos:
– Entrevista con los progenitores u otros adultos que puedan aportar información pertinente.
– Aplicación del SVA al testimonio, llevada a cabo por dos evaluadores independientes a los que
se les asignó el caso.
4. Resultados
Varones
28%
Mujeres
72%
El límite superior, por su parte, es la mayoría de edad, aunque en este punto conviene ser
precavidos ya que, con la edad, se incrementan los recursos cognitivos. Los casos que superan
este límite (tres en total) se han añadido a la muestra como asimilables.
15%
4 años 1% 9 años 11% 14 años 8%
Como se observa en el gráfico 2, la mayor frecuencia de casos se concentra en primer lugar a los
8 años de edad (15% de los casos) y, en segundo, a los 9 y 11 años (11% de casos en ambas
edades). Para no invalidar los resultados, se consideró oportuno suprimir a los tres adultos (dos
de 29 y uno de 30 años) al sacar la media de edad (11,49 años, con un N=97). Esta media
coincide con la de otros estudios.
3. Nivel de desarrollo cognitivo: El 86% de los sujetos posee un desarrollo cognitivo normal y el
14% por debajo de lo previsible para su edad (aunque suficiente para proporcionar un
testimonio analizable). Un dato interesante es que ninguno de estos 14 casos aportaron un
testimonio de los considerados increíbles. Se confirma el hecho de la mayor vulnerabilidad de los
menores deficientes a sufrir cualquier tipo de maltrato (véase capítulo 1).
C. I. deficitario
14%
C. I. normal
86%
14%
Antecedentes psicológicos
5%
Antecedentes de maltrato
27%
Desestructuración
15%
Antecedentes psicológicos
10%
Abuso sustancias
10%
Maltrato
9%
Sin un progenitor
9%
Problemas conyugales
6%
Hacinamiento
6%
Antecedentes de agresión sexual
5%
Antecedentes pensales
5%
C. I bajo
2. Procedencia cultural: El 57% de la muestra posee un nivel cultural bajo, el 33% medio, y el 10%
alto. En la muestra no se han detectados casos provenientes de estratos sociales marginales.
Alto
10%
Bajo Medio
57% 33%
Un progenitor
8%
Separados
32%
Pareja estable
60%
Aislado
Crónico
45%
49%
Varios episodios
6%
2. Severidad del abuso: La muestra se distribuye de forma similar en cuanto a la severidad del
abuso; el 49% informan de tocamientos, el 47% de penetración, y el 4% (casi inexistente) de
abusos sin contacto físico.
30%
Violencia psíquica
11%
Violencia física
4. Tipo de agresor: En el 62% de los casos el agresor era conocido de la víctima; en el 31% era un
familiar; y en el 7% restante, un desconocido.
Desconocido
7%
Conocido
62%
Familiar
31%
5. Eclosión del conflicto: En un 58% de los casos el conflicto eclosiona a partir de la narración
espontánea de la víctima; en un 39% por la de otros testigos; y en un 3% por las evidencias
físicas de que el suceso ha ocurrido.
Evidencias físicas
3%
Narración espontánea
de la víctima
58%
Narración
de los testigos
39%
Gráfico 13. Demora desde que se producen los hechos hasta que se denuncian (porcentajes)
Semanas Días
2% 8% 1 a 6 meses
9%
Años
48% 6 a 12 meses
11%
Inmediatamente
22%
Gráfico 14. Demora desde que se produce la eclosión hasta que se interpone la denuncia (porcentajes)
Semanas Días
3% 9%
Inmediatamente Meses
77% 11%
8. Informes previos: En 89% de los casos estudiados no existían informes previos. Del 11% restante
en el que sí había informes previos, 4 casos eran creíbles (un 5% del total de creíbles), y 6
increíbles (un 35% del total de increíbles).
Presenta informes
previos
11%
No presenta
informes previos
89%
Emocionales 57%
Conductuales 35%
Físicas 25%
Sociales 17%
Sexuales 8%
Asimismo, se ha encontrado una correlación positiva (0.294) entre el nivel cultural de los progenitores
y la existencia de informes previos relativos al hecho denunciado. Este dato podría deberse a que un
mayor nivel cultural supone también un mayor conocimiento y acceso a los recursos de apoyo en estas
situaciones.
También se ha encontrado una correlación positiva (0.288) entre la situación de los progenitores y el
tipo de agresor. Esta correlación quizá se deba a que, cuando se denuncia a familiares de la víctima, estos
suelen ser los progenitores, quienes están separados o en proceso de separación. Así, este dato se
relaciona con el hecho de que la categoría “familiar” de la variable tipo de agresor se refiere
principalmente a la figura del padre.
Igualmente, se ha encontrado que existe una relación entre el tipo de abuso y el tipo de agresor; la
severidad del abuso y la demora de la denuncia desde los hechos (0.328, 0.302 y 0.683,
respectivamente). La hipótesis explicativa de estos resultados podría ser que el abuso por parte de un
familiar tiende a ser más crónico debido a la facilidad del agresor para acceder a la víctima. Además,
cuanto más tiempo se mantenga el abuso (y teniendo en cuenta que las conductas abusivas se
3 Las correlaciones de Pearson permiten establecer asociaciones significativas, tanto positivas como negativas, entre dos variables.
En el mismo sentido se puede explicar la correlación encontrada entre el tipo de agresor y el tiempo
transcurrido desde los hechos hasta su denuncia (0.344).
Es natural encontrar que en los casos en los que se está dando violencia psíquica concomitante con
el abuso sexual (amenazas, secretismo impuesto, etc.) es menos frecuente la narración espontánea por
parte de la víctima. En la muestra de este estudio se establece una correlación entre tipo de eclosión y
uso de violencia psíquica (0.334). Existe asimismo una relación entre los casos que presentan violencia
psíquica y los que presentan violencia física concomitante con el abuso (0.258); relación lógica si tenemos
en cuenta que la violencia física implica violencia psíquica.
Entre las correlaciones halladas destaca la establecida entre secuelas sociales y edad. El número de
casos que presentan secuelas sociales aumenta cuanto más mayores son los niños (0.264). A medida que
el niño amplía su círculo social con la edad, exterioriza más las secuelas que el abuso le ha producido. Del
mismo modo, se relaciona positivamente secuelas sociales con severidad del abuso (0.289) y uso de
violencia física (0.266). Se ha encontrado también una correlación positiva entre secuelas sexuales y uso
de violencia psíquica (0.290). Sin embargo, las secuelas emocionales correlacionan de forma negativa con
la existencia de informes previos (–0.276). En su conjunto, la presencia de secuelas correlaciona
positivamente con el tipo de abuso (0.278) y el uso de violencia psíquica (0.273). Estos resultados indican
que cuanto más crónico es el abuso y además va acompañado de violencia psíquica se suele dar una
mayor variedad de secuelas.
Asimismo, también se da una correlación negativa entre informes previos y credibilidad (-0.372). Este
resultado indica que un gran número de casos increíbles vienen acompañados de informes previos (el
35% de los casos increíbles tiene informes previos, frente al 5% de los casos creíbles). Ante estos datos
se pueden establecer dos hipótesis explicativas. Por un lado, estos resultados pueden deberse a que, una
vez repetido ante distintas instancias el mismo testimonio, resulte estructurado y sin la esperada
resonancia emocional. Por otro lado, podría tratarse de casos en los que, por algún tipo de ganancia
secundaria, se haya recurrido a otros profesionales con el fin de dar mayor credibilidad a una falsa
denuncia.
– Puntuación directa del CBCA, según la cual todo testimonio se puntúa en una escala de 0 a 19 de
acuerdo con el número de criterios presentes.
– Puntuación directa del listado de validez, según el cual todo testimonio es puntuado en una escala
de 0 a 10 de acuerdo con el número de criterios presentes (ha sido suprimido de esta puntuación
el criterio contexto original de la eclosión dado que al ser una variable cualitativa no se puede
codificar para el análisis estadístico).
• Criterios de credibilidad
Los criterios que más frecuentemente aparecen en la muestra total son, por este orden: descripción
de interacciones, incardinación en contexto, detalles característicos de la agresión y cantidad de detalles.
Asimismo, los criterios que aparecen con menor frecuencia son: perdón al agresor, levantar dudas sobre
el propio testimonio, corrección espontánea e incomprensión de detalles relatados con precisión (los dos
últimos en la misma proporción).
Gráfico 17. Distribución de la muestra según el número de criterios de credibilidad presentes (porcentajes)
20%
18%
18% 17%
16% 15%
14% 13%
12% 11%
10%
8%
8% 7%
6%
4%
4% 3% 3% 3% 3% 3%
2% 1% 1%
0% 0% 0%
0%
0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17
• Criterios de validez
Como se observa en la tabla 3, los porcentajes de aparición de los criterios de validez son bastante
altos a excepción de la consistencia con otras evidencias, que aparece sólo en el 13% de los casos. Este
dato resulta previsible ya que para comprobar la consistencia con otras evidencias es necesario que éstas
existan y es poco frecuente que así suceda dadas las características que definen este tipo de abuso (no
suele emplearse la violencia; el abuso puede no dejar lesiones; la demora en la denuncia puede eliminar
las pruebas, etc.).
Generalmente, si existe evidencia física, no se suelen analizar las declaraciones. Este grupo de
víctimas está, por tanto, ausente de esta investigación. Del mismo modo sucede con el criterio
consistencia con otros testimonios; si puntúa negativamente puede deberse a que existe inconsistencia
con testimonios previos o a que tales testimonios no existen.
5 Ambos criterios aparecen en todos los casos puesto que dependen de la profesionalidad del entrevistador y de que éste se ciña a las
exigencias del método. Así, todos los testimonios de la muestra cumplen estos criterios y, por tanto, la puntuación en validez es 2 en toda
la muestra.
Gráfico 18. Distribución de la muestra según el número de criterios de validez presentes (porcentajes)
60%
49%
50%
40%
30%
21%
20%
10% 8%
6% 5%
4% 3% 2% 2%
0% 0%
0%
0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
• Valoración de la credibilidad
Increíble
17%
Indeterminado
Creíble
4%
79%
La puntuación general de credibilidad establecida en consenso por los evaluadores tiene como base
la puntuación directa en credibilidad y en validez. De este modo, cabría esperar que la correlación entre
Esta credibilidad global valorada por expertos y el sumatorio de los ítems de ambos instrumentos
fuera también elevada.
Los resultados arrojados por la correlación de Pearson confirman esta hipótesis, ya que establecen
una correlación positiva de 0,776 entre la credibilidad global valorada por expertos obtenida a través de
la suma de ítems (puntuación directa) y los criterios de credibilidad del CBCA, y de 0,911 entre la
credibilidad total global y la validez en puntuación directa (significación bilateral de 0).
Para poder realizar una comparación ínter grupos (creíbles/increíbles), se procedió a eliminar los
testimonios considerados indeterminados (N=4) para así establecer dos grupos diferenciados. Los dos
grupos resultantes constan de 17 casos (el grupo de increíbles) y de 79 casos (el grupo de creíbles).
El método pues, se mostraba válido en su conjunto (servía para diferenciar entre testimonios veraces
e inciertos), aunque en él no se diferenciaba el diferente peso específico de cada uno de los 19 criterios.
Además, en otros estudios no se tenían en cuenta los criterios de validez.
6 Desviación típica.
La media de las puntuaciones obtenidas en validez para el grupo de casos creíbles es de 8,75 (Sd.
0,72) y para los increíbles de 3,41 (Sd. 1,17). Estos resultados (tabla 5), al igual que los obtenidos en los
criterios de credibilidad, proporcionan dos grupos claramente diferenciados.
Teniendo en cuenta que los criterios de credibilidad y validez evalúan elementos diferentes y que, por
ello, son métodos complementarios, el hecho de que ambos diferencien igual de eficazmente entre
testimonios creíbles e increíbles, apoya la validez de cada método y también la validez de su uso conjunto.
Tabla 6. Porcentaje de criterios de credibilidad en los grupos de creíbles e increíbles
Entre los casos creíbles, los criterios con mayor porcentaje de aparición (100%) son “estructura
lógica”, “incardinación en contexto” y “descripción de interacciones”, seguidos de “cantidad de
detalles” y “detalles característicos de la agresión” (98,7%).
Hay que tener en cuenta que la información que arrojan estos porcentajes debe ser interpretada
dentro del contexto general del método de análisis por criterios. Así, la aparición o no de los criterios por
separado, no es suficiente para evaluar un testimonio; es necesario valorarlos en su conjunto. De esta
forma, y con la interpretación de los resultados, el evaluador puede inclinarse hacia una evaluación u otra
del testimonio, en relación con la aparición, o no, de estos criterios, pero nunca debe determinar su
consideración final.
100% 99%
94%
100%
41%
50%
24% 24%
0%
Estructura lógica Inestructura Cantidad de detalles
20% 6%
0%
Descripción de Reproducción de Complicaciones
Incardinación
interacciones conversaciones inesperadas
90%
80%
80%
70% 67%
61%
60%
49%
50%
41%
40% 37%
30% 27%
24%
20% 18% 18%
12%
10%
0%
0%
Alusiones al Atribuciones al
Detalles Incomprensión de Asociaciones
Detalles inusuales estado mental del estado mental del
superfluos detalles externas
menor agresor
Increíbles 24% 12% 0% 18% 41% 18%
Creíbles 49% 67% 27% 61% 80% 37%
120%
99%
100%
80% 66%
60% 53%
41% 41%
40%
23%
18% 18%
20% 12% 13%
0% 0%
0%
Correcciones Admisión de Dudas sobre el Autodesaprobación Perdón al agresor Detalles
espontáneas falta de memoria propio testimonio característicos
Al igual que con los criterios de credibilidad, en esta investigación se ha hallado el porcentaje de
aparición de los criterios de validez para los casos creíbles e increíbles (tabla 7). En los creíbles, los criterios
que más se han dado (98,7%) son: “lenguaje apropiado”, “ausencia de presión para denunciar en falso”
y “consistencia con las leyes de la naturaleza”. Cabe destacar que el criterio de “afecto apropiado” no
aparece en ninguno de los testimonios considerados increíbles.
