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sus familiares. La ley dice que estas situaciones deben ser denunciadas como accidente laboral. No
hay país ni comunidad a salvo de la violencia. Las imágenes y las descripciones de actos violentos
invaden los medios de comunicación.
Pero estos supuestos están cambiando, gracias al éxito de fórmulas de salud pública aplicadas a
otros problemas sanitarios de origen medioambiental o relacionados con el comportamiento,
como las cardiopatías, el consumo de tabaco y el virus de la inmunodeficiencia humana/síndrome
de inmunodeficiencia adquirida (VIH/SIDA).
DEFINICIÓN DE LA VIOLENCIA
Una de las razones por las que apenas se ha considerado a la violencia como una cuestión de salud
pública es la falta de una definición clara del problema. La violencia es un fenómeno sumamente
difuso y complejo cuya definición no puede tener exactitud científica, ya que es una cuestión de
apreciación.
La violencia puede definirse de muchas maneras, según quién lo haga y con qué propósito. Por
ejemplo, la definición orientada al arresto y la condena será diferente a la empleada para las
intervenciones de los servicios sociales.
El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno
mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de
causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones.
Por definición, la salud pública no se centra en los pacientes a título individual, sino en la salud de
las comunidades y las poblaciones como un todo. Sus intervenciones se ocupan, en la medida de
lo posible, de los grupos que corren mayor riesgo de enfermedades o lesiones.
Tiene como objetivos fundamentales preservar, promover y mejorar la salud, y hace especial
hincapié en prevenir la aparición o recurrencia de enfermedades o lesiones, más que en tratar sus
consecuencias para la salud.
Clasificación de la violencia
Quien restaura el equilibrio cuando este se pierde, o evita que esto ocurra, es el médico. La dupla
médicopaciente representa la función del médico como proveedor de un servicio de salud a su
solicitante que lo convoca en tanto técnico autorizado y capacitado para encargarse de que ello
ocurra. Recordemos, de paso, que la palabra terapéutica o terapia derivan del vocablo griego
therapeuo, que significa cuidar, proveer, suministrar, tener cuidado de, (en latín, curare).
Habida cuenta de la acción en una institución, ¿qué elementos son capaces de producir o propiciar
violencia?
En este sentido las quejas de los pacientes y del propio cuerpo de funcionarios (médicos y no
médicos) nos pueden guiar para su reconocimiento.
Algunas de las quejas de los pacientes son: el manejo de los tiempos, los espacios dispersos, la
plurilocalidad, la dispersión de referencias y responsabilidades, el trato impersonal, la falta de
flexibilidad y consideración humana, las profundas asimetrías de trato.
A su vez los médicos se suelen quejar de la falta de organización, la mala distribución de horarios y
tareas, la falta de comunicación con los datos referenciales, la disparidad de criterios, la irregular
disposición de competencias, jerarquías, tomas de decisiones y rangos de acción y, por supuesto,
los temas económicos (remuneración, selección de personal, preferencias, distinciones
presupuestales y escalafones).
Como resultado de estas fuerzas puestas en juego surgen verdaderos huecos, espacios no
colmados, como decíamos, áreas de no coaptación, desajustes que generan terreno propicio para
insatisfacciones crecientes que, de no ser compensadas o contenidas, pueden aflorar como
violencia objetiva o permanecer como violencia simbólica.
La contracara
Cuando ocurre el hecho violento, ¿no se han transgredido ya derechos de una o de otra parte de la
dupla médico-paciente?
Baste recordar las veces que el médico visita un domicilio y se ve forzado a solicitar silencio para
auscultar a su paciente (a veces, incluso, sólo para poder oírlo) ante el bullicio de familiares que
parlotean, la televisión encendida, el ir y venir de integrantes del grupo domiciliario, incluyendo
animales. Ante tal situación el reclamo del médico suele verse con desagrado por quienes no
guardaron la compostura y el respeto necesarios ante el profesional que necesita cumplir con la
tarea para la cual se lo convocó. Se interpreta a veces como muestra de prepotencia de alguien de
afuera que “quiere imponer reglas en la casa”. No es extraño, dado que cualquier intento de
corregir un hábito, por pernicioso o perjudicial que pueda este ser, se recibe como una pesada
imposición, una muestra inaceptable de autoritarismo.
El problema afecta a profesionales que hasta hace muy poco estaban rodeadas de una autoridad
incuestionable y un cierto paternalismo, pero hoy en día ya no es así y los pacientes tienen vías
para reclamar contra las posibles arbitrariedades y negligencias, las cuales deben ser tomadas
como algo positivas. Pero a medida que se fueron facilitando las vías de reclamación civilizada, los
casos de protesta incivil y ofensiva crecieron en frecuencia y gravedad.
Las manifestaciones de violencia irracional parecen producirse con mayor frecuencia en los
centros públicos que en los centros privados.
Para algunos (Farrel, 1999, Kivimaki, Elovainio y Vathera, 2000), los incidentes violentos en el
sector sanitario responden entre otras causas a la frustración que genera en los pacientes el no ver
satisfechas sus expectativas, la desestructuración social progresiva, la falta de concepción de lo
llamado bien público y una ideología social dominante que fomenta el individualismo y la
competencia, hasta legitimar la violencia para resolver un conflicto.
Conclusión