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Ana Paula Álvarez Tostado Gutiérrez

Sindbad el varado, viajar mar adentro en busca de uno mismo

De Gilberto Owen se ha dicho algo estos últimos años, su obra se ha estudiado


con mayor atención después de superar la sombra bajo la cual estaba relegado.
Por lo que respecta a él, le tenía sin cuidado, pues: “Prefirió conservar, como la
más preciada herencia, la sutil gloria del anonimato” (Chumacero :10). Mientras,
Xavier Villaurrutia o José Gorostiza se enaltecían en las aulas de clase, quizá
Salvador Novo y Carlos Pellicer sonaban más en boca de los estudiosos de la
literatura que Owen. Gracias a ciertas investigaciones un poco recientes, se
impulsó el análisis de sus obras, así podemos encontrar con mayor facilidad su
nombre entre los estantes de la biblioteca.

En esta ocasión, en quien fijaremos nuestra atención será en su poema extenso


Sindbad el varado, una parte de la obra de Perseo vencido. La exposición versará
sobre el tema del viaje, no cualquier tipo, pero es curioso, puesto que cualquiera
puede hacerlo, moldearlo y adaptarlo a su preferencia: es el viaje a la conciencia.
A falta de una “poética del viaje en la poesía”, iremos haciéndola de manera
particular con algunos versos de este grupo de poemas. El resto de Los
Contemporáneos también “Encuentran en la literatura y en sus creaciones
literarias el deseo de partir hacia la aventura, hacia el viaje interior (…)” (Acosta
Cruz :50). Todos ellos de manera diversa descubren un modo de expresar ese
viaje. Owen lo hace mediante el instrumento propio de un marino: la bitácora.

Sindbad el varado se divide en veintiocho días, correspondientes al mes de


febrero. Un poema para cada día, “(…) sin embargo, la linealidad formal propuesta
en la bitácora de este viaje no es equivalente al transcurrir del tiempo en la
memoria del viajero (…) No hay relación causal-temporal, pues el orden es
establecido por la memoria, y ésta normalmente funciona trastocando el tiempo”
(Beltrán Cabrera :23). Por tanto la división se debe a que cada día pertenece a un
pensamiento diferente al anterior. Pudieran ser días muy alejados entre sí, o

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demasiado cercanos. Sin embargo todos ellos son expresión de un momento


específico, en el cual nos abstraemos del mundo, para detenernos a pensar.

Inicio del viaje

¿Qué es lo peor que puede pasarle a un viajero, sobre todo a uno que ha
emprendido siete jornadas de aventuras, al grado de ser llamado Simbad el
marino? Quedarse fijo en un solo lugar, peor aún, estar varado.

Si lo que comúnmente se espera del viaje es trayecto, cambio, movimiento,


encontramos aquí un viaje que no transcurre, cuyo devenir ha ocurrido en el
tiempo pasado; ahora el viaje es el juicio moral sobre la existencia del viajero,
apreciación que recuerda el motivo de la caída (…), devenir posible a través del
instante, del tiempo suspendido (Beltrán Cabrera :24)

El dinamismo aportado por el enfrentamiento con gigantes u hombres-pájaro se


deja de lado, en cambio el combate se da en el interior. Los recuerdos reemplazan
a los monstruos; la reflexión sustituye a las armas, y en lugar de poder usar el
ingenio para huir, debe confrontarse a sí mismo sin trucos. “Owen toma al Simbad
de los siete viajes felizmente concluidos y al recrearlo como Sindbad, lo convierte
en el protagonista desgraciado de una octava aventura, que es, significativamente,
una aventura poética” (L. Moretta :21).

Lo anterior nos lleva a dar una explicación acerca de lo que entenderemos por
conciencia. Además de la cualidad del espíritu para reconocerse en sus atributos y
las modificaciones que experimenta (Real Academia), sumaremos otros factores a
los cuales la conciencia tiene acceso. Nos referimos a la memoria, la reflexión,
además de un desdoblamiento. En varios de los poemas podremos observar a un
yo hablando a otro, ese otro es el yo mismo visto desde fuera, a distancia;
podemos decir que existe un yo consiente quien juzga su parte irreflexiva, a quien
nos referiremos como yo, aquella que ha vivido el viaje de la existencia. Aunque
en ciertas ocasiones se olvida de sí, para centrarse en hablar de otra entidad, la
amada.