120%
99% 96% 98% 96% 99% 99%
100%
80% 76%
60%
41%
40% 29% 29%
• Objetivo general
Identificar predictores de credibilidad, definida ésta como una variable dicotómica donde (1) significa
presencia de más de 8 criterios de credibilidad y (0) presencia de 8 criterios o menos.
• Objetivos específicos
• Metodología
Para conseguir los objetivos planteados se llevaron a cabo tres análisis de regresión logística. El uso
de esta técnica está indicado en investigaciones en las que la variable dependiente toma únicamente dos
valores (variables dicotómicas). Además, no requiere de los supuestos de normalidad, homoscedasticidad
y linealidad exigidos por los modelos de regresión múltiple y por el análisis discriminante.
Los modelos de regresión logística permiten estimar a partir de variables predictoras la probabilidad
de que un suceso caiga en un grupo previamente definido. En este trabajo se estimará concretamente la
probabilidad de que un testimonio sea incluido en el grupo de los casos definidos operativamente como
creíbles.
• Resultados
En el primer análisis de regresión logística se consideran como variables predictoras cada uno de los
criterios de validez del CBCA. La variable dependiente a predecir es la credibilidad, definida
operativamente como la presencia de más de 8 criterios de credibilidad.
7 Este tipo de análisis busca crear un modelo que permita predecir el valor de la variable dependiente, realizando estimaciones entre dos
variables, teniendo en cuenta otros factores.
8 Es posible que las supuestas variables explicativas no sean explicativas, es decir, que no tengan ningún efecto sobre la variable respuesta,
para discriminarlas.
Este modelo de dos variables predictoras parece conseguir un buen ajuste global. Las variables
seleccionadas como predictoras son “lenguaje apropiado” y “ausencia de susceptibilidad a la sugestión”.
La medida final de ajuste del modelo es el valor de Hosmer y Lameshow, que mide la correspondencia
de los valores reales y predichos de la variable dependiente. En este caso, el mejor ajuste del modelo viene
indicado por una menor diferencia entre la clasificación observada y la predicha. El valor de chi-cuadrado
no significativo (sig=0,815) indica que no hay diferencia en la distribución de los valores dependientes
reales y predichos, de los que se infiere nuevamente un buen ajuste del modelo.
Vistos los anteriores datos, se puede concluir que la presencia de lenguaje apropiado y la ausencia de
susceptibilidad a la sugestión, ambos criterios de validez, resultan ser los mejores predictores de la
credibilidad de los testimonios.
En el segundo análisis de regresión logística se consideran como variables predictoras cada uno de
los criterios de credibilidad del CBCA. La variable dependiente sigue siendo credibilidad, definida
operativamente como presencia de más de 8 criterios de credibilidad.
En la tabla 9 se muestra el valor y significación estadística de los coeficientes del modelo. El peso del
único criterio predictor es significativo (p<.05).
La única variable que resulta ser un buen predictor de credibilidad es “estructura lógica”, de lo que
se deduce que la presencia de estructura lógica en un testimonio discriminaría significativamente entre
testimonios considerados creíbles y testimonios considerados increíbles.
Las medidas de ajuste del modelo se pueden considerar aceptables. Así, el valor –2ll del modelo que
incluye una variable es de 30.87 y la bondad de la medida de ajuste presenta un valor de 40.771. Las
pseudo-Rcuadrado de Cox y Snell y de Nagelkerke presentan valores de 0.457 y 0.755, respectivamente.
En el tercer análisis de regresión logística llevado a cabo se consideran como variables predictoras
todos los criterios de credibilidad y todos los criterios de validez, conjuntamente.
Los criterios que resultan ser mejores predictores de credibilidad son dos: “estructura lógica” y
“lenguaje apropiado”. El primer criterio es de credibilidad y el segundo de validez.
El ajuste del modelo, obtenido en el segundo paso, es bueno. El valor –2ll del modelo que incluye
dos variables es de 33.95. Los valores de las pseudo-R cuadrado de Cox y Snell y de Nagelkerke son 0.436
y 0.728, respectivamente.
En la siguiente tabla se pueden observar las variables incluidas en el modelo, el valor de sus
coeficientes y su significación estadística. Los pesos de ambos predictores son significativos (p<.05).
De los anteriores datos se puede concluir que la presencia de “lenguaje apropiado” y de “estructura
lógica” en los testimonios de los menores son los mejores predictores de credibilidad, definida ésta como
presencia de más de 8 criterios de credibilidad.
Normalmente en los estudios forenses de abuso sexual infantil se produce una distribución varón-
mujer. En todos los estudios epidemiológicos con población general la prevalencia de la mujer supera
significativamente la del varón; esto se confirma en nuestra población forense, en la que un 28% son
varones y un 72% son mujeres. Este dato ya estaba presente en un estudio anterior de Vázquez y Calle
(1996), con población forense. Así, la proporción que habitualmente se baraja de 1 niño por cada 2 o 3
niñas se confirma en nuestro estudio: 1 niño por cada 2,5 niñas.
Diversas investigaciones han hecho hincapié en los factores de riesgo –tanto individuales como del
entorno– que propiciarán que un niño sea víctima de abuso sexual. Estos factores de riesgo no han
aparecido como variables en nuestro estudio, aunque sí hemos prestado atención a los antecedentes
personales y familiares que pueden ser asimilables y se incluyen a continuación.
Ninguno 66
Fracaso escolar/antecedentes en el desarrollo 10
Antecedentes psicológicos 9
Fracaso escolar 4
Antecedentes de maltrato 3
Fracaso escolar/antecedentes psicológicos 3
Antecedentes en el desarrollo 2
Antecedentes en el desarrollo/antecedentes psicológicos 1
Antecedentes de maltrato/antecedentes en el desarrollo/antecedentes psicológicos 1
Fracaso escolar/antecedentes de maltrato 1
Total 100
Ninguno 62
Desestructuración 6
Antecedentes psicológicos 3
Sin un progenitor/desestructuración 3
C.I bajo 3
Antecedentes de agresión sexual 2
Problemas conyugales/desestructuración/antecedentes psicológicos 2
Abuso sustancias/maltrato/hacinamiento/problemas conyugales/antecedentes penales/desestructuración/antecedentes psicológicos 2
Antecedentes penales/desestructuración 1
Antecedentes de agresión sexual/desestructuración 1
Sin un progenitor/antecedentes psicológicos 1
Sin un progenitor/desestructuración/antecedentes psicológicos 1
Sin un progenitor/antecedentes penales/desestructuración/antecedentes psicológicos 1
Sin un progenitor/antecedentes de agresión sexual/problemas conyugales/desestructuración 1
Hacinamiento/antecedentes psicológicos 1
Hacinamiento 1
C.I. bajo/maltrato/antecedentes agresión sexual/problemas conyugales/desestructuración/antecedentes psicológicos 1
Alcoholismo 1
Abuso sustancias/problemas conyugales/desestructuración/antecedentes psicológicos 1
Abuso sustancias/sin un progenitor/antecedentes penales/desestructuración 1
Abuso sustancias/maltrato/desestructuración 1
Abuso sustancias/maltrato/sin un progenitor/problemas conyugales/desestructuración 1
Abuso sustancias/maltrato/hacinamiento/problemas conyugales/desestructuración/antecedentes psicológicos 1
Abuso sustancias/maltrato/hacinamiento/antecedentes agresión sexual/desestructuración 1
Abuso sustancias/CI bajo/maltrato/desestructuración/antecedentes psicológicos 1
Total 100
100 Análisis estadístico de una muestra de 100 casos de abuso sexual infantil
En la muestra encontramos un grupo de niños que en una etapa previa al abuso presentaban ciertas
deficiencias estructurales en forma de bajo desarrollo cognitivo (14%), así como otros problemas de
índole funcional personal como el fracaso escolar (18%), problemas psicológicos, etc. La tasa total de
estos problemas en la muestra es de un 34%, una proporción muy superior a la que cabría esperar en un
estudio de una muestra de población infantil escogida al azar.
La tasa de incidencia de abuso sexual entre niños con discapacidad es 1,75 veces superior a la de los
niños no discapacitados (National Center on Child Abuse and Neglect, 1993). En general, los diferentes
autores consideran que el retraso mental es un factor de riesgo para sufrir abuso sexual.
Por otro lado, y siendo los niños especialmente dependientes de su entorno social, los estudios
empíricos han encontrado que las familias de las víctimas de abusos presentan una menor cohesión,
mayor desorganización y son, en general, más disfuncionales que las de los niños que no han sufrido tales
abusos (Elliot, 1994; Fleming, Mullen y Bammer, 1997).
Es decir, si se tuviera que trazar el perfil del niño vulnerable al abuso con los datos de que disponemos
se tendría que decir que se trata de un niño desfavorecido en su desarrollo personal en comparación con
su grupo de edad y que carece de la suficiente cobertura familiar para amortiguar estas deficiencias. Sin
embargo, hay que tener en cuenta que hablamos de la tendencia estadística y que, en la realidad,
cualquier menor es susceptible de sufrir un abuso en un momento determinado.
En lo relativo a las variables sociodemográficas se confirma algo que se ha repetido hasta la saciedad
en las publicaciones sobre el abuso sexual infantil: la importancia de los factores de riesgo como
predictores y mantenedores de cualquier conducta abusiva así como del abuso sexual en niños. En
nuestra muestra de cien casos podemos afirmar que todos los menores, sin excepción, se encontraban
en riesgo.
En cuanto a las variables propias del abuso cabe comentar, en consonancia con otros estudios, que
el tipo de abuso más frecuente (49% de los casos) es el crónico. Sin embargo, en el estudio de López y
otros, (1994), el 55% de las víctimas padecieron en una sola ocasión abuso sexual, mientras que el 44,2%
lo sufrieron entre 1 y 25 veces.
En esta misma línea la severidad del abuso suele conllevar, en casi la mitad de la muestra, algún tipo
de penetración. Es de sobra conocido el carácter progresivo de las conductas abusivas, que suelen
aumentar el grado de invasión a medida que se cronifica la situación de abuso. Según un estudio de
Devoe y Faller (1999), la gravedad de los supuestos abusos aumenta progresivamente: un primer grado
sería la exposición a actividades sexuales, el segundo sufrir tocamientos y el tercero la penetración. En
Análisis estadístico de una muestra de 100 casos de abuso sexual infantil 101
este estudio se encontró que el 23% de los casos consistían en tocamientos, y el 53% en algún tipo de
penetración (en la presente investigación este dato era del 47%).
En cuanto a la variable referida a la violencia concomitante los datos son previsibles. En los casos de
abuso sexual infantil no suele mediar violencia física, ya que la posición de poder de la figura adulta suele
ser suficiente para ejercer el control. Sí es más común, sin embargo, la violencia psíquica en forma de
amenazas, ofrecimiento de afecto, o la mera implicación del niño en el abuso a través de regalos y otros
refuerzos que son suficientes para perpetuar una situación abusiva una vez iniciada y mantener en secreto
los hechos. Según el estudio llevado a cabo por López y otros (1994) en el 8,93% de los casos mediaron
amenazas y en el 9,79% medió violencia física. En nuestra muestra estos porcentajes son ligeramente
superiores, en especial el referido a la violencia psíquica.
El tipo de eclosión es una variable que depende en gran medida de la violencia física y psíquica. La
ausencia del primer tipo de violencia evita que existan marcas que puedan delatar la situación, y la
segunda asegura que el menor no explique su situación a ningún adulto. Así, resulta lógico que la
existencia de pruebas físicas sea la forma de eclosión menos común, dado que en este tipo de agresiones
no suele mediar violencia que permita observar lesiones u otro tipo de pruebas, como fluidos corporales,
etc. De este modo, es normal que la narración espontánea sea la forma de descubrimiento más común.
En cuanto al tipo de agresor, el 62% eran conocidos de la víctima. Este resultado es previsible, en
primer lugar, porque los agresores suelen encontrarse en el círculo de personas que tienen acceso al
menor; y en segundo, porque es más difícil denunciar a un familiar por las múltiples implicaciones
familiares y afectivas que unen a víctima y agresor. Sin embargo, esto implica que debemos suponer que
la cifra oculta de incestos será mayor que la cifra oculta de agresores conocidos. Mian, Marton y Lebaron
(1996) realizaron un estudio en el Hospital Sick y obtuvieron los siguientes resultados: en el 55% de los
casos el agresor era el padre o la figura que asumía el rol de padre (74% padre biológico, 7% padrastro
y 19% compañero sentimental de la madre); en el grupo extrafamiliar, alrededor del 36% de los casos el
agresor era el cuidador del niño, el 11% el novio de la madre, el 23% un conocido, el 4% un pariente
lejano, el 7% un extraño y el 18% pertenecían a categorías distintas de las mencionadas.
En cuanto a la correlación hallada entre tipo de agresor y credibilidad es interesante prestar atención
a la alta tasa de testimonios valorados como increíbles en hijos de padres separados, en vías de separación
y que tienen un divorcio contencioso (con un enfrentamiento por la guarda y custodia del menor, o por
la supresión del régimen de visitas).
Un dato interesante que aparece en nuestro estudio y que confirma la tendencia ya expresada en
otras investigaciones es el hecho de que todos los agresores son varones. Por esta razón no hemos
contemplado en nuestra investigación la variable “sexo del agresor”.
102 Análisis estadístico de una muestra de 100 casos de abuso sexual infantil
probabilidad de que las denuncias vengan acompañadas de otros informes aumenta a la par que el nivel
cultural de las familias. Sin embargo, también hemos constatado que el porcentaje de casos con informes
previos que han sido evaluados como increíbles es superior al que se da en el resto de la muestra. Esto
es probablemente consecuencia de la contaminación del testimonio. Cuanto más se repite un hecho, más
se estructura la elaboración del mismo, por lo que resulta menos espontánea y pierde resonancia
emocional; estos son dos factores que puntúan negativamente en la credibilidad de lo narrado. Hay que
tener en cuenta este fenómeno no sólo en estos casos, también cuando el menor haya sido sometido a
terapia.
