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Ana Paula Álvarez Tostado Gutiérrez
¿Qué es lo peor que puede pasarle a un viajero, sobre todo a uno que ha
emprendido siete jornadas de aventuras, al grado de ser llamado Simbad el
marino? Quedarse fijo en un solo lugar, peor aún, estar varado.
Lo anterior nos lleva a dar una explicación acerca de lo que entenderemos por
conciencia. Además de la cualidad del espíritu para reconocerse en sus atributos y
las modificaciones que experimenta (Real Academia), sumaremos otros factores a
los cuales la conciencia tiene acceso. Nos referimos a la memoria, la reflexión,
además de un desdoblamiento. En varios de los poemas podremos observar a un
yo hablando a otro, ese otro es el yo mismo visto desde fuera, a distancia;
podemos decir que existe un yo consiente quien juzga su parte irreflexiva, a quien
nos referiremos como yo, aquella que ha vivido el viaje de la existencia. Aunque
en ciertas ocasiones se olvida de sí, para centrarse en hablar de otra entidad, la
amada.
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Todas las citas sin referencia son tomadas del libro De la poesía a la prosa en el mismo viaje: Gilbert Owen;
selec. y presentación de Juan Coronado. La bibliografía completa se encuentra al final.
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La intención del sujeto lírico se cumple, se mira por fuera, contemplándose desde
lejos, para intentar comprenderse en la parte externa y entonces emprender el
viaje a sí mismo mediante el ritmo de la poesía, la cual al principio tiene un dejo de
dolor. El resto de los días conservarán un poco del pesar primigenio, el del ser.
Ese es el ritmo con cada verso, a pesar de tratarse de frases cortas (o versos de
arte menor), son agravantes, dejan una resonancia pesada después de una
declaración imperiosa. Nada ligera, al contrario, pesa lo mismo que los versos de
arte mayor:
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Respecto al día tres, el título da una pista acerca de la posición del sujeto lírico:
está de frente al espejo, es decir los ojos. Estos son tan reveladores como un
espejo verdadero, si bien debieran reflejar la misma imagen, en lugar de ello se
vuelven ventanas, las cuales dejan traslucir algo diferente a lo esperado. Los ojos
se transforman en una barrera transparente para la conciencia, quien queda fuera,
y por dentro, el yo obstinado en engañarse. El sujeto lírico muestra el contraste:
mientras dentro se guardan los recuerdos de risas, playa y música, por fuera se
escucha el reclamo del yo consciente: “Adentro todos trenzan sus efímeros lazos, /
yo solo afuera, y sin amor, mas prisionero, / yo, mozo de cordel, con mi lamento, a
tu ventana, / yo, nuevo triste, yo, nuevo romántico”. (Día tres, Al espejo)
Entonces Mazatlán es un mar amargo, es decir cosas como, las risas o los pavos
reales, la luna y las jaibas, son recuerdos que no puede ver con amorosa
melancolía. Compartir ese sentimiento se vuelve más difícil cuando uno toma
distancia reflexiva respecto del recuerdo, porque muchas veces recordamos las
cosas como queremos recordarles, no como en realidad fueron, son ilusiones. La
poesía tiene ese alcance: “(…) es conocimiento, salvación, poder, abandono (…)
es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro (…)
Aísla, une. Invitación al viaje, regreso a la tierra natal” (Paz :13). Salvación no es
sinónimo de feliz conformismo, mas bien es incomodidad ante ello, libertad en
cierta medida.
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Además del yo consciente o el lector, existe otra entidad quien tiene la posibilidad
de observarle: la mujer, más específicamente, la amada. El poema comienza:
“Hoy me quito la máscara y me miras vacío / y ves en mis paredes los trozos de
papel no desteñido / donde habitaban tus retratos, / y arriba ves las cicatrices de
sus clavos” (Día nueve, Llagado de su desamor). Aquí el desdoblamiento que
antes era evidente, se diluye. La intensidad con la cual se vive el recuerdo del
amor sobrepasa los límites de la razón, por ello la separación yo consciente / yo
cobra una sola voz. Ahora a quien se ve de frente es al otro femenino.
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A final Owen no abunda en demasía con este tema, pero aporta unas líneas
inolvidables al hablar sobre lo femenino de la siguiente forma: “Y la que no me
atrevo a recordar, / y la que me repugna recordar, / y la que ya no puedo
recordar” Una mujer quien puede ser todas las mujeres a la vez, sin importar
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recuerdos, puesto que no se trae nada nuevo consigo. Pero ni puede darse la
renovación, ni la reconstrucción.
Es verdad que al tratar estos temas donde toca fibras sensibles, puede haber
desgarramientos del alma, pero tanto voz como forma de expresarse no tienden a
la exaltación sino a la serena reflexión existencialista. Sobre todo cuando el yo
consciente y el yo comienzan a fusionarse como en el poema de Día dieciséis, El
patriotero, ahora se pregunta por el futuro, ya no el recuerdo, al cual volverá en
otra ocasión, pues nadie puede salvarse ni de la memoria, ni de la conciencia.
Hace un hallazgo como en los antiguos relatos de viaje, si bien no se trata de una
civilización, o un artefacto maravilloso, tiene más valor que todo ello, se trata de
esa conciencia que también es poesía. Está en todas partes, pero de igual modo
en uno mismo, obligando al portador a ver su alrededor. La poesía del interior
permite traducir el entorno y plasmarlo, dejando en cada poema una parte de sí
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mismo. Puede dejar heridas, pues como hemos visto en ese viaje a la conciencia
se debe naufragar primero, para luego exponerse sin máscaras a los propios
juicios, pero he aquí el resultado de al fin aceptarla, es encontrar a la misma
poesía en el ser.
La gran batalla en el interior del ser, se concluye, pero no del todo, contrario al
subtítulo del poema del día veintiocho, en la bitácora deja su último pensamiento
de este poema extenso de forma abierta:
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Bibliografía
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