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Comenzaremos como probablemente todos los anteriores análisis lo han hecho,


por el día primero y su misterioso verso de apertura: “Esta mañana te sorprendo
con el rostro tan desnudo que / temblamos”1 (Día primero, El naufragio). Abre con
un tiempo determinado, la mañana. La luz del sol sirve para revelarnos el mundo.
En este caso lo descubierto se trata de la propia imagen. Se ha propuesto la
lectura de ver el rostro de la mujer amada o de Dios, en nuestro caso le hemos
dado la interpretación de contemplarse a uno mismo, más adelante podrá verse
con más claridad dicha afirmación.

Las personas se sorprenden de ver a alguien conocido después de algún tiempo


de permanecer distantes, la sorpresa proviene de los cambios que el tiempo
provoca. Pero es diferente salir al encuentro de uno mismo, casi como verse por
primera vez. En el verso anterior vemos al yo consciente haciendo esto,
desplazándose fuera de sí para observarse. Mirarse por fin sin máscaras puede
ser perturbador, he ahí el temblor de ambos. Más adelante dirá: “Y luché contra el
mar toda la noche, / desde Homero hasta Joseph Conrad, / para llegar a tu rostro
desierto / y en su arena leer que nada espere, / que no espere misterio, que no
espere” (Día primero, El naufragio). Para llegar a ese momento consigo mismo y
nadie más, el yo consciente lucha con las otras máscaras que lo ocultan.

Tanto Homero como Joseph Conrad tienen como protagonistas un marino en


alguno de sus relatos (La Odisea y El corazón de las tinieblas), quienes también
tienen diferentes aventuras como Simbad. En realidad parecen nunca detener por
completo su viaje. Por eso hablamos de lucha, es combatir el mito del eterno
viajero de los textos literarios. El rostro desierto es la antítesis del mar y su
misterio; el marino encuentra vastedad en el mar, pues éste ofrece infinidad de
posibilidades respecto a la aventura, no hay certeza acerca de lo que se
encontrará, he ahí el misterio. El desierto, al contrario, transmite la sensación de
desnudez, tierra firme donde detener por fin el viaje y sentirse por fin en soledad.

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Todas las citas sin referencia son tomadas del libro De la poesía a la prosa en el mismo viaje: Gilbert Owen;
selec. y presentación de Juan Coronado. La bibliografía completa se encuentra al final.

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Unas líneas antes el yo consciente reclama al yo directamente: “Y no hablas. No


hables, / que no tienes ya voz de adivinanza” (Día primero, El naufragio). Las
palabras enredan y engañan, pueden usarse contra los demás, disfrazan nuestras
intenciones. Muy diferente al discurrir de conciencia, no hay nada oculto para ella.
Con frases contundentes alcanza lo que Paz dice sobre la poesía, ésta “(…) pone
al hombre fuera de sí y, simultáneamente, lo hace regresar a su ser original: lo
vuelve a sí. El hombre es su imagen: él mismo y aquel otro. A través de la frase
que es ritmo, que es imagen, el hombre –este perpetuo llegar a ser- es. La poesía
es entrar en el ser” (113).

La intención del sujeto lírico se cumple, se mira por fuera, contemplándose desde
lejos, para intentar comprenderse en la parte externa y entonces emprender el
viaje a sí mismo mediante el ritmo de la poesía, la cual al principio tiene un dejo de
dolor. El resto de los días conservarán un poco del pesar primigenio, el del ser.
Ese es el ritmo con cada verso, a pesar de tratarse de frases cortas (o versos de
arte menor), son agravantes, dejan una resonancia pesada después de una
declaración imperiosa. Nada ligera, al contrario, pesa lo mismo que los versos de
arte mayor:

(…) y acaso te he perdido con saberte,


y acaso estás aquí, de pronto inmóvil, / tierra que me acogió de noche náufrago
y que al alba descubro isla desierta y árida;
y me voy por tu orilla, pensativo, y no encuentro
el litoral ni el nombre que te deseaba en la tormenta.
(Día primero, El naufragio)

¿Qué tormenta?, la de la vida, la del mundo. Hablamos anteriormente del eterno


viajero en la literatura, mas también nuestra existencia se transforma en viaje.
Dice Eugene L. Moretta: “El naufragio, tema predilecto del artista romántico, se
inserta dentro del marco del viaje marino, y éste último, desde las épocas más
remotas de la tradición poética-narrativa, resume simbólicamente la vida misma en
su afán de alcanzar un principio de certidumbre, un momento de plenitud” (72-73).