Los profesionales deben considerar este hecho a la hora de enfrentarse a una situación de posible
abuso, ya que, de la asepsia con la que traten el tema (no viciando con continuas peticiones de narración
de los hechos) dependerá la posibilidad de que el testimonio del menor llegue lo más intacto y completo
posible a los profesionales que lo valorarán posteriormente. Del mismo modo, la utilización del método
de Steller debe realizarse con la máxima reserva y sólo tras una formación específica en dicho protocolo.
Por otro lado, es un problema a analizar con una muestra mayor la sospecha de que las denuncias
preparadas se apoyen en ocasiones en escritos de profesionales de la salud como forma de fundamentar
las mismas.
Otra de las cuestiones que se pone de manifiesto es que la aparición de secuelas puede apoyar la
sospecha de que se ha producido el abuso, mientras que su ausencia no tiene por qué indicar que éste
no haya existido. Asimismo, la presencia de síntomas puede obedecer a que el menor esté sufriendo otro
tipo de conflictos, y por esta razón, convendría estudiar el contexto general del menor, con el fin de
adscribir, o no, estos síntomas a un caso de abuso.
En la presente investigación se puso de manifiesto que en el 26,6% de los casos considerados creíbles
no se manifestaban secuelas, mientras que los increíbles no presentaban secuelas en un 82,4%. Este
hecho apoya la hipótesis de que en los casos considerados creíbles se evidenciaban un mayor número de
secuelas.
En cuanto al tipo de secuelas que presentan los menores, los datos de este estudio arrojan una mayor
frecuencia de las secuelas emocionales (57 % del total). Por su parte, las secuelas sociales y sexuales son
las que tienen menor presencia dentro de la muestra en el análisis global (17% y 8%, respectivamente).
Al realizar un análisis cualitativo de la muestra, se encontró que el tipo de secuelas varía en función de la
edad, siendo nula o escasa la presencia de estos dos tipos de secuelas en las víctimas con menos de 12
años, y aumentando considerablemente a partir de los 13 años, tanto en niños como en niñas.
Estos resultados pueden deberse a la importancia del momento evolutivo del menor cuando se
produce el abuso sexual. Además de que la víctima mediatiza la interpretación de los sucesos, cuando el
hecho ocurre el menor manifestará unos déficits u otros dependiendo de sus experiencias vitales.
Entre los resultados más interesantes de la presente investigación se encuentran, en primer lugar,
que los criterios del CBCA se dan con diferente frecuencia en los testimonios creíbles e increíbles. Así,
en el contraste de medias realizado, se obtiene que todos los criterios –tanto de validez como del
CBCA– excepto “perdón al agresor”, resultan significativos si comparamos los testimonios
considerados como creíbles e increíbles. El criterio en el que se aprecia una mayor diferencia de
aparición es “estructura lógica”. Se trata de un criterio que ha aparecido como esencial en diferentes
investigaciones sobre el método. También cabe destacar los criterios que no aparecen puntuados en
Análisis estadístico de una muestra de 100 casos de abuso sexual infantil 103
ninguno de los testimonios increíbles: ”detalles malentendidos”, “levantar dudas sobre el propio
testimonio” y “autodesaprobación”.
En cuanto a los criterios de validez, hay que subrayar que para complementar el apartado de validez
del método es necesario realizar una evaluación global de la situación en la que se interpone la denuncia,
y de determinados aspectos que no se refieren exclusivamente al contenido de la declaración. A este
respecto este grupo de criterios es muy ilustrativo, puesto que los porcentajes en los diferentes criterios
se diferencian ampliamente las declaraciones creíbles de las increíbles. El dato más destacado que aporta
el análisis de los porcentajes de aparición, es la ausencia en todos los testimonios increíbles del criterio
“afecto apropiado”.
Es muy difícil evaluar si se cumple o no el criterio “afecto apropiado” ya que la manifestación de los
sentimientos es heterogénea en el ser humano. Sin embargo, lo verdaderamente difícil es el control de
las emociones (ya sea en su manifestación o en su ocultamiento). Así, sufrir abuso sexual, recordarlo y
tener que verbalizarlo es una situación altamente traumática; si sumamos a esto el hecho de que los
menores tienen menos barreras que amortigüen la expresión de sus sentimientos y que modulen su
conducta nos encontramos con que es muy probable que durante la declaración de un caso real, el menor
no controle sus emociones y que, por tanto, las manifieste abiertamente. A la inversa, cabe esperar que
la afectación emocional no se demuestre (indiferencia afectiva) o se demuestre de forma incongruente
en testimonios que no se corresponden con una situación experimentada por el menor.
Hasta el 80% de los casos de nuestra muestra se consideraron creíbles, sin embargo, esta es una tasa
muy baja si la comparamos con los resultados de otros estudios. Por ejemplo, en el estudio llevado a cabo
por Echeburúa y Guerricaecheverría (2000) se considera que la tasa de “falsa alegación” es mucho menor
al 20% (resultado obtenido en esta investigación). Así, la lógica nos indica que ninguna o casi ninguna
ganancia secundaria se deriva de una falsa alegación, excepto en el ámbito forense, donde sí se pueden
obtener beneficios. Steller (1989), desde una orientación forense, nos dice que la tasa de alegaciones
veraces se sitúa (al menos) en torno al 70%.
El análisis de regresión logística nos indica que el criterio de “estructura lógica” (dentro de los
criterios del CBCA) es discriminante, en el sentido de que si está presente en una declaración es muy
probable que aparezcan al menos 8 o más criterios (contando con éste) de credibilidad en su testimonio
(lo que indica una alta posibilidad de ser considerado creíble en su conjunto). Dentro de los criterios de
validez se ha hallado que los criterios “lenguaje apropiado” y “ausencia de susceptibilidad a la sugestión”
son discriminantes, es decir, si estos dos criterios están presentes es muy probable que el testimonio
contenga 8 o más criterios del CBCA.
Por último, al tener en cuenta el instrumento en su totalidad (SVA: CBCA más el listado de validez)
se puede predecir que si se da una “estructura lógica” y un “lenguaje apropiado” es muy probable que
la declaración cumpla, al menos, otros 7 criterios del CBCA y, por tanto, que el testimonio sea
considerado creíble en su conjunto.
Los estudios que se han realizado hasta la fecha no se basaban en el SVA, únicamente en el CBCA,
omitiendo los criterios relativos a la motivación (los más infrecuentes), así como el listado de validez. Se
intentaba delimitar qué criterios del CBCA serían discriminantes entre “credibilidad” y “no credibilidad”,
siendo que la credibilidad global jamás se basa en los criterios CBCA aisladamente de la realidad forense,
como sí se hace en estudios experimentales.
104 Análisis estadístico de una muestra de 100 casos de abuso sexual infantil
Otro motivo por el que hasta ahora no se ha llegado a ninguna definición válida sobre la capacidad
discriminante del método se debe a las muestras utilizadas en los estudios, retrospectivas sobre
testimonios que nunca o casi nunca han sido recogidos de forma apropiada (entrevistas con relato libre
por personas expertas en el método) (Lamb,1997).
Los resultados de estos estudios son importantes, pero en ningún modo determinantes. Como ya se
señaló en el apartado correspondiente, no dictaminan la valoración de un testimonio, ni es suficiente la
presencia o ausencia de cualquier criterio por separado. Se hace, por tanto, necesaria la evaluación global
de las declaraciones y del resto del contexto para establecer su credibilidad.
El método no es, ni pretende ser, un test psicológico con una baremación bien determinada. Se trata
de una escala de validación aplicada a menores de diferentes edades y bajo diferentes tipos de abuso.
Análisis estadístico de una muestra de 100 casos de abuso sexual infantil 105
CAPÍTULO 5
En el presente capítulo expondremos dos casos de agresión sexual extraídos de nuestra práctica
pericial; en ambos la demanda judicial versa sobre el estudio de la credibilidad del testimonio.
• Existe coincidencia en cuanto al inicio de los presuntos hechos, que se sitúa en la etapa
preadolescente.
Caso número 1
1. Información preliminar
El primer caso es el de Cristina, de 17 años de edad. La demanda judicial concreta fue la emisión de
un informe psicológico sobre la menor “en relación con la veracidad de las declaraciones vertidas contra
su padre e imputado”. A estos efectos, aplicamos la técnica del SVA (explicada en el capítulo 3 de este
informe).
La exploración se practicó en una única sesión. En primer lugar, entrevistamos a la madre, con el
objetivo de recabar datos relativos a los antecedentes familiares y personales del caso. A este respecto,
hay que señalar que la madre rehusó acudir a una segunda citación. Posteriormente entrevistamos a la
menor y recogimos en vídeo el relato de los presuntos hechos. Sin embargo, antes de realizar la entrevista
llevamos a cabo un estudio pormenorizado de la documentación de que disponíamos.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 107
1.1 Antecedentes familiares
– Se muestra dispuesta y colaboradora con la perito; entre ambas se establece un clima de empatía.
– En cuanto a los rasgos que marcan su perfil personal, Cristina se muestra como una adolescente
sociable, comunicativa, sensible y afectiva con los que la rodean y, en general, adaptable.
Los presuntos abusos se iniciaron en la prepubertad, cuando Cristina tenía unos diez años. La
información aportada por la madre indica que el agresor pudo aprovechar el momento en que ella fue
hospitalizada –en el sexto mes de gestación de su último embarazo– para dar inicio a los abusos que, a
partir de este momento, se repitieron hasta que la víctima alcanzó los 14 años de edad. Cristina
proporcionó un relato extenso y rico en detalles, describiendo cómo el agresor se vio obligado a pactar
la finalización del abuso.
Durante estos cuatro años Cristina omitió hablar del tema, es decir, mantuvo en secreto los presuntos
abusos hasta que la situación celotípica del agresor provocó altercados y enfrentamientos que implicaron
agresiones físicas y amenazas de muerte. Con ocasión de uno de estos altercados, la menor alertó a sus
dos hermanas de los hechos y dos días más tarde se lo comunicó a la madre, aunque, según afirma, no
le aportó detalles. El relato pormenorizado de los abusos se lo proporcionó a una tía materna, quien
108 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
posteriormente informó a la madre. En ese momento se interpuso la denuncia que motiva la intervención
pericial.
Según afirma Cristina, cuando concluyó la situación incestuosa, se exacerbó la reacción celotípica del
agresor hacia la menor; a través de constantes reproches respecto a los contactos y las relaciones que ésta
mantenía con el otro sexo y de una situación de espionaje y acoso continuo. En este contexto se
produjeron episodios de descargas incontroladas de pulsiones agresivas por parte del supuesto agresor.
Respuesta: 17.
P: ¿Y qué tal?
R: Bien, trabajo muy poco, sólo 6 horas al día y libro un día a la semana, sábados por la mañana y
domingos por la tarde.
R: A los 16 años me salí del instituto y luego me metí en un curso de Garantía Social, me saqué el
graduado y el título de peluquería.
R: Sí.
P: ¿Tienes novio?
R: Sí.
(...)
R: No.
P: Quiero que nos cuentes todo lo relacionado con el tema. Dices que has tenido algún
problema con tu padre, ¿no?
R: Sí.
R: Es que el problema empezó con mi madre más que conmigo. Me acuerdo que cuando yo era pequeña,
discutían mucho y se gritaban. Y yo recuerdo que más de una vez la pegó a mi madre. No lo recuerdo
bien porque delante mía no, pero yo cuando estaba durmiendo, bueno, no dormía claro, yo les
escuchaba gritarse y a mi padre pegar a mi madre.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 109
Y luego ya, yo era más mayor, tenía 10 años y mi madre dio a luz a mi hermano pequeño y yo hacía
gimnasia rítmica, y siempre ensayaba en la cocina, que era muy grande y siempre bailaba yo sola ahí y
mi padre se metió en la cocina. Y… me dijo que me quitara la ropa, y yo me la quité. Yo no sabía lo que
iba a hacer ni nada, y que me abriera de piernas como hacía en gimnasia rítmica. Yo lo hice y me empezó
a tocar y él me preguntaba que si me gustaba (llora), y yo le decía que no, que me dejara de hacer eso
ya. Y luego se enfadó porque me decía que él no quería hacerme daño, pero yo sabía perfectamente que
él estaba loco, yo lo sabía ya.
R: Sí.
R: Sí.
P: Recuerdas que te decía que abrieras las piernas, ¿dónde estabas, cómo?
R: Pues en la cocina.
R: Sí, claro.
P: ¿Cómo terminó la situación?; ¿Ese día concreto, cómo terminó?; ¿Te acuerdas?
R: No.
R: Sí, casi todas. Yo dormía con mis dos hermanas en tres camas que estaban juntas.
110 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
sé, intentaba estar el más tiempo posible para que mi padre no me hiciera nada. Pero no sé, no sé si
saberlo yo creo que no lo sabría. A veces por el día, cuando mi madre se iba a comprar o algo y me
quedaba yo en casa, pues igual. Y así estuvo hasta que cumplí yo los 14 años.
R: Sí, o yo por ejemplo estaba bailando o algo, porque siempre estaba bailando y entraba, y una vez me
dijo que fuese a su cuarto y me tumbara en la cama de matrimonio, y me lo hizo con un aparato de
masajes.
P: ¿En la vagina?
R: Sí.
R: No.
R: Pues yo lloraba. Él me decía que no quería que yo llorara, que él me quería ver sonreír y como si me
gustara. O sea hacer como si... y me decía a mí, que yo disimulara.
R: Pues, es que ahí no me pegaba, no… ¡hombre! Sí me forzaba, porque… me amenazaba y me decía
que me iba a pegar y eso, y me pegaba pero no en ese momento.
P: ¿Dónde te tocaba?
R: La vagina.
P: ¿Sólo?
R: Sí.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 111
P: Cuando te tocaba, ¿cómo estabas tú, cómo estaba él, cuál era la situación?
R: Yo no le veía la cara porque estaba la luz apagada. No hablaba ni nada. A veces, bueno eso fue una
vez pero ya era yo mayor, yo ya tenía 14 años y estaba yo en su piso ese de xxxxx, y yo dormía en un sofá
cama con mis dos hermanas, y se metía él en la cama. Decía que quería dormir con nosotras, y me ponía
yo en la esquina y se ponía al lado mío. Y me empezaba a tocar, y ahí era yo cuando más le decía cosas,
¿sabes? Le decía: “Para, que me pongo a chillar, ¿eh? Y se enteran”. Y ya es que cogía él y se enfadaba
y le decía: “Déjame en paz porque me voy a dormir a otro sitio”, y me salía y me iba a dormir al sofá de
al lado. Y ya se cabreaba y se iba a su cama.
Y a veces, un día empezó a decir: “Venga sólo un minuto, ya no te lo vuelvo a hacer nunca más, pero te
tienes que dejar y tienes que hacer como si te gustara, hacer o sea gritar como placer”. ¿Sabes? Y yo no
quería, vamos no, no le dejaba y empezaba a contar el 1, 2, 3, y si empezaba a llorar, empezaba desde
el principio otra vez. Y mi hermana se dio cuenta porque lo escuchó. Y luego al día siguiente mi hermana
me dijo: “¿Por qué llorabas y papá estaba contando?”, y le dije: “Porque me duele la tripa”. Y mi
hermana no es tonta y no se lo creyó.
P: Eso fue cuando estabas en xxxxx porque tus padres estaban separados en esa época…
R: Sí.
P: ¿Qué te dijo?
R: Pues se lo conté el 13 de abril de 2001 y se lo conté a mi hermana un día antes o dos días antes.
R: Yo primero la dije, porque tuve una bronca con mi padre fuerte, y yo primero las dije a las dos, a mis
dos hermanas, que tuvieran cuidado con él, a ver si iba a abusar de ellas, si no lo había hecho ya.
Entonces mis hermanas me dijeron: “¿Tú estás loca, Cris? Papá no nos va a hacer eso. Pegarnos sí nos
ha pegado, pero tocarnos, nunca nos ha tocado”. Y yo les dije: “Pues a mí sí que me lo ha hecho”. Y las
empecé a decir: “¿Te acuerdas la noche esa de xxxxx cuando contaba? Pues era eso”. Y mi hermana sí
se lo creyó, claro, pero no querían decirle nada porque sabían que se iba a enfadar. Pero luego hubo otra
bronca y me tuve que ir a casa de mi tía y se lo conté a mi tía. Pero a mi tía con detalles y todo. Luego
fue mi tía quien se lo contó a mi madre ya mejor. Luego unos días después ya le denunciamos. Ya le
habíamos denunciado por pegarnos.
112 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: ¿Y a tu madre qué le contaste?
R: Pues a mi madre el primer día no le conté con detalle ni nada. Yo solamente le dije: “Yo no quiero vivir
con él porque ha abusado de mí y por las palizas que me ha dado”. Eso, las palizas, sí me las daba delante
de mi madre. Y mi madre me preguntó: “¿Cómo que ha abusado de ti?”. Y le dije que fue en xxx y mi
madre se pensó que sólo fue esa vez.
R: Sí.
R: Porque yo por un dolor de tripa no me pongo a llorar. Pero luego yo se lo conté a mi hermana, un
poco antes de decírselo a mi madre.
P: ¿Te acuerdas de la última vez? Para que nos cuentes un episodio entero.
R: La última vez me quedé yo a dormir en su casa, en xxxx. Era ya después de Reyes, me decía que me
iba a llevar a las rebajas, pero ya era por la noche. Nos metimos en una habitación con dos camas, pero
era un mueble que se sacaban las camas. Yo dormí en una cama, y le dije que yo no quería dormir con
él, que se fuera a otro cuarto. Pensaba que él se iba a quedar en el sofá-cama y yo me iba a ir a la
habitación. Al rato entró en la habitación y se metió en la cama de al lado. Y yo cuando él dormía cerca,
no podía dormir. No dormía. Me hacía la dormida, pero no dormía. Entonces él se metió en mi cama y
empezó otra vez a tocarme. Eso ya fue la última vez. Y ya le dije, no, no. Y encima había bebido él. Yo
le dije que no, que ya no me tocaba más.
R: Que como me lo volviera a hacer, que ya no me iba a cortar en denunciarle ni nada. Pero me daba
mucho miedo decirle eso porque se enfadaba. Luego se quitó los pantalones y los calzoncillos y se
empezó a arrimar a mí. Y le dije que se los pusiera. Él se puso encima y salí corriendo a casa de mi tía.
Dije que me quería pegar, que estaba borracho, y que me llevaran a mi casa.
Luego hay otra cosa que no conté. Porque no sé, no lo vi... creo que es suficiente lo que dije.
R: Pero es que era todos los días lo que pasaba. Cuando estaban separados, yo al principio, nosotros le
dejamos de hablar, no le queríamos ni ver y él venía a buscarnos al colegio, se quería llevar a mis
hermanos. A mí no, porque yo me iba corriendo con mis amigas. Hubo una temporada que salía
corriendo detrás mía y de mis amigas con una cámara de fotos, tirándonos fotos. Ha entrado a la
discoteca a buscarme. Que ya a parte de las cosas que me ha hecho. A parte de palizas y abusos, ya
también es eso, de no dejarme en paz. O sea, ya era como si estuviera casada con él o algo, como si me
tuviera como su mujer, ¿sabes? Y yo, claro… él me dijo que estaba enamorado de mí.
R: Una vez fuimos al parque xxx, esto no lo he contado, yo con mi padre y mi hermana. Y había puestos
de las brujas esas con la bola y las cartas, y a mi padre le gusta todo eso y entró, entramos. Eligió la bola,
y la bruja esa le dijo que le iba muy mal con la familia, y con su mujer sobre todo, y que él se iba o ya
estaba, o se iba a enamorar de una rubia.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 113
A los pocos días, una noche que nos quedamos con él a dormir allí en xxxx, me dijo que estaba
enamorado de mí, y que le gustaría tener un hijo conmigo. Porque me parecía mucho a él. Yo soy la que
más me parezco a él. Y saldría como un clon suyo, como su hermano gemelo, que siempre había querido
tener un hermano gemelo.
En xxxx, una noche, en el salón, estaban mis hermanas, pero se fueron con mi abuela.
R: Sí.
R: Los 14.
P: ¿Era por las noches normalmente? ¿Y a veces también cuando estabas haciendo gimnasia?
R: Haciendo gimnasia fueron 2 o 3 veces. Una vez fue cuando la primera vez. Otra vez cuando me dijo
que fuese a la habitación con el aparato de masajes. Con el aparato de masaje fueron dos veces.
R: Era como un palo así, con un redondel con forma como de deditos que se movían.
R: Dos veces con eso. Una vez en mi cuarto y otra vez en su cuarto.
R: Yo los primeros días me hacía la dormida. Yo pensaba que así me iba a dejar en paz. Pero como no
me dejaba me ponía a llorar y me pegaba bofetones, pero no me quería dar muy fuerte, se notaba. Luego
ya por el día, por ejemplo una noche, salí a bajar a los perros con mi hermano, ¡ah!, y con dos amigos
de mi hermano. Pero eran niños, eran más pequeños que yo, y salió mi padre a buscarnos, llevábamos
cinco minutos en la calle. Bajó mi padre a buscarnos y nos vio. Me dijo: “¿Qué haces con chicos?”, no se
qué. Me subió para casa. Eso fue cuando empezó, los primeros días que empezó. Me subió para casa,
nos pegó a mi hermano y a mí con el cinturón pero fuerte, fuerte, fuerte. Nos dejó marcas. Cogió mi
madre y dijo: “Vamos a la comisaría”. Y él dijo: “¿Qué le vas a ir a enseñar el culo a los policías?”. No
fuimos al final. Y más veces que me haya pegado, en la calle ya cuando estaban separados, en mi barrio.
Volví por la noche a mi casa y le encontré, estaba abajo con mis hermanos y empezó a discutir conmigo
porque si iba a la discoteca, que si dejaba de ir, que si iba con chicos… y yo le decía que sí me iba con
chicos, que eran mis amigos, ¿o solamente me tengo que juntar con chicas? Yo le decía: “Mira yo ahora
vivo con mi madre y mi madre es la que me tiene que decir las cosas, porque tú no me tienes por qué
mandar”.
114 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: Y ¿qué pasó?
R: Que se enfadó tanto que me dejó marcadita, y luego me llevó al médico, después de pegarme. No,
primero fuimos al xxxxx a cenar, a que me tranquilizara. Luego me llevó al médico y se inventa que me
he caído por las escaleras. El médico me preguntó si era verdad y yo no dije nada, ni que sí ni que no.
R: Eso fue el verano ese que se separaron mis padres, que él vivía en xxxx pero seguía viniendo a darnos
la plasta. Luego al final nos íbamos con él.
P: Durante más o menos cuatro años iba por las noches, ¿cuántas veces?
R: Había alguna que no, pero casi todas. No sé por qué no venía todas.
R: Sí, estaban dormidas. Yo no sé si ellas se enterarían. Yo no estoy segura de que a ellas las haya hecho
algo. Yo pienso que no. Pero hay gente, por ejemplo mi tía y mi madre, pues tampoco se quedan
tranquilas. Igual que yo no dije nada, mis hermanas también se lo han podido callar.
R: Tenía miedo, me daba vergüenza, yo que sé, me sentía como si, no sé, como si no me fuese a creer
mi madre y encima me iba a regañar. Y luego encima otra cosa... ¡ya mi padre!
P: Además del día que has relatado ¿de qué día te acuerdas mejor?
P: ¿Y él lo sabía?
R: Sí.
R: Muy malo. Aunque tuviera cuerpo de mayor era una niña, con mentalidad de niña, de ganas de jugar.
R: No sé.
R: También me dijo una cosa, que si dejaba de fumar no me volvería a hacer nada.
Luego teníamos un kiosco, y fue cuando mis padres volvieron. Nos echaron del piso y tuvimos que volver
con él. En el kiosco me dijo que íbamos a olvidar el tema, todo lo que había pasado, pero que yo no tenía
que fumar más delante suya, porque si fumaba parecía más mujer y que no se le iban a quitar las ganas.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 115
Que delante suya no fumara más. Ya no me volvió a hacer nada, pero pegarme sí me ha pegado por
llegar tres minutos tarde. Delante de mis amigas me insultaba con “puta” o cosas así.
R: Pues mejor, lo que no me gusta es recordarlo. He estado con una psicólogo desde septiembre y le he
visto cuatro veces.
P: ¿Y qué tal?
R: Muy bien. La vi el mes pasado y me dijo que no hacía falta que volviera más.
P: ¿Estás mejor?
R: Sí.
R: No. Bueno, una vez que quedó con mis hermanos. Yo estaba en una papelería con mi novio y él entró.
Se quedó mirando, pero nos fuimos tranquilamente. Estuve trabajando en una tienda de veinte duros y
cuando fui a trabajar estaba él en la puerta en el coche. Yo no me di cuenta. Tampoco sé si me siguió.
No le denuncié porque no se acercó, ni nada.
R: No.
R: Sí, pero ahora un poco mal porque no estamos tanto tiempo juntos. Él quiere salir más con sus amigos.
Y yo también salgo más con mis amigas. Y discutimos mucho.
R: Sí.
P: ¿Qué tal?
R: Al principio muy mal, no me atrevía, me daba como miedo. Pero al final, no sé.
R: Sí.
R: Sí.
R: Yo con tal de no verle, a mí me da igual. Yo quiero olvidarle, bueno olvidarle no voy a poder, pero lo
podré apartar.
116 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: ¿Qué explicación le encuentras tú?
R: Yo creo que él está enfermo. Yo creo que necesita ayuda y mucha. Yo también creo que ha sido en
parte por su familia. Eran testigos de Jehová, él se salió a los 18 años y le dio todo el mundo la espalda.
Y yo creo que empezó ahí la cosa. Y con mi madre se casó a los dos meses de novios, dos meses de
conocerse. Mi madre no conocía a mi padre y él tampoco. También mi madre tuvo parte de culpa. Mi
padre tenía 20 años y mi madre 28. Yo veo mucha diferencia de edad. Un hombre a los 20 años no es
un hombre, es un niño todavía.
R: No.
(...)
1. Estructura lógica
Podemos decir que el relato posee estructura lógica, homogeneidad y consistencia interna. En
palabras de Trankell (1972): “Los detalles independientes de la declaración describen el mismo curso de
acontecimientos”.
2. Elaboración no estructurada
En la misma línea, el siguiente extracto del relato refleja la producción no estructurada: “Yo no le veía
la cara… no hablaba ni nada. A veces, bueno eso fue una vez, pero ya era yo mayor”.
3. Cantidad de detalles
El relato de Cristina es muy rico en detalles, aporta numerosos datos sobre el lugar, la situación o las
personas: “Siempre ensayaba en la cocina, que era muy grande y siempre bailaba yo sola allí (...) y me
dijo que me abriera de piernas como hacía en gimnasia rítmica (...) me decía que él no quería hacerme
daño (...) venía casi todas las noches (...) se sentaba y me metía la mano por debajo del pijama (...) yo no
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 117
le veía la cara porque estaba la luz apagada (...) no hablaba ni nada (...) yo ya tenía cuerpo de mayor (...)
yo estaba bailando y me dijo que me sentara en el suelo y me abriera de piernas (...) yo creo que mi madre
alguna vez sospecharía, porque entraba o algo, y no sé, intentaba estar el más tiempo posible (...) nos
metimos en una habitación que había dos camas, pero era un mueble que se sacaban las camas (...) luego
se quitó los pantalones y los calzoncillos y se empezó a arrimar a mí (...) dije que me quería pegar, que
estaba borracho, y que me llevaran a mi casa (...) decía que quería dormir con nosotras, y me ponía yo
en la esquina y se ponía al lado mío”.