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Se nos enseña la manera de sobrellevar ese andar, difícilmente aprendemos a


cuestionar nuestros pasos, a detenerse unos momentos, a naufragar.

Al yo consciente le resulta difícil la entrada a su propio interior, sobre todo cuando


la calma después de la tormenta se hace presente, y en ella hay aridez, traducido
en soledad. Estar varado es sinónimo de inmovilidad, es lo contrario a la
proposición del mundo, aquella donde todo se caracteriza por la inquietud, lo
vertiginoso. Por eso se olvida normalmente de cómo volver a uno mismo, pues
somos arrebatados por esa tormenta.

Respecto al día tres, el título da una pista acerca de la posición del sujeto lírico:
está de frente al espejo, es decir los ojos. Estos son tan reveladores como un
espejo verdadero, si bien debieran reflejar la misma imagen, en lugar de ello se
vuelven ventanas, las cuales dejan traslucir algo diferente a lo esperado. Los ojos
se transforman en una barrera transparente para la conciencia, quien queda fuera,
y por dentro, el yo obstinado en engañarse. El sujeto lírico muestra el contraste:
mientras dentro se guardan los recuerdos de risas, playa y música, por fuera se
escucha el reclamo del yo consciente: “Adentro todos trenzan sus efímeros lazos, /
yo solo afuera, y sin amor, mas prisionero, / yo, mozo de cordel, con mi lamento, a
tu ventana, / yo, nuevo triste, yo, nuevo romántico”. (Día tres, Al espejo)

Entonces Mazatlán es un mar amargo, es decir cosas como, las risas o los pavos
reales, la luna y las jaibas, son recuerdos que no puede ver con amorosa
melancolía. Compartir ese sentimiento se vuelve más difícil cuando uno toma
distancia reflexiva respecto del recuerdo, porque muchas veces recordamos las
cosas como queremos recordarles, no como en realidad fueron, son ilusiones. La
poesía tiene ese alcance: “(…) es conocimiento, salvación, poder, abandono (…)
es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro (…)
Aísla, une. Invitación al viaje, regreso a la tierra natal” (Paz :13). Salvación no es
sinónimo de feliz conformismo, mas bien es incomodidad ante ello, libertad en
cierta medida.

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No obstante el drama humano no queda resuelto por completo. Se vive en el


presente y en el pasado a la vez. El recuerdo dista de ser una simple imagen
grabada en la corteza cerebral, pues “Es un pasado que re-engendra y reencarna
(…) en el momento de la creación poética, y después, como recreación, cuando el
lector revive las imágenes del poeta y convoca de nuevo ese pasado que regresa”
(Paz :64). Los lectores también quedamos varados. Es verdad que afirmamos que
cada uno emprende su propio viaje, eso no quita que compartamos trayectos
similares.

El sujeto lírico toma consciencia de su circunstancia, a su vez nosotros también lo


hacemos, por ello no podemos evitar que ciertos versos queramos repetirlos más
de una vez, pensando en nuestra propia vida. O quizá alguno resuene por dentro
dolorosamente. Cuando el poeta dice “yo”, se refiere a su individualidad, aunque
también es la colectividad simbolizada en unidad. Sea intencionalmente o no, trata
con temas comunes al hombre.

Además del yo consciente o el lector, existe otra entidad quien tiene la posibilidad
de observarle: la mujer, más específicamente, la amada. El poema comienza:
“Hoy me quito la máscara y me miras vacío / y ves en mis paredes los trozos de
papel no desteñido / donde habitaban tus retratos, / y arriba ves las cicatrices de
sus clavos” (Día nueve, Llagado de su desamor). Aquí el desdoblamiento que
antes era evidente, se diluye. La intensidad con la cual se vive el recuerdo del
amor sobrepasa los límites de la razón, por ello la separación yo consciente / yo
cobra una sola voz. Ahora a quien se ve de frente es al otro femenino.