4. Incardinación en contexto
5. Descripción de interacciones
La menor describe cadenas de acciones y reacciones entre víctima y agresor: “Entró mi padre y me
dijo que me quitara la ropa y yo me la quité (...) él me preguntaba que si me gustaba y yo le dije que no
(...) me decía tú haz como si te gustara, pero yo no lo hacía (...) pues yo lloraba, él me decía que no quería
que yo llorara (...) él se puso encima y salí corriendo a casa de mi tía (...) luego se quitó los pantalones y
los calzoncillos y se empezó a arrimar a mí, y le dije que se los pusiera”.
Observe el lector que en este último ejemplo la explorada describe tres elementos: una acción, la
reacción a la misma y otra acción, satisfaciendo las exigencias de Raskin y Esplin (1991).
6. Reproducción de conversaciones
Con respecto a este criterio, hemos de reflejar que no hay descripción de diálogos o conversaciones.
Sin embargo, sí hay réplica verbal de mensajes unidireccionales como los siguientes: “Le decía: para, que
me pongo a chillar, ¡eh! Y se enteran (...) y decía, déjame en paz porque me voy a dormir a otro sitio (...)
un día empezó a decir venga sólo un minuto (...) y dice ya no te lo vuelvo a hacer nunca más, pero te
tienes que dejar y tienes que hacer como si te gustara”.
En el relato no aparecen.
El problema con este tipo de criterios es que no siempre aparecen en declaraciones veraces, como
ocurre en este caso.
118 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
3.3 Peculiaridades del contenido
8. Detalles inusuales
La riqueza o la calidad del testimonio analizado se pone de relieve en este tipo de detalles. Como
defienden Dettenborn y otros (1984), los detalles inusuales ocurren con baja frecuencia incluso en los
testimonios creíbles. De este modo, cabe concluir que difícilmente aparecerán tales detalles en
acusaciones falsas. En este testimonio hemos encontrado los siguientes ejemplos: “Y una vez me dijo que
fuese a su cuarto y me tumbara en la cama de matrimonio, y me lo hizo con un aparato de masajes (...)
yo no quería, vamos no, no le dejaba y empezaba a contar 1, 2, 3, y si empezaba a llorar, empezaba
desde el principio otra vez”.
9. Detalles superfluos
La valoración de este criterio resulta en ocasiones difícil y genera discrepancias entre los peritos. Tras
un análisis conjunto, llegamos a consenso al identificar un único ejemplo: “Me decía que me iba a llevar
de rebajas”.
También se cumple este criterio que, según nuestra práctica forense, aparece en contadas ocasiones.
Arntzen (1983) afirma no haberlo encontrado nunca en declaraciones falsas. En el relato se describe una
conversación mantenida con sus hermanas, que no forma parte del abuso, pero está relacionada con él:
“Yo primero las dije a las dos, a mis hermanas, que tuvieran cuidado con él, a ver si iba a abusar de ellas,
si no lo había hecho ya. Entonces, mis hermanas me dijeron: ‘¿Tú estás loca, Cris? Papá no nos va a hacer
eso. Pegarnos sí nos ha pegado, pero tocarnos, nunca nos ha tocado’. Y yo les dije: pues a mí sí que me
lo ha hecho. Y las empecé a decir: ‘¿Te acuerdas esa noche de xxxxx, cuando contaba? Pues era eso’. Y
luego, al día siguiente, mi hermana me dijo: ‘¿Por qué llorabas y papá estaba contando?’; le dije: ‘porque
me duele la tripa”.
En otro momento relata una conversación mantenida con el propio agresor sobre las relaciones con
el sexo contrario, que se refleja en el siguiente extracto: “Volví por la noche a mi casa y le encontré,
estaba abajo con mis hermanos y empezó a discutir conmigo porque si iba a la discoteca, que si dejaba
de ir, que si iba con chicos... y yo le decía que si me iba con chicos, que eran mis amigos, ¿o solamente
me tengo que juntar con chicas?”.
Por último, encontramos una tercera asociación externa: “A los pocos días, una noche que nos
quedamos con él a dormir allí en xxxx, me dijo que estaba enamorado de mí, y que le gustaría tener un
hijo conmigo. Porque me parecía mucho a él. Yo soy la que más me parezco a él, y saldría como un clon
suyo, como su hermano gemelo, que siempre había querido tener un hermano gemelo”.
La peritada describe de forma espontánea sentimientos y cogniciones: “Yo no sabía lo que iba a
hacer (...) yo lloraba (...) cuando él dormía cerca yo no podía dormir (...) me daba miedo (...) tenía miedo,
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 119
me daba vergüenza (...) me sentía como si, no sé, como si no me fuese a creer mi madre y encima me
iba a regañar (...) yo pensaba que él se iba a quedar en el sofá cama (...) pero me daba mucho miedo
decirle eso, porque se enfadaba (...) yo pensaba que así me iba a dejar en paz”.
También se cumple este criterio: “Yo sabía que él estaba loco (...) el se enfadó (...) se cabreaba (...) y
encima había bebido (...) y me pegaba bofetones, pero no me quería dar muy fuerte, se notaba”.
Aunque en sentido estricto no aparecen ejemplos de este criterio, no hemos renunciado a reflejar el
estilo expresivo de algunos párrafos, como el que a continuación transcribimos y en el que sin duda se
puede apreciar cómo la menor corrige y matiza espontáneamente la información: “No me pegaba,
amenazaba con pegar porque no me dejaba. Yo cuando él dormía cerca, yo no podía dormir. No dormía.
Me hacía la dormida, pero no dormía”.
Tan sólo hemos encontrado un ejemplo de este criterio: “Sólo me acuerdo de esas partes”. Hay que
explicar al respecto que en numerosas ocasiones hemos constatado la aparición de este criterio en
testimonios increíbles, ya que algunos menores tienden a utilizar la falta de memoria para llenar lagunas,
o improvisar respuestas a las preguntas del perito.
No aparece.
Tampoco se ve cumplido este criterio. Sin embargo, el hecho de que la menor haya recibido terapia
o apoyo psicológico puede haber influido en este aspecto, ya que el objetivo prioritario de la terapia es
la reelaboración de las ideas irracionales de culpa que frecuentemente afloran en las víctimas.
Puede interpretarse que la menor exonera en parte de culpa al agresor a través de la siguiente
afirmación: “Creo que él está enfermo y necesita ayuda, y mucho (...) yo también creo que ha sido en
parte por su familia”.
El abuso alegado resulta prototípico, ya que no es inusual que un adulto que goza de una relación
de familiaridad –en este caso el propio padre– se valga de su posición para imponer la conducta abusiva
120 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
sin necesidad de hacer uso de la intimidación o la violencia física. En este caso, el agresor vive tan
intensamente la relación perversa que llega a provocarle una reacción celotípica cuando la menor
comienza a relacionarse con el otro sexo.
Existen detalles característicos del incesto que aparecen reflejados en la declaración: “Él me decía que
no quería que yo llorara, que él me quería ver sonreír y como si me gustara”. En términos generales, se
puede afirmar que en este tipo de abuso el agresor persigue anular a la víctima. Hirigoyen, autora de El
acoso moral (2000), indica que el agresor es un “perverso narcisista”, para quien “el otro” –es decir,
aquel ajeno a él– no existe. En el caso que estudiamos, al agresor no le importa lo que piense o sienta su
víctima. En este sentido, no le importa que ella simule y por eso le pide que lo haga.
Del mismo modo, en el siguiente extracto del relato se pone de manifiesto la actitud posesiva y
celotípica del padre incestuoso: “Hubo una temporada que salía corriendo detrás mía y de mis amigas
con una cámara de fotos, tirándonos fotos (…) ha entrado a la discoteca a buscarme (...) aparte de palizas
y abusos ya también eso, de no dejarme en paz. O sea, es como si yo estuviera casada con él, o algo.
Como si me tuviera como su mujer”.
Asimismo, la descripción del abusador como un individuo perverso narcisista resulta extremadamente
clara en el relato de la informadora: “Me dijo que estaba enamorado de mí y que le gustaría tener un
hijo conmigo, porque me parezco a él y saldría como un clon suyo, como su hermano gemelo”.
1. El lenguaje y los conocimientos aportados por la menor en relación con los hechos resultan
coincidentes con los utilizados al abordar tópicos de contenido neutral.
Al abordar la exploración se han respetado los principios del relato libre y no la directividad en las
preguntas. Se han descartado, asimismo, aquellas verbalizaciones que la menor no aporta
espontáneamente o que responden a preguntas directas.
4.3 Motivación
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 121
4.4 Cuestiones de investigación
9. Consistencia con la leyes de la naturaleza: El testimonio analizado resulta consistente con las
leyes de la naturaleza. Asimismo, se aprecia consistencia con el testimonio aportado previamente
ante la instancia judicial.
5. Valoración final
Teniendo en cuenta la riqueza y calidad del relato analizado, así como la información derivada del estudio
de la documentación y la aplicación del listado de criterios de validez, valoramos el testimonio de Cristina
como ALTAMENTE CREÍBLE; es decir, le otorgamos el máximo grado de credibilidad.
Caso número 2
1. Información preliminar
En este segundo caso la instancia judicial solicita explorar a una presunta víctima de incesto, Begoña,
que acaba de cumplir 18 años (edad límite para poder utilizar la técnica del SVA). Según la denuncia que
formuló, su padre abusó de ella y la violó durante años. Los presuntos hechos se remiten a siete u ocho
años atrás. Como dato importante cabe destacar que el acusado, es decir, el padre biológico de Begoña,
tiene antecedentes de abusos sexuales a su hijastra, hermana por parte de madre de la testigo.
122 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
Este último punto resulta de interés especial en el presente caso puesto que, como posteriormente
señalaremos, no se puede descartar una posible motivación o beneficio secundario derivado de la
interposición de la denuncia. Más tarde se entrevistó a la testigo y se recogió y grabó en vídeo el
testimonio. Como en cualquier planteamiento pericial cuyo objetivo de intervención se centra en la
valoración del testimonio, en éste también tuvimos que realizar un estudio exhaustivo de la
documentación sobre el caso antes de la entrevista.
Se da una situación de pugna y enfrentamiento entre los progenitores, que se refleja en el historial
de denuncias y procesos contenciosos cruzados. En esta batalla, las hijas se sitúan de parte de la madre.
Begoña, en particular, mantiene un claro posicionamiento afectivo respecto a su madre, a quien define
como una persona “maravillosa, luchadora y con carácter”, aunque no se aprecia que exista una relación
de dependencia respecto a ella.
Según indica Begoña, el día de la boda de su hermana, ésta le comentó que cuando era más joven
su padre la violaba y le preguntó directamente si a ella también le había sucedido lo mismo. Begoña
contestó que no: “Le dije que no. No sé... por vergüenza”. Esta situación resulta bastante incongruente,
puesto que la confesión de su hermanastra podría considerarse como un momento propicio para realizar
una catarsis de vivencias traumáticas que, según se alega, se han ocultado durante tanto tiempo.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 123
Begoña afirma que su hermana Elena se negó a que el acusado (es decir, su padrastro) acudiera a su
boda por este motivo (los presuntos abusos). Así, Elena se confiesa víctima del incesto por primera vez el
día de su boda. Según afirma Begoña, fue precisamente tras esta revelación cuando el presunto agresor
se autodenunció. Esta información contrasta con la aportada por la madre. Según explica esta última,
Elena se negó a que su padrastro acudiera a la boda por motivos totalmente ajenos al problema: el
acusado se había gastado un dinero (enviado por la familia del novio) destinado a la reserva de
alojamiento. Por esta razón Elena prohíbe a su padrastro acudir a su boda.
En cuanto al momento y la situación en que Begoña desveló los supuestos abusos, la presunta víctima
menciona una conversación que mantuvo con su madre sobre la ruptura de la relación que venía
manteniendo con un chico. Su madre observó que estaba triste y le interrogó al respecto, a lo que ella
(Begoña) respondió: “Pregúntale a tu marido”. Según explicó la madre, en ese momento “imaginó que
la historia se había repetido”, aunque de hecho su hija no le había dado detalles sobre lo sucedido: “No
me ha contado nada de nada”.
Cuando se preguntó a la madre sobre su reacción tras enterarse, ésta contestó: “No me lo podía creer
(…) nunca noté nada raro (…) nunca sospeché nada”. Asimismo, afirma que se sintió “sorprendida”. Lo
cual, lógicamente, resulta altamente incongruente dados los antecedentes de abuso en el caso de la
hermana mayor.
Respuesta: Sí.
124 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: ¿Entonces, te lo contó ese día?
R: No sé, dijo que no quería que fuera mi padre a la boda, entonces se ve que él se fue a autodenunciar.
P: ¿Cuándo se autodenunció?
R: Sí...
R: Después de la boda.
R: Sí.
R: Sí.
P: Porque tu hermana dice que no vaya a la boda. Mientras tanto, ¿la convivencia era normal?
R: Hombre, normal, normal no, porque con mi padre... había un desprecio por parte de mi hermana, y
de parte mía también.
R: No.
R: Es que no sé si fue antes o después. Tampoco me acuerdo mucho porque yo me enteré un poco más
tarde, así que no me enteré mucho, ni de cuándo fue, ni...
R: Sí.
P: ¿Quién te lo contó?
R: Mi hermana.
P: ¿Cuándo te lo contó?
P: ¿Te lo cuenta?
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 125
P: ¿Te contó lo que le había pasado?
R: Sí.
R: No, porque fue todo muy por encima, porque tampoco hablamos mucho del tema, porque tampoco
nos atrevemos a hablar mucho del tema.
R: Sí, cuando éramos más jóvenes, después de la relación que había tenido ella, pues que si me había
pasado lo mismo.
(No contesta)
R: No sé, por vergüenza más que nada, le dije que no, también está mi madre...
R: Puede...
R: Sí.
R: Al día siguiente.
R: Sí.
R: Es que no me acuerdo si fue antes porque él ya se iba yendo a Madrid y no sé si fue antes de la boda
o después o... ¡no!, cuatro meses después de la boda. La boda fue en noviembre; sí, cuatro meses
después.
P: ¿Y qué pasó?
R: Pues nada... pues después estaba yo saliendo con un chiquito... total que, por causas, lo dejé con él.
R: ¿Eh? Un año.
126 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: Un año saliendo, una relación estable, seria, ¿no?
R: Sí.
P: ¿Y lo dejaste?
R: Sí.
R: No.
P: ¿Anteriores a él?
R: No.
R: Sí.
R: ¡Ummm!.. O sea es que tampoco he tenido relaciones sexuales con este chico, justamente fue por eso
que él dijo ¿qué pasa con esto?
R: ¿Qué pasa con esto? Y... le dije: “Pues si no estás de acuerdo, pues mira...”, pero sucede que mi madre
pues pregunta, y pregunta, y pregunta...
R: Que estaba a gusto con él y tal... y por qué, por qué, y por qué, y al final se lo solté.
P: ¿Se lo soltaste?
R: Se lo conté todo, bueno no todo, no he hablado todavía ni de detalles con mi madre ni nada, ni con
mi madre ni con mi abogado todavía, nunca he hablado de detalles.
R: ¿Por qué?
P: Pues porque necesitamos tener cuanta más información mejor... Entonces, se lo contaste a tu
madre. ¿Qué le contaste en términos generales?
R: Pues le dije que me había hecho lo mismo que le había hecho a mi hermana.
P: ¿Eso le dijiste?
R: Así.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 127
P: ¿Porque tu hermana tampoco había contado...?
R: No.
R: Que la había violado y... delante de mí, o sea no, nos entendemos por la mirada, nos entendemos,
pero no hemos sacado nunca el tema.
(No contesta)
R: En casa.
P: ¿Te lo preguntó?
R: Me lo preguntó y contesté que bueno... que si teníamos que hacerlo para no... que más que nada que
no hiciera más daño a más gente porque también ha sido mi prima L., también, es más gente...
R: Porque cuando mi hermana fue a denunciar entonces... sí que leí el papel conforme estaba y mi
hermana estaba jugando y mi prima L. también.
R: Porque estaba mi hermana delante mientras que mi padre lo hacía y se ve que la había drogado con
pastillas... ella no se enteró, la que lo vio fue mi hermana, entonces yo leí el papel.
P: ¡Ah! O sea que tu hermana relataba que había abusado de la prima, pero que la prima no
tenía conciencia.
R: Fuimos a poner la denuncia, fuimos al juzgado de xxx, me parece que es o de xxx, pusimos la denuncia
y luego ya buscamos un abogado y hasta aquí...
P: Bien, ahora lo que tienes que hacer es rememorar tus experiencias. Debes hacer un esfuerzo,
e intentar relatarnos desde que tú recuerdas la primera vez que tu padre hizo algo inadecuado
contigo hasta la última vez, ¿entiendes?
R: Sí.
128 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: A ver, ¿tú que recuerdas?; ¿cuándo empezó esto con tu padre?; ¿en qué contexto estabas?
Cuéntanos.
R: Cuando estábamos en xxx tenía 8 años, 9 más o menos, y allí empezó todo.
P: ¿Cómo empezó?
R: Pues el toqueteo, y mi madre estaba muy mala, y se quedaba una semana o dos semanas sin salir de
la habitación, y nada, y mi hermana y mi hermano se habían ido también a Inglaterra, el mayor tenía una
novia, a veces bajaba.
P: ¿O sea que tu hermano estaba poco tiempo en casa, con lo cual estabais mucho tiempo solos
tu padre y tú?
R: Bastante.
R: Pues yo al principio no lo veía normal, pero era joven. También entonces no sabes mucho lo que... lo
ves cuando ya eres más mayor, ¿no?, que dices pues no era normal lo que hacía, pero cuando eres joven
pues no te das cuenta. Te das cuenta después, cuando vas viendo a chicos, y vas viendo lo que las
personas normales hacen, los chicos y las chicas, y te das cuenta de que tu padre lo ha hecho contigo y
no es normal.
R: En bromas... ¡ay, qué tetas tiene ya la niña!... Luego ya empezó por la noche viniendo a la habitación
cuando tenía 9 años, entraba y primero empezaba a hablar, me preguntaba cosas del colegio y tal... pero
es que no me acuerdo tampoco muy bien porque es como si..., es como si estuviese un poco fuera de
mí. No estaba muy consciente de los hechos, igual que..., siempre hemos pensado que nos daba pastillas
para dormir o algo o para estar...
P: ¿Por qué?
R: Porque nos acordábamos pero es como si estuviésemos un poco atontadas, ¿no?, que no podíamos,
no teníamos fuerzas ni para defendernos. A mí, por ejemplo... yo sé que mi hermana en una declaración
dice que es como si estuviese atontada, y yo es que me... Cuando él nos agarraba, o sea a mí me
agarraba, me sentía un poco frágil, ¿no?, que no me podía mover... y no me acuerdo mucho.
(Comienza a llorar)
P: ¿A continuación?
R: Él me cogía y me amenazaba de que si lo decíamos, cualquier cosa, nos iba a separar a todos. Oye,
esto es un mal trago, ¿eh?
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 129
P: Claro que es un mal trago, es algo muy desagradable, pero debes hacerlo. En cualquier caso
tendrá un efecto positivo... Muy bien, entonces dices que él te quitaba la ropa cuando iba a la
habitación, ¿llegaba a algo más?
R: Sí.
P: ¿Podrías relatarnos un día concreto que recuerdes? El día que mejor recuerdes.
R: Pues un día que vino a la habitación y me despertó ¿no?, me dijo que si yo... que me acostaba con mi
cuñado, con el novio de mi hermana. Yo tenía 10 años.
R: Me lo afirmó... Yo tenía 10 años y, claro, me hice la dormida, ¿no?, y comenzó a decir: “Venga, dímelo,
que lo sé...”, increíble, vaya y total nada. Luego dijo: “Bueno, da igual”, y comenzó a cogerme me
comenzó a tocar, me quitó todo.
R: No, sólo los pantalones del pijama y las bragas, y ya empezaba a tocarme y luego... no, no encuentro
las palabras.
P: No te preocupes.
R: Empezaba a chupar.
R: La zona genital y me cogía de las manos, ¿no?, y ya hasta que llegaba la penetración.
R: Sí.
R: La primera vez, pues, no sé, fue entre los 8 años y medio o 9 hasta que tuve mi primer período a los
11 años.
R: Igual que todas, comenzaba a tocar, me chupaba y luego pues ya está, luego se iba, cogía la puerta.
Nos amenazaba tanto a mi hermana como a mí. Nos decía que si lo decíamos nos iba a separar, que a
mi madre la encerraría en un loquero, que estaríamos todos separados, que se despediría del trabajo, y
que nos moriríamos de hambre. Y soltaba el rollo y luego cogía la puerta y se iba.
130 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: Cuéntanos todos los detalles. La primera vez pasaría algo diferente, especial, cuéntanos.
R: Fue algo bastante doloroso, le costó muchísimo porque yo también me defendía un poco, ¿no? Pero
yo estaba atontada, y yo sé que no tenía fuerzas para nada, y un poco también lo sorprendida. Y me
acuerdo que también cerraba las piernas y, nada, muy doloroso, me dolía muchísimo. Era como si te
hubiesen arrancado algo de dentro... y nada... Tampoco duró mucho, porque al doler tanto, ¿no?,
supongo que a él también le dolería ahora que soy más mayor y lo entiendo... no duró, no... acabó.
Fueron tres minutos y se fue porque yo también chillé.
P: ¿Chillaste?
R: Sí.
P: ¿Recuerdas eso?
P: ¿Cómo chillaste?
R: Chillé, dije mamá, pero claro, tampoco al estar, es que la habitación está bastante separada de la suya,
o sea, estaba al lado pero la cabecera mía estaba en la otra puerta de la habitación, y como mi madre
también está tonta y toma pastillas para dormir, pero él al tener miedo, porque mi hermano estaba
durmiendo en la habitación de al lado, entonces se fue.
P: ¿Tú crees que se fue porque pensaba que tu hermano le iba a escuchar?
R: Supongo.
R: La recuerdo, recuerdo todo el dolor, la angustia, estaba muy angustiada, y muy... y muchas ganas de
vomitar, de todo, ¿no?, de los nervios, de todo lo que te pasa por la cabeza en esos momentos que
tampoco lo entiendes, ¿no?
P: ¿Qué pensaste?
R: No lo entendía, llega un momento que no... dices bueno toqueteo vale, pero es que luego ya si que
no lo entendía. Lo entendí más siendo más mayor.
P: ¿Cuándo se lo preguntaste?
P: Cuéntanos la conversación.
R: No hubo conversación, le dije que por qué lo hacía y no me contestó, no dijo nada, me dijo cállate y
me amenazó.
P: ¿Cuándo te amenazó?
R: El primer día, cuando... cuando, que... qué hacía y por qué lo hacía, me dijo que lo hacía porque quería
y que no dijese nada. Luego yo al notar tanto dolor pues...
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 131
P: Eso, ¿cuándo te lo dijo, antes de penetrarte?
R: Mientras, luego ya las otras veces ya lo decía después, y que si lo decía pues que nos iba a separar a
todos. Y entonces luego ya fue cuando me hizo mucho, mucho daño y grité, entonces él ya salió y se
fue.
P: ¿Cómo gritaste?
P: ¿Te acuerdas?
R: Sí.
R: Hombre, creo que sí porque me dolió muchísimo, hombre era niña así que no llego a entender, o sea,
en esos momentos no sabes si es...
R: El primer día él salió y se fue, o sea del dolor, de yo cerrar y al gritar pues el cogió y se fue.
R: ¿Al día siguiente? Al día siguiente como si nada, hola buenos días y desayunar.
R: Pues cuando le apetecía, una vez a la semana, dos, cuando se iba de viaje, luego cuando volvía.
R: No. Era siempre igual, siempre lo mismo. Luego ya no dolía tanto, dolía al hacer el esfuerzo, pero luego
ya era como si estuviésemos, o sea, estaba muy atontada, hay veces que hasta se me mezclan cachos con
otros. No me acuerdo tampoco de..., o mi mente tampoco se quiere acordar de muchas cosas.
R: Tuve conciencia de que... es que era penetración completa supongo, es que si lo que me estáis
pidiendo es que si él... luego si...... ¿cómo se dice, si eyaculó?, no lo sé, porque como era pequeña no
sabía lo que era, así que no os puedo decir si acababa o no acababa porque como al ser pequeña no
sabes lo que es, no te das cuenta. Lo único que quieres es que se vaya y girar, darte la vuelta y... cuando
ya se iba te dabas la vuelta y a lo tuyo.
R: Hombre lo sé porque lo notaba, una mujer normalmente cuando la penetran lo nota ¿no? Yo estaba
atenta, notaba molestia, muchísima molestia.
R: Las manos me las tenía cogidas, o sea con las manos no podía ser porque me las tenía a mí cogidas,
con las manos no podía ser.
R: Desnudo.
132 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: ¿Y tú?
R: Yo con la parte de abajo, o sea me quitaba la parte de abajo, la parte de arriba no, con el pijama o la
camiseta. Tampoco me acuerdo si se me movía o no se me movía cuando me tocaba por arriba, pero
quiero decir que me lo dejaba puesto.
R: Luego ya me hacía daño porque yo sí que cerraba siempre. Pero luego llega un momento que ya
tampoco tienes fuerzas para..., que haga lo que tenga que hacer y que se largue. (Comienza a llorar de
nuevo). Luego te lavas y al día siguiente pues igual.
R: Pues con picores, tenía infecciones de orina, muchísimas, al orinar me picaba, y tomaba manzanilla
siempre, desde que era muy pequeña.
R: La primera vez, luego ya pues no sé tampoco me acuerdo. El primer día del mismo dolor yo me fui al
lavabo después a orinar, y sí que... no sangrar de sangre.. era un poco rojizo. Pero como tampoco fue
mucho tiempo... no creo que me hiciera daño, es que tampoco sé cuándo una persona deja de ser virgen,
no sé si sangras mucho, poco... era rojizo cuando me fui a limpiar. Y al orinar, el picor y salía rojizo.
R: Luego igual, rojizo, siempre era rojizo. Pero para mí que era por el dolor, o al desgarrarlo...
P: ¿Tenías heridas?
R: Sí, como granitos, o por dentro como si tuviese cosas que pinchan.
R: No.
R: Porque no, tampoco entendía lo que pasaba y no sabía si yendo al médico se iban a enterar o no,
entonces, no. No lo veía normal, y vergüenza, ¿no? No sabía tampoco lo que iba a pasar y si lo decía,
luego se enteraba y nos iba a separar a todos.
R: Al orinar, cuando tenía picores, se ve que iba bien la manzanilla, no sé, mi madre me daba manzanilla.
P: ¿Algún día ocurrió algo distinto, especial, diferente? ¿La conversación fue distinta?
R: No, aparte de aquel día que me dijo si me acostaba con mi cuñado, pero no, luego siguió igual.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 133
P: ¿Siempre fue la misma posición?
R: Sí.
R: La rutina era: me tumbaba, me chupaba, me tocaba y luego ya me amenazaba... y luego con las
mismas se largaba.
P: ¿Te besaba?
R: No, nunca.
P: ¿Nunca te ha besado?
R: Nunca, iba al lavabo, me limpiaba porque me picaba, me dolía, y con el agua me hacía, me relajaba.
R: ¿Cuántas?, no puedo, cuando le apetecía, si digo 50, 100, 150, sería una barbaridad.
R: No.
R: Cuando tuve mi primera regla ya no vino más, porque bueno, pues normal, cuando una chica tiene la
regla, se lo dice a su hermana mayor, su hermana mayor se lo dice a su madre y luego pues ya lo sabe
todo el mundo ¿no? Entonces él ya no volvió.