Al dolor que habíamos mencionado del ser, se aúna el de la pérdida de la amada,


el cual en una estrofa hace evidente magníficamente:

Ahora es el desvelo con su gota de agua


y su cuenta de endrinas ovejas descarriadas,
porque no viven ya en mi carne
los seis sentidos mágicos de antes,
por mi razón, sin guerra, entumecida,
y el despecho de oírte: "Siempre seré tu amiga",

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para decirme así que ya no existo,


que viste tras la máscara y me hallaste vacío.
(Día nueve, Llagado de su desamor)

Si causa tremor el descubrirse uno mismo, que el otro en quien se ha depositado


el mayor de los afectos, nos descubra vacíos, y sea motivo de rechazo, causa aún
más conflicto. La trágica vida ni siquiera alcanza el grado de existencia, se borra el
ser propio en el otro. Por ello la bitácora no sigue un orden cronológico, pues
antes de quedar en soledad absoluta, había de probar la compañía del amor y
luego su deserción.

El pensamiento alrededor de la mujer se encuentra muy presente, por el cual el


sujeto lírico sí sufre, pero en parte goza en rememorar, cuando se trata de mujeres
ficticias. Así, en el poema Día cinco, Virgin Islands, hace un repaso por diversos
nombres femeninos, la mayoría pertenecientes a personajes de la literatura,
marcando el aspecto que las distinguía de otras; sea su sacrificio (Ifigenia), el
mundo por el cual andaba perdida (Alicia) o el contraste con su pariente (María y
Marta). Puede ser la característica por la cual el personaje le era (es) atractivo al
sujeto lírico.

Mas todas ellas se escapan de la total comprensión, si por ser mujeres o


personajes ficticios, es un misterio. Y existe otra la cual se le escapa al yo
consciente / yo (pues siguen fundidos en esta parte), “(…) la más fuerte / ahora y
en la hora de la muerte” (Día cinco, Virgin islands) probablemente por el verso se
refiera a la virgen María, otra mujer transformada en enigma desde la Biblia hasta
los versos del poeta. Todas comparten, no obstante, sean sacadas de los textos
religiosos o literarios, un aire de ninfas. Debido a su comportamiento escurridizo,
juguetón (en éste poema al menos) e inmortales en la memoria.

A final Owen no abunda en demasía con este tema, pero aporta unas líneas
inolvidables al hablar sobre lo femenino de la siguiente forma: “Y la que no me
atrevo a recordar, / y la que me repugna recordar, / y la que ya no puedo
recordar” Una mujer quien puede ser todas las mujeres a la vez, sin importar

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cuántas se conozcan el misterio nunca es resuelto, ni siquiera con la máxima


representante, la amada. Para el yo consciente y el yo, es mejor no viajar hacia su
interior, es mejor acercarse con cautela.

Superado, o al menos puesto en paz el tema de lo femenino en el Día trece, El


martes, el yo por fin se abre al mundo: “Pero me romperé. Me he de romper,
granada / en la que ya no caben los candentes espejos biselados, / y lo que fui de
oculto y leal saldrá a los vientos”. Si notamos los verbos usados, se trata de una
ruptura, como si para por fin expresar su verdadero pesar debiera fragmentar un
cascarón, una dolorosa cobertura. Pues no es en ese momento de inmovilidad
cuando se descubre frágil, ya lo era, mas se descubre en ese silencio, y se
descubre como es al mundo.

El Día dieciséis, El patriotero, el yo se dispone por fin a expresar su angustia:

Para qué huir. Para llegar al tránsito


heroico y ruin de una noche a la otra
por los días sin nadie de una Bagdad olvidadiza
en la que ya no encontraré mi calle;
a andar, a andar por otras de un infame pregón
en cada esquina,
reedificando a tientas mansiones suplantadas.
(Día dieciséis, El patriotero)

Cuando se conoce el propio interior, cuestionando sus recuerdos y su persona, ya


no se puede volver a ser el viajero despreocupado. Intentar huir de sí mismo no es
posible, pues al regresar a su lugar de partida, ya nada es lo mismo. Llámese
Bagdad, o México, el nombre no le resta universalidad a esta afirmación, pues igual
que los relatos de viaje, el hombre parte y regresa con conocimiento del exterior,
para así mejorar la vida de su pueblo. Este octavo viaje difiere, como se decía
anteriormente, se regresa vacío del exterior. Regresar a Bagdad e intentar
reedificarla, es el intento de volver al pasado e intentar llenarla de nuevo con los

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recuerdos, puesto que no se trae nada nuevo consigo. Pero ni puede darse la
renovación, ni la reconstrucción.