P: ¿Nunca volvió?
R: Nunca.
R: No, es que eran siempre iguales. La última vez, no puedo, eran siempre las mismas.
R: Me tocaba, no decía nada, me sujetaba, y ya era la rutina, cogía se volvía a ir... Venía en calzoncillos a
la habitación, se los quitaba, luego se los ponía y se volvía a ir, tal cual.
134 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
P: Cuando estaba pasando todo esto, ¿cómo era el comportamiento que tú tenías con él, y él
contigo?
R: Él como si nada, tan tranquilo por la vida. Se levantaba, se iba a trabajar, volvía, un comportamiento
normal.
R: Un padre normal.
R: No, no he tenido, desde muy pequeña no tenía, nunca le he preguntado nada ni le he contado nada
de lo que he hecho en el cole, ni...
P: ¿Siempre?
R: No me preguntaba siempre, no. Había días que no me decía nada, como había días que para
despertarme o... depende si estaba despierta o estaba dormida, y es que no sé son muchas veces, son
muchas cosas.
R: ¿Extraño?, sucia, bastante, no entendía porqué, pensaba que yo había hecho algo malo. Cuando eres
pequeño no entiendes, crees que has hecho algo malo. Pensaba que era una forma de castigar. Hasta
que no eres más mayor ya y empiezas a ver las relaciones que tienen los chicos con las chicas, y, entonces
ya te enteras más de lo que ha hecho y te sientes aún peor.
R: Sí.
R: No, no, el toqueteo de las tetas cuando había gente, siempre ha sido muy bromista en ese aspecto,
pero con amigas.
R: No, nunca.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 135
3. Aplicación de los criterios de contenido del CBCA
Esta categoría está integrada por tres criterios. Para la valoración de los mismos se precisa realizar un
examen de la globalidad del relato, como postulan Steller y Kohneken (1994).
1. Estructura lógica
Frente a la coherencia y consistencia interna del relato aportado por Cristina, observamos que el
testimonio de Begoña presenta numerosas incongruencias. Por ejemplo, se muestra contradictoria
respecto al momento en que tiene conocimiento del abuso presuntamente sufrido por su hermana. En
un primer momento afirma: “Me enteré el día de la boda de mi hermana de lo que pasó y me lo contó”.
Posteriormente, dice haberse enterado tres o cuatro días después de la boda. En otro momento, admite
que nunca ha hablado del tema con su hermana: “Nos entendemos por la mirada, pero no hemos sacado
nunca el tema”.
Sin embargo, al explicar los detalles del abuso, hace continuas alusiones a lo que ella y su hermana
pensaban o sentían: “Porque nos acordamos, pero es como si estuviésemos un poco atontadas, ¿no?,
que no podíamos, no teníamos fuerzas ni para defendernos (...) cuando él nos agarraba (...) siempre
hemos pensado “que nos daba pastillas para dormir o algo para estar”. Así, resulta incongruente y
contradictorio que exprese emociones y conocimientos compartidos con la hermana cuando –según
explica– nunca se han atrevido a abordar el tema.
En otro momento, al relatar la primera vez que presuntamente fue penetrada por el padre, señala:
“Le costó muchísimo porque yo también me defendía un poco”. De esta aseveración se debe inferir que
la víctima opuso tal resistencia física que incluso logró dificultar la penetración. Sin embargo, resulta
incongruente, contradictorio y atenta contra el sentido común, que en otro momento exprese: “Pero yo
estaba atontada, y yo sé que no tenía fuerzas para nada”. Asimismo, también resulta incongruente que,
a pesar de estar “atontada” mientras sufre la primera penetración, le pregunte al padre: “Le dije que qué
hacía y por qué lo hacía, y me dijo que lo hacía porque quería y que no dijese nada”.
Otras afirmaciones relativas a la primera penetración también resultan contradictorias, y entre ellas,
cuando alude reiteradamente a lo doloroso del suceso: “Fue algo bastante doloroso (...) nada muy
doloroso, me dolía muchísimo, era como si me hubiesen arrancado algo de dentro”. Sin embargo, en un
momento determinado indica: “Pero como tampoco fue mucho tiempo, no creo que me hiciera daño”.
En la misma línea, cuando explica cómo desveló el supuesto incesto aparecen numerosas
contradicciones: primero dice que estaba saliendo con un chico con el que mantuvo su primera relación
sexual (contesta afirmativamente a la pregunta) y, más tarde, se contradice cuando explica: “¡Ummm!...,
o sea, es que tampoco he tenido relaciones sexuales con ese chico“.
Además, al situar el inicio de los presuntos abusos, señala que ella y el padre estaban solos en muchas
ocasiones porque sus hermanos se encontraban fuera del domicilio (“se habían ido a Inglaterra”), pero
más adelante añade sobre el primer episodio abusivo: “Él, al tener miedo porque mi hermano estaba
durmiendo en la habitación de al lado, entonces se fue”.
Al respecto, el lector debe observar que el abuso alegado no es progresivo. Según la testigo los
abusos se inician con actos de violación en el interior de su habitación, y explica claramente que “el
136 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
toqueteo” se producía en presencia de terceros: “El toqueteo de las tetas, cuando había gente. Siempre
ha sido muy bromista en este aspecto, pero con amigas”. También entra en contradicción respecto a si
mantenía conversaciones con el acusado. Al principio del testimonio afirma que cuando éste entraba en
su habitación: “Primero empezaba a hablar, me preguntaba cosas del colegio y tal”, y después afirma:
“Nunca le he preguntado nada, ni le he contado nada de lo que he hecho en el cole”.
2. Producción no estructurada
La espontaneidad y el estilo narrativo libre del primer relato contrasta con la rigidez del segundo. Así,
a preguntas sobre la primera penetración, Begoña responde en la misma tónica que en todo el relato:
“Igual que todas, me comenzaba a tocar, me chupaba, y luego pues ya está”. En otro momento, cuando
indica que tras la primera vez salió algo rojizo de su zona genital, y se le vuelve a preguntar sobre esa
primera vez, reitera: “Luego igual, rojizo, siempre era rojizo”. En la misma línea responde a la pregunta:
“¿Algún día ocurrió algo distinto?” y contesta: “No aparte de aquel día que me dijo si me acostaba con
mi cuñado, pero luego siguió igual”.
R: Sí.
R: No.
R: Sí.
Esta rigidez es propia de relatos inventados, aunque también puede encontrarse en testimonios de
episodios únicos. Sin embargo, resulta marcadamente desajustada en el presente caso, puesto que se
alega un abuso crónico que tiene lugar durante tres o cuatro años (desde los 8 o 9 hasta los 11 años).
3. Cantidad de detalles
La riqueza y calidad del testimonio de Cristina contrasta nuevamente con la parquedad y ausencia de
detalles del de Begoña, cuya declaración viene marcada por la tendencia a unificar todos los supuestos
episodios abusivos. Ni siquiera en las preguntas periciales enfocadas a explorar los efectos de primacía y
recencia de la memoria aporta detalles: “¿Recuerdas la última vez?”; “No, es que eran siempre iguales”.
Al preguntarle por la última vez responde: “No puedo, eran siempre las mismas”.
Según el análisis realizado, ninguno de los tres criterios que integran esta primera categoría se
cumple. Por esta razón, convenimos con Honts (1994) que esta declaración puede considerarse, en
principio, de baja calidad. Por otra parte, según demuestra nuestra propia experiencia y basándonos
también en el planteamiento de Raskin y Yuille (1989), se puede afirmar que si el testimonio carece de
estructura lógica y la producción está estructurada, difícilmente podremos considerar válida una
declaración.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 137
3.2 Contenidos específicos
4. Incardinación en contexto
En el testimonio de Begoña no se ve cumplido este criterio, ya que tan sólo afirma: “Cuando
estábamos en Francia, tenía 8 o 9 años”. Por contraste, Cristina sitúa los distintos episodios abusivos en
el tiempo y en el espacio, y los inserta en el curso de su rutina, hábitos, sucesos diarios y relaciones con
el entorno. Así, se puede afirmar que para que una declaración sea veraz la descripción de los hechos
debe quedar entretejida con las circunstancias externas (Arntzen, 1983).
5. Descripción de interacciones
6. Reproducción de conversaciones
En el testimonio de Begoña no aparece este criterio, en contraste nuevamente con la riqueza del caso
anterior, valorado como creíble.
8. Detalles inusuales
No se cumple.
9. Detalles superfluos
No se cumple.
No aparece, pero resulta congruente dada la edad y el nivel de desarrollo cognitivo-intelectivo de las
dos peritadas.
Las verbalizaciones sobre su “estado mental subjetivo”, en el periodo en que supuestamente sufría
las violaciones, resultan incongruentes: “Pues yo al principio, no lo veía normal, pero era joven también,
138 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
entonces no sabes mucho... lo ves cuando ya eres más mayor, que dices... pues no era normal lo que
hacía, pero cuando eres joven pues no te das cuenta,... después cuando vas viendo a chicos, y vas viendo
lo que las personas normales hacen, los chicos y las chicas, y te das cuenta de que tu padre lo ha hecho
contigo y no es normal”.
En la misma línea, al preguntarle si la penetración era completa, resulta incongruente que diga: “Yo
estaba atenta, notaba molestia, muchísima molestia”.
En el relato de Begoña sólo hemos encontrado un ejemplo que ilustra de forma indirecta cómo ella
atribuye la sensación de miedo en el agresor: “Chillé, dije mamá,... pero él al tener miedo, porque mi
hermano estaba durmiendo en la habitación de al lado, entonces se fue”. Aún así, resulta incongruente
que sólo se valga de esta poderosa arma en el primer episodio, puesto que cuando la empleó le sirvió
para liberarse del agresor. En el relato de Cristina, sí aparecen, por el contrario, varios ejemplos de este
criterio.
En el testimonio valorado como creíble no aparecen en sentido estricto ejemplos que nos permitan
valorar la presencia de este criterio. Aún así, como hemos indicado en el apartado correspondiente, las
matizaciones y el estilo expresivo resultan tanto o más significativas que una corrección espontánea
expresa. En el caso de Begoña, encontramos correcciones espontáneas que más que confirmar la
veracidad del relato parecen desacreditarlo, como en el ejemplo siguiente: “Cuando él nos agarraba...o
sea a mí me agarraba, me sentía un poco frágil...”.
Aunque en algún momento aparece este criterio, en el caso de Begoña no lo consideramos como un
indicador de la credibilidad del relato, sino como un instrumento para evitar concretar la descripción de
unos hechos que, probablemente no haya experimentado. Por ejemplo, a la pregunta: “¿Recuerdas la
primera vez?”, ella contesta: “No, es que eran siempre iguales”; y a la de: “¿Y la última vez?”, indica:
“No puedo, eran siempre las mismas”.
No se cumple.
17. Autodesaprobación
No se cumple.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 139
18. Perdonar al agresor
En el relato de Cristina se encuentra muy presente este criterio, frente al de Begoña en el que está
ausente.
En el último de los criterios del CBCA se pone de manifiesto las enormes diferencias existentes entre
los dos casos del estudio. Mientras el relato de Cristina ilustra de forma clara cómo se establece la relación
perversa entre la víctima y el agresor, pudiendo inferirse el narcisismo y egocentrismo de éste y la reacción
celotípica asociada, nada de esto aparece en el relato de Begoña. Por el contrario, el abuso alegado se
aleja de las características diferenciales del incesto respecto de otros tipos de abusos:
– En este tipo de agresiones la severidad del abuso suele ser progresiva; en el caso que nos ocupa
el presunto agresor entraba desde el primer día en su habitación y la violaba.
– Es también común que el abuso se perpetre sin oposición o resistencia por parte de la víctima; en
este caso existe una resistencia activa (“me cogía las manos”).
– El incesto suele cronificarse con el paso del tiempo, hasta que la víctima instrumentaliza algún tipo
de arma y logra romper con la situación abusiva (en el caso de Cristina mediante la amenaza de
una denuncia); mientras que en el relato de Begoña es precisamente en el primer episodio abusivo
cuando grita y logra desasirse de su agresor (“Entonces fue cuando me hizo mucho daño, yo grité
y entonces salió y se fue”), pero curiosamente nunca más utiliza este arma.
– Asimismo, la descripción de la finalización del abuso resulta tan “aséptica” como poco ajustada a
la realidad: “Cuando tuve mi primera regla ya no vino más, porque bueno normal, cuando una
chica tiene la regla, se lo dice a su hermana mayor, su hermana mayor se lo dice a su madre y
luego ya lo sabe todo el mundo, ¿no?, entonces él ya no volvió”.
– Suele producirse sin amenazas directas como las que se relatan (sobre todo teniendo en cuenta la
edad de la presunta víctima): “Nos amenazaba, nos decía que si lo decíamos nos iba a separar,
que a mi madre la encerraría en un loquero, que estaríamos todos separados y que nos moriríamos
de hambre”. Los padres incestuosos suelen utilizar amenazas veladas o chantaje emocional, pero
no amenazas directas.
En el relato de Begoña se puede apreciar un claro paralelismo con lo declarado por su hermana,
según se extrae de la documentación aportada. Este hecho resulta cuanto menos contradictorio con la
afirmación de Begoña de que nunca habían mantenido conversaciones ni entrado en detalles sobre el
contenido y la forma de los abusos que ambas habían sufrido. Además, a lo largo de la entrevista se
aprecia un uso reiterado del plural, así como expresiones y términos que están recogidos en las
declaraciones de la hermana, como por ejemplo: “Siempre he pensado que nos daba pastillas, porque
140 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
nos acordamos pero es como si estuviéramos atontadas, que no teníamos fuerzas ni para defendernos”;
“Yo sé que mi hermana dice que es como si estuviéramos atontadas”. Sin embargo, manifiesta con
claridad que nunca han hablado del tema.