“Contra un muro de estériles lamentaciones, lo mismo en el amor que en las


pasiones más sencillas, el poeta acepta el único refugio: la desesperación. Mas
nunca el grito, el escándalo, el gastar pólvora en infiernitos, sino la horizontal
desolación que acompaña a quien encerrado en sí mismo, se ajusta a las
normas que su soledad le da” (Chumacero :9).

Es verdad que al tratar estos temas donde toca fibras sensibles, puede haber
desgarramientos del alma, pero tanto voz como forma de expresarse no tienden a
la exaltación sino a la serena reflexión existencialista. Sobre todo cuando el yo
consciente y el yo comienzan a fusionarse como en el poema de Día dieciséis, El
patriotero, ahora se pregunta por el futuro, ya no el recuerdo, al cual volverá en
otra ocasión, pues nadie puede salvarse ni de la memoria, ni de la conciencia.

El sujeto lírico lo entiende, entonces deja de luchar contra su conciencia, para


hablarle como esa parte amada antes rechazada:

Y hallar al fin, exangüe y desolado,


descubrir que es en mí donde tú estabas,
porque tú estás en todas partes
y no sólo en el cielo donde yo te he buscado,
que eres tú, que no yo, tuya y no mía,
la voz que se desangra por mis llagas.
(Día veintidós, Tu nombre, poesía)

Hace un hallazgo como en los antiguos relatos de viaje, si bien no se trata de una
civilización, o un artefacto maravilloso, tiene más valor que todo ello, se trata de
esa conciencia que también es poesía. Está en todas partes, pero de igual modo
en uno mismo, obligando al portador a ver su alrededor. La poesía del interior
permite traducir el entorno y plasmarlo, dejando en cada poema una parte de sí

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mismo. Puede dejar heridas, pues como hemos visto en ese viaje a la conciencia
se debe naufragar primero, para luego exponerse sin máscaras a los propios
juicios, pero he aquí el resultado de al fin aceptarla, es encontrar a la misma
poesía en el ser.

La gran batalla en el interior del ser, se concluye, pero no del todo, contrario al
subtítulo del poema del día veintiocho, en la bitácora deja su último pensamiento
de este poema extenso de forma abierta:

Tal vez mañana el sol en mis ojos sin nadie,


tal vez mañana el sol,
tal vez mañana,
tal vez.
(Día veintiocho, Final)

Al final “La travesía, que en Sindbad el varado consiste en una sucesión de


naufragios, constituye también el proceso de la creación del poema y la expresión
del intento de salvación” (Whittingham). El término del poema puede interpretarse
en dos sentidos: fatalidad o esperanza. Fatalidad de que estos días donde la
conciencia no deja en paz, la memoria ataca con recuerdos del amor perdido,
volverán a pasar. Y lo segundo, que acepta lo anterior, pero sabiendo que tal vez
algo pueda cambiar, por lo menos en el interior, pudiendo sobrellevarlo con la
certeza de tener un tesoro mayor al de cualquiera de las siete aventuras previas:
la poesía, salvación del ser en el viaje a uno mismo.

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Bibliografía
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21 (2012): 45-74. <http://espartaco.azc.uam.mx/UAM/TyV/21/221967.pdf>.

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UAEM, 1998.

Beristáin, Helena. Diccionario de retórica y poética. México: Porrúa, 2006.

Chumacero, Alí. "Prólogo" en Gilberto Owen; Obras. D.F.: FCE, 1996.

Coronado, Juan. De la poesía a la prosa en el mismo viaje: Gilberto Owen ; Selec. y presentación de
Juan Coronado. México: CONACURT, 1990.

L. Moretta, Eugene. López Velarde y Owen. Examen de una influencia en Gilberto Owen en lapoesía
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Las mil y una noches. México: grijalbo, 2007.

Martínez, José Luis. «El momento literario de los contemporáneos.» Convivio (2000).

Paz, Octavio. El arco y la lira. D.F.: FCE, 2008.

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Reverte Bernal, Concepción. «Los "Contemporáneos": vanguardia poética mexicana.» Rilce (1986):
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Rosas, Alfredo. El sensual mordisco del demonio. Toluca: UAEM, 2005.

Segovia, Tomás. Cuatro ensayos sobre Gilberto Owen. D.F.: FCE, 2001.

Sheridan, Guillermo. Los contemporáneos ayer. México: FCE, 1985.

Whittingham, Georgina. Gilberto Owen y la crisis del lenguaje poético. Toluca: UAEM, 2005.

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