2. Afecto apropiado
No obstante, el dato importante de este relato se produce en la segunda sesión, cuando la presunta
víctima, pese a mostrarse ansiosa, no exhibe resonancia emocional al relatar los supuestos abusos, y sí un
tono emocional neutro.
Con respecto a la valoración de este criterio, estamos de acuerdo con Garrido y Masip (1998) en que
el estilo expresivo de los sujetos varía desde un elevado nivel de agitación o reactividad emocional hasta
una disposición de bloqueo o inhibición. Entendemos, por tanto, que la valoración de este criterio debe
realizarse teniendo en cuenta la individualidad del sujeto y la disposición emocional en el momento de la
exploración.
3. Susceptibilidad a la sugestión
En otro momento, ante la pregunta: “¿Por qué sabes que era una penetración completa?”, contesta
dejándose arrastrar por el sentido de la pregunta: “Yo estaba atenta”. También cede a la pregunta
relacionada con el tipo de abuso sufrido por su hermana: “¿Ella qué dijo exactamente?, ¿que la habían
violado?”, a lo que responde que sí.
En el caso de Begoña se utilizó un estilo directivo, dada la ausencia de relato libre y las incongruencias
del testimonio aportado. No obstante, se intentó recabar un recuerdo libre.
4.3 Motivación
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 141
Por otra parte, de la información facilitada por la madre respecto al abuso sufrido por su hija mayor,
se puede inferir una situación de chantaje (romper el silencio) al agresor, que le aboca finalmente a la
autodenuncia.
Al relatar el primer episodio abusivo, fechado entre los ocho años y medio y los nueve años de edad,
afirma que la penetración resultó difícil por la oposición o resistencia que ella ofreció. Esto resulta
inconsistente si lo analizamos desde un punto de vista fisiológico, ya que contradice las leyes de la
naturaleza. La penetración a esa edad, aunque viable, resultaría muy dificultosa –y no porque la víctima
se resista físicamente–, además de dolorosa, por lo que difícilmente ella podría encontrarse atontada,
aunque se encontrara bajo los efectos de tranquilizantes. Por otra parte, es inconsistente que se describa
la primera penetración igual que las demás, y esto es lo que ella afirma; a preguntas sobre la primera
penetración responde: “Igual que todas”.
El relato analizado resultó inconsistente en las diferentes fases de la investigación. En la fase previa a
nuestra exploración, la presunta víctima prestó declaración ante la instancia policial y judicial. En esta fase
afirmó que el último episodio de abuso fue un interrogatorio mantenido con el padre respecto a si
mantenía relaciones con su cuñado. En la entrevista que le realizamos, sin embargo, se refiere a este
como el único episodio abusivo que resultó diferente a los demás.
Curiosamente, excepto ese episodio –según refiere la explorada–, siempre se producía el abuso de la
misma forma, con la misma secuencia y con las mismas amenazas, por parte del padre. Por otro lado, el
testimonio de Begoña resulta inconsistente en relación con el aportado por su hermana. Según se refleja
en la documentación de que disponíamos, ésta se decide a denunciar los hechos:”Porque su hermana,
de quince años de edad, le ha comentado que su padre le sigue mucho, y tiene miedo de que lo sucedido
con ella, vuelva a ocurrir con su hermana”. Esto contrasta con lo relatado por Begoña, que en ningún
momento admite haber alertado a su hermana de este comportamiento por parte de su progenitor. Por
el contrario, dice que fue su hermana quien le preguntó sobre el supuesto abuso, a lo que ella respondió
negativamente.
5. Valoración final
– La peritada no presentaba ninguna psicopatología o trastorno mental que pudiera alterar la libre
capacidad de obrar y entender; que le impidiera discernir entre el bien y el mal; o que le pudiera
generar fantasías o fabulaciones patológicas. Es decir, se pudo concluir que si la explorada mentía
sabía que lo estaba haciendo.
142 La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble
escueto y parco en detalles que aportaran concretismo y viveza. Además, fue marcadamente rígido
y estructurado, carente de estructura lógica o sentido común.
– Los contenidos del abuso alegado no se ajustaban a los detalles característicos de las agresiones
sexuales infantiles incestuosas, tal y como se ha puesto de relieve en este informe.
– Por otra parte, el listado de criterios de validez no apoya la credibilidad del testimonio. Como ya se
ha señalado, no se apreció una reacción afectiva apropiada, y el lenguaje empleado tampoco era el
adecuado. Además, la testigo se mostró muy sugestionable. Con respecto a la motivación, dada la
situación de enfrentamiento, los antecedentes contenciosos entre los progenitores, y el claro
posicionamiento de la informada a favor de la madre, no se pudo descartar la existencia de una
motivación o ganancia secundaria.
– Además, el contenido del abuso alegado contradijo las leyes de la naturaleza. Se apreciaron
inconsistencias en el relato aportado por la informada ante distintas instancias. Resultaba asimismo
inconsistente en relación con otros testimonios.
– Por todo ello, valoramos el testimonio de Begoña, en términos de credibilidad, como ALTAMENTE
INCREÍBLE.
Entre ambos casos estudiados se aprecia que existen diferencias diametrales tanto en la información
que aporta la documentación externa, como en la extraída de la aplicación de los criterios del CBCA a las
declaraciones de las testigos (de los 19 criterios del CBCA ninguno se cumple en el caso de Begoña). Los
criterios de validez también confirman este contraste.
El contraste entre ambos casos ilustra la hipótesis de Undeutsch: “Las descripciones de eventos que
realmente hayan sucedido difieren en contenido, calidad y expresión de los que son fruto de la
imaginación, ficción o coerción”. De este modo, se ratifica la hipótesis de Undeutsch que pone de relieve
la dificultad de inventar la mentira.
La dificultad de inventar la mentira: Estudio comparativo entre un caso creíble y uno increíble 143
Índice de tablas y gráficos
Capítulo 1
Capítulo 4
Nombre:
Fecha de nacimiento:
Fecha de entrevista:
DESCRIPCIÓN ESTUDIO
NIVEL CI Normal
Deficiente
ANTECEDENTES PERSONALES Trastornos del desarrollo
Retraso escolar
Antecedentes de trastornos psicológicos
Antecedentes de maltrato
ANTECEDENTES FAMILIARES Desestructuración familiar
Problemas conyugales
Falta de figura parental
Hacinamiento
Maltrato
Niveles bajos de CI
Problemas / drogas
Agresión sexual
Antecedentes psicológicos
Antecedentes psiquiátricos
Antecedentes penales
PROCEDENCIA SOCIOCULTURAL Alta
Edad, estudios, profesión del padre/madre, Media
Baja
SITUACIÓN DE LOS PROGENITORES Pareja estable
Separados
Un progenitor
TIPO DE ABUSO Crónico
(Cronicidad y frecuencia del abuso) Varios episodios
Aislado
TIPO DE AGRESOR Familiar
(Familiaridad con el agresor) Conocido
Desconocido
SEVERIDAD DEL ABUSO Exhibicionismo
(Actos en los que el menor se vio envuelto) Exposición material pornográfico
Tocamientos
Penetración
USO DE VIOLENCIA Física
(Concomitante al abuso) Psíquica
ECLOSIÓN Narración espontánea
Narración por testigos
Evidencia física
DEMORA Demora/hechos-denuncia
Cuando sucedieron los hechos Demora/eclosión-denuncia
Cuando eclosionó
Cuando denunció
INFORMES PREVIOS
SECUELAS Físicas
Conductuales
Emocionales
Sexuales
Sociales
Protocolo 147
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Bibliografía 153
Direcciones de internet
En España
http://www.gva.es/violencia/
Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia
Sus objetivos principales son: realizar y promover investigaciones científicas sobre los factores de la violencia;
desarrollar un Programa Nacional de Epidemiología del Maltrato en el Ámbito Familiar y promover actividades
docentes sobre estas materias.
En esta página se pueden encontrar enlaces de interés, estadísticas sobre violencia en sus diversas
manifestaciones, actividades, publicaciones, etc.
http://www.savethechildren.es/organizacion/infabuso.htm
Save the Children España
Save the Children es una Organización No Gubernamental (ONG) para la defensa y promoción de los derechos
de la infancia en el marco de la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas. En España inició
su actividad en 1990 y en mayo de 1998 se unió a la Alianza Internacional Save the Children.
En esta página encontramos información detallada sobre el abuso sexual infantil, e informes elaborados por
este organismo.
http://www.unicef.org/spanish/events/yokohama/regional-dhaka.html
Unicef
Organismo de Naciones Unidas que opera en 162 países, regiones y territorios inspirándose en las normas y
principios de la Convención sobre los Derechos del Niño.
En esta página se encuentra información de todo tipo referente a la infancia y, en concreto, sobre cuestiones
relativas a cómo se puede combatir la explotación sexual infantil.
http://www.ub.es/psicolog/observatori/ep/
Prevención del abuso
Programa de prevención de abuso sexual y otros maltratos infantiles, de Alonso Varea, J. M.; Font, P.; Val, A.;
Rodríguez, J. Página incluida dentro de la Web de la Universidad de Barcelona.
http://www.um.es/~facpsi/maltrato/
AMAIM
Dentro de la web de la Facultad de psicología de la Universidad de Murcia se encuentra esta página de
Maltrato Infantil coordinada por AMAIM (Asociación Murciana para la Apoyo a la Infancia Maltratada). En ella
se aborda el tema del maltrato infantil en general.
http://derecho.org/comunidad/adima/new/new.htm
ADIMA - Asociación Andaluza para la Defensa de la Infancia y la Prevención del Maltrato Infantil.
http://www.acim.es/
Asociación Catalana para la Infancia Maltratada (ACIM)
Organización española que vela por los derechos y las necesidades de la infancia, contra el maltrato infantil.
Ha creado una Red de Intercambios Profesionales sobre Maltrato Infantil (XIPMI).
http://agresionyfamilia/com
Instituto Español de Agresión y Familia
Entre sus objetivos se encuentran la formación y el asesoramiento a profesionales en temas como el abuso
sexual infantil, así como la elaboración de informes periciales relativos a esta materia y el trabajo terapéutico
con las víctimas.
Bibliografía 155
http://www.asociacion-acpi.org/info.htm
Asociación española contra la pornografía infantil
Además de otras informaciones relacionadas con el tema, nos aportan datos sobre cómo detectar el abuso
sexual infantil.
Cuenta también con un portal de ocio e información para niños menores de 15 años.
http://www.ecpat.net/es/
ECPAT España
Red internacional de organizaciones contra la explotación sexual comercial de la infancia
Lucha contra la prostitución infantil, la pornografía infantil y el tráfico de niños/as con propósitos sexuales.
http://www.violacion.org/abuso/default.html
Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales (CAVAS)
En esta página se esbozan las principales nociones sobre abuso sexual infantil, y se señalan estrategias de
actuación.
http://www.aepap.org/previnfad/Maltrato.htm
Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria
Podemos encontrar artículos sobre la prevención y detección del maltrato infantil.
http://www.nodo50.org/mujeresred/abusos.html
Mujeres en Red
Portal de género creado como alternativa a la comunicación tradicional y que sirve de marco de comunicación
a más de 3.000 mujeres.
Dedica un espacio al abuso sexual infantil con varios enlaces que amplían la información.
http://www.servidorcentral1.com/abcsexologia/abusos_deteccion.htm
Portal de sexología (Instituto Espill de Valencia)
Se aportan artículos sobre la detección del abuso y el papel de los profesionales.
En Latinoamérica
http://www.arasi.cl/
Arasi: Alerta y respuesta contra el abuso sexual infantil
Corporación Chilena para el estudio, la prevención, el tratamiento, la sensibilización, etc., del abuso sexual
infantil.
http://www.fmmeducacion.com.ar/Recursos/abusosexual.htm
FMM Educación
Página Argentina dedicada a la educación en la que se pueden encontrar textos sencillos que explican en qué
consiste el abuso sexual, cuáles son sus indicadores, cómo debemos actuar, y los recursos de ese país.
http://www.mipediatra.com.mx/abuso.htm
Mi Pediatra
Información relacionada con la salud del niño.
156 Bibliografía
http://www.aap.org.ar/publicaciones/dinamica/Vol2/7/dinami07_02.htm
Asociación Argentina de Psiquiatría
En esta página podemos encontrar diversos artículos sobre el abuso sexual infantil.
http://www.hazpaz.gov.co/abuso.htm
Haz Paz
Política Nacional de Construcción de Paz y Convivencia Familiar de Colombia.
En esta página nos encontramos con una extensa explicación tanto del abuso sexual infantil como del
maltrato infantil en general.
http://www.derechosinfancia.org.mx/Movimientos/dia_abuso_infantil.htm
Organización mejicana para la defensa de los derechos de la infancia
En esta página hay un apartado dedicado al tema del abuso, donde se estudia la incidencia del problema
tanto en México como en otros países latinoamericanos.
En Norteamérica
http://www.calib.com/nccanch/
National Clearinghouse on Child Abuse and Neglect Information
Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos. Es una Web para profesionales y no
profesionales que buscan información sobre abuso, negligencia y bienestar.
http://www.aacap.org/publications/apntsfam/sexabuse.htm
American Academy of Child and Adolescent Psychiatry (AACAP)
La American Academy of Child and Adolescent Psychiatry (AACAP) representa a 6.500 psiquiatras de niños y
adolescentes (psiquiatras infantiles). En esta página encontramos información general sobre niños, y específica
sobre el tema de abuso.
http://www.childabuse.org/fs19.html
National Committee to Prevent Child Abuse (NCPC) (Estados Unidos)
http://www.who.org/inf/fs/fact150.html
Organización Mundial de la Salud. Fact Sheet Nº 150. Child Abuse and Neglect. Child Maltreatment Division
Web canadiense de salud, con un apartado para la infancia maltratada.
http://child-abuse.com/
Child Abuse Prevention Network (Estados Unidos)
http://www.ispcan.org/
International Society for Prevention of Child Abuse and Neglect (ISPCAN) (Estados Unidos)
Bibliografía 157